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El sistema educativo está cambiando y probablemente ya nunca volverá a ser el mismo. Esta
digitalización modificará, y ya ha modificado, la forma y el fondo del vínculo pedagógico y se
expresará en la digitalización intensiva de las prácticas pedagógicas (por una parte) y la digitalización
de las relaciones laborales docentes (por otra), realidades muy relacionadas entre sí, pero distintas.
Desde el punto de vista pedagógico, se ha alterado el lazo social “normal” entre docentes y alumnos
y entre los alumnos entre sí. Desde el punto de vista socio-laboral, como en otras muchas otras
áreas de la economía, avanzamos hacia la “uberización” y “zoomización” creciente del oficio
pedagógico, es decir, una flexibilización de los vínculos laborales y una tendencia a la intensificación
de la condición del profesor como trabajador precarizado y sobre exigido.
Sin embargo, esta nueva educación on line es diferente. Es una educación “de emergencia” con
mucha improvisación y que genera ansiedad en el conjunto de los actores del sistema. En primer
lugar, no tiene un diseño instruccional previo (estructura narrativa, control de avances, evaluaciones
formativas y sumativas estandarizadas, planificación anticipada de interacciones sincrónicas y
asincrónicas…). La nueva interacción on line es más viva y, por lo tanto, tiene componentes más
impredecibles, es decir, tiene más azar incorporado en sus procesos. En segundo lugar, no supone
estudiantes autónomos voluntariamente comprometidos en aprovechar las oportunidades de
aprendizaje que se le ofrecen en este nuevo escenario.
En relación al manejo del grupo-curso, en esta educación on line, se intensifica la relación uno-a-
muchos (profesor-alumno) y se debilita enormemente la relación muchos-a-muchos (entre
alumnos), lo que probablemente tendrá importantes consecuencias sobre el desarrollo de la
identidad de los alumnos y sus herramientas de expresión democrática. En las plataformas, la
interacción a través del chat es un sucedáneo pobre de esa relación (“echo de menos a mis
compañeros”). La propia visibilización del grupo como un todo queda limitada por la capacidad de
algunas plataformas de mostrar simultáneamente a los participantes de la clase. Y esa visibilización
mutua queda reducida a una parte mínima del cuerpo, el rostro, con lo cual se pierde la enorme
riqueza del lenguaje corporal que apoya la comunicación pedagógica en la sala de clases. Por último,
desconocemos los mecanismos y tiempos de concentración que facilitan o dificultan las
comunicaciones digitales y sus efectos en alumnos con diferentes capacidades de atención.
Desde el punto de vista del canal de comunicación, se ha experimentado generalmente con
plataformas abiertas en la mayoría de los casos con funcionalidades muy básicas, sin perfiles
definidos, inestables y con poca capacidad para sostener interacciones concurrentes. La conexión
no siempre es estable por diversas razones, desde las climáticas hasta el tipo de “plan” contratado
con la empresa proveedora de internet. En relación al uso de los interfaces se ha comprobado una
modificación e incluso una inversión de la relación nativo/inmigrante digital: los niños y
adolescentes no manejan las herramientas de producción de contenidos e incluso el correo
electrónico y los adultos no manejan las aplicaciones interactivas de los alumnos.
Por otra parte, la nueva sala de clases, la casa-hogar, ofrece posibilidades muy variables para
funcionar adecuadamente como contexto para la interacción: abundan los distractores y la
competencia por espacios y recursos incluso en hogares de mayores ingresos. En ese espacio del
hogar se está produciendo una alteración y re-combinación de los roles docentes, de cuidado e
incluso asistenciales y terapéuticos con consecuencias difíciles de prever.
En lo que respecta al proceso didáctico se expresan nuevos y viejos problemas que lo interrumpen.
No entrega de tareas en los plazos convenidos, pequeños sabotajes (no encender la cámara o jugar
con el micrófono), modificación de los objetivos y contenidos a partir de la reducción del currículo
y prácticas de evaluación tradicionales sujetas a estrictos controles que pierden esa cualidad tan
celosamente cuidada en la sala presencial.
Este escenario, que puede verse como dramático o catastrófico para docentes y estudiantes, puede
también transformarse en un desafío interesante y constructivo. La priorización curricular ofrece
oportunidades para repensar las didácticas específicas de cada saber y para cada uno de los niveles
de la enseñanza.