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Introducción

Al referirnos al Trastornos del Espectro Autista, dentro del campo disciplinar de la


Psicología Clínica nos encontramos con un amplio número de definiciones para tal
patología de la salud mental. No obstante, basta empezar con la categorización que la
Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) ha formulado. Según esta organización el
Trastorno del Espectro Autista en adelante –TEA- hace parte de los trastornos del
desarrollo neurológico (DSM, 2013), los cuales remiten al periodo formativo de los
individuos, cuando el Sistema Nervioso Central se encuentra en su proceso de desarrollo
(Morrison, 2015).
La incidencia del TEA, según la Organización Mundial de la Salud (2021) revela que 1 de
cada 160 niños, ha sido diagnosticado con este trastorno en el mundo. Para el caso de
América Latina, se ha encontrado que en México la prevalencia es de 1 de cada 115 niños
(Fombonne et al., citado en Acosta et al., 2016) y en América del Sur por su parte, según el
Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU en un informe
publicado en marzo de 2020, la prevalencia del TEA era de 1 de cada 54 nacidos. A nivel
del continente Europeo, en el mismo años los estudios han apuntado a una prevalencia de 1
caso por cada 100 nacimientos (Federación Autismo Catilla y León, 2020).
El TEA se ubica en un grupo de los también denominados Trastornos del neurodesarrollo, y
se diferencia de los demás, por ser una patología heterogénea cuyas manifestaciones son
variables y las causas asociadas oscilan entre factores ambientales y genéticos,
convirtiéndolo en un trastorno multicausal (Morrison, 2015). Al ser un trastorno del
neurodesarrollo, aunque puede aparecer en distintas etapas de la vida, e inicia en cualquiera
de las mismas, es en la infancia, a partir de de los tres (3) años de edad en que puede
empezar a manifestarse, y progresivamente evidenciar notables consecuencias, en lo
relacionado con los procesos de asimilación, de comprensión, con visibles alteraciones en
las habilidades blandas, especialmente sociales, comunicativas y que involucran las
funciones adaptativas (Aguaded & Almeida, 2016).
No obstante, se ha mantenido una discusión entre la comunidad científica competente,
puesto que desde la cuarta edición revisada del Manual Diagnostico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSN-IV-TR) en adelante –DSM- se planteó que el TEA guarda
similitud con el Trastorno por Déficit de Atención-Hiperactividad (TDAH) en la
manifestación de síntomas de falta de atención y conducta hiperactiva.
Por otra parte, es importante resaltar, que el DSM en su quinta edición (DSM-V) enfatiza
en la adopción del concepto “espectro autista” y acude al uso de niveles de “severidad” de
los diferentes núcleos sintomáticos de este trastorno para diferenciarlo entre los demás. La
también variada sintomatología del TEA, indica principalmente, que existe una afectación
y/o alteración en áreas relacionadas con la comunicación, la interacción social y el
funcionamiento conductual toda vez que se manifiestan patrones de conductas repetitivas y
de restricción; una persona que ha sido diagnosticada con esta alteración, adopta conductas
que tienden a ser especialmente impulsivas, agresivas e hiperactivas (Montiel-Nava &
Peña, 2011), de allí el encuadre en el “espectro”.
En el campo de estudio del TEA, existe un gran número de enfoques terapéuticos, tales
como el enfoque psicoanalítico, las teorías socio-cognitivas, las teorías del lenguaje y las
teorías neuropsicológicas, que enumeran y exponen todas aquellas habilidades en los
individuos con Trastorno del Espectro Autista, de las cuales destacan la habilidad para
entender y dar significado a todos aquellos estímulos que logra percibir, para organizarse a
sí mismos y lograr ser flexibles en la planificación y ejecución de actividades cotidianas o
específicas de la vida diaria. Estos enfoques, han dado a quienes han recibido un
diagnostico de TEA, el crédito, por la capacidad de lograr adaptarse, y de manera paulatina
responder a las exigencias del ambiente, desde el fortalecimiento de tareas sencillas.
No obstante, la literatura evidencia, que en gran medida en los procesos de intervención
para este diagnóstico del neurodesarrollo, se deben emplear técnicas y métodos de
aprendizaje cuya metodología incorpore estrategias de compensación, dependiendo de la
severidad de los síntomas, con el fin de otorgar calidad de vida y herramientas
significativas, para quienes han sido diagnosticados con TEA, puedan hacer frente a las
exigencias de su entorno (Aguaded & Almeida, 2016) ; por ejemplo, los hallazgos
científicos que exponen los déficits a nivel de funciones ejecutivas y capacidad de respuesta
de los lóbulos frontales, ha llevado a que las intervenciones contemplen las funciones
ejecutivas como ejes fundamentales de los procesos psicoterapéuticos clínicos.
Todos aquellos procesos de intervención en casos de TEA, involucran el uso de técnicas de
evaluación, como insumo fundamental en al tomas de decisiones para el adecuado diseño
de planes de intervención. Los profesionales de la salud mental, en su ejercicio clínico,
están en la responsabilidad de implementar todas aquellas técnicas y habilidades de
recolección de datos que permitan 1.hacer un diagnóstico diferencial en cada caso, 2.y
formular un plan de intervención adecuado a las necesidades de cada individuo, puesto que
cada diagnóstico de TEA es único e irrepetible.
Algunos métodos de intervención de mayor uso, tienen que ver con los procesos
psicoterapéuticos conductuales y educativos. Estos están orientados a fortalecer todas
aquellas habilidades sociales y de comunicación, que en edades tempranas resultan
“indistinguibles” (Mulas et al., 2010, Reynoso et al., 2015, Sanz-Cervera et al., 2018). Uno
de estos, es el EIBI (Early Intensive Behavioral Intervention), según estudios es uno de los
métodos eficaces de intervención en TEA, puesto que propia el incremento de habilidades
comunicativas y del lenguaje, a partir del análisis y modificación conductual temprana.
Por su parte el TEACCH (Treatment and Education of Autistic and Related
Communication Handicapped Children) y el ABA (Applied Behavior Analysis), son
modelos de tratamiento integral, que buscan en periodos limitados de tiempo mejorar la
calidad de vida de las personas con TEA a partir de la intervención de aspectos específicos
de la conducta y/o el desarrollo (Mulas et al., 2010, Reynoso et al., 2015, Sanz-Cervera et
al., 2018). Existe estudios que evidencian mayor efectividad en las intervenciones de
metodología ABA (Eikeseth, 2009 citado por Sanz-Cervera et al., 2018) y otros estudios
favorecen la efectividad de la metodología TEACCH ( Probst, Jung, Micheel, y Glen, 2010,
citado por Sanz-Cervera et al., 2018).
Desde las teorías y comunidad científica disciplinar de la neuropsicología, se puede
encontrar que actualmente, partiendo del paradigma “biopsicosocial”, en el cual los sujetos
poseen un potencial y unas habilidades psicológicas que pueden ser favorecidas o
maximizadas en sus procesos de interacción social , prevalecen los métodos o técnicas de
intervención en casos de diagnóstico de TEA en rehabilitación neuropsicológica, la cual
busca potenciar las funciones cognitivas de individuos con este trastorno teniendo en cuenta
el contexto social y familiar en el que se desarrolla, así como de los factores subjetivos de
los mismos, basándose en la funcionalidad de el sujeto al momento de ejecutar tareas
relacionadas con sus actividades diarias o actividades que involucran interacción con estos
contextos; todo esto, haciendo uso de las ventajas que brindan los procesos biológicos de
“plasticidad neuronal, regeneración autónoma y adaptación morfológica del cerebro”
(Nunes, 2008 citado por Aguaded & Almeida, 2016).
Desde este enfoque, los padres, o en conjunto, los familiares más cercanos al sujeto
diagnosticado con TEA, figuran como un recurso fundamental en los procesos de
rehabilitación para este tipo de patología. Según Aguaded & Almeida (2016) los padres
asumen un rol de facilitadores de la información relacionada con las necesidades, intereses
y habilidades de su familiar con TEA, logrando un proceso de compensación funcional;
para ello las autoras afirman que “es extremadamente importante que todos los actores que
de alguna manera tienen que ver con el sujeto autista puedan entenderlo como a un ser
humano en desarrollo(…) capaz de aprender, a pesar de todas las barreras, contratiempos,
diferencias y limitaciones que pueda manifestar” (2016).
Al respecto, desde un enfoque cognitivo clásico, se han encontrado postulados similares,
que hacen reconocimiento de la capacidad humana-innata para aprender, donde de manera
integradora, se reconoce la interacción de factores ambientales y genéticos. Allí el ser
humano puede potenciar sus recursos y aprendizaje a partir de todos aquellos elementos
que el ambiente le pueda facilitar, o en casos resulte de manera adversa, y se configure
como un factor limitante (Peñaranda, 2003, Delgado, 2012 citado en Vargas-Rubilar &
Arán Filippetti, 2014). En otras palabras, se ha evidenciado una influencia del entorno,
sobre el desarrollo cognitivo de los seres humanos, principalmente en edades tempranas
donde los individuos se encuentran en etapas de desarrollo cerebral.
Si bien, una persona con Trastorno del Espectro del Autismo supone un abanico de
emociones y experiencias de desadaptación a nivel familiar, por muchos años ha
predominado una cultura en la que se percibe al miembro de familia con TEA, con una
<<carga>> y su proceso de educación se le ha dejado a los profesionales competentes,
dejando de lado la contribución que puede tener el núcleo familiar sobre el proceso de
desarrollo de estos individuos, y aún más, si su detección es en edades tempranas. Empero,
progresivamente la transición a una visión más holística, y que favorece los procesos de
interacción, ha permitido que se reconozca a la familia, como parte activa fundamental de
los proceso de intervención en casos de TEA, logrando trascender toso aquello paradigmas
o visiones centradas en los déficits o patologías como única realidad en los seres humanos
con algún diagnóstico de salud mental, y en especial con TEA (Paniagua 1999 citado por
Baña, 2015).
La crisis familiar, que se experimenta con la llegada de un hijo o hija con TEA,
entendiendo crisis con un evento de desadaptación o cambio natural-esperado, trae consigo
en menor o mayor medida 1.un fuerte impacto psicológico y emocional; b) un proceso de
adaptación y redefinición del funcionamiento familiar; c) cambios en la relación de pareja;
y d) la necesidad de ayuda y de asesoramiento (Giné, 2001). Si bien, no existe un patrón
generalizable de comportamiento en los niños (as) con TEA, tampoco existe en las familias
de estos niños, por ello la particularidad de cada proceso, para la intervención del individuo
con esta evidencie al momento de responder a las demandas o necesidades del individuo
con TEA.
En este orden de ideas, no se configura solo la necesidad de la intervención en TEA junto
con el núcleo familiar, siendo este parte activa y fundamental del proceso, si no también, la
necesidad de otorgar apoyo y soporte a estas familias. Según Aierbe (citado en Baña 2015)
las investigaciones coinciden en señalar la importancia de priorizar el trabajo con las
familias como una vía privilegiada para contribuir de manera significativa al desarrollo de
los niños/as con TEA; la intervención psicoeducativa en las familias de personas con
Trastorno del Espectro del Autismo resulta de gran importancia debido a que se está
produciendo una mayor concienciación a la hora de apoyar a labor educativa familiar.
Tal necesidad, de procurar desde los primeros momentos soporte y orientación a la familia
con algún miembro diagnosticado con TEA, está justificada desde la influencia que tiene la
parentalidad sobre el desarrollo cognitivo de un individuo. Según Vargas-Rubilar (2014)
gran variedad de estudios, refieren que las relaciones afectivas seguras influyen de manera
positiva en el desarrollo cerebral de un niño o niña (Schore, 2001, Siegel, 2007). Así
mismo, como los buenos cuidados, la estimulación y la adecuada comunicación parental
contribuyen al desarrollo y funcionamiento cerebral temprano. (Barudy & Dantagnan,
2010, Siegel, 2007).
Actualmente, se está generando un cambio, en los paradigmas o sustentos de los procesos
de intervención con TEA; migrando de un modelo centrado exclusivamente en los
individuos diagnosticados, a uno cuyo objetivo es la rehabilitación, teniendo como soporte
el núcleo familiar. La metodología, busca optimizar las interacciones del individuo con
TEA y sus personas más cercanas, a partir de satiriones cotidianas. Los patrones de
interacción que se manifiestan en las actividades propias de las rutinas diarias influyen
poderosamente en la dirección que tomará el desarrollo del niño/a (Gallimore, Weisner,
Kaufman, & Bernheimer 1989; Gallimore, Weisner, Bernheimer, Guthrie, & Nihira, 1993
citados en Baña 2015).
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