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LA INSTAURACION DE LA SITUACION ANALITICA

LAURENCE BATAILLE

[Este texto es solamente un aparte del artículo “D'une pratique” publicado en la revista Études
Freudiennes N 25 de Abril de 1985. pp. 7-30. Este número de la revista lleva como subtítulo
Incidences de l' oeuvre de Lacan sur la practique de la psychanalyse, (N. del T.).]

Hace unos quince años, cuando alguien se dirigía a un psicoanalista tradicional, aquel lo
recibía justo el número de veces necesaria para juzgar si era "analizable". En este caso, le
fijaba cita para comenzar la cura. A veces lo inscribía en su lista de espera, de longitud
proporcional a su notoriedad. Llegado el día, a veces 2 años después de la última entrevista,
el paciente se presentaba, se recostaba, y el psicoanálisis comenzaba.
Aparentemente, Freud no procedía de otra forma, y yo hacía lo mismo (con excepción del
tiempo de espera puesto que yo era principiante).
Este método no me satisfacía. Tenía algo mágico: como si la formulación de la regla de la
asociación libre y el dispositivo diván-silla bastaran para poner en marcha el proceso analítico.
Evidentemente esto no bastaba. Por ejemplo, varios pacientes habían abandonado su análisis
al cabo de poco tiempo, sin haber podido formular nada en él. Jamás volvieron a verme. Sólo
me queda esperar que este compromiso fallido no les haya obstaculizado la vía del
psicoanálisis para siempre.
Hacía, pues, un mínimo de entrevistas preliminares, pero sabía que los psicoanalistas que
trabajaban con Lacan sostenían a veces una relación cara a cara durante varios meses antes
de tomar la decisión de "recostar al paciente", como se decía entonces. Pero ¿qué
esperaban? ¿Qué es lo que finalmente los llevaba a tomar su decisión? Nadie parecía poder
responder.
Me hallaba así en la inconfortable situación de estar insatisfecha en cuanto a la forma como yo
iniciaba un análisis (y entre aquellos que venían a verme, algunos parecían pagar con su
propio esfuerzo, puesto que abandonaban en el camino sin poder ubicar absolutamente nada;
¿cómo habrían podido hacerlo puesto que yo tampoco ubicaba nada?), sabiendo que otros
practicaban de manera diferente, sin que yo pudiera captar cómo.
Fue entonces cuando Lacan, en su seminario1, formalizó lo que llamaba los tetrápodos, que
daban las fórmulas de cuatro discursos (o lazos sociales) fundamentales, entre los cuales se
hallaba el discurso del análisis.
Mi objetivo es transmitirles cómo esta formulación de los discursos universitario, histérico,
analítico, mutaciones del discurso del amo, y los comentarios que lo acompañaron, claro,
aclararon para mí la estructura de la situación analítica y el movimiento de su instauración.
Es necesario hacer un primer comentario: si no hubiera sabido que los alumnos de Lacan
multiplicaban las entrevistas preliminares, no habría deducido de la teoría inmediatamente
esta necesidad, o esta posibilidad. Ciertamente la primera forma de practicar no me satisfacía,
pero habría necesitado sin duda un tiempo mucho más largo para extraer sus consecuencias
prácticas. Ello dice de la paradoja de las modalidades de transmisión del psicoanálisis. Lacan
jamás dio recetas, ni siquiera aconsejó forma de practicar alguna; pensaba que era esencial
que cada cual forjara su práctica a partir de lo que integraba de la teoría, y a la luz de su
propia experiencia. Ello no quiere que las recetas no circulen; pescamos aquellas que nos
convienen en lo que podemos saber de la práctica de los demás.
Sin embargo, la receta por sí sola no me bastó. Necesitaba el esclarecimiento de la teoría, que
1
     Año 1969-1970. L' Envers de la psychanalyse, seminario inédito. Si no puede procurarse una fotocopia de la versión
dactilográfica, hallará una exposición muy breve de los tetrápodos en <<Radiophonie>>, en Scilicet, 2/3, p.96 a 99. [El
Seminario de Jacques Lacan, Libro 17: El reverso del psicoanálisis, 1969-1970. Buenos Aires: Paidós, 1972. N. del T.]
tuvo pues aquí una incidencia directa sobre mi forma de practicar.
No la integré sino progresivamente y no sin dificultades. Dificultades que persisten, puesto que
hay que decir que es mucho más fácil, en general, confiar el peso de la instauración del
proceso analítico al dispositivo, a la fatalidad y por último al "buen" paciente. Un progreso
teórico no tiene por efecto eliminar las dificultades que existen con o sin teoría. Pero permiten
a veces sobrepasarlas, lo que es absolutamente diferente.
Si hubiera podido relatarles qué etapas he atravesado antes de ser capaz de aplicar esta
teorización nueva para mí, habría sido sin duda más interesante y más convicente. Pero no
tengo ni recuerdos ni notas suficientemente precisas; recuerdo únicamente una dificultad
paralizante, un poco como cuando se aprende una nueva lengua: el pensamiento de la reglas
que las rigen molestan para hablarla. El vínculo entre lo que yo entreveía de la teoría y lo que
oía en el curso de la entrevista se hacía mal. Poco a poco me fui familiarizando
suficientemente con la estructura de los cuatro discursos para ya no pensar más en ello
mientras alguien me hablaba, de la misma forma que hablamos corrientemente una lengua sin
pensar en su sintaxis; lo que no impide que entre mejor la conozcamos menos cometeremos
fallas, y tendremos más medios de expresión a nuestro alcance. Es solamente a posteriori que
podemos hacer el análisis (sintáctico, gramatical y de léxico) de las frases que hemos
pronunciado.
Decidí, pues, intentar hacerles captar cómo, a mi entender, se estructuraron las entrevistas
que tuve recientemente con una joven mujer. Lo repito: no pienso, en el momento, en los
elementos teóricos sobre los cuales me apoyo. Voy a hacerlos participes de una lectura a
posteriori, y me veré obligada a pasar por alto los detalles, las sinuosidades recorridas para
insistir sobre los ejes principales y los puntos sobre los cuales giraron.
Esta joven mujer, en el primer momento, se quejaba de sus dificultades con el lenguaje;
lenguaje que ella intentaba dominar vanamente. Como los estudios no bastaban para lograrlo,
venía a ver un psicoanalista, a quién le explicaba con el mayor cuidado lo que le parecía
particularmente arduo en la lengua francesa (que era no obstante su lengua materna). A mis
discretas tentativas para ampliar un poquito el campo de eso de lo que me hablaba, no
reaccionó sino dándome más detalles y precisiones sobre las trampas de la lengua.
Ella intentaba evidentemente perseverar hablándome de esa dificultad de comunicación
refiriendo a la lengua sólo como instrumento, y evitando hablar de ella misma, que era quien
tenía que servirse de la lengua.
Hasta el día en que, durante sus explicaciones, llegó a decirme que en el momento mismo en
que las palabras parecían permitirle acercarse a la verdad, se servía de las palabras de tal
forma que se la enmascaraban o se la deformaban. A lo que le dije: "Ah, ¿usted es sensible a
esta dificultad? es un comentario tan importante que vamos a detener ahí la entrevista".
¿Por qué actúe así? Allí yace sin duda el nudo de lo que ella venía a buscar en un análisis,
que no podía ser solamente el dominio de la lengua. Su extrema sensibilidad a la dificultad
que presentan las articulaciones de léxico y gramaticales, por abstracta que pareciera, hallaba
ahí su punto de inserción. ¿En qué?
Las palabras nos permiten atrapar muchas cosas, sin hacérnoslas, sin embargo, presentes;
nos dan la ilusión de una posible presencia absoluta, y creemos que nos la arrebatan
sustituyéndose a ellas. Nos hacen creer en una esencia de las cosas y nos parecen
insuficientes para cernirla, para captarla. Esta negatividad que las palabras cavan en sí
mismas, es uno de los aspectos de esa "falta de objeto" que nos hace correr: el objeto a de
Lacan. Es su aspecto simbólico.
Este objeto no deja de tener relación con el objeto míticamente perdido, del que el seno es
prototipo; así pues, no deja de tener relación con los objetos de la pulsión y por esa vía
participa de lo real.
Este objeto cuya falta se renueva siempre, es aquel que podría aportarnos la plena
satisfacción; también nos parece positivizarse incesantemente, o ser poseído misteriosamente
por otros, lo que lo emparenta con el falo imaginario.
La verdad que esta joven mujer intentaba atrapar con la red de las palabras, y que esas
mismas palabras le sonsacaban, ¿no marcaba acaso el lugar de la conjunción donde lo
simbólico, lo real y lo imaginario intentan en vano juntarse, separados como de hecho están
por la brecha del objeto a, negativo pero inevitable?
El acento que puse sobre su imposibilidad para atrapar lo que ella llamaba la verdad, marcó
un primer giro. Ya en la siguiente entrevista no me habla de la lengua sino de ella, de sus
síntomas. Inundada de angustia, me pide ayuda. Se pone en mis manos como enferma. A
propósito de uno de sus síntomas, le pregunto en qué circunstancia ha vuelto a surgir
recientemente. Lo que la lleva a descubrir qué ocasión lo indujo, y detenemos allí la sesión.
Cuando vuelve, me dice estar mejor. Me cuenta una anécdota en la que se comportó de una
manera absolutamente inhabitual: en lugar de plantearse la pregunta de lo que su compañero
pensaba, esperaba de ella, se preguntó: ¿Qué quiero yo? Pero no había podido responder. Es
en busca de esta respuesta que el análisis parece convidarla. Su intención en todo caso es de
utilizarlo para este efecto.
Sobre esta buena resolución la detengo, quedando ella bastante perpleja. ¿Qué mejor
podríamos esperar para emprender un psicoanálisis? Pero ese cambio es tan brutal y sus
intenciones tan manifiestas que me pregunto si no es más que una apariencia debida al
levantamiento de la angustia. No obstante, en las entrevistas siguientes me anuncia haber
hallado una serie de recuerdos de infancia que presentan la misma estructura de lo que la
condujo a dirigirse a un psicoanalista.
No discutiré aquí problemas planteados por la rapidez del flujo de sus recuerdos. Mi objetivo
es referir esos cambios de posición en tres de los cuatro discursos despejados por Lacan en la
instauración del proceso analítico.
He aquí como leo a posteriori el desarrollo de estas entrevistas. Al principio, la joven mujer
busca obtener de mí algo que no ha obtenido de sus maestros: No un plus de saber sino un
medio de utilizar ese saber. Para obtenerlo, intenta presentarse como ser sin inconsciente,
como puro sujeto de la voluntad. Puedo pues inscribirla bajo la forma S1, significante del amo
(maestro), aquel que se supone subsume al sujeto: Significante primordial que la representó
en la constelación al interior de la cual nació, pero que por eso mismo excluyó lo más esencial
de su ser de toda representación posible, puesto que, por el sólo hecho de entrar en el orden
de lo viviente, es otra cosa que ese significante.
La joven mujer se hace agente de un discurso en donde ella pone al otro (al psicoanalista) a
trabajar. Inscribámosla, pues, en el lugar de agente del discurso bajo la forma S1, mientras
que yo me inscribiré allí, en el lugar del trabajo. ¿Bajo qué forma?
Si ella me pone a trabajar, es en la medida en que se supone que represento un saber; es por
eso que puedo inscribirme allí con la notación S2, significante del saber.

lugar del agente lugar del trabajo


S1 S2

No se trata, sin embargo, del sujeto supuesto saber tal como lo entiende Lacan, sino de un
"saber hacer". No estoy tampoco aquí exactamente en el mismo sentido que sus profesores.
Para adquirir el dominio de la lengua, ella les pedía un plus de saber 2. Como ese plus no la ha
hecho avanzar para nada, lo que ella me solicita es ese x que le falta para colmar la
dehiscencia que experimentar entre ella y su saber. Me acredita poder procurarle este x de
2
    Que asistiera a la universidad no la ubica automáticamente en el discurso universitario, al que no me referiré en este
artículo. Por el hecho de pedirle a sus profesores que produjeran, con su trabajo, un plus de saber utilizable por ella, se
colocaba, con ellos también, en una relación de tipo discurso del amo.
más, y me pide que trabaje para ponerlo en sus manos. Ese plus que le permitiría gozar de su
saber, que suprimiría la falla que ella experimenta entre ella misma y su palabra, es una de las
formas del objeto a. En el discurso que la joven intenta instaurar, el a se supone que debe
producirse. Lo colocaré pues en el lugar de la producción:

lugar del agente lugar del trabajo


S1 S2
──────────────── ─────────────────
lugar de la producción
a

Lo que rehúsa desesperadamente con tal discurso es que su ser sea dividido; que ella tenga
un inconsciente. La verdad de su discurso, lo que es a la vez denegado y clamado (o lo que es
reprimido y retorna) es que ella no puede ser amo de nada; que está irremediablemente
dividida, "sujeto tachado", $, que pondré entonces en el lugar de la verdad.

lugar del agente lugar del trabajo


S1 S2
──────────────── ─────────────────
lugar de la verdad lugar de la producción
$ a

Esta fórmula fue dada por Lacan como constituyendo el discurso del amo, es decir, donde el
significante amo está en el lugar de agente.

Es bastante probable que esta joven tienda a inducir la misma relación (es decir, el mismo
discurso o el mismo "lazo social") con todos aquellos a los que se acerca, lo que sólo puede
conducirla al fracaso: o bien el compañero huye porque no quiere ocupar este lugar, o bien no
puede procurarle lo que ella espera (y ella cree que el dominio de la lengua le daría acceso a
ello) y renuncia entonces, ella misma, a continuar.

Ese aspecto de "dominio de sí misma" bajo el cual ella se presenta de entrada es literalmente
insostenible. Es, de alguna forma, la manifestación misma de su neurosis: neurótica como es,
cree que es indispensable sostener ese discurso, pero también por ser neurótica, no es
prisionera de él. La neurosis la empuja a encerrarse en él y al mismo tiempo se lo impide. Ella
no cree en él.
Si viene a verme, es justamente en razón de la inestabilidad fundamental de ese discurso de
dominio. Además no puedo (y no quiero) responder por el lugar en el que ella me coloca. Ello
acentúa aún más su inestabilidad demostrando con ello su imposibilidad. Imposibilidad, pero
no fracaso.
Para que un discurso tan precario se interrumpa o vire hacia otro, se necesitaba de casi nada.
Que el psicoanalista se abstuviese de todo esfuerzo por responder a la demanda era ya, en sí,
una respuesta sin duda nueva (puesto que el psicoanalista no huía), respuesta que la animó a
no abandonar3.
Volvió, y habló de la relación entre la verdad y las palabras. Había que oírla para que ella
misma se dispusiera a escucharse. De cierta forma, mi intervención consistió en decirle: “Ahí
está usted4, esa es la verdad que sostiene su esfuerzo. Por fin logró hacerse oír." Puse el
acento sobre lo que se hallaba en posición de verdad en el discurso que sostenía conmigo.
3
    Es evidente que semejante actitud no corresponde en nada a la de un psicoanalista de formación lacaniana. No obstante,
las fórmulas permiten aclarar las razones de su eficacia, y confieren más rigor a su prosecución.
Haciendo esto, provoqué lo que podría llamar una oleada transferencial; se dispuso a esperar
de mí mucho más que al principio. Lo que la incitó a instaurar un vínculo esencialmente
diferente: a ponerse enteramente en mis manos. Heme aquí tener supuestamente un dominio
total de la situación, mientras que ella se presenta como dominada por sus síntomas. La
representaremos pues por $, y yo por el significante amo, que era el S1 que la representaba
precedentemente5. Ella sigue siendo el agente del discurso y yo debo seguir trabajando para
ella. Pero lo que debo producir ya no es la misma cosa. Ella me habla como a un médico del
que espera la línea de conducta que debe salvarla: una especie de prescripción, una
concreción de saber. Me permitiré entonces asignarle el significante del saber, S2.

lugar del agente lugar del trabajo


$ S1
──────────────── ───────────────────
lugar de la producción
S2

Antes de ir más lejos, quisiera aprovechar la ocasión para subrayar que aquél que ocupa el
lugar, la función del agente no tiene por ello el dominio de la situación. No más que un
ahogado que pide socorro: provoca con el que pasa por azar por la ribera, un lazo social
particular al que éste último no puede escapar. Aún si se sustrajese a la situación, no
respondiendo al llamado que le es hecho, no podrá hacer como si no lo hubiera oído, y algo
habrá cambiado para él irremediablemente.
Ese segundo discurso es, de hecho, una situación bastante común en la vida diaria: un ser le
comenta a otro sus dificultades; el otro se deja atrapar en la idea de que sabría qué hacer en
una situación similar y da consejos... no se necesita ser psicoanalista para saber que eso no
conduce a nada. O a peor.
Es que, en efecto, el neurótico se aferra a sus síntomas. Se aferra a ellos por dos razones:
porque le permiten lograr su deseo bajo forma de compromiso, y porque gritan una verdad
que no tiene otra manera de expresarse; el neurótico, decía Lacan, sufre de la verdad. Intentar
curarlo de sus síntomas es querer suprimirle su único medio de satisfacer sus deseos y
arrancarlo a la verdad misma de su ser (ello explica a qué afanes llevan estas tentativas). Ese
doble estatuto del síntoma, relacionado al mismo tiempo con la verdad y con el deseo, me
autoriza a poner en ese discurso la <”causa del deseo”, el objeto a, en posición de verdad. Si
el síntoma es realización de deseo, una parte de lo que la causa es claramente ese a, y es
también lo que induce a la joven a pedirme ayuda. Aunque en esta fase, ella parece olvidarlo
totalmente en provecho de una “cura” a cualquier precio.
Obtenemos la fórmula siguiente:

$ S1

4
C'est là que vous êtes, que puede traducirse también por: es ahí que usted es.
5
    En álgebra, las letras permiten representar contenidos diferentes para hacerlos entrar en combinaciones preestablecidas.
Las letras de los matemas de Lacan tiene un contenido que podemos llamar a minima. Representé primero por S1 a la joven
cuando ella se mostraba totalmente determinada y transparente a sí misma y a los demás, y luego a mí, como teniendo
presuntamente un dominio total de la situación. Los dos significados tiene como punto común el hecho de resultar
fantasmáticamente suprimidos (d' être fantasmatiquement épargnés N. del T.) por el descentramiento revelado en el sujeto a
través del descubrimiento freudiano del inconsciente. El (o los) S1 puede, en una primera aproximación, ser considerado
como el inductor de un sentido explícito.
Evidentemente, las mismas anotaciones valen también para S2 (que sería éste, el significante portador de un sentido
implícito, interrogado, siempre por advenir). No Puede decirse lo mismo en lo que concierne a S y a, que designan
significados cuya característica es la de ser inaprehensibles.
─────── ───────
a S2

Esta fórmula la dio Lacan como constituyendo el discurso de la histérica, en el que el sujeto de
los síntomas, el sujeto del inconsciente, es el agente del discurso6.
El psicoanalista, por su parte, se interesa en el síntoma en lugar de querer curarlo. Con esta
joven mujer, por razones particulares que es inútil exponer, no me sustraje del todo a la
función de trabajo que ella me asignaba. Evidentemente, no le indiqué tratamiento alguno
pero, a través de mis preguntas, la conduje a descubrir cual era la trama común de las
situaciones que producían su angustia y su síntoma. Digamos que trabajé para ponerla a
trabajar. El saber así producido, era por una parte, de una naturaleza muy diferente que aquel
que aparentemente era buscado, y por otra parte fue ella, la consultante, quien lo produjo.
Entonces, se halla ubicada en posición de trabajo, pero no como significante amo. Ella hizo
sus descubrimientos como sujeto de sus síntomas. Inscribiremos $ en posición de trabajo; el
agente del discurso, lo que la pone en ese lugar, es la pregunta sobre su deseo, a.
Experimenta primero un apaciguamiento de su angustia y me declara, durante la entrevista
siguiente, que parte en busca de lo que desea.
Cuando vuelve días más tarde, me relata “recuerdos de infancia”, recuerdos que ella misma
vincula con actitudes presentes. No discutiré aquí el carácter en exceso rápido de esta
afluencia e intentaré únicamente hacer aprehender lo que está en juego. A partir de sus
síntomas, ella produjo recuerdos (que la representan ante situaciones actuales). Pueden ser
considerados como significantes primordiales: son S1. Inscribiremos entonces S1 en el lugar
de la producción.
Si ella pudo encarar su deseo, fue a partir de la experiencia que tuvo de poseer un saber que
ignoraba de antemano. A través del discurso que sostiene conmigo, espera develar, cernir, lo
que desea, lo que busca. Presiente que el vínculo que establece conmigo va a permitirle
progresar en esta dirección, fundándose sobre ese saber inconsciente. Es justamente S2 el
que sostiene este nuevo discurso; se halla, pues, en el lugar de la verdad.
Obtenemos la fórmula siguiente, dada por Lacan como siendo la del discurso analítico
a $
──────── ────────
S2 S1

A partir de ese momento, considero que la situación analítica está instaurada, y que puedo
proponerle a la joven mujer que pase al diván, puesto que los parámetros esenciales han sido
instaurados: por una parte, plantea la pregunta por lo que desea (pregunta que la mayoría de
las veces está enmascarada por lo que lleva al individuo [¡qué mal llamado individuo!] a actuar
en contra de su deseo; la forma “¿qué es lo que quiero?”, lógicamente anterior, se manifiesta
generalmente más tarde). Podemos formalizarla por $ en relación con a. Por otra parte, el
abandono de la preocupación por la imagen que ella misma da, abrió la vía a la producción de
las formaciones del inconsciente y de significantes primordiales: aquí bajo la forma de
síntomas y de "recuerdos pantalla"; en otras partes bajo la forma de sueños, teorías,
fantasmas. Es lo que aparece en la fórmula del discurso, bajo la forma del $ sobre el S1.
Pero el psicoanalista, ¿a dónde pasó? es para confirmar ese retiro de mi persona que la hago
lo más discreta posible sustrayéndola a la mirada. No por ello estoy en el lugar de la verdad,
6
    Freud consideró siempre (lo dice desde 1896 en Las Psiconeurosis de defensa y lo repite luego en 1926 Inhibición,
Sintoma y Angustia) que hay un rasgo histérico en la base de toda neurosis, rasgo sobre el cual el psicoanalista encuentra
apoyo (confróntese en particular sobre este tema la “Historia de una neurosis infantil”, p. 381 de la edición Payot de los Cinq
psychanalyses): los órganos, dice Freud (los síntomas, diríamos nosotros) se ponen a hablar en sesion (mitsprechen). Lacan,
por su parte, sostiene que el paso por el discurso histérico es preliminar indispensable para el establecimiento del vínculo
analítico.
en donde se sitúa S2, representante del saber inconsciente de la joven mujer. Ese saber no es
supuesto; ciertamente existe. Pero la joven mujer ignora que ella es su depositario. El primer
sujeto supuesto poseer, o aún, el sujeto supuesto ser ese saber, es el gran Otro (“el
inconsciente, es el discurso del Otro”; “el Otro sabe” 7). De hecho, el Otro no existe sino en
tanto sujeto supuesto a un saber que es el inconsciente mismo al que obedecemos. El
analizante, que parece dirigir su pregunta al psicoanalista, la dirige, más allá de él, al gran
Otro. Por el hecho mismo de que el psicoanalista pone esta posibilidad a su disposición, el
analizante podrá llegar a representar en él ese sujeto supuesto saber (podrá, pero no es
indispensable para la instauración de la situación). La transferencia gira "como las caras de un
abanico (écran)"8; el psicoanalista también le supone un sujeto al saber inconsciente, y para él,
es el paciente9. Pero al tener, sin duda, una relación diferente con el gran Otro, mantiene la
pregunta abierta donde avanza a contraviento el objeto a: punto de brillo del que no se sabe si
brota de la oscuridad o si la genera, grito del que no se sabe si irradia el silencio o si procede
de él. Idealmente el psicoanalista no debería estar allí más que como soporte del objeto a,
soporte de la falta. Entre soporte y falta, guía la embarcación de un solo remo cuyas dos caras
son presencia y ausencia, a fin de favorecer el surgimiento de la palabra.
En el curso del análisis alternan el discurso analítico y otros, pero me parece absolutamente
necesario que ese se esboce éste para que comience el psicoanálisis propiamente dicho: el
esfuerzo del psicoanalista es mantenerlo instaurado. Para ello tiene el apoyo del paciente si
éste ha experimentado su apertura.
El esquematismo de los parágrafos que preceden acentúa sin duda la impresión de artificio
que proviene del privilegio exclusivo que le he dado a la formulación de tres de los cuatro
discursos, formulación que no puede separarse, salvo para las necesidades de la exposición,
de los demás elementos de la teoría (tanto freudiana como más específicamente lacaniana).
Di una muy breve, demasiado breve, percepción sobre el síntoma y el objeto a.
Además hice coincidir, término por término, lo esencial del discurso de la joven con tales
formulaciones. Ahora bien, Lacan intentó remplazar los conceptos por letras que puedan,
como en el álgebra, representar elementos aparentemente muy diferentes unos de otros. Lo
que importa sobre todo, es la relación recíproca que sostienen entre ellos, así como su
movimiento: se trata de la rotación de un tipo de discurso a otro, en lo que acabo de exponer.
En fin, lo repito: no pienso de manera consciente en los tetrápodos durante una entrevista. Es
a posteriori que puedo suponer lo que funcionó cuando me retuvo particularmente tal o cual
formulación de la joven mujer, y que puedo saber por qué y cómo me serví de ellos como de
una palanca. Puedo suponerlo, pero no al azar. Es por haber reflexionado, con la ayuda de
tales tetrápodos, sobre los fracasos (más o menos momentáneos) de tal o cual análisis que
puedo ahora llevar las entrevistas de una manera diferente. No obstante, es por fuera de las
sesiones que reflexiono.
Es bien evidente también que los tetrápodos no son los únicos parámetros que entran en
juego durante tales entrevistas. Así como no pueden ser aislados del resto de la teoría,

7
    Lacan repitió esas fórmulas en numerosas ocasiones a lo largo de sus seminarios.

8
    Confróntese la <<Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de l'Ecole>>, en Scilicet, I, en particular p. 20 y p.
26.

9
    Ver por ejemplo en L'Envers de la psychanalyse, el final del seminario del 14 de Enero de 1970: “He insistido a menudo
en esto: que somos supuestos saber poca cosa. Lo que el análisis instaura, instituye, es todo lo contrario: es que el analista le
dice a aquel que va a comenzar: "Adelante, diga cualquier cosa, será maravilloso." Es a él a quien instituye como sujeto
supuesto saber. Después de todo, no lo hace tan de mala fé, porque en este caso no puede fiarse de nadie más. Y la
transferencia se funda sobre esto: que hay un tipo que me dice (a mí, pobre güevon) que me comporte como si yo supiera de
lo que se trata; puedo decir cualquier cosa y eso dará siempre algo; Hay con qué causar la transferencia! (Il y a de quoi
causer le transfert! causer: causar, pero también hablar en el sentido de "echar carreta"). Eso no les sucede todos los días.”
asimismo la forma como actúo con ellos no puede separarse de toda mi experiencia analítica
propia, que incluye tanto mi análisis como el de todos aquellos que han hecho su análisis
conmigo, y aún de todos aquellos que vinieron a hablarme aunque fuese sólo una vez.
Una de las ventajas de las letricas es la de no poder servir de plantilla para la interpretación.
Pueden aclarar al analista en su acción. No competen al contenido de lo que dice el paciente,
sino a la estructura de un “lazo social”: el lazo social analítico como tal. No podemos servirnos
de ellos para protegernos de lo que despierten los decires de aquel que viene a buscarnos
(contrariamente a lo que pudo producirse con la teoría de los estadios de organización de la
libido, por ejemplo, o con lo que Freud articuló en “Las transformaciones de las pulsiones en el
erotismo anal”). En el peor de los casos, se pueden usar para escribir artículos, pero no se le
pueden comunicar al paciente, y no se puede hacer de ellos reglas institucionales.
La teoría no puede decretar reglas. Sólo puede proporcionar ejes que permitan discernir los
puntos de articulación de una acción.

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