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DETERMINANTES SOCIALES

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Y DESARROLLO HUMANO INTEGRAL
DD
SCHELICA MOZOBANCYK
LA

2014
FI


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INTRODUCCIÓN

Este escrito es una adaptación -destinada a ser utilizada como material de estudio
de la Cátedra I de Salud Pública y Mental, Prof. Titular Martín de Lellis- de una
ponencia presentada en las “Jornadas Internacionales de Neurociencias, Medio
Ambiente y Salud Comunitaria”, realizadas en el año 2012 en la Universidad
Nacional de Avellaneda (UNDAV).

De acuerdo a este nuevo propósito, no se espera que el estudiante identifique


pormenorizadamente, interprete, memorice o asimile cada uno de los -muchos-

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conceptos, procesos, autores o corrientes teóricas que se mencionan en esta ficha.
La finalidad de la ficha, por el contrario, es que –a propósito del medio ambiente y
el desarrollo humano- el estudiante pueda llevarse una visión general, global, de lo
que entendemos por “complejidad”. Y, a la vez, pueda captar cómo apreciar el
mundo desde esta perspectiva tiene fuertes implicancias para el quehacer
profesional del psicólogo de perfil social.

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Si el estudiante puede quedarse con esta “guestalt”, con esta impronta, respecto a
la visión compleja de la “realidad” y puede dejarse asombrar, confundir, inquietar,
interrogar por algunas de las relaciones que aquí se presentan, el propósito estará
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cumplido. Ya habrá tiempo para analizar con detalle estos modelos conceptuales
en otras instancias de la asignatura, la carrera o aún la vida profesional.

Lo que desarrollaremos a continuación es una perspectiva de cómo los


Determinantes Sociales pueden incidir sobre el desarrollo humano y sobre la salud.
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En esta ponencia aspiramos a generar una mirada integradora tanto acerca del
medio ambiente, como del desarrollo humano y de las múltiples y significativas
relaciones de interdependencia que existen entre ambos términos. El propósito es
complementar las miradas parcializadas que existen muchas veces respecto al
ambiente y al desarrollo humano que, si bien aportan siempre elementos de
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análisis imprescindibles, tienen la desventaja de que los mismos no son reunidos


nuevamente en síntesis integrativas que permitan una lectura más compleja, de
mayor poder explicativo.

La tesis que guía la exposición es la siguiente: el logro de un desarrollo humano




integral y de un ambiente integral de alta calidad son interdependientes y además,


la calidad ambiental y el grado de desarrollo humano son ambos resultado de un
mismo proceso histórico, construido a través del tiempo.

Nos apoyaremos en el marco epistemológico y conceptual de “sistemas complejos”


en la formulación del físico y epistemólogo argentino Rolando García (2006)1.

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Las características de los sistemas complejos y su utilización para la comprensión de los
fenómenos del campo de la Salud Pública pueden ser consultados extensamente en de Lellis &
Mozobancyk, 2013.

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LA COMPLEJIDAD DEL DESARROLLO HUMANO

El Desarrollo Humano a Nivel Macrosocial

Nuestro actual modelo de desarrollo entiende el mismo como sinónimo de


crecimiento económico. Se producen bienes y servicios económicamente rentables
destinados a los segmentos de población que tiene capacidad de pago. La mayoría
de estos bienes y servicios son suntuarios; paralelamente gran parte de la
población (que no tiene capacidad de pago) no tiene acceso a bienes y servicios
básicos como alimentación, vivienda, saneamiento ambiental, salud o educación.

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El principal indicador de desarrollo utilizado por los economistas ortodoxos es el
PBI que mide exclusivamente un aspecto económico del mismo. Pero, tal como
sostuvo el economista y filósofo hindú Amartya Sen hace ya mucho tiempo, los
mercados, el comercio y el crecimiento económico deben ser diseñados
explícitamente para promover el bienestar humano: el crecimiento económico es
un medio, el bienestar humano es el fin.

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Desde una perspectiva de desarrollo humano se plantea la preocupación por
encontrar indicadores que expresen la calidad de vida de la población, cosa que el
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PBI de ningún modo puede reflejar.

Entendemos por Desarrollo Humano “aquel que sitúa a las personas en el centro del
desarrollo”, permitiendo la expansión de las capacidades de las personas de modo
de ampliar sus opciones y oportunidades en la vida, con la posibilidad de que todos
los individuos sean sujetos y beneficiarios del desarrollo, gozando de la libertad de
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vivir plenamente de acuerdo a sus valores. Es el proceso por el que una sociedad
mejora las condiciones de vida de sus ciudadanos a través de un incremento de los
bienes con los que puede cubrir sus necesidades básicas y complementarias y de la
creación de un entorno en el que se respeten los derechos humanos de todos ellos
(PNUD, 2011a).
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Una noción central para el estudio del desarrollo humano es la de valores que son
“guías de acción” que orientan la escala de prioridades de las personas (y
sociedades) y por tanto influyen en las decisiones de desarrollo que toman. A nivel
social los valores orientan el rumbo del desarrollo, al definir “lo que es bueno o


deseable para una sociedad” (PNUD, 2010). A nivel personal o interpersonal, esta
dimensión, tan relevante en el curso de la vida humana, ha sido ampliamente
estudiada desde la psicología, especialmente por la psicología social.

La economía de mercado capitalista es indisociable de una sociedad “consumista”,


en la cual vivimos, que intenta satisfacer a través del consumo necesidades
humanas profundas. Los tempranos procesos de socialización que incorporan a los
niños a la sociedad de consumo desde un rol de consumidores, contribuyen a
reproducir acríticamente, de un modo naturalizado, el actual sistema consumista,
que tiene impactos desastrosos sobre el ambiente, la salud individual y el bienestar
social, en tanto que el consumismo siempre es asimétrico e inequitativo.

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La definición de los valores que orientan la construcción de los procesos de
desarrollo necesita realizarse sobre una ancha base de convocatoria y participación
popular que permitan la sustentabilidad de los mismos, tal como lo ha realizado
Brasil de un modo inédito, recientemente (PNUD, 2010).

A partir de la discusión -teórica, metodológica y popular- respecto a cuáles


deberían ser las dimensiones que orienten el desarrollo humano se han ido
proponiendo distintos indicadores a lo largo del tiempo, que permiten capturar y
monitorear si se está avanzando en el sentido propuesto. Está claro que los
indicadores a utilizar deben referirse a la calidad de vida de la población y no a la

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producción masiva y al consumo irracional.

Así, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) propuesto por el PNUD en 1990 considera,
además del PBI per cápita, un indicador de salud (la esperanza de vida al nacer) e
indicadores de educación (tasas de alfabetización). No obstante, entendiendo que
estos indicadores son demasiado estrechos como para capturar el enorme y
complejo abanico de dimensiones que abarca la noción de desarrollo humano se

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han ido agregando, a lo largo del tiempo, otros nuevos. Algunos de los considerados
han sido, por ejemplo: situación de pobreza, cobertura de agua potable y
saneamiento, estado nutricional, salud maternoinfantil, acceso a los servicios de
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salud, desigualdad de ingresos, situación ambiental, igualdad de oportunidades
para la mujer (PNUD, 2005). Particularmente importantes son los indicadores que
miden no ya la riqueza de una sociedad sino cuán equitativamente está distribuida.

Actualmente, los indicadores han alcanzado una gran variedad que da cuenta de
una multiplicidad de dimensiones: empleo (con énfasis en su calidad), seguridad
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física, empoderamiento, libertad política, relaciones sociales y comunitarias, ocio,


llegando a incluir algunos otrora insospechados como bienestar subjetivo y
psicológico y aún la felicidad (PNUD, 2011b).

En una reunión de abril de 2012, frente al apoyo de 68 países miembros de la ONU,


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Bután sorprendió al mundo declarando que no apuntaba al crecimiento del PBI sino
a las ganancias en la Felicidad Interna Bruta. Este nuevo indicador que guía las
aspiraciones de este país y que ha sido propuesto como instrumento internacional
toma en cuenta factores materiales, sociales, espirituales y medioambientales.
Aspira a constituirse en una herramienta que permita diseñar políticas que


maximicen el bienestar humano, abordando distintas dimensiones determinantes


del mismo (Alkire, 2012).

Pero frente a esta aspiración esperanzadora presentada por muchos países del
mundo y en medio de la complejidad de variables que condicionan el desarrollo
humano, ha aparecido una amenaza inquietante que, tal como la crónica de un
desastre anunciado, vino a empañar las expectativas. En efecto, en el informe de
Desarrollo Humano de 2011 nos encontramos con una frase demoledora: “el
ambiente está poniendo un límite real al desarrollo humano. Es la limitante más
fuerte. Se espera que el IDH baje y no suba para 2050” (PNUD, 2011a).

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La contundencia de esta afirmación y la amenaza que profetiza vuelve a poner en
relación al ambiente y al desarrollo humano como dos caras indisociables de una
misma moneda.

El Desarrollo Sustentable

El Desarrollo Sustentable se propone como un estilo de desarrollo que pueda


compatibilizar los aspectos ecológicos, económicos y sociales del desarrollo. Ello
implica atender, simultáneamente, a un desarrollo ecológico que permita preservar
la sustentabilidad de los ecosistemas naturales, a un desarrollo económico que

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permita producir los bienes necesarios para satisfacer las necesidades humanas y a
un desarrollo social que permita generar bienestar para las sociedades.

El concepto fue definido en 1987 por la Comisión Mundial de Medio Ambiente y


Desarrollo (CMMAD) de las Naciones Unidas diciendo que: “está en manos de la
humanidad hacer que el desarrollo sea sostenible, es decir, asegurar que satisfaga
las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras

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generaciones para satisfacer las propias” (Organización de las Naciones Unidas,
[ONU] CMMAD, pág. 29).
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A fin de evaluar el desarrollo sustentable se ha propuesto un pool de indicadores
ambientales (o, mejor dicho, que reflejan nuestra relación sociedad-naturaleza)
que, combinados con los indicadores de desarrollo humano antes expuestos dan
cuenta del mismo. Algunos de ellos son: superficie preservada de bosques nativos,
porcentaje de tierra degradada por erosión, emisiones de CO2 (gases de efecto
invernadero), producción de residuos sólidos urbanos, porción de áreas terrestres
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protegidas, eficiencia energética, participación de las energías renovables en la


oferta energética (Secretaría de Ambiente, 2005).

También para el desarrollo sustentable se han formulado indicadores insospechados


en otros tiempos. Así, por ejemplo, el Índice del Planeta Feliz es un indicador
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propuesto por NEF (New Economics Foundation) que combina una medida de salud
(la expectativa de vida), la percepción subjetiva de felicidad y una medida salud
del ambiente (la huella ecológica).

El Índice de Bienestar Económico Sostenible (IBES) se ha propuesto como un




indicador de desarrollo alternativo al PBI que incluye dimensiones innovadoras,


como la porción de utilidad aportada a la economía por el trabajo doméstico,
además de contabilizar como medida negativa (descuenta) el costo de las
externalidades asociadas a la polución y al consumo de recursos (Pengue, op. cit.,
pág. 98).

Luego de este recorrido queda en evidencia que los indicadores de desarrollo


humano se han visto en la necesidad de complementarse con indicadores
ambientales y, recíprocamente, los indicadores ambientales han tenido que
incorporar indicadores de desarrollo humano.

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No hay posibilidad de desarrollo humano si no se preserva el medio ambiente que
sustenta la vida en la Tierra y que permite las actividades económicas que
permiten satisfacer las necesidades humanas. Recíprocamente, no es posible
pensar en una sustentabilidad ambiental sin (re)considerar el desarrollo humano,
particularmente la equidad en el acceso a los recursos ambientales, porque la
sustentabilidad ambiental no es una cuestión de orden “ecológico”, sino un
problema social, político y económico.

El Informe sobre Desarrollo Humano (PNUD, 2011a) advierte que “no es posible
continuar con los notables avances en materia de desarrollo humano conseguidos

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en las últimas décadas -debidamente documentados en los Informes sobre
Desarrollo Humano mundiales- sin que se tomen medidas audaces para reducir
tanto los riesgos ambientales como la desigualdad”.

EL AMBIENTE Y EL DESARROLLO HUMANO A NIVEL PERSONAL

Del mismo modo que la interdependencia entre ambiente y desarrollo humano

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puede estudiarse a nivel de países (o regiones), la misma se verifica y puede
analizarse, también, a nivel personal.
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Así como a nivel social consideramos el desarrollo como un proceso a través del
cual los países y comunidades expanden sus potencialidades para alcanzar un
mayor bienestar y calidad de vida, a nivel personal, el sujeto humano también
recorre un proceso de desarrollo que le permite incrementar su autonomía, su
capacidad de elección y expresar plenamente sus capacidades en pro de sus
objetivos vitales.
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El estado actual del conocimiento científico revela, sin lugar a dudas, que el
período crítico del desarrollo humano es la primera infancia y, particularmente, los
dos primeros años de vida, puesto que si en este período no se cumplen ciertos
procesos fundamentales del desarrollo, los mismos no podrán tener lugar en etapas
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posteriores de la vida.

Durante los estadios tempranos del desarrollo se produce la organización neuronal


del cerebro, sustrato biológico de todos los aspectos del desarrollo: cognitivo,
emocional y comportamental. La organización cerebral no es un proceso autónomo


sino que se da sobre la base de la experiencia del bebé con el ambiente (personas
significativas que lo cuidan y median el mundo físico y social para él). La
experiencia, entonces, tiene un valor clave porque a través de la misma se produce
el moldeado “cultural” o “social” del cerebro que posibilita la actividad mental.
Colombo (2007) habla de “daño social del cerebro” para referirse a la falta de
estímulos sociales apropiados (aislamiento, carencias de estímulos físicos y
afectivos) que conducen a que el cerebro no pueda completar adecuadamente sus
etapas iniciales de desarrollo, generando así déficits permanentes para el
desarrollo posterior de la persona.

Lo anterior significa que las condiciones de vida afectan directamente la


organización cerebral y es en este sentido que podemos afirmar que el cerebro es
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un “órgano social”: “se ha confirmado que las condiciones físicas y sociales del
medio ambiente durante el período de crianza afectan el desarrollo cerebral –a
nivel microestructural y neuroquímico- y estos efectos tendrán consecuencias en el
desarrollo de las habilidades cognitivas y el comportamiento emocional no sólo en
la infancia, sino durante la vida adulta” (Colombo, op. cit. pág. 104-105).

¿Cuáles son, entonces, las condiciones de vida adecuadas para el desarrollo integral
(cerebral, cognitivo, afectivo y social) del bebé y el infante? Básicamente, las
condiciones mínimas para el buen desarrollo involucran un ambiente físico seguro y
libre de contaminantes, una figura de apego que brinde cuidado, afecto y estímulos

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y una alimentación adecuada. Este conjunto de condiciones básicas se ven
seriamente limitadas en contextos de pobreza, siendo todavía la pobreza, en
nuestro ámbito -y pese a los avances significativos logrados por la puesta en
marcha de políticas públicas socialmente inclusivas en la última década- la mayor
amenaza que enfrentan los niños pequeños para su desarrollo.

Un bajo nivel educativo de los padres puede afectar negativamente sus habilidades

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de crianza y su capacidad de brindar los estímulos (sensoriales, lúdicos, cognitivos,
interaccionales) adecuados a los niños. La pobreza estimular del ambiente (escasez
o inexistencia de elementos para jugar, por ejemplo) ha mostrado reiteradamente,
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por su parte, correlación con déficits del desarrollo infantil. No nos estamos
refiriendo aquí a la carencia de juguetes caros o comprados en las jugueterías; nos
referimos a carencias tan básicas como la inexistencia de un lápiz en el hogar, una
hoja de papel o un libro –uno solo, no importa el tema que el mismo trate-. Estos
elementos, centrales en nuestra cultura, están ausentes, no obstante, en muchos
hogares argentinos.
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Pero, como agudamente señala Clinton (1996, citado por Oates, J. 2007, pág. 22)
estas relaciones padre-niño no se dan en un vacío de contexto, sino que “es útil
reconocer que las características positivas de las relaciones entre el cuidador y el
niño dependen, de manera decisiva, de las circunstancias ambientales que
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condicionan el tiempo, el espacio y los recursos necesarios para que dichas


relaciones se desarrollen y perduren. Una vivienda adecuada, la disponibilidad de
alimentos, el nivel de ingresos y la ayuda social son factores que, conjuntamente,
conforman el contexto dentro del cual se pueden construir relaciones de apego
seguras: para criar un niño hace falta una comunidad”. Es decir que, si los padres


no disponen de una vivienda segura, ingresos suficientes o acceso a servicios de


salud y educación de calidad para los niños, es muy difícil que logren las
condiciones psicoemocionales necesarias para cumplir las funciones parentales
adecuadamente. Entonces, las familias pobres que están en desventaja para
brindar estas condiciones de vida adecuada a sus niños necesitarán de un plus de
servicios y apoyos comunitarios (sociales, educativos, sanitarios) que los ayuden a
poder cumplimentar exitosamente esta tarea.

El psicólogo ruso-estadounidense Urie Bronfenbrenner elaboró la “teoría


bioecológica del desarrollo humano” (Bronfenbrenner, 1987; Bronfenbrenner &
Ceci, 1994) que es una de las de mayor utilidad para analizar y comprender estas

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complejas tramas de factores que afectan el desarrollo infantil. Dicha teoría se
adscribe al paradigma ecológico en ciencias sociales.

Dicho paradigma hunde sus raíces en la ecología, ciencia que se preocupa por las
interrelaciones totales entre los organismos y sus ambientes. Desde allí dicho
paradigma ha impregnado distintas disciplinas (sociología, psicología, economía,
salud pública) aportando un marco general para comprender la naturaleza de las
interacciones de las personas con su ambiente físico y su entorno sociocultural.

Bronfenbrenner fue un pionero en el estudio del desarrollo humano desde una

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perspectiva contextual-sistémica, al afirmar que el grado de desarrollo que puede
alcanzar un niño está condicionado por las características de los ecosistemas
humanos en que evoluciona. Estos ecosistemas tienen una estructuración
jerárquica que va desde lo más inmediato (lo más micro) a lo más global (lo macro)
y que el autor metaforizaba como un set de muñecas rusas que encajan unas
dentro de otras.

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Bronfenbrenner definió cuatro niveles de sistemas: a) microsistema: incluye al niño
mismo, con sus características personales de carga genética, edad, género y el
entorno social inmediato en el que participa, donde mantiene relaciones próximas,
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cara a cara (familia, escuela, club, etc.); b) mesosistema: el sistema formado por
las interacciones de los microsistemas, de los distintos contextos en que el niño
participa (por ejemplo, relaciones comunitarias); c) exosistema: el medio social
externo al niño, en el que no participa en forma directa pero que afecta los
entorno en que él participa (por ejemplo, el entorno laboral de sus padres, los
servicios locales de salud); d) macrosistema: los sistemas institucionales, sociales y
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culturales o sub-culturales que enmarcan los otros sistemas en que el niño participa
(ideologías, valores, prácticas, leyes, políticas públicas, medios de comunicación,
sociedad global, etc).

Como un sistema transversal a los anteriores encontramos el “cronosistema”, que


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se refiere al transcurrir temporal en los cuatro sistemas descriptos y donde se


incluyen, por lo tanto, desde los períodos evolutivos del individuo, hasta las
condiciones sociohistóricas que modifican cada uno de los entornos en donde el
sujeto se desenvuelve. Destaquemos, entonces, que el autor otorgó especial
importancia a las interacciones que se dan entre sistemas, dado que cada uno de


los sistemas que definió ejerce influencia tanto dentro de su propio nivel como en
interacción con los demás sistemas.

El aporte que hace el modelo de Bronfenbrenner es que nos permite obtener una
visión amplia y contextualizada de los fenómenos vinculados al desarrollo infantil
que, a menudo, son simplificados en extremo y reducidos a meros procesos
individuales.

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El Desarrollo Humano desde la Salud Ambiental y desde la Psicología Ambiental

Nos referiremos aquí a otras dos corrientes de aportes que brindan elementos
relevantes para comprender la salud y el desarrollo infantil. Se trata de los aportes
de la Salud Ambiental y de la Psicología Ambiental que pueden ser integrados a las
teorías ecológicas del desarrollo humano antes presentadas. Estos aportes
adquieren relevancia en tanto brindan constructos y herramientas que permiten
investigar y comprender el enorme poder determinante que, sobre la salud y el
desarrollo infantil tienen los ambientes en que los niños desarrollan su vida
cotidiana (la vivienda, el barrio, la escuela, la ciudad).

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Los ambientes de la vida cotidiana son de gran importancia por la cantidad de
tiempo que los niños pasan en ellos. A nivel psicológico están dotados de
significados y afectos y es en estos marcos que los niños entablan casi todas sus
relaciones significativas. De ello se desprende la capacidad que tienen estos
ambientes tanto de promover como de inhibir el desarrollo infantil.

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La Salud Ambiental es la rama de la salud pública que estudia los aspectos de la
salud humana que están determinados por factores físicos, químicos, biológicos,
sociales y psicológicos en el ambiente. Si bien, en la práctica, su accionar es mucho
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más restrictivo, enfocándose casi exclusivamente en los riesgos de origen
ambiental para enfermedades prioritariamente físicas, aun así sus aportes son de
enorme importancia para el desarrollo infantil y no siempre son lo suficientemente
valorados por parte de los administradores en salud pública 2 .

El 33% de las enfermedades de los niños menores de cinco años se debe a la


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exposición a riesgos ambientales evitables, los que amenazan principalmente a las


poblaciones más pobres. Los ejemplos más destacados son las enfermedades
diarreicas, las infecciones respiratorias, las enfermedades transmitidas por
vectores, las enfermedades respiratorias crónicas, entre otras enfermedades
frecuentes de la infancia (OPS, 2000).
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Es conocida la influencia de la calidad de la vivienda en la salud física de los niños,


de la que dan cuenta gran cantidad de estudios. Las viviendas de baja calidad,
donde se ven obligadas a vivir habitualmente las familias pobres, se caracterizan
por distintos problemas estructurales y de saneamiento que aumentan severamente


los riesgos de enfermar del niño. Las enfermedades respiratorias, gastrointestinales


y parasitarias son algunas de las que se han estudiado con mayor frecuencia (OPS,
2000; Frumkin, 2010).

Menos conocida es la influencia de la vivienda sobre la salud psicológica de los


niños aun cuando distintos estudios científicos dan cuenta de este vínculo. La
disciplina que estudia tal tipo de interacciones es la Psicología Ambiental.

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Un desarrollo respecto a las diferencias de enfoque entre la Salud Ambiental y los Ambientes
Saludables, así como de los aportes de la Psicología Ambiental al desarrollo de los mismos puede
consultarse en Mozobancyk, 2013.

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La Psicología Ambiental se ocupa de estudiar la dimensión psicológica del
ambiente. Pinheiro, Günter & Souza Lobo (2004) la caracterizan diciendo que
estudia a individuos y comunidades en estrechas relaciones con el contexto físico y
social. “Busca sus inter-relaciones con el ambiente, atribuyendo importancia a las
percepciones, actitudes, evaluaciones o representaciones ambientales, al mismo
tiempo considerando los comportamientos asociados a ellas… se interesa por los
efectos de las condiciones del ambiente sobre los comportamientos individuales en
tanto y en cuanto el individuo percibe y actúa en su entorno” (pág. 8).

Las relaciones entre la vivienda, el barrio y la ciudad y el desarrollo infantil han

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sido desarrollada con amplitud en otro lugar (Mozobancyk, 2013); aquí sólo
haremos unas breves referencias. Los consideraremos como tres niveles de análisis
jerárquicamente inclusivos, dentro de sistemas de mayor complejidad. El primer
nivel está representado por la vivienda.

Distintos estudios han mostrado el efecto negativo que tienen el hacinamiento y el


ruido en la vivienda sobre la salud psicológica de los niños, así también como sobre

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aspectos motivacionales. La calidad de la vivienda, por su parte, ha sido
correlacionada positivamente con la salud emocional de los niños, así como con la
desesperanza aprendida, aspecto que se vincula con la motivación. A estos factores
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debemos añadir, por supuesto, la influencia de la vivienda sobre la calidad de vida
general y el bienestar de los niños.

Chawla (2012) señala que es importante considerar el modo en que los desarrollos
urbanos afectan la vida de los niños, especialmente de los niños pequeños, quienes
debido a su dependencia de los adultos y a su limitada movilidad no tienen la
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oportunidad de reorganizar sus entornos cotidianos. La Fundación Bernard van


Leer, institución con sede en Holanda dedicada a la investigación y promoción del
desarrollo infantil, otorga tanta importancia al hábitat de los niños que está
promoviendo el concepto de “declaración de impacto infantil”. Estas declaraciones
son estudios similares a una evaluación de impacto ambiental, pero de tipo rápido,
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que tienen la función de ayudar -o más bien anticipar- a los urbanistas, arquitectos
y empresas constructoras a tomar conciencia del impacto que tendrán sus
intervenciones urbanas sobre la vida de los niños.

En cuanto al barrio, que representa nuestro segundo sistema, también puede influir


fuertemente en el desarrollo infantil. Si es un espacio de buena calidad, puede


ofrecer al niño un ámbito donde satisfacer sus necesidades de desarrollo integral:
brindar estimulación sensorial, oportunidades de exploración, juego, aventura,
encuentro social y de establecimiento de vínculos afectivos. Las plazas y los
parques son lugares privilegiados en este sentido. El espacio barrial puede ser un
ámbito que propicie el desarrollo infantil o, inversamente, puede ser un espacio
peligroso, sucio, anónimo, ajeno, desprovisto de atractivo y capacidad de
estimulación, que no ofrezca oportunidades para el desarrollo del niño.

La ciudad es el tercer nivel de sistema jerárquico que implica un entorno de


importancia para el desarrollo infantil. La calle, otrora espacio privilegiado de
socialización para los niños, hoy en día, al calor de un progresivo movimiento
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histórico de privatización del espacio público, dejó de ser un lugar de encuentro
para tornarse un lugar de pasaje, anónimo y peligroso, que expulsó a los niños de
este ámbito. El lugar de encuentro fue transferido hacia lugares protegidos -y en
general privados- como shoppings, clubes y escuelas que, claro, no son
frecuentados por los niños de bajos recursos. Así, los niños han ido perdiendo
progresivamente autonomía para circular por la ciudad (difícilmente encontrará un
niño hoy un espacio adecuado para andar en bicicleta o jugar a la pelota) en pro
del beneficio del uso del espacio urbano por el tránsito vehicular.

Digamos, por último, que hay todo un grupo de estudios provenientes de la

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psicología ambiental que revelan la importancia del contacto con la naturaleza
para un desarrollo infantil más saludable. Una serie de investigaciones señalan que
dicho contacto mejora las capacidades perceptuales, de concentración, expresivas,
imaginativas y de vinculación interpersonal de los niños. También los ayuda a
soportar factores estresantes e, incluso, podría ser un factor protector contra
problemas psicológicos más serios en los niños, como los trastornos de ansiedad y la
depresión (Chawla, op. cit.).

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Asimismo, la autora refiere que las observaciones etnográficas del juego de los
niños indican que cuando éste tiene lugar en entornos naturales es más imaginativo
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y creativo que cuando se da en entornos construidos. El juego en la naturaleza
también favorece la agilidad física y promueve un sentido profundo de conexión
con el mundo de los otros seres vivos.

Lamentablemente, no todos los niños tienen acceso a tal fuente de disfrute. No


obstante, los estudios de psicología ambiental han encontrado que, incluso los
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espacios naturales muy pequeños, enclavados en ámbitos urbanos, con existencia


de algunos árboles y otros elementos naturales pueden tener un impacto
importante en el juego y desarrollo de los niños. Estos datos deberían ser tenidos
muy en cuenta en una serie de ámbitos, que van, por ejemplo, desde los programas
de salud pública hasta la planificación urbanística, pasando por el diseño
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arquitectónico de escuelas, patios de recreo y espacios públicos recreativos


(plazoletas, plazas, parques). Digamos, de paso, que el espacio escolar es otro
ambiente de enorme importancia para el desarrollo infantil que no abordaremos
aquí.


A MODO DE INTEGRACIÓN Y CIERRE

A lo largo de esta ficha hemos presentado una mirada integradora respecto al


ambiente y al desarrollo humano con el propósito de superar modelos
excesivamente restrictivos que conllevan una pérdida de capacidad explicativa y,
por ende, de capacidad de intervención.

Este propósito es especialmente significativo y valioso en la etapa de formación


universitaria en la cual, los futuros profesionales, deberían ser nutridos con la
enorme diversidad de marcos teóricos útiles para forjar modelos mentales capaces
de analizar con rigor e inteligencia, pero también con sensibilidad, flexibilidad y
creatividad el complejo mundo que nos rodea y en el que deberán desarrollar sus
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prácticas profesionales. Son pocas las disciplinas que cuentan con la riqueza de
marcos teóricos -rigurosamente construidos- con que cuenta la psicología. Conocer
la mayor parte posible de estos marcos expande infinitamente nuestra visión de la
“realidad” y potencia enormemente nuestras capacidades de intervención.

Ha quedado de manifiesto cómo la construcción de un desarrollo humano integral y


de un ambiente integral de alta calidad (sustentable) son diferentes caras de una
misma moneda y emergentes de un mismo proceso histórico, vinculado a un
determinado modelo de desarrollo.

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El actual modelo de crecimiento económico de mercado neoliberal está en crisis, lo
que se refleja en el colapso ambiental global al que nos enfrentamos hoy día y en
las enormes asimetrías existentes en desarrollo humano, que han excluido a una
porción importante de la humanidad de sus beneficios.

Las relaciones dinámicas entre sustentabilidad ambiental y desarrollo humano que


se dan a nivel macro, tienen expresión y efectos a nivel de países, comunidades,

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familias y personas: los niños de los países pobres (países que no gozan del acceso a
una porción equitativa de la riqueza mundial) afrontarán condiciones de vida
seriamente desaventajadas que atentarán contra su desarrollo neurocognitivo y
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social.

Enunciado en términos del modelo de Bronfenbrenner, lo que ocurre en el


macrosistema, (globalización del mercado neoliberal, exacerbación del consumismo
con sus correlatos ambientales y sociales, incremento de la concentración de la
riqueza y de la exclusión social) afecta lo que ocurre en el mesosistema (vida
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comunitaria) y en el microsistema (ámbitos donde el niño participa en relaciones


interpersonales habituales).

Tales condiciones de vida se pueden expresar en aspectos tales como: viviendas


deficitarias e inseguras, entornos barriales carentes de saneamiento básico,
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contaminados y peligrosos, déficits alimentarios, carencia de vínculos tempranos


continentes que brinden afecto, cuidado y estímulos apropiados para el desarrollo.
A nivel comunitario, dichas condiciones pueden tomar la forma de ruptura de lazos
sociales, anomia, desesperanza, violencia interpersonal, ausencia o escasez de
servicios educativos, culturales y de salud y mala calidad de los mismos, entre


otras.

Estas condiciones de vida tan negativas suelen presentarse en conjunto y ello no es


una mera coincidencia, sino que, justamente, refleja el carácter sistémico
complejo -causalidad circular compleja- por el cual las distintas variables se van
retroalimentando y generando lo que conocemos como el círculo vicioso de la
pobreza.

Entonces ¿qué pasa con el niño que debe crecer en semejantes condiciones? Como
muy claramente lo describe el sanitarista estadounidense Daniel Stokols (1992):
“desde el punto de vista psicológico, y también desde el punto de vista de los
efectos que ejercen sobre las personas, estos ambientes no se presentan como un
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cúmulo caótico de estímulos inconexos, sino que constituyen unidades holísticas
que, además, son dotadas de significado en cuanto totalidad, por las personas que
con y en ellos interactúan”. En un trabajo más reciente el autor añade que “los
diversos ambientes en los cuales un individuo participa ejercen un efecto
acumulativo, sinérgico en su salud” (Stokols & Clitheroe, 2010, pág. 111). Es decir
que el niño que debe desarrollarse en estas condiciones de pobreza, se ve
afectado, sinérgicamente, de modo negativo, por todos los ambientes -físicos y
sociales- en que transcurre su vida cotidiana.

Podemos pensar, entonces, la relación entre un “ambiente total” que puede

OM
analizarse, de acuerdo al paradigma de la complejidad, tanto a nivel macro
(global, nacional) como meso (comunidad) o micro (hogar, escuela, club),
constituyendo éstos ensambles de sistemas y subsistemas y un “desarrollo humano
integral” que puede pensarse, también, a nivel global, regional, nacional,
comunitario o personal. Está claro que el nivel de desarrollo nacional alcanzado por
un país afectará el desarrollo posible de los niños a nivel individual (por la vía de
afectar los sistemas intermedios en los cuales vive inmerso). Esto incluye, también,

.C
su neurodesarrollo que, como se expuso, es una resultante de la plasticidad
neuronal del niño en interjuego con la exposición a las experiencias que le provee
su ambiente.
DD
A su vez, los procesos históricos (globales, regionales, nacionales, comunitarios,
institucionales, grupales, familiares y personales) son sistemas sincrónicos
interconectados a distintas escalas temporales.

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