Al principio no había ni Dioses ni humanos habitando la tierra. Tampoco existía el
tiempo. Tan solo la tierra y el mar. Entonces Eiocha, la yegua blanca, nació de la espuma que el mar hacía al tocar la tierra. Eones después nacieron los primeros Dioses, de los cuales descendieron los Tuatha Dé Dannan, aquellos seres divinos que rigen la naturaleza y moldearon a los primeros humanos. Luego, la gran guerra entre los Fomorianos y los Tuatha se desató en los cielos y en tierras irlandesas, que finalizó con la muerte de los gigantes y el destierro de los Dioses, los cuales fueron exiliados al Otro Mundo, un lugar donde convivían los Seres Elementales, conformado por bellas islas paradisiacas, llenas de vida, magia y esplendor. Los años pasaron y la humanidad creció en abundancia y sabiduría. Sin embargo, con el aumento del poder romano, eliminaron de la faz de la tierra a los últimos vástagos de los Dioses, y éstos, llenos de ira, les prohibieron a todas las hadas, ninfas, elfos y duendes cualquier contacto con los humanos como castigo. Las plantas, árboles y lagos comenzaron a marchitarse, ocasionando luchas y guerras entre los hombres. El rey de los Dioses, Dagda, se mantuvo firme por siglos, y las hadas, tan caritativas y bondadosas, se vieron en la obligación de permanecer en una de las siete islas que conformaban el otro Mundo. Muchas de ellas tomaron la apariencia de hermosos pájaros y convivieron en paz en el Paradisius Avium. Otras eligieron la Tierra de los Aventurados, donde esperarían la llegada del hombre. Pero la isla que más albergó todo tipo de hadas fue Avalon, y con el paso del tiempo, la isla se denominó como su reino. En Avalon vivía Cinnia Lodiam, una dríada del bosque muy hermosa y talentosa que había nacido siglos después de lo sucedido con el antiguo pueblo de los Dioses. Su vida estaba anclada a un hermoso manzano que se alzaba en medio de la isla. Sus frutos eran dorados, y otorgaban el don de la vida eterna para quien se alimentara de ellos. Ella era el tesoro más preciado de Lugh, Dagda, y Dea Dama, los Dioses más poderosos. Cinnia no estaba feliz con su vida en la isla. Había crecido escuchando sinfín de historias sobre la humanidad, sobre la más preciada creación de los Dioses ancestrales. Tal como su manzano, Cinnia tenía una cautivante cabellera dorada, hermosa sonrisa, y ojos que refulgían como el calor de una vela. Por allí donde caminaba, crecían flores, hierbas y renacían frutos podridos. Las demás hadas creían que era el hada del bosque con más poder que había pisado Avalon. Un día, cuando Cinnia se encontraba recogiendo flores en el bosque más cercano, se encontró con una pequeña fisura que se había creado hace años, una fisura con el mundo humano. Cinnia era joven y curiosa, y estaba tan embelesada por las hermosas historias como la de Tristán e Isolda, que no lo dudó más de dos veces y se aventuró hacia tierras desconocidas. Cinnia salió de un gran y frondoso roble que se encontraba en el bosque más cercano de un pueblito de Irlanda. El hada estaba feliz, así que salió del roble y comenzó a caminar en dirección al pueblo, emocionada por lo que encontraría. Como la mayoría de las hadas, vestía un traje blanco, suelto y con pliegues irregulares que llegaba hasta el suelo. Estaba descalza y traía su coronilla de flores. Sin embargo, a pesar de lo que creía, lo que se encontró en aquel pueblo no fue nada agradable. Allí residía una enfermedad maligna que creaba pústulas en la piel. Había enfermos tirados en los callejones, veía niños que necesitaban comida, y personas trajeadas de las más finas ropas que no volteaban la mirada hacia aquellos más desafortunados. Cinnia huyó del pueblo y quiso volver al roble para ir a su hogar, pero en el camino la asaltaron cuatro bandidos lujuriosos que querían aprovecharse de la bella muchacha. La acorralaron y la tumbaron en el prado a la fuerza. Cuando el hada estaba a punto de usar su magia para defenderse, un joven apareció de la nada y la ayudó a escapar de los malhechores. Se llamaba Jonathan Curdgeon. Jonathan y Cinnia huyeron del lugar y se refugiaron en la pequeña casa de los Curdgeon, que eran una familia campesina y con poco dinero. Ya era de noche y llovía estruendosamente. Cinnia estaba asustada. Esa noche, el joven Curdgeon se encargó de proteger a la muchacha que veía tan vulnerable, y ambos charlaron hasta el amanecer sin descanso. Cinnia quería marcharse, pero Jonathan terminó por convencerla de que se quedara en la pequeña casa hasta que el tiempo mejorara. Allí ambos convivieron y la atracción prevaleció. Los días pasaron y Cinnia se enamoró perdidamente del humano. Había comenzado a ayudar en la granja mientras Jonathan la cuidaba. Eran felices. No pasó mucho tiempo para que el hada se entregara en cuerpo y alma al humano y ambos concibieron a un niño que nombraron Rhydian. Un año transcurrió para la feliz familia. Cinnia y Jonathan se casaron en una pequeña iglesia y vivieron por un largo periodo en esa casa en medio del bosque. Sin embargo, Cinnia no pudo esconderse por mucho más tiempo. Un día, cuando Cinnia se encontraba ordeñando a la vaca familiar, un hombre apareció caminando hacia ella. Tenía cuernos de ciervo, barbado y que tenía sobre los hombros una serpiente. Cinnia sabía quién era. Se trataba de Cernunnos, el Dios de la fertilidad y abundancia. El Dios le dijo que su rey la castigaría por escapar de Avalon y romper la ley sagrada juntándose con un asqueroso humano. Cinnia gritó cuando Cernnunos quiso llevarse a su hijo y en el momento Jonathan apareció para defender a su amada y al fruto de su amor. El hombre se llevó en brazos a su hijo y corrió a la casa vecina para dejarlo con esa familia. Se despidió de él rápidamente y se adentró en el bosque, donde había visto desaparecer al Dios con cuernos y a su bella esposa. Los vio a lo lejos y cruzó el espacio del árbol donde los había visto por última vez. Llegó a Avalon, la isla de las hadas. Avalon ya no era la misma de antes. El cielo no estaba despejado y no brillaba. Ahora estaba nublado y los relámpagos se estrellaban contra los árboles. Era un caos. Un caos por la furia de Dagda, el rey celestial. Cernunnos se llevó a Cinnia y la encadenó al manzano. Jonathan fue a por ella y justo cuando iba a alcanzarla, Dagda bajó del cielo. El Dios tenía su caldero y su porra sujeta sobre el hombro. Tenía el rostro desencajado por la furia y sus ojos parecían dos bolas llenas de fuego. Dagda creció hasta alcanzar los diez metros y vació su caldero sobre el manzano mágico, el cual tenía lava ardiente. Cuando el líquido tocó las primeras hojas del manzano y las calcinó, Cinnia gritó de dolor y uno de sus dedos de los pies parecieron quedarse de piedra. Su pelo ondeó con el aire como si fuera oro y de ella se desprendió un aura dorada brillante, revelando su naturaleza. A Jonathan no le importó que Cinnia fuera un hada, seguiría siendo el amor de su vida, su esposa, y madre de su hijo. Por lo que pidió de rodillas al Dios que se detuviera. Pero él solo sonrió con crueldad y le dijo “Este es tu castigo por creer que tienes el poder de desafiar a tu creador”. Jonathan no tenía idea de qué hablaba, pero cuando vio que la lava ardiente empezaba a alcanzar a su amada, corrió con todas sus fuerzas bajo la mirada de todos los Espíritus Elementales y ambos Dioses, y alcanzó a poner su mano sobre la de Cinnia antes de que la lava los consumiera a ambos. Dice la leyenda que después de que los amantes perecieran bajo el líquido ardiente, el sol salió más brillante que nunca y el manzano volvió a crecer al otro lado de la isla como resultado del sacrificio por amor. Lleno de amargura, Dagda destruyó la estatua humana que había quedado de Cinnia y Jonathan con su porra y ordenó a las hadas que recogieran los pedazos y los tiraran al mar para que Mannanan, Dios de la mar, los llevara a las profundidades. Se dice que una ninfa de las aguas que recogió los pedazos de el hada más hermosa y amable que habitó en Avalon, encontró en el suelo las manos unidas de los amantes como si fuera la más dura piedra, y se sorprendió al notar que entre ellas crecía una pequeña gardenia blanca. La ninfa la guardó y viajó hasta el mundo humano por medio de la brecha que había usado Cinnia. Fue hasta la casa donde se hospedaba la familia que había recogido al hijo del hada y les obsequió el objeto mágico que se denominó Thau Cariad, el fruto del amor. Muchas veces, en los hogares de humanos que habitan en Irlanda, se ven un par de manos en piedra en los estantes, todas hechas en arcilla o yeso, que tienen un poco de tierra y una planta. Se dice que así, el amor y la suerte llegará a la familia. O quizás, solo sea en honor a la verdadera Thau Cariad, el objeto mágico que se perdió después de generaciones. El único testigo del castigo de los Dioses.