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Caleidoscopio

Prácticas y clínicas Psi


en la Universidad
Vínculo terapéutico y encuentro
Diego G. Brandolín
Psicólogo
Terapia Gestalt
Cátedra Psicoterapias - Facultad de Psicología (UNR)

Resumen

El presente escrito se divide en dos secciones. Inicia con una viñeta


clínica que forma parte de la experiencia del autor. En la redacción se
toma la licencia literaria del uso de la primera persona del singular, con
el propósito de lograr una descripción más vívida de la situación. En un
segundo momento, se ensaya una articulación con algunos de los con-
ceptos fundamentales de la Terapia Gestalt, entre los que se incluyen:
relación terapéutica, método fenomenológico, responsabilidad, inten-
cionalidad y campo. Se ofrecen también reflexiones clínicas al respecto,
a modo de cierre.

Palabras clave: Psicoterapia - Gestalt - Relación terapéutica - Intencionalidad.

Fragmentos de una sesión con F.

F. era un paciente de cincuenta años de edad, que realizaba un proce-


so terapéutico conmigo desde hacía algo más de dos años. Asistía a mi
consulta semanalmente.
Un día llegó a su sesión, puntual como de costumbre. Luego de salu-
dar, se dejó caer en un sillón, en silencio. Fijó su mirada en algún punto
de la alfombra que tenía frente a sí, a sus pies, y permaneció inmóvil
durante unos instantes.

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De pronto, rompió a hablar diciendo: “Mientras esperaba abajo a que


me abras, pensé que la semana había pasado muy rápido. Me dio la sen-
sación de recién haberme ido de nuestra sesión pasada”.
Me quedé en silencio, esperando a ver cómo seguía con lo que había
traído. Al notarlo, dijo disculpándose que eso es lo primero que se le
vino a la cabeza, mientras hacía movimientos con las manos como in-
tentando apartar el tema.
Le propuse entonces que amplíe la descripción de esta sensación
de la que me ha hablado. Entonces dejó de observar la alfombra para
enfocar su mirada en mí. Compuso una expresión de apariencia seria,
parecía haberse alertado ante mi pedido.
Me describió con mayor detalle la sensación experimentada, agre-
gando que es algo que le viene pasando en el último mes, y que no tiene
la menor idea de a qué puede deberse. Continuó diciendo que, en los
momentos previos a algunas sesiones, no tenía ganas de venir, aun-
que venía igual. Y agregó que solía irse muy conmovido en esas oca-
siones, por los temas que aparecían en esos encuentros. Más moviliza-
do que cuando venía con un tema concreto, cosa que sucedía en otras
ocasiones.
Le pregunté entonces si podía darse cuenta con qué puede estar rela-
cionado este conjunto de sensaciones que conformaban su experiencia
de hoy, antes de entrar a su sesión, y que se venían reiterando en el últi-
mo tiempo. Me respondió que no.
Volví a la carga con mis preguntas. Dado que no conseguía darse
cuenta, le propuse que me cuente qué se imaginaba al respecto. Insistí
en que se sienta libre de imaginar, que de momento no se preocupe por
la correspondencia entre lo que podría decirme y lo que pudiera cons-
tatar que en verdad le sucedía.
Guardó silencio unos instantes. Luego, empezó a decirme que no
podía imaginarse nada. Su mirada pareció vagar por los detalles de la
alfombra unos momentos más, mientras volvió al silencio.
Le dije entonces que me intrigaba mucho lo que me proponía: ape-
nas iniciado nuestro encuentro, me suelta que mientras esperaba en
la puerta le pareció que apenas había pasado el tiempo desde que nos
despedimos la semana pasada, y a continuación agregó que muchas ve-

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ces no tenía ganas de venir a nuestra cita. Con todo eso, le conté que me
sentía inquieto y me preguntaba de qué manera estaba participando
yo, haciendo mi parte para que él experimentara estas sensaciones.
Mientras yo hablaba, él iba levantando la cabeza para volver a mi-
rarme, estirando el cuello. Su rostro empezaba a colorearse, y sus ojos
se abrían cada vez más. Prácticamente me interrumpió para decirme
que yo no debía entender mal lo que él me contaba, que era lo primero
que se le había ocurrido, y que él valoraba mucho este espacio de tera-
pia que compartíamos dado que se había llevado de él muchas cosas.
Además, notaba como su vida había ido cambiando a partir de ello, y
enumeró rápidamente una serie de logros que le atribuía a la terapia:
mejora en su ámbito laboral, mayor sensación de seguridad para re-
lacionarse con los demás, menor autocrítica mordaz y despiadada, y
algunas cosas más.
Después empezó a contarme cómo, durante su semana, se había sen-
tido solo. Esto no era una noticia, ni para él ni para mí, dado que su
pertinaz sensación de soledad había sido uno de los temas que lo había
traído a la consulta, hacía ya dos largos años. Habíamos podido lograr
cierta nitidez en este punto, en el sentido de que F. estaba deseoso de
formar una pareja. Su última experiencia en ello databa de varios años
atrás.
Si bien habíamos hablado acerca de cómo se las arreglaba para man-
tenerse solo, y qué decisiones tomaba para no ponerse al alcance de en-
cuentros con mujeres que podrían relacionarse con él, no se decidía a
entregarse al flujo de la experiencia y ponerse en acción en el campo
concreto, para desarrollar oportunidades de encuentro.
Vivía solo. Pasaba mucho de su tiempo libre en su hogar, y su vida
social se reducía prácticamente a visitar a su familia de origen, y asistir
o recibir en casa a amigos de muchos años, con una rutina satisfactoria
y estable. Cuando participaba en reuniones sociales de otros círculos,
donde había gente nueva, muchas veces se retiraba al poco rato, bus-
cando la comodidad de su casa, para luego reprocharse amargamente y
tratarse a sí mismo de cobarde, y otros duros términos.
Se encontraba justamente entregado a estos autorreproches, cuando le
recordé que yo aún estaba inquieto por esta sensación de la que me habló

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apenas iniciada nuestra sesión. Le pregunté entonces si encontraba algu-


na relación entre su soledad, en cuya descripción detallada se encontraba
sumergido en ese momento, y aquello.
Después de pensarlo un rato, dijo que le parecía que sí. De algún
modo, le daba la sensación de que ambos temas estaban relacionados,
aunque no lograba darse cuenta cómo.
Entonces le conté cómo veía yo el recorrido que habíamos hecho jun-
tos para mirar a su soledad, y le recordé los límites a los que habíamos
llegado en ello. Le ofrecí una pregunta: “¿Cómo creés que puedo yo ayu-
darte con tu soledad?”, para poner a prueba una hipótesis que se me
había ocurrido.
Su expresión volvió a cobrar vivacidad y me soltó, en tono de repro-
che: “Ah, ¿vos crees que lo que te conté al principio es un reclamo?”. “Si”,
contesté yo. Y agregué que coincidía con él en todos los avances que
hicimos juntos en estos más de dos años, y que a la vez podía entender
que tuviera algo para reclamarme con este tema, tan doloroso para él
y en el que apenas sentía que había podido avanzar, más allá de haber
tomado clara conciencia de su participación en ello.
Seguí hablando, declarándome incompetente para generar alguna
forma de abordar el asunto, y sinceramente esperanzado en que a él se le
ocurriera cómo podíamos hacer, y qué podía hacer yo por él al respecto.
Mientras yo le hablaba, la cara de F. nuevamente se coloreaba, sus
ojos se ponían vidriosos y tragaba con visible esfuerzo. Parecía movili-
zado. Le conté lo que estaba viendo de él, y le pregunté qué estaba sin-
tiendo, cuál era el correlato interior de su manifiesta expresividad.
Después de unos instantes, me reveló que se sentía muy emociona-
do. Se había encontrado en la descripción que yo le ofrecí, y se sentía
muy cercano y agradecido por ello. También me contó que, mientras
yo hablaba, se dio cuenta de que él nunca pedía nada a nadie, pues
temía el rechazo, la negativa. Y que al escucharme articular su pedido,
se había sentido envuelto por una sensación cálida, que podía califi-
car como sentirse acompañado.
Yo también me sentí emocionado y agradecido, y así se lo dije.

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Articuladores conceptuales del trabajo clínico

La Terapia Gestalt ha sido definida como un abordaje psicoterapéu-


tico fenomenológico que se enfoca en el aquí y ahora de la situación
terapéutica, específicamente en el vínculo entre paciente y terapeuta
como espacio de experimentación en el que se ponen en juego procedi-
mientos dialogales, el cuerpo y las emociones (Yontef, 1995).
La noción de método fenomenológico hace alusión a una actitud de
parte del terapeuta en cuanto a observar, explorar y describir las expre-
siones del paciente tal como se presentan en el encuentro clínico. Se
trata de producir indagatorias que tiendan a ampliar estas descripcio-
nes, para dimensionar detalladamente el proceso tal como es vivencia-
do por el paciente en el momento de la sesión, y no a desarrollar in-
terpretaciones de lo que está sucediendo (Yontef, 1995). Se parte de la
superficialidad de los aspectos que se muestran, para desarrollar una
oportunidad de que el paciente pueda explorar su expresividad y cons-
truir significados acerca del sentido que tiene en el aquí y ahora del
encuentro con el terapeuta, hallando de esta manera la profundidad de
la superficie.
Se trata de una perspectiva antianalítica, en donde no es dable supo-
ner un significado oculto o latente, y mucho menos que pueda ser des-
cubierto en una proeza hermenéutica que pudiera esperarse del tera-
peuta. Es precisamente a partir de la ampliación de la descripción de la
experiencia cuando se va develando la intencionalidad que el paciente
expresa, pues es él mismo en su vivencia el foco de interés para comple-
tar la figura que, a veces con palabras, gestos, movimientos corporales,
expresiones de emocionalidad, ha iniciado y luego interrumpido.
No obstante, el terapeuta no es un observador ajeno y distante en
esta exploración. Contribuye con sus preguntas, señalamientos e hipó-
tesis, que puede ir elaborando mientras se enfatiza la descripción del
proceso en el que ambos están inmersos. Estas hipótesis permanece-
rán entre paréntesis, en términos de epokhè fenomenológica, practica-
do por el terapeuta, hasta el momento en que decida ponerlas en juego
para comprobar si aportan al esclarecimiento del proceso en curso.

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Dicho de otra manera, el terapeuta atestigua el despliegue que el pa-


ciente realiza en el encuentro entre ambos y en el vínculo que se va
tejiendo, que es una historia distinta a las historias personales que pa-
ciente y terapeuta arrastran (Delacroix, 2008). En ese marco vincular,
el terapeuta se muestra nítidamente, no como testigo imparcial, sino
como persona que es impactada por lo que sucede en la relación. Re-
quiere para ello, de manera previa y a la vez constante, un trabajo de
formación y entrenamiento para distinguir sus propios temas abiertos,
heridas y procesos en los que está comprometido en su vida personal,
con el propósito de diferenciar lo que específicamente sucede en el vín-
culo, con ese paciente en particular.
Naturalmente, no pierde de vista que el encuentro terapéutico es a
propósito del aquel que lo ha consultado profesionalmente. Y trabaja
en ofrecer sus recursos técnicos, de estilo y personales para que el pa-
ciente pueda manifestarse de forma más genuina y coherente con sus
deseos, expectativas e intereses. Se podría decir que el terapeuta ofrece
su presencia como testigo, para que el paciente pueda apoyarse en ese
testimonio, y valerse de él para ampliar la autoexploración y la capaci-
dad de manifestarse. Aunque para ello, sea necesario que el terapeuta
previamente renuncie a todo saber respecto a esa manifestación (Robi-
ne, 2006).
Se parte de algunos supuestos en relación a la conducta humana.
Uno de los más significativos es dar por descontado que la conducta y
expresividad del paciente en el encuentro clínico responde a una cierta
intencionalidad, un sentido que busca obtener una forma adecuada y
nueva a partir de tales manifestaciones, y que siempre es un emergente
del campo fenoménico en el que ambos se encuentran inmersos. Se uti-
liza el concepto de situación para describir a este último.
La intencionalidad se inscribe como un eje de acción que intenta or-
denar, significar y construir la forma mejor lograda para atravesar cada
situación vivida, de acuerdo a los intereses, metas, proyectos y deseos
de las personas.
En ocasiones, como se describe en el ejemplo precedente, el paciente
puede arrastrar dificultades de larga data en cuanto a, por ejemplo, pe-
dir lo que necesita a quien corresponda cuando la situación lo amerite.

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Podría decirse que su conducta presente expresa el catálogo de frustra-


ciones pasadas que lo llevan a ser enrevesado, confuso y críptico en su
intencionalidad.
A la vez, el terapeuta da por supuesto que esa forma, aunque inconve-
niente según los criterios del propio paciente, y a menudo incompatible
con la posibilidad de obtener logros de ella, ha sido la mejor manera
que el paciente encontró, en el derrotero de su desarrollo personal y
vincular, para organizar su conducta en un entorno emocional que pu-
diera ser hostil, árido o excesivamente frustrante.
Por ello, la presencia y la potencia del terapeuta se ponen en marcha
en dirección a confrontar al paciente con lo que expresa, a nivel ver-
bal y sobre todo en lo no verbal, facilitando y apoyando las expresiones
genuinas, que se muestran coherentes y consistentes con sus deseos e
iniciativas. Y a la vez, frustrando las desviaciones habituales (verborrea,
intentos de manipulación, evitaciones, etc.) que lo llevan a un terreno
conocido aunque insatisfactorio (Perls, 1976).
Se sigue de ello que la labor del terapeuta gestáltico es ofrecer oca-
siones, en el marco del vínculo terapéutico, para que el paciente asuma
responsabilidad sobre sus propias expresiones, y en definitiva sobre el
devenir de su existencia.

Bibliografía

Delacroix, J.M. (2008). Encuentro con la Psicoterapia. Santiago de


Chile, Chile: Cuatro vientos.
Perls, F. (1976). El enfoque Gestáltico y Testimonios de terapia. Santiago
de Chile, Chile: Cuatro vientos.
Robine, J.M. (2006). Manifestarse gracias al otro. Madrid, España: Fon-
do de Cultura Valle-Inclán.
Yontef, G. (1995). Proceso y Diálogo en Psicoterapia Gestáltica. Santiago
de Chile, Chile: Cuatro vientos.

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