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Resumen Argentina 1.

Primer parcial
Halperin Donghi. PARTE 1. 

CAP. 1. LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAÑOL EN EL MARCO DE LAS GUERRAS


REVOLUCIONARIAS Y NAPOLEÓNICAS 

En el siglo XVIII, España hará una política exterior ambiciosa sobre el área americana, relativamente
exitosa frente a la presión expansiva británica y frente a la amenaza de las fronteras portuguesas. Esa
política se apoyó en la alianza con Francia, política que la Rev. Francesa dejaría en crisis. La Revolución
significó en primer lugar la guerra con Francia, que le imponía a España una nueva y pesada carga:
España se alejará de las nuevas políticas para asegurar primero la paz con Francia, de la que la separa el
abismo creado por la revolución, al ejecutar al soberano con el que tenía alianza dinástica. 
El conflicto anglofrancés, retomado por Francia, ofrece a España menos oportunidades que los conflictos
anteriores: el ingreso en la guerra implicaría una participación ampliada en tiempo y esfuerzos, corriendo
un riesgo mucho más grave que en sus incursiones en la gran política. España estará del lado de Francia
y esta guerra será el elemento disgregador de la unidad imperial. A partir de 1795, España intentará
controlar como puede las innovaciones hechas, legalizando modificaciones que la situación misma le
impone: el sistema de comercio libre deberá legalizarse para mantener un orden económico viable en las
colonias, cada vez peor comunicadas con la metrópoli. Con la catástrofe de Trafalgar (España y Francia se
enfrentan a Inglaterra y pierden), desaparecen las comunicaciones regulares entre la metrópoli y los
territorios americanos.  
El debilitado lazo colonial produjo consecuencias. Las constantes enmiendas introducidas creaban
tensiones entre la Corona y los beneficiados por esas mismas medidas. El desenlace de 1808, con la
caída de la monarquía (José Bonaparte nuevo rey de España), arrastra con ella el dominio español. Pero
ya antes de esto, el Río de la Plata sufrirá directamente el impacto de la guerra que Inglaterra lleva contra
la Francia imperial y sus aliados (refiere a las invasiones inglesas). Esa experiencia abre en este lugar un
proceso que culminará con la Revolución de 1810. 

CAP. 2. LAS INVASIONES INGLESAS 

Fueron dos incursiones de las fuerzas británicas en 1806 y 1807 en el Río de la Plata. Encuentran a este
último mal preparado, con un gastado aparato militar (las tropas se concentraban en fronteras indígenas y
en el Alto Perú).   
La primera llegará con 1500 soldados, sin instrucciones de Londres, y comandados por Popham y el
general Beresford. Las aspiraciones eran varias: conquistar el puerto de Bs As, de donde salía la plata
peruana; conquistar la América española; desencadenar una revolución en las Indias con el apoyo de
Inglaterra; y capturar cargamentos de plata y oro. Para logra cualquiera de estos, era necesario conquistar
la capital del Virreinato. El 8 de junio llegan a Cabo de Santa María (Banda Oriental). El
virrey Sobremonte creerá que la amenaza es para Montevideo y envía allí su escasa tropa veterana,
juzgando imposible que el objetivo sea Bs As. El 25 de junio las tropas inglesas desembarcan en Quilmes
y obligarán al virrey a improvisar una resistencia a cargo de blandengues (veteranos) y milicianos urbanos,
que serán ineficaces. Se quiebra la línea de defensa y Beresford entra en Bs As. Tienen una recepción
favorable. El virrey se marcha con las riquezas a Luján, desde donde preparará refuerzos. Las
corporaciones urbanas se adhieren al nuevo orden, pidiéndole al virrey que entregue las riquezas a los
ingleses, para salvar así las fortunas privadas que Beresford había amenazado. 
La aparente unanimidad de las adhesiones terminó por debilitar al ocupante: le hizo desechar, por
peligrosa, cualquier tentativa de buscar apoyo político de ciertos sectores potencialmente descontentos
con el régimen español, creyendo la relativa unanimidad de apoyo. Beresford buscará asegurarse los
sectores dominantes: mantendrá a magistrados y funcionarios en sus cargos y confirmará a los esclavos el
deber de obediencia hacia sus amos (beneficio a peninsulares). No es extraño que los criollos quieran
entonces un país independiente y la ruptura con esos fieles servidores de la Corona. El 4 de agosto
implantarán el comercio libre, con bajas tasas aduaneras. La paz relativa de la zona rural proveía a Bs As

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de alimentos, ofreciendo a Beresford la posibilidad de sobrevivir hasta la llegada de refuerzos
metropolitanos y encarar la conquista del país.  
En Córdoba, el virrey organiza fuerzas para marchar sobre Bs As, pero esta se organiza en grupos de
resistencia: con Pueyrredón, Manuel Arroyo y Pinedo y Liniers. Este último llega el 18 de julio a
Montevideo y persuade al gobernador militar español que le confíe la tropa veterana enviada allí
por Sobremonte. Con 550 soldados y 400 milicianos vuelve a Bs As y el 10 de agosto domina los accesos
de la ciudad por el norte y el oeste. El 12 se lucha en las calles, mientras desde las azoteas arrojan al
ocupante piedras y tizones ardientes. Beresford capitula (se rinde) y Liniers acuerda en términos
generosos. 
La opinión pública surge como potencia, y la primera víctima será el virrey, acusado de haber preparada
muy pacíficamente la reconquista de su capital. La oleada de indignación popular sobre Sobremonte se
relaciona además a conflictos previos a la invasión (con el clero y el Cabildo). Las nuevas fuerzas de la
opinión pública lograron imponerse gracias al apoyo del Cabildo, ansioso de liberarse del fastidioso virrey.
El 14 de agosto le piden al virrey la designación de teniente o capitán generar de Liniers. El virrey se
resiste, pero como no tiene apoyo, el 28 acepta y encarga además a la Audiencia el despacho de los
asuntos más urgentes.  
La organización de la defensa de Bs As debe darse en el Cabildo y por parte del héroe popular, Liniers.
Ambos militarizan la ciudad, sobre la base de un servicio obligatorio de milicias para todos los varones de
16 a 50 años. Esto genera sentimientos divididos: resistencia y por otro lado orgullo de participar. Esta
militarización crea una nueva élite urbana, formada por comandantes y jefes de los cuerpos milicianos,
pero en casi todos los casos éstos eran reclutados en los sectores altos. Además, el Cabildo acogía
figuras provenientes de los sectores altos locales, y la gravitación política creciente tendió a cerrarse, bajo
el dominio de un grupo poco representativo de los sectores altos y medios superiores de la ciudad.  
El Cabildo veía el peligro que este cambio político significaba. Buscó contrarrestarlo creando él mismo un
cuerpo miliciano que costearía y mantendría a su obediencia. La organización de milicias puso en
evidencia las diferencias que la sociedad urbana dividía a peninsulares y americanos, y a su vez en
distintos sectores dentro de estos dos grupos. Por ello, se empieza a ver una nueva consecuencia de la
militarización: los criollos, que eran minoría en sectores altos, comenzaban a ganar mayor poder.
Formaban lo que esa nueva élite creada por la militarización tenía de nuevo. 
Pero estas diferencias no impidieron la colaboración entre el Cabildo, la milicia y Liniers, que durará dos
años más, hasta la disolución del orden español en las Indias. Y el fruto de esta colaboración será la
eliminación definitiva del virrey, tras un segundo fracaso en Montevideo.  
Segunda invasión: para diciembre de 1806 ya se esperaba. El brigadier Auchmuty se dirige a Montevideo
junto a 4500 hombres. El 20 de enero desembarcan en la ciudad amurallada y el 2 de febrero abren la
muralla para entrar a la ciudad el día siguiente y será suya por ocho meses, convertida en una base de
penetración mercantil. Auchmuty pide refuerzos a la metrópoli y el 10 de mayo llega a Montevideo el
general Withlocke, formando un total de 10 000 soldados, completando la toma de la ciudad. El 28 de junio
8000 hombres desembarcan en Ensenada (Arg) y el 1 de julio llegan a Quilmes. 
La caída de Montevideo generó revuelo en el Cabildo de Bs As, que propuso el reemplazo de Sobremonte.
La Audiencia quiere hacerse con estos poderes, pero descontenta a los capitulares como a Liniers. Los
oidores proponen que, si el virrey no decide atender razones, se lo considere impedido por enfermedad en
el ejercicio del cargo y se lo reemplace según las normativas (candidatura a sucesión). Así, Liniers queda
a cargo de los asuntos de defensa, y el regente de la Audiencia, Muñoz y Cubero, atiendo los asuntos de
gobierno, administración y hacienda. La 2da invasión introducirá tensiones entre quienes se han repartido
los poderes antiguos del virrey, y Liniers querrá mantener su papel protagónico. 
El 5 de julio Bs As será invadida por los ingleses. De nuevo las calles y azoteas se revelan amigas de los
defensores, y el grupo británico se rinde. El 7 se firma el tratado de rendición, donde los ingleses deben
abandonar Montevideo en sesenta días, y se dispone el intercambio de prisioneros. El héroe de la jornada
no ha sido Liniers, sino Martín de Alzaga (alcalde de primer voto en el Cabildo porteño). Él y el Cabildo
adquieren prestigio. El acuerdo entre Liniers (que en mayo de 1808 recibe el título de virrey interino) y el
Cabildo se deteriora paulatinamente. Pero la ocupación inglesa en la Banda Oriental provoca problemas:
la inmensa flota inglesa deja Montevideo, pero de marchan vacías, dejando las mercancías que si se
venden arruinarían a los comerciantes de Bs As. Esto provoca un derrumbe de precios que se dispone
controlar con terribles castigos contra quienes vendan esas mercaderías (que no pagaron y son
enemigas). Esto provoca irritación en Montevideo, que será encabezada por Elío, nombrado gobernador
militar por Liniers. 

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En febrero de 1808, el Cabildo se entera que la corte portuguesa ha llegado a Río de Janeiro, lo que
provoca una delicada situación, ya que España es su enemiga. Pero por ambas partes se busca más el
contacto que el choque. Llega al Río de la Plata el brigadier Curado (portugués) y Liniers y el Cabildo
consideran conveniente que no llegue a Bs As y que Elío lo retenga en Montevideo. Mientras el Cabildo se
prepara para el choque con Portugal, Liniers busca soluciones menos belicosas enviando a Río de Janeiro
a su concuñado Lázaro de Rivera. Esto no gusta a los capitulares, temerosos de que al Imperio francés no
le guste esta intimidad con su enemigo. Se denuncia la presencia del conde de Liniers (el concuñado) en
Río de Janeiro con intenciones de liberar el comercio entre el Río de la Plata y América portuguesa. En
pocos meses las relaciones entre el virrey y el Cabildo empeoran. Se lo mira con indignación por la
tendencia a rodearse de parientes y allegados. Esa división entre Virrey y Cabildo debía repetirse en las
fuerzas milicianas. Se hará grave cuando el derrumbe de la monarquía española, dejará a cada
magistratura indiana (cabildos y otras instituciones y puestos) dueña de un campo de decisión mucho más
amplio que el de sus atribuciones legales, y a menudo ideas confusas sobre los posibles usos de esa
libertad demasiado amplia. 

CAP. 3. LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA BORBÓNICA Y SUS CONSECUENCIAS

En los primeros meses 1808 se derrumba en España el antiguo régimen. El derrumbe abre una crisis
dinástica: el motín de Aranjuez obliga a Carlos IV a abdicar en favor de su hijo, para retractarse luego,
mientras Napoleón, arbitro de la disputa de familia la utiliza para reemplazar España a la dinastía
borbónica por la propia. Junto al Consejo de Regencia surgirán las juntas locales, y en Sevilla terminará
por establecerse una Junta Central, depositaría dé la soberanía mientras dura el cautiverio del Rey
Fernando. De todas esas novedades comienzan a llegar a Buenos Aires noticias imprecisas; solo el 29 de
julio llega comunicación oficial de la asunción al trono de Fernando VII. El 13 de agosto llega a Buenos
Aires un enviado de Napoleón: el marqués de Sassenay, antiguo emigrado, como los Liniers. El virrey, con
oportuna cautela, se niega a recibirlo a solas; rodeado por los magistrados entre los cuales se encuentran
principales adversarios escucha la versión imperial de la traslación la Corona a la nueva dinastía.
Sassenay será expulsado.
Sassenay no es sino uno de los emisarios que los aspirantes a la sucesión abierta por la crisis de la
monarquía española harán llegar al Plata. La acción más tenaz y efectiva estará a cargo de los enrolados
a infanta Carlota Joaquina, de Borbón, casada con el príncipe regente de Portugal. La princesa, hija de
Carlos IV y apoyada por el almirante británico Sídney Smith tendrá una política hispanoamericana
diferente de la de su esposo: se trata de poner todas las Indias españolas bajo su regencia. Liniers
contesta a los principescos postulantes en- términos que no dejan duda de su lealtad a la metrópoli: a la
infanta Carlota señalará que Buenos Aires ha jurado fidelidad a Fernando VII, y a las exigencias de la
Banda Oriental responderá disponiendo la expulsión de Curado.
La intriga carlotista y tiene ya más de una vertiente; si en algunos casos las veleidades carlotistas no
hacen sino superponerse a viejas rivalidades de las que abundaban en el mundillo burocrático, en otros
parece ofrecer una cobertura relativamente aceptable a lo que se llama ya el Partido de la Independencia.
Hace ya, en efecto, algunos meses que se habla de él como de un peligro cada vez más inmediato: en
esta etapa de confusos enfrentamientos, cada uno por turno acusará a sus rivales de formar en sus
misteriosas filas.
No parece infundado concluir que la de la independencia ha llegado a ser una de las alternativas
pensables para el futuro de la América española, y esto no sólo para los acasos partidarios de una
empresa excesivamente ardua.
El momento es en efecto la infanta la que mejor sabe sacar partido de la confusión reinante: su infatigable
secretario inunda el Virreinato con memoriales que alcanzan a notabilidades de las ciudades más
pequeñas,’ Pero a fines de 1808 opción se impone finalmente a la voluble princesa: Gran-Bretang, liada de
España, llama al orden a Sir Sídney Smith, y finalmente lo plaza por el almirante De Courcy; también el
príncipe regente muestra menos paciencia por las aventuras políticas de su esposa. Carlota corta por lo
sano, haciendo llegar a las autoridades españolas circunstanciada denuncia contra aquellos de sus adictos
de menos segura lealtad al orden. El inglés Paroissien, al que la infanta envía al mismo tiempo Montevideo
como su agente, es la víctima principal de esta desprejuiciada resolución: Elío lo somete a prisión rigurosa.
El 19 de enero de 1809, Con apoyo de algunos regimientos de milicias europeas, una pequeña multitud
pide desde la Plaza Mayor el establecimiento de una junta. El obispo interpone su mediación, las
conversaciones se prolongan y finalmente Liniers se muestra resignado a abandonar su cargo. Pero sólo

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por un instante: los regimientos le son leales, entre los cuales el principal es el de Patricios, cuyo
comandante es el mercader altoperuano Cornelio Saavedra, dominan ahora la plaza; los revoltosos se
alejan y el virrey no piensa ya en renunciar.
La rendición de cuentas se extiende a la organización de milicias: los que han participado en la intentona
capitular son disueltos, y los que quedan son dueños del control militar de la ciudad es el predominio de
los criollos, más marcado que antes; de los cuerpos de peninsulares sólo sobreviven los de montañeses y
andaluces, que han apoyado a Liniers. Localmente, pese a la disidencia montevideana, no queda ya duda
sobre quién tiene la supremacía.
Liniers es sólo virrey interino; bien pronto cesará su interinato designado para el cargo Baltasar Hidalgo de
Cisneros, un de no escaso prestigio. Cisneros llegará a Montevideo el 29 de junio de 1809, para proceder
a una liquidación amistosa de la secesión: junta local es disuelta y Elío ascendido a inspector general de
armas; Montevideo lo debe reemplazar otro militar, Vicente Nieto, que ha llegado de España junto con el
nuevo virrey.
Cisneros ha logrado entrar pacíficamente en la sede de su gobierno hazaña escasa, pero no ignora que
sus dificultades no han cesado con illo. El virrey intenta liquidar la pesada herencia que la crisis de ha
dejado en Buenos Aires. Esa sistemática prudencia da pronto sus frutos: la futura capital revolucionaria
brindará, a fines de 1809, apoyo no sólo pasivo a la represión por todas las tierras norteñas del virreinato.
Movimiento ha comenzad Chuquisaca, como desenlace de un viejo conflicto entre el presidente la
Audiencia y los oidores; el primero se ha hecho adicto entusiasta de Carlota, y sus rivales aprovechan la
oportunidad para derrocarlo. El movimiento comenzado el 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca se extiende
el 16 julio en La Paz; el brigadier Nieto hace en La Paz.
La futura élite revolucionaria porteña se ocupa de un argumento más inmediato: el comercio libre.
Este se vincula a su manera con los acontecimientos del norte rebelde: debido a ellos se ha cortado el flujo
de metálicos altoperuano que, en medio de la crisis comercial surgida del colapso de la economía
metropolitana, ofrece los únicos ingresos seguros al fisco virreinal. Cisneros se muestra cada vez mas
interesado en comerciar con Inglaterra, y también los comerciantes ingleses, y hacendados que tomaron
como abogado a Mariano Moreno. El seis de noviembre Cisneros autoriza el comercio con los ingleses.
Este otorgamiento del comercio libre traducía bastante bien la crisis profunda de las relaciones con la
metrópoli, que finalmente debía condesarse incapaz de ejercer su función en la vida economía de la
colonia.

Halperin Donghi. Parte 2. 

Cap. 1. LA REVOLUCIÓN Y SUS TAREAS 

Desde el 22 de mayo, el orden colonial ya no existe, pero su sucesión no está resuelta. El 23 el Cabildo
asume el poder vacante, para crear al día siguiente el 24, una Junta, que presidirá el ex virrey e integran
Saavedra y Castelli. Pero la junta entera renuncia, invocando la resistencia encontrada en una parte del
pueblo. El 24 el Cabildo rechaza esa renuncia, con fuerzas militares a disposición del virrey Cisneros, pero
hay nueva agitación en la plaza. Los comandantes se afirman incapaces de frenar la agitación del pueblo y
las tropas. El tumulto crece y es necesario que el ex virrey deja la presidencia de la Junta. Los miembros
de la Junta declaran que Cisneros acaba de comunicarles se decisión de renunciar, y sugieren que el
Cabildo le designe de inmediato un reemplazante. Pero la gente en la plaza no quiere eso, y un
documento hacer saber a los capitulares que el pueblo ha reasumido las facultades delegadas el 22 en el
Cabildo, que revoca y da por ningún valor la Junta.  
El acta capitular del 25 fue redactada con el cuidado de desvincular al Cabildo de toda
responsabilidad. Por el momento esa política encierra un fuerte elemento de prudencia: el primer objetivo
de la nueva autoridad es obtener un triple certificado de legitimidad, otorgado por el Cabildo, la Audiencia y
el virrey, para así poder pedir obediencia. Buenos Aires, al pedir el aval de virrey al que han derrocado,
ceden así ante los escrúpulos de unos súbditos del virrey, que no se deciden dejar de serlo. Así se
empiezan a preparar en armas. 
Los nuevos gobernantes de la 1° Junta son: Saavedra (presidente), Moreno y Paso (secretarios), y
Belgrano, Larrea y Matheu (entre los vocales).  
La guerra parece inevitable. La Junta envían la noticia de su instalación a todo el virreinato, junto a
expediciones militares. Junto al virrey hay autoridades y funcionarios que amenazan el nuevo orden. Los
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cabildos del interior serán escenarios de lucha entre partidarios y adversarios del nuevo sistema. Se
expondrá que sucede en cada región. 
Banda Oriental: el poder portugués tiene ambiciones sobre esta región, y aprovecha las disputas de Bs As
para ello. En ese mismo momento llega la noticia desde Cadíz de la formación del Consejo de Regencia.
La Audiencia de Bs As jura fidelidad al Consejo, pero en secreto, y Montevideo lo hace públicamente. De
esta manera se pone en contra de la nueva Junta. El jefe de la guarnición naval de Montevideo impone la
ruptura con la capital virreinal. El 15 de junio la Junta expulsa de Bs As la flotilla naval montevideana. El 11
y 12 de julio los marinos desarman a las tropas de tierra, consiguiendo el predominio total. La Banda
Oriental significa por el momento la amenaza más seria para el movimiento revolucionario; dentro de unos
meses volverá a instalarse allí Elío, ahora con título de virrey dado por el Consejo de Regencia. Las
tensiones entre revolucionarios de Bs As y realistas de Montevideo provocan una situación de guerra, que
durará mucho tiempo. Entre Ríos va a estar incluida dentro del territorio a defender por los realistas de
Montevideo. 
Córdoba: la causa revolucionaria enfrenta una amenaza seria. Las autoridades, el jefe de las milicias
locales y el ex virrey Liniers, resisten a la Junta y deciden no enviar diputados. El 20 de junio el Cabildo
cordobés decide jurar lealtad al Consejo de Regencia. La Junta envía una expedición, dirigida por
Balcarce, con el fin de apresar a los cabecillas y ejecutarlos. Así, matan al intendente Gutiérrez de la
Concha, al coronel Allende y a Liniers. Sólo el obispo Orellana será perdonado.  
En Mendoza, como en San Luis, San Juan, Salta del Tucumán, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero,
Catamarca, Misiones, Santa Fe y Corrientes, si bien en la mitad de los casos se presentan resistencias, la
presión de los revolucionarios termina sofocándolas. 
En el Alto Perú, Vicente Nieto se niega a reconocer la Junta. Para octubre se librarán las primeras batallas
de una guerra que durará quince años, con efímeros avances y retrocesos, que fijará el límite norte de las
tierras ganadas por la revolución. 
En Paraguay un cabildo abierto del 24 de julio decide reconocer al Consejo de Regencia y, sin aceptar la
legitimidad de la Junta, guardar “armoniosa correspondencia” con ella. El gobernador del Paraguay invoca
el peligro portugués para pedirle a la Junta permiso para prepararse militarmente, que en realidad no es
para luchar contra los portugueses, sino contra la Junta misma. 
Así, la guerra es un nuevo horizonte del movimiento revolucionario y por ello el primer objetivo será crear
una máquina de guerra. Para 1810 la militarización recién comenzaba y era un fenómeno fuertemente
localizado en Bs As. Las guerras introducen innovaciones en los ejércitos. La más importante fue la
disolución del regimiento de Patricios en cuatro compañías. Así comienza el fin del poderío de las viejas
milicias que trataban de frenar la transformación de las nuevas milicias en un ejército revolucionario. La
renovación militar será exitosa para la revolución, principalmente con la creación en 1812 de los
Granaderos a Caballo, dirigido por San Martín, una unidad de caballería con “tácticas francesas”. 
Problemas planteados por la militarización: 
1) Deserciones: por el rigor de la disciplina y porque la popularidad de la revolución sufría altibajos. 
2) Costo de la guerra tanto en hombres como en recursos: esto provocaba disminución de la popularidad
de la revolución ya que el ejército vivía de los recursos del país. Otra parte se importaba, pero las compras
en el extranjero generaban problemas en cuanto al pago y al comercio en sí. Así surge cierta industria
local de fusiles, artillería, pólvora. Aun así, las importaciones seguían siendo una parte importante de los
recursos. Las importaciones, con su elevado costo y ritmo espasmódico, no sólo gobiernan y dictan ritmo a
la guerra, sino que influyen en el conjunto de la economía.  
La guerra es en efecto inesperadamente costosa y larga. Y su duración se debió a la amplitud de las
resistencias. La guerra de Independencia se cerrará para el Río de la Plata no por la victoria sobre los
focos realistas, sino por la desaparición del poder revolucionario, consecuencia del peso mismo de esa
guerra que pasaba a primer plano. 
 
CAP. 2. LA MARCHA DE LA GUERRA. EL NORTE (1810-1815) 

Entre 1810 y 115 la guerra en el norte estará llena de ofensivas y contraofensivas, que llevarán a las
fuerzas revolucionarias tres veces hasta los límites del Virreinato y a las realistas dos veces hasta
Tucumán, hasta alcanzar cierto equilibrio, con la renuncia de nuevos avances por los revolucionarios. La
guerra del norte va a ser una preocupación secundaria para Bs As, más afectada por el peligro en
Montevideo.  

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Los combates comienzan en octubre de 1810. El 27 las tropas revolucionarias son rechazadas por los
realistas en Cotagaita y la victoria es prematuramente celebrada en el Alto Perú. Pero un contrataque a
Cotagaita abrirá a los revolucionarios todo el territorio altoperuano. Las tropas realistas se retiran. Un
cabildo abierto aporta la adhesión de Chiquisaca a la Junta de Bs As, al igual que La Paz. Castelli entra en
Potosí buscando adhesiones a la revolución, favoreciendo a criollos frente a peninsulares y ofreciendo a
los indios la emancipación del tributo y de los servicios personales, que descontentaba a criollos y a
peninsulares por igual. La liberación de los indios facilitó su uso en la guerra, pero eran ineficaces. Esta
dudosa ventaja fue contrarrestada por el rechazo creciente del resto de la sociedad altoperuana. 
El ejército revolucionario no estaba en condiciones de seguir más allá del Desaguadero. Se instaló en La
Laja, entre La Paz y el Desaguadero, donde estuvieron 40 días para poder ampliar sus fuerzas (6000 h) y
los realistas lo mismo, pero con más éxito (8000 h). El 20 de junio el nuevo campamento revolucionario de
Huaqui es atacado por los realistas, que ganan. El Alto Perú está perdido. Viamonte se retirará con los
restos del ejército hasta Salta, donde lo reemplazará Pueyrredón. En 1812 será relevado por Belgrano,
que se encuentra en Salta un ejército con mucha deserción. No puede esperar mucho de Bs As, y
comienza a reclutar gente. 
Goyeneche, que dirige a los realistas, ordena a Tristán que avance hacia el sur con 3000 h. Belgrano se
retira, llevándose consigo toda la riqueza trasladable y una parte de la población de Jujuy. El 3 de
septiembre en Las Piedras, Belgrano obtiene una victoria inesperada. Así éste decide resistir en Tucumán,
abandonando la orden de retirada hasta Córdoba. El 24 de septiembre los revolucionarios vencen a los
realistas en el Campo de las Carreras, al lado de Tucumán. Tristán se retira a Salta para reforzar su
ejército. Belgrano se resiste a avanzar hasta no tener 4000 h, pero Bs As le ordena la ofensiva. Belgrano,
resignado a un destino adverso, por el contrario, logra vencer a los hombres de Tristán, el 20 de febrero de
1813. Todo el ejército realista se rinde: quedan en liberta, previo juramento de no volver a tomar las armas
contra los revolucionarios. Belgrano es juzgado por darles la libertad. Luego de la victoria, Belgrano
mantendrá una larga inactividad, en parte por su mala salud. 
Bs As defiende postergar cualquier avance por el cansancio de las tropas y el bajo número. Cuando se
logra cierta tranquilidad en la capital, envía la vanguardia de su ejército, comandada por Díaz Vélez, contra
Potosí. Los realistas, contra las indicaciones del virrey del Perú, abandonan Potosí y deciden no intentar
su reconquista hasta haber reunido 6000 h. Los 2500 soldados revolucionarios logran tomar Potosí,
Charcas, Tarija y Cochabamba. Los realistas se concentran en Oruro, con Pezuela a la cabeza, que
reemplazará a Goyeneche y reconstruirá su ejército. Los revolucionarios quieren que los indígenas se les
unan, pero Pezuela decide atacar antes de que eso pase. Así el 1° de octubre sus fuerzas vencen a las de
Belgrano, que no considera decisivo el resultado. Este último establece campamento en Macha y se
propone defender desde allí su dominio de Potosí. Pezuela acampará en la pampa de Ayohuma. Belgrano
decide dar batalla el 9 de noviembre y termina con una derrota y la pérdida de todo el lugar y los
armamentos. Belgrano se retira a Tucumán, Pezuela tomará Salta. La noticia de que los revolucionarios ha
tomado Montevideo hace que Pezuela se retire a Cotagaita, para preparar la defensa del Alto Perú, ante
una tentativa de reconquista revolucionaria. 
En octubre de 1814, Chile va a ser ganada de nuevo por los realistas y la invasión del Río de la Plata a
través de la cordillera se ha hecho posible. San Martín reemplaza como jefe del Ejército del Norte a
Belgrano, pero es partidario de renunciar a ofensivas que han terminado ya dos veces en desastre. En
reemplazo de San Martín, el general Rondeau toma la ofensiva, con 4000 h, en enero de 1815. Entre
febrero y marzo los alzamientos del Bajo Perú son sofocados. Mientras tanto el Alto Perú se pronuncia
cada vez más en favor de los libertadores y Potosí será tomada por 4000 indios antes de la llegada del
ejército de Rondeau. El 29 de noviembre de 1815 se da el desastre de Sipe-Sipe: allí el ejército
revolucionario es de nuevo desecho, y por tercera vez todo el territorio altoperuano queda perdido para la
revolución. A partir de ahora ha de adoptarse la línea anticipada por San Martín; ya no habrá ofensivas en
ese teatro en el que parece imposible alcanzar una resolución favorable para la guerra. 
 
CAP. 3. LA GUERRA EN EL ESTE 

Hasta la caída de Montevideo, en 1814, la guerra en el este había sido la preocupación principal de Bs As,
ya que era un área demasiado expuesta a los vientos del mundo y por ser la región que desde 1810 era
antagónica en intereses y actitudes con Bs As. 
Fue el Paraguay el primero en tomar una trayectoria propia. La Junta fracasó en hacerse reconocer como
autoridad superior por las de Asunción, por ello enviará al Paraguay las fuerzas que había preparado para

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actuar en la Banda Oriental, con Belgrano como jefe. Partirán 375 h, logrando adherir algunos más en
Santa Fe y Entre Ríos. Cruzan el Paraná y al otro lado de la orilla se encuentra la defensa paraguaya que
decide retirarse. Pero en Paraguarí espera a los invasores el gobernador Velazco, y el 19 de enero de
1811 los revolucionarios son derrotados. El 9 de marzo las tropas de Belgrano son nuevamente atacadas y
derrotadas. Al día siguiente un armisticio asegura la retirada del ejército de Belgrano. Dos meses después
Paraguay hará su propia revolución, donde las tendencias separatistas (separarse de bs as) son mayoría.
Gaspar Rodríguez de Francia dominara la escena política hasta 1840, alejando a Paraguay de todo
conflicto. Se cree que de alguna manera la expedición porteña terminó influyendo y promoviendo,
contradictoriamente, la separación y revolución de Paraguay. 
Pero la presencia enemiga en la Banda Oriental no ha terminado. Mientras Belgrano avanza hacia el
Paraguay, los realistas en Montevideo se apoderaban de este entrerriano. El capitán Eliot reconoce como
legítimo el bloqueo que el virrey Elío (nombrado en agosto de 1810) decide poner a la ciudad.  
Poco es posible hacer contra la amenaza de Montevideo. En ella se da una gran inquietud rural, ya que las
autoridades imponen a todos los ocupantes de las tierras la presentación de títulos, siendo un medio para
obtener dinero obligando a los ocupantes a realizar las costosas tramitaciones necesaria para la
adjudicación de tierras realengas. Esta no era la única razón de inquietud: la población de la campaña
estaba siendo sometida a la presión brutal de los enrolladores, y las deserciones y las resistencias a la
leva se multiplicaban. En febrero de 1811, Elío declara la guerra a Bs As. En enero, un mes antes, José
Artigas, capitán de los blandengues (veteranos en la Banda Oriental), se fuga a Bs As a ofrecer su ayuda a
la revolución. Bs As lo acepta, pero no sabe que tienen ante sí un futuro rival. Desde el comienzo, el
gobierno de Bs As miraba a Artigas con desconfianza. Esto hacía que se pueda contar con el total del
apoyo de Artiga, que al fin y al cabo su identificación principal era con la tierra oriental. 
José Artigas pertenecía a una reducida clase alta montevideana. No eran los más ricos, pero tampoco los
menos respetados. Se dedicó a comprar cueros en el norte para venderlos en Montevideo, a la matanza
de ganados salvajes y al contrabando. En 1797 hay desorden rural (el ganado se empieza a criar) y el
Cabildo forma el cuerpo de Blandengues, en que Artigas va a servir con intermitencias hasta 1811. Así
ganará ahora también el prestigio en la ciudad, en la clase a la que pertenece por su origen. Cree
firmemente en la democracia y en el principio de soberanía popular e igualitarismo. 
Para disminuir los riesgos, Bs As pone a Artigas subordinado a otro jefe militar, también emigrado de
Banda Oriental, José Rondeau. Éste presentaba menos problemas y menos desconfianza. Pero esto no
gustó a Artigas y así la alianza comienza bajo el signo del recelo mutuo. 
El 26 de febrero de 1811, el grito de Asencio da comienzo a la revolución oriental. Desde Entre Ríos,
Artigas envía refuerzos y el movimiento se extiende por la campaña. Elí que parece al principio no darle
importancia, envía expediciones diminutas. Para abril muchas regiones están en manos revolucionarias y
Belgrano, vuelto de Paraguay, se pone al frente de las tropas que en Entre Ríos se prepara a entrar a la
B.O. Rondeau lo reemplaza. El 18 de mayo un ejército comandado por Artigas, vence en Las Piedras a las
fuerzas realistas, que se encierran en Montevideo y La Colonia. El resto llegará a las afueras de
Montevideo (M.) cuando Elío ya esté preparado para el sitio. Pero las murallas no son fáciles de penetrar y
los realistas logran mantener una flota en agua.  
Además de la ola revolucionaria, la B.O. enfrenta el peligro de Portugal, con intenciones de extender su
dominio hacia el Plata. Durante muchos meses el embajador español en Río de Janeiro rechazó las
ofertas se la intervención portuguesa en favor de la causa realista. Frente al miedo de invasión, Bs As
amenaza al embajador inglés en Río, lord Strangford, de que, si el poder británico no era capaz de alejar la
amenaza portuguesa, el cabildo porteño consideraría jurar lealtad al rey José Bonaparte. Frente a esto, en
abril de 1811, Strangford proponía negociaciones de armisticio entre la Junta y Elío, pero Bs As no acepta
devolverle la ya liberada B. O. a Elío. 
Encerrado en M, Elío acudirá a un recurso que estuvo esquivando: llama a los portugueses. En junio
comienza el avance portugués, concebido no como una expedición auxiliadora, sino como una ocupación
en regla de la B.O. Elío se niega a una alianza antiportuguesa que Rondeau le propone, pero se muestra
dispuesto a un armisticio, que ahora Bs As ahora si desea. Pero la apertura de negociaciones es muy mal
recibida por las fuerzas orientales revolucionarias. Protestan contra el temido abandono y ofrecen
continuar solos el sitio. Mientras los portugueses avanzan, las negociaciones de hacen el 7 de octubre
logrando un armisticio: ambas partes reconocen los derechos de Fernando VII, y las fuerzas porteñas se
retiran de la B.O. y del este entrerriano, dejando a Elío la difícil tarea de lograr la retirada de los
portugueses. Los jefes orientales deciden retirarse más allá de la línea del armisticio, al interior de Entre
Ríos. Las 4/5 partes de la población de toda la campaña oriental hace el éxodo, conocido como la redota,
causa de orgullo y alarma para Artigas. Entre enero y septiembre de 1812 permanecerán ahí. Para
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entonces la retirada portuguesa habrá sido ya acordada por Rademaker, en Bs As, siguiendo la idea de
Strangford, y dejan de lado a los realistas de M. 
La retirada portuguesa significa el retorno de la guerra al territorio oriental. En junio de 1812 llega a Entre
Ríos el nuevo jefe de las fuerzas porteñas, Sarratea. Artigas debe integrar sus fuerzas con las de él y
aceptar su comando supremo. Se niega a hacerlo y Sarratea avanza hacia la B.O., y desde el 20 de
octubre recomenzará el sitio de M, ahora dirigido por Rondeau. Artigas ha retornado a su tierra oriental,
rompiendo con Bs As y cortando las comunicaciones con el ejército porteño y sus bases en Entre Ríos.
Pero la ruptura no excluye negociaciones: Artigas, al parecer deseoso de un acuerdo, declara a Sarratea
responsable de la ruptura anterior, Rondeau obliga a Sarratea a marcharse a Bs As y así Artigas se
incorpora a los sitiadores. Es invitado a reconocer la autoridad de la Soberana Asamblea de Bs As, pero
prefiere sin embargo convocar a un congreso provincial y remitirse a sus decisiones. 
El congreso se reúne el 5 de abril en Tres Cruces: designa 5 diputados orientales para integrar la
Asamblea y les da instrucciones precisas: debe crearse con todos los territorios al este del Uruguay una
provincia oriental autónoma. El 8 las tropas orientales juran lealtad a la Asamblea, el 19 Artigas y Rondeau
firman un documento que proclama la confederación de la Provincia Oriental con las Provincias Unidas del
Río de la Plata. Pero el gobierno de Bs As no va a aprobar esto: rechaza los diputados orientales. Más allá
de eso Artigas y Rondeau concuerdan en promover la elección de un nuevo gobierno provincial. Se reúne
un nuevo congreso provincial Capilla de Maciel, el 8 de dic de 1813. Los congresales aceptan reunirse en
el campamento de Rondeau y Artigas se niega a presentarse a las reuniones. En el Congreso, donde no
faltan los partidarios de Artigas, se niega a autodisolverse para dar lugar a una nueva elección, como exige
ahora Artigas, y antes de concluir sus sesiones elige nuevos diputados a la Asamblea General y a un
nuevo gobierno provincial. Así Bs As ha logrado crear en la B.O una solución política viable que margina el
inquietante Artigas. Pero rápidamente Rondeau queda desautorizado ya que Bs As se niega a incorporar a
los nuevos diputados orientales a la Asamblea, desconoce al nuevo gobierno provincial y transforma a la
B.O en gobernación-intendencia desprovista de toda autonomía. Así el gobierno revolucionario logra
suprimir la amenaza montevideana. 
El gobierno porteño considera llegada la hora de un esfuerzo final sobre Montevideo (hasta entonces, el
sitio se ha llevado bastante plácidamente). Por segunda vez se dispone a disputar a los realistas el
dominio del río. El 14 de marzo de 1813 una escuadra revolucionaria al mando de Guillermo Brown, toma
la isla de Martín García, que controlaba el ingreso a los afluentes del Plata. Una parte de los realistas se
retiran Uruguay arriba. Pero Brown el 15 de abril bloquea Montevideo. Entre el 16 y 17 de mayo obtiene la
victoria sobre lo que queda de la escuadra realista. El 17 de mayo llega Alvear de Bs As, con 1500 h. de
refuerzos, para reemplazar a Rondeau. Ahora Vigodet (gobernador y capitán en Montevideo) está
dispuesto a tratar, y el 20 de junio se concreta la rendición. 
Montevideo ha dejado de ser la amenaza suspendida sobre el corazón mismo de la revolución rioplatense.
Ahora sólo queda aprovechar la victoria y eliminar la disidencia artiguista. Rodríguez Peña enviará a Bs As
hasta la única imprenta de la B.O. Pero la disidencia artiguista ha dejado de ser un hecho sólo oriental: ha
comenzado a ganar adhesiones más allá de río Uruguay amenazando con la adhesión del Litoral entero. 
Cuando se retira por segunda vez de las fuerzas sitiadoras, en 1814 Artigas va a establecerse e Belén
(Misiones), y desde allí recluta adhesiones en las tierras entre el Paraná y el Uruguay. En febrero de 1814
una expedición porteña dirigida por Holmberg es derrotada en el sudoeste de Entre Ríos por un caudillo
artiguista. En marzo es Corrientes el teatro de un movimiento artiguista: el Cabildo proclama
independencia y federación, con Artigas como protector de los Pueblos Libres. El gobierno central encara
negociaciones: el 23 de abril reconocen la autonomía entrerriana y oriental, pero finalmente el gobierno de
Bs As rechaza el tratado.  
Antiguos partidarios de Artigas en la B.O actúan como intermediarios con Alvear para un nuevo pacto.
Artigas renuncia a todo papel más allá del Uruguay y acepta transformarse en general de fronteras y
campaña de la Prov. Oriental, que será gobernada por un congreso anual electivo. Pero tampoco esta
situación es aprobada por Bs As. De nuevo las negociaciones han fracasado y la guerra parece
inevitable.  
La guerra se librará a la vez en el Litoral y en la Prov. Oriental. En agosto el coronel Soler es gobernador-
intendente de Montevideo; en octubre el coronel Dorrego, vence a Ortogués y lo obliga a refugiarse en
Brasil, pero debe retroceder rápidamente y encerrarse en La Colonia. La pacificación parece ser un
proceso largo: Alvear abandona la Prov. Oriental dejando a Soler a cargo de ella. Se aplica un nuevo
sistema para eliminar la disidencia: los jefes y oficiales serán ejecutados y la tropa, así edificada por el
sangriento fin de sus superiores, será incorporada al ejército nacional. Se espera alcanzar la paz en tres
meses. 
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El desenlace es muy diferente: la campaña culmina el 10 de enero de 1815. Dorrego es totalmente
derrotado; mientras las tropas vencidas abandonan la campaña oriental para refugiarse en Entre Ríos,
Soler se encierra en Montevideo preparándose para un nuevo sitio. Bs As abandona la incierta lucha por
Entre Ríos; en Corrientes, donde el jefe militar artiguista, Perugorría, ha abandonado la causa, también la
resistencia litoral termina por imponerse. El conflicto se traslada a Santa Fe: el 24 de marzo, ante la
presencia de una escuadrilla artiguista, el teniente de gobernador de Santa Fe, Eustoquio Díaz Vélez,
huye a Bs As; Francisco Antonio Candioti será el primer gobernador de Santa Fe, transformada en
provincia autónoma. A fines de ese mismo mes Córdoba se une a los Pueblos Libres. Artigas planea un
congreso de todas las provincias bajo su mando. En febrero Bs As envía una misión encabezada por
Herrera para tratar la paz. Artigas da la condición de que las tropas porteñas evacúen Montevideo, que se
da el 25 de febrero. El 27, Ortogués ocupa la ciudad en nombre de Artigas. El 4 de marzo un nuevo
cabildo artiguista reemplaza al aporteñado que, luego de la toma de Montevideo, había sustituido al
realista. 
Frente a la consolidación del bloque disidente del Litoral, el gobierno de Bs As (dirigido por Alvear), ensaya
de nuevo las negociaciones. En abril vuelve a probar con las armas y pierden. El 15 hay revolución en Bs
As, el 17 Alvear renuncia y parte al destierro. El centro de la revolución parece haber entrado en colapso;
sólo lenta y laboriosamente volverá a erigirse en él una nueva organización política con una nueva
estrategia de lucha. Por el momento Artigas parece ser el vencedor; su disidencia domina todo el Litoral y
Córdoba; su gran rival, Bs As, se ha rendido en el esfuerzo por suprimirla. 
 
CAP. 4. CINCO AÑOS DE POLÍTICA REVOLUCIONARIA 
Falta resumir.

Halperin Donghi. Parte 3. 


Falta resumir completa.

Noemí Goldman. CRISIS IMPERIAL, REVOLUCIÓN Y GUERRA (1806-1820)

Al principio el proceso emancipador se trataba de fundar una nueva autoridad legítima supletoria de la
soberanía del monarca cautivo. En ese sentido, en el Rio de la Plata se compartía un rasgo común al resto
de las posesiones hispanas: la emergencia de distintas “soberanías” que se correspondían con el ámbito
político de las ciudades. Al mismo tiempo el principio de una soberanía “nacional” surgía de los gobiernos
centrales y de las primeras asambleas constituyentes.
Es necesario tomar en cuenta la reformulación del pacto colonial propuesta por los borbones y el impacto
de los sucesos peninsulares de 1808-1810 sobre el mundo hispánico. Entre 1806 y 1807 las invasiones
inglesas ya habían sacudido a la ciudad de Buenos Aires, dando origen a un nuevo actor político
independientes del sistema administrativo y militar colonial: las milicias urbanas.
Entre 1810 y 1812 la Revolución se enfrentó a dos grandes cuestiones que entrelazadas no deben ser sin
embargo confundidas. Una vez iniciada, la guerra de la Independencia se convierte en tarea primordial de
los gobiernos centrales al mismo tiempo que se plantea el problema de las bases sociales y políticas del
nuevo poder.
Pero asimismo la Revolución se desarrolló sobre la trama de la oposición entre la tendencia centralista de
Buenos Aires y las tendencias al autogobierno dé las demás ciudades. Los gobiernos revolucionarios que
se sucedieron en esos años se constituyeron así en soluciones provisorias destinadas a durar hasta la
reunión de la asamblea constituyente que organizaría el nuevo Estado. Los pueblos oscilaron entre la
simple autonomía, la unión a los gobiernos centrales y las propuestas confederales de Artigas.
La cuestión de la soberanía se vincula entonces a la disputa sobre la forma de gobierno que debían
adoptar los pueblos del ex Virreinato una vez que hubieron declarado su independencia del dominio
español en 1 816. Se relaciona también con otro rasgo sustancial de la vida política en los inicios de la
Revolución: las prácticas representativas inauguradas por el nuevo orden. Durante la primera década
revolucionaria el sistema de representación política se encuentra aún regido por la ciudad y limitado a los
“vecinos” de la antigua tradición hispánica.
LA CRISIS DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA

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Carlos III, monarca representante del despotismo ilustrado, asesorado por un grupo de destacados
filósofos y economistas, decidió -siguiendo las nuevas concepciones de la Ilustración desarrolladas en
Europa-encarar una reorganización administrativa con objeto de sanear las finanzas del reino y evitar la
cada vez mayor marginación de España. Varias y complejas fueron las motivaciones que animaron esta
ambiciosa empresa.
 La primera responde a la necesidad de reconocer el peligro que suponía para el Imperio ibérico el
poderío naval y mercantil de la potencia británica.
 En segundo lugar, a partir de I68O España cobró un nuevo y aunque lento impulso económico que
le exigió a su vez una articulación diferente entre su propia economía y la de sus posesiones americanas.
 En tercer lugar, la política reformista de los Borbones persiguió el propósito de afirmar una única
soberanía, la del monarca absoluto.

En definitiva, la reforma no sólo apuntó a reestructurar los ámbitos militares y administrativos de las
posesiones ultramarinas, sino también buscó uniformizar a los diversos reinos que integraban la
monarquía española, eliminando las prácticas soberanas que formaban parte de los antiguos privilegios
de cada reino. Se produjo un intervencionismo del Estado en la vida de la Iglesia. En el año 1767, la
expulsión de los jesuitas y las presiones por la extinción de la Compañía, fueron el punto culminante.
¿Cuál fue el impacto de estas reformas en el Río de la Plata?
El gobierno español adoptó el régimen francés de intendentes. La Ordenanza de Intendentes 1782/83
dividió al Virreinato del Río de la Plata en diversas unidades políticas sobre las que esperaba ejercer una
mayor previsión real, gracias a funcionarios con nuevos poderes cuidadosamente definidos. El
establecimiento del sistema de intendencias constituyó la culminación de una política de integración
jurisdiccional y administrativa que el gobierno español anhelaba desde hacía varios años.
Con la creación del Virreinato en 1776, la ciudad de Buenos Aires se convirtió en capital de un vasto
territorio que abarcaba las provincias de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la
Sierra, Charcas y los territorios de la jurisdicción de las ciudades de Mendoza y San Juan del Pico. La
Ordenanza dividió el Virreinato en ocho intendencias, y los intendentes se hicieron cargo en sus
respectivas provincias de las cuatro funciones -de justicia, administración general, hacienda y guerra, con
la subordinación y dependencia del virrey y de la Audiencia.
Las gobernaciones militares se encontraron directamente subordinadas al virrey. La dimensión militar de la
reforma es clave. Las colonias se encontraban amenazadas por la dueña del Atlántico, Inglaterra, y por
Unidades entre España y Portugal en torno al extenso territorio al norte y al oriente del Río de la Plata. Así
el objetivo de reforma fue dotar a América de un ejército propio, a través de integración de las
posesiones americanas y la metrópoli en un aparato militar unificado. La nueva política de la Corona de
este período consistirá en proporcionar a las autoridades de Buenos Aires los medios económicos y
administrativos necesarios para apoyar sus objetivos militares en la región. Buenos Aires se aseguró así el
predominio en los morcados del Interior.
El intento de imponer una administración mejor organizada y centralizada afectó, sin duda, el frágil
equilibrio entre el poder de la Corona y aquellos arraigados en realidades económico-sociales y
jurídicas locales. Con la adopción del régimen de intendencias la Corona se propuso desplazar del
control de la administración, y en particular de los cargos de responsabilidad, a las familias de las elites
criollas que ocupaban posiciones decisivas en todas las instancias del Estado. El 64% eran peninsulares y
sólo el 29% porteños; el restante 7% provenía de otras partes de América. Casi totalidad de los cargos
altos fue ocupada por españoles. Sin embargo, también se observa durante este una integración de
criollos y peninsulares y por medio linajes.
La política uniformadora de la Corona en tiempo de los Borbones avanzó sobre privilegios, en particular
sobre el gobierno de los municipios, a partir del criterio básico de considerar su poder como absoluto e
ilimitado. De modo que la tendencia ignorar el supuesto del derecho de los pueblos al autogobierno, que
cristalizó en el nuevo uso del término colonia para referirse a las posesiones americanas, terminó por
producir descontentos en los diversos estamentos de la sociedad colonial.
Embargo, este descontento de los criollos no proporciona por sí solo la clave de la crisis que condujo a la
Independencia. La emancipación de las ex colonias habría sido más bien el resultado conjugado del
derrumbe de los imperios ibéricos, de la creciente presión de Inglaterra a lo largo del siglo XVIII, Y de los
Factores de resentimiento y disconformidad existentes en casi todas las capas sociales americanas hacia
fines del dominio colonial.
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Factores que, si bien son importantes, no alcanzan por sí solos para explicar el desenlace del proceso. Los
sucesos políticos peninsulares ocurridos entre 1808 a 1810 son fundamentales ya que muestran a la
monarquía como lo que todavía era en esos años; una unidad entre la península y los territorios
hispanoamericanos.
El primer gran acontecimiento que marcó a todo el mundo hispánico fueron las abdicaciones de
Bayona 1808; la Corona de España pasó de los Borbones españoles a José Bonaparte a partir de
esa fecha. A medida que las noticias iban llegando a las provincias españolas, comenzaron
levantamientos contra los franceses y la formación de juntas insurreccionales en nombre de la
fidelidad a Fernando VII tanto en España como en América el rechazo al invasor y la fidelidad a Femando
VII, así como la formación de las diferentes juntas, fueron fenómenos espontáneos. Surgieron entonces
dos interrogantes que dominarán la escena política española y americana durante los años siguientes,
quién gobierna y en nombre de quién. Responder a estas preguntas llevó de inmediato al problema de
la legitimidad de los gobiernos provisionales y al de la representación política.
El 25 de setiembre de 1808 se constituyó en Aranjuez la Suprema Junta Central Gubernativa del Reino,
que gobernó en nombre del rey como depositaría de la autoridad soberana. En diciembre la Junta Central
se traslada a Sevilla, pero debe abandonarla en 1809 debido a la invasión de las tropas francesas.
Miembros de la Junta son acusados de traición por sus compatriotas españoles. Desprestigiados y
perseguidos, terminaron por transmitir sus prerrogativas a un Consejo de Regencia, el 29 enero de 1810.
Los franceses, luego de ocupar Sevilla, establecieron el asedio a Cádiz, donde residía el Consejo de
Regencia, para ese entonces contaba con una débil legitimidad tanto en España como en América. La
Junta Central fue reconocida en las colonias, pero su legitimidad fue precaria porque sólo estaba
constituida por la delegación de las juntas insurreccionales peninsulares. Por ello, a los días de su
constitución, ya estaba en debate la convocatoria a Cortes Generales y la elección de los diputados que
iban representar a los territorios hispanoamericanos. La convocatoria a las Cortes se postergó sin
embargo hasta la primavera de 1809.
Pero la resolución acerca de la incorporación de representantes americanos a la Junta Central fue urgente
porque los españoles americanos querían ejercer los mismos derechos que los peninsulares. De modo
que el 22 enero de 1809 se dio a conocer un decreto por el cual se llamó a los americanos a elegir vocales
a Junta Central. Este decreto proclama la igualdad de representación que sin embargo es negada en el
momento mismo de su enunciación pues se razona en términos de “colonias” y “factorías” y la
desigualdad en la representación fue otra parte notable: nueve diputados para América y Filipinas
contra treinta y seis para la península.
Mientras tanto, en Montevideo, el gobernador Elío repudiaba autoridad del virrey Liniers y establecía en
nombre de Fernando VII, el 2 de setiembre de 1808, una Junta gubernativa propia. El 1ero de enero de
1809 un movimiento español encabezado por Martín de Alzaga, Importante mercader e influyente
magistrado, intento deponer sin éxito al virrey Liniers para reemplazarlo por una junta en Buenos Aires.
Este es en efecto, en un momento crítico donde se rompía la unidad española y los criollos presenciaban
cómo los españoles luchaban entre sí por el poder político en la colonia
INVASIONES INGLESAS Y LA MILITARIZACIÓN DE BUENOS AIRES
Comienzo do la acción externa, que el Imperio español resistiría tan mal. Se dio precisamente en las
costas rioplatenses con dos invasiones inglesas (1S06-1807). Estas invasiones revelaron la fragilidad del
orden colonial debido, por un lado, al comportamiento sumiso que frente a los ingleses adoptaron el
cabildo y la Audiencia por deseo de conservación: por el otro, a la inexistencia de un ejército para la
defensa por la escasez de tropas y la falta de milicias locales eficientes. De modo para hacer frente a la
ocupación inglesa, se organizaron por primera vez cuerpos milicianos voluntarios integrados por los
habitantes de Buenos Aires y de otras regiones del territorio.
Tropas inglesas desembarcaron en Buenos Aires, en junio I806, movidas por dos intereses
entrelazados: el militar y el comercial. Gran Bretaña buscó asegurarse una base militar para expansión
de su comercio y golpear a España en un punto considerado débil de sus posesiones ultramarinas. Esta
primera expedición apenas superó el miliar y medio de hombres, se desarrolló bajo el mando
compartido de Home Pophan v William Carr Beresford.
Basados en información sobre las rivalidades entre criollos y españoles. Crearon un plan que contaría con
el apoyo de los primeros, a quienes pensaban seducir con promesas de independencia y de eliminación de
las restricciones al comercio libre.
Las autoridades españolas no ofrecieron resistencia alguna a los invasores, las esperanzas británicas se
vieron prontamente frustradas. Los criollos, pese a su rivalidad con los españoles, no están dispuestos a

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admitir una nueva dominación. Además, los británicos actuaron más como conquistadores del territorio
que como libertarios. Ante los invasores, el virrey Sobremonte optó por retirararse al interior conduciendo
las Cajas Reales.
Los depósitos militares cayeron en manos de los ingleses y el tesoro real se perdió en Lujan. La conducta
del virrey deterioró profundamente su imagen v provocó la primera grave crisis de autoridad en el
Virreinato. En efecto, el 14 de agosto de se convocó a un Cabildo Abierto que por presión popular exigió la
delegación del mando militar en Liniers y la entrega al presidente de la Audiencia del despacho de los
asuntos de gobierno y hacienda.
Ante la pasividad de las autoridades peninsulares, la reconquista fue organizada por el capitán de navío
Santiago de Liniers, en colaboración con Pascual Ruiz Huidobro, Gobernador de Montevideo; Juan
Martín de Pueyrredón quien reunió tropas irregulares en la campaña de Buenos Aires y Martín de
Alzaga, preparó fuerzas voluntarias dentro la ciudad. Cuarenta y seis días después del primer desembarco
en las costas del Río de la Plata, los ingleses se vieron obligados a capitular.
Frente a la posibilidad de una nueva invasión las fuerzas voluntarias. Se constituyeron en cuerpos
militares. Nacieron escuadrones de Húsares, Patricios y diversos batallones uniformado y armados
conjuntamente por el pueblo y las nuevas autoridades.
A principios de febrero de 1807 los ingleses organizaron una nueva expedición para conquistar
Montevideo. El virrey repitió conducta anterior abandonando a su suerte a los defensores y y sin ofrecer
resistencia. El 10 de febrero una pueblada reunida ante al Cabildo de Buenos Aires exigió la deposición
del virrey. En consecuencia, Liniers convoca a una Junta de Guerra que resuelve destituir al virrey y
entregar a la Audiencia el gobierno del Virreinato y al jefe de la reconquista el mando militar. Pero en junio
John WhiteJocke, al mando de las tropas inglesas desembarcó en el puerto de la Ensenada con 8.400
hombres avanzó sobre Buenos Aires para capitular nuevamente frente a tropas criollas el 6 de julio, luego
de haber perdido mil hombres y frente a una resistencia organizada de toda la ciudad.
Lo cierto es que en las improvisadas fuerzas militares de Regimiento de Patricios y de los Húsares de
Pueyrredón se asienta vez más el poder que gobierna el Virreinato y le otorga a elite de comerciantes y
burócratas una nueva base de poder local, y a la plebe criolla una inédita presencia en la escena pública.
Los criollos adquirieron status como resultado superioridad numérica en las milicias, y se abrieron nuevas
posibilidades de ascenso social para la plebe urbana. En suma, la creación de las milicias, con su
reclutamiento voluntario y la elección de la oficialidad por la tropa modifico el equilibrio de poder en Buenos
Aires.
La importancia este cambio fue señalado por Tulio Halperin Donghi al afirmar que milicia urbana no sólo
proporcionó una fuerza militar criollos, sino que se constituyó en una organización “peligrosamente
independiente” del antiguo sistema administrativo militar colonial.
DETERIORO V CRISIS DEL SISTEMA INSTITUCIONAL COLONIAL (1808-1810)
Tanto criollos como peninsulares permanecieron abiertos a las posibles salidas alternativas a la crisis
política iniciada en 1808 en la metrópoli, sin limitarse en sus búsquedas, ni por una estricta fidelidad al rey
cautivo, ni por una identificación plena con ideas independentistas. Ejemplos de ellos son el carlotismo y
el levantamiento del 1ero de enero de 1809.
CARLOTISMO
En 1808 Liniers había sido nombrado virrey del Río de la Plata, su prestigio dentro de la plebe urbana no
hizo más que aumentar las rivalidades con el Cabildo: ambos se disputaron el control sobre las milicias.
Estos enfrentamientos tuvieron un punto culminante con la llegada al Río de la Plata de las noticias
sobre las abdicaciones de Bayona y el nombramiento de José Bonaparte como rey de España.
Principios de 1808 la infanta Carlota Joaquina de Borbón y su esposo real, desembarcaron en Río de
Janeiro huyendo la invasión francesa. La Infanta exigió ser reconocida como regente de los dominios
españoles en América con el objeto impedir la dominación gala.
Mientras, Liniers rechaza esta petición, basándose en el juramento de fidelidad a Fernando VII, un
grupo de criollos, que comienza a ser designado con el nombre de partido de la independencia -integrado
por Juan José Castelli. Saturnino Rodríguez Peña, Nicolás Rodríguez Peña. Manuel Belgrano,
Hipólito Vieytes. Antonio Beruti y otros- vio con buenos ojos una posible protección de Carlota
Joaquina frente a las pretensiones del Cabildo que nucleaba mayoritariamente a los peninsulares.
LEVANTAMIENTO DEL 1ERO DE ENERO DE 1809
El 1er de enero de 1809 una delegación del Cabildo se dirigió al Fuerte para exigir la renuncia del virrey
Liniers al mismo tiempo que un tumulto popular se organizaba en la Plaza Mayor al de “Junta como en
España”. Liniers ofrece su dimisión, aunque no acepta la formación una junta. Pero la salvación vino del
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lado de las milicias; con el comandante Cornelio Saavedra. Al mando de Patricios y Andaluces, declaró su
firme oposición a la destitución del virrey. Si bien el cabildo fue en esta coyuntura derrotado, los
vencedores reafirmaron sus vínculos con la legalidad monárquica: el 8 de enero se fidelidad a la Junta
Central de Sevilla en su calidad de única depositaría de la soberanía del rey cautivo.
La crisis de la monarquía española también generó tensiones el ámbito económico. La administración
colonial se encontraba debilitada por la falta de comunicación con España y las dificultades financieras.
Las autoridades se vieron obligadas al comercio con navíos neutrales y aliados -dentro de los cuales
ingleses tuvieron el predominio- hasta su legalización por Reglamento de comercio libre de 1809.
Sin embargo, la crisis final del lazo colonial en el Río de la Plata se producirá sólo cuando lleguen las
noticias de una derrota total de España en manos de las tropas francesas. Y ocurre a mediados de mayo
de 1810, cuando se difunden las nuevas oficiales que anuncian el traspaso de la autoridad de la Junta
Central al Consejo de Regencia y el asedio francés a Cádiz, único bastión de la resistencia
española.
LAS FORMAS DE LA IDENTIDAD COLECTIVA” “CIUDAD”, “PUEBLO” Y “NACIÓN”.
En el periodismo ilustrado anterior a la Revolución de Mayo, se descubren cómo formas de identidad
palabras tales como la de español americano y argentino que cobraron una dimensión distinta de que
suele atribuírseles, y permite comprender mejor su presencia y peso relativo en el proceso de gestación do
una nación.
Argentino habría surgido, antes de1810. De un impulso de regionalismo integrador dentro del mundo
hispano y en enfrentamiento con lo peruano debido a la rivalidad entre Lima y Buenos Aires. Por su parte
español americano habría correspondido a una forma de identidad cuya génesis es la oposición regional
americana a lo español. Español.
Argentino es sinónimo de habitante de Buenos Aires y sus zonas aledañas. El alcance territorial del
término se expandió en la medida que se consideró una relación de posesión por parte de la capital
virreinal al resto del territorio. De las diversas formas de identidad colectiva que convivieron a fines del
período colonial, se distinguirán con mayor claridad tres formas luego de 1810: la identidad americana, la
urbana, luego provincial, y la rioplatense o argentina.
En los primeros años de la Revolución, nación re tanto a la nación española como a la nación americana.
La tuición urge mi un fue completamente desconocida al iniciarse el movimiento emancipador. La
independencia de 1816 hizo desaparecer parte de la ambigüedad, y nación se vinculó con la zona del Rio
de la Plata.
Es en el vocablo “los pueblos” donde se encuentra una de las claves de la cuestión de la identidad política
emergente con el proceso de emancipación. “Los pueblos” en el lenguaje de la época fueron las ciudades
convocadas a participar por medio de sus cabildos en la Primera Junta. Se debe tener en cuenta que la
ciudad tuvo dentro del ordenamiento jurídico-político colonial un rol particular, pues lejos de constituir una
simple modalidad de poblamiento, era concebida como una república con su autoridad, jerarquía y
ordenamiento sociopolítico especifico, y la calidad de vecino, entendido como individuo “casado, afincado
y arraigado”.
Con la caída del poder central en 1820. Los pueblos tendieron a constituirse en Estados soberanos bajo la
denominación de provincias.
LA REVOLUCIÓN DE MAYO DE 181O Y LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
Al disolverse la Junta Central el virrey en ejercicio, Cisneros se ve definitivamente privado de su fuente de
legitimidad. De manera que, basados en la normativa vigente, la mayoría de los participantes del Cabildo
Abierto del 22 de mayo invocó el concepto de reasunción del poder por parte de los pueblos,
concepto que remite doctrina del pacto de sujeción de la tradición hispánica por el cual, una vez, caducada
la autoridad del monarca, el poder retrovierte a sus depositarios originarios: los pueblos.
Es así como en sus relaciones con las demás partes del Virreinato, las nuevas autoridades siguieron la
doctrina del 22 de mayo, al invitar a los pueblos del Interior a participar de las primeras
deliberaciones de Buenos Aires, en calidad de nuevos titulares legítimos del poder. La circular de la
Primera Junta de Gobierno convocó a las ciudades interiores, pero encargó a sus Cabildos la elección de
los diputados. De modo que la representación es entregada a la ciudad de la tradición hispano colonial, y
dentro de ella a la “parte principal y más sana del vecindario.
Sin embargo, una vez iniciado el movimiento, parte de los líderes del nuevo gobierno surgido el 25 de
mayo prefiere, frente al pacto de sujeción, el concepto de soberanía popular difundido por las revoluciones
norteamericana v francesa, y por la versión rousseauniana de contrato, que concibe a éste como un pacto
de sociedad y rechaza al de sujeción por considerar que el lazo colonial derivó de una conquista.
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Así, el nuevo secretario de Junta, Mariano Moreno, elabora desde las páginas de la Gaceta, ¡la moderna
teoría de la soberanía popular al adaptar los principios del Contrato Social de Rousseau a la novedosa
realidad creada en el Río la Piala en 181O. Moreno esboza una teoría de la soberanía para justificar el
nuevo poder de los criollos, y realiza el pasaje del pacto de sujeción al de sociedad para fundamentar el
derecho a la emancipación.
Pero desde 1810 el acto concreto de ejercicio de la soberanía suscitaba un conflicto en el seno mismo de
las provincias del ex Virreinato. La noción de la existencia de una única soberanía, que derivaba la
formulación del pacto de sociedad, sustentó la tendencia a un Estado unitario en oposición a los que
defendían la existencia de tantas soberanías como pueblos había en el Virreinato. Parte de los nuevos
líderes sostenía que una vez constituidos los cuerpos representativos -las asambleas o congresos
constituyentes-, la soberanía deja de residir en los “pueblos” para pasar a la “nación”. Dentro del
unitarismo porteño, el centralismo se constituyó en la modalidad dominante durante la primera década.
GUERRA Y PROCESO REVOLUCIONARIO (1810-1820)
El proceso revolucionario comprendió dos períodos. El primero abarcó los años que van de 181O a 1814 y
está marcado por los intentos frustrados por parte de los morenistas de asociar la lucha de la
independencia con la construcción de un nuevo orden. El segundo, de 1814 a 1820, se caracterizó por el
conservadorismo político del gobierno del Directorio.
Durante esta etapa se sucedieron seis gobiernos revolucionarios:
1. Primera Junta (mayo a diciembre de 1810).
2. Junta Provisional Gubernativa o Junta Grande (enero a setiembre de 1811).
3. Junta Conservadora (setiembre a noviembre de 1811)
4. Primer triunvirato
5. Segundo triunvirato
6. Directorio

Dirección revolucionaria, mayoritariarnente criolla. Ompuso desde el inicio de jefes de regimientos surgidos
de la Jitarización de 1806-1807 y miembros de los círculos de usión conformados al amparo de la crisis
monárquica. Cornelio Saavedra, jefe del primer regimiento de Patricios gran ascendiente sobre las milicias,
se impuso como preside Ja Junta mientras el doctor Mariano Moreno, abogado, constituyo en su primer
secretario. Las desavenencias políticas y personales entre ambos no tardaron en aparecer para configurar
dos tendencias opuestas. En efecto, el nuevo poder de caracterizó por una indefinición en cuanto a
integrantes y objetivos lo que refleja negativamente en la dirección de sus acciones.
La Primera Junta buscó el acatamiento al nuevo régimen y comando para ello a los cabildos de las
ciudades interiores a enviar diputados a Buenos Aires. Esta iniciativa política se acompañó de una militar,
al anunciar que a la instalación de la Junta le seguirían expediciones militares al norte y al Paraguay.
Apenas comenzada su marcha, la expedición al Alto Perú se enfrentó en Córdoba (julio de 1810) con la
primera resistencia.
El 17 de octubre fueron destituidos todos los miembros del Cabildo de Buenos Aires. Moreno envió
circulares a las ciudades interiores ordenando que se intensifiquen las medidas en contra de los realistas.
Y el 3 de diciembre el secretario de la Junta dispuso el cese funciones públicas de los españoles
europeos, y eso acelera su ruptura con Saavedra.
En sí, más audaz fue la política seguida por Castelli al mando de la expedición libertadora en el Alto Perú.
El 25 de mayo de 1811 en las ruinas de Tiahuanaco proclamó el fin de la servidumbre. Los derechos
recuperados por los indios no sólo eran solo políticos pues se les daba el derecho de representación. La
liberación indígena constituyó sin duda un arma de guerra necesaria para un ejército que quería hombres y
recursos, pero formaba parte asimismo concepción de la Revolución de los morenistas que, basada en el
derecho natural, proclamaba la igualdad entre los hombres.
La circular enviada a los pueblos el 27 de mayo a los pueblos incluía una medida suplementaria por la cual
se disponía que a medida que los diputados arribaran a la capital se fuesen incorporando a la junta. La
nueva situación creada por la incorporación de los delegados más adictos a Saavedra que a Moreno
produjo el 18 de diciembre de ese año el aplazamiento de la reunión del congreso que debia establecer la
futura forma de gobierno y el alejamiento definitivo de Moreno.
Ante la misteriosa muerte de Moreno en altamar, sus herederos crean el primer club político que sesiona
en el café de Marco. Surgio asi el llamado “club morenista”, cuyos miembros fundaron la sociedad
Patriotica y en una tercera etapa integraron la Logia Lautaro. El club hizo una oposición sistematica al
gobierno de Saavedra, y desencadeno las jornadas del 5 y 6 de abril en la que son expulsados de la Junta
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Grande los morenistas. La derrota sufrida por las tropas criollas en el alto Perú produjo un golpe al poder
del gobierno: minado su prestigio, la partida de su jefe, Saavedra al norte para auxiliar a las tropas
constituyo la ocasión esperada por el cabildo para reemplazarlo por un Triunvirato (septiembre de 1811).
Los diputados de los pueblos pasaron, a su vez, a conformar la Junta Conservadora de la Soberania, que
poco tiempo fue disuelta por los triunviros.
El hecho importante es que Saavedra ya no contaba con las mismas bases de poder que le habían dado
tanto prestigio luego de las invasiones inglesas.
La guerra de la independencia concebida por la nueva dirigencia como una guerra convencional incide a sí
mismo en el tipo de reclutamiento pues se integra cada vez más a fuerzas rurales y marginales. El
episiodio que marco el fin de la militarización urbana lo constituyo una rebelión del primer regimiento de
patricios que en septiembre de 1811 intento oponerse a medidas disciplinarias más estrictas, y que fue
aplastadas por su nuevo jefe Manuel Belgrano.
El primer Triunvirato (septiembre 1811- octubre 1812) no tuvo mejor éxito que su predecesor. En enero de
1812 surge el club Morenista con el nombre de Sociedad Patriótica.
Monteagudo su principal portavoz. Para integrar la sociedad era necesario poseer la calidad de letrado, ser
miembro de ella, por otra parte, no autorizaba a participar de las discusiones. Esta mayor limitación en las
prácticas democráticas se acentuó aún más con la creación de la Logia Lautaro (octubre 1812-abril 1815)
que integra a la dirigencia de la sociedad patriótica y rompe con las prácticas de acción política
inauguradas por esta. El grupo de organizo en sociedad secreta, abandono el recurso a la opinión pública
como medio de control y acceso al poder.
La revolución, advertía Monteagudo, parece haber sido más “la obra de las circunstancias que de un par
meditado de ideas”.
Las advertencias sobre los peligros de la política moderada del Triunvirato se vieron confirmadas por el
descubrimiento de una conspiración realista liderada por Alzaga. La represión de los conspiradores
permitió acerca por un corto periodo las posiciones del gobierno con la de sus opositores, pero el
enfrentamiento resurgió con la renovación del triunvirato.
Mientras tanto en marzo de 1812 habían desembarcado un grupo de oficiales criollos formados en los
ejércitos peninsulares, que impulsaron una nueva reforma en la organización militar rioplatense. Dentro de
este grupo de destacaron dos oficiales el teniente coronel José de San Martin y el alférez Carlos de Alvear.
Ambos consideraban que el esfuerzo militar debía servir a una causa más americana que local, la
confluencia de las miras de la sociedad patriótica con los recién llegados condujo, como se señaló, a la
creación de la Logia. El 8 de octubre de 1812 bajo su influjo, el ejercito depuso al gobierno y constituyo el
segundo triunvirato para retomar la línea impulsada por la sociedad patriótica, con medidas como libertad
de prensa, libertad de vientres, la extinción del tributo, la mita, el yanaconazgo y el servicio personal, la
supresión de los títulos y signos de nobleza y la eliminación de los mayorazgos. Sin embargo, la
independencia no es declarada y ninguno de los proyectos de constitución presentados por sus diputados
fueron aprobados.
El temor que aporta una cada vez más cercana restauración monárquica en España, junto con las
conflictivas relaciones con la banda oriental terminaron por paralizar las iniciativas renovadoras de la
asamblea. Además, San Martin, que se mantiene más cerca de los objetivos originales de la Logia, se
aleja de Alvear, que vio en la organización un instrumento político destinado más que a extender la
revolución a consolidar sus posiciones. Alvear desplaza finalmente a San Martin para convertirse en el jefe
de la logia, y en director supremo del Estado, luego de un pasaje breve por este cargo, recientemente
creado por la asamblea, de Posadas.
En 1814 parecía incluso dispuesto a negociar el fin de la revolución mediante un retorno a la obediencia al
Rey de España o aceptando el protectorado británico. Pero la entrega de la Banda Oriental después de
haber sido recuperada por el mismo Alvear al nuevo jefe de los orientales José G. Artigas, termino de
socavar su prestigio en Buenos Aires.
Del gobierno de Alvear quedaba un triste balance: bajo la concentración unipersonal del poder, la
dirigencia revolucionaria se había aislado de la clase política urbana y del pueblo.
Cuyo, desde 1814 constituía la base del poder de San Martin, quien había cambiado la jefatura del ejército
del norte, por la de gobernador intendente de ese territorio. Desde allí comienza a preparar una fuerza
militar para la liberación, primero de Chile y luego de Perú. Luego de la derrota de Huaqui, en el Norte, se
organizaron nuevas campañas contra los realistas al mando de Belgrano, pero con éxito dispar. El
desastre de Sipe-Sipe obligo finalmente al ejercito rioplatense, comandado en ese momento por José
Rondo a abandonar definitivamente el Alto Perú, y a dar lugar al a instalación en Salta del gobierno de
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Martin Güemes, paradójicamente el más popular y más tolerado por el gobierno central. Entre 1812 y 1820
Salta sufrió 7 invasiones realistas. En Salta, donde la sociedad se había dividido claramente, en un bando
realista, y otro patriota identificado con los llamados Gauchos de Güemes.
A la caída de Alvear, había seguido una etapa de profunda crisis en el seno de la elite porteña, que
parecía haber perdido su rumo. La convocatoria a un nuevo congreso que sancionaría en la ciudad de
Tucumán, marcaba un camino en su política, que con este gesto se mostraba más atenta a los intereses
de los pueblos. El Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sudamérica, comenzó sus
reuniones en marzo de 1816 y designo como nuevo director supremo a Juan Martin de Pueyrredón (mayo
de 1816). Belgrano, por ejemplo, propone la creación de una monarquía Inca, que favorezca la
restauración de sus descendientes, pero los pueblos se oponen a cualquier solución monárquica. Lo
fundamental del Congreso fue la declaración, en Julio de 1816, de la Intendencia de las Provincias Unidas
en Sudamérica, y la afirmación de la voluntad de “investirse del alto carácter de una nación libre e
independiente del Rey Fernando VIII, sus sucesores y metrópoli”. Sin embargo, en 1819, el texto
constitucional de carácter centralista propuesto por el cuerpo representativo es rechazado por los pueblos
y el Congreso se disuelve. Y aunque prometió no repetir conductas de los gobiernos anteriores, se vio
rápidamente obligado a imponer contribuciones forzosas a los comerciantes porteños. Pueyrredón anuda
una alianza con Güemes y San Martin, que le proporciona una nueva base de poder, esta vez depositada
en los Ejércitos en Campaña, no le resulto suficiente para impedir una gradual perdida de su autoridad
política.
La posición de San Martin, que, en lugar de adscribir a las luchas por la formación de un Estado en el
espacio del ex virreinato, asume su causa como americana, desde 1815, con base en Cuyo, San Martin,
arma un ejército que llego a reunión dos mil ochocientos hombres para su campaña a Chile, pues, si en
Buenos Aires, los directorales proclamaban el fin del de la Revolución no ocurrió lo mismo con la guerra
contra los realistas.
San Martin declara la independencia de Chile en febrero de 1818, y firma entonces con O´ Higgins nuevo
director supremo de Chile, un acuerdo para realizar la segunda etapa del proyecto libertador. La
expedición al Perú concluirá con la declaración de su independencia en julio de 1821.
La alianza entre San Martin y O´Higgins, contó así con el apoyo de Pueyrredón quien se comprometió a
darle respaldo financiero y político desviando así hacia conflictos internos las fuerzas destinadas
originalmente a las guerras de la independencia.
Luego de la firma del armisticio de San Lorenzo (febrero de 1919) que obliga a la evacuación de las tropas
directorales del territorio santafesino, Pueyrredón renuncia a su cargo y es reemplazado por Rondó.

LA PROVISIONALIDAD DE LOS GOBIERNOS Y LA CUESTIÓN DE LA SOBERANÍA


En el transcurso de los diez años que median entre la revolución de mayo, y la caída del poder central, se
reunieron dos asambleas de carácter constituyente, 1813, 1816, 1819. Solo una de las asambleas produjo
un texto constitucional el congreso general constituyente de las provincias unidas en Sudamérica, en 1819,
que fue remplazado por las provincias debido a su carácter centralista. Los gobiernos revolucionarios que
se sucedieron en esos años se constituyeron en soluciones provisorias. La provisionalidad conllevaba una
indefinición respecto a rasgos sustanciales. Hubo un instrumento preconstitucional que fijo provisoriamente
las bases para la organización del nuevo estado: el reglamento provisionario para la administración y
dirección del estado del 3 de diciembre de 1817, y que tuvo considerable trascendencia en todo el
territorio. Muchas de sus disposiciones permanecieron vigentes en los pueblos luego de la caída del poder
central.
EL LEGADO DEL A REVOLUCIÓN
La revolución y las guerras que se suceden el curso de este periodo trajeron aparejados cambios en la
vida económica de los ex virreinatos muchos más drásticos que los producidos por las Reformas
Borbónicas, de fines del periodo colonial. Pero el cambio mas notable es el que se vinculo al poder cada
vez mas amplio que la coyuntura guerrera confirió a las autoridades locales entre militares, policiales, y
judiciales. Aunque a pesar del ascenso político de caudillos rurales las modificaciones en el equilibrio del
poder fueron mas internas que exteriores al grupo dirigente. Reducir al máximo las tensiones sociales con
el fin de mantener el equilibrio interno de los sectores altos preservando la unidad de las familias.
Los gobiernos centrales y las asambleas constituyentes promovieron proyectos políticos-estatales de
unidad mayor que no lograron plasmarse. De ahí derivan el carácter provisional que los pueblos acuerdan
a los gobiernos centrales y las relaciones por momentos muy conflictivas, que mantiene con ellos mientras
manifiestan su deseo de unión, pero bajo formas que pudieron ir desde la simple alianza a la unión
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confederal hasta el estado unitario. Y una prueba más de ello fue el caótico y conflictivo proceso de
definición de una identidad colectiva luego de la crisis de la monarquía ibérica y del consiguiente vacío de
poder en el que desemboco el Rio de la Plata en 1810.

Oscar Terán. HISTORIA DE LAS IDEAS EN LA ARGENTINA. DIEZ LECCIONES


INICIALES, 1810-1980 
LECCIÓN 1. LA ILUSTRACION EN EL RÍO DE LA PLATA 

La creación del Virreinato es una consecuencia de las reformas borbónicas, consideradas


por Halperin Donghi como un “proyecto de modernización defensiva”, donde el estado intenta “suplir las
insuficiencias de la sociedad”. En las innovaciones se cuenta la introducción de ideas provenientes de la
filosofía de la Ilustración, movimiento intelectual animado de una gran fe en la razón humana como
instrumento capaz de conocer la realidad y criticar las nociones heredadas del pasado.  
El avance del conocimiento es visto por la Ilustración como progreso. Ha ocurrido una revolución: se ha
impuesto una nueva noción de temporalidad: la temporalidad de los modernos es concebida como un
desarrollo lineal, homogéneo, continuo, acumulativo, sin rupturas, que apunta al incremento del poder,
llevar al pueblo las luces de la razón contra las tinieblas de la Ignorancia, identificada muchas veces con
las creencias religiosas. Esto provocó una dura disputa entre el clero y los librepensadores. Este mismo
movimiento de ruptura se reproduce en todas las esferas del conocimiento. Para los modernos todo tiempo
pasado fue peor, y el hoy es mejor que ayer. “Condenados al progreso”. 
Las Reformas tienen el criterio de despotismo ilustrado, una política que acentúa la centralización del
absolutismo y apuesta a una modernización desde arriba, revolución pasiva. Pero la modernización
cultural es limitada. El pensamiento ilustrado no puede ir en contra del pensamiento católico o de la
legitimación de la monarquía española. Son términos contradictorios: Ilustración católica. 
La ilustración americana es producto de políticas de la metrópoli, lo que limita el carácter crítico ante el
poder de la monarquía. Por ello no se puede afirmar que la filosofía ilustrada sea ideología de las
revoluciones independentistas posteriores. Existían en bibliotecas particulares de cultos (letrados,
abogados, clero y editores de periódicos) obras ilustradas a pesar de la prohibición de las autoridades
metropolitanas. En las universidades penetró la filosofía ilustrada (la física matemática de newton), pero
bajo el dogma católico y la interpretación escolásticas de los escritos. 
El periódico está vinculado a la organización moderna de la información y a su circulación veloz. Pero no
se cuestiona el orden colonial, sino que demandan reformas por los perjuicios económicos dados por el
régimen monopólico. 
Así Belgrano está a favor de la libertad de comercio y adhiere a la fisiocracia (doctrina que sostiene que la
riqueza provenía exclusivamente de los recursos naturales del propio país y del libre cambio), teoría de la
Ilustración. Fisiocracia significa “gobierno de la naturaleza”, por lo que es preciso que la naturaleza misma
sea observada como una realidad autónoma”, con leyes independientes. En la modernidad, la “naturaleza”
no significa sólo el ser físico o material, sino todas aquellas cosas que descansan sobre sí mismas, que se
regulan y controlan solas. Esta mirada cubrirá todos los aspectos del conocimiento en la modernidad. Para
ella la riqueza circula como la sangre, esto es, la naturaleza tiene leyes que determinan un funcionamiento
espontáneo (natural) que no debe ser interferido por el accionar humano: “Laissez faire,
laissez passer” (“Dejar hacer, dejar pasar”). De este modo, la fisiocracia introducía el liberalismo
económico dentro de su programa. Para la doctrina fisiocrática, aplicada en el Río de la Plata, la riqueza
de las naciones reside en la agricultura y en los metales preciosos. La visión fisiocrática plantea que el
laboreo de la tierra contribuye a la construcción de buenos sujetos y otras prácticas económicas se
plantean como improductivas o usureras. Así, empieza la moralización de diversas prácticas. 
 
LECCIÓN 2. MARIANO MORENO: PENSAR LA REVOLUCIÓN 
 
Falta resumir.

Noemí Goldman. LA REVOLUCIÓN DE MAYO: MORENO, CASTELLI,


MONTEAGUDO Y SUS DISCURSOS POLÍTICOS.
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La visión más habitual de la Revolución de mayo de 1810 en los discursos y prácticas políticas de los
dirigentes criollos más radicales, los asimila al modelo jacobino de la Revolución Francesa. Las
investigaciones recientes modificaron las formas tradicionales de aproximarse al tema.
Breve revisión historiográfica.
El modelo de la Revolución Francesa fue el que predominó en la interpretación de la política revolucionaria
de la Primera Junta. El primero en hacer mención al jacobinismo como modelo fue el propio hermano de
Moreno, Manuel Moreno, poniendo el acento en el carácter ante todo político de la etiqueta de Jacobino en
la Rev. De mayo: está se constituyó, según él, en el más eficaz instrumento ideológico de la lucha política
contra su hermano. El mote denigratorio fue utilizado no solo por los españoles contrarrevolucionario sino
igualmente por los criollos moderados.
La serie de propuestas expuestas en el Plan de Operaciones, atribuido a Moreno, fueron consideradas
como un modelo jacobino. Para Norberto Piñeiro la Rev. de Mayo fue una prolongación de las doctrinas y
de las reformas francesas. La historiografía liberal coincide en establecer una filiación tanto del
pensamiento de la ilustración como del programa político francés de 1789 con la Rev. de Mayo.
Paul Groussac se enfrenta a la tradición liberal seguida por Piñeiro, sostiene que la formación filosófico-
política de los revolucionarios era muy débil, y más aún, que desconocían el proceso político francés.
Atribuye la autoría de el Plan de Operaciones a un partidario terrible y exaltado de Moreno.
Para José Ingenieros, la acusación de jacobino hacia Moreno, fue su mas legitimo titulo de gloria desde
el punto de vista de la revolución. Los revisionistas de comienzos de nuestro siglo se opondrán a esta
visión de la Rev. de mayo al sostener – por ejemplo, Carlos Ibarguren- la tesis del complot. Este ultimo
autor califica a Moreno y a sus adeptos como hombres del terror que por medio de las doctrinas
anárquicas y antisociales quisieron desatar una guerra interminable en contra de los españoles.
Ricardo Levene, llegó a la conclusión de la negativa a toda influencia francesa en el pensamiento
revolucionario de mayo, y negando la autenticidad del Plan de Operaciones. Sergio Bagú o Rodolfo
Puigrós concibieron a la Rev. de mayo como una especie de traducción, aunque trunca, de las
revoluciones europeas, y Moreno se constituyó para esta visión de la revolución, en el portavoz de la
revolución democrática burguesa.
La idea de que la independencia fue concebida como fruto de un proceso de maduración interna apoyada
en la existencia de un grupo social con conciencia de clase, que requería de la independencia para su
desarrollo y elaboración, fue reemplazada por la idea mas plausible de un proceso independentista como
efecto de la crisis de las monarquías ibéricas, fue necesario que al colapso español se uniera la presión
británica para crear en los criollos la convicción de que un gobierno propio era posible. Esta nueva visión
requirió una reformulación de la ideal según la cual la ilustración rioplatense preparo intelectualmente al
movimiento de independencia.
Carlos José Chiaramonte considera que una revisión de los orígenes y conformación de la cultura
ilustrada rioplatense no puede menos que reconocer como un tema centra la relación cultura eclesiástica-
cultura ilustrada. Esta relación contradictoria, ha sido llamada ilustración católica. Define al conjunto de
escritos correspondientes al periodo de la ilustración rioplatense e indica una necesidad de recortar y
distinguir los intentos de renovar la Escolástica mediante ciertas limitadas aperturas al pensamiento
moderno. Bajo esta nueva perspectiva no tiene sentido el estudio de las fuentes ideológicas
Pilar Gonzales se propone dar respuesta a las preguntas de en qué medida y hasta qué punto la
revolución de independencia fue en la manera que la Rev. francesa una revolución moderna, política, y
democrática, arribando a las conclusiones que muestran las distancias con el caso francés.
El impacto de la revolución francesa en el Rio de la Plata
Ricardo Caillet Bois logro sacar a la luz que la filosofía francesa del siglo XVIII era conocida por la elite
ilustrada de la sociedad colonial, así también como los principales sucesos políticos de la Rev. francesa,
gracias a correspondencia, de estas declaraciones se desprendía que no sólo la elite colonial tenía cierto
nocimiento de los sucesos franceses, sino igualmente el pequeño mundo de .peros, panaderos y dueños
de tiendas rioplatense: aunque, y según parece, sólo los grandes momentos de la Revolución habrían
retenido la atención de los pobladores. Con la caída de Robespierre se expanden las versiones
termidorianas sobre la Revolución que lo convirtieron en el símbolo de un régimen de terror y sangre. Los
rioplatenses se vuelven más bien hostiles a la Revolución. No obstante, afirma Caillet Bois, un círculo
afrancesado continuará durante la Rev. de Mayo sosteniendo las enseñanzas de 1789.
Dean Funes tachó en su segunda autobiografía de 1826 los nombres de Aristóteles y Platón, para
reemplazarlos por los de Pufendorf, Condillac, Rousseau y Mably como los autores que nutrieron su
18
espíritu. Tal actitud respondió al afán Deán de ponerse a tono con los admiradores de la Revolución
Francesa que urgieron, según Furlong, entre 1813 y 1820. En efecto, al emprender la tarea emancipadora
los criollos tenían a su alcance no solo las ideas ilustradas sino igualmente en ejemplos históricos, como
fueron las Revoluciones Norteamericana y la francesa. De modo que muchos de los elementos
doctrinarios adquiridos por los revolucionarios habían dejado de ser ideas abstractas para convertirse en
realizaciones históricas. Surge entonces la pregunta de qué sabemos sobre el impacto de la Revolución
Francesa durante la Revolución de Mayo.
Se puede ver en primer lugar una cierta presencia simbólica de la rev. francesa durante la rev. de mayo,
que se refleja en los emblemas patrios (laureles, sol, manos tomadas en los escudos patrios) y en las
asambleas y reuniones patrióticas (la voz del ciudadano y el gorro frigio).
Donde la referencia a la Revolución Francesa es más frecuente es cuando se la utiliza como arma política
para desprestigiar al adversario. La imputación de jacobino en el Río de la Plata constituye así y ante todo
una etiqueta denigratoria. La referencia al jacobinismo surge como la cristalización conceptual de un
enfrentamiento local: que opuso en 1810 al moderado presidente de la Junta al secretario de la misma,
Moreno es acusado de jacobino por su temperamento político enérgico, su prédica igualitaria, el firme
control sobre los otros integrantes de la junta y las medidas de terror en contra de los enemigos del
régimen, Castelli es considerado jacobino por promover la creación de sociedades patrióticas y por su
firme voluntad independentista.
De manera que, si bien es indudable que términos esenciales del nuevo vocabulario revolucionario
rioplatense -como libertad, igualdad, fraternidad, soberanía popular, derechos naturales- remiten al
discurso político jacobino, no representan, sin embargo, las mismas realidades.
MORENO Y LA CONCEPCIÓN DE LA REVOLUCIÓN
La noción de revolución elaborada por Moreno encuentra una expresión coherente, aunque no exenta
de contradicciones, en la serie de artículos publicados en los números de la Gaceta correspondientes a los
meses de noviembre y diciembre de 1810. Permite observar que esa noción es al mismo tiempo resultado
de una serie de deslizamientos de sentido en ciertos enunciados, y de la aparición de otros como efecto de
coyunturas determinadas. Cada etapa de ese trayecto se define por el surgimiento de un nuevo enemigo:
pueblo/autoridades coloniales, pueblo/españoles europeos, pueblo/rey, pueblo/criollos moderados.
Nos muestra, asimismo, que detrás de la adhesión encubierta real hay una crítica al conjunto del
fenómeno colonial en América. En los meses de gobierno revolucionarios los ataques se dirigen con
prioridad a altos funcionarios españoles; virrey, intendentes, oidores, fiscales o diplomáticos de la Corona.
En efecto, el nuevo poder invoca la defensa del rey Fernando VII para legitimar la revolución. De esta
manera al elegir el apoyo de la legitimidad monárquica, que en principio no cuestionaría el poder colonial
que une a los pueblos americanos con su metrópoli, los revolucionarios sólo reconocen como enemigos
a las autoridades que se oponen en forma violenta o conspirativa a sus proyectos.
Ser patriota cobra aquí un nuevo significado, en adelante significará ser antiespañol. El bloqueo del puerto
de Buenos Aires por los marinos españoles de Montevideo el 24 de agosto, los ataques armados del
gobierno del Paraguay y la creciente oposición manifestada por los españoles europeos en todas las
provincias del Interior, conducen a la Junta a tomar nuevas medidas de defensa consecuencia de las
cuales al 17 de octubre son destituidos todos los del Cabildo de Buenos Aires. Moreno envía circulares a
las provincias ordenando que se intensifiquen las medidas punitivas contra los enemigos interiores.
La manera con la que Moreno se esfuerza desde sus primeros discursos en mostrar las bases del poder
de los españoles europeos y el sistema que los sostiene no surge solamente de la necesidad de informar
sobre los fundamentos que guían la acción de la Junta, sino que hace a su propia concepción de la
revolución, donde la educación política constituye una de las piezas fundamentales.
A iniciativa de Moreno, que redactó el prólogo, se mandaron a imprimir doscientos ejemplares del Contrato
para utilización como libro de texto en las sodas primarias con el fin de instruir sobre los inalienables
derechos del hombre. Es interesante notar en consecuencia, como rasgo permanente del discurso de
Moreno, su insistencia en una campaña de esclarecimiento ideológico entrada en los derechos de los
pueblos y de la cual ningún sector social debía quedar excluido.
En una lectura de las Instrucciones enviadas por Moreno a los gobernadores y presentantes de la Junta en
el interior donde se perciben los lineamientos fundamentales de su práctica política:
1) El control político de las provincias del Río de la plata, ligado a la mejora de condición económica
de sus habitantes.
2) La incorporación de las provincias a la nueva causa y la constitución de un nuevo ejército patriota.

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3) Política de terror para vencer al enemigo. La idea de una solidaridad económica acompañada del
ejercicio de los derechos políticos como base de una solidaridad moral entre los nativos de las provincias y
la Junta de Buenos Aires, se encuentra así en el centro de las Instrucciones.
La nueva situación creada por incorporación de los diputados provinciales más adictos a Saavedra que a
Moreno, produjo, el 18 de diciembre, el aplazamiento de la reunión del congreso y alejamiento definitivo de
Moreno.
Los principios singulares del Contrato Social de Rousseau los que darán a Moreno el instrumento teórico
para pensar la revolución. Moreno da existencia a la comunidad americana independientemente de toda
legitimidad exterior. Lo que le interesa aquí poner es el contrato que une a los ciudadanos entre si: es
decir, el contrato cual un pueblo es un pueblo. Por otra parte, la traducción en la práctica de teoría de la
soberanía popular tiene consecuencias revolucionarias para el Río Plata, porque conduce necesariamente
a la independencia: embargo, el amor que el pueblo profesa al rey cautivo vuelca la balanza a su favor,
aunque no faltan, según Moreno, principios sublimes de la política para una absoluta prescindencia del
mismo.
El pacto colonial se verifica como un falso contrato debido a que surgió la fuerza y de la violencia
impuesta por la conquista española.
La revolución concebida como la reinstalación de la razón, de la libertad y de la justicia universal se
presenta como una transformación completa del orden vigente. ¿Es ésta sólo la visión de Moreno o es
acaso representativa del conjunto protagonistas criollos de 1810?
La conciencia de una divergencia entre españoles europeos y criollos fue el primer estimulo que
comprometió a todos en la decisión de crear un gobierno propio. La lista de agravios imputados por
Moreno a la Metrópoli es ampliamente compartida por el de sectores, que, debido a su prosperidad,
deseaban controlar tos del antiguo virreinato ante la caída de la Metrópoli. La actitud revolucionaría se
observa en consecuencia en todos los que participaron de una forma u otra en la revolución. Separarse de
España o de su rey no bastaba, era necesario proclamar la republica inspirada en principios igualitarios.
El 3 de diciembre una circular de la Junta redactada por Moreno dispone exclusión de los cargos públicos
del español europeo. Esta medida acelera la ruptura entre Moreno y Saavedra. Los revolucionarios
moderados consideran que Moreno y los suyos fueron demasiado lejos.
CASTELLI Y LOS DERECHOS NATURALES
La doctrina bajo la cual se constituyó la Primera Junta fue presentada por Juan Castelli en el Cabildo
abierto del 22 de mayo de 1810. Con la disolución de la Central había caducado el gobierno soberano de
España y se producía de acuerdo a la tradición española la reversión de los derechos de la soberanía al
pueblo, y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo gobierno. Pero el nuevo criollo, lejos de proclamar
la independencia, prestó solemne juramento de mantener íntegros los derechos de Su Majestad el Rey
Fernando.
El 6 de septiembre de 1810 Castelli es nombrado representarte de la Junta en la expedición libertadora en
el Alto Perú. Su pretensión -reafirmada en cada documento emitido desde ese cargo- de continuar
manteniéndose dentro de los límites de la legitimidad monárquica, no oculta, asimismo, su convicción de
que ando Vil no volverá jamás a reinar, y de que España está irremediablemente perdida. Muestra que, la
preocupación de los revolucionarios, conscientes de la divergencia entre ellos y las autoridades coloniales,
se dirige hacia la urgente pregunta de quién decidirá la suerte de América.
Instalación del nuevo gobierno constituye igualmente para Castelli mucho más un cambio de personas. Es
el inicio del reino de la naturaleza y de la razón frente al despotismo de las autoridades coloniales. Los
antiguos súbditos americanos se convierten ahora en ciudadanos de las legiones de la patria y la guerra
hasta el exterminio de los tiranos según Castelli.
Pero no es la vehemencia de las proclamas de Castelli, con el llamado a guerra a muerte contra el
enemigo, lo que más inquieta a las autoridades españolas, después de todo las de éstos últimos no eran
menos vehementes, sino que el contenido de su programa revolucionario con la política filo indigenista
propuesta por Castelli amenaza el estatuto sólidamente arraigado de las castas altoperuanas.
La liberación indígena es sin lugar a dudas un arma de guerra necesaria para un ejército que requiere
hombres y recursos, asimismo -y esto es lo que nos interesa subrayar aquí- forma parte de la concepción
de la revolución de los morenistas. En las Instrucciones secretas redactadas por Moreno para la
Expedición al Alto Perú se establece que debe levantarse a la indiada.
Castelli introduce, la noción de derecho natural, según la cual debe distinguirse el derecho de la ley que lo
expresa. Lo primero es el derecho que coloca en un pie de igualdad a todos los hombres que tienen

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alguna reivindicación para formular. El derecho es así la expresión de las disposiciones tecnológicas
con las cuales la naturaleza ha dotado a todos los hombres por igual.
En esta concepción se fundamenta la proclamación del fin de la servidumbre gena realizada por Castelli el
25 de mayo de 1811 frente a las ruinas de Tiahuanaco. Lo establece así la libre elección de los caciques
por sus comunidades y la eliminación de los privilegios de propiedad o de sangre de que gozaban estos
jefes. Asimismo, ordena la realización de elecciones libres en cada parroquia de indios, a fin de designar
un diputado para el congreso general de las provincias del antiguo virreinato. Castelli afirma “Amo a todo
americano”.
NOCIÓN DE REVOLUCIÓN DE CASTELLI
La noción de revolución en Castelli se organiza en torno I concepto ideal de derecho. Esto es lo que
explica ese idealismo republicano tiene su correlato en el comportamiento humanista del representante. En
el proceso que se le siguió por su conducta pública y militar desde que fue nombrado representante, son
reiterados los testimonios donde se señala el trato y cariñoso dispensado con ése a los indios. A esto se
suman las represivas ordenadas por Castelli no sólo contra los opositores españoles, igualmente contra
los sospechosos, no es difícil imaginar los temores despertados en las elites criollas y peninsulares. Por
cierto, y retomando los términos de Tulio Halperin Donghi, el Alto Perú no sabía si había sido liberado o
conquistado por las tropas porteñas.

MONTEAGUDO Y EL DERECHO A LA INDEPENDENCIA


Tres revolucionarios que constituyen nuestro objeto de estudio, Monteagudo fue el único que sobrevivió a
la Revolución de Mayo; aunque encontró la muerte unos años después en Lima. En 1823 redacta una
memoria sobre los principios que siguió en la administración del Perú, a donde llegó junto al ejército
libertador de San Martín. En ella nos aporta interesantes reflexiones su acción pasada en el Río de la
Plata.
Escribe al respecto “ser patriota, sin ser frenético por la democracia era para mí una contradicción, y
este era mi texto”
En su Memoria se ve en la necesidad de manifestar su pasada adhesión a los principios democráticos es
porque al escribirla debe apartarse de ellos y encaminarse en una línea moderada. Pero el abandono de
los principiosdemocráticos surge en él como consecuencia de la conducta observada tanto en las clases
bajas como en las altas. Así señala que
“La virtud y el mérito sólo servían para atraer los rayos del despotismo sobre las cabezas más
ilustres”
El pueblo tampoco comprende-según Monteagudo- que todas las condiciones son iguales sólo ante la ley.
Esta es una restricción que no alcanzan a entender los que al oír proclamar la libertad y la igualdad creen
que la obediencia ha cesado. Otros términos, Monteagudo previene sobre el peligro de una igualdad social
impuesta por el número y robustez de los sometidos.
Considerarse, en los inicios de la Revolución, un apasionado por la democracia, Monteagudo coincide con
la acusación de jacobino que sus adversarios le lanzaron la Gaceta. En efecto, el modelo terrorista de la
Revolución Francesa es utilizado por Pasos Kanki tanto para identificar a la política de Moreno, como
prevenir sobre la propaganda que Monteagudo y Los miembros de la Sociedad patriótica despliegan desde
1811. Se puede ver que el Monteagudo de 1812 y el de 1823 estaban más cerca de lo que la propia
imagen y las acusaciones parecían poner en evidencia. En marzo los morenistas crean el primer club
político. La oposición sistemática al Gobierno moderado de Saavedra desencadena las jornadas del 5 y el
6 de abril en donde son expulsados de la Junta grande los seguidores de Moreno que aún permanecían en
ella.
En enero de 1812 resurge él club Tenista con el nombre de la Sociedad Patriótica. Monteagudo se
convertirá en su principal portavoz. Una enumeración negativa de los males y conflictos que sobrevinieron
a la de Moreno, Monteagudo busca valorar el rol desempeñado por el secretario durante el periodo en que
dirigió la revolución. Saavedra es designado el mayor responsable de los desastres sobrevenidos a la
muerte de Moreno. Junto a las responsabilidades personalizadas, Monteagudo advierte que el problema
de la inacción revolucionaria reconoce razones más profundas.
“La gratitud se resiente del olvido o que se ha condenado la memoria de Moreno”.
Tiene desde esta visión de la Revolución, el objetivo de indicar un camino para el conjunto de las
tendencias que participan en la Revolución. Porque la Revolución, aunque producto de los conflictos
europeos; forma parte de un proceso revolucionario mundial que la Revolución de la Independencia
norteamericana había inaugurado.
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La legitimidad de la Revolución surge así de su inscripción en la Revolución del globo, pero igualmente de
ella misma, de la Justicia de los derechos que reclama. Dentro de estos derechos el primero que debe
ser recuperado es el de la independencia. Moreno fue el primer revolucionario en fundamentar en la
Gaceta de 1810 el derecho a la emancipación de las Provincias del Río de la Plata.
A un año y medio de la Revolución, y a pesar de la reacción saavedristas y de la pérdida del Alto Perú, la
voluntad independentista parece haberse afianzado en sector de la elite revolucionaria. Monteagudo
escribe al respecto:
“Que cosa tan extraña dar título de ciudadano en nombre del rey. Oh máscara tan inútil como
odiosa a los hombres libres”
Sostendrá la necesidad de plasmar la independencia en un acto jurídico que la legitime, rompiendo así con
el discurso cubierto de la legitimidad monárquica que sostenían Moreno y Castelli. ¿Cómo borda esta
cuestión? La declaración de la Independencia debe ser para él previo a la organización de un nuevo
sistema político. Un derecho natural preexistente. Lo que le interesa resolver, por lo tanto, a Monteagudo,
es si conviene declarar que los pueblos están en la justa posesión de sus derechos.
La Revolución es así, ante todo, una revolución por la independencia. Pero, esta idea no debería
conducirnos a suponer, -como generalmente se hizo- que se trata de declarar la Independencia de lo que
ya empezaba a ser una nación. La crítica que realiza Monteagudo a la política de la Junta nos revela que
detrás de los principios, la realidad sobre la cual se gestado el movimiento de independencia era más
compleja, pues -según Monteagudo— una de las causas fundamentales de los fracasos de la primera
Junta debió justamente a que en lugar de un plan de conciliación con las provincias adoptó uno de
conquista. Así, la Junta no debió pedir la adhesión de las provincias, bayonetas en mano, sino proponer
un régimen confederado, puesto todos los pueblos tenían iguales derechos.
La ilustración es para Monteagudo el garante de la felicidad del nuevo sistema, al igual que Moreno,
Monteagudo insiste en la necesidad de hacer con hechos y no con palabras la revolución.
El 8 de octubre de 1812 el ejército decide finalmente derrocar el gobierno y crear un Triunvirato afín para
retomar la línea revolucionaria impulsada por la Sociedad Patriótica. Este cambio se vio posibilitado por la
aparición de un nuevo actor político: la logia, organización política-militar de carácter secreto. Esta contó
con el apoyo de la Sociedad Patriótica para derrocar al gobierno. Así, la conjunción de esfuerzos entre
ambos grupos reencauza la Revolución dentro de la tradición morenista.
La Asamblea del año XIII significa, en parte, el triunfo de la línea revolucionaria, debido a que en la fórmula
de su juramento queda excluida la fidelidad a Fernando VIII. La Asamblea decreta la libertad de prensa; la
libertad de vientre: la extinción del tributo, la mita, el yanaconazgo y el servicio personal; la supresión de
los títulos y signos de nobleza: y la eliminación de los mayorazgos, pero ni la independencia es declarada
ni ninguno de los proyectos de constitución presentados serán aprobados por los diputados.
Esto debe sumarse el hecho de que San Martín, quién se mantiene más cerca de los objetivos originarios
de la Logia, se aleja de Alvear, que ve a la organización como un instrumento político destinado, más que
extender la Revolución, a consolidar sus posiciones dentro de los límites impuestos por la nueva coyuntura
internacional. Alvear desplazará finalmente a su antiguo compañero de armas y se convertirá en el jefe de
la Logia.
Monteagudo decide acompañar esta política de concentración del poder en una sola persona, lo que lo
obligara al exilio luego de la caída de Alvear en 1815.
Avances anti napoleónicos en Europa habían terminado por cuestionar cada vez más la ideología
revolucionaria y republicana de la Logia y la sociedad Patriótica, obligándolos a tomar el camino de la
moderación, si a esto suman los permanentes conflictos con el Litoral, se puede comprender porqué
produce ese estrechamiento de objetivos que lleva a muchos miembros de la a considerar que la
supervivencia de la Revolución dependía de la conservación del poder en manos de un grupo reducido.
La cuestión de la participación política reaparece cuando se discute el otorgamiento de los derechos de
ciudadanía. Esta cuestión es abordada por Monteagudo en relación con el problema de la igualdad.
Veamos entonces, meramente, cuál su concepción de la igualdad. Siguiendo la línea del pensamiento de
Moreno y Castelli, el portavoz de la Sociedad Patriótica proclama la supremacía del mérito y de la virtud
por sobre el falso brillo de una cuna soberbia. Los primeros beneficiarios de la promulgación de la igualdad
de derechos en América deberán ser obviamente los propios criollos. En efecto, en el diccionario del
gabinete español -afirma Monteagudo- pasaban por sinónimos las de esclavo y americano.
Los segundos favorecidos serán los indígenas. La reivindicación de los derechos de los indios no nos
sorprende aquí si recordamos que Monteagudo fue el secretario de Castelli y su firma se encuentra en la
copia la declaración de Tiahuanaco. Monteagudo afirma que no puede confundirse la igualdad con su
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abuso, para luego establecer que el magistrado y el súbdito son iguales en sus derechos, pero el segundo
debe obediencia al primero. Monteagudo advierte, con la utilización del modelo de la Revolución Francesa,
sobre los peligros de la democratización de los sectores populares. La generalización de la ilustración en
todas las clases es lo que condujo -afirma- a la multiplicación de sectas y partidos que pasando de un
extremo al otro.
Esta idea lleva a Monteagudo a excluir de los derechos de ciudadanía a los que están bajo el dominio de
otro, así como a los que no acrediten saber leer y escribir; aunque los extiende a los labradores de la
campaña. Igualmente se establece una clasificación entre el sufragio personal, otorgado a los que poseen
propiedad o renta, y el sufragio representativo, conferido a los que no gozan de ellas.

Piccoti. EL NEGRO EN LA ARGENTINA: PRESENCIA Y NEGACIÓN. CAP:


UTILIZACIÓN DE MANO DE OBRA ESCLAVA EN ÁREAS MINERAS Y
SUBSIDIARIAS. 

A lo largo de este trabajo se ha buscado recrear, en una línea de tiempo, la inserción del trabajador
esclavo en las zonas mineras y en sus áreas de influencia. 
Buenos Aires fue una ciudad puerto para el arribo y venta ilegal de esclavos. El contrabando fue moneda
corriente. En el siglo XVIII el puerto fue habilitado para el comercio de esclavos a partir de la firma del
Tratado de Asiento con la Real Compañía de Guinea. El status económico y geopolítico de la ciudad
cambió al ser capital del nuevo Virreinato creado. Buenos Aires mantuvo, durante el siglo XVII, vínculos
comerciales con Lima, esto es por la alta capacidad de consumo del centro minero de Potosí (principal
destino de las mercancías y esclavos ingresados en Bs As) y por las demandas de las ciudades a
lo largo de la ruta del Alto Perú. 
En las actividades mineras predominaban los trabajadores indígenas. Los esclavos también trabajan allí y
además en las “actividades agrarias” en zonas que vendían excedentes agrícolas a poblaciones
imposibilitadas de proveerse su proprio sustento, como Potosí. 
El problema metodológico es la imposibilidad de medir la actividad comercial ilícita, por lo que este trabajo
se basa en información de cronistas y viajeros. 
Algunos aspectos de la utilización de mano de obra esclava en la minería 
Las actividades propias de la minería estaban a cargo de trabajadores indígenas, pero los abusos a los
que fueron sometidos los mitayos y la disminución constante de su población llevaron algunos funcionarios
reales a buscar formas para atenuar el trabajo forzado, y la propuesta más recurrente fue la utilización de
esclavos. Pero estos contaban con dos desventajas: alto costo y poca resistencia a climas fríos (iban a las
minas de oro que estaban más cerca del nivel del mar). Fuera de las minas de oro en las zonas tropicales
el rol del esclavo fue escaso. 
En 1587 un Comité de Indias y del Comercio llegó a la conclusión que los esclavos negros podían ser
utilizados en las minas peruanas. Quedaba por solucionar el problema del costo, y por ello se siguió
prefiriendo el trabajo nativo.  
Para la Corona la trata era un punto débil, ya que no podía competir con extranjeros. Pero si bien el trabajo
esclavo era antieconómico, era requerido en labores mineras como solución parcial ante la falta de mano
de obra.  
Además, trabajaban en la supervisión de cuadrillas de trabajo y en labores dependientes de la minería,
como los ingenios, trabajos en la Casa de moneda, transporte de contrabando y fundiciones. Pero no
debemos olvidar que las grandes fortunas originadas por la minería permitieron la compra de importante
cantidad de esclavos para el servicio personal, ocurriendo lo mismo en Iglesias y Monasterios. Además de
estas dos actividades principales, también se usaron para servicio personal, en el servicio público, en la
milicia, en la pesca o navegación. En las zonas rurales circundantes de las áreas mineras el trabajo
esclavo estuvo presente debido a la migración indígena que la mita provocaba. 
Producción agrícola y trabajo esclavo. Una alternativa ante la escasez de mano de obra indígena. 
La utilización de esclavos dependió de los altibajos en la capacidad de trabajo de la mano de obra
indígena. Cuando el sistema de producción minero absorbió muchos trabajadores nativos, dejando sin
trabajadores para los campos, el esclavo fue la alternativa. Pero los precios de los esclavos eran
inaccesibles para los productores agropecuarios, ya que la Corona no subsidió su compra. A falta de
factorías españolas en África, los comerciantes proponían la compra de esclavos en Brasil para llevarlos

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hasta Montevideo y luego Buenos Aires, y desde allí enviarlos por ruta terrestre hasta Lima. Los esclavos
debían ser marcados al momento del desembarco para identificarlos como legales. 
Comercio e internación de esclavos. La ruta de Buenos Aires - Potosí. 
La imposibilidad de ejercer un control exhaustivo sobre el puerto de Buenos Aires propició un aumento de
las transacciones ilegales. La introducción de esclavos era más rápida y menos costosa si se los
ingresaba por Bs. As. Que si se ingresaba por Cartagena. Los comerciantes monopolistas limeños
presionaron para que el puerto de Bs As. Se cierre y se dependiera de Lima para la compra de esclavos.
Una Real Cédula en 102, concedió al puerto de Bs As. Un permiso para exportar al Brasil y costa Guinea
una concesión anual de esclavos, pero prohibió el ingreso de esclavos y mercaderías extranjeras. Más allá
de esto, las cédulas de prohibición de comercio fueron constantemente desobedecidas. En el siglo XVII el
70% del comercio por el Río de la Plata fue contrabando, y una pequeña élite comercial se fue afianzando
en Buenos Aires. 
La Aduana de Córdoba instalada en 1621 pretendió ser un obstáculo para la introducción de esclavos, con
un impuesto de 50%, provocando un corte virtual de la ruta Bs. As.- Potosí. Para mantener el sistema
monopolista ya caduco, los navíos llegados a Bs As. Debían tener una licencia real, y se prohibió el
comercio entre la capital, las provincias interiores y el Perú. Más allá de los permisos, el Asiento fue el
instrumento más efectivo para el abastecimiento de esclavos. Estos eran firmados con compañías
extranjeras para la introducción de esclavos al Río de la Plata. A fines de siglo XVII la Corona firmó
contratos de asientos con compañías extranjeras, principalmente holandés. La normativa vigente permitió
convertir parte del comercio esclavo legal, a partir de las almonedas de esclavos decomisados, que se
subastaban en almonedas públicas. Así se legalizaba los llamados “negros de mala entrada”. 
Además, estaban los esclavos “manifestados”, donde los vecinos poseedores de esclavos
clandestinamente manifestaban de forma voluntaria su tenencia y así, pagando a la Real Hacienda su
valor, obtenían la posesión definitiva y legal de los mismos. 
Podemos decir entonces que los esfuerzos de la Casa de Contratación y de los comerciantes limeños, la
ruta continental de distribución de esclavos, que unía el Alto Perú con el Atlántico se consolidó durante la
segunda mitad del siglo XVII. La constante demanda de esclavos hacía redituable a comercialización de
éstos. Los Tratados de Asientos firmados con Francia y con Inglaterra permitieron asegurar a la Corona
española la provisión de mano de obra esclava para todos sus territorios americanos. Sin embargo, el
contrabando no dejó nunca de practicarse. Terminado el período de los asientos, la Corona pretendió
hacerse cargo de la trata.  
Hacia fines del siglo XVIII los Borbones promovieron y facilitaron la trata liberando precios y rebajando
impuestos a fin de equiparar a España con aquellas otras naciones dueñas de los beneficios que ese
comercio producía. Así el tráfico se liberalizó y fue ejercido por particulares. La implementación de estas
medidas favorables hizo más factible el tráfico, implicando una mayor producción agrícola-ganadera
puesto que los frutos del país reemplazaron poco a poco a la plata como forma de pago de los
cargamentos de esclavos desembarcados en Bs As.  
En 183, se dio un “boom” en las rutas de internación, en parte, por la apertura del puerto de Bs As, para el
comercio español; situación agravada, como en el resto de América hispánica, por la imposibilidad de
comerciar que la guerra con Inglaterra había traído aparejada. En 1791, la Corona otorgó una prórroga al
Reglamento de libre comercio, por lo que los valores comercializados continúan sin mayor cambio hasta
fines de siglo XVIII. 
Conclusiones 
El modo de producción esclavista no fue primordial en las zonas mineras y agrícolas del Alto Perú, como
tampoco lo fue en el Río de la Plata. Más allá de esto, la presencia africana se dio en todo tipo de
labor, como respuesta a la destrucción física de la población nativa que forzó a los españoles a buscar
fuentes alternativas de mano de obra. 
El sistema fluvial del Río de la Plata abrió un camino seguro para el contrabando de mercaderías y
esclavos, dejando salir a su vez importantes cantidades de plata del Alto Perú, en perjuicio de la Real
Hacienda. Potosí no fue la única productora de plata, hubo otras, pero la documentación en Buenos Aires
la menciona casi siempre como receptora principal de los esclavos comercializados. 

Marta Beatriz Goldberg. LAS MUJERES AFRICANAS EN EL RÍO DE LA PLATA:


ORGANIZACIÓN COMUNITARIA Y CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO
CULTURAL 
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A mediados del siglo XIX las esclavas africanas presidieron organizaciones comunitarias africanas,
primeras sociedades mutuales étnicas del actual territorio argentino. Las Naciones Africanas tuvieron
funciones de ayuda económica a los de su etnia: para que pudieran comprar su libertad o la de sus
familiares; para recibir atención médica cuando estaban enfermos; para gastos fúnebres; y para organizar
fiestas y ceremonias con funciones de culto y lúdicas. 
Las afroargentinas eran las mujeres más marginales de la sociedad y posiblemente por eso presidieron las
sociedades afroargentinas. 
Por qué se trajeron mujeres esclavas africanas 
Los primeros africanos en el Río de la Plata eran varones. Surgió la “zamboizacion” (la mezcla
afroamericana), como producto de la violencia, los bajos instintos y la lujuria desenfrenada de los
africanos, por eso consideraron necesario traer mujeres africanas para casarlos con ellas bajo la religión
católica y satisfacer la “sexualidad desenfrenada” y “fijarlos a las tierras”. Pero generalmente las esclavas
pasaron a satisfacer los instintos sexuales de sus amos y de los varones de la familia, dando origen a la
población mulata. Ellas se beneficiaban con esto obteniendo un mejor trato. 
Su importancia en el conjunto de la población africana de Buenos Aires 
Las mujeres africanas llegaron a fines de siglo XVIII, cumpliendo actividades domésticas o fuera de este
ámbito. La población africana creció a fines de este siglo. Pero la utilización de varones africanos entre los
13 y 60 años en los ejércitos libertadores y en los batallones y milicias, produjo una significativa
disminución del grupo masculino. En 1827 había 50 hombres africanos cada 100 mujeres africanas. 
Las mujeres en las organizaciones comunitarias africanas 
Esta situación llevó a las mujeres a ocupar cargos directicos en las Naciones (asociaciones comunitarias
africanas, donde africanos y afrodescendientes se reunían según sus lugares de origen o “naciones”
-Congo, Angola, etc.). Las “naciones” se ubicaban en barrios periféricos, llamados popularmente “el
Tambor” y “el Mondongo”, lugar de los “Candombes” (música, bailes y fiesta). 
A partir de 1840 las Naciones perdieron momentáneamente muchos de sus hombres por las guerras y
permitió a las mujeres asumir el control y preservar el patrimonio económico y cultural. Al regresar de la
guerra, en 1852, los hombres se encontraron a sus Naciones gobernadas por mujeres. Recurrieron a la
policía e intentaron reinstalar sus privilegios. 
Hablando de inclusión de género, las Sociedades y Naciones Africanas fueron una excepción, ya que las
negras gozaron de mucho mayor espacio en su grupo que del que disponían las blancas en el suyo. Fue
original que en 1855 criticaron el criterio de legitimidad del poder, diciendo que con ser hombre no bastaba
para tener derecho a mandar, sino que era necesario aportar trabajo y servicio. Además, enunciaron la
pretensión democrática de la validez de la mayoría, donde no había razón para que manden los hombres
porque eran minoría. 
A partir de la abolición de la esclavitud (1860), las asociaciones dejaron de ser mixtas a partir de la
exclusión femenina, para adaptarse a las formas asociativas blancas. Las afroargentinas crearon sus
propias asociaciones que se reunían por separado. Esto fue criticado dentro de la comunidad
afroamericana, que quería amoldarse a los cánones de la sociedad blanca. 
En la década de 1860 comienza la extinción de los “Candombes” en forma pública, y a fines del siglo XIX y
comienzos del XX, nacieron las academias de baile para blancos pobres y negros. Allí nació la milonga y
luego el tango. 

PARTE ECONÓMICA
José Carlos Chiaramonte. Mercaderes del Litoral
La cuestión regional en el proceso de gestación del estado nacional argentino

Hasta la caída de Rosas en 1852 la organización estatal quedó reducida al mínimo y la nación continuó
constituyendo un enigmático proyecto. El rasgo más decisivo de la estructura social rioplatense en lo que
respecta al problema nacional fue la inexistencia de una clase social dirigente de amplitud nacional.
Chiaramonte se dispone a hacer un examen de la cuestión regional en Argentina como cuestión nacional,
concentrándose en la estructura social de cada período y región. Se interesa en las relaciones sociales y
sus transformaciones para dar cuenta de los conflictos regionales.
La cuestión regional siempre fue considerada como los obstáculos que se interpusieron a la organización
nacional. Así habría fuerzas nacionales y fuerzas antinacionales. Esto es difícil de comprobar. Mejor sería
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analizar las tendencias nacionales y las opuestas que se gestaban al mismo tiempo y frecuentemente en
unos mismos grupos sociales.
La cuestión regional como cuestión nacional será la historia de un largo proceso en el que las fuerzas
contrapuestas, provinciales, deberán cambiar para que surjan las posibilidades de negociación, de
compromiso, que den lugar a la nación.
La región provincia
Luego del vacío de poder que significó la caída de la monarquía española, se produce una fragmentación
y la unidad sociopolítica de mayor vigencia en el período era la provincia. La provincia es la dimensión más
sólida de lo que podemos llamar región en la primera mitad del siglo XIX. Provincia-región solo en la
medida que consideremos la existencia de un espacio mayor que las engloba, de un lazo (aunque sea
muy débil) que continuaron manteniendo las provincias que formaron la República Argentina.
Chiaramonte se hace 2 preguntas: ¿Por qué la atomización en provincias? Porque estas fueron las únicas
que lograron afirmar condiciones para continuar los procesos productivos y comerciales, las únicas
capaces de establecer un rudimento de organización social para mantener el orden. ¿En qué consiste la
provincia? En una ciudad y el área rural cercana que domina. Una ciudad de cierta importancia por su
pasado colonial como centro comercial y/o político, con suficiencia para afrontar una administración. Una
explicación de la atomización podría estar relacionada con que durante el virreinato no había relaciones
continuas entre las ciudades separadas por las distancias, la diversidad económica y otros factores. Pero
el desarrollo de la historia social y económica argentina ha demostrado que había fuertes y perdurables
flujos comerciales que unían con mayor intensidad de lo que se creyó tradicionalmente. Pese a todo, el
espíritu localista fue una realidad. Se requiere una explicación que explique la disgregación sin prejuicio de
los vínculos comerciales que siguieron desarrollándose.
Otra pregunta que se hace es ¿Por qué la no desaparición de todo tipo de vínculo entre las provincias? La
va a responder a lo largo del desarrollo.
Particularismo provincial y dominio del capital comercial
Hay un dominio del sector mercantil sobre la vida económica colonial. El capital comercial es el que
financia y moviliza las producciones requeridas por el tráfico interregional y coloca las mercancías que
recibe de otras regiones o de la metrópoli. El centro de esta red de funciones lo constituye la ciudad
(mercado para el intercambio, mercado para las producciones rurales, mercado de crédito). Los grupos
mercantiles (fuese por cuenta propia o por sus comitentes del centro mayor, Buenos Aires para el interior y
España para los porteños) eran los que poseían liquidez.
Este dominio del capital comercial sobre la producción generará pautas características que ayudaran a
afirmar el particularismo regional. Hay una preeminencia económica y social de las burguesías mercantiles
de los centros urbanos frente a los productores rurales o urbanos y una tendencia de los mismos hacia la
autonomía política local. En la relación mercader-productor se ve un intercambio no equivalente que refleja
l posición ventajosa del comerciante que conoce las condiciones del mercado y que posee la capacidad de
financiar al productor (este no puede obtener financiamiento de otra forma, por las distancias y las
dificultades de comunicación). Esta relación ciudad-campo es propia del corporativismo comercial.
Mientras tanto va a crecer el peso de la gran propiedad pecuaria que va a terminar generando una
transformación de esta situación.
Ojo: la presencia de los mercaderes ingleses es una crisis de los mercaderes tradicionales hispanos y
criollos, pero NO una crisis del sector mercantil.
Las economías provinciales
Luego de la independencia asistimos a la pérdida de significación de cierto ordenamiento regional y a uno
nuevo orientado hacia el mercado exterior (Pacífico, Bolivia y Perú, Uruguay y Brasil).
Luego de la guerra de independencia y de las luchas civiles que la acompañan o prolongan las provincias
litorales padecen los graves efectos de aquellos conflictos. Santa Fe y Entre Ríos se encuentran con su
producción ganadera dramáticamente disminuida y con su comercio debilitado y sin perspectivas.
Corrientes que ha sufrido similares efectos en la ganadería intenta apoyar las distintas producciones
mercantiles de su diversificado triangulo noroeste donde la ganadería mayor y menor alternan con el
algodón, maíz y caña, tabaco, frutales y en la producción de maderas de construcción y algunas industrias
urbanas como la de cueros curtidos y la naval. Bs. As vive la conjunción de los sectores comercial y
ganadero en una notable expansión pecuaria que sirve tanto al mercado externo como al consumo local
de carne. En cuanto al interior las consecuencias del proceso de la independencia son menores. Si bien la
guerra aisló al interior, que había funcionado como intermediario mercantil entre Bs. As y el alto Perú y
Chile, desde 1817 la liberación de Chile le abre nuevamente el acceso al mercado trasandino. La
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recuperación se da también pero más limitada en el Norte. La estimula la independencia del alto Perú,
transformado en la república de Bolivia (1825), aunque se trate de un mercado muy disminuido y que se
provee de productos internacionales a través del Pacifico. En las provincias de Córdoba, Santiago del
Estero y Tucumán, la ganadería se extendió y en Tucumán, deja de orientarse exclusivamente al mercado
local. Además la cría de ganado para el tráfico hacia Chile se expande en estas provincias así como en los
llanos de La Rioja. Pero el interior sobrevive por soluciones económicas efímeras y va a ser incapaz de
incorporarse de modo estable a la nueva economía marcada por la relación más íntima con las metrópolis
industriales y financieras de Europa.
Corrientes tiene una historia económica y social particular. Corrientes siguió conservando el predominio
del triangulo noroeste caracterizado por una cierta diversificación productiva. El grupo social dominante
consistía en una fusión de mercaderes y productores mercantiles diversos. Hacia el final del período el sur
correntino participará, junto a la ganadería de Santa Fe, Entre Ríos y Uruguay, en la creciente vinculación
a la economía ganadera de Río Grande do Sul.
Así tenemos el área interior (Córdoba, Santiago, Tucumán) orientada hacia el litoral atlántico y el Pacífico.
El área del norte se inclina hacia el mercado peruano, aunque también se vincula con Chile. Y el área
andina (Mendoza, San Juan, Catamarca, La Rioja y las zonas de San Luis, Córdoba y Santiago que
producen ganado para Chile, se vuelcan al mercado chileno. El renacimiento de la producción minera
chilena en 1831 genera una cierta prosperidad y un desarrollo de la agricultura de Chile, repercute sobre
las provincias andinas argentinas. No solo se exporta, también se importan de allí los productos
ultramarinos que consumen, pese a los intentos de Bs. As. Para impedirlo. Este retorno de la prosperidad
en el interior a través de tendencias centrífugas agrava la incertidumbre sobre la posible unidad nacional
por la disgregación en su base económica.
El capital comercial en la expansión ganadera
Entonces, ¿cuál es el fundamento de los estados provinciales? Ya se habló del binomio ciudad-campaña
que funda su existencia. Detrás de él encontramos una estructura económica caracterizada por un
conjunto de poblaciones que viven en una economía de subsistencia con eventuales accesos al mercado a
través de un sector mercantil dominante, en el cual se irá destacando la producción pecuaria para el
mercado externo. De allí que el papel primordial de la ciudad pueda verse debilitado por el ascenso de la
campaña.
El proceso puede ser descrito en parte como el ascenso de los productores frente a los comercializadores.
¿Estamos ante un capitalismo agrario que ha subordinado al sector comercial? No, el dominio del capital
comercial es herencia del pasado colonial en el que era intermediario entre las colonias y la metrópolis.
Ahora, en una nueva forma de dominación económica externa, de dependencia, el papel del capital
comercial se prolonga con la paulatina y débil incorporación al mercado mundial. En la segunda mitad del
siglo, sí ocurre que a propiedad de la tierra es el rasgo fundamental de la clase dirigente. Durante la
primera mitad, estamos en un momento intermedio: predominio del sector mercantil y desarrollo de las
actividades pecuarias.
La cuestión de Bs. As
Pese a todo, las tendencias de unidad nacional no dejaron de existir y un mínimo lazo formal (la
delegación de las relaciones con el exterior en Bs. As.) expresaba el papel particular de aquella provincia.
La cuestión Bs. As. Permite acceder al nudo de la cuestión nacional. Bs. As. Es un mal inevitable que es
preciso controlar, porque tiene la aduana. Ésta es la fuente por excelencia de recursos de la provincia y,
por lo tanto, del posible estado nacional. El monopolio de esos ingresos por una de las provincias le daba
ventajas para imponer sus intereses por la fuerza.
Además, la economía pecuaria bonaerense (y Santa Fe y Entre Ríos) propugnaba por el librecambio en
cuanto favorecía el intercambio con el exterior y posibilitaba reducir los costos de la explotación ganadera
por sus efectos sobre el consumo de la población, efecto que conducía a reducir tensiones sociales que
tendían a emerger de la población urbana. Por el contrario, las provincias del interior o en el litoral la de
Corrientes eran acérrimas proteccionistas en defensa de sus producciones agrícolas y artesanales, tanto
por lo que las mercancías extranjeras pudieran afectar los mercados locales, o porque la competencia del
exterior podía comprimir o vedar el mercado del litoral para sus mercancías.
El problema de la aduana era aún más complejo, la nacionalización de la aduana de Bs. As. No solo
encontraba la resistencia de esta provincia, también había obstáculos para conciliar los intereses
particularistas provinciales, cuyas producciones y comercio competían entre sí. La nacionalización de la
aduana no podía ser una simple medida administrativa, solo podía resultar de la nacionalización de la
economía argentina, esto es, de la formación de un mercado nacional.

27
Una segunda tendencia era la que derivaba del progresivo acceso al mercado mundial. En tales
condiciones abiertas por el librecambio posterior a la independencia, la expansión de la producción
ganadera a todas las áreas en las que existían condiciones de rentabilidad llevó consigo la necesidad y
posibilidad de un contacto sin restricciones con el mercado externo por parte de provincias como las del
litoral, Córdoba y aun otras del interior. Para estas provincias, Bs. As era la fuente de perjuicios a la vez
que imprescindible en la integración a la economía mundial.
El particularismo provincial
Pese a que al promediar el siglo, una economía progresivamente orientada al mercado exterior bosqueja
las regiones que caracterizarán al futuro del país, no podemos hablar de la existencia de un mercado
nacional, pero tampoco de un mercado regional. Estas presuntas regiones son más bien conjuntos
escindidos por las divisiones provinciales (divisiones administrativas, rentísticas, mercantiles, militares).
La presencia de la gran propiedad trastorna expresiones políticas tradicionales. El caso de Corrientes sirve
para ilustrar esta afirmación. Allí hay un relativamente organizado aparato estatal, con una temprana
formulación constitucional, con un régimen representativo funcionante, con una organización rentística,
administrativa y militar más eficiente que lo que es común en el período y con gobernadores que se
suceden en el poder según normas constitucionales. Su máxima figura política, Pedro Ferré, difiere de los
caudillos de la época por su inserción en un estado provincial mejor controlado por la elite dirigente.
Corrientes enfrentó la política de Rosas con una irritante demanda de proteccionismo económica y de
urgente unificación nacional, e intentó organizar tras su liderazgo a las provincias del litoral y del interior.
Finalmente, derrotada, hubo de resignarse a suscribir el Pacto Federal que dilataba indefinidamente la
organización nacional.
La relación nueva y contradictoria entre los grupos mercantiles y el crecimiento de la importancia de la
propiedad rural, se refleja en la imposibilidad de hacer funcionar regímenes representativos en las
provincias por parte de las elites mercantiles, ante el poder personal de los caudillos.
Lo que no existe al filo de la caída de Rosas es una clase social dirigente que pueda llamarse nacional. Lo
que existe son grupos dominantes locales, burguesías mercantiles o mercantil/rurales que controlan la
producción y comercios locales, en las que los lazos de parentesco predominan en la constitución de las
empresas y cuyo espíritu particularista predomina.
Las dificultades están en el tipo de estructura económica y social que no generaba más vínculos
económicos entre las provincias que los de la circulación mercantil. Las configuraciones regionales
tuvieron alguna proyección en las luchas sociales y políticas del período, pero la Liga del Interior era una
unión transitoria solo para oponerse militarmente a Bs. As., mientras que la Liga del Litoral, si bien tenía
reivindicaciones regionales más definidas, no perduró lo suficiente.
En Bs. As. La tendencia más notoria de la clase mercantil-estanciera no es hacia la unificación nacional,
sino hacia la preservación del status quo: una mínima vinculación con las provincias que permita el
mantenimiento de los lazos económicos y una mayor fuerza en las negociaciones con el exterior; todo esto
sin perder el control de la navegación de los ríos y del comercio exterior a través de la aduana. Tenderá a
obstruir toda política de organización nacional que implique el sacrificio de esos intereses particularistas.
Por todo esto, la Provincia de Bs. As. (por su puerto y por sus características culturales y políticas) fue
motivo de discordia para el resto de las provincias, pero fue también el gran factor de unión, el más firme
elemento en el que se apoyaban las tendencias nacionalistas.
La coalición del resto de las provincias (Confederación Argentina) no bastó para lograr la unificación
nacional. Serían necesarias transformaciones más profundas que se irán dando en la segunda mitad del
siglo para producir la fusión de intereses de los principales grupos provinciales. Porque, a diferencia de lo
que se suele interpretar, en el proceso de organización nacional, el triunfo no es de esa oligarquía porteña.
Lo derrotado en el 80 son esos sectores políticos, incluido el más tradicional de Bs. As. Que expresan
aquellos particularismos provinciales gestados durante el período colonial y fortalecidos durante las
primeras etapas de la vida independiente. Es decir, de aquellos grupos sociales de cada provincia, incluida
Bs. As. Que intentaron encajar sus intereses particulares en una fracasada organización nacional. Triunfa,
en medio el proceso de integración del país al mercado mundial, aquellos grupos que conciliaron sus
intereses en pos del objetivo que les permitía disfrutar de las brillantes perspectivas que les ofrecía dicha
integración. Ese mismo proceso es el que marca la cristalización de una clase social nacional.
CUADRO AL FINAL DEL RESUMEN.

DOS TEXTOS QUE TEÓRICAMENTE NO ENTRAN:

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Goldman y Ternavasio. CONSTRUIR LA REPÚBLICA: SEMÁNTICA Y DILEMAS
DE LA SOBERANÍA POPULAR EN ARGENTINA DURANTE EL SIGLO XIX 

Tres dimensiones de la soberanía estuvieron básicamente en juego en las disputas y guerras civiles que
dominaron toda la primera mitad del siglo XIX en el Río de la Plata: la primera giró en torno a quién era el
titular de la soberanía, la segunda a como de la representaba, y la tercera a cómo se la limitaba. Este
artículo está destinado a analizar estas tres dimensiones en el escenario rioplatense en las primeras
décadas posteriores a la crisis monárquica y a la revolución y concluye con una reflexión general en torno
a las redefiniciones ocurridas durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando la República Argentina logró
constituirse como tal y la soberanía popular pasó a absorber y condensar nuevos significados y sentidos.
Si, por un lado, la resolución del problema del sujeto de imputación de la soberanía con la
constitucionalización de tal sujeto en una única república, dotaría de un nuevo marco institucional a la
forma de representar y de limitar el ejercicio de esa soberanía a partir de mediados del mencionado siglo;
por el otro, la soberanía popular debía ahora responder a las nuevas demandas políticas y sociales que
reclamaba la redefinición de la “cuestión democrática”. 
El concepto de soberanía aparece a fines del siglo XVIII en Hispanoamérica. Pero a partir de la crisis
monárquica de 1808, el concepto de soberanía empezó a sufrir torciones significativas al vincularse con
vocablos como pueblo-pueblos, nación, opinión pública, estado, constitución, república, democracia,
unidad y federación, que presentaron en el Río de la Plata ciertas variables. Esta indefinición dio lugar a
disputas muy virulentas que estuvieron más asociadas a determinar dónde residía esa voz, que a definir
cómo se ejercía la misma. En la primera mitad del siglo XIX tres dimensiones de la soberanía estuvieron
en juego: quién era el titular de la soberanía, cómo se la representaba y cómo se la limitaba. 
II. La soberanía en crisis 
Con las abdicaciones de Bayona, la fórmula de fidelidad a Fernando VII y a la Junta Central como
depositaria de la soberanía del monarca presentó entre 1808 y 1810 ciertas variantes: una de ellas fue
el juntismo. La otra alternativa fue una Regencia por parte de la Infanta Carlota Joaquina de Borbón, hija
de Carlos IV y hermana de Fernando VII. El reclamo de la regencia de la infanta se reivindica por el
derecho a ejercer la soberanía, dada la imposibilidad de su hermano. Entre las autoridades coloniales fue
unánime el no reconocimiento de la infanta como regente, aduciendo que no podían reconocer una
Regencia sin violar el juramento de fidelidad realizado a Fernando VII y a la autoridad que lo representaba
en la Junta Central. El juntismo peninsular fiel a Fernando les dejaba a las autoridades coloniales un gran
poder y autonomía de gestión, que no estaban dispuestos a renunciar en favor de Carlota. Pero la
propuesta de la regencia tuvo fuertes adhesiones en los criollos rioplatenses, como Belgrano y Castelli,
que en 1810 serán líderes revolucionarios, aduciendo que el juntismo era una necesidad absoluta en
España donde faltaba el soberano, pero no ocurría lo mismo en América, donde la acefalía podría ser
cubierta por la presencia de un miembro de la familia real como regente. Además, estaban a favor de la
regencia por la gran cantidad de abusos del gobierno colonial. 
El tema se hizo aún más controvertido cuando la Junta Central lanzó su Real Orden del 22 de enero de
1809, declarando a los reinos americanos “parte esencial e integrante de la monarquía española”,
otorgándole a dichos reinos representación en ella. La Junta Central competía así con la propuesta de
Carlota tanto en lo que respecta a la definición de dónde debía recaer la soberanía y cómo y quién la
representaba. La tercera dimensión de la soberanía, la de los límites a los abusos del poder, discutida en
el marco de las reformas borbónicas fue enfatizada con la crisis monárquica. 
III. Soberanía y soberanías en disputa. 
Cuando arribó a Bs As la noticia de la disolución de la Junta Central, se dio en un contexto que hacía
pensar que la península estaba definitivamente perdida en manos de las fuerzas napoleónicas. El 22 de
mayo de 1810 se reunió en la capital del virreinato un Cabildo abierto para someter a votación la siguiente
cuestión: si se ha de reemplazar con otra autoridad la autoridad superior del virrey ¿en quién recae la
legítima soberanía? La mayoría de los asistentes apelaron a la reasunción del poder por parte de los
pueblos, pacto de sujeción, que expresa que, una vez suspendida la autoridad del monarca, el poder
volvía a sus depositarios originales. 
Así, La Junta Provisional Gubernativa sacó una circular a los pueblos del Virreinato el 27 de mayo de 1810
que manifestaba que tenían “los deseos más decididos porque los pueblos mismos recobrasen los
derechos originarios de representar el poder, autoridad y facultades del monarca”. Invocaban la
“retroversión de la soberanía”, donde ésta quedaba transitoriamente en “depósito” en la Junta hasta tanto
se reuniese la asamblea o congreso de los pueblos que decidiese sobre la suerte del conjunto. Mariano
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Moreno prefirió frente al “pacto de sujeción” el concepto de “soberanía popular” que permitía fundamentar
el derecho a la emancipación de América. Moreno acudía a las ideas de Rousseau diciendo que “un
pueblo es un pueblo antes de darse a un Rey”, dando así existencia política a la comunidad americana
independientemente de toda legitimidad exterior y caracterizaba a la soberanía como “indivisible”. Moreno
quería un pronto congreso de las provincias del Río de la Plata, constituyente, que iba a crear una
“verdadera” soberanía del “pueblo”.  
Aparecen dos tendencias: la que sostenía la existencia de una soberanía como base para la creación de
un estado-nación unitario, opuesta a la que defendía la creación de tantas soberanías como pueblos había
en el Virreinato. Así comenzaba la disputa entre “soberanía” versus “soberanías”. 
El Congreso que se reunió en Tucumán entre 1816 y 1819, imputó la soberanía de la nación, declaró la
independencia y dictó una constitución. Pero las disputas cruciales en torno a quién era el titular de la
soberanía afectó directamente a las otras dos dimensiones del problema: cómo se representaba esa
soberanía y cómo se limitaba su ejercicio. En torno a la primera, el conflicto era si se debían representar
los reclamos soberanos de los pueblos o la “soberanía popular” en cualquiera de sus variantes. 
Pero a partir de 1810 se celebraron elecciones con un sistema donde coexistía un método indirecto de
sufragio para elegir muy diversas autoridades y prácticas de ejercicio directo de la soberanía. Así, la
“soberanía del pueblo” podía entonces traducirse en dos formas de gobierno consideradas en la época
como opuestas de realización del principio: la democracia o la república. 
En cuanto a cómo limitar la soberanía, se dieron conflictos entre instituciones heredadas del orden colonial
y las nuevas instituciones creadas luego de 1810, en torno a cuáles eran las atribuciones de cada una y
cuáles tenían jurisdicción para limitar el poder de las otras. Además, se agregaba el ingreso del novedoso
principio de división de poderes. Un ejemplo de ello fue el conflicto de poderes que se dieron entre la Junta
y el Triunvirato, creado este último para concentrar el poder. 
Al definirse en 1816 el nuevo status jurídico de las Provincias Unidad, la cuestión de cómo limitar y
distribuir la soberanía anudó dos dimensiones diferentes del problema: 1. la clásica disputa entre los
“pueblos” que buscaban limitar la concentración en el poder central con sede en Bs As (que se discutió en
términos de formas federales, confederales o centralistas de gobierno) y 2. la que se dirimía en términos
funcionales en torno a reforzar el poder Ejecutivo o Legislativo. 
VI. Soberanía, repúblicas y confederación 
El carácter centralista de la constitución de 1819 llevó a la disolución del poder central en 1820 y a la
organización de Estados provinciales que conservaron para sí la totalidad de atributos soberanos,
provocando una “ausencia” del poder central. Las provincias se constituyeron en cuerpos políticos
autónomos con sus propias leyes y reglamentos, pero no dejó de existir el reconocimiento a un orden
superior al que muchas anticipaban subordinarse. En 1824, la reunión de un nuevo Congreso General
Constituyente iba a replantear con fuerza el dilema de la irresuelta cuestión de la indefinición del sujeto de
imputación de la soberanía en la oposición entre la soberanía de las provincias versus la de la nación. 
La cuestión parecía insalvable para un congreso cuyo primer acto no había sido la declaración de la
primacía de la soberanía nacional, sino la afirmación de la soberanía de las provincias. El fracaso y la
disolución del congreso en 1827 produjeron una guerra civil entre unitarios y federales, que concluyó con
el ascenso al poder en Bs As por parte de Juan Manuel de Rosas, cuyo gobierno se extendió de 1829 a
1852. En 1831 las provincias firmaron en la ciudad de Santa Fe el llamado Pacto Federal, que garantizaba
la “soberanía e independencia” de cada una de ellas. Formaron la Comisión Representativa de los
Gobiernos de las Provincias Litorales, a la cual Rosas va a oponerse y disolver a mediados de 1832, y se
va a oponer a la reunión de un congreso constituyente (los federalistas querían un congreso constituyente
para que se adopte una organización nacional con principios federales). 
V. Reflexiones finales: soberanía y república 
En 1862, la incorporación de Bs As a la Confederación luego de las reformas introducidas a la constitución
federal de 1853, transformando la unión confederal en una unidad federal, iba finalmente a cerrar el largo
ciclo de disputas en torno a la definición del titular de la soberanía. Un ciclo en que las tres cuestiones
planteadas al comienzo de este ensayo se habrían articulado a partir del protagonismo que dicha
definición asumió durante toda la primera mitad del siglo XIX. La hipótesis es que, en el marco de la crisis
monárquica y en la medida en que la urgencia requería proceder a la reconstrucción del poder soberano,
todo el debate en torno a la representación en las primeras décadas del XIX expresó prioritariamente esta
necesidad y fue asociada principalmente a la producción de legitimidad del nuevo poder y de la unidad de
la “res publica” (cosa pública). 

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La resolución, entonces, del problema sujeto de imputación de la soberanía, y la constitucionalización de
tal sujeto en una única república, dotaba de un nuevo marco institucional a la forma de representar y de
limitar el ejercicio de esa soberanía. Nociones como “representación” y “división de poderes” estuvieron
sometidas a las nuevas correlaciones de fuerzas políticas y sociales que implicó el proceso de unidad y a
la vez sometieron el ejercicio efectivo de la soberanía a nivel nacional a nuevos desafíos. 
La intensa actividad asociativa y de prensa que caracterizó a las décadas de 1850 y 1870 iba a promover
un conjunto de prácticas de movilización desde la sociedad civil en nombre del “bien común”, y donde en
el inicio raramente se expresaban las tensiones sociales. El sujeto de soberanía que surgía de estas
prácticas se identificó con el mismo cuerpo social, mientras que avanzado el siglo aquellas tensiones
comenzarían a aflorar de manera creciente. La soberanía popular pasó, pues, a absorber y condensar
nuevos significados y sentidos que, sin abandonar aquel que la erigía en el principio fundante de
legitimación republicana, debía ahora responder a las nuevas demandas políticas y sociales que
reclamaba la redefinición de la “cuestión democrática”. 

Fradklin. ¿Qué tuvo de revolucionaria la revolución de independencia?

La cuestión no es de sencilla resolución tanto por sus implicancias políticas y culturales como porque los
contemporáneos estaban convencidos que así era. Obligados a simplificar conviene concentrar la atención
en dos momentos historiográficos tras la larga primacía de un enfoque “patriótico” que había entendido la
independencia como una ruptura que suponía la emergencia de la nación. En los años 60 y 70 cobró
predicamento una visión desencantada que recuperó un tópico recurrente en la reflexión de las izquierdas
latinoamericanas: la independencia, a lo sumo, había sido un mero cambio político que dejó intactas las
estructuras económicas y sociales; por lo tanto, o directamente no hubo revolución o se trató de una
revolución inconclusa, fallida o incompleta. Al comenzar los años 90 se estaba en otro momento
historiográfico y político y bien lo ejemplifica la aceptación que tuvieron los planteos de François-Xavier
Guerra: a partir de 1808 se había abierto una “revolución hispánica”, una profunda mutación cultural
diseminada a ambos lados del Atlántico y que situaba en la esfera política la sede del contenido
revolucionario y donde había que buscar las causalidades primeras.3 Sin embargo, ese cambio rotundo
en la esfera política se habría producido en una sociedad que seguía siendo “holista”, poblada de actores
colectivos basados en lazos de adscripción frente a reducidos actores “modernos”.
Este cambio de perspectivas expresaba el desplazamiento ocurrido en la centralidad de la historia
económica y social como territorio por excelencia de la innovación pero también de la proliferación de
enfoques “revisionistas” sobre las revoluciones que tendían a enfatizar su carácter de empresas políticas y
que privilegiaban el papel de las elites desplazando la atención que la historia social había prestado a los
sectores subalternos.5 De esta manera, puede registrarse que dónde unos no vieron ninguna revolución
porque el cambio se circunscribía a la esfera política, otros postularon que justamente allí era dónde
residía. Pero, de alguna manera, había una convergencia: unos y otros enfatizaron las continuidades de
las estructuras sociales y compartieron la convicción que podía disociarse su análisis de la esfera política.
Las visiones disponibles en la Argentina hasta los años 60 no diferían demasiado de sus congéneres
latinoamericanas aunque respetando su color local. Para entonces en la llamada “historia oficial” era
evidente que las interpretaciones afincadas en la tradición decimonónica resultaban insuficientes y se
escuchaban voces que consideraban la guerra de independencia como una guerra civil mientras otras
intentaban invalidar el carácter popular de la revolución y destacar el protagonismo excluyente de las
minorías elitistas: para ellas la revolución habría sido un fenómeno estrictamente político protagonizado
por pequeños grupos de la elite urbana contra la administración virreinal. Mientras tanto, las versiones que
confrontaban en la cultura histórica de izquierda iban desde aquellas más afines a la tradición liberal que
postulaban los contenidos nacionales, democráticos y populares de la revolución como las impugnaciones
de esas “fantasías populistas” que enfatizaban que había sido dirigida exclusivamente contra la
“burocracia importada”, no traía consigo un nuevo régimen de producción ni modificó la estructura de
clases y había tenido un carácter esencialmente político.
Algo más debe tenerse en cuenta: cuando se hablaba de revolución se hacía referencia ante todo y sobre
todo a la Revolución de Mayo, de modo que este acontecimiento y los conflictos que se desarrollaban en
Buenos Aires parecía que podían explicarlo casi todo.
Sin embargo, desde los años 70 se ofrecieron dos versiones que superaban estas limitaciones. Hacia
1972 Halperín Donghi proponía que la revolución había significado “el fin de ese pacto colonial (y a más
largo plazo la instauración de uno nuevo)” y concluía que en cuarenta años se había pasado “de la

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hegemonía mercantil a la terrateniente, de la importación de productos de lujo a la de artículos de
consumo perecedero de masas, de una exportación dominada por el metal precioso a otra marcada por el
predominio aún más exclusiva de los productos pecuarios. Pero esa transformación no podrá darse sin
cambios sociales cuyos primeros aspectos evidentes serán los negativos; el aporte de la revolución
aparecerá como una mutilación, como un empobrecimiento del orden social de la colonia" En otros
términos, tanto se había tratado de una revolución que ella había significado el pasaje de un tipo a otro de
hegemonía y permitido la constitución de una nueva clase dominante que aparecía como un producto y no
como un protagonista de la revolución. De este modo, los cambios en el mercado mundial y la capacidad
de las clases terratenientes para aprovechar sus oportunidades habían permitido construir la “hegemonía
de los hacendados del Litoral” o lo que, por entonces, calificaba como “hegemonía oligárquica”.
Otra explicación fue ofrecida por Chiaramonte al despuntar los años 90 a partir de la experiencia
correntina: su perspectiva concentraba la atención en la emergencia de una forma de estado transicional
entre el orden colonial y el estado nacional y postulaba que era un producto histórico acorde con los
rasgos de las estructuras de producción y de circulación puesto que “el rasgo más decisivo de la estructura
social rioplatense” era “la inexistencia de una clase social dirigente de amplitud nacional” en condiciones
“de ser el sujeto histórico de ese proceso”. Esta perspectiva suponía una clave interpretativa del proceso
de la independencia que ya no podía ser explicado a partir de la supuesta maduración en la colonia tardía
de una clase social que habría estado esperando la oportunidad histórica para protagonizarlo. Nada más
alejado de su interpretación que enfatizaba que la independencia era el resultado combinado de la crisis
imperial, la presión británica y el descontento de las capas sociales coloniales.9 Las diferencias se
notaban con mayor nitidez en torno a una implicancia que Chiaramonte extraía de esta configuración: los
principales sectores sociales no estaban en situación de “trascender los particularismos regionales o
locales” y entre las razones que explicaban esta perduración del particularismo (que convertían a la
“provincia-región” en una “unidad sociopolítica”, “el primer fruto estable del derrumbe del imperio” y “el
grado máximo de cohesión social que ofreció la ex colonia”) estaba “el dominio del sector comercial sobre
la vida económica colonial”. Es decir, Chiaramonte postulaba su perduración pese a la crisis de los
sectores mercantiles coloniales y la irrupción de los grupos comerciales extranjeros: así, mientras Halperín
afirmaba el pasaje de una hegemonía mercantil a una terrateniente – y aún la liberación de los productores
del predominio de los comercializadores-, Chiaramonte resaltaba la perduración del predominio del capital
mercantil o, a lo sumo, la formación de unidades mercantiles a través de la asociación de productores y
comerciantes.
Disponemos, entonces, de dos hipótesis interpretativas fuertes acerca de los contenidos (y sobre todo
de las implicancias) económico-sociales del proceso revolucionario. Aunque no habido una polémica
franca al respecto ambas pueden ser tomadas como punto de partida para intentar resolver nuestro
interrogante. Intentemos hacerlo concentrando la atención en un aspecto decisivo: ¿qué sucedió en el
entramado de relaciones sociales agrarias? La elección de este punto de observación deviene de una
constatación obvia: en definitiva, hacia 1869 todavía la inmensa mayoría de la población seguía siendo
rural, quizás un 70%.
Conviene que comencemos con Buenos Aires, el espacio social mejor conocido. A contrapelo de lo que
afirmaba una larga tradición ha quedado en claro que a fines de la colonia no contaba con una clase
terrateniente consolidada y, menos aún, con una clase que estuviera en condiciones de disputar el poder
cuando el orden colonial entró en crisis. Se trata de una constatación decisiva que desarma toda una
tradición que supuso que la revolución expresaba una confrontación entre una clase dominante de
“comerciantes” y otra emergente de “hacendados”. Sin embargo, con la revolución se abrió un proceso de
formación de un sector de muy grandes propietarios de tierras y ganados aunque ese mundo rural
mantuvo su diversidad y acrecentó su complejidad. De este modo, entre los rasgos de este proceso
pueden señalarse que se desplegó de un modo tal que mientras se ampliaba la esfera del trabajo
asalariado y se reducía la incidencia de las formas de trabajo forzado al mismo tiempo se evidenciaba la
capacidad de adaptación de diferentes formas de producción familiar a las nuevas condiciones. En
consecuencia, en esta fase de constitución de las bases expansivas del capitalismo agrario no devino ni
en la masiva proletarización de los productores rurales ni en su transformación en un campesinado
supeditado a la gran propiedad.
Por el contrario, la expansión de las grandes propiedades pudo coexistir y articularse con la reproducción
de las diversas formas de producción familiar, en parte por la perduración de una situación estructural: la
disponibilidad de tierras (a las que una parte de las familias campesinas accedían mediante contratos de
arrendamiento y aparcería, permisos de usufructo, ocupación de hecho pero también de la propiedad) y la
relativa escasez de población. La paralela expansión del área puesta en producción y de la población rural

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creaba condiciones para la formación de nuevas unidades de producción familiar más o menos autónomas
y ello condicionaba las características y las dinámicas del mercado de trabajo.
Mientras que una porción muy reducida de la población rural vivía dentro de los dominios de las grandes
propiedades el eje de los conflictos parece haberse situado en las presiones y exigencias que el estado
imponía a la población campesina. Ello es importante a la hora de evaluar los atributos de la clase
dominante en formación: las evidencias disponibles muestran que el grupo más concentrado de grandes
propietarios rurales tuvo durante la primera mitad del siglo XIX un patrón de inversiones diversificado y que
no habían abandonado ni el comercio ni otras formas de acumulación basadas en el crédito, la renta
urbana, el abastecimiento del estado y la especulación financiera y cambiaria.
Se trataba, por tanto, de una economía rural profundamente mercantilizada en la cual buena parte de las
unidades familiares combinaban la producción de subsistencia con la producción mercantil y el trabajo
asalariado. En tales condiciones, se habría dado una expansión simultánea de distintas formas de trabajo
asalariado y de diferentes formas de pequeña y mediana producción familiar que se articulaban con las
empresas agrarias o se desarrollaron autónomamente.
Por tanto, ni las hipótesis de Halperín ni las de Chiaramonte quedaron completamente corroboradas y las
nuevas investigaciones ofrecen una imagen más pluralista, menos polarizada y más dinámica de la
sociedad rural en una expansión que lejos estuvo de ser sólo ganadera y que no tuvo a los terratenientes
como exclusivos protagonistas.
Y es aquí dónde el análisis de las transformaciones producidas en las relaciones políticas no puede ser
escindido del estudio de las relaciones sociales. Porque algunos cambios en su trama resultan decisivos.
El más importante, sin duda, fue la erosión del régimen de esclavitud y la pérdida de importancia de los
esclavos como fuerza de trabajo permanente de los grandes establecimientos agrarios justamente cuando
la demanda de fuerza de trabajo se hizo más intensa. A ello debe sumarse el fracaso en implementar
formas sustitutivas de trabajo coactivo, desde la utilización de indígenas cautivos a la inmigración europea
y el endeudamiento de cómo mecanismo de control y subordinación. También ha quedado en claro que los
propietarios se vieron forzados a ensayar múltiples formas de negociación con sus peones asalariados,
recurrir a incentivos salariales y negociar con arrendatarios, aparceros, puesteros y pobladores.
Es en este contexto que adquiere relevancia el rol de las nuevas relaciones políticas puesto que esta
capacidad de resistencia fue posible no solo por la vigencia de condiciones estructurales sino también por
el aprovechamiento de las oportunidades políticas dado el lugar que sus intervenciones adquirieron en las
disputas intraelitistas. Pues si algún cambio trajo la revolución fue la multiplicación de esas oportunidades
por la masiva movilización política de esos sectores.
Como es sabido la militarización amplió notablemente los ámbitos en que se desplegaban las relaciones
salariales y acentuó la escasez de fuerza de trabajo, pero también ofreció mecanismos de reconocimiento
social y espacios de construcción de nuevos liderazgos y solidaridades. A su vez, la inclusión de los
sectores subalternos rurales en el sistema político no se restringió a la militarización, sino que también
incluyó su participación electoral y en otras formas de movilización política. Si la revolución había hecho
emerger nuevas formas de hacer política no cabe duda de la impronta plebeya que ella adquirió en
Buenos Aires. Justamente, una de las prioridades del nuevo orden forjado a partir de 1852 era reducir esa
impronta plebeya y en particular el rol político del mundo rural.
Pero ¿qué pasaba fuera de Buenos Aires? No cabe duda de que los efectos iniciales de la revolución
fueron ante todo destructivos del orden vigente debilitando las jerarquías preexistentes. Con todo, esos
efectos fueron muy diversos en intensidad y amplitud de manera que el proceso revolucionario profundizó
tendencias que ya estaban en curso. Porque algo es muy claro: las décadas posrevolucionarias
acentuaron notablemente las diferencias entre las provincias del litoral y del interior y, en particular, entre
Buenos Aires y el resto.

Había tierras de emigración y tierras de inmigración y su identificación ofrece las claves para armar el
mosaico de las relaciones sociales así como su coexistencia permite entrever como las condicionó las
posibilidades de movilidad espacial, ocupacional y social de parte de la población campesina. Una
movilidad que no podría explicarse si no por las mayores oportunidades de trabajo, de mejores
remuneraciones pero también de acceso a la tierra y que estaba en la base de la erosión de los sistemas
coercitivos de trabajo.
Ya a fines de la colonia los salarios rurales eran en Buenos Aires y el litoral más altos, más monetizados y
estaban menos asociados a prestaciones sin remuneración o formas de endeudamiento que en el
Tucumán colonial: de esta manera, mientras en Buenos Aires los salarios podían rondar entre 6 y 8 pesos

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mensuales (y en la Banda Oriental, todavía algo más), en Tucumán no superaban los 4, salvo que se
pagaran en textiles importados y entre los peones que trabajaban en el transporte de carretas.
Tras la revolución, Buenos Aires apeló a la emisión de papel moneda que pasó a formar parte de la
remuneración salarial mientras que en el resto de las provincias los salarios rurales seguían siendo más
bajos y menos monetizados y siguieron combinando pagos en especie y en moneda, pero esa moneda
solía ser la de plata boliviana, una situación que sólo habría de resolverse desde la década de 1880.
Todo indica que la fragmentación del espacio económico trajo aparejado una situación mucho más crítica
en las provincias del norte que en el litoral.
¿Qué efectos tuvo la revolución? Pareciera haber empujado la transformación de los propietarios agrarios
en rentistas y dar inicio a un proceso que combinó la erosión de la esclavitud, la abolición del tributo
indígena y la disgregación de los pueblos de indios contribuyendo a acentuar la configuración de un
heterogéneo campesinado mestizo sin las imposiciones pero también sin las “protecciones” del orden
colonial.
La abolición del tributo no era una decisión de escasa importancia. En lo inmediato, suponía una amenaza
a los ingresos fiscales tras una fase en que las autoridades coloniales lograron aumentar su recaudación
convirtiendo en tributarios a pobladores de los pueblos de indios sin tierras asignadas y a miembros de las
castas.
En estas condiciones la transformación de las relaciones sociales no tuvo un decurso lineal. Por lo pronto,
mientras la suspensión y abolición del tributo fue una parte esencial de las estrategias que implementaron
las autoridades revolucionarias, limeñas y metropolitanas su “definitiva” derogación - en Jujuy, al menos-
tendrá que esperar hasta 1851 y, aún así, fue sustituido por una “contribución indigenal” sólo dos años
más tarde... replicando procesos análogos del área andina. Así, los indios encomendados de la Puna se
vieron transformados en arrenderos de las mismas tierras sobre las cuales habían perdido sus derechos
comunales y las autoridades procedieron a conmutar el pago de los arriendos por la prestación del servicio
de milicias transparentando el carácter de renta en trabajo que suponían estas obligaciones “públicas”.
Más aún: en la década de 1840 se reiteraban las disposiciones que prohibían el “servicio personal” y
todavía en 1893 el Código Rural de Jujuy disponía que los peones estaban obligados a saldar los
adelantos salariales con sus servicios laborales. En las tierras bajas orientales, donde las haciendas
habían recurrido con mayor intensidad al trabajo esclavo y a la fuerza de trabajo de las reducciones
chaqueñas, tras la revolución apelaron en forma mucho más intensa a la explotación de los indios
chaqueños, una situación que habría de multiplicarse con la expansión de los ingenios durante el último
cuarto del siglo XIX. En otros términos, si la revolución permitió la erosión de las formas de extracción de
excedente campesino de carácter coactivo lo hizo de manera muy desigual y con un decurso para nada
lineal.
Entonces, ¿cuál era el saldo de aquella fase de la intensa movilización social que provocó la revolución?
Por lo pronto conviene recordar que canalizó conflictos preexistentes asignándoles un nuevo sentido y
dándoles un encuadre político. Por lo tanto, el principal desafío que afrontaron las elites locales fue lograr
la desmovilización campesina que implicaba para los campesinos que perdieran el fuero militar que los
sustraía de la justicia ordinaria (y por tanto del poder de las elites urbanas) y que había contribuido
decididamente a configurar las bases sociales de los liderazgos competitivos. Es que esa movilización
había puesto en cuestión la relación social fundamental de la estructura agraria regional, el sistema de
arriendos, y al hacerlo había puesto en cuestión las relaciones de poder rural previas puesto que la
principal compensación material de los campesinos movilizados fue la suspensión del pago de los
arriendos. Sólo con la desmovilización era posible reimplantar esas obligaciones y las normas de
conchabo obligatorio.
Llegados a este punto conviene volver al plano historiográfico.
Los procesos de independencia fueron parte de “la era de las revoluciones” aunque esta constatación sea
completamente insuficiente para dar cuenta de su naturaleza histórica. Por lo tanto, entenderlos sólo como
variantes de las “revoluciones burguesas”, “liberales” o “democráticas” no ayuda a desentrañarla. Sin
embargo, no puede ser obviado que fueron los mayores procesos de descolonización hasta la segunda
posguerra del siglo XX y como tales inseparables de aquella era revolucionaria.
Por ello, no extraña que las perspectivas interpretativas suelan replicar parte de los tópicos de los análisis
históricos de los procesos europeos – y en particular de la Revolución Francesa - y no pocas de sus
controversias. De este modo, si el carácter burgués de la revolución de 1789 ha sido puesto en cuestión –
y sobre todo la posibilidad de explicarla como el resultado de una aguda lucha de clases entre la burguesía
naciente y la aristocracia dominante- los desarrollos más recientes sobre las sociedades latinoamericanas
tardocoloniales han dejado en claro que los movimientos de independencia difícilmente hayan sido el
34
resultado de la maduración de fuerzas sociales y políticas internas y resulta bastante evidente que los
grupos dominantes tardocoloniales eran, por cierto, bastante poco “burgueses” y que su ascenso social
tras la independencia no significó el desplazamiento de ninguna aristocracia preexistente.
Si “revolución burguesa” se presenta como una noción equívoca tampoco la cuestión parece resolverse
apelando a la idea de una “revolución liberal”, una categorización frecuente en la historiografía española
que también se evidenció como problemática.35 Hoy en día, tanto en España como en América más que
un liberalismo conviene pensar
en diversos liberalismos que no siempre estuvieron asociados a proyectos revolucionarios ni
exclusivamente a grupos burgueses. Pero, además, porque el término liberal resulta insuficiente para dar
cuenta del variado conjunto de orientaciones ideológicas que alimentaron los movimientos de
independencia dado que las opciones ideológicas disponibles hacia 1810 eran mucho más diversas y
porque se desarrollaron muy diferentes versiones de liberalismo tanto “notabiliar” como “social”, “popular” y
hasta “comunitario”.37 En todo caso, resulta claro que las culturas políticas tenían un trasfondo religioso
que habría de emerger en los recursos discursivos y simbólicos de los bandos en pugna.
Pensar los procesos de independencia como procesos de descolonización supone explorar las diversas
alternativas que estaban en juego al desatarse la crisis imperial y también las distintas formas en que
podían expresarse sus contenidos anticoloniales. Por lo tanto, no pueden reducirse sólo a las pretensiones
de “independencia nacional” y es preciso dar cuenta de las diferentes formas de autonomismo intentadas
por las dirigencias criollas. Pero, también, de una serie de movimientos anticoloniales que difícilmente
pueden ser inscriptos dentro de la misma categoría que los movimientos criollos y menos aún como
manifestaciones de una “revolución burguesa” o “liberal”. Esos movimientos anticoloniales no sólo fueron
previos a los procesos de independencia sino también simultáneos y contradictorios con ellos.
En las dirigencias criollas parece haber imperado no tanto el temor a emprender una “revolución” como
que ella pudiera derivar en una “guerra social” como ha podido constatarse desde el Río de la Plata hasta
la Nueva España. Si un fantasma recorría la América española era el de esa “guerra social” que con la
crisis imperial adquiría nuevos y temibles rostros.
Lo cierto es que pueden registrarse toda una gama de motines, revueltas y movilizaciones imposibles de
reducir al enfrentamiento entre independentistas y realistas y que se desarrollaron con dinámicas y
características específicas. Más aún, tampoco sería desacertado interpretar desde esta perspectiva
algunas movilizaciones que ofrecieron por momentos apoyo social a las fuerzas realistas a través de
alianzas que se explican por sus propias lógicas y antagonismos.
Nunca será suficientemente remarcado: se trataba de una coyuntura histórica excepcional, casi única en la
historia del mundo occidental y sus periferias coloniales, quizás sólo comparable a la segunda posguerra
del siglo XX. Por tanto, pareciera entonces que revolución de independencia sigue siendo un término más
adecuado, al menos, más que revoluciones “burguesas” o “liberales”.
Por lo tanto, la discusión acerca del contenido revolucionario de los procesos de independencia lejos está
de ser banal pero abordarla requiere la indagación de zonas y temas completamente oscuros todavía, así
como la elaboración de un enfoque que supere arcaísmos conceptuales y sea sensible a las evidencias
documentales y a la diversidad de contextos y procesos. Se trata, necesariamente, de una empresa
colectiva que no puede obviar la apropiación y superación de un legado historiográfico.
Ello supone revisar los criterios habituales de periodización. La más convencional – 1808/26- resulta
insuficiente y este problema es todavía más importante para una historiografía como la Argentina en la
cual se ha hecho común circunscribir el período revolucionario a la década de 1810: de este modo,
fenómenos inseparables del mismo proceso (como la fase final de la guerra en el espacio surandino, la
llamada “guerra a muerte” en Chile y la Araucanía y sus coletazos en las pampas o la misma guerra con el
Imperio del Brasil) quedan fuera del análisis de las llamadas “guerras de independencia” que más
convendría denominar como “guerras de la revolución”.
Imposible eludirlos pues terminaron propiciando transformaciones de las estructuras económicas, políticas
y fiscales y sin ellos es incomprensible la búsqueda frenética de alternativas y las transformaciones de los
grupos dominantes locales. Pero, además, porque no parece haber sido esta la perspectiva de los
contemporáneos.
Ahora bien, si consideramos a la crisis imperial como el inicio de una “crisis orgánica” que desintegró los
modos de articulación económica, política e ideológica del imperio, las revoluciones pueden pensarse
apelando a la noción de “revolución pasiva”.
Como había destacado la “crisis orgánica” era una “crisis hegemónica” y en ella los distintos grupos
sociales podían separarse de sus “partidos tradicionales” frente al fracaso de una gran empresa política
35
que hubiera demandado la movilización de grandes masas o por circunstancias por las cuales ellas
pasaban bruscamente a una actividad política y planteaban un conjunto de reivindicaciones “que en su
caótico conjunto constituyen una revolución”. Desde esta perspectiva, la crisis hegemónica supone una
"crisis de autoridad" y del estado en su conjunto, la “revolución pasiva” era una “revolución sin revolución”,
una “revolución-restauración” que se operaba a través de un conjunto de “modificaciones moleculares” a
través de las cuales cambiaba la composición de las fuerzas sociales.
La resolución de la crisis orgánica implicaba la construcción de una nueva legitimidad y un nuevo
consenso. Y, por lo tanto, la configuración de nuevos modos de articulación entre grupos dominantes
locales y de una ampliación de las bases sociales en que sustentaban su poder. Porque la nueva situación
se definía tanto por la crisis de
autoridad como por la movilización de amplios sectores sociales. De esta manera, puede argumentarse
que las soluciones más exitosas fueron aquellas que no sólo lograron imponer su dominio sino que
también que incluyeran de algún modo las aspiraciones de los grupos movilizados en su programa. En
consecuencia, la “revolución pasiva” era una “revolución desde arriba” cuya profundidad puede haber
dependido de la consistencia que adquirieran las nuevas estructuras estatales.
Pero las evidencias sugieren que estos procesos de “revolución-restauración” no fueron idénticos ni
arrojaron resultados análogos. Por eso, sólo un enfoque que indague las diferentes imbricaciones entre
relaciones económico-sociales y políticas en contextos y precisos atento a sus dinámicas particulares
podrá recuperar la densa trama de situaciones en que se produjeron las intervenciones de los grupos
subalternos y los modos que pudieron ser controladas y absorbidas. Esas intervenciones estuvieron lejos
de limitarse a movimientos autónomos y centrar la atención en ellos solamente –una tarea apasionante y
todavía harto incompleta- ofrecerá una visión rica pero limitada. Por lo tanto, se impone prestar atención
también a sus adhesiones activas o pasivas a las formaciones políticas dominantes, a sus intentos de
influir en sus programas para imponer reivindicaciones propias y al “nacimiento de partidos nuevos de los
grupos dominantes para mantener el consentimiento y el control de los grupos subalternos.”45 De este
modo, el conjunto fragmentario y episódico de intervenciones subalternas se revela como parte sustancial
de la revolución porque ni la guerra, ni la formación de los nuevos liderazgos y sistemas políticos hubieran
sido factibles sin ellas.
En todas las regiones una de las principales transformaciones fue la erosión y descomposición de la
esclavitud antes de su definitiva abolición a mediados del siglo
XIX. Hasta dónde se sabe, en el Río de la Plata no se produjeron sublevaciones masivas de esclavos
aunque no faltaron las conspiraciones y motines.
Pero esta ausencia no implicó pasividad: por el contrario, existía una larga tradición colonial que
combinaba estrategias de manumisión legal y de fuga que se vio notoriamente enriquecida con la
experiencia revolucionaria a la cual los antiguos esclavos parecen haber adherido con entusiasmo y
expresando objetivos muchas veces diferenciados.
A su vez, hay algo más: en varias ciudades y regiones, los antiguos esclavos suministraron una fuerza
social y militar significativa a los procesos de restauración del orden, lo que modificó su lugar social y
político. Del mismo modo, la revolución modificó las relaciones con los grupos indígenas y los convirtió en
actores políticos. Si se toma en cuenta la situación de los indios reducidos puede advertirse que su
adhesión a la revolución pareciera haber sido limitada, al menos así parece haber sido en la insurgencia
saltojujeña a diferencia de la altoperuana.
Sin embargo, en el espacio litoral el artiguismo movilizó activamente a los indios y los pueblos guaraníes le
suministraron una base social mientras que en las fronteras chaqueñas las parcialidades se convirtieron en
un aliado decisivo pero extremadamente autónomo del autonomismo santafesino. Con todo, de algo no
hay dudas: con la revolución se convirtieron en actores políticos decisivos.
Tomando en cuenta estos aspectos la experiencia porteña aparece también como particularmente exitosa
dada la importancia que para el rosismo tuvo tanto el apoyo de la población afroamericana y el entramado
de relaciones que forjó con las “tribus amigas”. Esa experiencia porteña, entonces, no sólo se distingue
porque transformó a esa provincia en el área más rica y más poblada, porque la adaptación de su
economía fue más rápida y eficaz, porque terminó orientando – y beneficiándose- del conjunto del espacio
o porque pudo conformar un estado provincial dotado de mayores recursos fiscales y fuerza armada.
También porque la intensidad y amplitud de la movilización política de los grupos subalternos (o incluso de
aquellos en proceso de subalternización) parece haber sido de tal intensidad que se transformaron en
parte sustancial de la base social del nuevo régimen político y en herramientas insustituibles para
disciplinar a las clases propietarias y a las facciones elitistas.

36
Por lo tanto, un análisis despojado de todo nacionalismo y de todo idealismo permite comprender el curso
de una serie de revoluciones que distaron de ser tanto las que algunos quisieron ver como las que otros
hubieran querido sean. Se trata, en definitiva, de recordar una de las agudas recomendaciones que hacía
E. P. Thompson a propósito de los debates sobre la historia inglesa:
“Miremos, pues, la historia como historia – hombres situados en contextos reales que no han escogido, y
teniendo que enfrentar fuerzas que no se pueden desviar, con una inmediatez abrumadora de relaciones y
obligaciones y sólo con una mínima oportunidad de introducir su propia actuación- y no como un texto para
echar bravatas acerca de lo-que-podía- haber-sido.”

PROVINCIAS Ultima etapa Proceso 20´ 30 ´


colonial independentista
N. O y Alto Perú Economía minera. Ruptura con los vínculos de Se normaliza la
los mercados ruptura.
altoperuanos.
La Rioja Cría de animales
demandados por Chile.

Jujuy Propietarios de tierras Gran propiedad, grandes


para invernadas de propietarios con mano de
mulas. obra campesina jornalera.
Catamarca Cría de mulas, vacas y
aguardientes.

Tucumán Propietarios de tierras


para invernadas de mulas

Santiago Telares, Mulas. Agricultura de aluvión. Sequias. Expansión de


Mayoría de población la ganadería.
femenina por la
emigración y la guerra.
Familias complejas como
respuesta a la fragilidad
económica.
Salta Propietarios de tierras Expansión hacia el Chaco.
para invernadas de Prosperidad para los
mulas. Telas. Cerámica. estancieros ganaderos.
Los animales pastaban
aquí. La elite salteña era

37
la más rica.
Bs. As Ciudad Comercio, exportaciones Crecimiento demográfico
del puerto de metales desde las provincias del
preciosos. Manejado por interior. Menos mujeres
las elites. solteras, mayor natalidad.

Bs. As Campo Haciendas coloniales Boom triguero. Crecimiento


Exportaciones pecuarias, Crecimiento demográfico. vertiginoso por la
cuero, carnes, criaderos Formación de círculos monoproducción
de mulas, expansión hortícolas y agrícolas ganadera. Y la
agraria. Trigo, pequeños y alrededor de los nuevos expansión de la gran
medianos pastores. pueblos. Menos mujeres estancia.
solteras, mayor natalidad. Multiplicación del
territorio.
Especialización de la
cría de ovejas.
Santa Fe Haciendas coloniales Disminución del stock Crecimiento sin
Exportaciones pecuarias, ganadero vacuno. precedentes.
cuero, carnes. Criaderos Disminución del Consenso
de mulas, Comercio, crecimiento económico. agroexportador.
expansión agraria Menos mujeres solteras, Grandes hacendados
mayor natalidad. en el centro de la
escena fomentaban la
mano de obra
dependiente.
Entre Ríos Haciendas coloniales Gran crecimiento de la Crecimiento sin
Exportaciones pecuarias, estancia ganadera vacuna. precedentes.
cuero, carnes. Comercio, Pequeños y medianos Expansión de la
faenamiento de ganado productores competían frontera hacia el
vacuno, cueros, cebo. con la gran estancia. nornordeste. Grandes
Expansión agraria. Menos mujeres solteras, hacendados en el
mayor natalidad. centro de la escena
fomentaban la mano
de obra dependiente.
Corrientes Haciendas coloniales Transformación exitosa. Crecimiento favorable
Exportaciones pecuarias, Economía diversificada, por equilibrio
cuero, carnes. Comercio, comercia con Brasil, comercial, y políticas
economía diversificada, Paraguay, y Bs. As Yerba, proteccionistas.
artesanal, campesina, tabaco, barcos, ganadería Aumenta la población
actividades productivas a vacuna, y además dan y el stock ganadero.
gran escala, astilleros. créditos.
Economía controlada por
una pequeña elite urbana
comercial. Yerba y
tabaco. Modesta
actividad ganadera.
Misiones Exportaciones pecuarias, Menos mujeres solteras,
cuero, carnes. mayor natalidad.

Banda Oriental Exportaciones pecuarias, Retroceso del crecimiento


cuero, carnes. Comercio. económico. Menos
Productores de cuero. mujeres solteras, mayor
Mular. natalidad. Guerra.
Decadencia de por las

38
guerras.
Mendoza Vinos, Aguardientes, Pierden el mercado Transforma su
expansión ganadera, trasandino, recupera el del economía hacia la
caldos. Pequeños y litoral. agricultura y
medianos propietarios. Y ganadería.
grandes.
San Luis Aguardientes, telas por Produce ganado para
mujeres, caldos- los mercados
Economía familiar. cercanos, sigue el
telar. Fuerte
emigración.
San Juan Vinos, aguardientes. Cierta expansión
Caldos, económica.

Córdoba Haciendas coloniales, Crisis mular, tejedoras.


Mulas, aguardientes, Reorientación de su
vacas, economía rural hacia
el Atlántico.
Producción de ganado
vacuno. Expansión de
la producción ovejera

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