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NEUROPSICOLOGÍA DEL TRASTORNO ANTISOCIAL Y DE LA PERSONALIDAD

Javier TIrapu, Raquel Balmaseda, Mar Escribano

INTRODUCCIÓN AL TRASTORNO ANTISOCIAL

La característica esencial del trastorno antisocial de la personalidad (TAP) es un patrón de


comportamiento persistente y repetitivo en el que se violan los derechos básicos de los otros o
importantes normas sociales adecuadas a la edad del sujeto (DSM-IV-TR, 1994). La CIE-10 (OMS,1992)
define el trastorno orgánico de la personalidad como una alteración significativa de las formas habituales
del comportamiento premórbidos. Estas alteraciones afectan de un modo particular a la expresión de las
emociones, de las necesidades y de los impulsos. Los procesos cognoscitivos pueden estar afectados en
especial o incluso exclusivamente en el área de la planificación de la propia actividad y en la previsión de
probables consecuencias sociales y personales, como en el llamado síndrome del lóbulo frontal. No
obstante, se sabe que este síndrome se presenta no sólo en las lesiones del lóbulo frontal, sino también
en lesiones de otras áreas circunscritas del cerebro. Las pautas para el diagnóstico señalan que debe
existir a) Capacidad persistentemente reducida para mantener una actividad orientada a un fin,
concretamente las que requieran períodos largos de tiempo o gratificaciones mediatas, b) Alteraciones
emocionales, caracterizados por labilidad emocional, simpatía superficial e injustificada (euforia,
expresiones inadecuadas de júbilo) y cambios rápidos hacia la irritabilidad o hacia manifestaciones
súbitas de ira y agresividad. En algunos casos el rasgo predominante puede ser la apatía.
c) Expresión de necesidades y de impulsos que tienden a presentarse sin tomar en consideración sus
consecuencias o molestias sociales (el enfermo puede llevar a cabo actos antisociales tales como robos,
comportamientos sexuales inadecuados, comer vorazmente o no mostrar preocupación por su higiene y
aseo personales).
d) Trastornos cognoscitivos, en forma de suspicacia o ideas paranoides o preocupación excesiva por un
tema único, por lo general abstracto (por ejemplo, la religión, el "bien y el mal"), o por ambas a la vez.
e) Marcada alteración en el ritmo y flujo del lenguaje, con rasgos tales como circunstancialidad,
"sobreinclusividad", pegajosidad e hipergrafía y
f) Alteración del comportamiento sexual.

Las hipótesis sobre la etiología del trastorno antisocial son variadas, con una tendencia a planteamientos
multicausales que contemplan aspectos genéticos, neurobiológicos, neuropsicológicos, sociales o
evolucionistas (Wolman, 1999). Sin embargo, parece existir, hoy en día, cierto consenso en la
diferenciación de los trastornos antisociales entre primarios y secundarios (Reid, Walter y Dorr, 1986). Así,
los primeros se caracterizarían por una aparente ausencia de ansiedad o culpa por su conducta amoral o
asocial, es decir se consideraría que carecen de juicio social. Los segundos, sin embargo, son capaces
de sentir culpa y remordimiento intentándose explicar su conducta como secundaria a un déficit en control
de los impulsos e inestabilidad emocional.

Asimismo conviene destacar el hecho de que el trastorno antisocial se ha relacionado excesivamente con
aspectos conductuales descuidando los aspectos emocionales del trastorno. En este línea, Cleckley en su
libro de 1941” The mask of sanity” ya planteaba que el déficit en estos sujetos se sitúan en la esfera
emocional describiendo como sus principales rasgos la ausencia de sentimientos de culpa, incapacidad

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para amar, impulsividad, superficialidad emocional o incapacidad para aprender de la experiencia
(Checkley, 1941; Dolan y Cord,1993; Hare y Cox, 1978; Rogers, Salekin, Sewell y Cruise, 2000).

NEUROPSICOLOGÍA Y NEUROIMAGEN EN EL TRASTORNO ANTISOCIAL DE LA PERSONALIDAD

Los estudios acerca del funcionamiento neuropsicológico de los psicópatas prototípicos asocian los déficit
observados a daños en el córtex prefrontal ventromedial y dorsolateral. Se presupone que las FE es
encuadrable en los lóbulos frontales y, más concretamente, en las regiones más anteriores, es decir, las
áreas prefrontales, y sus conexiones recíprocas con otras zonas del córtex cerebral y otras estructuras
subcorticales, como los núcleos de la base, núcleo amigdalino, estructuras diencefálicas y cerebelo.
Recordemos que las funciones ejecutivas se ha asociado a tres zonas cerebrales distintas: 1) la corteza
dorsolateral, 2) la corteza orbitofrontal y 3) el córtex cingulado anterior.
En cuanto a los aspectos neuropsicológicos son diversos los estudios que han intentado establecer
relación entre el trastorno antisocial de la personalidad y los denominados procesos ejecutivos aunque
casi siempre con resultados contradictorios o poco consistentes. Esto es debido, entre otros factores, a
que el término funciones ejecutivas hace referencia, de forma genérica, al control de la cognición y a la
regulación de la conducta a través de diferentes procesos íntimamente relacionados entre sí. De hecho
en las dos últimas décadas este término se ha utilizado para describir un conjunto demasiado amplio de
procesos tales como la resolución de problemas, la planificación, el inicio de la actividad, la estimación
cognitiva, la memoria prospectiva, etc. De este modo, el término funciones ejecutivas recoge un número
tan amplio de procesos cognitivos que ha llegado a convertirse en un paraguas conceptual lo que le ha
llevado a perder operatividad y que exige una clarificación e integración conceptual (Tirapu, Muñoz-
Céspedes y Pelegrín, 2002).
Por otro lado, la hipótesis del marcador somático formulada por Damasio (Damasio 1994) arroja cierta luz
sobre las alteraciones neuropsicológicas subyacentes a los trastornos antisociales. Esta hipótesis plantea
que durante los procesos de aprendizaje estados somáticos emocionales positivos o negativos marcan y
por tanto evalúan los acontecimientos. Cuando estos estados somáticos son posteriormente reactivados
por situaciones análogas a las previas, no solo actúan señalando el valor de una determinada percepción,
sino también, y más importante, nos guían a seleccionar la conducta a seguir.
Esta hipótesis trata de explicar la implicación de algunas regiones del córtex prefrontal en el proceso de
razonamiento y toma de decisiones y se desarrolló buscando dar respuesta a una serie de observaciones
clínicas en pacientes neurológicos afectados de daño frontal focal. Este grupo particular de pacientes
cometen errores en su toma de decisiones, errores que no pueden ser explicados en términos de defectos
en el razonamiento, toma de decisiones, capacidad intelectual, lenguaje, memoria de trabajo o atención
básica. Sin embargo sus dificultades son obvias en el funcionamiento cotidiano presentando severas
dificultades en el dominio personal y social.

El planteamiento del marcador somático parte de algunas asunciones básicas que deben aceptarse para
dotar de cierta verosimilitud a esta hipótesis tan sugerente: a) el razonamiento humano y la toma de
decisiones dependen de múltiples niveles de operaciones neurobiológicas algunas de las cuales ocurren
en la mente y otras no, las operaciones mentales dependen de imágenes sensoriales las cuales se
sustentan en la actividad coordinada de áreas corticales primarias; b) todas las operaciones mentales
dependen de algunos procesos básicos como la atención y la memoria de trabajo; c) el razonamiento y
toma de decisiones depende de una disponibilidad de conocimiento acerca de las situaciones y opciones
para la acción, este conocimiento estas almacenado en forma de disposiciones en la corteza cerebral y en

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núcleos subcorticales y d) el conocimiento se puede clasificar como conocimiento innato y adquirido (
estados corporales y procesos biorreguladores incluidas las emociones), conocimiento acerca de hechos,
eventos y acciones (que se hacen explícitas como imágenes mentales), la unión entre conocimiento
innato y conocimiento “acerca de” refleja la experiencia individual y la categorización de este conocimiento
nos otorga nuestra capacidad de razonamiento (Damasio,1994; Damasio, Tranel y Damasio, 1990,1991).
En definitiva, esta hipótesis trata de explicar el papel de las emociones en el razonamiento y toma de
decisiones (muy relacionado con las denominadas funciones ejecutivas). Las observaciones de este autor
señalaban que pacientes que padecían daño cerebral adquirido en la corteza prefrontal ventromedial
realizaban adecuadamente los test neuropsicológicos de laboratorio pero tenían comprometida su
habilidad para expresar emociones. Si ante un perfil cognitivo conservado el sujeto presenta dificultades
en la toma de decisiones hemos de deducir que el problema no solo compete al mero procesamiento de
la información y que deben existir otros aspectos o factores que están incidiendo en el problema.

En el trastorno antisocial de la personalidad los estudios de neuroimagen han encontrado alteraciones


tanto funcionales como estructurales en la corteza prefrontal. Asimismo se han encontrado anomalías en
el lóbulo temporal en este tipo de pacientes incluyendo alteraciones en el hipocampo en estudios
funcionales con PET, con una menor activación del hipocampo izquierdo durante la realización de tareas
cognitivas. En esta misma línea se ha encontrado que esta asimetría existe también estructuralmente y
que no puede atribuirse a traumas vitales, abuso de drogas o daño cerebral. También Veit et al.
encontraron una falta de activación en un circuito límbico-prefrontal que incluía el córtex prefrontal, la
ínsula, el giro cingulado anterior y la amígdala.
Es importante señalar algunos aspectos relacionados con el cerebro e emocional. En la dibujo puede el
lector localizar las distintas regiones cerebrales relacionadas con la emoción. La amígdala (su nombre se
debe a su forma de almendra) funcionaría como un detector de humos en la habitación de un hotel. La
amígdala se activa sobre todo ante el miedo y las pruebas de neuroimagen funcional demuestran que las
personas con lesión en este región cerebral no muestran conductas de temor. Es, por así decirlo, nuestra
alarma cerebral ya que sus neuronas reconocen si lo que nos está sucediendo es bueno o malo y además
avisa a otras neuronas para que ordenen la reacción emocional pertinente, utilizando como intermediarias
en este cometido de avisar el organismo a otras regiones del cerebro como el hipotálamo y el tronco
cerebral. El hipotálamo (“pequeño tálamo”) es una pequeña estructura del cerebro que se encuentra en la
base del mismo y regula las funciones vitales. Así, la amígdala reconoce los estímulos relevantes y actúa
sobre algunas estructuras como el hipotálamo y el tronco cerebral para originar las respuestas que
caracterizan a las emociones. Las áreas somatosensoriales e ínsula principalmente, son las regiones
cuyo cometido consiste en analizar y procesar la información que llega del cuerpo lo que hace que sea
posible fotografiar en el cerebro o “mapear” (crear un mapa del cuerpo en el cerebro) el estado en el que
nos encontramos en cada instante, en concreto, parece ser que las regiones del hemisferio derecho son
predominantes en esta función ya que las del hemisferio izquierdo estarían más ocupadas en la función
del lenguaje. Experimentalmente se ha demostrado que la ínsula juega un importante papel en la
experiencia del dolor y la experiencia de un gran número de emociones básicas, incluyendo odio, miedo,
disgusto, felicidad y tristeza. La ínsula está bien situada para la integración de información relacionando
estados corporales con procesos emocionales y cognitivos de orden superior, ya que, recibe información
del cuerpo a través de vías sensoriales por la vía del tálamo y envía información o estímulos a otro gran
número de estructuras tales como la amígdala y al córtex órbitofrontal o ventromediano. Cómo curiosidad
señalar que estudios recientes llevados por Nasyr Naqvy en la Universidad de Iowa han demostrado que

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fumadores de tabaco tras sufrir un daño en la ínsula, ven que su adicción al tabaco desaparece. Esto
sugiere un importante papel de la ínsula en los mecanismos neurobiológicos de la adicción a la nicotina y
otras drogas y convierte esta área en objetivo para el desarrollo de investigación de nuevos fármacos
antiadictivos.

La corteza cingulada anterior, por su parte, contribuye operando como un dirimidor de conflictos entre las
respuestas emocionales que provienen de la amígdala y las respuestas racionales que provienen del
córtex prefrontal dorsolateral (en la zona de la sien) actuando también en procesos en los que se debe
inhibir una respuesta. Para terminar la corteza frontal ventromedial sería el lugar en el que se
encuentran y se sientan a negociar el razonamiento y las emociones para orientarnos en la toma de
decisiones (recuerde el capítulo sobre la inteligencia), incluso algunos autores identifican esta región con
el cerebro “moral” y la empatía. Cómo observará el lector la diferencia entre el cingulado anterior y la
corteza ventromedial es que esta se activa ante decisiones en las que debe valorarse consecuencias
futuras y aquella se activa cuando la conducta en curso debe ser modificada con inmediatez.

Otro aspecto interesante que ha generado múltiples estudios es la relación existente entre las diferentes
áreas cerebrales y la emoción y más concretamente si cada hemisferio cerebral está especializado en
algún tipo de emoción. De hecho, se han planteado dos hipótesis acerca de la participación diferencial de
ambos hemisferios cerebrales La primera de las hipótesis considera que el hemisferio no dominante
(derecho) presenta una superioridad para el reconocimiento de la información emocional así como para la
regulación del estado de ánimo y del afecto. Los resultados de los estudios que han empleado medidas
electrofisiológicas de la actividad cortical han mostrado una mayor activación del hemisferio derecho en
distintas condiciones experimentales como, por ejemplo, durante la autoinducción de estados
emocionales, durante la visión de material visual emocional y durante el recuerdo de experiencias
emocionales En una interesante revisión de 49 estudios llevada a cabo por Joan Borod, Cornelia
Haywood y Elissa Koff, las autoras concluyen que la parte izquierda de la cara es juzgada por los sujetos
experimentales como más intensa expresivamente que la hemicara derecha, apuntando hacia una
superioridad del hemisferio derecho.

La segunda hipótesis sobre la especialización hemisférica de la emoción plantea que tanto el


reconocimiento como la regulación emocional es bilateral, pero que el hemisferio derecho se encuentra
especializado para el procesamiento de las emociones de carácter negativo, mientras que el izquierdo lo
está para el procesamiento de las emociones positivas. De este modo, en un cerebro normal el balance
en la función emocional de ambos hemisferios se mantendría mediante inhibición recíproca (cuando uno
se activa anula al otro). Dentro de esta hipótesis algunos autores han planteado que aunque existe esta
diferenciación hemisférica en función de la valencia afectiva de los estímulos, el hemisferio derecho sería
dominante para la percepción de las emociones en general, con independencia de su valencia positiva o
negativa. Sin embargo, dado que las investigaciones realizadas no son del todo concluyentes, se
cuestiona la dicotomía entre emoción positiva y negativa como base de la asimetría hemisférica,
proponiendo en su lugar las dimensiones de aproximación y retirada/evitación. La aproximación
conductual (como la que provoca la felicidad o la ira) estaría relacionada con la actividad de las regiones
cerebrales anteriores del hemisferio izquierdo, mientras que la retirada (emociones de miedo o asco) se
encontraría asociada con las regiones anteriores del hemisferio derecho. Turhan Canli, profesor de
psicología en la Universidad estatal de Stony Brook (Nueva York) y su equipo han utilizado resonancia
magnética funcional para valorar este aspecto y han observado que las imágenes agradables provocan

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una mayor activación de las regiones frontal y temporal izquierdas, mientras que las imágenes
desagradables provocan una mayor activación de la circunvolución frontal inferior y de la circunvolución
recta del hemisferio derecho.
Continuando con estudios sobre neuroimagen y trastorno antisocial Kiehl et al encontraron que en el
procesamiento de estímulos emocionales los pacientes con un trastorno antisocial activaban un circuito
frontotemporal en lugar del circuito límbico encargado de las emociones compuesto por el hipocampo y la
amígdala que se activaban en sujetos sanos. Esto estaría indicando, probablemente, un estilo de
procesamiento anormal y una demanda anormal de recursos cognitivos para el procesamiento emocional
en estos sujetos, debido aun mal funcionamiento original del sistema límbico. Puesto que el hipocampo y
la corteza prefrontal participan en la formación de las respuestas del miedo al contexto, los pacientes
con este trastorno de personalidad podrían ser insensibles a aquellas señales del entorno que predicen el
castigo.
Los estudios con resonancia magnética (RM) encuentran una reducción del volumen de corteza prefrontal
en sujetos diagnosticados de trastorno antisocial de personalidad, estimándose la cuantía de la misma en
un 14 % aproximadamente. Los principales datos sobre posibles afectaciones cerebrales a nivel funcional
en los psicópatas proceden de estudios que han empleado la tomografía por emisión de positrones (TEP).
Así, se ha encontrado que los actos impulsivos con correlatos agresivos crecen a medida que baja la
cantidad de glucosa en la corteza frontal en pacientes con trastornos de la personalidad. Comparando
asesinos con personas “normales” en tareas de atención visual que inducen activación de la región
prefrontal del cerebro para la vigilancia se apreció hipometabolismo frontal de los “asesinos” frente a los
“control”. En sujetos antisociales han aparecido cambios en la activación cerebral en las áreas asociadas
con el procesamiento emocional, incluyendo el córtex prefrontal, la amígdala y otros componentes del
sistema límbico. Además, había anomalías funcionales subcorticales en la amígdala, el hipocampo y el
tálamo, con una baja activación en el lado izquierdo cerebral. Estas estructuras formarían parte del
sistema límbico (expresión emocional), relacionándose su anormalidad de respuesta a deficiencias en la
emisión de respuestas condicionadas al miedo y deficiencias en el aprendizaje de la experiencia,
conductas correlacionadas con manifestaciones violentas antisociales y que suponen una expresión
comportamental disejecutiva. El funcionamiento de la corteza orbitofrontal derecha está disminuido en un
14,2% en sujetos que han cometido asesinatos. Estos resultados son consistentes con la hipótesis de un
empleo de estrategias cognitivas no límbicas para el procesamiento del material afectivo por parte de los
criminales psicópatas.
En estudios con tomografía con emisión de fotón único (SPECT) se han encontrado también resultados
importantes. En un estudio en el que se sometió a dos grupos de sujetos (psicópatas y control) a una
tarea de decisión léxica con palabras de contenido neutro y emocional así como conjuntos de letras sin
sentido, se requería a los mismos (en dos fases distintas) que determinaran lo más rápidamente posible
cuáles de las letras que aparecían unos milisegundos en la pantalla del ordenador formaban o no una
palabra. El flujo sanguíneo cerebral relativo (FSCr) del grupo compuesto por psicópatas
drogodependientes (identificados con la PCL-R) era superior en las regiones occipitales, siendo menor en
las regiones frontal, temporal y parietal, en comparación al grupo control. Estas hipoperfusiones frontales
son también evidentes en sujetos alcohólicos con trastorno de la personalidad antisocial en comparación
con otros sujetos sin dicho trastorno.
Utilizando la resonancia magnética funcional (RMf) se ha intentado comprobar la hipótesis de que los
psicópatas tienen asociadas anormalidades en la función de estructuras del sistema límbico y del córtex
frontal mientras están procesando estímulos afectivos. Se ha encontrado una actividad menor en los
psicópatas localizada en la formación hipocámpica amigdalina, el giro parahipocampal, el núcleo estriado

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ventral y el giro cingulado anterior y posterior con respecto a criminales no-psicópatas y sujetos control no
criminales. Los estudios funcionales y estructurales proporcionan apoyo para la disfunción en los circuitos
fronto-límbicos en el trastorno de la personalidad antisocial y también en el trastorno límite de la
personalidad
Estudios animales realizados con gatos han demostrado que el hipocampo participa en la regulación de
la agresión y que las ratas con lesión perinatal del hipocampo presentan una conducta más agresiva. En
este sentido, estos pacientes podrían estar sufriendo una alteración en el desarrollo de las asimetrías
normales del sistema límbico y le hipocampo lo que les predispondría a no poder emitir respuestas de
miedo con normalidad ante señales del ambiente predoctoras de castigo. De acuerdo con esta hipótesis
también se conoce que estos sujetos presentan un condicionamiento de miedo defectuoso.

A PROPÓSITO DE NUESTRA EXPERIENCIA


Durante los años 2003 y 2004 tuve la oportunidad de estudiar la neuropsicología del TAP explorando a
cuatro psicópatas que habían cometido delitos de homicidio y/o violaciones. En resumen, comentaré que
en todas las “pruebas clásicas” de funciones ejecutivas sus resultados no diferían de los de un grupo
control excepto en la Gambling Task en la línea de lo ya señalado anteriormente, con respecto a la
hipótesis del Marcador Somático. Pero entonces me propuse llevar a cabo un nuevo diseño. Se trataba de
seleccionar imágenes de diferentes películas que contenían escenas de extrema violencia (asesinatos,
violaciones , etc) y solicitar tanto a los sujetos con TAP como a los controles que por favor comentaran
que les sugerían dichas imágenes y para mi sorpresa sus comentarios tampoco diferían demasiado, es
decir, coincidían, en “saber” que aquello era aberrante y no se podía justificar. Entonces ¿que ocurría que
no captábamos?.
A partir de esta “situación” pensé en otra idea. Adquirí un aparato que mide la conductancia de la piel que
consiste en dos sensores que se adhieren a los dedos índice y corazón y unos sensores detectan un
aumento d e la conducción eléctrica en la punta de los dedos en cuanto sientes una emoción y una
máquina señala si existe activación emocional. La sorpresa y la clave a su vez, en nuestra opinión, era
esta¡¡¡¡¡. Los sujetos controles al ver las escenas la s comentan pero , a su vez, su activación emocional
se disparaba midiéndola a través del aumento de esta conducción eléctrica pero los TAP aunque llevaban
a cabo comentarios similares la activación emocional permanecía “inmóvil” no sentían ninguna activación
emocional, la máquina no registraba que sintieran emociones acompañantes a sus comentarios . La clave
era pues que los controles sabían lo que de debe y sentían lo que se siente, pero los TAP saben la
“teoría” pero no son capaces de sentir lo que se siente. Y lo que guía la conducta no e s tanto el
conocimiento sino la emoción n acompañante. Como dice Ckeckley: los TAP conocen la partitura de la
melodía pero no saben interpretarla .

CONCLUSIONES

1.- Los TAP no presentan alteraciones en su capacidad intelectual, ni déficits en funciones cognitivas que
puedan explicar el origen del descontrol de su conducta. Asimismo posee conocimiento sobre las normas
sociales.
2.- Las conductas que presentan los TAP pueden ser explicadas desde la hipótesis del “marcador
somático” relatadas en este trabajo

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3.- Aunque el propósito de la neuropsicología es clarificar si existe una base orgánica que pueda explicar
su comportamiento creemos que este planteamiento no es el más correcto ya que la distinción entre
“orgánico” y “funcional” resulta engañosa. Cuando hablamos de organicidad parece que hacemos
referencia a un modelo basado en la existencia de lesiones estructurales en el cerebro que pueden ser
objetivadas en pruebas de neuroimagen estructural (T.A.C. y R.N.M.) cuando debemos plantearnos que lo
que puede estar manifestándose es una alteración funcional en el mismo. En este caso nos hallaríamos
ante una hipofunción del córtex prefrontal que afectaría al razonamiento-toma de decisiones relacionado
con la emoción-sentimiento.
4.- A la luz de estos planteamientos consideramos que podemos comenzar a establecer alguna
diferenciación entre los conceptos de inteligencia y voluntad. En la actualidad es muy frecuente encontrar,
sobre todo en los peritajes judiciales, un apriorismo que tal vez no sea cierto y que puede enunciarse de
la siguiente manera: “los sujetos inteligentes tienen su voluntad intacta ya que su capacidad de
razonamiento se encuentra preservada”.

La inteligencia entendida como proceso meramente cognitivo es la capacidad de razonar y generar


posibilidades para resolver una situación pero la inteligencia entendida de forma más global actúa
dotando de valencia emocional a cada una de las opciones cognitivas y debe ser entendida como la
capacidad de seleccionar una respuesta que en último término y a largo plazo será ventajosa para la
supervivencia y para la calidad de dicha supervivencia. Este, evidentemente, no es este el caso de los
sujetos disociales.
En este sentido conocemos a un buen grupo de sujetos que saben cómo deben actuar pero no actúan
como deben, ya que su conducta se halla mediada por la inmediatez de la recompensa y no pueden
deparar en las consecuencias a largo plazo de dicha conducta. La voluntad en este sentido estaría
relacionada con marcadores emocionales que nos permiten posponer o inhibir runa conducta en función
de las consecuencias futuras dotando de valencia emocional a cada una de las posibilidades de acción.
En el verano de 1868, el Dr. Harlow describió el caso de Phineas Gage, un trabajador eficiente y capaz
que tras sufrir un accidente laboral que afectó a la región frontal de su cerebro experimentó graves
cambios en su personalidad. Este hecho da dejó entrever que existen sistemas en nuestro cerebro
dedicados al razonamiento y a las dimensiones personales y sociales del individuo. Después de siglo y
medio múltiples casos como el de Gage nos indican que algo en el cerebro humano concierne a la
condición humana, como la capacidad de anticipar el futuro, de actuar en un mundo social complejo, el
conocimiento de uno mismo y el de los demás y el control sobre la propia existencia (Harlow, 1868;
Bechara et al. 1994).

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