Está en la página 1de 3

Para que la educación a distancia y en particular el formato en línea pueda funcionar, se requieren

algunas condiciones tanto en lo técnico, como en lo social. En lo técnico, contar con un


computador y/o celular con servicio de Internet. En lo social, que el estudiante disponga de las
condiciones de espacio y tiempo para poder “trabajar” y, que el grupo familiar o al menos uno de
sus integrantes pudiera apoyar la actividad, no sólo desde la supervisión, sino que
preferentemente desde el acompañamiento.

En relación a la implementación de esta modalidad de educación de emergencia, hemos


observado que la “inasistencia” a clases ha sido importante, las escuelas reportan que las y los
estudiantes no han “asistido” a las clases online como se esperaba. Esta situación es más compleja
conforme el nivel de vulnerabilidad se incrementa, lo que instala una directa proporción entre el
nivel de ingreso y el acceso a la educación en línea, lo que viene a reforzar una vez más la
desigualdad estructural que caracteriza nuestro sistema educativo. Empero, pareciese que la
insistencia en continuar los procesos educativos del modo que sea posible no advierte esta nueva
lógica de exclusión educativa.Ahora bien, la cuestión que nos ocupa en esta reflexión no es el
componente de infraestructura o conectividad, pues esto se puede resolver, no de forma
inmediata, pero tienen solución. Lo que nos ocupa es otra dimensión de la problemática: la
familia.

A partir de la experiencia de Saberes Docentes en convivencia escolar con comunidades escolares


desde hace más de 15 años, hemos advertido que la percepción general es que los padres, madres
y apoderados son los que más distancia tienen con la escuela en términos de acompañar los
procesos formativos. Hay que poner el énfasis en que, en muchos casos, éstos se encuentran
imposibilitados de desarrollar acompañamiento a sus hijos e hijas porque no cuentan con las
posibilidades, competencias, tiempo o espacio para hacerlo, sea cual sea la razón, su rol o
figuración en el actual contexto deberá ser objeto de reflexión.Esta crisis sanitaria, humanitaria y
educativa, nos ofrece la oportunidad para situar esta cuestión en un punto que lo aleje de la queja
tradicional de la escuela respecto del papel de los padres, madres y apoderados y nos permita
preguntarnos cómo desde las comunidades escolares hemos contribuido a promover un rol más
integrado y colaborativo de este actor en el proceso educativo.

Luego, vale la pena hacerse una vez más la pregunta: ¿cuál es el rol de los padres, madres y
apoderados en la escuela?, ¿qué papel juegan en la motivación y disposición al aprendizaje de sus
hijas e hijos?, ¿deben comprenderse como fiscalizadores de los docentes y la gestión escolar?,
¿son formadores?, y si esto último fuera así ¿formadores en qué sentido?.Desde la vereda del
saber docente y de las comunidades educativas es importante preguntarse también por cómo la
escuela ha significado el rol de las familias en el proceso educativo de niños, niñas y jóvenes. ¿Qué
mensajes se transmiten en la cotidianidad escolar sobre el papel formativo y colaborativo que
juegan las familias? O si se quiere, ¿con qué herramientas cuentan las escuelas para potenciar el
rol de los padres en la formación de sus hijos e hijas?
Hemos venido insistiendo hace tiempo ya, en la necesidad de incorporar sellos que den identidad
a las comunidades educativas, identidad que permita generar compromiso y disposición a
integrarse en la escuela mediante la participación y el trabajo colectivo. Bajo esta lógica, el vínculo
entre la escuela y la familia hace años cobra relevancia en la investigación educativa, en tanto se
definen como las dos grandes instituciones educativas a disposición de las niñas, niños y
adolescentes, en su trayecto a convertirse en sujetos políticos ciudadanos; ambos agentes
socializadores trascendentales para generar la capacidad de autonomía y la construcción de
saberes en éstos, razón por la cual el trabajo conjunto y colaborativo entre escuela y familia es
imprescindible.En el actual escenario socioeducativo, el resinificar y transformar la relación
‘familia-escuela’, asociándola a las nuevas formas de hacer y aprender, deviene como un desafío
fundamental para el desarrollo de la convivencia escolar en este particular contexto y hacia el
futuro.

En efecto, mucho se dice hoy por hoy a propósito de la virtualización de las relaciones y de las
potencialidades de la educación a distancia, por ejemplo, que éstas han llegado para quedarse. Si
esto es real, no cabe duda que el replantearse la relación familia-escuela en este nuevo contexto
relacional y educativo, es una tarea primordial para apuntar a la enorme lista de pendientes que le
quedará a la escuela después de esta pandemia. Con todo, debemos dar con la clave que nos
permita (re)encontrar el sentido a la educación y con eso también una educación en modalidad a
distancia, logrando que sus convocatorias sean realmente significativas tanto para los/as
estudiantes como para los/as adultos/as que acompañan esas trayectorias educativas. A riesgo de
sonar como una frase más de las muchas de cajón que estas pasadas semanas se han emitido,
hacemos un urgente llamado a las familias y al sistema educativo, para que se reconozca la
inmensa responsabilidad que tenemos todos los adultos de reconocer las secuelas que esta
catástrofe está sembrando en nuestras generaciones futuras.

En la semana que inicia concurren dos fechas que dan a niños, niñas, adolescentes y familias el
protagonismo que les ha faltado durante el aislamiento social obligatorio, en el que son actores
principales. El lunes 20 de abril reinician las clases de la educación básica y media, suspendidas por
vacaciones; estas se extenderán en teleeducación hasta el 31 de mayo, a fin de proteger a los
alumnos y sus familias. Y el sábado 25 de abril se conmemora en el país el Día del niño y la
recreación. Educación académica, y no pocas veces la formación subjetiva, y celebra

La coincidencia de momentos trascendentales en la vida de niños, niñas y adolescentes con su


permanencia en el hogar junto a sus padres o cuidadores y a sus hermanos, si los tienen, exige
transformaciones que necesitamos explorar y entender, porque, como ocurre con la medicina,
hasta ahora nos hemos ocupado de los enfermos más graves -menesterosos y víctimas de
violencia intrafamiliar- mientras aplazamos la atención a los contagiados asintomáticos o
autosuficientes. Por ello, maestros y alumnos se enfrentan a ambientes desconocidos mientras se
preguntan por las exigencias a las cuales responder, al tiempo que padres y cuidadores intentan
forjar relaciones y confianzas que aplazaron por otras aparentes urgencias que les hicieron olvidar,
o les ocultaron, que es en la familia donde se construyen los principales, y hoy únicos, vínculos de
afecto; que es ella el lugar donde nacen, se conocen y se pueden educar las emociones, y que es el
escenario donde es posible desarrollar las habilidades comunicacionales; “competencias blandas”
que progresivamente se le fueron delegando a un sistema educativo, aunque este tiene mínimas
herramientas, tiempos y facultades para desarrollarlas.

También podría gustarte