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ECONOMÍA ARGENTINA (1862-1916)

a) Explicar el proceso de inserción de la Argentina al mercado mundial.


En cuanto a este tema, podemos considerar que la vida económica argentina estaba orientada principalmente al
sector exterior, a las exportaciones. Eran éstas las que generaban los principales ingresos del país. Sus extensas
llanuras de la pampa, con su clima templado y sus praderas naturales, sumándole a esta la región del Litoral y la
Mesopotamia Argentina eran el sitio ideal para el desarrollo y comercialización de productos primarios 1

Para ponernos un poco en tema en cuanto al mercado internacional y el accionar de la Nación Argentina en el
mismo, realizaremos un repaso temporal en cuanto a materia económica y a lo más exportado en diferentes
momentos:

En el primer cuarto del s XIX el principal producto exportado era el tasajo, el cual se obtenía de la vaca, y es por
ello que los Saladeros prosperaron mucho. Ya a mediados de siglo, el producto más importante era la lana de oveja,
dando así comienzo al ciclo lanar. Sin embargo, ya a finales del siglo las exportaciones de cereales (maíz y trigo),
que anteriormente eran inferiores a las importaciones, aumentaron fuertemente y se convirtieron en el principal
producto del sector primario-exportador argentino.

Hacia mediados del siglo XIX la economía Argentina comenzó a experimentar un rápido crecimiento por la
exportación de sus materias primas provenientes de la ganadería. Esto marcó el principio de un período significativo
de expansión macroeconómica a nivel mundial, que luego iría dejando paso a la lana. Con este cambio la Argentina
se ubicaba dentro del escenario internacional como una potencia de fuerte carácter económico.

Desde 1870 la economía argentina sostuvo una tasa media de crecimiento superior al 5 % por año, lo que le trajo
en cierto modo ciertos beneficios económicos al momento. Desde mediados del siglo XIX la economía rural estuvo
casi completamente dedicada a la ganadería y la agricultura. La oferta agropecuaria, también constituyó la base del
desarrollo económico de la Argentina. Fue así, como la producción de carne y cereales para el mercado mundial
fue el modelo sobre el que se fueron forjando además otros factores, desde los transportes hasta la misma
organización política de la nación.

La agricultura pampeana pasó de cultivar unas 2 millones de hectáreas a más de 25 millones, lo que constituía un
aumento considerable y fructífero en este ámbito económico. También una evolución similar ocurrió con la
producción de carne, favorecida por el surgimiento del frigorífico.

Otra cuestión importante, lo constituye, el hecho de que a partir de la década de 1850 comienza a desarrollarse un
mercado de trabajo (contratación de trabajadores asalariados), principalmente en la Provincia de Buenos Aires.
El proceso coincidió y fue potenciado por la gran ola de inmigración que comenzó en ese momento. La población
en 1869 alcanzaba a poco más de 1,8 millones de personas. Para el año 1930, la población llegaba a los 11 millones.
Este aumento de la población, tuvo mucha influencia en el mercado de trabajo y en las distintas ofertas que se
fueron dando. La aparición y desarrollo de un mercado de trabajo, permitió además, la subsecuente aparición y
desarrollo de una considerable organización sindical del trabajo, que impulsó el alza de los salarios, y la mejora en
las condiciones de vida de los trabajadores. Una cuestión negativa, tuvo que ver con la escasez de trabajo, la cual
llegó a ser un punto crítico; aun así, estos resultados que comenzaba a experimentar el país permitieron altos salarios
y, por lo tanto, un abismo entre los índices de salario de la Argentina y de una Europa empobrecida, particularmente
Italia y España.
La solución a la falta de mano de obra facilitó el desarrollo económico. Mientras que los salarios pudieron haber
caído por un período, los inmigrantes, como factor importante de la producción, ayudaron a diversificar los

1
Cereales y derivados de la Ganadería.
mercados comerciales de la Argentina. Anteriormente, el sector ganadero -costoso- había dominado la producción.
Pero con la gran mano de obra disponible, el sector arable y laborable permitió el desarrollo.

Por consiguiente, el comercio de la Argentina dejó de especializarse en cualquier producto. Esto ayudó a fortificar
al país contra los vaivenes de la economía mundial, contribuyendo asi al desarrollo experimentado en aquellas
épocas.

En síntesis podríamos decir que la inserción de la Argentina en el contexto económico internacional estuvo
enmarcada en el posicionamiento de los países dentro de la división mundial del trabajo. Aquí estaban: Los países
industrializados, productores de bienes manufacturados y los países periféricos productores de materias primas
(lana, carne y cereales, en el caso nacional) consumidores de los bienes industrializados por los países centrales.
Nosotros comprabamos manufacturas a los países más desarrollados. De este país se extraían las materias primas
al puerto, y es por ello, que a la Argentina de aquellos años se la denominaba como: El Granero del Mundo.

b) Hacia 1810 dos o tres millones de ovejas ocupaban tierras marginales y un lugar secundario en las estancias, las
cuales se dedicaban centralmente a la ganadería vacuna, pero para 1820 y las décadas siguientes esto comenzó a
cambiar, cuando algunos estancieros en su mayoría de origen extranjero comenzaron a importar de Europa animales
de raza para cruzarlos con los criollos.

La cría de ovejas comenzó a resultar atractiva porque requería menos capital inicial que la ganadería vacuna y no
está tan monopolizada por estancieros locales además de que no existían circuitos comerciales bien organizados
tanto para importar los insumos como para exportarlos.

Australia, Sudáfrica y el Rio de la Plata se convirtieron poco a poco en las nuevas regiones proveedoras de un
producto cada vez más solicitado por la manufactura textil de Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica y los EE.UU.

Pero esta nueva actividad debía enfrentar nuevos problemas, como por ejemplo los rebaños estaban constituidos
por ovejas sin mestizar es decir muy primitivas cuya lana era rechazada por los compradores internacionales que
exigían mejor calidad, asistido por la falta de mecanismos adecuados para atender las diversas necesidades de la
producción como asistencia técnica en la cría o apoyo logístico en la de la esquila, este esto acompañado por las
luchas políticas y los fenómenos naturales como sequías inundaciones , perros salvajes etc.

En la década 1840 los criadores comenzaron a industrializar el sebo con el propósito exportarlo, también se
comenzó a comercializar localmente la carne de oveja, cordero y capón logrando invadir la mesa de trabajadores
rurales y formando parte de la dieta cotidiana.

Durante la década de 1850, la ganadería ovina sigue expandiéndose, se logró un mestizaje en cual avanzó con
rapidez. En 1860 se consiguió incrementar la mano de obra introduciendo la técnica de producción y se agilizó el
aparato de comercialización, pero la actividad lanera comenzó a sufrir su consecuencia por su estrecha vinculación
con el mercado internacional, Sufriendo las repercusiones de la crisis Europea.

El primer cimbronazo se sintió hacia 1857/58 después de un corto periodo de expansión, de la demanda de lana
argentina provocada por la temporaria restricción de Rusia del mercado durante la guerra Crimea. Esto terminó
produciendo una drástica caída de los precios al retornar Rusia a su papel de proveedor.

Para paliar la consecuencia de esta crisis puede reconocerse dos Fases:

● Había una intendencia incrementar la exportación


● Se mataban animales para lograr vender los cueros y el sebo, de esta manera reducir los rebaños y reducir
la producción para los años posteriores.
Hacia 1885 comienza la“ Fiebre Lanar” Gracias a Bélgica que se convirtió en la principal compradora de lana del
Río de La Plata, logrando aumentar cuatro veces más en solo seis años, En total se pasó de doce mil toneladas en
1869 a cuarenta mil en 1865.

La ganadería vacuna ya había sido superada en importancia por la cría de oveja, esto estuvo ordenado por diverso
factores

● Los circuitos financiero y comerciales mostraban cierta eficiencia en este nuevo rubro
● La red de transporte mejoraron disminuyendo los fletes y perdidos
● La presencia de irlandeses , vasco, franceses y escoceses aseguraban una mano obra estable y calificada
● El Estado comenzó a invertir en camino y ferrocarriles y combatir a lo indígenas
● La actividad lanera rendía altos beneficios y atraía capitales
● Se otorgó asistencia legal y financiera para promover la introducción de animales de raza, se dictó el código
rural logrando un ordenamiento social de la campaña, conformando así en núcleo de la sociedad rural.

La Crisis desatada en los años 1860, afectaron a todo los sectores de exportadores incrementando la tasa de intereses
lo cual provocó el auge de especulación que alcanzó su máxima expresión en la temporada de la esquila, cuando
los creadores de oveja necesitaban dinero adicional. A esto problema se sumaban la crisis comercial internacional
produciendo una baja de los precios hasta llegar 1869 a su punto más bajo .Esto se complicó aún más cuando 1867
donde EE.UU impusieron una tarifa aduanera que gravaba la importación de lana sucia, la cual constituía el rubro
principal de la importaciones Argentina

Este ciclo sufría además conflictos internos, el gran incremento de los rebaños, expansión de la frontera, la ley de
tierra pública. La guerra de Paraguay también afectó la oferta y el precio de la mano de obra pues lo hombres era
reclamado en el frente a finales de la década la situación comenzó a mejorar.

Durante 1870 y los primeros años el sector siguió en expansión, entre 1871/72 se logró un alza de los precios
suficiente para lograr un aumento en la producción, pero los problemas serían muy graves, ya que la crisis que se
desató en 1873 fue acompañado por una larga depresión por varios años, produciendo una caída significativa de los
precios y de los productos. Los años catastrófico 73 y 74 el stop de ganado lanar no creció debido a la mortalidad
de animales provocada por la epidemia y las inundaciones. Al mismo tiempo los estancieros se quejaban por la
faltas de manos de obra y la escasez de tierras pero en algún puntos la situación mejoraba ya que el Banco Provincia
había incrementado los préstamos destinado a empresario rurales quienes utilizaron este dinero para modernizar
sus establecimiento e introducir mejoras técnicas

Luego de tres décadas de desarrollo la actividad había alcanzado su madurez con la organización de un aparato
productivo y una red comercial y financiera que respondía bien a sus necesidades.

A partir de 1880 la estructura diaria experimentó cambios desembocando en la declinación de criada de ovino, el
sector comenzó a sufrir alguna transformaciones importantes exigida por el mercado internacional, se empezaron a
aprovechar de manera sistemática la carnes de animales la cual se experimentó con el congelado en implementación
de la primeras plantas frigorífica, estos primeros ensayo se realizaron con carne de oveja hasta lograr su
refinamiento. Pero poco a poco otro rubro se disputó en lugar de prominencia que había ocupado durante décadas
la lana terminando con la caída drástica de estas exportaciones cediendo paso a la ganadería vacuna.

c) El nacionalismo económico es una doctrina que se basa en los principios de la economía pública, que debe
evitar la concurrencia de los extranjeros, sin someterla a las restricciones propias del comercio internacional,
teniendo en cuenta “los derechos incuestionables de las naciones independientes”.
Por otra parte, el liberalismo económico condena la intervención estatal en la economía y propone una economía
basada en la producción primaria para la exportación y el comercio exterior sin trabas.
Si se lleva a cabo un recorrido por el periodo histórico que se analiza en este trabajo, se puede observar cómo se
han aplicado cada una de estas doctrinas y cuáles son sus características.
Antes de la consolidación del liberalismo económico, en la época de la organización nacional, el ministro de la
Confederación, Mariano Fragueiro, con el objeto de lograr una economía nacional argentina, propone un
liberalismo moderado con un propósito social, poniendo este objetivo en manos de la intervención del Estado.
Sostenía que el derecho a la propiedad es fundamental, pero que debía ser regulado por la ley en caso de necesidad
o por razones de utilidad pública. Con esto quería lograr que la propiedad fuera accesible para un mayor número de
personas.
Lo más destacado de este liberalismo es el concepto de organización del crédito público mediante el cual el Estado
no sólo es el receptor de los tributos, sino que debe invertir estos recursos en obras públicas.
En síntesis, la concepción económica de Fragueiro, se basa en el Estado como el principal promotor del desarrollo
económico.
Hacia 1860 , con la incorporación de Bs. As. a la Nación Argentina, el liberalismo económico tuvo el camino
despejado, el cual tuvo a las tarifas aduaneras como símbolo de la política económica que había sido sostenida por
Alberdi en las Bases, en la que argumentaba que la política española había condenado al país al impedir el desarrollo
industrial y sólo fomentar las producciones agropecuarias. En esta etapa esa situación era irreversible y se
consideraba que la mejor medida era reconocer a Europa como proveedor de productos fabriles y enviarles los
productos agropecuarios. Para lograr esto había que aplicar los principios propios del liberalismo, sacar las trabas
al comercio, a los capitales y a la población europea, además abrir las puertas a Europa.
Luego con la crisis de 1866 y 1873, que afectaron las exportaciones de lana, se cuestionaron las ideas del liberalismo
y volvió la tendencia al proteccionismo. Los miembros de la Sociedad Rural Argentina, fundamentalmente Vicente
Fidel López, proponían organizar un mercado interno para las lanas, para compensar la caída de las exportaciones
y la disminución del precio en los mercados europeos. López, junto con otras figuras como Carlos Pellegrini, Miguel
Cané y Lucio V. López, llevaron adelante un programa de nacionalismo económico.
López, estuvo influenciado por autores extranjeros que criticaban la política librecambista, como Carey y List. El
“Sistema nacional de economía política de List” lo llevó a trascender del proteccionismo al nacionalismo
económico. Interpretaba las doctrinas económicas teniendo en cuenta las circunstancias de tiempo y lugar, desde
un enfoque historicista, ya que sostenía que no se podía aplicar en Argentina doctrinas que eran para países más
desarrollados industrialmente, es por esto que sostenía que el librecambio no podía ser de aplicación en Argentina
como lo era en Inglaterra.
El auge del nacionalismo económico culminó en los últimos años del S. XIX, cuando volvió la tendencia al
liberalismo económico, aunque sin dejar totalmente la intervención del Estado. En 1880 , Alberdi sostenía “ nos
son las libertades patrióticas las que han hecho la grandeza de las naciones modernas, sino las libertades
individuales”, haciendo referencia a Spencer y Smith.
En 1889, Roque Sáenz Peña rechazaba la iniciativa estadounidense de crear la Unión Aduanera , sosteniendo que
cuando el Estado interviene en el curso natural de la producción y en la acción del interés individual del comercio,
perturba la economía.
Finalmente, aunque se pregonaba la aplicación de los principios del liberalismo, el Estado nunca dejó de intervenir
en la economía para acelerar el desarrollo y aprovechar el mercado internacional.
Con la crisis de 1890, se puede tener un conocimiento sobre las ideas económicas de Carlos Pellegrini para salir
de la misma. Pellegrini consideraba fundamental renegociar el pago de la deuda externa, ya que si no “el país
quedaría inscripto en el libro negro de las naciones insolventes”. Es por esto que había creado un proyecto en el
cual establecía las bases de un empréstito interno e invitaba a los banqueros a suscribirse, ya que según él sería una
“deuda de honor para la Naciòn”. También es importante la medida que tomó sobre la suba en las tarifas a la
importación. Las importaciones se desplomaron con las altas tarifas, la desvalorización del peso y la caída del
consumo, con lo que se logró un balance comercial favorable.
d) Elabore un cuadro comparativo sobre causas y consecuencias de las crisis capitalistas de 1866, 1873-75,
1889 y 1913.
Crisis Causas Consecuencias
1866 -La principal producción del país -Baja en los precios de la lana
está constituida por las lanas, -Los aranceles proteccionistas
éstas habían recibido un votados por Congreso
formidable impulso debido a la norteamericano en 1867. Las
creciente demanda de los tarifas protectoras establecidas
mercados europeos y de los por el gobierno estadounidense
Estados Unidos desde el se reflejan en un aumento del
comienzo de los años 60. 3% al 15% y su efecto inmediato
-Respecto al trabajo, descuidan la se traduce en una marcada
atención del vacuno y canalizan disminución de la exportación
sus impulsos hacia el ovino. argentina.
-Su distribución en el mercado -La producción ganadera
europeo y en los Estados Unidos argentina, principalmente en los
se ve favorecida por la situación ramos de pieles y lanas, se
que atraviesa este país; en efecto, enfrenta con serias dificultades
la guerra de secesión ocasiona para su colocación en el exterior.
una enorme pérdida en la -La circulación del papel
producción de algodón y moneda para quienes hacen sus
consecuentemente una notable transacciones a oro, la
reducción de la exportación de valorización del papel moneda
este producto a Europa. Creando no conviene a sus intereses. Los
un serio problema sobre todo a la salarios, el arriendo y otros
industria textil británica, viéndose pagos lo hacen en papel; en
obligada a recurrir a otros cambio los productos a vender
mercados exportadores, como ser: se deprecian en un 30 %.
Brasil, Egipto e India -Los comerciantes comienzan a
paralelamente aumenta, por preocuparse ante la dificultad de
necesidad, la demanda de lana. conseguir dinero, y el que
-Finalizada de la guerra de pueden obtener deben pagarlo
secesión en Estados Unidos, se con un 30% de interés.
restablece de inmediato el -La falta de papel moneda era
mercado pujante del algodón. La tan muy grave, el oro se vendía
industria textil europea utiliza diariamente por lo que quisieran
proporcionalmente menor dar, por cuyo motivo su valor
cantidad de lana. bajaba mientras que el papel se
-Comienza aparecer en la apreciaba falsamente a causa de
Argentina un excedente muy la abundancia de frutos.
difícil de colocar en el exterior, y -A fines de 1866 se agudiza la
por supuesto esto es acompañado crisis ganadera. Más de dos
por un mercado interno que no millones y medio de arrobas de
puede absorberlo. lana se venden con un 23 a 30%
de pérdida; mientras tanto el
ganado vacuno se desvaloriza
apreciablemente por falta de
mercados para sus carnes.
-Se comenzó a reutilizar otras
materias primas de los animales
(cuero y sebo) produciéndose
masivamente.

1873-1875 -A partir de 1873, una nueva -La Crisis se inició en marzo de


crisis vuelve agravar la situación 1873 cuando el gobierno empezó
con más profundidad, a retirar sumas de dinero del
reactualizando las cuestiones banco de la provincia, y el oro
económicas agitadas desde 1866. empezó a exportarse en pagos de
Acompañado por una política nuestro consumo por falta de
proteccionista por parte de los producto
países europeos a excepción de -Comenzaron las restricciones
Inglaterra y los Países Bajos. de crédito por parte de algún
-Esta nueva política económica banco privado, Esto se expresó
cobró impulso en la Argentina y por medio del aumento de la
fue defendida por López el cual exigencia para otorgar los
lo considera un medio para salir préstamos. Además de aumentar
del estancamiento y retroceso de la tasa de descuento, como en el
las economías de las provincias caso del Banco de Inglaterra
del interior. Piensa que la -Las tierras se volvieron
independencia de la política invendibles por falta de
librecambista condena a las compradores
provincias de Buenos Aires y -La Industria y el comercio
Entre Ríos como la servidumbre sufrían seriamente la falta de
de Europa. carestía del medio circulante
-En Europa comenzó siendo una -El segundo periodo de la crisis
crisis Austro germana que se comenzó en septiembre de 1873
extendió a otros países. Comenzó cuando el Banco Nacional no
con el pago de la indemnización llego a completar los 3 millones
de guerra por parte de Francia y que exigía su creación,
Alemania, qué favoreció a una Solicitando ayuda de su
especulación que comenzó en Gobierno.
Australia y llego a EEUU por -Comenzaron las quiebras
medio de las empresas alrededor de 1974
ferroviarias. -Los Comerciantes malvendían
-La bolsa de Londres comenzó a sus mercaderías importadas para
adquirir empréstitos extranjeros, afrontar los compromisos
fueron numerosos países de inmediatos con el exterior
América del sur los que lograron -Se produjo la Rebelión Armada
colocar empréstitos cuyos de Mitre y sus partidarios en
intereses se pagaron mientras 1874
duraron las sumas recibidas. -La quiebra del Banco Argentino
-La crisis en EEUU tiene mayor movilizo 8millones de Pesos en
eco, pero no ocasiona ni pánico ni Octubre en 1874.
quiebras. -El Gobierno comenzó a retirar
-La expansión del crédito los deposito del Banco Nacional
adquiere una magnitud -Para 1875 la crisis está en su
desconocida en Buenos Aires, punto culminante, el pánico
volcándose hacia la especulación, paralizó los capitales
principalmente de bienes raíces. disponibles.
-Llegaron las quiebras, el
abandono, la miseria y
comenzaron los remates de las
propiedades por falta de pago.
-Se agudizó la escasez de
circulantes, los prestamos e
inversiones extrajeras y las
importaciones devoraban las
reservas de oro, Produciendo
que 1878 cerrara sus puertas la
oficina de cambio del Banco de
la Provincia.
-La nueva situación obliga al
capital nacional a suplir todo
aquel mecanismo antes a cargo
del capital extranjero
-Caída de los Precios en los
productos exportados
-En 1876 la deuda externa llego
a su punto crítico, pero logro
superarlo con el apoyo
financiero de la provincia de
Buenos Aires
-El Gobierno realizo una
reducción del gasto público y
aumento de las rentas,
acompañado de una reducción
de los sueldos y pensiones, pero
no se logró los gastos en el
ministerio de guerra, ni en las
relaciones exteriores
-Se obtuvo un préstamo de
15millones del Banco de la
Provincia

1890 -Algunos historiadores ponen -Carlos Pellegrini desarrolló un


énfasis en el marco internacional plan para salir de la crisis,
y en la manera en que Argentina consistente en elevar las tarifas a
se relacionaba con el mismo. La la importación, renegociación
fragilidad del sector externo del pago de la deuda externa,
estaba en la entrada de capitales. acordando posponerlo hasta
Cuando los inversionistas fines de la década. Las
extranjeros se dieron cuenta de importaciones se desplomaron
que las expectativas sobre el ante las altas tarifas, la
crecimiento argentino eran desvalorización del peso y la
mayores que en la realidad, caída del consumo, con lo que se
decidieron retirar su dinero y logró un balance comercial
generaron una aguda crisis en el favorable.
balance de pagos. -Se reorganizó el sistema
-Otros historiadores señalan la bancario.
importancia de los factores -La maduración de las
internos, según los cuales el inversiones en ferrocarriles, que
origen de la crisis estaría en la continuaron recibiendo capital,
irresponsable política monetaria originaron un incremento en las
expansiva, que generó una fuerte exportaciones.
inflación y un caos irresponsable
en la concesión de los créditos.
1913 Una crisis internacional ocurrida -Victorino de la Plaza se vio
a raíz de la inseguridad que la obligado a declarar la
guerra de los Balcanes despertaba inconvertibilidad de la moneda,
entre los inversores, produjo la ante el malestar mostrado en el
caída en las inversiones que afectado sector financiero.
condujo a un efecto de rebote en -La crisis puso a la banca
la economía interna que afectó privada en serios problemas, que
especialmente a la construcción y se agravaban porque los
al sector financiero. depositantes tendían a sacar sus
ahorros y a dejarlos en algún
banco oficial.
e) Modelo Agroexportador [1]

Boom exportador, una economía mundial más integrada

Entre 1880 y 1914, la economía argentina tuvo un gran desarrollo a nivel mundial. Dicha expansión tuvo su origen
en el aumento de las exportaciones, cuyo valor se multiplicó casi diez veces. El incremento de la capacidad
exportadora estuvo sustentado en la puesta en explotación de las vastas extensiones de tierra virgen de la región
pampeana y en una profunda transformación de las empresas agrarias y los sistemas de transporte. 1La expansión
exportadora fue posible gracias a un incremento dramático en la escala de los flujos de capital y fuerza de trabajo
que se dirigían hacia el Rio de la Plata. El estado desempeñó un papel de considerable importancia en la expansión
económica.

Comenzó a ser un gran mercado mundial de alimentos de clima templado que se sustentó sobre el crecimiento del
tamaño de la población urbana, incrementando la demanda en materias primas, y una profunda transformación de
los sistemas de transporte, que se logró con el desarrollo de tecnologías basadas en el empleo masivo de hierro y el
vapor. La aparición de buques más veloces y de mayor tamaño, capaces de volver más rápida, segura, y previsible
la navegación oceánica, disminuyo drásticamente el costo del transporte marítimo. Las nuevas tecnologías de
transporte hicieron posible la comercialización a escala masiva de bienes, a esto se le suma también las nuevas
tecnologías en la conservación de alimentos.

La transformación ganadera.

En 1880 la actividad ganadera ovina fue la dominante, la ganadería vacuna tradicional se desplazó hacia tierras más
baratas o ecológicamente menos favorables. La ganadería pampeana se transformó en una de las más eficientes y
competitivas del mundo. Avances como los alambrados, galpones, mejoras en la sanidad animal, entre muchos
otros, fueron impulsados con mayor fuerza gracias a las nuevas tecnologías de la globalización. La mejora en la
navegación atlántica y la tecnología del frío permitieron que la producción de carne se convirtiera en la actividad
dominante en la ganadería pampeana.

Desde la aparición de los frigoríficos, los ovejeros argentinos, hasta entonces especializados en la cría de razas
merinas apreciada en primer lugar por la calidad de su lana, orientaron sus esfuerzos hacia razas que produjeran
también carne. La renovación ganadera bovina siguió los pasos de la ovina. El reemplazo de los bovinos criollos
por razas capaces de producir más y mejor se había iniciado tímidamente durante la segunda mitad de 1850.

Durante la fase inicial, el proceso de renovación del bobino encontró su principal estimulo en la expansión de la
demanda interna, desarrollada al calor de los requerimientos de carne de mayor calidad provenientes de los
segmentos más acomodados de la población urbana. Y desde 1890 los ganaderos argentinos comenzaron con la cría
de vacunos, que siguió los mismos pasosa que la ganadería ovina, en gran medida se apoyó en los recursos y la
experiencia generados a partir del proceso de expansión productiva y cambio tecnológico desencadenado por esta
última en las décadas previas.

Crecimiento agrícola

Hacia 1880, las exportaciones ganaderas representaban cerca del 95% de las ventas al exterior. Para 1914 su
incidencia en el valor de las exportaciones argentinas había caído a menos de la mitad del total de las ventas al
exterior. Este retroceso relativo fue resultado del veloz ascenso de la agricultura, que pasó de representar menos del
5% a más de 50% de las exportaciones.
Al comenzar la década de 1880, la producción de cereal pampeana estaba concentrada en algunos núcleos del norte
y el oeste bonaerense ubicados cerca del mercado capitalino y en los alrededores de Rosario y centro de Santa Fe.
Se extendió a gran velocidad, impulsada por la instalación de agricultores inmigrantes en las tierras nuevas y muy
baratas que la construcción de líneas férreas permitía conectar con los puertos de Paraná y los mercados de consumo.
Entre 1880 y 1895 la tierra de cultivo en Santa Fe creció diez veces.

La inmigración aportó los brazos de trabajo para dicha actividad productiva y los ferrocarriles redujeron los costos
en transporte. Además tenemos medidas legislativas como la Ley de Centros Agrícolas de 1887 que aspiraba a
impulsar la expansión del cultivo.

A comienzos de la década de 1890, la agricultura se expandió con fuerza en territorio bonaerense. Parte importante
de este desarrollo tuvo lugar en los distritos ganaderos, sobre todo en las tierras ocupadas por vacunos refinados,
pues allí el cultivo de cereales se complementó con la ganadería. Una forma de juntar ambas actividades fueron los
arreglos de los agricultores extranjeros comprometidos a cultivar cereales al o largo de tres o cuatro años a cambio
de cederle al propietario un porcentaje de la cosecha, una vez terminado el contrato se dejaba el predio sembrado
con forrajes. Implantada la pastura el agricultor se trasladaba a un lote vecino a continuar con la tarea.

Con el paso de los años la expansión de la agricultura comenzó a independizarse. Entre 1888 y 1914, la superficie
cultivada en la región pampeana se multiplico once veces, dando lugar al desarrollo de numerosas empresas
cerealeras, que operaban tanto en tierra propia como arrendada. La agricultura desplazo a la ganadería del lugar de
nave insignia de las exportaciones argentinas. Este triunfo del arado en un país que todavía en la década de 1870
importaba harina resulta aún más notable puesto que fue alcanzado sobre una ganadería que también creció y se
transformó. La incorporación de maquinaria fue imprescindible para que la argentina pudiese explotar la enorme
reserva de tierras y la creciente oferta de trabajo que fluía. Tengamos en cuenta las características climáticas de la
pampa: suave, templado y con lluvias parejas.

El sector agrícola resultó diverso: comprendía desde pequeñas chacras hasta grandes empresas capitalinas que
operaban con el trabajo asalariado que podían o no ser del dueño. Cuando el grano argentino comenzó a llegar a
Europa en grandes cantidades, cuatro firmas exportadoras, filiales de poderosos grupos internacionales, se
establecieron en el país e impusieron un férreo dominio sobre el comercio internacional de este producto. Las cuatro
grandes, Dreyfus, Bunge y Born, Weil hnos. y Huni y Wornser, desempeñaron un papel primordial en la
organización del mercado de granos y en la provisión de crédito a los agricultores 5. Estas firmas proveían, además,
nuevas semillas, técnicas de cultivo.

El trigo fue el símbolo de la revolución agrícola argentina. El trigo encontró en la llanura pampeana un suelo
particularmente fértil y un clima favorable. La tierra blanda y los pastos bajos permitían un arado fácil. La
abundancia de tierras dio un impulso a la producción triguera, relativamente extensiva en comparación con la de
otras latitudes. Las 4 firmas ya mencionadas se encargaban de la comercialización del trigo.

La evolución de las exportaciones agropecuarias testimonia la importancia y profundidad de las transformaciones


productivas recién mencionadas. Entre 1880 y 1914, el valor de las ventas argentinas al exterior se multiplico cerca
de nueve veces. Para comienzos de 1910, estas representaban cerca del 60% de las ventas al exterior. De todo lo
que exportaba casi dos tercios era maíz y otra parte lino. Argentina se convirtió en el tercer exportador mundial de
granos. Recordemos que en esta expansión también creció la demanda interna: los saldos exportables de bienes
como la carne y cereales experimentaron la presión de una población que no solo triplico su ingreso sino que creció
mucho entre 1880 y 1914.

La inversión extranjera.
La inversión extranjera cobró un súbito impulso a comienzos de la década de 1880, cuando procesos de más largo
plazo, vinculado a la expansión de los mercados de capitales europeos, se combinaron con circunstancias específicas
que volvieron a la Argentina muy atractiva a los ojos de los inversores internacionales (sus principales inversores
fueron la City de Londres y en menor medida inversores europeos). Estas inversiones se volcaron a
emprendimientos productivos, principalmente los ferrocarriles.

Cuando el ciclo de inversiones se cerró abruptamente con la Primera Guerra Mundial, la inversión externa había
crecido más de veinte veces, lo cual convirtió a la Argentina en el principal receptor de capital externo en América
Latina.

En definitiva, la inversión extranjera financió la instalación de una infraestructura básica, sobre todo en el sector de
transportes y comunicaciones, imprescindible para la puesta en producción de las fértiles tierras pampeanas.
Además, se puede ver una gran inversión en los frigoríficos para poder transportar carnes a Europa, esto vino
acompañado con un gran cambio en la producción ganadera.

La inmigración masiva

La región pampeana constituyó un área de atracción de inmigrantes a lo largo de todo el siglo XIX, y en esta etapa
de llegadas adquirio proporciones gigantescas.

El ciclo migratorio fue similar al de la inversión externa: los años ochenta y el decenio anterior a la Gran Guerra
fueron sus momentos más dinámicos. En los lugares de mayor concentración de inmigrantes, eran los nativos y no
los extranjeros quienes se encontraban en franca minoría.

La migración masiva constituyó un fenómeno original de esta etapa de veloz integración de los mercados mundiales.
Habitualmente, la migración no constituía un salto al vacío. Los millones de hombres y mujeres que cruzaron el
Atlántico recurrían a la guía y el apoyo de parientes, amigos o paisanos ya instalados en los lugares a los que se
dirigían. Las redes familiares y sociales sirvieron para facilitar la inserción del recién llegado en la sociedad
receptora.

Una explicación comprensiva del fenómeno migratorio se debe a los salarios y el contexto de oportunidades que
Argentina ofrecía de progreso económico y social más amplias que las existentes en las jerárquicas y estratificadas
sociedades de las que habían partido. Estas dos dimensiones resultan cruciales para explicar la importancia del flujo
migratorio hacia nuestro país en este período. El salario le resultaba atractivo no solo a los que buscaban una mejor
calidad de vida, sino también a los migrantes temporarios que solo buscaban incrementar sus ahorros para luego
retomar a su tierra. Estas oportunidades que daba argentina se vinculaban con un mundo social y cultural similar, y
con los requerimientos de energía y de destrezas laborales que ya tenían incorporados.

Quienes arribaron a la Argentina se encontraban entre los individuos más dinámicos y emprendedores de sus
comunidades, y muchas veces también entre los más calificados. Como es frecuente en los procesos migratorios,
los que dejan su tierra natal no son los más destituidos sino, en promedio, los más osados y ambiciosos.

En esta población donde predominaban los individuos en edad productiva también se hallaban sobrerrepresentados
los varones, la población económicamente activa paso a representar un porcentaje muy elevado de la población
total.

Finalmente, señalemos que la formidable mejora en el capital humano y en el tamaño relativo de la población
trabajadora tuvo impacto directo e inmediato sobre el crecimiento económico de la Argentina. Gracias a que el flujo
migratorio se orientó hacia las actividades y regiones donde la demanda laboral y productiva eran más altas.
En síntesis, la economía argentina gozó del enorme potencial de crecimiento ofrecido por una población trabajadora
no sólo más numerosa, calificada y motivada que la que podía producir su propio desarrollo vegetativo, sino también
menos marcada por la presencia de grupos (poco productivos, a la vez que bien implantada en las regiones y
actividades de mayor dinamismo del país.

Las importaciones

Gracias al auge inversor y a la llegada de inmigrantes, las importaciones experimentaron grandes transformaciones,
estas se multiplicaron por nueve. Esta expansión importadora se explicaba por el fuerte incremento de la capacidad
de consumo de la población, y por las nuevas demandas que surgían de la construcción de una economía más
compleja. Creció la compra de insumos y bienes de capital para el agro la manufactura y la construcción de
infraestructura.

El auge importador dio lugar a importantes saldos negativos en la balanza comercial, particularmente en la década
de 1880. En el corto y mediano plazo, el déficit comercial se salda con inversión externa. En el largo plazo, las
tensiones ocasionadas por el déficit comercial sólo podrían revertirse si las inversiones ayudaban a multiplicar la
capacidad exportadora de la economía, como en efecto sucedió con particular intensidad a partir del nuevo siglo.
Desde entonces y hasta la Primera Guerra Mundial, la Argentina experimentó un formidable crecimiento de que
economía de exportación.

Los estados y las instituciones

El estado argentino desempeñó un papel decisivo en la creación de un escenario capaz de promover la migración
de factores de producción, y de su acción dependió, en alguna medida, la orientación y profundidad de los flujos
provenientes del exterior.

El estado se convirtió en un promotor entusiasta del progreso material, a cuyo servicio colocó porciones cada
vez más importante de su presupuesto. En la década de 1880, el estado finalmente logró imponer una moneda de
curso obligatorio en todo el territorio nacional. También expandió la banca pública, promovió de manera activa la
inversión extranjera, y se comprometió a respetar los derechos de propiedad. Asimismo, ofreció incentivos tales
como la concesión de garantías de ganancia mínima para emprendimientos riesgosos e impulsó la importación libre
de gravámenes de bienes de capital e insumos industriales. Todas estas iniciativas demandaron recursos y se
apoyaron sobre el avance, a la vez material y simbólico, de la burocracia estatal. En esos años, el número de
empleados y funcionarios de la administración central se expandió vigorosamente. Gracias a la integración política
del territorio nacional que la expansión del sistema de comunicaciones contribuyó a acelerar, el aparato burocrático
creció, pero también comenzó a trabajar de manera más efectiva y articulada.

La construcción de un estado dotado de mayor capacidad para asegurar el orden e impulsar el crecimiento contó
con vastos apoyos entre las elites económicas, principales promotoras y beneficiarias de este programa. Asimismo,
el orden liberal logró concitar adhesiones considerables entre los sectores medios y populares, en primer lugar
porque la veloz expansión económica ofreció amplias oportunidades de mejora también para estos grupos.

Con todo, las orientaciones básicas de la política económica fueron impuestas desde la cumbre sobre una población
que, más que oponerse, buscó manera de adaptarse individualmente al nuevo escenario y, en particular, de
aprovechar las oportunidades abiertas a partir de la expansión productiva.

En rigor, las mayores tensiones que el orden económico experimentó durante este período no fueron producto de
desafíos provenientes de las clases subalternas o de sectores políticos rivales, sino de los riesgos que la propia elite
gobernante se mostró dispuesta a correr para acelerar el crecimiento económico.
Poco después de la llegada de Roca a la primera magistratura, la Ley de Unificación Monetaria de 1881 fijó una
nueva unidad, el peso moneda nacional, y puso a la pluralidad de monedas vigentes. También inauguró un régimen
de convertibilidad. Sin embargo, las autoridades pronto demostraron su predilección por políticas expansivas en
materia monetaria, a las que percibían como necesarias para redoblar el ritmo del progreso y desplegarlo en todo el
territorio nacional. El mismo objetivo inspiró la expansión de la banca pública y mixta, que en esos años creció con
rapidez, dominada por un ideal desarrollista que se apartó de los preceptos ortodoxos tenidos entonces por buena
práctica bancaria.

La década de 1880 asistió así a una fuerte expansión de la moneda y al crédito, destinadas a acelerar el crecimiento
económico, y a llevarlo hacia las provincias del interior que permanecían relativamente al margen de los progresos
del litoral. El Banco Nacional, dependiente del poder central, desempeñó un papel primordial en esta última tarea;
el Banco de la Provincia de Buenos Aires, por su parte, se convirtió en el principal vector para la expansión del
crédito en la provincia más rica y dinámica del país. La ausencia de coordinación entre estas instituciones llevó el
nivel de endeudamiento externo más allá de límites prudenciales. Abrumado por obligaciones imposibles de saldar
en el corto plazo, el país ingresó en una crisis fiscal y financiera de al que tardó cerca de diez años en recuperarse.

f) Los autores denominan las “Bases y Puntos de partida para el Progreso Argentino”[2] a una serie de concepciones
que fundaron las bases para consolidar el Estado Nacional. Después de realizar un breve resumen de la costosa
conformación del estado nacional, donde en las llamadas presidencias históricas de Mitre, Sarmiento y Avellaneda,
tuvieron como prioridad garantizar la existencia misma del estado argentino e intentaban sentar los cimientos del
país. Los autores recuerdan que de esta época datan los Códigos de Comercio, Civil y Penal, y también el primer
gran impulso a la educación que obsesiono a Sarmiento.

Con Roca en la presidencia el autor afirma que se puede hablar de un estado nacional con una autoridad firmemente
asentada, pero el desafío seguía consistiendo en consolidar la autoridad y utilizarla para el progreso de la Nación.
Se había pasado “de una Argentina épica a una Argentina Moderna”.

Pero el autor pregunta ¿Sobre qué suelo se intentaba sembrar la semilla del progreso? Y responde que con más de
un siglo de perspectiva es fácil responder pero que en aquella época no era obvio que a la Argentina le aguardaban
algunas décadas de crecimiento económico como nunca había conocido. Miran además desde un punto de vista
socioeconómico, todos coincidían en la voluntad de incorporar a la Argentina a la expansión mundial liderada por
Gran Bretaña y escoltada por las naciones que ya se habían sumado a la revolución industrial. Esa vocación de
progreso económico era coherente con ideas entonces en boga en el mundo occidental, como el positivismo de
Comte, la tesis de progreso indefinido derivada de Spencer y el darwinismo social. En ese ideario podían
encontrarse las bases para el optimismo de época sobre las posibilidades de desarrollo de Argentina, y al mismo
tiempo justificarse en un crecimiento a toda costa que ni reparara demasiado en los medios (ej.: el fraudulento
sistema electoral) ni en eventuales perdedores.

g) POLÍTICAS DE DESARROLLO ECONÓMICO Y DEUDA EXTERNA EN ARGENTINA, 1868-1880[3]

Para el autor existen varios posibles métodos para interpretar el papel del Estado como promotor del desarrollo
económico durante el siglo XIX, de los cuales el autor cita tres de los más relevantes. Un enfoque nos emplaza a
centrar la atención sobre los cambios en la formulación ideológica de los “proyectos de desarrollo” de los grupos
dirigentes en una sociedad determinada. Un segundo enfoque pone mayor énfasis en el análisis de las
políticas concretas que se adoptaron y la manera en que se implementaron. Una tercera perspectiva resalta la
necesidad de estudiar los mecanismos de financiamiento de los programas económicos del gobierno incluyendo,
claro está, tanto los ingresos y egresos como la política en endeudamiento del gobierno.
Además considera fundamental tratar de explicar cómo los proyectos económicos del gobierno nacional fueron
traducidos a la realidad. En el caso argentino ello implica prestar una atención especial al crecimiento de las
funciones de aquella institución multifacética que se denominó Ministerio del Interior. Aunque este organismo fue
creado en 1862, no cobró vida sino hasta la administración de Sarmiento (1868- 74) a partir de cuándo fue
adquiriendo su carácter de principal “agencia del desarrollo” del Estado nacional, función que seguiría cumpliendo
hasta fines del siglo.

Ideologías del desarrollo económico

La inmigración, la apertura al capital extranjero, el libre comercio, una política monetaria más o menos estable, y
la expansión de la frontera agrícola y ganadera fueron sin duda algunos de los instrumentos que se consideraron
indispensables para impulsar el desarrollo o el “progreso”, para utilizar la terminología correspondiente de la época.
No obstante, cuando se abocaban a la tarea concreta de implementar los programas económicos, los dirigentes
argentinos tendían a favorecer una participación creciente del gobierno en las esferas del transporte, las
comunicaciones, la banca, etc. Tropezamos aquí por consiguiente con una serie de contradicciones que no eran sólo
aparentes sino que tenían algunas consecuencias prácticas inesperadas.

Durante el decenio 1852-62 comenzó a perfilarse una distinción entre las posiciones de los ideólogos que favorecían
la adopción de dos tipos de políticas: Los influyentes escritos de Alberdi reflejaban la destilación de algunas de las
tesis centrales de la escuela de Adam Smith (liberalismo económico) y sus discípulos, mientras que Frangueiro se
apegaba a una serie de planes saint-simonianos para permitir la monopolización del crédito por el Estado, cuya
finalidad consistía aparentemente en lograr un desarrollo económico dirigido desde arriba.

A raíz del establecimiento del gobierno nacional en 1862, los debates legislativos pronto revelaron que existía un
acuerdo tácito entre diputados y senadores para continuar con las políticas de desarrollo ensayados por los gobiernos
anteriores. Sin embargo, la relativa penuria fiscal no permitió avances de mucha importancia durante la
administración de Mitre (1862-68) cuando las finanzas del Estado se vieron de tal manera subordinadas a las
necesidades de cubrir los costos de operaciones militares (especialmente la Guerra del Paraguay) que resultó
ilusorio proponer que se realizase un esfuerzo sistemático por promover un programa de obras públicas. En este
terrero la función del Estado se limitó a ser garante de la inversión privada.

A partir de 1868, en cambio, la nueva administración encabezada por Sarmiento adelantó un plan para acentuar el
papel económico del Estado, aún cuando simultáneamente seguía defendiendo la libre empresa. En su discurso
inaugural ante el Congreso, en 1869, el nuevo presidente subrayó su deseo de dibujar un nuevo curso político y
económico fundado en la promoción de una amplia gama de proyectos que incluían la construcción de ferrocarriles
y telégrafos, la modernización de los puertos, el apoyo a la colonización agrícola y la celebración de una primera
exposición nacional de industria y agricultura en la ciudad de Córdoba. La elección de Córdoba resultaba sin duda
significativa pues esta ciudad era el eje principal del comercio este/oeste y norte/sur del país. Implícito en tal
decisión podía vislumbrarse el deseo de impulsar un mayor grado de unidad nacional tanto en el plano mercantil
como en el político/militar. Para Vélez Sarsfield los mayores enemigos del progreso los constituían “la distancia”
y “el desierto”. La construcción de caminos y puentes, la extensión de los telégrafos y el fomento de los ferrocarriles
se presentaban por consiguiente como los instrumentos indispensables para vencer tales obstáculos.

El Ministerio del Interior como “agencia del desarrollo”

De los cinco ministerios que fueron establecidos en 1862 por el nuevo gobierno nacional, cuatro tenían funciones
claramente definidas: el Ministerio de Guerra, el de Hacienda, el de Justicia, Educación y Cultos y el de Relaciones
Exteriores. Pero el quinto departamento- el Ministerio del Interior- era mucho más heterogéneo desde el punto de
vista funcional y administrativo. Al mismo tiempo, el Ministerio del Interior era virtualmente la única agencia
nacional dedicada a la promoción del desarrollo económico. Los dineros requeridos para tales fines naturalmente
provenían de las arcas del Ministerio de Hacienda pero el de Interior era el organismo encargado de gastarlos y
administrarlos.

Durante la década del 70 la prioridad del Ministerio consistió claramente en la modernización del sistema de
comunicaciones y transportes a nivel nacional. Que así fuese no tenía nada de extraño pues este programa
efectivamente unía los objetivos claves de la administración en la esfera política y económica. El establecimiento
de una red más extensa y eficiente de comunicaciones, por ejemplo, facilitaba las transacciones mercantiles, pero
de manera igualmente importante contribuía a la consolidación de la administración política a nivel importante
contribuía a la consolidación de la administración política a nivel nacional. De forma similar, la promoción de los
ferrocarriles no sólo favorecía la expansión del comercio sino que representaba un instrumento indispensable para
el rápido despliegue de las fuerzas militares donde ellas eran requeridas; por ejemplo en el caso de incursiones de
diversas tribus de indios guerreros o, alternativamente, para reprimir levantamientos provinciales dirigidos en
contra del gobierno central.

El Estado y la empresa privada en la organización del sistema nacional de correos

El primer paso que emprendió la administración nacional para mejorar el sistema de comunicaciones fue el
establecimiento de un servicio de correos que abarcó a las catorce provincias de la república. Para realizar esta tarea
tanto el gobierno de Mitre (1862-68) como el de Sarmiento (1868-74) tuvieron la fortuna de poder construir sobre
las bases que habían sentado los gobiernos anteriores. Más concretamente, durante la década 1850/60 los líderes de
la Confederación ya habían formado el esqueleto de un primitivo sistema de correos al autorizar la contratación de
una serie de postas y diligencias regulares, para transportar la correspondencia entre las principales ciudades del
interior y a lo largo los ríos Paraná y Uruguay.

Estas iniciativas fueron continuadas después de 1862, y por una nueva ley de 1866 el Congreso Nacional estableció
las condiciones a regir en los servicios contratados con los empresarios que se encargaban de las contadas líneas
existentes. De acuerdo con esta legislación, varias diligencias de correos debían circular por las cuatro principales
rutas que conectaban la ciudad de Córdoba con las de Jujuy, Catamarca, La Rioja y Mendoza, respectivamente,
mientras que la correspondencia entre los pueblos secundarios de las provincias del norte y occidente se conducían
mediante postas de a caballo.

A pesar de los avances logrados a mediados de los años 60, la burocracia y las instalaciones de estos servicios
seguían siendo exiguas, no ampliándose hasta unos años más tarde cuando la Administración Nacional de Correos
comenzó a consolidarse. En 1869 el Congreso autorizó la construcción de edificios adecuados para las oficinas en
Buenos Aires y en otras poblaciones importantes y por primera vez se delegaron una serie de inspectores para
supervisar las operaciones en todas las provincias. Los contratos pronto se multiplicaron en base a negociaciones
con una multitud de pequeñas compañías. En el año 1876 ya estaban en operación noventa y dos líneas de
diligencias de correos subsidiados por el gobierno nacional y unas treinta y cinco postas a caballo que alcanzaban,
en su conjunto, a la mayoría de los distritos más poblados del país.

El sistema de correos nacionales creció con rapidez en años subsiguientes, según lo atestigua el hecho de que
existiesen unas 400 oficinas postales a mediados de los años ochenta. Pero también habría que remarcar que seguía
siendo un servicio manejado esencialmente por firmas privadas pues eran éstas las que efectuaban el transporte
terrestre y fluvial de la correspondencia. El gobierno, por supuesto, supervisaba las operaciones pero su función
fundamental consistió en apoyar a los numerosos capitalistas involucrados mediante el otorgamiento de subsidios
y contratos.

El sistema telegráfico: prioridades militares y mercantiles


En contraste con los correos, la red telegráfica nacional fue controlada más directamente por el Estado. La
construcción de este segundo y más moderno sistema de comunicaciones arrancó verdaderamente bajo la
administración de Sarmiento. En octubre de 1869, el Congreso Nacional creó la Inspección General de Telégrafos
y a partir de entonces esta oficina inició negociaciones con una serie de compañías contratistas para el tendido de
miles de kilómetros de cables hacia el norte, sur y oeste de Buenos Aires y Rosario, incluyendo una línea que llegó
hasta la frontera chilena.

El costo abultado de estos proyectos requirió nuevas formas de financiamiento. En 1869 la legislatura nacional
resolvió acudir al mercado local de capitales autorizado la venta de un monto considerable de bonos estatales-
llamados “acciones de caminos y puentes”- para financiar el programa de construcción de telégrafos así como
algunas otras obras públicas. Para 1876 ya existían más de 8,000 kilómetros de telégrafos, de los cuales
aproximadamente el 60% pertenecía al Estado.

Debe agregarse que tal empresa supuso la importancia de grandes volúmenes de materiales- especialmente cables
desde Inglaterra- lo cual obligó al gobierno a abrir una cuenta especial con la casa bancaria londinense de Cristóbal
Murrieta and Co. Para agilizar los pagos para el equipo contratado. Ello revelaba la complejidad técnica y financiera
que ya comenzaban a alcanzar los planes de desarrollo económico del joven gobierno argentino.

La modernización del sistema tradicional de transporte: caminos y puentes

A mediados del siglo XIX el vasto y poco poblado territorio argentino contaba con una red camionera rudimentaria
de raigambre colonial. En la zona pampeana los ganaderos y agricultores seguían dependiendo de las lentísimas
carretas de bueyes, vehículo universal para el transporte de mercancías.

A partir de la independencia y hasta los años ’60 los gobiernos provinciales poco habían hecho para modificar la
red tradicional de transporte, no sólo por la frecuencia de los conflictos inter-regionales sino fundamentalmente a
causa de la escasez de fondos. Únicamente en la provincia de Buenos Aires podía encontrarse una tesorería lo
suficientemente próspera como para pagar a las empresas contratistas encargadas de reparación y construcción de
caminos. En el resto de la república, en cambio, la implementación de un programa de reformas recaería
inevitablemente sobre los hombros del gobierno nacional y, más específicamente, del Ministerio del Interior.

Durante la presidencia de Mitre, no obstante, los recursos estatales disponibles para tales fines fueron tan limitados
que no se logró sino la reparación de algunas viejas rutas. Desde 1869, en cambio, se produjo un notable avance,
especialmente a raíz del establecimiento de la Oficina Nacional de Ingenieros. A pesar de ser ésta una repartición
relativamente pequeña, habría de cumplir una misión fundamental en la realización del conjunto de los ambiciosos
proyectos de desarrollo que se iniciaron bajo la administración de Sarmiento.

Los puertos y la navegación fluvial: la negligencia estatal

El mejoramiento de las instalaciones portuarias existentes y de los sistemas de navegación fluvial fueron objetivos
complementarios asumidos por el Ministerio del Interior, pero en este caso, el monto de fondos efectivamente
invertidas fue tan reducido que las iniciativas gubernamentales resultaron francamente decepcionantes. Es cierto,
como ya se ha indicado, que las autoridades nacionales firmaron una serie de contratos con diversas compañías de
navegación para transportar el correo entre los puertos fluviales durante los años de 1863-74, pero posteriormente
se cancelaron la mayoría de los subsidios, dejando el fomento del tráfico fluvial y de la marina mercante
enteramente en manos de empresas privadas, locales o extranjeras.

Más sorprendente aún fue la negligencia casi total del Estado con respecto a la modernización de los puertos, cuyas
instalaciones no se habían modificado sustancialmente desde la época colonial a pesar del enorme incremento en
el tráfico naviero internacional realizado a través de ellos. En 1869 dos grupos de capitalistas anglo/argentinos
presentaron propuestas para dragar el puerto de Buenos Aires y construir algunos muelles, lo cual hubiese permitido
que los navíos de mucho calado pudieran descargar directamente sin tener que efectuar el lento y engorroso proceso
de “transbordage” como seguía siendo la práctica habitual. Pero ni la legislatura provincial ni la nacional aprobaron
los proyectos a pesar de las enérgicas gestiones en su favor por parte de Sarmiento. Las sumas ridículamente exiguas
gastadas durante el período claramente sugieren que las prioridades del gobierno no se orientaban a impulsar el
tráfico fluvial o marítimo sino que se centraban en los requisitos del transporte terrestre y, de forma cada vez más
acentuada, en la expansión de ese nuevo y revolucionarios instrumento que era el ferrocarril.

La política ferroviaria del Ministerio del Interior

Dentro del campo del desarrollo económico puede argumentarse que la organización de la red ferroviaria nacional
representó el mayor desafío técnico, administrativo y financiero que enfrentó el Estado argentino durante la segunda
mitad del siglo XIX. De hecho, la construcción de los ferrocarriles absorbió cerca del 75% del total de gastos
públicos asignados para proyectos de desarrollo a lo largo de los años ’60 y ’70. Ello ayuda a explicar por qué en
el año de 1880, el Estado ya controlaba cerca del 50% del kilometraje nacional de ferrocarriles, además de
proporcionar cuantiosos subsidios para la mayoría de las líneas privadas.

Numerosos historiadores han sugerido que en el caso argentino existió una escasez de capital privado local, lo cual
explicaría por qué se dependió alternativamente de empresas extranjeras o del mismo Estado, al igual que en
Australia, para financiar su construcción. Esta disyuntiva, asimismo, podría considerarse como una de las causas
del carácter contradictorio de las políticas adoptadas por el Estado. La primera compañía ferroviaria argentina fue
estatal; las dos siguientes fueron de capital británico, y la cuarta de tipo “mixto”, en la cual coparticipaban
accionistas privados argentinos y británicos, juntos con el gobierno nacional. Al comenzar la década de 1870, sin
embargo, la administración de Sarmiento resolvió imponer un programa algo más coherente para el fomento y
supervisión del sector. Su innovación técnico/administrativo más destacada fue la creación de una repartición
especializada llamada “Inspección Nacional de Ferrocarriles” que dependía indirectamente de la Oficina Nacional
de Ingenieros.

El otro paso importante que emprendió el gobierno nacional fue la planificación y construcción de un esqueleto de
líneas a través de las provincias extendiendo la ruta ya existente de Rosario-Córdoba hacia el norte de Tucumán y
hacia el oeste a Mendoza. Pero para realizar estas obras se requería una cantidad sin precedentes de capitales,
recursos materiales y mano de obra. Para cumplir con tales necesidades, en 1870 el Congreso Nacional aprobó la
emisión de un gran empréstito extranjero-conocido como el “Empréstito de Obras Públicas- que, dicho sea de paso,
fue el mayor préstamo que el gobierno argentino había solicitado hasta entonces.

El empréstito de 1871 y la política ferroviaria

El 16 de mayo de 1870, el presidente argentino, Domingo Sarmiento, presidió las ceremonias de inauguración del
Ferrocarril Central Argentino que unía las ciudades de Rosario y Córdoba. Esta línea, iniciada cinco años antes,
había sido construida con capitales ingleses y argentinos. Para Sarmiento su terminación significaba una
combinación de adelantos de carácter económico y político.

El problema principal que enfrentaban los legisladores de 1870 se cifraba en las formas de financiar la deseada red
ferroviaria en el interior de la nación. El capital local era extremadamente escaso en estas regiones y los gobiernos
provinciales no contaban con los abundantes recursos de las hermanas provincias del este. Las únicas opciones
reales, por consiguiente, consistían en ofrecer concesiones a empresas extranjeras o en conseguir que el gobierno
nacional asumiese esa prodigiosa tarea.
Cuando la administración de Sarmiento decidió hacer públicos sus proyectos ferroviarios, en junio de 1870,
quedaban pocas dudas que el único camino políticamente viable consistía en el control estatal sobre los nuevos
ferrocarriles a construirse, debido a los desencuentros que tuvieron con la empresa que construyó el Central
Argentino. El ministro de Hacienda, Gorostiaga, hizo notar que sin estas vías resultaba dudoso que la economía
argentina pudiese lograr los niveles de prosperidad de los países capitalistas más avanzados.

La cuestión clave entonces no era el control privado o estatal- pues ya se había decidido a favor de éste último- sino
específicamente cómo reunir los dineros requeridos. En general existía consenso que sería virtualmente imposible
conseguir suficientes fondos en la Bolsa de Buenos Aires. Por consiguiente, el poder ejecutivo propuso que se
emitiera un gran empréstito externo por valor de 30 millones de pesos fuertes (aproximadamente 6 millones de
libras esterlinas) en los mercados europeos de capital. De esta enorme suma aproximadamente 60% se destinaría a
proyectos ferroviarios estatales, 20% para obras portuarias y para la cancelación de algunos créditos impagos, y,
finalmente, 20% para cubrir los gastos de colaboración, comisiones de banqueros, etc.

En su conjunto la propuesta de un “préstamo para el desarrollo” fue aceptada por unanimidad en las Cámaras de
Diputados y Senadores, pues aún los más acerrímos opositores del gobierno, como Nicasio Oroño, senador por
Santa Fé, reconocían que la nueva transacción financiera representaba una ruptura, en cierto sentido radical, con el
pasado, y en particular con el endeudamiento militar que había caracterizado a la administración de Mitre.

Por último, quedaba pendiente la cuestión del monto del préstamo y de las condiciones a exigir por los banqueros
encargados de la emisión. El gabinete opinaba que la colocación de los treinta millones de pesos en bonos debía ser
negociado con una fuerte firma bancaria de Londres, pero sin anunciar públicamente cual había de ser el precio
mínimo aceptable al gobierno. El responsable de Hacienda sugirió que le método más eficaz consistiría en otorgarle
poderes amplios al agente oficial de Argentina para que pudiese determinar cuál era la mejor oferta. Por otra parte,
la poderosa casa de Baring Brothers ya le había advertido al ministro de Hacienda que si las autoridades argentinas
deseaban colocar los bonos exitosamente, tendrían que proceder con la máxima discreción, tanteando a los
diferentes bancos, y evitando cualquier pronunciamiento público que despertara la avaricia o, alternativamente, el
temor de los inversos potenciales.

La “discreción”, sin embargo, no constituía la máxima prioridad de los dirigentes políticos en esa coyuntura. Lo
urgente era aprovechar la fiebre especulativa en la Bolsa de Londres para obtener el oro requerido para implementar
los ambiciosos proyectos de desarrollo que habían hecho presa de la imaginación de la élite argentina.

El destino de los fondos del Empréstito de Obras Públicas de 1871

Cuando el agente oficial del gobierno argentino, Mariano Varela, comenzó a negociar los términos específicos del
empréstito de obras públicas en la ciudad de Londres, recibió una carta de Sarmiento en la cual se le recomendaba
que abriera discusiones con la casa bancaria de Thomson, Bonar. Ello ocurría en octubre de 1870, pero pocas
semanas después Varela estaba celebrando conversaciones paralelas y secretas con por lo menos dos firmas
londinenses adicionales Louis Cohen and Sons y Cristóbal Murrieta and Co. Las negociaciones continuaron hasta
abril cuando el contrato definitivo fue firmado con Murrieta. La noticia causó cierta sensación entre los círculos
financieros de Europa y de Buenos Aires no sólo por el desplazamiento de los dos primeros “merchant banks”
mencionados, sino sobre todo porque el gobierno no había preferido buscar los servicios de la prestigiosa banca
de Baring Brothers, la firma financiera que se había encargado de los anteriores empréstitos externos de Argentina.
Pero la casa de Murrieta también tenía vínculos importantes con el gobierno argentino desde hacia algún tiempo,
habiendo participado en el financiamiento del Ferrocarril Oeste de la Provincia de Buenos Aires desde 1860.

Posiblemente el hecho de que la firma de Murrieta no fuese de las primeras del marcado londinense haya sido un
factor que dificultara la venta de los seis millones de libras en bonos del empréstito argentino. En todo caso,
Murrieta solamente pudo colocar tres millones de libras en 1871/72, después de lo cual las ventas amainaron. En
ellos influyó la crisis financiera internacional de 1873 que provocó una baja en las actividades bursátiles. En última
instancia, los banqueros se vieron obligados a vender pequeñas parcelas de bonos argentinos durante toda la década,
no siendo hasta 1880 cuando se vendió el último lote de los valores de este empréstito.

En resumidas cuentas, el Empréstito de Obras Públicas de 1871 resultó una transacción financiera cara, pero no
improductiva. Sus principales defectos fueron dos. En primer lugar, el largo plazo que ocuparon tanto la recepción
como la inversión de los fondos implicó fuertes gastos financieros sobre capitales que no produjeron beneficios
sino hasta algunos años más tarde. En segundo lugar, el propósito original de utilizar una porción de los fondos en
obras portuarias quedó desvirtuado ya que se desembolsaron principalmente para finalidades militares. Pero
también fue cierto que la mayor parte del oro extranjero recibido sirvió para la realización de una serie de
importantes proyectos ferroviarios bajo las administraciones de Sarmiento y Avellaneda.

En la primera etapa- correspondiente a los años de 1871 y 1872- el gobierno recibió el grueso de los fondos del
empréstito. Durante los dos primeros años de vida del empréstito, por consiguiente, el oro de Londres no fue
utilizado para financiar actividades productivas, sino que fue transferido para su custodia a las arcas de diversos
bancos bonaerenses. De esta manera, tales instituciones financieras recibieron una tremenda inyección de capital
de corto plazo que pudieran utilizar para incrementar sus operaciones ordinarias de crédito.

Pero, eventualmente, el gobierno sí pudo comenzar a canalizar los ingresos externos hacia las obras públicas
proyectadas, lo que constituía una segunda etapa en la vida del préstamo. La mayor parte del efectivo fue utilizado
para la construcción de los ferrocarriles estatales. El otro gran proyecto ferroviario estatal iniciado con los fondos
provenientes del empréstito de 1871 fue la construcción de la ruta denominada “Central Norte” que unió a las
ciudades de Córdoba y Tucumán.

h) Gerchunoff[4] habla de que con la Campaña del Desierto iniciada en 1879, se agregaron al territorio nacional
grandes extensiones de tierras que alteraron tanto la geografía política como la geografía económica y esta última
tiene una causa independiente: Las necesidades de la ganadería en expansión. Las antiguas tierras habían sufrido
sobrepastoreo por lo que era necesario expandirse hacia el sur y el oeste.

El hecho de que las tierras más alejadas fueran peores, menos aptas para una explotación intensiva, determino en
parte la distribución de las actividades rurales, con la ganadería predominando en el oeste y sur de la provincia de
Bs As y en La Pampa y la agricultura ocupando la mayor parte de las tierras más cercanas al litoral, en el norte de
Bs. As y Santa Fe.

El autor dice además de que es necesario admitir que en el momento de repartirse las nuevas tierras todavía no eran
codiciadas. Cuando no se regalaban se vendían en precios ínfimamente irrisorios por el simple propósito de
financiar desequilibrios financieros. Luego de la Campaña del Desierto también hubo una enajenación masiva de
propiedad estatal, entre cuyos beneficiarios se contaban principalmente militares que habían participado de las
expediciones contra los indios.

En conjunto, esta transferencia a manos privadas de propiedad adquirida por el estado, siguiendo procedimientos
discrecionales, era cuestionable como violación a los más elementales principios de justicia distributiva. Además
no es tan claro que los efectos de “la gran propiedad” sobre la productividad hayan sido tan importantes. En primer
lugar, el funcionamiento de un mercado de tierras bastantes fluido a partir de la década del 80 impide denunciar
grandes ineficiencias en la producción rural provocadas por una distribución demasiado concentrada; si desde un
punto de vista económico era más sensata la producción en unidades de menor tamaño, la rentabilidad por hectárea
debía ser menor para los establecimientos grandes, lo que incentivaría naturalmente a la partición de las grandes
propiedades. La difusión del arrendamiento agrícola practicado principalmente por los inmigrantes, es otra de las
evidencias de que el mercado se ajustaba para compatibilizar una distribución poco equitativa de la propiedad con
una eficiencia productiva aceptable.

Otra crítica a la distribución de la tierra en pocas manos es que ello no impidió el funcionamiento de un mercado
competitivo, imponiéndose en cambio prácticas oligopólicas que mantuvieron altos los precios. El resultado habría
sido la dificultad de los pequeños agricultores para acceder a la tierra.

Es innegable que el régimen de tenencia de la tierra redundo en una distribución del ingreso muy desigual en las
zonas rurales. Fuera de la abundancia de comida, los peones rurales sufrieron condiciones de vida miserables,
careciendo de instalaciones sanitarias y de viviendas acordes a la prosperidad de sus empleadores y encontrando
muchas dificultades para acceder a la educación. Con el tiempo, estas desigualdades tendrían un efecto no deseado:
el sector rural seria identificado con la “oligarquía terrateniente” y cualquier medida política que los favoreciera
sería considerada contraria a los intereses de la población más pobre.

i) a-El péndulo de la riqueza: la economía argentina en el período 1880- 1916 por Fernando Rocchi[5]

Crecimiento Económico Y Exportaciones

En el periodo 1880-1916 la economía Argentina experimento un crecimiento, en los 36 años que siguieron a 1880
mientras la población se triplicaba, la economía se multiplico nueve veces. El PBI creció, el producto per cápita lo
hizo a un 3%, un dato todavía más revelador dada la cantidad de inmigrantes que llegaron al país, el crecimiento
del producto per cápita en la Argentina superaba al de los Estados Unidos. El motor del crecimiento económico
fueron las exportaciones de productos primarios. Desde mediados del siglo XIX las ventas al exterior de lana habían
crecido de manera sostenida y convertido a este producto en el principal bien exportable del país.

A fines del siglo XIX, la estructura de las exportaciones comenzó a diversificarse con la producción de nuevas
mercancías para vender en el exterior, como cereales, lino, carne congelada ovina, y animales en pie. A principios
del siglo XX, la carne refrigerada vacuna se transformó en una nueva estrella. El auge exportador argentino fue
parte de un proceso de internacionalización del intercambio comercial que se aceleró a fines del siglo XIX con el
desarrollo del capitalismo internacional.

Así como se comerciaban los bienes y servicios de un lugar a otro, también los factores de producción móviles
fluyeron en el marco de esta internacionalización económica. Una Europa con exceso de población se convirtió en
la principal fuente de salida de mano de obra hacia las zonas que la requerían y que ofrecían salarios más atractivos.
La migración de trabajo y de capital requería un cierto marco de orden político y jurídico que protegiera vidas,
propiedades y emprendimientos.

A mediados del siglo XIX la inserción de la Argentina en el mercado capitalista mundial era débil, el país no tenía
ni capitales ni población suficiente como para producir bienes exportables en gran escala, ni siquiera había un estado
central que pudiera ofrecer el orden político necesario para recibir estos factores escasos. Este orden llego después
de un largo proceso que comenzó a gestarse con la Batalla de Caseros en 1852 y termino en 1880.

La Argentina contaba con un factor de producción abundante sobre el que se basó el crecimiento exportador: la
tierra. La dotación de tierras se mostraba como inacabable mientras que la fertilidad del suelo hacia que la
producción agropecuaria resultara altamente eficiente.

La ocupación por parte de los blancos se fue desplegando en el tiempo a partir de una frontera que se desplazaba
sobre el territorio indígena. El salto final se produjo con la Campaña del Desierto liderada por Roca en 1879. La
expulsión de los indígenas no significaba que las tierras entraran de inmediato en la producción, a partir de la
conquista se dio otro proceso mas lento, el del avance de la frontera productiva, que se despegó durante varias
décadas y alcanzo recién en la de 1920 el límite de su expansión. Por su abundancia el precio de la tierra fue en un
principio muy bajo, a partir del avance de la frontera productiva su valor comenzó a subir y entre 1880 y 1913 el
precio de la tierra pampeana se multiplico por diez. Las inversiones extranjeras se desplegaron siguiendo dos
elementos: la seguridad y la rentabilidad.

La constitución de 1853 fue la base para arreglar el problema de la vieja deuda, al establecer el carácter sagrado de
la propiedad privada y prohibir la confiscación, la seguridad que brindaba la ley no eliminaba los riesgos del
mercado.

El Estado impulso la primera ola de inversiones a través de emisión de bonos del gobierno sobre los que se pagaba
un interés mayor que el que brindaba un banco europeo. La gran mayoría de los capitales provenía de Gran Bretaña,
que por varias décadas conservaría ese papel en el conjunto de las inversiones extranjeras en la Argentina, los
ingleses también iban a invertir su capital en las vías de transporte que la producción necesitaba para comercializarse
y exportarse: los ferrocarriles.

Esta red ferroviaria posibilito la puesta en producción de nuevas tierras, así como la explotación de nuevos
productos exportables. El fin de la expansión del ferrocarril mostraba que se había llegado a los límites de la frontera
productiva rentable. Los británicos invirtieron en tierras, comercio y hasta industria, también invirtieron otros países
europeos como Francia, Alemania, Bélgica e Italia. A principios de siglo comenzaron a llegar capitales
norteamericanos. En un principio el grueso de las inversiones se centró en bonos estatales, los norteamericanos
invirtieron en una operación más riesgosa: los frigoríficos, estas empresas permitían el procesamiento de vacunos
con destino a la exportación. A fines del siglo XIX comenzó a exportarse ganado vacuno en pie para su faena en el
lugar de consumo, el principal comprador de carne argentina era Gran Bretaña.

Los ferrocarriles fueron fundamentales para hacer que la Argentina se convirtiera en un exportador de cereales en
gran escala. Las colonias formadas por inmigrantes y dedicadas a la agricultura se caracterizaban por la alta
presencia de propietarios de la tierra entre sus pobladores. El cambio que estas produjeron transformo a la Argentina
de país importador en exportador de cereales.

En los primeros años del siglo XX la Argentina ya había delineado un perfil productivo y exportador que continuaría
por muchos años: cereales y carnes con destino a los mercados europeos. En 1910 el país se había convertido en
el tercer exportador mundial de trigo del mundo, lejos del primero, Rusia pero no tanto del segundo, Estados Unidos.
Fueron las épocas en que la Argentina comenzó a ser llamada el “granero del mundo” y en que su carne se convirtió
en una verdadera marca del país.

La Economía Pampeana

A principios del siglo XX, el escenario microeconómico del agro pampeano cambió cuando buena parte de la
producción cerealera comenzó a originarse en estancias. La estancia, considerada como una unidad económica
desplegada en una gran extensión de tierra, había caracterizado el paisaje pampeano desde la época colonial.

Los cereales se produjeron, sin embargo, en la “estancia mixta” (así llamada porque combinaba la agricultura con
la ganadería), un tipo de unidad productiva nueva, con una serie de instalaciones y un manejo empresarial que la
volvían diferente de la vieja estancia. En ella no sólo la producción de cereales aparecía como novedad; la ganadería
que se explotaba era también distinta de la de los antiguos establecimientos, pues se trataba de producir primero
ovinos y posteriormente vacunos refinados que terminarían, después de su faena en los frigoríficos locales, siendo
exportados. Si bien las colonias impulsaron la primera producción agrícola en gran escala, la estancia mixta la hizo
llegar a los niveles que convirtieron a la Argentina en uno de los graneros del mundo. Entre 1880 y 1890, cuando
las colonias concentraban el grueso de la actividad, las exportaciones agrícolas pasaron de 450.000 a 25.000.000
pesos oro. En el siglo XX, con el auge de la estancia mixta, estas ventas al exterior pasaron de 70.000.000 pesos
oro en 1900 a 300.000.000 en 1913. La combinación entre agricultura y ganadería se mostraba, entonces, como una
asociación altamente eficiente.

El agro pampeano se caracterizó por la ausencia de grandes conflictos sociales durante buena parte del período de
auge exportador. El entramado que unía a estancieros, arrendatarios y braceros, sin embargo, no siempre era tan
calmo. Cuando estallaba una crisis, como ocurrió en 1912 durante el llamado Grito de Alcorta, las complejidades
y tensiones del tejido social pampeano salían a flor de piel. Su fama se debió, en gran medida, a que fue el primer
conflicto agrario de este siglo en el corazón de la región pampeana, en la que sólo el levantamiento de colonos en
la provincia de Santa Fe en 1893 aparecía como un antecedente de choque rural. Las razones de ambos
enfrentamientos fueron, sin embargo, diferentes, tal como se verá más adelante. En los primeros años del siglo XX,
el conflicto social se desarrolló más en las ciudades que en el agro, y tuvo a los obreros de las fábricas como sus
principales actores.

La industria se desarrolló en torno a la producción de una serie de artículos de consumo y creció como resultado de
un doble movimiento de protección arancelaria y aumento de la demanda agregada. La actividad manufacturera
había comenzado a desplegarse tímidamente en la década de 1870, a partir de la aplicación de tarifas aduaneras, y
se había afianzado un poco más durante la expansiva década del ochenta. El crecimiento industrial, sin embargo,
sólo logró cifras significativas en la década de 1890, cuando una crisis en el sector financiero fue seguida por nuevas
tarifas y por una abrupta caída en el valor del peso. Por entonces surgieron una serie de grandes fábricas dedicadas
a producir bienes de consumo que iban desde los alimentos y bebidas hasta la vestimenta y artículos de ferretería.

Las producciones regionales protegidas, como el azúcar y el vino, no contaban con las ventajas comparativas que
hubieran hecho posible la exportación; sólo el subsidio estatal permitió que el primer producto se vendiese al
exterior por un breve período a fines del siglo XIX. La actividad molinera, aun contando con tales ventajas, vio
limitadas sus posibilidades de exportación cuando los mercados externos se reservaron la molienda en sus propios
territorios y prefirieron importar el cereal no elaborado.

El Comercio Y Las Finanzas

Los intermediarios en la cadena de comercialización eran otras tantas piezas del entramado económico pampeano,
los agricultores requerían de máquinas agrícolas que alquilaban a alguna de las empresas dedicadas a esa actividad.

El transporte se realizaba a través del ferrocarril, cuyas empresas cobraban altos fletes y se aprovechaban de la
necesidad del productor. Los mecanismos de financiamiento eran uno de los cuellos de botella a los que se
enfrentaba la producción agropecuaria. El sistema de créditos se basaba en la prenda hipotecaria, por lo que aquellos
que no poseían tierras se veían en dificultades. A principios de la década de 1880 el escenario bancario estaba
ocupado por el banco de la provincia de Buenos Aires, los beneficiarios eran el sector ganadero y el industrial. El
banco hipotecario ocupo un papel destacado en el circuito de financiamiento agrario al hacer de intermediario en la
cadena de crédito que tenía como inversores a los ahorristas británicos.

La pérdida de dinero por parte de los inversores británicos era posible porque en la economía Argentina se utilizaban
dos monedas de manera paralela, por un lado los pesos papel o moneda nacional, por el otro, los pesos oro. De esta
manera se producía una constante inflación que hacía que el peso papel perdiera su valor respecto del peso oro.

Para fijar una relación estable entre ambas monedas se implanto en 1881 un patrón bimetálico por el cual se
respaldaba en oro y plata cada peso emitido. Pero como para mantenerlo se necesitaba muchas reservas, en 1884 se
volvió a la inconvertibilidad que obligaba a aceptar la moneda según su denominación pero sin poder cambiarla
libremente por oro, simplemente porque el estado no tenía con que pagar.

En 1887 Juárez Celman lanzo el proyecto de creación de los bancos garantidos, de acuerdo con esta ley, cualquier
banco tendría la facultad de emitir moneda siempre que comprara bonos del gobierno nacional que servirían como
respaldo a esa emisión. Juárez Celman pretendía quitarle poder a Buenos Aires y uno de los instrumentos que
intento utilizar fue el de concederle al resto de las provincias las mismas ventajas financieras. La ley de Bancos
Garantidos llevo a la emisión descontrolada de dinero en todo el país, unida a la concesión liberal de créditos que
se estaba produciendo, sentaron el terreno para que se desarrollara la crisis de 1890, que impacto sobre la actividad
bancaria. Muchos bancos privados y estatales incluidos el de la Provincia de Buenos Aires fueron a la quiebra. La
reorganización de la red bancaria se llevó a cabo a partir de las entidades privadas más conservadoras y sobre todo
del Banco de la Nación Argentina. En la década de 1890 el Banco de la Nación fue acusado de conservadurismo
por su reticencia a conceder créditos, en ese periodo se consolidaron algunos bancos privados y se abrieron otros
nuevos.

Un acontecimiento significativo fue la reapertura en 1906 del Banco de la Provincia de Buenos Aires como
iniciativa del gobernador de la provincia Marcelino Ugarte. Siendo algo más liberal que el de la Nación en cuanto
a dar créditos el Banco de la Provincia de Buenos Aires también mantuvo la restricción, aunque se convirtió en la
segunda entidad del país. En 1913 una nueva crisis azoto al país, los bancos sintieron el golpe, sus reservas hicieron
posibles que se mantuvieran en pie y recuperaran su nivel de actividad. La agricultura era la menos beneficiada por
el renacer bancario.

Mientras el sistema bancario se movía dentro de un fuerte conservadurismo, el marco monetario lo hacía en medio
de una novedosa estabilidad. En 1899 se adoptó una ley de convertibilidad monetaria que fijaba la conversión entre
pesos papel y pesos oro, en el que la moneda emitida contaba con el respaldo de reservas en ese metal.

Uno de los sectores que más pujaba por la estabilidad era el comercio, por un lado, la moneda devaluada
desfavorecía las importaciones, por el otro, la inestabilidad afectaba el comercio interno. El comercio minorista
ejerció una influencia en la economía y en la sociedad, empleaba un gran número de personas; el comercio
mayorista comenzó a cambiar con el surgimiento de la producción local, tendió a diversificar sus ofertas con
productos importados y nacionales. Las grandes tiendas empleaban a varios centenares de empleados y obreros y
desarrollaban su actividad en edificios de varios pisos y en talleres donde confeccionaban sus propios productos.

Mercado Interno Y Mercado Nacional

El crecimiento del mercado interno fue paralelo al de la economía exportadora. Es que, a diferencia de las economías
de enclave donde predominaba el proceso extractivo, el desarrollo agrario pampeano generó efectos multiplicadores
sobre el resto de las actividades. De cada divisa ingresada vía exportaciones, una proporción más o menos
importante iba a algún sector o a alguna persona fuera de las “industrias madres”, que era como entonces se llamaba
a la agricultura y la ganadería. El peso de las actividades secundarias y terciarias fue de una magnitud que no puede
dejarse de lado al analizar la economía argentina del período. Es cierto que buena parte de esas actividades estaban
íntima y directamente relacionadas con la actividad exportadora; el transporte y el comercio crecieron, en buena
medida, vinculados con el movimiento de mercancías hacia el puerto, así como una parte del sector industrial estaba
representada por los frigoríficos, que exportaban lo más valioso de su producción. A pesar de todo, la economía
interna llegó a generar su propio dinamismo.

El mercado argentino se abastecía parcialmente de importaciones, que crecieron a la par del conjunto de la
economía. Una buena parte de la demanda interna, sin embargo, fue provista por la oferta local. Parte de este
mercado interno estaba en la zona rural, donde el crecimiento de la agricultura, más que el de la ganadería, proveyó
los grandes números de la demanda; la producción agrícola, en efecto, requería una cantidad mayor de mano de
obra integrada por trabajadores que eran, a la vez, consumidores. En este mercado rural sobresalían los colonos de
la provincia de Santa Fe, que comenzaron a ser objeto de la seducción por parte de las fábricas de Buenos Aires;
más aún que los arrendatarios y aparceros del corazón de la zona pampeana, cuya capacidad de ahorro parecía ser
menor. Siendo alta en las zonas agrícolas, la demanda se hacía más visible y dinámica en las ciudades.

La urbanización fue un fenómeno paralelo al del crecimiento exportador. Las ciudades que crecían como hongos
demandaban cada vez más bienes y servicios. La actividad de la construcción se desarrolló a ese mismo ritmo y
llegó, a principios del siglo XX, a ocupar un lugar significativo dentro del producto total. Esta actividad movilizaba
capital y mano de obra a través de sus herrerías, yeserías, marmolerías, zinguerías, aserraderos, carpinterías y de
las empresas dedicadas a varias de estas actividades al mismo tiempo.

La formación de un mercado nacional fue una trabajosa construcción tanto para el Estado cuanto para el sector
privado. Sobre el primero, sin embargo, recaía la tarea de proveer el contexto legal necesario para que el segundo
pudiera desplegar sus estrategias. De una manera u otra, hacia la década de 1910, la mayor parte del país terminó
por formar parte de un mercado unificado de productos. Sólo quedaron fuera de tal mercado algunas áreas por
entonces marginales que terminarían integrándose en las décadas siguientes. Mientras se formaba como nacional,
el mercado interno experimentó cambios paralelos relacionados con la propia esfera del consumo.

La Revolución En El Consumo

El crecimiento del mercado interno fue tan meteórico como el de las exportaciones. Aparte de su incremento en
cuanto a niveles absolutos del producto, la Argentina ofrecía una característica adicional en su demanda: su alto
ingreso per cápita, que la distanciaba del resto de América Latina. Estas cifras, de todas maneras, encubren
realidades muy diferentes. La distribución del ingreso, tanto al nivel regional como social, nos es desconocida,
aunque hay ciertas tendencias que indican el rumbo que iba tomando.

La alta movilidad social de la Argentina, así como los continuos movimientos físicos de la población, vuelve
complicada la definición de grupos sociales, si el objetivo es mostrarlos como estáticos y permanentes. Si la idea
es describirlos como grupos transitorios, heterogéneos y con límites difusos, en cambio, es posible y útil definirlos
y analizar sus comportamientos. Las clases altas desplegaban un consumo conspicuo que incluía mayormente
artículos importados; pero su número y su incidencia en el mercado eran pequeños por lo que las clases medias y
bajas conformaron el grueso de la demanda nacional. Si bien consumían bienes importados, también demandaban
muchos de origen local, por lo que se convirtieron en la base sobre la que se sustentaba la producción industrial
argentina. Sea cual fuere la evolución salarial, la participación en el consumo de vastos sectores de la población,
con la jerarquización de una determinada distribución del ingreso, fue también una característica de esta etapa.

Las transformaciones cualitativas, que respondían a un complejo entramado de renovadas ideas y costumbres, no
fueron menores. El concepto de tradición, entendido como una relación determinada con el espacio y el tiempo,
tomó un significado diferente, que fue de la mano de la victoria de la masificación y la secularización que los nuevos
tiempos imponían. Con la llegada de la sociedad de consumo masiva, todo terminó siendo un engranaje del
mercado. Junto con ellas surgieron unas empresas que ofrecían sus conocimientos especializados ante quienes
debían vender en un mercado cada vez más complejo: las agencias de publicidad.

La masificación del mercado iba acompañada de cambios en la esfera de la comercialización que exigían
conocimientos expertos y especializados. La vieja concepción de una tienda a la que sus clientes recurrían con la
idea preconcebida de lo que querían comprar dejó lugar a la vidriera, un instrumento por el cual el vendedor tentaba
al potencial comprador con artículos que no necesaria- mente tenía en mente adquirir. Los productos se acercaban,
de esta manera, hasta el consumidor de una manera que transformaba la mediación ejercida por el comercio y
potenciaba la relación entre productores y consumidores, que cobró un nuevo cariz con el uso intensivo de la
publicidad a principios del siglo XX. Los aburridos avisos clasificados de los años anteriores, que sólo eran leídos
por quienes intentaban buscar algo en especial, fueron reemplazados por atractivas propagandas que tenían la
finalidad de captar la atención del lector general. Algunas de estas propagandas comenzaron a ser el resultado de
verdaderas campañas publicitarias que resultaban de una planificación y estrategia de ventas en donde las agencias
ejercieron una acción mediadora.

El mercado, por otro lado, les dio una nueva significación a ciertos fenómenos ya existentes. De esta manera, la
moda se transformó de una expresión de la elite a una de masas. A medida que fue avanzando el siglo XIX, la
indumentaria perdió sólo lentamente su dramatismo como instrumento de diferenciación; eran los grupos de clase
alta quienes adoptaban las modas, mientras los sectores más pobres se vestían de una manera diferente que los hacía
fácilmente identificables.

Los Vaivenes De La Economía

La incorporación de la Argentina al capitalismo mundial, que permitió un acelerado crecimiento, también le dio a
su economía la vulnerabilidad de ese universo integrado. El capitalismo de entonces se caracterizaba por ciclos de
auge y depresión que se propagaban en espacios cada vez más amplios en la medida en que se iban integrando
nuevos países y regiones al sistema económico mundial. La primera crisis internacional sufrida por la economía
argentina ocurrió en 1866 y afectó a las exportaciones de lana.

En 1873, el país se vio nuevamente envuelto en una crisis mundial que inició una etapa depresiva e impactó sobre
toda la economía; la forma que tomó la llevó a convertirse en un modelo tan novedoso como casi permanente de
“crisis de balanza de pagos”, que caracterizaría la economía nacional por el resto de su existencia. En los años
previos, la Argentina había recibido una cantidad de capitales en forma de préstamos al gobierno que, sumada a las
divisas ingresadas por la creciente exportación de lanas, llevaron a un aumento del consumo interno y de las
importaciones que entonces lo proveían. En esos años, las importaciones superaron largamente a las exportaciones,
con lo que se produjo un déficit en el balance comercial; pero esto no implicaba un problema a corto plazo, porque
había un superávit en la cuenta capital del balance de pagos. Ante los primeros síntomas de desorden económico,
las inversiones se retrotrajeron, volvieron a sus lugares de origen y cambiaron el signo positivo de la cuenta capital.
El problema, entonces, se tornó insostenible porque ambas cuentas del balance de pagos se volvieron negativas. El
gobierno de Nicolás Avellaneda decidió enfrentar la crisis sin dejar de pagar la deuda externa, pues el objetivo era
mantener el buen nombre del país en el mercado financiero internacional. Avellaneda impuso un plan que incluía
el aumento de los impuestos a las importaciones y un ajuste en los gastos del gobierno. La caída en el consumo se
unió a las tarifas más altas y al menor gasto público para producir un abrupto descenso en las importaciones y un
aumento en la posibilidad del Estado para pagar la deuda.

Una nueva crisis llevó a interrumpir el optimismo en 1884; si bien su alcance fue mucho menor que la de 1873, fue
lo suficientemente grave como para hacer que se abandonara, como ya dijimos, el recientemente aprobado plan de
patrón monetario bimetálico. Pero el país salió de ella sin esfuerzos profundos, y en la segunda mitad de la década
volvió el crecimiento económico.

Este esquema parecía funcionar de manera aceitada y la Argentina se convirtió, entonces, en el principal receptor
de las inversiones de Gran Bretaña, que era a su vez el mayor exportador mundial de capitales. En medio de la
política monetaria expansiva emprendida por Juárez Celman, a fines de la década surgieron bancos sin respaldo a
partir de la mencionada ley de bancos garantidos, así como sociedades anónimas cuya naturaleza resultaba
sospechosa. El veloz crecimiento económico pronto se conjugó con una especulación que hacía que se realizaran
las transacciones más increíbles en la Bolsa de Buenos Aires. Pero de pronto, todo se derrumbó. Las inversiones
especulativas pasaron a ser el blanco de la desconfianza y el público encontró en el oro la única inversión segura.
Como resultado, el peso moneda nacional cayó de manera estrepitosa y las subidas en el precio del oro se
transformaron en el tema preferencial de la discusión y la preocupación cotidianas. Este malestar económico,
iniciado en 1889, se acentuó al año siguiente, cuando se desencadenó la crisis.

Los orígenes de la crisis de 1890 son objeto de discusión. Algunos historiadores ponen el acento en el marco
internacional y en la forma en que la Argentina se relacionaba con él. El origen de la crisis, según ellos, estaría en
la irresponsable política monetaria expansiva, que generó una fuerte inflación y un caos irresponsable en la
concesión de créditos. La salida de la crisis fue capitaneada por el presidente Carlos Pellegrini a partir de un plan
que era una versión más profunda y extendida del implementado por Avellaneda casi veinte años atrás. Las tarifas
a la importación se elevaron, mientras se renegoció el pago de la deuda externa, acordando posponerlo hasta fines
de la década. Las importaciones se desplomaron ante las altas tarifas, la desvalorización del peso y la caída del
consumo, con lo que se logró un balance comercial favorable sumado al avance de las exportaciones gracias al
ferrocarril. Por otro lado, el sistema bancario se reorganizó de cuajo, como se ha explicado anteriormente.

A mediados de la década de 1890 se comenzaron a ver los síntomas de la recuperación. Una nueva crisis, sin
embargo, volvió a azotar a la economía argentina antes que el siglo terminara. En 1897, varios factores se unieron
para desencadenarla. Por un lado, las altas tarifas habían llevado a la apertura de una cantidad de fábricas que la
demanda argentina no podía sostener, llevando a una sobreproducción industrial que se traducía en una competencia
salvaje y una reducción de precios que ponían a varias empresas el borde de la quiebra. La economía interna, en
cambio, sólo mostró un crecimiento similar al anterior a la crisis después de un nuevo sacudón financiero
internacional ocurrido en 1901 y de firmarse los Tratados de Mayo en 1902.

A partir de entonces, la economía en su conjunto desplegó sus energías de una manera que se asimilaba a la década
del ochenta, pero sobre bases más firmes. Debido a la fortaleza de las exportaciones, el balance comercial se
mantuvo favorable, a pesar del aumento de las importaciones que traía el crecimiento del consumo. Ya para
entonces, una parte de éste se abastecía de industrias asentadas en el país, lo cual generaba el consecuente ahorro
de divisas externas. Las inversiones extranjeras, por otro lado, se renovaron, con lo que la cuenta capital también
se mostró en superávit. El país, por entonces, parecía haber encontrado la fórmula mágica para el crecimiento
perpetuo: la coexistencia de saldos externos favorables en el balance comercial y la cuenta capital. Una crisis
internacional ocurrida en 1907 afectó poco a esta economía pujante. Parte del crecimiento económico de la primera
década del siglo XX se debió al optimismo que la Argentina generaba en el largo plazo, más allá de la situación
coyuntural que vivían las exportaciones. Cuando ocurría una sequía, una invasión de langostas o una inundación
que hacían caer las ventas al exterior, el conjunto de la economía continuaba creciendo porque los capitales,
confiando en que éste era un fenómeno pasajero, seguían llegando.

El ciclo dorado se vio interrumpido en 1913. Una crisis internacional, ocurrida a raíz de la inseguridad que la guerra
de los Balcanes despertaba entre los inversores, llevó nuevamente a la Argentina a vivir los problemas del ciclo
capitalista mundial. La caída en las inversiones condujo a un efecto de rebote en la economía interna que afectó con
especial dureza a la construcción, uno de los sectores que por entonces se mostraba como más dinámico, así como
al naturalmente sensible sector financiero. La estructura que el sector externo había adquirido desde principios de
siglo, sin embargo, llevó a que las soluciones encontradas fueran distintas de las que habían tenido lugar para hacer
frente a las tempestades de 1873 y 1890. Como el balance comercial ya era favorable antes de la crisis, no fue
necesario aplicar tarifas para disminuir las importaciones más allá del descenso que la caída del consumo
conllevaba.

El Estado Frente A La Economía

Hay una creencia generalizada que considera que el papel del Estado en la economía durante el período de auge
exportador fue casi inexistente. De acuerdo con esta visión, la ideología supuestamente dominante del laissez-faire
habría mantenido al gobierno exclusivamente como gendarme y garante del marco político-jurídico en el que se
desarrollaban los negocios, pero ajeno a los dictados del mercado. Esta creencia, sin embargo, está lejos de la
realidad; si bien no existió un Estado intervencionista a la manera en que la Argentina lo conoció más avanzado el
siglo XX, la presencia estatal en la economía fue tan significativa cuanto compleja.

La complejidad de la relación entre Estado y economía también se desplegaba en la política fiscal. El grueso de los
ingresos estatales estuvo compuesto por impuestos a las importaciones. La política fiscal elegida, que gravaba al
consumo, fue criticada como inequitativa por algunos de los contemporáneos. Los proyectos alternativos para
imponer tributos a la riqueza, sin embargo, nunca fueron seriamente considerados por el Estado. Detrás de esta
elección puede verse la presión de los más ricos. No obstante, la dificultad que otros países tuvieron en aplicar
impuestos directos al ingreso y a la propiedad nos hace interrogar sobre la capacidad que hubiera tenido el naciente
Estado argentino para hacerlo. Una política tal exige un gran esfuerzo de información catastral y censal para
identificar a quién se le va a cobrar, tarea que los países nuevos encontraban como hercúlea. Con toda su pujanza,
los mismos Estados Unidos sólo pudieron cambiar su política impositiva después de generaciones de esfuerzos
recabando información.

Uno de los resultados de la política fiscal argentina fue una inevitable protección a la industria local. Esta protección,
sin embargo, era selectiva y compleja. El porqué de que ciertas industrias se protegían y otras no se debía a razones
económicas, políticas, ideológicas y hasta fortuitas. Pero lo cierto es que una serie de bienes de consumo resultó
protegido por tarifas que solían surgir o profundizarse como consecuencia de una crisis.

En 1899, el entonces presidente Julio A. Roca definió (en un discurso público) a la Argentina como un país que no
tenía una evolución económica exitosa lo suficientemente vieja —como Gran Bretaña— para lanzarse al
librecambismo, pero tampoco había alcanzado aún la potencialidad de los Estados Unidos, con lo que el
proteccionismo resultaba igualmente desventajoso. La elección, entonces, recayó en un pragmatismo que
significaba tomar caso por caso y decidir en consecuencia.

La emisión de deuda pública para solventar el creciente gasto público llevaba con aumento en la tasa de interés del
sistema y a una eventual caída en la tasa de inversión del sector privado, generando el efecto de crowding-out (o
expulsión). Este efecto se volvía más acentuado en los momentos difíciles, cuando los inversores preferían la
seguridad de los títulos del Estado antes que una atractiva rentabilidad en la esfera privada.

Aunque podía generar un efecto negativo sobre la inversión privada, un Estado cada vez más gastador implicaba
un aumento en la demanda agregada. A partir de su formación, el Estado fue adquiriendo una serie de capacidades
administrativas, que implicaban gastos en materiales y en salarios. La “empleomanía” fue uno de los temas
preferidos de la literatura, que veía en ella un signo de estancamiento. A principios del siglo XX el Estado creció
más que el conjunto de la economía aunque sin alcanzar los niveles de desborde a los que llegaría en los años
posteriores. Esta sola característica, sin embargo, hacía que se convirtiera en uno de los principales demandantes
del mercado para proveer a sus fuerzas militares, policiales y del servicio civil.

b)_ Un mundo rural en cambio por: Blanca Zeberio

Este artículo, trata de plantear y analizar las diversas y principales transformaciones producidas en el mundo rural
pampeano. La autora Blanca Zeberio remarca que los años posteriores a los sucesos políticos más importantes, es
decir, en las décadas que siguieron tras la caída de Juan Manuel de Rosas (1852), formaron parte de la consecuencia
y la introducción de las reglas del mundo capitalista que terminaron con la incorporación de la pampa en la
economía mundial.
Europa, pretendía alimentar su población y abastecer su industria con bienes primarios a bajo precio. Argentina,
contaba con condiciones necesarias para realizar dicha integración: abundancia de tierras, clima templado, escasez
de fuerza de trabajo, etc. Era necesario que estos recursos se complementaran con nuevos capitales, tecnología y
brazos aportados por aquel mundo “globalizado”.

Para que se llevara a cabo mencionadas aspiraciones, era necesario un orden en cuanto a las políticas de tierra, la
frontera, aspectos económicos, la mano de obra y la creación de un marco jurídico.

En 1880 el mundo pampeano iba a ser otro. A partir de entonces, la Argentina se transformó en un sitio para
proyectar un destino, donde el mejoramiento de la vida era posible. Y la pampa (el granero del mundo) devino
objeto de sueño y fantasía para muchos hombres que buscaban desde Europa una vida mejor.

Pero este mito instituido en los años 1880 sólo fue posible a partir de cambios de mediados que fueron anticipando
la Argentina del siglo XX.

La expansión agraria experimentada en la pampa húmeda durante la segunda mitad del siglo XIX se integra en un
proceso económico más amplio. Este proceso, en directa relación con los cambios operados en el capitalismo a
escala mundial, fue consecuencia del aumento de la demanda de materias primas y alimentos en los países
industrializados, los que podían ser producidos gracias a la evolución operada en los transportes.

La rápida y exitosa expansión productiva en la pampa se vio favorecida por un conjunto de ventajas corporativas
de carácter político, social, económico y ecológico. Las ventajas ecológicas, consistían en que la calidad de las
tierras, sumadas a un clima menos riguroso que en las praderas canadienses o norteamericanas, posibilitó no solo
el desarrollo de la actividad agrícola, sino también en el pastoreo a campo abierto. La segunda habla de la
abundancia de tierras, en el que la incorporación de hectáreas a la producción en las décadas de 1860-1880, hicieron
posible una rápida expansión productiva a bajo costo. En la tercera ventaja plantea la llegada masiva de inmigrantes
atenuar la escasez de trabajo y posibilito la consolidación de un mercado de trabajo adecuado a las necesidades del
agro. La cuarta trata la elaboración de un arco jurídico-legal a partir de la consolidación del Estado con sus atributos
de poder. En el ante ultima habla de la creación de un sistema de comunicaciones, la red ferroviaria y el telégrafo
fueron enormes condiciones para lograr la integración política del Estado nacional y la integración económica. En
la ultima y no menos importante ventaja se percibe como esencial, ya que sin ella no se podrían haber efectuado
todas las anteriores. Se basa en dos factores importantes, por un lado, la existencia de demanda internacional de
bienes primarios y por otro, el mercado de capitales en Londres y se transforma para Inglaterra en el primer país de
América del Sur donde colocar sus inversiones.

La Argentina no fue un "espacio vacío" típico. Una estructura de relaciones económicas y sociales complejas estaba
ya consolidada, aunque, y a diferencia de otras áreas latinoamericanas, estas relaciones de producción no estaban
en contradicción con el nuevo proyecto, por el contrario, se adaptaron a las nuevas condiciones. Así, en contraste
con otras regiones latinoamericanas, el capitalismo agrario pampeano presentó una mayor homogeneidad interna
gracias a la ausencia de grandes extensiones marginales al mercado de trabajo y de un campesinado bajo formas de
explotación doméstica.

Continúa con la expansión hacia el oeste de la campaña bonaerense a partir de la presidencia de Mitre en la cual la
ganadería y el ovino ocupan un lugar importante. Las relaciones entre hispanos, criollos e indígenas y las políticas
de tierra, se llevan a cabo con lo cual desemboca en la emergencia de una nueva estructura agraria con rupturas y
discontinuidades que pasa a describir a través del análisis de las empresas rurales, el sistema de arriendo y las clases
subalternas y su vinculación con el mercado. El artículo no examina al espacio pampeano como un área homogénea
si no que la diferencia en cuatro subregiones. Primero la zona del antiguo poblamiento que corresponde al (norte
de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos). El centro agropastoral (al Sur del Río Salado, hasta el noroeste
de Buenos Aires en el límite con La Pampa y Córdoba). El nuevo sur (al Sur de la provincia de Buenos Aires y este
de La Pampa) entre estas regiones existieron diferencias en cuanto a la forma de colonización y la mayor o menor
intervención del estado y las empresas. Aparecen aquí dos casos extremos que pasa a describir: Santa Fe donde el
estanciamiento requirió una economía dirigida y Buenos Aires donde la expansión fue llevada a cabo por una
burguesía lanar. No deja de mencionar el caso de Entre Ríos, donde a partir de 1814, comienza la etapa de
prosperidad que se va a extender por veinte años. Finalmente incluye una conclusión acerca del origen de la imagen
estereotipada de la pampa, en la segunda mitad del siglo XIX.

c)_ Las producciones regionales extra pampeanas por Daniel Campi y Rodolfo Richard Jorba

En el presente artículo enmarcado en una obra mayor que estudia el proceso de organización nacional, se propone
analizar diversas estrategias de los grupos mendocinos y tucumanos que, en las décadas de 1850, 1860 y 1870
controlaron las actividades económicas de sus provincias.

En las regiones del norte y cuyo, con circuitos comerciales forjados en la Colonia, su relación con los mercados
andinos y del Pacífico era muy fuerte, porque orientaron sus producciones a satisfacer las demandas chilena y
boliviana. Las ventas de ganado, artesanías de cuero, aguardientes, vinos, harinas, frutas secas, etc., eran
complementadas con los servicios de transporte. La plata boliviana fue el generalizado medio de pago de las
transacciones en ese gran espacio hasta la década de 1880. La conexión con Buenos Aires, no era menos fuerte.
Principal mercado para la importante producción de suelas norteñas y vinos cuyanos, era también uno de los
principales puntos de otros puertos del Pacífico.

La década de 1850, marcó cambios económicos en estas regiones interiores. La separación de Buenos Aires obligó
a modificar circuitos, tuvieron una incidencia no despreciable. Se incrementaron las actividades mercantiles y se
fortaleció la acumulación de capitales. Es posible considerar estos años como los del inicio de una transición que
desembocó en una radical transformación de los modelos productivos en ambas regiones, proceso liderado por las
provincias de Tucumán y Mendoza.

Mercados, flujos y balanzas comerciales

Muchos observadores destacaron el papel central del comercio en la vida económica y social de Mendoza, Salta,
Tucumán y San Juan, cuyo dinamismo obraba como un disparador de ciertas actividades manufactureras.

San Miguel de Tucumán articulaba los importantes mercados andinos con el Litoral, Cuyo y el Pacífico. Y, del
mismo modo que en Mendoza, el comercio generaba oportunidades para el desarrollo de ciertas manufacturas que
se enviaban a mercados distantes: suelas, aguardiente de caña, quesos, cigarros y artesanías de cuero. La provincia
inició así la segunda mitad del siglo XIX con un importante nivel de mercantilización de sus actividades
productivas.

El centro de las operaciones comerciales estaba en San Miguel, en cuyos alrededores se concentraba la mayoría de
las curtiembres; las barracas de acopio de frutos del país, tiendas y almacenes que comercializaban los efectos de
ultramar.

Desde comienzos de la década de 1850, Mendoza articulaba un activo comercio ganadero con Chile, integrando
funcionalmente las zonas productoras del este argentino con el mercado consumidor trasandino. La producción del
Oasis Norte resultó en una agricultura subordinada a tal comercio, con extensos alfalfares para engorde. Además,
la ciudad de Mendoza era un centro proveedor de efectos de ultramar en Cuyo.
A mediados del 50 y 60, el puerto de Rosario de Santa Fe adquirió el carácter de principal mercado para los
productos mendocinos, a la vez que se transformaba en destacada proveedora de mercancías de ultramar. Mendoza
enviaba a ese destino más del 80% de la fruta seca y de sus harinas y proveía a San Juan con mercaderías
diversas.Ddurante el período confederal, las provincias de Cuyo y del Norte habían abandonado el mercado
bonaerense. Pero también porque la moneda boliviana, aceptada en Rosario, era rechazada en Buenos Aires o
recibida con fuertes descuentos. El rol de núcleo mercantil de Rosario se consolidó en los 60 pese a la unificación
política del país en torno a Buenos Aires. Las relaciones comerciales con Mendoza se afianzaron y el hinterland
pampeano de aquel puerto producía ganados que se incorporarían al circuito Litoral-Pacífico articulado desde la
ciudad andina.

Al comenzar la segunda mitad del siglo XIX, las ciudades de Mendoza y Tucumán constituían verdaderos núcleos
de la vida económica de áreas valorizadas donde se insinuaban transformaciones sociales profundas que se
extenderían a sus regiones. Con 12.000 habitantes las dos ciudades eran el centro de una red jerarquizada de
incipientes núcleos urbanos. Los grupos dominantes controlaban antiguos circuitos comerciales, organizando la
producción agrícola, artesanal y manufacturera en función de las oportunidades o dificultades que percibían en los
mercados donde operaban.

Mendoza proveyó a Chile ovinos y bovinos en diferentes épocas. Pero el gran auge comenzó en los 50, cuando el
país trasandino expandió sus cultivos trigueros para exportar a expensas de las tierras de pastoreo, lo cual determinó
un aumento de las importaciones chilenas de ganado en pie desde el oeste argentino. Chile mantenía su papel como
distribuidor de mercancías, al menos hasta los 70, proveyendo el 66 % de los bienes importados que demandaban
Mendoza y otras localidades.

La principal fuente de acumulación en Mendoza era la exportación de ganado. Las ventas de su producción
(cereales, harinas, cueros) a otras provincias eran importantes, pero de menor significación. El comercio ganadero
mantuvo su preeminencia hasta los años 80 y representaba, en promedio, el 96% de las exportaciones locales al
país vecino.

Desde los 50 hubo un flujo relativamente estable en las ventas de ganado (entre 40 y 60 mil bovinos), que hizo
crisis hacia finales de la década de 1870, cuando problemas diversos incidieron negativamente en el comercio
exportador; entre otros, la depreciación del peso chileno y su inconvertibilidad. A partir de entonces continuaron
las exportaciones con fuertes oscilaciones. Ello incentivaría una reorientación productiva hacia la agroindustria del
vino, que se aceleraría desde los años 80, imponiéndose como elemento de recambio económico en medio de
profundas transformaciones que incluyeron la especialización del espacio productivo y el vuelco de Mendoza y San
Juan hacia el mercado nacional. Transformación posibilitada, fundamentalmente, por los saldos positivos que
arrojaron las ventas ganaderas, que facilitaron el desarrollo agroindustrial vitivinícola sin ocasionar una
reestructuración traumática en el plano socioeconómico.

Para Tucumán, los mercados del litoral eran fundamentales. Hacia allí se remitían anualmente cientos de carretas,
cargadas con productos diversos. Las importaciones de ultramarinos se realizaban mayoritariamente desde el
Litoral, aunque Salta proveía eventualmente algunas mercancías ingresadas por los puertos del Pacífico. La
vinculación económica de Tucumán con sus provincias vecinas era también más estrecha que la de Mendoza con
San Juan. El mercado regional era importante consumidor de las manufacturas tucumanas en cuero, aguardientes,
azúcar y algunos excedentes agrícolas. Chile era un mercado relevante para el tabaco y, junto con Bolivia, recibía
cantidades de ganado.

Las exportaciones tucumanas de las décadas de 1850 y 1860 se caracterizaban por tener mercados más
diversificados, con una amplia dispersión espacial. Sus producciones se habían desarrollado en el marco de un
complejo sistema de intercambios y articulaciones forjados en el antiguo “espacio económico peruano” o “mercantil
andino”.

Aparentemente, la dependencia hacia los mercados extranjeros era menor para la provincia norteña que la notoria
subordinación de la economía mendocina con relación a la demanda chilena. Sin embargo, sólo en el marco de los
intensos vínculos de las provincias extrapampeanas con los mercados andinos y del Pacífico, Tucumán pudo
compensar el déficit comercial con el Litoral. A comienzos de la década de 1870, dos tercios de los efectos de
ultramar introducidos cada año desde el litoral eran saldados en especie, y el resto, con metálico obtenido del
comercio con Chile, Bolivia y las provincias vecinas. La penetración en esos mercados tradicionales no dejaba de
ser, una estrategia de los comerciantes locales para escapar de la desventajosa relación en que se encontraban con
el comercio de Buenos Aires.

Esa diversificación productiva abrió paso al desarrollo de importantes manufacturas. De base agrícola y ganadera,
las exportaciones tucumanas tenían valor agregado generado por un rudimentario sector manufacturero, que
mostraba la un buen número de talleres y de maestros artesanos. Este sector fue afirmándose a lo largo de la década,
se incrementó del 14% en 1853 al 60% en 1863. Entonces, el dinamismo de la producción de azúcar y aguardiente
superaba al curtido de cueros. En verdad, los beneficios que deparaba esta última actividad eran muchos más
aleatorios que los de la elaboración de azúcar y aguardiente y estuvieron sometidos a fuertes fluctuaciones de los
mercados. Por el contrario, la producción azucarera se incrementó en el mismo período. En sólo diez años la
superficie cultivada con caña dulce en el departamento Capital creció en un 90 %.

La conexión ferroviaria con el Litoral, la protección arancelaria general que implementó el país para enfrentar los
efectos de la crisis económica internacional y la decadencia de la curtiduría se conjugaron a mediados de la década
de 1870 para potenciar una transformación de la economía de la provincia en torno al azúcar.

La vinculación de Salta con el Pacífico y Bolivia, era mucho más estrecha que la tucumana. Sus intercambios en la
década que va de 1845 a 1855 muestran una muy marcada de los puertos del Pacífico. Este déficit lo compensaba
con las exportaciones hacia Bolivia, país para el cual la provincia norteña era el nexo con la economía argentina.
La revitalización de la minería argentífera boliviana y la emisión de moneda feble que sus gobiernos practicaron
hasta la década de 1870 fortalecieron los flujos dentro del antiguo espacio mercantil andino. El rubro más destacado
de estos intercambios fue el ganado, que encontró un gran mercado.

Sin embargo, la dinámica de estos circuitos fue afectada por el liberalismo económico de los gobiernos bolivianos,
que promovieron la libre exportación de pastas e interrumpieron la emisión de moneda feble, lo que redujo el
circulante y provocó una progresiva iliquidez. La Guerra del Pacífico (1879-1883), revitalizó la conexión de la
economía boliviana con la Argentina, favoreciendo a Jujuy, Salta y Tucumán, puntos de tránsito obligado de todas
las exportaciones e importaciones bolivianas.

El desarrollo agrícola

Los oasis mendocinos comprendían unas 80.000 ha cultivadas en los 70, y estaban ocupados en un 90 % por alfalfa,
cereales (6 %) y, en tercer lugar, por el viñedo. El trigo tuvo un notable crecimiento desde los años 50 y, se expandió
la molinería y hubo esfuerzos por modernizarla para atender una demanda sostenida, sin que existiera en muchos
productores una clara conciencia de sus limitadas posibilidades en el largo plazo pues la evolución de este sector
estaba relacionada con el comercio ganadero. Hacia los años 50 se cultivaban en la provincia unas 4.500 ha de trigo
y, a comienzos de 80 se produjo el máximo desarrollo, con 16.288 ha en 1881 y posiblemente 23.000 en 1883, para
iniciar en los años siguientes un sostenido descenso, desplazado por el viñedo moderno.
La harina tenía gran importancia en la economía mendocina, pues su venta representaba el 37% del total de
mercancías en los 50, e ingresos cercanos al millón de pesos a comienzos de los 80, momento en que comenzó la
retracción del sector, desplazado del mercado por el avance de la producción harinera pampeana. Lo concreto es
que los envíos se fueron en el sur de Córdoba, y San Luis. Esta situación generaba un grave problema, porque la
harina era el principal rubro para atenuar los desequilibrios que generaba la compra de ganado en las provincias
orientales, por lo cual era clara la importancia del sector.

La agricultura cerealera se practicaba también en Tucumán. La abundancia de agua para regadío y suelos aptos
fueron la base para una policultura, aunque con los años la caña de azúcar terminaría ocupando el lugar central. El
desarrollo demográfico generó una demanda de alimentos e impulsó el desarrollo agrícola. En 1872 Salta disponía
un total de 8.066 ha y en 1878 se estimaban en 5.164 las sembradas en Santiago del Estero.

En consecuencia, Tucumán se autoabastecía de alimentos y exportaba excedentes a las provincias vecinas e


inclusive, partidas de arroz al litoral en algunos años. Pero la integración del mercado nacional con el trazado de
los ferrocarriles, la competencia de las harinas del Litoral y los altos precios de la caña de azúcar reorientaron a los
productores de cereales hacia el cultivo cañero (en 1895, el 56 % del total cultivado), aunque se mantuvieron el
maíz (30.000 ha) y el tabaco (2.750 ha), que evolucionaron en consonancia con la expansión del mercado local y
regional.

Los actores económicos

Entre las décadas de 1850 y 1880 los actores que hegemonizaban la actividad mercantil, ganadera y manufacturera
de estas economías extrapampeanas estaban insertos en redes económicas muy antiguas. En el interior de sus
propios territorios, el sector mercantil era productivo en tanto generaba actividades que, permitían el
funcionamiento de la estructura social sin desequilibrios manifiestos: en Mendoza, la producción de forrajeras para
el ganado en tránsito a Chile, los cereales y frutales y su transformación semi industrial o artesanal, que incluía
subproductos ganaderos; en Tucumán, también cereales, caña de azúcar, tabaco y ganado, bases de una consolidada
producción manufacturera destinada a un conjunto de mercados. En ambos casos, este sector controlaba gran
participación en la estratégica actividad transportista.

La estructura social del modelo mendocino de ganadería comercial reconocía actores, cuyo nivel se conformaba
con un grupo de hacendados o comerciantes con residencia urbana. Estos actores han sido identificados en función
del grado de integración económica que tuvieron y de su poder para controlar la actividad y la economía. Se
reconocen agricultores que producían alfalfa, criadores, productores no integrados, comerciantes integrados y
comerciantes no productores.

Los productores de alfalfa; Dependían de niveles superiores. Eran propietarios dedicados casi al cultivo forrajero,
su fuente principal de ingresos. Tenían una extrema dependencia respecto de las variaciones de la demanda externa
y de quienes controlaban la exportación.

Los criadores de ganado; Ocupaban la base de la pirámide. Sólo eran propietarios de sus animales y trabajaban para
estancieros o hacendados. Las estancias, situadas fuera del oasis principal, tenían puesteros e inquilinos que
integraban un grupo definido por los Reglamentos de Estancias. Disponían de 10 a 40 animales para la venta. Cabe
suponer que sus ingresos eran escasos y debían ser complementados con trabajos realizados para el estanciero o
hacendado. Al igual que el productor de forraje, el criador vendía sus animales y los liquidaría, si se dificultaba el
comercio exportador.

Los productores no integrados; Eran agentes con relativa autonomía. Generalmente residentes en la capital o
alrededores, eran propietarios, arrendatarios, producían forraje, cereales y harinas para su venta. Muchos de ellos
desarrollaban otras actividades (comerciales, financieras) y pertenecían a antiguas familias de la élite de modo que
integraban también el grupo dominante.

Los comerciantes integrados; Residían en la ciudad capital e inmediaciones, controlaban la totalidad de la estructura
económica y social y se apropiaban en mayor proporción del ingreso que generaba el modelo. Generalmente eran
grandes propietarios, sus explotaciones estaban en diversos puntos de la provincia, localizadas sobre las vías de
ingreso y egreso del ganado para invernar y exportar. Abastecían parte del mercado local y manejaban la
exportación. Producían forrajeras y los diversos cultivos asociados e invertían en mejorar las razas ganaderas y
desarrollaban otras actividades, como el transporte, el crédito laico y el comercio de mercancías.

El comercio extraregional les daba un manejo de la información sobre la situación favorable o no de los mercados
donde operaban. Sumado esto al control que ejercían sobre la siempre escasa oferta de moneda dura obtenida de
sus exportaciones, quedaban en posición de orientar la producción en la provincia. Desde la actividad mercantil,
que los relacionaba con otros centros urbanos, estos actores articularon espacios funcionales y se convirtieron, en
potenciales agentes de difusión de nuevas tecnologías. Numerosos miembros de este grupo poseían estancias de
cría en Santa Fe o Córdoba y en zonas de los pasos cordilleranos hacia Chile.

Los comerciantes no-productores; Constituyeron una categoría poco numerosa, conformada por argentinos y
algunos chilenos que avanzaron hacia la integración de las diversas etapas. Los ejemplos más nítidos de esta
categoría corresponden a comerciantes provenientes de la inmigración europea. Y son destacables, porque indican
que el europeo adoptaba las mismas prácticas económicas que el comerciante argentino, en relación con las
posibilidades que ofrecían mercados fragmentados en territorios inseguros y mal comunicados.

El modelo mercantil manufacturero tucumano reconocía un conjunto de actores que pueden clasificarse en
labradores, criadores, hacendados, manufactureros, comerciantes integrados y comerciantes no productores.

Los labradores y criadores: Podían ser propietarios con títulos, arrendatarios, agregados u ocupantes de la tierra,
cuya fuerte presencia en el panorama agrario de la provincia norteña se ha destacado como una de las
particularidades que han modelado su desarrollo espacial, social y político hasta nuestros días. La distinción entre
“agricultores” y “labradores” no era arbitraria. Según diversas referencias, los agricultores estaban más capacitados
y disponían de capital y de posibilidades de contratar trabajadores. Es necesario centrarse en los labradores para
identificar a los productores de cereales y tabaco. Estimaciones propias señalan que las unidades productivas
dedicaban aproximadamente 0,9 cuadras cuadradas para el maíz, 1,3 para el trigo y 0,4 para el tabaco. En general
se trataba de explotaciones familiares con predominio del maíz, cuyos excedentes eran comercializados. El tabaco,
en cambio, era un producto enteramente destinado al mercado y tenía fuerte participación en las exportaciones
tucumanas.

Las relaciones del labrador con la tierra, con los mercados, estaban determinadas por diversos factores; en primer
lugar, la disponibilidad de los recursos tierra y agua; luego, la cercanía de los mercados de consumo y la posibilidad
de acceso a los circuitos mercantiles, las prácticas y estrategias de los actores. Daba lugar a combinaciones que
resultaban en diversas capacidades de negociación con comerciantes, acopiadores y grandes productores.

En cuanto a su relación con los comerciantes, los productores de tabaco dependían absolutamente del
funcionamiento de mercados y circuitos en los cuales el rol protagónico lo desempeñaban grandes acopiadores y
comerciantes exportadores, quienes adquirían las cosechas.
Hacendados y estancieros Eran el estrato más concentrado de los propietarios ganaderos. En 1882, se identificaba
haciendas con estancias, definiéndolas como propiedades no cercadas, destinadas a la cría de ganado.

Muchos de los antiguos hacendados habían reorientado sus actividades hacia el comercio y la producción
manufacturera. Los hacendados y estancieros ocuparon un lugar secundario entre los sectores económicamente
dominantes, aunque conservaron intacto el prestigio social y su inserción en el seno de la élite local.

El sector de manufactureros Estaba integrado por individuos o familiares dedicados a la curtiduría a la producción
de azúcares y aguardientes. Aunque también incursionaron comerciantes de diversos rangos y hacendados.

Los comerciantes integrados tucumanos; Controlaban exportaciones e importaciones, con sólidos vínculos con el
Litoral y el norte; el manejo del metálico los transformaba en los únicos oferentes de dinero a interés en la etapa
prebancaria de la economía tucumana, que llegó casi hasta 1880. Participaban en el comercio mayorista. Todos
integraban la élite que ejercía el poder político. Los comerciantes mendocinos asumían el negocio ganadero, los
tucumanos orientaron sus inversiones hacia un rubro de gran rentabilidad, la producción de azúcares y aguardientes,
sin descuidar la curtiembre, que controlaban sin necesidad de invertir en ella.

Para quienes controlaban los circuitos mercantiles el desarrollo manufacturero aportaba nuevos productos que
podían colocarse en los mercados locales, regionales y extrarregionales; para muchos manufactureros comercializar
sus producciones les aportaba los beneficios de la intermediación.

Los comerciantes no productores; Propietarios de tiendas y tropas de carretas, algunos poseían estancias, verdaderos
complejos productivos donde se criaban bueyes y se fabricaban carretas y sus repuestos. En un periodo gozaron de
poderío económico y la influencia social y política.

Las estrategias empresarias frente a los nuevos modelos productivos

El auge de los modelos que hemos denominado de ganadería comercial, para Mendoza, y comercial manufacturero,
para Tucumán, el modelo mendocino iniciaba un declive y el tucumano había sufrido transformaciones en su
estructura y funcionamiento. La concurrencia de un conjunto de factores, entre los que se destacan el desarrollo del
ferrocarril y el afianzamiento del mercado nacional y del Estado-nación, explica tales cambios. De estas “crisis”
surgirían dos nuevos modelos, el vitivinícola en Mendoza y San Juan y el azucarero en Tucumán y otras provincias
del Norte, que posibilitaron a ambas regiones adaptarse a las nuevas condiciones de los mercados.

Tucumán se adelantó a Mendoza en la reconversión de su economía, en tanto el sector azucarero se perfilaba ya en


los 50 y los 60 como el más dinámico y rentable. Se ha atribuido al ferrocarril, la función de “disparador” de ese
proceso que transformó el paisaje y la sociedad provincial.

La azúcar tucumana estaba todavía imposibilitada de competir con sus similares extranjeras en el Litoral, la
voluntad de los empresarios tucumanos de abastecer nuevos mercados no sufría mella. En 1870, troperos y arrieros
tucumanos abastecían con el producto a Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Córdoba, Valles Calchaquíes,
Salta y en reducidas cantidades a las provincias de Cuyo, pero ya 1874 se hacían las posibilidades de competir en
el mercado chileno. Los efectos de la depresión mundial que comenzó a mediados de la década y elevaron los
precios de los artículos de importación, generaron en esos años una verdadera euforia de inversiones, lanzando a
muchos al negocio del azúcar.

A principios de los 70 se afirmaba que una nueva plantación cañera redituaba en un año el 125 % de la inversión.
Consecuentemente, desde fines de los 70 y principios de los 80 hubo un marcado aumento del número de hectáreas
cultivadas con caña y de la producción de azúcar valores que irían en incremento. Paralelamente, en tres años se
produjo una drástica concentración industrial: los 69 ingenios en funcionamiento de 1880 se redujeron a 33 en 1883,
cifra alrededor de la cual rondaría durante varias décadas el número de establecimientos azucareros tucumanos.
Para el último año el número de cultivadores había ascendido a 923. Los cambios en el espacio productivo eran
espectaculares. El paisaje cañero se hacía dominante. Se avanza El Ferrocarril Central Norte; su gran capacidad de
carga y el efectivo acortamiento de las distancias desde el puerto de Rosario facilitaron la importación de
maquinarias. Un año después, la ley de aduanas protegía al azúcar con un arancel general y en 1884 el Congreso
fijó, un arancel de protección específico. Como es evidente, el rol del Estado fue clave para el desarrollo azucarero
por sus acciones de protección y fomento.

En los 80 se incorporaron empresarios extrarregionales y extranjeros, quienes aportaron a la economía tucumana


experiencia de gestión y vinculaciones con el mundo de las finanzas y la política argentinas. Todo ello da cuenta
del nuevo clima en los negocios y de la profundidad de los cambios que se extendieron a todo el ámbito regional.

Acerca de Mendoza, se mencionó que el desarrollo agrícola pampeano y el ferrocarril determinaron el fin de la
ganadería comercial y de la organización económico espacial que la sustentaba. El tendido ferroviario, que llegó en
1876 a Villa Mercedes, contrajo el espacio y el tiempo, desplazando otra de las fuentes de acumulación más
importantes de aquella organización, el transporte. Las harinas eran desplazadas de sus mercados y la demanda
chilena se contraía, tornando ilusorias las posibilidades de sustentar el crecimiento económico con la sola actividad
de engorde de ganado.

Desde mediados de los 70, los cambios económicos y políticos en el país, obligaron a la élite local a buscar
alternativas. La actividad vitivinícola apareció a los ojos de políticos e inversores como la más prometedora. Al
comenzar los 80, Mendoza disponía de 2.788 ha con viñas, cultivadas en su mayoría en asociación con alfalfa, con
baja densidad de cepas (unas 1.000 por ha), dentro de la tradición técnica colonial. Pero a partir de 1881, el Estado
provincial eximió de impuestos a los nuevos viñedos que se implantaran de manera exclusiva y promovió la
incorporación de inmigrantes y la difusión de información técnica. La gran expectativa ante la proximidad de la
llegada del ferrocarril fue otro factor central.

El ferrocarril promovió, la valorización de la tierra, así como la introducción de equipo técnico para la bodega
moderna. Agregado a ello, el libre flujo de mano de obra, los altos salarios iniciales que abrieron posibilidades de
ahorro y capitalización, la difusión del crédito institucional, fueron factores concurrentes a la incorporación de un
número creciente de pequeños propietarios a la producción del sector, a la vez que se producía una concentración
de la propiedad vitícola en manos del grupo dominante.

A partir de esos años se implantaron viñedos con criterios técnicos modernos buscando producir grandes cantidades
de uva. Desde 1881 se registró una acelerada expansión de la vid, muy notable desde la llegada del ferrocarril
(1885). Al finalizar el siglo, 17.830 ha habían sido incorporadas a la viticultura. De ese modo, el viñedo intensivo
fue desplazando a los alfalfares y transformándose, en el cultivo dominante del paisaje mendocino. Paralelamente,
se modernizó la legislación de aguas y la red de riego, lo que permitiría una expansión de los cultivos.

En 1884-85 el vino había reaparecido como bien exportable y con volúmenes significativos era enviado al mercado
nacional. El ferrocarril generaba una modificación estructural en la composición del comercio exportador de
Mendoza porque ofrecía un mercado ampliado con buenas condiciones de accesibilidad y menores costos. En la
década de 1890 las remesas de vino al mercado interno crecieron sin pausa. Las bodegas modernas se instalaron en
un acelerado proceso dominado por la improvisación.

Hacia 1887, se registraban 420 bodegas, todas muy pequeñas para las magnitudes actuales y en 1899 llegarían a ser
1.084. Habían aparecido las bodegas grandes, muy tecnificadas. No hay dudas de que las inversiones en el sector y
el proceso modernizador fueron las respuestas del empresariado regional a la demanda del mercado nacional de
vinos, mayoritariamente atendido por Mendoza.

Los procesos de estructuración espacial de la vitivinicultura y la inserción de los empresarios en el nuevo modelo
productivo respondieron a estrategias lógicamente concebidas: utilización del crédito y la exención de inversión en
la etapa agrícola. Con idéntica motivación por la alta rentabilidad que prometía la elaboración de vinos, se invertía
en la etapa industrial; y la bodega, junto con el ferrocarril, se convertían en los nuevos elementos centrales en la
estructuración del espacio productivo.

A modo de conclusión, las estrategias de los grupos mendocinos y tucumanos en las décadas de 1850, 1860 y 1870,
tenían al comercio como asunto primordial, complementado con actividades agrícolas, ganaderas y manufactureras.
En ambas provincias supieron aprovechar las ventajas de una posición geográfica que les permitía articular diversos
mercados en un amplio espacio, conectando al Pacífico con el Atlántico y los Andes, a la vez que desarrollaban
producciones que potenciaban sus beneficios. Mendoza y Tucumán habrían desempeñado en el período un rol
central en el comercio de Cuyo y del norte argentino, uniendo de alguna manera mercados distantes. El más
concentrado segmento de las clases propietarias (los comerciantes integrados) extendió estrategias de inversión que,
los transformaría en dos poderosas agroindustrias: la azucarera y la vitivinícola. El proceso incluyó una redefinición
de las élites dominantes.

No está demás destacar que estos grupos fueron muy abiertos y flexibles a incorporaciones de diverso origen.
Comerciantes de otras provincias argentinas, chilenos e inmigrantes europeos desarrollaron diversidad de
estrategias.

El desarrollo del sistema ferroviario y la consolidación definitiva del Estado-nación que sobrevino a los sucesos del
1880 constituyeron otros de los factores claves que permiten explicar este proceso.

El perfil azucarero tucumano y el vitivinícola mendocino significaron la consolidación de una economía capitalista,
hasta entonces incipiente. Sus manifestaciones fueron el surgimiento del sistema financiero moderno; la
generalización de la mercantilización de la tierra; la expansión las relaciones salariales y la constitución de un
moderno mercado de trabajo; la concentración de las unidades productivas etc.

Este proceso terminó funcionalizando a todo Cuyo y Norte y convirtiendo a las ciudades de Mendoza y San Miguel
de Tucumán en verdaderas ciudades regionales. Dichas provincias anticiparon procesos que se expandieron en
pocos años y otorgaron a ambas regiones un perfil productivo.

J) _ EXPANSIÓN DEL FERROCARRIL EN ARGENTINA:

MARICHAL, Carlos – Políticas de desarrollo económico y deuda externa en Argentina (1868 – 1880)

La política ferroviaria del Ministerio del Interior

La constitución de la red ferroviaria nacional trazó el principal desafío técnico, administrativo y financiero que
enfrentó el Estado argentino durante la segunda mitad del siglo XIX. De hecho, la construcción de los ferrocarriles
obtuvo casi el 75% del total de gastos públicos destinados para proyectos de desarrollo a lo largo de los años ’60 y
’70. Ello ayuda a explicar por qué en el año 1880, el Estado ya controlaba cerca del 50% del kilometraje nacional
de ferrocarriles, además de conceder numerosos subsidios para la mayoría de las líneas privadas.

Varios historiadores han sugerido que en el caso argentino existió una insuficiencia de capital privado local, lo cual
explicaría por qué se dependió de empresas extranjeras o del mismo Estado, para financiar su construcción. Esta
alternativa, podría considerarse como una de las causas del carácter contradictorio de las políticas adoptadas por el
Estado. La primera compañía ferroviaria argentina fue estatal; las dos siguientes fueron de capital británico, y la
cuarta de tipo “mixto”, en la cual coparticipaban accionistas privados argentinos y británicos, juntos con el gobierno
nacional. Al comenzar la década de 1870, la administración de Sarmiento determinó imponer un programa para el
fomento y supervisión del sector. Su innovación técnica/administrativo más destacada fue la creación de una
repartición especializada llamada “Inspección Nacional de Ferrocarriles” que dependía indirectamente de la Oficina
Nacional de Ingenieros.

Otro paso importante que emprendió el gobierno nacional fue la planificación y construcción de un esqueleto de
líneas a través de las provincias extendiendo la ruta ya existente de Rosario-Córdoba hacia el norte de Tucumán y
hacia el oeste a Mendoza. Pero para llevar a cabo estas obras, demandaba de una cantidad de capitales, recursos
materiales y mano de obra, y para cumplir con tales necesidades, en 1870 el Congreso Nacional aprobó la emisión
de un gran empréstito extranjero conocido como el “Empréstito de Obras Públicas”, el mayor préstamo solicitado
por el gobierno argentino hasta entonces.

Empréstito de 1871 y la política ferroviaria

El 16 de mayo de 1870, el presidente argentino, Domingo Sarmiento, presidió las ceremonias de inauguración del
Ferrocarril Central Argentino que unía las ciudades de Rosario y Córdoba. Esta línea, iniciada cinco años antes,
había sido construida con capitales ingleses y argentinos. Para Sarmiento su culminación significaba una
combinación de adelantos de carácter económico y político.

Por otra parte, se anunciaron planes para llevar las vías hasta Mendoza, aunque tal extensión se hacía notar por
adelantado.

Pronto surgiría la idea de construir un ferrocarril hacia el norte a la provincia de Tucumán (una región que se
convertiría en futura productora de azúcar). Pero desde fines de los años ’60, los diputados y senadores de las
provincias norteñas estaban presionando con mayor interés aún que sus colegas de Cuyo para lograr la contratación
de una ruta troncal que diese salida a los productos locales.

El problema principal que enfrentaban los legisladores de 1870 se cifraba en las formas de financiar la deseada red
ferroviaria en el interior de la nación. El capital local era escaso en estas regiones y los gobiernos provinciales no
contaban con los recursos de las hermanas provincias del este. La única opción, era ofrecer concesiones a empresas
extranjeras o en conseguir que el gobierno nacional asuma esta tarea.

Cuando la administración de Sarmiento decidió hacer públicos sus proyectos ferroviarios, en junio de 1870,
quedaban pocas dudas que el único camino políticamente viable consistía en el control estatal sobre los nuevos
ferrocarriles a construirse, debido a los desencuentros que tuvieron con la empresa que construyó el Central
Argentino. El ministro de Hacienda, Gorostiaga, hizo notar que sin estas vías resultaba dudoso que la economía
argentina pudiese lograr los niveles de prosperidad de los países capitalistas más avanzados.

La cuestión clave entonces no era el control privado o estatal sino en cómo reunir los dineros requeridos. En general
existía consenso que sería imposible conseguir suficientes fondos en la Bolsa de Buenos Aires. El poder ejecutivo
propuso que se emitiera un gran empréstito externo por valor de 30 millones de pesos fuertes en los mercados
europeos de capital. De esta suma el 60% se destinaría a proyectos ferroviarios estatales, 20% para cubrir gastos de
colaboración, comisiones de banqueros.

La propuesta de un “préstamo para el desarrollo” fue aceptada en las Cámaras de Diputados y Senadores. Nicasio
Oroño, senador por Santa Fe, opositor al gobierno y crítico del gran gasto militar de la administración de Mitre dijo:
“acepto ese empréstito en las condiciones que viene porque se destina por primera vez en la República Argentina
al desarrollo de los intereses materiales del país”. A pesar del consenso, existía disimilitudes con respecto al destino
de los fondos. El dinero debía utilizarse en primer lugar para estatizar el Ferrocarril Central Argentina y luego para
financiar la construcción de nuevas líneas. El gabinete opinaba que la colocación de los treinta millones de pesos
en bonos debía ser negociado con una fuerte firma bancaria de Londres. El responsable de Hacienda recomendó
que se le otorguen poderes amplios al agente oficial de Argentina (ya en Inglaterra) para que pudiese determinar
cuál era la mejor oferta. A pesar de la “discreción” que sugirió la Baring Brothers. Lo urgente era aprovechar la
fiebre especulativa en la Bolsa de Londres para obtener el oro requerido para implementar los ambiciosos proyectos
de desarrollo que habían hecho presa de la imaginación de la elite argentina.

El destino de los fondos del Empréstito de Obras Públicas de 1871

Cuando el agente oficial del gobierno argentino, Mariano Varela, comenzó a negociar los términos del empréstito
de obras públicas en la ciudad de Londres, recibió una carta de Sarmiento en la cual le recomendaba que abriera
discusiones con la casa bancaria de Thomson, Bonar. Varela estaba en conversaciones paralelas varias firmas
londinenses adicionales Louis Cohen and Sons y Cristóbal Murrieta and Co. Las negociaciones continuaron hasta
que firmó con Murrieta. La noticia originó una sensación entre los círculos financieros de Europa y de Buenos Aires
no sólo por el desplazamiento de los dos primeros “merchant banks”, sino sobre todo porque el gobierno no había
preferido buscar los servicios de la prestigiosa banca de Baring Brothers, la firma financiera que se había encargado
de los anteriores empréstitos externos de Argentina. Posiblemente el hecho de que la firma de Murrieta no fuese
para las primeras del marcado londinense haya sido un factor que dificultara la venta de los bonos del empréstito
argentino. En este transcurso influyó la crisis financiera de 1873 que provocó una baja en las actividades bursátiles.
En última instancia, los banqueros se vieron obligados a vender pequeñas parcelas de bonos argentinos durante toda
la década, no siendo hasta 1880 cuando se vendió el último lote de los valores de este empréstito.

El Empréstito de Obras Públicas de 1871 resultó una transacción financiera cara, pero no improductiva. Sus defectos
fueron: en primer lugar, el largo plazo que ocuparon tanto la recepción como la inversión de los fondos implicó
fuertes gastos financieros sobre capitales que no produjeron beneficios sino hasta algunos años más tarde y por otro
lado, el propósito original de utilizar una parte de los fondos en obras portuarias quedó desvirtuado ya que se
desembolsaron para finalidades militares. Pero también la mayor parte del oro extranjero sirvió para la realización
de importantes proyectos ferroviarios bajo las administraciones de Sarmiento y Avellaneda.

El Empréstito contó con varias etapas: En la primera (1871-1872) el gobierno recibió el grueso de los fondos del
empréstito. De acuerdo con los objetivos marcados por la ley de agosto de 1870, el dinero debía destinarse para la
construcción de ferrocarriles estatales, la modernización de puertos y la devolución de algunas deudas pendientes.
Desde fines de 1872 apenas se habían iniciado las obras publicas proyectadas. El ministro de Hacienda resolvió que
se utilizaran los dineros para cancelar un viejo préstamo otorgado por el Banco de la Provincia a una tasa de interés
del 5% anual, en bancos privados a 7%, y otra porción en letras de crédito 8%. El estado estaba recibiendo intereses
sobre sus depósitos, pero debía efectuar mayores pagos a los tenedores de los bonos. El oro de Londres no fue
utilizado para financiar actividades productivas, sino que fue transferido para su custodia a las arcas de diversos
bancos bonaerenses.

El gobierno encaminó los ingresos externos hacia las obras publicas proyectadas, lo que constituía una segunda
etapa en la vida del préstamo. La mayor parte del efectivo fue utilizado para la construcción de los ferrocarriles
estatales. Una parte se dedicó al proyecto del ferrocarril Andino desde la provincia de Córdoba hasta la de Mendoza,
de Villa María a Rio Cuarto alcanzando 132km. Una extensión de Rio Cuarto a Villa Mercedes en la provincia de
San Luis, iniciada en 1873, consumió 2 millones de pesos. Para 1875, las dos secciones del “Andino” cubrían
254km, siendo equipadas con varias locomotoras y varias docenas de vagones de pasajeros y de carga. La línea
debía seguir avanzando hacia el oeste para dar salida a la producción agrícola y frutícola de Cuyo. Pero la grave
crisis fiscal que sufrió el gobierno nacional, en 1876, trajo el virtual congelamiento de las obras públicas en marcha.
No fue hasta 1880, que las autoridades pudieron renaudar e impulsar la construcción del Andino para alcanzar su
meta definitiva. Con el dinero proveniente de un nuevo empréstito, negociado en 1881 con banqueros e ingleses,
los ingenieros y obreros argentinos lograron colocar los rieles que llegaron hasta San Luis en 1882, La Paz en 1883,
Maipú en 1884 y las capitales de Mendoza y San Juan en 1885. El presidente Roca se refirió a la ciudad de Mendoza
como la “Chicago Argentina”, añadiendo que el “ferrocarril permitiría un gran aumento de exportación de vinos y
frutas de la región, una tierra abierta para la inmigración y capitales extranjeros”.

El otro gran proyecto ferroviario estatal iniciado con los fondos provenientes del empréstito de 1871 fue la
construcción de la ruta denominada “Central Norte” que unió a las provincias de Córdoba y Tucumán. Iniciada en
1872 se llevó a cabo bajo la dirección del contratista Telfener (empresario austriaco) cuya empresa trajo docenas
de técnicos y obreros especializados de Europa para realizar los trabajos, aunque el trazado básico fue efectuado
por miembros de la Oficina Nacional de Ingenieros. El gobierno financio el conjunto de las obras entregando al
contratista una mitad de los fondos en efectivo y la otra mitad en bonos del empréstito. El establecimiento de esta
poderosa empresa estatal abría una parte del centro/norte del país al desarrollo capitalista. Y sobre esta línea troncal
el subsiguiente régimen presidencial de 1880-86 había de construir una espesa red de ramales que alcanzarían al
conjunto de los distritos más productivos de la región. Avellaneda lo previo en un mensaje de 1877: “la inauguración
del Ferrocarril Córdoba - Tucumán es el acontecimiento capital de los últimos tiempos, por sus efectos sociales y
económicos que empiezan ya a sentirse. Los habitantes del norte de la Republica han quedado aproximados en diez
o doce días a las ciudades comerciales del litoral que proveen con los mercaderes extranjeros a la mayor parte de
sus consumos, y los valiosos productos de aquella región de la Republica se encuentran a su vez en posesión de
nuevos mercados.”

Los fondos restantes del Empréstito de Obras públicas tuvieron un destino bastante distinto. De acuerdo con la
legislación de 1870, algo más de cuatro millones debían utilizarse para la modernización de los puertos de Buenos
Aires y Rosario. En la práctica, apenas medio millón se desembolsaron para este fin, mientras que casi 4 millones
se gastaron en la compra de armamento en Europa.

HORA Roy. Historia económica de la Argentina en el siglo XIX

Una nueva infraestructura de transportes

Entre 1880 y 1914, la economía argentina experimentó un gigante desarrollo que colocó al país entre los de mayor
crecimiento a escala mundial.

En este lapso, Argentina se convirtió en uno de los grandes exportadores de alimento a escala mundial. Sustentado
sobre una notable transformación en los sistemas de transporte llevada a cabo gracias al desarrollo de tecnologías
basadas en el empleo del hierro y vapor.

La construcción de un sistema ferroviario, permitió integrar el país en los mercados externos, favoreciendo a la
conformación de un mercado nacional.

Podemos destacar que a lo largo de este periodo el ferrocarril desempeñó un papel importante para incitar un cambio
productivo.

Con el orden político, en la década de 1880, cobraron forma proyectos de inversión ferroviaria, gracias a los cuales
el trazado de las vías comenzó a desbordar los modestos enclaves que hasta entonces habían confinado su
crecimiento en la región pampeana (los distritos laneros ubicados en el sur de Buenos Aires, el entorno del mercado
urbano porteo) llevando la frontera productiva hacia las fértiles tierras del sur y del oeste. Impulsadas por
inversiones británicas, la extensión de red ferroviaria nacional se quintuplicó, pasó de 2.300 a 12.500 kilómetros
entre 1880 y 1892.

Posteriormente a la crisis del noventa, el tendido de rieles volvió a crecer. En 1914, la Argentina contaba con más
de 3.000 kilómetros de vías, de los cuales dos tercios recorrían la región pampeana. Tres grandes compañías de
origen británico (el Ferrocarril del Sud, Oeste y Central Argentino) controlaban sistemas ferroviarios con unos
15.000 kilómetros de vías en total, que se hallaban articulados con las grandes terminales de Rosario, Buenos Aires,
La Plata y Bahía Blanca.

En vísperas de la Primera Guerra Mundial, Argentina poseía un sistema vial extenso y uno de los más económicos
del mundo. Este logro se debía a las ventajas que presentaba un terreno llano y sin grandes obstáculos naturales
como el de la pampa ya que la política de las compañías privilegio la aplicación de la red antes que la inversión en
el tipo de infraestructura.

El desarrollo de la red ferroviaria

La expansión del ferrocarril en Argentina, tuvo lugar en dos periodos que corresponden a las décadas de 1880 y
1900. Para 1914, el país contaba con la red vial más extensa de América Latina. La cantidad de kilómetros por
habitantes era similar a la existente en Estados Unidos. En víspera de la Gran Guerra, la Argentina tenía en
funcionamiento 31.000 kilómetros de vías y en construcción otros 8.000.

Entre 1880 y 1914, el sistema ferroviario creció a una tasa superior al 8% anual. La veloz expansión se explica en
partes porque la inversión que demandó su construcción se hallaba entre las mas bajas del mundo. El ferrocarril
fue, sin dudas, una tecnología de transporte muy apropiada para el desarrollo de la economía argentina.
l) Relación material audiovisual con la bibliografía.

El proceso de industrialización que atraviesa Europa a fines del siglo XIX genera oferta de productos
manufacturados, demanda de materias primas excedentes de capitales. En búsqueda de mejores márgenes de
ganancia. Argentina con otros países y ante la necesidad de mano de obra ofrece altos salarios, recibe gran cantidad
de inmigrantes desplazados del viejo continente.

América Latina se reacomoda en el nuevo mercado mundial y Argentina se incorpora como una de las principales
productoras de alimentos y materias primas. La reorientación genera un nuevo patrón económico: el modelo
agroexportador se basa en la exportación de granos y carnes producida a través de la producción extensiva de la
tierra y necesita inversiones y mano de obra extranjera.
Argentina agrega millones de hectáreas con la ocupación del espacio de los pueblos indígenas. La expansión de la
frontera agrícola, el desarrollo ferrocarril, el alambrado de los campos, permiten la producción de las nueva tierras.
En 16 años pasaron de 400000 a 1600000 hectáreas de siembra de trigo.

El estado empezó a emitir bonos más atractivos que los europeos y utiliza esos préstamos para consolidar su aparato
burocrático y militar. La gran mayoría del capital proviene de Gran Bretaña que era la primera potencia mundial.
Gran Bretaña invierte en puertos y vías férreas para favorecer la exportación de productos agropecuarios y
manufacturas.

Desde 1850 en Argentina comienza a desarrollarse la producción agrícola a partir del proceso de colonización de
parcelas de tierra loteada en un tamaño aceptable para la producción basada en la mano de obra familiar.

Santa Fe y Entre Ríos garantizan el asentamiento de extranjeros y ofrecen créditos para trabajar la tierra y capital
(herramientas). Con los inmigrantes se desarrolla la producción agrícola en la zona norte de la región pampeana
(centro y Centro Sur de Santa Fe y sudeste de Córdoba).

En 1870 se da inicio a las exportaciones de trigo y maíz gracias al resultado del proceso anterior. Hacia 1890 el
crecimiento económico y la capacidad de consumo no entra en crisis programa cierre de bancos y la bancarrota del
Estado nacional sumado a la feria de los depósitos. Esto tuvo un gran impacto en los colonos, que pagan las
hipotecas de su parcela, los arrendatarios (que explotan la tierra en base a la mano de obra familiar) y los braceros
(peones y jornaleros) empleados en la cosecha.

La actividad ganadera tuvo un gran dinamismo con las estancias mixtas, sumado a las inversiones europeas, colocan
a la Argentina en condiciones de satisfacer la demanda de países como Gran Bretaña, Alemania, Bélgica, Francia
y Suiza.

El sistema productivo genera una estructura que es tan fuerte que se convierte en la clave del sistema económico.
Con la importación de sementales que producen más kilos de carne en menos tiempos se perfeccionan las razas
ganaderas según el gusto de los grupos de países que las consumen. Los productores que se dedican al ganado
refinado estaba dividido en los que se dedicaban a engordar y los que engordaban (los invernadores) a los animales,
se consolidan. Los Invernadores fijaban el precio de la carne.

Hacia fines del siglo XIX el ganado se exportaba vivo pero con la llegada de los frigoríficos británicos y
norteamericanos a principios del siglo XX se exportaba la carne congelada y luego enfriada.

El progreso económico abarca a Mendoza con la industria de vino y en el NOA con la caña de azúcar. El estado a
través de tarifas aduaneras protege estas actividades productivas donde alienta y realiza obras conectoras con los
puertos para la exportación.

En la Mesopotamia se empieza a aprovechar los bosques de quebracho, a través de la compañía “La forestal del
Chaco”. Del Quebracho se extrae el Tanino, una sustancia que se utiliza para curtir cueros, además de la madera
del quebracho se lo utiliza también para los durmientes del ferrocarril y para postes.

Las tierras anexionadas en el norte de la Patagonia se las utiliza para la ganadería, sobre todo ovino que fue
desplazada de la pampa húmeda por la agricultura. Más de 6 millones de hectáreas quedaron en mano de un puñado
de terratenientes.

En 1907 encuentran petróleo en Chubut y el presidente Figueroa Alcorta declara que es propiedad nacional. A partir
de entonces comienza a formarse un nuevo polo industrial.
El desarrollo del ferrocarril permite la integración de las diferentes regiones del país, facilitando la llegada de mano
de obra necesaria, mercaderías de consumo y posibilita el aumento de las exportaciones, además se pasa de 9400
km en 1890 a 34000km de extensión de vías férreas en 1914.

El 25 de Junio de 1912 se produce en Santa Fe el denominado “Grito de Alcorta” donde una multitud protesta con
el fin de terminar con la distribución irracional de las ganancias obtenidas por el trabajo de la tierra y la fuerte
explotación a la que son sometidos. Este grito tiene como causa principal la baja de los precios de los granos en
1912 que llevo a que los arrendatarios tuvieran dificultades de pagar los canones por la tierra que trabajaban. A esto
se le suma también las complicaciones de pagar las hipotecas contraídas cuando llegó lo que provoco protestas y
huelgas por tiempo indeterminado hasta que les bajaran los canones del alquiler.

Francisco Netri junto a Chacareros y comerciantes, agricultores y trabajadores del campo ha promovido la protesta
y conduce la asamblea. La rebelión es el inicio de la protesta más extensa en la Argentina agroexportadora a la que
se suman los sindicatos del campo y los pequeños comerciantes. El 5de octubre de 1916 era asesinado Francisco
Netri propulsor del Grito de Alcorta y de la Federación Agraria Argentina.

La no alineación política de los chacareros resulto favorable para las negociaciones con los terratenientes.

m) Entre los puntos positivos podemos mencionar la modernización del país a nivel tecnológico que ayudó a que
se convirtiera en uno de los mayores exportadores de materias primas del mundo. Esto generó una unificación, un
contacto de todas las regiones del país.

Como principal punto negativo destacamos la exposición de la clase trabajadora a constantes y múltiples
situaciones de explotación laboral e injusticias, que generaron vulnerabilidad social y un aumento de la pobreza.

[1] Extraído de HORA, Roy. (2010). Historia Económica de la Argentina en el Siglo XIX. Buenos Aires, Siglo XXI
Editores Cap. V, VI.

[2] Extraído de GERCHUNOFF, Pablo, ROCCHI, Fernando, ROSSI, Gastón ((2008). Desorden y progreso, Las
crisis económicas argentina 1870. 1920, Buenos Aires, Edhasa. Cap. 1 y 2.

[3] Extraído de MARICHAL, Carlos, Políticas de Desarrollo Económico y Deuda Externa en Argentina (1868-
1880) en Siglo XIX Revista de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Nuevo León.
Monterrey, Año III, Nº 5, Enero – Junio de1988.

[4] Extraído de GERCHUNOFF, Pablo, ROCCHI, Fernando, ROSSI, Gastón ((2008). Desorden y progreso, Las
crisis económicas argentina 1870. 1920, Buenos Aires, Edhasa. Cap. 1 y 2.

[5] Extraído de ROCCHI, Fernando, (2000) El péndulo de la riqueza: la economía argentina en el periodo 1880-
1916, en Lobato, Mirta (directora) Nueva Historia Argentina, Buenos Aires. Sudamericana. T. V, p.

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AUDIOVISUAL:

Historia de un país: El modelo agroexportador. http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8001/9?temporada=1

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