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Contenido
Introducción ........................................................................................................ 4
1. Virtudes: definición y modo de adquisición..................................................... 5
1.1. La virtud, ¿un problema moral? ............................................................... 5
1.2. La virtud en la época de la Ilustración (XVIII-XIX) ................................... 5
1.3. Etimología del concepto de “virtud” ......................................................... 6
1.4. Las nociones del bien y del mal ............................................................... 7
1.5. Caso paradigmático: la virtud de la veracidad ....................................... 10
1.6. La naturaleza autentica de la virtud ....................................................... 12
1.7. Meditación personal sobre la virtud ....................................................... 13
2. Vida ética y fenómenos básicos de la ética .................................................. 15
2.1. Naturaleza del ser humano .................................................................... 15
2.2. Concepciones ideológicas del ser humano............................................ 17
2.3. Particularidad ética del ser humano ....................................................... 18
2.4. Fenómeno fundamental: la referencia ética ........................................... 19
2.5. Determinantes de la vida ética: bien, ser y valor ................................... 19
2.6. Vida ética y vida virtuosa ....................................................................... 21
2.7. Meditación personal sobre la vida ética ................................................. 23
3. Las virtudes según Aristóteles...................................................................... 25
3.1. Virtudes intelectuales ............................................................................. 25
3.1.1 Virtudes relativas al conocimiento teórico y especulativo .................... 26
3.1.2. Virtudes relativas al conocimiento práctico ......................................... 27
3.1.3. ¿Cómo se produce el desarrollo intelectual y cómo se usa? ............. 27
3.2. Las virtudes éticas ................................................................................. 29
3.2.1. La virtud del valor................................................................................ 29
3.2.2. La virtud de la templanza .................................................................... 30
3.2.3. La virtud de la liberalidad o generosidad ............................................ 30
3.3. ¿Cómo se adquieren las virtudes éticas? .............................................. 31
3.4. Relaciones entre virtudes intelectuales y virtudes éticas ....................... 33
3.5. Modo de adquisición de las virtudes ...................................................... 34
3.6. ¿Qué tenemos que hacer para adquirir las virtudes? ............................ 36
3.7. Meditación personal sobre las virtudes éticas ....................................... 37
4. Las virtudes en la tradición cristiana ............................................................ 40
4.1. Intento de definición ............................................................................... 40
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4.2. Las virtudes en algunos pensadores y teólogos cristianos .................... 41
4.3. Las virtudes cardinales .......................................................................... 42
4.4. Dones y frutos del Espíritu Santo .......................................................... 44
4.5. ¿Cómo actúa la dimensión ética en el ser humano? ............................. 44
4.6. Ejercicio: determinación del justo medio de algunas actitudes y
comportamientos .......................................................................................... 46
4.7. Meditación personal sobre las virtudes naturales .................................. 47
5. Relación entre virtudes, ética y valores ........................................................ 49
5.1. Virtudes y valores éticos ........................................................................ 49
5.2. Virtudes y valores profesionales ............................................................ 53
5.3. Virtudes y valores en nuestra vida cotidiana .......................................... 54
5.4. Meditación personal sobre virtudes y nuestro ser religioso ................... 55
6. Virtud y valor de los otros ............................................................................. 56
6.1. La alteridad ............................................................................................ 57
6.2. La amistad ............................................................................................. 58
6.3. La hospitalidad ....................................................................................... 60
6.4. La confianza .......................................................................................... 63
6.5. El dialogo ............................................................................................... 64
6.6. La fraternidad ......................................................................................... 66
6.7. El perdón ............................................................................................... 68
6.8. La fidelidad ............................................................................................ 70
Conclusión........................................................................................................ 73
Bibliografía ....................................................................................................... 74
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Introducción
Para un retiro espiritual, que generalmente se dedica al recogimiento personal y
la búsqueda de Dios, abordando temas de obediencia religiosa, parece un poco
extraño que nos dediquemos a reflexionar sobre “virtudes éticas”. Pues, a priori
esas virtudes refieren directamente al ser humano y su obrar en el mundo,
implicando la antropología filosófica, la filosofia política, moral y ética.
Y cuando se habla de virtud, hay que intentar hacer una diferencia entre virtudes
humanas, naturales, éticas, morales, religiosas o teologales. Existen también
algunas distinciones entre virtudes intelectuales y virtudes éticas, aunque esas
distinciones sean un poco artificiales. Finalmente, consideraremos la virtud de
prudencia como el punto medio entre todas las virtudes que ha de guiarnos en
todo nuestro obrar humano y religioso, manteniendo la justa medida.
Durante estos tres días, tendremos una charla por la mañana y otra por la tarde
con tiempo de meditación y reflexión personal. Serán momentos en que también
podemos participar todos, aportando ideas y experiencias para enriquecernos
mutuamente, porque como ya lo sabemos, la virtud se muestra, no se enseña.
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1. Virtudes: definición y modo de adquisición
Objetivo de este apartado: comprender las nociones de virtud, de bien y de valor,
así como su modo de adquisición.
Pero en esta protesta, hay una cosa hermosa, que consiste en el pudor que exige
que el bien no se pregona, no se habla tanto, sino que debe hacerse notar por
dentro de uno mismo. Eso significa que el bien es vulnerable y exige tomarlo en
serio. No hace falta exhibirme como un hombre bueno, sino que tengo que actuar
bien, pero apartándome de las miradas de los demás, de algún modo,
escondiéndome.
Para esta época, la palabra “virtud” debería permitir acabar con las palabras que
tenían algunas connotaciones moralizantes y religiosas, para fundar un estado
laico, con valores éticos y civiles, liberado del imperio de la religión y de sus
dogmas.
Así, estamos más atentos a los matices de la vida moral y a las circunstancias
de la situación contingente y cotidiana en que nos encontramos. De este modo,
la teoría las virtudes aparece más adecuada para ser aplicada a lo cotidiano de
la vida que a los dilemas morales.
Si la persona sigue ese orden hace el bien y, en caso contrario, obra mal. Esta
perspectiva es correcta, pero en ocasiones, parece exagerar el carácter objetivo
y universal del bien, dando lugar a una serie de problemas en el plano existencial.
Pues, parece dar poco espacio explícito a la libertad, ya que da la impresión de
que ese orden objetivo es el mismo para todos o, en otras palabras, que existe
un bien que perfecciona a la persona independientemente de quien sea esa
persona concreta y de su proyecto vital.
De este modo, la noción de valor permite resolver estos problemas. Ante todo,
el valor se define como un bien especifico en cuanto asumido por una persona
determinada en su universo vital y afectivo; tienen determinadas características
que permiten su aceptación según las épocas, las culturas y las circunstancias:
-Son bienes específicos que tienen relación con la vida de la persona (familia,
educación, seguridad, amor, belleza, ecología, etc.);
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Ademes, los valores varían de persona a persona; no todos tenemos los mismos
gustos ni deseamos las mismas cosas ni tenemos la misma cultura. Cada
persona se construye el universo de sus valores teniendo en cuenta muchos
parámetros: la educación recibida, lo que está vigente en la sociedad, las
experiencias personales y la huella que han dejado en nosotros, etc.
Los valores, así descritos, responden a los problemas que planteaba una visión
excesivamente objetivista del bien: están abiertos a la libertad e implican
personalmente al sujeto. Pero, este modo de plantear los valores suscita otros
problemas: parecen dar demasiado espacio al subjetivismo y al relativismo, ya
que cada persona se construye su conjunto de valores.
Sin embargo, en la medida en que hemos definido el valor como un bien, esto
no es posible; los valores son realidades (objetos, situaciones, personas, etc.)
éticamente correctas. Lo que sí puede ocurrir es que por deformación o por
interés se generalicen actitudes o costumbres a las que se les llama valores y
que, en realidad, son contravalores. Por ejemplo, absolutizar la libertad puede
volverse contravalor.
Bien y valor son, por tanto, dos nociones complementarias, ya que ponen de
relieve aspectos diversos de los motivos que impulsan al hombre en su búsqueda
de la felicidad. Aquí interviene la dimensión moral del ser humano. Al actuar, se
plantea el dilema de la elección entre el bien el mal, y esa decisión recae sobre
la responsabilidad del sujeto. Al elegir el bien o el mal, no solo actúa bien o mal,
sino que el hombre se hace bueno o malo, modifica su ser moral mediante el
ejercicio de la libertad.
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Pero, ¿qué sucede cuando tomo muchas decisiones en una misma dirección?
Lo que ocurre es que me autodetermino de manera estable para actuar en un
determinado sentido, bueno o malo, es decir, desarrollo lo que se ha llamado
clásicamente “Virtudes” (hábitos operativos buenos) o vicios (hábitos operativos
malos).
Algo similar sucede cuando una persona desarrolla una virtud. Si ayudo
habitualmente a los demás, me convierto en una persona solidaria y entonces
me resulta más fácil actuar con generosidad porque mi ser se encuentra
orientado ya en esa dirección. He desarrollado y perfeccionado mi libertad que
me lleva a disponerme de tal modo que ayudo a los demás de modo constante
y habitual (Juan Manuel Burgos, Antropología: una guía para la existencia).
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Pero, también puede suceder que en la próxima ocasión yo vuelva a decir la
verdad, y luego otra vez, y otra, y así sucesivamente. Es decir, que me convenza
de la importancia de decir la verdad; que me fije en ello, me examine
constantemente, tenga presentes mis debilidades y las supere, etc. Surge
entonces todo un entramado, una actitud tendente a decir siempre y sin titubeos
la verdad. De lo que una vez dije, ha nacido la actitud de la veracidad. Esto es lo
que significa la palabra “virtud” (Guardini).
Pero, nos damos cuenta también del peligro de que esta “capacidad” se convierta
en rutina: algo cuyo sentido ya no se advierte, sino que se desarrolla
mecánicamente. O en virtuosismo: algo en lo que uno se recrea en exceso, en
lo que se compara con los demás. Y aparecen las perversiones de las que se
hablaron con respecto al bien. La auténtica virtud tiene como una de sus
propiedades, precisamente, la naturalidad, que se convierta en un elemento del
hombre viviente o vivo.
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dificultades, que se dan en nosotros o en nuestro entorno: por ejemplo, el miedo
a un daño, o a un peligro o a una oposición social. Entonces, la veracidad en
cuanto tal – es decir la rectitud y la claridad de la palabra – se combina con el
elemento de la valentía.
La dificultad, puede que esté también dentro de nosotros mismos, por ejemplo,
en nuestro carácter tímido o huraño. Frecuentemente, no es fácil confesar lo que
se reconoce como verdad; hay que dar un salto por encima de los obstáculos
para llegar a la palabra. El mismo respeto a los demás puede ser un
impedimento, como cuando presentimos que decir la verdad puede poner a
alguien en apuros y dificultades. O también el deseo de coincidir con quien
piensa de otra forma, etc.
Hasta aquí, hemos considerado la veracidad como acción; pero tenemos que
fijarnos también en su contenido. El progreso que va desde decir la verdad una
vez, pasando por decirla muchas veces, hasta la actitud de la veracidad, influye
también en el contenido de lo que decimos (Guardini).
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Pero, todo esto no llegaría a formar una virtud completa; nos hallaríamos todavía
ante algo solamente querido, ansiado, y cabria el peligro de quedarse en lo
hiperpensado e hiperquerido, con la amenaza añadida de representar un papel
ético exagerado, de considerarse por encima de los demás, de enjuiciarlos
constantemente, etc. Hay otro elemento más en lo ético: el regalo, el don, la
gracia, la apertura al otro o a la transcendencia y la conciencia de ello.
Toda virtud cuenta con una actitud. Para que la virtud sea pura, plena y natural,
tiene que existir una propensión a practicarla. La auténtica virtud de la veracidad
solo la logra el que ama la verdad; se realiza no solo por un “tú debes” sino
también porque se disfruta con ella, porque es hermosa, porque solo ella hace
la vida luminosa, ancha y digna de su nombre; porque una vida sin verdad resulta
burda, miserable y, en el fundo, tonta. Estos sentimientos tienen que estar ahí,
si no se quiere que el empeño en la veracidad se convierta en una fatiga, cuyos
resultados, aunque meritorios, no llevan a la plena libertad.
A toda virtud plena le pertenece también un gusto por las relaciones sociales,
implicando un darse uno mismo, un compromiso personal, la toma en cuenta de
la situación social, de las costumbres… Y si falta la seriedad del trabajo ético
previo, la actitud ética se queda en estética y en juego; y si falta la gracia, se
hace penoso y conformista.
Una actitud ética completa implica ser consciente de que, junto al “tengo que
hacer esto porque es mi obligación”, está también el “puedo hacer esto porque
así me ha sido concedido”. El concepto de lo ético no puede ligarse sólo a la
exigencia, a la penosidad del “debes”, al apremio del “no puedes”. En él, está
presente la grandeza del hombre, y todo el mundo lleva en su interior la vocación
hacia algún aspecto de esa grandeza, bajo diversas facetas (Romano Guardini,
Ética, pp. 242-250).
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A partir de Sócrates, el término “virtud” empezó a referirse más específicamente
a la excelencia moral humana, a un saber acerca del bien que puede ser
comunicado mediante la enseñanza. El hombre virtuoso es el que sabe con toda
su alma y todo su ser en donde radica el verdadero bien.
Toda virtud cuenta con una actitud. Para que la virtud sea pura, plena y natural,
tiene que existir una propensión a practicarla. La auténtica virtud de la veracidad
solo la logra el que ama la verdad; se realiza no solo por un “tú debes” sino
también porque se disfruta con ella.
Primer momento
Segundo momento
Tercer momento
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2. Vida ética y fenómenos básicos de la ética
Las cuestiones que se han de platearse cuando hablamos de vida ética: ¿Qué
ocurre si un ser humano se comporta éticamente? ¿Qué experiencias subyacen
a semejante comportamiento? ¿Qué normas y valores están actuando ahí? ¿De
qué modo se lleva a cabo? ¿Qué significa en el conjunto de su vida? ¿Cómo se
presenta la tarea ética a la conciencia natural del ser humano? ¿Qué puede el
ser humano reconocer como exigencia ética a partir de la experiencia de su
propia realidad y de sus relaciones con los otros seres humanos, así como con
el mundo que le rodea? ¿Cómo se configura el desarrollo de esta exigencia?
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a cuando decimos zorro, mariposa o rosa. Podemos atribuirle determinadas
características tales como: el ser humano tiene un aspecto corporal, anímico,
espiritual o que puede conocer, valorar, querer, actuar; es una personalidad
internamente estructurada, pero a la vez se relaciona con ciertos contextos
sociales, y así sucesivamente.
El ser humano no tiene una naturaleza al modo como la tienen el animal y las
plantas. Su naturaleza consiste precisamente en que no tiene naturaleza
estrictamente tal. El ser humano existe en el encuentro con las cosas, con los
otros seres humanos y consigo mismo. Y en ese encuentro se realiza su libertad,
de tal modo que la dirección y el sentido no pueden ser fijados de antemano.
Desde este encuentro define el ser humano su propio comportamiento y, más
allá de su acción, también su propio ser.
De todo esto, se deduce que solo con precaución podemos hablar de una ética
natural. Si analizamos más de cerca los instintos habidos para construir una ética
semejante, observamos también el influjo de una falsa representación de la
naturaleza, a saber, una tendencia al siguiente esquema: el vegetal crece y se
adapta de tal y cual forma, el animal se adapta a su entorno así y así;
correspondientemente, el ser humano se comporta de este modo y de tal otro.
Sin embargo, de esta manera se abandona lo propiamente humano. Se hace del
ser humano un ser que como tal no existe. Pero, estas ideas pueden aparecer
peligrosas para la humanidad.
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2.2. Concepciones ideológicas del ser humano
El marxismo, por ejemplo, entiende al ser humano como un mero producto de
las relaciones de producción. De ahí se sigue que bastaría con diseñar estas
relaciones de otro modo para cambiar al ser humano mismo. Y, además, esta
iniciativa debería partir del lugar donde radica la iniciativa de la existencia, a
saber, el Estado. Ahora bien, contra tal pretensión no podría elevar el ser
humano nunca ninguna objeción fundamental, si fuera verdad que de suyo y
esencialmente no es nada determinado.
El nazismo pensó del mismo modo cuando aplicó al ser humano ideas parecidas:
el Estado podría y debería configurar al hombre que necesitaba mediante las
correspondientes medidas, sobre todo biológicas. Por el contrario, el individuo
tampoco estaría en condiciones de elevar objeción alguna respecto de su
identidad humana. Pues no habría un derecho natural, sino tan solo un derecho
legislado por el Estado, el cual derecho podría hacer lo que al respecto le viniese
en gana, por no encontrarse sometido a ninguna instancia superior. El ser
humano debería entonces hacer lo que ese derecho estatal quisiera, e incluso
conformarse a los dictados de semejante derecho.
De todo ello, se destaca una idea del ser humano más o menos potencia; el ser
humano sería una posibilidad (Heidegger). Esta posibilidad estaría abierta, pero
la forma que ella adoptara dependería de la iniciativa que, en cada caso, se
tomara. Pero, tal situación entrañaría desde luego el caos y el horror.
Conocemos todos, los horrores barbaries del nazismo y las consecuencias
liberticidas de los regímenes comunistas.
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2.3. Particularidad ética del ser humano
Si bien no se puede hablar de naturaleza en el mismo sentido para el ser humano
que para la planta y el animal, ya que el ser humano no se encuentra
decisivamente determinado por la necesidad, sino que se desarrolla en el ámbito
de la libertad, sin embargo, debe diferenciarse exactamente del moderno
“potencialismo”.
Vemos pues, cuán intrigados son los problemas. Nuestro pensamiento se siente
siempre tentado a simplificarlos: o bien – como lo hacen el positivismo, el
psicologismo, el sociologismo- desplaza el momento de la libertad y de la
potencialidad y hace del ser humano un simple ser natural, o bien – como
también lo hacen las diversas formas del Estado totalitario- desconsidera el
momento natural y ve al humano como un ser que puede ser manejado a
capricho.
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convertido en un fantasma. Se puede parecer al lo que se refieren el
transhumanismo o posthumanismo de que se habla en la actualidad. En este
sentido, la ética que quiere ser fiel a la realidad se encuentra ante tareas muy
complejas que intentaremos analizar a continuación.
Valor por el contrario es el carácter que ese ser tiene o puede tener, y que le
confiere una significación particular. Para entenderlo mejor algunos ejemplos
concretos: una silla cómoda, un puente seguro, una piedra valiosa, unos ojos
sanos, un ser humano bello, un conocimiento feliz, una acción noble….
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valoración. Aquello que esta aprobación y esta valoración expresan es el valor.
¿Qué significa pues el valor?
El subjetivismo afirma que el ser no tiene de suyo nada que ver con el valor, y
que solo las necesidades de nuestra estructura psicofísica le confieren el
carácter de valor. Y todavía va más lejos esta subjetivación cuando habla de una
“transvaloración de los valores”, según la cual el fundamento de la historia sería
un querer, el cual afirmaría sus valores conforme a la eventual fase histórica
recibiéndolos no solo como válidos, sino además convirtiendo en valor aquello
que le pareciera digno de realización.
Pero, de este modo se desconoce el verdadero carácter del valor. Desde luego,
puedo equivocarme en una cosa, y conceder a una cosa que no lo tiene un valor
apariencial, aunque puedo también reconocer el error (humores, idiosincrasias,
modas). Por el contrario, el verdadero sentimiento del valor, el valorar, es
responder a algo valorable que se me pone enfrente. Corresponde a un carácter
que la realidad tiene en sí y gracias al cual se despierta la impresión de valor.
Así pues, existe también la apariencia de valor, por lo que una piedra puede dar
la impresión de valiosa sin serlo realmente, como ocurre con la bisutería vulgar.
Sin embargo, esto solo es posible porque en la realidad existe lo realmente
valioso y es conocido como tal: en el presente caso existe aquella piedra que
posee determinadas cualidades originarias de color, luz y rareza, y se confunde
o intercambia con la otra.
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El carácter objetivo de valor, o sea, la utilidad, la pureza, por una parte, y el efecto
subjetivo del valor, a saber, la satisfacción, el enriquecimiento, el aumento del
tono vital por otra parte, fundan un todo, una forma básica que indica cómo vive
el ser humano y cómo alcanza su plenitud. El valor ni se crea ni se inventa, sino
que se descubre, se muestra y se conduce hacia él.
De este modo, se admite que existe una complementariedad entre los distintos
tipos de éticas; y para una mediación entre teoría y práctica, hace falta la ética
de las virtudes, que se entiende en el sentido aristotélico como arete, la
excelencia de algo, de la persona.
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En este de proceso de construcción de la personalidad y para el buen
funcionamiento de la sociedad, se distingue la libertad negativa, que es la
ausencia de intervención en la vida de las personas y la libertad positiva que
requiere una parte activa del agente en el dominio y control de sí mismo.
Finalmente, la libertad se entiende aquí como no dominación o ausencia de
servidumbre. Se habla de autodominio que corresponde a la libertad positiva.
Se consideran las virtudes como buenas costumbres y hábitos del corazón que
disponen a los seres humanos a compartir juntos y a construir armónicamente la
sociedad. Se requiere por ello, una formación del carácter individual. Este
proceso se puede basar en la metodología de la psicología conductista y las
teorías del refuerzo psicológico.
Para el filósofo MacIntyre Alasdair, por ejemplo, no hay ética sin virtudes. Pues,
Aristóteles y Tomas de Aquino pudieron hablar de virtudes porque conocían cuál
era el fin de la vida humana. Hoy no lo sabemos o no se quiere saber; el valor
máximo que caracteriza a la persona, sobre todo en las sociedades occidentales,
es la libertad o la autonomía.
De ahí, las preguntas: ¿De qué forma se construye la virtud? ¿Cómo convencer
a los individuos, que han visto crecer el ámbito de sus competencias privadas,
que deben tener una cierta consideración hacia el bien común y hacia los
demás?
La respuesta del pensador es que hay que volver a san Benito, a la Edad Media,
construyendo comunidades a pequeñas escalas: “Lo que importa ahora es la
construcción de formas locales de comunidad dentro de las cuales la civilidad, la
vida moral y la vida intelectual puedan sostenerse a través de las nuevas edades
oscuras que caen ya sobre nosotros”.
Sin embargo, cabe recordar que, en la reclusión comunitaria, hay a veces más
exclusión e intolerancia, o incluso odio al otro que en las sociedades abiertas
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liberales. En este sentido, la pregunta sigue abierta: ¿qué podemos hacer para
tener una vida éticamente virtuosa? ¿Son los miembros de las comunidades
religiosas más virtuosos que los demás fuera de comunidad especifica? ¿Qué
pensáis?
Para construir una vida éticamente virtuosa, hacen falta pues los valores de
autoconciencia, de autodominio, de voluntad de compromiso, de demanda de
razones, de autocrítica, de apertura al cambio, de apoyo a la idea pública de
justicia. Son valores que motivan al individuo a no mostrarse indiferente frente a
los demás ni excesivamente tolerante. Se tiene que promover los valores de
libertad, igualdad y solidaridad para conseguir individuos responsables en todos
los sentidos (Victoria Camps).
Primer momento
Segundo momento
23
¿De qué modo se lleva a cabo?
Tercer momento
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3. Las virtudes según Aristóteles
El filósofo más destacado que ha estudiado las virtudes es, sin lugar a dudas,
Aristóteles a través de su libro La ética a Nicómaco. Allí se distinguen dos tipos
de virtudes: 1) las virtudes que perfeccionan el intelecto (virtudes intelectuales o
dianoéticas) y 2) las virtudes que perfeccionan la voluntad (virtudes éticas,
humanas, morales o noéticas).
Para determinar las virtudes intelectuales, Aristóteles partirá del análisis de las
funciones de la parte racional o cognitiva del alma, considerando varias
funciones: la función productiva, la función práctica y la función contemplativa o
teórica. A cada una de ellas le corresponderá una virtud propia que vendrá
representada por la realización del saber correspondiente.
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3.1.1 Virtudes relativas al conocimiento teórico y especulativo
- Virtud de ciencia (Episteme): Se trata de la aptitud para la demostración de las
relaciones necesarias existentes entre las cosas; es decir la capacidad de
búsqueda de evidencias y ordenación de las mismas, de forma deductiva e
inductivamente.
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3.1.2. Virtudes relativas al conocimiento práctico
- Virtud del arte (Tékhne): Es la habilidad para la creación y la modificación de
las cosas. El arte es un hábito que perfecciona las acciones productivas,
dotándolas de eficacia. El conocimiento o dominio de un arte significa la
realización de la función productiva.
- los hábitos conscientes: que tienen que ver con lo que uno decide hacer; son
importantes y requieren un trabajo para hacerse propios;
- los hábitos intermedios: hay cierta conciencia de ellos, pero al mismo tiempo
esa conciencia no es clara; son hábitos semiinconscientes.
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Con respecto al modo especifico de desarrollo intelectual, hay que recordar que
la vida intelectual es una manera de absorber las cosas que nos vienen desde
fuera. La inteligencia nos permite resolver problemas de diferentes maneras. En
este sentido, el desarrollo intelectual tiene diferentes usos:
La prudencia es una virtud fundamental de la vida ética del hombre, sin la cual
difícilmente podremos adquirir las virtudes éticas. Aplicada a las distintas facetas
de la vida, privada y pública, del hombre tenemos distintos tipos de prudencia
(individual, familiar, política).
De modo general, hay que fomentar todos los “tipos” de inteligencia, ya que la
inteligencia de las personas sirve para buscar la Verdad, la Belleza y el Bien.
Una persona con pensamiento crítico es una persona que busca la verdad y que
va creando una estructura para ello. La verdad no es lo que él quiere sino la va
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descubriendo a través de su relación los demás y con las realidades que lo
rodean.
Es una fuerza interior capaz de resistir y alejar todo aquello que está reconocido
malo para sí o para los demás, de indignarse y luchar contra la injusticia, de
comprometerse para hacer avanzar las ideas, para testimoniar, para soportar,
para endurar, para perseverar, etc. (Jean-Guilhem Xeri, Prenez soin de votre
ame, p. 199).
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3.2.2. La virtud de la templanza
La templanza representa el término medio entre el desenfreno y la insensibilidad.
El desenfrenado es aquel que cae en todos los excesos posibles mientras el
insensible es aquel que es incapaz de cualquier deseo (como una piedra).
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La prudencia juega un papel rector en la vida ética e indica lo adecuado a hacer
en cada momento. Es la madre y la medida de todas las virtudes. Es una regla
de orden, de proporción, de escoger la respuesta adecuada de todas las virtudes.
Sobre la primera fase de la acción humana, por lo tanto, sobre la volición, poco
hay que decir. Sin embargo, no es así sobre la segunda, es decir la deliberación
sobre los medios para conseguir lo que por naturaleza deseamos, y sobre la
tercera, la decisión acerca de la conducta que hemos de adoptar para
conseguirlo.
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Estas dos fases establecen una clara subordinación al pensamiento de la
determinación de nuestra conducta, y exigen el recurso a la experiencia para
poder determinar lo acertado o no de nuestras decisiones.
La deliberación sobre los medios supone una reflexión sobre las distintas
opciones que se me presentan para conseguir un fin. Una vez elegida (decisión)
una de las opciones, y ejecutada, sabré si me ha permitido conseguir el fin
propuesto o me ha alejado de él. Si la decisión ha sido correcta, la repetiré en
futuras ocasiones, llegando a "automatizarse", es decir, a convertirse en una
forma habitual de conducta en similares ocasiones.
Se trata de la posición intermedia entre dos vicios, el uno por exceso y el otro
por defecto. Y así, unos vicios pecan por defecto y otros por exceso de lo debido
en las pasiones y en las acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el
término medio.
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Por ejemplo, si para alguien es mucho comer por valor de diez calorías, y poco
por valor de 2, no por esto el maestro de gimnasia prescribirá una comida de seis
calorías a todos, pues también esto podría ser mucho o poco para quien hubiera
de tomarla: poco para un veterano, y mucho para quien empiece los ejercicios
gimnásticos.
Lo que para uno puede ser excesivo, para otro puede convertirse en el justo
término medio. La virtud mantendrá su nombre en ambos casos, aunque
actuando de dos formas distintas. No hay una forma universal de
comportamiento y sin embargo tampoco se afirma la relatividad de la virtud.
Esas divergencias confirman que estamos, en todo caso, ante dos cuestiones:
a) la virtud de la que es cuestión es más bien una disposición, una capacidad o
un estado, o bien es preciso ver en ella una tendencia, una inclinación a actuar
de tal o tal manera; b) la virtud de carácter está determinada, en algún modo del
exterior, por la racionalidad práctica, o bien es ya racional (Note sur la notion
d’hexis proairetikê).
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1) Sensibilización de las personas hacia los temas éticos: saber descubrir
cuándo una decisión tiene una especial significación moral y entender por qué;
2) Conocer qué hay que hacer en cada caso, aplicando a la situación concreta
los principios morales generales;
- Somos emotivistas: reaccionamos más ante lo que nos hace sentir bien que
ante lo que es nuestro deber; hemos perdido buena parte del sentido de
responsabilidad personal y estamos más bien por una concepción relativista de
la ética.
Como ya lo hemos dicho, las virtudes son hábitos operativos y adquiridos, que
se desarrollan mediante la repetición deliberada, esforzada y voluntaria de actos
que tratan de ser cada vez mejores. Este proceso de adquisición y de crecimiento
de las virtudes morales tiene lugar cuando la persona se esfuerza por conseguir
lo que es bueno para ella y para los demás.
Cada vez que la persona es capaz de resistir la tentación de hacer algo que es
más agradable para ella o que le produce beneficios inmediatos, para hacer algo
que piensa que es mejor para ella y para los demás, está desarrollando sus
virtudes.
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Desarrollar virtudes supone, en primer lugar, una capacidad intelectual: entender
las consecuencias de las decisiones y aprender a buscar y valorar las
alternativas. Y después, hace falta una capacidad de la voluntad, para querer
eficazmente la alternativa mejor, venciendo así la resistencia que crean las
satisfacciones inmediatas, el orgullo, el halago, etc. Es así que podremos adquirir
las virtudes auténticas.
Una persona no virtuosa puede llevar a cabo una acción buena, sea por sus
buenas disposiciones naturales, sea por casualidad, o sea porque le interesa en
un caso concreto; pero si le falta el entrenamiento de la virtud, es fácil que se
deje llevar por sus emociones y deseos.
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del propio agente) que le dificultan llevarlo a cabo. Esto es lo que queremos decir
cuando afirmamos que la ética consiste en el desarrollo de las virtudes.
Ser ético nos complica la vida, pero es la única manera de llegar a ser buenas
personas, buenos ciudadanos, buenos religiosos, etc. Y la virtud desarrolla la
capacidad de entender por qué hay que ser ético, de identificar las oportunidades
de serlo, de buscar la mejor manera de conseguirlo y de tener la fuerza de
voluntad para hacerlo.
Hay que añadir y recordar que nadie nace siendo virtuoso. Los argumentos
teóricos, los códigos de conductas, los incentivos (premios y castigos) y el apoyo
social pueden motivar a empezar a actuar de manera virtuosa. En la medida en
que perseveramos en ese intento, estaremos desarrollando nuestra capacidad
futura para seguir avanzando. Y ese proceso no tiene fin: siempre podremos ser
más éticos (Las virtudes en los directivos).
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Las virtudes éticas son hábitos selectivos que consisten en un término medio
(entre el exceso y el defecto) relativo a nosotros, determinado por la razón y por
aquella por la cual decidiría el hombre prudente. Se distinguen principalmente
tres virtudes éticas: el valor, la templanza y la liberalidad.
2) Conocer qué hay que hacer en cada caso, aplicando a la situación concreta
los principios morales generales;
- Somos emotivistas: reaccionamos más ante lo que nos hace sentir bien que
ante lo que es nuestro deber; hemos perdido buena parte del sentido de
responsabilidad personal y estamos más bien por una concepción relativista de
la ética.
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La virtud ética obliga a preguntarse en cada caso qué es lo que se busca de
verdad, cuán recta es la intención. Y esto no es fácil, sobre todo cuando nos
enfrentamos a la necesidad de cambios profundos en nuestra existencia.
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4. Las virtudes en la tradición cristiana
El objetivo de este apartado es conocer las virtudes que han tenido más
repercusión en la tradición cristiana y que deberían guiar la vida de todo cristiano.
El sentido primitivo de la palabra “virtud” (del latín virtus, que deriva de vir,
hombre) es el de fuerza o de vigor. En el Antiguo Testamento, virtud se aplica
sobre todo a la potencia de Dios (Ps 65,7; 111,6). En el Nuevo Testamento, se
trata de una fuerza eficaz: así acerca de Jesús que cura, se dice: “una virtud
salía de él” (Mc 5,30).
Esta aptitud puede proceder de la naturaleza misma del ser humano y se llama
virtud natural o hábito. Las virtudes naturales se adquieren mediante ejercicio
prolongado (virtudes adquiridas); perfeccionan la naturaleza y la defienden
contra las tentaciones: así la humildad, la paciencia, la castidad… Pueden ser
virtudes morales, sociales; pero las principales virtudes naturales que sostienen
las demás son llamadas cardinales.
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virtudes y las virtudes intelectuales de Aristóteles sobre que hemos reflexionado
(ciencia, inteligencia, sabiduría, arte, la prudencia).
Las virtudes cardinales, son consideradas como frutos y gérmenes de los actos
moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para
armonizarse con el amor divino. Se las llaman también virtudes humanas,
morales o éticas y se adquieren mediante las fuerzas humanas.
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La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del
bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre
desinteresada y generosa; es amistad y comunión: “La culminación de todas
nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él
corremos; una vez llegados, en él reposamos (S. Agustin).
San Gregorio de Nisa reconoce que “El objetivo de una vida virtuosa consiste en
llegar a ser semejante a Dios (S. Gregorio de Nisa, beat.1).
S. Basilio: O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la
disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos
parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor
del que manda… y entonces estamos en la disposición de hijos.
Isaac el Siro: “la virtud es naturalmente la salud del alma”. La virtud aquí es el
respeto de del uso natural de nuestras facultades interiores, es decir la
disposición a actuar de acuerdo con nuestra naturaleza.
En definitiva, para los Padres del desierto, el ser humano respeta su naturaleza
cuando utiliza en buen sentido según sus dimensiones lógica, epistémica y
témica y sus facultades de memoria e imaginación en la finalidad por la que
existen.
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“¿Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña
la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza” (Sb 8,7).
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5,2); no vayas detrás de tus pasiones, tus deseos, refrena” (Si 18,30). Es llamada
también moderación o sobriedad.
- Relación con los familiares: que articula el espacio de la vida familiar. Es lo que
uno espera, siente y piensa acerca de su propia familia. La posibilidad de
desarrollarse dentro del ámbito familiar y la familia como centro de la sociedad.
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Somos en gran parte lo que hemos recibido en nuestra familia. Es un ámbito de
intimidad, aunque menos que el anterior.
- Relaciones con los demás, con sus conciudadanos, con la sociedad: este
ámbito es el de menos intimidad y constituye la vida política y pública. Cuando
existe armonía y coherencia entre la forma de ser en el ámbito privado y la de
ser en el ámbito social, es que la persona ha sabido desarrollar armónicamente
su dimensión moral y social.
Cada una de las virtudes es un estado que busca naturalmente su media relativa
a nosotros. Según Aristóteles, el hábito virtuoso de la acción es siempre un
estado intermedio entre los vicios opuestos del exceso y de la carencia:
demasiado y demasiado poco son siempre falsos; el buen tipo de acción reside
siempre en el medio.
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podrá disfrutar de un vaso de vino cuando la ocasión lo amerita. Al enseñar un
camino medio, las virtudes representan parámetros de perfección del ser
humano, para nosotros cristianos o religiosos, camino de santidad o de vida
plena.
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9. Amigabilidad: Para Aristóteles, la amistad es parte central del sentido de la
vida. No obstante, se debe evitar ser demasiado amistoso, de tal forma que no
nos dediquemos a otras cosas importantes. En las relaciones con los extranjeros,
ser amigable es un medio entre el exceso de ser gratificante y la insuficiencia de
agresividad.
10. Vergüenza: Aunque hoy la vergüenza está devaluada, de hecho, puede ser
una importante virtud moral, no en el sentido de que nos avergüence ser quienes
somos o hacer lo que queremos hacer, sino en el sentido de que sintamos
verdadera pena y arrepentimiento por nuestros errores. El punto medio entre ser
miedosos y demasiado osados.
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2. Templanza: El punto medio entre la sobre indulgencia y la insensibilidad. La
templanza es un medio entre exceso de la inmoderación y la insuficiencia de
insensibilidad en el gozo de placeres.
10. Vergüenza: Aunque hoy la vergüenza está devaluada, de hecho, puede ser
una importante virtud moral, no en el sentido de que nos avergüence ser quienes
somos o hacer lo que queremos hacer, sino en el sentido de que sintamos
verdadera pena y arrepentimiento por nuestros errores. El punto medio entre ser
miedosos y demasiado osados.
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11. Justicia: La virtud de ser equitativos yace en el medio entre el egoísmo y la
falta de amor propio.
Tercer momento
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todas las virtudes. El hombre prudente es aquel que ha adquirido el “saber
práctico” que dicta cómo se debe actuar en cada momento.
Aquí, nos podemos preguntar ¿cuáles son las virtudes que convienen más para
desarrollar, sea como religiosos consagrados con votos, o sea como
profesionales comprometidos en el mundo de la salud como requiere nuestro
carisma? Y otra pregunta de orden más bien intelectual es si hay que llamarlas
virtudes o valores.
Esos deseos son grandes valores que deberían guiar la conducta humana; son
valores que hemos ido acordando como básicos a lo largo de la historia y que
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están recogidos en las declaraciones de derechos universales, en las
constituciones políticas y en el desarrollo legislativo de los países democráticos,
pero también en los códigos morales y religiosos.
Se puede coger el caso de los votos religiosos, que son también valores o
consejos evangelios (castidad, pobreza y obediencia, más el servicio a los
enfermos para nosotros Camilos). Son grandes valores que tenemos que vivir y
cumplir según nuestra constitución. Aquí no son meros deseos, sino compromiso
firme de cada uno de nosotros. Sin embargo, ¿qué pasa cuando uno no cumple
esos valores?
La virtud, hay que adquirirla para que acabe formando parte de la personalidad
de cada uno, de su manera de ser, de su carácter o ethos. Las virtudes se
adquieren por la práctica, a partir de hábitos. Y porque hay que adquirirlas y
cultivarlas explícitamente, están muy vinculadas a la educación, pero no a la
educación teórica, sino a la práctica. El ejemplo es la imitación de los modelos
éticos, que son instrumentos más idóneos para adquirir virtudes.
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1) ampliar el contenido y extender el ámbito de los principios y valores
fundamentales y 2) aplicar esos valores y principios adecuadamente.
De ahí podemos decir que aquello que importa no es tanto determinar cuáles
son las virtudes para nosotros, sino entender que la ética consiste en lo que
podríamos denominar “una disponibilidad virtuosa”, una manera de ser y de
actuar que debe conformar la personalidad de cada cual.
Dado que la ética no se enseña solo con conocimientos teóricos, sino sobre todo
con la práctica, hay que reconocer la dificultad de hacerlo cuando el entorno en
el que vivimos no destaca especialmente la importancia de las virtudes éticas.
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De este modo, la sabiduría práctica con la que se nombra a la ética se va
edificando a partir de la reflexión y el dialogo cuando nos encontramos ante
situaciones que nos inquietan e invitan a reflexionar sobre qué debemos hacer.
Y como dice Kant, qué debo hacer es la pregunta fundamental de la ética. El
peligro de nuestro tiempo no es tanto dar respuestas erróneas a esa pregunta,
sino dejar planteársela (Victoria Camps).
1) Según una primera tendencia, las virtudes no pueden enseñarse; sólo pueden
“mostrarse” mediante una conducta virtuosa, de manera indirecta y casi
enigmática en la cual el aprendiz detecta en el maestro y que va asimilando en
su interior;
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que es la perfección del ser humano, y 2) el subjetivo, que es la felicidad para el
individuo (Vidal-Gual JM).
Se puede vivir amando a los demás, pero también odiándolos. Se puede vivir de
espaldas a los demás o bien prescindir de ellos directamente, aunque en un
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sentido puro este intento es completamente imposible. No todas las relaciones
que establecemos con los demás son igualmente legitimas, ya que existen
algunas que pueden erosionar gravemente su existencia.
No obstante, existe una serie de valores que son altamente positivos para
aprender a convivir equilibradamente con los que nos rodean. De estos valores,
se destacan la alteridad, la amistad, la hospitalidad, la confianza, el dialogo, la
fraternidad, el perdón, la fidelidad, etc.
Primer momento
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En cambio, Aristóteles, acusado y perseguido por razones similares, huye de la
ciudad con la excusa de que no quiere ofrecer a sus oponentes la oportunidad
de perpetrar otro crimen contra la filosofia.
Segundo momento
1) Según una primera tendencia, las virtudes no pueden enseñarse; sólo pueden
“mostrarse” mediante una conducta virtuosa, de manera indirecta y casi
enigmática en la cual el aprendiz detecta en el maestro y que va asimilando en
su interior;
¿Qué opináis?
Tercer momento
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6.1. La alteridad
Nos referimos al valor de la alteridad (que proviene de alter, que quiere decir otro
en latín) porque creemos que el hecho de que haya otras personas a parte de
uno mismo es ya, en sí mismo, un gran valor que hace falta reconocer y apreciar.
Pero imaginemos, en un instante, un mundo sin otros. Alguien podría pensar que
un mundo así sería un auténtico paraíso, porque su libertad no se vería limitada
por nadie y podría disfrutar de todo el espacio, sin tener que pedir permiso a
ningún otro ser humano. El hecho es que un mundo sin los otros sería un
tremendamente oscuro y empobrecido.
A veces nos ponemos a criticar a los demás con descripciones injustas y simples,
proyectando lo que nosotros, propiamente, somos o hacemos. Sin embargo, no
somos tan diferentes los unos de los otros. Tenemos muchos puntos en común.
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Muchas veces sólo me doy cuenta de este hecho cuando el otro ya no está. La
ausencia del otro nos hace tomar conciencia del valor que tenía.
Decir que los otros son un valor significa que son importantes en la propia vida,
significa reconocer que nuestra vida sería diferente sin ellos. La felicita que es la
meta de toda vida humana no se consigue sin los demás, aunque a veces éstos
pueden convertirse en auténticos obstáculos de la felicidad personal.
Decía Aristóteles que “El hombre que vive solo no puede ser feliz”, aunque hay
que reconocer que el hombre necesita también una dosis de soledad para una
vida equilibrada. Sin embargo, como ya lo sabemos, la felicidad es un estado
de ánimo que requiere la apertura hacia los demás y el reconocimiento por parte
de los demás.
El ser humano no es Dios, sino una realidad finita e inestable que necesita
constantemente de los demás para su desarrollo (del nacimiento a la muerte). El
ser humano necesita de la compañía humana para compartir sus estados
anímicos, sus inquietudes y angustias, necesita calidez y ternuras humanas.
Necesitamos de los demás para establecer una forma de relación entre todos
que permita este vínculo armónico, que es la felicidad. Por ello, importa cultivar
la virtud de la buena de relación con los demás.
6.2. La amistad
El vínculo de la amistad es una de las formas más bellas que puede adoptar la
relación con los demás. Tal como han dicho los clásicos del pensamiento de
todos los tiempos, la amistad es un tesoro que no tiene precio y es uno de los
valores que llena más felizmente la existencia del hombre.
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sabiduría adquiere para procurar la felicidad en esta vida, la más importante, y,
con diferencia, es la posesión de la amistad (ver cuántos amigos tenemos).
La amistad es un valor que expresa una manera de relacionarse con los demás.
Somos conscientes de que podemos establecer diferentes vínculos con los
demás, pero no todo vínculo puede ser calificado de amistad. De hecho, de
amigos, tenemos muy pocos; mientras que, de conocidos, tenemos muchos más.
La amistad siempre es selectiva y pide tiempo.
1) Una amistad por el placer nace cuando dos personas descubren que tienen
un interés común en una actividad que pueden practicar juntas. Su participación
reciproca en esta actividad se traduce por un placer mayor para cada uno, lo que
no podrían conseguir si hubieran actuado individualmente. Así, por ejemplo, dos
personas a quienes les gusta jugar al tenis podrían tomar placer a jugar una con
la otra. Tal relación no dura que el tiempo que el placer sigue.
3) Una amistad para el bien, sin embargo, nace cuando dos personas se
comprometen en unas actividades comunes con el único objetivo de desarrollar
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la bondad general de la actividad. Aquí, ni el placer ni la utilidad son pertinentes,
sino el bien. Así, por ejemplo, dos personas enfermas de una patología cardiaca
podrían jugar al tenis la una con la otra por el bien del ejercicio que contribuye a
la salud general de las dos. Ya que el bien nunca se realiza enteramente, una
amistad de tal tipo debiera, en principio, durar para siempre (la amistad en la
vida religiosa).
Más allá de estos matices en la relación de amistad, digamos que los amigos
desean el bien los unos a los otros, velan recíprocamente, por el bien del otro.
La relación de amistad requiere las virtudes de generosidad, disponibilidad,
entrega, simpatía, fidelidad, respeto, cordialidad, paciencia, comprensión,
tiempo, etc. Como dice Gabriel Marcel, “Amar a una persona es decirle: tú no
morirás nunca. Amar al otro es desear que sea siempre el que es, que no
cambie”.
En la amistad no hay lugar para los celos, aunque sí hay lugar para la admiración.
Es propio de la amistad el deseo de encontrarse, de verse, de conversar, de
seguir el hilo de la vida juntos. Y Nietzsche dirá que la amistad es una fiesta de
la tierra y el pensamiento del superhombre.
6.3. La hospitalidad
En la vida cotidiana constatamos que hay otros seres humanos que padecen
situaciones vulnerables, que atraviesan circunstancias de sufrimiento y de dolor.
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El otro vulnerable solicita mi ayuda con su mirada y me reclama hospitalidad. Me
puedo negar, pero el deber de humanidad me obliga a recibirlo en mi casa y a
paliar, en la medida que pueda, su indigencia.
Ser hospitalario quiere decir estar preparado para acoger al extranjero, es decir
a aquella persona que no forma parte de mi modo de vida, de mi universo cultural
y que, por diversas razones, se encuentra en mi ámbito más próximo. Ser
hospitalario con los míos no es propiamente ser hospitalario, porque la
hospitalidad se relaciona con alguien extraño, ese alguien diferente que no forma
parte de mi universo personal.
Ser hospitalario con otro ser humano no significa, solamente, darle un techo y
ponerle pan a la mesa, sino que es hacerle sentir como en casa, es decir
ayudarle a vivir con transparencia su existencia. La hospitalidad es, por encima
de todo, atención humana. No se trata solo de un deber, sino de un valor.
Ser hospitalario es también dar tiempo al otro; no tan solo espacio, sino también
tiempo, tiempo para que se exprese, para que se manifieste tal como es, para
que pueda vivir su diferencia sin temor ni complejos. Acoger al otro, pero
obligarle a abandonar sus raíces, su personalidad y sus costumbres sería una
mala manera de ser hospitalario.
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Ser hospitalario requiere el sentido de la escucha, saber escuchar lo que quiere
el otro, discernir sus necesidades, descifrar sus intenciones secretas, etc. La
hospitalidad se relaciona también con la fraternidad, superando la dualidad entre
el yo y los otros y la fusión de ambas polaridades en una unidad superior.
La civilidad es un valor que nos faculta para aceptar a los demás tal como son,
con sus virtudes y sus defectos. Gracias a la civilidad somos capaces de
construir ciudades, comunidades, espacios de convivencia y de entendimiento
entre los humanos.
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6.4. La confianza
Nos referimos al valor de la confianza, porque los humanos necesitamos, como
el aire que respiramos, de este valor para poder vivir en sociedad y establecer
vínculos afectivos los unos con los otros. La pérdida de la confianza es uno de
los síntomas más graves de nuestro mundo y es necesario potenciar nuevas
relaciones de confianza, para que todo el mundo pueda expresarse tal como es
en su singularidad.
La confianza nos permite introducir en ámbitos de la realidad del otro que tan
sólo le pertenecen a él. Aquí es esencial no perder de vista la prudencia porque,
por un exceso de confianza, podemos adentrarnos excesivamente en el mundo
del otro.
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interpretarse como una descarga de responsabilidades (principio de
subsidiariedad).
La confianza, en este sentido, es más bien una forma de vida, o bien es una
expresión de la vida ética. En definitiva, es la creencia convencida en la habilidad
y el carácter de otra persona (pensar en la cuestión de los testamentos
vitales).
6.5. El dialogo
Aunque la palabra dialogo es un término desgraciadamente muy desgastado y
que ha perdido gran parte de su valor semántico, ciertamente creemos que el
dialogo es uno de los instrumentos más valiosos de los que dispone el ser
humano para llegar al entendimiento con los demás. En situación de conflicto o
de incomprensión, el dialogo nos faculta para buscar una solución a través del
ejercicio de la palabra.
En el primer caso, se establece una relación viva entre personas, mientras que,
en el segundo caso, los interlocutores creen que se comunican los unos con los
otros, pero en realidad no hacen más que alejarse los unos de los otros. Una
forma de dialogo no autentica, pero admisible, es el dialogo técnico que
solamente se refiere al conocimiento objetivo, al objeto de comunicación.
El dialogo es el camino hacia la verdad y, por ello, quien está de acuerdo con
dialogar está perdido si es enemigo de la verdad. La posición fundamentalmente
hostil a la verdad y anti comunicativa hace del dialogo un contrasentido. De ahí
que los dogmáticos y los nihilistas rechacen el dialogo en tanto que conversación
auténtica.
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del dialogo el deseo de que el interlocutor aparezca a la luz de la manera más
favorable posible.
6.6. La fraternidad
Ser fraterno quiere decir tratar al otro-extraño como si fuera un hermano. De
entre los otros que se mueven a mi alrededor, constato que hay algunos pocos
que son hermanos míos porque somos hijos del mismo padre y de la misma
madre. Pero el resto, la inmensa mayoría, no forma parte de mi universo familiar
y afectivo.
Ser fraterno en el mundo significa intentar tratar al otro, a cualquier otro, sea o
no de los míos, como si se tratase de un hermano, es decir como si fuese de los
míos. En el fundo, la fraternidad consiste en superar la distancia entre los míos
y los otros. La fraternidad es un valor de máximos que exige un gran trabajo
interior y una fuerte capacidad para superar los prejuicios que enturbian nuestra
relación con los demás.
Ser fraterno con los otros quiere decir ver en el otro a un hermano, un ser ligado
a la propia existencia. De hecho, la fraternidad es la condición de posibilidad de
la libertad y de la igualdad. Tratar al otro como hermano quiere decir respectar
su libertad, su proyecto existencial, su autonomía. También quiere decir tratarlo
equitativamente, no hacer discriminaciones de ningún tipo.
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Tratar al otro extraño como a un hermano implica un esfuerzo, porque, a priori,
el otro aparece como alguien diferente que no me implica ni me compromete con
nada. El paso de la extrañeza a la fraternidad implica algo más que afectividad.
Tiene añadido un sentido del deber.
Además, hace falta analizar el concepto de fraternidad como una metáfora viva,
como diría Paul Ricoeur. Es evidente que sólo somos hermanos, estrictamente
hablando, de los que tenemos un vínculo de sangre, pero el valor de la
fraternidad nos exhorta a tratar a cualquier ser humano, sea o no sea hermano
de sangre, como si fuera un hermano, es decir como miembro de una misma
familia. Para dar este paso, es necesario ser muy tolerante con el otro,
transcender el nivel biológico y entrar definitivamente en el marco ético.
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exterior, todos somos muy diferentes y cada uno es una singularidad autónoma
en el mundo, pero más allá de estas diferencias, existe un punto común de
encuentro que es la fragilidad.
6.7. El perdón
En nel seno del tejido humano se producen fracturas, tirantez, e, incluso,
rupturas. El valor del perdón nos permite empezar de nuevo, establecer otra vez
los vínculos rotos y reiniciar nuestra relación con los demás. Para curar las
heridas del pasado, hace falta el perdón.
Existe una íntima relación entre la facultad de la memoria y el valor del perdón.
El perdón se despliega sobre una memoria herida que necesita ser redimida con
el reencuentro con el otro. Perdonar quiere decir tener la voluntad de reconstruir
el vínculo que nos une con el otro, tener el deseo de sobreponerse al agravio
recibido.
Para perdonar, es necesario recordar, pero hay que tener voluntad de ir más allá
del recuerdo y sobreponerse al dolor del agravio recibido. Es un acto de
reconciliación con el pasado y con el otro que prueba nuestra grandeza moral.
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que, de la misma manera que el otro se puede equivocar, también nos podemos
equivocar nosotros al actuar.
Perdonar es comenzar de nuevo, es creer que vale la pena vivir y volver a iniciar
un vínculo roto. Es un pequeño comienzo, una transfiguración. Difícilmente existe
la felicidad sin perdón. El resentimiento estropea profundamente el corazón y la
vida de las personas. Aunque sólo sea para economizar el tiempo, es necesario
perdonar y empezar de nuevo respecto al pasado. El que es incapaz de perdón
sufre profundamente, porque vive maldiciendo al otro y el resentimiento le
carcome por dentro. El perdón es saludable, mientras que el resentimiento es
patológico.
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6.8. La fidelidad
La relación con los otros solo llega a ser realmente fructífera y fecunda si se
prolonga a lo largo del tiempo. Entonces, el otro se convierte en alguien
transcendental para la propia vida. Para conseguir este reto, es necesario cultivar
el valor de la fidelidad.
Por eso, es importante contar con el otro en nuestra vida, lo que requiere el valor
de la fidelidad. Ser fiel es ser constante y mantener responsablemente los
vínculos que hemos tejido con el mundo y con los otros. Fidelidad es un término
que viene de la voz latina fides (fiar), de donde deriva confiar, confianza,
confidente, confidencia. Se es fiel a alguien cuando se ha prometido algo en
virtud de la fe que se tiene en él. La fidelidad no se dirige a realidades infra
personales, sino siempre y en cualquier lugar a personas.
Ser fiel es, como dice Gabriel Marcel, realizar una tarea creadora, lo cual implica
que no se reduce simplemente a soportar. El ser humano no está hecho para
soportar, sino para prometer y cumplir con fidelidad creadora, en cada momento,
lo que prometió en un momento dado de su historia.
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en resistir el pasado del tiempo como el empedrado resiste la lluvia cuando
llueve. No es cuestión de tiempo, sino de calidad de la unión.
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En este sentido, la fidelidad no es un valor más, una virtud accidental en la vida
humana, sino la condición de posibilidad de todo valor y de toda virtud. Al fin y a
cabo, ¿qué sería de la justicia sin fidelidad de los hombres y mujeres justos?
¿Qué sería de la paz sin la fidelidad de los pacíficos? ¿O de la libertad sin la
fidelidad de los espíritus libres?
La fidelidad se ha de evaluar no tan sólo por lo que es, sino por el objeto al que
se refiere. No es lo mismo ser fiel a un dictador que ser fiel a un valor
democrático. La fidelidad al mal es una fidelidad malvada. Como dice
Jankélévitch, la fidelidad a la estupidez es una estupidez aún más grande.
Es un valor que se relaciona con la memoria, con el acto de recordar, pero ser
fiel no quiere decir simplemente obstinarse en recordar y obsesionarse en el
recuerdo. Digámoslo de una manera clara: para ser fiel, es necesario tener
memoria, pero no es suficiente recordar lo que ha pasado para ser fiel.
No es suficiente recordar para ser fiel. Uno puede recordar y ser completamente
infiel a la historia pasada. Se puede olvidar sin ser infiel y se puede ser infiel sin
olvidar. Como dice Jankélévitch, la fidelidad es el valor de lo mismo, pero en este
mundo en donde todo cambia, sólo existe lo mismo gracias a la memoria y a la
voluntad. Nadie se baña dos veces en el mismo río, porque cuando se mete por
segunda vez, el río ya es diferente a la primera. La fidelidad es el valor de lo
mismo, la causa que hace que lo mismo exista o siga siendo.
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Conclusión
En definitiva, la persona es un ser constitutivamente abierto a los demás; como
los clásicos decían, un animal político, pero para conseguir una óptima relación
con los otros es necesario cultivar determinados valores y virtudes. Partamos de
la idea de que los otros no son el infierno, ni son un mal necesario de nuestra
existencia, ni una condena que hemos de pagar por el simple hecho de estar
vivos, aunque en algunos momentos podamos estar tentados a pensarlo así,
sino que creemos que los otros son, antes que nada, una posibilidad, un don y
una interpelación.
Son una posibilidad para el desarrollo personal, pero solo lo son si establecemos
una relación de calidad con ellos, ya que de esta manera esta posibilidad se
convierte en fáctica. Son un don porque me los he encontrado sin haberlos
buscado, porque no he hecho nada meritorio para que éstos existan; y, en último
lugar, son una constante interpelación, porque los otros me desafían y me
obligan a pensarme a mí mismo y a pensar el valor que tiene la existencia y los
lazos humanos.
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Bibliografía
Catecismo de la Iglesia Católica.
Francesc Torralba, Cien valores para una vida plena. La persona y su acción en
el mundo, Editorial milenio, Lleida, 2003.
José Manuel Vidal Gual, “Las virtudes en la medicina clínica”, Volumen 8 (1)
enero-abril 2006.
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