Está en la página 1de 4

TEMA 3: LA MONARQUÍA UNIVERSAL ESPAÑOLA

1. INTRIDUCCIÓN

El 19 de octubre de 1469, Isabel, heredera de la corona de Castilla, contrajo matrimonio con


Fernando, heredero de la corona de Aragón. La boda amenazada por la oposición del monarca
castellano Enrique IV y por el propio parentesco de los contrayentes, el enlace semiclandestino
abrió los caminos a la unidad política peninsular y al Estado de los tiempos modernos. El 19 de
marzo de 1812 la Constitución promulgada en Cádiz liquidaba el Antiguo Régimen, al
reconocer encarnada la soberanía en el pueblo, dando así paso al régimen liberal y al Estado
constitucional. El período histórico comprendido entre ambas fechas tuvo al absolutismo
monárquico como denominador común, proyectándose tras el reinado los Reyes Católicos en
dos etapas fundamentales, coincidentes con el gobierno de la monarquía de los Austrias y con
el de los primeros Borbones en el XVIII.

Una y otra difieren por el protagonismo mundial logrado por España, y luego perdido en
beneficio de Francia; por la diversa estrategia política y económica; por la transformación
ideológica; porque a la heterogeneidad y pluralismo característicos del ordenamiento del
Estado en los siglos XVI y XVII, sucedió en el XVIII un rígido proceso uniformizador de signo
castellano.

2. LOS REYES CATÓLICOS: UNIDAD ESPAÑOLA Y AUGE DE LA “NUEVA MONARQUÍA”

El reinado de los Reyes Católicos (1469-1516) lleva consigo la unión de las dos Coronas,
manteniendo ellas su estructura política diferenciada. La unidad nacional permitió así que
Castilla y Aragón, y luego Navarra, se rigieran por sus propias leyes, mantuvieran sus Cortes y
demás instituciones de gobierno, realizándose en suma una unión de carácter “personal”,
dado que territorios jurídicamente heterogéneos estaban sujetos a los mismos reyes. La
unidad fue compatible con la cierta tensión entre reinos y monarquía durante siglos.

Pese al equilibrio jurídico que informó el matrimonio de Fernando con Isabel, lo cierto es que a
su amparo confluyeron dos Coronas de desigual peso específico y muy diversa naturaleza.
Castilla era territorialmente mucho más extensa que Aragón y más densamente poblada.
Entrado el siglo XVI, de una población total de siete millones, correspondían a ella más de
cinco y sólo uno a Aragón. Frente al pluralismo de cuanto formaba parte de la Corona de
Aragón, Castilla era una entidad homogénea, con un único gobierno, unas solas Cortes, un
sistema impositivo, un idioma y sin aduanas internas. Castilla poseía un sistema comercial más
poderoso, fundado en los negocios laneros y en las consiguientes relaciones con Francia y los
países nórdicos, y había llegado incluso a disputar a los catalanes en el siglo XV la supremacía
en el Mediterráneo occidental. Mientras la Corona de Aragón arbitró un régimen pactista de
gobierno que debilitaba el poder real, Castilla podía ser regida sin excesivas trabas ni
restricciones. Las Indias fueron incorporadas a la Corona de Castilla, con lo que la
castellanización del mundo americano marcará los rumbos del Imperio en la Edad Moderna.

La unidad política peninsular —excepto Portugal— se logra con la toma de Granada (1492) y
con la incorporación de Navarra (1512). Es descubierta América, mientras el fervor de la
unidad religiosa lleva también en 1492 a la expulsión de los judíos. En ese mismo periodo,
entre los siglos XV y XVI, se consolida la expansión en el Atlántico conocido, con el
aseguramiento del dominio sobre las Canarias, así como en el Mediterráneo con la conquista
del reino de Nápoles (1504), ocupándose también diversas plazas africanas. Se da la primera
gran expansión por las rutas americanas. Es el despertar del Imperio y la inserción privilegiada
de España en la trama internacional.

3. LA MONARQUÍA UNIVERSAL: CARLOS V Y FELIPE II

Tras la muerte de Fernando el Católico en 1516, y habiendo fallecido Isabel doce años antes,
las dos Coronas fueron heredadas por Carlos V (I de España), quien en 1519 recibe la de
Alemania y es elegido emperador. Se inicia así el gobierno de la Casa de Austria (Habsburgo
españoles), que se proyecta en los reinados de Carlos V (1516-1556) y Felipe II (1556-1598) en
el siglo XVI; y en los de Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700) en
el XVII. Da cabida a un doble apogeo político y cultural, en etapas sucesivas o envuelta la
primera por la mayor amplitud de la segunda. La supremacía política se centra en el XVI,
percibiéndose ya hacia 1590 los síntomas de un declive producto de los contratiempos bélicos
y el agotamiento económico. Pese al ya brillante florecimiento cultural, no habían nacido
siquiera figuras como Calderón, Velázquez o Zurbarán; Quevedo era un niño; Lope de Vega
tenía veintiocho años, y todavía faltaban tres lustros para que Cervantes publicara la primera
parte del Quijote.

El reinado de Carlos V se caracteriza por la expansión territorial; por la crisis político-religiosa


que la Reforma lleva consigo; por las convulsiones internas (Comunidades en Castilla,
Germanías en Valencia y Mallorca), y por la ordenación del aparato político-administrativo que
ha de administrar el Imperio. En la primera mitad del siglo XVI se descubren y conquistan
dilatados territorios en América, anexionándose asimismo otros de Europa y algunos del norte
de África. Carlos V, monarca dinámico y viajero, fue sucedido por un rey como Felipe II,
sedentario y burócrata, quien culmina la expansión territorial al incorporar Portugal y sus
dominios, supone la unidad política de la Península. Su reinado aparece marcado por el
movimiento global de la Contrarreforma las revueltas internas en Aragón y las Alpujarras; los
graves conflictos europeos y la consolidación de una Weltpolitik donde cristalizan intereses
políticos y religiosos al amparo de la plena hegemonía mundial. El fracaso de la Armada y los
desajustes económicos de los últimos años del XVI, impidieron la prolongación de hegemonía
política o Pax hispanica, cantada por el poeta Hernando de Acuña en un famoso soneto
dedicado a Felipe II, donde presagia en el orbe “un monarca, un imperio y una espada”.

4. LA CRISIS DEL SIGLO XVII Y EL OCASO DEL IMPERIO

La crisis que asoma al término del siglo XVI se hará honda e incontenible en la centuria
siguiente. Tensiones raciales y religiosas determinaron la expulsión de los moriscos en el
reinado de Felipe III, agravándose una depresión económica a la que los arbitristas intentaron
hacer frente con diversos remedios. En el siglo XVII durante el reinado de Felipe IV, son
testigos de sucesivos descalabros internacionales e internos. Las paces de Westfalia (1648) y
de los Pirineos (1659) representan la pérdida del control de Europa y la consiguiente
desmembración de territorios. La agitación anticentralista estalla en los cuatro puntos
cardinales; norte (Aragón), sur (Andalucía) este (Cataluña) y oeste (Portugal). Los
levantamientos de los catalanes fueron graves, según Olivares querían organizar una rebelión
como la de Holanda; y sobre todo de los portugueses, que lograron la independencia
arrastrando consigo sus inmensas posesiones ultramarinas, entre ellas Brasil.

Tan acusado declive, solía representar un quebranto en el patrimonio de la monarquía, no


pudo ser remontado por la España del XVII, cuyos más egregios espíritus rezuman pesimismo,
sarcasmo y desconsuelo. Quevedo evoca “los muros de la patria mía si un tiempo fuertes, ya
desmoronados”, mientras el hidalgo manchego, héroe de nuestra mejor novela, personifica en
palabras de Ortega “la enorme capacidad del hombre para ser derrotado”.

La peculiaridad hispana consistió en la ineptitud para hacer frente al reto de la modernidad.


Elliot ha llamado la atención sobre los agobios económicos de Francia e Inglaterra en la década
1620-1630, y los políticos en la de 1640-1650, destacando cómo a partir de estos años, cuando
los países occidentales renuevan sus explotaciones económicas e introducen la ciencia y
filosofía modernas, España sigue aferrada a un tradicionalismo inerte, sumido en la nostalgia, e
incapaz de responder a las exigencias de los nuevos.

Los aprietos financieros, la participación en ruinosas empresas bélicas, la mediocridad de las


clases dirigentes y el atavismo de una sociedad tan sobrada de ideales como carente de
sentido práctico, explican en fin esa crisis.

5. LA ERA DE LA ILUSTRACIÓN Y EL REFORMISMO BORBÓNICO

La muerte sin descendencia de Carlos II trajo a España a la dinastía de Borbón, Felipe V (1700-
1746), reinó tras derrotar en la Guerra de Sucesión al pretendiente austriaco que había sido
apoyado por la Corona de Aragón. Entre ese conflicto bélico de principios del XVIII y la Guerra
de la Independencia al iniciarse el XIX, gobiernan tras Felipe V —y tras la fugaz presencia de
Luís I, a lo largo de siete meses de 1724—, otros tres reyes: Fernando VI (1746-1759), Carlos III
(1759-1788) y Carlos IV (1788- 1808). Con este último concluye el Antiguo Régimen.

El siglo XVIII se caracteriza por una ambiciosa renovación ideológica, la Ilustración, que fue solo
efectiva en la segunda parte de esa centuria. Hasta el reinado de Carlos III persiste un
tradicionalismo escasamente innovador, superado hacia 1760 por la ruptura de esa tradición y
la aplicación de los esquemas difundidos en varios países de Europa. La Ilustración representó
una revolución hecha desde arriba; de corte absoluto en lo político; acérrimamente centralista;
y deudora en lo cultural de patrones renacentistas, de la filosofía racionalista y de los
progresos de las experimentales, de cuanto por ser nuevo era tenido por no pocos como
peligroso. Esas ideas no se difundirán en las Universidades atadas al formalismo de planes
caducos, sino a través de Academias y asociaciones, como las Sociedades Económicas de
Amigos del País, que en reuniones y tertulias difunden cuanto llega de Europa y singularmente
de Francia.

En esta misma centuria aparecen las Reales Academias, fruto de la reacción a una enseñanza
universitaria excesivamente anquilosada y teórica, de la inquietud por el conjunto de las
ciencias y del ejemplo de establecimientos semejantes en Europa.

La política exterior dio un giro copernicano. La paz de Utrecht puso fin a la Guerra de Sucesión,
amputó las posesiones españolas en Europa e hizo desaparecer la antigua pesadilla de los
Países Bajos. En 1704, España había perdido Gibraltar. A lo largo del siglo esa política fue
fundamentalmente pro-francesa, reflejada en los Pactos de Familia, aunque en los últimos
años se diera una oposición coyuntural a la Francia revolucionaria, y en el XIX tuviera ya lugar
el gran choque de la Guerra de la Independencia. Con una presencia en Italia objeto de
permanentes atenciones, el reverso de esta política fue la pugna con Inglaterra, cuya amenaza
no quedó en la Península, sino que se proyectó incesantemente sobre las Indias, desde los
territorios del norte a los meridionales. No será así extraño el decidido apoyo español al
proceso de independencia de los Estados Unidos de América.
En el interior registramos un alza demográfica y cierta recuperación financiera. Desde las
perspectivas del derecho y la política, el enfrentamiento de la Corona de Aragón a Felipe V
originó la supresión de su organización jurídico-pública, y la correlativa introducción de Ia de
Castilla. El régimen de gobierno sufrió profundas transformaciones en las esferas local,
territorial y central, donde se articuló un sistema de ministerios servido con frecuencia por
agentes de procedencia extranjera y singularmente por italianos. El regalismo borbónico
simbolizó el intervencionismo abusivo del Estado en materias eclesiásticas, mientras la
Inquisición, quedó casi exclusivamente convertida en el XVIII en un tribunal de censura de
libros.

También podría gustarte