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Libro Amor y desamor. Nancy Piedra, octubre


2017

Book · February 2019

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1 author:

Nancy Piedra Guillén


University of Costa Rica
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Amor y desamor:
el afecto y el poder en las parejas de la Costa Rica
urbana contemporánea
Amor y desamor:
el afecto y el poder en las
parejas de la Costa Rica
urbana contemporánea

NANCY PIEDRA GUILLÉN


Imagen de portada: Mujer agua- Guardian-fuego, de Alma Fernández
Tercero
Diseño de portada: Leyla Vargas
Diseño interior y diagramación: Catalina Cartagena

©Editorial Arlekín, 2017


©Nancy Piedra Guillén, 2017

306.709.728.6
P613a Piedra Guillén, Nancy
Amor y desamor : el afecto y el poder en
las parejas de la Costa Rica urbana
contemporánea / Nancy Piedra Guillén. -1ª ed.-
San José, Costa Rica : Editorial Arlekín, 2017.
426 p.; 14 x 21 cm

ISBN: 978-9968-681-41-4
1. AMOR 2. RELACIONES DE PAREJA
3. PODER 4. COSTA RICA 5. FAMILIA
6. SOCIOLOGÍA I.Título

Editorial Arlekín
arlekin.editorial@gmail.com
Índice

AGRADECIMIENTOS 13

PRESENTACIÓN 15

INTRODUCCIÓN 19

CAPÍTULO 1
Las familias y los procesos de cambio,
los afectos y el poder 47

CAPÍTULO 2
Ser para si y ser para el otro: poder, amor y relaciones
de género en las parejas 65

CAPÍTULO 3
La complementariedad metodológica
en el estudio de las relaciones de poder en las parejas 103

CAPÍTULO 4
Dimensiones con mayor tendencia al cambio:
el afecto, el estilo de poder y el uso del tiempo libre 163
CAPÍTULO 5
Dimensiones medianamente sensibles al cambio:
vivencia de la sexualidad y formas de convivencia 221

CAPÍTULO 6
Dimensiones muy resistentes al cambio:
administración del dinero, trabajo doméstico
y cuidado y crianza de los hijos e hijas 263

CONCLUSIONES 365

BIBLIOGRAFÍA 385
Índice de cuadros

Cuadro 1. Cartacterísticas de las parejas entrevistadas 41


Cuadro 2. Esquema conceptual:
la dualidad de la relación de poder en las parejas 96
Cuadro 3. Dimensiones presentes en
el tipo ideal de la pareja democrática 131
Cuadro 4. Valores para evaluar cada cada
dimensión y categoría 135
Cuadro 5. Puntajes y porcentajes obtenidos en
cada pareja con respecto a la relación de poder
en las parejas, en orden descendente 139
Cuadro 6. Grupos tipológicos: clasificación de las parejas
de acuerdo con los resultados del instrumento aplicado 142
Cuadro 7. Tendencia al cambio; porcentaje de parejas
con un puntaje superior a 70% en las dimensiones de análisis 145
Cuadro 8. Número y porcentaje de parejas con más de
un 70% en las dimensiones de análisis 149
Cuadro 9. Recursos materiales y simbólicos que inciden en
las relaciones de poder en las parejas 157
Cuadro 10. Porcentaje que cada pareja obtuvo en
la dimensión: formas de ejercicio del poder 164
Cuadro 11. Porcentaje que cada pareja obtuvo en
la dimensión: sexualidad 226
Cuadro 12. Porcentaje que cada pareja obtuvo en
la dimensión: formas de convivencia 242
Cuadro 13. Situaciones que generan conflictos,
con mayor frecuencia, en las parejas 243
Cuadro 14. Reacciones de hombres y mujeres ante
los confictos o diferencias en la pareja 248
Cuadro 15. Porcentaje que cada pareja obtuvo en la dimensión:
administración y decisiones con respecto al dinero 271
Cuadro 16. Porcentaje que cada pareja obtuvo en la dimensión:
cuidado y crianza de hijos e hijas 322
Cuadro 17. Porcentaje que cada pareja obtuvo en la dimensión:
división del trabajo doméstico 340
Cuadro 18. Horas semanales que hombres y mujeres
dedican al trabajo doméstico en parejas heterosexuales 342
A Ernesto Mora Piedra
Porque las noches son largas
y nuestras conversaciones ricas en matices y temáticas,
porque como madre e hijo hemos sabido salir adelante

A Álvaro Fernández González


Agradecimientos

La presente investigación se prolongó por más de cuatro años,


vividos con gran intensidad, por la cantidad de experiencias –
personales y académicas- acumuladas alrededor de esta labor. El
aporte y apoyo que de forma desinteresada me proporcionaron
varias personas fue fundamental para concluir. Su experiencia y
conocimiento enriquecieron este trabajo y por eso en este espa-
cio quiero agradecerles.
El presente libro refiere al trabajo que se presentó origi-
nalmente como tesis doctoral y que como todo proceso de tra-
bajo involucra a cantidad de personas que de una u otra forma
contribuyen a mejorar el trabajo. Deseo mencionar a quienes
de forma directa aportaron y me acompañaron en dicho pro-
ceso. A la Dra. Orlandina de Oliveira profesora- investigadora
del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
Orlandina asumió la dirección de la tesis después del triste fa-
llecimiento de la Dra. Vania Salles, persona que originalmen-
te fue mi tutora. Con Vania desarrollé una especial y cariñosa
relación; lamento mucho su ausencia y destaco sus aportes en
la elaboración del proyecto de investigación y acompañamiento
en la construcción teórica del mismo. Sin duda, el cariño y la
amistad que las unió a ambas durante años contribuyó para que
14

la Dra. Oliveira diera seguimiento al trabajo que ella había ini-


ciado. Orlandina me brindó su colaboración, apoyo sistemático
y orientación rigurosa. Le agradezco de forma especial el tiempo
dedicado y sus importantes consejos metodológicos, su actitud
crítica y nivel de exigencia, que sin duda me aportaron conoci-
miento y madurez intelectual.
Gratifico también de forma especial el trabajo realizado por
la M.Sc. Ana Cecilia Escalante, catedrática y profesora emérita de
la Escuela de Sociología de la Universidad de Costa Rica y lectora
de la tesis. También destaco el tiempo dedicado y aportes que me
brindaron la Dra. María Soledad González (profesora-investiga-
dora del CES) y la Dra. Ana María Tepichín (Coordinadora del
Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, CES)
Mi agradecimiento es extensivo al Dr. Fernando Cortés
(profesor-investigador del CES) por su orientación en aspectos
metodológicos que me generó la confianza necesaria para insis-
tir en el tema planteado. Experiencia que sin duda me marcó y
me invitó a el apasionante tema de la metodología y su necesario
vínculo con aspectos teóricos y epistemológicos.
El apoyo material y emocional que me brindaron mis
amigos y amigas entrañables: Fernando Rodrigo Cencillo,
Francisco Enríquez, Yamilet Ugalde, Mairin Carmona, así como
a mi hermana Rocío Grosser; quienes tuvieron la paciencia de
escucharme y apoyarme en momentos particularmente difíciles,
todo ello hizo posible que el esfuerzo invertido llegara a buen
fin. Finalmente deseo mencionar a Rodrigo Soto y a Euclides
Hernández por sus aportes filológicos en el documento de tesis,.
Así como a Paul Cloesen, por la minuciosa revisión de la pre-
sente versión.
Finalmente, y no por ello menos importante, agradecer a
todas las personas que de forma desinteresada decidieron com-
partir parte de sus vidas conmigo y así, formar parte de este es-
tudio; sin sus testimonios y colaboración esta investigación no
podría haberse realizado.
Presentación

Como mujer, socióloga y feminista he aprendido mucho acom-


pañando a Nancy Piedra Guillén, colega y amiga, en este proce-
so de creación científica.
Difícil tarea se propuso la autora al intentar analizar y ex-
plicar la relación entre el amor y el poder en las relaciones de
parejas, en toda su diversidad, pero lo logra con valentía y sa-
biduría, ambas ancladas en el cuerpo, la mente y el espíritu, así
como en la experiencia cotidiana tanto de ella misma como de
las personas participantes en el proceso de investigación.
Analizar y explicar el amor o el desamor es tan difícil
como analizar y explicar la felicidad o la tristeza, en este caso
además vinculado a las relaciones de poder.
Los resultados de este trabajo sociológico, desde un en-
foque de igualdad de género, evidencian que en la sociedad
costarricense urbana contemporánea se ha avanzado hacia la
igualdad entre mujeres y hombres pero que todavía es necesa-
rio continuar con la lucha cotidiana en la vida privada y en la
pública.
Evoco a Pierre Bourdieu (La dominación masculina,
1999) en sus reflexiones sobre la violencia simbólica en las so-
ciedades patriarcales, “…esa violencia que arranca sumisiones
que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas
16

expectativas colectivas, en unas creencias socialmente inculca-


das”. La noción de violencia simbólica juega un rol teórico cen-
tral en el análisis de la dominación en general, ya que es indis-
pensable para explicar fenómenos aparentemente tan diferentes
como la dominación personal en sociedades tradicionales o la
dominación de clase en las sociedades avanzadas, las relaciones
de dominación entre naciones (como en el imperialismo o el co-
lonialismo) o la dominación masculina tanto en las sociedades
primitivas como modernas. La dimensión simbólica, la autono-
mía y dependencia relativa de las relaciones simbólicas, es tan
importante como las relaciones de fuerza. Las estructuras de
dominación son «el producto continuado (histórico por tanto)
de reproducción al que contribuyen unos agentes de socializa-
ción (entre los que están los hombres y las mujeres, y unas ins-
tituciones: Familia, Iglesia, Escuela, Estado».
El orden patriarcal, está tan profundamente enraizado en
los cuerpos y en las mentes que no tiene necesidad de justifica-
ción; se impone por sí mismo como evidente, universal, natural;
tiende a ser admitido como algo que cae de su peso en virtud
del acuerdo cuasi perfecto e inmediato que se establece entre,
de un lado, las estructuras sociales tal como se expresan en la
organización social del espacio y del tiempo y en la división se-
xual del trabajo,1 esto es, en las estructuras objetivas, y, del otro,

1 Nos referimos a la división sexual del trabajo cuando hablamos del tra-
bajo productivo y la discriminación de la que son objeto las mujeres por
su sexo. Por su parte, mencionamos el concepto de división de género del
trabajo o división genérica del trabajo cuando se habla del trabajo do-
méstico, puesto que lo determinante es el contenido cultural del trabajo
que se realiza en la unidad doméstica; no así, en el trabajo remunerado,
en donde el género es un factor explicativo, pero no es el fundamental. Se
establece de esta forma una diferencia entre la discriminación de sexo y
la desigualdad de género. “La discriminación de sexo se manifies a en el
hecho de que la hembras, ocupen posiciones sociales femeninas o mas-
culinas, están peor pagadas, consideradas, o tienen menor poder que los
machos en la misma posición de género que ellas” (Izquierdo, 1998: 52).
17

las estructuras cognitivas inscritas en los cuerpos y las mentes,


incorporadas en los “habitus”. Las personas dominadas aplican
a todo objeto del mundo natural y social, y en particular a la
relación de dominación en la que están atrapadas, así como a las
relaciones personales a través de las cuales se realiza esta rela-
ción, unos esquemas mentales que son el producto de la asimila-
ción de estas relaciones de poder y que les conducen a construir
esta relación desde el punto de vista de los dominantes, es decir,
como natural y normal.
Acabar con la dominación patriarcal es una tarea más ar-
dua de lo que parece sugerir gran parte del pensamiento femi-
nista. Requiere bastante más que una mera concientización. Una
verdadera liberación de las mujeres exige una acción colectiva
que busque romper prácticamente el acuerdo inmediato de las
estructuras incorporadas y de las estructuras objetivas.
En ese sentido, Nancy acierta y contribuye a esa tarea, al
utilizar como método el análisis de la vida cotidiana de las pare-
jas que estudia, como principio de sus realidades.
Como nos enseñó Karel Kosik (Dialéctica de lo concreto,
1967), en cierto modo, la cotidianeidad revela la verdad de la
realidad, puesto que ésta al margen de la vida diaria sólo sería
una irrealidad trascendente, esto es, una configuración sin po-
der ni eficacia; pero en cierto modo también la oculta, ya que la
realidad no está contenida en la cotidianeidad inmediatamente
y en su totalidad, sino en determinados aspectos y de manera
mediata. El análisis de la vida cotidiana constituye la vía de ac-
ceso a la comprensión y a la descripción de la realidad sólo en
cierta medida, mientras que más allá de sus posibilidades falsea
la realidad. En este sentido no es posible comprender la realidad
por la cotidianeidad, sino que la cotidianeidad se comprende
sobre la base de la realidad. La realidad es “más alta” que la si-
tuación dada y sus formas históricas de existencia. Esto significa
que la realidad no es un caos de acontecimientos o de situacio-
nes fijas, sino la unidad de los acontecimientos y “los sujetos” de
los mismos, la unidad de las situaciones y de la creación de estas
18

situaciones; por tanto, la realidad es capacidad práctico-espiri-


tual de trascender la situación.
En otras palabras, que para poder transformar la realidad
primero debemos observarla, comprenderla y luego trascender-
la. Para Kosik, esta capacidad de trascender la situación - en la
que se funda la posibilidad de pasar de la opinión a la ciencia,
del mito a la verdad, de lo casual a lo necesario, de lo relativo a
lo absoluto -, no significa salirse de la historia, sino que es expre-
sión de la especificidad de la humanidad como seres capaces de
acción y de historia: el hombre no es prisionero de la animalidad
y de la barbarie de la raza, de los prejuicios, de las circunstan-
cias, sino que con su carácter creativo (como praxis), posee la
capacidad de trascender todo ello para elevarse a la verdad y la
universalidad.
Para finalizar con esta reflexión recurrimos a la famosa
sentencia de Virginia Wolf (“Una habitación propia, 1929): “Una
mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir
ficción”; es decir para ser libre y dejar volar su imaginación.
El contenido de este libro es pionero y de obligada refe-
rencia para quienes quieran incursionar en materia del amor,
el poder y la cotidianeidad en las relaciones de parejas hetero-
sexuales, homosexuales o lésbicas.

¡Gracias Nancy!

Ana Cecilia Escalante Herrera, M. Sc.


San José, Costa Rica
Octubre 2016
Introducción

El tema del libro interpela a la mayoría de las personas porque


trata del amor y el poder en el contexto de las relaciones de pare-
ja. Varios son los aspectos que se pretende abordar en el estudio.
Se analiza las relaciones de poder considerando el amor como
un aspecto fundamental que está presente en toda relación de
intima. Por su parte el poder, no debe ser estudiado a partir sólo
de aspectos materiales o como un recurso del que hacemos uso
al margen de nuestras emociones. Al contrario, acá se parte de
que el poder en las relaciones de pareja está influido por el afec-
to. En esta medida, las relaciones no son enteramente racionales:
el ejercicio del poder se subjetiviza y pasa a formar parte de la
vida cotidiana de las personas. Poder y afectividad se relacionan,
en efecto interactúan y se manifiestan en la vivencia diaria.
Por lo tanto, el reto particular de esta investigación con-
siste en adentrarse en las relaciones de las parejas con una visión
amplia del fenómeno. Se trata de observar cómo se ejerce el po-
der en el seno de la pareja para poder así considerar elementos
sociales y personales que inciden en dicho tipo de vínculo. De
este modo, se intenta tomar en cuenta la experiencia de las per-
sonas, sus trayectorias individuales con otras parejas, la historia
y los afectos que se entretejen en su cotidianidad y cómo las per-
sonas explican el ejercicio de la relación de poder.
20

El amor es considerado como el afecto fundamental que


permea la relación e incide de forma particular a los integran-
tes de la pareja. También es considerado como el elemento que
estructura las relaciones de poder que existen dentro de ella. La
relación de pareja entreteje, con su supuesto aire romántico, un
sin número de relaciones sociales complejas que son fiel reflejo
de la sociedad, de sus múltiples espacios, cambios, contradiccio-
nes, desarrollos y estancamientos. Observar a las parejas desde
una mirada sociológica permite visualizar los valores y princi-
pios que están presentes en una sociedad determinada. También
permite advertir el modo en que las instituciones, con todo y su
vistosa heterogeneidad, simplicidad, complejidad y contradic-
ciones generan formas de interrelación cotidiana de las personas
que protagonizan su propia historia.
Analizar la emotividad en una investigación de carácter
sociológico no es tarea sencilla. No obstante, dejar de lado la
afectividad a la hora de analizar las parejas y los ejercicios de
poder que tienen lugar al interior de ellas, sería ignorar la natu-
raleza de la vida de pareja. Prácticamente todas las investigacio-
nes que realizadas en el siglo pasado que abordan temas como el
empoderamiento de las mujeres, las relaciones de poder en las
parejas y de la participación de las mujeres en el mercado de tra-
bajo y sus efectos en las relaciones familiares, habían dejado de
lado el tema del afecto (y, más aún, el tema del amor). Fue hasta,
mediados de la primera década del presente siglo que empeza-
ron a surgir estudios sociológicos con un enfoque similar al que
aquí se presenta. Es éste, sin embargo, el primer estudio que se
asienta directamente en ésta línea de indagación en nuestro país.
Ello habla de la particular importancia de la temática que trata-
mos en el presente libro y, por lo tanto, quizá también explique
algunas de sus debilidades. Pero, sin duda, se trata de un texto
que aporta en la tarea de comprender las relaciones de poder y
su vínculo con el afecto y el amor.
Para comprender el fenómeno que se estudia se retoman
aspectos claves que plantea la sociología de las emociones. Es un
21

ámbito de la sociología relativamente poco conocida o utilizada,


aún así la reflexión y elaboración teórica ha estado presente y
toma cada vez más importancia en los estudios de la disciplina
(Turner y Stets, 2005; Elster, 2002 , Scribano, 2010; Aguilar y
Soto, 2013 entre otros textos). Sin embargo es válido preguntar-
se por qué la sociología ignoró, durante tanto tiempo, los afectos
y las emociones en sus indagaciones empíricas cuando son cen-
trales y forman parte indisoluble de las personas. Al respecto,
Bericat señala:

Solo ahora, solo desde nuestro horizonte posmoderno,


ahora que el velo de la modernidad empieza a rasgarse y el
sistema muestra ya algunas de sus más queridas y sagradas
coherencias, podemos preguntarnos cómo y por qué la so-
ciología, ciencia del estudio de las lógicas de acción social
y de las estructuras sociales, ha prescindido durante casi
doscientos años de una dimensión humana tan íntimamen-
te vinculada a la sociabilidad como la constituida por los
afectos, las pasiones, los sentimientos o las emociones. La
construcción social de la realidad… ha prestado escasa con-
sideración a la realidad emocional de los seres sociales con-
cretos y a la realidad emocional de las sociedades (Bericat,
2000, 146).

A pesar de los cambios ocurridos en las sociedades occidentali-


zadas se parte de que persisten esquemas sociales (Sewell, 1992)
o estructuras sociales (Giddens, 1995) cuya pauta relaciona a los
hombres como jefes y proveedores en las relaciones familiares,
y a las mujeres como esposas y amas de casa. Así que a pesar de
las transformaciones hay representaciones sociales y esquemas
sociales que parecen asirse a conductas pasadas.
La incorporación de las mujeres en décadas pasadas
fue minoritaria en el mercado laboral así como en otros espa-
cios públicos en donde dominaba o bien domina de los hom-
bres. Razón por la cual la lógica masculina tiene un peso social
22

diferente, es dominante con respecto a las mujeres en tanto han


sido situados históricamente en una posición de superioridad,
estructura que se asienta en lo que llamamos el sistema patriar-
cal. Esta desigualdad histórica que favorece a los hombres es un
aspecto que no se debe dejar de lado a la hora de interpretar las
prácticas de las parejas.
Así que, las prácticas y los discursos de las parejas se ana-
lizan considerando las emociones pero a la vez no se pierde de
vista las visiones de mundo y las estructuras sociales y culturales
que han situado a los varones, históricamente, en una posición
de superioridad con respecto a las mujeres.
En los procesos de modernización de la sociedad con-
temporánea occidental se registra un aumento constante de la
participación de mujeres en el mercado de trabajo, en la política
y en la defensa de los derechos femeninos y humanos. Existe a
su vez un discurso en pro de los derechos de las mujeres que
poco a poco ha influenciado el marco institucional y legal en las
políticas públicas y en las prácticas cotidianas de las y los agentes
sociales. También se observa con claridad que el discurso femi-
nista ha permeado la vida social cuestionando la desigualdad,
las inequidades y la subordinación de las mujeres. Se han pro-
moviendo proyectos que favorecen el desarrollo de las mujeres,
transformando así discursos de “verdad” androcéntricos. Y, a su
vez se gestan discursos alternativos y se fomenta la organización
social y política de las mujeres en diferentes ámbitos de la vida
social económica y cultural.
A pesar de estas transformaciones al interior de las fami-
lias los cambios aún no son sustanciales, quizás porque las es-
tructuras –prácticas y esquemas simbólicos- son menos procli-
ves al cambio. Así que a los hombres se les continúa vinculando
con el mundo público y a las mujeres con el privado sin consi-
derar las particularidades de cada quien y la posición que tienen
en la estructura social. Se tiende a homogenizar la experiencia
de vida de los hombres y las mujeres sin considerar las diferen-
cias por razón de clase social, etnia y edad. También observamos
23

como persisten problemas como la violencia intrafamiliar y la


subordinación de las mujeres en la toma de decisiones en dife-
rentes ámbitos de la vida cotidiana. Además, tal y como vemos
en el presente libro las prioridades personales de las mujeres se
siguen relegando en las familias. Adicionalmente se observa que
a las mujeres se les sigue asignando el trabajo doméstico como
responsabilidad principal, lo mismo que el cuidado de los hi-
jos e hijas. Contradictoriamente ello ocurre en un escenario que
promueve ideológicamente el discurso de la igualdad de géne-
ro y se intenta desarrollar prácticas institucionales orientadas a
redefinir las relaciones de poder entre los géneros en el ámbito
público. En este sentido emerge la interrogante sobre los alcan-
ces reales de estos procesos macro sociales e institucionales. Nos
preguntamos si las políticas y programas que se adoptan son su-
ficientes para contribuir a la construcción de nuevas formas de
relación familiares y de pareja.
Por lo tanto el trabajo no pretende aislar los aspectos es-
tructurales de los microsociales, sino que opta más bien por un
esfuerzo de integración porque ambos espacios están interrela-
cionados. Para responder a dicha dinámica social se adoptó el
enfoque de análisis de la teoría de la estructuración de Giddens
(1995) quien ubica la vida cotidiana como el espacio per sé para
estudiar las prácticas y los discursos.
Desde nuestro punto de vista, el análisis de la vida cotidiana
permite a su vez una adecuada interrelación entre la dimensión
teórica y la metodológica (Heller, 1974 y Schütz, 1974). Esta pers-
pectiva achica el distanciamiento entre los discursos y las prácticas
y entre el mundo público y el privado. Por ser una relación dialéc-
tica que existe entre esos dos ámbitos que suelen retroalimentarse
y afectarse mutuamente.
Sobre los ámbitos aquí abordados con respecto al tema de
las modificaciones producidas en las relaciones de poder en las
parejas se decidió estudiar las prácticas y los discursos cotidia-
nos referidos a: 1) estrategias que ambas partes, sean del mismo
sexo o no, utilizan para negociar e identificar lo negociable y no
24

negociable en la toma de decisiones y en la vida cotidiana en


general; 2) distintas formas de ejercicio del poder, cómo se man-
ifiestas y que tipo de prácticas ejercen simetrías, asimétricas u
opciones intermedias. 3) prácticas de resistencia –conscientes o
inconscientes- que ejercen los agentes sociales ubicados en posi-
ción de subordinación 4) los conflictos y formas de convivencia
en que se expresan los mismos.
Estos aspectos permiten estudiar el ejercicio del poder y la
dinámica del mismo en la relación de pareja desde cada agente2
social. Así que el fenómeno se observa desde ocho dimensiones
de análisis que fueron consideradas como las más pertinentes
para el tema abordado, a saber: el afecto y el amor en la pareja,
las formas de ejercicio del poder, el uso del tiempo libre, las for-
mas de convivencia, la sexualidad, la administración del dinero
y recursos económicos, el cuidado y crianza de los hijos e hijas y
la distribución del trabajo doméstico.
En este estudio se parte de que la pareja es un espacio de
particular interés para analizar las transformaciones que están
generándose en las relaciones sociales de género entre hombres
y mujeres y personas del mismo sexo. Porque unos y otros han
sido socializados en el mismo contexto. Por ello se indagó sobre
si las parejas del mismo sexo se comportaban de forma similar
o diferente a las heterosexuales, al menos las consideradas en la
investigación.
Entonces se enfatiza en los vínculos entre las perso-
nas que a su vez están trasversalizados por los sentimientos.

2 Al referirnos a “los agentes” o “sujetos” sociales hacemos uso del artículo


masculino por tratarse de un concepto de carácter sociológico. En este
caso las personas –hombres y mujeres- son conceptualizadas como agen-
tes sociales en tanto tienen la capacidad de desplegar en la vida cotidiana
poderes causales, es decir tienen la aptitud de producir efectos y, por ello,
la capacidad de intervenir en el mundo, sus acciones no son solo repro-
ducción de asimilación de estructuras porque se puede tener intervención
en ella (Giddens, 1995).
25

Observando de esta forma la subjetividad y la racionalidad de


las personas. A su vez, la relación de pareja para ser compren-
dida desde su particular complejidad debe ser entendida como
una “unidad social” con dinámica propia. Por eso decimos que
la pareja es el espacio en donde se expresan formas primarias de
relaciones significantes de poder entre los géneros (Scott, 1990).
Es entonces expresión de procesos sociales, políticos, culturales
y económicos, es decir, macro sociales y micro sociales.
Así que considerando el carácter social de la pareja, se
realizó un análisis a partir del ámbito de la vida cotidiana con el
fin de reconstruir las prácticas y los relatos de hombres y muje-
res. Para lo cual se parte de la experiencia vivencial de hombres
y mujeres con el objetivo de adentrarse en el mundo de las re-
presentaciones socio-simbólicas, aspectos observados desde las
narraciones de las personas.
A su vez los cambios son analizados a partir del contexto
e historia personal, escenario en el cual se desarrollan las rela-
ciones de poder en las parejas y de la experiencia de vida de sus
protagonistas. Un punto nodal en este caso fue observar la pre-
sencia de hombres y mujeres en distintos espacios de participa-
ción como lo son el político, el educativo y el laboral. Pensamos
que dichos ámbitos pueden potenciar transformaciones en las
relaciones de pareja, puesto que podrían modificar la posición y
la condición de las mujeres al interior de la familia. Se parte de la
idea de que experiencias de las mujeres en espacios como la po-
lítica, la educación y el trabajo remunerado, generan esquemas
sociales alternativos y acceso a “nuevos” recursos. En particular
las mujeres han contado con menores espacios de participación
y se han desarrollado históricamente en situaciones de desigual-
dad. Así que las mujeres pueden apropiarse de recursos de forma
diferencial y gestar transformaciones al interior de las relaciones
de pareja. Siguiendo a Salles (1991) se considera que el estudio
de la familia permite relacionar lo micro y lo macro social, en
tanto existe una articulación entre “la familia y la sociedad” por
un lado, y “la familia y los individuos” por el otro. Para ello,
26

algunos autores y autoras han propuesto dos ejes de análisis que


posibilitan dicho relacionamiento: el proceso histórico y el curso
de vida de las y los integrantes de las familias (Yanagisako, 1979;
Hareven y Masaoka, 1988, Hareven 1982 y 1990; Jelin, 1984 y
1998a; Oliveira, 1992), aspectos que retomamos en esta investi-
gación y explicamos en la propuesta metodológica.
A continuación presentamos el orden en que se organizó
esta monografía. El primer capítulo presenta un balance general
de temáticas de interés tanto nacional, latinoamericana e interna-
cional sobre los cambios en las familias, las relaciones de poder y
los aportes de los estudios de género en dicha área de estudio. En
el segundo capítulo esbozamos el enfoque teórico en que se sus-
tenta la investigación y se presentan tanto los recursos de poder
como las dimensiones de análisis que fueron consideradas para
construir el instrumento del “tipo ideal de pareja democrática, así
como se refiere a la definición de la misma.
En el tercer capítulo se desarrolla el enfoque metodológi-
co utilizado en la investigación, por lo general, textos de esta ín-
dole suprimen detalles que tienen que ver con dichos aspectos,
pero, recientemente hay quienes nos inclinamos en socializar
parte de la estrategia metodológica desarrollada y aspectos que
tienen que ver con el trabajo que implica la misma. Con ello se
le da al texto una perspectiva didáctica que contribuye con el
proceso formativo de estudiantes y jóvenes investigadores/as así
como personas interesadas en la investigación social. Siendo la
investigadora profesora de cursos metodológicos y seminarios
de tesis en donde las y los estudiantes llevan a cabo sus propues-
tas de investigación, no puede dejar de lado dicho factor. Así
que, en el capítulo metodológico se explica la definición del tipo
ideal en tanto pareja democrática y además la forma en que se
construyó el instrumento que se utiliza para interpretar las entre-
vistas realizadas.
En los capítulos cuatro, cinco y seis ofrecemos el análi-
sis cualitativo de los resultados de la investigación. Una vez que
se realizó el análisis de las dimensiones consideradas se logró
27

identificar las más democráticas en cuanto a prácticas de poder


y que eran más susceptibles al cambio. De modo que el capítulo
cuatro está conformado por el análisis de las tres dimensiones
que se presentaron como las más susceptibles al cambio: el afecto
y el amor en la pareja, las formas de ejercicio del poder y el uso
del tiempo libre. El quinto capítulo remite a dos dimensiones de
análisis que fueron consideradas medianamente resistentes al
cambio: formas de convivencia y sexualidad. En el sexto se ofrece
el análisis cualitativo de las tres dimensiones que se identifica-
ron como las más resistes al cambio: administración del dinero
y los recursos económicos, cuidado y crianza de los hijos e hijas
y distribución del trabajo doméstico. Esta categorización, tal y
como se ha señalado anteriormente se obtuvo de la lógica de
análisis utilizada en la investigación. La clasificación permitió
la construcción tipológica de las parejas en relación con el estilo
de poder que se ejerce en su seno e identificar las dimensiones
más proclives o resistentes al cambio. Se finaliza el estudio con la
presentación de las conclusiones del estudio.

Amor y poder en las parejas contemporáneas, un tema de


particular importancia en la Costa Rica de hoy

Estudios realizados en América Latina plantean que los cam-


bios en la condición y situación de las mujeres pueden favorecer
transformaciones en las relaciones que establecen con sus pare-
jas y al interior de la familia en general. Con esa misma lógica
se esperaría también encontrar cambios en los hombres. Pero
romper con actitudes machistas producto del androcentrismo
del histórico dominio masculino por razones de sexo y género
no es sencillo, ni para hombres ni para mujeres, ni para hetero-
sexuales u homosexuales. Aun así identificamos más cambios
en las mujeres que en los hombres lo que muestra que las trans-
formaciones en ellas no dependen solo de procesos sociales o
28

institucionales. Lo negativo es que las actitudes que resisten la


igualdad entre los géneros pueden limitar la profundidad y cele-
ridad del cambio en las mujeres y en la sociedad.
En la vida cotidiana las diferencias prácticas entre hom-
bres y mujeres se explican en parte por la disimilitud sobre lo
que cada uno piensa que es la igualdad. Al respecto, Ulrich Beck
(2002) plantea que la palabra “igualdad” tiene un sentido dife-
rente cada cual. En términos genéricos para las mujeres significa
más educación, mejores oportunidades laborales, salarios justos
e igualitarios, distribución del trabajo doméstico, ausencia de
violencia intrafamilar, entre otros aspectos. Por su parte para los
hombres se traduce como más competencia, renuncia a carre-
ras que antes eran de su exclusividad, realización de actividades
propias del ámbito de la reproducción como trabajo doméstico
y crianza de los hijos e hijas. Al parecer, en este y otros estudios
realizados en Europa se encontró que los hombres piensan que
puede existir igualdad genérica manteniendo la vieja o tradicio-
nal división del trabajo. Por eso en el caso de los hombres se ob-
serva principalmente cambios en el discurso y no en la práctica,
mientras que en las mujeres se observan cambios en la práctica,
en el discurso y en la concepción de la vida.
Como ya se ha señalado, este trabajo trata de abordar la
temática de las relaciones de pareja desde una perspectiva com-
pleta, compleja y vinculante, el trabajo camina en esa dirección
y por ello analiza la dinámica que se desprende del poder y los
afectos en las parejas. Para lograr el objetivo se relacionó varios
aspectos considerados claves entender la dinámica de las parejas
como son: el amor y la sexualidad, el trabajo doméstico y el ex-
tradoméstico, la educación, la lucha por los derechos de las mu-
jeres, la igualdad, la política y la económica, bajo el entendido en
palabras de Beck-Gernsheim que para referirnos al matrimonio,
el trabajo y el dinero en las relaciones de pareja “se tiene que
hablar también de la educación, del trabajo, de la movilidad y
especialmente del reparto de la desigualdad” (2001,p. 32).
29

Esta afirmación es especialmente válida para el caso cos-


tarricense, país que se caracteriza por tener indicadores alenta-
dores con respecto a las mujeres en cuanto a su ingreso al mer-
cado de trabajo y a los niveles educativos alcanzados. Por lo cual,
contar con una visión compleja que permita observar la interac-
ción entre los distintos factores y la relación de género al interior
de las familias permitirá observar las diferencias objetivas, que
son reales y subjetivas. Si se considera que las disimilitudes de
género obedecen a estereotipos y a representaciones socio sim-
bólicas que giran en torno al dominio histórico de los hombres
sobre las mujeres, es obvio que dicha dinámica impida que se ge-
neren cambios más rápidos en las relaciones sociales de género.
En el contexto particular observamos que Costa Rica a
pesar de ser un país pequeño en cuanto a habitantes (aproxima-
damente 4.500.000) y extensión, es un lugar que que produce
riqueza relativa y mantiene índices positivos en su calidad de
vida. A pesar de ello en los últimos años se caracteriza por con-
tar con porcentajes de pobreza estancada alrededor de un 21% y
un aumento en la tasa de desigualdad. Sin embargo cuando se
le compara con otros países partiendo que no se trata de un país
desarrollado, sus índices no manifiestan tendencias negativas.
Por ejemplo tiene una posición favorable con respecto a los índi-
ces de género que realiza el Programa de Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD). La medición se ejecuta para identificar
el acceso diferencial de hombres y mujeres a recursos socioe-
conómicos y políticos en más de 200 países. La serie se elabora
a partir de tres variables los índices de “Igualdad de Género”
(IGD), el de “Desarrollo Humano” (IDH) y el de “Potenciación
de Género” (IEG). Con respecto al primero, para el año 1995
Costa Rica ocupaba el lugar 42 (el tercero con respecto al resto
de países latinoamericanos), en el IDH estaba en el puesto 28
(primero en América Latina) y con relación al IEG se posicionó
en el puesto 22 (primer lugar en América Latina) (Informe sobre
Desarrollo Humano, 1996.) A pesar de que en los subsiguientes
años Costa Rica ha bajado de posición, se sigue manteniendo
30

entre los países de la región con mejores resultados. Ocupando


en el año 2014 el sexto puesto después de Chile (41), Cuba (44),
Argentina (49), Uruguay (50) y Panamá (65) Costa Rica se posi-
cionó en el puesto 68, distanciándose de la mayoría de los países
centroamericanos menos Panamá; (PNUD, 1995 y 2014).
Llama la atención que con respecto al Índice de
Potenciación de Género, aspectos que en esta investigación de
particular importancia, el país ocupa los mejores puestos en
América Latina. En 1995 Costa Rica obtuvo la mejor clasifica-
ción de los países latinoamericanos, posición que se mantiene
siendo el año 2007 uno de los mejores cuando ocupó el puesto
24 a nivel mundial con un valor de 0,680.
A pesar de tales logros desde nuestro punto de vista la
igualdad de género y la potenciación de género no deben es-
tudiarse solo en la esfera política, es necesario ahondar en la
dinámica cotidiana de lo doméstico. En este sentido, lo que se
ha observado hasta ahora es que son pocas las modificaciones
en este ámbito. En el país existen pocas investigaciones cuali-
tativas y cuantitativas al respecto y las que existen en América
Latina y los países desarrollados indican que los hombres si-
guen participando muy poco de las actividades domésticas a
pesar de la creciente participación de las mujeres en el trabajo
extradoméstico, político y organizativo, (Cerrutti, 2002; Rojo y
Tumini, 2008; INEC Encuesta Nacional de Costa Rica del Uso
del Tiempo, 2004; Wainerman, 2005) tema que justamente se
analiza en esta investigación. Hay quienes enfatizan y estudian
las nuevas masculinidades, pero al parecer estamos aún ante un
fenómeno micro social que tiene por ahora poco impacto en la
estructura social y la cultura. Así que nos preguntamos ¿por qué
los hombres resisten el cambio? ¿será porque pierden más que lo
que pueden ganar con relaciones íntimas más simétricas?
No obstante, a pesar de las resistencias que manifiestan
los hombres, los estudios realizados acerca de las familias seña-
lan que vivimos en un contexto histórico en el cual se están sus-
citando transformaciones significativas en la esfera económica y
31

social, sin lugar a duda estas nuevas experiencias están impac-


tando a las personas y a las familias. Una de las modificaciones
más sobresalientes que destaca la bibliografía especializada es
la creciente participación de las mujeres en el mercado laboral.
Este proceso, en conjunto con otras modificaciones acaecidas en
los ámbitos educativo, informativo, organizativo y de las políti-
cas públicas, ha generado cambios sustantivos en las dinámicas
de la vida familiar aunque persiste la duda acerca del impacto
que dichos procesos tienen sobre la transformación en las rela-
ciones de género en dicho ámbito. Lo que aquí se desea enfatizar
es en que las nuevas condiciones sociales no conllevan de forma
automática cambios en las relaciones de género.
Por eso siendo que el interés analítico se centra en las re-
laciones de género y poder en la pareja, nos preguntamos si las
nuevas prácticas sociales que han generado las mujeres desde
distintos espacios de participación –política, laboral, organiza-
tiva, educativa- están promoviendo procesos de transformación
en las relaciones de poder en las parejas. De ser así indagamos
sobre cuáles son los cambios que reportan las nuevas prácticas.
También se plantea el tema de cómo viven los hombres y las mu-
jeres dichos cambios y cuál es la profundidad y celeridad de los
mismos.
En cuanto al poder, nos interesó indagar sobre qué tipo
de relación de poder se genera en la pareja. Y para hacer aún
más completo el estudio se decidió entrevistar a parejas hetero-
sexuales y homosexuales. La presencia de parejas gays permite
establecer diferencias e identificar la incidencia de patrones so-
cialmente adquiridos en las personas homosexuales.
Varias fueron las preguntas que nos hicimos: ¿qué tipo
de poder existe en las relaciones; uno democrático, que posi-
bilita el desarrollo de ambas partes que conforman la pareja,
o uno autoritario, asimétrico, basado en un esquema tradicio-
nal y patriarcal que favorece principalmente el desarrollo y la
autonomía de los varones? ¿Son influyentes en la relación de
pareja las innovaciones que introducen las mujeres en su vida
32

cotidiana? ¿Obedecen las nuevas prácticas a procesos reflexivos?


¿Son racionalizadas o están en parte motivadas por las trans-
formaciones macrosociales? ¿Remiten a prácticas rutinizadas o
motivadas por presiones sociales? Y, con respecto a la familia se
interrogó sobre la experiencia cotidiana de hombres y mujeres
en sus relaciones de pareja ¿estas generan modificaciones en el
tipo de relaciones al interior de las familias?
Por supuesto, como suele suceder en toda investigación
hubo varias premisas de las que se partió y nos parece oportuno
evidenciarlas por la importancia que tuvo en el desarrollo de la
investigación, a saber:
- Que las relaciones de poder en las parejas están signadas
por las de género, las cuales a su vez se han construido sobre
la base de la desigualdad y el predomino del poder masculino.
Sin embargo, durante las últimas décadas, en especial las que
van de los años 70 a los años 90, se han producido una serie de
cambios en el ámbito social, cultural y económico que inciden
en las relaciones de pareja y en la dinámica de las familias. Son
las mujeres más que los hombres las protagonistas de las nuevas
experiencias que a su vez están impactando de forma significati-
va el mundo público, nos referimos a la política, la economía, la
educación y la sociedad en su conjunto.
- Que los cambios que se producen en la vida íntima gene-
ran a su vez experiencias de negociación y resistencia principal-
mente por parte de los hombres. Las transformaciones cuestiona
la relación de poder “tradicional” al interior de las parejas que ha
sido predominantemente masculina. Este camino ha generado
encuentros y desencuentros y, por qué no decirlo, tensiones en-
tre los integrantes de las parejas. A pesar de ello es cada día más
evidente que hombres y mujeres desean convivir en relaciones
de pareja satisfactorias en donde ambas partes construyen pro-
yectos personales y colectivos y las decisiones se tomen de forma
democrática. Existe la intención de promoverse relaciones más
simétricas pero no necesariamente se dan cotidianamente.
33

- Que en la dinámica al interior de la unidad familiar se


promueve nuevas bases y mantener la unión no se fundamenta
únicamente en la idea del sentido común, la racionalidad y la
conveniencia, sino también en la existencia del amor y el sentido
de realización por parte de ambas partes, la primacía de mas-
culina tiende a cuestionarse . Por tanto la presencia del “amor
romántico” tiende a permanecer y acentuarse en la actualidad
(Díaz, 2004). Así, la realización afectiva adquiere un peso im-
portante en las relaciones de pareja y en las familias, fenómeno
que se observa con mayor claridad en las zonas urbanas que en
las rurales y con mayor evidencia empírica en las sociedades de-
sarrolladas (Castells y Subirats, 2007).
- Que a pesar de que en Costa Rica las familias nuclea-
res siguen siendo mayoritarias, las relaciones de poder pueden
modificarse en virtud de las experiencias personales y de los
cambios que se producen en el contexto social. Coincidiendo
con Beck y Beck-Gernsheim (2001) aunque exista una predomi-
nancia de las familias nucleares, en la práctica hay una destradi-
cionalización de las relaciones de las parejas y/o de las familias.
Razón por la cual, aunque la “estructura” familiar sigue siendo
la misma, las relaciones, las interacciones y las costumbres pue-
den variar en su interior. De esta forma las innovaciones que se
registran en el ámbito social no se generan solo a partir de las
transformaciones que se verifican en las estructuras, sino tam-
bién existen modificaciones en la práctica de las personas que
influye en las estructuras. Existe así una relación mutua entre
ambas esferas tal y como se ha venido señalando.
Dichos aspectos permitieron considerar temáticas más
específicas relacionadas con las relaciones de pareja y su dinámi-
ca dentro de las familias, el tipo de poder y las formas de convi-
vencia que se generan en ellas. Nótese el acceso cada vez mayor
de las mujeres a recursos materiales como el trabajo remunera-
do, la educación y la participación política y a recursos simbóli-
cos como acceso a información, discursos sociales alternativos
y la promoción de los derechos de las mujeres. Un número cada
34

vez mayor de mujeres se plantean el deseo de tener relaciones


equitativas con respecto a la toma de decisiones, administración
de los recursos económicos y materiales de la familia, prácticas
de sexualidad satisfactoria y realización de proyectos personales
entre otros.
Partimos, a su vez, de que aunque la participación de las
mujeres en el mercado de trabajo no necesariamente posibilita
una mayor autonomía emocional y de acción según lo indican
muchos estudios, el acceso a recursos propios acentúa en las muje-
res un mayor control sobre su propia vida, su cuerpo y su entorno.
Todo ello acaba trastocando, en la práctica, las relaciones de poder
tradicional en las parejas. Sin embargo, no perdamos de vista que
las nuevas prácticas no siempre implican procesos de empodera-
miento de las mujeres.
A su vez, la participación de las mujeres en otros espacios
como el político, organizativo y educativo genera un proceso
tensional en las relaciones de pareja, pues las mujeres cuestionan
la división sexual y de género del trabajo y el ejercicio exclusivo
del poder por parte de los hombres. Las mujeres que impug-
nan las relaciones tradicionales se han acercado o incluso han
interiorizado aspectos del discurso feminista o bien de defensa
de los derechos de las mujeres, aspectos que se han introducido
poco a poco en la vida social, familiar e individual.
Las relaciones de poder dentro de la pareja son hetero-
géneas, por lo cual notamos niveles de cambios diferentes, no
existe un único patrón. Tales cambios dependen en última ins-
tancia de las experiencias de cada persona, de los recursos ma-
teriales y simbólicos a los que ha tenido acceso y de sus valores
y expectativas con respecto a la relación de pareja y el poder.
La desigualdad persiste en las parejas y a veces es difícil iden-
tificarla porque las personas consideran que sus relaciones son
igualitarias se tiende a idealizar la misma, sin embargo, la inves-
tigación empírica nos indica que no es así. Hay asimetría mate-
rial porque los recursos económicos no se usan en igualdad de
35

condiciones, y por lo general quien tiene menos dinero es quien


tiene menos poder.
Siguiendo a Esteban, Medina y Távora (2004) se consi-
dera que el análisis del amor es crucial para poder desentrañar
mecanismos presentes en la subordinación de las mujeres y, más
en general, el funcionamiento del sistema de género y su posible
transformación. En la medida en que son ellas quienes suelen
anteponer sus sentimientos a la hora de tomar decisiones.
Ahora, pensemos en ¿Por qué se estudió parejas estables?
Pues porque nos permite observar aspectos propios de personas
que pueden hablarnos de su cotidianidad, diferencias y proyec-
tos en común a pesar de su deseos amatorios. Para los fines del
estudio una “pareja estable” es aquella que tenía al menos tres
años de convivencia, podían estar casadas, en unión libre o con
un “nuevo arreglo familiar” y nos esforzamos por incluir pare-
jas que conformaran distintos tipos de familias. Nos guiamos
siempre por aspectos metodológicos relativos al estudio sobre
la “vida cotidiana” y el “curso de vida”. Por tanto se parte de que
las experiencias previas de las personas son vitales en tanto “re-
presentaciones sociales” e “individuales” que se construyen en
el tiempo y que están presentes en cada experiencia e interac-
ción social del individuo. De esta forma, las experiencias de vida
previas son influyentes en la relación presente, así como las re-
presentaciones sociales que las personas tengan de ella. Por lo
general las relaciones no parten de “cero”, sino se llega a ellas
con experiencias que se han acumulado en el transcurso de la
historia personal. Captamos así, un tiempo y espacio particular
de esta vivencia, un instante en la vida de cada cual. Las percep-
ciones que compartió cada cual fueron válidas en ese momento
de su vida y pueden cambiar en el tiempo, así como sus vidas.
Por otra parte, cuando hablamos de “parejas estables” se
consideró que estas no necesariamente debían estar casadas o
vivir en la misma casa, pero para ser seleccionada debían ser
personas con relaciones que fueran más allá del noviazgo. Por
lo tanto las personas debían compartir proyectos conjuntos, uno
36

o varios gastos de manutención, convivencia al menos tempo-


ral aunque fuera por lapso de algunos días, semanas o meses.
También la presencia vivencial de una actitud de responsabili-
dad, solidaridad y apoyo mutuo hacia la persona con la que se
está, sea en casos de enfermedad, crisis personales, actividades
familiares, eventos sociales, así como con respecto a su vida en
general. La relación de pareja debe asumirse a nivel íntimo y
social y sabían que su relación tenía implicaciones en su vida
material y afectiva que los vincula como pareja. Las parejas se-
leccionadas podían ser parte de familias extensas, nucleares,
monoparentales, con o sin hijos/as, es decir la estructura fami-
liar considerada fue diversa3.
Así que, personas que pertenecen a una familia monopa-
rental, pluripersonal y unipersonal, si contaban con su pareja y
la relación era considera por ambos integrantes como estable,
fueron incluidos como casos de estudio. Tal es el caso de los nue-
vos arreglos familiares en los cuales cada integrante de la pareja
forma una familia unipersonal, al tiempo que en conjunto for-
man una pareja. La apertura en torno a los distintos tipos de
arreglos familiares supuso un reto de carácter metodológico que
en un principio no parecía tener solución.
Como se trata de un estudio que solo contempla personas
que viven en zona urbana, se delimitó el espacio a la Gran Área

3 A continuación se presentan los distintos tipos de estructuras o composi-


ción familiar considerados: Familia nuclear 1: formada por la pareja con
hijos/as solteros/as; familiar nuclear 2: formada por la pareja sin hijos/
as; familia extensa: formada por la pareja con hijos/as solteros y solteras
y casados/as, incluyendo a otros parientes y no parientes que viven en el
mismo hogar; familia monoparentales 1: Formada por un jefe con hijos/
as, con o sin otros parientes, pero sin cónyuge; familia monoparentales
2: formada por una jefa de familia, con hijos/as, con o sin otros parientes,
sin cónyuge; familia pluripersonal: formada por una jefa o jefe, sin cón-
yuge, sin hijos/as, viviendo con parientes y no parientes; familia uniper-
sonal: formada por una persona que vive sola (Salles, 1993 y Arriagada,
1997).
37

Metropolita GAM del país, también llamado Espacio Urbano-


Metropolitano. Incluye a la ciudad de San José secundada por
tres ciudades intermedias que mantienen un nivel de población
similar entre sí y que se ubican en el Valle Central (Heredia,
Alajuela y Cartago), a poca distancia de San José, (20 kilómetros
en promedio, ver Anexo 3, figuras 1 y 2). Ciudades que remiten
a un único espacio urbano, por su dinámica socio económica y
espacial, el mapa que se presenta como anexo nº1 permite ob-
servar la cercanía que existe entre las cuatro ciudades.

Características de las parejas entrevistadas

En el proceso de investigación se realizaron en total 48 entrevis-


tas. De las 24 parejas contactadas, se seleccionaron 20 porque
en cuatro casos solo fue posible entrevistar a una de las partes.
Las parejas entrevistadas cuentan con experiencias particulares,
son diversas y heterogéneas, como ya se mencionó correspon-
den a distintos tipos de familia aunque predominan las fami-
lias nucleares con hijos/as. Se logró contactar parejas lésbicas
(tres casos) y gays (un caso) lo que fue enriquecedor y permitió
profundizar en el tema. Las parejas pertenecen a dos sectores
sociales –bajos y medios-, y se contemplaron edades entre los
23 y 61 años de edad. La mayoría de las personas entrevistadas
son costarricenses, salvo en el caso de dos personas con nacio-
nalidad nicaragüense y otra estadounidense, las características
de las personas entrevistadas se amplía en el primer capítulo de
análisis.
La duración de las entrevistas fue diversa, en algunos ca-
sos fue de tres horas, en otros se extendieron hasta cinco y seis
horas, según el nivel de detalle con que se abordaran y desa-
rrollaran los temas plateados. En total se grabaron aproximada-
mente 140 horas de entrevistas.
38

Como mencionamos, se analizaron 40 personas, o sea 24


parejas. En total son 24 mujeres y 20 hombres, 16 de las parejas
son heterosexuales, tres lésbicas y una homosexual.
En la mayoría de los casos la entrevistadora tuvo la posi-
bilidad de compartir ciertos momentos con la pareja. En algu-
nas ocasiones se realizaron visitas informales antes del día de la
entrevista, lo que permitió ver ciertas pautas de comportamien-
to en la pareja. Las entrevistas fueron realizadas de forma indi-
vidual a cada persona. Se decidió realizarlas así para que cada
quien se sintiera libre a la hora de expresarse y para que no hu-
biese interferencia a la hora de responder. Cuando la entrevista
se realizó en la casa de las personas –en presencia de la pareja-
se solicitó que nos trasladáramos a un espacio más íntimo para
no tener interrupciones y evitar que la persona entrevistada se
sintiera escuchada.
El estudio contemplaba realizar entrevistas a parejas de
jóvenes entre los 20 y los 29 años. Sin embargo, fueron pocos los
casos de personas que se ubican en dicho rango de edad. Solo
hay dos parejas que pueden ser catalogadas como “parejas de jó-
venes” (ambas corresponden a parejas homosexuales). Hay más
personas jóvenes pero no pueden ser catalogadas como “pareja
joven” puesto que un integrante de la pareja tiene más edad. Este
factor va a limitar el análisis comparativo por condición etaria.
Situación que permite pensar en la necesidad de generar inves-
tigaciones que capten la experiencia particular de las parejas in-
tegradas por jóvenes.
La experiencia en general fue positiva y se obtuvo una
buena recepción y apertura por parte de las parejas, en la me-
dida en que ambas partes por lo general estuvieron interesados/
as en colaborar y mostraron un interés en la temática tratada.
Se tuvo que crear estrategias de organización y de análisis de la
información que permitieran establecer comparaciones válidas,
a efectos de extraer conclusiones de relevancia teórica, es decir,
descubrir o identificar relaciones significativas.
39

A continuación se puntean algunas características de las


personas entrevistadas con el fin de tener una idea general de
ellas. Para observar las diferencias entre ella se organizó la in-
formación por grupos. El primer grupo, que es el principal, está
formado por parejas heterosexuales que a su vez son corresidentes
o cohabitantes –este grupo representa en alguna medida la “nor-
ma”-. El segundo grupo lo forman parejas homosexuales (gay y
lésbicas) y el tercer grupo son parejas no corresidentes.
De los 24 casos, una de las parejas lésbicas cuenta con más
años de relación (29 años), aunque no de corresidencia. Hay dos
parejas, una heterosexual y otra gay, que cuentan con 3 años,
ambos casos en unión libre. En la mayoría de los casos corres-
ponde a parejas corresidentes: de las 40 personas, 36 son corre-
sidentes y cuatro no lo son.
En cuanto al estado civil, 32 de las 40 personas están ca-
sadas, diez viven en unión libre y dos son solteras -no corresi-
dentes-. Las parejas casadas tienen el mayor número de hijos/
as -que oscila entre 2 y 4 por pareja-. Quienes estaban solteros
no tienen hijos/as. Asimismo 4 parejas conviven con hijos/as de
parejas anteriores.
Sobre experiencias previas de pareja, las mujeres ofrecen
mayor diversidad: quince tuvieron relaciones de noviazgo (va-
rias antes de estar con la pareja actual), 5 tuvieron experiencias
de noviazgo y uniones libres y solo una no tuvo ninguna expe-
riencia previa. Otras tuvieron más de dos convivencias o bien es-
tuvieron casadas anteriormente. En los varones sus experiencias
anteriores remiten por lo general a noviazgos o bien a noviazgos
y convivencias, con trece y 6 casos respectivamente.
En general, se puede decir que la mayoría de la población
entrevistada cuenta con una pareja “tipo estable”, que forma par-
te de una familia nuclear compuesta por la pareja y los hijos o hi-
jas, y que conviven en la misma casa. Sin embargo, estas familias
nucleares tienen sus particularidades, unas conviven en unión
libre, otras están formadas por parejas homosexuales o lésbicas
y, en algunos casos, se convive con hijos y/o hijas de relaciones
40

anteriores (pareja de segunda o tercera nupcias o unión). Por


otra parte están las parejas que no son corresidentes, aunque son
minoría en las parejas contactadas.
Otro aspecto que debe señalarse y resaltar es que en la
mayoría de las parejas al menos uno de los integrantes contaba
con experiencias de convivencia y/o matrimonio previas. Lo que
nos habla de la ruptura de un “patrón” de comportamiento de las
personas con respecto a la idea de matrimonio típico de la so-
ciedad moderna occidental. Que concebía el matrimonio como
una unión que debía perdurar “para siempre” principalmente en
los países con una presencia fuerte y de peso de la religión cató-
lica romana. Este es un aspecto central, pues en la actualidad las
parejas no consideran sus uniones “para toda la vida”.
Desde esta óptica, la heterogeneidad de las parejas ofre-
ce una riqueza particular para analizar las relaciones de pareja,
más allá de las diferencias por ingreso, categoría ocupacional o
el nivel educativo, Recursos que como se verá a lo largo del aná-
lisis impacta la relación de poder en las parejas. Con respecto
a la educación, ocupación y calificación de las parejas a veces
existe cierta homogeneidad en cada caso. Entre los entrevistados
hay más hombres que mujeres profesionales y pensionadas. En
el caso de los varones sobresalen las actividades de producción,
seguidas por otras actividades como abogado, chofer, consultor,
cuenta propia, ebanistería, operarios, profesor universitario.
Ocho de las parejas pertenecen al sector social popular
–de acuerdo a sus ingresos,4 el tipo de empleo y el nivel educa-
tivo. Otras seis parejas calificaron como pertenecientes al sector
medio profesional, las restantes son de sector medio.
El cuadro 1 muestra información socio demográfica de
las parejas, con el fin de identificar las características generales
de las personas entrevistadas; aspectos que son retomados en el
análisis puesto que remiten recursos materiales y simbólicos de

4 Salarios que son inferiores a 250.000 colones ($600) a un tipo de cambio


de 416 colones, considerando el año 2003 como referencia.
GRUPO 1. Seudónimo y edad Nivel educativo Trabajo Actual

Hombre Mujer Hombre Mujer Hombre Mujer


1. Celia (61) Irma (55) Licenciada Bachiller Pensionada Pensionada
Consultora
2. Andrés (35) Lily (43) Master Diplomado U. Productor Floristería
audiovisual Sec. Info
3. Jorge (45) Megui (41) Licenciado Master Técnico Director. Inst.
profesional pública
4. Jesús (44) Rina (44) Diplomado U. Licenciada Ebanista Prof. preescolar

5. Anabel (55) Lorena (53) Master Licenciada Pensionada Pensionada


Consultora Consultora
Cuadro 1

6. Mauricio (44) Elda (34) Licenciado Master Consultor Director


ONG Ejecutivo
7. Manuel (43) Elda (42) Licienciado Sec. Completa Productor Recepcionista
multimendios
8. Walter (46) Marta (46) Licenciado Licenciada Profesor Administradora
universitario
Características de las parejas entrevistadas

9. Gerardo (24) Ana (43) Sec. completa Sec. Incompleta Depend. Soda Administradora

10. Victoria (28) Carla (30) Licenciada Sec. Incompleta Jefa mercadeo Miscelánea
GRUPO 1. Seudónimo Estado Civil Años como N. de hijos Sector social Experiencias previas
pareja
Hombre Mujer Hombre Mujer
1. Celia Irma Unión libre 29 0 Medio prof. Noviazgos y Noviazgos
convivencias
2. Andés Lily Casados 8 3 de ella Medio Noviazgos 1 matrimonio
1 unión libre
3. Jorge Megui Casados 20 1 Medio prof. Noviazgos Noviazgos
4. Jesús Rina Casados 17 2 Medio Noviazgos Ninguna
5. Anabel Lorena Unión Libre 8 2 cada una Medio prof. Nov/matri/ Noviazgos
convivencia. Matrimonio
6. Mauricio Elda - 5 0 Medio prof. Noviazgos Noviazgos
7. Manuel Elda Casados 10 0 Medio Noviazgo, Noviazgos
unión libre
8. Walter Marta Casados 21 2 Medio Noviazgo Noviazgos
9. Gerardo Ana Unión Libre 3 4 (ella) 2 (él) Popular 2 uniones libre Noviazgos
10. Victoria Carla - 9 0 Medio Noviazgos Noviazgo y
convivencia
GRUPO 2. Seudónimo y edad Nivel educativo Trabajo Actual

Hombre Mujer Hombre Mujer Hombre Mujer


11. Bernado (34) Luz María (32) Primaria Comp. Primaria comp. Pensionado y chofer Miscelánea

12. Gilberto (37) Gabriel (32) Licenciado Universitario Incompleta Abogado y notario Gerente de recur-
sos humanos
13. Fabricio (36) Sabrina (28) Master Bachiller U. Prof. Universitario Manualidades
eventual
14. Lorenzo (37) Teresa (34) Sec. Incompleta Sec. Incompleta Operario en maquila Administración de
centro inf.
15. Armando (44) Rosemary (40) Sec. Incompleta Sec. Completa Carpintero Oficios domésticos

16. Pedro (35) Marilyn (33) Sec. Incompleta Sec. Completa Misceláneo “Ama de casa”

17. Camilo (46) Mercedes (42) Sec. Completa Sec. Completa Pensionado “Ama de casa”

18. Rodrigo (38) Marlen (38) Sec. Incompleta Sec. Incompleta Chofer Oifcios domésticos

19. Francisco (37) Cecilia (41) Licenciado Sec. Completa Contador público Cajera de
repostería
20. Jerónimo (36) Miriam (43) Sec. Incompleta Sec. Completa Operario industrial “Ama de casa”
GRUPO 2 . Seudónimo Estado Civil Años como pareja N. de hijos Sector social Experiencias previas
Hombre Mujer Hombre Mujer
11. Bernardo Luz María Casados 17 3 Popular Noviazgo Ninguna
12. Gilberto Gabriel 3 y medio 1 Medio prof. Noviazgos y 2 Noviazgos y 1
Unión libre convivencias convivencia
13. Fabricio Sabrina Casados 4 0 Medio Noviazgos Noviazgos
14. Lorenzo Teresa Casados 11 3 Popular Noviazgos Noviazgos
15. Armando Rosemary Casados 17 2 Popular Noviazgo, Noviazgos
unión libre
16. Pedro Marilyn Casados 14 3 Popular Noviazgos Noviazgos
17. Camilo Mercedes Casados 20 4 Popular Noviazgos Noviazgos
18. Rodrigo Marlen Casados 20 3 Popular Noviazgos Noviazgos
19. Francisco Cecilia Casados 15 3 Medio Noviazgos Noviazgos
20. Jerónimo Miriam Casados 12 1 de él Popular Noviazgos Noviazgos
45

cada quien. El cuadro también permite observar el nivel educa-


tivo de cada persona, la ocupación y calificación, definidos en la
investigación como recursos de poder.
Finalmente es importante señalar que la población fue
seleccionada de forma intencional, con base en los criterios es-
tablecidos y como tal no corresponde a una muestra represen-
tativa. Sin embargo, es interesante notar como algunos aspectos
que se observan en las estadísticas a nivel macro social se refle-
jan en las personas entrevistadas. En especial las diferencias en
la participación de hombres y mujeres en el mercado laboral y
la remuneración, donde las desigualdades de género se hacen
evidentes. Las mujeres que entrevistamos suelen tener mayor
nivel educativo que los varones e incluso hay más mujeres con
título de doctorado y maestría que hombres, pero estos están
en general mejor remunerados o tienen un empleo con mejores
condiciones laborales. Las mujeres son quienes por lo general
realizan actividades informales, no tienen una entrada fija y por
ello se considera que su aporte es un apoyo –o complemento- a
la economía de la familia. Las trayectorias de vida de las parejas
muestran como el ser madre afecta el trabajo extradoméstico de
las mujeres. Lo que incide en el salario, pues compiten en el mer-
cado laboral con menos años de experiencia, realizan trabajos
con horarios parciales y tienen trayectorias interrumpidas por
el embarazo, parto y primeros meses o incluso años de cuidado
de los hijos/as.
Capítulo 1
Las familias y los procesos de cambio, los
afectos y el poder

El apartado trata sobre los recientes cambios en las familias con-


temporáneas, el poder y los afecto en las relaciones de pareja. Se
hace un balance crítico de cómo ha sido estudiado en América
Latina las modificaciones en las familias y se realiza una conci-
sa caracterización para el caso costarricense. Sobre el tema del
poder y los afectos recurrimos a estudios latinoamericanos y de
países desarrollados en ausencia de análisis nacionales.
En las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del
XXI, se han realizado cantidad de estudios en diferentes países
que dan cuenta de las transformaciones habidas en las familias.
Por ejemplo, la creciente participación de las mujeres en el mer-
cado laboral y en el mundo de lo político, así como el aumento
de su nivel educativo favorecen el cuestionamiento del modelo
patriarcal de la familia nuclear tradicional, así como sus prácti-
cas, organización y composición. En américa Latina se ha pres-
tado especial atención a los estudios que dan cuenta de dichos
procesos a lo largo de al menos tres décadas. Se han realizado
consistentes estudios que observan los cambios en las últimas
tres décadas (Benería, 1992; Chafetz, 1991; Oliveira, 1999;
Oliveira y Ariza, 2000; Rendón, 2000; Wainerman, 2000, 2002,
2005 y 2007; Reuben, 2009, 2002, 2000; Cea, 2007, Marina (s.f.)
entre otras/os). Por su parte, los estudios más recientes sobre la
48

familia se han nutrido considerablemente de la perspectiva de


género. Estos estudios cuestionan las limitaciones de los análisis
funcionalistas así como la visión dualista que persiste en la ma-
yoría de trabajos sobre la cultura, la naturaleza, la familia y la
sociedad. El enfoque de género sobre las familias enfatiza en la
necesidad de considerar el mundo público y privado como una
unidad (García y Oliveira, 1996 y 2006).
También se han estudiado los cambios demográficos
como la reducción de las tasas de fecundidad, el aumento en la
esperanza de vida, la concentración del ciclo reproductivo en las
primeras etapas de la unión conyugal que inciden en la confor-
mación de la familia y su institucionalidad.
Los trabajos demográficos identifican transformaciones
significativas en la estructura familiar tales como la reducción
del tamaño de las familias, el incremento en las relaciones pre-
maritales, el aumento en el número de hogares en los que ambos
cónyuges trabajan y el incremento de los hogares uniparenta-
les entre otros elementos significativos (familias pluripersonal
y unipersonal) (CEPAL, 1994; Arriagada, 1997, 2004 y 2007;
Chant, 2003; Robichaux, 2007).
Las transformaciones identificadas en los procesos de for-
mación y disolución de la familia han dado origen a un debate.
Hay quienes hablan de una crisis de las relaciones de poder pro-
pias de la familia nuclear biparental y otros que enfatizan en la
emergencia de una familia menos patriarcal basada en una auto-
ridad menos jerárquica entre la pareja y entre las generaciones.
En este último caso se señala que el poder es menos simétrico
aunque no desaparecen las diferencias en su totalidad (Castells,
1998).
En este texto se parte de que la familia nuclear tal y como
la entendemos hoy día se desarrolló junto con el modo de pro-
ducción capitalista, proceso en el que se acentúa la división ge-
nérica del trabajo al interior de la unidad doméstica. El “pater
familias” se consolida como figura de autoridad en un grupo
reducido, ejerce control y poder e incluso se sobrepone como
49

patriarca a las diferencias de clase. Desde distintas corrientes fe-


ministas se indica que los pactos patriarcales han cumplido un
papel estratégico que explica en parte las desigualdades de géne-
ro5 (Izquierdo, 1998; Amorós, 2006, 2005). Aunque los cambios
señalados no sean de gran envergadura suponen una modifica-
ción significativa dentro del cúmulo de transformaciones que
ha experimentado la familia como institución (Morales, 2005;
Rejado, 2000).
Otros estudios señalan que en la actualidad asistimos a un
proceso de cambio en la estructura familiar originado por otros
procesos sociales que la impactan, como es la incorporación de
las mujeres al trabajo extradoméstico, temática ampliamente es-
tudiada (Díaz et all, 2004b; Flaquer, 1998; Rejado, 2000; Oliveira,
1999; Oliveira y Ariza, 2000; Ariza y Oliveira 2008, 2003, 2001,
1999; Rendón, 2000; Wainerman, 2000, 2002, 2005 y 2007; Cea,
2007; Paredes, 2008; entre otros).
Los procesos sociales particulares, la pluralidad y el cam-
bio observable en las familias en Europa, Canadá y Estados
Unidos, a veces difiere del proceso que se verifica en los países
latinoamericanos. De igual forma, se identifican diferencias en-
tre los países que integran los distintos continentes y al interior
de cada país. De modo tal que, aunque la familia tradicional no
ha desaparecido, hay consenso en que su importancia cuanti-
tativa disminuye en la medida en que surgen nuevas formas de
vida en familia. Asistimos a nuevos arreglos familiares como son
las uniones de visita, arreglos no residenciales, la cohabitación
y nuevas formas de convivencia, por ejemplo jóvenes trabaja-
dores/as o estudiantes que comparten un mismo espacio o el
impacto de la migración entre otros (Beck y Beck-Gernsheim,

5 En palabras de Amorós “el patriarcado es así un sistema de implantación


de espacios cada vez más amplios de iguales en cuanto cabezas de familia,
es decir, en cuanto controlan en su conjunto a las mujeres, a la vez de des-
iguales jerarquizados en tanto que, para ejercer tal control, dependen los
unos de los otros” (Amorós, 2006:114).
50

2001; Jelin, 1994; Oliveira, 1998a; Szasz, 1999; Burin y Meler,


1998 ; Ariza y Oliveira, 2001, 2008; Cea, 2007).
Existe así, un esfuerzo sistemático y significativo en el es-
tudio de las familias que hablan de la necesidad de contar con
un nuevo enfoque para el análisis de la estructura, composición
y dinámica de los hogares o bien de las familias. A finales de
la década del noventa del siglo pasado los estudios enfatizaban
cada vez más la necesidad de encaminar la investigación de los
hogares no como unidades homogéneas o como un conglome-
rado de personas estructuradas en torno a la figura de un jefe del
hogar, sino de la existencia de diferencias tanto de edad como
sexo a lo interno del mismo. Se señala que las personas que inte-
gran el hogar establecen relaciones de competencia en relación
con el acceso y distribución de los recursos y oportunidades que
disponen para sobrellevar su vida, pero también se genera coo-
peración entre las personas en función del logro de metas com-
partidas. El intento de estas autoras y de muchas otras (González
de la Rocha, 2000; Seagalen, 1997; Hareven, 1990; Jelín, 1994;
Dwyer y Bruce, 1988; Yanagisako, 1979 y otros) consiste en pre-
sentar un nuevo enfoque para estudiar la estructura, composi-
ción y dinámica de los hogares.
En Costa Rica aunque los estudios realizados no son tan
numerosos como en otros países de la región, no nos hemos
quedado al margen del debate acerca del papel de la familia, de
la crisis de la misma y de sus transformaciones. Algunas de las
investigaciones realizadas señalan que uno de los cambios más
notorio es la reducción del tamaño de las familias en la década
del 90, para el 2005, el tamaño promedio de la familia llegó a ser
de 3.7 integrantes. En cuanto a la composición de las familias,
los estudios plantean que, aunque los hogares nucleares siguen
siendo mayoritarios. Hay una modificación en el tanto su peso
relativo es hoy menor y el número de integrantes tiende a redu-
cirse (Vega, 1994, 1997; 2001, Reuben, 2009, 2001, 2000, 1992;
Programa Estado de la Nación, 2004). Para el 2002, el porcentaje
de hogares nucleares fue del 70%, en segundo lugar aparecen
51

los hogares extensos con un 20% y el restante 10% se distribuye


entre los hogares compuestos y los unipersonales.
Lo relevante a destacar es el predominio de los hogares
nucleares, lo que hace desde nuestra percepción, que los estu-
dios que tratan los cambios en las familias en Costa Rica presten
poca atención a otras modificaciones sociales. Se enfatiza poco
en las novedades de la estructura familiar pese a que existe un
aumento contundente en la última década de los divorcios en
el país (Reuben, 1992, 2000 y 2009; Vega, 2003b). Las familias
con jefatura en condición de divorcio se duplicaron pasando de
2,0% en 1984 a 4,2% en el 2000 (Programa Estado de la Nación,
2004). Los divorcios forman parte de la dinámica de cambio
con respecto a la lógica social del matrimonio porque ya que no
es visto como un sacramento eclesiástico indisoluble (Salles y
Tuirán, 1996).
Al respecto en Costa Rica se estima que la duración me-
dia del matrimonio terminado en divorcio en 1995 fue de 14,5
años la cual ha tendido a disminuir de manera muy atenuada
siendo para el 2001 de 13,65 y en el 2005 de 13,24 años. Por
lo tanto, debemos considerar que las parejas que recurren a la
legalización de su unión y posteriormente se separan, se mantie-
nen juntas por un período relativamente largo (Reuben, 2009).
Entonces, posiblemente algunos investigadores/as consideran
que al no existir transformaciones significativas en la estructura
organizativa de los hogares costarricenses, no existen tampoco
cambios importantes de analizar en las relaciones al interior de
los mismos.
Otro aspecto relevante con respecto a las familias es el in-
cremento de los hogares jefeados por mujeres, en especial los
hogares con hijos e hijas y sin compañero. Estudios relacionados
que analizan la dinámica al interior de las familias jefeadas por
mujeres sin cónyuge reportan prácticas menos violentas que en
las familias donde la jefa de la familia convive con su cónyuge.
Estos trabajos concluyen que los varones sienten que han fraca-
sado en su papel de proveedor y hacen uso de la violencia física y
52

psicológica para reafirmar su autoridad que consideran pérdida


o desplazada (Oliveira, 1998ª; Casique 2007).
Igualmente en Costa Rica se cuestiona la relación que se
ha establecido entre jefatura femenina y pobreza, porque dicha
percepción alimenta estereotipos de género y “victimiza” a las
mujeres (Cordero, 1998; Cordero, 2001 y Mora, 2004). Dichos
estudios consideran que se debe distinguir a las jefas económi-
cas de las no económicas y considerar las diferencias de acuer-
do a condiciones laborales de las mismas. De los datos que se
presentan se desprende que son las jefas no económicas las que
se encuentran en una posición más vulnerable. Este grupo se
caracteriza por tener un nivel educativo menor, realizar activi-
dades de tipo informal en el sector servicios y de la ausencia
casi total de participación en espacios de organización social
(Cordero, 2001). Se muestra como la proveeduría en la mayoría
de los hogares tiende a ser compartida y que la figura del hombre
como jefe de familia parece desdibujarse ante la participación de
todos los integrantes de la familia.
En nuestro país también se observan cambios en las je-
faturas de hogar con respecto a su estado conyugal. Se señala
que los hogares con jefatura femenina en condición de divorcio
se duplicaron entre 1984 y el 2000, de 2,0% a 4,2% respectiva-
mente. Mientras que las familias con jefatura en condición de
casadas descendieron de 61,9% en 1984 a 55,3% en el 2000, y
las familias con jefes y jefas en uniones de hecho aumentaron de
13,8% a 18,8% (entre 1984 al 2000 respectivamente, ver Anexo
estadístico, Cuadro 2 para el año 1984 y Cuadro 3 para el año
2000). Estos datos son interesantes, podemos suponer que las
relaciones en las familias donde la jefatura es ejercida por una
mujer puede ser distinta a aquellas en donde son los hombres
los jefes.
En esta investigación, varias son las parejas en donde son
las mujeres las jefas del hogar, en la medida en que ellas son
quienes tienen un empleo estable y el salario que ganan es mayor
que el de sus conyugues. Por eso se consideró interesante incluir
53

distintos tipos de composición y estructura familiar, con el ob-


jetivo de captar la diversidad y desde allí, hacer el análisis de las
relaciones de poder en las parejas. Como se trata de un estudio
cualitativo en dónde la cantidad de casos que se incluyeron no
permite la generalización, se optó por la diversidad con el fin de
ampliar el espectro de estudio.

El uso del tiempo y las diferencias de género en las


familias

En este estudio se estimó necesario mostrar las diferencias de


género entre el trabajo reproductivo y el productivo. El análisis
del uso del tiempo permite observar las disimilitudes por razón
de sexo, razón por la cual pensamos en la pertinencia que tiene
en este trabajo indagar sobre tal dimensión.
Una de las herramientas que se ha utilizado para estudiar
el impacto del tiempo, son las encuestas sobre el uso del tiem-
po al permitir captar el tiempo que hombres y mujeres dedican
a gran cantidad de actividades que ejecutan. La dificultad para
estudiar y captar el uso del tiempo radica en que las personas
acostumbran realizar más de una actividad al mismo tiempo, so-
bre todo las que se realizan desde el ámbito reproductivo. Por la
simultaneidad en que se realizan las tareas por lo general se pon-
dera una más que otras, lo que a su vez está asociado con el valor
social que se le asignan a las actividades en general (Luhmann,
1985).
Aunque las encuestas del uso del tiempo se realizan desde
hace varias décadas, recientemente al análisis de las actividades
domésticas se le ha prestado más atención. Es éste enfoque el
que permite observar la forma de actuar de las mujeres en su
cotidianidad, captando con mayor detalle sus diversas tareas y
el tiempo que le dedican. De modo que los enfoques más re-
cientes contribuyen a identificar de mejor forma las diferencias
54

y, sobre todo, las desigualdades entre hombres y mujeres en el


tiempo que dedican al trabajo doméstico y extradoméstico. La
distinción entre actividades principales y secundarias presupo-
ne un consenso social y dificulta la identificación para medir
las mismas. Las encuestas han tratado de captar toda actividad
entre ellas el tiempo dedicado al cuidado personal, al cuidado de
terceras personas, al trabajo remunerado, al estudio, a las labores
domésticas y al descanso y la recreación.
Las encuestas del uso del tiempo han proliferado en los
países desarrollados. En Dinamarca se realizan cada cinco años,
en Francia y Gran Bretaña cada diez. En América Latina los es-
fuerzos son más recientes. La inquietud se retoma a partir de la
Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing
(1995). Caso particular es el cubano en donde existían estudios
relacionados con el uso del tiempo desde 1985 (cuando se eje-
cutó la Encuesta Nacional de Presupuesto de Tiempo). Por su
parte, en México se incluye un módulo sobre Uso del Tiempo en
la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares (1996, 1998). En
Costa Rica se realizó la primera encuesta a nivel nacional en el
año 2004 y en el 2011 se hizo la segunda solo para la Gran Área
Metropolitana (GAM). Recientemente el Instituto Nacional de
la Mujer (INAMU) sacó un estudio en el que se analiza el tiempo
que hombres y mujeres dedican al trabajo doméstico, de nuevo,
queda en claro la desigualdad que sigue persistiendo con un re-
sultado desfavorable a las mujeres (INAMU, 2014).
Finalmente señalemos que, muy relacionado con los estu-
dios relativos al uso del tiempo, surge el de la conciliación entre
el trabajo familiar y el laboral. Los estudios, incluso las políticas
sociales que se han gestado en Europa para atender el proble-
ma del recargo de las responsabilidades de las mujeres producto
de su incorporación cada vez mayor al mercado de trabajo han
generado un importante debate en los últimos años. Quienes
apoyan las políticas de conciliación entre el tiempo dedicado al
trabajo doméstico y al extradoméstico consideran que es una sa-
lida positiva que atiende las necesidades de las mujeres. Quienes
55

critican las políticas de conciliación que se han desarrollado en


Europa indican que esta esconde la división sexual y de género
del trabajo y de nuevo recae la responsabilidad del cuidado y
crianza de las y los hijos y de la familia en las mujeres. Al respec-
to señalan que las políticas de conciliación en lugar de generar
prácticas que responsabilicen e incorporen cada vez más a los
hombres en dicha actividad, acentúan la responsabilidad histó-
rica en las mujeres (Torns, 2005, 2004, 2001 y 2000; Fernández
y Constanza, 2005; Martínez, 2007, Arriagada 2005). Así, lo que
se consideró positivo para que las mujeres se integraran al traba-
jo extra doméstico, por ejemplo, generar horarios flexibles más
ajustados a sus necesidades, en la práctica estimula el aliviana-
miento de las responsabilidades en la crianza de las y los hijos
en los hombres. He aquí la contradicción en un tema, que trata
de forma directa el problema del tiempo y el trabajo, tema que
unos lo consideran nuevo y otras lo consideran un viejo tema
con una nueva mirada; el viejo tema de la relación entre trabajo
productivo y reproductivo (Torns, 2005).

El poder y el afecto en las relaciones de pareja

La temática que se trata en este apartado hará referencia a las


investigaciones que se han realizado en América Latina y el resto
del mundo. Se retoman estudios que se han realizado que tratan
este interesante y apasionante tema de particular interés en este
libro.
El tema de las relaciones de pareja, el amor y el poder se
ha tratado de forma esporádica por diversas corrientes analíti-
cas. Los principales fundamentos se encuentran en la poesía y la
filosofía, en menor medida en estudios historiográficos, socioló-
gicos o psicológicos. Autores/as como Luhmann (1985), Dubby
(1988), Boltaski (2000) nos presentan estudios socio históricos
que nos permiten comprender el tema del amor, el matrimonio
56

y la pareja humana en el tiempo. Los estudios socio históricos


permiten observar las modificaciones en el tiempo, trabajos que
enfatizan en la normatividad e institucionalidad de estos con
los procesos socioeconómicos del período en cuestión. Quienes
han profundizado en un determinado período histórico obser-
van la presencia de la reminiscencia medieval del amor que se
expresa en la pareja como una forma manifiesta de deseo y nece-
sidades emocionales, aunque ésta no es la única forma de amar,
es una más que se ha perpetuado en el tiempo. Paralelamente
no solo se estudia la pareja formal, institucionalizada, sino en
el estudio sobre los tipos de amores que rompen con la idea del
matrimonio como principal manifestación del mismo, como
son los amores ocasionales, los furtivos o clandestinos. Sea cual
sea la realidad que se retrate, los estudios también dan cuenta
en dichas relaciones de expresiones de dominación, jerarquía y
violencia (Izquierdo, 2000; García, 2006 y Gonzalbo et all. 2013)
rompiendo con la idea del romanticismo como expresión per se
sobre el objeto del amor o bien, sobre ese sujeto objetivado que
ha sido la persona amada.
Tema de particular interés son los estudios que relacionan
el dinero y el amor. Trabajos como los de Blood y Wolfe (1960)
fueron pioneros en esta dirección, al analizar de forma específica
el vínculo entre el dinero y las relaciones de pareja haciendo uso
de la teoría de los recursos para dicho fin. Plantearon que el po-
der al interior de la familia se relaciona con el nivel de ingresos
y el prestigio derivado de realizar un trabajo remunerado. Por
su parte, trabajos como los de Alberdi (2001), de Ussel (1986)
y Flaquer (1991) analizan los cambios que se ha identificado en
la estructura de las familias que tiene como causa directa el au-
mento significativo de las parejas de doble ingreso y por tanto
aportan hallazgos en esta dirección.
Sin embargo, recientes investigaciones en Estados Unidos,
Canadá, y Europa (Alemania, Suecia, España y Francia) señalan
que las desigualdades persisten al interior de las familias y que,
en alguna medida encubren de forma consciente o inconsciente
57

las relaciones de género tradicionales. En otras palabras, a pesar


del creciente acceso de las mujeres a los recursos económicos,
materiales, educativos y políticos, ahí se continúa promoviendo
el poder y la dominación masculina. El estudio comparativo que
se realizó en Alemania, España, Estados Unidos y Suecia sobre
las relaciones de poder en las parejas señala que, no obstante
las diferencias culturales e institucionales entre esos países, el
ideal de la pareja simétrica está presente pero las prácticas mues-
tran lo distantes que están las parejas de tener relaciones igua-
litarias entre hombres y mujeres (Nyman y Reinikainen (2001),
Capitolina, Dema, Ibáñez, Díaz, Allmendinger, Stocks, Wilson,
Hallerod, Nyman y Reinikainen (2004), Capitolina, Díaz, Dema
e Ibáñez (2005), Dema (2006), Gaviria (2007). Se constata que
las mujeres no han logrado, en la práctica, el mismo nivel de
independencia y autonomía que los hombres. Tal y como lo in-
dican las investigaciones la idea de la igualdad de género en las
relaciones de pareja queda más circunscrita al ámbito del dis-
curso y de la intencionalidad que de la realidad mediada por el
afecto entre las personas que conforman la pareja (Díaz et al.,
2004a y Díaz Capitolina; Díaz Cecilia, Dema e Ibáñez, 2004b)6.
Así como Oliveira, García, Arriagada, Casique,
Wainerman entre otras autoras, son un referente importante

6 El proyecto de investigación sobre relaciones de género y poder en los


procesos de toma de decisiones en el ámbito privado se ejecutó durante el
2003 y 2004. El informe presenta aspectos teóricos, metodológicos y los
resultados de los cuatro países en cuestión: España, Alemania, Suecia y
Estados Unidos. En tres de los casos estudiados se realizaron entrevistas
a profundidad a parejas en las que tanto los hombres como las mujeres
tienen un trabajo remunerado; en el caso español se incluyó a parejas en
las que las mujeres eran amas de casa. Al igual que en el libro de Díaz
et al. (2004a) ésta investigación analiza si la independencia económica
de las mujeres las empodera y en qué sentido, o si por el contrario, no
reduce su subordinación. Los estudios concluyen que las parejas expresan
una contradicción, de forma directa o indirecta, casi todas las parejas en-
trevistadas señalan que la práctica real acerca del gasto y del reparto del
dinero no siempre coincide con la intención de llevar a cabo un reparto
58

en Latinoamérica en el tema de la participación de las mujeres


en el mercado de trabajo y sus efectos en la dinámica familiar.
Por su parte Coria, Sandra Dema y Capitolina Díaz lo son en
el tópico del dinero, el afecto y las relaciones de poder en las
parejas. El trabajo de Dema del 2006 indaga sobre cómo las
parejas modernas organizan su vida diaria y de cómo la in-
dividualización se ve reflejada en las vidas de las personas. Y
los textos de Coria (1991, 1997 y 2001) señalan la capacidad
de dar de las mujeres en nombre del amor. Desde su pers-
pectiva ellas dejan de verse y sentirse a sí mismas para estar
en función de sus parejas, hijos/as y demás integrantes de la
familia. Prevalece así el sacrificio antes que la idea de reali-
zación personal.
En oposición a los planteamientos de Coria los trabajos
de Beck y Beck-Gernsheim (2001) y Giddens (1992) enfati-
zan sobre el cambio que viven las personas en sus relaciones
amorosas en la época contemporánea. En sus textos, los au-
tores coinciden en que la transformación tiene como funda-
mento la práctica que se ha desarrollado en las últimas tres
décadas en la cosmovisión de las personas de considerar que
la unión de una pareja aunque sea institucionalizada no es
para toda la vida. Dicho cambio es sustancial y se verifica
en las estadísticas civiles en el aumento de los divorcios así
como en la generación de nuevas prácticas familiares como
la convivencia de familias emparentadas en segundas nupcias
o nuevos arreglos familiares. Giddens (1992) puntualiza en
la transformación de la intimidad considerando aspectos so-
ciales y psicológicos lo que permite entender el mundo de la
psique: los deseos, las necesidades, al fin de cuentas la subje-
tividad. El autor parte de la existencia de las diferencias entre

igualitario manifestado por las personas. En estas investigaciones las mu-


jeres consideran que gastan menos en sí mismas y sus maridos comparten
esta impresión (Díaz et al., 2004a y Nyman y Reinikainen, 2001).
59

hombres y mujeres para establecer una relación de pareja.


Giddens al igual que otros autores acepta que en la actuali-
dad enfrentamos transformaciones en la vida íntima en don-
de las mujeres se han destacado por su protagonismo y por
la búsqueda de relaciones más democráticas, aspectos que se
evidencian con mayor claridad en los países desarrollados.
Pero, sigue existiendo una disociación entre lo que esperan
los hombres y las mujeres de las relaciones de pareja.
Por otra parte, contamos con estudios con una orienta-
ción más psicoanalítica, cuyo objetivo es entender las necesi-
dades particulares de las personas que conforman una pareja,
los móviles psíquicos que intervienen en la selección de pa-
reja, las condiciones psicológicas que afectan las relaciones
de pareja, los conflictos y la capacidad o incapacidad de las
personas de superar las diferencias, los desacuerdos y los va-
cíos que se generan en las relaciones. Podemos ubicar en esta
línea los trabajos de Campusano (2001), Kernberg (1998),
Kristeva (1999), Coria (2001) y Miller (2000). Los estudios
refieren a aspectos socioculturales bajo el entendido de que
toda práctica humana se desarrolla en contextos particulares
etnosocioculturales.
En otra línea de análisis están los estudios que tra-
tan el tema de la negociación y los acuerdos entre la pareja.
Díaz-Loving y Rivera (2002) y Díaz-Loving y Sanchez (2002)
realizan investigaciones de carácter psicométrico en el que
analizan los comportamientos de personas que cuentan con
pareja. Establecen modelos teóricos para estudiar las prácti-
cas y la visión que tienen las personas sobre el amor, las pa-
rejas y el poder. Con base en las regresiones logran establecer
qué factores interfieren más y tienen significancia estadística
en aspectos relativos al poder y al amor. Sus estudios identifi-
can seis tipos de amor: el pragmático, el amistoso, el maníaco,
el ágape, el lúdico y el Eros. Varias son las medidas que estos
autores realizan para estudiar la relación de pareja y los afectos,
60

la cercanía-lejanía afectiva en la relación, los conflictos y los es-


tilos de comunicación7.
En América Latina es perceptible la ausencia de estudios
que den cuenta de la importancia que tienen diferentes facto-
res sobre el acceso a recursos, la vivencia de roles masculinos
y femeninos y diversas facetas de las relaciones de poder entre
hombres y mujeres. Para superar esta limitación se ha sugerido
realizar estudios con enfoques multivariados a nivel estadístico
que permitan especificar el peso relativo de los diferentes facto-
res que intervienen en la explicación (Oliveira, 1995 y García y
Oliveira, 2006).

La estructura de las relaciones de poder en las parejas en


costa rica

Recapitulando, la revisión bibliográfica efectuada y los aspectos


socio económicos señalados marcan algunas tendencias impor-
tantes. Al respecto en general se puede decir que las transfor-
maciones han incidido en el modelo ideal de familia, el nuclear,
restándole importancia. El modelo tradicional de familia ha
cambiado en la práctica adecuándose a los procesos sociales,
económicos y culturales que se vive en las sociedades contem-
poráneas. Sobresalen como indicadores la creciente autonomía

7 El estudio que realizaron en México recoge gran cantidad de información


empírica que se recopiló durante tres años (de 1999 al 2001). En la investi-
gación se desarrollan medidas con base en el inventario de premisas histó-
rico socioculturales de la pareja. Se presenta las escalas de algunos rasgos
de personalidad (como autoestima, autorrealización, defensividad y locus
de control), la escala diagnóstica del ciclo de acercamiento-alejamiento y
las escalas de estilos de comunicación, entre otras. Para ello adaptaron al-
gunos instrumentos ya existentes y los aplicaron al caso mexicano, como
es el inventario de estilos de afrontamiento de Levinger y las viñetas de
Bartholomew que permiten evaluar los estilos de apego del adulto (Díaz
Lovíng y Sánchez, 2002).
61

económica de las mujeres, el aumento de los divorcios y las se-


paraciones, la pérdida de influencia de la iglesia en la vida civil
y política y una marcada tendencia hacia el individualismo en
todos los ámbitos de la vida social y económica. A su vez, la le-
galidad o ilegalidad de la unión de la pareja pierde importancia,
simbólicamente tiene más relevancia el grado de compromiso
con que los integrantes asumen su relación.
Los estudios en el ámbito latinoamericano y en los países
desarrollados indican que la participación de las mujeres en el
mercado de trabajo, en los espacios político-organizativos y el
incremento en el nivel educativo, pueden conducir a relaciones
de mayor igualdad pero no son determinantes ni automáticos.
El caso sueco -en donde las diferencias entre hombres y mujeres
en el mercado de trabajo no son tan grandes como en otros paí-
ses occidentales, ni en lo que se refiere al nivel de participación
en el empleo ni en los salarios percibidos- es un referente impor-
tante en este sentido.
Sobre el tema de las relaciones de poder en la pareja, los
estudios se han limitado principalmente a identificar la presen-
cia del poder y el ejercicio del mismo por parte de los hombres,
pero no se ha problematizado el tema de las representaciones
simbólicas ni el de las estrategias que los varones están adoptan-
do, ya sea para favorecer o para bloquear posibles cambios que
emanan de las iniciativas tomadas por las mujeres. Esta investi-
gación propone adentrarse en este ámbito de la realidad social.
Por otra parte, en estudios recientes (desde los años 90 al
presente) se ha señalado que la educación y la participación la-
boral de las mujeres son recursos que permiten modificar en una
dirección más igualitaria las relaciones de poder en las parejas.
En nuestro trabajo se retoma la participación política y organi-
zativa (analizada ampliamente en los estudios de los 80 y 90 del
siglo pasado) como recursos fundamentales e influyentes para
el empoderamiento de las mujeres y el proceso de modificación
de las relaciones de poder dentro de la pareja. Esto con el fin de
estudiar cómo la participación pública y el acceso a información
62

y conocimiento son recursos de primer orden a los que pueden


acceder las mujeres.
Así que los trabajos de investigación en Latinoamérica
dan cuenta de las transformaciones que se están generando en la
forma de organización de las familias producto de procesos de
cambio estructural. Esto es relevante en el tanto las investigacio-
nes en nuestro país escudriñan poco en dichas transformaciones.
Este trabajo pretende ir más allá de estos rasgos estructurales
mediante el estudio de las prácticas cotidianas y la construcción
simbólica de sentido que atribuyen las y los agentes sociales a
las relaciones de pareja y a su vida en familia. Se opta por este
enfoque en razón de que los datos estadísticos disponibles no
contienen información específica sobre varios de los temas que
tratamos en la presente investigación.
Por lo tanto estudiar el poder considerando el amor en la
relación de pareja permite realizar un análisis más completo y
complejo de la relación de pareja. Estudiar la pareja y entrevistar
a ambas partes que forman la misma, posiblemente sea el prin-
cipal aporte del presente trabajo para el caso costarricense e in-
cluso latinoamericano. En Costa Rica la mayoría de los trabajos
revisados omiten este aspecto, entrevistan por lo general sólo a
las mujeres, los estudios de paternidad entrevistan o encuestan
sólo a los hombres y en caso de que se entrevisten en un mismo
estudio a hombres y mujeres, no son integrantes de la misma
pareja.
Por su parte, investigaciones recientes realizadas en Estados
Unidos, Canadá y Europa apuntan en esa dirección metodológica.
Se plantean el tema de la afectividad como uno de los factores que
incide en el ejercicio del poder en las relaciones de pareja y en la
independencia/dependencia de las mujeres.
Mientras que en Costa Rica se ha enfatizado en los estu-
dios sobre las familias, su estructura, su institucionalidad y los
divorcios. Pocos análisis indagan sobre las parejas y las relacio-
nes de género y, menos aún, sobre la toma de decisiones y el
ejercicio del poder al interior de las unidades domésticas. Por
63

ello estimamos que esta investigación ofrece una contribución a


la discusión de cuán democráticas son las relaciones de género
al interior de la parejas, al menos desde el espacio intrafamiliar,
relativizando o confirmando con ello, los notorios logros que en
materia de equidad e igualdad de género revela la evolución de
los índices de Naciones Unidas antes citados.
En Costa Rica los estudios no plantean el tema de las trans-
formaciones que se están suscitando en la sociedad contemporá-
nea en torno a las prácticas de poder que tienen lugar entre ambos
integrantes de la pareja. Son escasos los textos en sobre las familias
que se hacen desde una perspectiva de género, a no ser que éstas
se refieran a la participación de las mujeres en el mercado laboral
o bien a temas relacionados con la violencia intrafamiliar o más
recientemente, sobre la paternidad responsable. Por lo general los
trabajos toman como base para el análisis de los cambios y la di-
versidad en las familias los datos estadísticos, así como aspectos
normativos y legislativos. Tal es el caso de la “Ley de la paternidad
responsable”.
Capítulo 2
Ser para si y ser para el otro: poder, amor y
relaciones de género en las parejas

Teóricamente se hace uso de varias corrientes analíticas con el


objetivo de dar respuesta a los aspectos temáticos de interés, a
saber: relaciones de género, relaciones de poder y relaciones
afectivas como ámbitos que interactúan y afectan las relaciones
de pareja. Al mismo tiempo es necesario contar con una pers-
pectiva que relacione los procesos microsociales con los macro-
sociales y la forma en que ambos interactúan en los procesos so-
ciales colectivos e individuales. El reto ha consistido en estudiar
las relaciones de poder en las parejas considerando factores sub-
jetivos y objetivos, macro y micro sociales, aspectos que encon-
tramos tanto en la teoría feminista (Barret, 2002; Phillips, 2002;
Facio, 1989; Fernández, 1993; Irigaray, 1993, 1992, 1982; Owens,
1986; Izquierdo, 1998 y Sharrat, 1993) como en la teoría de la
estructuración de Giddens. La teoría feminista considera como
estratégico el manejo de estas dimensiones de análisis para dar
respuesta a procesos o problemas complejos en los que la vincu-
lación entre lo objetivo y lo subjetivo, lo macro y lo micro.
Por tanto, para estudiar las relaciones de poder en las pa-
rejas desde una perspectiva integrada se consideró necesario
retomar en este trabajo enfoques teóricos y metodológicos que
permitan incorporar los distintos aspectos mencionados. Por
66

esta razón están presentes enfoques provenientes de la sociolo-


gía de las emociones y el etnopsicoanálisis, teorías que plantean
la necesidad de estudiar tanto las acciones, las prácticas, las mo-
tivaciones y los intereses de las personas como la emotividad
que las condiciona. Estos enfoques se complementan con otras
perspectivas teóricas que dan respuesta a cuestiones complejas
como son las relaciones de poder, razón por la cual se recurre a
Foucault, Giddens y Scott.
Así, el siguiente marco teórico va de lo general a lo par-
ticular. Se Parte de la teoría de la estructuración en la medida
en que permite relacionar lo personal con lo social y contribuye
a explicar los cambios sociales a través de la agencia y la vida
cotidiana de las personas. Posteriormente pasamos a delimitar
el poder en las relaciones de género, el amor y el afecto en las
relaciones de las parejas y las familias como el ámbito cotidiano
de interacción de las parejas. Posteriormente, retomando cada
una de las dimensiones de análisis que interesa investigar, las
conceptualizamos con el objetivo de definir e introducir los as-
pectos que estaremos considerando en cada esfera de estudio.
En este texto se parte de que la teoría feminista y la teo-
ría de la estructuración son complementarias en tanto permiten
analizar las diferencias culturales y sociales de género desde la
vida cotidiana de las personas y en los ámbitos de acción cla-
ves para las y los sujetos: la familia, el trabajo extradoméstico, la
participación política y organizativa y la educación. Por ello, en
este apartado se hace mención a la relación entre la agencia y el
cambio –individual y social-, la vida cotidiana y las relaciones
sociales, familiares e individuales.
67

Estructura, agencia y cambio social desde la perspectiva de


la teoría de la estructuración

Contar con un marco teórico que permita observar y articular


aspectos sociales e individuales era una tarea vital. Se considera
que es la teoría de la estructuración la que posibilita integrar el
conjunto de los aspectos complejos presentes en la investigación.
Dicho enfoque atiende un aspecto que es vital en este estudio, la
identificación de procesos de cambio social, cultural referido a
las parejas y su dinámica de poder. Además enfatiza la agencia
de los sujetos como promotores de cambios sociales. Es un en-
foque, en lo fundamental, alternativo para el estudio de la forma
en que las personas producen, reproducen y transforman la so-
ciedad por medio de las prácticas sociales desde la cotidianidad.
Le da el protagonismo a las personas y las concibe como produc-
toras de su historia enmarcadas en condiciones socio históricas
particulares. Lo específico de la teoría de la estructuración es el
análisis de las condiciones, mecanismos y vías que emplean los
agentes sociales en el proceso de configuración-reconfiguración
de lo social. Esto, sin duda, conduce a enfatizar las prácticas so-
ciales que desarrollan los agentes, las cuales, en todo caso, tienen
lugar en contextos sociales estructurantes.
El núcleo central de la teoría de la estructuración gira
en torno al axioma de la dualidad de la estructura. Mediante
el replanteamiento de los enfoques objetivistas y dualistas de la
problemática estructura-agencia, Giddens (1991) se propone
desarrollar un nuevo proyecto de investigación que alimente el
desarrollo de la teoría sociológica. La teoría de la estructuración
rechaza las concepciones que identifican lo estructural con ele-
mentos externos a la acción de los individuos.
En lo esencial, el teorema de la dualidad de la estructura
está orientado a problematizar y analizar las conexiones exis-
tentes entre acción y estructura desde una perspectiva dinámica
y dialéctica. En este enfoque las estructuras solo existen en la
medida que tengan lugar prácticas sociales concretas. Son estas
68

prácticas sociales y, más específicamente las acciones que desa-


rrollan los agentes en la producción, reproducción y cambio de
su entorno, las que producen las estructuras. Empero, las accio-
nes no existen en el vacío, ni surgen de cero, sino que tienen
lugar en unos contextos históricos específicos, caracterizados
por la presencia de acciones estructuradas. Según esta visión,
las estructuras sólo existen por medio de la acción humana, de-
penden en todo momento de la actividad desarrollada por los
agentes, tanto para estructurar esta acción como para producirse
o reproducirse a sí mismas.
Giddens (1991) asume que la estructura es producto de
la permanente interacción entre los sujetos, los influye pero no
los determina. Además la estructura se recrea constantemente
gracias a las actividades o conductas del agente. La teoría de la
estructuración no parte del estudio de las acciones de los sujetos
sino del de las prácticas sociales. Estas son una serie de pautas,
un conjunto de actividades recurrentes o recursivas que, a pesar
de sucederse en el tiempo, no implican un patrón fijo de com-
portamiento puesto que no se llevan a cabo siempre de la misma
manera, sino que los actores sociales las recrean de continuo a
través de los medios por los que se expresan. Acepta un punto
de partida hermenéutico, ya que reconoce que para describir las
actividades de los agentes hay que familiarizarse con el contexto
en que esas actividades tienen lugar y menciona tres dimensio-
nes: la reflexividad, la racionalidad y la motivación.8
Comúnmente se ha supuesto que el obrar del sujeto im-
plica una intención, hay actos que no pueden ocurrir si el agente

8 A continuación se define cada una de las dimensiones: 1) Reflexividad:


los sujetos, por rutina y casi sin esfuerzo, tienen permanente autoconcien-
cia de sus acciones y de las ajenas, además del contexto social y material
en donde ellas se dan (registro del fluir corriente de las actividades coti-
dianas). La reflexividad solo es posible si se da una continuidad espacial
y temporal de las prácticas sociales. 2) Racionalización: el registro re-
flexivo de las acciones supone un proceso de racionalización de la acción,
lo que hace que esta sea intencional. Los sujetos son agentes racionales
69

no se los propone. Las tres dimensiones generan consecuencias


buscadas y no buscadas, las que forman un circuito de retroa-
limentación que crea un entorno nuevo de condiciones inad-
vertidas para actos posteriores. Es lo incontigente el resultado
no esperado de las acciones, sobre el que hay que intervenir y
resituarse. Hay que distinguir entre la acción que implica inten-
cionalidad del agente y el obrar que no implica intencionalidad.
William Sewell (1992) desarrolló una redefinición del
concepto de estructura con el fin de precisar el concepto de re-
gla de Giddens, el cual adscribimos en la presente investigación.
Al respecto señala dos como centrales en su replanteamiento, a
saber: la sustitución del concepto de “regla” por el de esquema
y la tesis de que las estructuras no son virtuales (como lo afirma
Giddens). En este caso para Sewell las estructuras son relaciones
sociales reales que constriñen y facultan el desarrollo de cier-
to tipo de acciones en contextos específicos. Adicionalmente,
Sewell desarrollo cinco axiomas que contribuirían a esclarecer
la forma como la dualidad de la estructura tiene lugar en rea-
lidades sociohistóricas. Estos axiomas permiten observar los
movimientos y desplazamientos de las acciones que los actores
realizan en el tiempo y espacio9.
Con base en lo anterior puede afirmarse que un proyecto
de investigación fundado en la teoría de la estructuración no

(intencionales) y sus actividades obedecen a razones, por ende tienen


la capacidad de plantearse las razones de cada acción o los fundamen-
tos de sus acciones. Cuando las acciones son intencionales, teóricamente
tenemos conocimiento de las consecuencias futuras. 3) Motivación: nos
referimos a los deseos del actor que mueven una determinada acción.
Intención y motivación no son lo mismo, la motivación está detrás de
la intencionalidad. La motivación denota el potencial de acción, sólo al-
canza el dominio directo sobre la acción en circunstancias inusuales, que
quiebran la rutina. Buena parte de nuestra conducta cotidiana no recono-
ce así la motivación (Giddens, 1995).
9 Los axiomas responden a la posibilidad que tienen las estructuras para
modificarse, en el primer axioma el autor señala que las estructuras
70

estaría interesado en indagar cómo las estructuras determinan


la acción, ni en cómo la acción o la combinación de un conjunto
de acciones configuran las estructuras. Más bien desde el enfoque
de la estructuración interesa analizar y esclarecer cómo la acción
es estructurada en contextos cotidianos y cómo los rasgos centra-
les de la estructura se expresan en dicha acción. Adicionalmente,
debe enfatizar las prácticas sociales de los actores concretos y
en el conjunto de relaciones sociales (esquemas y recursos) que
estructuran estas prácticas sociales.
Desde esta percepción, las propuestas analíticas estruc-
turalistas o funcionalistas no permiten observar el cambio en el
tiempo y, como dice Scott (1994), tienden a convertirse en expli-
caciones a históricas, aunque su intención sea responder y argu-
mentar contra la opresión histórica en la vida de las mujeres. Por
ello se ha adoptado la propuesta de Giddens, en tanto considera
las estructuras como producto de las relaciones sociales. De esta
forma el análisis de las prácticas y agencia de los sujetos de es-
tudio permitirá observar las acciones de las y los individuos en

existentes ofrecen recursos que pueden ser materiales o simbólicos. Los


axiomas pueden ser conocidos por las personas o bien pueden ser poten-
ciales, porque existen pero el agente no los ha racionalizado, así los recur-
sos accionados por los agentes sociales producen cambios al generarse
intersecciones con las estructuras. El segundo axioma representa los nue-
vos recursos vía la reinterpretación de esquemas del pasado, se produce
así una “polisemia de estructuras”. Es decir una estructura del pasado
es reinterpretada a partir del acceso que se tiene a nuevos recursos como
educación, mejores condiciones económicas, entre otros. El tercer esque-
ma obedece a la “transponibilidad de estructuras”, es decir, esquemas
observados son transposiciones de estructuras adquiridas en otros ámbi-
tos o en el pasado. El cuarto axioma responde a las estructuras que tienen
consecuencias contradictorias para los/las actores/agentes: integradoras
y desintegradoras, motivantes y demotivantes para el cambio. El quinto
axioma apela a las distintas formas de cambio que pueden ser graduales,
episódicos o revolucionarios. Por ejemplo, los cambios que se suscitan en
la vida cotidiana suelen responder a formas de cambio gradual, estos son
más difíciles de observar en el tanto responden a procesos de larga data y
solo el paso del tiempo los hace visibles (Sewell, 1992).
71

la vida cotidiana que devienen en prácticas sociales como reflejo


de las estructuras. También analizar espacios de transformación
de esas mismas estructuras y su dualidad que es dialéctica y que
genera procesos no necesariamente lineales, sino más bien heli-
coidales, de esta forma observamos la producción de la sociedad
siempre en movimiento y por ello, tan particularmente difícil de
observarla en su totalidad y complejidad.

Vida cotidiana, relaciones sociales y personales en


interacción

Dos son los objetivos centrales de este apartado. Por un lado se


trata de caracterizar el concepto de vida cotidiana, ámbito que
se privilegia para estudiar las acciones e interacciones de las pa-
rejas, por el otro se pretende elaborar una propuesta que articule
vida cotidiana con los otros aspectos teóricos desarrollados en el
apartado anterior.
Se entenderá por vida cotidiana la totalidad de las activi-
dades que caracterizan la vida individual de las personas que son
singulares y la reproducción de estas porque posibilitan la per-
manencia en el tiempo de los esquemas sociales (Heller, 1972).
Heller retoma una tesis básica planteada por Marx y Engels en
la “Ideología Alemana”, en donde sostiene que “... la transforma-
ción de la vida cotidiana, de las relaciones y circunstancias de los
hombres, no es anterior ni posterior a la transformación política
y económica, sino simultánea con ella” (Heller, 1972: 12). De
esta forma la autora plantea que la vida cotidiana es parte de
un todo integrado, y que las acciones que se realizan cotidiana-
mente responden a un contexto histórico específico. En la vida
cotidiana las personas participan de forma integral, movilizando:

Todas sus capacidades intelectuales, sus habilidades mani-


pulativas, sus sentimientos, pasiones, ideas e ideologías…
El hombre de la cotidianidad es activo y goza, obra y recibe,
72

es afectivo y racional, pero no tiene ni tiempo ni posibili-


dad de absorberse enteramente en ninguno de estos aspec-
tos para poder apuntarlo según toda su intensidad (Heller,
1972: 39-40).

La cotidianidad precede al sujeto, “el hombre nace ya inserto en


su cotidianidad”. Mediante la socialización el sujeto aprehende las
habilidades necesarias para la vida cotidiana en su sociedad. Esto
no significa que no pueda modificar algunas prácticas socialmente
aprendidas. La persona adulta debe ser capaz de “manipular las
cosas” imprescindibles para la vida cotidiana. El proceso de asimi-
lación de las cosas y las relaciones sociales –lo que otras escuelas
denominarían socialización- empieza siempre por grupos (ejem-
plo la familia, escuela, comunidades menores). Estos grupos –co-
presenciales- median y transmiten al individuo las costumbres, las
normas, la ética (Shutz y Luckmann, 1973). Todos los fenómenos
sociales pueden ser descritos de acuerdo con cinco esquemas de
referencia: la personalidad social, el acto social, el grupo social,
las relaciones sociales y las instituciones sociales.
Los planteamientos de Shutz son pertinentes en tanto,
por un lado, rescatan la experiencia subjetiva y objetiva de las
personas en relación con el medio en el que viven y en sus accio-
nes se pueden visualizar contenidos de sus antecesores. Hay una
presencia simbólica de los precesores además de los proyectos
y motivos personales que se perciben en las acciones cotidia-
nas. Por otra parte, porque en las relaciones sociales se pueden
observar esquemas tipificados de las relaciones, para este caso,
respecto a lo que una mujer o un/a integrante espera de la rela-
ción de pareja, así como lo que los varones o el otro/a integrante
esperan de ésta.
En la vida cotidiana están presentes, además de la relación
espacio-temporal, las fuentes conscientes e inconscientes (de in-
tención y motivación) de la acción. De ahí que sea necesario se-
parar el consciente del inconsciente. El inconsciente, de acuerdo
a Giddens y en oposición al uso freudiano ortodoxo, remite a
73

la incapacidad de poder verbalizar la acción. “Lo inconsciente


sólo puede ser entendido en términos de memoria. Memoria
es ante todo un artificio de recordación, un modo de recuperar
información o de recortar” (Giddens, 1995: 80). Ser conscien-
te en este sentido refiere a una serie de estímulos circundantes.
Esta noción de conciencia denota los mecanismos sensoriales
del cuerpo y sus modalidades mixtas normales “de operación”, y
está compuesta por los conceptos de conciencia práctica y con-
ciencia discursiva.
Lo consciente remite a la capacidad reflexiva de la con-
ducta de los agentes humanos, en buena parte a lo que Giddens
denomina “conciencia práctica”. El agente necesita “pensar” en
lo que hace para que la actividad se lleve a cabo “conscientemen-
te”. “Conciencia” presupone ser capaz de hacer un relato cohe-
rente de las propias actividades y de las personas que movieron
dichas acciones. La conciencia discursiva implica una actitud de
poner cosas en palabras.
Estos aspectos permiten analizar las acciones de los suje-
tos no solo como rutinizaciones, sino también como experiencia
reflexiva. También facultan el desarrollo de un parámetro analí-
tico para diferenciar las acciones conscientes de las inconscien-
tes. La capacidad de reconocerse a sí mismo, a lo que le rodea
y sr reflexivo es un punto de particular interés en este trabajo,
porque observamos la posibilidad de que las mujeres realicen
acciones de resistencia y los hombres de dominación tanto de
forma consciente como inconsciente.
Enfatizamos en que para Heller (1972), Shutz y Luckmann
(1973), Shutz (1974) y Giddens (1991,1995) lo que constituye y
caracteriza la vida cotidiana no son las “experiencias absolutas”,
es decir las que remiten a la reproducción de los esquemas socia-
les. Siempre existe un margen de acción, movimiento y posibili-
dad de desarrollo para el individuo. Existen las contradicciones,
lo consciente e inconsciente, por lo cual es posible la presencia
de resistencias, acciones contra culturales y contranormativas
(León, 1999). Si las personas no cuentan con dicho espacio de
74

acción se produce la “extrañación” que se da cuando en lo co-


tidiano la persona no tiene espacio, campo, libertad alguna de
elección o selección ni posibilidades de desarrollo (Heller, 1972).
En tanto que extrañación es, desde luego, siempre extrañación
respecto de algo y a las posibilidades concretas del desarrollo
específico de las personas.

El poder en las relaciones de género: entre la intimidad y la


cotidianidad

Dada la complejidad y diferencias que existen entre un plan-


teamiento teórico y otro, se ha considerado adecuado orientar
este apartado a tratar elementos que permitan definir concep-
tualmente –y explicar- los aspectos relacionados con el tema del
poder. Se incluye en la explicación las relaciones de género y
la disparidad de la que partimos para comprender la asimetría
histórica entre hombres y mujeres.
Se puede afirmar que “ser mujer” y “ser varón”, es una
producción histórica en la que intervienen representaciones co-
lectivas que acompañan y producen relaciones societales, o sea,
refiera a la construcción cultural de la relación;
“La mujer” es una ilusión social compartida y recreada
por hombres y mujeres. Punto de anclaje de mitos, ideales, prác-
ticas y discursos por los que una sociedad -en sus hombres y
mujeres concretos- construyen a la mujer de igual manera que
construyen al hombre (Fernández, 1993: 44).
Cada época recrea su “ideal” de hombre y mujer. Así, en
tanto que construcción socio-histórica, sus contenidos específicos
pueden cambiar en el tiempo. Rescatar y hacer visibles los pro-
cesos de cambio que viven las mujeres en distintos espacios con
respecto a la asimetría en las relaciones de género cumple una
función doble. Por un lado, contribuye al conocimiento empíri-
co. Por otro, contribuye a la disección de los cambios sociales,
75

al menos los relativos a las relaciones de género y el poder. “El


género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales ba-
sadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género es
una forma primaria de relaciones significantes de poder” (Scott,
1990: 44). Es decir, el género es el campo primario dentro del
cual se articula el poder, aunque no es el único. Por tanto, don-
de hay relaciones de género hay relaciones de poder, las cua-
les cambian de acuerdo al contexto socio histórico particular.
Señala Bourdieu que:

La “di-visión del mundo” basada en referencias a las dife-


rencias biológicas y sobre todo a las que se refieren a la divi-
sión del trabajo de procreación y reproducción, actúa como
la mejor fundada de las ilusiones colectivas, en la medida
en que los conceptos de género estructuran la percepción y
la organización, concreta y simbólica, de toda la vida social
(Bourdieu, 1990: 48).

Existe así una distribución del poder que alude a los recursos
materiales y simbólicos con que cuenta una persona, y a la po-
sición y la condición social de la misma. Asimismo, el género es
otro factor que incide en el ejercicio del poder. Al interactuar, la
relación de poder fluye entre las personas, bajo el entendido de
que en dicha relación hay asimetría, en tanto que, se cuenta con
diferencias con respecto a los recursos, historia familiar y condi-
ción socio económica, que influyen en dicha dinámica.
Por ello considerar la desigualdad histórica entre hombres
y mujeres es central, razón por la cual Emilce Dio Bleichmar se
cuestiona cómo hacen las mujeres para construir, desde una si-
tuación social absolutamente desventajosa, su “Yo ideal”, indis-
pensable para la interacción con los otros, así como en el proceso
de construcción identitario de las personas. Al respecto señala:

Cómo se las arreglan las niñas para desear ser mujer en un


mundo paternalista, masculino y fálico céntrico, cuál es la
76

hazaña monumental que las mujeres realizan para elegir el


ideal, ya no a la madre-fálica - ilusión ingenua de la depen-
dencia analítica -, sino a la madre y a la mujer de nuestra
cultura, en tanto género subordinado al dominio del hom-
bre (Dio Bleichmar, 1985: 10310).

Las mujeres han sido consideradas los “otros”, con respecto a los
hombres, subordinando desde allí su posición. Desde la perspecti-
va de la presente investigación, toda relación entre los géneros está
mediada por relaciones de poder, ello no implica que no puedan
ser modificadas. Así lo sostiene la propuesta analítica del poder
que desarrolla Foucault en la que nos apoyamos. Sin embar-
go, hay que diferenciar entre un estado puro de “dominación”
(como por ejemplo la esclavitud) y la relación de poder que se
construye entre quien asume la actitud de dominar y quien es
dominado. La relación de poder es móvil y permite su modi-
ficación, es decir, puede entenderse como objeto de procesos
constantes de estructuración a partir de la movilización de es-
quemas específicos y de prácticas recurrentes. En tanto el sujeto
“dominado” tenga recursos que pueda emplear a su favor, que le
den un margen de acción, la relación no será de dominio total
(Foucault, 1999b).
La resistencia es fundamental para entender las relaciones
de poder entre los géneros: la resistencia permite la transforma-
ción. Desde el antagonismo de las relaciones de poder “y la in-
transitividad de la libertad, la producción de nuevas subjetivida-
des puede afirmar espacios de autonomía, prácticas de libertad,
no contra el poder, no fuera del poder, sino a través de él, en su
reversibilidad dinámica y reiterada” (Rodríguez, 1999: 195).
Foucault define el poder tomando en cuenta la resistencia
como un aspecto nodal del mismo. Al respecto indica que:

10 Argumento que Bleichmar vuelve a señalar en una publicación más re-


ciente: Dio Bleichmar, (1998).
77

Donde hay poder hay resistencia, y no obstante (o mejor:


por lo mismo), ésta nunca está en posición de exterioridad
con respecto al poder… hay que reconocer el carácter rela-
cional de las relaciones de poder. No pueden existir más que
en función de una multiplicidad de puntos de resistencia,
estos desempeñan en las relaciones de poder, el papel de
adversario, de blanco, de apoyo, de saliente para una apre-
hensión. Los puntos de resistencia están presentes en todas
partes dentro de la red de poder (Foucault, 1999ª: 116).

Entendida la resistencia como práctica cotidiana que generan


las personas para confrontar el poder –del discurso, de las ins-
tituciones, de las estructuras sociales-, lo que genera dinámicas
entre las partes involucradas para que la relación de poder no
siempre se ejerza de “arriba-abajo” en una única dirección. Así
la interacción entre las partes es más dinámica posibilitando que
el poder en efecto circule en las relaciones interpersonales y en
el entramado social (Foucault, 1999c).
La perspectiva de Foucault permite visualizar la relación
de poder desde una óptica objetiva; implica que la presencia de
poder en las relaciones de pareja no convierte a las mujeres en
víctimas absolutas. Por lo general las mujeres tienen menos po-
der que los hombres en dicha relación pero ello no significa que
las mujeres no ejerzan el poder en varios ámbitos de la vida, o
bien en otras relaciones sociales.
Planteamientos como los de Foucault (1981, 1992, 1999a,
1999b, 1999c), Giddens (1991, 1995) y Scott (1990) permiten
observar las relaciones de poder entre los géneros de forma in-
terrelacionada pero no determinista. Estos autores coinciden en
que el espacio ideal a observar el poder es el de la vida cotidiana
donde se interceptan las macro y las micro estructuras, razón por
la cual se le atribuye un lugar central en nuestra investigación.
En suma, en la relación de poder se debe mirar, la resis-
tencia y la autoafirmación del sujeto en tanto constructor de su
subjetividad. El poder debe ser estudiado desde estos ámbitos
78

para no circunscribir su estudio a una perspectiva limitada en


donde se observa solo desde la relación dominio–opresión, res-
tando posibilidad de cambio y acción (consciente o inconscien-
te) de los sujetos.
En lo que compete a esta investigación, si se piensa en la
resistencia que ejercen los agentes sociales, se podrán rescatar
las prácticas y los relatos de mujeres –que se resisten al poder-
y de varones –que desde su condición de dominio resisten los
procesos de cambio en su relación cotidiana-.
Cuando se habla de resistencia no necesariamente se hace
referencia a prácticas antagónicas. La resistencia no se refiere
a frentes opuestos. Con la resistencia el sujeto gana libertad. A
pesar de las críticas11 que se le han formulado a Foucault, consi-
deramos que su propuesta conceptual sigue siendo válida para
definir qué es el poder y cómo se construye a partir de las in-
terrelaciones de las personas. Las críticas dejan de lado un ele-
mento que nos interesa rescatar con respecto a las posibilidades
de actuar que tienen las personas. Al respecto Foucault señala:
“mi papel, es enseñar a la gente que son mucho más libres de
lo que se sienten, que la gente acepta como verdad, como evi-

11 Varias son las críticas que se le han formulado a Foucault desde distintas
perspectivas. Unos lo critican por ser estructuralista en sus análisis, otros
por ser posmoderno y otras porque deja de lado a las mujeres. La crítica
feminista señala que la teoría de Foucault no sirve para explicar las rela-
ciones de poder de género por ser un trabajo que no se compromete con
el feminismo e ignora en muchos casos a las mujeres. A pesar de que habla
del cuerpo como un centro en el que el poder ejerce control y dominio,
no toma en cuenta que no todos los cuerpos son iguales y que, por tan-
to, los efectos del poder no son idénticos para todos los sujetos no todos
tienen capacidad de actuar y decidir, el biopoder controla todo. Desde
esta perspectiva no hay capacidad de resistir, así como la incapacidad que
tiene de percibir las injusticias (estos son algunos aspectos que feminis-
tas como Freser (1991), Deveaux (1994) y Piedra (2004) han formula-
do). Si se desea profundizar en el particular también pueden referirse a:
Ramazanoglu, 1993 y Mac Ney, 1992.
79

dencia, algunos temas que han sido construidos durante cierto


momento de la historia y que esa pretendida evidencia puede ser
cambiada y destruida” (Foucault, 1990: 119). Así que los cam-
bios individuales que se logren identificar tendrán un valor so-
cial desde nuestra perspectiva.

Amor, deseos y afectos: la construcción social de los


sentimientos

Fundamentados en la sociología de las emociones y en el etnop-


sicoanálisis, consideramos la presencia del afecto y el amor como
elementos decisivos para entender las relaciones de las parejas en
esta investigación. No es fácil considerar la emotividad de las per-
sonas en una investigación de carácter sociológico. Sin embargo,
trataremos de analizar el afecto y el amor en la pareja desde una
perspectiva sociológica considerando algunos aspectos psicológi-
cos que no podemos dejar de lado.
El amor se ha convertido en nuestra sociedad en un mo-
tor fundamental de la acción individual y colectiva. Remite a un
proceso general donde la reformulación del sujeto y la redefini-
ción de las desigualdades entre hombres y mujeres han estado
y están estrechamente articuladas (Esteban, 2005). El feminis-
mo y en general las investigaciones sociales han prestado más
atención a la sexualidad que al amor como objeto de estudio.
“Sin embargo, el análisis del amor, en general, y del amor se-
xual, romántico o pasional, en particular, es crucial para poder
desentrañar los mecanismos causantes de la subordinación de
las mujeres y, más en general, el funcionamiento del sistema de
género y su posible transformación” (Esteban; Medina y Távora,
2004 en, Esteban, 2009: 36). Entonces, cuando se estudia el amor
se le vincula con la sexualidad (Freud, 1992, Kernberg, 1998 y
Kristeva, 1987), y por lo general la mayoría de los estudios de la
80

sexualidad remiten a la experiencia femenina, no a la masculina,


salvo casos específicos como el de Giddens (1998).
Theodore D. Kemper (1989 y 1978) es un autor vital en
este estudio porque relaciona las emociones con el tema del po-
der e incorpora el concepto del estatus para comprender la diná-
mica que se genera en relaciones íntimas. Kemper considera que
la mayoría de las emociones humanas derivan de los resultados
reales -anticipados, imaginados o recordados-, productos de la
interacción relacional, y que para entender el tipo de emociones,
así como su génesis, es necesario contar con un modelo que dé
cuenta de la esencia y las posibles consecuencias derivadas de
las relaciones sociales. “Esto es, existe un vínculo necesario en-
tre subjetividad, afectividad y situación social objetiva, lo que
en último término justifica el proyecto de aplicar la perspectiva
sociológica…” (Bericat, 2000).
El modelo relacional que propone Kemper se basa en la
teoría del intercambio, en la que las personas generan refuerzos
que pueden ser positivos o negativos, de premios o castigos, de
recompensas o privaciones. Se trata, en suma, de un juego rela-
cional en donde existe una estructura social de carácter desigual
basada en posiciones relacionadas con el poder y el estatus. Las
personas, cuentan siempre con mayor o menor poder y estatus.
El juego interaccional entre los actores en términos de poder y
estatus es el que determina las emociones que evocan los sujetos.
Hay cuatro casos posibles: “un actor puede tener la sensación de
que tiene, o ha usado, un exceso de poder en sus relaciones con
el otro, o que ha adquirido o reclamado un exceso de estatus. Un
actor también puede tener la sensación de que tiene insuficien-
te poder o de que recibe insuficiente estatus del otro” (Bericat,
2000: 154). El resultado de la interrelación con respecto al poco
o mucho poder que se ejerce en una relación da origen a sen-
timientos o emociones positivas y negativas (como la culpa, la
vergüenza, la depresión, el miedo o la ansiedad).
Kemper define el amor como una emoción positiva.
Señala que “una relación de amor es aquella en la que al menos
81

uno de los actores otorga (o está dispuesto a otorgar) un suma-


mente alto estatus al otro” (Kemper, 1989 y 1978). En el amor,
al igual que en otros sentimientos, está presente el poder y el
estatus; de la interrelación que se da entre ellos, es decir, entre
el amor, el poder y el status, se producen varios tipos de amor.
Kemper construyó una tipología en donde identificó distintas
experiencias afectivas: el amor romántico, el amor fraternal,
el carismático, el amor infiel, el encaprichamiento amoroso, el
amor de fans y el amor paterno-materno filial.
Es interesante destacar que Kemper (1989) piensa que la
mayor parte de las personas, al menos en el mundo occidental,
pueden decidir voluntariamente si están dispuestos a conferirle
un estatus a la persona amada, pero no ocurre de forma racio-
nal y voluntaria decidir si sentimos amor hacia el otro. De esta
intrincada relación de categorías distingue entre lo que es “que-
rer”, “gustar” y “amar”. Son emociones diferentes pero que en la
vida cotidiana se vivencian ambiguamente. En ambos casos se
otorga estatus a la persona, pero la intención o la direcciona-
lidad del flujo varían. Explica al respecto que queremos a una
persona cuando ella nos otorga estatus, es decir nos ofrece bene-
ficios y recompensas. “Pero solo amamos a una persona cuando
estamos dispuestos a conferirle estatus, cuando se produce esa
armonía entre atributos, tal cual nos los representamos, y sus
valores… Amas cuando confieres estatus, cuando te confieren
estatus, quieres” (Kemper, 1978 citado por Bericat, 2000. 35).
Abordar, en el análisis de las personas entrevistadas, los
aspectos antes mencionados, ha resultado interesante, y el autor
citado es uno de los pocos analistas que nos propone un acerca-
miento en donde claramente se relaciona el sentimiento con el
poder, lo cual deriva en esta práctica sutil de cuánto te entregas
y cuánto entregas. Permite observar el amor y el afecto en esta
dinámica relacional entre dar y recibir.
Hagamos aún más complejo el panorama sobre el parti-
cular. Retomemos a Elster (2001) quien señala que las reacciones
emocionales son eventos y no acciones, por tanto, la capacidad
82

de elegir de la persona queda disminuida de acuerdo a la inten-


sidad y la situación particular que experimente. Con respecto
a la ira y al amor, el autor señala que en la experiencia afectiva
hay un punto de no retorno, que es cuando la experiencia llega a
tal punto de intensidad que impide considerar la posibilidad de
retornar al punto de partida o al punto de la primera detección,
esquemáticamente lo presenta de la siguiente forma:

Punto de retorno Punto de no retorno

Llegamos aquí a un aspecto de interés particular, que es la capa-


cidad que cada quien tiene para enfrentarse a relaciones de inti-
midad, como es el caso de la relación de pareja. Y por lo tanto lo
que plantea Kemper ya no es suficiente para comprender la di-
námica emocional de las personas porque deja por fuera las di-
ferencias por condición de género. En este caso Marcela Lagarde
(1997) y Giddens (1998) señalan un elemento que culturalmente
ha diferenciado a los hombres de las mujeres, la incapacidad que
en general tienen los varones experimentan de desarrollar rela-
ciones íntimas. Las relaciones pueden ser de amistad o pareja y
su problema estriba en parte, en el proceso de socialización y la
forma en que elaboran el proceso de separación entre ellos y sus
madres. En el caso de las mujeres, señala cómo la relación que se
establece desde el nacimiento entre la niña y la madre conlleva
una relación de fusión e identificación que genera problemas en
la relación madre-hija sobre todo en la adolescencia, período de
la vida en que la persona necesita diferenciarse de sus apegos
emocionales infantiles (Lagarde, 1992, 1993, 1997). El acto de
desapego que la niña debe realizar con la madre es muy fuerte,
83

por ello ocasiona conflictos necesarios en función de construirse


de forma diferenciada. Más allá de este período de gran intensi-
dad y conflictividad que viven la mayoría de las mujeres durante
la infancia, las niñas se han construido mostrando física y emo-
cionalmente sus sentimientos, apegos, temores, etcétera. Lo que
les permite en la vida adulta construir relaciones de intimidad,
lazos estrechos con sus parejas o bien con otras personas, sin
temor a exponer sus sentimientos. Situación que viven de forma
distinta los hombres (Giddens, 1998).
La intimidad es ante todo un asunto de comunicación
emocional. En su desarrollo personal las mujeres están por lo
general mejor preparadas en el área de la intimidad. Ciertas dis-
posiciones psicológicas han sido la condición y el resultado de
ese proceso:

Así como lo han sido los cambios materiales que han per-
mitido a las mujeres reclamar la igualdad. En el nivel psi-
cológico, las dificultades masculinas con la intimidad son
–sobre todo- resultado de dos cosas: una visión cismática
de las mujeres que se debe a una reverencia inconsciente
hacia la madre y a una narrativa emocional ya caduca del
ego. En circunstancias sociales en las que las mujeres ya no
son cómplices del papel del falo, los elementos traumáticos
de la masculinidad se exponen más claramente a la vista
(Giddens, 1995: 122).

Es decir, las mujeres deben diferenciarse de sus madres para


construirse a sí mismas como seres independientes, por su
parte, los varones durante su infancia han tenido que reprimir
sentimientos de afinidad, ternura, identificación y deseo, para
diferenciarse de sus madres desde niños. Posiblemente esta ne-
cesidad de los hombres de distinguirse de su madre, les impide
expresar de forma más libre sus sentimientos, distanciándose
objetivamente de su objeto del deseo, es decir, la madre. De la
relación que se deriva entre el infante y la madre se construyen
84

dos series paralelas y originalmente separadas de representación


del “sí mismo” y el objeto de deseo, y su correspondiente afecto
positivo o negativo. De ahí, que, desde la perspectiva psicoana-
lítica, la relación madre infante sigue siendo un aspecto central
que explica posteriormente la actuación de la persona en su vida
adulta, y tiene efectos sobre la forma en que se establecen las
relaciones amorosas (Giddens: 1992 y Kernberg: 1998).
Por su parte Chodorow (1984) agrega que la experiencia
vivida por parte de la niña se diferencia de la del niño en la me-
dida en que este desarrolla rasgos como la actitud instrumen-
tal hacia el mundo, aspecto que hace débilmente la niña. Tanto
Giddens como Chorodow señalan que cada sexo gana y pierde,
aunque para ambos son los niños los que pierden más –al me-
nos en lo emocional-. Las niñas tienen un sentido más fuerte de
identidad de su sexo, pero un sentido más débil de su autonomía
y de su individualidad. Los chicos desarrollan un sentimiento de
independencia más pronunciado y más tempranamente que las
mujeres, aunque el precio emocional que pagan por esta capaci-
dad sea elevado. Pero, aclaremos, lo que los hombres reprimen
no es su capacidad de amor, sino la autonomía emocional, al
respecto dice Giddens:

Las niñas, tienen una posibilidad mayor de lograr esta au-


tonomía, que depende más de la comunicación que de la
propensión a expresar emociones en cuanto tales. La abun-
dancia de recursos comunicativos debe ser considerada de
esta suerte, como un asunto de competencia, tanto como
esa “competencia instrumental” que los varones son pro-
pensos a desarrollar (Giddens, 1992: 117).

En la presente investigación le prestamos singular importancia


al ámbito de la intimidad en las relaciones de pareja, en tanto
expresión de la afectividad, ya que permite entender las difi-
cultades que unos y otras tienen con respecto a su relación de
pareja. Los problemas que por lo general tienen con respecto
85

a la intimidad se muestran no sólo en el plano de la sexualidad


sino también en el de la amistad. De ahí que las expectativas de
unas y otros se confronten y se generen expectativas que nunca
se darán, o serán solo medianamente atendidas por sus parejas.

La construcción erótico-afectiva de la pareja

Desde la psicología se considera que si bien la identidad genéri-


ca nuclear está influida por factores psicológicos o más bien psi-
cosociales que afectan significativamente la identidad de géne-
ro, las pruebas son menos decisivas en cuanto a si esos factores
gravitan en la elección del objeto de deseo sexual. Al respecto, la
teoría freudiana señala que la relación temprana de la madre con
el infante, en particular cuando las experiencias del infante invo-
lucran afecto intenso (agradable o penoso) es fundamental. De
la relación que se deriva entre el infante y la madre se constru-
yen dos series paralelas y originalmente separadas de represen-
tación del “sí mismo” y el objeto de deseo, y su correspondiente
afecto positivo o negativo. Consideremos este factor, en el tanto,
anteriormente nos referimos a la presencia e importancia que
tienen en la vida de la persona los sentimientos positivos y los
negativos.
Por su parte, McConaghy (1993) considera que el deseo
sexual femenino puede ser más influido que el masculino por
factores de carácter psicosociales. Es decir, que el deseo sexual
en las mujeres está menos intervenido por aspectos hormona-
les. En este caso son más importantes los estímulos de carácter
psicosocial, tomando la emotividad un lugar importante desde
esta perspectiva.
En las explicaciones freudianas de la constitución de la
pareja, las pulsiones son centrales como fuente motivacional lí-
mite entre lo psíquico y lo somático (Freud, 1992). La pulsión
es vista como la manifestación psíquica del trabajo corporal que
86

busca su expresión y descarga –su satisfacción- en el medio so-


cial. El comportamiento humano queda así determinado por el
interjuego de dos grandes fuerzas. Por un lado, las de la natura-
leza, que dan lugar a la presión de la descarga (nivel o dimensión
pulsional, instintiva o del deseo). Por el otro, una respuesta de
coacción social, que genera diversos temores, normas morales e
ideales con capacidad de interiorizarse, que busca la regulación
de las pulsiones de los individuos (nivel o dimensión institucio-
nal o social). “Ambos niveles, el institucional y el pulsional, par-
ticipan en la elección y el mantenimiento de la pareja, así como
en la determinación de su ruptura cuando esto llega a suceder
“(Campuzano, 2001: 18).
Otro aspecto que juega un papel central en la elección de
la pareja es el deseo erótico. En primer lugar el deseo erótico se
define como la búsqueda de placer, siempre orientada hacia la otra
persona, un objeto que hay que invadir. Es un anhelo de intimidad,
fusión que implica la necesidad de cruzar barreras y convertirse en
uno con el objeto elegido. Con la vivencia erótica la persona tiene
la sensación de haber logrado una trascendencia intersubjetiva12.
Los afectos, pueden ser considerados analíticamente como estruc-
turas puente entre los instintos biológicos, las pulsiones psíquicas
y la construcción socio cultural que genera un imaginario social.
Los afectos son entonces el vínculo entre los componentes instin-
tivos determinados biológicamente, por un lado, y la organización
intrapsíquica de las pulsiones, por el otro. Las emociones, al ser
construcciones culturales, se oponen a las definiciones biológi-
cistas/ psicologicistas de la experiencia humana. Esteban entien-
de las emociones como pensamientos encarnados, “son formas
de valoración que involucran directamente el cuerpo, y como ta-
les las considera un campo de estudio privilegiado para analizar

12 Para ahondar en la temática de la constitución de la pareja y el deseo


erótico, se puede consultar el texto de Kernberg, 1998 y Giddens, 1992.
87

las relaciones entre experiencia individual, poder y estructura


social” (Esteban, 2009: 37).
Finalicemos recalcando que el amor es una construcción
social, histórica con alto contenido cultural que ha cambiado en
el tiempo. Además en la actualidad tiene un peso mayor en las
relaciones de pareja que en épocas pasadas, porque la relación
de pareja se valoraba más por el intercambio de recursos econó-
micos y materiales que el afectivo, al menos en las sociedades
occidentales (Beck y Beck-Gernsheim, 2001, Coria 2001, Díaz,
Díaz C., Dema e Ibáñez, 2004ª, Díaz, Díaz C., Dema, Ibáñez,
et.al., 2004b.) El amar y expresar el amor de múltiples formas
a su pareja es una condición básica que fortalece y estabiliza
las relaciones de la pareja en el tiempo, aunque no siempre se
cumpla. De ahí que la capacidad de intimar, de dar y recibir, sea
importante para el mantenimiento de la relación en un contexto
como el actual. La búsquela de esta sensación es parte de las ne-
cesidades de las personas.
Recordemos que el afecto es algo que se puede dar y en
consecuencia se asocia con acciones positivas tales como: cui-
dar, ayudar, comprender, etcétera. Dar afecto a otra persona im-
plica realizar esfuerzos para mostrarlo y para darlo:

A veces, no nos damos cuenta de este esfuerzo. Por ejemplo,


la ilusión de una nueva relación no nos deja ver el esfuerzo
que realizamos para agradar al otro y para proporcionar-
le bienestar. Pero, en la mayoría de los casos, todos expe-
rimentamos el esfuerzo más o menos intenso que realiza-
mos para proporcionar bienestar al otro (González, Barrull,
Pons y Marteles, 1998: 2).

Así como Kemper identificó sentimientos positivos y negativos


con respecto al amor, el poder y el status, dicha dinámica ocu-
rre con otros sentimientos, ya que estos siempre pueden clasi-
ficarse como positivos o negativos, tal es el caso de la afinidad,
el temor, la inseguridad. Por otro lado, toda emoción posee un
88

componente cuantitativo que se expresa mediante palabras de


magnitud (poco, bastante, mucho, gran, algo, etc.), tanto para las
emociones positivas como negativas (González, Barrull, Pons y
Marteles, 1998).
Para que prospere en buen sentido la relación de pareja,
es necesario que ambas partes estén dispuestas a compartir pro-
cesos personales y aquí radica una de las principales dificultades
a las que se enfrentan. Recordemos que, tal como se ha señala-
do por los procesos de socialización los hombres tienen mayor
dificultad para establecer y desarrollar vínculos íntimos a nivel
emocional. Lo que explica, en parte, los desencuentros en las
relaciones de pareja (Giddens, 1998).

La familia: transformación y construcción simbólica de las


parejas

Como señalamos anteriormente, para Shutz (1974) el mundo


social es una construcción social ínter subjetivo, dinámico, que
cambia en el tiempo y en el espacio. Ello supone entender tanto
la génesis del sentido de los fenómenos sociales como los me-
canismos de la actividad mediante los cuales los seres humanos
se comprenden unos a otros y a sí mismos. El mundo de la vida
cotidiana no es privado sino social, se construye al compartirlo
con otras personas. Las relaciones con los otros tienen diversos
grados de cercanía y distanciamiento que van de la intimidad al
anonimato. Entre más íntima sea la relación, la orientación so-
cial es más “pura”. La relación de pareja es un típico ejemplo de
relación íntima con enorme contenido social; apela así al mun-
do de lo micro y lo macro, de ahí lo fascinante de su estudio.
Para estudiar el mundo de la pareja y la relación de poder que
se genera en dicha dinámica, es indispensable analizar la familia
como estructura que tiene presencia en las relaciones de con-
vivencia. Así, las formas y las estructuras familiares tienen su
89

importancia y su descripción es indispensable. Históricamente


ha existido una forma de organización predominante, así como
formas alternativas que coexisten. En la actualidad parece que la
pluralidad se torna el rasgo distintivo de nuestra organización
familiar. Así que, prácticas como el divorcio, las separaciones y
las uniones libres, tienen mayor presencia:

La mayor práctica y asimilación social del divorcio provoca


el aumento progresivo de esta última variedad de monopa-
rentalidad, al igual que de los hogares unipersonales y de las
alternativas al matrimonio en forma de cohabitación (post-
matrimonial) y de relaciones LAT (Living-Apart-Together):
parejas estables que residen en viviendas separadas. Así
mismo, de familias reconstruídas (setp families), cuando
al menos uno de los miembros de la pareja aporta hijos de
uniones anteriores (Cea, 2007:1).

De modo que actualmente se acepta que las familias son uno de


los espacios que muestra una transformación significativa. La
intensidad del proceso es heterogénea, así como la pluralidad
que lo caracteriza. Se considera que esta modificación se produ-
ce como consecuencia de cambios en la esfera socioeconómica,
pero también puede considerarse de forma inversa. Es decir, que
los cambios que se producen en las familias por las nuevas diná-
micas como la incorporación de las mujeres al mercado laboral,
inciden en el nivel macrosocial. El matrimonio, anteriormente
puerta de entrada para la conformación de la familia, ha per-
dido terreno en las últimas décadas. La formación de la familia
no exige la unión de la pareja mediante el matrimonio. La op-
ción de la maternidad o la paternidad sin necesidad de casarse
se legitima cada vez más. Con esto no queremos decir que el
comportamiento común sea éste, sino que dicha opción tiende
a desestigmatizarse (Meil, 2002). Alberdi considera que en las
sociedades occidentales desarrolladas en la actualidad se perci-
be una actitud más abierta con respecto a los distintos tipos de
90

relaciones de pareja “la tolerancia ante lo distinto va empezan-


do a ser la norma (…) Desaparece la preocupación por estar de
acuerdo con el papel social que se ocupa y es mucho más im-
portante estar de acuerdo con uno mismo” (Alberdi, 2001: 125).
Considerando la pluralidad morfológica de las familias
que caracteriza a la sociedad actual, retomamos las siguientes
definiciones de familia, como punto de partida para compren-
der dicho ámbito de interacción de las parejas. Se puede de-
cir que las conceptualizaciones de la familia se dividen en dos
grandes propuestas. Las que priorizan lo biológico centrando su
atención en la sexualidad y la procreación. Las que miran a la
familia como una institución social en la que se llevan a cabo
las funciones sexuales y pro creativas. Este segundo enfoque, de
acuerdo con Jelin (1998b) y Salvia (1995) incluiría tanto las co-
rrientes funcionalistas como las economicistas.
Algunos autores/as proponen que en el análisis de la fa-
milia se debe cuestionar la visión y división esquemática de lo
micro y lo macro social, es decir la relación “familia-sociedad”,
por un lado, y la “familia-individuos”, por el otro. Para descen-
trar el enfoque esquemático han propuesto la articulación de
estas dimensiones a través de la interrelación de dos ejes: el pro-
ceso histórico y las trayectorias de vida, o bien el curso de vida
de los y las integrantes (Yanagisako, 1979, Hareven, 1988 y 1990,
Jelin, 1994, entre otros autores/as).
Considerar los dos ejes antes señalados y sus diferentes
temporalidades posibilita un enfoque alternativo e integrador de
las relaciones domésticas y familiares como prácticas estructu-
radas y a la vez estructurantes (Giddens, 1995, Bourdieu, 1990,
Oliveira, 1998b, Salles, 1998a, Salles, 1993). Las prácticas y los
comportamientos objetivos permiten observar a su vez valores,
normas y signos (Habermas en Salles, 1993 y 1991).
Es necesario articular lo social – las familias- con lo in-
dividual. De esta forma la unidad doméstica puede ser definida
como un ámbito social, cultural e históricamente. Es un espacio
de interacción y de organización de procesos de reproducción
91

económica, cotidiana y generacional. En el hogar existe un espa-


cio de interrelaciones materiales, simbólicas y afectivas en don-
de tiene lugar la formación y socialización primaria de los indi-
viduos y el reforzamiento de las actividades grupales. La unidad
doméstica es un ámbito en el que también se crean y recrean
de manera particular relaciones sociales de intercambio y de
poder, de autoridad, solidaridad y conflicto (Yanagisako, 1979,
Jelin, 1994, Cortés-Cuellar, 1990, Salles, 1991, García y Oliveira,
1994)” (Salvia, 1995: 10).
En un sentido más amplio, una familia es un grupo de
personas que tienen relaciones íntimas y que tienen una historia
en común. Alberdi (2001) concibe a las familias como integra-
das por dos o más personas unidas por lazos afectivos, el matri-
monio o la filiación, que consumen una serie de bienes de forma
conjunta en su vida cotidiana.
Por tanto, las familias se caracterizan por los lazos afec-
tivos que se generan a partir de la intimidad que se produce al
compartir un mismo espacio, sea este físico o simbólico. Son
lazos que generan sentimientos de reciprocidad a partir del
contacto frecuente en donde se comparte recursos materiales,
económicos y simbólicos. Son instituciones, espacios de interac-
ción, de mediación entre el individuo y la sociedad. Una especie
de unión entre lo macro y lo micro social, de ahí que entender lo
que sucede en este espacio articulador de lo personal y lo social
es determinante para comprender los cambios que se están dan-
do a nivel de las subjetividades y de las sociedades.
La familia es entonces el espacio que crea la pareja a par-
tir de su convivencia –sea física y/o amorosa-, que implica un
compromiso mutuo legalizado o no, en donde existen distintos
niveles del mismo, según los deseos, intereses, necesidades y
valores de las personas que la integran. La constitución de las
familias y sus características va de un “modelo único nuclear” a
la diversificación producto de prácticas sociales que responden
a nuevas necesidades. Sin embargo, los cambios no invalidan su
función social en el tanto que continúa siendo una institución
92

social importante en la organización y reproducción de las rela-


ciones sociales y de género. También continúa cumpliendo con
funciones económicas, socializadoras e ideológicas y en su inte-
rior persisten poderes y jerarquías.
Pero recalquemos que las familias o la unidad doméstica
han sido históricamente un espacio “privado” que ha recreado
relaciones de desigualdad y asimetrías entre sus integrantes. A
pesar de su composición heterogénea actual, las inequidades
persisten, lo que crea dificultades y contradicciones cotidianas
que hay que resolver.
Siendo, pues, la unidad doméstica o la familia un ámbito
social, cultural e históricamente situado de interacciones y de
organización de procesos de reproducción económica, cotidiana
y generacional, refleja las estructuras y discursos de poder exis-
tentes. La familia es por tanto un espacio desde donde podemos
observar lo individual y lo social. La familia representa un ám-
bito de prácticas sociales en el que se crean y recrean de forma
particular las relaciones sociales. La unidad doméstica es un es-
pacio dinámico en el que cotidianamente se enfrentan fuerzas
contrapuestas en tanto existen a su interior poder, autoridad,
solidaridad y conflictos.
Evidentemente uno de los pivotes de los cambios registra-
dos en esta esfera es la participación de las mujeres en ámbitos
que antes se consideraban propios de los varones. Tal es el caso
de la integración creciente de las mujeres al mercado de trabajo,
la participación política y la organizativa, así como su mayor ac-
ceso y control sobre recursos económicos y materiales en gene-
ral. Aun cuando la estructura organizativa siga siendo la misma,
la dinámica al interior de las familias tiende a generar nuevos
procesos, donde se da una “destradicionalización” de las relacio-
nes de pareja y de las familiares. Esto vuelve más complejas las
dinámicas, pues hay una mayor presencia de los intereses y ne-
cesidades individuales y experiencias muy heterogéneas. Las di-
námicas al interior de la familia son heterogéneas y asimétricas
93

en la medida en que la posición de cada cual interfiere, así como


los recursos de poder que son materiales o bien simbólicos.

Recursos de poder

Consideramos que el análisis de la práctica y la experiencia que


se deriva de la vida cotidiana de hombres y mujeres en contextos
socio históricos específicos es un aspecto metodológico central.
El estudio de las acciones permitirá el acercamiento a aquellas
actividades recurrentes que remiten a su vez a hábitos resultan-
tes de la interacción entre el mundo interno –considerando as-
pectos psicológicos y emocionales- y externo de los sujetos. El
estudio de esta dinámica permite adentrarse en el conocimiento
de la relación de género a partir de sus narraciones y de las prác-
ticas que se derivan de los relatos.
Se desprende de esta perspectiva que, aunque toda rela-
ción entre los géneros está mediada por relaciones de poder, ello
no implica que estas últimas no puedan ser modificadas. Partir
de que el poder contiene espacios de libertad es fundamental
para analizar prácticas cotidianas rutinizadas, así como las re-
flexivas, que inducen a actos conscientes e inconscientes. Esto
también se deberá considerar cuando se analicen los aspectos
subjetivos producto de los sentimientos y/o emociones que in-
terfieren en la relación afectiva de la pareja y, por tanto, en la
relación de poder. Estos elementos subjetivos son los hilos invi-
sibles que sostienen la relación de desigualdad de las mujeres y
que reproducen tanto hombres y como mujeres.
La propuesta analítica de Giddens permite interrelacionar
dimensiones estructurales porque cumple funciones indispensa-
bles en el complejo proceso de construcciones y cambios socia-
les, pero también subraya y define como central la agencia de los
sujetos. Giddens (1991) valorar las acciones como actividades
contingentes que no solo reproducen y recrean las estructuras,
94

sino que también pueden provocar cambios de forma consciente


o inconsciente.
En general puede afirmarse que la teoría de la estructu-
ración permite visualizar a los agentes desde una dimensión
integral en la que las y los sujetos no actúan solo con el fin de
construirse a sí mismos, sino que hacen uso de las reglas y re-
cursos disponibles para realizar acciones. Considerando que las
actividades, tal como lo plantea la sociología de las emociones,
no remiten sólo a la dimensión racional de las personas sino
también a la emocional. Más aún, la acción reflexiva está con-
formada por ambos aspectos, emocional y racional. De ahí que
el análisis de la cotidianidad sea particularmente importante,
pues es el espacio de acción de los sujetos. Recordemos que las
estructuras existen en la medida en que las reglas y los recursos
son utilizados cotidianamente por los agentes (Giddens, 1991).
Las estructuras existen al ser instancias de acción de las personas
–agentes- por tanto el cambio es posible, no sólo con respecto a
sí mismo sino con respecto al medio social. De esta perspectiva
teórica se desprenden aspectos de importancia a los que se les
dio particular atención en la investigación, como:
1. La relación de poder entre hombres y mujeres, que fue
analizada desde el vínculo emocional que se genera en la rela-
ción de pareja que las personas han construido, en el contexto de
la vida cotidiana de las parejas.
2. Sus acciones y discursos, que permiten identificar las
experiencias individuales, que a su vez relacionamos con otras
esferas de la vida como la familiar y la social en general.
3. Las prácticas rutinizadas de las personas, para com-
prender a su vez la relación de la pareja y de poder que se genera
en la vivencia cotidiana.
4. Las prácticas reflexivas debidas a acciones conscientes
de los agentes sociales, que remiten tanto a las prácticas y dis-
cursos racionales como a los emocionales.
5. El contexto de los procesos de cambio y de las prácticas
de las y los agentes. Las prácticas son producto de las relaciones
95

establecidas en el proceso de socialización y de la interacción


con el medio.
6. Definidas las categorías teóricas y considerando los ha-
llazgos empíricos de los trabajos de investigación, se delimitaron
dimensiones que se consideraron estratégicas para analizar las
relaciones de poder en las parejas. Para realizar la selección se
tomaron en cuenta aspectos que otras investigaciones mostra-
ban como particularmente difíciles en las relaciones de género,
en la medida en que acentúan las desigualdades sociales de gé-
nero. El cuadro 2 que se presenta a continuación permite ob-
servar la relación entre los distintos aspectos que se establecen
como vinculantes en la propuesta actual. Va de lo más general
a lo particular. Se señala la relación entre los esquemas socia-
les estructurantes y la agencia de los individuos o las personas,
que se ven mediadas por distintos aspectos que afectan y/o están
presentes en las relaciones.
96

Cuadro 2
Esquema conceptual: la dualidad de la relación de poder
en las parejas

Esquemas sociales Individuo y


agencia

Relaciones de género y
poder en las parejas

Macrosociales Microsociales

Amor Vida cotidiana:


-Experiencia subjetiva y
objetiva de la persona.
Deseos -Esquemas tipificados

Afectos
Historia de la persona
Poder

Entorno social Historia de la pareja

Recursos de poder

Simbólicos:
Materiales:
-Conciencia sobre derechos humanos
-Dinero (personal o familiar)
-Actitud pro derechos de las mujeres
-Herencia
-Participación política
-Trabajo extradoméstico
-Actitud crítica ante el sistema
-Educación y otros
- Actitud crítica ante relaciones desiguales entre
hombres y mujeres, otros

Relación de pareja actual


97

Los recursos materiales refieren a bienes materiales, acceso a


salario, recursos heredados, etcétera. Los recursos simbólicos
aluden al nivel educativo de las personas y al acceso e identifi-
cación con la defensa de los derechos de las mujeres –derechos
económicos, reproductivos, vida sin violencia, culturales-. Los
recursos no son determinantes pero forman parte de la vida de
las personas y, tal como explicamos antes, están presentes en la
cotidianidad, por lo tanto afectan las dimensiones de nuestro
análisis. De ahí que en el esquema anterior situamos los recursos
simbólicos y materiales sobre las dimensiones que son las que en
específico serán estudiadas para observar el poder en las relacio-
nes de las parejas y estas relaciones en general.
Las ocho dimensiones seleccionadas han sido identifi-
cadas como esferas de particular dificultad en las relaciones de
pareja. En los estudios sobre las familias y en la teoría, además
de que en ellas podemos observar lo racional, lo subjetivo y lo
sensorial complementando nuestro enfoque teórico, aunque es-
tos son aspectos de distinta naturaleza.
De modo que aunque lo emocional, lo subjetivo y lo ra-
cional están presentes en cada dimensión de análisis, en algunas
de ellas puede existir un mayor acento hacia un ámbito en par-
ticular. Sin embargo, en esta investigación se evitó diferenciarlos
por la dificultad que implica su medición. Por ejemplo, el afecto
en la pareja y la sexualidad, son ámbitos de análisis que asocia-
mos de manera más directa con lo subjetivo, lo emocional y lo
sensorial, pero no podemos afirmar que están exentos de accio-
nes racionales.
Finalizaremos esta sección con la definición de los recur-
sos. Por su lado las definiciones de cada dimensión se presentan
de forma introductoria en el marco metodológico y posterior-
mente en cada sección en que se hace su análisis específico con
el fin de facilitar la lectura y refrescar aspectos teóricos que fue-
ron considerados en esta sección.
Tal y como hemos señalado en páginas anteriores, los re-
cursos de poder considerados son: el trabajo extradoméstico
98

remunerado, la participación política y/u organizativa y la educa-


ción, así como otros recursos materiales, como las herencias que
tenga cada persona.
El concepto de poder remite a los conocimientos, expe-
riencias, redes sociales e institucionales y a la riqueza material
con que cuentan las personas (Giddens, 1995) y se pueden mo-
vilizar para favorecer una relación de poder más democrática
en la pareja y en la familia. Las dimensiones relativas al poder
constituyen aspectos temáticos generales que hacen referencia
a un aspecto en particular sean estas características, forma de
actuar y pensar, que podemos identificar en las personas y que
permiten el análisis de la relación de poder en la pareja.
Giddens entiende por recursos, los medios y bases que
permiten generar y ejercer poder, a los cuales pueden recurrir
las y los agentes en la interacción para manipular e influir a los
otros. Los recursos otorgan poder, se parte de una posición en
particular de las personas pero también entienden por tal una
aptitud transformadora. Utilizándolos los agentes obtienen re-
sultados deseados e intentados. A través de la noción de recur-
so Giddens (1995) reconoce la capacidad potencial de las y los
agentes de producir variaciones históricas a través de sus propias
conductas.
Distingue dos tipos de recursos: los no materiales (autori-
tarios), que son las facultades que generan poder sobre las per-
sonas, y los distributivos o materiales, que generan poder sobre
los objetos materiales, bienes o fenómenos. En la investigación
preferimos hablar de recursos materiales y simbólicos, pero la
diferencia entre uno y otro es el planteado por Giddens entre los
recursos autoritarios y los distributivos.
El acceso a recursos materiales y simbólicos, además de
otorgar poder, puede propiciar un ejercicio democrático o au-
toritario de este. A continuación se define cada recurso contem-
plado en el estudio.
99

Trabajo extradoméstico remunerado

Es el trabajo “productivo”, que por lo general se asocia con el


empleo y con las actividades por cuenta propia y que se reali-
za a cambio de una remuneración. Aunque esta definición es
limitante desde la sociología del trabajo, es funcional para los fi-
nes aquí propuestos, en el tanto nos interesa identificar el efecto
que tiene el trabajo extradoméstico en las mujeres como gene-
rador de experiencia de vida, conocimiento y acceso a recursos
económicos.
En este caso, el tipo del trabajo que realizan las personas,
los ingresos que obtienen a cambio de las actividades que llevan
a cabo, la utilización de su salario/ingreso, constituyen recursos
en la medida en que influyen en la posición que tiene cada inte-
grante de la pareja dentro de la familia.

Participación política y/u organizativa

Por participación política entendemos cualquier acción de las


personas dirigida a influir en los procesos políticos y en sus re-
sultados. Estas acciones pueden orientarse a la elección de quie-
nes ocupan los cargos públicos, a la formulación, elaboración y
aplicación de políticas públicas o influir sobre la acción de otros
actores políticos relevantes. La participación política y organi-
zativa refiere a las acciones colectivas, en donde se comparten
intereses, deseos y se defienden fines que transcienden los ac-
tos individuales. Incluyen acciones dirigidas a la composición
de cargos representativos, acciones dirigidas a influir en las ac-
titudes de las y los políticos, acciones dirigidas a otros actores
relevantes políticamente (empresas, ONG), actos a favor o en
contra de medidas tomadas (manifestaciones), participación en
100

asociaciones de carácter político como los partidos políticos,


sindicatos.
En nuestro caso, solo vamos a considerar la participación
a través de los partidos políticos en tanto estructuras formales de
poder, en las cuales a veces las mujeres desarrollan actividades
supuestamente marginales pero vitales para dichas estructuras.
Este tipo de participación genera experiencias que permiten el
crecimiento de las personas. Analizar qué esquemas-recursos se
trasponen del espacio político al privado, en términos del tipo
de relación de poder que desarrollan las parejas, es importante
en este proyecto.

Educación

Aquí nos referimos al proceso de formación de las personas en


un espacio educativo formal. En tanto recurso, la educación re-
fiere al nivel educativo al que la persona tuvo acceso, sea ense-
ñanza primaria, secundaria, técnica y/o universitaria. Contiene
al igual que la participación política y el trabajo extradoméstico,
una dimensión material y simbólica.
En las sociedades modernas, el sistema educativo formal
es el encargado de hacer circular el conocimiento, aunque no es
el único. Este enfoque de educación pone de relieve el rol parti-
cular de la educación formal en las personas, pero también ad-
mite que las destrezas adquiridas, así como el conocimiento, no
son exclusivos de este ámbito, aunque sí tiene particular valor
social, cultural y económico en la vida de las personas y de la
sociedad en su conjunto.
Ello remite a la capacidad que tienen los agentes de tras-
ladar estructuras sociales (sean esquemas y/o recursos) de otros
contextos históricos, sociales y culturales al contexto de prác-
ticas y estructuras sociales en que ellos están situados (Sewell,
1992). Las mujeres en este caso pueden transponer estructuras
101

de espacios extradomésticos a los domésticos y viceversa, lo


cual puede ser positivo para ellas. Las dimensiones selecciona-
das responden a la importancia que se le otorga a cada área en
la dinámica del de la relación de poder y establecer con base a
ellas cuan democrática es la pareja. Entre más democrática es la
pareja en las dimensiones seleccionadas, más se acerca la pareja
al tipo ideal que se construyó, aspectos que se profundizan en el
siguiente capítulo.
Los recursos de poder aunque por lo general se expresan
materialmente, contienen un poder simbólico que se otorga so-
cial e individualmente. La importancia que cada quien le confie-
re por ejemplo a la educación, o recursos materiales depende de
su historia familiar que a su vez expresan contenidos culturales y
particulares. Lo cual es absolutamente lógico si partimos de que
la cultura es la operación a través de la cual las personas o sujetos
le confieren sentido a un orden social dentro del cual se hallan
insertos, considerando que la relación de género a su vez, como
relación social está contenida en esta construcción.
Capítulo 3
La complementariedad metodológica en
el estudio de las relaciones de poder en las
parejas

Toda investigación tiene implicaciones metodológicas que con-


tribuyen a delimitar el objeto de estudio, se toma una serie de
decisiones entre lo que deseamos hacer y lo que realmente po-
demos hacer. En este apartado se presenta varios aspectos que
ubican al lector o lectora sobre el enfoque metodológico y la po-
blación de estudio.
El trabajo fue realizado desde una perspectiva cualita-
tiva, pero se utilizaron distintas técnicas que nos permitieron
organizar la información de diferente forma y realizar diversos
análisis. Se optó por trabajar con un enfoque tipológico que
permitió cuantificar y comparar la información y uno narrativo
para comprender casos específicos de las parejas y comprender
la complejidad y diversidad de elementos presentes en una his-
toria en particular. Siempre tomando en cuenta la dualidad de
las estructuras, tal y como se explicó en el capítulo teórico. De
esta forma se cuenta con un análisis general que nos permite ob-
servar los cambios y las resistencias en la dinámica del poder del
conjunto de las parejas. Y, por otra parte se tiene una reflexión
a profundidad sobre algunas parejas que por sus características
e historias llamaron la atención. Son casos que desde nuestro
104

punto de vista se salen de la norma, pero ¿será que cada vez más
la diversidad tiene más presencia social?
Fue la metodología de las historias de vida directivas las
que aportaron datos indispensables para estudiar las relaciones
de género, construir el “tipo ideal de pareja democrática” y com-
prender los cursos de vida de las personas. Las entrevistas que
se realizaron estaban dirigidas para captar ciertas experiencias
o aspectos de la vida de las personas a profundidad y aunque la
información obtenida fue exhaustiva, en estricto sentido no se
trata de historias de vida. Más que analizar todos los ámbitos de
la vida cotidiana, se enfatizó en las experiencias que tienen las y
los integrantes de las parejas con el tema central de estudio. En
el proceso de análisis se puso especial atención a la trayectoria
y experiencias con respecto a las relaciones de pareja, así como
a situaciones relativas a la educación, el trabajo doméstico y ex-
tradoméstico y a la relación de pareja en sí. Para cada persona
entrevistada se hizo un “mapa del curso de vida”, en donde se
identificó la trayectoria con respecto a la educación, el trabajo
extradoméstico, el nacimiento de hijos e hijas y la identificación
en el tiempo de parejas significativas. En el mismo mapa se seña-
laron cambios, transiciones y puntos de inflexión en la historia
de cada quien. Los mapas del curso de vida, fue el instrumento
más utilizado para organizar la información de las personas en-
trevistadas. Sin embargo, la información de cada pareja fue ne-
cesaria y se utilizó en la construcción de dos matrices con infor-
mación socio demográfica. También se utilizó el instrumento de
medición del “tipo ideal de pareja democrática”, el instrumento
de los códigos, y la codificación de las entrevistas.
Por tanto, cuando se realizó el análisis comparativo de
cada dimensión, el curso de vida de las personas quedó sub-
sumido, lo cual permitió hacer ciertas aseveraciones sobre las
parejas y las personas entrevistadas. Así pues, con el empleo de
la metodología del curso de vida y los “biogramas” se preten-
dió abarcar un mayor número de personas entrevistadas, que si
utilizábamos la historia de vida como metodología de trabajo,
105

en la medida en que las historias serían más extensas. Se pre-


tendió con ello mantener profundidad en la temática y analizar
transformaciones socio estructurales entre el tiempo histórico y
el tiempo individual. Para ello fue necesario contar con un es-
pacio o instancia mediadora, tal como lo requiere la propuesta
del curso de vida (Jelin y Balán en, Reséndiz, 2001). En este caso
“la familia” fue definida como la instancia mediadora entre la
pareja que es la unidad de análisis y los procesos sociales, lo que
permite mirar el cambio individual y el social. El curso de vida
debe considerarse como un método que contribuyó tanto a la
recolección de información como al análisis.
Para abordar el análisis comparativo de casos se recurrió
al método de la construcción del tipo ideal propuesto por Max
Weber. Por su lado, identificar la clase de relación de poder que
existe entre las parejas y comparar las vivencias que acontecen
en la realidad social. La metodología del tipo ideal permite pro-
fundizar en el análisis, comparar y crear teorías explicativas e in-
cluso realizar algunas generalizaciones teóricas. A continuación
se detalla las características generales de los distintos métodos
utilizados. Se habla de métodos y no solo técnicas por las impli-
caciones en la construcción de la información y las posibilidades
de organización y análisis del trabajo que cada cual nos permitió.

La metodología del curso de vida

El curso de vida se refiere a la secuencia de eventos y roles social-


mente definidos que la persona desarrolla en el tiempo. Permite
analizar la diversidad de eventos y señala que estos no necesaria-
mente proceden en una secuencia sino que constituyen la suma
total de la experiencia actual de la persona acumulada a lo largo
de su vida. Implica la presencia de al menos cuatro ámbitos de
interrelación en la vida de las personas, a saber: ubicación en el
106

tiempo y espacio, vidas ligadas e interconectadas (que remite a


la integración social), la agencia humana y el tiempo de la vida.
Para interpretar las acciones es necesario comprender el
tiempo y el espacio en el que están insertas las personas, por tan-
to sus acciones tienen un substrato cultural. El comportamiento
individual y social tiene lugar en varias “líneas o cotas”13 (mul-
tilayered) e integra diferentes subniveles del contexto social y fí-
sico. La idea básica es que la experiencia de vida de las personas
varía según el momento y el lugar en que han nacido debido a
la especificidad de fenómenos que afectan de forma diferente a
quienes nacen en momentos diferentes y el impacto diferencia-
do de tales acontecimientos en el territorio.
Además, las vidas están ligadas o interconectadas, existe
integración social, así que todos los niveles de la acción social
(cultural, institucional, social, psicológico y sociobiológico) in-
teractúan y se influyen mutuamente, no sólo como partes de un
todo sino también como resultado del contacto con otras perso-
nas que comparten las mismas experiencias. La medida en que
las expectativas sociales, normas e instituciones sociales han
sido integradas o internalizadas varía de individuo a individuo.
Lo decisivo es observar diferencias entre personas que provie-
nen de contextos familiares, laborales, educativos, barriales (et-
cétera) diferentes.
Por su parte la Agencia Humana centra la atención en las
acciones que tiene como fin las metas individuales. Todo siste-
ma dinámico persiste a través del tiempo y adapta su comporta-
miento al ambiente para satisfacer sus necesidades. Los motivos
de las personas y los grupos para satisfacer sus necesidades re-
sultan en comportamientos activos por medio de la toma de de-
cisiones y la organización de sus vidas alrededor de metas tales

13 El término cotas o líneas se refiere al subnivel, y a la altura relativa de un


fenómeno con respecto a otro de mayor envergadura, existiendo así una
relación entre las diferentes “líneas” de intervención.
107

como la seguridad económica, la búsqueda de satisfacción, la


elusión del dolor.
Para alcanzar sus metas, las personas o grupos responden
a la “temporalidad” (o el ritmo temporal) de eventos externos y
emprenden acciones y se “enganchan” en eventos y comporta-
mientos para hacer uso de los recursos disponibles en su con-
texto. La temporalidad (timing) de los eventos de vida puede
ser entendida como adaptación pasiva o activa de cara al logro
de las metas individuales o colectivas. Cómo y cuándo una per-
sona acumula o pierde riqueza, educación, consigue un trabajo
o forma una familia, son ejemplos de estrategias posibles. En
el siguiente diagrama se muestra cómo interactúan los distintos
elementos;

Niveles de interacción de los cuatro ámbitos de


desarrollo de la persona en el curso de vida

Desarrollo individual de
la agencia humana

Historia y cultura
ubicación Relaciones sociales
espacio temporal

Intersección de la edad o
periodo en el tiempo

Fuente: Giele, Janet y Elder, Glen (1987) Methods of Life Course Research.
Qualitative and Quantitative Approaches, Londres, Sage Publications, pág. 11.
108

La trayectoria remite a las dinámicas del curso de vida. Estas


tienen lugar en un período de tiempo, representan esferas de la
vida de la persona como trabajo, matrimonio, ingresos o amor
propio. A su vez se observa en el tiempo los eventos específicos
de la vida de las personas (Elder, 1985). Las transiciones están
siempre incrustadas en trayectorias que les dan una forma y un
significado distintivos. Las transiciones ocurren a su vez en una
fase particular de la persona –su vida adulta, infantil, juvenil, en-
tre otros-. Por ejemplo, la pérdida de un trabajo tiene un signifi-
cado particular cuando ocurre en el proceso de construcción de
la familia, con el nacimiento de un hijo, o en medio de una grave
crisis económica –con aumento del desempleo– del país. O bien,
no es lo mismo perder el trabajo cuando la persona ya está muy
adulta, pronta a jubilarse y ve pocas posibilidades de encontrar
otro trabajo que se ajuste a sus necesidades y que responda a su
nivel de experiencia laboral.
La trayectoria y transición de vida se refieren a procesos
familiares. Ambos aspectos están definidos por el proceso etario
y el movimiento a través de la estructura de edad. La trayectoria
no prejuzga la dirección, el grado o el porcentaje de cambio del
curso de vida de la persona.
Las trayectorias de vida pueden ser trazadas por estados
vinculados a los años sucesivos (como el proceso educativo, el
empleo, los ingresos, la salud, etcétera.) Cada trayectoria está
marcada por una secuencia de eventos de vida y transiciones,
o bien cambios en el estado, más o menos abruptos. La transi-
ción de vida y el evento o las trayectorias de vida tienen algunos
significados en común, pueden implicar cambios en el curso de
vida de la persona.
Los eventos y las transiciones remiten al concepto de du-
ración en el tiempo y al significado de un cambio en el estado.
El tiempo que dura un evento tiene implicaciones y significados
para el curso de vida de la persona. Por ejemplo, hay implicacio-
nes en la vida de la persona por la duración de su matrimonio,
unión o permanencia con su pareja. También hay implicaciones
109

con respecto a la “duración” de su residencia (lugar o lugares en


donde vive). De esta misma forma puede considerarse el em-
pleo, el desempleo o cualquier otra experiencia en la vida de las
personas. Por otra parte, así como existe la posibilidad de que
la persona conscientemente o inconscientemente actúe sobre
su curso de vida. También hay presiones de orden social que
hace que la o el individuo se mueva en una u otra dirección.
Metodológicamente se aconseja estudiar las transiciones a partir
del balance que las mismas personas hacen sobre sus roles fa-
miliares, laborales, y sociales en general. Este aspecto tratará de
respectarse, aunque en este caso también se introducirá la visión
de quien investiga.
Otro aspecto a tratar en el curso de vida de las parejas es el
“punto de inflexión” que representan las valoraciones subjetivas
que las personas hacen de las continuidades y discontinuidades
de sus vidas. Se identifica especialmente el impacto de los even-
tos que ocurrieron en la vida con efecto sobre el curso de vida
de la persona, que inciden de forma particular y producen cam-
bios en ella (en la trayectoria). Hareven y Kanji (1988) definen el
“punto de inflexión” como un proceso que implica la alteración
de la trayectoria de vida, una “corrección en el curso”, esta reco-
nexión puede ser “de corta o larga duración en el tiempo”, por
lo general no ocasiona un salto inesperado de una etapa a otra,
pero algunas vivencias pueden implicar alteraciones en la tra-
yectoria de vida.
El reto y la principal dificultad que intenta resolver el en-
foque del curso de vida, es la integración de lo estructural y lo
dinámico personal en una perspectiva comprensiva que toma en
cuenta la existencia de diferentes niveles de la estructura social y
la dinámica del cambio en la historia.
Cuatro tipos de investigación empírica han nutrido el de-
sarrollo del enfoque del curso de vida: la demografía histórica,
la sociología de la edad (envejecimiento), las historias de vida, y
las encuestas longitudinales. Aquí nos remitimos a las historias
de vida por ser el aspecto de interés en esta propuesta.
110

Las historias de vida aportan el concepto de agencia hu-


mana como un elemento central en la formación y en el direc-
cionamiento del camino de la vida individual (está asociado a
perspectivas psicológicas -como la psicología del desarrollo de
la personalidad de -Freud y Erikson- y sociológicas -Giddens y
Swell-. A diferencia del enfoque de la psicología del desarrollo,
que establece un conjunto de etapas en el desarrollo de la perso-
na, esta perspectiva del curso de vida reconoce la existencia de
diversas trayectorias de desarrollo ligadas al género, la etnia, la
cultura y otras. Adicionalmente, y a diferencia de la metodolo-
gía del ciclo de vida, el enfoque del curso de vida formula que
cualquier momento en la vida de la persona debe ser enfocado
dinámicamente como la consecuencia de experiencias pasadas y
el antecedente de acciones futuras, así como de la integración,
los motivos individuales y las restricciones del contexto.
También se ha señalado que la metodología de historias de vida
es una forma de estudiar el significado subjetivo del sentido de
la experiencia. Estos desarrollos llevan a utilizar el concepto de
curso de vida, en lugar del de ciclo, más estático o determinista.
Con ello se introduce una perspectiva diacrónica en el análisis
de lo social (Giele y Elder, 1986). Relevando el estudio de un
mismo hecho a través de distintos espacios temporales.
En lo central, se ha adoptado una concepción dialéctica
según la cual los cambios fluyen tanto desde el individuo hacia
el orden social como viceversa, en un proceso de estructuración
continua que abarca la interacción en el tiempo. Otros dos con-
ceptos centrales son los de “generación” y el de “edad”. En el caso
del primero, el curso de vida se relaciona con la generación a la
que el individuo pertenece (la manera en que cambios macro-
sociales afectan e impactan a dicha generación, sus expectativas
sociales, oportunidades y restricciones). La edad está referida a
la dimensión subjetiva (vivencia personal de la edad)14.

14 Con respecto a la edad, Giele y Elder (1986) consideran que esta es una
variable compleja y que deben considerarse algunos principios como los
111

Se considera que la metodología de las trayectorias de


vida permite, por una parte, realizar entrevistas acotadas a as-
pectos de la vida de las personas, tomando en cuenta tiempo
y espacio, elementos centrales en el estudio propuesto para el
análisis del cambio. Esta perspectiva permite ubicar el tema en
el tiempo, el cambio y la relación entre estructura y agencia de
las y los sujetos de estudio.
El objetivo que se planteó inicialmente con el curso de
vida fue contextualizar a las parejas entrevistadas, entender sus
procesos personales, visualizar además los procesos de ruptura,
los puntos de inflexión y cambio. Diferenciar el tiempo perso-
nal –metas personales- y compararlo con el tiempo familiar –
para visualizar la interrupción de metas personales, y si estas se

siguientes: a) Ninguna fase de la vida de una persona puede ser entendida


con independencia de sus antecedentes y de sus consecuencias (principio
del curso de vida: las fases de la vida de una persona están interconec-
tadas). b) Porque la sociedad cambia, integrantes de diferentes cohortes
(nacidos en diferentes períodos) crecen en formas diferentes (el principio
de Cohorte). c) La vida de una persona está interconectada con la vida de
otras personas, cada quien es influenciado por las relaciones sociales que
establece con otras personas (principio de intersección). d) Cambios en
la vida de las personas y cambios en las estructuras sociales son concep-
tualmente distintos pero sus dinámicas son interdependientes. Ninguno
puede ser entendido sin el otro (el principio de los dos dinamismos). e)
Una teoría de la edad (crecimiento) debe incluir una teoría del género
(debido a los cambios que se están viviendo en esta materia). f) El proceso
de crecimiento, la edad, no es estático, sino dinámico y tiene un sentido
subjetivo que puede variar de persona a persona y de generación a gene-
ración, así como también de región a región (espacio). g) El crecimiento
es al mismo tiempo un proceso biológico, social y psicológico (el princi-
pio bio psicosocial). h) En una sociedad cambian simultáneamente los
individuos como los contextos estructurantes en que están inmersos. Esto
plantea una dificultad analítica, cómo captar el cambio pues se trata de
dos unidades diferentes de análisis pero interconectadas. i) Debido a que
las sociedades cambian (contextos estructurales), los integrantes de una
misma sociedad, pero de cohortes diferentes, no pueden crecer de la mis-
ma manera (experiencias de vida diferenciadas por la temporalidad).
112

retoman en el curso de vida de la persona o bien son abandona-


das por procesos familiares o cambios en la vida de la persona.
Una vez realizado el análisis, se considera que la elección
de esta metodología fue importante, pues posibilitó formarse
una idea de las trayectorias de las personas que a su vez se re-
lacionó con los “recursos materiales y simbólicos -cuyo manejo
propicia poder. Todo lo cual permitió construir cuadros contex-
tuales de las parejas e historia de vida de cada persona.
El enfoque nos permitió realizar una reflexión no solo en
torno a las parejas sino también sobre la situación particular de
estas con el contexto sociohistórico en que se enmarca su ex-
periencia particular. Posibilitó asimismo visualizar contenidos
socio-estructurales en las personas, así como aquellos propios
de su subjetividad, acción y cambios, que corresponden a un ni-
vel individual principalmente, aunque pueden afectar lo social.

El tipo ideal como opción metodológica para el análisis


comparativo

Existen dos grandes propuestas teóricas relativas al método tipo-


lógico. La primera tiene como principal exponente a Max Weber
y su “tipo ideal” construido como propuesta metodológica para
el análisis de la realidad. Su propuesta tuvo una influencia im-
portante en Alfred Shutz en la metodología fenomenológica,
lo que destacamos aquí por la importancia que tiene este autor
para el análisis de la vida cotidiana. La segunda fue formula-
da por Howard Becker y John Mckinney, quienes desarrollaron
su enfoque basados en la filosofía pragmática y la investigación
empirista y analítica. Sus estudios tuvieron gran impacto en el
uso de técnicas de investigación estadísticas.
Ambas propuestas metodológicas coinciden en su inte-
rés por realizar generalizaciones y contribuir con ello a formu-
laciones teóricas. Un principio básico es considerar a todos los
113

“tipos” como construidos, sean estos ideales o empíricos y se


utiliza para referirse a procesos sociales y explicarlos;

El tipo construido es un sistema de características diseñado


en forma pragmática y formado por elementos abstractos.
Constituye un modelo conceptual unificado en el cual se
pueden intensificar uno o más atributos para su mayor uti-
lidad (Mckinney, 1968: 16).

El tipo a su vez puede emplearse para medir el grado de desvia-


ción del dato concreto con respecto al creado. Esto refiere a: “...
una selección, abstracción, combinación y (a veces) acentuación
planeada e intencional de un conjunto de criterios con referen-
tes empíricos que sirve de base para la comparación de casos
empíricos” (Mckinney, 1968: 14).
El tipo sirve para realizar comparaciones entre aconteci-
mientos concretos (se pueden enumerar y medir), razón por la
cual pueden utilizarse técnicas de cuantificación, lo que aumenta
su poder de predicción. Mckinney considera que no existe una
única opción tipológica, sino que hay varias que pueden crearse
de acuerdo con los intereses teóricos y metodológicos del in-
vestigador/a. Desde su perspectiva existe una serie de variables
comunes entre los tipos, sean estos ideales, puros, extremos,
heurísticos, polares, empíricos, taxonómicos o construidos.
A diferencia de otros enfoques, la metodología tipológi-
ca permite estudiar procesos de cambio. Mientras la perspectiva
estructural-funcionalista enfatiza en el sistema, en el orden, en
lo normativo, en la funcionalidad del sistema y su reproducción,
el análisis tipológico enfatiza en el análisis del cambio15 social.

15 El análisis del cambio es difícil, en tanto lleva a la sociología hacia lo im-


predecible. El cambio puede conceptualizarse de distinta forma como
ciclos, espirales, rectas, ascendencias, alternación discontinúa y zigzags
dialécticos, etcétera. Para ello estudiar el espacio - temporal y las hipótesis
son una guía fundamental (Brachet, 1996).
114

Esto visión empata con las preocupaciones expuestas en el mar-


co teórico relacionadas con la importancia de captar el cambio
social e individual.
El método comprensivo tipológico incluye una serie de
operaciones lógicas como son: la selección, el recorte del objeto
y la selección de nexos hasta formar una red causal. Estas ope-
raciones se realizan de forma simultánea y tienen como base la
observación, la comparación (del mayor número de casos) y el
establecimiento de reglas de experiencia (comportamiento nor-
mativo del sujeto). Estas operaciones permiten la construcción
hipotética del curso de la acción del hecho que se estudia. El
tipo ideal se distancia del “promedio”, en la medida en que no
interesa identificar el deber-ser de las normas, por tanto suelen
ser observaciones abstractas de la realidad. En suma, se trata de
una percepción lógica que se caracteriza por ser:
a. Un concepto límite y a la vez un instrumento metodo-
lógico conformados por la especificidad y la generalidad.
b. Una construcción conceptual que condensa las relacio-
nes causales de los elementos singulares que hipotéticamente
conforman a los individuos históricos.
c. Es extraño a la realidad, en tanto busca comprender la
acción determinada por obstáculos tradicionales, errores, afec-
tos, propósitos y consideraciones de carácter no económico. La
distancia entre el “ideal” y lo “real”, facilita comprender los mo-
tivos reales de las acciones (Weber, 1999b).
Las construcciones ideales de la acción social son “extra-
ñas a la realidad, proceden de una actitud acósmica frente a la
vida, desde su punto de vista entre más precisa sea su construc-
ción y más extraños sean al mundo concreto, tendrán mayor
utilidad explicativa y teórica. El tipo ideal se obtiene mediante;

el realce unilateral de uno o varios puntos de vista y la re-


unión de una multitud de fenómenos singulares, difusos y
discretos, que se presentan en mayor medida en unas par-
tes más que en otras o que aparecen de manera esporádica,
115

fenómenos que encajan en aquellos puntos de vista, escogi-


dos unilateralmente, en un cuadro conceptual en sí unitario
(Weber, 1997: 79).

Cuando Weber habla de captar “motivos reales” se refiere a la


probabilidad de existencia de la realidad. La probabilidad des-
cansa en la validez lógica y empírica del tipo. Usa el término
para aclarar su interpretación de la relación entre el significado
y la acción. Afirma que “la “probabilidad” de que una acción
acontezca puede establecerse solo a través de la identificación
del sentido subjetivo otorgado a esa acción por los actores so-
ciales implicados” (Hekman, 1999: 45). Weber usa el concepto
de “probabilidad” cuando relaciona su análisis a los tipos puros
de orientación de la acción, más que con los acontecimientos
concretos de las acciones particulares. Siempre enfatiza la nece-
sidad de distinguir entre sus tipos ideales y el caso concreto del
tipo, y por ello no puede afirmar que una orientación particular
siempre resulte en un curso de acción particular;

Elige el término “probabilidad” para sugerir su sentido de


conexión entre el tipo ideal y un acontecimiento real”..., la
discusión de Weber acerca de la “probabilidad” de que cier-
tos cursos de acción ocurran, se basa en su formulación de
los tipos puros de la acción, que suponen el mayor grado
posible de integración lógica en virtud de una completa
adecuación en el nivel del sentido (Hekman, 1999: 45).

En general puede decirse que el tipo ideal enfatiza los proce-


sos de abstracción y síntesis. Se trata de una especie de “cuadro
mental” que no debe confundirse con la “realidad en sí”. En tanto
tal, se le puede concebir como un concepto-heurístico que posi-
bilita aprehender los fenómenos sociales, con el fin de esclarecer
y analizar elementos empíricos fundamentales de los procesos
sociales analizados. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que
la “realidad” no se puede aprender en su totalidad, por ello, en
116

general, su conocimiento exige la elaboración de abstracciones y


de modelos teórico-explicativos.
Hekman (1999) señala tres pautas epistemológicas cen-
trales que contienen los tipos ideales de Weber:
1. La primera remite a que el tipo ideal es extraído de una
categoría general de los hechos disponibles al analista social.
2. La construcción de un tipo ideal estructural supone la
selección de un grupo particular de estos hechos, determinados
por el interés teórico del investigador/a.
3. Los aspectos significativos de hechos seleccionados son
sistematizados en un concepto de acuerdo con la demanda lógi-
ca, según los intereses teóricos.
Se deriva de esto que el tipo ideal, puro y estructural, que
desarrolla Weber en su propuesta metodológica, remite a un
proceso de construcción analítica en donde la teoría, la realidad
social e incluso la realidad histórica son factores determinantes
en la definición conceptual de los fenómenos sociales.
El tipo ideal se diferencia del construido en la medida en
que éste se ha alejado del polo ideal del continuo y acercado al
polo extraído –que remite a la realidad empírica- . Acentúa su
probabilidad objetiva de la ocurrencia empírica más que la posi-
bilidad objetiva (porque esta última implica la mera posibilidad
lógica, se remite a una ficción que tal vez nunca ocurra en la
realidad).
Se tiene así que el tipo ideal de Weber es una construcción
idealizada y, en tanto tal, abstracta, que no necesariamente se
encuentra en la realidad; es ficticia y no tiene por qué dar cuenta
de lo que sucede en la realidad. Mckinney, por su parte, señala
que a pesar de que el tipo es una construcción-conceptual-fic-
ticia, debe dar cuenta de fenómenos empíricos. Pero el “tipo
ideal” mantiene la complejidad para observar la realidad desde
un referente teórico que permite la contrastación y no la clasifi-
cación o el ordenamiento. Sin embargo hay que considerar que
ambas tipologías son “un procedimiento de organización, análi-
sis de la información y hasta de construcción teórica” (Velasco,
117

2002: 172). En esta investigación se optó por construir un tipo


ideal para contrastarlo posteriormente con la realidad. Lo que
nos permitió ordenar la información, clasificarla y comparar-
la para retomar posteriormente los hechos nodales y combinar
los elementos seleccionados que indican una forma de acentuar
ciertos rasgos, que operan como desencadenantes en otras rela-
ciones (Lindón, 1999).
En el análisis que ofrecemos se optó por el tipo ideal pues
consideramos que con el uso de esta metodología se puede apor-
tar más a los hallazgos de la temática tratada. Además de con-
siderar aspectos teóricos y empíricos atinentes a la temática, el
tipo ideal construido fue empleado en investigaciones que cons-
truyeron tipologías sobre temas similares al que se aborda aquí:
relaciones de parejas, el amor y/o las relaciones de poder (Rojas,
2000; Valdés, Gysling y Benavente, 1999; Rivera y Díaz, 2002).
De esta forma con una construcción tipológica ideal se pre-
tende responder al tema central que se indaga, a saber: si las
relaciones de poder en las parejas y, por tanto, si las relaciones
entre los géneros, muestran cambios con respecto a conductas
tradicionales. La construcción de un “tipo ideal de pareja demo-
crática” permite observar cuanto se acercan o alejan las parejas
analizadas de éste modelo. De igual forma permite identificar el
tipo de poder que se practica, así como la continuidad y ruptura
con el prototipo ideal de familia y de pareja vigente en la socie-
dad contemporánea.
Consecuentemente, para responder a los objetivos de la
investigación y comparar los modelos existentes y los emergen-
tes en las relaciones de pareja, se propuso construir un tipo ideal
abstracto de relación de pareja democrática. Basado en supues-
tos teóricos y estudios empíricos a fin de medir cuánto se alejan
o se acercan al ideal construido las parejas entrevistadas, forma
en que se analiza el cambio en la relación de poder en las parejas
con respecto al tipo ideal construido. Entre más se acercan las
parejas al ideal, más democráticas son. Entre más se alejan del
ideal menos democráticas son. Partiendo de que, el ideal societal
118

remite a una pareja que forma parte de una familia nuclear tra-
dicional, la jefatura del hogar es ejercida por el hombre y éste es
quien tiene más poder de decisión en su unidad familiar (Jelin,
1984; Benería, 1992; Chafetz, 199; Wainerman, 2000, 2002, 2005
y 2007; Cea, 2007). Sin duda hay otras formas de estudiar el tema
propuesto. Más este fue el procedimiento elegido.
El tipo ideal en cuanto herramienta metodológica sirve
para realizar comparaciones entre acontecimientos concretos
y abstractos, que se pueden enumerar y medir. Lo que permite
utilizar técnicas de cuantificación basadas en información cua-
litativa. De esta forma, organizamos la información, la seleccio-
namos, la depuramos antes de realizar el análisis de caso. Lo que
se hizo en este trabajo fue partir de la información cualitativa
de las narraciones de las personas. Posteriormente se cuantificó
las características encontradas y, en otro momento se regresó al
análisis cualitativo. Medir el peso de cada indicador permitió
observar más fácilmente cuánto se han transformado las prác-
ticas rutinizadas, al contrastar cada pareja con respecto al tipo
ideal de pareja.
Para responder al interés expuesto se realizaron varios
pasos metodológicos que a continuación se enumeran y se desa-
rrollan en el subapartado que corresponde:
1. En un primer momento se construyó un tipo ideal de pareja
democrática. La definición de la misma fue el resultado de la
revisión bibliográfica de aspectos teóricos y empíricos.
2. Con base en la definición de la pareja ideal se procedió a re-
visar y delimitar las dimensiones de análisis, cada eje de aná-
lisis se seleccionó por la importancia en el estudio del poder y
las relaciones de pareja, a su vez, cada uno contó con su propia
conceptualización.
3. Posteriormente, se elaboró el instrumento que fue aplicado a
cada una de las parejas y fue construido con base en las dimen-
siones. A su vez, cada dimensión fue desagregada en categorías
de análisis que obedecen a aquellos aspectos de mayor interés,
lo que permitió identificar la práctica de las parejas, decidiendo
119

sobre el grado de mayor o menor asimetría en las relaciones de


las parejas.
4. Luego, como cuarto paso, se aplicó el instrumento a las en-
trevistas realizadas, considerando la pareja como unidad de
análisis.
5. Una vez aplicado el instrumento, con base en los puntajes ob-
tenidos se clasificó a las parejas y se procedió a la construcción
de la tipología de las mismas.
6. Finalmente, se identificó las dimensiones de análisis de acuer-
do a una mayor tendencia o resistencia al cambio con respecto
al tipo ideal construido.
La revisión bibliográfica y los aspectos teóricos fueron vi-
tales y se mantuvo a lo largo de la investigación, ello permitió
fácilmente actualizar la información que se presenta en el próxi-
mo capítulo.

Procedimiento para la construcción del tipo ideal

Para realizar la construcción del tipo ideal de poder democráti-


co en las parejas seguimos dos pasos: Por un lado, se analizó la
información de carácter teórico y de estudios empíricos; para
ello buscamos datos de interés de algunas de las temáticas esta-
blecidas como estratégicas, a saber: relaciones de pareja, el afec-
to en las parejas, relaciones de poder, pareja y administración
de los recursos, etcétera. Una vez analizada la información16,

16 La bibliografía revisada al respecto fue amplia y forma parte del estado


de arte que se realizó; sin embargo, en la elaboración de los indicadores
que forman parte de este instrumento, los textos que más se utilizaron por
su aporte teórico y metodológico fueron los siguientes: Araya, Mª José
(2003); Coria, Clara (2001, 1986, 1989), Díaz, Capitolina; Díaz Cecilia,
Dema, Sandra y Ibáñez, Marta (2004a); Díaz, Capitolina, Díaz Cecilia,
Dema, Sandra y Ibáñez, Marta, Díaz, Cecilia, Allmendinger, Jutta, Stocs,
Janet, Wilson, Frank, Halleröd, Björn, Nyman, Charlott, Reinikainen,
Lasse (2004b); Escalante, Ana C. y Peinador, Rocío (1999); García, Brígida
120

se definió cada dimensión y los recursos que debían ser con-


templados en la investigación. Las temáticas relacionadas con el
ejercicio del poder son múltiples y su alcance puede ser mayor a
lo aquí establecido. Sin embargo, se consideró que había ciertas
dimensiones que eran estratégicas y no podían quedar por fuera.
El segundo paso permitió avanzar en la delimitación de
las dimensiones a partir de las primeras lecturas de las entrevis-
tas. Una vez transcritas las narraciones, se emprendió el análi-
sis de los cursos de vida de las personas. Ello permitió tener un
panorama general y tomar en cuenta ciertos aspectos a la hora
de delimitar los ítems que conforman las dimensiones. Este fue
el momento en que se decidió trabajar sólo con las parejas en
las que las dos integrantes habían sido entrevistados, pues era la
única forma de analizar el “tipo de poder y relación de pareja”.
La lectura de las entrevistas permitió considerar algunos temas
tratados por las personas que no estaban contemplados en otras
investigaciones.
Estos dos momentos, uno de indagación y el otro de re-
visión, ordenamiento y análisis preliminar de las entrevistas
produjo la delimitación de las dimensiones y sus categorías,
que obedecen a distintos ámbitos de interés que se desprenden
de los aspectos teóricos considerados. El tipo ideal de la pare-
ja democrática se construye teniendo en cuenta el conjunto de
dimensiones seleccionadas anteriormente señaladas: Afecto en
la pareja, Sexualidad (cuerpo, sexualidad, salud reproductiva
y erotismo), Formas de ejercicio del poder, Formas de convi-
vencia, Administración del dinero y recursos materiales de la
pareja, Distribución del trabajo doméstico, Participación en el
cuidado y crianza de hijos e hijas, El uso del tiempo “libre” (re-
creación, metas y proyectos personales y familiares); las mismas
fueron consideradas para definir el tipo ideal de pareja.

y Orlandina Oliveira (1994, 2004, 2007); Nyman, Charlott y Reinikainen,


Lasse (2001) y Valdés, Teresa, Gysling, Jacqueline y Benavente, Mª
Cristina (1999).
121

Definición del tipo ideal de la pareja democrática

La relación de pareja ideal fue considera como aquella que


se basa en una relación absolutamente igualitaria del poder.
Considerando que el ejercicio del poder pasa por aspectos emo-
cionales y racionales que implican a su vez el acceso y el uso
equitativo a los recursos materiales y simbólicos de la pareja.
Por tanto, la relación de pareja que hace uso de un poder demo-
crático se caracterizaría por generar una posición igualitaria y
equitativa entre las personas que la conforman.
Para ejercer un poder democrático es necesario desarro-
llar prácticas innovadoras a contracorriente de las prácticas y
modelos dominantes. En una sociedad como la nuestra, donde
las inequidades de género impiden que las mujeres se desarro-
llen en igualdad de condiciones. Las parejas igualitaristas deben
estar cerca de los discursos que promueven los derechos de las
mujeres y de prácticas que en alguna medida coincida con un
discurso igualitarista. En dicho modelo ideal de pareja, los de-
rechos, intereses y necesidades tanto de hombres como mujeres
son considerados por igual, más allá de quién gana más o de si
ambos cuentan con trabajo remunerado o no.
Entonces, partimos de que el tipo ideal de pareja democrá-
tica es aquella en donde: a) las muestras de afectividad contribu-
yen a la construcción de la intimidad y deberían ser importante
para los dos; b) la vida sexual y erótica debería ser satisfactoria
para ambos; c) el ejercicio del poder debe considerar las necesi-
dades, los intereses y los deseos de los dos y ambos tienen igual
derecho a tomar decisiones; d) la forma de convivencia debe ser
constructiva basada en la comunicación, la negociación y la re-
solución de los conflictos; e) ambos deben participar de forma
igualitaria en la administración de los recursos y la toma de de-
cisiones sobre su uso; f) ambos deben participar por igual en
el cuidado y crianza de las hijas o hijos –a no ser que uno de
los dos, por motivos de enfermedad o discapacidad no lo pueda
122

realizar; y g) ambos deben contar con tiempo libre para realizar


actividades de interés personal.
Una vez definido en términos generales el tipo ideal de
pareja democrática, pasamos a definir con más detalle cuál de-
bería ser el ideal democrático en cada una de las dimensiones
consideradas.

Dimensión: Afecto en la relación de pareja

Recordemos que las emociones son respuestas psicológicas y


automáticas que implican características tanto mentales como
fisiológicas. Las emociones hacen que “evaluemos subconscien-
temente lo que percibimos sea como una relación beneficiosa o
nociva entre nosotros y algún aspecto de la realidad” (Branden,
2000: 80). El desarrollo afectivo se basa en relaciones objetales
imbuidas de afecto en forma de memoria afectiva. El afecto, en
este caso, lo relacionamos con sentimientos de compenetración,
confianza, solidaridad, empatía, respeto. Hay además dos aspec-
tos que consideramos estratégicos en esta dimensión: la comu-
nicación y la solidaridad.
La comunicación refiere al espacio efectivo con que cuen-
ta cualquiera de las partes que forman la pareja para expresar
ideas, pensamientos, emociones, necesidades y verbalizarlas o
bien expresarlas utilizando otros medios. La idea es que esta
comunicación sea efectiva en el sentido de que quien emite el
mensaje pueda recibir una reacción y mensaje de la persona a
quien se dirige –retroalimentación-. Refiere a la existencia de
espacios, momentos y situaciones de interacción en la pareja y
consiguientemente al entendimiento entre ambos.
La solidaridad es una actitud fundamentalmente social
que incluye la bidireccionalidad. Se basa principalmente en el
sentimiento de dar, de apoyar sin recibir nada a cambio, en una
123

relación de pareja tiene que ver principalmente con la incondi-


cionalidad hacia la otra persona.
La expresión democrática ideal del afecto implica que
ambas personas logran expresar los sentimientos para que su
contraparte los perciba, por tanto, no hay manipulación emo-
cional; hay compenetración, confianza, solidaridad, empatía,
respeto y comunicación. Hay presencia de goce con la interac-
ción emocional y el compromiso. Hay entrega, complicidad, in-
timidad. Se comparten algunos deseos y proyectos. Hay meca-
nismos de comunicación adecuados que facilitan la negociación
y resolución de conflictos. La solidaridad se muestra en actos de
generosidad hacia la pareja y hay reciprocidad.

Dimensión: sexualidad en la pareja

La sexualidad es un ámbito heterogéneo de expresión de las per-


sonas, es construida social, histórica y culturalmente, por tanto,
al igual que el amor, cambia con el tiempo. Remite al ámbito del
placer y se expresa en distintos planos como el emocional, físico,
espiritual y político. A su vez está íntimamente relacionada con
el cuerpo y desde allí está atravesada por relaciones de poder.
Esta dimensión tiene una relevancia estratégica porque
desde la sexualidad, y en especial desde el cuerpo de los sujetos
se evidencian la inequidad, la subordinación, la dependencia.
En la sociedad contemporánea operan tanto los mecanismos
disciplinarios como los reguladores (Foucault, 1999a, 1999b),
cuya articulación es posible puesto que están ubicados en ni-
veles distintos de acción. Señala Foucault que el biopoder y el
disciplinamiento de los cuerpos son mecanismos de control de
la sociedad, de los discursos de verdad sobre los cuerpos de los
sujetos.
La expresión de una sexualidad idealmente simétrica
implica actos erótico- afectivo que genera placer a ambas partes,
124

se promueve el cuidado del cuerpo y, en especial, del aparato


reproductivo. Se comparte la decisión sobre uso de métodos an-
ticonceptivos y existe valoración y respeto hacia el cuerpo del
otro. Hay preocupación porque los encuentros eróticos sexuales
sean satisfactorios para ambas partes, generando un equilibrio
entre el deseo sexual de los dos. Se respeta el ritmo sexual de
cada parte y se busca salidas que equilibren los deseos de ambas
partes. Hay apertura para conversar y resolver las diferencias y
los problemas.

Dimensión: Estilo o formas de ejercicio del poder en la


pareja

Esta es una dimensión estratégica de carácter transversal. En


esta dimensión, el análisis específico del estilo de poder queda
circunscrito principalmente a la toma de decisiones de la pareja.
Al ser dinámico el poder, se tiene conciencia de que en
una relación pueden existir distintas formas de ejercerlo. Las
formas en que se actúa frente a una situación determinada sue-
len estar condicionadas por la experiencia de cada cual en lo
personal y lo social.
El ejercicio de un estilo de poder democrático ideal sería
aquél donde se consideran las necesidades, intereses o deseos de
ambas partes. El poder democrático permite la individuación,
la construcción de la autonomía de uno sin dañar la integridad
física y psicológica de la otra persona. Es la capacidad de tomar
decisiones considerando los puntos de vista de ambas partes sin
temor a las represarías. Ambas partes comprenden de forma
consciente o inconsciente que el poder es dinámico, así que las
decisiones que se toman son compartidas, negociadas e impli-
can llegar a acuerdos entre ambos. Es la capacidad de ceder sin
sentirse cuestionado/a. El poder es relacional, dinámico y fluye
125

sin que los recursos que tenga de más una de las dos partes influ-
yan en la toma de decisiones, eso es democrático.

Dimensión: Formas de convivencia

Se desea analizar aquí dos aspectos: el conflicto y la negocia-


ción en la pareja. Ambos temas permiten identificar el nivel de
conflictividad, la forma en que se resuelve el conflicto y el papel
de la negociación en la pareja como forma de resolución de las
diferencias.
La forma de convivencia democrática ideal sería aquella
en donde la relación es armónica porque existe espacio para la
comunicación, la negociación y la resolución de los conflictos.
Pese a la existencia de diferencias y conflictos existe espacio para
la negociación y para tomar decisiones que son respetadas por
ambas partes. Cuando los acuerdos no son satisfactorios hay es-
pacio para que las posiciones se modifiquen y para la renegocia-
ción. Las diferencias se respetan y, cuando ellas afectan de forma
particular a una de las partes, hay espacio para llegar a acuerdos
satisfactorios para ambas partes.

Dimensión: Administración del dinero y los recursos en la


pareja

Con respecto al dinero, a los recursos económicos y materiales


de la pareja, hemos considerado que hay dos aspectos claves a
tomar en cuenta: quién toma las decisiones cotidianas y rele-
vantes en materia económica en la pareja y quién administra los
recursos. En los gastos familiares se contemplan las necesidades
individuales de recreación, estudio, vestido, alimentación, medi-
camentos, tratamientos, ejercicio, salud. El objetivo es analizar si
126

se toman en cuenta las necesidades de ambos y cómo se conci-


lian estas necesidades con las de la familia y la pareja.
Se analiza el uso del dinero, el aporte personal a los gas-
tos familiares y la organización del presupuesto, quien toma las
decisiones en la pareja sobre dineros disponibles. La obtención
de préstamos bancarios o la compra de bienes muebles o inmue-
bles. La distribución de los gastos en la familia –pago de servi-
cios, alimentos, vestido, recreación, entre otros-, dinero que se
invierte en educación y salud de los hijos e hijas y el personal.
Observamos también el uso y acceso a cuentas bancarias, tarjetas
de débito, crédito y transferencias bancarias. También se evalúa
la necesidad de consultar a la pareja para hacer uso de cuentas
bancarias familiares, de ahorros familiares o personales, cuentas
de uso personal sin extensión a segundas o terceras personas.
Los bienes inmuebles adquiridos, como carros, casas, terrenos,
a nombre de quién se inscriben. Actividades personales recrea-
tivas, deportivas, formativas-técnicas, educativas, familiares, en
las que cada integrante de la pareja gasta recursos económicos.
Una administración democrática ideal de los recursos
implica que ambos toman acuerdos sobre el uso de los recursos
cotidianos y las inversiones de mediano y largo plazo. Ambos
deciden la forma y cantidad de los ahorros. Ambos cuentan con
dinero personal de forma igualitaria. El uso de los recursos, así
como su administración, no está determinado por los recur-
sos personales, sean ingresos personales vía salario, ganancias
o recursos familiares. El dinero que cada quien recibe es visto
como un bien común o individual que aporta a la manutención
de la familia. La diferencia de ingresos no influye en el uso de los
mismos. Ambos son responsables por velar por las necesidades
individuales y familiares.
127

Dimensión: Distribución del trabajo doméstico

La omnipresencia ideológica del mercado ha reducido el con-


cepto del trabajo a la esfera pública, en especial al trabajo asa-
lariado. Esta es una visión sesgada y restrictiva del trabajo.
Concepciones más recientes abogan por una ampliación del
concepto para incluir las formas de trabajo que producen bienes
de uso indispensables para la reproducción humana. Entonces el
trabajo doméstico se entiende como el conjunto de actividades
mentales, manuales y emocionales dirigidas a proporcionar el
cuidado necesario. El trabajo es definido tanto en términos his-
tóricos como biológicos como la actividad que se realiza “para
mantener la vida diaria y de generación en generación” (Laslett
y Brenner, 1989: 382). De modo que la reproducción social tiene
igual importancia que la organización de la producción para el
mercado.
El trabajo doméstico es definido como el conjunto de ac-
tividades o tareas reproductivas necesarias para la reposición
y manutención de la fuerza de trabajo. Se desea analizar si la
distribución del trabajo doméstico es equitativa según las ac-
tividades individuales y colectivas de la pareja, sin importar el
tipo de relación que se tenga –homosexual o heterosexual-. En
esta dimensión hemos dejado de lado el cuidado y la crianza de
las y los hijos, ya que por la importancia de esta actividad para
nuestra investigación, se analiza la misma como una dimensión
independiente.
Una distribución democrática ideal del trabajo domésti-
co es aquella en que ambas personas se distribuyen el trabajo de
forma equitativa. Para que exista un equilibrio tal, se debe tomar
en cuenta el conjunto de actividades y responsabilidades que tie-
ne cada quien. Por ejemplo, si tienen trabajo extradoméstico, el
tipo de trabajo que realiza, las horas que dedica, el tiempo que le
toma transportarse. Las actividades deben estar claramente de-
finidas, deben ser identificables y distribuidas equitativamente,
128

según el esfuerzo, el tiempo que implica realizarlas y su grado


de dificultad.

Dimensión: Participación en el cuidado y crianza de las y los


hijos

Por el tiempo y la dedicación física y emocional que implica,


el estudio del cuidado y crianza de los hijos es importante y se
debe prestar atención a los detalles con el fin de establecer las
diferencias cualitativas y cuantitativas. Se observan aspectos re-
lativos al tiempo que se dedica a la recreación, educación, salud,
socialización, apoyo emocional y alimentación de las y los hijos.
La participación democrática ideal en el cuidado y
crianza de los y las hijas requiere que ambas personas partici-
pen en las distintas actividades de forma equilibrada y equitativa
en el uso del tiempo y atención, sin que sea necesario que sean
el padre y la madre biológicos. Que exista una distribución de
responsabilidades considerando la naturaleza de las mismas y el
tiempo que se tiene que invertir en ellas. La pareja absolutamen-
te simétrica participaría en el proceso de socialización, ambas
personas asumirían las necesidades emocionales de los niños,
niñas o adolescentes y se distribuirían las tareas que se derivan
de dicha atención. Los espacios de recreación y familiares serían
compartidos y, de no ser posible esto, se trataría de evitar el re-
cargo y la ausencia sistemática de uno de los dos. Las necesida-
des materiales son suplidas por ambas partes considerando las
diferencias de ingresos. La atención, en caso de enfermedad, es
compartida, así como la asistencia a actividades escolares y a los
espacios de recreación.
129

Dimensión: El uso del tiempo

El tiempo de las mujeres por lo general está pautado a partir


de las necesidades de las demás personas, y en él se prioriza al
núcleo familiar. Las mujeres también deben realizar una serie de
actividades – trabajo doméstico, atención a sus hijos e hijas- de
tal forma que, a diferencia de la mayoría de varones, cuentan
con poco tiempo para sí. Socialmente dicha diferencia y des-
igualdad en el uso del tiempo entre hombres y mujeres es vista
como “natural”. En las Encuestas del Uso del Tiempo interesa
medir el tiempo que los integrantes de las familias dedican a las
actividades del trabajo no remunerado o domésticas. Es impor-
tante identificar el tipo de actividades que se realizan así como el
tiempo que se dedica a las actividades formativas, recreativas y
familiares (Araya, 2003).
En la presente investigación se decidió solo analizar las
actividades que remiten al tiempo libre. Interesa identificar y
medir el tiempo que utilizan las personas en la realización de
actividades como las religiosas, culturales y/o cívicas, sociales,
deportivas, recreativas y formativas, así como las relacionadas
con el cuidado personal. También se desea indagar si para la rea-
lización de las mismas es necesario pedir permiso a la pareja.
En esta dimensión, se ha incluido el desarrollo de pro-
yectos personales en campos como la formación, la educación
y la participación en espacios sociales y políticos. Los proyectos
responden a intereses y necesidades personales de crecimien-
to personal. La definición de proyectos y metas personales está
vinculada al proyecto de vida. El proyecto de vida es una acción
abierta y renovada para superar el presente y abrirse camino ha-
cia el futuro (Carballo, et al. 1998). El proyecto que una persona
se trace está relacionado con las posibilidades y oportunidades
del contexto, por ejemplo el acceso a la educación, a la salud
y al mercado laboral. Los recursos son fundamentales en este
caso y definen en cierta medida la búsqueda del sentido que
cada quien tiene de la. Desde la psicología se considera que es
130

en la adolescencia en donde la persona se plantea un proyecto


de vida. Pensamos que esta es una visión limitada, parte de una
idea lineal de la vida de las personas y no considera los puntos
de inflexión, crisis o cambios que se generan durante la trayec-
toria de vida. Los proyectos de vida pueden ser reorientados o
redefinidos de acuerdo con las experiencias y las oportunidades
que se le presentan a cada quien a lo largo de toda su existencia.
El uso ideal del tiempo libre implica entonces que cada
persona cuente con tiempo suficiente para realizar actividades
personales, sean estas recreativas, formativas, de capacitación,
familiares, culturales, religiosas, políticas, entre otras. Las activi-
dades pueden realizarse de forma individual o acompañada por
amistades, por la pareja u otras personas. Para la ejecución de
las mismas la persona no tiene que pedir permiso –sin que ello
implique que no socialice, informe y se tomen acuerdos en la pa-
reja al respecto-. Para que el uso del tiempo libre sea efectivo es
necesario que la pareja le asigne un presupuesto a las mismas, de
lo contrario solo podrían realizarse aquellas que no impliquen
gasto alguno.
A continuación se presenta un cuadro que resume las ca-
tegorías, las dimensiones y la definición de las mismas con res-
pecto a lo que se considera una relación de pareja democrática
ideal (cuadro 3).
131

Cuadro 3
Dimensiones presentes en el tipo ideal de la pareja
democrática

Dimensiones Aspectos centrales del tipo ideal


1. Afecto en la -Que ambas personas expresen los senti-
pareja mientos para que cada quien los perciba. Los
sentimientos no se manipulan.
-Hay compenetración, confianza, solidari-
dad, empatía, respeto y comunicación.
-Hay goce por la interacción emocional y
el compromiso. Hay entrega, complicidad,
intimidad.
-Se comparten algunos deseos y proyectos.
Hay mecanismos de comunicación adecua-
dos que facilitan la negociación y resolución
de conflictos.
-La solidaridad se muestra en actos de gene-
rosidad –no altruistas- hacia la pareja. Hay
reciprocidad.
2. Sexualidad -El afecto, el deseo sexual y erótico genera
(cuerpo, se- placer a ambas partes.
xualidad, salud - Se promueve el cuidado del cuerpo y en
reproductiva y especial del aparato reproductivo.
erotismo) - Se comparte la decisión sobre uso de méto-
dos anticonceptivos y uso del mismo.
-Valoración y respeto hacia el cuerpo del
otro, se promueve conocer el cuerpo, para
tener control sobre él.
-Ambos quieren que los encuentros eróticos
sexuales sean satisfactorios, generando un
equilibrio entre el deseo sexual de los dos.
132

-Se respeta el ritmo sexual de cada quien y se


buscan salidas que equilibren los deseos de
ambas partes.
-Hay apertura para conversar y resolver las
diferencias y los problemas.
3.Estilo o formas -Se consideran las necesidades, intereses o
de ejercicio del deseos de ambas partes.
poder -Permite la individuación, la construcción de
la autonomía de uno sin dañar la integridad
física y psicológica de la otra persona.
- En la toma de decisiones se considera los
puntos de vista, de ambas partes sin temor a
las represarías.
-Ambas partes comprenden de forma cons-
ciente o inconsciente que el poder es dinámi-
co, así que las decisiones que se toman son
compartidas, negociadas e implican llegar a
acuerdos entre ambos.
-Se cede sin sentirse cuestionado/a.
-Los recursos materiales, aunque pueden ser
desiguales, no influye en la toma de decisio-
nes, las opiniones son igualmente valoradas.
4. Formas de -Existe espacio para la comunicación, la
convivencia negociación y la resolución de los conflictos.
-Pese a las diferencias y conflictos existe
espacio para la negociación, para tomar deci-
siones que son respetadas por ambas partes.
-Cuando los acuerdos no son satisfactorios,
hay espacio para que las posiciones se modi-
fiquen, para la renegociación.
-Cuando los acuerdos no son satisfactorios,
hay espacio para que las posiciones se modi-
fiquen, para la renegociación.
133

5. Administración -Ambos toman acuerdos sobre el uso de


del dinero y re- los recursos cotidianos y las inversiones de
cursos materiales mediano y largo plazo.
de la pareja -Ambos deciden sobre la forma y cantidad
de los ahorros.
-Ambos cuentan con dinero personal de
forma igualitaria.
-El uso de los recursos, así como su adminis-
tración, no está determinado por los recur-
sos personales –sean ingresos personales vía
salario, ganancias, etc. o recursos familiares-.
-El dinero que cada quien recibe es visto
como un bien común y por ello es comparti-
do; la diferencia de ingresos no influye en el
uso de los mismos.
-Ambos son responsables de velar por las
necesidades individuales y familiares.
-Ambos participan en la gestión de la labor
de la administración.
6. Distribución -Existe una distribución equitativa del traba-
del trabajo jo y las responsabilidades.
doméstico -Se toma en cuenta el conjunto de activi-
dades que realizan las personas, es decir, si
ambos cuentan con trabajo extradoméstico,
el tipo de trabajo que realizan, las horas que
le dedican, el tiempo que les toma desplazar-
se, asuntos que son considerados para dividir
el trabajo doméstico, para que exista un
equilibrio en el trabajo en general.
-Las actividades se distribuyen equitati-
vamente según el esfuerzo, el tiempo que
implica realizarlas y el grado de dificultad.
7. Participación -Ambos participan en las distintas activida-
en el cuidado y des de forma equilibrada, equitativa.
crianza de hijos e
hijas
134

-Existe una distribución de responsabilida-


des considerando la naturaleza de las mismas
y el tiempo que se tiene que invertir en ellas.
-Ambos participan en el proceso de
socialización.
-Ambas personas responden a las necesida-
des emocionales de los niños, niñas o ado-
lescentes y se distribuyen las tareas derivadas
de dicha atención.
-Los espacios de recreación y familiares son
compartidos.
-Las necesidades materiales son suplidas por
ambas partes considerando las diferencias de
ingresos o el presupuesto familiar.
-La atención, en caso de enfermedad, es
compartida, y se evitan los recargos en
una de las partes a pesar de las diferencias
laborales.
-Se comparten las responsabilidades de ela-
boración de alimentos y atención de aspectos
que se derivan de dicha labor.
8. Uso del tiempo -Ambas personas cuentan con tiempo
“libre” (recrea- suficiente para realizar actividades persona-
ción, metas y pro- les: recreativas, formativas, de capacitación,
yectos personales familiares, culturales, religiosas, políticas,
y familiares) etc., las cuales las puede realizar de forma
individual o acompañada.
-Para la ejecución de las actividades no
requiere de permiso de su pareja.
-Cuenta con presupuesto para el desarrollo
de estas actividades, considerando los recur-
sos de la pareja.
135

Construcción de las categorías de análisis

Una vez definidas las dimensiones, se construye las categorías


que las componen. El instrumento obedece a un tipo de cues-
tionario con categorías y variables, cada una de las cuales cuenta
con una escala de valores. Esta se elaboró para contrastar el tipo
ideal de relación de poder con el realmente existente en las pa-
rejas entrevistadas. Los valores fueron asignados de acuerdo a la
lógica que se indica en el Cuadro 4.
Aunque en la investigación interesa indagar sobre la vi-
sión que cada integrante tiene sobre su pareja, sus prácticas, et-
cétera, hay que recalcar que el eje de estudio es la pareja en tanto
unidad de análisis. En la aplicación del instrumento prevaleció
de forma particular la interacción de las partes, ambos relatos
fueron considerados para establecer el valor en cada ítem. En
este caso mi valoración como investigadora fue importante, tuve
que tomar una posición considerando ambos relatos. Los resul-
tados de la aplicación del instrumento considera ambas partes,
por eso fue importante que cada entrevista se hiciera individual-
mente, para no contaminar las opiniones, visiones y vivencias.

Cuadro 4
Valores para evaluar cada cada dimensión y categoría

Elemento identificador de las prácticas en la Valor


relación de pareja numérico
Muy de acuerdo 05
Algo de acuerdo 04
Medianamente de acuerdo 03
Muy poco de acuerdo 02
Nada de acuerdo 01
136

La decisión de cómo interpretar a las partes fue compleja, y


siempre se intentó entender las diferencias en las visiones y vi-
vencias de lo que parecería ser una misma realidad. Nos apoya-
mos en la perspectiva de cada persona considerando su género,
pues ello incide en la forma de entender su vivencia. Si existían
contradicciones, se procedió a hacer una revisión general de la
entrevista, contrastando las diferencias para tomar la decisión
más adecuada. En ocasiones se recurrió a la vivencia personal,
a lo que las personas me transmitieron en el momento de llevar
a cabo la entrevista. Sin embargo, he de decir que, en dos temas
específicos: el cuidado de las y los hijos y el trabajo doméstico,
me acogí más a la opinión de las mujeres por el conocimiento de
los detalles que relataron en esta área. En el caso de los hombres
noté que las actividades que realizaban eran muy puntuales, lo
que contrastaba con su discurso. Varios entrevistados decían que
participaban en forma muy activa en la crianza o cuidado de sus
hijos/as, pero esto no correspondía con la práctica. En diez casos
los hombres narraron que hacían muchas tareas pero cuando
les preguntaba con qué frecuencia, decían que las mismas las
hacían de vez en cuando. Asimismo, ante la pregunta del tiempo
que dedicaban a dichas tareas, después de sumar y restar, ellos
mismos se daban cuenta que su aporte era considerablemente
menor si lo comparaba con el que dedicaban sus compañeras. A
su vez, encontramos que, por lo general los hombres no sabían
cuánto tiempo dedicaba su pareja a las actividades domésticas.
En contraste, las mujeres sí podían identificar las actividades y el
tiempo aproximado que ellas y ellos dedicaba a sus tareas.
En suma, el proceso de asignación de puntajes a las pa-
rejas fue un proceso complejo, ya que para establecer el valor de
cada ítem tenía que considerar varios elementos e información
que tenía de la pareja. Posiblemente, no siempre, se pudo captar
a cabalidad la complejidad involucrada en las relaciones de pare-
ja, pero se trató de aplicar los criterios de clasificación en forma
objetiva, tratando de evitar posibles sesgos de interpretación.
137

Así que el instrumento se aplica, a cada categoría se le


asigna un valor. Al final se hace la sumatoria de todas las di-
mensiones. Se saca el porcentaje con base a 800 puntos, máximo
valor, si obtiene un cien por ciento significa que es una pareja
totalmente democrática. Es decir, 800 es el valor que correspon-
de al total de las dimensiones analizadas, asignándole a cada di-
mensión un valor igual a 100.
Cuando alguna dimensión no es susceptible de ser con-
testada (por ejemplo la pareja no tenía hijos/as, o no convivían
y por tanto no se podía analizar bien la distribución del trabajo
doméstico), se define que la dimensión no es aplicable. En esos
casos el valor que se le asigna a la dimensión un “0”, significa que
el porcentaje se saca con base a 700 y no a 800 puntos.
Una vez hecho el análisis para cada pareja, se recontactó a
cuatro parejas que habían participado en el estudio para validar
el instrumento. El resultado de esta “revalidación” fue intere-
sante. Al contrastar las respuestas de cada pareja con la clasifica-
ción establecida, se puso en evidencia una situación particular:
las mujeres tenían un alto grado de sintonía con los resultados
que se le había establecido de acuerdo. Las respuestas de los va-
rones tendieron a situarse en la banda más alta, prácticamente
de “cinco” corrido. De nuevo constatamos la diferencia de per-
cepciones y valoraciones entre la visión que unos y otras tienen
acerca de sus relaciones y de lo que cada cual hace. Es decir, de
una misma realidad que se vive y se siente de manera diferente.
El resultado revela que la representación social acerca de la acti-
tud práctica y racional que impera en los hombres tiene arraigos
profundos en las prácticas de cada género. Que esta represen-
tación es observable en las entrevistas. También en la forma en
que se posicionaron con respecto a la forma de medirla. Se debe
aceptar que esta es una de las limitaciones del trabajo. Quizás si
se trabajara en equipo, tal y como se ha hecho en las investiga-
ciones realizadas en Europa, se obtendrían una visión más obje-
tiva, aunque las técnica de investigación que se aplicaron fueron
distintas (Díaz, Capitolina; Díaz Cecilia, Dema, Sandra e Ibáñez,
138

Marta (2004a); Díaz, Capitolina, Díaz Cecilia, Dema, Sandra e


Ibáñez, Marta, Díaz, Cecilia, Allmendinger, Jutta, Stocs, Janet,
Wilson, Frank, Halleröd, Björn, Nyman, Charlott, Reinikainen,
Lasse (2004b).
Podemos agregar al respecto que la forma en que se actúa
en una situación determinada, está pautada por la experiencia
personal. Las acciones de las personas, aunque por lo general
muestran consistencia, también evidencian contradicciones.
Medimos los actos de acuerdo a la práctica y discurso más influ-
yente en la forma de ser de cada cual. La consistencia y el cómo
se expresa cada quien define rasgos generales de la personalidad.
Nos convierte en sujetos reconocibles para los demás por las si-
militudes y las diferencias con los otros. Al distanciarnos pode-
mos reconocer rasgos típicos de los sujetos. Por ello se tiende
a calificar las acciones de las personas o bien a las personas en
sí. El uso del instrumento propició un distanciamiento –inte-
resante y útil–, entre la investigadora y las personas entrevista-
das. Situación que permitió observar y analizar de manera más
“neutra” las respuestas brindadas por las y los entrevistados. El
propio periodo de tiempo que pasó entre el momento en que se
hizo las entrevistas y la realización del análisis también facilitó
el distanciamiento.

Resultados de la comparación de las relaciones de las parejas


con respecto al tipo ideal

Hechas las aclaraciones anteriores resta presentar los resulta-


dos generales. Una de las parejas se acerca bastante al tipo ideal
construido. Obtuvo un puntaje de 632 sobre 700 como puntaje
máximo, un 90% con respecto al ideal. El resultado en este caso
contrasta con los de las otras parejas analizadas. A continua-
ción se presenta un cuadro con los resultados de cada pareja de
acuerdo al instrumento que se aplicó. Recordemos que aunque
139

son ocho la dimensiones de análisis, tal cual se ha explicado hay


dimensiones que no fueron consideradas en algunos casos, por-
que no eran válidas o aplicables al caso. Se presentan los resulta-
dos en forma descendente (cuadro 5) de mayor a menor puntaje.

Cuadro 5
Puntajes y porcentajes obtenidos en cada pareja con
respecto a la relación de poder en las parejas, en orden
descendente

Parejas analizadas Total de % Con


puntos respecto al
obtenidos ideal de
relación de
poder.
Caso 1: Irma y Celia 632 (700) 90.2
Caso 2: Lily y Andrés 670 (800) 83.7
Caso 3: Megui y Jorge 664.5 (800) 83.0
Caso 4: Rina y Jesús 451 (800) 77.0
Caso 5: Anabel y Lorena 530.5 (700) 75.7
Caso 6: Elda y Mauricio 439 (600) 73.0
Caso 7: Ema y Manuel 491 (700) 70. 2
Caso 8: Marta y Walter 560 (800) 70.0
Caso 9: Ana y Gerardo 512.5 (800) 64.1
Caso 10: Victoria y Carla 382 (600) 63.3
Caso 11: Luz Mª y Bernardo 475 (800) 59.3
Caso 12: Gilberto y Gabriel 447.5 (700) 55.0
Caso 13: Sabrina y Fabricio 371.5 (700) 53.0
140

Caso 14: Teresa y Lorenzo 420.5 (800) 52.5


Caso 15: Rosemary y 414.5 (800) 51.8
Armando
Caso 16: Marilyn y Pedro 411.5 (800) 51.4
Caso 17: Mercedes y Camilo 411 (800) 51.0
Caso 18: Marlen y Rodrigo 401 (800) 50.1
Caso 19: Cecilia y Francisco 325 (800) 40.6
Caso 20: Miriam y Jerónimo 261.5 (800) 32.6

Fuente: Elaboración propia realizada con base en los resultados obtenidos del
instrumento de pareja ideal aplicado a las personas entrevistadas.

Con base en los resultados, se construye una tipología. Se orga-


nizó en con cuatro grupos de parejas claramente diferenciadas.
Al primer grupo lo denominamos pareja rupturista y demo-
crática; está formado por Irma y Celia (caso nº 1 en la tabla)
quienes obtuvieron el mayor porcentaje con un 90% (632 puntos
de 700) de acuerdo al instrumento aplicado.
El segundo grupo lo llamamos parejas constructoras de
la democracia y está conformado por parejas cuyo puntajes os-
cilan entre el 84% a 70%. Resultado que se considera positivo,
en la medida en que son personas que están construyendo alter-
nativas a una relación más tradicional de las familias nucleares.
Estas parejas tienen como intención construir relaciones más
simétricas e intentan generar una dinámica democrática en su
seno, están conscientes de las desigualdades que existen a ni-
vel social, del recargo de trabajo (doméstico y extradoméstico)
y las responsabilidades que tienen las mujeres en su familia por
su condición de género. Son parejas que manifiestan entender y
vivir las diferencias en las actividades y responsabilidades que
cada quien realiza. En este grupo ubicamos seis de los 20 casos
141

analizados (Lily y Andrés, Megui y Jorge, Rina y Jesús, Anabel y


Lorena, Elda y Marvin, Ema y Manuel).
El tercer grupo lo identificaremos como las parejas bien
intencionadas pero poco democráticas, y está formado por cua-
tro parejas. Los porcentajes que obtuvieron estas parejas oscilan
entre el 64% y el 51.8%. En este caso el corte se estableció por las
diferencias vivenciales. En este grupo se ubican cuatro de las 20
parejas: Marta y Walter, Gerardo y Ana, Victoria y Carla y Luz
Mª y Bernardo. Las parejas bien intencionadas se caracterizan
por expresar un discurso igualitarista, defienden los derechos
de las mujeres pero el mismo no se revierte en prácticas equita-
tivas para los dos. La diferencia principal entre este grupo y el
segundo es que en ninguna de las dimensiones analizadas o ejes
temáticos se dan prácticas equitativas en la pareja. La tendencia
es que prevalezca la opinión y la posición de los hombres, o bien,
de una de las dos personas que la componen en casos de parejas
homosexuales.
Finalmente, al cuarto grupo lo caracterizamos como
parejas reproductoras de las relaciones tradicionales y muy
poco o nada democráticas. Está formado por aquellas personas
que, en sus discursos y prácticas, no cuestionan el orden social
establecido. Es un grupo que pese a tener un nivel educativo y
económico semejante a otros casos, lo determinante en ellos es
su estructura ideológica. Comparten una visión de la división
sexual y de género del trabajo más tradicional que se revierte
en prácticas menos democráticas en el ejercicio del poder en
casi todas las dimensiones analizadas. Es además, el grupo más
numeroso (lo integran nueve), las parejas que lo conforman
son: Gilberto y Gabriel, Sabrina y Fabricio, Teresa y Lorenzo,
Rosemary y Armando, Marilyn y Pedro, Mercedes y Camilo,
Marlen y Rodrigo, Cecilia y Francisco y Miriam y Jerónimo. En
el siguiente cuadro clasificamos las parejas según el grupo de
referencia de acuerdo a los puntajes obtenidos en el cuadro que
anteriormente se mostró.
142

Cuadro 6
Grupos tipológicos: clasificación de las parejas de
acuerdo con los resultados del instrumento aplicado

Tipo de relación de pareja Casos


Pareja rupturista y democrática 1. Irma y Celia
(muy cercana al ideal )
Parejas constructoras de la 2. Lily y Andrés
democracia 3. Megui y Jorge
(Parejas en transición: se carac- 4. Rina y Jesús
teriza por ser conscientes de las 5. Anabel y Lorena
diferencias de género) 6. Elda y Mauricio
7. Emma y Manuel

Parejas bien intencionadas pero 8. Marta y Walter


poco democráticas 9. Ana y Gerardo
(Parejas que tienen un discurso 10. Victoria y Carla
democrático pero las prácticas 11. Luz María y Bernardo
son poco simétricas)

Parejas reproductoras de rela- 12. Gilberto y Gabriel


ciones tradicionales poco o nada 13. Sabrina y Fabricio
democráticas 14. Teresa y Lorenzo
(parejas con relaciones de poder 15. Rosemary y Armando
muy asimétricas en el discurso 16. Marilyn y Pedro
y/o la práctica) 17. Mercedes y Camilo
18. Marlen y Rodrigo
19. Cecilia y Francisco
20. Miriam y Jerónimo
143

Cuando analizamos los resultados de los puntajes que obtuvo


cada pareja por dimensión temática, se identifican sus particu-
laridades y diferencias. El puntaje total que obtuvieron algunas
parejas las ubica en un mismo grupo tipológico, pero al exami-
nar los resultados por dimensión vemos áreas en las que existe
un poder más o menos democrático.
El puntaje por dimensión en cada caso es más disímil que
el porcentaje total. Destacan algunas áreas profundamente pro-
blemáticas como la división del trabajo doméstico, la adminis-
tración de los recursos económicos y el cuidado y crianza de las
y los hijos. Mientras que las dimensiones menos problemáticas y
que evidencian menos diferencias son el afecto en la relación, la
forma o estilo de ejercicio del poder y la sexualidad.
Subyace cierta lógica al identificar que en algunas parejas
el ámbito afectivo aparece como el menos problemático. Porque
las personas manifestaron que estaban con su pareja por deseo,
afecto, comprensión, amor a pesar de las dificultades y porque,
nada garantizaba que en otra relación la situación sería mejor o
peor.
En algunas parejas la afectividad y la empatía son mayo-
res que en otras, analizaremos estas diferencias más adelante.
Por ahora interesa destacar que la mayoría de las parejas sugiere
que, en comparación con relaciones que tuvieron en el pasado,
la actual relación se caracteriza por vivencias y experiencias más
positivas que negativas. Así que, un grupo importante de pa-
rejas estudiadas se destacan en cuanto a las muestras de afecto
y satisfacción que sienten. Algunas personas externaron que su
relación actual representa lo que ellas o ellos deseaban, situación
que con el tiempo de estar juntas se constata y consolida. Dando
origen a una afectividad fuerte entre ellos.
144

Identificación de los cambios y las resistencias en las


prácticas y discursos de las parejas

Tal y como señalamos al final de la anterior sección, los resulta-


dos de la tipología permite considerar dos formas para estudiar
el cambio:
1. Las parejas que muestran una mayor tendencia al cambio.
Para ello se identificó la cantidad de parejas que, por dimensión,
presentan comportamientos relacionados con prácticas más de-
mocráticas y simétricas en la relación de pareja y en el ejercicio
del poder. Se instauró un valor numérico que las parejas debían
obtener como mínimo en cada dimensión, para ser consideradas
como parejas con prácticas más simétricas. Se estableció que, un
70% era un porcentaje suficiente para ser clasificada como una
pareja con prácticas suficientemente equitativas, mientras que el
100% significaría el cambio total.
2. Las dimensiones que muestran mayor tendencia y resis-
tencia al cambio. En este caso se identifica las dimensiones en
donde hay mayor número de parejas que han logrado incorpo-
rar cambios en sus dinámicas internas. Estas parejas posibilitan
generar relaciones más simétricas y por tanto más democráticas.
De igual forma, se define que el valor del 70% es una medida que
permite observar la tendencia al cambio. Los porcentajes por
debajo de este valor permiten identificar la resistencia al mismo.
Siguiendo la primera lógica de análisis, las parejas que
muestran una mayor tendencia al cambio se obtuvo que solo seis
de las veinte parejas superan el 70% en las distintas dimensiones.
Siete parejas no alcanzan el 70% ni siquiera en una dimensión y
tres parejas lo alcanzan solo en una dimensión. A continuación
se muestra el cuadro con los datos señalados (Cuadro 7). El va-
lor numérico solo es un indicador que sirve para identificar ten-
dencias al cambio, pues entender, explicar y analizar la forma de
actuar, pensar y sentir, exige relacionar los resultados obtenidos
145

con los recursos de cada persona (materiales y simbólicos: edu-


cación, trabajo extra doméstico, participación política, historia
personal).
Recordemos que son ocho las dimensiones de análisis,
pero no a todas las parejas se les aplica la totalidad pues esto
depende de la situación de cada una de ellas. Por esa razón en
el Cuadro 7 se señala cuantas dimensiones fueron consideradas
en cada caso.

Cuadro 7
Tendencia al cambio; porcentaje de parejas con un
puntaje superior a 70% en las dimensiones de análisis

Parejas Cantidad de % obtenido,


ejes de análisis tendencia al
con más de un cambio
70%
Pareja rupturista y democrática
Caso nº 1 Irma y Celia 7 de 7 100%
Parejas constructoras de
la democracia
Caso nº 2 Lily y Andrés 7 de 8 87.5%
Caso nº 3 Megui y Jorge 7 de 8 87.5
Caso nº 4 Rina y Jesús 6 de 8 75%
Caso nº 5 Anabel y Lorena 5 de 7 71%
Caso nº 6 Elda y Mauricio 4 de 6 66%
Caso nº 7 Ema y Manuel 5 de 7 70.2%
146

Parejas Cantidad de % obtenido,


ejes de análisis tendencia al
con más de un cambio
70%
Parejas bien intencionadas
poco democráticas
Caso nº 8 Marta y Walter 4 de 8 50%
Caso nº 9 Ana y Gerardo 4 de 8 50%
Caso nº 10 Victoria y Carla 3 de 6 50%
Caso nº 11 Luz Mª y Bernardo 1 de 8 12.5%
Parejas reproductoras,
no democráticas
Caso nº 12 Gilberto y Gabriel 0 de 8 0%
Caso nº 13 Sabrina y Fabricio 0 de 7 0%
Caso nº 14 Teresa y Lorenzo 1 de 8 12.5%
Caso nº 15 Rosemary y 0 de 8 0%
Armando
Caso nº 16 Marilyn y Pedro 0 de 8 0%
Caso nº 17 Mercedes y Camilo 0 de 8 0%
Caso nº 18 Marlen y Rodrigo 1 de 8 12.5%
Caso nº 19 Cecilia y Francisco 0 de 8 0%
Caso nº 20 Miriam y Jerónimo 0 de 8 0%

Las parejas que aparecen en negrita (casos nº 6, 7, 11, 14 y 18)


son las que obtuvieron puntajes más bajos cuando realizamos la
sumatoria general. Pero cuando se hace la lectura por cantidad
de dimensiones que muestran una tendencia al cambio (con un
porcentaje de 70% o más) estas parejas tienen al menos un resul-
tado positivo (más de 70%) en alguna dimensión. Implica que
hay una tendencia significativa al cambio en alguna de las esferas
147

analizadas. Además, no hay relación y uso del poder desequili-


brado de manera total e inamovible en todas las dimensiones.
Igualmente, se observa que esta lectura no altera la posi-
ción de las parejas en cada grupo. Permite observar las inflexio-
nes, como en el caso de Elda y Mauricio (tipo 2) que, aunque
tienen un porcentaje menor a 60%, tienen 5 dimensiones con
porcentajes de 70 y más. También parejas como la de Teresa y
Lorenzo (tipo 4) y Marlen y Rodrigo (tipo 4) que, aunque per-
tenecen a las parejas reproductoras de relaciones no democrá-
ticas, cuentan al menos con una dimensión con un porcentaje
mayor al 70%. Estos resultados ayudan a entender las diferen-
cias y a construir con base en los mismos los grupos tipológicos
propuestos.
Una de las hipótesis planteadas en el capítulo introduc-
torio refiere a la heterogeneidad de la estructura familiar de las
parejas. Las parejas entrevistadas representan distintas formas
de conformación de las familias y uniones. La selección de casos
no es representativa estadísticamente, pero coincide en buena
medida con los datos cuantitativos revisados con respecto a la
condición civil. Hay que destacar que situaciones similares se
dan en distintos países, según lo reflejan estudios de carácter
cuantitativo desarrollados en países latinoamericanos como
Chile, Argentina, México y en los europeos. En Europa se en-
cuentran pautas de cambio más acentuadas en los países nórdi-
cos (Noruega, Dinamarca, Suecia) que en los países mediterrá-
neos (España, Portugal, Grecia e Italia) (Cea, 2007).
En la segunda lógica de análisis lo que se hizo fue identi-
ficar las dimensiones que en su conjunto mostraron una mayor
tendencia al cambio. Al igual que en el ejercicio anterior, se esta-
blece como referencia el 70% como indicador para identificar la
transformación. En general, ninguna de las dimensiones cuenta
con la mitad de las parejas entrevistadas superando el 70%, lo
que revela las dificultades y las resistencias para modificar pautas
de comportamiento que permitan incorporar en la vida cotidia-
na formas más democráticas y simétricas de relación. Además
148

hay que señalar que pese a los cambios macrosociales, los cam-
bios en la convivencia remiten a un proceso de tiempo histórico
marcado por tendencias de transformación social de larga data.
Siendo que las pautas a modificar son de tipo cultural profundo.
Ello sin desmerecer los esfuerzos y las buenas intenciones que
muchas de las parejas se plantean y seguramente intentan.
El resultado de los indicadores respalda empíricamente
una de las formulaciones hipotéticas que han orientado el tra-
bajo, a saber: la existencia de procesos de cambio a pesar de que
los mismos sean lentos o no se evidencien en todos los casos y
en todas las dimensiones analizadas.
Estos datos indican que, a pesar de las transformaciones
macrosociales que se han mencionado anteriormente, en la vida
íntima las circunstancias muestran modificaciones más lentas.
Generar y consolidar procesos que modifiquen las relaciones de
género tiene sus dificultades.
Así que, con la información obtenida se establece diferen-
cias, y se clasifica las dimensiones en tres grupos. En el primer
grupo ubicamos las dimensiones más sensibles al cambio: el afecto
en la relación de la pareja, las formas de ejercicio del poder y el
uso del tiempo. En un segundo grupo ubicamos las dimensiones
que son medianamente resistentes al cambio, con un porcentaje
del 35% de las parejas analizadas (o sea siete parejas de las 20),
donde se ubica a las formas de convivencia y a la sexualidad. En
un tercer grupo de dimensiones están las que obtuvieron como
resultado un 30% o menos de parejas que superan el 70% de
puntuación. Razón por la cual se identifica como las dimensio-
nes muy resistentes al cambio. Ellas son: administración del dine-
ro y los recursos de la pareja, la participación en el cuidado de
los y las hijas y, finalmente, la distribución del trabajo doméstico.
A continuación se presenta el cuadro 8 que resume el resultado
obtenido y posteriormente se caracteriza cado uno de los grupos
tipológicos identificados.
149

Cuadro 8
Número y porcentaje de parejas con más de un 70% en
las dimensiones de análisis.

Dimensiones de análisis Número de Porcentaje


parejas con más
de 70%
Dimensiones con más tendencia al cambio
Afecto en la relación de 9 de 20 45%
pareja
Formas de ejercicio del 8 de 20 40%
poder
Uso del tiempo 8 de 20 40%
Dimensiones medianamente tendientes al cambio
Formas de convivencia 7 de 20 35%
Sexualidad 7 de 20 35%
Dimensiones muy resistentes al cambio
Administración del dinero 6 de 20 30%
y los recursos
Participación en el cuidado 4 de 14 28%
y crianza de hijos/as
Distribución del trabajo 5 de 18 27%
doméstico

*No todas las dimensiones son aplicables de la misma manera para todas las
parejas, de ahí que en los dos últimos casos del cuadro el número de parejas
no sea 20.
150

A continuación se detallan algunas características entre los gru-


pos tipológicos construidos, lo que permite observar caracterís-
ticas comunes y heterogeneidades que existe en la dinámica de
las parejas y entre las parejas que forman parte de un mismo
grupo.

Pareja rupturista (tipo 1) y constructoras de la democracia


(tipo 2)

Las parejas que muestran una predisposición y deseo de rela-


ción igualitaria se caracterizan por una clara búsqueda y deseo
de romper con esquemas tradicionales.
Desde este nivel de análisis se identifican algunas caracte-
rísticas de las “parejas rupturistas y democráticas” y de las “pa-
rejas constructoras de la democracia”. Por Ejemplo, la perseve-
rancia, sobre todo de parte de las mujeres, para promover una
actitud de cambio. El grupo de las “parejas constructoras de la
democracia” está formado por seis de los 20 casos estudiados:
Lily y Andrés (caso 2), Megui y Jorge (caso 3), Rina y Jesús (caso
4), Anabel y Lorena (caso 5), Elda y Mauricio (caso 6) y Ema y
Manuel (caso 7).
Estas siete parejas se caracterizan también por pertene-
cen a un sector medio o medio alto. En general, salvo el caso
de Emma (tipo 2) quien cuenta con la secundaria completa, las
demás personas cuentan con estudios universitarios que van de
diplomados a maestrías. La mayoría de las parejas conviven,
excepto en el caso de Elda y Mauricio (tipo 2), que en estos mo-
mentos hacen preparativos para casarse. Todas las parejas rea-
lizan trabajos extradomésticos. En una de ellas ambas personas
están pensionadas, pero se mantienen activas trabajando como
profesionales independientes en el mundo de las consultorías.
En los siete casos (considerando los dos grupos de pare-
jas) al aplicarse el instrumento del tipo ideal de pareja y ejercicio
151

del poder obtuvieron un 70% o más, los resultados oscilan en un


rango que va del 70% al 85%. Se observa que, las diferencias im-
portantes no se remiten tanto al resultado cuantitativo como a lo
cualitativo. Los resultados son muy heterogéneos y evidencian la
particularidad y complejidad de cada caso.
Seis de los siete casos tienen hijos e hijas; tres parejas tie-
nen hijas e hijos de sus relaciones anteriores (una de ellas for-
man una familia de una cuarta unión y sus hijas son de sus tres
parejas anteriores). Las edades de las y los hijos varían mucho,
hay quienes tienen hijas/os mayores de edad y profesionales
(Anabel y Lorena), en otro caso sus hijos son adolescentes (caso
de Rina y Jesús (tipo 2). Hay parejas con hijos jóvenes y ado-
lescentes (Lily y Andrés, tipo 2) y sólo en uno de los casos hay
una niña de cinco años de edad (Megui y Jorge, tipo 2). Es im-
portante tener en cuenta esta diferencia etaria de los y las hijas
pues los cuidados de crianza y atención son distintos, así como
las preocupaciones y necesidades derivadas de dicha condición.
En la mayoría (cinco de siete casos) al menos uno o una
de las y los integrantes de la pareja ha participado o participa
en grupos políticos u organizaciones sociales. Actividad que re-
cientemente es menor salvo en el caso de Lily y Andrés (tipo 2),
pues ella es una activa líder del movimiento ecologista, así como
en el caso de Anabel y Lorena (tipo 2).
Otro factor que influye en las prácticas de estas parejas
es la historia familiar y, más que la historia familiar en gene-
ral, la presencia, actitud y relación de las personas entrevistadas
-las mujeres en particular-, con sus madres. En esos casos las
mujeres se caracterizan por ser de sectores medios y bajos que
trabajan y que tuvieron una actitud por lo general activa en la
toma de decisiones de sus familias y de las y los entrevistados en
particular. El tema de los recursos lo retomamos con detalle más
adelante, cuando se haga el análisis de cada dimensión.
Ahondemos en las dinámicas de cada grupo. Se sabe que,
las parejas del tipo 1 y tipo 2 tienen porcentajes altos y más cer-
canos al ideal si las comparamos con respecto al tipo 3 y tipo 4.
152

Pero cuando observamos cuál dimensión es más alta en cada


pareja del tipo 1 y tipo 2, resulta que el afecto no es la dimensión
más cercana al tipo ideal de pareja, destacan como se mencionó
la sexualidad y el uso del tiempo.
Las dimensiones en que existe más simetría y, por lo tan-
to, más proximidad con el tipo ideal son, el estilo del poder, la
sexualidad y el uso del tiempo. Pero las dimensiones en que cada
pareja más se aleja del tipo ideal difieren. Irma y Celia (tipo 1) se
alejan más del ideal en las dimensiones del “afecto” y el “trabajo
doméstico”, pero no por ello, el porcentaje obtenido es bajo (ellas
tienen un 85% en la dimensión del afecto y un 89% en la distri-
bución del trabajo doméstico). Lily y Andrés (tipo 2) fallan en la
“administración del dinero” (con un 60%), Megui y Jorge (tipo
2) tienen más dificultades en la dimensión de la “sexualidad”
(61%), el “afecto” (79%) y el “trabajo doméstico” (77.5%). Jesús
y Rina (tipo 2) tienen problemas con la “crianza de los hijos”
(63%) y el “trabajo doméstico” (65%). Anabel y Lorena (tipo 2)
enfrentan diferencias principalmente en la dimensión del “dine-
ro” (49%) y la “forma de convivencia” (56%). Mientras que Elda
y Mauricio (tipo 2) también enfrentan problemas con el “dinero”
(61.5%) y la “sexualidad” (67%). Emma y Manuel (tipo 2) en-
frentan mayor distancia con respecto al tipo ideal en la “distri-
bución del trabajo doméstico” (45%) y la “forma de convivencia”
(63%). El afecto en el caso de la “pareja rupturista” aparece como
el menos cercano al ideal, aunque en sí mismo no es bajo, pues
corresponde a un 85%.

Parejas bien intencionadas pero poco democráticas (tipo 3)


Este es un grupo de parejas interesante, se caracterizan por estar


conformadas por personas que tienen un discurso igualitarista,
hombres y mujeres creen en los derechos de ellas como género.
153

Consideran que son conscientes de las desigualdades sociales y


transmiten ideas acorde con la defensa de los derechos de las
mujeres, pero su práctica se distancia de su discurso contradi-
ciendo el mismo. En este caso observamos cómo por lo general
existe una división del trabajo por género. Los hombres partici-
pan poco en la realización de tareas domésticas. En dos parejas,
la de Ana y Gerardo y Marta y Walter, ellas ganan más, pero ello
no se revierte en una menos presencia de ellas en las labores
de la casa. Por el contrario tanto las mujeres como los hombres
consideran que son ellas las que mejor atienden estos asuntos.
Los hombres se conciben a sí mismos como un apoyo importan-
te, pero distante a la hora de la asunción las distintas actividades.
La composición del grupo por condición socio económica es he-
terogénea, una de las parejas responde a un sector medio-alto
profesional (Marta y Walter), otra a un sector medio profesional
(Victoria y Carla) y las otras dos a un sector medio-bajo (Ana y
Gerardo y Luz María y Bernardo). La situación socio económica
no determina la presencia de estas parejas en este grupo.
Tres de los casos (Marta y Walter, Ana y Gerardo y
Victoria y Carla) se sienten muy identificados/as con posturas
ideológicas de izquierda y/o feminista, siendo incluso dos con
militancia feministas y política. Sin embargo, dicha sensibilidad
no es suficiente, al menos en estos casos de acuerdo a los resul-
tados, para modificar las pautas culturales con respecto a lo que
somos y hacemos las mujeres y los hombres en la sociedad.
Quizás, la única similitud que encontramos entre las pa-
rejas de este grupo es que por distintas razones las historias de
vida son difíciles. Todos los casos nos refieren a familias que en
su comportamiento son bastante conservadoras. Tuvieron que
enfrentarse a estas por su visión del mundo y prácticas internas
jerárquicas y tradicionales. Ejemplo, Ana fue víctima de violen-
cia física y sexual, Victoria y Carla tuvieron que lidiar con sus
familias porque les costaba aceptar su opción sexual. Marta y
Walter, interiorizan pautas de comportamiento muy tradicio-
nales propias de familias católicas practicantes, típica familia
154

nuclear de la sociedad costarricense. Bernardo y Luz María vi-


ven en la infancia condiciones económicas difíciles. Casi todas
las personas (menos Victoria) provienen de zonas rurales del
país.
La dimensión del “estilo o las formas de poder” en la pa-
reja es la que más se distancia del ideal. En las restantes dimen-
siones son muy disímiles. Parece que estamos frente a parejas
con comportamientos bastante tradicionales. El trabajo domés-
tico suele recaer en las mujeres, puede ser que exista un acuerdo
implícito en ello, o bien el tipo de relación permite que la con-
vivencia sea armónica y los roles poco cuestionados. Bajo esas
circunstancias los conflictos y las diferencias son menores.
Marta y Walter (caso 8) en la dimensión de “formas de
convivencia” se encuentran bastante próximos al tipo ideal con
un 87%. La pareja denota cierta armonía en su relación. Está
seguida de dos dimensiones que consolidan su relación de pa-
reja, la dimensión del “afecto” (73%) y en menor medida la “se-
xualidad” (67%). En su caso es la dimensión “estilo de poder”
(47.5%) la que más se aleja del ideal, así como la “administración
del dinero” (56%). Un área en la que tienen una diferencia muy
marcada como pareja, pues Marta gana más que él, lo que reper-
cute en la relación de poder.
Ana y Gerardo (caso 9) muestran una relación fuerte y
cercana al ideal en cuanto a las dimensiones del “afecto” (81%)
y la “sexualidad” (81%). Medianamente cercana al ideal en las
dimensiones del “trabajo doméstico” (74%) y la “administra-
ción del dinero” (70%). Una distancia intermedia con respecto
al “cuidado de los hijos” (59%) y el “uso del tiempo” (67%). Pero
muy distante del tipo ideal en el “estilo del poder” (31%), situa-
ción que se explica por las diferencias que hay entre ambos: dife-
rencias de edad, de recursos económicos y situación migratoria.
Gerardo es bastante menor que ella, es migrante indocumenta-
do y su trabajo es familiar sin remuneración.
Las parejas reproductoras pertenecen al sector medio-ba-
jo y las mujeres o no realizan trabajo extradoméstico o el trabajo
155

que tiene es informal y por ello muy poco estable. La adminis-


tración del dinero es simbólica, tal y como lo reflejan los casos
de Marilyn y Pedro (tipo 4), Mirian y Jerónimo (tipo 4), Marlen
y Rodrigo (tipo 4). En estos casos el nivel educativo es de secun-
daria completo o incompleto y los hombres se dedican a oficios
diversos poco calificados. En dos casos las mujeres son “amas de
casa”, otra trabaja para su iglesia. En estos casos la posibilidad de
las mujeres de tener un papel protagónico en la toma de decisio-
nes y la administración del dinero es muy limitada. La relación
es muy asimétrica y existe un recargo del trabajo doméstico y la
crianza de los hijos y, como los recursos económicos son limita-
dos, las mujeres no pueden desarrollar actividades sociales o de
capacitación que impliquen gastos.
También, las historias personales y familiares se caracte-
rizan en estos casos por ser muy complejas y estar cargadas de
situaciones difíciles con respecto a sus relaciones anteriores. Sus
familias han vivido con grandes limitaciones económicas, por
lo general son de las zonas rurales y ellos y ellas son migrantes
que se trasladaron a San José con el fin de mejorar su condición
socio económica. Su objetivo era buscar un empleo que les per-
mitiera vivir mejor y ayudar a sus familiares. En dicha trayecto-
ria conocen a sus parejas y emprenden una vida en común. La
afectividad y la ternura están presentes en sus relaciones, pero
igualmente las limitaciones y las dificultades producto de sus
condiciones socio económicas. En estas parejas queda claro que
quien gana el dinero es quien manda en la pareja, así que los
hombres desempeñan el rol tradicional de proveedores princi-
pales de la familia.
Al analizar la distancia que muestra cada pareja con res-
pecto al tipo ideal tenemos que las parejas del tipo 4 nos mues-
tran un comportamiento muy heterogéneo, incluso con respecto
a su propia relación de pareja. Por ejemplo, Gilberto y Gabriel
(caso 12) nos muestran un comportamiento medianamente cer-
cano al ideal con respecto a la dimensión del “afecto” (67%) y
muy distante de él en la dimensión de la “sexualidad” (32.5%),
156

que incluye erotismo, sexualidad y comunicación. El estilo del


poder es medianamente distante del ideal, mientras que la ad-
ministración del dinero y el cuidado y crianza de hijos se aleja
sustancialmente del tipo ideal. Muestran tres áreas en las cuales
tienen constantemente desacuerdos según indican sus relatos.
A pesar de que las parejas del tipo 4 tienen porcentajes
bastante bajos si los comparamos con el tipo ideal. Se observa
que en la afectividad solo hay dos parejas que se muestran en
ésta dimensión muy distante del tipo ideal: Teresa y Lorenzo
(caso 14) (46%) y Cecilia y Francisco (caso 19) (35%).
Por su parte, el cuadro 9 ilustra las diferencias con res-
pecto a los recursos de las personas que conforman las parejas,
mostrando varias de las características mencionadas.
Pareja Personas Nivel Trabajo Experiencia Sector Discurso
educativo remunerado * organizativa socioeconómico de cambio
Universitario
Irma Pensionada y consultora Si
Licenciatura
N.1 Medio Si
Universitario
Pensionada y consultora Si
Celia Licenciatura
Universitario
Lily Microempresaria Si
Diplomado
N.2 Medio Si
Universitario Trabajo por cuenta
Andrés No
Maestría propia
Universitario Dirección en institución
Megui Si
Doctorado estatal
N.3 Medio-alto Si
Cuadro 9

Universitario Técnico en empresa


Jorge Si
Licenciatura privada
Universitario
Rina Directora en escuela No
Maestría
N.4 Medio Si
Universitario
Jesús Microempresario No
las relaciones de poder en las parejas

Diplomado
Universitario
Anabel Pensionada y consultora Si
Maestría
Recursos materiales y simbólicos que inciden en

N.5 Medio-alto Si
Universitario
Lorena Pensionada y consultora Si
Maestría
Pareja Personas Nivel Trabajo Experiencia Sector Discurso de cambio
educativo remunerado * organizativa socioeconómico
Universitario Ejecutiva de banco
Elda Si
Maestría estatal
N.6 Medio Si
Universitario Consultor para
Mauricio Si
Licenciatura ONG´s
Emma Secundaria completa Recepcionista Si
N.7 Medio Si
Universitario
Manuel Profesor universitario Si
Licenciatura
Universitario Dirección ejecutiva
Marta No
Mestría en Inst. Autónoma
N.8 Medio-alto Si
Universitario
Walter Profesor universitario No
Licenciatura
Secundaria Administradora en
Ana Si
incompleta ONG
N. 9 Medio-bajo Si
Trabajador informal
Gerardo Secundaria completa Si
peq. empresa familiar
Universitaria Jefa en mercadeo.
Victoria No
Licenciatura Empresa privada
N.10 Medio Si
Secundaria
Carla Miscelánea No
incompleta
Pareja Personas Nivel Trabajo Experiencia Sector Discurso
educativo remunerado* organizativa socioeconómico de cambio

Luz María Primaria completa Miscelánea No


N.11 Medio-bajo No

Primaria completa Pensionado y chofer No
Bernardo
Universitario Abogado, notario cuenta
Gilberto Papá
Licenciatura propia
N.12 Medio-alto Si
Universitario Gerente de recursos
Gabriel No
Bachillerato humanos
Universitario Manualidades, venta de
Sabrina No
Bachillerato servicios
N.13 Medio Si
Universitario
Fabricio Profesor universitario No
Maestría
Secundaria Administra centro
Teresa No
incompleta infantil
N.14 Bajo-medio No
Secundaria
Lorenzo Operario en maquila No
incompleta
Secundaria
Rosemary “Ama de casa” No
incompleta
N.15 Bajo-medio No
Secundaria
Armando Carpintero No
incompleta
Pareja Personas Nivel Trabajo Experiencia Sector Discurso de

* El trabajo remunerado se corresponde con el que tenían las personas al momento


educativo remunerado* organizativa socioeconómico cambio
Marilyn Secundaria completa “Ama de casa” No
N.16 Bajo Si
Secundaria Misceláneo en
Pedro Papá
incompleta institución estatal
Mercedes Secundaria completa “Ama de casa” No
N.17 Bajo-medio No
Camilo Secundaria completa Pensionado No
Secundaria
Marlen “Ama de casa” No
incompleta
N.18 Bajo No
Secundaria Chofer, institución
Rodrigo No
incompleta estatal
Cuenta propia, cajera
Cecilia Secundaria completa No
en repostería
N. 19 Medio Si
Universitaria
Francisco Contador público No
Licenciatura

de la entrevista.
“Ama de casa”. Trabaja
Miriam Secundaria completa No
temporalmente
N.20 Bajo Si
Secundaria
Jerónimo Operario Industrial No
incompleta
161

Finalmente, el resultado del instrumento del tipo ideal que se


aplicó indica que menos de la mitad de los casos estudiados
muestran una tendencia al cambio. Se observa mucha heteroge-
neidad no sólo entre los tipos de parejas, sino entre las dimensio-
nes. Así mismo, permite observar las complejidades, las dificul-
tades, las contradicciones, lo cual posibilita encontrar pequeñas
rupturas en parejas que a primera vista parecerían simplemente
“reproductoras” del sistema de dominación en las relaciones de
género. La diversidad y las contradicciones constituyen un re-
sultado positivo y, por qué no, esperanzador, de la investigación.
Una vez descritos los resultados generales de la tipología,
en los capítulos siguientes se emprende el análisis de las parejas
desde un enfoque más cualitativo. Se profundiza en ellas con-
siderando las vivencias y trayectorias de las personas, teniendo
como leif motiv las prácticas y discursos narrados por las y los
protagonistas de esta investigación. La vida cotidiana muestra
ese mundo coherente del que hablan Berger y Luckman (1979)
compuesto por distintas dimensiones o realidades múltiples, ob-
jetivadas y ordenadas en un “aquí y ahora”. Las vivencias están a
su vez cargadas de la compresión, la expresión y la regulación de
las emociones. La vida cotidiana surge como el espacio idóneo
para observar la acción social y la acción emocional.
El ejercicio que se realizó en este capítulo permitió orga-
nizar el análisis comparativo que se presenta en los siguientes
apartados. Se parte de los tres grupos establecidos: dimensiones
más sensibles al cambio, dimensiones medianamente resistentes
al cambio y dimensiones muy resistentes al cambio.
Capítulo 4
Dimensiones con mayor tendencia al
cambio: el afecto, el estilo de poder y el uso
del tiempo libre.

En este capítulo se analizan las dimensiones que muestran prác-


ticas y discursos de las parejas con mayor tendencia al cambio.
Son tres las dimensiones que cuentan con más parejas que repor-
tan modificaciones: el afecto, el estilo de poder y el uso del tiem-
po “libre”. El objetivo general será mostrar en qué consisten los
cambios en estas parejas, con respecto al tipo ideal construido.
En el capítulo anterior se identificó las dimensiones más
propensas al cambio. Se tomó como punto de referencia las pa-
rejas que obtuvieron un 70% o más en cada una. Se definió que
tener un 70% era muestra de una tendencia al cambio, por la
cantidad de ítems evaluados en cada dimensión. Resultó que la
dimensión “de los afectos” contó con más parejas, 9 de 20, con-
virtiéndose en la que ocupó el primer lugar, seguida del “estilo
de poder” y del “uso del tiempo libre” con 8 parejas de las 20 (tal
y como se indica en el cuadro 10).
164

Cuadro 10
Porcentaje que cada pareja obtuvo en la dimensión:
formas de ejercicio del poder

Tipo de pareja % Afecto % Ejercicio del % Uso del


poder tiempo libre
Pareja rupturista y
democrática
1. Irma y Celia 85 91 90
Parejas constructoras
de la democracia
2. Lily y Andrés 77 85 85
3. Megui y Jorge 79 89 80
4. Rina y Jesús 83 87 90
5. Anabel y Lorena 78 56 97.5
6. Elda y Mauricio 77 76 77.5
7. Emma y Manuel 74 63 82
Parejas bien
intencionadas pero
poco democráticas
8. Marta y Walter 73 67 87.5
9. Ana y Gerardo 81 49 67.5
10.Victoria y Carla 69 80 60
11.Luz María y 60 64 45
Bernardo
Parejas reproductoras
de relaciones tradicionales
poco o nada democráticas
12. Gilberto y Gabriel 65 67 67.5
13. Sabrina y Fabricio 54 49 52.5
14. Teresa y Lorenzo 46 51 47.5
15. Rosemary y 56 56 62.5
Armando
165

16. Marilyn y Pedro 47 40 40


17. Mercedes y Camilo 48 56 42.5
18. Marlen y Rodrigo 54 40 55
19. Cecilia y Francisco 35 38 42.5
20. Miriam y Jerónimo 32 20 35

La intencionalidad de acercamiento hacia prácticas más iguali-


tarias en los casos estudiados indica pequeñas rupturas cotidia-
nas. Rupturas que junto con los procesos macro sociales, pro-
meten cambios alentadores aunque no estén exentos de grandes
contradicciones y sean limitados.
Son transformaciones casi invisibles socialmente, pero
profundamente significativas y no exentas de tensión en la diná-
mica cotidiana de las familias y de las parejas. Los cambios en so-
ciedades como las latinoamericanas son difíciles, complicados,
contradictorios, con muchos avances y retrocesos. Situación que
hace valiosas y sumamente significativas las nuevas prácticas
de parejas que se proponen una construcción alternativa. Las
parejas estudiadas que muestran una predisposición y deseo de
relación igualitaria se caracterizan por una búsqueda más clara
o intencionada de romper con esquemas tradicionales. Aunque
dicha actitud se refleje de forma contradictoria en su cotidiani-
dad. Tal como sucede en la toma de decisiones, en la distribu-
ción del trabajo doméstico, la crianza de hijos e hijas y el acceso
y administración del dinero, por mencionar las dimensiones que
se presentan como las de mayor resistencia al cambio.

Amor y afecto en la relación de pareja

Aunque consideremos en esta sección el análisis del afecto como


un aspecto particular, recordemos que la afectividad es innata
a las personas, a la relación y por ello está presente en los actos
166

que realizamos. En este apartado se analiza el afecto como un


elemento central, constituyente de la pareja. Se incluyen los
comportamientos emocionales, la expresividad de los integran-
tes. Se identifica los sentimientos positivos y negativos en cada
integrante de la pareja, que influyen en la cercanía y en la cons-
trucción de la pareja.
Con respecto a la dimensión de las emociones en las pa-
rejas nos interesa estudiar cómo se expresan las personas de su
pareja desde el ámbito de la emocionalidad, con el fin de en-
tender el mundo subjetivo y simbólico que se deriva de ello. Se
desea escudriñar en cómo esto permea la relación de poder en la
mayoría de los ámbitos de interacción de la pareja. Se identifica
las expresiones amorosas o sentimentales de las personas con
respecto a su pareja. Si existían entre ellas expresiones más po-
sitivas que negativas, la empatía, cercanía o lejanía entre ambas
partes. También el nivel de complicidad ante la vida, problemas
que enfrentan y la existencia o ausencia de proyectos en común.
Recordemos que las emociones devienen por lo general
en sentimientos y la dificultad para estudiarlos responde a que
son “experiencias cifradas”. Hay que diferenciar la experiencia
como tal del significado de la misma. Por eso es necesario dis-
tinguir los sentimientos de las emociones. La emoción responde
a un proceso íntimo no consciente, y el “feeling”, que es el senti-
miento consciente. Esto último es el producto o el acompañante
de la emoción. Los sentimientos nos permiten identificar cómo
nos va o cómo nos sentimos, “es un balance consciente de nues-
tra situación” (Marina, 2006: 14). Los sentimientos expresan las
expectativas que cada cual tiene con respecto a una situación
determinada, personal, entre otros aspectos. Si las expectativas
no se cumplen, surgen sentimientos de frustración, decepción
o dolor. Recurriendo a esta diferencia, en el trabajo se trató de
identificar el sentimiento, el “feeling”, porque es más fácil de cap-
tar su manifestación al ser más “racional”, es decir, consciente.
Los sentimientos movilizan, cambian la atención y estimulados
por ellos se pasa de una situación a otra. Por lo general logramos
167

pasar de un estado de ánimo a otro, lo que influye en las ac-


ciones. Los sentimientos están directamente relacionados con la
acción, se retroalimentan mutuamente (Marina, 2006).
Por otra parte, tal y como se ha venido señalando, el
amor, al igual que los demás sentimientos, es una construcción
sociohistórica que se ha transformado en el tiempo (Giddens,
1992, Coria, 2001, Duby, 1988, Díaz-Lovíng y Sánchez, 2002,
Luhmann,). Por lo general en las sociedades modernas el amor
se suele relacionar con el matrimonio, el sexo, la pareja y la in-
timidad. En el amor de pareja la forma de significar y expresar
amor varía:

Las expectativas adjudicadas, las maneras consideradas fe-


meninas y masculinas de demostrarlo, el lenguaje amoroso,
las normativas amatorias, como también la forma de gozar-
lo y sufrirlo, han sido construidos en cada una de las épocas
históricas, siguiendo cánones muy precisos que surgían de
la moral social imperante, la que a su vez respondía a la es-
tructura de poder dominante (Coria, 2001: 16).

La forma en que el amor se expresa varía históricamente se di-


ferencia y refleja momentos específicos, tal es el caso del amor
platónico, el amor pasión, el amor cortés y el amor romántico.
Al revisar parte de la literatura existente que trata el tema
del amor, queda claro que no es fácil conceptuarlo. De hecho
son pocos los textos en los que aparece una definición general.
Cuando los y las autoras tratan el tema, de inmediato señalan
que hay distintos tipos de amor pero no lo definen conceptual-
mente. Por ejemplo Giddens nos habla del amor romántico, el
amor pasión, y el amor confluente. Por su lado, Coria menciona
otros tipos de amor como el amor satélite, el amor-pasión, el
amor incondicional y el amor maternal, que afectan los deseos
y expectativas de las mujeres. Beck y Beck-Gernsheim (2001)
piensan que la idea del amor romántico es dominante en la so-
ciedades contemporánas. Las mujeres en el pasado, ante una
168

decepción amorosa, abandonaban sus deseos de encontrar otra


pareja. El divorcio o la separación eran un resultado no deseado
que se trataba de evitar. Hoy día las mujeres mantienen la espe-
ranza de vivir un amor profundo, comprometido y responsable,
renunciando más bien a sus matrimonios por no cumplir sus
expectativas. Las estadísticas muestran parte de esta realidad
con el aumento de los divorcios y las separaciones tal y como se
analizó en el primer capítulo.
Desde otra perspectiva, Díaz-Loving y Sánchez (2002)
consideran que el amor, a pesar de ser una construcción biopsi-
cosocial y cultural que responde con ello a rasgos específicos de
cada período es en sí mismo un proceso que no es estandariza-
ble. Se pueden considerar algunos aspectos generales en la me-
dida en que refleja la práctica de las personas involucradas, pero
no hay un estándar para todas. Por eso conciben a la relación de
pareja como una serie de pasos entrelazados que se dan a través
del tiempo. Dichos pasos determinan o al menos definen el ni-
vel de acercamiento e intimidad que perciben de la relación las
personas involucradas. Para Díaz-Loving y Sánchez (2002) por
lo general se da entre las personas inicialmente una relación de
cercanía-lejanía, que no necesariamente es coincidente entre los
integrantes de la pareja. Desde su perspectiva psicoanalítica, dos
personas que anteriormente no se conocían que debe de generar
el sentimiento de extrañamiento. Después a medida que la pare-
ja se va conociendo, se desarrolla la amistad. Paralelamente o si-
multáneamente se produce la atracción, se pasa a experimentar
pasión por la persona, se posibilita el desarrollo de un romance
y, finalmente se asume el compromiso. Llegado este momento
se genera el mantenimiento de la relación, pero en ella pueden
suscitarse conflictos que, a la postre, de no superarse. Se produce
en la pareja el alejamiento, el desamor entre las partes o en una
de ellas, lo cual puede desembocar en la separación.
Bauman define el amor como el deseo-anhelo de que-
rer y preservar el objeto querido. Se caracteriza por ser centrí-
fugo, por su impulso de expansión. “El yo amante se expande
169

entregándose al objeto amado… el amor implica el impulso de


proteger, de nutrir, de dar refugio, y también de acariciar y mi-
mar, o de proteger celosamente, cercar, encarcelar” (Bauman:
2005,25). Así es, subyace en el acciones y emociones contradic-
torias, dar-darse y aprehender-poseer. Hay entrega y hay domi-
nio, por lo tanto, hay amor y hay poder, he ahí la contrariedad.
¡Amor y poder! ¡Poder y amor! cómo ser y amar en libertad, ¿se
puede?
Hay complejidad en la contrariedad, entre ese deseo de
amor y el deseo de libertad. El estudio de la psiqui humana es
fundamental, para comprender socio históricamente hablando
los temas de: la intimidad, la sexualidad, el erotismo, la pasión
en el amor y la interacción que se establece entre las personas
para expresar el amor en la pareja. Kernberg (1998) considera
que el psicoanálisis ha abordado poco dicho tema. Situación pa-
radójica, porque son los y las psicoanalistas y profesionales en
distintas corrientes psicológicas quienes cotidianamente “tratan
con parejas”. Sin embargo, varios psicólogos/as recientemente se
han interesado en la reflexión teórica, metodológica y empíri-
ca sobre el tema del amor y las relaciones de pareja (Kernberg,
1998; Campuzano, 2001; Coria, 2001; Rivera y Díaz-Loving,
2002, Díaz-Loving, 2002 y Alain Millar y otros, 2003).
En suma, la idea que subyace en el concepto del amor ro-
mántico en nuestra sociedad refiere a la unión de dos personas.
El amor romántico es considerado como una relación pasional,
espiritual, emocional y sexual entre dos individuos. Tal es el re-
ferente socio cultural que tenemos del amor que consideramos
que existe relación de pareja cuando hay amor y la misma ini-
cialmente es intensa y apasionada. No hay relación si no exis-
ten experiencias de afinidad espiritual, un conjunto de valores y
puntos de vista y cierta sensación de ser “compañeros del alma”:

Si no existe un compromiso emocional profundo, si no se


da una fuerte atracción sexual, y si no hay una admiración
mutua (si por el contrario encontramos un mutuo desdén)
170

no puedo describir esta relación como amor romántico


(Branden, 2000: 19).

La idea del amor romántico y las frustraciones que el mismo


puede ocasionar en el sujeto es lo que la psicología retoma, y
lo relaciona con las ideas de intimidad, erotismo y sexualidad
propios de la modernidad. Son elementos que están presentes
en la cosmovisión romántica del amor que hoy día renace con
fuerza particular, aunque con prácticas amatorias y de pareja
distintas a las de principios del siglo XIX. En la investigación
se analizó el amor, en esa dirección, considerando su acepción
romántica pero con una visión más integrada del mismo, propia
de la modernidad y observando su contrariedad, entre el amor
y el poder.
¿Cómo viven las personas el amor, las emociones, sus sen-
timientos? 9 de las 20 parejas analizadas cuentan con un alto
grado de sentimientos positivos en sus relaciones de pareja, con
un porcentaje superior al 70% en esta dimensión. Son parejas
que muestran un mayor grado de emocionalidad constructiva,
señalan sentimientos de empatía, admiración, deseo, atracción
y, más importante aún, realización.
La dimensión relativa al afecto en la pareja consideró
varios ítems que aluden a aspectos específicos como: confian-
za, compromiso emocional, satisfacción, ausencia de agresión
física o verbal, solidaridad, sensibilidad ante problemas parti-
culares, apoyo, ternura, encuentro, comunicación, respeto a la
individualidad. En los relatos de nueve parejas que obtuvieron
más de un 70% se identificaron sentimientos de empatía, amor,
identificación, cercanía, estima, entre otros. Además de mostrar
coincidencias en su visión sobre la vida. En oposición a estas pa-
rejas están las que obtuvieron porcentajes más bajos. En muchos
casos se explica no por la falta de afecto o amor hacia la pareja,
sino por la dificultad que existe en la comunicación para enten-
der al otro/a y la falta de empatía.
171

Este resultado coincide con lo señalado en otros estudios


recientes sobre las familias, en los que se analizan los cambios y
las formas de interacción de la pareja, y los sentimientos de sa-
tisfacción, amor y afecto en general se convierten en un referen-
te importante para las personas. A mayor entendimiento, mayor
afectividad, empatía y simetría (Beck, U. y E. Beck-Gensheim,
1998, Giddens, 1998, Lipovestky, 2007).
Las parejas con un alto porcentaje de empatía emocional
se ajustan a las nuevas formas de expresión del amor románti-
co. Impera el deseo de estar con la persona no por necesidad,
designio, responsabilidad moral o compromiso social o fami-
liar, sino porque experimentan en la convivencia sentimientos
de confort. Las nueve parejas con más de un 70% coinciden en
que sus relaciones son satisfactorias en la medida en que han lo-
grado construir un clima de confianza, compromiso emocional,
solidaridad, apoyo, ternura, encuentro y comunicación. Y frente
a experiencias negativas que habían vivido con otras parejas, la
actual cumple con las expectativas deseadas. El nivel de satisfac-
ción es tal, que consideran que su relación se acerca mucho al
ideal de pareja que en su imaginario y fantasías habían construi-
do. Así lo expresa Lily que tiene ocho años de vivir con su pareja
y dos y medio de casada:

“Para mí, verdad, ha sido un renacer realmente, y he seguido


reconstruyendo y, y estamos en ese proceso, tenemos varios
años, te digo, de un gran cariño, de una construcción de este
hogar muy bonito, o sea, con, con todos los significados ya! de
todo tipo, tratando de hacerlo bien, tratando de construir, de
darnos mucho amor y solidaridad y de todo, y ahí estamos…”
(Lily, tipo 2).

Rina por su parte tuvo un noviazgo de 10 años y luego se casa-


ron, tienen 17 años de matrimonio. Su actual pareja es la única
172

que tuvo. En total lleva 27 años de relación y se expresa de la


siguiente forma de su esposo:

“… yo me enamoré a primera vista de mi marido (se ríe),


el primer día que él llegó al Colegio, en el año 1975, porque
él llegó al Colegio solamente a 5to año, donde yo estaba, en
quinto año, exactamente y yo me enamoré locamente de él,
desde que lo vi, y cuando yo lo vi en mi fila, en mi grupo, casi
me da una descomposición, porque yo decía, si ese hombre me
dice que me fugue con él hoy, hoy yo me fugo … poco a poco
nos fuimos conociendo, por estar juntos en el grupo, además
yo de alguna manera me propuse conquistar a ese hombre,
entonces descubrimos que teníamos muchísimas cosas en co-
mún, nos gustaba la música (clásica), nos gustaba el cine, la
literatura, … nosotros compartíamos, pasábamos todo el día
juntos, siempre, siempre, siempre, conversábamos, Jesús y yo
siempre hemos conversado terriblemente, yo digo que yo pue-
do estar en un cuarto solo con Jesús y no me falta nada …

Yo pienso que Jesús ha cumplido a cabalidad la idea de pare-


ja, siento que él ha cumplido con todas las expectativas, yo no
me siento arrepentida, de haberme casado con este hombre,
todo lo contrario me siento muy feliz…” (Rina, tipo 2).

Las parejas que ubicamos en este grupo se caracterizan por ha-


ber logrado un clima de entendimiento y comunicación que,
desde su punto de vista ha sido muy satisfactorio. Son parejas
con más de ocho años de convivencia que han logrado sobrelle-
var situaciones difíciles. Dos parejas han enfrentado enferme-
dades graves de su cónyuge. Otra pareja afronta la enfermedad
de su hija que requiere de cuidados especiales. Estas situaciones
les han permitido acercarse y generar actitudes de solidaridad y
apoyo, lo que se refleja en sus respuestas y en el resultado obte-
nido en las dimensiones medidas.
173

A su vez, el vínculo generado también se proyecta en sus


relaciones sexuales. Señalan sentirse satisfechos/as, consideran
que han tomado de forma consensuada las decisiones con res-
pecto a su salud sexual y planificación reproductiva. También
respetan sus ritmos y diferencias sexuales, aunque estas no son
muy grandes por el nivel de empatía y entendimiento que han
alcanzado. Hay comunicación, afecto y atención mutua e igual-
mente intentan superar los problemas que se generaron con las
otras parejas que tuvieron:

“… Primero que hay un conecte sexual, porque yo por ejem-


plo con mis anteriores parejas había veces que yo no quería,
había también periodos largos míos como de apatía sexual,
en cambio con Andrés, no me siento así ..., porque te digo, a
veces, porque qué sé yo, después de la menstruación o porque
estoy muy cansada después del trabajo, vengo cansada, pero
entonces Andrés me hace cosas, me hace masajes, me agarra
los pies, me hace en la espalda, me hace de todo, y es una
relación sexual a otro nivel..., yo me siento la verdad así como
¿cómo decirte? como querida a nivel de mi cuerpo, verdad,
entonces, me gusta mucho, porque es una relación de tacto,
me gusta mucho, hee, y me relaja, verdad…

Porque anteriormente, era menos gratificante… de si vos te


dedicas a una persona y te enamoras y la otra persona es pura
desidia --- va llegando el desamor, verdad, y eso no ha pasado
con nosotros hasta el momento…” (Lily, tipo 2).

Continuando con la lógica de análisis sobre el amor afirma-


mos que estas parejas viven el amor desde su deseo de prote-
ger, nutrir, dar, acariciar y mimar. Existe la lógica de estar a
disposición del otro. Bauman nos alerta sobre la contrariedad
del amor es el “dominio a través de la entrega, sacrificio que
paga con engrandecimiento. El amor y el ansia de poder son
gemelos siameses: ninguno de los dos podría sobrevivir a la
separación” (Bauman, 2005: 25). El dilema estriba en que el
174

amor ansía poseer. “Fiel a su naturaleza el amor luchara por


perpetuar el deseo” (Bauman, 2005:25). El deseo por el otro,
que es lo que nos acerca al otro, es el centro de la tragedia.
Lugar en donde se disputa nuestro amor y deseo de satisfacer
pero también de poder. Si se logra controlar equilibradamen-
te las emociones. La posibilidad de construir, construirnos y
reconstruirnos positivamente será mayor. Identificar la pre-
sencia de sentimiento positivos y negativos es un ejercicio
importante para captar la posibilidad de construcción positi-
va o no de las parejas.
A continuación se ejemplifican sentimientos positivos
y negativos que fueron identificados en las narraciones de las
personas entrevistadas. Los sentimientos de distanciamiento,
falta de comunicación, etcétera, tienen a su vez explicaciones
particulares. Sin embargo en este caso destacamos que la ex-
presión de sentimientos de poco apego emocional y amoroso
en la pareja, corresponde a las parejas que obtuvieron menos del
70% en la dimensión del “afecto en la pareja”.
Con los relatos que muestran distancia afectiva se pone de
manifiesto el hecho de que las parejas se mantienen unidas a pe-
sar de las dificultades, vacíos o insatisfacción. Dicha sensación
genera en ellos/as actitudes menos constructivas. En general las
parejas que muestran menor vínculo afectivo positivo entre ellos
y ellas, son las que más resistencias tienen al cambio hacia la
equidad y la igualdad.
Notamos que los hombres suelen sentir sentimientos ne-
gativos como miedo, inseguridad, vulnerabilidad con respecto
a su entorno, sobre todo hacia el laboral. Las mujeres expresan
los sentimientos negativos tanto en el ámbito externo (laboral,
político) como en el interno, el íntimo, la pareja y la familia.
Notamos así las diferencias que imponen los esquemas sociales
de género.
En todas las parejas entrevistadas existe afectividad y ex-
presiones de amor, sin embargo, la intensidad y la compenetra-
ción de la afectividad mostrada fueron disímiles. ¿Con qué se
175

asocia dicho comportamiento para realizar esta afirmación?


Lo relacionamos principalmente, con el nivel de empatía que
las personas evidenciaron hacia su pareja. Observamos que
entre más dificultades, desavenencias, diferencias y conflictos
existe en la pareja, el sentimiento de realización y compene-
tración con el otro o la otra es más débil. Ante la dificultad
de ser comprendido por el “otro”, apoyado y aceptado en su
forma de ser, menor es la afectividad mostrada hacia él o la
contraparte.
Sentimientos positivos como sentirse satisfechos, desea-
dos, amados, cercanos, seguros, contar con confianza y tener
buena comunicación, contribuyen a desarrollar lazos emocio-
nales importantes que inciden en la relación de pareja. A pesar
de la dinámica contradictoria que entraña el amor y el deseo,
como posesión del otro, explicado anteriormente. De modo que
el nivel de empatía puede contribuir a generar un mayor enten-
dimiento, cercanía e intimidad en la pareja, lo que facilitaría el
ejercicio de un poder más simétrico, menos posesivo y contro-
lador. De igual forma, la prevalencia de sentimientos negativos
como inseguridad, temor, desconfianza, entre otros, interfieren
en la relación de pareja.
En síntesis, tanto los sentimientos positivos como los ne-
gativos afectan la relación de pareja y de poder, así como la gama
de emociones que devienen de estos dos polos. Lo importante,
en este caso, es que detectamos que en el tipo de pareja 1 y 2
(“pareja rupturista y democrática” y en las “constructoras de la
democracia”) prevalecen los sentimientos positivos con respecto
a los negativos, mientras que en el tipo de pareja 4 (“parejas re-
productoras y poco democráticas”) prevalecen los sentimientos
negativos de temor, inseguridad, angustia, insatisfacción, entre
otros.
Estos resultados permiten conjeturar que entre más asi-
métrica es la relación de poder, los sentimientos negativos aflo-
ran más que los positivos. Surgen resentimientos, enojos, que no
son bien resueltos, es más, muchas veces se ocultan a la pareja.
176

Ello se identifica en las frases a veces muy utilizadas “…pero que


no se entere él o ella, porque se puede molestar, o se puede eno-
jar…”. La presencia de sentimientos negativos afecta e impiden
que ambas personas se sientan satisfechas con sus relaciones de
pareja. Los sentimientos positivos, a su vez, facilitan el desarrollo
de una mejor comunicación en la pareja, fortalecen la empatía
y retroalimentan el ejercicio de un poder más simétrico. Tomar
decisiones conjuntas en un espacio tranquilo, de confianza y/o
transparencia, es menos amenazador, que lo contrario. A conti-
nuación, ilustramos los sentimientos con algunas narraciones.
Nótese que en los sentimientos positivos, los testimonios pro-
vienen del tipo de parejas correspondientes al grupo 1, 2 y 3, y
en el caso de los negativos, corresponden al tipo de pareja de las
relaciones reproductoras.

Sentimientos positivos

Satisfacción:

“Al inicio yo lo tomé como una aventura, nunca pensé que


iba a llegar a enamorarme hasta ese punto de sentir que es
imprescindible para mi vida la relación, y digo: “ ...bueno, ya
era tiempo de, tener una relación así, que uno se siente feliz
y realizado...”, que no es inseguridad, que no es incertidum-
bre del futuro, sino que cada día que pasa yo siento que la
relación se afirma más, se afina más, a cada discusión que
tenemos a veces, cada diferencia, cada error que comete ella o
cometo yo, también sirve para pulirla más, tenemos una gran
comunicación. Además compartimos muchas cosas, muchas
cosas en común, muchas cosas que pensamos, eso nos facilita
la comunicación, y es una gran mujer” (Gerardo, tipo 3).
177

Amor:
…y ¿qué piensas sobre qué es lo que ha permitido que se man-
tenga la relación entre ustedes?

“El amor, mucho amor, mucho amor porque si a mí me falta


yo me muero. Porque he aprendido mucho con ella, también
ha sido muy respetuosa de mis espacios, una persona que no
me ha dicho “no hagas”, como lo hacía mi ex. Porque yo man-
do aquí, o yo esto” (Lorena, tipo 2).

Comprensión y solidaridad:

“Mira, yo lo que siento es que en esta relación que yo vivo


ahora, hasta ahora es que en realidad yo siento que, hee, ten-
go una persona al lado mío, digamos que me comprende, que,
que me ayuda, que me quiere, que comparte, este, diay todo el
trabajo del negocio, toda esta carajada verdad. Una relación
digamos en el marco del, del respeto, la solidaridad, la com-
prensión” (Ana, tipo 3).

Respeto, tolerancia:

“Tenemos que respetarnos esas diferencias, tenemos claro que


para con..., converger tenemos que negociar, entonces que te-
nemos que dialogar mucho y lo que nos ha mantenido siem-
pre que lo tenemos muy claro es que nos amamos mucho, y
entonces, el amor, hee, entendiendo por amor, no la, bueno si,
la parte romántica, la parte erótica, la parte todas esas cosas
pero sobre todo tolerancia y respeto verdad.” (Celia, tipo 1).
178

Sentimientos negativos

Decepción:

“Yo quiero al hombre que yo conocí no al que tengo ahora.


Últimamente hemos vivido momentos muy difíciles, hace que
le puedo decir, 4 o 5 años cuando él se fue con otra mujer, des-
pués de tantos años, (baja la voz) … cuando nosotros comen-
zamos, cuando tuvimos a Adrián, al año y resto nos casamos
era diferente todo.” (Mercedes, tipo 4).

Desánimo o agobio:

“Yo considero (ríe) que tal vez no vamos a estar mucho tiem-
po juntos. Yo he luchado mucho ya, y he perdonado mucho y
he aguantado mucho y para mi mis hijos valen muchísimo,
muchísimo porque yo he sido una persona que fui muy mal-
tratada por mis padres, y tuve que trabajar mucho para salir
adelante, yo no quiero que ellos pasen por eso.” (Miriam, tipo
4).

Inconformidad:

“La única desventaja que yo le veo, porque le veo muchas co-


sas buenas, es que a mí me gusta ir a bailar y a Pedro no
le gusta bailar, entonces como pareja no salimos a bailar, ni
salimos casi a nada, ni salimos como pareja juntos porque él
dice que a donde dejamos los chiquitos, después que si lloran,
que le debemos estar haciendo falta, y yo le he dicho a él, que
aunque solo ir a dar una vuelta aquí en la urbanización, los
dos solitos, y ya pues a uno le sirve como pareja, pero no, ni
eso…” (Marilyn, tipo 4).
179

Ensimismamiento:

“Hemos estado hablando y hablando y hablando, tal vez es


porque cada quien va a lo suyo, como tortuguitas entra a su
concha, entonces, voy a saludar a Sabrina, entonces, yo saco
la cabeza de la concha y ella también, entonces nos saluda-
mos: “...hola ¿cómo estás? estoy aquí, pum, pum y después,
va a hacer cada quien lo suyo, entonces, entra otra vez a su
concha, así es..., así es como nosotros estamos...” (Fabricio,
tipo 3).

Sentimiento de fracaso con la pareja vs proyecto personal:

“Recuerdo un día que estaba muy enojado, nunca se me


olvida en la mañana, le dije: “...mira Cecilia nunca más te
vuelvo a hacer un cariño … ni a pedirte absolutamente nada,
aunque me esté muriendo por tener relaciones no lo voy a
pedir que diga si lo que quieras ahora en su defensa o si no
calle para siempre...”, heeee, cayó, entonces “...haga lo que tú
quieras...esa decisión se me clavó en el corazón, y en el tiem-
po digamos, en estos dos , dos años y medio, siento que es
cuando yo más me he alejado … yo no había terminado un
título, entonces era, aquí era meterme a, a estudiar fuerte …
ya este año tengo que sacar la licenciatura cueste lo que cues-
te, de todas maneras ya mi matrimonio, ya no existe, ya que
ya no existía, que ya había terminado una etapa, y dijo: “...
pero bueno hay responsabilidades...”, entonces yo empecé a,
a intentar a hacer mi vida en el sentido profesional, heee,
(carraspea)…” (Francisco, tipo 4).

Carencia afectiva:

“Bueno, que me gustaría que fuera como más heee, sentimen-


tal, como más heee cariñoso, que manifestara más su cariño
verdad, porque aunque él me lo dice, no es lo mismo que se lo
digan a, a que, a que lo demuestre, no solo en el aspecto sexual
180

sino que, que llegue y lo abracen y lo besen sin ningún otra


intención, sospechosa… (ríe)” (Mercedes, tipo 4).

Miedo, inseguridad:

“Si, si, cuando él se pone así, muy enojado..., cuando está


enojado me hace hacer todo, porque incluso mi cuñado lo
dice: “¿cómo hiciste para tenerla así? – dice”, porque yo veo
a Fabricio bravo y yo salgo en pura carrera para el otro lado,
porque a mí me da miedo que me..., porque él no siente lo que
hace, una vez me echó de la casa “...aliste sus cosas y se larga
de aquí...”, y yo, me bajaban las lágrimas a chorros (ríe) […]”
(Sabrina, tipo 3).

Intimidación:

“Una vez discutimos por un sillón … “es que usted anda bus-
cando”, me volvió a decir, usted anda buscando … buscar es
que se va a ir, pero ese día, me dio a entender que se iba a ir,
sino como que, usted anda buscando un solo pescozón, ver-
dad, y estaba aquí mi vecina, y yo me sentí como tan apoyada
por ella, aunque ella no se metió ni nada, que yo le dije, que si
él me tocaba, para eso estaba la policía, y que si él me tocaba,
yo le echaba la policía, pero él no me lo dijo de boca, pero con
los gestos, me lo dio a entender, y yo siempre me he quedado
callada, siempre, para evitar, pero me sentí apoyada por la
vecina.” (Marilyn, tipo 4).

El último párrafo alude a amenaza física e indudablemente es


una expresión de relación de poder muy asimétrica, situación
que remite, posiblemente, a la presencia de violencia física. Sin
embargo, ninguna de las mujeres entrevistadas expresó estar vi-
viendo en el momento de la entrevista situaciones de agresión
física. Pero cuatro de las entrevistadas si contaron sus experien-
cias de violencia física, verbal y emocional que vivieron con an-
teriores parejas.
181

En el caso de Marilyn al parecer la amenaza ha sido una


constante, que puede implicar la presencia de violencia emocio-
nal; sin embargo, ella no lo plantea ni lo relaciona. Lo que sí
relató es que ella ha tenido serios problemas porque utiliza el
castigo físico para llamar la atención a sus hijos e hija, y promo-
ver disciplina en ellos. Como parte de la problemática familiar,
está el intento de suicidio de su hijo menor. Ella nos relata
que no le pasó nada “grave” y la situación les llevó a tomar una
terapia de pareja desde hacía un año y medio, terapia asistida
por el grupo de oración que tienen en la comunidad (iglesia
evangélica). Por su parte, Pedro no habló nada al respecto,
en su entrevista enfatizó los aspectos positivos de la relación y
nunca mencionó algo sobre su forma de ser o el “carácter ex-
plosivo” que señala su pareja. Pero sí se refirió a los frecuentes
castigos de Marilyn a sus hijos. Señala que su preocupación
estriba en que ella utiliza el castigo físico como principal forma
para llamar la atención, o bien, los gritos. Sin embargo, ambos
hacen uso del castigo físico al punto de utilizarlo como ame-
naza para llamarles la atención, aspecto que señaló Marilyn y
que se observó durante las entrevistas. Por tanto, vemos como
la relación de Marilyn y Pedro contiene vivencias emociona-
les negativas que impiden la construcción de un lazo afectivo
constructivo y positivo para ambos.
Estas evidencias dan sustento empírico a la hipótesis que
afirma que la afectividad, que se evidencia por medio de los sen-
timientos positivos. Desempeña un papel central en la construc-
ción de la relación de pareja en general, e interfiere en la cons-
trucción de una relación de un poder democrática y viceversa.
Una relación más democrática incide en la generación de sen-
timientos positivos hacia la persona amada. Una relación que
propicia sentimientos positivos de solidaridad, comprensión,
empatía, cariño, se asienta en, y a su vez favorece, una mejor
comunicación y sintonía en la pareja, genera sentimientos de sa-
tisfacción y todo ello favorece el deseo de construir una relación
más simétrica y democrática. La afectividad, sin duda, propicia y
182

motiva a ambas partes a cambiar patrones de género aprendidos,


esquemas sociales naturalizados en donde el hombre cuenta con
espacios de privilegio.
Kemper (1978) habla de la capacidad de conferir estatus
a la persona amada por el deseo de ambas partes de dar un lu-
gar especial y particular a la misma. “El otorgamiento de estatus
también puede ser recíproco, pero no podría hablarse de amor
si al menos uno no estuviera dispuesto a darse al otro” (Kemper
1978, citado por Bericat, 2000, 158). Así que, posiblemente, este
sentimiento de conferir tal estatus a la persona amada no es fácil
de identificar y encontrar en toda relación de pareja, tal cual lo
observamos en varias de las personas entrevistadas. Tal conce-
sión de estatus es en algunos casos reducida o poco notoria. La
presencia del otro o la otra persona se desdibuja y prevalecen las
necesidades personales pero no las de la otra parte que integra
la pareja. Patrón social que se ha asociado más a las sociedades
desarrolladas por el desarrollo de la individualidad fuertemente
acentuada en las mismas, tal como lo indica Giddens (1992) y
Beck y Beck-Gernsheim (2001).
Esta afirmación tiene sentido si la relacionamos con estu-
dios teóricos y empíricos que afirman que los hombres tienen di-
ficultad para “darse” y para dar asociada a sus temores de perder
capacidad de control sobre su vida y sus sentimientos. La nece-
sidad de autodefensa emocional reduce su capacidad de intimar.
Giddens (1992) plantea que para los hombres contar con una con-
fianza básica es, desde la infancia, algo vinculado con el dominio,
el control y el autocontrol. Sentimientos que se han originado por
una dependencia reprimida con respecto a las mujeres y “la nece-
sidad de neutralizar estos deseos reprimidos, o de destruir el obje-
to de los mismos, choca con los deseos del amor. En tales circuns-
tancias, los hombres son capaces de distanciarse de las mujeres en
gran proporción y considerar el compromiso como una trampa”
(Giddens, 1992: 142).
En nuestro análisis identificamos a hombres que son ca-
paces de mostrar su afecto e intimar con su pareja sobre sus
183

temores (tres casos del tipo 2). En los demás prevalece la re-
sistencia a mostrar sus temores, necesidades y afecto hacia su
pareja. Desde nuestro punto de vista los hombres que empiezan
a romper con los temores relacionados a la intimidad con su pa-
reja, se oponen a los estereotipos y prototipos de lo que es ser un
hombre en la sociedad actual. Ellos dan la posibilidad a las pa-
rejas de un mayor acercamiento y realización mutua, lo que les
permiten hablar de sus temores y angustias (en esta situación se
encuentran Jesús, Mauricio y Manuel, todos integrantes del tipo
2). En cambio, Walter y Gerardo (ambos del tipo 3) ocultan a su
pareja los sentimientos de fracaso, tristeza e inseguridad que les
provoca su situación laboral, aunque ello no les impide expresar
los sentimientos de cariño, empatía y felicidad que les provoca
la relación. Este cambio que notamos en algunos hombres, nos
indica que hay patrones que se empiezan a modificar o bien no
responden al prototipo social, en este sentido la investigación
permite problematizar algunas afirmaciones teóricas sobre el
tema en particular.
Los sentimientos negativos refuerzan la relación asimé-
trica en las parejas y de esa manera, la inseguridad se convierte
en un factor que facilita y mantiene el predominio del hombre
e impide el cambio. En varios de los testimonios que reflejan
emociones y sentimientos negativos detectamos dicha actitud,
idea que se refuerza con la percepción que tuvo la investigado-
ra al observar que muchas veces las personas bajaban la voz y
cambiaban su actitud corporal al hablar de estos temas. Con su
expresión se refuerza la idea de que es un asunto delicado y que
debe de expresarse y manejarse con cuidado, para que la otra
persona no lo escuche, con independencia de que la persona es-
tuviera cerca o en la casa en ese momento.
Las emociones y los sentimientos están estrechamente
vinculados a aspectos culturales, es decir, las emociones son a
su vez sostén de las normas, las creencias y los valores sociales,
pero hay diferencias entre las normas y los valores. Elster (2001)
señala que emociones como el miedo, el temor, la angustia, son
184

las que sostienen las normas que a su vez mantienen las varia-
ciones de la conducta, mientras que los valores no se apoyan en
las emociones. Esto significa que normas sociales como las que
sostienen la relación de desigualdad entre hombres y mujeres
tienen sustento en algunas emociones (que devienen por lo ge-
neral como experiencias no conscientes) y en los sentimientos
(que devienen como tales porque somos conscientes de lo que
sentimos). Así que generar sentimientos positivos hacia la per-
sona amada, que impliquen una reconceptualización de normas
sociales basadas en la conveniencia de una relación simétrica, es
algo constructivo y necesario para generar el cambio.
Ambas partes pueden contribuir a generar emociones,
sentimientos y normas que inducen a relaciones democráticas,
lo que deviene de una construcción individual que va permean-
do también lo social. Pero lo inverso también es totalmente
viable y factible. Una sociedad que genere por distintos medios
mensajes que promueven cambios en las normas, valores, creen-
cias, conductas y conceptos “machistas” genera el desarrollo de
sentimientos que propician la equidad, igualdad y respeto entre
los géneros: “la relación entre las emociones y las normas so-
ciales es, de hecho, un camino de doble sentido. Las emociones
regulan las normas sociales, pero también pueden ser el objeti-
vo de dichas normas” (Elster, 2001: 102). Dicho esto, es clara la
importancia que personas que tienen pareja puedan transmitir
sentimientos de satisfacción. Actitud que contradice la creencia
social de que con el “matrimonio” o la vida en pareja la libertad
de las personas involucradas se ve coartada o bien, que es el “fin
de la buena vida”.
Al tener sentimientos y vivencias positivas se generan
nuevas prácticas basadas en el deseo de crear relaciones cons-
tructivas y agradables para ambos. No se trata de estar en fun-
ción uno del otro, sino en prácticas sustentadas en la igualdad.
Así que la reflexividad es un factor de peso en dichos procesos
de carácter social e individual. Pero, y el poder ¿cómo se mani-
fiesta en las parejas? A continuación se tratará en detalle, tal y
185

como se ha dicho, no hay buen sentimiento que escape al mismo


y genere contrariedades.

Cierre reflexivo acerca del amor y el afecto

El estudio confirmó el supuesto teóricos planteados en el capítu-


lo introductorio de que la afectividad desempeña un papel cen-
tral en la construcción de la relación de pareja en general. Así
como en la relación de poder en particular, aspecto que ofrece
sustento empírico a una de las hipótesis planteadas.
El afecto comprende sentimientos positivos y negativos,
tal como lo analizamos en la investigación. Consideramos que
sentimientos positivos como la solidaridad, la comprensión, la
empatía y el cariño, promueven una mejor comunicación y sin-
tonía en la pareja y generan sentimientos de satisfacción. Dicha
situación favorece a menudo el deseo de construir una relación
más simétrica y democrática. Por su parte, una relación más si-
métrica tenderá a generar sentimientos positivos en la pareja.
De manera tentativa nos aventuramos a afirmar que la afecti-
vidad positiva, más que la negativa, propicia y motiva a ambas
partes a intentar complacer más a la otra persona y a otorgarle
un estatus especial. Aunque ello implique cambiar patrones de
género aprendidos o esquemas sociales naturalizados.
Se encontró sentimientos positivos en las parejas, aunque
solo un 45% de las mismas obtuvo más de un 70% como re-
sultado en esta dimensión. Esto no significa que la afectividad
en las otras parejas no está del todo ausente, sin embargo, hay
parejas en las que se acentúan sentimientos negativos como el
miedo, la vergüenza, la ansiedad, la culpa, la depresión, la inse-
guridad, la amenaza y la insatisfacción, lo que indudablemente
permea a toda la relación. Se observó cómo las parejas que viven
estos sentimientos con mayor intensidad son las parejas que a
la vez tienen una relación más asimétrica, convencional y son
186

más reproductoras que constructoras de cambios, situación en


la que los recursos también juegan un rol importante. Y también
identificamos que en parejas en donde la relación es asimétrica
se ha generado o intensificado sentimientos negativos entre am-
bas personas.
Analizar en profundidad los sentimientos de las perso-
nas, a partir de unas cuantas horas en las que se compartió con
cada una de ellas, puede ser muy aventurado, razón por la cual,
con base en lo señalado por Kemper (1989), sólo diremos que el
amor tiene que ver con el estatus que le conferimos a la persona
amada. Si ambas personas se aman, ambas se confieren estatus
y existe una dinámica bilateral. Cuando ello sucede la relación
emocional es más igualitaria porque el sentimiento es recíproco.
Sin embargo, el sentimiento de amor puede expresarse de distin-
ta forma y con distinta intensidad. Esta situación nos hizo pen-
sar que varias de las personas entrevistadas señalan que quieren
a su pareja, pero en la práctica el estatus del que habla Kemper
no siempre está presente o es poco notorio. En algunos casos
observamos que prevalece un discurso individualista en el que,
en defensa de su persona y realización, se niegan los derechos,
necesidades y deseos de la otra parte, que por lo general corres-
ponde a las mujeres.
Vimos que las relaciones con poca compenetración entre las dos
personas mostraron una mayor prevalencia de diferencias, difi-
cultades, desavenencias y conflictos que incluso impedían llegar
a acuerdos en la resolución de los mismos.

Las parejas y las formas o los estilos de ejercicio del poder


En este apartado se analiza la capacidad de negociación, el ejer-


cicio práctico de la toma de decisiones y el tipo de poder que
se genera en la relación en los distintos ámbitos estudiados. Lo
187

central es examinar si las prácticas y discursos devienen en las


parejas en un poder democrático (simétrico), jerárquico (asi-
métrico) o bien intermedio, considerando para ello los aspectos
que formaron parte del instrumento, en específico, la parte que
refiere a la dimensión de interés “formas de ejercicio del poder”.
Son ocho los elementos17 que forman parte de esta dimen-
sión. Varios hacen referencia a una misma temática reduciendo
los indicadores a cuatro: poder de decisión con respecto al ma-
nejo de los bienes (ingresos, bienes materiales, bienes inmuebles,
herencias), poder para incidir en tres aspectos considerados me-
dulares: el cuidado y crianza de hijos e hijas, la administración
cotidiana del presupuesto familiar y la decisión sobre el lugar
de residencia. Aclaramos que en esta sección se destaca la situa-
ción de estos indicadores que se definieron como estratégicos
con respecto al ejercicio del poder. Se alude principalmente a la
toma de decisión y, por lo tanto, la forma de relación en la pareja
que deviene de dichas prácticas.
Considerando que en páginas anteriores nos referimos a
las relaciones de poder genéricas, en este apartado se centra el
interés en la delimitación conceptual de las formas de ejercer
el poder en las parejas. Se parte de que el ejercicio del poder

17 Los ítems que formaron parte de la dimensión ejercicio del poder fueron
los siguientes: 1. Ambos deciden sobre los ingresos y bienes materiales
de la pareja en igualdad de condiciones sin importar quién gana más o el
origen de los mismos, 2. Ambos deciden acerca de los bienes inmuebles,
terrenos, casas, etc. adquiridos durante la relación de pareja en igualdad
de condiciones sin importar el origen, 3. Los bienes adquiridos en rela-
ciones anteriores o bien de carácter hereditario son compartidos y am-
bos toman decisiones en igual de condiciones, 4. Ambos deciden sobre
el lugar de residencia considerando las necesidades particulares de cada
quien, 5. Ambos deciden sobre los gastos cotidianos y manejan el presu-
puesto familiar para teles fines, 6. Ambos deciden y toman acuerdos que
se respetan acerca del tipo de educación que desean inculcar en sus hijos.
7 Ambos deciden y toman acuerdos que se respetan acerca de la institu-
ción educativa de sus hijos/as, 8. Ambos deciden y toman acuerdos que se
respetan sobre las actividades extra curriculares de sus hijos/as.
188

involucra un aspecto racional, la capacidad de decidir. Por tra-


tarse de un acto reflexivo que gira en torno a la posibilidad de
optar por la mejor oportunidad para cada quien, requiere que
las personas definan sus intereses y necesidades. Se debe ser ca-
paz de mirarse a sí mismo y contar con autonomía con respecto
al otro.
En el caso de las mujeres, tomar decisiones, considerando
sus intereses y necesidades, requiere de un esfuerzo particular,
dada su tendencia a visualizar las necesidades de los demás y a
priorizarlas frente a las suyas. Esta actitud, aprendida en el pro-
ceso de socialización, impide a las mujeres se perciban como
sujetos y defiendan sus deseos, necesidades e intereses ante su
familia o pareja (Coria, 2001). Al tomar decisiones ejercemos a
su vez estilos de poder, es decir, formas en que ejecutamos las ac-
ciones e intenciones. Se trata de actos de poder, en donde inter-
fiere el status que otorgamos a la persona amada, según Kemper,
1978.
Siguiendo los criterios planteados por Foucault (1990)
partir de que el poder está implícito en todas las relaciones so-
ciales, es un modo de acción que no opera de forma directa e
inmediata sobre los demás, sino sobre las acciones de los demás.
Mi acto en particular puede entorpecer o afectar la acción, deseo
o proyecto del otro. Y si estamos de acuerdo en que el poder se
ejerce a través de las relaciones interpersonales, que es dinámico
y que circula en las interacciones sociales. Observamos que mi
acción, no es un acto aislado, se hace individualmente pero tie-
ne presencia en los la vida de los otros. Por eso Foucault señala
que el poder no siempre está en manos de una de las partes, en
la medida en que está definido por las acciones de cada quien.
Esto lleva a admitir que la relación puede variar dependiendo
del espacio y del tiempo en que los sujetos de la relación actúan
y de los recursos que cada cual pueda movilizar. Aunque en ge-
neral los varones cuentan con un poder mayor que las mujeres,
su posición no siempre es la misma, hay espacios, en la relación
189

de pareja y en el ámbito de la vida en familia, en los cuales las


mujeres pueden tener más poder.
Pensemos también en la idea de que el poder se constru-
ye a través del discurso, en las interacciones interpersonales. Y
que el poder no sólo se ejerce desde la violencia, la imposición
o la manipulación, sino también a través de las ideas. Por eso
Foucault señala que hay discursos de poder en oposición a aque-
llas ideas o discurso que no lo tienen. Esto hace que el poder en
tanto discursos de poder o verdad sea menos tangible. De ahí el
valor que en esta investigación se le da a los discursos de las per-
sonas entrevistadas y a la relación dinámica que se genera entre
la práctica y el discurso de cada quien.
Por eso, cuando en este texto se habla de estilos de poder
se alude al modo, manera o forma de vida de las y los sujetos.
Prácticas y discursos que expresan, sean estas coincidentes o
bien contradictorias. Se observa, lo que se expresa discursiva-
mente y lo que se hace, cómo se hace y la forma en que se eje-
cuta. Es el resultado que expresa formas o estilos de influir en la
pareja, que alude a formas consensuales, democráticas, imposi-
tivas, manipulativas o bien violentas.
Considerando lo antes expresado, llama la atención que
en la dimensión del “estilo o las formas del ejercicio del poder”
sean ocho parejas, de las veinte entrevistadas, las que muestran
cambios positivos con respecto a prácticas asimétricas y jerár-
quicas. Esta dimensión, como ya hemos señalado, junto con las
de la “sexualidad” y el “afecto en la pareja” son las tres dimensio-
nes en las que más parejas reportan más cambios en sus prácti-
cas y discursos.
Recordemos que el objetivo de este análisis consiste en
especificar quién toma las decisiones y ejerce el poder, así como
analizar cuál es el estilo de poder que se ejerce en la pareja y
quién detenta un mayor espacio de acción y control en la toma
de decisiones. Para llevar a cabo este análisis se considera tanto
los resultados de los ítems correspondientes a la dimensión de
interés, como lo manifestado en las entrevistas que se realizaron.
190

Se enfatiza en los cuatro aspectos principales que se definieron


como estratégicos en esta dimensión, así como expresiones,
prácticas y discursos que nos permitieron interpretar la forma
en que se ejerce el poder en la pareja.
Al respecto se afirma que no existe una forma única de
estilo de ejercer el poder en las parejas entrevistadas, si no que la
forma y las estrategias que se utilizan son distintos dependiendo
del asunto a tratar. Se observa la heterogeneidad y la comple-
jidad que implica el análisis de los aspectos que tratamos en el
estudio. A continuación detallamos el hallazgo:
1. Para los ítems relacionados con la administración y
toma de decisiones de los bienes materiales e inmuebles, des-
tacamos que el estilo de poder que se observa en las parejas es
más impositivo, directo, asimétrico y poco conciliador. En este
caso, sobre todo en las parejas en donde los hombres ganan igual
o más que sus compañeras, son ellos quienes deciden (13 de 20
casos). En las parejas heterosexuales en donde las mujeres ganan
más, ellas son quienes deciden (tres casos). Aunque con matices,
ya que toman en consideración la opinión de sus parejas más
que los hombres y siguen procesos de toma de decisión más de-
mocráticos en las formas. En el caso de las parejas homosexuales
hay dos casos en que a la persona que tiene más bienes -aunque
no gane más que su pareja-, se la considera responsable de la
familia y es quien decide. En los dos casos restantes, la adminis-
tración de los bienes de cada cual se ejerce de forma individual y
por tanto se respetan la decisiones que cada quien tome respecto
de sus bienes. Sin embargo, se destaca que uno de los casos trata
de que el reparto de riquezas y la administración de las mismas
sea lo más igualitaria que se pueda, pero este es un caso, mino-
ritario y no responde a la dinámica general de las otras parejas
entrevistadas.
De estos datos podría deducirse que la capacidad de deci-
sión real en relación con los bienes materiales, muebles e inmue-
bles, va ligada a la contribución salarial o de bienes que cada cual
aporta a la familia. Quién colabora más –o tiene más bienes- más
191

decisiones toma. Esta forma de actuar perpetua las diferencias,


ya que por desigualdades estructurales de carácter socio-econó-
mico, la mayor parte de los hombres ganan más dinero que las
mujeres, incluso a igual preparación académica y laboral.
2. En cuanto a la administración cotidiana (uso del di-
nero) se observa una actitud menos impositiva, medianamen-
te más conciliadora y simétrica, aunque el reparto del trabajo
como tal es desigual. En el caso de las parejas heterosexuales
son las mujeres quienes realizan las tareas de administración,
compras, pagos, transacciones y otras gestiones, lo que implica
un recargo. Sin embargo, el estilo de poder es menos asimétrico.
Ello se explica en parte por el control y las labores que las muje-
res han desarrollado en este ámbito.
3. Con respecto a quién toma la decisión sobre el lugar de
residencia, asunto de importancia para la familia, en la mayoría
de los casos (14 de 20) la decisión es colectiva. El estilo es más
participativo y menos impositivo, por tanto más conciliador y
simétrico.
4. Finalmente, sobre los ítems que refieren a la toma de
decisiones con respecto a la educación y actividades extracurri-
culares de hijos e hijas, tenemos que, en cuanto a la participa-
ción de ambas partes, este aspecto es bastante igualitario. Aquí
el estilo de poder se caracteriza por ser conciliador, poco im-
positivo y más simétrico. La toma de decisiones en este campo
no conlleva el ejercicio de las tareas que implica el cuidado y
crianza de las y los hijos. Se desprende de esto que, aunque sean
las mujeres quienes principalmente se hacen cargo del cuidado
de los hijos e hijas, toman en cuenta la opinión de sus parejas.
La actitud se explica por los costos que se deben asumir en
aspecto como la educación y las actividades extracurriculares
de los hijos e hijas.
En general, salvo las ocho parejas que reportan acti-
tudes más democráticas y considerando los cuatro aspectos
192

evaluados, existe en las parejas una mayor tendencia a ejercer


el poder de forma más impositiva en la toma de decisiones.
Al respecto preguntamos si la forma en que se ejerce el
poder responde a un patrón de imposición basado en la legi-
timidad que el actual modelo de género les otorga a los hom-
bres. O bien, se basa en el uso de prácticas manipuladoras para
encubrir dichos comportamientos desiguales. Con base en las
entrevistas realizadas pensamos que en algunas parejas hay, en
efecto, un estilo de poder claramente autoritario. En otras hay
presencia de prácticas manipuladoras muy sutiles y poco per-
ceptibles por parte de la pareja. Incluso es posible encontrar en
una misma pareja el uso de varios tipos de poder según el ám-
bito de la vida del que se trate, la envergadura de las decisiones
y la implicación que tienen para cada uno de los integrantes de
la pareja. Son las dinámicas del poder, esas que se generan en
las acciones o discursos de las personas que las hace complejas
e imperceptibles. Más aún, cuando las mimas están cargadas a
su vez de muestras de afecto.
Un fragmento de uno de los casos estudiados, permite
comprender la dinámica del poder. La pareja en este caso está
formada por Marilyn y Pedro (tipo 4). Pertenecen al sector so-
cioeconómico de bajos recursos, tienen tres hijos, ella cuenta
con la secundaria completa y se dedica al trabajo doméstico.
Pedro es misceláneo en un hospital público y realiza trabajos
extra en obras de construcción como trabajador independien-
te. Cuando se le pregunta a Marilyn sobre cómo se distribuyen
algunas labores respecto al cuidado de sus hijos y quién toma las
decisiones relata lo siguiente:

-Y ¿quién atiende a los chiquitos?


-Los dos, él me ayuda mucho.
-Y con respecto a la escuela ¿quién se hace cargo?
-Él en eso no se mete, debería de hacerlo, aunque sea pues
en cualquier cosita, que los chiquitos se sientan apoyados
por él, pero no, no es así porque no sabe y no le gusta.
193

-¿Vos le decís algo?


-Sí, yo a él le digo, porque le digo que el mandarlos a estu-
diar, que la obligación de mandarlos a estudiar, no solo es
mandarlos a estudiar, sino sentarse a ver qué ocupan, qué
no ocupan, en qué le puedo ayudar pues […] Pero ha estado
igual… él dice que con traer la plata a la casa y mandarlos a
estudiar, con eso cumple.
-Y ¿en salud?
-A veces los llevo yo, a veces los ha tenido que llevar él. A veces
vamos los dos.
-Y ¿en actividades recreativas?
-La mayoría de las veces voy yo con ellos, digamos en las va-
caciones cuando hemos ido a pasear a Limón, voy yo, nos
quedamos varios días allá. A veces sí ha ido él, pero la mayo-
ría de eso, soy yo. Lo otro es cuando salimos donde mami, o
donde algún familiar, salen conmigo […]
-¿A reuniones escolares quién asiste?
-Solo yo. Me gustaría que me ayudara más en lo que es edu-
cación, porque yo pienso que él también tiene obligación,
y que los chiquitos necesitan que estemos los dos, no solo
uno, que les ayudemos los dos, no solo uno. Aunque siento
que yo soy la responsable, porque yo soy la que comparto
las cosas con ellos, y él aunque esté libre no las comparte.
No forma parte, no dice cómo le fue, en qué le ayudo, o no,
como que me lo dejó todo a mí […].
-¿Realiza algún trabajo fuera de la casa?
-Yo trabajé para comparar un juego de sala y un juego de
comedor y cositas así, que ocupábamos para la casa. Pero
nos dieron la casa y ya él no quería que yo trabajara, por-
que primero dice que no necesitamos, que si nos estamos
muriendo de hambre. Y él dice que no porque cuando yo
trabajo me escochero.
-¿Qué haces?
-Que me escochero, que me voy a bailar, eso dice, entonces
dice que me escochero.
-Y ¿por qué?
194

-Él dice que no es celoso (se ríe), pero ya viendo de esa


manera, no sé si será que le dan celos que uno trabaje,
podría ser, no sé. La verdad es que no sé.
Cuando te dice que no trabajes ¿qué decís vos?
No, como que yo siempre me dejo llevar, no, pues será para
no pelear, o no sé. Pero como que él dice que no, entonces es
no, entonces que trabaje él.

Esta pequeña narración permite observar varios detalles:


Primero, que existe en esta dinámica familiar una clara división
sexual y de género del trabajo. Ella es la responsable de traba-
jo doméstico y del cuidado y educación de sus hijos. Segundo,
que Pedro se asume como padre proveedor y considera que con
llevar a su casa el sustento económico cumple con sus obliga-
ciones y que no tiene por qué involucrarse, ni dedicar tiempo
al proceso educativo y recreativo de sus hijos. Marilyn no está
de acuerdo, pero observemos que, en la práctica, quien toma
las decisiones en todos los aspectos que aquí se narran es Pedro.
Indudablemente el tipo de poder que ejerce Pedro es un poder
asimétrico, no conciliador, es directo y, por tanto, en estos as-
pectos nada democrático. Sin embargo el “estilo de poder” no
es cuestionado por alguno de los dos involucrados; él considera
que hace lo correcto y Marilyn, aunque no está de acuerdo con-
sidera que es mejor “hacer caso” antes que pelear. En la entre-
vista es visible que ella tiene claro que él debería de involucrarse
más en relación con los hijos. Tiene deseos de trabajar fuera de
la casa y además considera que les hace falta. Piensa que lo que
gana su esposo no es suficiente para los gastos. Que la falta de
dinero les impide realizar otras actividades de su interés como
es salir a pasear donde su familia, comprar material para las ma-
nualidades que le gusta hacer o bien salir a otros lugares. En
este caso Pedro no necesita manipular, él toma las decisiones
y consulta, o más bien conversan, intercambian opiniones con
Marilyn, pero él no genera cambios en su posición.
195

Veamos el caso opuesto, cuando son las mujeres quienes


toman las decisiones sobre los temas aquí tratados. Situación en
la que coinciden parejas en las que ellas ganan más que sus mari-
dos y tienen trabajos más estables. En estos casos consideramos
que el rol se invierte, aunque la diferencia está en que ellas por lo
general consideran más las necesidades, intereses y opinión de
sus esposos. El tipo de poder que se ejerce es menos autoritario,
se basa en procesos de negociación y diálogo. Por ejemplo, Jesús
señala lo siguiente sobre un crédito que necesitaba para la com-
pra de maquinaria, la transacción está a cargo de su esposa, por
ser ella la que tiene acceso a préstamos más favorables:

“Por el financiamiento, que eran mensualidades muy altas


[…] como era un préstamo hipotecario había que tener mu-
cha responsabilidad, eran como 3 o 4 millones que nos esta-
ban dando, pero no se logró, no se logró, porque las mensua-
lidades, eran como de 100.000 colones, y, y, y mi esposa me
dijo que no porque era un poquito arriesgado, que era muy
arriesgado…” (Jesús, tipo 2).

Ana, quien tiene una relación con su pareja de menor tiempo


que la anterior, considera que ella ejerce más poder en las deci-
siones de pareja por la diferencia de edad, por su experiencia en
general y porque finalmente su compañero confía en ella:

“Si quizá sí, quizá un poco digamos, y ahí si yo creo que in-
fluye mucho digamos la diferencia de edad, porque a veces él
es muy inexperto digamos en, en las cuestiones, en las tomas
de decisiones con respecto al negocio y eso, entonces yo digo,
bueno esto se hace así y se hace así verdad (ríe) generalmente,
este, diay no, él termina por darme la razón verdad y me dice:
“...bueno hagámoslo de esta forma verdad […] él considera
que yo soy una persona con mucho más experiencia, que vi-
sualizo quizás mejor las cosas que él, yo lo he sentido de esa
forma verdad, entonces siempre termina plegándose a, a mis
sugerencias, o a veces por ejemplo, cuando él me dice: “...mira
196

la cosa yo creo que no va por aquí o va por allá...”, entonces,


bueno, lo hablamos y digo: “...bueno, probémoslo de esa forma
a ver cómo, como nos resulta” o sea, lo negociamos” (Ana,
tipo 3).

Hay casos más “clásicos”, según nos indica la literatura, en don-


de los hombres dejan las decisiones de carácter doméstico a las
mujeres, incluyendo decisiones importantes como dónde van a
estudiar sus hijos, cuánto van a invertir en sus estudios, en la
salud o en espacios de recreación, mientras que se reservan las
decisiones que ellos consideran realmente importantes en fun-
ción de su visión de la vida y de sus intereses. Al respecto Cecilia
señala lo siguiente:

“En lo más importante soy yo... él, él está consciente digamos


de que yo tomo la mayoría de decisiones y de hecho en un
tiempo..., en el tiempo que estuvimos nosotros con problemas
como pareja a él le molestó esa parte de mí, pero, pero yo sien-
to que en el fondo él en muchas cosas sabe que se desentiende
y que, y que él se libera de esa responsabilidad, entonces,
no le molesta que yo lo vuelva a hacer” (Cecilia, tipo 4).

La experiencia de Cecilia no es representativa y contrasta con


los hallazgos de investigación desarrollados en Latinoamérica,
en específico en México. Aunque son pocos los estudios que han
analizado específicamente en América Latina hay dos investiga-
ciones medianamente recientes: el trabajo realizado por Rivera y
Díaz (2002) quienes llevan a cabo una investigación en donde se
analiza la cultura del poder en la pareja, y el de García y Oliveira
(2006) quienes realizan un análisis de las relaciones que se gene-
ran al interior de las familias metropolitanas de México.
Rivera y Díaz, quienes realizan un estudio estadístico
haciendo uso del análisis factorial, construyen una escala de
197

estrategias de poder18. Los resultados encontrados a través del


análisis factorial con rotación ortogonal en la cual se obtiene una
escala de poder, presenta ocho estilos: autoritario, afectuoso, de-
mocrático, tranquilo-conciliador, negociador, agresivo-evitante,
laissez-faire y sumiso. Este estudio, llama la atención al indicar
que tanto hombres como mujeres pueden ejercer un estilo de
poder autoritario. Que ambos sexos ejercer poder agresivo-evi-
tante y/o el sumiso. Para los autores el tipo de poder depende
más de la forma en que se interactúa en la pareja;

Ello indica que para ambos sexos, cuando el sujeto pide algo
en forma áspera, violenta y brusca, también puede pedirlo
en forma superficial, confusa, rebuscada, sumisa, callada y
sometida. Por otra parte, una pareja con un estilo autori-
tario no tiende a ser cariñosa, afectuosa, dulce, calmada y
amable (Rivera y Díaz, 2002: 177).

Los datos con que se cuenta en el estudio no permiten obser-


var dicha relación, por el contrario, observamos diferencias de

18 Rivera y Díaz Loving (2002) tienen como punto de partida el trabajo de


Olson y Cromwell (1975), autores que señalan la dificultad de medir el
ejercicio del poder en las relaciones de género por su carácter multifacto-
rial. Para obtener los estilos de poder que se presentaron anteriormente
realizan los siguientes pasos: Retoman resultados de estudios anteriores
para obtener las dimensiones globales y evaluar con ello los estilos de po-
der, posteriormente elaboraron escalas bipolares de adjetivos destinados
a evaluar el concepto. Encuentran dos adjetivos que resume dos estilos de
poder general: el estilo negativo y el estilo positivo. Estas fueron a su vez
definidas y subdivididas, ver tabla 22 (pág. 169) y 23 (pág.170) del estudio.
A partir de las áreas globales positiva y negativa, se agruparon los estilos
resultantes de la investigación realizada por Rivera et al en 1996, y se ela-
boraron 92 adjetivos, la escala representa los dos polos de estilos de poder
empleados en hombres y mujeres, en la que cada cual señala con qué fre-
cuencia usa cada uno de los estilos. Una vez realizado el análisis factorial
con rotación ortogonal se muestran ocho factores, que explican el 51.4%
de la varianza los datos, posteriormente se obtuvo la consistencia interna
de la escala que muestra una confiabilidad robusta (págs.169-173).
198

género notorias en la manifestación del estilo de poder. En el


presente trabajo detectamos que los hombres de las parejas “re-
productoras de relaciones tradicionales” (tipo 4) generan accio-
nes directamente asimétricas. En cambio, en el estudio de Rivera
y Díaz los hombres tienen estilos de poder para pedir las cosas
más afectuoso que las mujeres, son más cariñosos, dulces, tier-
nos y cordiales y también son más tranquilos-conciliadores, es
decir, en su estilo de petición tienden a ser más calmados, ama-
bles, accesibles y conciliadores en comparación a las mujeres.
Quizás consideran que esa es una buena estrategia que evita los
conflictos y mantiene la relación de pareja en situación de baja
tensión, sin necesidad de sacrificar lo importante: quién toma
realmente las decisiones.
Estos resultados, aunque no son del todo coincidentes
con aspectos específicos analizados en este apartado, si coinci-
den con el resultado general. Esta dimensión es una de las que
cuentan con más parejas que presentan modificaciones en re-
lación con la pareja tradicional. En el grupo analizado hay al
menos siete parejas que muestran una actitud más simétrica en
cuanto al eje del ejercicio del poder y a su participación en la
toma de decisiones. Entonces, contar con trabajo remunerado
y un nivel educativo alto, incide en el papel y los espacios de
participación de las mujeres en sus familias. Por tanto, no solo
las mujeres jefas pueden ejercer una actitud de mayor firmeza e
incidir de forma directa en la toma de decisiones en sus familias.
Es decir, coincidiendo con García y Oliveira (2006) las mujeres
con trabajo remunerado y salarios estables tienen un impacto
importante en decisiones que tienen que ver con la compra de
la comida, la administración y uso del dinero en cuanto a gastos
estratégicos de largo plazo tales como compra de bienes impor-
tantes, dónde vivir, etcétera.
Los resultados muestran que al parecer, al menos en lo to-
cante al ejercicio del poder en la toma de decisiones, se encuen-
tran cambios en las prácticas y discursos de las parejas. Aunque
la división en cuanto a las responsabilidades que se derivan de las
199

acciones cotidianas como cuidado y crianza de los hijos e hijas,


división del trabajo doméstico, entre otras; no refleja el mismo
comportamiento de cambio. Finalmente, con respecto al estilo
de poder que se genera en la relación de pareja y la participación
de las mujeres en la toma de decisiones, consideramos que:
1. En el estilo de poder inciden dos recursos que interac-
túan entre sí e influyen en la forma en que se practica el poder:
el nivel educativo y la participación de las mujeres en un trabajo
extradoméstico (tal cual lo analizaremos con más detalle en el
apartado que refiere al eje del uso del dinero). Así que, las pare-
jas del estudio que muestran un estilo democrático, más simé-
trico están conformadas por mujeres que cuentan con un nivel
educativo alto y un trabajo remunerado estable en lo salarial y
en el tiempo. Sus parejas, varones, pueden tener un nivel edu-
cativo y salario menor que el de ellas, aunque es desfavorecedor
para ellos, no anula su participación en la toma de decisiones.
Las mujeres muestran mucho interés en sus pareceres, intereses,
necesidades y deseos y los toman realmente en cuenta. Por el
contrario, cuando la pareja y en especial las mujeres no tienen
trabajo remunerado o el mismo es inestable o “informal” y su
nivel educativo es medio-bajo, el estilo de poder que se genera
en la pareja es bastante asimétrico. Es un poder muy jerárquico,
poco inclusivo y los hombres asumen la toma de decisiones sin
tener en cuenta en la práctica la opinión y los intereses de sus
parejas.
2. Con respecto a la toma de decisiones tanto en aspec-
tos cotidianos como los más estratégicos para la pareja, el que
las mujeres tengan un trabajo remunerado es el factor que más
incide, a tal punto que, cuando las mujeres son las que ganan
más, aunque ellas suelen dar más participación a los hombres
en la toma de decisiones, su respuesta final es la determinante
en la pareja. Así que el dinero es un recurso de gran valor real y
simbólico, aspecto que retomaremos en el apartado que corres-
ponde al análisis de dicha dimensión.
200

Cierre reflexivo acerca de los estilos de poder

Por su parte, considerando que las formas de ejercicio del poder


aluden a los estilos que adoptan las parejas para tomar decisio-
nes, llama la atención que son las dimensiones que se muestran
más sensibles al cambio. Indica que varias parejas utilizan me-
canismos de negociación. Significa que, ante las diferencias y si-
tuaciones problemáticas, hay parejas que comparten la idea de
que en la resolución de las mismas debe considerarse la posición
y opinión de las dos partes. De esa manera se distancian de las
prácticas tradicionales en donde se les otorga el poder de deci-
sión a los hombres por su condición de género y tienden a ganar
espacio las mujeres. Esta posición promueve la autonomía de las
mujeres como sujeto social en la relación y le permite diferen-
ciarse de su pareja, ya que ambas personas se ven a sí mismas
independientes pero comprometidas con el respeto a los com-
promisos y resoluciones a los que se llegan.
Sin embargo, no todas las parejas actúan de igual forma.
Se identificaron varios estilos de ejercer el poder en función de
las circunstancias y de los asuntos en cuestión;
1. Cuando se trata de la administración y toma de deci-
siones estratégicas con respecto a los bienes materiales e/o in-
muebles, la actuación depende de quién posee los recursos eco-
nómicos y del sexo. En las parejas heterosexuales en donde son
las mujeres las que ganan más, el peso de su opinión y posición
es muy importante. A diferencia de cuando son los hombres los
que ganan más, las mujeres tienden a tomar en consideración las
opiniones de sus parejas y siguen procesos de toma de decisión
más democráticos. Por el contrario, si los hombres ganan más, el
peso de las decisiones de las mujeres se ve reducido.
En el caso de las parejas homosexuales, excepto en la pa-
reja rupturista, hay un peso significativo de los recursos econó-
micos en la toma de decisiones. En estos casos el dinero no se
ve como un recurso en común o colectivo; impera más la admi-
nistración individual de los recursos. Son pocas las decisiones
201

colectivas que se adoptan, y cuando se hace cada quien decide


según su capacidad económica, puesto que los recursos no son
colectivos.
En general, cuando el dinero y los recursos no se viven-
cian como bienes en común, se acentúan las diferencias y la toma
de decisiones suele ser unilateral, favoreciendo a la persona que
tiene más recursos. Al individualizarse el dinero, no se tiende
a considerar siempre las necesidades de la pareja o la familia,
situación que se da principalmente en el caso de los hombres o
de la persona que tiene más dinero.
De estos datos podría deducirse que la capacidad de de-
cisión real en relación con los bienes materiales e inmuebles va
ligada a la aportación salarial o de bienes que cada cual hace a
la familia. Esta forma de actuar perpetúa las diferencias. La ma-
yor parte de los hombres ganan más dinero y trabajan de forma
remunerada más que las mujeres, acentuando las desigualdades
estructurales de carácter socio-económico. Incluso teniendo
igual preparación académica y laboral.
2. En cuanto a la administración cotidiana del dinero,
en los estratos con menores recursos se observa que la actitud
de los hombres es menos individualista. Lo anterior se explica
porque los recursos que se deben administrar son reducidos. El
dinero que ingresa no da sino para asegurar el mínimo consumo
de la familia y por eso las decisiones –y opiniones- que toman las
mujeres son respetadas. La gestión cotidiana del uso del dinero
se convierte por tanto en una carga en la que el esfuerzo que hay
que hacer para que alcance se deposita en manos de las mujeres.
Es más una responsabilidad que se delega que un derecho que
se respeta. Sin embargo, las mujeres que no ganan dinero, no
logran sentirse tan dueñas del dinero como las que sí lo ganan y
por ello suelen respetar la visión y posición de sus parejas. Esta
situación sólo se observa en las parejas heterosexuales, pues en
las homosexuales los dos integrantes de la pareja trabajan o tie-
nen ingresos propios.
202

3. Con respecto a la educación y las actividades extracu-


rriculares de sus hijos e hijas, los hombres dejan que sean las
mujeres las que mayoritariamente se hagan cargo de esta res-
ponsabilidad. Pero, cuando se trata de tomar decisiones impor-
tantes en este campo, ellos suelen ser partícipes en las mismas
e incluso su posición es la definitoria. Encontramos, así, una
disociación entre la realización de las tareas de cuidado, crianza
y educación de las y los hijos que por lo general está a cargo de
las madres. La toma de decisiones, en las cuales son los padres
que suelen participar y, con frecuencia, tener la última palabra,
por su posición y mayor poder en la relación.
Finalmente, observamos que las parejas que muestran
mayor cercanía con el estilo democrático más simétrico están
conformadas por mujeres que cuentan con un nivel educativo
alto y un trabajo remunerado estable. Sus parejas varones pue-
den tener un nivel educativo y salarial menor que el de ellas, lo
cual aunque es desfavorecedor para ellos. No anula su partici-
pación en la toma de decisiones ya que las mujeres muestran
mucho interés en sus pareceres, intereses, necesidades y deseos
y los toman realmente en cuenta.
Por el contrario, cuando la pareja, y en especial las mu-
jeres, no tienen trabajo remunerado o el mismo es inestable o
“informal” y su nivel educativo es medio-bajo. El estilo de poder
que se genera en la pareja es bastante asimétrico, muy jerárqui-
co, poco incluyente y los hombres asumen el poder y la toma de
decisiones sin tener en cuenta la opinión y los intereses de sus
parejas.
203

Las parejas y el tiempo: simetrías y asimetrías en el uso del


tiempo libre

En esta investigación se parte de que el uso del tiempo de hombres


y mujeres es una dimensión importante que permite identificar las
asimetrías en las relaciones de género, de ahí su relevancia. El tiem-
po puede ser analizado incluso como un recurso que cada cual pue-
de utilizar para lograr objetivos, metas y proyectos personales. Por
ello interesa analizar el tiempo que cada persona en la pareja dis-
pone para el desarrollo de actividades sociales y personales que no
refieren a trabajo doméstico o extradoméstico. Es decir, actividades
tales como las culturales y/o cívicas, religiosas, sociales, recreativas
y formativas. También se consideran actividades más personales
relacionadas con el cuidado personal como las referidas a la salud,
asistencia a chequeos médicos, aseo, físicas, terapias alternativas,
deportivas, entre otras. Interesa identificar si para la realización de
estas actividades es necesario pedir permiso a la pareja, consultar, o
bien contar con su apoyo para disponer del tiempo libre y del dine-
ro que conllevan, y observar si ambas partes cuentan con el mismo
tiempo para el desarrollo de dichas actividades.
El estudio del uso del tiempo nos permite analizar la presen-
cia y participación de mujeres y hombres en distintos ámbitos de la
vida desde una perspectiva más integrada. Se trata de romper con
la visión dicotómica que supone el trabajo productivo por un lado y
el reproductivo por el otro. La tarea consiste en reconceptualizar lo
que entendemos por trabajo, con el fin de captar las diversas activi-
dades que una y otros realizan. Al hacer un análisis de las activida-
des y el tiempo que se dedica a ellas, se incluye acciones relaciona-
das con el trabajo y con recreativas, tal es el caso del tiempo que se
dispone para la formación, la relajación, el descanso, indispensables
en nuestras vidas.
Existe además una relación entre el tiempo que dedica-
mos a una actividad y a otra, por la afectación mutua, al ser el
204

tiempo limitado. Así que el tiempo que dedicamos al trabajo do-


méstico no remunerado, afecta la disponibilidad de tiempo para
el trabajo remunerado, para la formación, el esparcimiento, el
descanso y el cuido personal. El tiempo que las madres dedican
a sus hijos/as incide en su trayectoria laboral, y de formación
educación y profesional.
Además de la posibilidad de contar con tiempo libre
nos interesa la capacidad de decidir libremente sobre él. El
concepto de recreación remite a las prácticas que en una so-
ciedad concreta realiza en su tiempo libre. Tales prácticas
representan el significado que una sociedad da a las manifes-
taciones de placer público y búsqueda de emociones agrada-
bles. Compartiendo las características del juego, la recreación
traspasa los límites impuestos por éste y cristaliza en institu-
ciones sociales la vivencia colectiva. En este caso se analiza el
uso del tiempo libre para identificar lo que cada persona de-
dica a determinadas actividades. Se trata de comprender las
desigualdades de género y dar cuenta de las diferencias que
existen entre la pareja en cuanto al tiempo que cada quien
puede disponer en función de procesos de cambio y desarro-
llo personal.
Lo primero que se destaca como resultado general es
que el “uso del tiempo” se muestra como una de las dimen-
siones más susceptibles al cambio. Al igual que en la dimen-
sión del “estilo de poder”, ocho de las 20 parejas obtuvieron
porcentajes superiores al 70%, siete de ellas incluso por enci-
ma del 80%. Estos resultados contrastan con los de las otras
parejas que obtuvieron porcentajes bastantes bajos. De las 12
parejas resistentes al cambio solo cuatro están entre un 67% y
60%. Las restantes parejas obtuvieron resultados inferiores al
55%. Hay diferencias marcadas entre los resultados de unas y
otras parejas que asociamos en este caso con dos elementos:
Primero, los escasos recursos económicos con que cuentan
algunas parejas para el desarrollo de actividades recreati-
vas, formativas y sociales en general. Segundo, la cultura que
205

enfatiza la división sexual y de género del trabajo. Observamos


los porcentajes en el cuadro 10.
Veamos en detalle el caso particular de cada grupo, y
comparemos las parejas que obtuvieron un porcentaje alto con
respecto a las que tuvieron un bajo nivel de igualdad en el uso
del tiempo libre.
Quienes mostraron una mayor actitud de igualdad y de
cambio, señalan la importancia que tiene contar con tiempo
para realizar actividades personales que les gusta o desean rea-
lizar. El tiempo lo utilizan en varios asuntos como visitar, salir y
realizar actividades con amistades, familiares o compañeras y/o
compañeros de trabajo. También están las actividades formati-
vas –tiempo para estudiar, capacitarse, asistir a eventos como ta-
lleres, seminarios, cursos cortos, etcétera. Las deportivas como
asistir sistemáticamente al gimnasio, nadar, jugar un deporte en
particular u otras de su preferencia. Están las actividades políti-
cas, que implican desde participar en un partido político, formar
parte de una organización social o feminista, hasta formar parte
de un comité de lucha en la comunidad, asociación o sindicato.
Las ocho parejas con mayor puntuación en este apartado reali-
zan una o varias de las actividades arriba señaladas y estas por lo
general lo hacían con el apoyo y el consentimiento de la pareja.
Ello no significa que a veces no se presenten problemas,
hay actividades que disgustan a la pareja, pero esas son las me-
nos. Los conflictos se presentan principalmente cuando se trata
de compartir con las amistades.Tal es el caso de Anabel y Lorena
(tipo 2): la primera señala que Lorena suele ser más controlado-
ra, es celosa y que contrasta con su forma de ser que es muy so-
ciable. Aun así las diferencias no impiden que cada quien realice
las actividades que les gustan;

“Veo televisión, me gusta, bastante en la noche, fundamen-


talmente, eh me gusta mucho ir al cine, últimamente no mu-
cho, pero por lo menos una vez a la semana, eh, leo bastante,
y bueno, eso es muy difícil decir que parte es trabajo y que
206

parte es recreativa, pero no, yo saco bastante tiempo para leer


novelas digamos, este y digamos me voy a hacer masajes cada
15 días, saco una hora para eso, este, mmm, sábado y tengo
3 días a la semana de tenis, digamos unas 3 horas, sí unas
20 horas a la semana dedico a mis actividades […] y Lorena
diay, parecido, si porque ella va a nadar, ella saca tiempo para
ir a T. , vamos al cine, si parecido” (Anabel, tipo 2).

Lily dedica gran parte de su tiempo libre al partido, además de


atender durante el día su micro empresa familiar. Cuenta como
en la actualidad el apoyo y comprensión de su pareja es vital.
Piensa que dedica mucho tiempo a su trabajo político mientras
él lo dedica a compartir con sus amistades;

“… Yo estoy en el movimiento porque para mí, es… me da


respuestas a nivel existencial, vivencial y social. Digámosle,
de la vida, me da un marco de referencia global en mi vida, a
nivel personal y a nivel social. Entonces me da una respuesta
de sentirme haciendo cosas coherentes conmigo misma […]
Otra cosa, que creo yo que es muy valiosa de Andrés y yo, es
que él tiene su espacio de realización en lo laboral y con sus
amigos y su espacio y yo tengo el mío ... nosotros hemos esta-
do muy unidos pero tenemos mucha libertad uno con el otro,
diay, estamos muy unidos”

“porque hay noches que yo no estoy, yo tengo reuniones, y


tengo mis actividades, yo tengo como 3 actividades por noche,
entonces, yo casi no estoy aquí (en la casa)”.

Entonces, que él comprenda que ¿cómo yo estoy en algo que


no me remunerara dinero y le doy tanto tiempo? Para él era
muy difícil, ahora no, ahora ya él, él, ha percibido […] que ese
es mi proyecto de vida, es un proyecto en el que yo me siento
útil […]” (Lily, tipo 2).

El tiempo es escaso y esa es la percepción que tiene la mayoría


de las parejas. Son personas que por sus edades están activas y
207

en plena capacidad de sus capacidades físicas y mentales, tienen


entre los 30 y 65 años. Inevitablemente consideran el tiempo
como un factor que les impide compartir actividades juntos o
bien realizar otras de forma individual. Si tienen hijos e hijas, su
principal actividad gira en torno a ellos y ellas. Todas las pare-
jas manifestaron su deseo de contar con más tiempo libre para
compartir otro tipo de actividades con sus parejas. Sin embargo,
en estos casos las parejas tienden a priorizar las actividades de
desarrollo personal relacionadas con las actividades de forma-
ción y las deportivas. Las actividades de capacitación laboral
permiten mejorar su competitividad en el trabajo, lograr metas
personales y mejorar la situación económica de la familia. Y las
actividades relacionadas con el ejercicio físico son importantes
para el equilibrio emocional y salud en general.
En otros casos, la falta de recursos económicos asociada
al poco tiempo disponible, les lleva a realizar cierto tipo de ac-
tividades que son de su agrado pero que no sería las únicas que
satisfacen sus deseos;

“El problema es que nosotros casi no tenemos actividades re-


creativas, ese es un rubro que tenemos muy por dejado de la
mano, básicamente es bueno, porque eso representa un cos-
to, verdad, y todavía ese costo pues no, como que no lo he-
mos afrontado, bueno porque la recreación con esta familia
en particular, no se puede dar como ir a la Sabana, digamos
que cualquiera dice que no tiene ningún costo verdad (lo dice
riéndose) porque eso sí a mis hijos no les gusta, ni a mi mari-
do verdad, eso es como horrible ir a la Sabana, entonces, real-
mente no, yo pensé‚ que tal vez estas vacaciones podríamos ir
a la playa, pero al final decidimos hacer otra cosa, decidimos
comprar las bicis, eso ha sido maravilloso, a mi marido le en-
canta…” (Rina, tipo 2)

Aunque Rina y Jesús consideran que dedican poco tiempo a


actividades recreativas a nivel individual y familiar, en otro
208

momento Rina cuenta que recientemente terminó un posgra-


do que le implicó un gran esfuerzo en términos económicos y
personales. Además, al final de la misma coincidió con la en-
fermedad y tratamiento de Jesús, aun así logró concluirla. Por
su parte, Jesús piensa que Rina cuenta con más tiempo personal
para salir, que tiene una actividad social significativa, que él no
hace. Sin embargo, a diferencia de Jesús, Rina señala que sus ac-
tividades sociales están asociadas con el trabajo –reuniones con
padres de familia, ya que es directora de la sección de preescolar
del colegio donde trabaja, paseos con compañeras, etc.- o bien
que son actividades familiares a las que no puede dejar de asis-
tir. Destaquemos que la percepciones de lo que hace cada cual
suele ser distinta. El porcentaje que obtuvieron en esta dimen-
sión deviene del apoyo que Rina tiene para el desarrollo de las
actividades que realiza. Cuenta con tiempo para asuntos familia-
res, sociales y académicos. Las actividades familiares las realizan
conjuntamente así como las recreativas. En el momento de la
entrevista una de las actividades más importante recreativa, gi-
raban en torno al ciclismo. Todos los fines de semana, sábado y
domingo, realizan largos recorridos.
En general se puede afirmar que las ocho parejas que
identificamos con una mayor simetría en el uso del tiempo
son parejas que consideran que los dos tienen derecho a reali-
zar actividades propias. A pesar de ello las mujeres son quienes
en general dedican menos tiempo al descanso. El tiempo en el
caso de ellas está ocupado por actividades relacionadas con su
trabajo productivo el cuidado y crianza de sus hijos e hijas. Así
como el tiempo que dedican a su formación y capacitación pro-
fesional. El tiempo libre lo emplean en reuniones familiares, y
unas más que otras, dedican tiempo al desarrollo de actividades
deportivas.
Quienes tienen más tiempo para actividades recreativas
son precisamente Irma, Celia, Lorena y Anabel, que se encuen-
tran pensionadas. Aunque en este grupo de parejas hay mayor
disposición por parte de hombres y mujeres a respetar y apoyar
209

las actividades de su pareja, anotamos una diferencia de géne-


ro es vital: en general las mujeres, sea que formen parte de una
pareja lésbica o heterosexual, suelen tener poco tiempo libre.
Esto está asociado al tiempo que dedican a su familia extensiva.
Hay escaso tiempo para el descanso porque las otras activida-
des requieren de esfuerzo físico importante. En estas parejas los
hombres, por su parte, cuentan con tiempo para estar con sus
amistades, como Andrés, que se va a visitar a sus amigos o sale
en la noche con ellos. Andres aprovecha el para sus actividades
mientras Lily se encuentra en las reuniones del partido político.
Lilly es más importante dedicar tiempo al partido que a otras
actividades que califica como distracciones. También Jesús tiene
más tiempo para ver televisión –aparte de ser él quien define
siempre qué se ve, como él mismo lo señala: el “dueño de control
soy yo”.
Las diferencias en el uso del tiempo libre en los otros gru-
pos tienden a acrecentarse. Por ejemplo, Walter teóricamente
cuenta con más tiempo para atender asuntos de la casa mientras
Marta trabaja. Pero no por eso Walter dedica más tiempo a las
labores domésticas. Sus quehaceres en la casa están asociados
con algunas actividades como lavar platos y arreglar o recoger
las cosas de la casa, su actividad principal es atender a sus hijos
adolescentes que van y vienen del colegio, de actividades depor-
tivas y recreativas y, por ello, tal y como lo expresa “tiene mucho
tiempo que dedica a ver la tv”.
En oposición, en las parejas lésbicas, ellas mantienen la
misma conducta que las mujeres de las parejas heterosexuales.
Su tiempo está minuto a minuto ocupado por múltiples activi-
dades, a pesar de no tener un trabajo remunerado que les impli-
que cumplir con estrictos horarios de trabajo.
Podemos por tanto afirmar que, en general, el tiempo li-
bre es escaso en las mujeres, y sus actividades recreativas no les
permiten relajarse o bien recuperarse. La mayoría de las activi-
dades están asociadas con las familiares. Por lo que las mujeres
210

asocian sus actividades familiares como compromisos sociales


que no se pueden dejar de atender.
La limitación de tiempo para compartir en pareja y rea-
lizar actividades personales no está asociada solo con la falta
de recursos económicos. Tal es el caso de Ana y Gerardo y de
Victoria y Carla, a quienes les queda poco tiempo para el desa-
rrollo de actividades personales pues la prioridad es el trabajo
remunerado. El tiempo, que para una de las partes es importante
porque lo dedica al trabajo que es parte de su realización, para
la otra persona va en detrimento de su relación. Compaginar la
realización de actividades personales con las de la pareja no es
asunto sencillo. Es vivido de forma distinta por cada una de las
partes. A tal punto que es uno de los aspectos conflictivos en la
pareja. Victoria y Carla pareja de mujeres jóvenes que, aunque
no viven en la misma casa, pasan la mayor parte del tiempo jun-
tas lo expresan así;

“Hee, tal vez tiempo de dedicarnos, ahora ella ha estado muy


ocupada y, y, porque da clases y el otro trabajo, y un día de
estos yo le decía: “...ya estoy embotada, porque antes que no
vivía sola me dedicaba más tiempo que ahora y ya me estoy
cansando, y yo no sé, como te vas a acomodar o qué, pero,
salís de trabajar y venía aquí a hablar por teléfono, cosas del
trabajo...”, no es que a mí me moleste que hable por teléfono,
sale de trabajar y es a eso, yo me acuesto a dormir y ella sigue
trabajando, va a la U, una cosa, la otra, y no hay tiempo de
nada, de decir: “...vamos un fin de semana a algún lado ...”,
porque ella tiene, todo ocupado, todo ...” (Victoria, tipo 3).

En oposición a los aspectos que señalados, está la vivencia de las


parejas que cuentan con menos recursos económicos y que, en
este caso, corresponden al tipo 4 (parejas de relaciones repro-
ductoras). En estos casos la vida de las mujeres gira en torno al
trabajo reproductivo. Con ello se cumple un papel fundamental
ya que realizan gran cantidad de actividades propias del hogar.
211

Contribución de las mujeres poco valorada pero indispensable


en las familias. Las mujeres en estos casos cuentan con muy
poco tiempo en sus vidas para el desarrollo de actividades re-
lacionadas con el descanso, la recreación, la formación u otras
actividades. El uso del tiempo libre lo dedican a reuniones fami-
liares, religiosas y sociales que no implican un gasto significativo
de dinero. Al menos en los casos estudiados asociamos el escaso
tiempo libre de las mujeres con el trabajo doméstico. Situación
que se acentúa a menores recursos económicos. Aunque el fac-
tor dinero es un elemento de peso en las familias de escasos
recursos, no es el determinante para que ellas no cuenten con
tiempo libre.
En estos casos se considera que pesan los aspectos cultu-
rales, es decir, las mujeres asumen que sus principales responsa-
bilidades giran en torno a su papel de madre y esposa. La vida
de las mujeres sigue estando delimitada por las actividades que
se desprenden de estas responsabilidades. Con el agravante de
que las actividades que se asocian con el trabajo reproductivo
no se asocian con el trabajo productivo. Todo ello desemboca en
un subregistro que impide contar con un acercamiento certero
del aporte de las mujeres en sus unidades familiares. Salvo en el
caso que se ejecute una encuesta en donde es el tema en cues-
tión. Incluso a las mujeres se les complica identificar actividades.
Algunas de ellas son asumidas como parte de su “tiempo “libre”,
ya que estas les permiten compartir y estar con sus hijos e hijas.
Actividad que califican de gratificante (Wainerman, 2005). Por
su parte los hombres, en dichas parejas, aunque también se ven
afectados por la escasez de recursos, dedican más tiempo que las
mujeres a las actividades recreativas, de descanso y diversión.
Dedican tiempo a escuchar música en las noches, asistir a los
partidos de fútbol, “típicas mejengas” de los fines de semana.
Dan seguimiento a los campeonatos de futboll u otros de in-
terés. Mientras, ellas siguen cocinando en sus casas o bien los
acompañan a “sus mejengas” como parte del tiempo dispuesto
para compartir con la familia, por más que la actividad no sea
212

de su agrado. El relato de Lorenzo ilustra parte de las diferencias


y desigualdades en un hogar donde los recursos son limitados:

-¿Qué actividades recreativas realizas?


-Ahhh, ahí tiene un gran problema, el televisor...
-¿Es lo que más te gusta?
-Si porque me gustan los deportes, me gusta ver partidos, bue-
nos partidos, me gusta el béisbol de las grandes ligas y eso
lleva tiempo, mucho tiempo, y películas, ella se molesta...
-Mucho tiempo ¿Cómo cuánto tiempo al día?...
-Ah, sí, si dan tres películas seguidas buenas, yo las veo, y son
6 horas sentados ahí, más de 6 horas con la tele...
-Y ¿eso podría ser varias veces por semana?
-No, no, no muy poco, muy poco, al menos, hee, ahora que
estamos parados y no trabajamos los fines de semana, a mí
me pueden dar la una, dos de la madrugada viendo tele, si me
gusta la película la veo
-¿Alguna otra actividad recreativa que hagas?
-Es que ahora estoy como dicen de brazos caídos, allá una vez
perdida me voy a mejenguear con los niños.
-Y Tere ¿realiza actividades recreativas?, ¿cuáles?
-A ella lo que le gusta es la cocina, de hecho por eso se compró
esa (señala la cocina) a ella lo que le gusta es esa carajada...
-¿Y qué piensas de eso?
-Pues bien cuando, cuando se trata de ¿ cómo le dijera?, que
nos guste, pero hace queque […]lo que pasa es que yo le digo
que no me gusta, ella me dice y tiene razón, me dice: “...diay,
usted quiere que yo le haga el queque que a usted le gusta...”,
porque ella me lo dice, entonces, cuando hace ese queque tie-
ne que pedirle a una señora, a una amiga de ella la batidora
y diay, para hacer ese queque y pedirle a una amiga de ella
tiene que darle, entonces, , dice : “...diay, mejor cómpreme la
batidora... (Lorenzo, tipo 4).

Relacionado con lo anterior, en cuanto a actividades que cada


cual realiza en su tiempo libre, se les pregunto si para ha-
cerlas tenían que pedir permiso. La mayoría de las mujeres
213

entrevistadas, 22 de 25, dicen que ellas siempre informan. Solo


una de ellas pide permiso y dos señalan que a veces informan y
a veces no, lo cual les ocasiona problemas con sus parejas. En
el caso de los varones, 6 de los 18 entrevistados plantean que
a veces informan, 11 dicen que siempre informan y solo uno
de ellos pide explícitamente permiso. La idea de informar a su
pareja, desde su perspectiva, no significa que sea un permiso lo
que está pidiendo.
Por lo general, cuando se abordaba este tema, considera-
ban que cada cual tiene el derecho y la posibilidad de hacer lo
que desee, sin necesidad de pedir de forma explícita un permiso.
La idea de tener que pedir “permiso” lo consideraron como algo
imposible en la actualidad, casi indignante, si lo tuvieran que ha-
cer. Más nos preguntamos ¿es realmente esa la práctica?, ¿Cada
cual realiza las actividades que realmente desea sin el consenti-
miento de su pareja? duda que surge ya que en otro momento las
personas nos indican que tienen problemas de celos, de control
con sus parejas. Señalan que una de las dos partes es más contro-
ladora que la otra o ni tan siquiera se les ocurre hacerlas para no
generar problemas. Debemos decir que los celos es tema presente
en la mayoría de las parejas. La ausencia o presencia de los celos
no pudo asociarse con la construcción de pautas más o menos
democráticas en la relación de pareja. Es más, en la pareja más
democrática del estudio cuenta de experiencias de infidelidad
que tuvieron que superar para continuar. Las desconfianzas se
hicieron presentes en su cotidianidad, temática que se retoma en
el estudio de caso que se desarrolla después. Baste decir por aho-
ra que los celos están presentes en la mayoría de las personas, y
que su intensidad guarda relación con el grado de amenaza que
siente cada cual. Tal amenaza surge cuando se teme perder la
atención de la persona que se ama, o bien a que la persona que
amamos prefiera a nuestro rival. En suma, la desconfianza es un
sentimiento que se genera al sentir que no se es capaz de revertir
las preferencias de la otra persona (Marina, 2006).
214

Por otra parte, con respecto a la práctica de “informar”


por los aspectos narrados y por los conflictos que generan las
diferencias en este terreno, parece que hay una asociación “in-
consciente” entre pedir permiso e informar. Se supone que solo
se informa, pero a veces la pareja no está de acuerdo con la acti-
vidad que va a realizar la otra persona. Ello ocasiona conflictos
que tienen distintos tipo de resolución: ignorar la molestia que
se ocasiona a la pareja, realizar lo menos posible la actividad
que causa disconformidad, realizarla a sabiendas de que poste-
riormente tendrá que “enmendar su acto” dando explicaciones,
realizando otras actividades de interés mutuo que acerquen a
las personas y “compense” el malestar ocasionado. Las perso-
nas se ven forzadas a desarrollar estrategias con el fin de realizar
las actividades de su interés, a pesar de que señalen que solo
deben informar. Mercedes ejemplifica en su narración lo que
destacamos;

“… A veces ni se da cuenta que voy (ríe). Si se da cuenta yo le


explico, tengo que prepararlo como si fuera un bebé, porque
a él no le alcanza que yo haga tantas cosas. Para mí es muy
importante ser una Dama Salesiana, y compartir con las per-
sonas de la comunidad y ayudarles […] (Mercedes, tipo 4)”

Acentuemos dos aspectos: que como estrategia prefiere no in-


formar para evitar tener que dar explicaciones que al parecer
son tediosas, lo que deja entrever en su expresión “hay que pre-
pararlo como si fuera un bebe”. O bien posteriormente justifica
la actitud de su pareja al decir “porque a él no le calza que yo
tenga tantas cosas”. En Jerónimo notamos disconformidad, idea
que se confirma con la siguiente narración:

“El hecho de la comida, yo no le veo como que sea machismo,


que llegue yo del trabajo y me pregunten: “... ¿vas a comer?...
[…] Son cosas que yo me pongo a pensar, ella que es mujer,
debe ser un poquito más inteligente en ese aspecto, es decir,
215

dejarme lista y servida la comida antes de írselo...”. Estoy de


acuerdo en que ella se vaya, pero decir: “...ahí le quedó la co-
mida en el horno, está servida, está caliente, porque cuan-
do termine de bañarme voy a comer y quiero que esté listo
todo...”, A mí no me molesta sacar la comida y comer, sin em-
bargo, sí me molesta que no lo haga al menos a veces, para
que le sirvan a uno la comida cuando viene uno en la noche,
cansado de tanto trabajar, porque como le digo yo: “...yo aquí
no paso...”(Jerónimo, tipo 4).

Además de estos “malestares” que pueden provocar las activida-


des y salidas de las mujeres de sus casas. Son ellas las que más
informan que van a hacer, a dónde van a estar y cuánto tiempo
les va a requerir la ejecución de las mismas. Mientras que los
hombres en las parejas heterosexuales informan menos y no les
gusta dar detalle de las actividades que realizan.

Cierre reflexivo

Como reflexión final es importante recordar y considerar, ade-


más de las diferencias ya señaladas con respecto a las parejas
que muestran una mayor tendencia al cambio y las que se re-
sisten a él, que esta dimensión mostró una tendencia al cambio
porque refiere a categorías relacionadas solo con aspectos del
uso del tiempo libre. Se asocia el uso del tiempo con la recrea-
ción, la capacitación y la formación y el dedicado a las activi-
dades sociales con la familia y las amistades. Deja por fuera
el tiempo dedicado al trabajo productivo y al reproductivo.
Consideramos que ésta fue una decisión metodológica acer-
tada para ver las prácticas cotidianas de las parejas, porque de
esta manera el tiempo libre no queda subsumido dentro las
actividades asociadas al trabajo doméstico.
Ciertamente es difícil registrar y cuantificar todas las ac-
tividades que se realiza en un lapso de tiempo, por la tendencia,
216

principalmente de las mujeres a hacer varias actividades a la


vez (García, 2005 y Carrasco, 2005). Existe un sesgo que tiende
a valorar las actividades productivas y a dejar en segundo y
tercer plano las que socialmente se consideran de menor valor.
Por ejemplo, actividades que tienen que ver con el cuidado de
personas dependientes sean personas menores de edad, con
alguna discapacidad, mayores dependientes o personas enfer-
mas que se asumen como propias de la familia, por ejemplo.
Por estas razones, optamos por establecer el análisis diferen-
ciado y desagregado del uso del tiempo. Lo que permitió notar
que las personas que cuentan con mayores recursos económi-
cos pueden contratar personas para que realicen una parte de
las actividades reproductivas. Facilita una mayor disposición
de tiempo libre y genera prácticas y actitudes que facilitan y
respetan las actividades que su pareja desea realizar.
En general identificamos que en las parejas en las que se
tiene una buena condición económica hay mayor tendencia a
respetar (e incluso apoyar) los deseos y actividades de la pareja.
Así que a menos recursos menor acceso a tiempo libre y por tanto
la diferencia entre hombres y mujeres se acentúa. Enunciemos
así la relación de los factores: menos recursos económicos tien-
den a generar más trabajo reproductivo. Como consecuencia,
se cuenta con menos tiempo libre para el desarrollo de metas
y proyectos personales. Se acentúa la desigualdad de género en
el uso del tiempo.
Advertimos que las asimetrías en las parejas homo-
sexuales no son tan marcadas como en las parejas heterosexua-
les. Por ejemplo, Gilberto y Gabriel (tipo 3) tienen un bajo por-
centaje en la dimensión de “administración del dinero y los
recursos”, en la “distribución del trabajo doméstico”, mientras
que en la dimensión del “uso del tiempo” tienen un 67.5%. Por
el contrario, Marilyn y Pedro (tipo 4) que tienen un 57% en la
“administración del dinero y los recursos”, un 67% en la “dis-
tribución del trabajo doméstico”, en el “uso del tiempo” tienen
un 40%. Tenemos que en parejas homosexuales que muestran
217

porcentajes bajos en otras dimensiones, en lo relativo al uso


del tiempo tienden a mejorar el porcentaje, mientras que en las
parejas heterosexuales con porcentajes bajos en otras dimen-
siones, en la del “uso del tiempo libre” aún se acentúa más esa
diferencia entre las personas.
De modo que las parejas homosexuales, aunque no per-
tenezcan al mismo grupo tipológico, y a pesar de las desigual-
dades mostradas en otras dimensiones, tienden en el “uso del
tiempo” a tener prácticas más democráticas. Ello concuerda
con el dato de que en las parejas heterosexuales, a menores
recursos, las mujeres resultan las más afectadas en lo que al
uso del tiempo libre se refiere. Asimismo, este dato revela una
posible tendencia en las parejas homosexuales a considerar el
uso del tiempo en cuanto a desarrollo de actividades perso-
nales como un elemento importante en su vida cotidiana, y
tiende al cambio. Es una dimensión que tienden a una mayor
asimetría con respecto a otras que presentan más desigualdad,
como son la administración del dinero y la distribución del
trabajo doméstico.
De acuerdo a lo que analizamos en este capítulo pode-
mos concluir que al menos casi la mitad de los casos estudia-
dos cuentan con recursos positivos a nivel emocional, lo cual
incide de forma afirmativa en las parejas, ya que entre más
afectividad positiva se genera en la pareja, más cercanía, em-
patía, solidaridad, entendimiento y comunicación se promue-
ve, o al menos, la facilita. La comunicación y los sentimientos
positivos a su vez favorecen los procesos de negociación.
Argumentamos lo anterior porque se considera que la
base de métodos o formas de generar negociación en aspec-
tos problemáticos y que marcan diferencias en las parejas, es
la comunicación. Quienes tienen mejor comunicación son las
parejas que tienden a manifestar la presencia de sentimientos
más positivos que negativos en su relación.
Por otra parte, a su vez, el uso del tiempo, que en este
caso es el tiempo libre, refiere de nuevo a la empatía y a la
218

comprensión que las personas tienen sobre los deseos y ne-


cesidades personales y de la otra persona. Estas necesidades
y deseos de la otra persona se hacen más comprensibles y asi-
milables si existen sentimientos positivos entre las partes. Para
que aflore el deseo de comprender, apoyar, y dar, sin sentirse
amenazado o amenazada por ello. Todo lo contrario, la idea de
dar y darse, complacer, sin sentir que se pierde “algo” cuando
se da. Cuando conferimos el estatus que la otra persona desea,
en ese proceso, los sentimientos positivos se retroalimentan
mutuamente. Al final de cuentas lo que está sobre la base es
la idea o representación social del amor romántico, que como
construcción social que es tiene una presencia e incidencia en
la vida de las personas importante.
De esta forma, cuando se comparte las aspiraciones de
la pareja, en cuanto a lo que desea ser y hacer, lo que se hace
es mostrar con ello el amor, aprecio y estima que se le tiene, se
le confiere el status que Kemper (1989) considera se presen-
ta cuando no solo se quiere a la persona, sino que se le ama.
Según los resultados obtenidos podemos decir, que las emo-
ciones y sentimientos positivos en un contexto que estimula la
idea del amor romántico, puede contribuir a generar procesos
de cambio en las relaciones de pareja. Cambio en donde el po-
der y dinámica en su conjunto sea más simétrica, y con ello,
más satisfactoria para ambas partes. La idea del amor román-
tico, de ese entregarse y poder ser a la vez puede contribuye a
disminuir el deseo de posesión y control hacia la persona ama-
da. El poder, no deja de existir, pero si puede transformarse,
para permitir ser y dejar ser.
Con respecto al uso del tiempo libre podemos observar
como las posibilidades de realizar actividades recreativas, for-
mativas, etcétera que generan satisfacción y realización perso-
nal, está relacionada con las condiciones económicas de la pa-
reja y que por tanto, a menores recursos, son los hombres, más
que las mujeres, los que realizan más actividades de esparci-
miento, descanso o recreación. Es también una manifestación
219

afectiva, de amor, de dejar que la otra persona haga y sea feliz,


porque de esa forma “yo también seré feliz”. Pero recordemos
no podemos generalizar y esta situación no la experimentan
todas las parejas de este estudio.
Capítulo 5
Dimensiones medianamente
sensibles al cambio: vivencia de la
sexualidad y formas de convivencia

A continuación se ofrece el análisis de las dimensiones que fue-


ron identificadas como medianamente sensibles al cambio: “se-
xualidad” y “formas de convivencia”. En estas dimensiones son
siete parejas, de las veinte analizadas, las que mostraron relacio-
nes más igualitarias, es decir un 35%. Estas dimensiones hablan
de dos ámbitos de interacción distintos. La dimensión de la se-
xualidad nos lleva al análisis de los cuerpos, de la interioriza-
ción de aspectos muy arraigados en las identidades femeninas y
masculinas que remiten a la construcción de la identidad sexual
y a sus contenidos simbólicos. Además, también se asocia con el
afecto, el amor y el romanticismo que suele imperar en la visión
de pareja en la sociedad actual. Relaciona a las mujeres con la
naturaleza, su capacidad de dar vida y su actitud “pasiva” sexual
y eróticamente hablando. Estereotipo que prevalece y permane-
ce fuertemente arraigado aún hoy en día en las prácticas sexua-
les y en las representaciones sociales de la sexualidad.
La dimensión de las formas de convivencia, analiza si las
prácticas que se dan en las parejas remiten a estilos de conviven-
cia más o menos democráticos con respecto a la forma en que
se resuelven los conflictos y la manera en que se negocian las
diferencias en la pareja.
222

La vivencia de la sexualidad en las parejas: cuerpos en


movimiento

Teóricamente se menciona en el texto que la sexualidad atravie-


sa todo nuestro ser e incluye la vivencia emocional, corporal y
simbólica. Experiencia en donde la presencia de las palabras, las
fantasías, los rituales y las imágenes están presentes. Existe e in-
cide en nuestra forma de comportarnos y en nuestro ser erótico.
La sexualidad implica la integración de los aspectos sociocultu-
rales, psicológicos, biológicos y éticos. El contexto histórico en
que se vive es determinante, así como lo es con respecto al géne-
ro. La sexualidad interfiere en la construcción identitaria de los
géneros por el contenido socio-histórico y también nos remite al
terreno socio político. Nociones como la equidad, la solidaridad,
el respeto a las diferencias y a los derechos sexuales y reproducti-
vos son vitales para el desarrollo armónico de las personas.
En el ámbito de la sexualidad encontramos dos mecanis-
mos de poder que están articulados. Al implicar un comporta-
miento corporal, la sexualidad;

Depende de un control disciplinario, individualizante, ejer-


cido en formas de vigilancia permanente, por otro lado, me-
diante sus efectos de procreación, la sexualidad se inscribe
y adquiere eficacia en amplios procesos biológicos que no
conciernen al cuerpo del individuo, sino a aquella unidad
múltiple constituida por la población (Foucault, 1992: 260).

La sexualidad depende así de las pautas de regulación –morbili-


dad, natalidad, etcétera. A la disciplina a la que debe ser someti-
do el cuerpo para que sea dócil y cumpla, con las pautas sociales.
Las fuerzas sociales que inciden en la sexualidad, son distintas
en cada cultura. Así como las formas en que configuran y mode-
lan las posibilidades eróticas del cuerpo, pues;
223

(…) el sexo es un vehículo para toda una variedad de expe-


riencias sociales: la moralidad, el deber, el trabajo, las cos-
tumbres, la descarga de tensiones, la amistad, los romances,
el amor y la protección, el placer, la utilidad, el poder y las
diferenciaciones sexuales. Su propia versatilidad es la fuente
de su importancia histórica(…) (Weeks, 1993: 205).

La conducta social no es entendible sin su componente fisioló-


gico, pero lo fisiológico no genera los sentimientos, las pasiones,
las identidades. Entonces, el cuerpo no es un dato biológico,
produce su propio significado y ese significado se alcanza sólo
en sociedad (Weeks, 1993).
Cuando hablamos de la sexualidad hablamos del “cuerpo”
como ente material atravesado por construcciones sociales. Es
un ámbito donde las relaciones de poder quedan al descubierto.
Al respecto señala Foucault que la sexualidad forma parte cen-
tral en la constitución de las y los sujetos sociales. Considera que
la relación entre el poder y la sexualidad es compleja e integra
muchas estrategias que se entretejen en las relaciones eróticas.
Es estar frente a una microfísica del poder en donde las formas
de dominación son muy sutiles, en donde es difícil establecer las
fronteras entre el erotismo, el amor y el poder. Especialmente
en las sociedades basadas en los principios judío-cristianos en
donde dichos aspectos están relacionados entre sí y tienen lími-
tes difusos.
El enfoque de Foucault sobre el ejercicio de la sexualidad
y la construcción de la identidad sexual nos permite observar
cómo las relaciones de poder integran espacios de libertad que
las personas o, como él lo expresa, los sujetos, pueden usar para
construir nuevas subjetividades. Hay espacios de libertad que
posibilitan la construcción de autonomía, de prácticas alternati-
vas, para ello hay que hacer un análisis que permita;

No buscar quién posee el poder en el orden de la sexuali-


dad (los hombres, los adultos, los padres, los médicos) y a
224

quién le falta (las mujeres, los adolescentes, los niños, los


enfermos…), ni quién tiene derecho de saber y quién está
mantenido por la fuerza en la ignorancia. Sino que debe-
mos buscar, más bien, el esquema de las modificaciones de
las relaciones de fuerza, que por su propio juego, implican
(Foucault, 1999a: 121).

Acogiéndonos a estos postulados, es importante analizar la ex-


periencia y re-construcción que las personas han realizado de
su sexualidad, en especial las mujeres, haciendo de la vivencia
con su cuerpo un espacio habitado por ellas, en donde sienten
que ejercen el control y lo determinan, oponiendo resistencia al
control social que existe sobre los cuerpos .
La sexualidad forma parte del núcleo central en el desa-
rrollo de las personas, pero socialmente ha sido mutilada, es-
pecialmente en las mujeres, a quienes incluso se ha llegado a
considerar objetos sexualmente pasivos. Consecuentemente las
mujeres son vistas y asimiladas como objetos de la sexualidad
del hombre. Al respecto Zamora, Quirós y Fernández apuntan
que;

Las mujeres occidentales han sido controladas en su auto-


nomía erótica, construyéndoles un cuerpo imaginariamen-
te incompleto del hombre para en él, al fin, lograr la vivencia
del deseo y el goce (Zamora et al, 1996:52).

Respecto a esta dimensión interesa analizar cómo las mujeres se


relacionan con sus cuerpos, al manejo de autonomía, en tanto
capacidad de decidir sobre ellos. A su vez se pretende estudiar
en qué medida se asumen como personas activas, con derecho
a sentir y a satisfacer sus deseos, en contraste con los deseos y
necesidades erótico-sexuales de los hombres.
Así que, el cuerpo de las mujeres en la sociedad actual
tiende a ser objetivado. Existe en tanto cuerpo sexuado, que
está y tiene razón de ser para dar placer a los demás y no para
225

generar auto placer; para ser para sí, para habitarlo, sentirlo y ser
habitadas por él. En pocas palabras, los estereotipos reafirman
la visión de que en el ámbito de la sexualidad las mujeres existen
para estar al servicio de los hombres. Una vez más, el común
denominador de la identidad femenina, en diversos ámbitos de
la existencia, sigue siendo una actitud altruista frente a la vida.
Persiste todavía la idea de que ellas deben reprimir sus deseos y
necesidades en función del bienestar y desarrollo de otros.
Considerando esto, interesa analizar cuatro aspectos que,
a nuestro juicio, son estratégicos en este estudio sobre la sexua-
lidad y la vivencia de cada cual con su pareja, a saber: cómo y
quién decide cuál método de planificación se va a utilizar en tan-
to que éste es un aspecto central en la vivencia de la sexualidad
de las parejas heterosexuales; grado de satisfacción con respecto
a sus prácticas sexuales –frecuencia, necesidades, deseos y tipo
de prácticas sexuales- y toma de iniciativa para la relación sexual
y valoración general de su sexualidad.
Respecto a la satisfacción con que las personas valoran
sus relaciones sexuales, las respuestas son diversas. Siete de las
20 parejas, reportan un alto grado de satisfacción en los encuen-
tros sexuales. Ello refiere a la valoración general que hace la pa-
reja acerca de sus relaciones sexuales y la forma en que se toman
las decisiones en este campo. Del análisis realizado parece deri-
varse un peso importante de las vivencias sexuales con respecto
a lo emocional: a mayor empatía emocional, mayor armonía y
satisfacción entre las partes en cuanto a sus prácticas sexuales.
Es decir, la construcción social simbólica que tiende a relacionar
sexualidad con emoción y/o con afecto es un factor que se visua-
liza en el 50% de las personas entrevistadas. De la misma forma,
aparece también la idea, de parte de algunas de las mujeres que
a veces ellas sienten la responsabilidad de tener que cumplir con
su pareja, a pesar de no sentir verdadero deseo.
Veamos primero quiénes son las siete parejas que obtu-
vieron más de un 70% en esta dimensión (o sea que tienden a in-
corporar prácticas más democráticas) y a qué grupo pertenecen.
226

A diferencia de las dimensiones con mayor tendencia al cambio,


en donde las parejas que se incluían siempre formaban parte de
los dos primeros grupos tipológicos. En esta dimensión quedan
representadas, la pareja rupturista (Irma y Celia), cuatro parejas
del grupo de las “constructoras de la democracia”. Además dos
parejas del grupo de las “parejas bien intencionadas, pero poco
democráticas”, qué obtuvieron más de un 80%. En el cuadro 11
se presentan los porcentajes de éstas parejas. Con respecto a los
porcentajes que obtuvieron dos de las parejas del grupo tres nos
preguntamos ¿Qué factores inciden para que parejas que mues-
tran poco cambio en otras dimensiones, obtengan un porcentaje
significativo en la vivencia de su sexualidad?

Cuadro 11
Porcentaje que cada pareja obtuvo en la dimensión:
sexualidad

Tipo de pareja % Sexualidad


Pareja rupturista y democrática
1. Irma y Celia 93
Parejas constructoras de la democracia
2. Lily y Andrés 91
3. Megui y Jorge 61
4. Rina y Jesús 95
5. Anabel y Lorena 95
6. Elda y Mauricio 77
7. Emma y Manuel 74
Parejas bien intencionadas pero poco
democráticas
8. Marta y Walter 67
9. Ana y Gerardo 81
10.Victoria y Carla 88
227

11.Luz María y Bernardo 62


Parejas reproductoras de relaciones
poco o nada democráticas
12. Gilberto y Gabriel 32.5
13. Sabrina y Fabricio 68
14. Teresa y Lorenzo 50
15. Rosemary y Armando 57
16. Marilyn y Pedro 41
17. Mercedes y Camilo 52
18. Marlen y Rodrigo 47
19. Cecilia y Francisco 55
20. Miriam y Jerónimo 33

En este caso observamos lo siguiente: las dos parejas que for-


man parte del grupo de las “parejas bien intencionadas” obtie-
nen un porcentaje alto en la vivencia de su sexualidad. Tienen
en común que lograron un buen resultado en la dimensión del
afecto. En el caso de Ana y Gerardo (tipo 3) obtuvieron un 81%
y Victoria y Carla (tipo 3) un 69%; apenas un punto por de-
bajo del 70%. En sus relatos, ambas parejas expresan su interés
particular en el terreno de la sexualidad como un elemento im-
portante que han logrado cambiar e irse construyendo. Ambas
parejas han participado en espacios organizativos y formativos.
Gerardo, en movimientos sociales; y Ana, Victoria y Carla, en
movimientos de mujeres y feministas. Así que, con respecto a
Ana y Gerardo, afirmamos que sus prácticas y vivencias en el
ámbito de la sexualidad están profundamente permeadas por la
experiencia organizativa de ambos en movimientos sociales y
feministas. Mientras que con Victoria y Carla su opción sexual
y su relación con el mundo lésbico y feminista tiene singular
efecto, tal cual lo relatan ambas parejas. Son casos en los que ob-
servamos un claro proceso de empoderamiento de las personas,
228

en donde se reafirma la autonomía y el proceso de autorrealiza-


ción (Casique, 2007, 2000). Además, Carla y Victoria tienen una
actitud de búsqueda e iniciativa constante, Carla en su narración
señala algunos aspectos al respecto;

“… es algo para erotizarnos que con la, la aparición del dildo,


nuestra relación ha sido como, como que rico, como démonos
ese permiso, entonces, digamos que en esa parte […] la ha
hecho muchísimo más erotizante, muchísimo más interesante
y nos ha permitido explorar un montón de cosas, entonces,
ha sido muy lindo, como muy, atractivo, muy interesante…”
(Carla, tipo 3).

Por su parte Ana y Gerardo rescatan el cambio que han tenido


en su vivencia de la sexualidad. Ahora se sienten realizados y
consideran que han encontrado a la persona ideal para disfrutar
de este aspecto de su vida. Con anteriores parejas no tenía la
centralidad actual según comentan; la comunicación es la base
de la misma;

“[…] siento también que se da en el nivel que yo pueda decirle


a él, mira esto no me gusta, o siento que esto no está bien, que
yo le puedo plantear lo que pienso, no como antes, que si yo
planteaba las cosas yo tenía características de puta […] me
siento digamos bien, porque yo puedo tomar la iniciativa en
cualquier momento, el chavalo no me va a estar reprochando
que eso lo hace una mujer de la calle, porque decirte con un
hombre que tenga esas concepciones no puedo sentir placer,
no puedo sentirme bien en una relación sexual, el nivel de
confianza que se da también, entonces yo ahora me siento
muy bien, en ese sentido no tengo problemas (se ríe) y yo dije,
la próxima relación que yo asuma, desde el principio yo plan-
teo lo que a mí no me gusta, y voy a plantear lo que yo quiero
y cómo yo veo mi sexualidad, y funcionó, funcionó tal vez por
lo abierto que es él, por lo amplio que es en ese sentido, tal vez
si hubiera sido con otro tipo de hombre, más conservador, tal
229

vez no funcione, pero con él ha funcionado muy bien” (Ana,


tipo 3).

Gerardo relata así parte de los encuentros sexuales con Ana;

“Ahora, no es tanto el sexo como que disfrutamos mutuamen-


te, hacemos el amor porque anteriormente la misma mujer
con quien estaba nunca me lo permitió, mujeres que piensan
que..., la sociedad las acostumbra a que son un objeto sexual,
nada más , y no le dan a uno oportunidad porque no tienen
la misma dinámica, porque así es, y : “...haga usted lo que
tiene que hacer y yo estoy aquí nada más para servirle...” y no,
entonces, bueno, uno las hace, hee, yo lo hacía por necesidad,
pero, no, nunca podía quedar así como abrazándola ni nada”
(Gerardo, tipo 3).

Los relatos anteriores, al igual que los narrados por las otras
cinco parejas que tienen una actitud de cambio con respecto a
su sexualidad, hablan de procesos personales en los cuales es
necesario distanciarse de esquemas sociales para poder disfru-
tar de la sexualidad desde una actitud crítica y activa. Se rompe
con estereotipos sociales, por ejemplo las mujeres tienen mayor
iniciativa y una posición propia y constructiva con respecto a
lo que desean, lo que les da placer. Sobreponiéndose a la forma
en que han sido socializadas, a partir de discursos maniqueos y
binarios. Como dice Ana “las malas mujeres de la calle” son las
que realizan ciertas prácticas muy gustadas por los varones pero
prohibidas con pareja. Actitudes guiadas por parámetros insti-
tucionales, basada en lo que Foucault (1992) llamó “un conjun-
to orgánico institucional”. Determinado por la órgano-discipli-
na de la institución, así como el conjunto de prácticas biológicas
y estatales que se desempeña como órgano bio-regulador. 19

19 Ambos elementos los concibe como parte del biopoder que se fundamen-
ta en dos fases de adaptación de los mecanismos de poder, dirigidos a
la vigilancia y el adiestramiento. La disciplina que se realizaba entre los
230

Las parejas con discursos y prácticas más abiertas y una


actitud de mayor igualdad, en tanto buscan el disfrute y el placer
de los dos, coincidir con otros aspectos que se relacionan con la
sexualidad. Por ejemplo la toma de iniciativa para el encuentro
sexual en las parejas heterosexuales suele ser más dinámica, am-
bas partes lo hacen, o bien las mujeres toman la iniciativa porque
lo desean más que sus parejas. El método que se usa para la anti
concepción suele ser elegido por acuerdo mutuo. Estas prácticas
hacen pensar que estas parejas están haciendo un proceso de re-
construcción que las distancia de prácticas sociales tradiciona-
les que implicaban fuertes limitaciones. Se alejan de las normas
prototípicas que rigen la sexualidad, y apuestan por procesos de
individualización. Por tanto, han remplazado la represión por la
proliferación. La represión por la diversidad, se acercan a diver-
sos discursos sobre la sexualidad que incluye el científico. La ac-
titud responsable de las personas que ejercen o reconstruyen sus
sexualidades, reconfigurando el discurso tradicional (Foucault,
1992, Weeks, 1993 y 1998, Beck y Beck Genrsheeim, 2001).
La anterior explicación permite comprender la actitud
de Rina, quien relata que ella es la que suele tomar la iniciati-
va. Factor llamativo, pues a diferencia de las demás mujeres que

siglos XVII y XVIII, se aplicaba a nivel local y de forma fraccionaria. Los


hospitales, los cuarteles y las fábricas se basaban en mecanismos disci-
plinarios locales. La segunda fase de adaptación surge a finales del siglo
XVIII y se caracteriza por ser un proceso global, de población, de proce-
sos biológicos y biosociales, en donde las personas son vistas como masas,
para lo que se necesitó del desarrollo de organismos de coordinación y
centralización (Foucault, 1992). Así, por un lado, está la serie: “cuerpo-or-
ganismo-disciplina-instituciones” y por el otro lado, la serie “población
- procesos biológicos - mecanismos reguladores -Estado”. “Por un lado,
un conjunto orgánico institucional: la órgano-disciplina de la institución,
por el otro, un conjunto biológico y estatal: la bio-regulación a través del
Estado” (Foucault, 1992: 259). No implica que un conjunto desplaza al
otro, porque hay instituciones que disciplinan pero a la vez son aparatos
de Estado, por ejemplo la policía.
231

forman parte del tipo 2, homosexuales o heterosexuales, Rina


es una mujer con principios cristianos y católicos muy arraiga-
dos. Así que, creemos que su actitud se fundamenta en la indi-
viduación y en el distanciamiento de ciertas normas sociales, en
este caso religiosas, sin necesidad de romper tajantemente con
la normativa social general. Así el discurso científico de la se-
xualidad queda integrado al discurso dominante, discurso que
desde una mayor racionalidad ha de tener posiblemente mucha
acogida en personas con un alto nivel educativo, como es el caso
de Rina:

-¿Quién suele tomar la iniciativa?


- Generalmente la tengo yo. Jesús, no, yo le digo: ¿Titi que
vas a hacer esta noche? ¿Dormir? (pone un tono grueso) (se
ríe) porque él preferiría dormir. Todo ha evolucionado, si, al
principio era como diferente, como rupestre, es que uno con
la compenetración se ha ido conociendo, es algo como que ha
ido evolucionando, no siento que ha retrocedido, ni que yo sea
como algunas compañeras que dicen que fingen que andan
con la “regla”, se ponen un kotex y están ni con la “regla” (se
ríe), las viera. Ha habido momentos, en los que a veces hemos
estado con memos actividad, porque Memo está muy enfer-
mo, con asma, y que no dormíamos juntos, entonces depende,
si es una situación estable, yo diría que es más o menos pare-
cido que al principio, igual, yo diría en que ha habido épocas
en las que Jesús tiene la libido muy baja, yo le doy vitami-
nas, y ahí vemos que hacemos, digamos que no hay como una
constante (Rina, tipo 2).

La frecuencia del encuentro sexual varía según la dinámica de la


pareja, la edad y el tiempo con que cuentan, los momentos de la
pareja y la familia. Estas parejas se caracterizan por procurarse
el encuentro erótico sexual, lo cual es una actitud proactiva, que
no se reduce únicamente al momento del encuentro;
232

“… y, hee, esperamos el momento, lo planificamos, hacemos


un protocolo y entonces, se disfruta porque está como muy
premeditado, verdad, y, y a veces contando el momento, pero
y otra cosa, que, que, hee, estamos durante el día estamos en
comunicación en ese sentido, los dos tenemos eso, de que nos
tocamos, nos acariciamos y decimos: “...ay espérese a que lle-
guemos... hay mucho fuego, hay plenitud” (Gerardo, tipo 3).

Estas posiciones de las parejas que presentan una actitud de


igualdad con respecto a la sexualidad, indican una actitud de
cambio. Estudios recientes en sexualidad señalan que, elemen-
tos como la iniciativa sexual queda principalmente en “manos”
de los hombres o de ambos y que son muy pocas las mujeres
que toman la iniciativa. Consideremos entonces que, cuando la
iniciativa es compartida, es un paso adelante en las prácticas se-
xuales en una sociedad como la nuestra. En donde, cómo se ha
dicho el rol asignado a las mujeres es el pasivo, el de dar placer
más que recibir.
En México20 se cuenta con varias investigaciones, en una
de ellas Szasz (2008) señala que en la Ensare de 1998 (Encuesta
de Salud Reproductiva) se les preguntó a las personas ¿quién
toma la iniciativa para tener relaciones sexuales en la vida ma-
rital? y “el 50% de mujeres unidas y 45% de los hombres unidos
dicen que él toma la iniciativa, y apenas 2% de mujeres y 3%
de los hombres señalan que “ella” toma la iniciativa. El restante
48% de las mujeres y 51% de los hombres entrevistados dicen
que “ambos” toman la iniciativa para tener relaciones sexuales”
(Szasz, 2008: 449). Afirma la autora, y estamos totalmente de

20 Refiere a varios estudios que se llevaron a cabo en México la mayoría de


las investigaciones que se presentan en los dos tomos de ese compendio se
basó en los datos de las Encuestas de Salud Reproductiva que se realizaron
en México durante la década de los 90, información que se utiliza según
lo explican las autoras, para dar cuenta de la relación entre salud repro-
ductiva y condiciones de vida de la población mexicana considerando las
desigualdades de clase, etnia, género y generación (Lerner y Szasz, 2008).
233

acuerdo con ello, que la desigualdad de género se acentúa en


los estratos más bajos y, agregamos, en quienes tienen un nivel
educativo más bajo. En los casos de las parejas que contaban con
una mayor igualdad en sus prácticas, las personas que las for-
man cuentan con estudios universitarios. En los casos en que
sólo tienen la secundaria completa, se trata de parejas que han
tenido experiencias político y organizativas, tal y como se señaló
en los casos de Ana, Gerardo y Victoria.
Otro hecho relevante se relaciona con la forma en cómo
la pareja se enfrenta a situaciones en las que una de las partes se
niega a mantener relaciones sexuales. En el caso de las parejas
con mayor igualdad, señalan que el ritmo sexual de su pareja es
distinto, pero que suelen contar con la comprensión de la otra
persona. En estos casos la negativa por cansancio o inapetencia
sexual es respetada, aunque en general es menos frecuente. La
relación sexual al ser más satisfactoria, incluso en lo emocional,
suele ser un momento esperado por ambas partes. En las parejas
más desiguales se señaló que la negativa no es del agrado de sus
compañeros, lo que las lleva muchas veces a sentir que deben
ceder. La situación se suele presentar con frecuencia;

“Diay yo me imagino que él oye mucha cosa, diay un hombre


que viene de pueblo que nunca sabía nada y ahora le están
abriendo los oídos y los ojos, entiende, entonces él quiere otras
cosas, a mí lo que no me gusta sinceramente es como le digo a
él: “... de vos últimamente yo no he recibido un abrazo como
mi esposo, nada más con deseo de que yo te sirva y a mí no me
gusta...”. Eso sí, yo todo, todo se lo digo a él. Lo que pasa es que
él se lo ha echado atrás de la oreja y no le presta atención a lo
que uno dice. Él se hace el indiferente, eso sí él nunca me ha
puesto una mano encima [se refiere a que no le ha pegado]”
(Miriam, tipo 4).

“...sí, yo, yo pienso que yo sí, yo a veces siento que él no por-


que, este, tal vez yo a veces me siento cansada y, y , y, diay,
quiero acostarme temprano , y, y, y mi esposo a veces, heee, él
234

, él , bueno no sé si así serán todos los hombres, pero, pero mi


esposo es de los que piensan que, que uno tiene que hacerlo a
cualquier hora del día, en cualquier momento y si no es que
no lo quiero y yo no comparto eso” (Cecilia, tipo 4).

La Encuesta Mexicana de Salud Reproductiva (1998) señala que


las mujeres de sectores medios y altos son más propensas a de-
cirle a sus esposos cuando no desean tener relaciones sexuales.
Situación que les molesta a sus compañeros y, son los hombres
de estratos medios y bajos los que han recibido más “negativas”
o “rechazos”. “Casi la mitad de los hombres que han recibido
una negativa de sus esposas (48%) dicen que les molesta que
ella no quiera tener relaciones sexuales, y esta proporción es
algo mayor en los estratos bajo y muy bajo (50%)” (Szasz, 2008:
452). Al preguntarles a las mujeres cómo reaccionaba su pareja
cuando ellas no deseaban tener relaciones sexuales, un 12% dijo
que “nunca se lo dice”, un 30% señaló que el esposo la insulta, la
regaña, se enoja, se molesta, se siente mal o se siente triste (por-
centaje que aumenta a un 35% en el estrato más bajo) y un 1%
dijo que la obligaba.
En el caso de las parejas analizadas en el presente trabajo,
como ya hemos mencionado, por lo general el desencuentro en
asuntos sexuales se da. Igual que al caso mexicano, principal-
mente en las personas de sector medio-bajo o bajo. En cuanto a
cómo reaccionan sus compañeros, notamos que varios de ellos
admiten que, en efecto, asumir una negativa de su pareja es algo
que les cuesta aceptar y les afecta en lo emocional. No logramos
dilucidar si en los casos en que ellos dicen ponerse tristes su sen-
timiento es auténtico. La afectación emocional está relacionada
con que les molesta, o es una forma de racionalizar su malestar,
al respecto el testimonio de Francisco es ilustrativo;

“Yo sufrí mucho porque ella me rechazaba, era una cuestión,


digo yo de hombre, o sea, que su esposa lo rechaza para te-
ner una relación íntima en la cual yo consideraba que era el
235

punto más alto del amor, y que no quiera, no se podía dejar


así como que ...diay no me quiso dar café hoy, amaneció de
trompas me voy..., heee, y yo creo que no, no puede comparar
uno una cosa con la otra, entonces eso hizo que, que yo se lo
dijera y, y se lo mencioné muchas veces, de hecho es una de las
cosas que yo le he dicho a Cecilia que me ha costado mucho
borrar esas palabras que dijo, ese rechazo” (Francisco, tipo 3).

Finalmente, con respecto al tema de quién decide el método de


anticoncepción a utilizar en la pareja, la responsabilidad y pre-
ocupación es mayoritariamente de las mujeres. En las parejas
con mayor desigualdad las mujeres asumen como normal que
les corresponde decidir, porque sus compañeros no los utilizan.
En cualquier caso, es un tema del que se habla poco. Los
hombres a su vez lo confirman, ellos asumen que es un asunto
de las mujeres. También se plantea el tema de la resistencia que
tienen los hombres a ir al ginecólogo con sus parejas, y más aún
a asistir a un chequeo particular. Sólo dos reportaron hacerlo
regularmente. Otros plantearon el interés de hacerse la vasec-
tomía, idea que no llevaron a cabo. El testimonio de Rosemary
ejemplifica esta práctica;

-Sí, la, la T de cobre...


-¿Quién y porqué decidieron usar ese método?
-Decidí yo, porque tradicionalmente el hombre no va a plani-
ficar, siempre es la mujer la que tiene que buscarlo...
-¿Alguna vez han hablado de eso, de que sea él, el que
planifique?
-Muy poco, yo se lo he dicho, y dice que no, porque no, sim-
plemente, porque en veces uno como que se cansa, de ser uno
el que está con la preocupación y de irse a hacer los chequeos,
además de algún malestar, te da malestar y cosas así verdad,
y, en cambio el hombre no, no , como que se desentienden de
eso, entonces, eso como que genera tensión es como que..., es
lo mismo es muy conservador, muchos tabúes, aunque él no lo
reconozca ...diay, no sé, de, de ser el hombre y que le revisen,
236

o que le toquen (carcajada), ¡ uy ! no, todo eso para ellos es


vergonzoso, hacerse la, la vasectomía, o cuando les hacen el
examen que es por el recto […] es más por ese lado que no
quiere, entonces yo le digo: “...imagínese las pobres mujeres
todo lo que tenemos que pasar...(Rosemary, tipo 4).”

Este elemento coincide con las investigaciones cualitativas que


analizan distintos aspectos de la sexualidad. Uno de estos tra-
bajos señala que muchas mujeres se han apropiado de la posibi-
lidad de regular su vida reproductiva. Práctica que ha sido más
sencilla de incorporar que las actitudes que implican autoafir-
mación en cuanto al placer y el deseo (Amuchastégui y Rivas,
2004, citadas por Zsazs, 2008). Se percibe que, este elemento es
el que establece la diferencia. Entre las mujeres integrantes del
grupo de las parejas más propensas a prácticas más igualitarias
en el terreno de la sexualidad y las que no los son. En este segun-
do grupo las mujeres presentan prácticas menos autónomas. Sin
embargo, son ellas las que definen el método de anticoncepción
que utilizan. Por otro lado, la sexualidad es la parte más negada
de la realidad, de las mujeres entrevistadas en esta investigación,
que se ubican en el tercer o cuarto grupo. Esto coincide con los
resultados de otras investigaciones latinoamericanas llevadas a
cabo recientemente. Sin duda, el cuerpo de las mujeres y su se-
xualidad sigue siendo un espacio en el que la sociedad, y sus
compañeros o parejas, mantienen una clara actitud de dominio.
Situación que instala a los hombres en el lugar de privilegio; son
prácticas y concepciones naturalizadas en la mayoría de los aquí
entrevistados/as.
Las reinterpretaciones de la sexualidad aún reflejan visio-
nes poco rupturistas con los cánones sexuales: hombre activo
- mujer pasiva. Sin embargo, estos aspectos hay que analizar-
los a la luz de otras experiencias en el terreno de la sexualidad.
Encontramos mayor apertura para las mujeres, por ejemplo, en
función de las variables de edad, sector social y nivel educativo.
237

En Costa Rica son pocos los trabajos que analizan la se-


xualidad sin relacionarla a la salud reproductiva o a la prevención
de enfermedades de transmisión sexual. Queda aquí planteada
la necesidad de profundizar en múltiples aspectos implicados
en la sexualidad, y contar con más elementos la ocurrencia de
cambios. Tomando en cuenta el carácter altamente religioso de
la sociedad costarricense, con una fuerte presencia de la igle-
sia católica especialmente y sectas evangélicas. En el año 2001
se estimó que el 70% de la población del Valle Central práctica
alguna religión (IDESPO, 2001). Sin embargo, la presente in-
vestigación aporta algunos datos que permiten aventurar –con
todas las precauciones del caso- la emancipación religiosa de las
personas, aún incluso de quienes se dicen creyentes practican-
tes, respecto a algunos aspectos de la doctrina de la iglesia en
materia de sexualidad.

Cierre reflexivo acerca de la sexualidad en la pareja

Notamos dos claras situaciones, por un lado las parejas que


ejercen una sexualidad con mayor libertad, sensualidad y par-
ticipación activa de ambos integrantes. Da como resultado una
mayor satisfacción para ambas partes y mayor entendimiento de
las diferencias –por ejemplo en el ritmo sexual-. Estas parejas
afrontan mejor las dificultades que afectan la vivencia de su se-
xualidad, como en el caso de la presencia de enfermedades o del
deseo sexual disminuido. Por otro lado, en las parejas de secto-
res económicos bajos, prevalece la visión de que las mujeres de-
ben cumplir con el débito conyugal a sus parejas. En estos casos,
ellas por lo general se sienten poco satisfechas en ese aspecto,
pero es un asunto que casi no se trata en la relación. Se man-
tiene una clara actitud de dominio que instala a los hombres,
tienen espacios de privilegio, consideran que son quienes tienen
necesidades sexuales y en el que las mujeres están para atender
238

sus deseos. Estas son concepciones y prácticas naturalizadas en


la mayoría de las personas entrevistadas con escasos recursos y
que pertenecen al grupo de las parejas reproductoras.
Con respecto al tema de los métodos anticonceptivos a
utilizar, mayoritariamente la responsabilidad y preocupación
es de las mujeres. Ellas suelen tomar la decisión con respecto
a qué método emplean y lo asumen como algo normal que les
corresponde en tanto sus compañeros no son los que tienen que
usarlos y no están tan preocupados como ellas por evitar el em-
barazo. En las parejas resistentes al cambio, es un tema del que
casi no se conversa, pues los varones suponen que sus esposas se
están haciendo cargo de la cuestión. El resultado que observa-
mos en las vivencias de la sexualidad en estos casos nos indica
que la apropiación del cuerpo por parte de las mujeres es algo
que ellas viven a medias, pues si bien ejercen un control sobre
el cuerpo con respecto al uso de métodos anticonceptivos, no
tienen poder de decisión con respecto a la sexualidad en sí.
En las parejas de sector medio y medio alto, las experien-
cias son más integrales y satisfactorias, lo que relacionamos con
su nivel cultural y con el grado de compenetración emocional
que señalan. Para estas parejas la comunicación y la confianza
son de particular importancia y hacen todo lo posible por man-
tenerlas y acrecentarlas.

Las parejas y las formas de convivencia

En la delimitación de esta dimensión, en el capítulo metodoló-


gico, se señaló que se desea estudiar el estilo de convivencia de la
pareja. Con el objetivo de analizar si el conflicto, las diferencias
y las situaciones problemáticas se resuelven mediante la nego-
ciación, el diálogo y la concertación. O bien, si privan prácticas
impositivas, asimétricas y poco reflexivas, en donde la comuni-
cación es limitada.
239

La negociación es una vía por medio de la cual se pueden


enfrentar los conflictos con el fin de llegar a acuerdos mediana-
mente satisfactorios para las partes. Convivir exige desarrollar
estrategias de negociación, sean estas racionales y/o emociona-
les, formales o informales.

Formas de convivencia

Al delimitar el análisis de las formas de convivencia se ha op-


tado por considerar dos aspectos que desde nuestro punto de
vista son estratégicos en esta investigación: la forma en que se
resuelven los conflictos en las parejas y los mecanismos de ne-
gociación. Estos dos ámbitos nos permiten acercarnos a la idea
de cómo conviven las personas, cómo se las arreglan desde la
cotidianidad para tomar decisiones en general. Si esto genera
conflictos, cuáles son los temas que motivan el conflicto en la
pareja y cómo se resuelven estos.
El conflicto en una relación de pareja se genera, en par-
te, cuando la mujer cuestiona los privilegios históricos que por
“naturaleza” les han sido otorgados a los hombres. Estamos ante
la presencia de un conflicto cuando se tiene una visión diferente
sobre una situación, evento o problema a resolver, los criterios
y la lógica que aplica cada cual difieren y ello los/las distancia
o enfrenta. En la resolución del conflicto está implícita la rela-
ción de poder de las personas, el uso que se hace de los recursos
materiales y simbólicos y, por supuesto, los afectos. Estos últi-
mos pueden jugar un papel decisorio pues en última instancia
pueden orientar la resolución de las diferencias: a mayor cer-
canía emocional es posible que los conflictos tengan una mejor
resolución.
La negociación es un mecanismo que se utiliza para la
resolución de los diferendos. Las negociaciones evidencian
que las diferencias existen y con ello rompen la ilusión de la
240

semejanza, de la afinidad total con quien se tiene la relación. De


esta forma, la negociación puede anteponer un sentimiento de
desilusión como lo analizamos en el apartado relacionado con la
dimensión de “la relación de pareja y el afecto”. La negociación
externaliza las diferencias;

Podemos afirmar que las negociaciones denuncian que los


diferendos existen y con ello rompe una ilusión… esta ilu-
sión que identifica amor con afinidad total es responsable
en gran medida de muchas de las dificultades para negociar
cuando los afectos circulan en medio, porque a menudo las
negociaciones suelen ser interpretadas como “atentados” a
la unidad amorosa o como evidencias de desamor a causa
de diferendos, que son consecuencia de la vida humana y no
desaparecen por decreto (Coria, 1998: 29).

Entonces interesa analizar, la forma en que se resuelven los con-


flictos y las diferencias. Existen al menos tres alternativas: la im-
posición, la conciliación o la negociación. La negociación bus-
ca que el resultado sea medianamente satisfactorio para ambas
partes; es una alternativa no autoritaria que incluye un espacio
para que las distintas partes puedan defender sus intereses y ne-
cesidades (Coria, 1997).
Así que, con el análisis de la dimensión de las “formas de
convivencia” se pretende identificar las parejas que muestran
mayor disposición a generar procesos de negociación. Partiendo
de que el modelo prototípico y más tradicional supone que son
los hombres quienes dominan las vivencias cotidianas y que su
posición debe ser respetada y acatada en la familia. Por tanto,
las parejas que muestran mayor actitud de cambio son aquellas
que promueven el diálogo y la negociación en la pareja. La ne-
gociación es el medio para la resolución de conflictos y toma de
acuerdos. Identificamos como más democráticas las parejas que
obtuvieron más de un 70% en la sumatoria de los ítems anali-
zados que se refieren a: tipos de conflicto, actitud frente a los
241

conflictos, métodos de resolución, los acuerdos y el consenso.


Las siete parejas que obtuvieron un porcentaje mayor al 70%,
que por tanto presentan prácticas más democráticas, no coin-
ciden en su totalidad con las parejas que se identificaron más
simétricas en el ejercicio de la sexualidad. En este caso se man-
tienen Irma y Celia (tipo 1), Lily y Andrés, Megui y Jorge, Rina
y Jesús, Elda y Mauricio, que forman parte del tipo 2 o sea “pa-
rejas constructoras de la democracia” y además se incorporan
otras parejas que en otras dimensiones obtuvieron menos del
70%: Walter y Ana, Victoria y Carla, ubicadas en el tipo 3, de las
“parejas bien intencionadas”. Los porcentajes se aprecian en el
siguiente cuadro 12.
Las parejas que tienden a negociar y a respetar las deci-
siones comparten ciertas características relevantes en aspectos
como visión de mundo en general, valores, ideología, posición
política, religión, etcétera. Mientras que las otras parejas ten-
dieron a señalar, que coincidían con sus parejas en actividades
de menor importancia como la comida, ser personas humildes,
compartir gustos musicales, entre otros.
242

Cuadro 12
Porcentaje que cada pareja obtuvo en la dimensión:
formas de convivencia

Tipo de pareja % Formas de


convivencia
Pareja rupturista y democrática
1. Irma y Celia 91
Parejas constructoras de la democracia
2. Lily y Andrés 85
3. Megui y Jorge 89
4. Rina y Jesús 87
5. Anabel y Lorena 56
6. Elda y Mauricio 76
7. Emma y Manuel 63
Parejas bien intencionadas pero poco
democráticas
8. Marta y Walter 87
9. Ana y Gerardo 49
10.Victoria y Carla 80
11.Luz María y Bernardo 64
Parejas reproductoras de relaciones
poco o nada democráticas
12. Gilberto y Gabriel 67
13. Sabrina y Fabricio 49
14. Teresa y Lorenzo 51
15. Rosemary y Armando 56
16. Marilyn y Pedro 40
17. Mercedes y Camilo 56
18. Marlen y Rodrigo 40
19. Cecilia y Francisco 38
20. Miriam y Jerónimo 20
243

Sobre los aspectos que con mayor frecuencia fueron identifica-


dos como motivadores de conflicto y de diferencias en la pareja,
advertimos puntos en común entre las parejas más propensas y
las más resistentes al cambio. Los motivos comunes que señalan
ambos grupos refieren al carácter de las personas, el uso del di-
nero y a los asuntos familiares. Adicionalmente, tenemos otras
situaciones que motivan conflictos en las parejas, diferentes en
cada grupo, en donde figuran contenidos ideológicos y de estilo
de convivencia. En el siguiente cuadro se explicitan los mismos;

Cuadro 13
Situaciones que generan conflictos, con mayor
frecuencia, en las parejas

Motivos de conflicto similares en los tipos de parejas

-porque la pareja es muy “explosiva”, tiene mal carácter.


- por desacuerdos con el uso o manejo del dinero.
- por asuntos familiares.

Parejas con formas más Parejas con formas menos


democráticas de convivencia democráticas de convivencia
- Por asuntos laborales: porque le - Por celos.
dedica mucho tiempo al trabajo.
- Por falta de tiempo para estar en - Por realizar actividades con las que
pareja. no está de acuerdo su pareja.
- Por diferencias ideológicas. - Por relaciones con amistades que a
su pareja le disgusta.
244

- Por crisis emocionales de alguno - Por problemas con el licor, uno de


de los dos. los dos considera que el otro toma
de más.

- Por decisiones económicas: por no - Porque no confía en la otra


consultar. persona.

- Por tomar una decisión importante - Porque se siente agotado/a por la


sin consultar relación.
- Por las o los hijos: diferencias
en la educación, trato, recargo de
responsabilidades.

Para ejemplificar presentamos temas que fueron señalados va-


rias veces en el grupo de las parejas que reportan prácticas de
negociación más simétricas;

Por trabajo,

“Cuando él entra en esas crisis de absorción plena de trabajo,


la relación de pareja entra en crisis, por qué, porque no lo
veo, y entonces no tengo a que..., no tengo a mi compañero
con quien hablar, a quien contarle, yo pienso que en eso él me
gana,[…] entonces al estar tan absorbido en el trabajo no está
pensando en sí mismo ni en su familia, entonces, este, yo creo
que, queeee, ya estoy hablando con él y diciéndole ...bueno
reaccione” (Megui, tipo 2).

Por ideología,

“Hemos tenido tendencia al radicalismo, entonces no sé,


yo he sido muy radicalmente izquierdosa, hasta ahora
245

moderadamente izquierdosa, y sigo siendo socialista verdad,


entonces Irma qué se yo, para decirlo ideológicamente, una
ultraderecha que ha ido haciendo procesos, procesos, procesos
entonces hee, ella, hee, a llegar a un humanismo verdad, que
la solidaridad, que bueno que...” (Celia, tipo 1).

Por dinero,

“Bueno hace poco enfrentamos ahí un problemilla serio, por


una cuestión económica, que Manuel es muy impulsivo, eso es
lo que tiene que yo soy, yo soy la, yo soy muy organizada, soy,
hee, pareciera agarrada, pero no es que soy agarrada, es que
Manuel es muy, eso sí tiene, que él es, es, es, tira la plata, y es
impulsivo” (Emma, tipo 2).

Por carácter,

“Es muy explosiva de carácter, con nada se enoja, si yo le digo


a ella algo que no le gusta, el mundo a su imagen y semejanza,
este, si yo me equivoco en algo, ella me grita, aunque fuera
la primera vez, ella me grita: “que porqué dejas esto así”, en
lugar de decir Manuel, dejaste esto abierto o no me dejes esta
cosa en tal lado, o mira ve que yo hice este esfuerza, ah no!,
todo es gritado, hubo un tiempo que ella me gritaba por todo,
me gritaba, y un día yo le dije “se acabó”, de aquí en adelante
si vos me seguís gritando, yo te voy a gritar el doble” (Manuel,
tipo 2).

Por tomar decisiones sin consultar,

“La hermana de él dejó la casa, anduvo ahí en algunas casas


de familiares y después se vino para donde nosotros, pero lo
que yo no sabía fue así como una cosa de 2 o 3 días, que yo,
que él, que él había dicho que sí, que se quedara ahí, donde no-
sotros, este, yo diría que eso fue lo más, lo más traumatizarte,
246

lo más grave que tuvimos, pero no, no, no recuerdo” (Marta,


tipo 3).

En el segundo grupo, el de las parejas más asimétricas en las


formas de convivencia (que obtuvieron menos del 70%), uno
de los aspectos que suele estar presente en sus desavenencias se
relaciona con la educación, la atención y la forma de enfrentar
problemas con las y los hijos. Incluso, en el caso de parejas como
la de Anabel y Lorena (tipo 2), este factor las ubicó en el grupo
de las parejas poco democráticas, ya que en otras dimensiones
presentan actitudes de mayor respeto, flexibilidad, negociación
y simetría en la forma de resolución de los conflictos y en el
estilo de pareja (en la tipología, ellas forman parte del segundo
grupo: el de las parejas constructoras de la democracia).
Las desavenencias por las y los hijos es un aspecto que
se diferenció de otros motivos de conflicto. También aparecen
problemas por celos, disgusto por las personas con las que sale
su pareja o el “abuso” del licor o alcohol de una de las dos par-
tes. Las diferencias de las parejas en este terreno emergieron con
contundencia en las entrevistas, hasta identificarse como uno de
los factores que más puede distanciarlas. Por esta razón, la defi-
nimos como uno de los aspectos que en la pareja forman parte
de lo “no negociable”. En varias parejas muchos otros temas pue-
den ser abordados y reconsiderados, menos lo que tiene que ver
con sus hijos e hijas, vivencia que según observamos se acentúa
en el caso de las parejas de segundas uniones. Porque en ellas la
progenitora es la persona que se considera con la autoridad y la
emotividad para atender las necesidades de sus hijas y/o hijos.
Disminuyendo así las posibilidades de llegar a acuerdos, e in-
cluso de plantear el tema. Sobre el particular Lorena y Miriam
señalan;

“… se dan mucho menos porque a veces dice cositas de mis


hijos, como que…, ella me dice “para acá no, pero vos lo
permitís en otro lado verdad”. Me dice por ejemplo, que ese
247

muchacho está viviendo en tu casa … más de una vez me lo


dijo así, no tantas veces como en el pasado verdad, que yo
agarraba mis pereques y me iba, ahora no, “mira tenes ra-
zón”, y ya. Eso ha sido como un conflicto de la relación, yo
creo que si vos compartís algo, se debe de dar un acuerdo, si
te molesta esto, bueno vamos a hablarlo un poco. Finalmente
lo habló verdad, y a raíz de eso se fue su hija mayor, puso el
apartamento, en cierto modo afecta, y las cosas han cambia-
do” (Lorena, tipo 2).

“… entonces él se desquita no ayudándola económicamente,


antes él venía y me decía: “...aquí está la plata...”, me dejaba
plata, ahora no me deja ni un cinco de miedo de que yo le dé
a ella, a Carlos si le da plata […] yo considero (ríe) que tal
vez no vamos a estar mucho tiempo juntos. (Miriam, tipo 4).

Coria define lo “no negociable” como;

Aquello que traspasa el límite, de lo muy personal y subje-


tivo, de lo que las personas están dispuestas a ceder, en fun-
ción de sus necesidades, valores y ambiciones. Pero también
es lo que no se discute –ni se cuestiona-, porque pareciera
formar parte de la propia naturaleza, sin lo cual cada uno
deja de ser quien es (Coria, 1997: 41).

En los casos citados, lo no negociable no remite necesariamente


a un aspecto que no puede ser discutido. Por el contrario, es un
asunto que causa fricción, diferencias en la pareja, por ello es
punto constante de discusión y conflicto en el que la persona se
siente más afectada. En estos casos las madres se sienten ataca-
das, violentadas, les genera disgusto, disconformidad e incluso,
por ser algo tan importante para ellas, se sienten muy suscepti-
bles; lo que les impide llegar a acuerdos, pues cuando se logran,
en el fondo suele persistir la disconformidad y el conflicto vuel-
ve a surgir con igual o mayor fuerza, descontento o malestar.
Por ejemplo, Miriam señala que ella prefiere separarse, a pesar
248

de todo lo que ha vivido y superado en su relación de pareja.


Mirian piensa que aceptar un comportamiento de su esposo con
el cual está en total desacuerdo no es negociable: “El maltrato a
sus hijos no se puede permitir”.
Hasta aquí hemos identificado situaciones que generan
conflictos en la pareja, las cuales pueden ser negociables o bien
no negociables. Tema que motivo identificar la manera en que
se comportan las parejas cuando deben enfrentar los conflictos
y las formas en que lo hacen. En el proceso, se logró determinar
diferentes actitudes en hombres y mujeres. Factores de género,
socio-cultural están presentes en el abordaje de las diferencias y
los conflictos. A pesar de que no todos los hombres y todas las
mujeres se comportan igual. El siguiente cuadro sintetiza algu-
nas de las reacciones identificadas en los testimonios. Actitudes
que se generan a la hora de enfrentar el conflicto, o bien las di-
ferencias en la pareja;

Cuadro 14
Reacciones de hombres y mujeres ante
los confictos o diferencias en la pareja

Forma en que reaccionan Formas en que reaccionan los


las mujeres hombres
Se resienten con mucha frecuencia, lo Se distancian con mucha frecuen-
cual se puede definir como un tipo de cia, se van de la casa por unas
“chantaje emocional”. cuantas horas.
Suelen quedarse calladas, no negocian Muchos amenazan con irse de la
y muchas veces, sin decir nada, termi- casa. A veces amenazan con pegar,
nan cediendo. aunque es una conducta menos
frecuente.
Les siguen la corriente verbalmente, Son indiferentes, se quedan calla-
pero hacen lo que consideran adecua- dos, ignoran la situación.
do para ellas o sus hijos/as.
249

Tratan en todo momento de negociar, Tratan de imponerse, no negocian.


establecen el diálogo como la forma Impiden el diálogo con su pareja,
ideal, plantean sus puntos de vista. se muestran indispuestos.
Gritan con mucha facilidad, no
escuchan.
Tratan de manipular, utilizan ar-
gumentos, o bien tratan de incidir
emocionalmente.
Se ponen violentos (tiran objetos,
dan golpes a objetos o paredes).
Presionan, insistentes, para que la
persona ceda y esté de acuerdo con
ellos.
Si las parejas no ceden señalan que
es porque no los quieren de ver-
dad, lo cual se puede identificar
como “chantaje emocional”.

Las mujeres que forman parte de las parejas con prácticas más
democráticas señalaron que el diálogo era la opción para plan-
tear las diferencias y tratar de llegar a acuerdos. En todo caso,
se plantean negociar una salida conjunta asumiendo que no ne-
cesariamente era lo que cada quien deseaba, evitando de esta
forma llegar a la confrontación. Son conscientes de que las si-
tuaciones que viven pueden implicarles malestares, pueden re-
sentirse. Pero una vez que cada cual da sus argumentos, estos se
logran asimilar;

“Andrés y yo, a estas alturas con 8 años de relación, nunca


nos agredimos, pelear así, como, como las, las peleas que yo
tenía con los otros, con todos ellos, jamás, o sea, porque hay
una, siempre hay como un diálogo ves, siempre como una
conversación, siempre como..., por supuesto, hay veces que
uno se pelea, y tampoco es que verdad, pero no es eso, no,
más bien cuando nos peleamos es una cosa rara, vieras que
250

nos sentimos rarísimos porque no es algo que, estemos acos-


tumbrados a hacer, entonces como que nos, nos duele mucho”
(Lily, tipo 2).

Los hombres que generan comportamientos más democráticos


también dan cuenta de considerar el diálogo como la base para
entenderse en la cotidianidad;

“ Yo hablo directamente, si estamos acostumbrados a ha-


blarnos, no a través de, de, de, como se llama, de cosas ocul-
tas, hablamos directamente de cualquier tema verdad, en eso
si no ha habido ningún problema […] en general nuestra rela-
ción siempre ha sido muy directa, no somos como esos esposos
que ocultan cosas, y nunca ha habido problemas fuertes…”(-
Jesús, tipo 2).

En estos casos el diálogo es una forma de convivencia que faci-


lita abordar temas cuando hay desacuerdos. La necesidad de la
negociación surge cuando se intenta exponer de forma clara y
honesta las inquietudes de cada cual. Sin embargo, esta es una
práctica que utiliza la minoría de las parejas analizadas ubica-
das en el grupo de las parejas “constructoras de la democracia”.
Mientras que las “bien intencionadas” o “parejas reproductoras”
en menor grado intentan ser claras y exponer y evidenciar las
diferencias.
Por ejemplo, en las parejas “bien intencionadas” o “repro-
ductoras”, algunas mujeres expresan que cuando hay conflictos,
sus esposos suelen reaccionar de forma indiferente. O bien, ha-
cen uso de manifestaciones agresivas como gritar, imponerse
autoritariamente e incluso han amenazado con pegarles. Tal es
el caso de Miriam, que considera que en muchas ocasiones las
discusiones se tornan violentas y si él no le ha pegado es porque
ella se lo ha impedido;
251

“Él se hace el indiferente, eso sí él nunca me ha puesto una


mano encima, de eso él nunca me dice nada, peleamos bas-
tante sí, tal vez yo soy la más peleona porque yo, o sea, no
es que a mí no me da miedo que él me vaya a pegar, sí me
da miedo, pero si yo le demuestro miedo me hubiera pagado
quién sabe cuántas veces, yo a él me le enfrento y le digo: “...
usted a mí no me va a pegar, y si me va a pegar déjeme ten-
dida porque si yo me levanto quién sabe cómo le va...”.claro
aunque las piernitas me tiemblen, pero yo tengo que hacerlo
porque aquí la mayoría de los hombres, lo que hacen es pegar-
le a la mujer y si la mujer se deja una vez le siguen pegando, y
yo no voy a dejar que me pegue” (Miriam, tipo 4).

Esta narración refiere a un tema poco tratado en el trabajo. El


problema de la violencia contra las mujeres. Aunque en esta in-
vestigación analizamos las relaciones de poder en la pareja, se
parte de que el poder, tal y como se ha expuesto conceptual-
mente, no implica en sí mismo actos de violencia ni agresión,
pero no lo exime. Es decir, el poder se puede ejercer con o sin
violencia. El abordaje teórico en esta investigación permite ver
las relaciones de poder entre los géneros de forma interrelacionada
pero no determinada. Puntualicemos los siguientes aspectos:
1. Que aunque toda relación entre los géneros, así como
otras relaciones sociales, están mediadas por relaciones de po-
der, ello no implica que estas no puedan ser modificadas. De he-
cho, las relaciones de poder –de género y sociales- han ido cam-
biando en el transcurso de la historia. Esto se debe a los procesos
de transformación que se producen en cada sociedad. Eventos
mediados en parte por las acciones y el ejercicio de nuevas prác-
ticas que las personas realizan en cada contexto social particular.
2. El poder presente en todo espacio y relación social será
entendido desde la perspectiva foucaultiana en tanto relación de
fuerza. El poder hay que entenderlo como una red productiva
que pasa a través de todo el cuerpo social, en lugar de una ins-
tancia negativa que tiene por función reprimir (Foucault, 1981).
252

Tanto el dominado/a como el dominador/ra poseen poderes y


los mismos pueden ser de distinta naturaleza: emocionales, ma-
teriales, espaciales.
3. El dominado no está absolutamente determinado, no
carece de libertad, ni de espontaneidad y forma parte de la tota-
lidad de la relación. El dominado/a o dominador/a se influyen
mutuamente (Maldonado, 1994: 149-151).
Como el poder se ejerce sobre sujetos actuantes, estos son
sujetos libres. La libertad, tal y como la hemos definido en este
trabajo, no se opone al poder, ambos forman parte del fenóme-
no, y tienen mutua posibilidad. Hay que diferenciar así entre un
estado puro de “dominación” y la relación de poder que se cons-
truye entre quien asume la actitud de dominar y quien es domi-
nado. La relación de poder es móvil y permite su modificación.
En tanto el sujeto “dominado” tenga recursos que pueda usar
a su favor, que le den un margen de acción, la relación no será
de dominio total, y es esto lo que observamos justamente en el
relato de Miriam (tipo 4).
Interpretamos lo que cuenta como un acto de autodefensa
de su integridad física. A pesar de encontrarse en un contexto de
prácticas poco democráticas, su estado de sumisión no es total.
Miriam es capaz de observase a sí misma y reflexionar sobre la
situación de opresión física y psicológica que ejerce sobre ella
su pareja. Lo que le permite afirmarse como sujeto que desea
ejercer su libertad en un contexto limitado. Coincidimos con
Rodríguez al señalar que el antagonismo de las relaciones de po-
der “y la intransitividad de la libertad, la producción de nuevas
subjetividades pueden afirmar espacios de autonomía, prácticas
de libertad, no contra el poder, no fuera del poder, sino a tra-
vés de él, en su reversibilidad dinámica y reiterada” (Rodríguez,
1999: 195).
Este acto de autodefensa, de práctica de libertad, lo aso-
ciamos a su vez con la idea de la resistencia. Situación que obser-
vamos cuando las entrevistadas nos señalan que, cuando no se
quedan calladas, deben enfrentar las amenazas de su pareja. Por
253

eso, varias entrevistadas apuntan que tratar de tener un diálogo,


en medio de una discusión fuerte sin que el ánimo se exalte, es
casi que imposible. Así que la posibilidad de tener una conver-
sación sin reclamos o amenazas, en estos casos, es muy difícil.
Aspecto que pasamos a ejemplificar con “Marilyn y Pedro”:

“Bueno, siempre ha tenido la maña de que, de que cuando


está bravo la amenaza es de que se va a ir, de la casa, toda
la vida me ha dicho eso. Bueno, lo hacía, siempre que tenía-
mos una discusión, porque digamos a veces yo, mi manera
de discutir es que yo me quedo callada, y yo me enchompipo,
entonces me dice que yo soy una malcriada, porque me quedo
callada. Pero, cuando contesto soy una malcriada porque, mi
mami me dice que para discutir se ocupan dos, que si yo me
quedo callada, no hay discusión, claro, a veces uno no se pue-
de quedar callada, a veces uno tiene que dar su punto de vista,
darlo a conocer, entonces él me dice que se va a ir, como hace
unos quince días, me había dicho que se iba a ir, y entonces
este, yo le dije, que ahí estaban las cosas de… que se fuera”
(Marilyn, tipo 4).

La situación narrada permite identificar dos aspectos en el ejer-


cicio de poder por parte de Pedro, la amenaza y el chantaje emo-
cional. El chantaje emocional se da cuando las personas que se
sienten intimidadas por las circunstancias, intentan hacer sentir
culpable a la otra persona, por la experiencia vivida y la inca-
pacidad de controlar la situación a su gusto. Es decir, de pronto
la persona más violenta, la que amenaza para tratar de intimi-
dar a la otra, es la víctima de la situación y del conflicto vivido.
Marilyn había sido amenazada varias veces por Pedro con el
mismo motivo “el de abandonarla”. Sin embargo, en esa ocasión
(situación que ocurrió quince días antes de realizarse la entre-
vista) Marilyn decide responder a la amenaza y le contesta “que,
se puede ir”: Nunca lo había hecho, de esta forma rompe con el
protocolo acostumbrado e incluso la discusión se da por con-
cluida. Pedro actúa posteriormente con resentimiento, casi no le
254

habla y días después le dice que está resentido por lo sucedido,


ya que ella lo había “echado” de la casa: “después de que pasó todo
eso, me dijo que le había dolido mucho que yo lo echara, que yo lo
había echado, y yo le dije que yo no lo había echado, que él había
dicho que se iba a ir, que eso era diferente”.
La lectura que podemos hacer es la siguiente: Pedro
está acostumbrado a amenazar, y con ello ejerce control sobre
Marilyn, ella vive el temor a ser abandonada. Pero cuando esta
práctica se rompe con la frase de Marilyn, él da por “perdida” la
discusión. Acto seguido, plantea de forma consciente o incons-
ciente el “chantaje emocional”.
Consideremos que se ejerce el chantaje sobre personas
afectivamente cercanas. En cuyo caso se hace un mal uso del
afecto proporcionado. Esto es en alguna medida, un compor-
tamiento desleal hacia la persona que se dice querer y contra
la que se vuelca su afectividad y la forma transparente en que
la manifiesta. La intimidad compartida o los secretos del otro
son uno de los mecanismos usados para ejercer control y poder
sobre el otro.
La manipulación no siempre es tan evidente como en el
caso de Pedro. Que incluso le permitió a Marilyn reaccionar de
forma asertiva. En este caso, Marilyn logró enfrentar el miedo
de “perder a Pedro”. Pero al enfrentar el miedo a la pérdida toma
otra posición en la relación de pareja. Se fortalece y deja sin efec-
to una de las formas de presión que utilizaba Pedro. Ante este
hecho, Pedro intenta incidir negativamente haciendo uso de la
manipulación emocional. Marilyn logra responder con una acti-
tud positiva el círculo, al afirmar que ella no fue quien lo “echó”.
Ella elude el sentimiento de culpabilidad que posiblemente
Pedro deseaba generar en ella. Este es un ejemplo claro de la di-
námica de las relaciones microsociales de poder según Foucault.
El poder es caracterizado por su movilidad, se pueden generar
dinámicas que irrumpen en los esquemas específicos y en las
prácticas recurrentes. La movilidad se genera porque las perso-
nas, tal como Foucault (1999b) lo explica, tienen elementos que
255

pueden utilizar. Con los recursos generan procesos de cambio, o


al menos impiden que la relación sea de un dominio total de una
persona sobre otra, tal cual hemos podido analizar en este caso.
En las relaciones de pareja la manipulación no siem-
pre es evidente y ello dificulta el análisis. Es difícil identificar
los límites entre una actitud manipuladora y otra que no lo es.
Las situaciones cotidianas están atravesadas por la afectividad
y esto posibilita que las personas cedan de forma pacífica. Sin
percibir la situación y sin ser conscientes de la desigualdad que
implica. Además, el chantaje puede instalarse en la relación de
pareja como un estilo de convivencia. La extorción impide que
las personas reaccionen a él. Imposibilita la negociación, la po-
sibilidad de ceder en aspectos. Esto genera un “círculo vicioso”
difícil de romper, refuerza la conducta de quien presiona. Existe
la dinámica entre quien presiona para lograr sus objetivos y se
deja presionar ambos generan el escenario del cual es cada vez
más complicado enfrentar el control del otro” (Barrera, 2009).
Considerando esta situación, la actitud de Marilyn puede ser ca-
lificada como acertada en la medida en que logra romper con el
círculo en el que ya se habían instalado. En otros momentos de
su relato ella narró situaciones similares, que incluso han servi-
do como ejemplo en el análisis que hicimos páginas atrás sobre
el tema de las emociones, dado que Pedro incluso llegó a amena-
zarla con pegarle si no cedía.
En general, el problema del chantaje emocional deviene
en que promueve en la otra persona la culpa. Sentimiento muy
asociado a las mujeres cuando no cumplen con los “mandatos”
sociales y culturales. Hay emociones que son vividos con con-
trariedad en las mujeres y que explican la forma en que actúan.
En el cuadro anterior las mujeres señala las reacciones que tie-
nen cuando enfrentan un conflicto: quedarse calladas, llevar la
corriente, hacerse la que está de acuerdo, aunque no sea así. Son
actitudes más “pasivas” pero con las cuales se sienten más cómo-
das para evitar el conflicto. Simular que “se está de acuerdo” con
lo que se le dice, denota que considera que expresar su opinión
256

no tiene caso. La persona siente que no va a lograr nada, no hay


posibilidad de negociación, y ante esta circunstancia solo puede
escoger entre dos alternativas: actuar como se le solicita, o bien
guardar silencio y hacer lo que considere adecuado desde su vi-
sión, sin el consentimiento de su pareja. Aún a sabiendas de que
ello le generará problemas si su pareja se entera de que al final de
cuentas “no le hizo caso”.
Con respecto al tema de la violencia o agresión física, se-
xual o psicológica, los testimonios sólo muestran la presencia
de la violencia psicológica. En lo expresado en las entrevistas no
queda claro si hay otros tipos de agresión, pero la psicológica sí
es evidente en varios relatos. Las amenazas y la manipulación
forman parte de la agresión psicológica, siendo que 10 de las
24 mujeres entrevistadas narraron situaciones similares a las
indicadas en este apartado. La violencia psicológica es definida
como:

Toda acción u omisión que dañe la autoestima, la identidad,


o el desarrollo de la persona. Incluye entre otros los insultos
constantes, la negligencia, la humillación, el no reconocer
aciertos, el chantaje, la degradación, el aislamiento de ami-
gos y familiares, ridiculizar, rechazar, manipular, amenazar,
explotar y comprar (Carcedo y Zamora, 1999: 30).

Varias de las personas entrevistadas señalaron que en su vida


vivieron experiencias de violencia física, sexual y/o psicológica.
En la mayoría de los casos con parejas anteriores y, en uno de los
casos, con la pareja actual. Las mujeres señalan que las actitudes
violentas de su pareja las llevó a separarse. Posteriormente acu-
dieron a ayuda profesional para superar la situación y retomar
la relación.
Considerando los aspectos analizados en este apartado, se
identifica tres formas de convivencia presentes en las narraciones
257

de las y los participantes: la forma de convivencia constructiva,


la contradictoria y la conflictiva;
• La convivencia es constructiva, cuando la negociación
es la base para la resolución de las diferencias. En las parejas
que tienden a prácticas más democráticas, la relación de pareja
está pautada por el diálogo y por la búsqueda del entendimiento.
Por lo general se ven favorecido por el hecho de que no existen
grandes diferencias. Cuando la negociación es necesaria se trata
de que la solución sea satisfactoria y que lo negociado se respete
por ambas partes. Para lograr acuerdos se cede de forma equita-
tiva, dependiendo de las circunstancias. No siempre es la misma
persona quien logra todos sus objetivos, o bien, quien siempre
sale gananciosa del proceso, lo cual permite generar una diná-
mica más sana en la relación y por tanto el poder no se ejerce
siempre de forma unidireccional.
• La convivencia es contradictoria, cuando se identifican
y racionalizan las diferencias y se intenta negociar y resolverlas.
Pero los acuerdos a veces no son respetados porque persiste la
idea de que “su visión” es la adecuada. Por tanto, en el fondo no
hay aceptación de la resolución, o bien, a pesar de existir la nego-
ciación es casi siempre la misma persona quien tiene que ceder.
La mayoría de los casos analizados se ubican en esta categoría.
• La convivencia es conflictiva cuando los problemas no
son resueltos porque no son objetivados o incluso las diferencias
son negadas. Pueden también existir negociaciones sobre algu-
nas diferencias identificadas, pero en la práctica estas no llegan
a buen puerto o bien al final el acuerdo no es respetado. A veces,
ante la diferencia se suele actuar imponiendo los criterios y pue-
den darse actitudes agresivas –físicas, psicológicas y/o verbales-,
o hay inflexibilidad por parte de uno de los dos integrantes de la
pareja (en todos los casos se trata de hombres). En este aspecto
en particular ubicamos cuatro de los casos analizados, la diná-
mica que se genera en la relación imposibilita el diálogo y con
ello la negociación. Los sentimientos de desilusión que varias de
las entrevistadas mostraron en sus testimonios, hablan de esta
258

situación. Este tema también fue analizado en el apartado relati-


vo a “la relación de pareja y las emociones”.
Consideremos que, más allá de la clasificación, estas rela-
ciones se han mantenido en el tiempo, y en el caso de las pare-
jas que tienen una “convivencia contradictoria y conflictiva”, la
idea de la ruptura es poco considerada, salvo en uno de los casos
que ya fue citado. Influye en ello la dependencia económica de
las mujeres y la historia familiar. Se presentan patrones simila-
res que tiene incidencia en la vida de las mujeres entrevistadas.
Incluso hoy día, las madres suelen recordarles que ellas mantu-
vieron sus relaciones no tanto por deseo, como por la convic-
ción de que esa era su responsabilidad. Pesa de esta forma el
contexto en que fueron criadas, el nivel educativo, y la ausencia
de recursos económicos propios. Son mujeres con escasas po-
sibilidad de reinsertarse en el mercado laboral, en su horizonte
de vida no hay más opción que la aceptación de la situación.
Reproduciendo y perpetuando con ello las relaciones tradicio-
nales de género, aunque con indicios y deseos de romper con su
condición y posición, como lo refleja el testimonio de Marilyn.
La vivencia de la sexualidad y las formas de convivencia
fueron las dos dimensiones que presentaron un cambio inter-
medio. Un poco menos de la mitad de las parejas estudiadas pre-
sentaron una tendencia a prácticas más democráticas.
Con respecto a la sexualidad uno de los aspectos que más
llama la atención es que las parejas que obtuvieron un porcen-
taje mayor y por lo tanto tienden a la simetría en la vivencia
de la sexualidad, son las que le otorgan importancia al factor
emocional. Se considera que a mayor empatía emocional, mayor
armonía y satisfacción entre las partes en cuanto a sus prácti-
cas sexuales y viceversa. Entre menor empatía emocional menos
frecuencia y satisfacción sexual reportaron las parejas con me-
nor tendencia al cambio. De igual forma, son las parejas con ma-
yor tendencia al cambio las que reportan prácticas de negocia-
ción más frecuentes, satisfactorias y donde la iniciativa es más
simétrica, encontrando que la desigualdad de género se acentúa
259

en los estratos más bajos y en quienes tienen un nivel educativo


más bajo.
Con respecto al tema de quién decide el método de anti-
concepción a utilizar en la pareja, la responsabilidad y preocu-
pación es mayoritariamente de las mujeres, en las parejas con
mayor desigualdad. En las parejas más igualitarias en este te-
rreno, que son las menos, es una preocupación y aspecto que se
comparte y se decide juntos. Observamos así, que las prácticas y
discursos entre las parejas más democráticas y las poco o nada
democráticas se distancian sustancialmente. Se observan así di-
ferencias importantes, que afectan principalmente a las mujeres
que forman parte de las uniones heterosexuales.

Cierre reflexivo acerca de las formas de convivencia

Con respecto a las formas de convivencia nos centramos en el


análisis del conflicto, las diferencias y las situaciones problemáti-
cas, y la forma en que las mismas se resuelven. Interesaba identi-
ficar si existía la negociación, el diálogo y la concertación; o bien,
si privaban prácticas impositivas, asimétricas y poco reflexivas.
Al respecto se encontró que los motivos comunes que
más promovían las diferencias y los conflictos giraban en torno
al uso del dinero y a los asuntos familiares, los de su familia y la
extensa. Se identificaron dos aspectos problemáticos con respec-
to a las familias que eran considerados como no negociables, y
por tanto generaban distancia, enojo y descontento en la pareja.
Durante el conflicto podía generarse mucha fricción lo que pue-
de incluso concluir con actitudes amenazantes en la pareja.
A veces se lograron percibir situaciones que se podría ca-
lificar de manipuladoras, pero no era reconocido directamente,
tuvimos que inferir la situación a parir de lo que cada cual re-
lato. Además es difícil determinar los límites entre una actitud
manipuladora y otra que no lo es. Aun así, observamos signos
260

de chantaje emocional que es una expresión de la manipulación.


Que son actitudes negativas porque promueven en la otra perso-
na la culpa, sentimiento muy asociado a las mujeres cuando no
cumplen con “mandatos” sociales y culturales. Al mismo tiempo
la manipulación es una forma de agresión psicológica pasiva, y
en las parejas 10 de las 14 mujeres entrevistadas narraron situa-
ciones similares a diferencia de los hombres. Finalmente, llega-
mos a la conclusión de que podíamos establecer tres formas de
convivencia a partir de las dinámicas identificadas: la forma de
convivencia constructiva, la contradictoria y la conflictiva.
• La convivencia es constructiva cuando prevalece una
actitud positiva y cuando la negociación es la base para la reso-
lución de las diferencias. En las parejas que tienden a prácticas
más democráticas, la relación de pareja está pautada por el diá-
logo y la búsqueda del entendimiento. Las parejas que mostra-
ron una actitud constructiva en este sentido, usan la negociación
como un medio para llegar a una resolución satisfactoria para
ambas partes. Coinciden en que los acuerdos deben ser respeta-
dos y cuando esto no sucede, hay espacio para revisar la situa-
ción. Las parejas que mostraron esta actitud forman parte del
tipo de pareja rupturista o del tipo de parejas constructoras de
la democracia. Se caracterizan por tener una convivencia sana
que genera sentimientos positivos en las dos personas y donde el
poder no se ejerce siempre de forma unidireccional.
• La convivencia es contradictoria cuando se identifi-
can y racionalizan las diferencias y se intenta negociar y resol-
ver las mismas. Los acuerdos a veces no son respetados porque
persiste la idea de que la visión o posición adecuada es la de la
persona dominante, en el caso de las heterosexuales, el hombre.
Por tanto, en el fondo no hay aceptación ni del conflicto ni de
las diferencias. En este caso encontramos que tanto las parejas
constructoras de la democracia como las bien intencionadas ge-
neran actitudes inconsistentes. Situación que se explican por las
contrariedades y contradicciones que enfrentan cotidianamen-
te y que provocan una vivencia tensa dada por la necesidad de
261

las mujeres de resituarse en la relación desde una posición más


equitativa e igualitaria con respecto a su pareja.
• La convivencia es conflictiva cuando los problemas o
conflictos no son resueltos, las diferencias son negadas y las ne-
gociaciones no son respetadas. Se suele actuar más desde la im-
posición que desde la negociación. Se presentan a veces actitudes
agresivas –físicas, psicológicas y/o verbales-, e incluso se utiliza
la amenaza como una forma de generar inseguridad y temor.
Por lo general son los hombres quienes adoptan estas posiciones
y la presencia de este tipo de convivencia se presenta más en las
parejas bien intencionadas y las de relaciones reproductoras.
A pesar de que observamos formas de convivencia nega-
tivas como en el caso de la conflictiva, las parejas se mantienen
unidas y las soportan. Sin embargo, varias parejas manifestaron
que habían considerado la idea de la ruptura en varios momen-
tos, sin que se llegara a llevar a cabo. Consideramos que en la de-
cisión de no separarse influye la situación económica de las mu-
jeres. La dependencia económica, así como la historia familiar
que han vivido muchas de las mujeres entrevistadas promueve
que ellas sigan con sus parejas. Además está presente y la idea de
que la pareja y la familia deben mantenerse unidas soportando
toda fatalidad, por difíciles que estas sean.
Capítulo 6
Dimensiones muy resistentes al cambio:
administración del dinero, trabajo
doméstico y cuidado y crianza de los hijos e
hijas

En este apartado se analizan las tres dimensiones que se han re-


velado como las más resistentes al cambio: la dimensión de la
administración del dinero y los recursos económicos de la pare-
ja, la dimensión del trabajo doméstico y la dimensión del cuida-
do y la crianza de las y los hijos.
Tal y como se ha indicado, son tres los temas que se tratan
en este apartado, uno estratégico en el estudio del poder en las
parejas que remite al control y acceso de los recursos económi-
cos y bienes de la pareja. Los otros dos tópicos han sido condi-
ciones naturalizadas en la sociedad, refiere a la diferencia sexual
entre hombres y mujeres, fuente primaria en la que se funda las
diferencias y la desigualdad.
Hasta el momento, se han analizado las dimensiones que
muestran tendencias al cambio. Los resultados se basaron en el
número de parejas que obtuvieron porcentajes superiores al 70%
en las sumatorias de los distintos ítems, que componen cada di-
mensión. A su vez, se han analizado cualitativamente las prácti-
cas y los discursos de las parejas, lo que nos ha permitido obser-
var la complejidad y las dificultades que enfrentan las mismas,
264

tanto las que son sensibles al cambio e integran en sus prácticas


actitudes más democráticas, como las que no lo hacen.
Con respecto a las dimensiones que se muestran resisten-
tes al cambio los resultados indican que, son pocas las parejas
que muestran modificaciones. En la “administración del dinero
y los recursos”, seis de las 20 parejas entrevistadas obtuvieron un
70% o más (representan el 30% del total de las parejas). En la
dimensión de “distribución del trabajo doméstico” cinco de 18
parejas consideradas que conviven, obtuvieron más de un 70%
(representan el 28% de las 18 consideradas). En la dimensión del
“cuidado de las y los hijos”, 4 de las 14 parejas que conviven y tie-
nen hijos obtuvieron un 70% o más (representan el 28% del total
considerado en esta dimensión). Significa que en la vida cotidia-
na, son realmente pocas las parejas que inculcan en sus prácticas
y discursos una actitud de mayor equidad en la distribución de
los recursos económicos y en la toma de decisiones sobre éstos; y
realizan un reparto más equilibrado del trabajo doméstico y del
cuidado de las y los hijos.
Estos resultados distan de ser casuales, coinciden con la
línea de estudios cualitativos y cuantitativos que reportan des-
igualdades en la participación de hombres y mujeres en el tra-
bajo reproductivo (Rendón, 2000; Wainerman, 2000, 2002, 2005
y 2007; Cea, 2007;21 Paredes, 2008) considerando tanto los ofi-

21 Flaquer (1998) y Cea (2007) consideran que existe inevitablemente una


marcha hacia una familia más democrática y constituye uno de los mayo-
res logros de esta institución. Para Flaquer el carácter democratizador en
las familias europeas se resalta desde los años setenta y la individualiza-
ción es un factor de peso que afecta a la familia como institución. En el
caso de Cea (2007) la democratización familiar es reflejo de la creciente
politización de la sociedad. Para analizar los cambios realiza una investi-
gación comparativa entre España y el resto de la Unión Europea. Estudia
cuanto se ha avanzado o estancado con respecto a fechas anteriores para
lo cual hace un estudio longitudinal de tendencias e indaga en los factores
que pueden haber coadyuvado en la generación de los cambios. En su
estudio concluye que los datos estadísticos y de encuesta grafican la pro-
gresión hacia modelos familiares más abiertos y plurales. Procesos que se
265

cios domésticos como el cuidado y la crianza de las y los hijos-.


Las desigualdades con respecto al reparto del trabajo doméstico
también se observa en los países más desarrollados de Europa
Central, Estados Unidos y Canadá, que aunque muestran cam-
bios notables en otros ámbitos de las relaciones de género en el
familiar se reporta asimetrías significativas. Aun así, estudios en
Europa Central y Latinoamérica indican que, cuando las mujeres
trabajan fuera y cuentan con recursos económicos propios, en sus
familias se verifican cambios en la distribución del trabajo y de las
responsabilidades, así como en la relación de poder (de Barbieri,
1987ª; Beneria y Roldán, 1987; Kingsbury y Scanzoni 1993,
Scanzoni, 1989; Hernández). Significa que, entre más recuersos
económicos tienen las mujeres existe una mejor distribución de
las responsabilidades domésticas y cuidados de hijos e hijas.
Pero, en este estudio observamos que cuando observa-
mos con detalle y desagregamos las actividades que cada cual
realiza notamos que la participación de los varones, es limi-
tada. Es decir, no es inexistente, pero sí bastante puntual y, si
comparamos su aporte con respecto a las mujeres, observamos
una brecha amplia entre ambos, las mujeres aportan y realizan
más trabajo en sus hogares. Se observa, sin embargo que, entre
más tiempo tiene la pareja de convivir y las mujeres trabajan
fuera los hombres participan más en las actividades del hogar
(García y Oliveira, 2006). Sin embargo, lo anterior no significa
que no existan desigualdades en el reparto del trabajo “produc-
tivo”. Por ello afirmamos que, a pesar de los cambios sociales
y de las transformaciones en algunos ámbitos de la vida de las
parejas, el esquema tradicional de la división sexual y de género
del trabajo es persistente. Dicha división dicotómica del trabajo

explican por el creciente individualismo, la secularización de la sociedad


y una mayor asimilación de los principios de igualdad, tolerancia y demo-
cracia. El cambio se materializa en la pluralidad de modelos familiares y
en la aceptación de formas o estructuras familiares que antes eran censu-
radas o estigmatizadas.
266

–productivo-reproductivo- influye en la unidad familiar, por


ello no es casual que la otra dimensión que denota mayor des-
igualdad en las parejas sea la que corresponde al “uso y admi-
nistración del dinero y los recursos”. Históricamente el acceso al
dinero se relaciona con el mundo del trabajo productivo.
Dadas las desigualdades que persisten entre hombres
y mujeres aún en los países desarrollados y más democráticos
como en Suecia. En este estudio se coincide con varias autoras
que plantean que la clave para que la relación sea más democrá-
tica en las parejas reside en la conciencia explícita e interiorizada
por parte, principalmente, de las mujeres (Díaz Capitolina, Díaz
Cecilia, Dema, Ibáñez, 2004b,). En este espacio agregamos que
se requiere de esa consciencia de parte de las mujeres o bien de
una de las personas que conforman la relación, en el caso de
las parejas homosexuales. Dicha actitud crítica y racional per-
mite generar prácticas y discursos que posibiliten una relación
más simétrica. De no ser así, tal y como en años anteriores ya lo
habíamos señalado (Piedra, 1998) el modelo tradicional de rela-
ción de pareja y poder que enfatiza la supremacía masculina se
fortalece y acaba predominando. De ahí que los resultados con
respecto a estas dimensiones no sean alentadores. Sin embargo,
deductivamente el trabajo muestra cuáles son los ámbitos temá-
ticos que deben ser tratados y trabajados con mayor énfasis en
el desarrollo de las políticas sociales. Permite que se identifique
que acciones promover para contribuir a promover transforma-
ciones en las relaciones de género y revertir las desigualdades e
inequidades que persisten en la sociedad.
Así que, siguiendo a autoras como Nyman y Reinikainen
(2001) y reafirmando una de las hipótesis planteadas en el inicio
del trabajo, diremos que la desigualdad de género reside en las
negociaciones de cada día y en la práctica cotidiana de la pareja.
De ahí la importancia de los temas que se han tratado hasta el
momento y que nos han dado la posibilidad de identificar cam-
bios y procesos tendentes al ideal democrático. Ello a pesar de
267

las resistencias y la persistente desigualdad que se refleja en las


dimensiones que se analizan en este capítulo.

El dinero en la pareja, formas de uso y desigualdad

Se podría pensar que en los casos de las parejas que tienen dos
ingresos porque ambos cuentan con trabajo remunerado, la
igualdad en el uso y la administración del dinero debería ser
igualitaria; pero vemos que no es así. La otra situación, la de las
parejas en donde es la mujer la que ingresa más, podría producir
una situación en la que ella tuviera mayor cuota de poder en su
administración y uso, pero no necesariamente es así. Son justa-
mente estos aspectos los que analizamos en este apartado: pare-
jas en donde existen dos salarios y las mujeres ganan igual que
sus esposos, otras en las que ganan menos y algunas en la que las
mujeres ganan más. Parejas en donde sólo existe un salario y pa-
rejas homosexuales en donde se dan las mismas condiciones de
mayor, igual o menor salario entre las personas que las forman.
Hipotéticamente se parte de la idea de que las parejas que
cuentan con doble ingreso tienen una relación de poder más de-
mocrática (igualitaria) con respecto al manejo del dinero y los
recursos económicos. Sin embargo, veremos en los casos estu-
diados que el factor económico es importante en la pareja, pero
no determinante ya que el afecto y los aspectos emocionales in-
ciden de forma importante en las actitudes y las conductas; y no
siempre de igual manera.
Aunque el vínculo entre las relaciones de pareja y el di-
nero no es nuevo en las investigaciones sociales, ya que desde
los años 60 con las teorías de Blood y Wolfe se inicia toda una
tradición sociológica que examina la relación entre el dinero y el
poder en el hogar (Blood y Wolfe, 1960; Pahl, 1980; Hertz, 1988;
Zelizer 1997), los estudios más novedosos y recientes, como los
de Zelizer (2009), Singly (1996b), Díaz, et.all. (2004) y Dema
268

(2006, 2008), analizan el vínculo subjetivo que se da en las tran-


sacciones económicas cotidianas en la parejas y entre las perso-
nas, lo que a su vez incluye relaciones de poder que tienden a
favorecer la posición de superación y dominio de los hombres
sobre las mujeres.
La particularidad en la administración del dinero en las
parejas es que, aunque parece ser que la posición de cada quien
con respecto a cómo se utilizan los recursos es racional, en el
tanto está enmarcada en las posibilidades reales, económicas,
materiales y por tanto tangibles de la pareja. En realidad las deci-
siones siempre se ven atravesadas, o más bien están contenidas,
por la emocionalidad, es decir por el amor y demás sentimientos
presentes en una relación. Así, el acto racional deja de ser un
mero juego de elección racional.
En definitiva, en las relaciones de pareja el afecto es tan
importante como el dinero. Ambos elementos amor y dinero,
interactúan, ponen en el entramado las relaciones de poder en
la pareja y evidencian las asimetrías que se generan en el ámbito
de la familia. Partamos de que, por lo general, las personas que
tienen una convivencia en pareja consideran que el dinero es
un bien común. Esa idea se fundamenta justamente en el lazo
afectivo de las personas -“lo tuyo es mío y lo mío tuyo”-. Sin
embargo, si este principio fuera real, las asimetrías simbólicas
y materiales no deberían existir en las parejas. Hay desigualdad
simbólica porque ambas partes consideran que tienen igualdad
de oportunidades para decidir sobre el dinero, pero en la prác-
tica no es así. Hay asimetría material porque incluso los recursos
económicos no se usan en igualdad de condiciones, y por lo general
quien tiene menos es la mujer o, en el caso de las relaciones homo-
sexuales, quien tiene menos, es quien gana menos.
François de Singly (1996a y 1996b) plantea que el amor
conyugal requiere que los integrantes de la pareja superen prue-
bas. Así, en el amor se expresa la capacidad de dar de las perso-
nas, de dar su tiempo, su dinero y su atención, de tal forma que
cada integrante se sienta apreciado como persona. El amor, una
269

emoción abstracta, se hace de esta forma tangible en la práctica.


Así, la relación amor-dinero es un factor presente en la pareja.
Implícita en los deseos hacia el otro/a, está la idea de genero-
sidad, solidaridad, empatía, pero cuando se sacan las cuentas,
puede que el sentimiento amoroso ocupe un segundo plano, to-
mando relevancia los actos racionales. Al respecto Díaz et al.
Parafraseando a Singly señalan:

Puede que el amor sea ciego, pero la administración de los


recursos financieros deja de serlo en algún momento de la
vida de la pareja y es entonces cuando se pueden conocer las
características de ese desequilibrio (en: Díaz Martínez, Díaz
Méndez, Dema e Ibáñez, 2004: 25).

De modo que aunque la economía familiar, no sea un entor-


no mercantilizado en el que sólo existe gestión presupuestaria
y organización doméstica, sí está afectada por la forma en que
se entiende y gestiona el dinero. El uso y manejo del dinero está
atravesado por relaciones interpersonales que hacen que las
conductas económicas tengan una lógica propia.
Así que las desigualdades en torno a la relación de poder
económico, varían de acuerdo con el tipo de relación y la situa-
ción particular de las mujeres. Por ejemplo, las mujeres que son
amas de casa no siempre enfrentan la misma condición, unas
pueden tener acceso a la administración del dinero, y otras no
son ni siquiera consultadas a la hora de administrar los recur-
sos. Siendo que el dinero es un recurso de poder, nos interesa
analizar cómo se entrelaza lo afectivo y lo económico en la pa-
reja. En este caso se analiza los aspectos que hombres y mujeres
toman en cuenta a la hora de decidir sobre asuntos personales
o familiares.
Considerando los aspectos conceptuales anotados, en
este trabajo se parte de que el amor en las relaciones de pareja
permea los intercambios simbólicos y materiales. De esta for-
ma la subjetividad que se genera producto de los sentimientos
270

que interfieren en una relación de pareja, tienden a ocultar el


carácter mercantil que tiene el dinero. Por tanto, el ejercicio del
poder y la toma de decisiones que implica la administración de
éste, está subjetivizado por el afecto y/o el amor de las mujeres
hacia los hombres y, en un segundo plano, de los hombres hacia
las mujeres, en el caso de las parejas heterosexuales. En el caso
de las parejas homosexuales el patrón de comportamiento pue-
de ser semejante. Por lo general quien más recursos aporta a la
pareja es quien tiene más control, o bien, la persona que asume
el “rol” femenino suele sentirse más vulnerable ante las peticio-
nes y exigencias de su pareja (tal es el caso de Gilberto y Gabriel
(tipo 3).
Consideremos las parejas estudiadas. De las veinte parejas
estudiadas, sólo seis muestran tendencia al cambio, es decir, a
prácticas más democráticas en el manejo del poder con respec-
to al uso del dinero. Siguiendo la lógica que hemos establecido
en este trabajo para identificar las parejas que tienden al cam-
bio, recordemos que se ha tomado como listón un 70% como
porcentaje mínimo. Son solo seis las parejas que lo obtuvieron
más de un 70% en la dimensión “administración del dinero y
los recursos”. Los ítems que son considerados en este caso refie-
ren a: cómo se toman los acuerdos en la pareja con respecto a
las inversiones, proyectos, compra de bienes materiales y raíces,
ahorros, compra de electrodomésticos, gastos en electrónica,
actividades recreativas, educación de sus hijos y/o hijas, gastos
personales. Así como la forma en que se administran los recur-
sos en la pareja y del sistema que se usa: el de una única cuenta,
cuentas separadas, distribución de los gastos, conocimiento que
tienen de los recursos de su pareja y la forma en que se perciben
los ingresos de cada quien.
En esta dimensión, al igual que en la dimensión de la
“forma de convivencia”, tenemos que los porcentajes más altos
corresponden a la pareja “rupturista” y a algunas de las pare-
jas “constructoras de la democracia”, dos parejas de ese grupo
quedaron por fuera. Las parejas con más de un 70% son: Irma
271

y Celia (pareja rupturista), Megui y Jorge, Rina y Jesús, Ema y


Manuel, las cuatro forman parte del tipo 2, “parejas construc-
toras de la democracia”; Gerardo y Ana, pareja que forma parte
del tipo 3 “las parejas bien intencionadas” y Marlen y Rodrigo,
que pertenecen al tipo 4, “parejas reproductoras”, los detalles se
pueden observar en el cuadro siguiente;

Cuadro 15
Porcentaje que cada pareja obtuvo en la dimensión:
administración y decisiones con respecto al dinero

Tipo de pareja % Uso del


dinero
Pareja rupturista y democrática
1. Irma y Celia 94
Parejas constructoras de la democracia
2. Lily y Andrés 60
3. Megui y Jorge 91
4. Rina y Jesús 87
5. Anabel y Lorena 49
6. Elda y Mauricio 61.5
7. Emma y Manuel 70
Parejas bien intencionadas pero poco
democráticas
8. Marta y Walter 56
9. Ana y Gerardo 70
10.Victoria y Carla 55
11.Luz María y Bernardo 63
Parejas reproductoras de relaciones
poco o nada democráticas
12. Gilberto y Gabriel 37
272

13. Sabrina y Fabricio 50


14. Teresa y Lorenzo 56
15. Rosemary y Armando 60
16. Marilyn y Pedro 57
17. Mercedes y Camilo 46
18. Marlen y Rodrigo 92
19. Cecilia y Francisco 36
20. Miriam y Jerónimo 41.5

¿Qué explica este resultado? ¿Por qué parejas como las de Lily y
Andrés y Anabel y Lorena, siendo democráticas en la sumatoria
total de todas las dimensiones, en ésta dimensión en particular
quedan por debajo del 70%? Pero también, ¿cómo interpretar el
hecho de que Marlen y Rodrigo, pareja ubicada en la categoría
de reproductora, es decir, con prácticas muy poco igualitarias,
en ésta dimensión se ubique entre las de mayor puntuación?
Al respecto podemos decir que lo que explica este resul-
tado se fundamenta en dos aspectos: el acceso al dinero y la ad-
ministración de los gastos cotidianos. En primer lugar, con res-
pecto al acceso al recurso económico por lo general la persona
que tiene más ingresos tiende a ejercer un mayor control y poder
en el uso del dinero. Se genera una práctica menos democrática
que se denota en la toma de decisiones para su inversión, pues se
producen asimetrías incluso en el consumo de artículos y todo
ello provoca importantes desniveles en la pareja. La desigualdad
se acentúa cuando el manejo del dinero es individual y uno de
los dos tiene más ingreso económico que el otro/otra. De no ser
que se planteen romper con la asimetría de forma racional, y ge-
nerar prácticas y formas de administrar el dinero para eliminar
las diferencias, tal y como lo promueven Irma y Celia (tipo 1).
Las diferencias en los ingresos provocan una desigualdad en el
uso y gestión de los recursos. Por ello, en las parejas con salarios
273

diferenciados, el uso de la cuenta única o una administración


compartida contribuye a disminuir la diferencia. Por lo general,
cuando los ingresos son desiguales y cada cual administra su
dinero y cuentas. Quien tiene ingresos más altos, tiende a tener
más recursos y a tomar decisiones de carácter estratégico con
mayor frecuencia, sin consultar a veces a su pareja. Quien gana
más considera por lo general que los recursos son individuales
y que una vez que cumple con los gastos de la pareja o familia lo
que haga con la parte del dinero que le queda o “sobra” es asunto
individual y privativo.
Hay así una diferencia entre la administración del dinero
para atender los gastos cotidianos de la familia, tarea que por lo
general está en manos de las mujeres, y la administración de los
recursos totales, que tiene que ver con inversiones y toma de de-
cisiones estratégicas. En las parejas en donde sólo hay un ingreso
económico la administración está en manos de los hombres, o
bien, de la persona que gana más. La persona que administra
suele ser en la mayor parte de las ocasiones el hombre, por las
diferencias sociales y laborales de carácter estructural que exis-
ten en la sociedad.
Con respecto al segundo factor; la administración del
dinero en la cotidianidad, es un trabajo que implica esfuerzo y
conlleva desgaste. Las actividades, gestiones, decisiones y tiem-
po que hay que dedicarle, provocan tensión y generan responsa-
bilidad. Todas estas tareas, tales como realizar los pagos (presen-
ciales o por vías electrónicas), llevar control de fechas, realizar
las transacciones a tiempo, contar con el dinero para ellos, entre
otras, están poco valoradas y por lo general están en manos de
las mujeres. Esta administración del “menudeo” produce la sen-
sación de tener control y acceso al dinero, aunque lo que efec-
túan es una mera gestión del mismo. Los hombres contribuyen a
alimentar este espejismo repitiendo una y otra vez en sus relatos
que “en casa es la mujer la que manda”. Los hombres señalan que
ellas toman las decisiones y hacen gestiones, pero son conscien-
tes de que les asignan lo irrelevante, lo molesto, lo rutinario, ya
274

que aquello que ellos consideran como importante y trascen-


dente sigue siendo de su exclusiva decisión y responsabilidad.
En el caso de Celia e Irma la administración y uso de los
recursos está basada en el deseo de la equidad, mantienen cuen-
tas separadas, pero la distribución de los recursos y la revisión
de los gastos y su asignación, son colectivas. Celia narra su ló-
gica, a pesar de que la cita es extensa consideramos que ilustra
en detalle lo que implica en la práctica su forma de negociación
cotidiana, en lo que a los gastos se refiere:

-“Hemos tenido muchas normas en el sentido de lo económi-


co,… teléfono cada una paga, eeh agua, luz, cable lo pagamos
en común, y eeh, la comida, en general la pagamos en común,
si alguna quiere alguna delicita como decimos nosotras, o algo
como un shampoo diferente porque tengo el pelo muy seco, o
una crema o yo no sé cualquier cosa verdad, diferente, en-
tonces es personal, entonces lo personal cada una lo paga por
aparte…
-¿Todas sus cuentas están separadas, ganancias, etc.?
-Cada una por aparte, y si, lo que recibimos de nuestras en-
tradas particulares, cada cual lo maneja y formamos una so-
ciedad […].
-¿Me puede explicar?
-Eeh, bueno, yo tenía dos propiedades que las alquilaba, aho-
ra esas propiedades las vendí entonces, esas dos propiedades
no estaban en la sociedad, porque esas propiedades eran com-
partidas con un hermano, entonces como eso era compartido,
yo no lo podía meter en una sociedad verdad, mi hermano
tendría que estar de acuerdo, entonces yo estaba muy preocu-
pada por eso. Entonces, lo que hicimos fue venderlas y repar-
timos el dinero. Ahora eso lo tengo, en bonos, recibo mensual-
mente dinero. Irma también tiene bonos después eeh, esa casa
que si la tenemos en sociedad, en Sabanilla, realmente Irma
la compró, después la pusimos en sociedad, en eso yo estoy
de acuerdo para que tengamos unas entradas equivalentes,
entonces Irma recibe, el alquiler de esa casa de Sabanilla. Y la
tenemos alquilada en este momento, el alquiler es totalmente
275

para Irma, entonces, entre lo que yo recibo, de los bonos que


tengo, la pensión, lo que recibe Irma de la pensión y el alquiler,
más o menos las dos recibimos lo mismo, entonces, estamos
bien. Los gastos, los gastos, de la casa, los tenemos divididos
por ejemplo, cuando digo los gastos de la casa por ejemplo, si
hay que cambiar canoas a esta casa, yo se las cambio, pero ella
asume, otros gastos, los del carro en términos de que si hay
que llevarlo al taller, ella paga el taller, pero la gasolina y todo
eso la pagamos en común, por ejemplo, el pago del jardinero
(ríe), que podrás ver, que por cierto es bastante grande, enton-
ces lo pagamos entre las dos” (Celia, tipo 1).

Las decisiones sobre los gastos y la distribución de quién los asu-


me suele ser consensuada y señala que su principal dificultad
consiste en tomar decisiones que tienen que ver en cómo aho-
rrar o invertir pensando en el futuro. A Irma le angustia su situa-
ción económica, y suele tener diferencias con Celia al respecto:

“Una cosa en la que nos cuesta ponernos de acuerdo, es en


cómo invertir el dinero. Yo soy como muy temerosa de per-
derlo, y por ejemplo, me pongo muy nerviosa, digamos con la
situación, como con lo que sucedió en Argentina, bueno tal
vez es que yo me angustio más de la cuenta, que si tenemos
el dinero en el banco y sucede como en Argentina que no nos
dejan sacar el dinero y así, o que lo pasemos a dólares porque
se está devaluando mucho, pero dice Celia que eso no hay que
preocuparse, que ahí las cosas se irán solucionando, entonces
en eso nos cuesta un poquillo ponernos de acuerdo ...” (Irma,
tipo 1).

El dinero es un aspecto clave en ese sentido, contribuye a que


observemos las desigualdades en la distribución de los recursos
y por tanto en el ejercicio del poder. Pero, tal y como señalamos
al inicio, la particularidad de esta dimensión es que las decisio-
nes siempre se ven contenidas por las emociones y sentimien-
tos, en particular en el tipo de relaciones que estudiamos, por el
276

amor. El uso del dinero y de los recursos expresa y plasma como


pocos las desigualdades de poder.
François de Singly (1996b) plantea que el amor conyugal
requiere superar pruebas por parte de sus adeptos, por tanto, el
amor se expresa en la capacidad de dar de las personas, de dar
su tiempo, su dinero y su atención, de tal forma que su pareja
se sienta apreciada como persona. La construcción de una pa-
reja implica en algún momento introducir el tema del dinero,
aunque la relación inicialmente no considere el aspecto material
como un elemento central de la misma, pero en una relación
estable la misma pareja pasa por la gestión, administración y
reparto de los recursos y es aquí donde supera una de las prue-
bas más duras, aun cuando usualmente permanezca muy poco
visible. “El amor es ciego, lo cual supone que aquellos que han
sido golpeados por él son inconscientes del modo en que sus
recursos financieros son administrados… Si el factor amor se
introduce en el análisis [de las relaciones económicas de pareja],
las cuentas milagrosamente se equilibran, gracias al beneficio
emocional” (Singly, 1996b: 21).
Las desigualdades que se dan en torno a la relación de po-
der económico, varían de acuerdo al tipo de relación y situación
particular de las mujeres. Por ejemplo, las mujeres que son amas
de casa no siempre enfrentan la misma condición, unas pueden
tener acceso a la administración del dinero, y otras no son ni
siquiera consultadas por sus parejas a la hora de tomar decisio-
nes económicas importantes, ignorando en muchas ocasiones la
verdadera situación económica de la familia.
Tomemos en cuenta que hay que diferenciar entre lo que
implica tener un control sobre los recursos, de lo que signifi-
ca la administración o gestión de éstos. Cuando hablamos de
control sobre los recursos se apunta a destacar el poder que las
personas tienen sobre la toma de decisiones en asuntos que no
son cotidianos. Por lo tanto hay decisiones estratégicas, en este
caso, si las mujeres acceden a este espacio, podremos señalar que
estamos ante procesos de empoderamiento de ellas y en lo que
277

respecta a la pareja, a prácticas más democráticas e igualitarias.


Ahora, cuando la toma de decisiones nos lleva al terreno de la
administración o gestión del dinero estamos frente a una fun-
ción de carácter ejecutivo que consiste en una toma de decisio-
nes cotidiana (Vogler y Pahl, 1994) y que no implica un proceso
de empoderamiento de las mujeres sobre el uso y disposición de
los recursos.
Además de Irma y Celia (tipo 1), otras parejas obtuvieron
porcentajes altos en la distribución y uso del dinero como Megui
y Jorge (tipo 2), Rina y Jesús (tipo 2) y Emma y Manuel (tipo 2).
A pesar de que estas parejas son disímiles entre sí se caracterizan
por la búsqueda incesante de la equidad en todos los campos,
incluyendo el uso del dinero.
Rina y Jesús (tipo 2) cuentan con la particularidad de que
es Rina la que gana más y es la que administra el dinero. Megui
y Jorge (tipo 2) se caracterizan por las ausencias temporales de
Jorge del país, y esto ha implicado que en la práctica Megui sea
la responsable de la administración y el control de los recursos
y Emma y Manuel (tipo 2) tienen actividades económicas –la-
borales- que han variado en el tiempo, lo que incide en los in-
gresos de cada uno de ellos y de la pareja, pero gane más quien
gane. Tenga entradas económicas más altas quien las tenga –por
ingresos familiares de Emma o proyectos específicos de Manuel-
es él quien decide los gastos estratégicos, aunque la administra-
ción cotidiana sea compartida. Veamos los detalles de cada caso,
para lo cual se ha diferenciado a las parejas de doble ingreso de
las que cuentan con un único ingreso.

El uso del dinero en las parejas de doble ingreso

El grupo que analizamos a continuación tiene la característica


de estar constituido por parejas con doble ingreso y haber obte-
nido en la sumatoria de los ítems menos de un 70%- Analizamos
278

las parejas con prácticas poco democráticas a la hora de tomar


decisiones, hacer uso del dinero y distribuir el trabajo que im-
plica la gestión y administración de éste. Un factor de peso en
el resultado tiene que ver con el tipo de trabajo extradoméstico
que se realiza y el ingreso que obtienen del mismo. Es decir, un
trabajo poco estable y un menor salario en el caso de la mujer
interfiere en el uso y la administración del dinero en la pareja y
genera prácticas menos democráticas.
En el análisis realizado logramos identificar tres situacio-
nes distintas: parejas que cuentan con ingresos similares, parejas
en donde uno de los dos tiene un trabajo más estable que el otro
y parejas en donde uno de los dos cuenta con un ingreso marca-
damente mayor que el otro. Más allá de las diferencias en el tra-
bajo extradoméstico, se identificó en todas las parejas y de forma
general un uso asimétrico y poco democrático de los recursos.
En unos casos está más acentuado que otros, las asimetrías pro-
ducto de las diferencias. Una primera constatación significativa
es que contar con un trabajo extradoméstico, por sí mismo, no
garantiza prácticas simétricas en las parejas. Incluso si además
las personas tienen un nivel educativo alto, ello tampoco marca
la diferencia en las prácticas. Lo cual permite afirmar de nue-
vo, que las relaciones y prácticas democráticas están más deter-
minadas por los niveles de conciencia y deseo de las personas
por generarlas. Más que los recursos con que cuenta cada cual.
Aunque el dinero posibilitan cierta independencia en las muje-
res, no inciden de forma directa en el manejo de este con res-
pecto a gastos extraordinarios, toma de decisiones importantes,
como la educación y la salud personal y de las y los hijos. Así
como el uso del dinero en actividades recreativas, necesidades
personales como salud, belleza, vestido, estudio, deporte, vivien-
da, automóvil, etcétera.
Cuando hay dos ingresos a veces se genera un recargo en
una de las personas aunque existan ingresos parecidos, cuan-
do uno de las dos personas gana más hay una mayor autono-
mía y uso individual del dinero por parte de ésta (en general el
279

hombre). Y cuando una de las dos personas, que son casi siem-
pre las mujeres, no tienen trabajo estable, por ejemplo venden
servicios o trabaja por horas, su ingreso es valorado como un
apoyo poco significativo por parte del proveedor principal. En
las narraciones encontramos la existencia de diferencias de gé-
nero sutiles en el manejo del dinero, en la toma de decisiones,
en el acceso y uso que cada integrante de la pareja le da. En las
mujeres prevalece un uso orientado a las necesidades familia-
res por encima de las propias, a diferencia de los hombres que
actúan con un mayor individualismo, situación que se repor-
tan en otros estudios como los de Dema, (2007), Capitolina y
otras (2004), Allmendinger (2004), Stock (2004), Wilson (2004)
y Nyman y otras (2004) han reportado en sus investigaciones.

Parejas de doble ingreso en donde uno de los dos gana más

En las parejas de doble ingreso en donde las mujeres son co-


proveedoras secundarias, son los hombres quienes tienen más
prerrogativas en la toma de decisiones con respecto al uso del
dinero. Por su parte las mujeres sacrifican parte de su individua-
lidad a los intereses comunes de la familia. Cuando las mujeres
son las principales proveedoras en las parejas, su individualiza-
ción no se destaca. En el caso de Rina (tipo 2) y Marta (tipo 3),
ambas proveedoras principales, hacen un uso común del dinero
y generan espacios de participación en la administración y toma
de decisiones de sus parejas, pero cuando los hombres son los
principales proveedores su actitud no es la de ellas.
Señalemos al respecto el caso de Sabrina y Fabricio (tipo
3), ambos son profesionales, él es máster en economía y ella
es bachiller en administración pública. La familia de Sabrina
cuenta con recursos económicos -sector medio profesional-, le
dieron facilidades y apoyo para que estudiara y en la actuali-
dad ella no desea ni seguir estudiando, ni obtener un trabajo
280

en administración. Anteriormente trabajó en la administración


de un hotel por más de tres años, en la farmacia propiedad de
su papá y en una institución pública. Decidió dejar de laborar
por falta de tiempo y recargo del trabajo doméstico y empezó a
realizar trabajos de manualidades y pinturas en madera, desde
su casa, para venderlas. Fabricio se dedica a dar lecciones en una
universidad pública y en otra privada, y tiene como meta ingre-
sar a un doctorado para continuar con su formación. Ninguno
de los dos cuenta con un trabajo permanente. Sin embargo,
Fabricio es interino y su trabajo es formal y por lo general es con-
tratado semestre tras semestre en la Universidad. Él es el provee-
dor principal de la pareja y desea que Sabrina consiga un trabajo
estable para tener una mejor situación económica. Sabrina, por
su parte, se encuentra satisfecha con lo que hace, considera que
logra obtener ganancias importantes y que si Fabricio la deja-
ra montar su micro empresa los resultados serían mejores, pues
tiene conocimiento de sobra para ello.
La administración cotidiana está a cargo de Sabrina, tie-
nen una cuenta en común, pero a la vez cada cual tiene sus tar-
jetas de crédito y débito. La diferencia entre ambos está en que
Sabrina recibe menos dinero y se auto presiona para hacerse car-
go de determinados gastos, como pagar la gasolina del auto y el
pago de su tarjeta de crédito con la cual realiza compras para ella
y la familia. A pesar de que con los ingresos que tiene a veces no
le alcanza. La decisión sobre la compra del auto fue de Fabricio
y está a nombre de él. Señala que cuando compren la casa será
igual, que estará a nombre de él, “aunque es una decisión mutua”.
¿Por qué renuncia ella tan fácilmente a los bienes? Esta actitud
de dar se observa también en lo cotidiano, ella no cuenta con un
ingreso mensual, pero cuando recibe dinero decide “invertirlo”
comprando cosas para Fabricio:

“Lo que gano todo es para él, es que ni siquiera es para mí ..,
para Navidad que me gané como 200.000 ($400) le compré
un par de zapatos de 70.000 mil pesos ($140), un pantalón. Es
281

por darle a él, porque ni siquiera es que me compro para mí


..., si fuera que uno se gasta la plata en uno yo digo todavía
verdad, pero no, a mí, a veces me da cólera porque él esas
cosas no las ve, o sea, él ve que gasté, pero no ve a quién se lo
di” (Sabrina, tipo 3).

Sabrina se angustia porque no cuenta con un ingreso fijo pues


siente la presión y necesidad de trabajar y generar ingresos para
la manutención de la pareja, pero no desea trabajar en ciertos
tipos de puestos acordes con la formación que adquirió. No
quiere trabajar tiempo completo porque recuerda la experiencia
anterior: que cuando tuvo trabajo remunerado, tuvo que seguir
asumiendo en su totalidad el trabajo doméstico, pues su esposo
no contribuía con estas labores. Por ello, ha intentado realizar
actividades laborales que le den una mayor flexibilidad en el uso
del tiempo, por eso las que más le interesan son las de carácter
informal porque, casi todo lo puede realizar en su casa.
El uso poco democrático del dinero lo encontramos tam-
bién en parejas del tipo 2 (constructoras de la democracia) que
muestran una mayor simetría en otras dimensiones estudiadas
en este trabajo, tal es el caso de Lily y Andrés, Anabel y Lorena,
Emma y Manuel. Por ejemplo, Emma siente que quien toma las
decisiones económicas en la pareja es Manuel, él por su parte
estima que es un asunto absolutamente equitativo. Sin embargo
la vivencia de Emma no es así, y considera que sus necesidades
han quedado relegadas frente a las necesidades de su pareja, lo
que ha impedido, incluso, continuar con su formación académi-
ca. Al respecto transcribimos uno de los ejemplos que nos narró
en su entrevista:

“Ahora Manuel me promete que cuando le den el dinero de


esto de la casa, y todo, él me lo quiere dar, que él me va a
pagar estudios y todo. Eso lo hemos venido hablando pero yo
me siento mal, ahí hay algo que a mí siempre me ha punzado,
sí, me ha dado cólera, me ha dado rabia, de ver que a veces,
282

o cada vez que teníamos el dinero y yo decidía voy a hacer tal


cosa … algo se presentaba que ese dinero se tenía que gastar,
entonces, a mi si me daba rabia, me daba como no sé ni que
(ríe), … de hecho mi hermano me regaló un dinero y yo fe-
liz verdad, y fue cuando nos vinimos para este departamento
y lo tuvimos que invertir todo en arreglar el departamento .
Entonces, ves, ya otra vez yo me siento muy mal, y lo hago
sentir muy mal, pero, ahora pudimos resolver algo y me dice:
“...yo te devuelvo todo ese dinero...”, ya te digo, yo a veces le
reclamo y él me dice: “...Emma pero si no somos vecinos, no
somos desconocidos, somos un matrimonio...hay que actuar
como tal”, yo todavía, no tengo esa cuestión de, de compartir,
el dinero era mío y punto, y lo gastamos en otras cosas ¡ ay me
da tanta rabia!” (Emma, tipo 2).

Lily y Andrés (tipo 2), a pesar de ser una de las parejas que tie-
nen prácticas igualitarias en otros espacios como el afectivo, el
sexual, la distribución del trabajo doméstico y el cuidado de
las hijas, muestran en ésta una mayor asimetría. La desigual-
dad proviene de la diferencia de ingresos que existe entre los
dos. Andrés logra obtener más ingresos que Lily, a pesar de que
ambos tienen sus pequeñas empresas, son autónomos. Esto, en
la práctica, provoca un gran esfuerzo por parte de Lily para
cumplir con la mitad de los gastos de la familia que a ella le co-
rresponden. En consecuencia, el dinero que le queda para sus
necesidades es muy limitado, o casi inexistente. Por el contra-
rio, Andrés cuenta con más dinero para salir con sus amigos,
pagar los viajes que realiza a Estados Unidos, para visitar a sus
familiares y hacer otro tipo de actividades satisfactorias para él.
Cuando tiene dinero suficiente hace partícipe a Lily de dicha ac-
tividad, y la invita también a paseos que organiza, de esta forma
Lily depende de la actitud de Andrés. La individualidad con que
ambos manejan los ingresos de cada cual les impide en parte,
considerar los ingresos económicos de los dos como un bien
283

común. Situación que es válida, más allá de la desigualdad que


se genera, por las diferencias que tienen en los ingresos.
Vamos a detenernos en dos de las parejas homosexuales
estudiadas en las que identificamos prácticas disímiles al inte-
rior de la pareja, a pesar de que las dos personas cuentan con
ingresos propios. Nos referimos a los casos de Victoria y Carla
(tipo 3) y Gilberto y Gabriel (tipo 4). En el caso de Victoria y
Carla, es ésta última la que tiene un mayor poder en la toma de
decisiones en general. En su relación de pareja casi siempre se
hace lo que ella desea –ella tiene un mayor nivel educativo, es li-
cenciada y actualmente gana más que su pareja. Victoria y Carla
no conviven, Carla desea mantener una relación de pareja esta-
ble pero viviendo cada cual en su propia residencia. A esta for-
ma de “convivencia” se le ha llamado “vivir juntas/os-separados/
os”, que se diferencia, tal y como se señaló en el estado del arte,
de la típica relación de noviazgo, o bien, de las parejas que por
razones económicas y laborales no viven en el mismo país, que
tienen una relación a distancia. A Victoria le gustaría convivir,
lpero esto genera diferencias entre ellas, dificultades y constan-
tes desacuerdos en la relación. Las relaciones donde cada cual
tiene su casa de habitación no son muy frecuentes en nuestro
país; sin embargo, podemos mal interpretar la situación al no
contar con fuentes estadísticas que nos permitan observar estas
prácticas. Los indicadores que se incorporan en las Encuestas de
Hogares de Intenciones Múltiples y en los Censos de Población
son muy generales y solo se suele preguntar por la condición
civil –casada, divorciada, separada, unión libre, viudez- sin con-
siderar otras formas de convivencia e incluso preguntar por las
preferencias que las personas tienen aunque no las practiquen.
En esta pareja tenemos que, aunque ellas no conviven,
suelen compartir algunos gastos, no obstante aunque Carla gana
más en este momento, ella es la que suele ser “auxiliada” eco-
nómicamente por Victoria, quien es buena administradora de
sus recursos. La actitud de Victoria le ha favorecido para hacer
284

algunas inversiones (construir dos pequeños apartamentos),


que ahora le permiten tener un ingreso extra del de su salario.
Carla gasta el dinero en sus necesidades básicas, pero sue-
le comprar de más en asuntos personales, como: ropa, salidas,
etcétera. Por lo general no le alcanza para la manutención men-
sual y recurre a Victoria quien le “presta” el dinero que necesita.
Ambas suelen hablar sobre los gastos económicos de cada quien
y establecen prioridades considerando las necesidades de cada
una para cubrir los gastos en los que incurren cuando están jun-
tas. Sin embargo, Victoria siente que ella toma más en cuenta las
opiniones de Carla, que Carla las de ella:

“Yo siento que yo hablo con ella y a veces no me toma en


cuenta...bueno, las cosas en mi casa en mi apartamento...,
desde el piso, aunque estuviéramos agarradas del moño, ... lo
que está donde está, está por decisión de las dos, porque yo
siempre aunque ella no viva conmigo, la tomo en cuenta, y
siempre vamos y escogemos juntas, cosa que yo no he sentido
cuando ella se pasó de casa, verdad, y si yo pongo algo donde
a mí me dé la gana, a ella no le gusta y me dice que “ esta es
mi casa”, y está bien es su casa pero... yo he compartido con
ella mis cosas” (Victoria, tipo 3)

La actitud de Carla es diferente. Ella marca diferencias en su


espacio, tampoco respeta las decisiones y suele gastar de más
haciendo uso de su dinero e incluso del de su pareja. Razón por
la cual está tratando de poner en orden sus gastos, tal y como
Victoria le aconsejó. Carla piensa que Victoria tiene ingresos
económicos mayores que ella, en lo cual tienen divergencias,
pues la idea de cada una es que la otra gana más. Lo que sí reco-
noce Carla es su desorden administrativo:

“El mes pasado yo le dije: “...necesito que me ayudes, o sea,


no sé que se me hace la plata, necesito que me ayudes a or-
denarme...”, y me mostró una contabilidad extraordinaria, la
285

apliqué este mes y me sobro plata , porque ella me enseñó a


ordenarme con los gastos, porque entre otras cosas , yo soy la
compradora compulsiva, entonces, dejé de comprar cosas por-
que tenía otros gastos que asumir, pero igual no sabía cómo
hacerlo, entonces, ella, indudablemente verdad, ella es abso-
luta y perfecta administradora de lo económico, sin lugar a
dudas” (Carla, tipo 3).

Gilberto y Gabriel (tipo 4) mantienen una relación de convi-


vencia desde hace tres años, y, desde hace aproximadamente un
año vive con ellos el sobrino de Gabriel, cuya madre falleció.
Gilberto es el mayor de los dos, es abogado, hace un ejercicio
liberal de su profesión y es quien gana más y, según señala, es
quien pone más dinero para la manutención de la familia. En
general, la relación muestra varias desigualdades, razón por la
cual en la sumatoria final del instrumento aplicado obtuvieron
un 67.5%. Gilberto plantea que por más que tratan de afron-
tar las diferencias, Gabriel “no cumple”. La principal dificultad
estriba en que conversan, negocian, toman acuerdos pero por
lo general Gabriel no los cumple, lo que genera un constante
conflicto entre los dos.
Ambas parejas tienen en común ese aspecto, la falta de
compromiso de uno de los dos con respecto a los acuerdos que
toman, al igual que en el caso de Carla y Victoria, el tema del
dinero es un asunto problemático, que marca diferencias entre
ellos. Gilberto señala que por lo general la relación de ellos se ha
caracterizado por los desequilibrios en donde él queda en una
posición desventajosa. Al respecto señala dos desequilibrios y
desventajas que considera se mantienen en el manejo del dinero.
La primera es que la administración cotidiana recae en él:

“Yo me encargo de ir a pagar digamos el teléfono y cosas de


esas, yo lo pago porque yo soy el que tengo más tiempo. Ahora,
ese tipo de cosas a mí no me molestan, verdad, yo lo puedo ha-
cer, yo tranquilo, yo lo hago, pero lo que a mí me incomoda...,
286

me cuesta mucho es ¿por qué tengo yo que asumir todo, el


delegar responsabilidades de otras personas cuando él tiene
tiempo de hacerlas?, y eso a mí me friquea montones, vieras
que a mí realmente me friquea montones. Pero yo le digo a
Gabriel que él en cierta forma está endosándome a mí el
papel femenino, que es el papel que por tradición le toca
hacer todo ese tipo de cosas, y yo no soporto eso, o sea, es
que ha sido un gran problema porque somos dos hombres…”
(Gilberto, tipo 4).

Y la segunda desventaja y desequilibrio, es la deuda que actual-


mente está pagando, porque cuando Gabriel ha tenido proble-
mas económicos, él le ha ayudado. Mientras que por el contra-
rio, estando Gabriel en una situación más holgada no le ayudaba
a Gilberto cuando lo necesitaba, e incluso, por tratar de mante-
ner el mismo nivel de vida y poner la mitad de todos los gastos
tiene actualmente una deuda:

“Sigo sintiendo con Gabriel que todavía a estas alturas, yo


siento un desequilibrio con él, que él es muy egocéntrico en
algunas cosas, y el siente que, que todo lo mío es de él pero
no todo lo de él es mío, porque cuando él ha tenido dinero
él no me ha ayudado a mí, a pesar de que he estado en si-
tuaciones económicas apremiantes […] yo dependía este mes
nada más de los $150 {dólares} fue el único ingreso que he
tenido en todo el mes, verdad, y con eso yo tenía que pagar
las cuestiones de la casa, y él invitaba gente, invitaba y hacía
fiestas y hacía cosas y la mitad de todo eso lo tuve que pagar
yo, y tengo en este momento una tarjeta de crédito por millón
doscientos mil pesos {aproximadamente 3.870 dólares al tipo
de cambio del momento de la entrevista} que es producto de
esas fiestas y esas cosas que yo tuve que empezar a, a tarjetear
para poder estar a la par de él , porque yo tenía que ser el res-
ponsable, el responsable de pagar la mitad, y siempre pagué
la mitad de las cosas, aunque fuera con crédito (ríe) pero la
pagué …” (Gilberto, tipo 4).
287

La dinámica que estas dos parejas muestran es lo que reafirma,


para los casos estudios en este estudio, una de las ideas centrales
señaladas en el capítulo siete con el caso de Irma y Celia. Que la
homosexualidad en sí misma no induce a relaciones de pareja
más democráticas, a pesar de que marca una ruptura de carácter
social en donde la norma y la aceptación gira todavía en torno
a la pareja heterosexual y para salirse de ella hay que hacer un
gran esfuerzo y confrontación con el entorno. La homosexuali-
dad en sí misma es un acto rupturista con la moral judeo cris-
tiana22, profundamente arraigada en nuestra sociedad, pero por
sí sola no genera relaciones más democráticas, ni en el uso del
dinero, ni en otros espacios aquí analizados, a no ser que, como
en el caso de las parejas heterosexuales, se lo propongan.

El uso del dinero en las parejas de doble ingreso donde las


mujeres ganan más

En el caso de Rina y Jesús (tipo 2), ella está convencida de que la


mejor forma de administrar los recursos para el bienestar de la
familia, es con una cuenta única. En ésta ingresan el dinero que
ganan los dos y que está a nombre de ella, y desde allí se maneja
el capital para todos los gastos en los que hay que incurrir para
cubrir todas las necesidades de la familia. Rina es quien cuenta
con un trabajo formal y continuo, por lo tanto con un salario es-
table. Jesús, al dedicarse a la construcción y venta de muebles de
madera por cuenta propia, no tiene ingresos fijos. Ambos saben

22 Es con el cristianismo que el imperio romano se implicó en la represión


de las relaciones entre personas del mismo sexo (la primer ley contra los
homosexuales fue promulgada en 342 por el emperador Constantito I).
“La creencia en la calidad natural y en la moralidad de las relaciones he-
terosexuales monógamas y, correlativamente, la percepción de la homo-
sexualidad como una práctica nociva para el individuo y para la sociedad,
condujeron al emperador Teodosio I, en 390, a ordenar la condena a la
hoguera de todos los homosexuales pasivos” (Borrillo, 2001: 50).
288

que su microempresa representa un capital material significativo


y los dos han estado de acuerdo en las inversiones que han he-
cho para montarla, por ello decimos que en este caso el control
del dinero es colectivo:

“Yo lo he manejado, desde el primer momento en que empe-


zamos, yo no concibo a la gente que dice, bueno vos pagas la
electricidad y el agua y vos la casa, porque para mí, nosotros
nos casamos y establecimos un fondo común, todo va a un re-
curso, y el recurso yo lo administro. Desde siempre decidimos
que yo iba a ser la persona que lo iba a administrar porque
Jesús siempre ha visto, que soy una buena administradora,
verdad, dijimos, todos los recursos van a un fondo y se admi-
nistran dependiendo de las necesidades que tengamos, ver-
dad. Entonces por ejemplo, desde el hecho de que hay que ha-
cer los préstamos para poder comprar la maquinaria, porque
todo lo que se ha comprado es con base a préstamos, bueno,
hemos decidido los dos, aunque él a veces ha puesto más fuer-
za […] Siempre he sido yo la que ha manejado la economía,
empezamos con déficit, con un déficit, porque teníamos más
gastos que ingresos, y ahí poquito a poco hemos ido saliendo,
sí, con una rigurosidad, austeros, de no gastar el dinero así
despilfarradamente y generalmente lo llevamos a consenso,
porque lo discutimos “es que mira que quiero hacer esto y que
necesitamos”, y yo le digo, bueno no, ahora no se va poder, en
este momento no estamos para esto, o bien, diay sí me aparece
el dinero y nos da para abrir un crédito y sacar, entonces sí y
así nos hemos manejado verdad” (Rina, tipo 2).

Entonces, la gerencia del dinero es conjunta, las decisiones son


tomadas por ambos, pero la administración cotidiana y la ges-
tión está en manos de Rina, actividad a la cual le da un impor-
tante valor:

“[…] El no maneja nada, nada, la ventaja que yo tengo es que


Jesús no se mete en nada, él no sabe nada de nada, y es más,
289

cuando empieza a hacerme un numerillo, yo le digo, “cómo,


cómo, cómo, qué es eso, usted me está cuestionando. No me
cuestionó nada cuando teníamos déficit, y si logramos salir
adelante, con nuestra economía, ahora que gracias al señor
no tenemos ningún déficit, no me va a venir usted a cuestio-
narme mi forma de administrar”. Yo manejo todo, Jesús no
sabe que pagué, cuando lo pagué, cómo lo pagué a qué horas
lo pagué, nada absolutamente nada” (Rina, tipo 2).

Lo que relata Rina, Jesús lo confirma:

“Si, si es que como eso lo ha solucionado Rina, yo lo único


que sé es que yo tengo un débito, una tarjeta de débito, es
con la que yo a veces hago compras, esa fue de un préstamo
hipotecario que se sacó para pagar una maquinaria nueva
que yo compré, pero la cuenta tiene ahí un poquillo de plata,
como reserva, no la hemos querido tocar mucho, las tarjetas
de crédito casi las eliminamos todas, yo creo que ya no tene-
mos tarjetas de crédito, todo lo pagamos a través de la tarjeta
de débito” (Jesús, tipo 2).

Lo particular de esta relación es la actitud enérgica de Rina en la


administración de los recursos y el dinero. Ella se hace cargo de
la administración del dinero de la casa y también de la empre-
sa, ambos señalan que discuten, analizan y toman acuerdos en
conjunto sobre los gastos, compras ordinarias y extraordinarias,
los préstamos, etcétera. Sin embargo, en el mismo relato se nota
que es ella quien en última instancia decide cuándo se puede
y cuándo no se puede realizar un gasto. Así que la fortaleza de
Rina ha implicado en parte la debilidad de Jesús en ese campo
de acción. La dependencia de Jesús hacia Rina en este terreno es
evidente, ambos consideran que ahora están tratando de revertir
esa situación. Sin embargo, fue Rina quien de nuevo decidió que
por los problemas económicos que tuvo con su familia y por sus
limitaciones de tiempo, era necesario que Jesús realizara tran-
sacciones bancarias, se hiciera cargo de compras y otras tareas
290

que ella antes realizaba. El cambio por necesidad le ha permitido


a Rina delegar control pero a su vez delegar trabajo, pues existía
un recargo de trabajo familiar en general en ella:

“… tuve que pasar todo a nombre de Jesús, digamos, las cuen-


tas donde teníamos dinero, lo tuve que pasar a nombre de
Jesús, verdad para evitar el lío de un embargo, entonces por
ejemplo ahora yo le digo, tenga usted su tarjeta, para que la
maneje, pero se pone muy nervioso, para él ir a un banco a
cambiar un cheque es un nerviosismo tan terrible, una vez un
cajero lo hizo hacer 7 veces la fila, eso a él lo pone muy ner-
vioso, a mí eso no me da nervios de nada, entonces él siempre
prefiere que yo lo haga las gestiones. Sin embargo, por ejem-
plo, ahora que compramos esta maquinaria, él la tuvo que
ir a retirar, porque yo ahora, estoy muy limitada de tiempo,
verdad, entonces hay cosas, que por ejemplo yo antes iba y
cambiaba todo los cheques, él ahora, por tiene que ir y cam-
biar, sobre todo cuando son los iniciales que le da el cliente
para que compre el material, él ha tenido que ir, y él va su-
dando tacacos, muy nervioso y todo, pero él va, y por lo menos
cambia ese primer cheque que es el que urge porque es con ese
con él que tiene que ir a hacer las compras del material para
poder trabajar…” (Rina, tipo 2).

Destaquemos de esta relación el recargo de labores que ha tenido


que atender Rina, no solo en la administración de los recursos y
el dinero, sino que se suma a ellos la responsabilidad en el pro-
ceso educativo de sus dos hijos, el trabajo extradoméstico que
es de tiempo completo en un puesto de dirección en el colegio
donde labora, entre otras. Recargo de tareas y responsabilidades
que le dificulta tener una agenda propia de intereses y activida-
des que no sean únicamente las familiares y laborales.
A pesar de este recargo, es interesante su actitud, ya que la
misma se revierte en un proceso de empoderamiento que con-
trasta con otras parejas. Contrasta con las parejas en donde el
hombre da el salario a la mujer para que administre los gastos de
291

la familia, sin que ellas tengan acceso a las cuentas bancarias o


a la tarjeta de débito. Tampoco toman parte en las decisiones de
los gastos más importantes y estratégicos, como son la compra
de electrodomésticos, vehículo, casa, arreglos de la casa y otros,
en los que son ellos quienes deciden. Aunque existe, desde mi
percepción, un control conjunto sobre el uso del dinero, hay un
peso simbólico y práctico de Rina mayor que el de Jesús, según
ella misma lo relató. Aun así, Rina siempre considera la opinión
y visión de Jesús, ya que como ella misma dice, el consenso para
ellos es vital, prefieren tardar en tomar una decisión antes que
usar la imposición, situación que entendemos si consideramos
la presencia del afecto. Hay que recordar que en esta pareja la
afectividad, la empatía, la complicidad y confianza que se tienen
uno al otro es fundamental. Los sentimientos explican por qué
Rina ha aceptado un recargo en la administración del trabajo,
que tiene como fin evitarle a su esposo responsabilidades y tra-
bajos que no son de su agrado y le generan estrés. A cambio de
ello, Jesús ha tenido que confiar plenamente en la administra-
ción y el uso del dinero que hace Rina. Aceptar la opinión de
Rina como la más objetiva en la toma de decisiones y asumir
que él no cumple socialmente con un rol que es considerado más
masculino que femenino. El otro hecho que debemos observar
es que Rina, quien es la que decide voluntariamente renunciar a
este ámbito de poder, con el fin de generar un mejor reparto de
las tareas y del poder en la pareja. Actitud que no encontramos
en los hombres entrevistados cuando son ellos los que ganan
más y controlan gastos.
En el caso de Megui y Jorge (tipo 2), el papel que ella
desempeña en esta área se debe a que por lo general ha gana-
do mejor, y también, por las ausencias temporales de Jorge. En
varias ocasiones ellos han vivido en países distintos y durante
esos períodos en que no están juntos, Megui asume totalmente
la administración y control del dinero. Esta situación de recargo
en las labores domésticas y de cuido se acentuó cuando nació su
hija, con una enfermedad que requiere de atención y cuidados
292

especiales. Así que, en este caso, la responsabilidad en la admi-


nistración que Megui ha ejercido es consecuencia de las circuns-
tancias familiares, ella es consciente del recargo de trabajo pero
considera que el mismo es inevitable. Por las circunstancias y las
prácticas que generaron desde el inicio de la relación, la admi-
nistración de los gastos de la casa y del dinero la realizan hacien-
do uso de cuentas separadas, cada quien se hace responsable de
ciertos gastos:

“Sí, yo manejo, yo manejo mis cuentas él maneja las suyas,


pero por ejemplo, o sea, nosotros no mantenemos una cuenta
donde él deposita y yo depósito, no, porque, heee, nunca lo
hemos necesitado tal vez… yo trato de pagar lo que es más
inmediato, o frecuente, como la señora que hay que pagarle
cada semana, entonces, yo necesito tener siempre efectivo a
mi alcance , y lo de Jorge se usa para pagar por ejemplo los
préstamos, el préstamo de la casa, la alimentación, cuando
hay que hacer algún gasto fuerte en el carro, […] ahora que
él está en Nicaragua, él me ha dado sus tarjetas, porque en
Nicaragua no las ocupa, entonces, por ejemplo, yo tengo la
tarjeta de donde le depositan el salario, entonces yo con ese
hago cancelaciones de cosas, pero en el manejo de dinero,
nunca hemos tenido conflicto, dónde hemos tenido conflicto
es en el manejo del tiempo, de uno para el otro, o sea, que él
me dedique tiempo y que yo le dedique tiempo, pero sobre
todo, que él me dedique tiempo” (Megui, tipo 2).

Si hacemos un recuento general de Megui, hay que destacar que


ella, además de tener un mayor ingreso, había estado ahorrando
e invirtió más en la construcción de la casa. Hay en Megui una
mayor disposición de dar. Es un hecho que al igual que en la
pareja anterior, la emotividad de ella con respecto a su pareja es
fundamental, situación que ella misma evidenció y añadió que
“para mí el dinero es un bien colectivo e indiferenciado”.
La actitud de Megui, ese desprendimiento que la caracte-
riza, ese deseo de dar, lo relacionamos con la “escasez de tiempo”,
293

que en realidad es escasez de atención, ya que por el tipo de tra-


bajo y compromisos que tiene no son atendidos como ella dice
que desearía. Es como un sentimiento de culpabilidad, que so-
cialmente está asociado a las mujeres, contradicción que viven
por las demandas que les generan el trabajo extradoméstico im-
pidiéndoles asumir como desearían todas las demandas que de-
vienen de la familia. Lo emocional queda como un deseo oculto
y lo evidente es el “hacer”, trabajar, asumir quehaceres domésti-
cos, actividades familiares. Ambos se miran y auto-reconocen
como “equipo”. Así, la administración de lo cotidiano corre por
parte de Megui, pero igualmente Jorge colabora, asume a su rit-
mo las tareas y las decisiones importantes las comparten.
En otros momentos hemos señalado que el dinero es un
aspecto clave porque permite que observemos las desigualdades
en la distribución de los recursos y por tanto en el ejercicio del
poder. La administración del dinero en las relaciones de parejas
está atravesada por decisiones racionales de carácter económico
y material que tienen a su vez contenido emocional. Razón y
emoción actúan para favorecer los procesos de empoderamiento
de las mujeres, aspecto que se desprende de los dos casos anali-
zados, en la medida en que tanto Megui como Rina han logrado
capitalizar esta posición a su favor.
A los casos de Rina y Jesús (tipo 2) y Megui y Jorge (tipo
2), se contrapone el de Marta y Walter (tipo 3), pareja que se
caracteriza, al igual que las anteriores, por ser ella la que ingresa
más dinero. Sin embargo, a diferencia de las anteriores, la actitud
de Marta es menos inclusiva que la de Megui y Rina. El trabajo
y salario de Marta provoca en Walter un sentimiento de insegu-
ridad e inconformidad con respecto a la situación que vive y a
pesar de que Marta trata de minimizar sus logros profesionales,
con el dinero no asume la misa actitud.
Entre Marta y Walter hay una asimetría en el uso del dine-
ro que proviene de mantener cuentas separadas. Se suma a ello
la lucha emocional de Walter por tratar de recuperar el espacio,
el poder y el control que practicó al interior de la pareja en los
294

primeros años de convivencia. Marta, por su parte, minimiza


sus propios logros para evitar que su pareja se sienta mal, ob-
servando su desarrollo y el estancamiento de Walter. Cuando las
mujeres ganan más y/o tienen un mayor prestigio social y/o pro-
fesional en su carrera que los hombres, éstas suelen minimizar
sus logros, incluso son modestas a la hora de hablar de los mis-
mos (Castells y Subirats, 2007). Esta situación se da claramente
en el caso de Marta y Walter y la razón de ella para adoptar este
comportamiento tiene una motivación emocional: “no herir el
orgullo de su marido”:

“Por eso digo: “ ...no importa, si al final, yo soy la que gano


más, a mí me da lo mismo, es para los dos, y, yo, no gasto,
digamos indiscriminadamente en mí, o, no todo, todo es de
todos, de los cuatro. Claro, que entonces tenemos acceso a
otras cosas y lo compartimos, pero, este tampoco él se sintió
frustrado por eso, porque no era su plan, su plan no ha sido
irse para otro país, si hubiera sido que nosotros nos vamos,
pero hubiéramos intervenido con los muchachos, porque ellos
tiene sus amigos, y no, ese no es el plan, hay muchas parejas
que si tienen ese plan de irse a estudiar, y está bien, pero si
uno no tiene ese plan, entonces no nos dolió” (Marta, tipo 2).

Walter manifiesta sentirse muy incómodo al haber perdido el rol


tradicional de proveedor y que sea ella quien asuma la mayoría
de los gastos. Siente que se ha quedado rezagado en el desarrollo
profesional con respecto a Marta y eso le genera mucha incomo-
didad, espera que pronto su situación cambie. Marta es la que
decide sobre la educación de sus hijos, ella tomó la decisión de
pagar un colegio privado y las actividades culturales y deporti-
vas que realizan. Ella asume los gastos totales de la casa y, a pesar
de que trabaja tiempo completo y lleva cursos para continuar
su proceso de formación, dedica mayor tiempo que él a realizar
trabajos en la casa, como barrer, limpiar, ordenar la casa, cocinar
y es también quien se ocupa de gestionar las cuentas y los gastos.
295

En casos similares se suele producir un choque entre la


realidad y los estereotipos establecidos. Un hombre que no cum-
ple con su mandato social como principal proveedor es un hom-
bre que se siente “disminuido” porque considera que no cumple
con las expectativas asignadas, máxime si en su relación existe
una visión “tradicional” de lo que es la familia, lo que se refuerza
porque antes de que Marta ganara más, él era el típico provee-
dor. Walter lo expresa de la siguiente manera:

“Me siento incómodo, me siento incómodo honestamente ,


porque siento como que en mucho yo me arrecuesto a ella, …
a veces lo hemos conversado, ella obviamente no le preocupa
eso y trata de que a mí no me preocupe pero sí, me siento in-
cómodo, espero que sea una situación temporal, hee, tenemos
mucha distancia tal vez yo no sé cuánto gana ella, pero me
imagino que tenemos mucha distancia en el ingreso, lo que yo
gano no es comparable con lo que gana ella, verdad, me ima-
gino que es mucho más, entonces ella tiene su, su nivel de vida
o su estilo de vida de acuerdo al estilo de ella a su estatus etc..
Yo me he quedado más abajo, entonces, a veces me he sentido
incómodo, no por actitud machista, sino porque me cuesta un
poco encajar en ciertas circunstancias o, o mantener el ritmo
al ritmo de ella, verdad, me siento un poquillo extraño en eso”
(Walter, tipo 3).

Subirats considera que el hombre que vive una situación


así tiene que cambiar sus roles familiares, lo que le provoca
contradicciones:

El varón tendrá que reaccionar, reordenar sus actitudes, de-


jar de cifrar su imagen en el papel del fuerte, del salvador,
del príncipe azul, del ser superior a quien hay que acatar y
admirar, y encontrar otras imágenes, otros roles, que le ha-
gan indispensable, sobre una nueva base, para la mujer y la
familia. Eso le exigirá, probablemente, bajar de un pedestal
296

del que previamente ha sido ya bajado, porque, lejos de se-


guir sustentándolo, este pedestal se ha fundido, literalmen-
te, bajo sus pies (Castells y Subirats, 2007).

Sin embargo Walter, más que aceptar la situación, tiene la espe-


ranza de cambiarla, de que llegue un día en el que gane igual o
más que su esposa. Por su parte Marta, aunque es consciente de
la situación y la forma en que afecta emocionalmente a Walter,
cuando él le planteó la posibilidad de tener una cuenta única,
ella le dijo que no estaba de acuerdo. Por supuesto Walter expre-
sa haberse sentido muy mal:

“En algún momento yo plantee, al estilo machista tal vez o al


modelo que yo pensé que era el que funcionaba mejor, que por
qué no, juntábamos los dos ingresos y luego entonces hacía-
mos una distribución de presupuesto […] yo me sentí mal, en
algún momento me sentí un poco disgustado, después pensé,
no cada quien puede administrar su propio dinero, de manera
tal que en pocas ocasiones ella ha sabido lo que yo he ganado”
(Walter, tipo 3).

Para Walter, aunque es un asunto que prefiere no hablar con


Marta, el problema de ellos es que hay un manejo muy indivi-
dual del dinero. Cada cual asume los gastos personales y los co-
munes de forma muy espontánea, señala “realmente no recuerdo
que nos sentáramos a hacer un presupuesto, yo sin embargo, siem-
pre fui un poco más inclinado a presupuestar gastos porque había
que ajustarse a la posibilidad, entonces yo tenía que saber si me
alcanzaba”. Los conflictos que suelen enfrentar parejas como la
de Walter y Marta, por lo general, se remiten al temor de perder
aspectos típicos de la identidad de género. Los hombres temen
perder poder y las mujeres temen asumir un rol muy protagóni-
co. Sin embargo, en el caso de Marta, ella no teme tener ese papel
protagónico, aunque si trata de encubrirlo o bien disimular la
situación en espacios sociales. La actitud de ocultar se reflejó en
297

la entrevista, ella evitó hablar sobre sus ingresos aunque aceptó


que ganaba más, pero no que los gastos estaban principalmente
en manos de ella. A diferencia de Walter, ella habló muy poco de
sus logros académicos. Por su parte Walter destacó el carácter
visionario de Marta, considera que ella es la que con su acti-
tud y tenacidad ha logrado mejorar la situación económica de
la familia:

“Ella es visionaria porque mi esposa ha sido la que ha tomado


iniciativas, porque yo nunca me detuve a pensar. Las conversé
con ella en su momento cuando me las planteó, pero la inicia-
tiva ha sido de ella, como en asegurar las cosas, entonces ella
piensa en el futuro de los chicos, en algún momento les estaba
haciendo un fideicomiso, la tarjeta bancaria juvenil o infantil,
[…] es previsora, muy previsora” (Walter, tipo 3).

Dado que Marta y Walter no conocen de sus ingresos respec-


tivos, y la toma de decisiones es individual, así como la admi-
nistración, obtuvieron en la sumatoria final en la dimensión del
“uso del dinero” un 56%, así que, aunque en otras dimensiones la
relación no es tan asimétrica, es un hecho que en asuntos econó-
micos lo es, lo cual acaba afectando a otras dimensiones como:
las “formas de convivencia” y “formas de ejercicio del poder”.
En esta pareja identificamos que el rol tradicional se tien-
de a invertir, Marta asume una actitud prototípica “masculina”,
al ser ella la principal proveedora de la familia. Situación que
Rina y Megui tratan de evitar, ambas visibilizan el salario de sus
parejas e incluso tienden a sobre valorar las aportaciones de ellos
al dinero común. Rina, incluso, tiende a maximizar los gastos
que Jesús realiza en el taller, para ella son verdaderas inversio-
nes, que en la práctica no siempre se evidencian en el terreno
económico, puesto que la producción del taller de ebanistería
muchas veces no rinde lo necesario para la economía familiar.
Razón por la cual ella decidió que el presupuesto de la familia
298

debía ajustarse a su salario y que los ingresos que se obtuvieran


de las ganancias del taller serían para cubrir otras necesidades.
Indudablemente, tener un ingreso mayor que sus pare-
jas, les permite a las mujeres, un ejercicio más autónomo en
el uso del dinero, en relación con las que ganan menos, pero
la autonomía de ellas es una facultad vigilante (y funcional) de
las necesidades de la familia, incluso es poco lo que dedican a
gastos personales pues sus ingresos son limitados. Salvo en el
caso de Marta que al tener altos ingresos cubre holgadamente las
necesidades de sus hijos y gasta en ella, todo lo que desea. Pero
aun así, Marta señala en la entrevista que intenta no comprar de
más, pues no le gusta realizar gastos innecesarios, y que le gusta
invertir en arreglos, muebles y electrodomésticos para la casa,
pues considera que son bienes que mejoran la calidad de vida
de todos. En todos estos casos, el darse a los demás, poner por
delante las necesidades colectivas frente a las personales, opera
como el principal elemento motivador del comportamiento y la
actitud.
En el caso de Ana y Gerardo (tipo 3), a diferencia de
Marta y Walter (tipo 3), a pesar de que es ella la que gana más,
se encuentran dentro de las parejas que obtuvieron más de un
70% en lo que a la administración de los recursos y el dinero
se refiere. Ana y Gerardo pertenecen a un sector más popular
que las parejas anteriores. Gerardo es el que gana menos dinero
y su ingreso depende del trabajo que realice en el restaurante
que recientemente abrieron ambos, razón por la cual recibe muy
poco a cambio. La empresa es de carácter familiar y lo que ob-
tiene cada semana le da para enviar dinero a Nicaragua. En su
relación hay una evidente disparidad en función de los asun-
tos de que se trate. Es claro que quien toma las decisiones en la
administración cotidiana y en los demás ámbitos –educación,
salud, alimentación, etcétera- es Ana, pero en asuntos de par-
ticular importancia su actitud es más inclusiva que la de Marta
con respecto a Walter.
299

Gerardo es emigrante de Nicaragua y no cuenta con per-


miso de trabajo, y aunque está trabajando fuertemente en el
desarrollo de la microempresa familiar, no cuenta con ganan-
cias suficientes para lograr un ingreso propio. De esta forma, el
compromiso de ambos es que al menos él cuente con un ingreso
mínimo que le permita enviar a Nicaragua dinero para la manu-
tención de sus hijos. Gerardo expresa así su situación:

“A veces, me, me preocupa un poco el hecho de la falta de


ingresos, pero, lo hago por la causa (ríe) porque estamos ini-
ciando, estamos metidos de pies y cabeza en esto, entonces,
hay que aguantar lo que sea, siempre y cuando no me falte el
dinero para mis hijos, del viaje, o sea, a mí no me interesa, a
mí me interesa nada más solo 30 dólares, 7.000 colones quin-
cenal, para mi hijo, porque al mayor no, al mayor yo le llego a
dejar encomiendas cuando voy o le mando el paquete grande,
digamos, cada 3 meses 100 dólares, de una vez …”(Gerardo,
tipo 3).

La vulnerabilidad de Gerardo es evidente por su estatus migra-


torio y laboral. Ana es la que cuenta con empleo, casa propia,
y mantiene a sus tres hijos, cuando conoce a Gerardo le ofrece
meses después su casa para que viva con ella y sus hijos. Él se in-
tegra así a un espacio definido sin posibilidad de ofrecer o apor-
tar económicamente al núcleo familiar. Sin embargo, a pesar de
la vulnerabilidad de Gerardo, él cuenta con el respeto de parte
de los hijos de Ana y de ella misma, lo que le permite participar
en las decisiones económicas de carácter estratégico, no en las
cotidianas:

-Los gastos de la casa yo los cubro con el salario…


-¿Vos sos la que manejas ese salario?
-Si, digamos yo pago mis deudas, porque también tengo mis
enredos por todo lado verdad, yyy, lo que son recibos los cubre
Jonathan (su hijo mayor), luz, agua y teléfono, yo cubro todo
lo que es comida, todo lo que son arreglos de la casa, que se
300

escocheró algo tengo que ver como lo arreglo, o que hay que
comprar algo y yo soy la que lo compro. La ropa, los útiles
[…] Digamos yo comparto con él en término de que habla-
mos, hee, que sé yo: “...tengo que invertir en tal cosa o tengo
que, que pagar tal cuestión de los güilas...”, pero eso sale de mi
salario, yo soy la que lo cubro, diay, porque él no tiene salario
(Ana, tipo 3).

A diferencia de la mayoría de las mujeres Ana reconoce el aporte


que hace Gerardo en pro del proyecto que tienen en común y su
trabajo es valorado como tal:

“Un préstamo que hice, si, entonces, por ejemplo ya yo perdí


un mes, un mes digamos de pagar ese préstamo y de generar
ganancias porque estábamos en todo lo que era el arreglo del
local, nosotros lo pintamos, nosotros hicimos todos, todos los
arreglos, para no pagar mano de obra, y todo lo hemos hecho
juntos, o sea, hee, si nos hemos tenido que clavar aquí desde
las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche, lo hemos hecho
los dos juntos, si ahora digamos, hee, que ya lo abrimos, si
aquí nos da la una de la mañana es a los dos juntos, o sea, no
nos separamos para nada (ríe) ni para comer” (Ana, tipo 3).

La relación que Ana tiene con Gerardo es definida por ella como
una de las mejores de su vida. Destaquemos que Ana tiene una
hija mayor de edad que nunca vivió con ella y tres hijos más;
sus hijos son de dos exparejas, con las cuales vivió experiencias
de violencia intrafamiliar. Así que su vínculo emocional con
Gerardo es fundamental, le da un valor simbólico y sentimental
que se hace sentir en la administración del dinero:

“Mira, yo lo que siento es que en esta relación que yo vivo


ahora, hasta ahora es que en realidad yo siento que tengo
una persona al lado mío, digamos que me comprende, que
me ayuda, que comparte digamos desde las tareas de la casa
hasta, hasta este, diay todo el trabajo del negocio, toda esta
301

carajada verdad. Una relación digamos en el marco del, del


respeto, la solidaridad, la comprensión” (Ana, tipo 3).

Por su parte Gerardo expresa sus sentimientos hacia Ana y valo-


ra al igual que ella la relación positivamente:

“Al inicio yo lo tomé como una aventura, nunca pensé yo,


que iba a llegar a enamorarme hasta este punto, no, de, de
sentir que es imprescindible para mi vida la relación, y digo: “
...bueno, ya era tiempo de, de tener una relación así, que uno
se siente feliz, y realizado...”, que no es inseguridad, que no
es incertidumbre del futuro, sino, que estamos hechos y cada
día que pasa yo siento que la relación se afirma más, se afina
más, a cada golpe, o sea, cada discusión que tenemos a ve-
ces, cada diferencia, cada error que comete ella o cometo yo,
también sirve para pulirla más, hee, diay, tenemos una gran
comunicación, además compartimos muchas cosas, muchas
cosas en común, muchas cosas de pensar, eso nos facilita la
comunicación, y, es una gran mujer…” (Gerardo, tipo 3).

Así que, en este caso observamos como Ana enfatiza y valora


más la experiencia emocional y afectiva que tiene con Gerardo
que el aporte material o económico que puede obtener de este
vínculo. Ella se siente segura de sí en el plano económico, sabe
que tiene capacidad para mantener su hogar e incluso cuenta
con experiencias en el desarrollo de actividades económicas
micro empresariales. Por esa razón ha decidido gestionar una
empresa con Gerardo, con el fin de dejar de depender de la or-
ganización para la que trabaja, que hasta el momento durante
años ha sido su único ingreso económico. La situación actual de
la institución no es positiva, por eso piensa que es el momento
indicado para invertir en un proyecto económico familiar. Ana
es la que administra sus recursos económicos, pero no controla
todo el proceso, pues en asuntos de toma de decisiones estraté-
gicas considera que la opinión, participación y experiencia de
Gerardo es fundamental. Ana reconoce en todo momento el
302

trabajo que realiza Gerardo, que, por lo general, es un trabajo


familiar no remunerado. A diferencia de la mayoría de los hom-
bres proveedores entrevistados, Ana como proveedora principal
considera que el trabajo de Gerardo no es un simple apoyo, sino
que es fundamental para el mejoramiento económico de la fami-
lia. Hasta en las expresiones verbales cuida la forma de referirse
al trabajo de Gerardo.

El uso del dinero en las parejas con “amas de casa” y hombres


proveedores

Se ha considerado importante reflexionar sobre las parejas


donde la manutención depende de la actividad económica
que realiza el hombre como principal proveedor de la fami-
lia. Es decir, vamos a analizar nueve parejas heterosexuales
con proveedor principal, para ver las características más sig-
nificativas con respecto a la administración y uso del dinero.
Este grupo se caracteriza por parejas que obtuvieron puntajes
bajos en casi todas las dimensiones. De las nueve parejas que
consideramos en este sub-apartado, sólo hay cinco en donde
las mujeres se definieron como “amas de casa”. Estos casos
nos permiten analizar qué sucede cuando en las familias sólo
un integrante de la pareja gana dinero, en este caso el hom-
bre, quien funge como proveedor.
Por lo general, en la bibliografía revisada se dice que
cuando las mujeres no son las que ganan el dinero, la admi-
nistración que hacen del mismo es simbólica, ya que ellas son
las encargadas de administrar el dinero y realizar las gestio-
nes cotidianas. El control de los asuntos estratégicos está en
manos de los hombres, lo que genera así una práctica asimé-
trica y poco democrática en lo que al uso del dinero se refiere.
Se deja a las mujeres sin recursos de poder para incidir en
temas importantes, como la educación de sus hijos e hijas.
303

No obstante, son las mujeres quienes asumen el trabajo de


cuidar, criar y por lo tanto acompañar a sus hijos e hijas en
los estudios, pero no cuentan con suficiente autoridad para
incidir en el cómo debe de usarse el dinero para dicho fin. Así
que ser administradora del dinero de la familia es un trabajo
más, un recargo de actividades y tensión emocional que no
deviene en un proceso de empoderamiento. Ahora, la pre-
gunta es, si esa condición de subordinación en el manejo del
dinero en las mujeres que no cuentan con ingresos económi-
cos propios es así en todos los casos o por el contrario, hay
excepciones.
Las cinco parejas en esta situación están conforma-
das por: Rosemary y Armando, Marilyn y Pedro, Miriam y
Jerónimo, Marlen y Rodrigo y Mercedes y Camilo. Todas per-
tenecen al grupo tipológico 4, de sector socioeconómico bajo
y su nivel educativo es de secundaria completa o incompleta.
Curiosamente son las mujeres las que tienen más nivel edu-
cativo, dado que tres de las cuatro terminaron la secundaria,
mientras que en los hombres es lo contrario, tres de ellos tie-
nen la secundaria incompleta, sólo uno concluyó sus estudios
secundarios. Los hombres se dedican a oficios diversos: cho-
fer, misceláneo y obrero industrial. En estos casos la trayecto-
ria laboral de los hombres ha sido más o menos regular, sobre
todo en los últimos quince años, mientras que la trayectoria
de las mujeres se vio interrumpida por el matrimonio y el
nacimiento de sus hijos.
Aunque en los cinco casos analizados en este apartado
las parejas se definen como familias con un único proveedor,
hay que considerar que hay dos parejas en las que ellas traba-
jan de forma temporal (caso de Marlen y Rodrigo así como,
Miriam y Jerónimo). Sin embargo, aunque ellas realizan tra-
bajos extradomésticos sus parejas consideran que el ingreso
de sus esposas no es un aporte importante en la economía
de la familia, quizás porque su trabajo es menos estable y el
ingreso menor. De tal forma consideran que parte del dinero
304

que ellas ganan lo utilizan sólo para sus necesidades persona-


les. Mientras que las mujeres consideran que su ingreso es un
aporte importante para la familia, pues el dinero que ganan
lo invierten en la compra de alimentos, gastos en salud de sus
hijos/as, en útiles escolares, etcétera; son gastos de necesidad
cotidiana que los hombres no logran percibir como tales. En
sus narrativas señalan que el ingreso de sus esposas es para
atender necesidades personales de ellas, como compra de ar-
tículos de belleza, etcétera. Desde nuestra perspectiva, el di-
nero que ganan las mujeres sea para uso personal y/o colecti-
vo es muy importante porque contribuye con la manutención
de la familia y/o posibilita mejorar el nivel de vida de ésta.
En tres de los cinco casos la historia de vida de las per-
sonas entrevistadas es muy compleja y está cargada de situa-
ciones difíciles con respecto a sus relaciones anteriores. Sus
familias han vivido con grandes limitaciones económicas,
por lo general son de la zona rural y emigrantes. Se trasladan
a San José con el fin de mejorar su condición socio econó-
mica, su objetivo es buscar un empleo que les permita vivir
mejor y ayudar a sus familiares. Salvo en el caso de Pedro y
Marilyn, cuyas familias ya vivían en San José. Los procesos de
cambio geográfico les permiten conocerse y emprenden una
vida en común. La afectividad y la ternura están presentes
en sus relaciones, así como las limitaciones y las dificultades.
Desde nuestro punto de vista tienen una incidencia en sus
existencias y forma de enfrentarla. Por ejemplo, las mujeres
varias veces expresan su deseo de trabajar para contribuir con
las necesidades de la familia, pero no se atreven a hacerlo
porque no cuentan con el permiso de sus esposos. A su vez
pesa la concepción de sus madres, que les insisten en que de-
ben acatar los deseos de su pareja y dedicarse al cuidado del
hogar y de sus hijos.
Sus concepciones de vida se ven reforzadas con la idea
de que un salario es suficiente, que el dinero que entra es de la
familia, es dinero común y que con el mismo están cubriendo
305

las necesidades básicas. Sin embargo, la idea de que el dinero


es un bien común no se traduce en un uso inclusivo del mis-
mo. Aunque hombres y mujeres quieran dar un mismo valor
a lo afectivo y a lo material, no vemos que el uso y el signi-
ficado del dinero sean iguales. En los casos que se analiza el
dinero juega un papel simbólico y práctico importante y no
es tan real que siempre se actúa desde la idea de “comunidad”.
Su provisión genera diferencias en la pareja, la cual está basa-
da en la identidad que cada cual tiene. Ellos, como proveedo-
res únicos, y por tanto, responsables de la familia en cuanto
a su bienestar socioeconómico. Ellas, por el contrario, como
subordinadas y ocupadas de las tareas de reproducción que
socialmente están menos valoradas. Esta actitud, la vemos
representada en la forma en que se expresan. Los hombres
suelen hablar en primera persona (vendí, decidí, compré),
mientras que las mujeres hablan en tercera persona o bien
usan la segunda para enfatizar que ellos fueron los que toma-
ron la decisión.
Lenguaje de Miriam:

“Con el dinero que recibimos debemos pagar luz, agua, teléfo-


no, el diario, las mensualidades del niño de la escuela, él está
sacando el sexto grado y damos una mensualidad fija para lo
del fin de año, otros gastos como de ropa lo hacemos a fin de
año, cuando cumplimos años, una cosa así, y siempre es con
el aguinaldo. Cuando se debe comprar zapatos o algo así, yo
le digo a él que necesito zapatos aunque tenga que durar dos
meses pidiéndolos“(Mirian, tipo 4).

Retomando los cuatro casos analizados, tenemos que los hom-


bres ejercen el control sobre el dinero en las decisiones más im-
portantes, en las estratégicas, e incluso a veces en las cotidianas y
delegan en las mujeres la gestión y la administración del mismo,
el relato de Miriam ilustra esta condición y situación:
306

“A él le depositan el salario a una tarjeta, y también tiene


una cuenta de ahorros, el maneja las tarjetas, él me dice que
la cuenta estaba mancomunada pero le dije que no, que se
acordara que ese día andaba con el apellido arriba y no quiso,
él dice que lo vamos a arreglar porque cuando necesite alguna
plata y él está trabajando no puede ir a sacarla. A mí no me
gusta como estamos manejando el dinero porque yo veo que
él últimamente, yo me acuerdo cuando él empezó a trabajar,
hace años él venía con su sueldito y lo ponía ahí y se gastaba
lo que se tenía que gastar, yo no he sido mujer de derroche, y
ahora anda con una cosa de que si un cinco le pide uno: “...
cuánto gastaste, donde está el vuelto...”, de unos añitos para
acá está que anda con eso.

… Yo me encargo de definir cómo se distribuye el dinero de


los pagos. Pero, el dinero lo maneja él, yo nada más pido y si
quiere darme me da y si no me da, esto no me gusta porque
él a veces se da cuenta de lo que se necesita en la casa y si uno
no está con esa pensadera, rogadera, y a veces él acepta que
se haga el gasto … con el sueldo de él sabe que cada 15 días se
compra el diario completo, para 15 días, los sábados vamos a
la feria, cuando él quiere ir, cuando dice: “...si, hoy si hay plata
para ir” (Miriam, tipo 4).

En estos casos, hay un claro recargo de las labores domésticas en


las mujeres que incluye la gestión y administración del dinero,
así como la crianza y cuidado de sus hijos. Miriam se definió
como ama de casa, sin embargo, a veces realiza trabajos de lim-
pieza y “oficios domésticos” en otras casas. Tal como expresamos
anteriormente, aunque su esposo piensa que con el dinero que
ella gana cubre sus necesidades personales, ella no lo considera
así, contrastemos las narrativas de Miriam y Jerónimo con res-
pecto al dinero que ella gana:

“El dinero que yo gano ¢ 45.000,00 al mes, mando una parte


para ayudar a mi papá con lo del hogar, y la otra parte la in-
vierto toda en Catalina, también cuando yo tengo mi dinero
307

y hay que invertir algo en la casa yo la invierto no me duele


ni pongo peros, más deseara tener más para terminar de arre-
glar mi casa y todo, pero no se puede” (Miriam, tipo 4).

Mientras que Jerónimo señala al respecto:

“Los gastos se toman solo de mí plata, como le digo yo, lo de


ella es de ella, ella sabe qué hace con su plata, la gasta en ella,
yo ni sé qué hace con la plata de ella, y lo mío es mío y yo lo
agarro y yo sé que es mío y tengo que ver cuáles son los gastos
de la casa. Yo hago un ahorro, ahí va poco a poco” (Jerónimo,
tipo 4).

Además de los aspectos antes señalados, ellas son las responsa-


bles de la administración y gestión del dinero. Para lo cual deben
desarrollar verdaderas estrategias administrativas para atender
las distintas necesidades de la familia. La participación en la
toma de decisión es reducida, sobre todo en lo que respecta al
uso del dinero en las compras extraordinarias:

“El decidió comprar el carro porque todo el tiempo había so-


ñado con tener su carrito, y en una liquidación, como tiene
tantos años de estar ahí, le liquidaron un tiempo y con eso
lo compró. El carro está a nombre de él y él siempre lo dice:
“...es mi carro...”, yo le respeto eso, además con el carro he-
mos salido, ahora en vacaciones andábamos en Guanacaste”
(Mercedes, tipo 4).

Así que, en los casos estudiados en donde hay amas de casa y


proveedores existe una gestión del dinero tradicional basada en
la división sexual y de género del trabajo. Los hombres esperan
que las mujeres se hagan cargo de los hijos e hijas y de la casa y
reconocen el trabajo que ellas hacen administrando el dinero.
Las mujeres administran el dinero adecuándolo a los ingresos
308

y necesidades del grupo, el dinero a veces les es entregado de


forma íntegra por los hombres.
Finalmente, debemos notar que uno de los casos no res-
pondió a este esquema, es el caso de Marlen y Rodrigo (tipo 4),
quienes a pesar de haber quedado en el puesto 18 de los 20 casos
estudiados, en la dimensión de “la administración del dinero y
los recursos” obtuvieron un 92%. Muestran como en una rela-
ción de pareja con un esquema tradicional del hombre como
único proveedor de la familia en el uso del dinero puede exis-
tir prácticas democráticas. Marlen incide en el uso del dinero,
genera una administración y distribución de los recursos más
simétrica en la familia, sin que por ello se logren modificar otros
espacios de interacción de la pareja. Debemos señalar que, de las
nueve parejas que forman parte del grupo 4 “parejas de relacio-
nes reproductoras y poco democráticas”, sólo Marlen y Rodrigo
obtuvieron más de un 70% en la dimensión del “uso y adminis-
tración del dinero”.
Entonces, a pesar de que Marlen no cuenta con trabajo
extradoméstico, hay una gestión más simétrica. El resultado se
explica por el sistema de acceso directo de parte de ambos a la
cuenta bancaria de Rodrigo, por la forma participativa que tie-
nen para tomar decisiones con respecto al uso del dinero, tanto
cotidiano como de los gastos estratégicos, compras significati-
vas, etcétera. Por la confianza mutua que ambos mostraron en el
sistema administrativo de Marlen. Al parecer ambos aceptan la
complementariedad de sus trabajos y responsabilidades, además
de que, a diferencia de otras parejas, ella puede tomar decisiones
sin hacer consultas previas, basada en las necesidades y la lógica
administrativa que ha aplicado durante años:

Marlen:

“Él la tiene en el banco, digamos cuando él no está yo voy y


la saco, él me da la tarjeta y yo la saco, yo veo cuanto voy a
ocupar entonces, yo saco lo, lo que voy a ocupar y esteee, yo
309

la trigo voy a hacer mandados, pago los recibos, heee, la co-


mida, voy al mercado y la plata mía yo la uno a la de él siem-
pre, digamos yo la mía no la toco mientras no la necesite
[…] él no me pide cuentas, digamos, él dice: “...hay tanto en
el banco, utilice lo que necesita, me deja algo a mí siempre...”
entonces yo le dejo a él… yo le dejo unos 15.000 y entonces
él no se molesta, si él tiene que pagar la lavadora, yo le dejo
más, la, la mensualidad[…]” (Marlen, tipo 4).

Rodrigo:

“Muy sencillo porque el hombre no pasa tanto en la casa como


ella, en este momento, y además, a mí se me haría un mundo,
salir allá a pagar y aquí, y allá, y allá, y allá, ella le encuentra
el acomodo, ella puede, yo confío en ella...” (Rodrigo, tipo 4).

En la mayoría de las parejas analizadas, existe en su relación una


clara división sexual y de género del trabajo que incluye una for-
ma tradicional del manejo del dinero. Todas ellas, excepto una,
muestran cómo el ser administradoras del dinero de la pareja y
la familia no garantiza que en el uso del mismo se tenga igualdad
de acceso a éste. Incluso la mayoría de las decisiones del gasto
cotidiano y extraordinario del dinero es un asunto de los hom-
bres. Sólo en el caso de Marlen y Rodrigo se observa una prácti-
ca simétrica de la toma de decisiones y de la forma de gestión del
dinero. Llama la atención que esa simetría en el uso y control del
mismo se muestra en el acceso que tiene Marlen con respecto a
las cuentas de Rodrigo. Aunque ella no cuenta con tarjetas para
hacer una gestión del dinero que administra, al menos si tiene
acceso a las de Rodrigo, lo que le da más espacio e incluso poder
para decidir cuándo se debe de hacer uso del dinero y en qué se
debe de gastar. Razón por la cual sólo en esta dimensión Marlen
y Rodrigo obtuvieron más de un 70% en la sumatoria del ítem,
resultado que no se repite en las otras dimensiones que siempre
310

fueron inferiores, mostrando una desigualdad en los aspectos


analizados en esta investigación.
En este caso se busca el factor o factores que explicaran
dicha dinámica. Lo único particular que encontramos, fue el
discurso y actitud de Rodrigo que fundamentado en una idea
tradicional del matrimonio y la división sexual y de género del
trabajo, los roles están claramente definidos para cada cual.
Rodrigo considera que la administración del dinero debe estar
en manos de las mujeres, pues son las que cuentan con tiempo
para hacer las gestiones y son las que saben mejor cuales son las
necesidades de la familia. No deja de ser una visión tradicional
y conservadora de la familia, pero ofrece a su pareja como con-
trapartida, al menos en esta dimensión, un espacio y poder que
Marlen no tiene en las otras dimensiones analizadas. Pero ¿se
potencia el empoderamiento de Marlen?
No necesariamente, estudios realizados en otros países
señalan que las mujeres de bajos ingresos que realizan la gestión
de los recursos, más que una fuente de poder, es una tarea que
forma parte del trabajo doméstico (Coria, 1991b, Hertz 1988 y
Vogler, 1998 entre otros). Los hombres aceptan la administra-
ción de ellas porque el dinero con que se cuenta es limitado y
tiene como fin principal satisfacer las necesidades básicas de la
familia, sin que quede demasiado para solventar otro tipo de de-
mandas. De esta forma, los hombres se “liberan” de la presión
de tener que enfrentarse a la realidad de que sus salarios no sean
suficientes para mantener el hogar. Entonces, la responsabilidad
de que el ingreso que ganan alcance queda en manos de las mu-
jeres. Al final de cuentas, la forma de gestión y administración
del dinero que adoptan estas parejas permite, refuerza y legitima
el poder masculino en la relación, es decir, ellos no quedan fuera
de uso del mismo, y toman las decisiones en asuntos importan-
tes, en el uso de los gastos extra o de mayor cuantía, salvo en el
caso de Marlen y Rodrigo (tipo 4), puesto que ella toma deci-
siones y participa igualitariamente en el uso que le dan al dine-
ro. El testimonio de Pedro es un ejemplo claro de la lógica que
311

explicábamos anteriormente, en donde ellas administran, pero


no toman las decisiones del caso:

“Respecto a los niños toma más decisión ella en el aspecto del


estudio, y en lo que es el dinero yo soy el que manejo el dine-
ro, yo soy el que lo manejo, si lo manejo, pero como decir, lo
manejo, pero ella no me tiene que estar pidiendo todo para
hacerlo, yo lo manejo porque yo lo gano pero yo vengo y le
entrego a ella el dinero de los gastos […] entonces ella me pone
este gasto, este otro, y ya se cuanto hay que dar para pagar el
diario, entonces yo le digo, bueno, aquí está la plata, tome, en-
tonces ella va y hace toda la compra, o sea, lo que es la compra
no, yo le doy la plata, simple y sencillamente yo sé cuánto es lo
que se gasta, entonces yo le digo, tome aquí está lo del diario
y aquí está lo de los recibos, entonces ella se entiende con eso,
entonces ella va y paga los recibos, a la llegada de la hora yo
le digo, bueno esta es la plata de ir a comprar y esta es la parte
de pagar recibos y esta es la parte suya, así yo le doy la parte
de ella, aparte, totalmente, si ella tiene ganas de comprarse
algo, no tiene que pedirme a mi nada, y yo le doy la parte de
ella, como decir algo, simple y sencillo para que ella tenga”
(Pedro, tipo 4).

Por otra parte encontramos que en la mayoría de las parejas de


sector medio y medio alto, quienes ganan más suelen tener una
mayor cuota de poder para decidir cómo administrar los exce-
dentes o los ahorros, una vez cubiertas las necesidades esencia-
les de la familia.
En las parejas de sector económico bajo, el poder en la
toma de decisiones de la persona que gana más, es más directo y
asimétrico, salvo en los casos en donde son las mujeres quienes
ganan más. Excepto el caso de Marta y Walter donde se observa
una inversión de los roles. La desigualdad no solo se evidencia
en la toma de decisiones y en la administración del dinero, sino
en la disparidad que cotidianamente genera el hecho de que
una persona cuente con más recursos que la otra. Quien gana
312

más tiene la posibilidad de tener un mayor espacio para realizar


diversas actividades de las cuales puede –o no- hacer partícipe a
su pareja. La persona que gana más es quien toma la iniciativa,
puesto que sabe con cuanto cuenta y cuanto desea gastar. No se
ha encontrado, en ninguno de los casos estudiados, que la per-
sona que cuenta con menos dinero realice una propuesta acerca
del qué o del cómo podrían hacer uso del dinero del otro u otra.
Pero si toman iniciativa cuando se trata del dinero que tienen en
común. Se observa una diferencia entre el dinero en común y el
individual.
Como tendencia general, se encontró que las parejas que
tienden a generar prácticas más democráticas son aquellas que
hacen de la negociación un estilo de vida presente en todas las
tomas de decisión, incluyendo las económicas. Igualmente,
cuanto menos ingreso tengan las mujeres, menos espacios de
negociación existen, hasta llegar a los casos en donde no exis-
ten en absoluto, porque las decisiones estratégicas son tomadas
siempre por los hombres. La situación mayoritaria es que, en
caso de necesidad, las mujeres están dispuestas a restringir sus
gastos, dado que ellas velan más por las necesidades de la fami-
lia, anteponiéndolas a las propias.
Se sabe que la administración del dinero es una tarea de
gran importancia para el bienestar de las familias, y que en tér-
minos de tiempo – horas y “carga mental” - significa un recargo
en las labores domésticas (Coria, 1991a). La “carga mental” es
uno de los aspectos que ha sido más difícil de captar en las en-
cuestas que se han realizado sobre el uso del tiempo y las distri-
buciones de las actividades domésticas al interior de los hogares.
Actualmente se reconoce y acepta que existe una “carga mental”
a la hora de gestionar y armonizar las actividades que se realizan
-dos de las tareas que provocan más estrés son las relacionadas
con la administración de los recursos o el dinero de las familias.
La otra actividad se asocia a la atención emocional que significa
el cuidado de las personas en especial las personas menores de
edad y las adultas mayores- (Aguirre, García y Carrasco, 2005).
313

Sin embargo, muy pocas de las personas entrevistadas lo perci-


ben de esta forma, pues sobre todo en el caso de las mujeres su
principal interés es velar por el bienestar de su familia y, desde
sus vivencias, el bienestar pasa por el control que ellas puedan
ejercer en los recursos. Para ellas, el bienestar colectivo forma
parte de su propia realización como persona y de su propio bien-
estar. No podrían vivir bien de otra manera, es una actividad
absolutamente naturalizada y por lo tanto asimilada.
A su vez, algunas de las mujeres entrevistadas hablaron
de “nuestro dinero” como administradoras, pero no como pro-
pietarias. Otros estudios realizados también destacan este com-
portamiento, al cual hay que prestar atención para develar las
desigualdades, ya que:

Los usos que hacen del dinero fortalecen aún más esta con-
tradicción entre individualización y comunitarización. El
varón alcanza las mayores cuotas de autonomía e individua-
lización en el gasto personal, mientras las mujeres subordi-
nan su consumo particular a las necesidades comunes de la
familia. Su gasto personal viene determinado por el nivel de
ingresos del varón y adopta, cuando la economía lo permite,
alguna de las señales de “consumo ostentoso” que destacó
Thorstein Veblen hace ya más de un siglo (Díaz Capitolina,
Díaz Cecilia, Dema e Ibáñez, 2004: 202-203).

Sin embargo, hemos podido constatar, que aunque existan di-


ferencias y asimetrías con respecto al uso del dinero, conside-
ramos que las mujeres con un ingreso económico producto del
trabajo formal, informal o parcial, tienen un mayor espacio de
autonomía con respecto a lo que ganan. No existe una absoluta
dependencia económica con respecto a su pareja y ello favorece
la existencia de espacios de mayor simetría en las parejas. Tal y
como se señaló en este trabajo con respecto a otras dimensiones,
como son: el uso del tiempo libre, el desarrollo de metas y pro-
yectos personales que requieren de dinero o bien, haciendo una
314

negociación y gestión a su favor para que los mismos sean finan-


ciados con el dinero común o el de su pareja. Estos pequeños
espacios de libertad, a su vez afianzan la relación afectiva entre
la pareja. Por tanto, la disparidad con respecto al uso del dinero
termina siendo encubierta por la afectividad construida en otros
aspectos de su vivencia y las limitaciones que uno u otro tiene
son asimiladas como producto de las restricciones económicas
de la pareja en general.

Cierre reflexivo sobre el uso del dinero en la pareja

En el trabajo realizado se constata que en las relaciones de pareja


el afecto es tan importante como el dinero. Ambos son elemen-
tos que interactúan y evidencian las asimetrías que se generan en
el ámbito de la familia. En la mayoría de las parejas que conside-
ran que el dinero es un bien común que se utiliza para responder
a las necesidades de la pareja y de los hijos, prevalece la idea de
que “lo tuyo es mío y lo mío tuyo”, fundada en la afectividad y el
compromiso subjetivo que une a las personas. Sin embargo, los
afectos y el sentimiento de colectividad no son suficientes para
impedir que se generen desigualdades simbólicas y materiales
tal y como se demostró en el análisis de esta dimensión.
Algunas parejas, las menos, logran franquear la desigual-
dad que se produce por la diferencia en el acceso a los recursos
materiales y económicos. Para enfrentar la desigualdad se nece-
sita una dosis importante de conciencia, de esfuerzo por cons-
truir relaciones simétricas y de deseo de compartir, a pesar de las
diferencias en los ingresos.
Ahora bien, las parejas en las que ellas cuentan con trabajo
extradoméstico remunerado y con salarios parejos o superiores
a los de sus esposos, se muestran como las más democráticas y
simétricas en su uso. En otros casos, sin lograr una simetría total
en la repartición de los recursos, se comparten voluntariamente
315

parte de los mismos debido a la actitud positiva y el afecto hacia


la otra persona. Pero al no basarse en un acuerdo mutuo queda a
la discreción de una de las partes. Es decir, quien gana más hace
un uso individual de sus recursos una vez se ha cumplido con la
cuota familiar que le corresponde.
En muchos casos la persona que tiene más ingresos en la
pareja tiende a ejercer un mayor control y poder en el uso del di-
nero, generando así una práctica menos democrática que se nota
en la toma de decisiones. Esta práctica se observa en el consu-
mo de artículos o bien en el gasto para actividades individuales,
situación que provoca desniveles en la pareja. Por las diferen-
cias sociales de carácter estructural en el mercado de trabajo,
esta situación de desigualdad suele corresponder a las mujeres.
Ellas trabajan asalariadamente menos que los hombres y cuando
lo hacen, ganan menos que ellos, incluso a igual o mayor nivel
académico.
Cuando uno de los dos cuenta con más ingresos, la des-
igualdad se acentúa, a no ser que se planteen romper con la
asimetría de forma racional, generando prácticas y formas de
administrar el dinero que tiendan a eliminar las diferencias.
Ese desnivel en los ingresos provoca una desigualdad en el uso
y gestión de los recursos. Por ello, en las parejas con salarios
diferenciados, el uso de la cuenta única o una administración
compartida contribuye a disminuir la diferencia. Ya que cuando
uno de los dos gana más o tiene más ingresos tiende a usar sus
recursos de acuerdo a sus intereses y a tomar decisiones de ca-
rácter estratégico con mayor frecuencia,
Razón y emoción actúan para favorecer los procesos de
empoderamiento de las mujeres, sobre todo en los casos en las
que ellas ganan o tienen ingresos económicos iguales o más altos
que sus parejas.
En definitiva, de acuerdo a la literatura revisada y al aná-
lisis realizado, en las parejas heterosexuales, el que las mujeres
cuenten con ingresos propios aumenta su autonomía y la par-
ticipación de ellas en la toma de decisiones con respecto al uso
316

del dinero. En su gestión cotidiana, pero también en lo que se


refiere a los gastos extraordinarios o en las inversiones más im-
portantes. Su posibilidad de mayor o menor incidencia depende
de la capacidad de negociación del ingreso, del valor que ellas
le otorgan a su dinero y del tipo de trabajo que tienen –formal,
informal, tiempo parcial o completo, así como de la estabilidad
y duración de su trayectoria laboral. En esa gama diferencial de
situaciones, las amas de casa sin ingreso económico son quienes
tienen una posición más vulnerable en cuanto al poder de uso
del dinero. Incluso en algunos casos identificamos que el dine-
ro que gana su esposo no lo consideran como propio o como
común. Más bien lo perciben como el dinero que trae su pareja
para el sustento de su familia, el cual ella administra y no se sien-
te con derecho a decidir sobre el uso de éste para sus necesidades
personales.
En general observamos que son minoritarias las parejas
en las que la gestión con respecto al uso del dinero y los recursos
económicos se hace de manera democrática e igualitaria. Son
más las parejas que tienen prácticas de poder medianamente
simétricas, en donde algunas de las decisiones –no todas- son
compartidas, aunque el acceso y el uso del dinero no sea igua-
litario. En otras palabras, a pesar de que los ingresos son des-
iguales, se expresa el deseo de compartirlos. Aunque la toma de
decisiones y la administración está en manos principalmente de
los hombres, que a veces toman en consideración la opinión de
sus parejas.
Finalmente, están las parejas en las que solo hay un ingre-
so, el del hombre. En estas parejas impera una visión tradicional
de la división sexual y de género del trabajo que impide que las
mujeres puedan tener un mayor control del dinero y de su admi-
nistración, más allá de lo que concierne a la vida cotidiana. En
ellas, la mujer influye poco o nada en las decisiones estratégicas,
pero por lo general el dinero con que cuentan es limitado y debe
317

ser utilizado principalmente para el uso de las necesidades bási-


cas de la familia.

Maternidad y paternidad, anclaje del cuerpo

Las dimensiones de la maternidad y la paternidad, así como la


del trabajo doméstico, están relacionadas en tanto implican la
realización de actividades vinculadas al ámbito de lo domésti-
co, que a su vez atiende la reproducción de la vida humana. Sin
embargo, en esta ocasión se consideró pertinente diferenciarlos
por razones metodológicas, puesto que el cuidado de los niños y
niñas tiene implicaciones que asociamos al ámbito de las emo-
ciones y los sentimientos. En este caso se analiza, en primera
instancia, la maternidad y la paternidad y posteriormente se
hace referencia al trabajo doméstico.
La parentalidad es una institución sociocultural de carác-
ter histórico, y por tanto se transforma bajo la presión de fac-
tores que inciden en ella. En la actualidad nos enfrentamos a la
idea de la maternidad como el ámbito de mayor consagración de
las mujeres. Se deposita en las mujeres la mayor responsabilidad
en el trabajo de cuidado y crianza de los hijos, pero ejecutando
dicho trabajo sin el poder que es ejercido por la figura pater-
na. En ausencia o presencia física, es el padre quien controla y
ejerce la autoridad simbólica, que se ha transformado, pero sin
desaparecer.
Entender la construcción social de la maternidad y su
impacto emocional en la vida de las mujeres es fundamental.
Permite comprender la dificultad de las mujeres para de-cons-
truir y re-construir estos cánones culturales y sociales histórica-
mente construidos y profundamente arraigados. A pesar de que
cada vez más las mujeres han demostrado que para ser madres
no es necesario el matrimonio, prevalece en las representación
social la madresposa. Siendo la maternidad y la conyugalidad
318

los ejes socioculturales y políticos que definen la condición ge-


nérica de las mujeres:

Ser madre y ser esposa consiste para las mujeres, en vivir de


acuerdo con las normas que expresan su ser para y de otros,
realizar actividades de reproducción y tener relaciones de
servidumbre voluntaria, ... Aunque no sean madres (no
tengan hijos), ni esposas (no tengan cónyuge), las mujeres
son concebidas y son madresposas de maneras alternativas,
cumplen las funciones reales y simbólicas de esa categoría
sociocultural con sujetos sustitutos y en instituciones afines
(Lagarde, 1993: 351).

En nuestro contexto contemporáneo, la maternidad es para


las mujeres como construcción societal una experiencia con-
tradictoria, generadora de placer pero también de dolor. En
su condición de madre es convertida en un objeto, en un me-
dio para la procreación y la reproducción de la comunidad
(Lagarde, 1990).
La paternidad, concepto relacionado con el patriarcado
e instituido por el derecho romano, se fundamenta en la idea
del pater familias, persona que dispone de la patria potestad
y a la cual la sociedad le ha conferido un poder particular
(Tubert, 1997). El ejercicio de la paternidad está estrechamen-
te ligado a la masculinidad. También con los principios de la
cultura patriarcal, con la forma en que los varones se relacio-
nan consigo mismo, con otros hombres, con las mujeres, con
los niños y con las niñas y también, está relacionado con las
normas legales. La paternidad se define a su vez como una
construcción sociocultural que no es homogénea, sino que se
estructura de acuerdo con la organización social y sus dife-
rencias, intervienen también las representaciones sociales, las
construcciones subjetivas y las prácticas (Rivera y Ceciliano,
2004). Actualmente, es muy limitada la idea del padre como
proveedor, pues dicha responsabilidad no es suficiente para
319

satisfacer las necesidades emocionales del niño y la niña.


Razón por la cual, hablamos de la nueva paternidad, que alude
a un padre más afectivo y activo, concepto al cual nos adheri-
mos en la presente investigación. Una paternidad que permite
involucrarse afectivamente con el hijo o la hija y participar
responsablemente en todas las actividades de cuidado y crian-
za que la vida cotidiana demanda, ejerciendo la madre y el pa-
dre una parentalidad compartida o bien una coparentalidad.
Así es la construcción social, de la que aquí se señalan
aspectos mínimos para tener un referente que permita enten-
der la particularidad de la maternidad y la paternidad. El fin
de esta dimensión de análisis es comprender la centralidad
de la maternidad en la vida de las mujeres y las dificultades
que genera en su vida. Identificar los niveles de participación
de cada quien, considerar la distribución del trabajo y sobre
quién recae la responsabilidad física, emocional y educativa
de las y los hijos.
La división sexual y de género del trabajo deja por fuera
la responsabilidad de los padres con respecto al proceso de
acompañamiento emocional de sus hijos, así como educativo,
que va más allá de su proceso de escolarización. Con esta vi-
sión tradicional, el padre se exime de las labores domésticas,
emocionales y educativas que implica el proceso de cuidado
y crianza de los hijos. Se reduce al varón a su papel de pro-
veedor, incluso en los casos que, como se ha analizado, ni es
el único proveedor, ni es el proveedor principal. Así que, en
el caso de las mujeres que reciben un salario, ellas asumen
el trabajo doméstico, el cuidado de hijos e hijas, y múltiples
responsabilidades que se derivan de dichas labores. En la co-
tidianidad de las mujeres existe una sobrecarga de trabajo y
tensiones que tienen implicaciones en su salud.
Cuando hablamos de maternidad, hablamos indi-
rectamente de la paternidad. Sin embargo, a pesar del tron-
co en común que deviene de dicha responsabilidad social,
320

históricamente la experiencia nos remite a las diferencias que


enfrentan a hombres y mujeres como dadores de vida.
La maternidad históricamente ha marcado la diferencia
con respecto a los hombres y en el capitalismo genera des-
igualdades entre ambos géneros. Desigualdad que está funda-
da en dos dimensiones que responden a distintos niveles: el
emocional y el social.
Sobre lo emocional, expone Lagarde (1997), que la ma-
ternidad trata de la dependencia vital, emocional, afectiva e
intelectual de cada mujer. La vivencia emocional, posiblemen-
te, es la que en este momento tiene en las mujeres una mayor
presencia e importancia. Seguramente más que la social. El
objetivo de este apartado es analizar cómo el anclaje de la ma-
ternidad en las mujeres es una realidad cotidiana que muchas
veces les impide a las mismas desarrollarse en otras áreas. Se
depende de las redes de apoyo y de recursos económicos para
aminorar algunas tareas o bien, de la motivación personal
para salir adelante con sus metas. Los hombres continúan en
general eximiéndose de dicha responsabilidad. Los que asu-
men una actitud más participativa tienen la posibilidad de
elegir esa actitud, como deseo y no como imposición social.
La posibilidad de decidir qué tipo de paternidad desea, marca
una gran diferencia con respecto a las mujeres. Porque en el
caso de estas, ser madres, en principio es una responsabilidad
ineludible y quienes no lo hacen de acuerdo con los patrones
sociales, son estigmatizadas como “malas” madres.
Como hemos señalado en otros apartados, el problema
del recargo, en dicha dimensión, tiene que ver con la repro-
ducción que se da con respecto a la división sexual y de género
del trabajo. Se refuerza la desvalorización que existe del traba-
jo reproductivo, que se considera responsabilidad exclusiva de
las mujeres, y fomenta, por tanto, las visiones más tradiciona-
les de la familia y de los roles sociales de hombres y mujeres.
Además, el ser madre, por el nivel de exigencia que dicha
responsabilidad conlleva, les afecta de manera significativa en
321

su carrera laboral. La maternidad incide indirectamente en el


salario, pues se compite en el mercado laboral con menos años
de experiencia, trabajos con horarios parciales, y trayectorias
interrumpidas por el embarazo, parto y primeros meses o in-
cluso años de cuido de sus hijos/as. A su vez, está demos-
trado que las trabajadoras que son madres participan menos
de las actividades laborales extracurriculares -por ejemplo en
seminarios y talleres de capacitación- que los hombres, lo que
también afecta su trayectoria laboral (Izquierdo, 1998). Dicha
situación está basada en la segregación laboral en el trabajo
que remite a relaciones desiguales y jerarquizadas. La división
sexual del trabajo tiene un principio jerárquico que la estruc-
tura, el trabajo masculino por lo general ha sido valorado más
que el femenino, situación que se observa cuando realizan-
do igual trabajo las mujeres ganan menos (Danièle Kergoat
(1993) citado por Missing, 2002).
La dimensión correspondiente al “cuidado y crianza de
las y los hijos” aparece como una de las dimensiones que marca
mayor desigualdad en la pareja. En nuestro trabajo, de las 14
parejas que tienen a su cargo hijos e hijas menores de 24 años,
sólo tres (un 28% de las mismas) reportan contar con proce-
sos de participación más igualitaria en el cuidado, educación
y acompañamiento emocional de éstos. Es tan concluyente
el análisis de este aspecto en las parejas entrevistadas, que
junto a la distribución del trabajo doméstico, aparece como
una de las dimensiones en las que se reportan menos cam-
bios. Significa que ambas tareas son asumidas, por lo general,
como propias de las mujeres y, por tanto, la participación de
los hombres es nula o bien simbólica por lo puntual de la mis-
ma. El cuadro siguiente muestra los porcentajes que obtuvo
cada pareja. La participación de los hombres queda remitida
en la mayoría de los casos a actividades muy específicas como
participación en espacios de recreación o bien esporádicas. Es
322

decir, los hombres asumen tareas cuando deben sustituir a su


pareja sea por razones de salud o de trabajo.

Cuadro 16
Porcentaje que cada pareja obtuvo en la dimensión:
cuidado y crianza de hijos e hijas

Tipo de pareja % Cuidado y crianza de


hijos e hijas
Pareja rupturista y democrática
1. Irma y Celia 0
Parejas constructoras de la democracia
2. Lily y Andrés 92
3. Megui y Jorge 95
4. Rina y Jesús 63
5. Anabel y Lorena 0
6. Elda y Mauricio 0
7. Emma y Manuel 0
Parejas bien intencionadas pero poco
democráticas
8. Marta y Walter 84
9. Ana y Gerardo 59
10.Victoria y Carla 0
11.Luz María y Bernardo 53
Parejas reproductoras de relaciones
poco o nada democráticas
12. Gilberto y Gabriel 48
13. Sabrina y Fabricio 0
14. Teresa y Lorenzo 74
323

15. Rosemary y Armando 35


16. Marilyn y Pedro 54
17. Mercedes y Camilo 54
18. Marlen y Rodrigo 32
19. Cecilia y Francisco 45
20. Miriam y Jerónimo 31

Los siguientes testimonios ejemplifican la vivencia de la mater-


nidad con respecto a la ausencia de los hombres, en los aspectos
relacionados con el cuidado y crianza en general. En contraste
para la mayoría de los hombres entrevistados, la paternidad res-
ponsable se circunscribe a proveer lo económico, ya que desde
su óptica el trabajo les impide participar en otras actividades:

“Ahorita ella, Cecilia es la que hace mayor trabajo, ella toma


las decisiones, porque ella convive más con los hijos, ella sabe
cuando tiene que llevarlo a la clínica, porque yo no tengo
tiempo, ella decide el lugar en que ellos estudian y los ayuda
con las cosas de la escuela, asiste a reuniones, los lleva a otras
actividades, todo lo hace ella, a mí no me van a estar dando
permiso cada rato para llevar a mi hijo a actividades […]
Yo sí quiero darle todos los estudios a mis hijos, lo que yo les
pueda ayudar, siempre que se porten bien, porque yo no voy
a estar pagando y pagando y pagando un estudio y yo no voy
a ver un futuro, eso hay que pensarlo porque uno como papá
tiene que ayudar a que ellos tengan su futuro” (Francisco, tipo
4).

Incluso en parejas como la de Rina y Jesús, siendo más equitati-


vos en otras dimensiones, en asuntos de crianza y educación la
responsabilidad recae en exclusiva sobre ella. Recordemos que
sus hijos necesitan de un apoyo particular ya que los estudios
324

de secundaria los llevan a cabo con el programa de educación


abierta que tiene el Ministerio de Educación Pública:

“Ah no, en la educación ahí el hombre se recarga absoluta-


mente en mí verdad, es muy poco, yo le tengo que decir ¡ayu-
dame! algo así pero él no, por iniciativa muy poco, yo soy la
que los, la que asumo esa responsabilidad él no” (Rina, tipo
2).

Por su parte, Jesús acepta su poca participación en asuntos edu-


cativos, considera que él colabora en otros menesteres domés-
ticos y que no es capaz de asumir el acompañamiento que se
requiere en asuntos de educación de sus hijos:

“Ella, ella es la que prepara la comida, yo creo que esa es la


labor más importante, […] lo que pasa es que como ella tiene
que atender los hijos, si, esa parte, eso sí, yo no la hago […]
ella se hace cargo de la educación, de la educación en general,
si, y luego la comida, hacer comida” (Jesús, tipo 2).

Notemos que los hombres reconocen, por un lado su poca o nula


participación en el cuidado de sus hijos e hijas, su ausencia del
hogar, pero, paradójicamente, lo viven con lógica y sentido prác-
tico. La razón principal que aducen es la falta de tiempo debido
al trabajo y la necesidad que tienen de descansar en su tiempo
libre. Por su parte, las mujeres señalan que les gustaría que ellos
se involucraran más en esa materia. Piensan que la limitación de
tiempo de ellos no debe ser excusa para estar ausentes. También
consideran que la responsabilidad en el cuido y proceso educa-
tivo debe ser una tarea compartida, a pesar de que ellos sean los
únicos que trabajan fuera. Separan así su responsabilidad con
respecto al trabajo doméstico de lo que es la atención y cuidado
de sus hijos. El deseo de ellas de revertir dicha dinámica no tiene
ningún efecto práctico:
325

“Él (Pedro) en eso no se mete, debería de hacerlo, aunque sea


pues en cualquier cosita, que los chiquitos sientan que se sien-
tan apoyados por él, pero no, no es así porque no sabe y no le
gusta. Yo a le digo… que no solo es mandarlos a estudiar, sino
sentarse a ver que ocupan, que no ocupan, en qué le puedo
ayudar pues aunque no entienda, pues […] Pero ha estado
igual… él dice que con traer la plata a la casa, con eso cum-
ple, y mandarlos a estudiar (Marilyn). Me gustaría que me
ayudara más en lo que es educación, porque yo pienso que
él también tiene obligación, y que los chiquitos necesitan que
estemos los dos, no solo uno, que les ayudemos los dos, no solo
uno. Aunque siento que yo soy la responsable, porque yo soy
la que comparto las cosas con ellos, y él aunque esté libre no
las comparte. No forma parte, él no dice ¿cómo le fue, en qué
le ayudo? Como que me lo dejó todo a mí” (Marilyn, tipo 4).

Pedro, al igual que Jesús y demás hombres entrevistados que son


padres de familia aceptan que no participan en asuntos de la
educación de los hijos porque disponen de poco tiempo. Este
aspecto genera una marcada diferencia y además conflictos en
las parejas, pero es uno de los aspectos en donde los hombres
están menos dispuestos a ceder. De las 14 parejas entrevistadas
que conviven con hijos e hijas, sean sus padres biológicos o no,
sólo Andrés señala participar en los asuntos de la educación de
sus hijos. Jorge (tipo 2) está consciente de la importancia de par-
ticipar y estar presente en el proceso educativo y desarrollo emo-
cional de su hija, sin embargo, el trabajo que realiza se lo impide,
pues se ausenta por meses del país.
La ausencia de los hombres en el proceso de crianza no
se restringe a los asuntos de atención de salud y educación, sino
que remite también a otro terreno, el de la educación no formal.
El proceso formativo implica generar pautas de comportamien-
to, límites y orientación, así como en la resolución de conflictos
con los hijos e hijas que recae en las madres. Las mujeres son
conscientes de la situación, pero a pesar de la claridad con que
expresan la necesidad de una mayor presencia y participación
326

de los padres en estos mesteres, ellos no generan una respues-


ta satisfactoria. Algunas madres mencionan las dificultades que
enfrentan al respecto, e incluso consideran que tienen menos
autoridad que los padres frente a sus hijos. A continuación algu-
nos de los testimonios nos narran situaciones que incluso gene-
ran frustración en ellas:

“Si claro, yo a Lorenzo le digo: “... yo deseara que usted un día


llegara..., - porque aun estando él los chiquillos mami vea esto,
mami vea..., y a él no le dicen nada, y yo le digo - vea Lorenzo,
pero es que usted...,...”, entonces cuando yo me enojo les pego
entonces me dice: “...negra pero por qué...”, digo yo: “...es que
vos estás metido en el tele y los güilas están peleando o están
haciendo algo que no deben y vos no les decís nada, entonces,
cuando yo actúo entonces si te metes, ya para qué, entonces
yo deseara que usted agarre una faja y les dé un par de fajazos
y verá que lo aprenden más que conmigo... “(Teresa, tipo 4).

“En eso él es muy arrecostado. También se recuesta mucho,


ya es cuando yo le digo ¡Jesús ahora vaya usted vea a ver que
hace!, porque ya, pero generalmente no. En la casa sólo soy
yo y son pocos los aportes que hace, y muchas veces es porque
uno le tiene que estar insistiendo verdad, que por favor, salvo
cuando le digo, básicamente con algunas cosas de los gemelos,
de ahí fuera, yo lo he asumido mucho” (Rina, tipo 2).

En la mayoría de los casos, las actividades que suelen compartir


los hombres con sus hijos se circunscriben principalmente a las
recreativas y coinciden con sus parejas en que la educación, la
salud, las actividades escolares, la alimentación y lo emocional
están a cargo de ellas. Es posible que a veces apoyen o participen
en alguna de estas actividades mencionadas, pero lo hacen de
327

forma puntual, mientras que en el terreno de la recreación están


presentes más cotidianamente:

-¿Qué tipo de actividades hacen?


- Bueno, vamos a jugar fútbol, o si ellos quieren andar en bici-
cleta, yo me voy al parque en el parquecillo. ¿Salen a pasear?
Si, si, es lo que más agarramos la calle, vamos donde la abue-
lita, o vamos a Tibás, si salimos, si me gusta, pero no es que
sea todo el tiempo, a mí me gusta estar aquí, en la casa, yo
prefiero, porque uno sale cansado de trabajar, diay, pero yo lo
hago el propio por sacarlos a ellos, también para que se despe-
jen la mente un poco, para que salgan, y si hay un poquillo y
hay plata, o algo, salimos a comer, si hay chance, y hay plata
vamos y comemos algo” (Pedro, tipo 4).

La experiencia de la maternidad por lo general es vivida de for-


ma intensa, las madres entrevistadas consideran que hay un re-
cargo en ellas por el trabajo que implica la misma y los pocos
recursos con que se cuenta. La falta de recursos y apoyo genera
más trabajo y una actitud creativa para responder a las necesida-
des de sus hijos e hijas. En sus relatos en lo relativo a la materni-
dad lo económico no es lo determinante. Para ellas la demanda
emocional es más fuerte, implica atender varias áreas siendo el
aporte de los padres puntual e insuficiente:

“Pucha es demasiada presión para el papá y la mamá tener


los hijos, yo a veces pienso que, debería haber una, una, una
participación de la sociedad, cómo compartir a los hijos no,
porque yo siento que en el caso de las mamás, el recargo que
tenemos con los hijos es mucho, o sea, que somos las educa-
doras, las maestras, las psicólogas, las mamás, las... ¡puta yo
digo! Es mucho ¿Quién nos ayuda? y entonces claro… los hijos
de uno, uno los educa como uno puede, todo, por eso, todas las
cosas feas y bonitas de uno están en los hijos de uno, por qué,
porque diay, no hay..., la sociedad no está resolviendo la edu-
cación de los hijos verdad, es un peso que nos queda grande
328

a los papás , sobre todo a la mamá verdad, entonces yo digo


que, que a veces las mamás nos sentimos con una gran carga,
entonces es una carga de que lo hicimos mal o lo hicimos
bien, hasta eso verdad, tras de que uno hace de todo con los
hijos, todavía hee, la, la sociedad te dice si lo hiciste bien, o lo
hiciste mal” (Lily, tipo 2).

La maternidad nos ubica en el “centro del huracán”, la contra-


riedad de lo que es ser mujer en la sociedad actual. Aunque se
han producido importantes cambios estructurales que favorecen
la participación y reconstrucción de las relaciones de género, la
atención y el cuidado de los hijos e hijas sigue permaneciendo
como uno de los espacios más renuentes al cambio. Situación
que se confirma en la mayoría de los testimonios. No se niega la
satisfacción que por lo general genera en las mujeres. Así como
la vivencia emocional y las motivaciones que se desprenden de
cientos de detalles que se viven a partir del vínculo entre madre
e hijos/as. En los testimonios una y otra vez, las mujeres enfa-
tizaron en el amor y todo lo que son capaces de hacer para que
sus hijos e hijas estén bien, sean felices y cuenten con todo lo
que necesitan. La maternidad da felicidad y genera sentimientos
de realización a las mujeres entrevistadas en el plano personal,
sentimental. Sin embargo, el trabajo y el tiempo que las mujeres
invierten en atender la diversidad de necesidades que sus hijos
e hijas tienen, es lo que genera desigualdades en la pareja, por el
recargo de trabajo que implica para ellas. Se da así, en las muje-
res una especie de prolongación entre el trabajo doméstico y el
extradoméstico, los dos están unidos, mientras que en el hombre
dichos ámbitos siempre han estado, hasta el día de hoy, separa-
dos. Por ello, parejas en donde se observa mayor distribución
de actividades, de responsabilidades compartidas, de capacidad
de negociación y uso de recursos, en lo que se refiere al ámbito
del cuidado y crianza de los hijos e hijas no es así (como Rina y
Jesús, Megui y Jorge, ambas del tipo 2).
329

Siendo la maternidad uno de los aspectos que condiciona


la vida de las mujeres, es oportuno retomar a Lipovetsky quien
plantea que la génesis de la tercera mujer23 en la sociedad mo-
derna se caracteriza por la reconstrucción de los roles prototi-
pos de las mujeres. Hay una especie de enfrentamiento entre ese
debe “ser” contra el quiero “ser”, que irrumpe con fuerza por
necesidad y/o deseo en la escena pública y que se abre paso en
el mundo del trabajo remunerado, la política, la cultura, y otros
espacios sociales. A pesar de la ruptura histórica que se está
dando con respecto a los parámetros sociales, presentes en el
imaginario social que Lipovetsky (2007) llama “tercera mujer”.

23 Lipovestky considera que las sociedades han construido ideales de muje-


res que responden a condiciones históricas particulares de cada momen-
to, al respecto identifica tres mujeres. La primera mujer perdura durante
la mayor parte de la historia, incluso en algunas sociedades se prolonga
hasta los albores del siglo XIX, y se caracteriza, por la desvalorización
generalizada en la sociedad en donde solo una función escapa a esa si-
tuación, la maternidad. Pero no por ello deja de ser una “otra” inferior y
subordinada, y solo la descendencia que engendra tiene valor. “Por lo de-
más, los ritos que celebran la función procreadora de las mujeres no des-
mienten en modo alguno la idea de que la madre, por ejemplo en Grecia,
no es otra cosa que la nodriza de un germen depositado en su seno, el
verdadero agente que trae una vida al mundo es el hombre” (2007:214).
Aun así despreciadas y apartadas de las funciones nobles tiene un poder
real y simbólico al dominar la imagen de la mujer misteriosa y maléfica.
La segunda mujer se genera con la llegada del amor cortes, a partir del si-
glo XII, en donde se desarrolla un culto a la dama amada “en los siglos XV
y XVI la bella alcanza el apogeo de su gloria, entre los siglos XVI y XVIII
se multiplican los discursos de los “partidarios de las mujeres”, que alaban
sus méritos y virtudes y hacen el panegírico de las mujeres ilustres, con la
llegada de la ilustración, se admiran los efectos beneficiosos de la mujer
sobre las costumbres, la cortesía, el arte de vivir, en el siglo XVIII y sobre
todo en el XIX, se sacraliza a la esposa-madre-educadora … esta ideali-
zación desmesurada de la mujer no invalidaría la realidad de la jerarquía
social de los sexos, las decisiones importantes siguen siendo cuestiones de
hombres, la mujer no desempeña papel alguno en la vida política, debe
obediencia al marido, se le niega la independencia económica e intelec-
tual.”(Lipovestky, 2007: 216-217).
330

La tercer mujer está presente en el sentimiento de auto realiza-


ción o “principio de libre gobierno de sí” de las mujeres. En este
caso, la maternidad aparece como la contrariedad, deviene en el
principio de escisión de las mujeres, pues ser madre tiene impli-
caciones que han costado la posibilidad de ser para las mujeres.
La tercera mujer es el reflejo del nuevo modelo, que trata
de crear ruptura con el estilo anterior. La tercera mujer irrumpe
en la vida pública y que empieza a ser reconocida y gana de-
rechos en el trabajo, los estudios, la política, la libertad sexual,
control sobre su procreación. Pero a pesar de los cambios que
observamos, no desaparecen las desigualdades entre los sexos,
por ejemplo en asuntos educativos, en las relaciones familiares,
el empleo y la remuneración. Así que, para Lipovetsky la prime-
ra mujer está sujeta a sí misma, la segunda mujer representa una
creación ideal de los hombres y en función de los hombres y la
tercera mujer supone una autocreación femenina.
La explicación que Lipovetsky plantea con respecto a la
tercera mujer, la mujer de las sociedades occidentales modernas
desarrolladas permite comprender parte de las contrariedades
que se vive en otras sociedades, como las latinoamericanas. En
este caso señala que las mujeres se caracterizan por construir es-
pacios de autonomía e independencia. Situación que explica las
dificultades, limitaciones y contradicciones que viven muchas
mujeres de distintos sectores en nuestra sociedad. Al menos de
las mujeres que se autoperciben con distancia al prototipo, que
no se identifican con imágenes idealizadas de mujeres y que se
miran a sí mismas atrapadas entre quienes son, quienes desean
ser y lo que los otros desean que sean. Todas las madres entrevis-
tadas señalaron su disgusto con respecto al cuidado y crianza de
sus hijos e hijas, percibimos en todas ellas un replanteamiento
con respecto a dicha labor. Para ellas, padre y madre son econó-
mica y afectivamente responsables, no es un asunto de su exclu-
sividad, reclaman así la presencia del padre.
Además, el cuidado de los hijos, como una responsabilidad
principalmente de las mujeres, les impide o bien les interrumpe
331

su proceso de desarrollo personal, educativo y laboral. Las pro-


pias mujeres, sujetas de este estudio suelen desvalorizar el aporte
económico que están realizando, tanto desde el trabajo domés-
tico como del extradoméstico. Social y familiarmente su ingreso
económico es considerado un aporte subsidiario y complemen-
tario al del hombre, que es el principal. En la vida de varias de las
mujeres entrevistadas, la maternidad implicó la interrupción de
su actividad laboral por varios años. Por ello sus trayectorias en
el ámbito del trabajo remunerado y educativo presentan discon-
tinuidades que se explican por las constantes interrupciones que
tienen por la maternidad y que tienen un efecto negativo en su
carrera profesional. Sin embargo, a pesar de esas discontinuida-
des, no deja de ser llamativo como algunas se logran sobreponer
y generar en algunos casos carreras laborales exitosas, tal es el
caso de Marta quien nos ejemplifica muy bien este proceso:

“Después, me casé, tuve a mis hijos, y si, paré de estudiar va-


rios años, por ellos, primero por la relación de matrimonio, yo
quería dedicarme, solo a la relación matrimonial, Walter ha-
bía dejado la Universidad, porque ya era bachiller, como que
no le interesaba sacar la licenciatura, no sé que, entonces, es-
tee, hee, yo tuve una pérdida […] al año de la operación, que-
dé embarazada nació el primer bebé, heee, al año y 7 meses
de ese bebé, nació el otro bebé, y ya me empezaba a mí, esa,
esa, esa necesidad de continuar estudiando, yo quería todavía
terminar, por lo menos sacar un bachillerato, pero ya no me
interesaba en administración, yo lo que quería era continuar
en informática, porque, porque continué trabajando en infor-
mática y cada vez era más interesante, la informática va cam-
biando mucho y , y la verdad quería eso, entonces, cuando el
mayor tenía 5 años y el chiquito tenía año y medio, no sé por
ahí, entonces, me volví a matricular, en la Universidad, ya
me matriculé en la, en la UACA (Universidad Autónoma de
Centro América), porque me pareció que la UCR (Universidad
de Costa Rica), este era mucho el tiempo que tenía que llevar,
esa necesidad de terminar rápido […] el chiquito, lloraba, y
332

lloraba con frecuencia […] entonces volví a dejar la univer-


sidad hasta que estuvieran más grandes. Cuando él entró a
la escuela, yo volví, y ya me fui y me matriculé en ULACIT
(Universidad Latino Americana de Ciencia y Tecnología”)
(Marta, tipo 3).

En el caso de Marta, ella plantea que para poder obtener los lo-
gros académicos y laborales la participación de su esposo en la
atención de sus hijos, fue vital. Sin embargo, su apoyo no era
suficiente, así que decidió contratar a una señora que asumió
el cuidado de sus hijos, al menos durante los años “más duros”.
Posteriormente, cuando Marta empezó a ascender laboralmente
vino el período de desempleo de Walter, y luego empezó a traba-
jar tiempo parcial, dedicando tiempo importante a atender a sus
hijos. Esto le da a Marta una enorme tranquilidad, pues es una
descarga emocional y la seguridad de saber que sus hijos están
siendo atendidos, lo cual le permite actualmente dedicar tiempo
y energía a su trabajo y estar más tranquila que en el pasado.
Megui tenía una carrera laboral muy exitosa y había ido
a terminar sus estudios de maestría al extranjero. Cuenta que
cuando iba a ser enviada a trabajar al extranjero, a un “lugar tan
exótico” como el que ella deseaba ir hace años, a Angola, quedó
embarazada, lo que alteró todos sus planes:

“… pero en eso, tenía un retraso en la menstruación, y yo dije,


diay la tensión del viaje verdad, que ya estás decidiendo que
te vas a ir desmontar toda la casa, pero el retraso se alargó
más de lo normal, entonces, me hice la prueba y me di cuenta
que estaba embarazada, y eso fue otro cambio fuerte..., ha
sido el cambio más fuerte que he tenido en mi vida” (Megui,
tipo 2).

Esto nos lleva a otro tema de gran importancia, que cada vez
más mujeres empiezan a plantearse ¿cómo conciliar la vida fa-
miliar y la maternidad con la vida laboral? Hemos señalado las
333

dificultades que enfrentan las mujeres con respecto al cuidado


de sus hijos e hijas. Las mujeres viven la contrariedad de una
maternidad en la cual no hay apoyo de parte del Estado para
atender el cuidado de sus hijos, y el deseo, ya no sólo de integrar-
se al mercado laboral por la necesidad económica de su familia,
sino también como un espacio que le proporciona satisfacción.
Sin embargo, la sociedad en su conjunto y el Estado como
ente responsable de velar por el bienestar de sus conciudada-
nos/as, no está generando ni promoviendo los cambios que se
requieren para que la participación de las mujeres en el ámbito
laboral, político, y otros sea posible. Significa que, por lo general
la participación de las mujeres en distintos ámbitos implica para
ellas exceso de trabajo y responsabilidades. En los países más de-
sarrollados al menos existen más recursos públicos para apoyar
la labor de crianza y cuidado de las y los hijos. Al no existir en
Costa Rica estos recursos del Estado para dar apoyo en la aten-
ción de miles de niños y niñas, hijos de madres trabajadoras, el
cuidado de los mismos se tiende a resolver por la vía individual,
ya que no existe un tejido institucional de prestación de servi-
cios de ayuda a la familia y a la infancia.
En Europa, y especialmente en algunos países con menor
desarrollo social, como es el caso de España, estudios recientes
ponen de manifiesto que la falta de políticas sociales que velen
por el cuido de los hijos e hijas está teniendo un impacto demo-
gráfico. A menor existencia de políticas de apoyo a la familia,
menor la participación de las mujeres en el mercado laboral e
incluso se genera una reducción en la fecundidad (Cea, 2007;
Moreno, 2007), ya que la decisión que toman las personas con
respecto a la reproducción no sólo está basada en los valores y
preferencias. También se basa en la gestión del acceso institucio-
nal, considerándose desde el mercado laboral, hasta las políticas
sociales y familiares. Se establece así una relación entre la fecun-
didad y el gasto social destinado a la protección de la familia.
Así que, en los países mediterráneos se ha generado un descenso
significativo en los índices de fecundidad en la medida en que
334

existe un escaso desarrollo institucional de políticas orientadas


a la familia. Mientras que en los países nórdicos hay entre un
60% y 70% de niños y niñas menores de tres años que asisten
a los centros infantiles, en los países del sur –Italia, España y
Grecia- el porcentaje es menor al 10% (Moreno, 2007). Este as-
pecto es de singular importancia para esta investigación porque
el modelo que se señala que está impactando de forma negativa
a los países del sur de Europa muestra semejanzas con el aplica-
do en los países latinoamericanos, en donde imperan políticas
muy débiles de apoyo a las familias, las cuales deben atender y
resolver el cuidado de las y los hijos de forma individual:

La persistencia del modelo del varón como proveedor y la


desigual división del trabajo familiar, provoca que en este
contexto familiar, el proceso de individuación, se esté pro-
duciendo de forma ralentizada debido a los efectos conver-
gentes que las políticas públicas, el mercado y el entramado
familiar están teniendo sobre la emancipación familiar de
la mujer y por tanto sobre el proceso de desfamiliarización
(Moreno, 2007: 242).

Por su parte, Martínez (2007) retomando a Armando Barrientos


señala que en América Latina en las dos últimas décadas se ha
pasado de un régimen de bienestar conservador-informal a otro
liberal-informal. El nuevo estilo de desarrollo, es un modelo que
promueve la reducción de políticas públicas, en consecuencia
generan un recargo sobre las personas en la resolución de todas
sus necesidades, individualizándose los problemas que son de
origen social. Entonces, el peso de la crisis económica y de las di-
versas y heterogéneas reestructuraciones económicas ha recaído
sobre las familias, que asumen los problemas del mercado labo-
ral, cada vez más desregulado, y de las reducidas políticas públi-
cas. Los arreglos familiares son la base para enfrentar los pro-
blemas sociales, y en particular de las mujeres, quienes, como
hemos señalado, tienen a su cargo la administración cotidiana
335

del dinero y el cuidado de sus hijos e hijas. Se da una despro-


tección social de parte del Estado, que en lugar de contribuir a
generar procesos de cambio en pro de los derechos de las muje-
res y la equidad, favorece el repliegue de ellas. Las políticas del
Estado costarricense impiden la participación de las mujeres en
el mundo público, la incorporación al trabajo remunerado se da
en condiciones de desigualdad puesto que tienen que atender las
diversas necesidades de los niños y las niñas.
Quedamos en una encrucijada entre los derechos de las
mujeres, la cada vez mayor aceptación de la individualización
de las personas, incluyéndolas, y la involución o repliegue de las
políticas públicas que, en la práctica, impiden el proceso de in-
clusión de las mujeres en los espacios públicos. La participación
de las madres en el mercado laboral produce una sobrecarga de
trabajo en ellas, como se pone de manifiesto en todos los casos
analizados, y muy especialmente sobre las mujeres de sectores
medios, medios bajos y bajos que no cuentan con recursos ne-
cesarios para contratar servicios privados. Por otro lado, tal y
como hemos analizado, la participación de los hombres en asun-
tos familiares, principalmente con respecto al cuidado de sus hi-
jos es limitada, con intervención en actividades muy puntuales,
que más que cotidianas, son esporádicas.
Por tanto, aunque en la actualidad se reconoce el derecho
que tienen hombres y mujeres en el desarrollo de sus metas y
proyectos, ello no implica que se puedan intercambiar los roles
y los lugares, hay un impedimento práctico para que las mujeres
puedan realmente ejercer sus derechos, al respecto Lipovetsky
afirma que:

Las diferencias de posición se recomponen paralelamente al


declive de los ámbitos atribuidos en exclusiva a un sexo con-
creto. Los límites de la tarea de la igualdad no son menos
significativos que su irrecusable avance, sea en la esfera del
sentimiento, del aspecto físico, de los estudios, del trabajo
profesional o de la familia, se reactualizan las disparidades,
336

en cuestión de orientaciones, gustos y arbitrajes, aunque


sean claramente menos ostensibles que antaño (Lipovetsky,
2007: 220).

Así que, la sociedad parece más abierta, pero se sigue constru-


yendo a partir de normas y roles diferenciados para hombres y
mujeres.

Cierre reflexivo acerca de las maternidades y paternidades

Se ha afirmado que la maternidad ubica a las mujeres ante una


situación difícil. Aunque se han producido importantes cambios
estructurales que favorecen la participación y transformación
de las relaciones de género. Pero la atención y el cuidado de los
hijos sigue permaneciendo como una de las responsabilidades
principales de las mujeres. Por lo general los hombres quedan
excluidos. Los resultados de la investigación coinciden con lo
anterior, lo que no significa que ninguno de los hombres entre-
vistados participara en el cuidado de sus hijos. Sin embargo, la
misma se restringe a la voluntad de cada quien y sólo para algu-
nas actividades, imperando la posición de que la principal con-
tribución y responsabilidad masculina es la económica.
Observamos que cuando las mujeres cuentan con traba-
jos extradomésticos, los hombres tienden a participar más en los
trabajos del hogar, aunque no en la misma medida en las activi-
dades relacionadas con el cuidado de los hijos e hijas. A pesar de
que su participación se caracteriza por ser puntual y menor que
la de las mujeres, realizan actividades eventuales que son vividas
como un importante apoyo, para que ellas puedan atender de-
mandas propias de las actividades externas.
El cuidado de las y los hijos es uno de los ámbitos en don-
de los recursos de las mujeres, el nivel educativo, la participa-
ción política, el trabajo laboral y los ingresos económicos que
aportan, tienen poca incidencia en los comportamientos y en
337

la relación de la pareja. En varias parejas vimos que, a pesar de


ser ellas las que se hacen cargo de todo lo relativo al cuidado de
los hijos, cuando se trata de tomar decisiones sobre los gastos
económicos relacionados con la educación, la salud o la recrea-
ción de los mismos, su poder de incidencia es menor que el de
los hombres. Ellos tienen mayor poder de decisión a pesar de
no participar ni ocuparse de su cuidado, atención y educación.
Vemos en este caso como el poder que da el recurso económico
tiene implicaciones en distintos ámbitos de las relaciones fami-
liares y de pareja. De modo que la asimetría en esta dimensión es
contundente, situación que se acentúa en el caso de las mujeres
amas de casa.
En la bibliografía mencionada en este trabajo se señala
que la maternidad es uno de los factores que incide fuertemente
en las posibilidades de desarrollo de las mujeres. Las institucio-
nes sociales suelen enfatizar que dicho trabajo les corresponde
principalmente a ellas, por ello las políticas sociales son muy dé-
biles, pues se considera que el cuido de los hijos e hijas es una ta-
rea individual y no social. En Costa Rica solo existe el programa
de los Centros de Salud Integral, que tienen la particularidad de
atender exclusivamente a los hijos e hijas de madres de escasos
recursos económicos. Esto significa que cientos de mujeres que
laboran no califican y no son apoyadas para que su participación
en el mercado de trabajo se realice en mejores condiciones. Por
ello, la mayoría de las mujeres son víctimas de la desigualdad
que se da por partida doble: por ser mujeres y por ser madres,
lo que a su vez les dificulta los procesos de capacitación y de
participación en igualdad de condiciones que los hombres, pues
cuentan con menos tiempo. El trabajo en actividades a tiempo
parcial e informal evita que los salarios de las mujeres con hijos,
sean bien remunerados y mejoren con el tiempo.
338

El trabajo doméstico y la desigualdad de género

El tema de la distribución del trabajo doméstico que tratamos en


este apartado es una continuidad del anterior, en el tanto ambos
remiten a la participación de hombres y mujeres en los asuntos
de la unidad doméstica y el cuidado y la crianza de las y los hi-
jos. La disparidad social que señalamos con respecto al cuida-
do también explica la que se genera en el trabajo doméstico en
las parejas, en la medida en que tratan del impacto que tiene la
división sexual del trabajo en la familia. División que parte de
una desvalorización del trabajo que aportan las mujeres en el
ámbito productico y reproductivo. La equidad en las relaciones
de pareja será difícil de lograr mientras las mujeres dediquen
más tiempo que los hombres al trabajo de la casa y al cuidado de
los integrantes de la familia (hijos/as, madres, padres, abuelos y
abuelas, personas con discapacidad o enfermas, etcétera).
La división sexual y de género del trabajo refiere al con-
junto de relaciones sociales que establecen la producción para el
mercado como ubicación prioritaria de los hombres y la repro-
ducción social como la esfera de responsabilidad principal de las
mujeres. Se parte de la idea de que existen trabajos de hombres y
trabajos de mujeres, y la jerarquización que asigna mayor valor
a los trabajos de hombres que a los de las mujeres:

De esta manera, la división sexual del trabajo no sólo dis-


tingue entre el tipo de trabajo desempeñado por hombres y
mujeres sino también confiere a los hombres la mayoría de
las funciones de trabajo con alto valor social agregado. Para
muchas autoras, la división sexual del trabajo es el núcleo
motor de la desigualdad entre hombres y mujeres, pues el
menor estatus jerárquico otorgado a los trabajos de las mu-
jeres con respecto al de los hombres, afecta negativamente
la forma en la que los hombres ven a las mujeres y las mu-
jeres se ven a sí mismas, reforzando los patrones de auto-
ridad y poder de los primeros sobre las segundas en todos
339

los ámbitos de la vida pública y privada (Rubín, Deman y


Grijalva, 2006: 7).

El trabajo doméstico está asociado directamente con la división


sexual y de género del trabajo; remite a la construcción social y
cultural basada en el principio de la diferencia anatómica. Existe
así una distribución del poder que alude a los recursos materia-
les y simbólicos que a su vez integran las relaciones de género
en sus percepciones y en el acceso que se tiene a los recursos.
Además, al existir la noción de que el trabajo que tiene valor es el
extra doméstico y no el doméstico, se ha generado una desigual-
dad conceptual y con efectos reales en lo que los hombres y las
mujeres aportan. Situación que ha sido muy difícil de revertir.
Actualmente, en la práctica el sentido que tiene el trabajo
es el que le asigna el modelo capitalista, que lo identifica con la
creación de riqueza material o inmaterial y con hacerla circular
en el mercado. Al prevalecer la concepción del trabajo ligada al
mercado, su acepción se reduce a lo que se produce en la esfera
pública y, específicamente, bajo la forma de trabajo asalariado,
que es, además, el que provee parte de los ingresos para la satis-
facción de las necesidades y constituye la base para definir los
derechos de las y los trabajadores y el acceso de las personas
y sus familias a los sistemas de seguridad y protección social
(Rubín, Denman y Grijalva, 2006). Estudiar la distribución del
trabajo doméstico, así como el valor que se le otorga al mismo
en la pareja, y las diferencias y desigualdades que genera entre la
pareja, es lo que se desea profundizar con esta dimensión.
Hay dos factores, que por más participación política en educa-
ción y trabajo extra doméstico que realicen las mujeres impo-
sibilitan el desarrollo equitativo en la relación: el tiempo que
se dedica a cada actividad y la propia salud física y mental de
la mujer por la carga de trabajo y responsabilidad que asumen.
Por esta razón los argumentos de las feministas liberales que-
dan fuera de lugar, en la medida en que parten de que por la
vía del acceso al trabajo remunerado, la participación política
340

y la educación, en igualdad de condiciones con los varones, se


lograría romper con la opresión y subordinación de las mujeres
(Friedan, 1974). Argumento que se ha criticado desde distintas
corrientes feministas como la marxista, la radical, la socialista,
la antropológica y otras más, centrando el problema de las des-
igualdades e inequidades en las relaciones de poder entre los
géneros, el sistema patriarcal y las construcciones sociales de la
subjetividad.
Con respecto a la participación que hombres y mujeres
tienen en el ámbito doméstico el resultado fue obvio. Igual que
en la dimensión del “cuidado y crianza de hijos e hijas”, solo tres
de las veinte parejas obtuvieron más de un 70% en la dimensión
de la “división del trabajo doméstico” tal y como se muestra en
el cuadro 17 que se presenta a continuación.

Cuadro 17
Porcentaje que cada pareja obtuvo en la dimensión:
división del trabajo doméstico

Tipo de pareja % División del trabajo


doméstico
Pareja rupturista y democrática
1. Irma y Celia 89
Parejas constructoras de la democracia
2. Lily y Andrés 90
3. Megui y Jorge 77.5
4. Rina y Jesús 65
5. Anabel y Lorena 85
6. Elda y Mauricio 0
7. Emma y Manuel 45
341

Parejas bien intencionadas pero poco


democráticas
8. Marta y Walter 58
9. Ana y Gerardo 74
10.Victoria y Carla 0
11.Luz María y Bernardo 58
Parejas reproductoras de relaciones
poco o nada democráticas
12. Gilberto y Gabriel 68
13. Sabrina y Fabricio 42
14. Teresa y Lorenzo 48
15. Rosemary y Armando 33
16. Marilyn y Pedro 67.5
17. Mercedes y Camilo 43
18. Marlen y Rodrigo 28
19. Cecilia y Francisco 37
20. Miriam y Jerónimo 24

Las mujeres dedican más tiempo a actividades tales como la pre-


paración de los alimentos, el lavado y planchado de la ropa, la
limpieza de los trastes, la limpieza de la casa. Así como al cuida-
do de las personas menores, de personas adultas mayores y de
las personas enfermas, es decir toda actividad relacionada con
el proceso reproductivo de las personas. Para visualizar las di-
ferencias por género en la participación del trabajo doméstico,
consideramos observar de forma separada las prácticas de las
parejas heterosexuales de las homosexuales. En lo que respecta
a las heterosexuales, de las 16 parejas entrevistadas, las mujeres
afirmaban dedicar entre 12 y 50 horas a la semana al trabajo
doméstico, mientras que de los 16 hombres que fueron entre-
vistados, sólo cuatro decían realizar actividades domésticas en
ese mismo rango de horas. En el cuadro siguiente se reportan
342

las horas que hombres y mujeres reportan dedicar al trabajo do-


méstico. Podemos observar como son cinco los hombres que no
dedican ninguna hora a la semana al trabajo doméstico, mien-
tras que ninguna mujer se ubica en ese segmento.

Cuadro 18
Horas semanales que hombres y mujeres dedican al
trabajo doméstico en parejas heterosexuales

Horas de trabajo doméstico Mujeres Hombres


Ninguna 0 5
Entre 1 y 9 1 8
Entre 10 y 19 1 3
Entre 20 y 29 5
Entre 30 y 39 3
Entre 40 y más 6
Total de personas 16 16

Podríamos decir que esta distribución inequitativa de las activi-


dades domésticas responde a factores principalmente de orden
cultural y normativo con respecto a las relaciones de género.
La asimetría se observa en esta dimensión, más en las pa-
rejas heterosexuales que en las homosexuales. Aunque en dos
de las parejas homosexuales observamos recargos en alguna de
las personas que la forman, con la diferencia y particularidad de
que es un tema que se discute en la pareja y ambas partes decla-
ran que el reparto debe ser igualitario. Es decir hay una concep-
ción y voluntad por compartir, aunque después no se practique
del todo dado que los acuerdos no siempre se cumplen. Este as-
pecto del incumplimiento de los acuerdos, ya ha sido señalado
343

en anteriores apartados con respecto a las parejas de Gilberto y


Gabriel (tipo 4), Victoria y Carla (tipo 3).
Con respecto a Anabel y Lorena (tipo 2) la situación es
algo distinta, ya que la distribución del trabajo doméstico se ve
mediada por una trabajadora de medio tiempo que atiende su
casa. Anabel es la encargada de administrar el trabajo en su casa
y quien por lo general cocina, o bien le indica a la trabajadora
“doméstica” lo que debe de cocinar. Lorena da mantenimiento
a espacios o asume trabajos particulares como el cuidado del
jardín y de las plantas de la casa, que requieren de especial aten-
ción, por ser muchas. Sin embargo, refiere que en otros momen-
tos han tenido diferencias y discusiones por la distribución del
trabajo doméstico que han resuelto. Al menos ambas consideran
que su propuesta les permite tener un arreglo pacífico, ya que
contratan a una persona para que realice estas labores:

“Cuando estuvimos sin empleada, se había distribuido pero


se recargaba, eso también fue parte de mis disgustos [con las
hijas de Anabel], lo que me decía Anabel era “no tenés que
hacerlo”, pero es que si no lo hago, sabiendo que hace falta que
se haga, entonces yo me siento mal que no se hace, pero me
parece injusto por tal y tal, más cuando estábamos las cua-
tro diay, yo agarraba una chicha y me iba verdad, cansada,
tiendo a eso, a veces que a asumir más de lo que yo puedo,
porque no soporto los desórdenes, yo los hago (recoger), pero
lo justo es que todo mundo haga, entonces por eso es que hay
empleada. Pero igual ahora yo, si tengo que limpiar platos, o
lo que sea, entonces tengo trapitos “lisol”, entonces ando lim-
piando…” (Lorena, tipo 2).

En lo que respecta a las parejas heterosexuales tenemos que, por


lo general, quien permanece más tiempo en la casa es quien asu-
me más responsabilidades. Así que en las “parejas reproducto-
ras” en la medida en que existe una clara división sexual y de
género del trabajo, son las mujeres quienes se ocupan. Cuatro
344

hombres de los entrevistados que viven con mujeres amas de


casa no reportaron realizar ninguna actividad. Salvo el caso de
Pedro, quien señala que cuando está en la casa apoya a su espo-
sa Marilyn en diversas actividades como lavar platos, recoger o
barrer. Sin embargo, parece que sobrevalora su actividad, pues
Marilyn, por el contrario, expresa muchas veces en la entrevis-
ta que se siente sobrecargada, pues atender la casa y a sus tres
hijos requiere de mucho tiempo, esfuerzo emocional y físico.
Quienes no tienen trabajo remunerado no cuentan con apoyo ni
colaboración de sus parejas, porque se considera lógico que su
responsabilidad sea el trabajo de la casa. Aunque no se toma en
cuenta el tiempo que implica, la multitud de actividades y tareas
que se realiza, no deja tiempo libre ni de descanso, además de lo
cansado que resulta el realizar una y otra vez el mismo trabajo,
tal y como lo narran:

“Bueno el trabajo doméstico en sí solo lo realizo yo, mi esposo


en eso a él no le gusta hacer nada de la casa, no le llama la
atención y no está acostumbrado y mis hijas, ocasionalmen-
te..., muy pocas veces me ayudan... en algún momento en que
yo he, he necesitado con urgencia que ellas me ayuden, este
les asigno alguna responsabilidad y ellas las cumplen aunque
tal vez no, no muy a su gusto pero sí las cumplen, lo mismo
cuando me he sentido enferma y he tenido que coger cama”
(Cecilia, tipo 4).

En este caso Francisco, su esposo, considera que si ella trabajara


o realizara una actividad fuera, él la apoyaría porque “es impor-
tante que cada uno se logre realizar como persona. En este caso,
si sucediera ese caso pues tendríamos que compartir responsabi-
lidades”. Posteriormente señala que una de las debilidades que
tienen como pareja es que ella es la que hace todas las cosas de
la casa.
Jerónimo, como la mayoría de los hombres cuya pareja
se autodefine como “ama de casa”, dice que no colabora ni con
345

los hijos ni con el trabajo de la casa, porque no cuenta con tiem-


po. Pero en su relato observamos una organización del tiempo
que le da posibilidad de hacer varias actividades además de su
trabajo:

“Este no, no, en ese aspecto si estoy un poco molesto, porque


aquí no solo una persona hay aquí 4 personas, la cosa en que
se puede contar con 3, conmigo casi no pueden contar vengo a
las 6 y media, me voy a correr un ratico, ya vengo aquí como
a las 8 de la noche a bañarme, a comer, un ratico viendo tele y
ya yo me voy a descansar y a las 5 de la mañana me levanto”
(Jerónimo, tipo 4).

En este caso, la esposa de Jerónimo, Miriam, trabaja esporádi-


camente realizando “trabajo doméstico remunerado” por ho-
ras. Sin embargo hay que señalar que en realidad cada vez es
menos esporádico, pero aun así su actividad no es valorada por
Jerónimo, quien incluso manifiesta no estar de acuerdo con que
la haga. Es una manera de evitar el reclamo de Miriam para que
la apoye y colabore en las tareas, pero él insiste que esa no es su
responsabilidad y que para eso están sus hijos que pueden hacer
el trabajo en su lugar:

“Ella se pone a hablar que viene cansada, que de donde viene


tiene que venir a hacer las cosas, diay no tiene a dos personas
aquí, no está esa muchacha y no está el chiquito que la pueden
ayudar a compartir el oficio doméstico, entonces le digo: “...si
usted quiere eso sígalo aguantando...”. Que sigan ellos jugan-
do de chiquitos lindos, como a mí me enseñaron a ganarme
lo que yo me comía en mi casa, así debe ser en todas las casas
creo, no hay que darle a los hijos todo” (Jerónimo, tipo 4).

El discurso y la práctica de Jerónimo es clara, lo interesante es


que dice que eso “no es ser machista”, sino que lo refiere a la
lógica de la división sexual y de género del trabajo, en donde se
346

exime de dicha labor. Situaciones similares a la de Miriam ob-


servamos en las otras mujeres que fueron clasificadas dentro de
las parejas resistentes al cambio, no sólo con respecto al recargo
que tienen por el trabajo doméstico, sino también con respecto
a las actividades informales que realizan de vez en cuando para
ingresar algún dinero. En sus relatos no le otorgan valor a estos
trabajos por esporádicos que sean, lo que desde nuestra visión
significa una interiorización plena de la desvalorización de su
rol y la aceptación de las asimetrías que existen en la división
sexual y de género del trabajo que mantienen en su relación
familiar y de pareja.
Esta situación la encontramos en parejas del tipo 4 don-
de los integrantes tienen bajo nivel educativo, como Jerónimo y
Miriam, y también en las de alto nivel educativo, como el caso
de Sabrina y Fabricio, quienes cuentan con licenciatura y maes-
tría, respectivamente y mantienen discrepancias con respecto al
trabajo remunerado –pero informal- que hace Sabrina. Fabricio
insiste en que ella debería dedicarse a un trabajo estable y no a la
venta de las manualidades que confecciona en casa, denota una
desvalorización de esa actividad y de los ingresos que genera
Sabrina. Fabricio la trata como desempleada. Ante la pregunta
de si él realiza labores domésticas en su casa responde que “en
este momento no (ríe), en este momento no, no, no es una cues-
tión de..., cuando..., por, por, es por la cuestión, tal vez nosotros
es por la cuestión de pacto, verdad” (Fabricio). Hay que aclarar
que Fabricio trabaja mucho tiempo en su casa porque es profe-
sor universitario, gran parte de su labor la realiza allí y cuando
Sabrina trabajó tiempo completo fuera, él, a pesar de su per-
manencia en la casa, no asumió ningún trabajo doméstico, ella
relata su experiencia así:

“Pues sí, que venga, que corra, que limpie, porque yo viaja-
ba hasta Pavas y asumía todas las actividades, porque ¡misis!
no hacía nada aunque él dice que sí (ríe) , la aplanchada, la
lavada me tocaba a mí, y, y cuando contraté a una señora
347

para que me aplanchara […] porque yo decía: “...¿ cuándo


voy a aplanchar, y cuando voy a aplanchar, una señora..., yo
no tengo tiempo...”, porque yo llegaba aquí a veces a las 6 , 7
de la noche, y tenía que hacer el almuerzo del día siguiente
porque yo llevaba almuerzo y dejarle el almuerzo a él hecho, y
limpiar, y lavar los trastos”

Y agrega, haciendo mofa de la situación:

“¡Ay! el desorden (ríe), cuando nos casamos era lo más orde-


nado del mundo, y ahora es un semerendo desorden (ríe), yo
le he dicho, porque incluso, cada vez que me dice que, que bus-
quemos trabajo, que yo tengo que buscar trabajo, yo le digo:
“...usted no cree que yo tengo suficiente aquí recogiéndole sus
regueros...” (ríe), porque él era muy ordenado y hacía todo,
pero él aquí, ya no, él no lava la ropa de él, él dice: “...yo te voy
a ayudar a aplanchar...”, cuando lo veo es que se ha esfumado
por aquel lado (ríe)” (Sabrina, tipo 4).

Siendo que en las parejas en donde las mujeres no participan en


el mercado laboral la participación de los hombres en las acti-
vidades domésticas es muy limitada o incluso nula, podríamos
esperar –por contraposición- que en las parejas en donde las dos
personas trabajan fuera de casa, se diera una distribución más
equitativa del mismo. Sin embargo, en este ámbito encontramos
comportamientos heterogéneos. Por ejemplo Lily y Andrés (tipo
2) muestran una mejor y más equitativa distribución en las ac-
tividades domésticas. Incluso tratan de hacer partícipes a sus
hijas en el trabajo doméstico, tratando que sea equilibrado. La
idea es que todas las personas de la familia tengan responsabi-
lidades tomando en cuenta las diferencias etarias. Sin embargo,
este no es el caso de la mayoría de las parejas en donde las mu-
jeres tienen un trabajo extradoméstico remunerado. Al respecto
observamos que las mujeres continúan realizando cantidad de
actividades domésticas y que la participación de los hombres es
348

puntual y anecdótica. Hay casos en que esta situación es un poco


más permanente que en otros.
Se dan situaciones, como las de Rina (tipo 2) , Megui (tipo
2) y Marta (tipo 3), en que a pesar de tener largas jornadas de
trabajo fuera de sus casas, al regresar deben asumir labores que
son particularmente importantes, como cocinar y atender los
asuntos educativos de sus hijos. Basadas en sus relatos, describi-
mos la dinámica a la que me refiero. Consideremos en primera
instancia las narraciones de Marta y Walter:

“Yo hago todo a la vez, lavé trastos que tenía de anoche por-
que no quise, lavarlos anoche, lavé trastos, acomodé toda la
cocina, barrí, y lavé, en el fin de semana hay más trabajo, por-
que se me ocurre que yo el fin de semana si cambio sábanas,
y a veces lavo hasta, a veces lavo hasta, almohaditas o todo
eso, verdad, este, porque ya hago una limpieza más profun-
da porque se me ocurre que entonces ya acomodo gavetas,
eso es esporádico, pero si, puede ser, si yo tengo más tiempo,
entonces, me dedico a limpiar áreas que no se limpian todos
los días. Entre semana este, puede ser, que ocupo dos horas y
media” (Marta, tipo 3).

Al respecto Walter señala:

“Si recuerdo que yo era un tipo con inmadurez , un tanto


achantado, todavía soy un poco, en asuntos domésticos en el
sentido de que para mí la señora de la casa es la se encarga
de limpiar, barrer, etc., verdad, […] para mí los sábados era
descansar, ver un rato de televisión, hacer una siesta por las
tardes, lo cual a ella no le parecía la idea, y de hecho, este, yo
todavía hoy por hoy creo que he cambiado y creo que soy co-
laborador, pero a veces me descuido y siento como que eso es
la parte de ella, honestamente yo me descuido en eso, o no le
otorgo, más bien digámosle así tanta importancia, tanta prio-
ridad como ella le otorga a asuntos de, de deberes domésticos
349

como la limpieza de la casa, la lavada de la ropa, entonces, un


poco discrepamos […]” (Walter, tipo 3).

Rina y Jesús, a diferencia de lo que sucede en el terreno del cuido


de sus hijos, en lo que se refiere al resto del trabajo doméstico
lograron una mejor distribución. Ambos realizan las actividades
domésticas y cuentan también con la participación de sus hijos
en algunas. Sin embargo, observamos una sobrevaloración de
parte de Jesús con respecto a su aporte en las labores domésticas
y una subvaloración del trabajo de Rina. Jesús equipara la aten-
ción de sus hijos a la realización de cualquier otra tarea domés-
tica. Ya se ha dicho que la atención educativa en esta pareja im-
plica mucho tiempo porque su hijo e hija no asisten a un colegio
diurno, realizan sus estudios por medio del sistema abierto. De
esta manera han logrado que ambos avancen en sus estudios sin
tener que asistir a un centro educativo formal. Realizar las ma-
trículas, comprar los materiales de estudio, llevar a sus hijos a las
pruebas y prepararlos para los exámenes, son responsabilidades
que recaen sobre Rina. Debemos agregar además, en este caso,
que su hijo requiere de más atención y seguimiento en el estudio
de las materias por los problemas auditivos que tiene:

“Ella, ella es la que prepara la comida, yo creo que esa es la


labor más importante que hace, que puede ser una hora, que
hace en preparación, lo que pasa es que como ella tiene que
atender los hijos, si, esa parte, eso sí, yo no la hago, que es la
cuestión, yo, yo ayudo, cuando preguntan algunas, pero, pero,
esa parte así, ella es la que más, la parte de la educación. Ella
se hace cargo de educ… Sí, educación en general, si, y luego
comida, hacer comida […] Esa es la responsabilidad de ella, y
así ha funcionado el sistema, claro ahora que he estado enfer-
mo, Carla [su hija de 14 años] es la que ha ayudado mucho,
pero ya como que ya me estoy recuperando, ya ahorita vuelvo
a tomar ese rol, que no deja, es su ratillo, diay, y bueno, luego
las compras, si las hacemos juntos, por lo general vamos jun-
tos…” (Jesús, tipo 2).
350

Es claro que Jesús ha trabajado en su casa realizando quehaceres


desde que tuvieron a su hijo e hija. Que las mismas actividades
han cambiado con el paso del tiempo, pues cuando sus hijos eran
menores de cinco años él realizaba más trabajo que en el presen-
te. En ese periodo participaba principalmente en las actividades
de aseo de su hijo e hija, al respecto él indica lo siguiente:

“En las mañanas si me tocaba a mí casi todo. Esa parte siem-


pre me tocó a mí, ella prepara la merienda, cuando eran pe-
queñitos yo les hacía el desayuno, los bañaba, los mudaba, los
asoleaba, esa parte de la mañana como que siempre me tocó
a mí, porque ella no podía, porque ella se iba temprano a tra-
bajar, ordenar la casa, y todo ese asunto, bueno, todo queda
patas para arriba verdad” (Jesús, tipo 2).

Pero en la actualidad, la participación en el trabajo doméstico se


circunscribe a actividades de aseo que realiza en la mañana como
recoger, lavar platos, y lavar ropa, tenderla y recogerla. Rina sale
muy temprano de su casa, sobre las cinco de la mañana, para
trabajar en el colegio. Actualmente sus hijos son adolescentes
y se preparan su comida de forma independiente porque cada
cual tiene gustos distintos, asunto que en la familia se suelen
respetar. En cuanto a otras actividades -por ejemplo, las com-
pras- las hacen los dos. Otros aspectos del cuidado de sus hijos
son responsabilidad exclusiva de Rina. Según su narración, Rina
acepta la distribución del trabajo. Subyace una falta de confianza
hacia Jesús por parte de los dos, quienes consideran que Rina
como educadora y mamá es mejor que él para atender a sus hijos
en asuntos escolares. A pesar de que el trabajo extradoméstico
le exige a Rina cumplir con un horario estricto y atender activi-
dades extra curriculares. Agregamos a estas responsabilidades la
atención especial que le dedica a su esposo desde hace dos años,
quien sufre una enfermedad grave que requiere cuidados espe-
ciales y tiempo. Cuando es necesario Rina asume con toda la
dedicación que puede el cuidado de Jesús, pide constantemente
351

permisos laborales para acompañarlo a que se haga los exáme-


nes y tratamientos. Por el momento, la institución donde labora
le apoya para que cuente con el tiempo indicado para hacerse
cargo de las actividades que le demanda la enfermedad de su
esposo.
Estas observaciones sobre la distribución del trabajo do-
méstico coinciden con otras investigaciones que se han desarro-
llado tanto en América Latina como en países occidentales más
desarrollados. Las investigaciones apuntan que el ingreso de las
mujeres en el mercado de trabajo no ha sido acompañado por
un proceso paralelo de participación de los hombres en el traba-
jo doméstico: no existe así un nuevo reparto de responsabilida-
des de la carga doméstica. Wainerman (2000) y Cerrutti (2002)
plantean que las mujeres sumaron a las actividades de cuidado
y crianza de hijos e hijas, al cuidado de otros integrantes de la
familia, así como al trabajo doméstico, las actividades de gene-
ración de ingresos. Mientras que los hombres no han sumado
a sus actividades laborales las actividades domésticas o bien lo
han hecho de manera muy puntual, realizando principalmente
las que empatan con su trabajo laboral. Por su parte, García y
Oliveira afirman que cuando las esposas hacen aportaciones al
presupuesto familiar y la experiencia laboral de las mujeres es de
cinco años y más. Los esposos participan más en tareas domés-
ticas y en el cuidado de las y los hijos. Esto a su vez les favorece
a ellas en la medida que “estas mujeres cuentan con una serie
de recursos materiales y emocionales que les permite negociar
relaciones más igualitarias en varios aspectos de la vida familiar”
(García y Oliveira; 2007: 232).
Por su parte Cerruti plantea que:

Puede afirmarse que, aún con matices, la realización o res-


ponsabilidad de la mayoría de las tareas domésticas sigue re-
cayendo en las mujeres… Si bien en los hogares con dobles
proveedores se ha ido quebrantando lentamente la división
rígida de los roles sexuales, todavía se está lejos de haber
352

logrado una distribución igualitaria de tareas productivas


y domésticas entre varones y mujeres (Cerrutti, 2002: 147).

Destacamos estas afirmaciones, puesto que observamos que, al


igual que en la dimensión de la participación y división del tra-
bajo doméstico, los hombres no necesariamente tienen una nula
actividad. Aun así, la participación de los hombres es limitada
y esporádica y muchas veces se realizan a partir de una explí-
cita solicitud de sus parejas. Lo que significa que, en realidad,
no asumen dichas labores como propias. El trabajo de los hom-
bres en el ámbito doméstico tiene por lo general un contenido
simbólico, su trabajo es concebido como una colaboración y un
apoyo, pero nunca como una obligación que debe ser comparti-
da en igualdad de condiciones.
Sin embargo, no es fácil la deconstrucción y reconstruc-
ción que deben hacer hombres y mujeres para intentar generar
prácticas más equitativas y democráticas en la pareja. Por ejem-
plo Emma y Manuel, no tienen hijos y existe en la pareja un
discurso igualitarista. Es una pareja con puntajes altos en otras
dimensiones analizadas, pero en esta dimensión registran un
porcentaje de 45%. En el ámbito del trabajo doméstico existe un
recargo en Emma. Ambos explican que esta situación se debe a
que Emma es muy meticulosa, rallando a veces en la “obsesión”
por la limpieza de su hogar, situación común en muchas mujeres
y que responde a los procesos de socialización. Manuel no está
de acuerdo en ese recargo pero considera que él no puede hacer
nada para contener la actitud de su compañera (si por él fuera
no haría falta tal dedicación). Sistemáticamente Emma está rea-
lizando actividades de limpieza y preparando alimentos, actitud
que no cambia aunque esté trabajando tiempo parcial o comple-
to. Al respecto Manuel relata:

“Mira, en general, ella hace la mayor parte, y muy obsesiva-


mente porque yo para ella, hago las cosas mal, y yo no quie-
ro gastar mi tiempo ni mi energía en hacerla pulcramente,
353

porque me vale un bledo, o sea limpio pero sin obsesión. Ella,


limpia cada rincón de la casa, queda reluciente. Yo le digo
“aquí el hijueputa que venga y no le guste mi casa, no vuelve,
la casa es como estamos habitualmente, el que viene va a ver
la casa como es todos los días, a mi nada de limpiar ni nada
de eso, porque nadie vale la pena, en este planeta, nadie, ni mi
mamá, ni, nadie, o sea que aquí la gente que viene, si le gusta
bueno, sino, se van. “¡Que los perros! los perros están aquí
siempre, comparten con nosotros, al que no le gusta, no vie-
ne”. Pero, tenemos pleitos y pleitos, por eso, discusiones serias.
Pero por ejemplo, yo lavo los trastos, limpio vidrios, que se yo,
me entendes, hago ese tipo de cosas pequeñas, pero bueno, es
lo más que puedo hacer.

“… Ahí salió un artículo de las mujeres que hacen demasia-


do, verdad, que trabajan y no comen, no hacen nada por es-
tar haciendo por los demás, así es Emma. “Emma yo puedo
aplanchar mi ropa, si yo no soy inútil, yo aplancho”, pero no,
ella tiene que aplanchar, detesta aplanchar y ella aplancha, yo
le digo “Emma si usted quiere no aplanche, o aplanche para
usted”, yo puedo aplanchar mi ropa, puedo lavar, cocinar...”
(Manuel, tipo 2).

La socialización de las mujeres es tal que a veces es difícil dejar


de lado lo que se ha aprendido en el proceso. En este caso Emma
reproduce el rol que asumió en su familia, pues siempre le co-
rrespondió hacerse cargo de la casa mientras su hermano y her-
mana trabajaban. En la familia de Emma a muy temprana edad
ella y sus hermanos tuvieron que asumir las responsabilidades
económicas de la casa por la muerte de su mamá y la posterior
enfermedad psicológica del padre. Sin embargo, es propio de las
mujeres que se sientan responsables de las actividades domés-
ticas por estereotipos culturales. También es normal escuchar lo
que dice Manuel: que él puede hacer las cosas pero no las hace
bien porque no le interesa perder tiempo en esas actividades.
354

Es un tema planteado por varios de los hombres entrevistados.


Lo interesante es que al parecer varios señalaron al igual que
Manuel, que saben y reconocen que no están haciendo bien sus
deberes. Además con naturalidad expresan su desinterés, no de-
sean “perder” tiempo en aprender a hacer bien sus tareas domés-
ticas. Lo que no deja de ser un argumento o coartada para que
en la práctica sus parejas asuman el trabajo.
Considerando las diferencias identificadas nos queda
relacionar la historia de vida de las personas con sus prácticas,
afirmando que la socialización y la historia familiar son un fac-
tor relevante a considerar. Encontramos que en las parejas en
donde existen prácticas que promueven cambios y distribución
de trabajo y poder en su seno, existen factores que indican que
dicha actitud tiene como base las experiencias de las mujeres
y sus vivencias y socialización con sus familias. Analizando las
historias de cada cual se identificó que las mujeres que tratan de
generar prácticas más igualitarias, son hijas de madres solteras
que realizaron trabajo extradoméstico: Rina (tipo 2) y Celia (tipo
1), o bien madres casadas con educación técnica o académica
como la mamá de Anabel (tipo 2), Megui (tipo 2) e Irma (tipo 1).
No nos atrevemos a establecer una relación mecánica o
causal, pero se sabe que los procesos de socialización y las vi-
vencias de la persona impactan en su forma de ser y ver la vida.
El proceso de socialización unido a los procesos de afectividad
son elementos que sin duda se hacen presentes en la vida de las
mujeres a la hora de tomar decisiones respecto a su inserción
laboral, al rol que asumen con sus parejas o bien a su formación.
Otro aspecto que podemos señalar es la implicación que
la carga del trabajo doméstico tiene en los proyectos de vida de
las mujeres. El caso de Megui (tipo 2) ilustra como su vida fa-
miliar, de pareja y la afectividad que se deriva de dichos víncu-
los, interfieren en su proceso de desarrollo profesional y laboral.
Megui, quien está a punto de terminar su doctorado y ha te-
nido trabajos con altos cargos como investigadora y responsa-
ble de proyectos de desarrollo, trabajó durante años para dos
355

organismos internacionales. Cuando fue entrevistada narró que


había dejado de escribir la tesis de doctorado y de trabajar para
dedicar más tiempo al cuido de su hija. En el momento en que la
entrevistamos se estaba reintegrando al trabajo y había retoma-
do su tesis de doctorado. Consideraba que volver a trabajar en
organismos internacionales como lo hizo antes de tener a su hija
era difícil, por la demanda de tiempo, responsabilidades y acti-
vidades que debía realizar. Además, recordemos que en el apar-
tado anterior, dedicado a la maternidad, se relató como uno de
sus “sueños dorados” a punto de hacerse realidad se vio obsta-
culizado al enterarse de que estaba embarazada. Posteriormente,
cuando decide reintegrarse al trabajo se inclina por realizar otro
cambio de rumbo en su vida profesional:

“Mi objetivo de aceptar el trabajo en el Ministerio es para es-


tar con Priscila, punto, porque es un trabajo raso, verdad, es
un trabajo (ríe) sin complicaciones digo yo, y es un horario
deeee, todavía no estoy segura si es de 7 a 3, o de 8 a 4, que
está bien, está bien, me permite ir a dejar a Prici, me permite
estar con ella en las tardes, y así es mejor…” (Megui, tipo 2)24.

El caso de Megui es un claro ejemplo de lo que Mabel Burín


(2008) ha llamado el “techo de cristal” que les impide a las mu-
jeres el crecer profesionalmente. El concepto es definido como
una barrera invisible que impide a las mujeres avanzar en sus

24 Para Megui el ámbito profesional es muy importante, de hecho la mayor


parte de su entrevista gira en torno a sus logros educativos y laborales.
Realizó sus estudios de primaria y secundaria y posteriormente ingresó
a la Universidad. Su familia es muy numerosa, tiene 10 hermanos/as, la
mayor parte cursó estudios universitarios, afirma que la época univer-
sitaria fue bastante difícil pues tenía que viajar todos los días y trabajar
para poder sufragar algunos de sus gastos. Una vez egresada empezó a
trabajar e En ese tiempo se mudó de su casa para vivir en un apartamento
con su pareja actual. Ganó una beca para irse a estudiar a Estados Unidos
por tres años, por lo que se casó para viajar con su esposo. En Estados
Unidos estudió inglés y posteriormente realizó los procesos de admisión.
356

carreras laborales. Principalmente se da en las mujeres que tie-


nen entre 45 y 55 años, sea por motivos objetivos o subjetivos.
Esta situación impide que las mujeres asuman cargas de direc-
ción y mayor jerarquía.
Otros estudios coinciden con nuestras observaciones
acerca de esta desigualdad en el trabajo doméstico y reproduc-
tivo. Los hombres no las realizan de forma sistemática, realizan
menos trabajo, y como ya hemos mencionado hacen aportes
puntuales y suelen ejecutar las mismas tareas con menor cali-
dad. El tiempo que ellos dedican a las labores domésticas no re-
presenta ni la cuarta parte del tiempo que las mujeres dedican al
mismo tipo de trabajo, tal como lo constatan García y Oliveira
(2006) en México y Cerrutti (2002) en Argentina:

Al igual que en otros estudios realizados en México y en


otros países, encontramos que la participación masculina es
todavía reducida en la prestación de servicios domésticos
y de cuidado, actividades consideradas socialmente como
femeninas (lavar y planchar, cuidado de los niños, limpieza
de la casa, compra de comida, cuidado de ancianos), y más
elevada en los servicios de apoyo (realización de trámites
administrativos, construcción o reparación de la casa) acti-
vidades aceptadas socialmente como masculinas (García y
Oliveira, 2006: 221).

A su vez, el estudio de García y Oliveira (2006) muestra que en-


tre mayor es el acceso de las mujeres a ciertos recursos socioeco-
nómicos, mayor es la participación de los varones en los trabajos
reproductivos, sin alcanzar a igualar la de las mujeres.
Finalmente, en relación con la distribución del trabajo
doméstico y el cuidado y la crianza de los y las hijas, las asime-
trías se acentúan en las parejas bien intencionadas y las parejas

Fue admitida en Cornell, donde ella quería ingresar, lo que considera una
de sus mayores realizaciones.
357

reproductoras de relaciones poco democráticas. Significa que


las responsabilidades en las familias presentan diferencias muy
marcadas de acuerdo al sector socioeconómico, a los ingresos
en las familias y al nivel educativo. En este caso, se confirma
un ciclo que reproduce las desigualdades de oportunidades y de
construcción de autonomía de las mujeres. Al ser las mujeres las
que dedican más tiempo al trabajo doméstico indudablemente
les impide mejorar su capacidad para obtener mayores ingresos.
Un mayor desempeño en espacios laborales les dificulta el acce-
so a otros empleos, a capacitarse, a la búsqueda de ascensos en
su carrera laboral, dadas las fuertes exigencias y demandas de la
vida familiar.
Las encuestas del uso del tiempo que se han realizado en
países como Uruguay, Nicaragua, España, México, Paraguay y
Costa Rica, citadas en este libro revelan que el tiempo social de
las mujeres destinado al trabajo doméstico es mucho mayor que
el tiempo que se dedica al trabajo remunerado o extradoméstico
(Aguirre, García y Carrasco, 2005). Y cuando las mujeres dedi-
can una cantidad importante de tiempo al trabajo remunerado
lo hacen sobre la base de una fuerte recarga generando fatiga
física y mental. El cuidado y crianza de las y los hijos continúa
siendo una responsabilidad de las mujeres, sin importar las as-
piraciones que ellas tengan. Cuando la situación lo amerita ellas
deben dejar dichas actividades para dedicarse a sus hijos, tal cual
le pasó a Megui. La edad de la persona ligada al ciclo de vida
familiar, la socialización, la historia de la familia de proceden-
cia y los vínculos afectivos inciden en la trayectoria académica,
laboral y profesional de las mujeres. La edad de los hijos e hijas
es determinante y les define las disponibilidades de tiempo que
pueden dedicar a otras actividades, incluidas las laborales.
358

Conclusión sobre la desigualdad en el trabajo doméstico

En el estudio identificamos que, aunque la mayoría de las mujeres


entrevistadas trabajan dentro y fuera de la unidad familiar, en
actividades formales o informales, a tiempo completo o parcial,
hay una desigualdad importante en la distribución de activida-
des en el ámbito doméstico. Esta situación se observa claramen-
te en el cuadro que ilustra la cantidad de tiempo que hombres
y mujeres dedican al trabajo doméstico. Quienes no realizan
ningún trabajo doméstico son los hombres que conviven con
mujeres que asumen el rol de ama de casa como principal activi-
dad. Mientras que ninguna mujer, ni siquiera las que tienen un
salario mayor a sus parejas y cuentan con una trabajadora que
realiza oficios domésticos en sus casas, se exime de estas labores.
Definitivamente, la distribución del trabajo doméstico
es desigual, así como el cuidado de los hijos e hijas lo que nos
lleva a preguntarnos qué sucedería si las mujeres no le dedica-
ran tiempo, mimos y cuidados a los hijos/as ¿Quién los haría? o
¿cuánto les costaría contratar personas que las realicen por ellas?
La disparidad en las dinámicas familiares y sociales entre los
hombres y las mujeres en el ámbito doméstico, no corresponde
con la expresa participación de las mujeres en el ámbito público.
Es decir, una parte de las mujeres cuando participa en la esfera
extradoméstica asume la responsabilidad que implica la doble
presencia. Pero los hombres, por lo general no han asumido lo
que les corresponde del ámbito doméstico.
Paradójicamente observamos que la sobre carga de la-
bores que hacen las mujeres no se refleja en la construcción de
relaciones de poder simétricas. Pero también encontramos en
las parejas aquí estudiadas, que cuando las mujeres controlan
la mayor cantidad de recursos económicos no se invierte la re-
lación de poder. Los hombres no pierden su primacía, sino que
lo que se produce es una relación más participativa, igualitaria y
por tanto democrática, cuando las mujeres aceptan y reconocen
359

a sus parejas en situación de plena igualdad, proceso que no se


observa cuando la situación es inversa.
Estos resultados nos llevan a considerar que si bien el tra-
bajo doméstico y extradoméstico de las mujeres implica cargas
de trabajo desiguales y un gran esfuerzo para ellas. Los recursos
simbólicos, ideológicos y económicos que les genera el trabajo
remunerado son recursos que por lo general propician relacio-
nes más simétricas; dicho esto sin obviar el problema que otras
investigaciones han señalado, a saber, que el trabajo extrado-
méstico en las mujeres puede generar violencia intrafamiliar.
Esta situación no se presenta en los casos estudiados o al menos
no logramos captar. Así que, hipotéticamente podemos decir
que el trabajo extradoméstico, sumado a otros recursos como
el nivel educativo y la voluntad de cambio, son condiciones que
favorecen de manera importante el avance hacia la generación
de un poder democrático y una relación más igualitaria en la
pareja.
Al respecto nos preguntamos ¿qué es más importante en
una pareja, el lazo afectivo o el respeto a la individualidad? o
bien, ¿qué es lo que impulsa y genera una mayor simetría en el
poder, el “afecto positivo” o los acuerdos explícitos y negociados?
Por ejemplo, el dinero - por su carácter relacional, simbólico y
no sólo económico- puede aumentar o reducir las desigualdades
en la pareja. Cuando las mujeres lo asumen como bien común
tiene la facultad de afianzar la relación, canalizar los afectos y
contribuir al desarrollo y mantenimiento de un proyecto de vida
compartido. Pero cuando impera el uso individualizado, au-
mentan las desigualdades.
Entonces nos enfrentamos, a la disyuntiva de lo subjetivo
y lo racional, del discurso y la práctica, del amor “romántico”
democrático y del amor “romántico” poco o nada democrático.
Sin duda, las mujeres aquí estudiadas se inclinan por el primero,
los hombres, por las contrariedades que implica el primero se
360

inclinan por el segundo, o bien, practican el segundo, de forma


inconsciente.
Dada la problemática presentada, llegamos a la conclu-
sión que en efecto las dimensiones analizadas tienen un con-
tenido diferencial, que en futuras investigaciones habrá que
considerar, para profundizar en el análisis de las desigualdades
de género que se dan en el espacio íntimo de la pareja y de la
familia. Remiten a esferas de análisis con distinto valor, difícil
de definir, pues depende de los parámetros conceptuales del que
cada quien parta, para determinar que es más importante en el
análisis de las relaciones de poder en las parejas.

Cierre reflexivo de las dimensiones más resistentes al cambio

A manera de conclusión diremos que son tres las dimensiones


que se pautaron como las más resistentes al cambio: el uso y ad-
ministración del dinero, la distribución del trabajo doméstico
y la participación en el cuidado y crianza de las y los hijos. Al
respecto se considera que, las diferencias observadas en el uso
del dinero tienen un estatus y situación distintos con respecto
a las asimetrías que se dan en relación con las otras dos dimen-
siones. Diferenciando el uso del dinero que remite a un recurso
material, que a pesar de que tiene un peso simbólico, no permite
compararlo con los otros.
Las dimensiones del cuidado y crianza de las y los hijos
y la realización del trabajo doméstico se fundamenta en el peso
e incidencia que sigue teniendo la división sexual y de género
del trabajo. Prevalece así el poco valor y reconocimiento que se
hace socialmente del trabajo doméstico y la resistencia que han
mostrado los hombres en la sociedad contemporánea para in-
troducirse en el mundo de lo privado y en la asunción del traba-
jo doméstico que implica dicho espacio, más que en la participa-
ción de ciertas actividades con sus hijos/as. La disparidad en las
361

dinámicas familiares no concuerda con la expresa participación


de las mujeres en el ámbito público, lo cual genera un recargo de
responsabilidades y trabajo para ellas. Aunque la mayoría de las
mujeres entrevistadas trabajan dentro y fuera de la unidad fa-
miliar, en actividades formales o informales, a tiempo completo
o parcial, hay una desigualdad importante en la distribución de
actividades en el ámbito doméstico. La mayoría de las mujeres
son conscientes de su situación y reclaman la presencia y parti-
cipación de sus parejas en las mismas.
A pesar de esta disparidad observamos que cuando las
mujeres cuentan con trabajos extradomésticos, los hombres
tienden a participar más en los trabajos domésticos. En varias
ocasiones, aunque fueron las menos, varios varones apoyan a su
pareja realizando algunas labores domésticas o bien, en algunas
actividades de cuido de los hijos/hijas, principalmente las rela-
tivas a actividades de recreación. Pero por lo general, su partici-
pación se caracteriza por ser de carácter voluntario, imperando
la posición de que la principal contribución y responsabilidad
masculina es la económica.
Con respecto al uso del dinero encontramos que hay un
uso más simétrico del mismo en las parejas en las que las mu-
jeres cuentan con trabajo extradoméstico remunerado y con sa-
larios parejos o superiores a los de sus parejas. Pero la situación
de las mujeres que no trabajan es preocupante, pues tienen li-
mitaciones en la administración y en la toma de decisiones de
los recursos al interior de la familia. Así que ese desnivel en los
ingresos provoca una desigualdad en el uso y gestión de éstos.
A su vez observamos que por lo general las mujeres subor-
dinan el uso del dinero para asuntos personales, a las necesida-
des comunes de la familia, situación que no es igual en el caso de
los hombres. También las mujeres entrevistadas son más dadas
que los hombres a hablar de “nuestro dinero” y por lo general
se conciben a sí mismas más administradoras que propietarias.
También en las parejas en las que ellas cuentan con tra-
bajo extradoméstico y ganan igual o más. El dinero es un bien
362

común que se utiliza para responder a las necesidades de la pa-


reja y de los hijos, prevalece la idea de que “lo tuyo es mío y lo
mío tuyo”, fundada en la afectividad y el compromiso subjetivo
que une a las personas. Sin embargo, los afectos y el sentimiento
de colectividad no son suficientes para impedir que se generen
desigualdades simbólicas y materiales.
Así que, de acuerdo a la literatura revisada y al análisis
realizado, en las parejas heterosexuales, las mujeres que cuentan
con ingresos propios aumentan su autonomía y la participación
en la toma de decisiones con respecto al uso del dinero en su
gestión cotidiana; también en lo que se refiere a los gastos ex-
traordinarios o en las inversiones más importantes.
Por tanto, el recurso económico, aunque no incida direc-
tamente en el manejo democrático en la pareja en cuanto a su
uso esencial, sí logra incidir en otros aspectos de sus vidas y de
su relación. En este aspecto coincidimos con García y Oliveira
(2007), quienes señalan que cuando las mujeres trabajan y tie-
nen ingresos propios (tanto en las parejas homosexuales como
en las heterosexuales) adquieren, al mismo tiempo, recursos
materiales y emocionales para negociar y generar una relación
más igualitaria en varios aspectos. Aunque no necesariamente
en cuanto a la gestión democrática e igualitaria de éste, ni tam-
poco en lo que se refiere a una mayor participación de los hom-
bres en las tareas domésticas. Estos últimos son aspectos difíci-
les de cambiar que necesitan de otros componentes ideológicos
y vitales para poder ser abordados.
Ahora, ¿qué implican estos cambios en términos de la re-
lación de poder? En este caso, en el grupo de las parejas “cons-
tructoras de la democracia” se encontró que quien cuida a los
hijos e hijas –en lo emocional, la alimentación, salud, educación
y recreación- es quien toma las decisiones cotidianas e impor-
tantes, mayoritariamente las mujeres. Es posible que sus parejas
sean consultadas pero la decisión final la toman ellas. No hay
duda de la trascendencia de esta decisión y de las posteriores
consecuencias positivas o negativas de la misma.
363

Finalmente señalemos que, el poder en la toma de de-


cisiones de las mujeres en las parejas que son más sensibles al
cambio lo asociamos con las actividades extradomésticas que
realizan. Entre ellas se identifica: el tipo de trabajo, la perma-
nencia del mismo en el tiempo, en fin su trayectoria laboral, el
nivel educativo, la edad de ambos, el salario, el rol del dinero en
el mantenimiento de sus familias, el valor que cada quien le da al
trabajo que ellas realizan y a las experiencias, en algunos casos,
de la participación política y/o organizativa.
Conclusiones

A continuación se presentan las conclusiones de la investiga-


ción. Primero nos referiremos a los hallazgos generales y, poste-
riormente, se consideraran los tres aspectos en torno a los cuales
giró la investigación. Los resultados obtenidos tras la aplicación
del instrumento creado para definir el tipo ideal de pareja de-
mocrática. El análisis de las tres categorías construidas a partir
de los resultados (las dimensiones sensibles al cambio, las me-
dianamente resistentes y las muy resistentes al cambio). Y, final-
mente, se tratará la incidencia de los recursos materiales y sim-
bólicos con que cada quien cuenta y su influencia en la relación
de pareja.
Desde una perspectiva general consideramos que el tra-
bajo aquí desarrollado nos muestra un panorama complejo,
con múltiples niveles y con procesos muy heterogéneos y con-
tradictorios entre sí. Son hallazgos que nos permiten observar
prácticas y discursos que se aproximan a un nuevo paradigma
de relación más democrática e igualitaria, mientras que, simul-
táneamente, otros comportamientos y actitudes perpetúan y
reafirman el modelo desigual imperante. Se construyó el instru-
mento “el tipo ideal de pareja democrática” que nos permitió
“medir” las prácticas y los discursos de las parejas, identificando
de esa manera los ámbitos de mayor sensibilidad al cambio y los
366

de mayor resistencia. Todo ello posibilitó analizar la relación,


en general, de las parejas, así como la estructura de poder entre
las personas que las forman. La aplicación del instrumento per-
mitió identificar cuatro grupos tipológicos: la pareja rupturista,
las parejas constructoras de la democracia, las parejas bien in-
tencionadas pero poco democráticas y las parejas de relaciones
reproductoras y muy poco o nada democráticas.
La investigación nos ha permitido observar cuan comple-
jas son las dinámicas de las parejas, razón por la cual no pueden
ser analizadas desde una perspectiva lineal. En el ámbito de re-
laciones cara a cara, los cambios en el modelo de las relaciones
se producen, mayoritariamente de forma gradual, porque han
de modificar, en lo sustancial, dinámicas de poder muy asenta-
das. Las transmutaciones no son uniformes. Hemos identificado
quiénes son promotores y promotoras de cambios y quiénes se
resisten a los estos. Existen personas que en su medio logran
romper con “modelos” o “ideales sociales” dominantes, sin
embargo de acuerdo al estudio realizado, estas parejas son las
menos. Sólo se identifica una pareja con un perfil fuertemente
rupturista y por lo tanto muy cercana al ideal de pareja demo-
crática que se construyó. Y, significativamente, está formada por
mujeres lesbianas.
Encontramos que si bien en Costa Rica se mantiene, de
forma mayoritaria, la composición de la familia nuclear –y de
división sexual y de género del trabajo- como el modelo más
generalizado, ello no significa que no se estén produciendo
cambios y pequeñas rupturas en los modelos más tradiciona-
les. Entre las parejas entrevistadas, la mitad corresponde a una
segunda o tercera unión en al menos una de las dos personas
que la componen. Así que, la dinámica microsocial que se ex-
presa es que a las rupturas y separaciones de pareja, poco tiempo
después le sigue una segunda unión, sea esta una unión libre o
un matrimonio legal. Los cambios se traducen en transforma-
ciones en las convivencias, tomando en cuenta las experiencias
pasadas, que van generando cambios, observables a través de las
367

dimensiones analizadas como son: la toma decisiones, adminis-


tración de recursos, uso del tiempo, etcétera.
Los discursos de las parejas que remiten a posiciones de
cambio, indican la voluntad de alcanzar relaciones más demo-
cráticas y simétricas. Sin embargo, la práctica cotidiana en la
mayoría de las parejas contradice dicha voluntad. Por otra parte,
las prácticas varían en función de las dimensiones tratadas, ya
que en una pareja podemos encontrar ámbitos que reflejan ma-
yor compromiso con prácticas democráticas junto a otras clara-
mente desiguales.
Puesto que este estudio es de carácter cualitativo, no po-
demos hacer generalizaciones. Sin embargo, las dinámicas mi-
crosociales identificadas y los estudios realizados en otros países
permiten establecer diferencias y coincidencias. Se coincide en
los aspectos que se muestran sumamente resistentes al cambio
como son la distribución del trabajo doméstico y el cuidado de
hijas e hijos.
De los casos analizados, se identificó que alrededor de la
tercera parte de las parejas aceptan y reconocen que existen des-
igualdades de género. Que esas desigualdades están presentes
en su cotidianidad, afirmando que están en desacuerdo con
ellas por lo cual intentan generar prácticas no tradicionales.
Quienes así lo afirman forman parte de la “pareja rupturista”,
“parejas constructoras de la democracia” y, en menor medida,
algunas de las “parejas bien intencionadas”. La direccionalidad
hacia formas más igualitarias en los casos estudiados promue-
ve pequeñas rupturas cotidianas que junto con los procesos
macrosociales prometen, y hacen atisbar, cambios alentadores;
aunque no estén exentos de grandes contradicciones y que los
mismos pueden ser expresión más de minorías que de mayorías.
Pero por lo general así se gestan muchos cambios sociales. Son
transformaciones casi invisibles socialmente pero generadoras
de profundas tensiones en la dinámica cotidiana de las fami-
lias y de las parejas. Existen discursos y estructuras de poder
que justifican –y perpetúan- las asimetrías y las jerarquías del
368

patriarcado moderno. A pesar de los cambios históricos, per-


sisten y continúan teniendo presencia estructuras sociales con
mayor o menor énfasis de acuerdo con el país y el sector social.
El poder, la autoridad del “pater familias”, a pesar de los recortes
que ha sufrido en el proceso histórico, sigue teniendo su presen-
cia en la vida de los países latinoamericanos y por supuesto tam-
bién en Costa Rica. Por tanto, los cambios en sociedades como
la nuestra son difíciles, complicados, contradictorios y llenos de
avances y retrocesos. Es un contexto en donde predominan va-
lores, prácticas y discursos patriarcales, que conviven simultá-
neamente con otros patrones sociales. Hay discursos y prácticas
alternativas que abogan por cambios normativos a favor de las
mujeres. Las nuevas prácticas incluyen una incorporación cada
vez mayor de las mujeres al mundo de lo político, económico
y laboral y una imagen a veces resignificada que aparece en los
medios de comunicación, sea la radio, televisión, internet, entre
otros. Medios culturales que a veces muestran relaciones más
equitativas entre hombres y mujeres, o bien, por medio de la
comedia se ridiculiza los patrones de una masculinidad marca-
damente “machista” hegemónica y heterosexual.
Por tanto, aunque existan avances que se presentan, por
ejemplo, en el terreno de la legislación contra la violencia intra-
familiar, los derechos de las mujeres y el desarrollo de políticas
afirmativas hacia ellas en el ámbito político, laboral, y familiar,
estas acciones positivas no son suficientes, por sí mismas, para
generar el cambio social y cultural a nivel macrosocial. Pero, por
supuesto contribuyen a que acciones y actitudes profundamente
machistas o patriarcales sean cuestionadas, marcando el cami-
no para posteriores transformaciones25.Este panorama general

25 En Costa Rica se presentó la “Política Nacional para la Igualdad y Equidad


de Género 2007-2017”. En el texto se señala lo siguiente: “Una política es
también un anhelo y una firme voluntad de cambio social. Una política
de igualdad y equidad de género es una propuesta de cambio social de las
fuentes de desigualdad, que obstaculizan el disfrute de oportunidades y
369

indica que, ante éstas nuevas prácticas y discursos en las rela-


ciones de parejas y de poder, es oportuno detenerse y valorar las
mismas en su justa dimensión, es un proceso que se gesta y que
se vislumbra.
Hemos observado a lo largo del análisis desarrollado que
tal como se señaló teóricamente el poder es dinámico y relacio-
nal lo que se evidencia en la vida cotidiana, se hace presente por
medio de las acciones que ejecutan las personas. Así que, tal y
como lo enuncia Foucault, al ser la relación de poder móvil y
reversible permite su modificación. Se ha identificado cómo los
recursos con que cuentan hombres y mujeres influyen en la rela-
ción y son utilizados para favorecer su posición. Así que, incluso
en las relaciones de poder más tradicionales y reproductoras, se
da cierto margen de acción a las mujeres, que impide que el do-
minio de parte de los hombres sea total, ya sea en el manejo de
los recursos económicos o en otros aspectos de la relación. Se
observaron formas de actuar, pequeñas inflexiones, que algunas
de las entrevistadas mostraban. Se identifica en esas prácticas
pequeños espacios de libertad –y de cambio- que se ejercen aún
en las relaciones de pareja más tradicionales.
La diferencia, según las parejas sean heterosexuales u ho-
mosexuales, no es lo más determinante en el tipo de poder y
relación que se construye, a pesar de que la pareja más democrá-
tica es lésbica. Las otras parejas homosexuales integran el grupo
de las constructoras de la democracia y otras están en las parejas
bien intencionadas pero poco democráticas. Así que, a diferencia
de los estudios que se han realizado sobre las parejas homosexua-
les, que confirman que en las mismas se generan prácticas más
democráticas, en nuestra investigación hemos constatado que la
naturaleza homosexual o heterosexual puede generar relaciones
de todo tipo. En los casos analizados en este estudio, hay parejas
homosexuales que no destacaron como las más democráticas,

derechos a la mitad de la población de nuestro país” (INAMU, 2007: pág.


de presentación).
370

a pesar de que en ambos casos las personas que las conforman


tienen estudios y realizan trabajos remunerados.
Si bien la forma de convivencia es un aspecto diferencia-
dor en la vida cotidiana de las parejas, la “no convivencia” tam-
poco fue un factor de peso que definiera a las parejas como más
democrática. De las aquí analizadas, unas quedaron integradas
al grupo de las bien intencionadas y otras en el grupo de las re-
laciones reproductoras y asimétricas.

El tipo ideal y la relación de poder en las parejas

Específicamente, preguntamos: ¿qué tipo de relación de poder


se genera en la pareja, un poder democrático que posibilita el
desarrollo de ambas personas o, por el contrario, un poder au-
toritario, asimétrico, basado en un esquema tradicional y pa-
triarcal que contribuye a mantener la primacía de los hombres
sobre las mujeres? Para responder esta pregunta se construyó el
tipo ideal de pareja democrática que permitiría realizar un aná-
lisis comparativo y en profundidad de las dimensionas conside-
radas relevantes en la configuración de una relación de pareja.
Así como establecer una clasificación en grupos según su mayor
proximidad o lejanía al tipo ideal democrático construido.
El instrumento contiene ocho dimensiones que fueron es-
tablecidas como estratégicas para el análisis de las relaciones de
pareja, en general, y de poder en específico. Las mismas son: afec-
to en la relación de pareja, administración del dinero y de los
recursos económicos y materiales, división del trabajo domés-
tico, cuidado y crianza de las y los hijos, formas de convivencia,
sexualidad, formas de ejercicio del poder y uso del tiempo. Cada
dimensión estuvo compuesta a su vez por una serie de categorías.
Los resultados de la utilización del instrumento permitie-
ron cuantificar (ya que les asignamos valores) la práctica y los
discursos de las parejas según las dimensiones analizadas. Con
371

base en la sumatoria final de todas las dimensiones construimos


una clasificación (agrupamiento) en donde se identificó cuatro
tipos de parejas: la “pareja rupturista y democrática”, las “parejas
constructoras de la democracia”, las “parejas bien intencionadas
pero poco democráticas” y las “parejas reproductoras poco o
nada democráticas”.
Esta clasificación permitió establecer diferencias entre las
parejas y observar cómo los recursos y las condiciones de vida
familiar y personal tienen impacto en cada una de las personas
y parejas analizadas. Definitivamente, con respecto a la lógica
en que se comportan las parejas según el tipo de relación en que
fueron ubicadas, se afirma que cada uno de los grupos identifi-
cados refleja una coherencia con respecto a su práctica. Aunque
notamos que no necesariamente con el discurso, el cual, princi-
palmente en los hombres, suele ser más democrático que lo que
su práctica real refleja. A continuación destacaremos los princi-
pales aspectos identificados para cada tipo de pareja.
En el primer grupo, la “pareja rupturista y democrática”,
el resultado indica una gran cercanía con respecto al tipo ideal
construido. Muestra una actitud significativa y positiva con res-
pecto al cambio que preconiza una lógica de poder democrático,
caracterizada por su deseo consciente de construir una relación
de pareja basada en el respeto mutuo. Generan una simetría en
el uso de los recursos y en la distribución de las tareas domésti-
cas, con el objetivo de que ambas partes tengan posibilidad de
desarrollo y realización personal. Por lo general se nota una gran
coincidencia entre la práctica y el discurso con el que ésta fue
narrada.
Concluimos que, en este caso, la particularidad de la pa-
reja con respecto al resultado obtenido no se explicaba por solo
uno de los aspectos analizados como: alto nivel educativo, tra-
yectoria laboral o por su experiencia política u organizativa, ni
tampoco estaba dada por su opción sexual, características que
podían ser coincidentes con otras parejas analizadas. Por tan-
to, y esto es lo importante es que se concluyó que todos ellos
372

son factores coadyuvantes. Por tanto, estas especificidades po-


dían ser importantes pero no determinantes con respecto a la
forma en que estas personas establecen los acuerdos, negocian,
dialogan, se dividen las obligaciones, usan el dinero y los recur-
sos económicos y materiales que tienen. Se identifica una serie
de aspectos que pueden explicar su particularidad, en donde la
conciencia que tienen con respecto al poder y de cómo se ge-
neran las asimetrías es vital. Así que, a la edad biológica y las
trayectorias educativa, de pareja, laboral y sociopolítica se une
su «VOLUNTAD DE SER» (Tarrés, 1992) – en tanto son cons-
tructoras de una relación igualitaria-. Es su deseo de ser y crecer
juntas en un mundo adverso a esto incidió en el alto resultado
que obtuvieron al aplicarse el instrumento construido.
Con respecto a las “parejas constructoras de la democra-
cia” se observa que son parejas que tienden a tener lazos afecti-
vos importantes. Mantienen un fuerte compromiso emocional
entre las partes y compenetración con respecto a las necesidades
de su pareja. Son parejas en transición, con deseos de construir
una relación más igualitaria, pero con muchas dificultades que
resolver en la práctica y muchas contradicciones a las que hacer
frente. La mayoría (salvo una pareja) tienen hijos/as lo que pue-
de incidir en su cotidianidad. Son parejas que se caracterizan
por ser conscientes de las diferencias de género -de ahí su com-
promiso por generar prácticas simétricas- aunque no siempre lo
logran. Tienen, por tanto, un discurso sensible al cambio, desean
construir relaciones de pareja y poder acordes con sus ideales de
solidaridad, igualdad y respeto. Cuentan con una actitud pro-
positiva y voluntad que muchas veces tiene coherencia con sus
prácticas, aunque no logran del todo romper con las asimetrías.
En general, identificamos que las parejas constructoras de
la democracia, y por lo tanto más igualitarias, tienden a tener
relaciones sexuales más satisfactorias para las dos personas in-
volucradas. El erotismo forma parte de su vida afectiva y tienen
encuentros sexuales más frecuentes. Este es un aspecto de trans-
cendencia que implica una mayor autonomía y control sobre
373

sus cuerpos de parte de las mujeres. Al sentirse respetadas, con


mayor capacidad para decidir y el derecho a amar y ser ama-
das, hay más posibilidad para que las mujeres construyan una
relación afectiva y sexual satisfactoria. Se sienten con derecho a
demandar sus necesidades en ese ámbito de su vida, sin temor a
ser rechazadas. Esta actitud de apertura la observamos en hom-
bres y mujeres. Consideramos que los hombres al sentirse más
unidos a sus parejas están dispuestos a satisfacer sus necesidades
y no sólo a considerar las propias. Asumen una mayor empatía
que puede ir permeando otros aspectos de su relación. Hay un
uso del tiempo más equitativo, ambos integrantes de la pareja
se preocupan por el estado físico y psíquico de su pareja. Suelen
vigilar celosamente los excesos para generar cambios en la di-
námica, incluso en parejas en donde existe poco tiempo para la
recreación.
En estas parejas constructoras de la democracia, aunque
el proceso social y cultural continúa siendo profundamente des-
igual. En cuanto a lo que se refiere a la distribución del trabajo
doméstico y cuidado de las y los hijos, existe una actitud, predis-
posición y necesidad de cambiar ese esquema. Es decir, si existe
la convicción y la intencionalidad para lograrlo, el camino que se
construye tiende a una distribución del trabajo más igualitaria y
el poder que se ejerce es más democrático. A pesar de las difi-
cultades, los conflictos y las constantes negociaciones a las que
se deben enfrentar las parejas para moverse en esa dirección. A
veces los costes del conflicto y la tensión que ello genera puede
desanimarlos/las a seguir intentándolo y sobre todo en las muje-
res es causa de su desistimiento.
En el tercer grupo, que corresponde a las “parejas bien
intencionadas pero poco democráticas” encontramos poca cohe-
rencia entre su discurso y las prácticas que desarrollan. Solemos
encontrar un discurso que promueve los derechos de las mujeres
y el ejercicio igualitario de poder, pero unas acciones cotidianas
que se alejan de esas intenciones. Vemos comportamientos muy
poco democráticos en tanto existen diferencias en el manejo de
374

los recursos económicos. Sucede lo mismo con la toma de deci-


siones en asuntos estratégicos de la pareja e incluso en lo coti-
diano, en donde, aunque los hombres no sean las personas que
directamente administran el dinero, las mujeres sí toman deci-
siones importantes y estratégicas de cómo usarlo e invertirlo. Es
un grupo que se caracteriza por que las mujeres realizan traba-
jos extradomésticos que son poco valorados por su pareja, en la
medida en que por lo general son actividades económicas poco
estables y mal remuneradas. Por tratarse de ingresos eventuales,
son identificados como un apoyo a los gastos individuales más
que a los familiares, aunque en la práctica ese dinero ganado por
la mujer es usado para beneficio de la familia. Pero así lo piensan
los hombres y esa concepción les impide romper con la lógica
del hombre proveedor y la mujer reproductora y cuidadora. Es
decir, con la representación tradicional de la división sexual y de
género del trabajo y de la familia.
Señalamos también que, si bien la práctica de las parejas
“bien intencionadas pero poco democráticas” es más tradicional
que rupturista, su discurso es sensible al cambio, de modo que
su mera enunciación y presencia, aunque contradictoria con
sus comportamientos, puede llevar en el futuro a prácticas de
transformación de las relaciones de género. Por tanto, podemos
considerar la actitud de estas parejas como positiva, generada en
parte por el contexto social y por los valores que se van confor-
mando en el mundo occidental por medio de las leyes, las políti-
cas afirmativas y los programas sociales que buscan generar una
actitud de cambio con respecto a los derechos de las mujeres y
relaciones de género más equitativas y democráticas.
Finalmente, tenemos el cuarto grupo que está formado
por las “parejas reproductoras de relaciones, poco o nada demo-
cráticas”. En general no han logrado generar cambios significa-
tivos en sus relaciones y en las que el nivel de subordinación de
las mujeres es más evidente. Sin embargo, notamos que en algu-
nos casos y en algunas de las dimensiones estudiadas, la diná-
mica de la pareja les posibilitaba a las mujeres generar actitudes
375

contestatarias. Al respecto, fueron pocas las parejas que han lo-


grado generar cambios en sus relaciones pero en algunas dimen-
siones lograron un resultado positivo. Sin embargo, el nivel de
subordinación de las mujeres es más evidente en estas parejas.
En ellas existe una división tradicional del trabajo dentro
y fuera del hogar por lo que las posibilidades de cambio para fa-
vorecer a las mujeres es mínima. Ellas pueden conocer parte de
sus derechos, pueden “quejarse”, denunciar e identificar que la
situación que viven no es justa, pero sus percepciones no logran
transcendencia en su vida cotidiana. Existe una vivencia de par-
te de ambos de conmiseración y victimización hacia las mujeres.
Persiste la asimetría hacia las mujeres a pesar de que sus parejas
aceptan que la situación de sus esposas no es justa, pero consi-
deran que no depende de ellos cambiarla.
En este grupo de las “parejas reproductoras, no demo-
cráticas” encontramos que sus discursos son coherentes con sus
prácticas. Prevalece una actitud poco crítica (e incluso justifi-
cadora) de la visión tradicional de las relaciones de pareja. Hay
poca participación de las mujeres en los distintos espacios en
donde se puede ejercer el poder y la opinión de los hombres es
determinante en el uso de los recursos y en la toma de decisio-
nes. Sus prácticas son una muestra de la desigualdad que repro-
duce la visión tradicional de las relaciones de género basadas en
la división sexual y de género del trabajo y la relación de ésta con
el mundo de la subjetividad de las personas.
Se observó que en general las parejas que muestran me-
nor vínculo afectivo positivo entre ellas, manifiestan más resis-
tencias a prácticas equitativas y simétricas en la medida en que
la comunicación es más limitada. Significa que los sentimientos
de cercanía, empatía, amor, que expresan las personas con res-
pecto a su pareja y a la relación, permiten generar una actitud
de mayor disposición al cambio con respecto a roles y el ejerci-
cio del poder en la misma. Asimismo, una mayor simetría en la
376

relación, genera sentimientos positivos hacia la persona amada,


lo que favorece la transformación.

Prácticas de poder y cambio en las parejas

Con base en los resultados que se obtuvieron con la implemen-


tación del instrumento del “tipo ideal de pareja democrática” no
sólo se logra construir la clasificación de los tipos de parejas,
sino que también se identifica cuáles son las dimensiones, que
con base en sus prácticas y discursos, son más susceptibles al
cambio. Se partió de que obtener en la sumatoria final de una
dimensión más de un 70%, es indicativo de formas de relación
de pareja que muestran una tendencia hacia la democracia. Se
introducen prácticas que rompen con esquemas tradicionales
como es la supremacía del poder jerárquico masculino basado
en la idea del hombre como proveedor principal de la familia.
Este ejercicio de carácter analítico permitió comprender la com-
plejidad de los resultados generados de la tipología. No basta con
concluir que una pareja es constructora de la democracia o bien
la otra es reproductora. La aplicación del instrumento permitió
observar la diversidad y las contradicciones en las prácticas de
las parejas. Algunas parejas se muestran con mayor inclinación
al cambio en unas dimensiones, mientras que en otras se obser-
va la resistencia al mismo. Se hizo un análisis más profundo para
entresacar los factores que están en juego y sobre todo, destacar
los aspectos más difíciles de cambiar.
Al respecto se lograron identificar las dimensiones más
sensibles al cambio (las que aparecían en mayor número de pa-
rejas como más cercanas al ideal democrático -70% de puntua-
ción o más). Así como las más resistentes a transformarse (las
que se daban en menor número de parejas con puntuaciones de
70% o más). Como resultado se identificaron tres niveles:
377

1. Las dimensiones más sensibles al cambio incluyen el


afecto en la relación de la pareja (9 de 20 parejas, un 45% del to-
tal), las formas de ejercicio del poder (8 de 20, un 40% del total)
y el uso del tiempo (8 de 20, un 40% del total).
2. Las dimensiones que son medianamente resistentes al
cambio son las formas de convivencia en donde 7 de 20 parejas
obtuvieron más de un 70%; igual resultado se obtuvo en la di-
mensión de la sexualidad.
3. Las dimensiones muy resistentes al cambio son la de la
administración del dinero y los recursos de la pareja (6 de 20
parejas, representa el 30% del total de parejas), la participación
en el cuidado de los y las hijas (4 de 14, sólo un 28% del total
muestran tendencia al cambio) y la distribución del trabajo do-
méstico (5 de 18 parejas que representan el 27% del total con
tendencia al cambio).

El uso de los recursos materiales y simbólicos en las parejas

Si bien es cierto que, al abordar las dimensiones se analizó en


cada una la influencia de los recursos materiales y simbólicos en
las parejas, fue con los estudios de caso que se pudo reflexionar
más sobre la relación entre estos y las trayectorias personales.
Ello nos permitió observar la complejidad de la relación de po-
der, y el peso aún más notorio de las subjetividades y la interfe-
rencia de los sentimientos en la relación de poder y de cómo los
mismos aminoran la asimetría en las parejas.
En los tres estudios de caso analizados observamos des-
igualdades, pero hay áreas positivas que tienden a aminorar las
diferencias entre ellas. Desde nuestro punto de vista juegan un
papel estratégico la trayectoria familiar y de pareja de cada quien.
La trayectoria de la misma pareja es importante, en el tanto ob-
servamos en sus historias momentos de tensión, desacuerdos y
378

conflictos que con el tiempo se han ido resolviendo, y antes de


distanciarles, les ha fortalecido como pareja.
En los tres casos estudiados, prevalecen diferencias en el
acceso a recursos económicos, y solo en uno de los casos, la asi-
metría se racionaliza y se trata de revertir (pareja rupturista). En
los otros dos casos, la asimetría provoca que los hombres tengan
una mayor participación en la toma de decisión en el uso del
dinero. Observamos así que, al menos en estas tres parejas, las
diferencias en el uso y acceso a recursos, repercute más en la
dimensión del uso del dinero como tal, que en otras como son la
“división del trabajo doméstico”, el “cuidado y crianza de las y los
hijos”, o el “estilo de poder”; en donde las parejas “reproducto-
ras y poco democráticas”, mostraron mayores inequidades. Pero,
dicho esto, volvemos a la interrogación antes planteada: ¿cuál es
la dimensión o las dimensiones más estratégica/s para que se ge-
neren prácticas más democráticas y equitativas que favorezcan a
ambas partes en la relación de pareja?
En general indagamos sobre cuáles son los aspectos que
explican la presencia o ausencia de prácticas generadoras de re-
laciones de poder más democráticas. En la investigación par-
timos de que los recursos materiales y simbólicos que podían
incidir como generadores de prácticas más simétricas son: los
económicos, el trabajo extra doméstico, la educación, la ideolo-
gía comprometida con los derechos de las mujeres, así como una
actitud propiciadora de los cambios.
Encontramos que la mayoría de las personas que entrevis-
tamos, más allá de las diferencias de clase y de la zona de proce-
dencia urbana o rural, generaron en su historia de vida opciones
de desarrollo que les han permitido mejorar el nivel de vida del
que provenían. No encontramos saltos radicales y, en general,
observamos que a menores ingresos y presencia de situaciones
familiares difíciles, como la violencia intrafamiliar, mayores li-
mitaciones para el progreso de las personas. Aunque, en general,
dichas dificultades se fueron superando en la trayectoria per-
sonal. Sin embargo, logramos identificar que la superación es
379

limitada, quienes logran mejores posibilidades de desarrollo en


lo académico y laboral son las mujeres que proceden de familias
de sector medio: medio- medio y medio- alto. También perso-
nas que, aun perteneciendo a familias del sector bajo, viven en
zonas urbanas. También, en algunos casos la actitud de las ma-
dres y en otros casos de los padres de las personas entrevistadas
fue importante, ya que estimularon y apoyaron a sus hijos e hijas
para que estudiaran.
Por tanto, la procedencia urbana o rural y el nivel econó-
mico de la familia, el nivel educativo de los padres y las madres y
su actividad labora, así como la actitud de las madres, más que la
de los padres. Son aspectos que tienen importancia en la historia
y vida de las personas que entrevistamos, generaron diferencias
en la trayectoria de cada cual, favoreciendo el desarrollo de me-
tas, proyectos y visión de vida de cada uno.
Dicho lo anterior podemos expresar de forma hipotética
que en las parejas en las que los integrantes pertenecen al sec-
tor medio o medio-alto y tienen un nivel educativo e incluso un
discurso progresista a favor de la igualdad de las mujeres, la des-
igualdad en los ingresos y otros recursos económicos que cada
integrante posee y maneja, aunque esto se trate de negar en los
discursos y de disimular en las prácticas incide en la relación. En
los casos estudiados esta situación se puso en evidencia tanto en
las parejas homosexuales como en las heterosexuales.
Una vez que se analizaron las pautas de comportamien-
to de las parejas entrevistadas, se trataron de identificar los re-
cursos simbólicos y materiales que potencian el cambio hacia
relaciones más democráticas. De este análisis reafirmamos, tal
y como fue planteado inicialmente en el marco teórico de esta
investigación, que los recursos claves giran en torno a los si-
guientes ejes: el acceso de las mujeres al trabajo remunerado,
niveles de educación altos en hombres y mujeres, experiencia
organizativa –sociopolítica- de las personas –pasada o presente.
También la presencia de un discurso afirmativo en defensa de
los derechos de mujeres en donde se verbaliza la importancia o
380

necesidad de relaciones igualitarias de género, aun existiendo en


la práctica niveles importantes de desigualdad.
Por otra parte, es interesante observar que, si bien la po-
blación de estudio fue seleccionada de forma intencional, y que
por tanto no se trata de una muestra representativa, las expe-
riencias de las personas entrevistadas reflejan procesos macro-
sociales, en especial en cuanto a la incorporación de las mujeres
al mercado laboral, su nivel educativo y los ingresos económicos
que obtienen. Los casos analizados muestran, al igual que las
estadísticas, que las mujeres que trabajan, aun cuando tengan
un nivel educativo más alto que los hombres, ganan menos, si-
tuación que se da porque existe una discriminación por razón
de sexo y de desigualdad de género26, segregación socio laboral.
Aunque hay varios factores como el trabajo extradomés-
tico de las mujeres, la participación política, la historia familiar,
los discursos, los recursos materiales como herencias y bienes
raíces. Consideramos que el análisis realizado permite funda-
mentar la hipótesis de que la educación junto a la conciencia de
las diferencias de género son los principales recursos que favo-
recen las prácticas más democráticas en el ejercicio del poder en
la relación de pareja. En general, las parejas que tienen más ten-
dencia al cambio cuentan con estudios universitarios que van de
diplomados a maestrías. La excepción es Emma (tipo 2), quien
ingresó a la Universidad y se ha matriculado tres veces en alguna
carrera, pero por motivos distintos ha dejado inconclusos sus
estudios.
El trabajo remunerado es otro factor de peso, que adquiere
mayor relevancia cuando se suma a la educación. Sin embargo,

26 La desigualdad de género se produce al ser calificada como inferior cual-


quier actividad que se asocia a las mujeres –no importa si quien realiza
la actividad es hombre o mujer- y la discriminación de sexo se manifies-
ta cuando en la práctica se choca con el “techo de cristal” para alcanzar
determinados cargos o posiciones, y cuando se alcanza –sea esta una
actividad identificada como masculina o femenina- las mujeres son peor
pagadas, menos consideradas, o tienen menor poder (Izquierdo, 1998).
381

se notan diferencias entre el trabajo estable, el trabajo por cuen-


ta propia con condiciones de estabilidad y el trabajo informal,
que por lo general genera pocos ingresos y los mismos son ines-
tables. Hipotéticamente podemos decir que, de acuerdo a las
prácticas detectadas, a menor salario y mayor inestabilidad en el
trabajo, menor es la incidencia de las mujeres en la relación de
poder de la pareja y en la familia.
La experiencia política y/o organizativa es otro recurso
importante que puede favorecer una relación más democrática,
en la medida en que incide en la conducta de las personas, sobre
todo en el caso de las mujeres. A mayor experiencia organizati-
va hay una mayor sensibilidad y apertura a discursos y prácticas
que promueven los derechos de las mujeres y la construcción de
relaciones democráticas: crea más posibilidad de cambio en la
pareja. No es casual que la pareja rupturista tenga en su haber
los cuatro recursos que aquí hemos identificado como claves:
nivel educativo alto, trabajo remunerado por parte de las dos,
experiencia organizativa y presencia de un discurso alternativo
feminista. Todo esto influye para generar un quiebre o ruptura
con prácticas asimétricas en las relaciones de pareja. Otras pa-
rejas con historias y condiciones similares no logran cambios
como estos, aunque tampoco la distancia de las parejas más cer-
canas al caso “rupturista” es muy marcada, con una diferencia de
7% entre el primer caso y el segundo.
En los casos estudiados, la presencia de un ambiente
progresista en el que se afirman y defienden los derechos de las
mujeres, en donde se está de acuerdo en el ejercicio equitativo
del trabajo, el placer y las responsabilidades, son factores que
propician nuevas prácticas. En ese contexto identificamos a las
mujeres como las principales promotoras de cambios, tanto en
las parejas heterosexuales como en las lésbicas.
La conciencia es clave para que la relación sea más demo-
crática. La conciencia explícita e interiorizada principalmente
por parte de las mujeres – o una de las personas que conforman
382

la pareja en el caso de la pareja homosexual- es importante para


generar prácticas que posibiliten una relación más simétrica.
Al igual que Castells y Subirats (2007), el presente estudio
encontró que la salida de las mujeres hacia el trabajo remune-
rado, la profesionalización de las mujeres y la participación en
espacios socio-políticos vienen a establecer una ruptura viven-
cial de las mujeres con respecto al viejo pacto desigual. En este
contexto, las bases del orden establecido se resquebrajan y se
somete a cuestionamiento la autoridad masculina. Pero remar-
quemos que las nuevas prácticas logran impactar la cotidianidad
de forma más profunda y sostenida en el tiempo cuando están
acompañadas de un discurso consciente. Principalmente de par-
te de las mujeres, para construir nuevas pautas sociales. Sin este
nivel de conciencia, la profesionalización, la participación en el
mercado laboral o en la política no son suficientes para generar
procesos de cambio. Se trata de modificaciones que reviertan las
viejas prácticas de desigualdad y de poder que han existido en
las relaciones de pareja y familiares.
Observamos que todas las parejas que se mostraron sen-
sibles al cambio tienen como base una situación diferente a la de
las parejas más tradicionales. Son parejas que en su conforma-
ción corresponden a experiencias lésbicas, bisexuales, de segun-
da o tercera unión, o bien en las que el varón tiene una actitud
pasiva e insegura frente a la figura fuerte de la mujer. Es decir,
corresponden a experiencias de vida atípicas que las distancian
de formas de convivencia más tradicional. Esto se explica por las
historias familiares y las trayectorias personales.
A su vez, los límites en el avance de la igualdad no son
menos significativos que su irrecusable proceso de conquista,
sea en la esfera del sentimiento, del aspecto físico, de los estu-
dios, del trabajo profesional o de la familia. La entrada de las
mujeres al mercado de trabajo no ha estado acompañada por un
proceso paralelo de participación de los hombres en el trabajo
383

doméstico. No existe un nuevo reparto de responsabilidades en


este ámbito o bien, el mismo continúa siendo desigual.
Finalmente, la incorporación de las mujeres al mercado
laboral y político organizativo, ha significado para ellas asumir
un doble o triple trabajo, ahora llamada doble presencia (con-
cepto más inclusivo y flexible), a pesar del recargo que significa
para las mujeres esta situación. El acceso de las mujeres a recur-
sos económicos y materiales que provienen de su trabajo extra-
doméstico, así como los recursos simbólicos e ideológicos que
provienen de su participación política, educativa y económica,
son vitales para romper con las relaciones de poder asimétricas.
Por ello, no se trata de que las mujeres dejen de participar en
todos estos espacios, que son indispensables para su autonomía
y re-construcción como seres sociales y que además en muchas
ocasiones también les resultan satisfactorios. Sino que encuen-
tren las condiciones apropiadas para poder realizar estas activi-
dades en igualdad de condiciones con los hombres y sin que les
supongan el desgaste y la tensión que ahora tienen que asumir
por hacerlo.
Por tanto, el reto que hay que afrontar es el de generar
conciencia social y política para que se atienda y resuelva ade-
cuadamente el cuidado de niños y niñas. Para ello es vital el
compromiso de la sociedad en su conjunto, de hombres y muje-
res que conforman la misma y del Estado que tiene que aportar
los recursos necesarios. Así que, a la idea de Lipovetsky (2007),
quien plantea que la génesis de la “tercera mujer” en la sociedad
moderna se caracteriza por la reconstrucción de los roles proto-
típicos de las mujeres, que ellas mismas están generando desde
la práctica. Hay que añadir que hace falta crear el “tercer hom-
bre” para que acompañe el proceso de reconstrucción y asuma
lo que le compete en este y otros ámbitos de los que hasta ahora,
ha estado “excluido” por propia voluntad e interés, o bien, como
reproductor de esquemas sociales aprendidos e interiorizados,
de los cuales es difícil distanciarse y deconstruir para generar
nuevas formas de relacionarse desde su masculinidad.
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