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Los atributos que comprenden las categorías, pueden a su vez tener diferentes
organizaciones. Así, se puede hablar de 1) organizaciones verticales o jerárquicas
(CIE-10, T. afectivos en el DSM-III-R), donde las categorías forman un árbol
diagnóstico estando unas subsumidas a otras; 2) organizaciones horizontales o
multiaxiales, donde las categorías son series paralelas al mismo nivel (DSM-IV en
adelante); 3) organizaciones circulares o circumplejas, utilizadas para el ordenamiento
de rasgos de personalidad, según las cuales aquellos rasgos situados en posiciones
opuestas representan rasgos psicológicamente antitéticos.
Por otro lado, los modelos dimensionales, al combinar diversos atributos reducen
la pérdida de información, facilitando la asignación de casos atípicos y la detección de
cambios. Sin embargo, las categorías dimensionales son más difíciles no sólo de
entender y representar, sino también de utilizar para la toma de decisiones clínicas o
jurídicas. Además, este tipo de modelos necesitan de cierto grado de consenso
respecto a las dimensiones necesarias para abarcar los diferentes trastornos.
Mientras que la CIE-6 no tuvo mucho éxito debido a sesgos teóricos, criterios
clasificatorios confusos y escepticismo frente al diagnóstico, el DSM tuvo más
aceptación en EEUU, pese a las críticas a su poca fiabilidad. Los avances en las
ediciones de la CIE (CIE-7 a CIE-9) apenas sufrieron variaciones en su estructura,
salvo un incremento progresivo del número de categorías.
En 1968 aparece una segunda edición del DSM, intentando adaptar sus
categorías a la CIE pero de una forma poco estructurada. Además, el DSM-II aportaba
definiciones vagas y no se especificaban los síntomas necesarios para los cuadros
clínicos. Además, se mantenían los criterios psicoanalíticos del DSM-I,
desapareciendo toda mención a procesos de “reacción”, referencias a los problemas
de la vida (contexto) o a posibles causas de los trastornos.
Por su parte la CIE-10 (1992) tiene una edición doble, una para investigación y
otra para clínica, manteniendo un apartado en el capítulo F para trastornos mentales y
de comportamiento, incluidos los trastornos del desarrollo. Sin embargo, apenas hay
cambios desde las versiones anteriores. La OMS ha tomado la decisión de no revisar
el sistema CIE cada década debido a razones económicas, si bien para la
decimoprimera edición se está postulando una visión más continua de los trastornos
de personalidad.
Finalmente, en 2013 aparece el DSM-5 en el contexto de una gran
preocupación por el incremento incesante de las categorías diagnósticas, de
prevalencias altas en patologías incluidas en el epígrafe de “no especificada en otra
parte” y de la alta comorbilidad diagnóstica, que aviva el debate sobre si los diferentes
diagnósticos son realmente diferentes o la comorbilidad está indicando una misma
patología con diferentes expresiones.