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LA BELLEZA – R.P. Lic. CARLOS R.

ALVAREZ ORELLANA

Cuando hablamos de la Belleza, generalmente pensamos en ciertos arquetipos que pueden resultar
reduccionistas. Pensamos en un hombre o una mujer “bien parecidos”; en los tan difundidos
certámenes de belleza para elegir a las “Miss”; en la naturaleza que nos deleita con sus paisajes, en
el colorido de ciertas aves. Sin ver que la belleza tiene un inmenso valor teológico. Ella nos invita a
contemplar lo distinguido, lo exquisito, aquello que inunda el alma porque estéticamente es bello y
moralmente es bueno. Estas dos características se pueden remitir de manera absoluta a Dios. Origen
de toda belleza.
La Iglesia Oriental tiene la particularidad de plasmar la belleza utilizando la iconografía. Mirar un
icono es una invitación a contemplar la exquisita armonía que nos refleja al Creador. Esa
contemplación nos llena de alegría y nos prepara para el encuentro con nuestro Salvador. Dice el
Papa Francisco que “La consagración en sí tiene una belleza que es la alegría” (L'Osservatore
Romano 8-9/07/2013). De ahí que el Papa insista en que “no hay santidad en la tristeza” (Idem) y
para mi tampoco encontraremos belleza en ella.
Dios utiliza un Icono para hablarnos diariamente. Estoy refiriéndome al Icono de Dios que es el ser
humano. Tan importante y tan Sagrado ya que su vida tiene esa característica de Sacralidad porque
es regalo por el Creador.
Para captar esa belleza tenemos que detenernos a contemplar. Contemplando nos daremos cuenta de
lo que nos enriquece. Deteniéndonos aprenderemos a disfrutar y comprenderemos el valor de la
belleza de la vida humana.
Decimos que al mundo le falta alegría y creo le falta alegría porque no se dirige a la fuente desde
donde mana toda Alegría y Belleza que es Dios. Para mí la belleza no consiste tanto en los
parámetros que la sociedad puede marcar. Mi modo de ver la belleza está en el descubrimiento de
sabernos amados, llamados, convocados por Jesucristo.
Cuando vivimos ese llamado comprendemos que la alegría no es ausencia de tristeza sino una
manifestación, clara, de que su Presencia se ha vuelto compañía para cada uno de aquellos que
vamos caminando con Él.
El contacto con Dios nos hace extremadamente bellos, porque Él vive en nosotros y viviendo nos
regala la capacidad de reflejarlo. Reflejándolo en nuestros gestos, palabras, comportamientos
buenos mostramos al mundo la belleza del rostro y del corazón de Dios. Jesús así mostró al Padre,
Él hablo del Amor y no solo habló sino que lo vivió hasta las últimas consecuencias entregándose
por nosotros sus amigos (Cfr. Jn 15,13)
Quisiera terminar esta reflexión con una anécdota de una gran predicadora, tan querida por quienes
fuimos formados por ella. Me refiero a Blanca Ruiz. Ella nos decía que estando una vez en una
reunión le pidieron que se definiera. Sin temor ni temblor comenzó a definirse como una persona
bella, simpática, alegre, caritativa etc. Quien la escuchaba podía pensar que esta mujer tenía una
autoestima tan elevada que ni “las balas de un cañón” podrían derribar. Nos quedamos mirando
unos a otros los servidores que habíamos ido a escuchar su predicación. De pronto caímos en la
cuenta de que ella estaba diciendo la verdad. Su belleza no estaba en lo físico, ella no apuntaba a
ese tipo de belleza. Ella es extremadamente bella porque tiene a Cristo en su vida. Él es su Señor y
su Esposo. Cristo es bellísimo y Blanca lo que hacía era reflejar la belleza de Aquel que le había
llamado a seguirle de una manera muy particular. Hasta por los poros de su piel le salía la belleza de
Jesús porque había sido embellecida por la Gracia de Dios. Mirar a Blanca Ruiz era mirar a una
esposa fiel del Señor.
Ojalá cada uno de los que seguimos a Cristo encontremos la verdadera belleza que se nos da al
caminar con Él. Que el Señor aleje de nosotros la fealdad que trae el pecado para que en todos lados
y siempre, mostremos la Belleza está en la acción de Dios en nuestras vidas.
Dios los bendiga. Amén.

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