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Freud Anna - Normalidad Y Patologia en La Niñez
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NORMALIDAD Y PATOLOGIA
EN LA NIÑEZ
BIBLIOTECA DE PSICOLOGIA PROFUNDA
Volumen
40
ANNA FREUD
NORMALIDAD
Y PATOLOGIA ,
EN LA NIÑEZ
Evaluación del desarrollo
Vers:ión castellana de
Humberto Nágera
EDITORIAL PAIDOS
Buenos Aires
· ,
©
Copyright de todas las ediciones en castellano by
EDITORIAL PAIDOS
S.A.I.C.F.
Defensa 599, 3er. piso Buenos Aires
INDICE
Reconocimientos, 9
Nota del traductor, 10
11
Edipo y el de castración, la amnesia infantil, etcétera. Puesto
que estos importantes descubrimientos tuvieron origen en de-
ducciones efectuadas en el análisis de adultos, el método de
"reconstruir" los acontecimientos de la infancia se estimaba
suficiente, y era empleado coherentemente para obtener los da-
tos que constituyen el núcleo de la psicología psicoanalítica del
niño en el momento presente.
Por otra parte, después de una o dos décadas de ese tra-
bajo, algunos analistas se aventuraron más allá de la obtención
de datos y comenzaron a aplicar el nuevo conocimiento al
campo de la crianza del niño. La tentación de realizar esta ex-
periencia resultaba casi irresistible. Los análisis terapéuticos
de adultos neuróticos no dejaban ninguna duda sobre la in-
fluencia negativa de muchas de las actitudes de los padres y
del ambiente, y de acciones tales como la falta de fidelidad en
materia sexual, los niveles de exigencias morales excesivamente
altos, irrealistas, la severidad o indulgencia extremas, las frus-
traciones, los castigos o la conducta seductora. Parecía posible
extirpar algunas de estas amenazas de la siguiente generación
de niños mediante la educación de los padres y la modificación
de las condiciones de crianza, y planear, por lo tanto, lo que se
llamó "educación psicoanalítica" que serviría para prevenir la
neurosis.
Los intentos por alcanzar este objetivo han continuado
hasta ahora, a pesar de que algunas veces sus resultados fue-
ron confusos y difíciles. Cuando los observamos retrospectiva-
mente después de un período de más de 40 años, los considera-
mos como una larga serie de ensayos y errores. Mucha de la
incertidumbre que acompañaba estos experimentos resultaba
inevitable. En aquella época no era posible tener un profundo
insight de toda la complicada red de impulsos, afectos, rela-
ciones objetales, aparatos del yo, con sus funciones y defensas,
internalizaciones e ideales, con las interdependencias recíprocas
entre el ello y el yo y las deficiencias resultantes del desarrollo,
las regresiones, las angustias, formaciones de compromiso y las
distorsiones del carácter. El caudal de conocimientos psicoana-
líticos fue en aumento gradual al sumarse cada pequeño des-
cubrimiento al efectuado anteriormente. La aplicación de los
conocimientos pertinentes a los problemas de crianza y a la
prevención de las enfermedades mentales tuvo que efectuarse
también paso a paso, siempre siguiendo atenta y lentamente el
trabajoso camino. A medida que se realizaban nuevos descu-
brimientos de los agentes patógenos en la labor clínica, o se
arribaba a ellos mediante cambios e innovaciones en el pen-
samiento teórico, eran convertidos en consejos y preceptos para
padres y educadores, y llegaban a formar una parte integrante
de los conceptos psicoanalíticos para la crianza.
La secuencia de estas extrapolaciones es ahora bien co-
12
nocida. Así, en la época en que el psicoanálisis puso gran énfasis
en la influencia seductora que ejercía el compartir el lecho
de los padres y en las consecuencias traumáticas de presen-
ciar las relaciones sexuales entre ellos, se les aconsejó que
evitaran la intimidad física con sus hijos y también realizar el
acto sexual en presencia aun de los más pequeños. Cuando se
comprobó en el análisis de adultos que vedar el acceso a la
información sexual era responsable de muchas inhibiciones inte-
lectuales, se aconsejó brindar una completa información se-
xual desde una edad temprana. Cuando al buscar la causa de
los síntomas histéricos, la frigidez, la impotencia, etcétera, se
los vinculó con las prohibiciones y las consiguientes represiones
del sexo en la niñez, la educación basada en el psicoanálisis in-
cluyó en su programa una actitud permisiva y benévola en
relación con las manifestaciones de sexualidad pregenital in-
fantil. Cuando la nueva teoría de los instintos definió que tam-
bién la agresión es un instinto básico, se aconsejó que la tole-
rancia se extendiera a las tempranas manifestaciones de violenta
hostilidad del niño, a los deseos agresivos y de muerte mani-
festados contra padres y hermanos, etcétera. Cuando se reco-
noció que la ansiedad jugaba un papel primordial en la for-
mación sintomática, se hicieron todos los esfuerzos posibles
para tratar de disminuir el temor de los hijos frente a la au-
toridad de los padres. Cuando se demostró que al sentimiento
de culpabilidad correspondía un determinado grado de tensión
de las estructuras internas, la respuesta fue una eliminación
de todas aquellas medidas educacionales que conducían a la
formación de un superyó severo. Cuando el nuevo punto de
vista estructural de la personalidad responsabilizó al yo del
mantenimiento del equilibrio interno, se destacó la necesidad
de propiciar en el niño el desarrollo de fuerzas en el yo lo
suficientemente intensas como para resistir las presiones de
los instintos.
Finalmente, en la época actual, cuando las investigaciones
analíticas se dirigen hacia los acontecimientos iniciales del
primer año de vida destacando su importancia, estos insights
específicos son traducidos en nuevas y, en algunos aspectos,
revolucionarias técnicas para el cuidado de los niños.
Este lento y elaborado proceso hizo que la educación psico-
analítica careciese de sistematización. Más aún, sus preceptos
cambiaban de dirección continuamente enfatizando en un prin-
cipio la libre expresión de los instintos, más tarde la fortaleza
del yo, para luego insistir nuevamente en la normalidad de
las relaciones libidinales. En esta incesante búsqueda de los
agentes patógenos y de las medidas preventivas, siempre pa-
recía que el último descubrimiento analítico prometía una
mejor y definitiva solución de los problemas. .
De los consejos dados a los padres durante todos estos años,
13
unos eran coherentes entre sí; otros resultaban contradictorios
y mutuamente excluyentes y algunos de ellos demostraron ser
mucho más beneficiosos de lo esperado. Así por ejemplo, la
educación psicoanalítica cuenta entre sus éxitos la mayor co-
municación y confianza entre padres e hijos, a las cuales se
llegó gracias a la que la educación sexual se había iniciado
con mayor honestidad. Otra victoria se obtuvo respecto de
la terquedad y el negativismo de los primeros años que des-
aparecieron casi completamente tan pronto como fueron re-
conocidos los problemas de la fase anal, y el control de los
esfínteres comenzó a plantearse no tan precozmente ni con tanto
rigor como en épocas anteriores. También ciertos trastornos re-
lacionados con la alimentación infantil dejaron de existir des-
pués que los problemas alimentarios y del destete fueron mo-
dificados para adecuarlos más apropiadamente con las necesi-
dades orales. Asimismo, al quedar atenuados los conflictos en
relación con la masturbación, la succión de los dedos y otras
actividades autoeróticas, fueron resueltas algunas perturbacio-
nes del sueño (por ejemplo, las dificultades para conciliarlo).
Por otra parte, no faltaron desilusiones y sorpresas. Fue
algo inesperado comprobar que hasta las informaciones sexuales
mejor planteadas y formuladas con las palabras más simples
no eran inmediatamente aceptadas por los niños, y que se afe-
rraban persistentemente a lo que tuvimos que reconocer como
sus propias teorías sexuales, en las cuales se traduce la genita-
lidad adulta en los términos adecuados de oralidad, analidad,
violencia y mutilación. Igualmente inesperado resultó el hecho
de que la desaparición de los conflictos acerca de la masturba-
ción tenían, además de sus consecuencias beneficiosas, algunos
efectos colaterales indeseables en la formación del carácter, al
eliminar problemas que, a pesar de 'sus aspectos patógenos,
servían también como campo de entrenamiento moral (Lampl-
de Groot, 1950). Sobre todo, librar al niño de la ansiedad re-
sultó una tarea imposible. Los padres dieron 10 mejor de sí
mismos tratando de disminuir el temor que inspiraban a los
hijos, para encontrarse con que lo que estaban logrando era
aumentar los sentimientos de culpabilidad de éstos, es decir,
el miedo exagerado del niño en relación con su propia con-
ciencia. Por otra parte, cuando se atenuaba la severidad del
superyó, se producía en los niños la más profunda de todas las
ansiedades, es decir, la ansiedad de los seres humanos que se
sienten sin protección frente a la presión de sus instintos.
Resumiendo: a pesar de numerosos avances .parcíales, la
educación psicoanalítica no logró convertirse en el instrumento
profiláctico que todos esperábamos. Es cierto que los niños
que crecieron bajo su influencia son en muchos aspectos dife-
rentes de las generaciones anteriores, pero no están más libres
de ansiedad o de conflicto, y por consiguiente no menos ex-
14
puestos a sufrir de trastornos neuróticos u otras formas de
enfermedades mentales. En realidad, esto no hubiera debido
sorprendernos si no fuese que en algunos autores el optimismo
y el entusiasmo por el trabajo profiláctico predominó sobre la
aplicación estricta de los principios psicoanalíticos.
De acuerdo con estos últimos, no existe la posibilidad de
la "prevención de la neurosis". La división misma de la perso-
nalidad en ello, yo y superyó se nos presenta con una estruc-
tura psíquica en la cual cada parte tiene sus derivaciones, sus
alianzas, sus fines y su modo de funcionamiento específi-
cos. Por definición, las distintas fuerzas psíquicas se encuen-
tran en conflicto entre sí, lo cual da lugar a los desajustes in-
ternos que se manifiestan en nuestra mente consciente como
conflictos mentales. Estos últimos existen, por consiguiente,
donde quiera que el desarrollo de la estructura de la persona-
lidad alcanza un cierto grado de complejidad. Naturalmente
que hay casos en que "la educación psicoanalítica" ayuda al
niño a encontrar soluciones adecuadas que contribuyen a su
salud mental; pero también existen muchos otros en los que
los desajustes internos no pueden prevenirse, convirtiéndose
luego en el punto de partida de distintas manifestaciones de
desarrollo patológico.
15
mente orientados, pero la entrevista analítica con los mnos y
el uso adecuado de la información por el especialista prove-
yeron el contexto en el que las ensoñaciones y los temores
nocturnos, los juegos y otras creaciones expresivas del niño se
hicieron comprensibles en su exacta posición dentro del devenir
de su experiencia diaria en el hogar y en la escuela, y fueron
definidos en una forma mucho más concreta que nunca.' Afor-
tunadamente, en el análisis del niño pequeño, los complejos
infantiles y las perturbaciones que éstos crean en sus mentes
son todavía accesibles a la observación directa y no alejados
de la mente consciente por obra de la amnesia o de la distorsión
debida a recuerdos encubridores.
El ajustado y prolongado estudio de la niñez basado en el
análisis de niños le ofrece al especialista analítico un criterio
sobre el desarrollo de la personalidad, que difiere sutilmente
del de los colegas que conocen al niño sólo a través del análisis
de adultos. Los analistas de niños, por consiguiente, no solamente
ofrecen confirmaciones de ciertas proposiciones analíticas, como
se esperaba que hicieran desde el principio, sino que también
ayudan a decidir en aquellos casos en que "se han propuesto
hipótesis alternativas por los métodos reconstructivos"; 2 y pue-
den intentar cambiar, con éxito, el énfasis puesto erróneamente
en determinadas cuestiones y en corregir ciertos puntos de
vista (véase A. Freud, 1951). Además, como espero demostrarlo
posteriormente, el analista hace su propia contribución a la
metapsicología y a la teoría de la terapia psicoanalítica.
16
encargados de delincuentes y criminales juveniles) trabajaban
en este sentido en las décadas de 1920 y 1930, mucho antes de
que estos estudios llegaran a abordarse en forma sistemática,
tal como aconteció después de la Segunda Guerra Mundial."
No obstante, en lo referente a la observación fuera de la
situación psicoanalítica, el analista que está acostumbrado a
trabajar con material reprimido e inconsciente tiene que sobre-
ponerse a ciertas dudas antes de desplazar su interés hacia la
conducta manifiesta. En este sentido, puede resultar útil el
recordar de qué manera se han desarrollado a través de los
años las relaciones entre el psicoanálisis y la observación di-
recta.' El interrogante de si la observación directa superficial
de la mente puede penetrar dentro de la estructura, funciona-
miento y contenido de la personalidad, ha sido contestado en
diferentes épocas de distintas maneras, pero de modo cada vez
más positivo, especialmente en cuanto concierne al insight de
la evolución del niño. Aunque no puede rastrearse una secuen-
cia histórica clara, existen numerosos aspectos y factores que
de modo consecutivo o simultáneo han sido importantes a
este respecto.
17
pacidad sobrenatural para descubrir los más recónditos se-
cretos de un desconocido por medio de una simple mirada, creen-
cia en la que persistían a pesar de todas las aseveraciones en
sentido contrario. El analista depende de su laborioso y lento
método de observación, y sin él no irá más allá que un bacte-
riólogo que, privado de su microscopio, pretende ver los ba-
cilos a simple vista.
Los psiquiatras clínicos olvidaban un poco las diferenciacio-
nes, por ejemplo, entre la manifiesta violación sexual de una
niña por su padre psicótico y las tendencias inconscientes la-
tentes del complejo de Edipo, al referirse al primero y no al
segundo como un "hecho freudiano". En un recordado caso crí-
minal," un juez llegó a utilizar la ubicuidad de los deseos de
muerte de los hijos en contra de sus padres como parte de la
acusación, sin tener en cuenta la existencia de las alteraciones
mentales que pueden convertir los impulsos inconscientes y
reprimidos en una intención consciente y descargarse en acción.
Los psicólogos académicos por su parte trataron de v erifi car
o negar la validez del complejo de Edipo por medio de inves-
tigaciones y cuestionarios, es decir, utilizando métodos que por
su misma naturaleza son incapaces de franquear las barreras
que median entre el consciente y el inconsciente y de llegar así
a descubrir en los adultos el sedimento de la represión de los
impulsos emocionales de la infancia.
Tampoco se hallaba la nueva generación de analistas de
ese período totalmente exenta de la tendencia a confundir el
contenido del inconsciente con sus derivados manifiestos. Por
ejemplo, en los cursos sobre la interpretación de los sueños
una de las tareas más difíciles para los profesores, que persistió
durante años, fue demostrar la diferencia entre el contenido
latente y el manifiesto de un sueño; que el deseo inconsciente
no aparece en el contenido manifiesto sin antes disfrazarse me-
diante una elaboración onírica, y que el contenido consciente
es representativo del contenido oculto solamente de manera in-
directa. Aun más; en su ansiedad por traspasar los límites de
lo consciente y de cubrir el espacio existente entre la superficie
y lo profundo, muchos analistas trataron de descubrir, por me-
dio del estudio de las manifestaciones superficiales, a los que
experimentan impulsos inconscientes específicos, o fantasías in-
cestuosas o sadomasoquistas, angustia de castración, deseos de
muerte, etc., intento que en aquella época no era factible y por
consiguiente originaba conclusiones erróneas. No es sorprendente,
entonces, que en estas condiciones todos los estudiantes de psi-
coanálisis fueran aconsejados en contra del método de obser-
vación superficial, enseñándoseles a no eludir el proceso de
desenvolvimiento de las represiones del paciente y a desintere-
18
sarse de métodos que solamente podían constituir una amenaza
contra la tarea principal del profesional, consistente en per-
feccionar la técnica analítica.
,
Los derivados del inconsciente como material
para la observación
19
ciente ignorando las resistencias; en definitiva, aplicando un
procedimiento que se opone a la mejor tradición del psicoaná-
lisis. Pero esta intuición para lo inconsciente -que puede con-
vertir a un buen analista en un analista "descabellado"- es
el atributo más útil del observador analítico quien, por su me-
dio, puede utilizar manifestaciones superficiales, áridas y sin
interés como material significativo.
20
sultado de luchas internas contra el exhibicionismo, el placer
en la suciedad y la crueldad; la aparición de éstas en la super-
ficie son, por consiguiente, un valioso indicador para diagnos-
ticar el destino de estos componentes de los impulsos instintivos;
De modo similar, las sublimaciones pueden interpretarse con
facilidad en los significativos impulsos primitivos de los que
son desplazadas. Las proyecciones en los niños pequeños de-
muestran su sensibilidad frente a una no deseada multitud de
cualidades, actitudes, etcétera.
Educados en la experiencia que adquirieron dentro de su
profesión, los analistas se manifiestan cada vez más atentos
a la aparición de ciertas particulares combinaciones de acti-
tudes; es decir, de determinados tipos de personalidad que
pueden ser identificados mediante la observación directa y de
los que se pueden extraer valiosas deducciones. Estos cauces
hacia la comprensión se abrieron paso a través del insight ob-
tenido sobre las raíces genéticas del carácter obsesivo, en donde
la manifestación de la tendencia al orden, a la limpieza, a la
obstinación, a la puntualidad, a la parsimonia, a la indecisión,
al atesorar, al coleccionar, etcétera, pone al descubierto las ten-
dencias sádico-anales inconscientes, de las que derivan las in-
clinaciones anteriormente nombradas. No había razón para su-
poner que este particular aspecto, el primero que fue estudiado,
sería el único ente comunicante entre la superficie y lo pro-
fundo. Pero era razonable esperar "que también otras cuali-
dades del carácter se nos muestran como residuos o productos
reactivos de determinadas formaciones pregenitales de la libido"
(S. Freud, 1932, vol. Il).
En efecto, desde la época en que se escribió el pasaje arriba
citado, muchas de estas expectativas fueron confirmadas, sobre
todo las pertenecientes a tipos de carácter oral y uretral, y es-
pecialmente aquéllas relacionadas con los niños. Si un pequeño
exhibe fallas tales como insaciabilidad, voracidad, avidez, ape-
gamiento, es exigente y egoísta en SUS! relaciones objetales,
desarrolla temores de ser envenenado, siente repulsa hacia
ciertos alimentos, etc., resulta obvio que el punto crítico en su
desarrollo y que amenaza a su progreso, es decir, su punto de
fijación, yace en la fase oral. Si exhibe vehementes ambiciones
asociadas con una conducta impulsiva, el punto de fijación
debe ser localizado en la zona uretral. En todos estos casos, los
lazos entre el contenido reprimido del ello y las estructuras
manifiestas del yo son tan fijos e inmutables que una simple
ojeada de la superficie es suficiente para permitir al analista
llegar a conclusiones relacionadas con los hechos y actos pre-
sentes o pasados en los, de otro modo, ocultos repliegues de
la mente.
21
Items de la conducta infantil como material para observación
22-
cientemente a sí mismo como un hipocondríaco, el hecho indica
de modo palpable su sentimiento de que su madre no se interesa
lo suficiente por él y de encontrarse insatisfecho con la pro-
tección y atención que se le brinda.
La observación de las actividades infantiles típicas durante
los juegos también permite recoger información en cuanto a
su mundo interno. Las conocidas ocupaciones sublimadas de
pintar, modelar y jugar con agua y arena señalan que el punto
de fijación está ubicado hacia las zonas anal y uretral. El desar-
mado de los juguetes para tratar de ver lo que tienen adentro
delata la curiosidad sexual. Es incluso significativa la manera
en que el ,infante juega con sus trenes: sea que su mayor placer
se derive de escenificar choques (como símbolo de las relaciones
sexuales de los padres), o cuando se concentra preferente-
mente en la 'construcción de túneles y vías subterráneas (ex-
presando de este modo su interés por el interior del cuerpo
humano); sea que sus automóviles y ómnibus tienen que trans-
portar grandes cargas (como un símbolo del embarazo de la
madre), como cuando la velocidad y el funcionamiento ade-
cuado son su mayor interés (símbolos de la eficiencia fálica).
La posición favorita del niño en la cancha de fútbol indica sus
particulares relaciones con los otros niños en el lenguaje sim-
bólico del ataque, la defensa, la habilidad o incapacidad para
competir, para desempeñarse con éxito, para adoptar un rol
masculino, etc. La locura por los caballos de algunas niñas señala
sus deseos autoeróticos primitivos (si su placer se encuentra
circunscr ípto al movimiento rítmico sobre el caballo); a su
identificación con la tarea protectora de la madre (si lo que
disfruta especialmente es el atender al bienestar del caballo);
a su envidia del pene (si se identifica con el grande y poderoso
animal y 10 trata como si fuera una parte de su propio cuerpo) ;
a sublimaciones fálicas (si su ambición consiste en dominar al
caballo, en exhibir sus habilidades al montarlo, etcétera).
La conducta de los niños con respecto a la comida revela
mucho más al observador entrenado que una simple "fijación
en la fase oral", con la que se relaciona comúnmente a la
mayoría de los displaceres ante ciertos alimentos y en la cual
el apetito exagerado hasta la gula es la manifestación que más
obviamente la representa. Examinando en detalle la conducta
infantil son notorios también otros elementos por igual de signi-
ficativos. Sobre todo, dado que los desarreglos con respecto a
la alimentación son trastornos del desarrollo 6 relacionados con
fases particulares y con los niveles de desarrollo del ello y
del yo, su observación y discriminación detallada llena a la
perfección el cometido como señal indicadora de los desniveles
de la conducta.
6 Véase el capítulo V.
23
Aún quedan por analizar las manifestaciones dentro del
área de la vestimenta, de la que se puede extraer valiosa orien-
tación. Es bien sabido que el exhibicionismo puede trasladarse
del cuerpo hacia las ropas, apareciendo superficialmente como
una actitud vanidosa. Si está reprimida, la reacción es opuesta
y se manifiesta como negligencia en el vestir. Una sensibilidad
exagerada con respecto al material para vestimenta que es
rígido y "pincha" indica un erotismo reprimido de la piel. En
las niñas, el disgusto ante su anatomía se revela por la manera
con que evitan las ropas femeninas, los volados, los adornos,
o si no, como lo opuesto: un deseo excesivo por ropas osten-
tosas y caras.
Esta multitud de actitudes, atributos y reacciones se ma-
nifiesta abiertamente en la vida diaria del niño, dentro del ho-
gar, en la escuela o en todo lugar que el observador elija. Dado
que cada uno de estos elementos se encuentra relacionado ge-
néticamente con el derivado específico del impulso del cual
se originaron, permiten la deducción de formulaciones directas
partiendo desde la conducta del niño, en relación con los con-
flictos e intereses que juegan un papel central en la parte
oculta de su mente.
De hecho, existe tal cantidad de datos relacionados con la
conducta que pueden utilizarse provechosamente, que los ana-
listas de niños deben evitar la confusión que determinan. Por
un lado este tipo de deducciones no son aptas para su empleo
terapéutico o, para expresarlo con mayor claridad, son inútiles
desde el punto de vista terapéutico. Fundamentar con ellas las
interpretaciones simbólicas, equivaldría a ignorar las defensas
del yo contrapuestas a los contenidos inconscientes; estosig-
nifica incrementar las ansiedades del paciente y endurecer sus
resistencias, para cometer en corto término el error técnico de
omitir la interpretación analítica propiamente dicha.
En segundo lugar, la extensión de este insight no debe
sobrevalorarse. Al lado de elementos de conducta que nos resul-
tan claros, existe una multitud de otras motivaciones que se
derivan, no de una fuente específica e invariable, sino a veces
de uno u otro impulso subyacente sin que estén relacionadas
específicamente con ninguno de ellos. Por consiguiente, sin el
análisis estas formas de conducta no son concluyentes.
El yo bajo observación
24
y el superyó son estructuras conscientes e inequívocas, la obser-
vación superficial se convierte en un instrumento de explora-
ción idóneo que colabora en la investigación de lo profundo.
No existe controversia alguna en cuanto al empleo de la
observación directa, fuera de la sesión analítica, con respecto
a la esfera libre de conflictos del yo, es decir, los distintos apa-
ratos del yo para la percepción y recepción de estímulos. A pesar
de que el resultado de sus funciones es de primordial impor-
tancia para la internalización, identificación y formación del
superyó, por ejemplo, para procesos que son accesibles sola-
mente durante el trabajo analítico, el observador externo puede
medirlos, así como el nivel de maduración que han alcanzado.
Aun más, en lo que respecta a las funciones del yo, el ana-
lista logra similares satisfacciones tanto por medio de la ob-
servación interna como externa de la condición analítica. Por
ejemplo, el control del yo sobre las funciones motrices y el
desarrollo del lenguaje por parte del niño, pueden evaluarse a
través de la simple observación superficial. La memoria se
mide por medio de tests en cuanto a su eficiencia y extensión,
mientras que se requiere la investigación analítica para medir
su dependencia del principio del placer (para recordar lo pla-
centero y olvidar lo desagradable). La integridad o las defi-
ciencias de esta prueba de la realidad se revelan en la conducta.
La función de síntesis, por otra parte, no es aparente y su daño
debe determinarse mediante el análisis, excepto en los casos
de fallas graves y notorias.
La observación directa o superficial y la exploración ana-
lítica o de profundidad se complementan también en relación
con aspectos vitales como las distintas formas de funcionamiento
mental. El descubrimiento de un proceso primario y secunda-
rio (el primero gobierna al mecanismo del sueño y la formación
de síntomas y el segundo el pensamiento consciente y racional)
se debe, por supuesto, a la investigación analítica. Pero una vez
establecidos y descriptos, la diferencia entre ambos procesos
puede determinarse rápidamente, por ejemplo mediante la ob-
servación extraanalítica de niños en su segundo año de vida,
o de púberes y adolescentes con inclinaciones delictivas. En
estas dos situaciones infantiles se pueden observar rápidas al-
ternancias entre estos dos tipos de funcionamiento: en los perío-
dos de calma mental la conducta es gobernada por los procesos
secundarios, pero cuando algún impulso (de satisfacción sexual,
de agresión, de posesión, etc.) se vuelve urgente, son los pro-
cesos primarios de funcionamiento quienes toman el control.
Finalmente, existen campos donde la observación directa,
en contraste con la exploración analítica, es el método de elec-
ción. Las limitaciones al análisis 7 están determinadas, en parte,
25
por los medios de comunicación que se encuentran a dísposición
del niño, y en parte por lo que hay de recuperable en la trans-
ferencia analítica adulta y que puede utilizarse para la re-
construcción de las experiencias infantiles. Aun más importante
que ese enunciado es la carencia de un camino que conduzca
desde el análisis hasta el período preverbal. En años recientes,
la observación directa en esta área ha ampliado el conocimiento
del analista con respecto a la relación madre-hijo y al impacto
que las influencias ambientales producen en el niño durante
su primer año de vida. Es necesario destacar que las variadas
formas de la angustia inicial por la separación se detectaron por
vez primera en los internados, casas cuna, hospitales, etc., y
no en las sesiones analíticas. Estos insights hablan a favor del
método de observación directa. Por otra parte, conviene re-
cordar que los observadores no lograron ninguno de estos ha-
llazgos sino después de haber sido entrenados analíticamente,
y que hechos vitales, como la secuencia del desarrollo de la
libido y los complejos infantiles, a pesar de sus derivados ma-
nifiestos, no fueron detectados por los partidarios de la obser-
vación directa antes de ser reconstruidos a través del trabajo
analítico.
También existen otras áreas, en donde la observación di-
recta, los estudios longitudinales y el análisis de niños trabajan
en estrecha colaboración. Puede obtenerse una mayor cantidad
de información si los cuidadosos registros de la conducta en
la época infantil se comparan posteriormente con los resultados
de la observación analítica del antiguo bebé, ahora infante; o
si el análisis del niño pequeño sirve como introducción para
un estudio longitudinal detallado de la conducta manifiesta.
Constituye otra ventaja el hecho de que en tales experimentos
la aplicación de los dos métodos -el analítico en oposición al
de la observación directa- sirve para determinar su necesaria
evaluación,"
26
11
LAS RELACIONES ENTRE EL ANALISIS DE NI~OS
y EL DE ADULTOS
27
rapéutico al análisis de la resistencia y de la transfe-
rencia y a la interpretación del material inconsciente.
28
repetir experiencias emocionales, que son importantes para el
establecimiento de la transferencia, se complican en el niño por
su marcado interés en experiencias nuevas y en nuevas relacio-
nes objetales. Los procesos de asimilación e integración, de
gran utilidad durante la fase de elaboración, son neutralizados
en el niño por el énfasis puesto por la "adecuación del yo" sobre
mecanismos opuestos tales como la negación, proyección, aisla-
miento y desdoblamiento del yo. La apetencia de gratificar el
impulso -que explica las periódicas oleadas provenientes del
ello y que es indispensable para la producción de material en
general- es tan pronunciada en el niño que se convierte en
un obstáculo y no en una ventaja, durante su análisis. En efecto,
el psicoanálisis de niños recibiría poca ayuda por parte de las
fuerzas curativas, si no fuera por una excepción que restaura
el equilibrio. Por definición y debido a los procesos de madu-
ración, la apetencia por completar el desarrollo es muchísimo
más marcada durante la inmadurez que en ninguna otra etapa
posterior de la vida. En el adulto neurótico, la libido y la agre-
sión, simultáneamente con lascontracatexis oponentes, están
atrapadas en su sintomatología; la energía instintiva nueva, tan
pronto como se produce, es forzada en la misma dirección. Por
el contrario, la incompleta personalidad del niño permanece
en un estado de fluidez. Los síntomas que sirven para solucio-
nar conflictos en un determinado nivel de desarrollo, resultan
completamente inútiles en la fase siguiente y son abandonados.
Las energías libidinal y agresiva están en continuo movimiento
y más fácilmente dispuestas que en los adultos, a circular a
través de los nuevos canales abiertos por la terapia analítica.
Así, donde la patología no es demasiado severa, el analista de
niños con frecuencia se pregunta, después de la satisfactoria
terminación de un tratamiento, hasta qué punto la mejoría es
el resultado de las medidas terapéuticas o en qué medida se
debe a los procesos de maduración y a los progresos espontáneos
del desarrollo.
TECNICA
29
para miciar, continuar o completar el tratamiento; que su
relación con el analista no sea exclusiva, sino que incluya a
los padres, quienes deben sustituir o complementar el yo y
superyó del niño en varios aspectos. Toda descripción del aná-
lisis de niños es aproximadamente sinónimo de los esfuerzos
necesarios para vencer y neutralizar estas dificultades.
30
vital a través de esa conducta infantil. Las palabras, los pen-
samientos y las fantasías, al igual que los sueños, no influyen
de manera directa en la vida real, pero no sucede lo mismo
con las acciones. Tampoco ayudará prometer a los pequeños
pacientes que podrán liberarse de todas las restricciones du-
rante la sesión analítica y, para hablar con la licencia que se
concede en el análisis de adultos, "que harán lo que quieran".
El niño pronto convencerá al analista de que esa libertad no
es factible y que no se puede mantener una promesa de ese tipo.
Otra diferencia entre las dos técnicas surge por sí sola,
diferencia a la cual no se le ha prestado mucha atención. Mien-
tras que las asociaciones libres parecen liberar las fantasías
sexuales, la libertad de acción -aun relativa- actúa de ma-
nera similar con respecto a las tendencias agresivas. Los niños
fundamentalmente realizan el acting out en la transferencia y,
por consiguiente, la agresión o el aspecto agresivo de sus ten-
dencias pregenitales, que los lleva a agredir, golpear, patear,
escupir y provocar al analista. Técnicamente esto crea dificul-
tades, dado que una parte del valioso tiempo del tratamiento
debe dedicarse a controlar la agresión desencadenada por la
tolerancia analítica inicial. Teóricamente esta relación entre el
acting out y la agresión puede originar una idea errónea acerca
de la proporción entre la libido y la agresión infantiles.
Es un hecho indiscutible, por supuesto, que este acting out
que no es interpretado o cuya interpretación no se acepta, no
resulta beneficioso. A pesar de que es una expresión infantil
normal, no conduce a un insight o a cambios internos, aunque
el criterio opuesto, remanente del período catártico del psico-
análisis, haya persistido en el análisis de niños en varios países,
mucho tiempo después de haber sido abandonado en el análisis
de adultos.
Interpretación y verbalización
31
del ello, que se expulsaron de la conciencia en un determinado
momento. Solamente entonces avanza hacia la interpretación
de los elementos que se hallan bajo represión primaria, que
son preverbales, que nunca han formado parte del yo organi-
zado y que no pueden "recordarse" sino solamente revivirse
dentro de la transferencia. Aunque este procedimiento es idén-
tico para niños mayores, difiere en los más pequeños en quie-
nes la proporción entre los elementos del primero y segundo
tipos, y también el orden de su aparición, se encuentra invertida.
, El yo del niño pequeño es el responsable, durante su des-
arrollo, de dominar, por un lado, su orientación en el mundo
exterior y por el otro, los estados emocionales caóticos que
experimenta; y gana sus victorias y progresa a medida que
comprende esas impresiones, las expresa en pensamientos y
palabras, y las somete a procesos de tipo secundario.
Los niños más pequeños concurren al tratamiento analí-
tico con este desarrollo demorado o incompleto debido a ra-
zones variadas. En ellos, el proceso de interpretación propia-
mente dicho está unido a la verbalización de muchos impulsos
de los que serían capaces de tomar conciencia como tales (por
ejemplo, bajo la represión primaria) pero que no han podido
alcanzar aún el estado yoico, la toma de conciencia ni la ela-
boración secundaria.
Anny Katan :(1961) ha señalado la importancia de estas
verbalizaciones en las etapas primarias del desarrollo e insiste
en que la fecha de formación del superyó depende hasta cierto
punto del período en que el pequeño adquiere la capacidad de
sustituir los procesos secundarios del pensamiento por procesos
primarios; que la verbalización es requisito preyio e indispen-
sable para elaborar los procesos secundarios del pensamiento;
que la verbalización de las percepciones del mundo exterior
precede a la del contenido del ámbito interno, y que esto último
a su vez determina la prueba de la realidad y el control del yo
sobre los impulsos del ello. En efecto, el insight del papel que
juega la verbalización en el desarrollo no es, en modo alguno,
nuevo en las técnicas analíticas; S. Freud lo señala cuando
dice: "el hombre que por primera vez lanzó una palabra de
abuso a su enemigo en lugar de una lanza fue el fundador de
la civilización" (1893, pág. 36) ,;,
Mientras que la verbalización como parte de la interpreta-
ción de lo inconsciente reprimido pertenece al análisis de todas
las edades, la verbalización en el sentido señalado más arriba
juega un papel específico en el análisis de niños muy pequeños
o con retraso, detención o deficiencias graves del desarrollo
del yo.
32
Resistencias
33
el aumento de los impulsos de la cercana adolescencia,
el adolescente refuerza sus defensas y por consiguiente
su resistencia al análisis.
5. Que durante el curso de la niñez los métodos más pri-
mitivos de defensa continúan junto a los más elabora-
dos, por lo que la r esist en cia del y o está aumentada en
comparación con el adulto.
6. Que habitualmente el yo del niño se une a sus resis-
tencias, y así tiende a desertar del análisis, sobre todo
en aquellas etapas en que aumentan las presiones desde
el material inconsciente o por transferencia negativa
intensa, y lo lograría si no fuera por la decisión y el
apoyo de los padres.
7. Que la necesidad de sobrepasar y rechazar el pasado es
más intensa durante algunas etapas del desarrollo y en-
tonces sus resistencias al análisis fluctúan en concor-
dancia. Un ejemplo es la fase de transición entre el pe-
ríodo edípico y el de latencia. De acuerdo con las impo-
siciones del desarrollo, el pasado infantil se clausura en
este punto, se le vuelve la espalda y queda cubierto
por la amnesia; pero según las reglas del análisis, debe
mantenerse la comunicación con el pasado. De aquí el
choque entre estos dos objetivos. Para el niño neurótico
o con trastornos de otro tipo la necesidad de tratamiento
no disminuye durante esta etapa, pero sí su deseo de
continuarlo.
Lo mismo sucede durante la adolescencia, cuando
el adolescente necesita separarse de los objetos de su
infancia, mientras que el análisis promueve la revivi-
ficación de las relaciones objetales en la transferencia.
El paciente lo experimenta como una amenaza especial
y con frecuencia determina la interrupción abrupta del
tratamiento.
8. Que todos los niños tienden a externalizar los conflictos
internos en batallas con el ambiente, y por ello prefie-
ren las soluciones ambientales a los cambios internos.
Cuando esta defensa predomina, el niño manifiesta una
renuencia absoluta a someterse al análisis, actitud que
a menudo se confunde con una "transferencia negativa"
y que (sin éxito) es interpretado como tal.
34
Transferencia
35
a) que todo lo que sucede en la estructura de la personali-
dad de un paciente puede analizarse según sus rela-
ciones objetales con el analista;
b) que todos los niveles de las relaciones objetales son
igualmente accesibles a la interpretación, a los que
puede modificar hasta idéntica medida;
e) que la única función de las figuras ambientales es la
de recibir las catexis libidinales y agresivas.
36
esta necesidad es parte integrante de su relación con el ana-
lista, por lo general está al servicio de la función de resistencia.
37
las falsas mejorías transfer enciales. En su ma, la pregenit alidad
y las tendencias preed ípicas intr oducen en la relación de trans-
f eren cia una gama com plet a de elementos cuasi "resistentes" y
negativos. Por otro lado est án los el ement os benefic iosos que
aportan la aparición de transferencias de la constancia objetal
y las actitudes que pertenecen al complejo de Edipo positivo
y negativo, coordinados con el logro alcanzado por el y o de
autoobservación, insight y funcionamiento de los procesos se -
cundarios. Todo esto consolida la alianza t erapéutica con el
analista, ayudándola a soportar las vicisitudes del tratamiento.
De acuerdo con el razonamiento anterior, los elementos
preedípicos de la transferencia deben interpretarse antes que los
edípicos, lo que quizá se considere como una variación de la
técnica inicial de F r eud, que recomendaba an alizar la transfe-
rencia en el punto en que es empleada con propósitos de re-
sistencia. Este criterio es válido, p or supuesto, t an t o para el
análisis de niños como de adultos.
Para el analista de niños, esta situación explica algunas
de las dificultades t écnicas que se presentan con los más pe-
queños antes de que hayan alcanzado el nivel fálico-edípico , y
con los mayores cuyo desarrollo se ha detenido (en contraste
con las regresiones) en uno de los niveles preedípicos. Ninguno
de estos niños responderá a un método basado en la coopera-
ción voluntaria con el analista, es decir, actitudes que aún n o
han adquirido y, por lo t ant o, d et er min an para su beneficio
la introducción de modificaciones en la técnica. En este aspecto
mucho se ha aprendido del tratamiento de los niños que han
soportado intensas privaciones, que han carecido de hogar y
del cariño maternal y de los que han estado confinados en los
campos de concentración. Los pacientes que no alcanzaron nun-
ca la constancia objetal en sus relaciones demostraron ser in-
capaces de establecer alianzas firmes y perdurables en la trans-
ferenciacon sus analistas (vé ase Edith Ludowyk Gyomroi, 1963) .
38
libertad de pensamiento, de fantasía y acción (esta última den-
tro de ciertos límites), se convierte en el representante del
ello del paciente, con todas las inferencias positivas Y- negativas
que se derivan en su mutua relación. En tanto que verbaliza y
ayuda al niño en su lucha contra la ansiedad, se convierte en
un yo auXiliar, al que se aferra el pequeño para protegerse. De-
bido a que es un adulto, el niño considera y también trata al
analista como si fuera un superyó externo, es decir, paradóji-
camente como el juez moral de los mismos derivados instintivos
que se han liberado gracias a sus esfuerzos.
El niño de este modo re-escenifica sus conflictos internos
(intersistémicos) en batallas externas con el analista, procedi-
miento que provee material de gran utilidad. Sería erróneo in-
terpretar estas externalizaciones como relaciones objetales den-
tro de la transferencia, aunque originalmente todos los conflic-
tos dentro de la estructura se producen en las relaciones más
tempranas. En el curso del tratamiento, no obstante, su impor-
tanciaconsiste en que revelan lo que sucede en el mundo interno
del niño, en la relación entre sus diversas actuaciones internas,
opuestas a sus relaciones emocionales con los objetos del mundo
exterior.
El analista de adultos también está familiarizado con el
mecanismo de externalización de los conflictos intersistémicos
e intrasistémicos de sus pacientes. Pacientes con neurosis obse-
sivas severas escenifican querellas entre sí y su analista, provo-
cadas por asuntos sin importancia, para escapar de las indeci-
siones internas penosas originadas por su ambivalencia. Los
conflictos entre las tendencias activas y pasivas, masculinas y
femeninas, se externalizan cuando el paciente atribuye al ana-
lista la preferencia por una de las dos posibles soluciones y
lo combate como si fuera el representante de aquélla. En el
análisis de los adictos a las drogas, el analista representa al
mismo tiempo oen rápida sucesión, sea el objeto deseado ar-
dientemente, es decir, la droga misma, sea el yo auxiliar cuya
ayuda se requiere para luchar contra la droga. El rol del ana-
lista como yo auxiliar es bien conocido también en relación
con el tratamiento de pacientes al borde de la esquizofrenia.
Un paciente confuso, asustado por sus propias fantasías para-
noídes empleará la presencia del analista para fortalecer su salud
mental. El tono de la voz del analista, las palabras utilizadas
en un interpretación (antes que el contenido) pueden determi-
nar que los procesos primarios del pensamiento se desvanezcan
en el olvido. Estos pacientes se aferran al analista como a un
yo externo, pero esta situación es completamente diferente del
apego del paciente histérico que desea al analista como el objeto
de su pasión.
Entendida de esta manera, la externalización es una sub-
especie de la transferencia. Tratada como tal en las interpreta-
39
ciones y mantenida al margen de la transferencia propiamente
dicha, es una valiosa fuente de insight dentro de la estructura
psíquica.
40
La dependencia como un factor en el análisis de adultos
41
respecta al nivel de su desarrollo, a la etiopatogenia y al tra-
tamiento.
Con respecto al nivel de desarrollo del paciente, es decir,
los pasos dados para alcanzar su individualidad, es necesario
que el analista se informe sobre cuáles son los aspectos vitales
en que el niño depende de los padres y hasta qué punto los ha
superado. Podemos evaluar aproximadamente si el estado de
su dependencia, o independencia, está en relación con su edad
cronológica a través de los siguientes servicios que el niño
requiere consecutivamente de sus padres:
- para la unión narcisista con una figura materna a una
edad en que no puede distinguirse a sí mismo del medio;
- para emplear la capacidad de los padres en comprender
y manipular las condiciones externas de tal manera que
pueda satisfacer las necesidades corporales y - los deri-
vados instintivos;
- como figuras en el mundo externo a las que puede vincu-
lar su libido narcisista inicial y donde ésta puede con-
vertirse en libido objetal; ..
- para que actúen como agentes limitadores de la satis-
facción de los impulsos, y en consecuencia, iniciando el
control del ello por medio de su propio yo;
para -pr oveer los patrones de identificación que el niño
necesita para la construcción de una estructura inde-
pendiente.
Con respecto al rol de los padres en la causación de enfer-
medades, el analista de niños debe tener gran cuidado para
que las apariencias superficiales no lo desorienten y sobre todo
para no confundir los efectos de la anormalidad infantil sobre
la madre, con la influencia patógena de la madre sobre el nífio."
El método más seguro y laborioso para evaluar estas interac-
ciones es el análisis simultáneo de los padres con sus hijos.t?
De estos análisis surge un número de hallazgos concernientes
a las relaciones patógenas entre padres e hijos, tales como las
siguientes:
Existen padres cuyo apego al hijo depende de que el niño
represente una figura idealizada de sí mismos o una figura de
su pasado. Para retener el amor de los padres en estas condi-
ciones, el niño permite que su personalidad sea moldeada de
acuerdo con patrones que no son los propios y queconflictúan,
o no toman en cuenta sus propias potencialidades innatas.
42
\
43
de tratar con los padres varían ampliamente desde excluirlos
por completo de la intimidad del tratamiento, mantenerlos in-
formados, permitirles participar en las sesiones (en los casos
de niños muy pequeños), tratarlos o analizarlos de modo simul-
táneo aunque separadamente del hijo, hasta llegar al extremo
opuesto de tratarlos a ellos solos debido a los trastornos del
niño, en vez de analizar a éste.
44
de ánimo desde la elación a la depresión; en el empleo que
hace el paciente de los elementos ambientales para acomodar-
los o alimentar sus fantasías inconscientes; en sus proyeccio-
nes, que convierten en perseguidores a las personas incapaces
de hacer daño, indiferentes o benévolas; en la distorsión de la
imagen del analista que sirve a los propósitos de una transfe-
rencia irracional y a veces delirante (Little, 1958), etc. Es es-
pecialmente esta última la que explica la predisposición del
analista a creer que también durante la niñez del paciente ope-
ran fuerzas similares y que los responsables del origen de su
enfermedad son los factores internos y no los externos.
En suma, el analista de adultos cree firmemente en la
realidad psíquica en oposición a la realidad externa. Si acaso,
está demasiado dispuesto durante el tratamiento a conside-
rar los hechos corrientes como resistencias y transferencias y,
por consiguiente, a desestimar su valor como componentes de
la realidad.
Para el analista de niños, por otra parte, todas las indica-
ciones señalan la dirección opuesta, atestiguando sobre la po-
derosa influencia del ambiente. En el tratamiento, especial-
mente los más pequeños revelan hasta qué punto se encuentran
dominados por el mundo objetal, es decir, la medida en que el
ambiente llega a influir para determinar su conducta y su pa-
tología, tales como las actitudes protectoras o de rechazo, ca-
riñosas o indiferentes, críticas o de admiración por los padres,
así como la armonía o la discordia en la vida matrimonial de
los progenitores. El juego simbólico del niño durante la sesión
analítica no comunica sólo sus fantasías internas; también es su
forma simultánea de comunicar los hechos familiares habitua-
les, como las relaciones sexuales entre los padres, sus desacuer-
dos y peleas, sus actos frustrantes o que provocan ansiedad,
sus anormalidades y expresiones patológicas. El analista de
niños que toma en cuenta sólo el mundo interno de su paciente
corre el riesgo de fracasar al interpretar en las comunicaciones
del pequeño, la actividad relacionada con sus circunstancias
ambientales, que en esa etapa vital es igualmente importante."
Pero a pesar de que las pruebas acumuladas evidencian
que las circunstancias ambientales desfavorables desembocan
en resultados patológicos, nada debería convencer al analista
de niños de que las modificaciones de la realidad externa pue-
den lograr la curación, con excepción quizá cuando se trate de
45
pacientes que cursan los períodos más tempranos de la infancia.
Esta creencia significaría que los factores externos por sí mis-
mos pueden ser agentes patógenos y que podría desestimarse
su interacción con los factores internos. Esta consideración es
opuesta a la experiencia del analista. Todas las investigaciones
psícoanalít ícas demuestran que los factores patogénicos actúan
desde ambos lados y que una vez entremezclados, los procesos
patológicos impregnan la estructura de la personalidad y sólo
pueden extraerse por medio de las medidas te apéuticas que
tienen efecto sobre la estructura.
Mientras que los analistas de adultos deben recordarse a sí
mismos las causas externas frustrantes que precipitaron los
trastornos del paciente, para no encandilarse con las fuerzas
del mundo interior, el analista de niños ha de recordar que los
factores nocivos externos que pueblan su criterio, adquieren
significación patológica cuando interactúan con la disposición
innata y adquirida y con las actitudes internalizadas de natu-
raleza Iibidinal y yoica.
Ambos procedimientos, el análisis de adultos y el de niños
tomados en conjunto, pueden ayudar a mantener la perspectiva
equilibrada, requerida en la fórmula etiológica de Freud de la
escala variable de influencias internas y externas: que existen
personas cuya "constitución sexual no habría producido la neu-
rosis sin la intervención de influencias nocivas, y estas influen-
cias no habrían sido seguidas de un efecto traumático si las
condiciones de la libido hubieran sido diferentes" (S. Freud,
1916-1917, Obras Completas, vol. II).
A pesar de sus convicciones teóricas, los analistas de niños
están siempre tentados a explorar la extensión en que actúa,
la ecuación etiológica, es decir, a probar si existen límites cuan-
titativos más allá de los cuales la influencia patógena puede
considerarse unilateral. Estas investigaciones pueden llevarse
a cabo si se seleccionan para el análisis niños situados en los
dos extremos de la escala etiológica, es decir, aquellos en quie-
nes el daño determinado por el factor congénito o el ambiental
es de carácter masivo. Los individuos que pertenecen al primer
grupo manifiestan importantes contraindicaciones innatas para
el desarrollo normal, tales como severas carencias de naturaleza
física o sensorial (ceguera, sordera, deformaciones, etc.); los
que integran el otro grupo son niños severamente traumatiza-
dos,con padres psicóticos, huérfanos o criados en instituciones,
es decir aquellos cuyas condiciones complejas externas para su
desarrollo normal no existieron. Pero hasta ahora, el material
obtenido de estos casos tampoco ofrece un cuadro clínico que
haya sido determinado por un solo tipo de factores. Aunque
ciertas formaciones patológicas son inevitables cuando las in-
fluencias patogénicas tanto internas como externas alcanzan tal
46
magnitud, su variedad y las detalladas características de las
personalidades infantiles dependen, como en los casos menos
graves, de la interacción entre los dos factores, es decir, de la
manera en que reacciona una constitución particular frente a
determinada serie de circunstancias externas.
47
111
LA EVALUACION DE LA NORMALIDAD EN LA NI~EZ
49
normalidad, excepto de manera marginal, en cuanto se refiere
al funcionamiento (en el amor, el sexo y en el buen rendi-
miento en el trabajo ). En contraste, el analista de niños que
considera el desarrollo progresivo como la función más esencial
de un inmaduro, está profunda y centralmente comprometido
con la integridad o el trastorno, es decir, la normalidad o anor-
malidad de este proceso vital. x
50
puede comenzar a dejarlo durante cortos períodos para tomarse
un descanso o para atender al esposo, a los hijos mayores, a sus
propios padres, etc.? ¿Cuáles son las ventajas de amamantarlo
comparadas con la alimentación a biberón o de la alimentación
según la solicite el apetito del niño frente al sistema de horarios
rígidos de comidas? ¿Cuál es la mejor edad para comenzar el
entrenamiento del control de esfínteres? ¿A qué edad es bene-
ficiosa la inclusión de otros adultos o niños como compañeros de
juegos? ¿Cuál es la edad adecuada para su ingreso al jardín de
infantes? Si se requiere una intervención quirúrgica (h er nia,
circuncisión, amigdalectomía, etc.) y si existe la posibilidad de
elegir el momento, ¿es mejor llevarla a cabo cuando el niño es
muy pequeño o ya mayorcito? ¿Qué tipo de escuela (formal o
informal) es más adecuada para qué tipo de niño? ¿Cuándo
debe comenzar su educación sexual? ¿Existen edades determi-
nadas para tolerar con mayor facilidad el nacimiento de un
hermano? ¿Qué actitud tomar frente a sus actividades auto-
eróticas? ¿Debe permitírsele el chupeteo del dedo, la mastur-
bación, etc., sin control y sería válida la misma actitud en re-
lación con los juegos sexuales infantiles? ¿Debe permitirse li-
bremente la expresión de agresión? ¿Cuándo y de qué manera
debe informarse al niño adoptivo de su adopción? y en este caso
¿se les debe hablar de sus padres verdaderos? ¿Cuáles son las
ventajas y desventajas de las escuelas para alumnos externos
e internos? Y finalmente, ¿existe un momento específico du-
rante el proceso de la adolescencia en el que sea conveniente
para el joven "alejarse" (Anny Katan, 1937) de su hogar co-
rrespondiendo al distanciamiento emocional de sus padres?
Frente a cualquiera de estas preguntas, aun las que en
apariencia son más simples, la reacción del analista tiene un
doble carácter. Como resulta obvio, no basta con señalar que
no existen respuestas generales aplicables para todos los niños,
sino solamente respuestas particulares que se adaptan a un
niño específico; ni tampoco que no pueden basarse tales res-
puestas en la edad cronológica, dado que los niños difieren tanto
en la rapidez de su crecimiento emocional y social como en el
momento en que empiezan a sentarse, caminar, hablar, etc., y
en sus edades mentales; o incluso que no es suficiente evaluar
el nivel del desarrollo del niño cuya conducta es consultada.
Consideraciones de este tipo constituyen sólo una parte de su
tarea y quizá sea la más simple. La otra parte, no menos esen-
cial, consiste en la evaluación del significado psicológico de la
experiencia o de las exigencias a las que los padres intentan
som eter al niño.
Mientras los padres consideran sus planes a la luz de la
razón, la lógica y las necesidades prácticas, el niño los expe-
rimenta según su realidad psíquica, es decir de acuerdo con los
complejos, afectos, ansiedades y fantasías que esos mismos pla-
51
nes origman y que corresponden a las distintas fases de su
desarrollo. La tarea del analista consiste, por consiguiente, en
señalar a los padres las discrepancias que existen entre la in-
terpretación del adulto y la que hace el niño de estos hechos,
explicándoles las formas y niveles específicos de funcionamiento
que son característicos de la mentalidad infantil.
52
llamadas "teorías sexuales infantiles" de insem inación a través
de la boca (como en los cuentos), el nacimient o a través del
ano, la castración de la mujer durante las r elacion es sexua-
les, etcétera.
En tercer lugar, están todas aquellas circunstancias en
donde la falta de comprensión por parte del niño está basada
no en su carencia absoluta de razonamiento, sino más bien en
la relativa debilidad de los procesos secundarios del pensa-
miento cuando se comparan con la intensidad de los impulsos
y las fantasías . Un niño pequeño, después del segundo afio de
vida, puede entender muy bien, por ejemplo, la importancia
de los hechos médicos, reconocer el rol beneficioso del médico
o del cirujano, la necesidad de tomar las medicinas al margen
de su sabor desagradable, de respetar ciertos regímenes die-
téticos o hacer reposo en cama, etc. Sólo que no podemos esperar
que se mantenga esta comprensión. A medida que la visita
del médico o la operación se acercan, la razón naufraga y la
mente del niño se inunda de fantasías de mutilación,castra-
ción, asalto violento, etc. El hecho de que deba permanecer en
cama se convierte en prisión, la dieta en una privación oral
intolerable; los padres que permiten que sucedan todas esas
cosas desagradables (en su presencia o ausencia) cesan de ser
figuras protectoras y se convierten en hostiles, contra las cuales
el niño descarga su hostilidad, enojo o agresión.'
Finalmente, existen algunas diferencias básicas y significa-
tivas entre el funcionamiento de la mente infantil y la del
adulto. Menciono como la más representativa la diferente eva-
luación del tiempo en las distintas edades. El sentido de la du-
ración del tiempo, largo o corto, de un determinado período,
parece depender de que la medida se tome por medio del fun-
cionamiento del ello o del yo. Los impulsos del ello, por defi-
nición, no toleran la demora ni la espera; estas últimas actitudes
son introducidas por el yo y, entre ellas, postergar la acción
(por interpolación de los procesos del pensamiento) es tan ca-
racterística como la urgencia de gratificación para el ello. La
manera como el niño experimente un período determinado
dependerá, por consiguiente, no sólo de su duración real medida
objetivamente por el adulto con el calendario y el reloj, sino
de las relaciones subjetivas internas del ello o del yo sobre el
dominio de su funcionamiento. Estos últimos factores decidirán
si los intervalos fijados con respecto a la alimentación, la au-
sencia de la madre, la duración de la asistencia al jardín de
infantes, la hospitalización, etc., le parezcan cortos o largos,
tolerables o intolerables, resultando por lo tanto nocivos o in 0-
fensivoscon respecto a sus consecuencias.
53
El egocentrismo, la inmadurez de la vida sexual, la prepon-
derancia de los derivados del ello sobre las respuestas del yo,
la diferente evaluación del tiempo son características de la
mente in fan til que pueden explicar muchas de las insensibili-
dades aparentes de los padres, por ejemplo su dificultad para
trasladar los hechos externos a experiencias internas. En con-
secuencia, la información de los padres sobre los antecedentes
del niño en las entrevistas diagnósticas es superficial y enga-
. ñosa. Los informes pueden contener explicaciones acerca "d e
una batalla en relación con la alimentación de pecho que duró
poco tiempo"; "del rechazo inicial del niño en el segundo año
de vida, de un sustituto de la madre durante la enfermedad de
ésta"; o del niño "que desconoció a la madre momentáneamente
cuando ésta retornó de la maternidad con el nuevo bebé"; de la
"pasajera infelicidad del niño en el hospital", etcétera,"
Se requiere toda la ingenuidad del diagnosticador y algunas
veces un período de tratamiento analítico para poder recons-
truir, desde las descripciones, los conflictos dinámicos que yacen
detrás del cuadro clínico superficial y que a menudo son los
responsables del cambio de curso de la vida emocional infantil,
desde la relación positiva, el cariño normal hacia los padres, al
retraimiento, el resentimiento y la hostilidad; del sentimiento de
haber sido altamente apreciado al de ser rechazado como un
objeto sin valor alguno, etcétera.
54
corresponden de manera aproximada con edades específicas.
En relación con los impulsos agresivos somos menos precisos
y por lo general nos contentamos con correlacionar las expre-
siones agresivas específicas con las fases específicas de la libido
(tales como morder, escupir y devorar con la- fase oral; las
torturas sádicas, golpear, patear, destruir con la fase anal; la
conducta arrogante, dominante con la fase fálica; la falta de
consideración, la crueldad mental, las explosiones asociales con
la adolescencia, etc.) . Del lado del yo, las conocidas fases y
niveles del sentido de la realidad en la cronología de la activi-
dad defensiva y en el crecimiento del sentido moral, establecen
una norma. Los psicólogos miden y clasifican las funciones
intelectuales por medio de escalas de distribución relacionadas
con la edad, en los diferentes tests de inteligencia.
No hay duda de que necesitamos para realizar nuestras
evaluaciones algo más que estas escalas seleccionadas del des-
arrollo que son válidas solamente para aspectos aislados de la
personalidad del niño y no para su totalidad. Lo que buscamos
es la interacción básica entre el ello y el yo y sus dIstmtos m ':
veIes-dé- de sarrolio', ' y también las secuencias de fas mismas dE
acuerdo con la edad que"en importancia, frecuencia y regula-
ridad son comparables con las secuencias de maduración del
desarrollo de la libido o el gradual desenvolvimiento de las
funciones del yo. Naturalmente, es.tas secuenci?s d e ~
entre los dos aspectos de la personalidad pueden determinarse
si ambos son bien conocidos, como sucede por ejemplo en re-
lación con las fases de la libido y las expresiones agresivas del
ello y las correspondientes actitudes de relaciones objetales del
yo . Así podemos rastrear las combinaciones que conducen desde
la completa dependencia emocional del niño hasta la compa-
rativa autesuñciencia, madurez sexual y de relaciones objetales
del adulto, una línea graduada de desarrollo que provee la base
indispensable para la evaluación de la madurez o inmadurez
emocional, la normalidad o la anormalidad.
Aunque quizá son más difíciles de establecer, existen líneas
similares de desarrollo cuya validez puede demostrarse para
casi todos los campos de la personalidad individual. En cada
caso trazan el gradual crecimiento del niño desde las actitudes
dependientes, irracionales, determinadas por el ello y los ob-
jetos hacia un mayor control del mundo int er no y del externo
por el yo. Estas líneas, a las que contribuyen el desarrollo del
ello y del yo conducen, por ejemplo, desde las experiencias del
lact an t e con la amamantación y el destete, hasta la actitud ra-
cional, antes que emotiva, del adulto hacia la alimentación ;
desde el entrenamiento del control esfinteriano impuesto al
n iño por las presiones ambientales, hasta el control más o
menos integrado y establecido del adulto; desde la fase en que
55
el niño comparte la posesión de su cuerpo con la madre hasta
la exigencia del adolescente de su independencia y propia deter-
minación en cuanto a la disposición de su cuerpo; desde el
concepto infantil egocentrista del mundo y de los otros seres
humanos hasta el desarrollo de sentimientos de empatía, mu-
tualidad y compañerismo con los otros niños; desde los primeros
juegos de carácter erótico con su propio cuerpo y con el cuerpo
de su madre a través de los objetos de transición (Winnicott,
1953) hasta los juguetes, los juegos, los hobbies y finalmente
hacia el trabajo, etcétera.
Cualquiera que sea el nivel alcanzado por el niño en algunos
de estos aspectos, representa el resultado de la interacción
entre el desarrollo de los impulsos y el desarrollo del yo, del
superyó y de sus reacciones frente a las influencias del medio,
es decir, entre los procesos de maduración, adaptación y estruc-
turación. Lejos de constituir aDsiracclOnes t eón cas, as 1:ñeaS
del desarrollo en el sentido que aquí se les atribuye, son reali-
dades históricas que en conjunto proporcionan un cuadro con-
vincente de los logros de un determinado niño o, por otro lado,
de los fracasos en el desarrollo de su personalidad.
56
basada en la urgencia de las necesidades somáticas del
niño y en los derivados de los impulsos, y que es in ter-
mitente y fluctuante, dado que la catexis del objeto
se libera bajo el impacto de deseos imperiosos y es vuelta
a retraer tan pronto como se los ha satisfecho;
3. la etapa de constancia objetal, que permite el mante-
nimiento de una imagen interna y positiva del objeto,
independiente de la satisfacción o no de los impulso~;
4. la relación ambivalente de la fase preedípica sádico-
anal, caracterizada por las actitudes del yo de depender,
torturar, dominar y controlar los objetos amados;
5. la fase fálico-edípica completamente centralizada en el
objeto, caracterizada por una actitud posesiva hacia el
progenitor del sexo contrario (o viceversa), celos por
rivalidad hacia el progenitor del mismo sexo, tendencia
a proteger, curiosidad, deseo de ser admirado y actitudes
exhibicionistas ; en las niñas la relación fálico-edípica
(masculina) hacia la madre precede a la relación edí-
pica con el padre;
6. el período de latencia, es decir, la disminución postedí-
pica de la urgencia de los impulsos y la transferencia
de la libido desde la figura paterna hacia sus compañe-
ros, grupos comunitarios, maestros, líderes, ideales im-
personales e intereses de objetivo sublimado e inhibido,
con fantasías que demuestran la desilusión y denigra-
ción a su respecto ("r om an ce familiar" , fantasías equi-
valentes, etcétera);
7. el preludio preadolescente de la "rebeldía de la adoles-
cencia", es decir, el retorno a conductas y actitudes an-
teriores, especialmente del objeto parcial, de la satisfac-
ción de las necesidades y del tipo ambivalente;
8. la lucha del adolescente por negar, contrarrestar, aflojar
y cambiar los vínculos con sus objetos infantiles, defen-
diéndose contra los impulsos pregenitales y finalmente
estableciendo la supremacía genital con la catexis Iíbí-
dinal transferida a los objetos del sexo opuesto, fuera
del círculo familiar.
57
de desarrollo será suficiente para demostrar de manera convin-
cente la razón de reacciones comunes a las respectivas conse-
cuencias patológicas frente a hechos tan variados como lo de-
muestra la experiencia y que están relacionados con las reali-
dades psíquicas variables del niño en los diferentes niveles.
Las interferencias con el vínculo biológico de la relación madre-
hijo (fase 1), debidas a cualquier motivo, darán lugar a una
separación de la ansiedad propiamente dicha (Bowlby, 1960) ;
la incapacidad de la madre para cumplir con su rol como orga-
nismo estable para la satisfacción de necesidades y para brindar
confort (fase 2) determinará trastornos en el proceso de indi-
viduación (MahIer, 1952) o una depresión anaclítica (Spitz,
1946) u otras manifestaciones carenciales (Alpert, 1959) o el
precoz desarrollo del yo (James, 1960) o lo que se ha denomi-
nado un "falso yo" (Winnicott, 1955). Las relaciones libidinales
insatisfactorias con objetos inestables o por cualquier razón
inadecuados durante la fase de sadismo anal (fase 4) trastor-
narán la fusión equilibrada entre la libido y la agresión y darán
origen a una agresividad, una destrucción, etc., incontrolables
(A. Freud, 1949). Es solamente después que se ha alcanzado
la constancia objetal (fase 3) que la ausencia externa del objeto
se sustituye, al menos en parte, con la presencia de una imagen
interna que permanece estable; para fortalecer esta determi-
nación pueden extenderse las separaciones temporales, en pro-
porción al progreso de la constancia objetal, Por consiguiente,
aun cuando sea imposible señalar la edad cronológica en que
pueden tolerarse las separaciones, aquélla puede establecerse
de acuerdo con la línea del desarrollo cuando las separaciones
se adecuen al yo y no sean traumáticas, un punto de importancia
práctica en relación con las vacaciones de los padres, la hos-
pitalización del niño, la convalecencia, el ingreso al jardín de
infantes, etcétera."
También hemos aprendido otras lecciones de carácter prác-
tico gracias a esta secuencia del desarrollo, tales como las si-
guientes:
- que la actitud de marcado apego durante el segundo
año de la vida (fase 4) es el resultado de la ambivalencia pre-
ed ípica, y no de los exagerados mimos maternales;
- que no es realista, por parte de los padres, esperar du-
rante el período preedípico (h asta el final de la fase 4) las
relaciones objetales mutuas que pertenecen sólo al siguiente
n ivel de desarrollo (fase 5) ;
58
- que ningún niño se puede integrar completamente con
un grupo hasta que la libido se haya transferido desde los pa-
dres a la comunidad (fase 6). Cuando la resolución del complejo
de Edipo se demora y la fase 5 se prolonga como resultado de
una neurosis infantil, serán comunes los trastornos de adap-
tación al grupo, la pérdida de interés, las fobias escolares (es-
colaridad diurna) y la extrema añoranza del hogar (alumnos
internos) ;
- que las reacciones en relación con la adopción son más
severas durante la última parte del período de latencia (fase
6) cuando, de acuerdo con el proceso de desilusión normal de
los padres, todos los niños sienten como si fueran adoptados y
las emociones relacionadas con la adopción real se mezclan
con la presencia del "romance familiar";
- que las sublimaciones vislumbradas en el nivel edípico
(fase 5) y desarrolladas durante el período de latencia (fase 6)
pueden desaparecer en la preadolescencia (fase 7) no a través
de trastornos del desarrollo o de la educación, sino debido a
la fase que corresponde a la regresión hacia niveles anteriores
(fases 2, 3 Y 4);
- que es tan antirreal por parte de los padres oponerse a
la liberación del vínculo existente con la familia o a la lucha
contra los impulsos pregenitales del adolescente (fase 8) como
quebrar el vínculo biológico durante la fase 1 u oponerse a las
manifestaciones autoeróticas pregenitales durante las fases 1, 2,
3, 4 Y 7.
59
tales. Las únicas excepciones a esta regla son las gratificaciones
autoeróticas que desde el principio están bajo su control y, por
consiguiente, le conceden una independencia limitada del mundo
objetal. Contrapuestos, como lo demostraremos más adelante, se
encuentran los procesos de la alimentación, del sueño, de la eva-
cuación, de la higiene corporal y de la prevención de daño o
enfermedad, procesos que deben sufrir un complicado y largo
desarrollo antes de convertirse de interés propio del individuo
en crecimiento.
60
desplazado hacia el problema de los modales en la mesa;
las comidas como un campo de batalla general en el
que tienen lugar las dificultades de la relación madre-
hijo; el deseo ardiente por caramelos como una fase sus-
titutiva adecuada para los placeres orales ; el rechazo de
ciertos alimentos como resultado del entrenamiento anal,
es decir, de la recientemente adquirida formación reac-
tiva de disgusto;
5. la desaparición gradual de la razón comida-madre en el
período edípico. Las actitudes irracionales hacia la co-
mida son determinadas ahora por las teorías sexuales
infantiles, es decir, las fantasías de la inseminación a
través de la boca (el temor de ser envenenado), del em-
barazo (el temor de engordar), de los partos anales (te-
mor de ingestión y evacuación), así como por formacio-
nes reactivas contra el canibalismo y el sadismo;
6. la gradual desaparición de la sexualización de la comida
durante el período de latencia, con abstención o con el
aumento del placer que acompaña al acto de comer. Al
aumentar las actitudes racionales hacia la comida y la
propia determinación en todo lo que a ella concierne,
son decisivas las primeras experiencias en esta línea
de desarrollo para determinar los hábitos de la alimen-
tación adulta, los gustos, preferencias, así como las adic-
ciones ocasionales o las aversiones relacionadas con la
comida y la bebida.
61
el hospital, en la escuela o de visita, sin que esto varíe en modo
alguno las dificultades en el hogar a este respecto cuando la
madre está presente. También esta observación explica la razón
de que las separaciones traumáticas de la madre sean seguidas
a menudo por rechazos del alimento (rechazo del sustituto ma-
terno) o por excesos alimentarios (cuando el niño considera a
la comida como un sustituto del cariño maternal).
Los trastornos de la alim entación de la fase 5 que no están
relacionados con objetos externos pero que se originan en con-
flictos estructurales internos, no se afectan por la presencia .
o ausencia física de la madre, hecho que puede utilizarse para
establecer el diagnóstico diferencial.
Después de la fase 6, cuando la personalidad madura es
la responsable de la alimentación, las dificultades previas con
la madre pueden ser reemplazadas por un desacuerdo interno
entre el deseo manifiesto de comer y la incapacidad inconscien-
temente determinada de tolerar ciertas comidas, es decir los
diversos trastornos digestivos y el disgusto por ciertos alimen-
tos, de carácter neurótico.
62
,.
tectizados con la libido y como se consideran objetos
preciosos, el niño les otorga un carácter de "regalo" que
entrega a la madre como un signo de amor; puesto que
reciben también una carga agresiva, constituyen ins-
trumentos por medio de los cuales se descargan las
desilusiones, la rabia y la agresión en las relaciones
con los objetos. En correspondencia con esta doble carga
de estos productos, la actividad del niño hacia el mundo
objetal, alrededor del segundo año de la vida, está do-
minada por la ambivalencia, es decir, por violentas fluc-
tuaciones entre el amor y el odio (libido y agresión no
. fusionadas entre sí). Este hecho está equiparado con
respecto al yo por la curiosidad dirigida hacia el interior
del organismo, por el placer en la suciedad y el desorden,
en modelar, en los juegos de retención como vaciar y
llenar, acumular objetos así como dominar, poseer, des-
truir, etc. Mientras que las tendencias observadas du-
rante esta fase son bastante uniformes, los hechos reales
varían de acuerdo con la actitud de la madre. Si man-
tiene su sensibilidad con respecto a las necesidades del
niño con las que está tan identificada como en lo refe-
rente a la alimentación, entonces podrá mediar hábil-
mente entre las exigencias higiénicas del medio y las
tendencias uretrales o anales opuestas de su niño; en este
caso el entrenamiento del control esfinteriano progresará
gradualmente, con tranquilidad y sin trastornos. Por
otra parte, establecer esta empatía con el niño durante
la fase anal puede ser imposible para la madre debido
a su propio control de esfínteres, sus formaciones reac-
tivas de disgusto, la tendencia al orden, la minuciosidad
u otros elementos obsesivos en su personalidad. Si estos
elementos la dominan, la madre impondrá las exigencias
para el control esfinteriano de manera severa y sin
concesiones, dando origen al comienzo . de una batalla
en la que el niño está tan determinado a defender su
derecho a evacuar caundo lo desee, como la m adre en
entrenarlo para que logre la limpieza y la regularidad,
es decir, los rudimentos sine qu a non de la sociali-
zación.
3. En una tercera fase, el niño acepta e incorpora las acti-
tudes de la madre y el ambiente con respecto al entre-
namiento esfinteriano convirtiéndolas por medio de iden-
tificaciones, en una parte integral de las exigencias de
su yo y superyó; desde ese momento en adelante el
control de esfínteres será un precepto interno y se crea-
rán barreras internas contra los deseos uretrales y ana-
les a través de la actividad defensiva del yo en las for-
63
mas familiares bien conocidas de represión y forma-
ciones reactivas. La repugnancia, el orden, el aseo, el
disgusto por las manos sucias, etc., protegen contra el
retorno de lo reprimido; la puntualidad, la escrupulo-
sidad y la fidelidad son productos laterales de la regu-
laridad anal; la inclinación al ahorro y a coleccionar
son evidencias del alto valor de las materias fecales
desplazado hacia otros objetos. En suma, en este período
tiene lugar la modificación y transformación de largo
alcance de los derivados de los impulsos pregenitales
anales que -si se mantienen dentro de límites norma-
les- suministran a la personalidad una estructura de
cualidades sumamente valiosas.
Es importante recordar, en relación con estos pro-
gresos, que se basan en identificaciones e internaliza-
ciones y como tales, no son totalmente seguros antes
de la l:esCllu.d6n del cample)a <le "E<li"po. "El control anal
preedípico permanece vulnerable y en especial al co-
mienzo de la tercera fase depende de los objetos y de
la estabilidad de las relaciones positivas del niño con
ellos. Por ejemplo, el niño que se entrena en el uso del
orinal o del inodoro en su casa no quiere utilizarlos en
lugares extraños, lejos de la madre. Un niño que está
seriamente desilusionado de su madre o separado de
ella, o que sufre de cualquier forma de pérdida de objeto
puede no sólo perder la apetencia internalizada de estar
limpio, sino que puede reactivar el empleo agresivo de
la incontinencia. Ambas tendencias, conjuntamente, pue-
den originar incidentes de incontinencia que se consi-
deran como "accidentes".
4. Sólo durante la cuarta fase se asegura por completo el
control de los esfínteres, cuando éste ya no depende de
las relaciones objetales y alcanza el estadio de intereses
totalmente neutralizados y autónomos del yo y del su-
peryó."
64
cuerpo contra posibles daños. Como ya lo he descripto en detalle
anteriormente (A. Freud, 1952) , el niño que está bien atendido
por su madre deposita en ella la mayoría de estos cuidados,
mientras adopta actitudes indiferentes y desinteresadas o de
absoluta indiferencia, como un arma que utiliza en las batallas
contra su madre. Sólo el niño que no disfruta de una adecuada
atención maternal o el huérfano, adoptan el rol de la madre
en lo que se refiere a los hábitos higiénicos saludables y juegan
"a la mamá" con sus propios cuerpos, como los hipocondríacos.
Con respecto a la línea de desarrollo positivo y progresivo,
también aquí existen varias fases consecutivas que deben dis-
tinguirse entre sí, aunque nuestro conocimiento actual no es
tan detallado como en otros campos.
65
componentes instintivos orales y anales, que a esta línea
de desarrollo. Esta situación es diferente con respecto a
la salud y a la obediencia de las órdenes del médico
sobre la ingestión de medicinas o restricciones motrices
o dietéticas. El miedo, el sentido de culpa, la angustia
de castración pueden, por supuesto, motivar a todo niño
a cuidar (es decir, temer) la seguridad de su cuerpo.
Cuando no están bajo la influencia de estos factores,
los niños normales son irresponsables y rebeldes en lo
que a la salud se refiere. A juzgar por las frecuentes
quejas de las madres, los niños se comportan como si
consideraran un derecho personal el poner en peligro
su salud mientras que le dejan a la madre la responsa-
bilidad de protegerlos y sanarlos, actitud ésta que a
menudo persiste hasta el final de la adolescencia y que
quizá represente los últimos vestigios de la simbiosis
original entre madre e hijo.
66
4. Los otros runos considerados como socios y objetos con
derecho propio a quienes el niño puede admirar, temer
o competir con ellos, a los cuales ama u odia, con cuyos
sentimientos se identifica, cuyos deseos reconoce y a
menudo respeta, y con quienes ' puede compartir pose-
siones sobre una base de igualdad.
67
Durante el día, son reemplazados cada vez en ma-
yor proporción por material de juegos que no posee en
sí mismo el estado objetal pero que sirve a las activi-
dades del yo y a las fantasías subyacentes. Estas activi-
dades gratifican de manera directa un componente ins-
tintivo o están investidas con energía instintiva que
ha sido desplazada y sublimada, y cuya secuencia cro-
nológica es aproximadamente la siguiente:
a) juguetes que ofrecen la oportunidad para ciertas ac-
tividades del yo, como llenar-vaciar, abrir-cerrar, en-
castrar, revolver, etc., y cuyo interés se desplaza
desde los orificios del cuerpo y sus funciones;
b) juguetes que pueden rodar y que contribuyen al pla-
cer de la motricidad que experimenta el niño;
e) materiales de construcción que ofrecen iguales opor-
tunidades para construir y destruir (en correspon-
dencia con las tendencias ambivalentes de la fase
sádico-anal) ;
d) juguetes que sirven para expresar tendencias y ac-
titudes masculinas y femeninas, utilizados:
1. en juegos solitarios en los que el niño gusta repre-
sentar un papel determinado,
2. para actividades exhibicionistas con el objeto edí-
pico (sirviendo al exhibicionismo fálico),
3. para la escenificación de situaciones variadas del
complejo de Edipo en el juego del grupo (siempre
que se haya alcanzado la fase 3 de la línea de
desarrollo hacia el compañerismo).
La expresión de la masculinidad puede lograrse a
través de actividades del yo tales como la gimnasia y
la acrobacia, en las que todo su cuerpo y su manipula-
ción habilidosa representan, exhiben y proveen el placer
simbólico de actividades y destreza físicas.
5. La satisfacción directa o desplazada obtenida de la mis-
ma actividad lúdica va dejando cada vez más lugar al
placer por el producto final de las actividades, que ha
sido descripto en la psicología académica como el placer
de la tarea cumplida, del problema resuelto, etc. Para
algunos autores esto constituye un requisito indispensa-
ble para lograr un buen rendimiento escolar (Bühler,
1935).
La manera exacta en que este placer de la tarea
cumplida está ligado con la vida instintiva del niño es
aún un problema no resuelto en nuestro pensamiento
teórico, aunque parecen claros varios factores operantes,
68
tales como la imitación y la identificación en la relación
madre-hijo inicial, la influencia del ideal del yo, el vuelco
pasivo a activo como un mecanismo de defensa y adap-
tación, la apetencia interna hacia la maduración, es
decir, hacia el desarrollo progresivo.
El placer en el logro, ligado solamente de manera
secundaria con las relaciones objetales y presente en
todos los bebés como una capacidad latente, se demues-
tra de manera práctica con el método de Montessori.
En este método de jardín de infantes, el material de
juego se selecciona para brindar al niño la mayor can-
tidad posible de autoestima y gratificación al completar
una tarea o resolver un problema independientemente,
y se puede observar que los niños responden de manera
positiva a estas oportunidades casi desde el segundo año
de la vida en adelante.
Cuando esta fuente de gratificación no se conecta
en el mismo grado con la ayuda de determinadas dispo-
siciones externas, el placer que se deriva de su logro
permanece directamente conectado con el elogio y la
aprobación brindada por el mundo de los objetos; y
la satisfacción por el producto obtenido ocupa un lugar
preponderante sólo en una fecha posterior, probable-
mente como resultado de la internalización de las fuen-
tes externas que regulaban la autoestima.
6. La capacidad lúdica se convierte en laboral." cuando se
adquieren varias facultades complementarias como:
a) el control, la inhibición o modificación de los impul-
sos para utilizar determinados materiales de manera
agresiva o destructiva (sin arrojarlos, desbaratarlos,
revolverlos, acumularlos) y emplearlos en forma po-
sitiva y constructiva (construir, planificar, aprender,
y -en la vida en comunidad-e- compartir);
b) llevar a cabo planes preconcebidos con una mínima
relación de ausencia de placer inmediato, las frus-
traciones que pudieran surgir, etc., y el mayor interés
por el placer en el desenlace final;
e) lograr, por consiguiente, no sólo la transición desde
el placer instintivo primitivo hacia el placer subli-
mado junto con un alto grado de neutralización de
la energía empleada, sino también la transición desde
el principio del placer hacia el principio de la reali-
69
dad, una evolución que es esencial para desempeñar
con éxito el trabajo durante el estado de latencia, en
la adolescencia y en la madurez.
70
comunes con ambas actividades. Con el juego comparten las
siguientes características:
a) de ser emprendidos con propósitos placenteros y con
un relativo desprecio a las presiones y necesidades ex-
ternas;
b) de perseguir fines desplazados, es decir, sublimados pero
que no se encuentran muy alejados de la gratificación
de impulsos eróticos o agresivos;
e) de perseguir estos fines con una combinación de ener-
gías instintivas no modificadas y en distintos estados
y grados de neutralización.
Las aficiones aparecen por vez primera al comienzo del
estado de latencia (colecciones, · investigaciones primarias, es-
pecialización de intereses), sufren todo tipo de modificaciones
de contenido, pero persisten bajo una forma específica de ac-
tividad a lo largo de toda la existencia.
71
•
72
posteriores hacia la música y puede promover aptitudes musi-
cales especiales. Por otra parte, el desinterés pronunciado de
la madre por el cuerpo de su niño y en el desarrollo de su
motricidad puede tener como resultado que el niño sea torpe
y falto de gracia en sus movimientos, etcétera.
Mucho antes de estas observaciones infantiles, el psicoaná-
lisis ya conocía que las depresiones de la madre durante los
dos primeros años de vida del niño crean en éste una t endencia
a la depresión (aunque quizá no se manifieste hasta años muy
posteriores) . Lo que sucede es que estos niños logran un senti-
miento de unidad y armonía con la madre no por medio de
los progresos en su desarrollo sino reproduciendo en sí mismos
el estado de ánimo de la madre.
Todo esto no significa sino que las tendencias, inclinacio-
nes, predilecciones (incluyendo la tendencia a la depresión, a
las actitudes masoquistas, etc.) que se encuentran en todos los
seres humanos pueden erotizarse y estimularse a través del es-
tablecimiento de vínculos emocionales entre el niño y su primer
objeto.
El desequilibrio entre las líneas del desarrollo así originado
no tiene carácter patológico. La falta moderada de armonía
prepara el terreno para las innumerables diferencias que exis-
ten entre los individuos desde edad temprana, es decir, producen
una cantidad de variaciones de la normalidad que debemos te-
ner en cuenta.
Aplicaciones:
El ingreso al jardín de infantes, como ejemplo
73
podrá prevenir su inquietud, su infelicidad y su sentimiento
de fracaso, que a menudo asumen proporciones traumáticas.
Este "diagnóstico del niño normal" puede ser ilustrado con
un ejemplo práctico, tomando (uno entre tantos) el problema
de señalar cuáles son las circunstancias de desarrollo bajo las
cuales el niño está dispuesto a ausentarse de su hogar transi-
toriamente por vez primera, o a separarse de la madre y formar
parte de un grupo en el jardín de infantes sin sufrir demasiado
y con resultados beneficiosos. J
74
queñas dosis; los períodos de independencia no demasiado pro-
longados y al comienzo debe dejarse librado a la decisión del
niño la posibilidad de retornar a la madre si así lo prefiere.
75
I
"
En cuanto a la capacidad del niño para comportarse ade-
cuadamente en el jardín de infantes depende no sólo de las lí-
neas del desarrollo descriptas sino también en general de las
interrelaciones entre su ello y su yo.
En algún lugar de su mente, aun la más tolerante de las
maestras jardineras lleva consigo la imagen del alumno "ideal"
del jardín que no exhibe signos de impaciencia o inquietud; que
pide lo que desea en vez de apoderarse de ello; que puede espe-
rar su turno; que queda satisfecho con su participación; que
no tiene rabietas y que puede tolerar desilusiones. Aun cuando
ningún niño desplegará todas estas formas de conducta, se en-
contrarán en el grupo, en uno u otro alumno, con respecto a
uno u otro aspecto de la vida diaria. En términos analíticos
esto significa que durante ese período los niños aprenden a
dominar sus impulsos y afectos en vez de encontrarse sometidos
a su merced. Los instrumentos del desarrollo de que disponen
pertenecen sobre todo al crecimiento del yo: el avance desde el
funcionamiento de procesos primarios a los secundarios, es
decir, la capacidad de interpolar el pensamiento, el razonamiento
y la anticipación del futuro entre el deseo y la acción dirigida
a su logro (Hartmann, 1947); el progreso desde el principio del
placer al principio de la realidad. La ayuda proviene del ello con
la fase de adecuación del yo -probablemente determinada por
factores orgánicos-, que disminuye la urgencia de los impulsos.
A continuación analizaremos, relacionado con la "escala de
regresión" infantil normal (Ernst Kris, 1950, 1951), el hecho
de que no debería esperarse que ningún niño pequeño mantenga
su mejor nivel de rendimiento o conducta durante un tiempo
prolongado. Estas declinaciones temporarias en el nivel de fun-
cionamiento, aun cuando ocurran con facilidad y frecuencia ,
no afectan la selección del niño para ingresar al jardín de in-
fantes.
76
orgánico, donde los procesos anatómicos, fisiológicos y neuro-
lógicos están en constante flujo. Lo que estamos acostumbrados
a ver en el cuerpo es que el crecimiento procede en una línea
progresiva y directa hasta que se alcanza la edad adulta, sola-
mente interferida por enfermedades o -lesion es graves y final-
mente, por los procesos destructivos e involutivos de la vejez.
No hay duda de que un movimiento progresivo similar sub-
yace al desarrollo psíquico, es decir, que en el desenvolvi-
miento de la acción instintiva, los impulsos, los afectos, la razón
y la moralidad, el individuo también sigue caminos determina-
dos previamente y, sujeto a circunstancias ambientales, prosigue
hasta su término. Pero la analogía entre los dos campos no
puede extenderse más allá. Mientras que normalmente, en el
lado físico, el desarrollo progresivo es la única fuerza innata
que opera, del lado mental invariablemente tenemos que con-
tar con un segundo conjunto de influencias complementarias
que trabajan en dirección opuesta, es decir, las fijaciones y las
regresiones. Sólo el reconocimiento de ambos movimientos, pro-
gresivo y regresivo, y de sus interacciones, provee explicacio-
nes satisfactorias de los hechos relacionados con las líneas del
desarrollo descriptas más arriba.
77
\
actuales. La referencia de La inteypretación de los sueños enton-
ces debería leerse de la siguiente manera: que la regresión
puede ocurrir en cualquiera de las tres partes de la estructura
de la personalidad, tanto en el ello como en el yo o en el su-
peryó; y que pueden estar comprometidos no sólo el contenido
psíquico, sino también los métodos de funcionamiento; que la
regresión temportü sobreviene en relación con impulsos de
fines determinados, con las representaciones objetales y con
el contenido de las fantasías; las regresiones topográfica y for-
mal afectan las funciones del yo, los procesos secundarios del
pensamiento, el principio de la realidad, etcétera.
78
interdependientes." En virtud de su misma existencia y de acuer-
do con la cantidad de libido y agresión con que están catecti-
zados, los puntos de fijación ejercen una atracción retrógrada
constante sobre la actividad de los impulsos, atracción que se
hace sentir durante todas las primeras 'etapas del desarrollo y
también en la madurez.
Las complicaciones de la regresión sexual pueden demos-
trarse mejor en todo caso clínico que se estudie y se describa
con gran detalle, aunque las consideraciones que conciernen a
este fenómeno están por lo general demasiado abreviadas y
por consiguiente son incompletas. No es suficiente decir que un
niño en el nivel fálico-edípico "ha regresado a la fase anal u
oral" bajo el impacto de la angustia de castración. Lo que se
debe describir de manera complementaria es la forma, el alcan-
ce y la significación del movimiento regresivo que ha tenido
lugar. La consideración anterior puede significar en sus formas
más simples nada más que el niño ha abandonado la rivalidad
con el padre y la fantasía de poseer a la madre edípica, habiendo
reactivado además su concepción preedípica de ella con el co-
rrespondiente apego excesivo, exigencias, actitudes mortifican-
tes, mientras que todo lo demás se mantiene sin cambios; con-
tinúa considerándola como una persona con derechos propios
y la descarga de las excitaciones anales y orales relacionadas
con ella durante la masturbación fálica. Este concepto también
puede significar que la regresión ha afectado además el nivel
mismo de las relaciones objetales. En este caso se abandona la
constancia objetal y se reviven las actitudes anaclíticas (u
objeto parcial): la importancia personal del objeto amado es
eclipsada nuevamente por la importancia de satisfacer un com-
ponente instintivo, relación que es no rmal alrededor del segun-
do año de vida pero que, en edades posteriores y en la madurez,
produce relaciones objetales superficiales y promiscuas. Existe
una tercera posibilidad: que la regresión incluya también el
método de descarga de la excitación sexual. Cuando así sucede,
la masturbación fálica desaparece completamente y es reem-
plazada por los impulsos de comer, beber, orinar o defecar en
el momento de máxima excitación.
Obviamente, 'las manifestaciones más serias son aquéllas
en que se producen las tres formas simultáneas de regresión
sexual (del objeto, del fin y del método de descarga),"
80
consiguiente, decir tonterías o aun adoptar el lenguaje de un
bebé tiene derecho a un lugar específico en la vida del niño,
paralelo al lenguaje racional y alternando con éste. Los hábitos
higiénicos no se adquieren al instante, sino que toman un largo
camino a través de una serie interminable de avances, retroce-
sos y accidentes. El juego constructivo con juguetes alterna
con el desorden, la destrucción y el juego erótico corporal. La
adaptación social se interrumpe periódicamente por regresiones
al egoísmo puro, etc. En efecto, lo que nos sorprende no son los
retrocesos sino los logros repentinos ocasionales y los avances.
Estos progresos pueden estar relacionados con la alimentación
y toman la forma de un súbito rechazo del pecho materno y la
transición hacia el biberón, la cuchara o la taza, o de los líqui-
dos a los sólidos; desaparecen de manera súbita a una edad
posterior el disgusto y los caprichos por determinados alimen-
tos. También sabemos que suceden en relación con los hábitos,
como el súbito abandono de chuparse el dedo, o de los objetos
de transición, de las disposiciones fijadas para dormirse, etc.
En el entrenamiento del control esfinteriano existen ejemplos
de un cambio casi instantáneo de la encopresis y enuresis al
control absoluto de esfínteres; con respecto a la agresión, su
desaparición de un día para otro reemplazada por una conducta
tímida, retraída y desconfiada. Pero aunque estas transforma-
ciones son convenientes para el medio, el diagnosticador las
observa con sospecha y las relaciona no con el flujo ordinario
del desarrollo progresivo sino con influencias y ansiedades trau-
máticas que aceleran indebidamente su curso normal. De acuer-
do con la experiencia, el método lento de ensayo y error, la
progresión y la regresión temporaria son más convenientes
para el desarrollo de la salud mental.
82
ridad hasta el llanto. Para el estudioso de la regreslOn, difí-
cilmente puede existir un cuadro más convincente del deterioro
gradual del yo y del fracaso de desempeñar una función des-
pués de la otra hasta que finalmente todas las funciones del
yo cesan y el niño se duerme.
e) En realidad, mi primer encuentro con estas manifesta-
ciones sucedió cuando aún asistía a la escuela. Me recuerdo
vívidamente a mí misma cuando pertenecía a un grupo de alum-
nos de sexto grado que se encontraba exhausto por el horario
continuado de clases sucesivas sin ningún intervalo de descanso.
Aunque éramos muy sensibles y atentos en el comienzo de la
mañana, hacia la quinta o sexta hora esta atención se debilitaba
y las palabras más inocentes de cualquier persona producían
salvajes estallidos de risa y de conducta descontrolada. Los
maestros que tenían la desgracia de dictar clases en esas horas
denunciaban indignados a la clase de niñas como "una manada
de gansos tontos". Yo comprendía nuestro cansancio y me sor-
prendía que nos hiciera comportar tontamente, pero lo único
que podía hacer entonces era archivar este hecho en mi me-
moria para explicarlo más adelante.
83
parte a la influencia del dolor somático, la fiebre, la incomodidad
física de cualquier tipo y señalan el hecho de que en lo que
respecta a la alimentación y los hábitos del sueño, el entrena-
miento del control esfinteriano, el juego y la adaptación en
general, los niños enfermos tienen que ser considerados y tra-
tados como si fracasaran por una situación potencialmente re-
gresiva, con una marcada reducción o hasta suspensión de su
capacidad funcional adecuada al yo (A. Freud, 1952) . Por otra
parte, desde 1940 en adelante se ha prestado cada vez mayor
atención al efecto resultante del dolor somático originado por
situaciones traumáticas, ansiedad y sobre todo el sufrimiento
del niño pequeño cuando es separado de sus primeros objetos
amorosos (angustia de separación). Las severas regresiones de la
libido y del yo que se producen por estas causas, han sido estu-
diadas y descriptas en detalle en niños internados en hogares
durante la guerra, y en otras instituciones residenciales, hos-
pitales, etcétera."
Existe una característica que distingue a las regresiones
del yo independiente de los variados factores etiológicos. En
contraste con la regresión de los impulsos, el movimiento re-
trógrado en la escala del yo no retrocede a posiciones previa-
mente establecidas puesto que no existen puntos de fijación.
En su Iugar vuelve a trazar, paso a paso, el camino seguido du-
rante el curso del desarrollo, observación confirmada por el
hallazgo clínico de que en las regresiones del yo el logro último
alcanzado es el que invariablemente desaparece primero." ,
84
medio de los mecanismos de defensa que actúan para proteger
al yo.
Por consiguiente, la negación interfiere en la exactitud de
las percepciones del mundo externo por medio de la exclusión
de lo fastidioso. La represión tiene el mismo efecto en el mundo
interno al retraer la catexis consciente de los elementos des-
agradables. Las formaciones reactivas toman el lugar de las
sensaciones ingratas importunas. Estos tres mecanismos inter-
fieren en la memoria, es decir, con su funcionamiento impar-
cial, independiente del placer y del displacer. La proyección
es contraria a la función sintética al eliminar de la imagen de
la personalidad los elementos que provocan ansiedad, atribu-
yéndolos al mundo objetal.
En suma, mientras que las fuerzas de maduración y adap-
tación presionan hacia el aumento de la eficiencia gobernada
por la realidad, en todas las funciones del yo las defensas
contra el displacer trabajan en dirección opuesta e invalidan a
su vez las funciones del yo. En este campo también, por consi-
guiente, el movimiento constante hacia adelante y hacia atrás,
progresión y regresión, alternan e interactúan entre sí.
85
indebido de nuestra parte esperar una reversión tan favorable
en la inmensa mayoría de los casos. A menudo son tan frecuen-
tes, en especial después de tensiones de naturaleza traumática,
ansiedades, enfermedades, etc., que una vez establecidas; las
regresiones se hacen permanentes; la energía de los impulsos
se desvía entonces de los fines adecuados al yo, y las funciones
del yo y del superyó restan empobrecidas, de modo que todo de-
sarrollo progresivo posterior estará severamente lesionado. Cu an -
do esto sucede, la regresión deja de ser un factor beneficioso
del desarrollo normal y se convierte en un agente patógeno.
Desgraciadamente, en nuestra apreciación clínica de las regre-
siones cómo procesos en franca evolución progresiva, es casi
imposible establecer en el caso de un niño determinado si el
peligroso paso del carácter transitorio al permanente ya ha sido
dado o si puede aún esperarse la reinstalación espontánea de
los niveles previamente alcanzados. Hasta este momento no
conozco opinión al respecto, a pesar de que la decisión acerca
de la anormalidad del niño puede depender de esta diferen-
ciación.
87
IV
EVALUACION DE LA PATOLOGIA
PARTE l. ALGUNAS CONSIDERACIONES GENERALES
89
mental es aun más difícil de establecer en la niñez que en las
etapas posteriores. En el cuadro del crecimiento del niño hacia
la madurez, descripto en el capítulo anterior, es inherente el
hecho de que la proporción de fuerzas entre el ello y el yo está
en flujo constante; que los procesos de adaptación y defensa,
beneficiosos y patógenos, se mezclan entre sí; que las transi-
ciones desde un nivel del desarrollo al siguiente constituyen
hitos de detención potencial, disfunción, fijación y regresión;
que los derivados del ello y las funciones del yo junto con las
principales líneas del desarrollo crecen de manera irregular;
que las regresiones temporarias pueden convertirse en perma-
nentes; en suma, que existe un número de factores que se com-
binan para minar, detener, deformar y desviar las fuerzas sobre
las que se basa el crecimiento mental.
Ante este constante cambio del escenario interno del indi-
viduo en desarrollo, las categorías diagnósticas corrientes re-
sultan de poca ayuda y tienden a aumentar más bien que a dis-
minuir los aspectos ya confusos del cuadro clínico. En años re-
cientes, el análisis de niños ha avanzado de manera decisiva
en muchas y distintas direcciones. En cuanto concierne a los
procedimientos técnicos, ha alcanzado más o menos una posición
independiente a pesar de muchos contratiempos y .dificultades
iniciales. En el terreno teórico, se han hecho hallazgos reco-
nocidos como verdaderos complementos y no meras confirma-
cines del conocimiento psicoanalítico. Pero hasta la fecha, este
espíritu aventurero y hasta revolucionario del analista de niños
se ha concentrado en el campo de la técnica y la teoría, sin
entrar a considerar el importante problema de la clasificación
de los trastornos. En este sentido, se ha empleado una política
conservadora, en donde no sólo el análisis de adultos sino
también la psiquiatría y la criminología de adultos, han tomado
a su cargo y al por mayor las categorías diagnósticas infantiles.
Así, todas las formas de la psicopatología de la niñez se han
adaptado de manera más o menos forzada a estos esquemas pre-
existentes.
Existen muchas razones por las cuales, a la larga, esta
solución de los problemas diagnósticos se demuestra insatisfac-
toria como fundamento para la evaluación, el pronóstico y la
selección de las medidas terapéuticas.
90
miento psícoanalíticorpuestoque enfatiza la identidad o 'dife-
rencia entre -Ia sintomatología .manifiesta, mientras descuida
las que conciernen a los factores patógenos subyacentes. Es
cierto que de este modo se logra una clasificación de los tras-
tornos que en un examen superficial aparenta ser metódica y
comprensible. Pero este esquema no contribuye en realidad. a
una comprensión más profunda o a promover el diagnóstico
diferencial en términos metapsicológicos. Al contrario, siempre
que el analista acepte juicios diagnósticos a este nivel, se en-
contrará inevitablemente dirigido hacia confusiones con res-
pecto a la evaluación y en consecuencia a inferencias terapéu-
ticas erróneas.
Para citar unos pocos ejemplos: términos tales como rabie-
tas, pataletas, vagabundeos, angustia de separación, etc., com-
prenden bajo el mismo encabezamiento una variedad de cua-
dros clínicos en los que la conducta y la sintomatología son
similares, aunque de acuerdo con la etiopatogenia metapsico-
lógica subyacente, pertenecen a categorías analíticas totalmente
distintas y requieren variadas medidas terapéuticas. .
Una pataleta, por ejemplo, puede no ser más que la des-
carga afectivo-motriz directa de derivados instintivos caóticos
en un niño pequeño; en este caso, tiene la oportunidad de
desaparecer como un síntoma sin necesidad de tratamiento, tan
pronto como se hayan establecido el lenguaje y otros canales
de descarga del yo más sintónicos. 0, como segunda posibili-
dad, los berrinches pueden representar una explosión destruc-
tivo-agresiva en la que las tendencias hostiles son, en parte,
desviadas del mundo objetal y descargadas en forma violenta
sobre el propio cuerpo del niño y en su vecindad inanimada
inmediata (golpeando con la cabeza o pateando los muebles,
paredes, etc.); este estado sólo se calmará al sonsacar la razón
de la cólera y su reconexíón con la persona responsable de
la frustración o la ofensa. 0, en tercer lugar, lo que aparenta
una pataleta puede ser, si se examina con mayor detalle, un
ataque de ansiedad como ocurre en las estructuras de la perso-
nalidad mejor organizadas de niños fóbicos toda vez que el
ambiente interfiere en sus mecanismos de protección. Privado
de su defensa, el niñoagorafóbico que es forzado a salir a la
calle o el niño con una fobia a los animales cuando se enfrenta
con el objeto que teme, está expuesto e impotente a una an-
siedad intolerable y masiva que se expresa por medio de esta-
llidos cuya descripción puede muy bien resultar imposible de
distinguir de una simple rabieta. No obstante, a diferencia de
esta última, estos ataques de ansiedad se alivian sólo por medio
de la restitución de la defensa o por la investigación analítica,
la interpretación y la disolución de la fuente original de la
ansiedad desplazada.
De modo similar, una variedad de estados diferentes se
91
señalan con los términos de truhanería, vagancia y vagabundeo.
Algunos niños huyen de sus hogares porque son maltratados
o porque no están atados por vínculos emocionales a sus fami-
lias; o se escapan de la escuela o la evitan porque temen al
maestro o a sus compañeros, porque su rendimiento escolar no
es satisfactorio, porque esperan ser criticados, castigados, etc.
En este caso, la causa de la conducta infantil desviada tiene su
origen en las condiciones externas de la vida del niño y des-
aparece cuando éstas se mejoran. En contraste con esta situación
simple, hay otros niños que vagan sin rumbo o hacen novillos
no por razones externas sino por razones internas. Se encuen-
tran dominados por una tendencia inconsciente que los obliga
a perseguir una meta imaginaria, por lo general un objeto per-
dido perteneciente al pasado; es decir, aunque su descripción
indica que se escapan de su medio, en un sentido más profundo
se dirigen hacia la satisfacción de una determinada fantasía.
En este caso, el mejoramiento de las circunstancias externas no
hará desaparecer el síntoma, sino sólo el descubrimiento del
deseo inconsciente.
Aun el empleo del término más recientemente acuñado de
angustia de separación es más bien de naturaleza descriptiva
que dinámica. En los diagnósticos clínicos se 10 aplica de ma-
nera indiscriminada a los estados de intranquilidad provocados
por la separación del niño muy pequeño de su madre, así como
a los estados mentales que originan las fobias a la escuela (es
decir, la incapacidad de alejarse del hogar) -o la añoranza del
hogar (una forma de duelo) en los niños en período de latencia.
También aquí emplear el mismo término para los dos tipos
de trastornos con manifestaciones aparentemente similares tien-
de a oscurecer las diferencias metapsicológicas esenciales que
los caracterizan. Separar, por cualquier razón, un niño peque-
ñito de su madre durante el período de unidad biológica entre
ellos, representa una interferencia inexcusable con necesidades
fundamentales inherentes. El niño reacciona, por 10 tanto, con
un sufrimiento legítimo que puede aliviarse sólo por el retorno
de la madre o, a la larga, a través del establecimiento de una
madre sustituta. No existe correspondencia en este caso, excepto
en la conducta, con los estados mentales del niño que extraña
su casa o del que sufre de fobia a la escuela. En este último
caso la inquietud experimentada por separarse de la madre, de
los padres o del hogar, se debe a su excesiva ambivalencia hacia
ellos. El niño puede tolerar el conflicto entre el amor y el
odio hacia los padres sólo ante su presencia tranquilizadora.
En su ausencia, el lado hostil de la ambivalencia asume propor-
ciones temibles, y el niño se aferra a los padres amados de ma-
nera ambivalente para protegerlos de sus propios deseos de
muerte, fantasías agresivas, etc. En contraste con el sufrimiento
infantil debido a la separación, que se alivia a través de la
92
reunión con el progenitor perdido, en los conflictos ambiva-
lentes la reunión con los padres actúa como un paliativo; en
este caso, sólo el insight analítico de los sentimientos conflic-
tivos curará el síntoma.
En suma, las formulaciones descriptivas tan útiles dentro
de su propio terreno se tornan desastrosas cuando se toman
como punto de partida para inferencias analíticas.
La mentira
93
procesos primarios de la función mental, son las fuerzas que
en el niño pequeño se oponen a la veracidad en el sentido adulto
que tiene la palabra. El analista de niños debe decidir desde
qué momento en adelante empleará el término mentiTa en sus
formulaciones diagnósticas, y debe basar su decisión al respecto
sobre nociones claras referidas a la medida de los pasos en el
desarrollo del yo, como la transición de los procesos primarios
a los secundarios, la capacidad de diferenciar el mundo interno
del externo, la prueba de la realidad, etcétera.
Algunos niños necesitan más tiempo que otros para per-
feccionar estas funciones del yo y por consiguiente continúan
diciendo mentiras "con toda inocencia". Otros completan este
desarrollo normalmente, pero retornan a niveles anteriores
cuando enfrentan frustraciones y desilusiones excesivas en las
circunstancias de sus vidas, y se convierten en el llamado men-
tiroso fantástico (pseudología fantástica), que encara realida-
des intolerables por medio de la regresión a formas infantiles
de la expresión de los deseos. Finalmente, hay niños con un des-
arrollo del yo avanzado pero cuyas razones para evitar o defor-
mar la verdad son otras que el nivel de su desarrollo. Su mo-
tivación es la ganancia de ventajas materiales, el temor a la
autoridad, la huida de críticas y castigos, el deseo de parecer
importante, etc. En las evaluaciones del analista de niños, el
término mentira está reservado con ventaja para estos últimos
casos, como el de la llamada mentira delincuente.
En muchos de los casos reales que se observan en una
clínica infantil, la etiología consiste en una combinación de
estas tres formas, es decir, la mentira inocente, la mentira fan-
tástica y la mentira delincuente, con las formas iniciales del
desarrollo que actúan como precondiciones de las posteriores.
El hecho de que estas asociaciones sean comunes y frecuentes
no significa que el analista de niños esté absuelto de la res-
ponsabilidad de desenmarañarlas y de determinar hasta qué
grado cada uno de los factores contribuye al resultado sinto-
mático final.
El hurto
94
cidad oral", que a esta temprana edad no está limitada por
ninguna barrera del yo. Para mayor exactitud diremos que tie-
ne dos raíces: una en el ello y la otra en el yo. Por una
parte, es simplemente el funcionamiento familiar de acuerdo
con el principio del placer que incita al Y'Ú inmaduro a atribuirse
a sí mismo todo lo placentero, mientras que rechaza como ajeno
todo lo desagradable. Por otra parte, es la falta de distinción
adecuada al yo entre su propio ser y el objeto que determina
la respuesta. Es bien sabido que a esta temprana edad un niño
puede manipular o explorar con su boca partes del cuerpo de
la madre como si fueran propias, es decir, juega con ellas auto-
eróticamente (los dedos de la madre, cabellos, etc.) ; o le presta
a su madre partes de su cuerpo para jugar (sus dedos en la boca
de la madre); o puede llevar la cuchara a su boca y a la de ella,
alternativamente. Estas acciones se malinterpretan con fre-
cuencia como prueba de una generosidad temprana y espontánea
en vez de ser consideradas como 10 que son, es decir, conse-
cuencia de los límites imprecisos del yo. Esta misma fusión
indiscriminada con el mundo objetal convierte a todos los niños
en una amenaza formidable, aunque inocente, al derecho de
propiedad de los demás.
Las ideas de "mío" y "no mío" que son conceptos indispen-
sables para el establecimiento de la "honestidad" adulta se
desarrollan de manera muy gradual y al mismo ritmo que su
progreso hacia el logro de la individualidad. Probablemente,
conciernen en primer lugar al propio cuerpo del niño, después
a los padres, luego a los objetos de transición, todos los cuales
están catectizados narcisistamente y con amor objetal. De ma-
nera significativa, tan pronto como el concepto de lo "mío"
emerge en la mente del niño, comienza a cuidar de sus pose-
siones con fiereza, mostrándose muy celoso de cualquier inter-
ferencia. Comprende entonces la noción de "haber sido privado
de" o "haber sido robado" mucho antes que la opuesta de que
la propiedad de otras personas tiene que ser respetada. Antes
de que esto último adquiera significado, el niño debe extender
e intensificar sus relaciones con otras personas y aprender a
establecer la empatía con la vinculación de aquéllas a su pro-
piedad.
Cualquiera que sea la escala de progreso al respecto, los
conceptos de "mío" y "tuyo" como tal tienen poca influencia
sobre la conducta del niño pequeño, pues se encuentran en con-
flicto con los poderosos deseos de apropiación. La voracidad
oral, las tendencias posesivas anales, la tendencia a coleccionar
y a acumular, la abrumadora necesidad por los símbolos fá-
licos, todo convierte al niño pequeño en un ladrón potencial
a menos que la coerción educacional, las exigencias del su-
peryó y con éstos, los cambios graduales en el equilibrio ello-yo
95
· trabajen en direcciones opuestas, es decir, hacia el desarrollo
de la honestidad.
Tomando en cuenta las consideraciones anteriores, el díag-
nosticador debe aclarar muchos puntos antes de asignar un caso
determinado de hurto a una categoría u otra. Debe preguntarse
si la acción se debe a un desarrollo incompleto o detenido en
la adquisición de la individualidad, de las relaciones objetales,
de la empatía, de la formación del superyó (el hurto en el caso
de niños retardados o deficientes mentales); o cuando el des-
arrollo inicial está intacto, si han tenido lugar regresiones tem-
porarias en alguno de estos campos vitales (el hurto ligado a
una fase determinada, como un síntoma transitorio); o cuando
la regresión es permanente en uno u otro de estos aspectos
importantes, con el hurto como resultado de una formación de
compromiso (síntoma neurótico); o, finalmente, cuando la razón
yace exclusivamente en un control insuficiente del yo sobre
los deseos normales y no regresivos de posesión, es decir, en
una adaptación social defectuosa (síntoma de delincuencia) .
Como con la mentira, muchos de los actuales casos clínicos
de robos tienen etiología mixta, es decir, están originados por
combinaciones de detenciones, regresiones y debilidad en el
control del yo. El hecho de que todos los delincuentes jóvenes
comienzan sus raterías hurtando de la cartera de la madre indica
el grado en que todas las formas de hurto están basadas en
la unidad inicial de mío y tuyo, el propio ser y el objeto.
96
de la personalidad y si m ientras tanto no son mal tratadas por
los padres, pueden desap ar ecer tan pronto como se haya alcan-
zado la adaptación al nivel del desarrollo o cuando haya pasado
el momento culminante de la fa se. Es verdad que la manifesta-
ción de una dificultad traiciona la vulnerabilidad del niño ; que
a menudo las llamadas curas esp on t áneas preparan simplemente
el camino par a u n nuevo conjunto de trastornos que aparecen
en la fase siguiente; tambi én, que éstos habitualmente no de s-
aparecen sin dejar puntos débiles en uno u otro campo, qu e
r esultan import antes para la formación sintomática en la vida
adulta. Pero no es en modo al guno r aro, incluso p ara sínto-
mas bien establecidos como la evitación del objeto fóbico , las
precauciones obsesivas, las dificultades en la alimentación y
el sueño, que de saparezcan en el intervalo entre la consulta
y la investigación del caso, simplemente porque las ansiedades
sobre las que están basadas se tornan insignificantes compa-
r adas con la amenaza que representa la investigación clínica.
Por la misma razón, antes y durante el tratamiento pueden pre-
sentarse con rapidez nuevas combinaciones de la sintomatología
manifiesta, lo que significa que las mejorías sintomáticas du-
rante la terapia son aun menos significativas que en los adultos.
En conjunto, la sintomatología de los individuos inmaduros
es demasiado inestable para poder fundamentar la evaluación.
El momento en que se juzga que los adultos necesitan tra-
tamien t o y se decide iniciarlo está determinado por lo general
por la intensidad del sufrimiento que provocan los trastornos.
En los niños, sin embargo, el factor del sufrimiento mental en
sí mismo no es una indicación cierta de la presencia o ausencia
de procesos patológicos o de su severidad. Durante largo tiem-
po hemos estado familiarizados con el hecho de que los niños
sufren menos que los adultos por sus síntomas, probablemente
con la única excepción de los ataques de ansiedad que experi-
mentan con profunda intensidad. Muchas otras manifestacio-
nes patológicas, en especial las fóbicas y las obsesivas, logran
con más facilidad la evitación dolorosa o penosa que su causa-
ción, mientras que las restricciones o interferencias concomi-
tantes con la vida ordinaria afectan a toda la familia, no como
en el caso de los adultos, sino al mismo paciente. Los caprichos
alimentarios, las restricciones neuróticas de la alimentación, los
tr astor nos del sueño, el apego excesivo, las pataletas perturban
a la madre, pero el niño las considera sintónicas con el yo
- s íempr e que pueda expresarlas libremente; cuando los padres
interfieren, su acción restrictiva y no el síntoma es culpado de
originar el sufrimiento que padece.
El niño aún ignora con frecuencia su enuresis y encopresis
nocturnas y niega su humillante y desagradable naturaleza.
Las inhibiciones neuróticas son generalmente tratadas con un
completo desinterés del campo determinado, es decir, por una
97
restricción del yo y en consecuencia por indiferencia hacia la
pérdida de placer que determine. Los niños con trastornos más
serios, como aquéllos con deficiencias mentales o morales, re-
tardos, autismo o psicosis infantiles, están completamente aje-
nos a su enfermedad y el mayor sufrimiento en estos casos
corresponde, por supuesto, a los padres.
Existe otra razón por la cual la presencia de sufrimiento no
es en sí misma un indicador confiable de enfermedad mental.
Los niños sufren menos que los adultos por su psicopatolo-
gía, pero más ante otras tensiones a las que se hallan ex-
puestos. En marcado contraste con las creencias convencio-
nales primeras, se acepta hoy en día que el sufrimiento mental
es un inevitable producto colateral de la dependencia del niño
y de los propios procesos normales del desarrollo. Los niños
muy pequeños sufren agudamente por cualquier demora, racio-
namiento y por las frustraciones impuestas a sus necesidades
corporales y a los derivados de los impulsos; sufren por la se-
paración de sus primeros objetos amados, cualquiera sea la
razón que la determine; debido a desilusiones reales o imagi-
narias. El sufrimiento intenso es causado naturalmente por los
celos y rivalidades que son inseparables de las experiencias
del complejo de Edipo o por las ansiedades que inevitablemente
surgen en relación con el complejo de castración, etc. Aun el
niño más normal puede sentir una desdicha profunda por una
razón u otra, durante períodos cortos o largos, prácticamente
durante cada día de su vida. Esto es una reacción legítima cuan-
do las emociones del niño y su sensitiva apreciación de las
impresiones y hechos externos se han desarrollado de manera
adecuada. Opuesto a lo que esperamos encontrar en los adul-
tos es el niño complaciente y resignado quien despierta nuestras
sospechas de que están actuando en él procesos anormales.
La experiencia clínica demuestra que los niños que son dema-
siado "buenos", es decir que aceptan sin protestas aun las con-
diciones externas más desfavorables, se comportan así debido
a enfermedades somáticas, deficiencias en el desarrollo del yo
o porque son extremadamente pasivos con respecto a sus im-
pulsos. La explicación de por qué los niños se separan dema-
siado fácilmente de sus padres es quizá porque éstos han fra-
casado para formar relaciones normales, sea por razones inter-
nas 'O externas. La ausencia de tensión y ansiedad cuando se
está amenazado de perder el cariño no es un signo de salud y
fortaleza en el niño; al contrario, es a menudo la primera indi-
cación de un retraimiento autista del mundo objetal. En etapas
posteriores de la niñez, también existen sentimientos de culpa
y conflictos internos de manera legítima con la resultante ten-
sión, y que son signos indispensables del crecimiento normal
progresivo. Cuando están ausentes sospechamos serios retrasos
en los procesos de identificación, internalizacíón e introyección,
98
es decir en la estructuración de la personalidad. El hecho de
que estos defectos se acompañen de una disminución de las
tensiones internas no significa, en modo alguno, una compen-
sación.
Obviamente, debemos acostumbrarnos a la situación para-
dójica de que la correspondencia entre la patología y el sufri-
miento, la normalidad y la ecuanimidad, como la observamos
en los adultos, se encuentra invertida en los niños.
Repito un argumento sobre el que he insistido anteriormente
(1945) cuando aconsejo a los analistas no basar sus evaluaciones
en el grado de empobrecimiento de la función, a pesar de
que éste es uno de los criterios más reveladores en la patología
de los adultos. En el niño no existe un nivel estable en el fun-
cionamiento de ningún campo o en ningún momento determi-
nado; es decir, que no existen puntos de referencia sobre los
cuales basar la evaluación. Como ya hemos descripto en rela-
ción con las manifestaciones regresivas, el nivel de la capacidad
funcional del niño fluctúa de manera incesante. Debido a las
alteraciones producidas por el desarrollo y a los cambios en
los grados de las presiones internas y externas, las posiciones
óptimas se alcanzan, se pierden y restablecen repetidamente.
Esta alternancia entre la progresión y la regresión es normal
y sus consecuencias son transitorias, aunque las consiguientes
pérdidas de los logros y de la eficiencia alcanzados, algunas
veces pueden impresionar al observador como ominosas. En
general, es conveniente insistir en que los niños en cualquier
edad pueden a veces manifestar una conducta por debajo de
su nivel potencial sin que sean clasificados automáticamente
como "retrasados", "inhibidos" o "en regresión".
El diagnosticador de niños puede encontrar esta premisa
fácil de cumplir, puesto que es bastante difícil determinar cuá-
les son las áreas de las actividades que deben considerarse
significativas a este respecto. El juego, la libertad de producir
fantasías , el rendimiento escolar, la estabilidad de las relacio-
nes objetales, la adaptación social, se han sugerido por turno
como aspectos vitales. No obstante, ninguno puede calificarse
a la par de las dos funciones vitales primordiales del adulto:
su capacidad para llevar una vida sexual y amorosa normal y su
capacidad para trabajar. Como hemos sugerido anteriormente
(1945) existe sólo un factor en la niñez cuyo daño puede con-
siderarse de suficiente importancia en este sentido y nos refe-
rimos a su capacidad de avanzar en pasos progresivos hasta
que la maduración, el desarrollo en todos los campos de la
personalidad y la adaptación a la comunidad social hayan sido
completados. Los desequilibrios mentales pueden considerarse
normales siempre y cuando estos procesos vitales se conserven
99
intactos; en cambio deben ser tomados seriamente tan pronto
como afecten al mismo desarrollo, sea con demora, con r eversión
o con parálisis completa.
100
La incompatibilidad entre las exigencias morales y estéticas
relativamente intensas del superyó y las fantasías y derivados
de los impulsos relativamente toscos conduce a conflictos in-
ternos que a su vez ponen en movimiento la actividad de la
defensa obsesiva.'
El caso opuesto, es decir, la disminución en la velocidad
del desarrollo del yo y del superyó asociada al progreso normal
o avanzado de los impulsos se observa al menos con tanta fre-
cuencia, si no más, en la práctica clínica de nuestros días y en
parte es responsable de muchos de los cuadros clínicos atípicos,
manifestaciones limítrofes, etc. Cuando el yo y el superyó son
inmaduros comparados con los niveles de la actividad de los
impulsos, no existen relaciones objetales emocionales adecua-
das, ni pronunciado interés social y moral como para contener
y controlar los componentes pregenitales y agresivos de los im-
pulsos. En su desarrollo sexual, estos niños alcanzan el nivel
sádico-anal sin la suficiente maduración del yo para convertir
y neutralizar las tendencias pregenitales, que pertenecen en
esta fase a valiosas contribuciones para la formación del ca-
rácter, es decir, a las correspondientes formaciones y sublima-
ciones reactivas. O bien, el nivel fálico sin desarrollar de ma-
nera simultánea las relaciones objetales determinadas por el
yo, que normalmente organizan las tendencias fálicas desunidas
en el cuadro coherente del complejo de Edipo. O bien, alcanzan
la madurez física en la adolescencia antes de que el yo esté pre-
parado para la relación emocional genital que concede signifi-
cación psíquica al acto sexual, etcétera.
En suma, mientras que el desarrollo acelerado del yo con-
duce a aumentar los conflictos, a formar síntomas neuróticos y
al carácter obsesivo, el desarrollo acelerado de los impulsos
produce pérdida de control de situaciones referentes al sexo
y la agresión, integración insuficiente de la personalidad y per-
sonalidades impulsivas (Michaels, 1955).
101
entre las líneas del desarrollo se convierte en un agente pató-
geno sólo cuando el desequilibrio de la personalidad es excesivo.
En este caso, los niños ingresan al servicio diagnóstico con
una larga lista de quejas provenientes del hogar o de la escuela.
Son los niños "problemas"; su propio trastorno perturba a los
demás; no aceptan las normas de la: comunidad y en conse-
cuencia no se adaptan a ningún tipo de vida comunitaria.
La investigación clínica confirma que estos niños no per-
tenecen a ninguna de las categorías diagnósticas comúnmente
aplicadas. Una forma de aproximarse a la comprensión de su
anormalidad es utilizar las distintas fases de las variadas líneas
del desarrollo como una escala aproximada de valores.
Así, nos encontramos que 'cada nivel de su progreso está
desproporcionado con respecto a los otros. Los ejemplos más
instructivos, en este sentido, son los niños con cocientes de in-
teligencia verbal excepcionalmente altos y al mismo tiempo
con niveles de rendimiento extremadamente bajos, como es
bastante habitual (desp er t an do la sospecha de lesión orgánica) ,
pero también con un retraso excepcional en las líneas de ma-
durez emocional, de compañerismo, de manejo corporal. La dis-
torsión resultante de su conducta es alarmante, en particular
en campos tales como el acting out de las tendencias sexuales
y agresivas, la profusión de fantasías organizadas, la racionali-
zación inteligente de las actitudes delincuentes y la pérdida de
control sobre las tendencias anales y uretrales. Estos casos
se clasifican, en la forma corriente, como "limítrofes" o "pre-
ps ícótícos".
Otra combinación bastante frecuente es la incapacidad del
niño para alcanzar las fases finales en la línea desde el juego
al trabajo, mientras que el desarrollo emocional y social, el ma-
nejo corporal, etc., se encuentran intactos y, en lo que a ello se
refiere, el niño manifiesta un nivel adecuado a su yo. Estos
niños concurren a las clínicas por sus fracasos escolares, a pesar
de su inteligencia normal. En el examen diagnóstico habitual
no es fácil establecer los pasos específicos en la interacción del
ello y el yo que no han podido lograr, a menos que los exami-
nemos para buscar los requisitos previos de una actitud co-
rrecta para el trabajo, tales como el control y la modificación
de los componentes de los impulsos pregenitales; el funciona-
miento relacionado con el principio de la realidad y el placer
en los resultados finales de la actividad. Algunas veces todo
o mn aspecto u otro están ausentes. Desde el punto de vista des-
criptivo, estos niños generalmente se clasifican como "inca-
paces de concentrarse", con una "amplitud breve de la atención"
o "inhibidos".
102
Las regresiones permanentes y sus consecuencias
103
atípica, delincuente y limítrofe. En el detalle clínico, los tras-
tornos resultantes dependen de la intensidad de los movimien-
tos regresivos en ambos terrenos, de los componentes particu-
lares de los impulsos o las funciones del yo y del superyó que
están afectadas y, finalmente, de las nuevas formas de interac-
ción entre el ello y el yo en el nivel en que el proceso regresivo
se haya detenido.
Debido a la comparativa debilidad e inmadurez del yo in-
fantil, la extensión de la regresión hacia ambos campos de la
personalidad es más característica de la niñez que de la edad
adulta, aunque no está por completo ausente en esta última.
El segundo .caso se refiere a aquellos niños cuyos yo y su-
peryó están mejor organizados desde una temprana edad en
adelante y que son capaces de mantenerse firmes en presencia
de la regresión de los impulsos. En muchos sentidos, sus fun-
ciones han alcanzado el estado que designamos, con Hartmann
(1950 b), autonomía secundaria del yo, es decir un grado de
independencia de los hechos que se producen en el ello. En
lugar de aceptar las crudas fantasías e impulsos sexuales y
agresivos que aparecen en la mente consciente después que la
energía de los impulsos ha regresado a los puntos de fijación,
estos niños se horrorizan de ellas, las rechazan con ansiedad;
bajo la presión de esta ansiedad utilizan primero los variados
mecanismos de defensa y si fracasan, recurren a la formación
de compromisos y síntomas. En suma, desarrollanconflictos
internos que conducen a los cuadros familiares de las distintas
neurosis infantiles. La historia de ansiedad, las fobias , el pavor
nocturno, las obsesiones, los rituales, los ceremoniales a la hora
de acostarse, las inhibiciones y las neurosis del carácter perte-
necen a esta categoría diagnóstica.
104
casos, pero sí una variedad de ellos, de acuerdo con los ele-
mentas específicos de los impulsos, a los cuales oponen fuertes
objeciones. Cuando las tendencias a la suciedad, sádicas y pasi-
vas, son rechazadas por el yo y el superyó con igual intensidad,
la defensa se extiende sobre todo el campo y la sintomatología
es profusa. Cuando sólo uno u otro es seleccionado, los síntomas
estarán restringidos a una tendencia a la limpieza excesiva,
temor a la polución, compulsión de lavarse las manos, o bien
a la inhibición de la actividad y competencia, al temor de trans-
formarse en mujer, o a estallidos compensadores de agresividad
masculina, etc. En todo caso, el resultado es indiscutiblemente
neurótico, sea como síntomas obsesivos aislados o comienzos
de la formación de un carácter obsesivo.
También es cierto que en estos casos el yo está finalmente
afectado por la regresión y se torna más infantil, pero esto es
un hecho secundario debido a mecanismos primitivos de defen-
sa tales como la negación, el pensamiento mágico, el aisla-
miento, la anulación (hacer y deshacer) que se ponen en acción
además de las represiones y formaciones reactivas más ade-
cuadas al yo. También esta regresión está limitada a las fun-
ciones yoicas. Con respecto al nivel y severidad del ideal del
yo y de las exigencias del superyó, no hay movimientos regre-
sivos; al contrario, el yo continúa realizando los esfuerzos más
extraordinarios para satisfacerlas.
105
en la prosecución de la necesidad, de los impulsos y la realiza-
I ción del deseo, mientras que el control de los derivados del
ello está reservado al mundo exterior. Este es un estado legí-
timo en la niñez temprana antes de que el ello y el yo se hayan
separado decisivamente el uno del otro, pero se considera como
"infantil" si persiste en edades posteriores o si el niño regresa
a esta situación. Las ansiedades coordinadas con este estado
y características desde el punto de vista diagnóstico, son pro-
vocadas por el mundo exterior y adoptan diferentes formas de
acuerdo con una secuencia cronológica que se desarrolla en la
forma siguiente: temor de ser aniquilado como consecuencia de
la pérdida del objeto que lo cuida (es decir, angustia de sepa-
ración durante el período de unidad biológica con la madre);
temor de la pérdida del amor del objeto (después de haber al-
canzado el estadio de la constancia objetal); temor de sercri-
ticado y castigado por el objeto (durante la fase anal-sádica
cuando este temor está reforzado por la proyección de la propia
agresión infantil); temores de castración (durante el período
fálico-edípico) .
El segundo tipo de conflicto se establece después de iden-
tificarse con las fuerzas externas y de la introyección de su
autoridad en el superyó. La razón de este choque puede ser
la misma que ya hemos señalado, es decir, perseguir la reali-
zación de impulsos y deseos, pero el desacuerdo se produce ahora
internamente entre el yo y el superyó. Con respecto a las ansie-
dades, este choque se manifiesta a través del miedo del superyó,
es decir, de sentimientos de culpa. Para el diagnosticador la
aparición de sentimientos de culpa es un signo indudable de
que ya se ha hecho un avance extremadamente importante en
la estructuración, es decir, el establecimiento de un superyó
operante.
Es característico del tercer tipo de conflicto que las con-
diciones externas no tengan influencia sobre ellos, bien directa-
mente, como en el primer tipo, o indirectamente, como en el
segundo. Esta clase de choques se deriva exclusivamente de
las relaciones entre el ello y el yo y de las diferencias intrín-
secas entre sus organizaciones. Los representantes de los im-
pulsos y los afectos de cualidades opuestas, tales como el amor
y el odio, la actividad y la pasividad, las tendencias masculinas
y femeninas, conviven pacíficamente en el ello mientras el
yo es inmaduro. Pero se tornan incompatibles y se convierten
en una fuente de conflictos tan pronto como la función sintética
del yo en proceso de maduración empieza a operar sobre ellos.
Por otra parte, todo aumento en la urgencia de los impulsos
es experimentada por el yo inmaduro como una amenaza asu
organización y como tal da origen a conflictos, que siendo de
carácter interno provocan gran ansiedad en el niño; pero en
contraste con el temor y la culpa, esta ansiedad permanece en
106
las profundidades y no puede identificarse con certeza en la
base diagnóstica sino sólo durante el análisis.
La clasificación de los conflictos en externos, internalizados
y verdaderamente internos contribuye a crear una escala en
cuanto al orden de gravedad de los trastornos infantiles que
están basados, esencialmente, en conflictos. En lo que concierne
a la terapia también contribuye a .explicar por qué algunos
casos mejoran con el tratamiento de las condiciones ambientales
(aquellos basados en conflictos externos); por qué otros son
accesibles solamente a la intervención interna pero no necesitan
más que períodos promedios de análisis (conflictos internali-
zados}; mientras que un cierto número de niños requieren trata-
miento analítico intenso durante un período prolongado y se
presentan al analista con dificultades excesivas (verdaderos
conflictos internos). (Véase S. Freud, 1937.)
107
deseo original y rechazan todas las satisfacciones sustitutivas
o comprometidas con la necesidad. Por lo general, esto se observa
primero en la alimentación pero se extiende también a las fases
posteriores como una respuesta habitual a toda contrariedad de
sus deseos. En contraste, otros niños toleran las mismas can-
tidades de frustración con comparativa ecuanimidad o reducen
de manera sistemática, cualquier tensión que experimentan,
aceptando gratificaciones sustitutas. Este tipo de respuesta se
lleva a cabo desde las fases más tempranas a las posteriores.
Obviamente, el primer grupo es el que está en peligro.
Las cantidades no disminuidas de tensión y ansiedad con que
su yo debe luchar se mantienen bajo un control muy precario
por medio de defensas primitivas tales como la negación y la
proyección, o se descargan periódicamente en forma de estallidos
caóticos de malhumor. Hay una distancia muy corta entre estos
mecanismos y la patología, es decir, la producción de síntomas
neuróticos, delictivos o perversos.
Los niños del segundo grupo permanecen normales bajo
las mismas condiciones, o encuentran alivio a través del salu-
dable desplazamiento y neutralización de la energía de los im-
pulsos que dirigen hacia fines aceptables. No existe la menor
duda que esta capacidad para sublimar actúa como una valiosa
salvaguardia para su salud mental.
El control de la ansiedad
108
mible, o retirarse fóbicamente de las situaciones de peligro
para evitar los ataques de ansiedad. En suma, estos niños esta-
blecen una pauta para la vida posterior en la que la liberación
de la ansiedad manifiesta debe mantenerse a cualquier p r ecio,
y esto se logra por medio de actitudes defensivas constantes que
favorecen resultados patológicos. .
Los niños con pos ibilidades favor ables de salud mental son
aquellos que se enfrentan con las mismas situaciones peligrosas
de manera activa por medio de los recursos del yo t ales como
la comprensión intelectual, el razonamiento lógico, el cambio
de las circunstancias externas, los contraataques agresivos: los
que tratan de dominar la situación en vez de retirarse. P uest o
que así pueden enfrentarse con grandes cantidades de ansiedad,
en consecuencia pueden prescindir del exceso de actividades
defensivas, formaciones de compromiso y s íntomatología.s
109
La distinción clínica entre los dos tipos se establece mejor
por la observación de las reacciones infantiles con relación a
alguna experiencia importante tal como la enfermedad somática,
el nacimiento de un hermano, etc. Cuando las tendencias pro-
gresivas sobrepasan las regresivas, el niño responde a períodos
prolongados de enfermedad con un aumento en la madurez del
yo, o responde al nacimiento de un bebé en la familia reclamando
para sí la posición y los privilegios del hermano o hermana
"mayor". Cuando la regresión es más fuerte que la progresión,
las enfermedades somáticas hacen al niño más infantil y el nací-
.miento de un hermano se convierte en una razón para abandonar
sus logros y desear para sí el estado de bebé.
El predominio de las tendencias, sean progresivas o regre-
sivas, como un rasgo general de la personalidad, influye en el
mantenimiento de la salud mental y, en consecuencia, tiene
valor pronóstico. Los beneficios del placer que experimentan
con el crecimiento, el desarrollo y la adaptación ayudan a los
niños del primer grupo. Los niños del segundo tipo están más
expuestos a detenciones en los puntos de transición entre los
distintos niveles del desarrollo, en especial a establecer puntos
de fijación, a sufrir de desequilibrio emocional y a refugiarse
en la formación de síntomas.
110
canismos o la capacidad para enfrentarla (Murphy, 1964) y
de los recursos defensivos del yo. El mal genio del niño y sus
acciones irracionales deben examinarse en relación con las pau-
tas de conducta de la familia, y la evaluación de los casos en
que el niño desarrolló estas formas de conducta de manera in-
dependiente debe diferir de aquellos casos en que las ha adop-
tado por imitación e identificación. Los hechos traumáticos no
deben evaluarse superficialmente, sino traducirse en su signi-
ficado específico en cada caso. Los atributos tales como el
heroísmo o la cobardía, la generosidad o la avaricia, la rac ío-
nalidad o la irracionalidad deben comprenderse de manera di-
ferenciada en los distintos individuos, y juzgarse a la luz de
sus raíces genéticas, de su fase y edad de adecuación, etc. Por
consiguiente, cualquiera de estos elementos obtenidos aunque
idénticos en nombre pueden ser totalmente diferentes en su
significado en un marco personal distinto. De la misma manera
que estas variables no se prestan para comparaciones con otras
supuestamente idénticas en otros individuos, tampoco ofrecen
una base confiable para la evaluación diagnóstica cuando se
examinan fuera del contexto al que pertenecen, es decir, sin
relacionarlas con otros campos de la estructura de la perso-
nalidad.
En la mente del analista todo el material recogido durante
el procedimiento diagnóstico se organiza en lo que podemos
llamar un perfil metapsicológico comprensible del niño, es decir,
un cuadro que contiene datos de naturaleza dinámica, genética,
económica, estructural y de adaptación. Esto puede conside-
rarse como el esfuerzo sintético del analista cuando analiza
hallazgos muy discordes, o también demuestra su pensamiento
diagnóstico separado analíticamente en sus distintos compo-
nentes.
Este tipo de perfiles puede dibujarse en distintos momentos,
es decir, después del primer contacto entre el niño y la clínica
(fase del diagnóstico preliminar), durante el análisis (fase del
tratamiento) y después de finalizado el análisis o el control
de seguimiento .(fase terminal). Entonces, el perfil sirve no
sólo como un instrumento para completar y verificar el diag-
nóstico sino también para evaluar los resultados del tratamien-
to, es decir, para controlar la eficacia del tratamiento psico-
analítico.
En la fase diagnóstica, el perfil de cada caso debe comenzar
con el síntoma que motivó la consulta, su descripción, su his-
toria y antecedentes familiares y una enumeración de las in-
fluencias ambientales posiblemente significativas. Desde allí
avanza hacia el cuadro interno del niño que contiene informa-
ción acerca de la estructura de su personalidad; las interacciones
dinámicas dentro de la estructura; algunos factores económicos
qu e conciernen a la actividad de los impulsos y la intensidad
111
relativa de las fuerzas d el ello y del yo; su adaptación a la
realidad, y algunas hipótesis de naturaleza genética (que deben
verificarse durante y después del tratamiento ) . Entonces, divi-
di do en ítems, un perfil individu al puede consist ir en:
112
si las relaciones objetales existentes se corresponden
con el nivel mantenido o en regresión de la fase de
desarrollo.
113
fensiva con los logros del yo, es decir, el precio pagado
por el individuo para mantener la organización defen-
siva."
114
importantes desde el punto de vista patógeno de la his-
toria de su desarrollo);
e) por aquellos ítems en la sintomatología donde las rela-
ciones entre la superficie y lo profundo están firme-
mente establecidas, sin posibilidad de variación, y fami-
liares al examinador, como los síntomas de las neurosis
obsesivas con sus puntos de fijación conocidos. En con-
traste, síntomas tales como la mentira, el hurto, la enu-
resis nocturna, etc., con su etiología múltiple, no sumi-
nistran información genética durante la etapa diagnós-
tica.
115
excesivamente baja, se originará más ansiedad que la
que se puede enfrentar y la secuencia patológica de la
regresión, la actividad defensiva y la formación de sín-
tomas será puesta en marcha con mayor facilidad. Cuan-
do la tolerancia a la frustración es alta, el equilibrio
se mantendrá o recobrará con mayor facilidad ;
b) el potencial de sublimación del niño. Los individuos di-
fieren ampliamente en el grado en que las gratificacio-
nes desplazadas, con fines inhibidos y neutralizadas pue-
den recompensarlos por la realización frustrada de los
impulsos. La aceptación de estos primeros tipos de gra-
tificación (o la liberación del potencial de sublimación
durante el tratamiento) puede reducir la necesidad de
soluciones patológicas;
e) la actitud general del niño hacia la ansiedad. Examinar
hasta qué punto las defensas del niño contra el temor
del mundo externo y de la ansiedad provocada por el
mundo interior están basadas exclusivamente en medidas
fóbicas y en contracatexis que están estrechamente re-
lacionados con la patología; y hasta qué punto existe
una tendencia a dominar activamente las situaciones
de peligro externas e internas, lo que constituye un
signo de una estructura del yo básicamente saludable y
bien equilibrada;
d) fuerzas progresivas del desarrollo contra las tendencias
regresivas. Ambas se encuentran normalmente presen-
tes en la personalidad inmadura. Cuando la primera so-
brepasa a la segunda, las perspectivas de normalidad y
recuperación espontánea están aumentadas; la formación
de síntomas es de carácter más transitorio ya que los
movimientos pronunciados hacia el nivel siguiente de!
desarrollo alteran el equilibrio de las fuerzas internas.
Cuando las tendencias regresivas predominan, las resis-
tencias contra el tratamiento y la terquedad de las so-
luciones patológicas serán más formidables. Las relacio-
nes económicas entre las dos tendencias pueden dedu-
cirse al observar la lucha del niño entre el deseo activo
de crecer y su resistencia a renunciar a los placeres pa-
sivos de la infancia.
IX. DIAGNÓSTICO
116
ducta diaria, el crecimiento de la personalidad del niño
es esencialmente saludable y cae dentro de la amplia
gama de las "variaciones de 10 normal";
2. que las formaciones patológicas existentes (síntomas)
son de naturaleza transitoria y pueden clasificarse como
productos secundarios de las tensiones del crecimiento;
3. que existen regresiones permanentes de los impulsos
hacia puntos de fijación previamente establecidos que
conducen a conflictos de tipo neurótico y dan lugar a
las neurosis infantiles y a los trastornos del carácter;
4. que existen regresiones de los impulsos como en el caso
anterior, más regresiones simultáneas del yo y superyó
que conducen a trastornos como infantilismo, condiciones
limítrofes, delincuencia o psicosis;
5. que existen deficiencias primarias de naturaleza orgá-
nica o privaciones tempranas que distorsionan el des-
arrollo y la estructuración, y producen personalidades
retardadas, defectuosas y atípicas;
6. que existen procesos destructivos (de origen orgánico,
t óxico o psíquico, de origen conocido o desconocido) que
han interrumpido el crecimiento mental o están a punto
de hacerlo.
117
v
EVALUACION DE LA PATOLOGIA
119
pletas, vol. II) con respecto a las neurosis adultas ; que el aná-
lisis de las neurosis infantiles "aportan a la exacta comprensión
de las neurosis de los adultos tanto como los sueños infantiles
a la interpretación de los sueños ulteriores" (S. Freud, 1918,
Obras Completas, vol. II); que el estudio "de las neurosis de
la infancia [puede] ahorrarnos más de un error en la compren-
sión de las neurosis que atacan al sujeto en épocas más avan-
zadas de su vida" (S. Freud, 1916-1917, Obras Completas, vol.
II); que el análisis "nos revela siempre ... que se trata de la
consecuencia directa de una dolencia infantil del mismo género"
(ídem).
Además, se ha demostrado repetidamente que existe una
correspondencia estrecha entre la sintomatología manifiesta de
la neurosis infantil y de la adulta. En la histeria, que es co-
mún a ambas, está la ansiedad libre flotante y los ataques de
ansiedad; las conversiones en síntomas físicos; los vómitos y
el rechazo de alimentos; las fobias a los animales, la agora-
fobia. La claustrofobia, no obstante, es rara en niños en quienes
en su lugar las fobias situacionales tales como fobias a la es-
cuela, fobias al dentista, etc., juegan un papel prominente. Con
respecto a la neurosis obsesiva, tanto los niños como los adul-
tos padecen de sentimientos ambivalentes magnificados peno-
samente, de ceremonias a la hora de acostarse, otros rituales,
compulsiones de limpieza, acciones repetitivas, preguntas, fór-
mulas; ambos emplean palabras y gestos mágicos o la evitación
mágica de ciertas palabras y movimientos; compulsiones de
contar y hacer listas, de tocar o evitar tocar, etc. Con las inhi-
biciones del juego y el aprendizaje en el niño corresponden
restricciones similares de actividad en etapas vitales posterio-
res; la inhibición del exhibicionismo, la curiosidad, la agresión,
la competencia, etc., produce los mismos efectos incapacitantes
en la personalidad del individuo, lo mismo si ocurren en edad
temprana o adulta. En los caracteres neuróticos se encuentran
pocas diferencias entre el carácter histérico, obsesivo o impul-
sivo de la niñez y sus equivalentes posteriores, completamente
desarrollados.
Más importante aún que estas correspondencias en el nivel
manifiesto, es la identidad que puede demostrarse entre las
neurosis infantiles y adultas con respecto a su dinámica. La
clásica fórmula etiológica para ambos casos es la siguiente: pro-
greso inicial del desarrollo hasta un nivel comparativamente
alto en el desarrollo de los instintos y del yo (por ejemplo, en
el niño hasta la fase f'álíco-edípica, para el adulto hasta el
nivel genital); un aumento intolerable de ansiedad o frustra-
ción en esta posición (para el niño, la angustia de castración
en el complejo de Edipo); regresión de los instintos desde la
adecuación al ¡y o hasta .los puntos de fijación pregenitales; emer-
gencia de los impulsos pregenitales infantiles sexuales-agresivos,
120
deseos y fantasías; ansiedad y culpa en relación con éstos,
movilizando reacciones defensivas por parte del yo bajo la in-
fluencia del superyó; actividad defensiva conduciendo a la for-
mación de compromisos; como resultado, trastornos del carácter
o síntomas neuróticos, cuyos detalles y -tipo se determinan por
el nivel de los puntos de fijación hacia los cuales ha ocurrido
la regresión, por el contenido de los impulsos y fantasías re-
chazados y por la selección de mecanismos de defensa particu-
lares que se están utilizando.
En los días iniciales de la práctica analítica, cuando sólo
un pequeño y preseleccionado número de niños llegaban al
analista, se esperaba que la mayoría de estos pequeños pacien-
tes pertenecerían a la categoría de las neurosis infantiles y -con
el pequeño Hans y el Hombre Lobo como prototipos- podrían
incluirse en la fórmula etiológica descripta más arriba. Pero
esta opinión cambió con el paso de la práctica privada a la
apertura de centros de consulta y clínicas para niños, adonde
llega una gran cantidad de material no seleccionado reclamando
la atención del analista.
Así se logró al principio un hallazgo descorazonador rela-
cionado con una discrepancia entre la neurosis infantil y la del
adulto. Mientras que en el adulto el síntoma neurótico individual
en general forma parte de la estructura de la personalidad
relacionada genéticamente, no sucede así en el niño. Aquí, los
síntomas se presentan con frecuencia aislados o asociados con
otros síntomas y rasgos de la personalidad de diferente natu-
raleza sin orígenes relacionados. Aun los síntomas obsesivos
bien definidos tales como los rituales a la hora de acostarse o
las compulsiones de contar aparecen en niños que por otra parte
son incontrolables, inquietos, impulsivos, es decir, con perso-
nalidades histéricas; o conversiones histéricas, tendencias fó-
bicas, síntomas psicosomáticos aparecen dentro de estructuras
del carácter de naturaleza obsesiva. Los niños bien adaptados
y generalmente conscientes cometen actos delictivos únicos. Los
niños incontrolables en el hogar se someten a la autoridad en
la escuela y viceversa.
Otra desilusión consistió en observar que a pesar de todos
los vínculos existentes entre la neurosis infantil y la del adulto,
no existe la menor certidumbre de poder comprobar un deter-
minado tipo de neurosis infantil como el predecesor del mismo
tipo en el adulto. Por el contrario, existe una gran cantidad
de evidencia clínica que señala la dirección opuesta. Un ejem-
plo es el estado incontrolable de un niño de cuatro años, seme-
jante en varios puntos al del delincuente juvenil o adulto, con
respecto a que ambos liberan sus impulsos, especialmente los
agresivos, y atacan, destruyen y se apoderan de lo que desean
sin considerar los sentimientos de los demás. A pesar de todas
estas similitudes, esta conducta delincuente temprana no se
121
convierte necesariamente en un verdadero estado delincuente
posterior; el niño en cuestión puede desarrollar un carácter
obsesivo o una neurosis obsesiva en lugar de convertirse en un
delincuente o criminal. Muchos niños que comienzan con una
fobia o histeria de ansiedad se desarrollan posteriormente como
verdaderos obsesivos. Muchos con síntomas obsesivos reales
tales como las compulsiones de limpieza, rituales del tacto,
detallistas, etc., semejantes por completo a los adultos obsesivos
mientras son pequeños, están a pesar de todo predestinados a
desarrollar posteriormente no una neurosis obsesiva sino estados
esquizoides y esquizofrénicos.
Muchas presunciones sugieren la explicación de estas in-
consistencias. Ovbiamente, aun en los casos en que los compo-
nentes instintivos dominantes son los mismos, como con el sa-
dismo anal del neurótico delincuente y obsesivo, la elección
entre las dos soluciones patológicas opuestas depende de la
interacción con las actitudes del yo y éstas varían en el curso
de los procesos de maduración y desarrollo. Los deseos de
muerte, agresión, deshonestidad que son aceptables para el in-
dividuo en un determinado nivel del yo y del superyó, están
condenados y existen defensas contra ellos en el siguiente; de
aquí el cambio de rasgos delictivos a compulsivos. De otra
manera, de nuevo con la maduración del yo, las defensas contra
la ansiedad que utilizan el sistema motor tal como la con-
versión somática y las retiradas fóbicas cambian por meca-
nismos de defensa en los procesos del pensamiento tales como
contar, las fórmulas mágicas, deshacer, aislar; esto explica el
paso de la sintomatología histérica a la obsesiva. Las mezclas
de síntomas histéricos y obsesivos pueden explicarse simple-
mente: los niños que producen trastornos histéricos de carácter
permanente adquieren no obstante adicionalmente un número
transitorio de síntomas compulsivos mientras pasan a través
de la fase sádico-anal, para los cuales están adecuados; en otros,
en quienes se está desarrollando una neurosis obsesiva perma-
nente, las ansiedades libres flotantes , las fobias y los síntomas
histéricos persisten como residuos del nivel de desarrollo que
les ha precedido. En los obsesivos más pequeños, los conflictos
ambivalentes y las compulsiones pueden considerarse como
signos ominosos tempranos de escisiones y desarmonías dentro
de la estructura, suficientemente serias como para conducir en
etapa posterior a una total desintegración psicótica de la per-
sonalidad.
Otro hallazgo que todos los analistas pueden confirmar en
el servicio diagnóstico de las clínicas de niños es que el campo de
las alteraciones mentales en la infancia es más extenso de lo
esperado de acuerdo con la experiencia de la psicopatología del
adulto. Entre todo este material clínico, se encuentra por supues-
to el núcleo de todas las formas típicas de compulsiones, ceremo-
122
niales, rituales, ataques de ansiedad, fobias, trastornos de origen
traumático y psicosomático, inhibiciones y deformaciones del
carácter, que se pueden agrupar dentro del capítulo de las neu-
rosis infantiles; o los serios retraimientos del mundo objetal y el
enajenamiento de la realidad que se clasiñca dentro del capítulo
de las psicosis infantiles. Pero esto no constituye de ninguna
manera la mayoría. Habría que agregar las alteraciones (no or-
gánicas) de las necesidades vitales del organismo, por ejemplo
los trastornos de la alimentación y del sueño del infante; las
excesivas demoras (no orgánicas) en la adquisición de ciertas
capacidades vitales tales como el control de la motricidad, del
habla, de los hábitos higiénicos, del aprendizaje; los trastornos
primarios del narcisismo 2 y de las relaciones objetales; los estados
originados por tendencias destructivas y la destrucción de sí
mismo de naturaleza incontrolable, o por derivados incontrola-
bles de los impulsos sexuales y agresivos; las personalidades in-
fantiles y con retardos. Algunos de estos niños nunca llegan
a la fase fálico-edípica, que constituye el verdadero punto de
partida de las neurosis infantiles. En algunos la organización
defensiva está poco desarrollada, es primitiva y defectuosa con
el resultado de que sus síntomas corresponden a irrupciones del
ello más que a formaciones de compromiso entre el ello y el yo.
En algunos casos, la formación del superyó es tan incompleta
que los juicios morales, la culpabilidad y los conflictos internos
faltan como fuerzas internas de control.
Hasta el presente sólo existen formulaciones descriptivas
y no dinámicas suficientemente detalladas para explicar la enor-
me variedad de cuadros clínicos que existen en este campo.Qui-
zás algunos de los trastornos que sobrevienen en los primeros
años de la vida representan los preestadios del desarrollo neuró-
tico que serán transformados en una neurosis específica con los
avances adecuados al yo y al superyó en la estructuración. Otros
pueden representar neurosis abortivas, es decir, intentos falli-
dos, incompletos y a corto plazo, de las acciones del yo para co-
rresponder a los impulsos y modificarlos.
123
Tensiones externas
124
obstante, una vez establecidos, sus consecuencias no se pueden
eliminar fácilmente ni siquiera cuando a través de ciertos tra-
tamientos se realizan cambios beneficiosos. Las frustraciones y
el displacer experimentados por el niño en relación con una
necesidad o componente instintivo parti-cular permanecen aso-
ciados en la mente del niño. Esto debilita la efectividad y ur-
gencia del impulso, lo hace vulnerable y en consecuencia prepara
el camino para futuros trastornos neuróticos en el área compro-
metida (véase también A. Freud, 1946).
El manejo incorrecto de las necesidades infantiles tempranas
tiene repercusiones posteriores para el desarrollo patológico. En
su crecimiento hacia la independencia y autosuficiencia, el niño
acepta la actitud inicial de la madre, gratificante o frustrante,
como un modelo para imitar y recrear en su propio yo. Cuando
ella comprende, respeta y satisface los deseos de su hijo en la
medida de lo posible, existen buenas posibilidades de que el yo
del pequeño demuestre una tolerancia similar. Cuando ella in-
necesariamente demora, se opone o ignora la realización de los
deseos, el yo del niño está propenso a demostrar en mayor grado
la llamada "hostilidad hacia el ello", es decir, facilidad para los
conflictos internos, que constituye uno de los requisitos previos
del desarrollo neurótico.
Tensiones internas
125
de estar cansado, moviéndose continuamente en la cama o lla-
mando para que le acompañen por períodos más o menos largos.
Se tiene la impresión de que "las batallas contra el sueño" son
tan intensas como su cansancio. Lo que ha sucedido es que dormir
ya no es una cuestión de naturaleza puramente física como la
respuesta automática a una necesidad corporal en un individuo
indiferenciado, en quien el yo y el ello, el sí mismo y el del
mundo objetal no se han separado aún unos de otros. Con el
aumento de la intensidad de los vínculos del niño con los objetos
y su mayor compromiso en los hechos del mundo exterior, el
retiro de la libido y de los intereses del yo hacia sí mismo se
convierte en un requisito previo y necesario para dormir. Esto
no siempre se logra sin dificultades y la ansiedad que produce
contribuye a que el pequeño se aferre con más tenacidad al deseo
de mantenerse despierto. Las manifestaciones sintomáticas de
este estado son las continuas llamadas desde la cama por la pre-
sencia de la madre, por una puerta abierta, por un sorbo de agua,
etc. Todo esto desaparece espontáneamente cuando las relaciones
objetales del niño se hacen más seguras y menos ambivalentes, y
cuando el yo se estabiliza lo suficiente para permitir la regresión
al indiferenciado estado narcisista necesario para dormirse.
De acuerdo con lo ya mencionado, los métodos espontá-
neos del niño para facilitar la transición del estado de vigilia al
de sueño son las actividades autoeróticas como mecerse, suc-
cionarse los dedos, masturbarse y los objetos de transición como
juguetes adecuados para abrazar, objetos de materiales suaves,
etc. Cuando estos métodos se abandonan o cuando años más tar-
de el niño lucha contra la masturbación, con frecuencia se origina
una nueva ola de dificultades para conciliar el sueño. Si esto
sucede durante el período de latencia, los nuevos métodos que
utiliza el niño para combatir el trastorno son comúnmente de
naturaleza obsesiva tales como la tendencía compulsiva a con-
tar, a leer, a pensar, etcétera.
Aunque las dificultades del niño para dormirse son similares
en su apariencia manifiesta a los trastornos del sueño de los
adultos melancólicos o deprimidos, el cuadro metapsicológico
subyacente es diferente, y así este estado del niño no debe con-
siderarse precusor de la condición en el adulto. Ambas tienen
en común la vulnerabilidad de la zona del sueño.
Trastornos de la alimentación
En general sabemos algo más con respecto a los trastornos
de la alimentación del niño y los caprichos alimentarios, que
tienen una larga historia y pueden ser de muy variada naturale-
za," Los diversos trastornos de la ingestión de alimentos se re-
3 Véase el capítulo' lII, "La línea de desarrollo desde la ama-
mantación a la alimentación racional", y A. Freud (1946).
126
lacionan con las distintas fases de la línea de desarrollo hacia la
alimentación independiente, a medida que las fases se suceden
y superan unas a otras.
Desde el punto de vista cronológico, esta secuencia sigue
aproximadamente el curso siguiente. Los primeros trastornos
aparecen en relación con la lactancia de pecho y son de origen
mixto: con respecto a la madre puede ser obstáculos físicos, re-
lacionados con el flujo de la leche o la forma del pezón; o bien
psicológicos, relacionados con una respuesta ambivalente o an-
siosa a amamantar a su hijo. El niño puede tener dificultades
orgánicas, como un reflejo de succión demorado o la urgencia
disminuida de alimento; o bien psicológicas, bajo la forma de
una reacción negativa automática a la duda o la ansiedad de
la madre. El siguiente trastorno es el frecuente rechazo de ali-
mentos en el período del destete, aunque puede prevenirse cuan-
do el cambio se lleva a cabo de manera muy gradual y consi-
derada. Cuando estos trastornos son excesivos dejan generalmen-
te su huella en forma de disgusto por la comida, aversión por
sabores y consistencias nuevos, la ausencia de intrepidez para
comer, y la de placer en la esfera oral. Algunas veces los tras-
tornos producen el resultado opuesto, es decir, dan origen a una
excesiva voracidad y al temor de pasar hambre.
Las batallas del niño que está comenzando a caminar para
comer los alimentos que le ofrece la madre expresan sus rela-
ciones ambivalentes con ella. Un ejemplo clínico excelente se ob-
servó en un niño de alrededor de dos años el cual cuando se
enojaba con su madre, no sólo escupía la comida que ésta le
daba, sino que también se frotaba la lengua para desprender
cualquier pedacito de comida adherida. Literalmente "no quería
nada de ella". Las peleas relacionadas con la cantidad alternan
con las provocadas por el tipo de comida preferido o rechazado,
es decir, los caprichos y con otras relacionadas con el mecanismo
de comer, o sea, los modales en la mesa. Aun más, dentro de
la naturaleza de los síntomas, es la evitación disgustada de cier-
tas formas, olores, colores y consistencias particulares de los
alimentos derivada de las defensas contra las tendencias ana-
les; o el vegetarianismo que (si no se produce y mantiene por
las influencias ambientales) es el resultado de la defensa contra
las fantasías regresivas canibalistas y sadistas; o el rechazo de
comidas que engordan, y a veces de todas las comidas para pre-
servarse de fantasías como la inseminación oral y el embarazo.
Puesto que estas formas variadas de conducta sintomática
son manifestaciones del desarrollo cada una por derecho propio,
no hay razón para temer, como los padres hacen a menudo, que
las formas más leves como el rechazo de ciertas comidas, cons-
tituyen las fases previas de trastornos más severos, tales como el
rechazo sistemático de todo alimento, cuando aquéllas no son
127
tratadas. A menudo son por definición transitorias y susceptibles
de curación espontánea. No obstante, toda alteración excesiva
de los procesos de la alimentación en las etapas tempranas de la
vida dejarán residuos que aumentan y complican los trastornos
de las fases posteriores. En general, los trastornos infantiles de
la alimentación dejan vulnerable la zona correspondiente y pre-
paran el terreno para las afecciones neuróticas del estómago y
del apetito en la vida adulta.
128
sivo, la incapacidad de separarse de la madre, los quejidos y
gimoteos, la infelicidad, los estados afectivos caóticos (inclu-
yendo las rabietas) .
A pesar de su severidad y apariencia patológica, el síndro-
me es de corta duración. Permanece activo mientras no existen
otras formas de descarga que las motrices para los impulsos
y los afectos del niño, y su intensidad disminuye o desaparece
tan pronto como se abren nuevas vías de descarga, especial-
mente con la adquisición del lenguaje (Anny Katan, 1961) .
129
edípica, y que crean las bien conocidas inhibiciones, las sobre-
compensaciones de masculinidad, la pasividad y los movimien-
tos regresivos durante este período. Este conjunto de síntomas
desaparece como por arte de magia tan pronto el niño da los
primeros pasos hacia el período de latencia, es decir, como
una reacción inmediata a la disminución de la actividad de
los impulsos, determinada biológicamente. Comparado con el
niño de la fase edípica, el pequeño del período de latencia está
sin lugar a dudas menos importunado por conflictos.
Sucede lo contrario en el punto de transición desde el
período de latencia hacia la preadolescencia. En este momento,
las modificaciones en la calidad así como en la cantidad de los
impulsos y el aumento en las variadas tendencias pregenitales
primitivas (especialmente orales y anales) originan una falla
severa de la adaptación social, de las sublimaciones y en ge-
neral de los logros de la personalidad alcanzados durante el
período de latencia. La impresión de salud y de racionalidad
desaparecen otra vez y el preadolescente parece menos ma-
duro, menos normal y a menudo con inclinaciones hacia la
delincuencia.
Este cuadro cambia una vez más con la llegada de la ado-
lescencia propiamente dicha. Las tendencias genitales que emer-
gen actúan como curas transitorias para las inclinaciones pa-
sivo-femeninas adquiridas durante el complejo de Edipo ne-
gativo y retenidas durante el período de latencia y la preado-
lescencia. También concluyen con la pregenitalidad difusa de
la preadolescencia. Al margen de todo esto, como ha sido des-
cripto por varios autores (por ejemplo, Eíssler, 1958; Geleerd,
1958), la adolescencia produce su propia sintomatología que
en los casos más severos es de naturaleza cuasi-asocial, cuasi-
.psicótíca y de carácter limítrofe. Esta patología también des-
aparece cuando se deja atrás la adolescencia."
130
ASOCIALIDAD, DELINCUENCIA Y CRIMINALIDAD
COMO CATEGORIAS DIAGNOSTICAS EN LA NIÑEZ
131
minal en el sentido legal es comparable desde el punto de vista
psicoanalítico con la noción de que del niño pequeño no puede
decirse que se comporte de manera "social" o "asocial" antes
de haber adquirido por lo menos la capacidad para percibir y
comprender el medio social al que pertenece y pueda identifi-
carse con las reglas que lo gobiernan. De acuerdo con la ley,
creemos que la adquisición de esta capacidad es una función
del avance de la edad y de la madurez, aunque esperamos ver-
las desarrollarse antes y no después de las edades mínimas es-
tipuladas por la ley. También de acuerdo con el procedimiento
legal, damos al individuo en desarrollo el "beneficio de la
edad" cuando evaluamos la adaptación social, puesto que con-
sideramos esta última como un proceso gradual ligado con el
desarrollo de los impulsos, el yo y el superyó, y en general de-
pendiente de su curso.
Pero a pesar de todas estas convicciones teóricas y en com-
pleta oposición con el uso legal, cuando se trata de la práctica
clínica y educacional no podemos dejar de pensar o hablar in-
cluso de los menores de cinco años que se comportan de ma-
nera antisocial, asocial, etc., o que demuestran "asocialidad la-
tente" (Aichhorn, 1925). Obviamente, esta práctica está basada
en la creencia de que existen varios niveles intermedios de
adaptación social que el niño debe alcanzar a determinadas eda-
des, y de que tenemos derecho a alarmarnos si no observamos
en su conducta evidencia ostensible de este progreso en los
momentos adecuados, es decir, si la esperada cronología del
desarrollo social gradual está destruida.
De acuerdo con nuestro concepto psicoanalítico, el logro fi-
nal de la adaptación social es el resultado de un número variado
de progresos en el desarrollo. Es útil enumerarlos y examinarlos
en detalle, porque de esta manera establecemos los requisitos
previos para predecir los trastornos masivos futuros cuando
sólo se encuentran presentes las indicaciones más ligeras de
desarmonía, de desniveles en el crecimiento, o de una respuesta
inadecuada al ambiente. Este esfuerzo también dispone efecti-
vamente de la concepción que considera la asocialídad como
una entidad nosológica basada en una causa específica, sea ésta
considerada interna (tal como "deficiencia mental" o "insania
moral") o externa (tal como hogares destruidos, desacuerdos de
los padres, negligencia del niño, separaciones, etc.). A medida
que dejamos de pensar en las causas específicas de asocialidad
somos capaces de concebir las transformaciones favorables o des-
favorables de la autoindulgencia y de la tendencia asocial, y de
actitudes que normalmente forman parte de la naturaleza origi-
nal del niño. Todo esto ayuda a construir las líneas del desarro-
llo que conducen a resultados patológicos, aunque éstas resulten
más complejas, menos definidas y con una gama más amplia de
132
posibilidades que las líneas del desarrollo normal, cuyo intento
de exposición se llevó a cabo en el capítulo anterior.
133
sidades. Al ser incapaces de m anten er su pr opia existencia, las
reglas impuestas por el ambiente reinan supremas. No obstant e,
las prim eras escaramuzas entre el niñ o y el ambient e t ienen
lugar en el campo de batalla del cuidado corporal, al mismo
tiempo que ambas partes proporcionan sus primeras impresi o-
n es el uno del otro. El pequeño experiment a el r égimen impuesto
como una fuerza amistosa u hostil, de acuer do con la sensibilidad
o insens ibilidad hacia el principio del placer que la madre des-
pliegue en su cuidado. La madre, por su parte, tiene la pr imer a
oportunidad de experimentar a su hijo , bien como un niño su-
miso, acomodaticio, "fácil", bien como infl exible, volun t ar ioso
y "difícil " según la gracia, buena o mala, con la que forzosa-
mente se somete a las reglas benéficas o adversas y a los regla-
mentos que la madre impone en la satisfacció n de sus nece-
sidades.
134
proceso libre de conflictos, sino todo lo contrario, es decir, el
resultado de una lucha dinámica en la cual las capacidades y
energías a disposición del individuo se depositan en un lado u
otro. A continuación, estas etapas se descubren bajo diferentes
encabezamientos según favorezcan o dificulten el proceso de
sociali zación .
135
que la conducta social no puede realizarse a menos que el
individuo haya progresado desde el principio del placer hasta
el principio de la realidad. Pero no se puede afirmar que este
avance por sí mismo garantiza la socialización.
El avance del niño desde el principio del placer hacia el
principio de la realidad significa una tolerancia creciente para
la frustración de los instintos y de los deseos, para la poster-
gación temporal de su ratificación, para la inhibición de sus
finalidades, para el desplazamiento hacia otros fines y objetos,
para la aceptación de placeres substitutos, todo lo cual está
invariablemente acompañado de una reducción cuantitativa
de la realización de los deseos. En efecto, es este crecimiento
del niño en la capacidad de tolerar frustraciones que mu-
chos autores consideran como el factor decisivo en el proceso
de socialización, siendo su ausencia o su insuficiencia una razón
importante para la conducta asocial y delictiva. Esta opinión,
aunque válida dentro de un limitado marco de referencia, re-
sulta una simplificación extrema cuando se aplica a todo el
proceso del desarrollo social, dentro del cual deben tomarse en
cuenta muchos otros elementos de igual importancia.
136
hacen posible para el nmo el insertar el razonamiento entre
el comienzo de un deseo instintivo y la conducta tendiente a
su satisfacción. Cuando las actividades musculares del niño son
controuuiae por el yo sensible en vez de servir a los impulsos del
ello, esto constituye otro paso importante hacia la socialización.
Finalmente, existen avances esenciales que ocurren en la fun-
ción integrativa del yo, que sintetizan lo que en el niño cons-
tituye un manojo de impulsos y de actitudes caóticas y los
convierte gradualmente en una unidad estructurada con ca-
rácter y personalidad propios.
Es el desarrollo de las funciones del yo más allá del nivel
del proceso primario lo que resulta tan importante para la so-
cialización como cualquier otro avance del desarrollo de la
personalidad. No esperamos encontrar actitudes sociales en
niños que cursan la etapa preverbal o antes que la memoria,
la prueba de la realidad o los procesos secundarios del pensa-
miento se hayan establecido. Igualmente, no los esperamos en
individuos con un grado bajo de deficiencia mental o con
otros tipos de daños del yo. También esperamos que la socia-
lización se destruirá cuando severas regresiones disminuyan
las funciones del yo al nivel preverbal y de los procesos pri-
marios, en la vida adulta.
137
pectos deseables de manera permanente por medio de cam-
bios en el yo o al menos en su concepción de la imagen de los
padres. Los ideales sociales de los padres, cualesquiera sean,
son por consiguiente transportados desde el mundo externo
hacia el interno, en donde se arraigan como el ideal de la
propia persona del niño y se convierten en precursores im-
portantes del superyó. Al compartir este ideal con los padres
también se reestablece, por lo menos en un terreno moral
circunscripto, la unidad absoluta entre el niño y su madre
(simbiosis) que existía al comienzo de la vida, antes de que
el niño diferenciara entre el yo que busca placer y el mundo
objetal que lo brinda o lo retiene.
La introyección de la autoridad externa, es decir de los
progenitores, se agrega a esta nueva acción interna durante
y después del período edípico. Por consiguiente, avanza desde
el estado de un mero ideal deseable hacia el de un legislador
real y efectivo, es decir, el superyó; desde ese momento en
adelante podrá regular internamente el control de los impulsos
por medio de la recompensa del yo sumiso con sentimientos de
bienestar y autoestima, y castigando la rebeldía del yo con
remordimientos de conciencia y sentimientos de culpa; de
esta manera reemplaza la dependencia de los padres y el te-
mor que éstos despiertan, que regulaban la conducta anterior.
Pero aun con este grado de legislación interna establecida, el
superyó todavía necesitará, durante un largo período, la con-
formidad con la autoridad externa y el apoyo activo de ésta.
138
Hay que aceptar, por otra parte, que algunas de las mo-
dificaciones necesarias no son el resultado de conflictos y es-
fuerzos pero se presentan más o menos espontáneamente du-
rante el curso natural del crecimiento y la maduración. Las
fantasías canibalistas tempranas, por ejemplo, parecen enfren-
tarse con una represión primaria antes de la existencia de un
yo o superyó efectivo. Igualmente, la agresión y destrucción
indiscriminada del niño están vinculadas, dominadas y con-
troladas no por medio de manipulaciones ambientales o internas
sino por el proceso espontáneo de fusión con la libido del niño
y puesta a su servicio. Aun algunas de las inclinaciones anales
hacia los olores, atracción por el excremento y otras sucieda-
des, si no son mal manejadas, exageradas y perpetuadas por
el medio, siempre invitablemente se desplazan y neutralizan
en sublimaciones que la cultura acepta.
No obstante, es de vital importancia hacer notar que nor-
malmente la mayoría de los componentes instintivos del niño
son más persistentes y crean por consiguiente conflictos, ini-
cialmente con el medio y después con las acciones del yo
en cuanto las mismas están orientadas por el ambiente. El niño
considera entonces los componentes instintivos no como sim-
ples fuentes de placer sino que los escudriña para determinar
si son adecuados o inadecuados, aceptables o inaceptables desde
el punto de vista moral y ambiental. Es indudable que la vo-
racidad, las demandas excesivas, el deseo de posesión exage-
rado, los celos extremos, una tendencia marcada a competir,
los impulsos de dar muerte a los rivales y a las figuras frus-
trantes, es decir, todos los elementos normales de la vida ins-
tintiva infantil, se convierten en núcleos de asociabilidad pos-
terior, si se les permite permanecer sin modificaciones, y que
el crecimiento de las tendencias sociales implica la adopción
de una actitud negativa y defensiva contra aquéllos. Como re-
sultado de la actividad defensiva del yo, algunos se eliminan
por completo (por represión); otros se convierten en sus ten-
dencias opuestas que son más aceptables (por formaciones
reactivas) o son desviados hacia fines no instintivos (por su-
blimación); otros elementos se desplazan desde el marco del
yo hacia las imágenes de otras personas (por proyección); los
componentes fálicos, más avanzados y placenteros, se relegan
para ser satisfechos en el futuro distante, etcétera.
Los procesos de socialización mientras que protegen al niño
de posibles tendencias delincuentes, también restringen, inhi-
ben y empobrecen su naturaleza original. Esto no es un re-
sultado accidental debido, como sugieren algunos autores, al
empleo infortunado de mecanismos de defensa "pat ológicos"
(tales como represión, formaciones reactivas, etc.) en lugar
de "mecanismos" de adaptación "normales" (tales como el
139
desplazamiento, la sublimación); ni tampoco se debe al énfa-
sis de los padres en los procesos de defensa opuestos al libre
desenvolvimiento de la personalidad del niño. En realidad,
todos los mecanismos de defensa sirven simultáneamente pa-
ra la restricción interna de los impulsos y para la adaptación
externa, que son simplemente las dos caras de la misma mo-
neda. No hay antítesis entre desarrollo y defensa, puesto que
el fortalecimiento del yo y su organización defensiva es en sí
misma una parte esencial del crecimiento, comparable en im-
portancia al desenvolvimiento y maduración de los impulsos.
La antítesis verdadera tiene raíces más profundas y de ma-
nera inevitable en los mismos fines del desarrollo, es decir,
en la completa libertad individual (que significa libertad en
las actividades de los impulsos) y la sumisión a las normas
sociales (que significa restricción de los instintos). La dificul-
tad para combinar estas tendencias opuestas es considerada
con razón como uno de los mayores obstáculos en el camino
de la socialización.'!
Fallas en la socialización
140
La primera varía de acuerdo con elementos culturales, fami-
liares e individuales; las últimas están sujetas a variaciones
temporales así como a detenciones, regresiones y otras vici-
situdes del desarrollo. En concordancia, las diferencias que
existen entre los individuos con respecto a la cronología, la
consistencia y la amplitud del desarrollo del superyó son con-
siderables y resulta útil pensar en las variaciones de la for-
mación del superyó más bien que en las desviaciones de una
norma hipotética determinada.
A estas alturas se reconocen muchos factores y constela-
ciones que conducen a la asociabilidad posterior y que han
sido así descriptos en la bibliografía. La falla en eL desarrollo
de los aspectos más refinados y superiores del yo, por las ra-
zones dadas anteriormente, que resulta en una socialización defi-
ciente está confirmada por el gran número de delincuentes y
criminales quienes, sometidos a exámenes psicológicos, de-
muestran tener una mentalidad primitiva, infantil, retardada,
deficiente y defectuosa, con cocientes de inteligencia bajos.P
Muchos autores (Aichhorn, 1925; Augusta Bonnard, 1950) han
señalado que la asocialidad y criminalidad por parte de los
padres son incorporados al superyó del niño a través de iden-
tificaciones normales con ellos. August Aichhorn (1925) fue el
primero en insistir que los trastornos severos de la socializa-
ción se originan cuando la id!entificación con los padres se
desbarata debido a separaciones, rechazos y otras interferen-
cias en el vínculo emocional con ellos, hecho confirmado en
abundancia por John Bowlby (1944) y por lo común aceptado.
En general, los factores cualitativos en la lucha del niño
. para alcanzar la socialización reciben más atención que los
factores cuantitativos, aunque estos últimos no son menos res-
ponsables de un número de fracasos que se presentan durante
la infancia. Cualquier alteración de las fuerzas en las acciones
del ello o del yo puede trastornar el precario equilibrio social
del niño. Si su yo está debilitado por cualquier razón, será
incapaz de controlar la actividad normal de los impulsos de
manera adecuada y sufrirá la regresión a actitudes anteriores
de búsqueda de placer y autoindulgencia, es decir, su conduc-
ta será asocial. Si la actividad de los impulsos en general o en
un determinado componente instintivo en particular aumentan,
los esfuerzos y las defensas normales de su yo resultarán in-
suficientes para controlarlos. Por otra parte, estas alteraciones
cuantitativas están siempre presentes y forman parte de la vida
normal, cualesquiera sean sus resultados. El yo infantil se de-
bilita a causa de dolores físicos, enfermedades, ansiedad, he-
141
chos desagradables, tensiones emocionales, etc. Las modifica-
ciones de la intensidad de los impulsos también están deter-
minadas, bien por el ambiente a través de seducciones, ex-
posición a observaciones, indulgencia o frustración excesivas,
bien internamente por las transiciones de un nivel del desa-
rrollo al siguíente.v' Mientras estos factores cuantitativos estén
en constante flujo, ninguna de las actitudes sociales adoptadas
por el niño puede considerarse como final.
En la bibliografía sobre el tema encontramos que, por
lo general, los componentes que se consideran como una ame-
naza para la socialización no son los de la sexualidad infantil
sino los agresivos. Aunque convincente a primera vista, esta
opinión no resiste un examen minucioso. En efecto, si las ten-
dencias agresivas están fusionadas con las libidinales como
ocurre normalmente, constituyen influencias socializadoras an-
tes que lo contrario. Ellas proveen la energía inicial y la te-
nacidad con que el niño alcanza el mundo objetal y allí se
sostiene.
Posteriormente, constituyen la base de la ambición a apro-
piarse de las cualidades y poderes de los padres, así como del de-
seo de ser grande e independiente. Además, ellas prestan ener-
gía y severidad moral al superyó en sus relaciones con el yo
cuando son retiradas de los objetos y puestas a su disposición.
La agresión es una amenaza para la adaptación social sólo
cuando aparece en cultivo puro, sea por no haberse fusionado
nunca con la libido, sea por haberse separado de ella después
de la fusión. Y el origen de esto generalmente reside no en
los instintos agresivos sino en los procesos libinales que quizá
no se han desarrollado lo suficiente como para domesticar
y amarrar la agresión o que han perdido esa capacidad en al-
gún momento del crecimiento del niño debido a desilusiones
en el objeto amado, rechazos imaginados o reales, pérdida del
objeto, etc. Un punto de especial peligro para la pérdida de
fusión es la fase sádico-anal durante la cual la agresión alcanza
normalmente un punto culminante y su utilidad social depende
especialmente de su estrecha asociación con iguales cantidades
de libido. Todo trastorno emocional en esta etapa libera el
sadismo normal del niño de su mezcla libidinal, de manera que
se convierte en una tendencia destructiva pura y como tal, se
vuelve contra los objetos animados e inanimados y también
contra sí mismo. Lo que ocurre entonces es que las actitudes
provocativas, voluntariosas, medio en broma y medio en serio
del niño de casi dos años, se fijan en la personalidad como
142
tendencias a la querella y la argumentación, a conseguir lo que
desea a cualquier precio, y la preferencia por relaciones hos-
tiles antes que amistosas con los demás. Más importante aún
es que la agresión en esta forma separada no es controlable,
sea externamente por los padres, sea internamente por el yo
y el superyó. Si no se restablece la fusión por medio del re-
fuerzo de los procesos libidinales y nuevas catexis objetales,
las tendencias destructivas se convierten en la causa principal
de delincuencia y criminalidad.
143
secuencia como objeto de identificación. Por otra parte, las re-
glas de la escuela prestan poca o ninguna atención a las di-
ferencias individuales. Los niños están clasificados de acuerdo
con su madurez en el sentido de que diferentes normas se
aplican a los distintos grupos de edades, pero dentro de cada
grupo se espera que todos los individuos se adapten a una
norma común, cualquiera sea el sacrificio que esto pueda sig-
nificar para sus personalidades. Por esta razón muchos niños
encuentran difícil lograr la transición de los estándares del
hogar a los de la escuela. El hecho de que los primeros se ha-
yan identificado y aceptado con éxito no garantiza que se identi-
ficarán y aceptarán con igual facilidad los segundos. El niño
bien adaptado dentro de la familia no es necesariamente un
niño bien ajustado en la escuela o viceversa.
Con el cambio siguiente en la adolescencia, de la escuela
a la comunidad adulta, las normas legales se vuelven final-
mente impersonales. Ser "igual ante la ley" no es sólo una
ventaja para el individuo, también significa que todas las exi-
gencias de beneficios, privilegios, tratamiento preferencial por
razones personales deben abandonarse. Es un paso difícil, y
que no todos logran, aceptar que la comunidad imponga sus
leyes y castigue las transgresiones sin consideración por el
sacrificio del placer que esto representa para el individuo,
sin tomar en cuenta sus necesidades, deseos y dificultades
personales, y sin referencia a su estado caracterológico e inte-
lectual que lo capacitan o incapacitan para acatar esa ley. Las
únicas dos excepciones hasta este momento las constituyen
dos casos extremos, es decir, el deficiente mental y el insano,
basadas en la supuesta incapacidad para distinguir entre el
bien y el mal.
Al margen de las reglas morales básicas que se incorpo-
ran al superyó, los códigos legales con su naturaleza imper-
sonal, compleja y formal no forman parte del mundo interno
de un individuo. Lo que se espera que el superyó asegure no
es la identificación del individuo con el contenido de todas
las leyes específicas, sino su aceptación e internalización de
la existencia de una norma general que gobierna. En este sen-
tido, el ciudadano promedio en su actitud hacia la ley perpe-
túa la posición infantil de un niño ignorante y sumiso con-
frontado por los omniscentes y omnipotentes progenitores.
El delincuente o el criminal perpetúa la actitud del niño que
ignora, desprecia o resta importancia a la autoridad de los
padres, desafiándola.
También existen algunos individuos excepcionales cuyas
exigencias morales hacia sí mismos son mayores y más es-
trictas que lo que el ambiente espera de ellos o podría impo-
nerles. Estos sujetos adquieren sus estándares por medio de la
144
identificación con una imagen ideal de los padres más que
con sus personas reales y las imponen a través de un superyó
excesivamente severo por haber tornado hacia dentro casi toda
la agresión de que disponía. Estas personas se sienten seguras
en cuanto a la regulación y juicio interno de su propia con-
ducta que reconocen superior y más allá de la norma común.
En esta forma indirecta y tortuosa, desarrollando una forma
extrema de carácter (a menudo obsesivo) logran convertirse
una vez más en 10 que los seres humanos son en la infancia,
es decir, "una ley por sí mismos".
145
Por otra parte, un número de problemas relacionados con
la homosexualidad son igualmente prominentes en la biblio-
grafía y de gran importancia para el analista de niños, pues
puede encontrar en ellas ciertas indicaciones para sus evalua-
ciones o contribuir con datos para su solución, que se derivan de
sus propias observaciones. Estos problemas se relacionan con
los tres aspectos siguientes: con la elección de objeto; con las
reconstrucciones en el análisis de adultos y su valor para el
pronóstico de la homosexualidad en las evaluaciones hechas
durante la niñez; y con la causación de la homosexualidad
valorando los elementos constitucionales con los adquiridos.
146
estas relaciones, donde el sexo del analista no representa una
barrera en contra del desplazami ento hacia su persona de las
r elaciones paternales y maternal J.
Aparte de esta elección de .jeto de tipo anaclítico, es ob-
vio que las tendencias del ce ..probante pregenital dependen
para su satisfacción, no del aparato sexual del compañero sino
de otras cualidades y actitudes. Si éstas existen en la madre
y si por esa misma razón la madre se convierte en el objeto
amoroso principal, entonces el niño durante las fases oral y
an al es "heterosexual", y la niña "homosexual"; si las cuali-
dades existen en el padre la situación se invierte. En todo caso,
la elección de objeto, determinada por la cualidad y los fines
del componente instintivo dominante, es fase adecuada y nor-
mal sin tener en cuenta si la r elaci ón resultante es heterosexual
u homosexual.
En contraste con las fases precedentes, el sexo del objeto
adquiere gran importancia en la fase fálica . L a sobreestim a-
ci ón del pene, normal en esta fase, induce a los niños de am-
bos sexos a buscar relaciones que 10 posean, o al menos que
se supone 10 posean (tales como la madre fálica). Cualquiera
que sea el curso que las tendencias instintivas hayan tomado
en otros sentidos, no pueden disociarse "de un tipo de ob jeto
definido por una determinante particular't.t"
El complejo de Edipo en sí, en sus formas positiva y ne-
gat iv a, está basado en el reconocimiento de las diferencias
sexuales y dentro de este marco el niño hace su elección de
objeto a la manera del adulto basado en el sexo de su pareja.
El complejo de Edipo positivo con el progenitor del sexo opues-
to como el objeto amoroso preferido corresponde t an estrecha-
mente con la heterosexualidad adulta, como el complejo de
Edipo negativo con el vínculo con el progenitor del mismo
sexo corresponde a la homosexualidad adulta. Por ser ambas
manifestaciones normales durante el desarrollo, no son sin
embargo concluyentes en cuanto a la patología p ost erior ; ellas
meramente satisfacen las legítimas n ecesidades bisex u ales del
niño. No obstante, en algunos n iños el énfasis puede r ecaer
en las relaciones edípicas p ositiv as o negativ as y est as di fe-
r encias cuantitativas pueden consider ar se como indicaciones
de valor pr on óstico p ara el futuro, pues revelan preferen -
cias importantes p or un o u ot ro sexo que están enraizadas
en las experiencias preedípicas . Por una p ar te, la per sonalidad
147
de los progenitores y sus propios éxitos o fracasos en sus roles
sexuales han dejado su huella hacia las identificaciones, que
se establecen después de alcanzar la fase de amor objetal.
Por otra parte, las fijaciones a las tendencias sádico-agresivas
empujan al niño firmemente en la dirección del complejo de
Edipo positivo y en etapa posterior, hacia la heterosexualidad
igual que las fijaciones a las tendencias orales y anales pasivas
lo fuerzan hacia el complejo de Edipo negativo y quizás hacia
la homosexualidad posterior.
En conjunto, la conducta del niño durante el p eríodo fá-
Iico-edípico permite vislumbrar más claramente que en nin-
guna otra etapa sus futuras inclinaciones con respecto al rol y
a la elección del objeto sexual.
Cuando entra en el período de latencia, este aspecto par-
ticular de la vida libidinal del niño desaparece una vez más
del campo de observación. Existen en esta época, por supuesto,
remanentes inmodificados del complejo de Edipo que deter-
minan los lazos, particularmente en los niños neuróticos, que
no han sido capaces de resolver, y disolver, sus relaciones edí-
picas con los padres. Pero al margen, existen también las
tendencias adecuadas a esta fase, con fines inhibidos, despla-
zadas o sublimadas, para las cuales la identidad sexual del
objeto es de nuevo una cuestión de relativa indiferencia. Ejem-
plo de esto son las relaciones del niño en el período de laten-
cia con sus maestros, a quienes ama, admira, odia o rechaza
no porque sean hombres o mujeres sino porque los considera
figuras bondadosas, útiles, inspiradoras o duras, intolerantes y
provocadoras de ansiedad.
Las evaluaciones del diagnosticador durante este período
son aun más confusas debido al hecho de que la elección de
objeto con respecto a los contemporáneos procede en líneas
opuestas a las habituales en el adulto. El niño que busca ex-
clusivamente la compañía masculina y evita y desprecia a las
niñas no es el futuro homosexual, cualquiera que sea la simi-
litud en la conducta manifesta. Todo 10 contrario, este apego
a los varones y el rechazo y desprecio de las niñas puede con-
siderarse como la marca distintiva del niño masculino normal
del período de latencia, es decir, el futuro heterosexual. En
esta edad las tendencias futuras homosexuales son delatadas,
más bien, por una preferencia para jugar con las niñas y por
la apreciación y apropiación de sus juguetes. Esta inversión
de la conducta se considera típica de las niñas en el período
de latencia, que buscan la compañía de los varones no cuando
son femeninas sino cuando son "marimachos", por ej emplo por
su envidia del pene y deseos de masculinidad y no por sus de-
seos femeninos de relacionarse con el sexo opuesto. Lo que apa-
renta en la conducta manifiesta como inclinaciones homosexua-
148
les, son en realidad inclinaciones heterosexuales y viceversa.
Se debe recordar a este respecto que la elección de compañeros
de juegos en el período de latencia (es decir, la elección de ob-
jeto entre los contemporáneos) está basada sobre identificacio-
nes con los otros niños, no sobre relaciones objetales de amor
propiamente dichas, esto es, en un sentido de igualdad que puede
incluir igualdad del sexo o no.
Finalmente, en la preadolescencia y la adolescencia, se sabe
que episodios homosexuales son bastante comunes y existen
ju nt o a manifestaciones heterosexuales sin que sean en sí mis-
mos signos pronósticos confiables. Estas manifestaciones deben
ent en der se en parte como r ecu rr en cias de los vínculos objetales
pregenitales y sexualmente indiscrim in ados del niño pequeño,
qu e son válidos una v ez m ás en la preadolescen cia junto con la
reverificación de muchas otras ac titudes pr egen it ales y preedípi-
caso La elección de objeto homosexual en la adolescencia se debe
t ambién a la regresión del adolescente desde la catexis objetal
hacia el amor por su propia persona y la identificación con el
objeto. En este último aspecto el objetivo del adolescente re-
pr esent a en muchos casos no sólo su yo real individual sino su
ideal de sí mismo, un concepto que invariablemente incluye la
noción ideal del adolescente de su rol sexual. Las parejas ado-
lescentes formadas sobre estas bases exhiben todas los signos ex-
teriores de relaciones de objeto homosexuales y se aceptan con
frecuencia como verdaderas preetapas de la homosexualidad
adulta. Pero, desde el punto de vista metapsicológico constitu-
yen fenómenos de naturaleza narcisista, que como tales perte-
necen a la variada sintomatología esquizoide de la adolescencia,
y tienen más significado como indicadores de la profundidad de
la regresión que como pronósticos del futuro rol sexual del
individuo.
Pronóstico y reconstrucción
149
Bohm, 1920; Sadger, 1921; Bryan, 1930; Nunber g, 1947;
Gillespie, 1964);
- el narcisismo individual que crea la necesidad de escoger
un objeto sexual de acuerdo con su propia imagen (Fe-
r enczi, 1911, 1914; Fr eu d, 1914; Bohm, 1933);
- las r el aci ones entre la homosexualidad y las fases pre-
gen it al es orales y anales (Bóhm, 1933; Grete Bibring,
1940; Sadger, 1921; Lewin, 1933) ;
- la sobr eestimación del pene en la fase fálica (F r eud,
1909; Sadger, 1920; J on es, 1932; L ewin , 1933; L oew enst ein ,
1935; Fenichel, 1936; Pasche, 1964) ;
la influencia del amor y de pendencia excesivos de la
madre o el padre o la hostilidad extrema hacia uno de
ellos (Freud, 1905, 1918, 1922; Sadger , 1921; Weiss, 1925;
Bohm, 1930, 1933; Wulff, 1941);
- las observaciones traumáticas de los genitales femeninos
y de la menstruación (Daly, 1928, 1943; Nunber g, 1947);
- la envidia del cuerpo de la madre (Bohm, 1930; Melanie
Klein, 1957);
_ . los celos entre hermanos rivales, los cuales se convierten
en sustanciales objetos amorosos (Freud, 1922; L agache,
1950); etcétera.
150
Estos elementos, que indudablemente son influencias pató-
genas en el pasado del homosexual no pueden ser, no obstante,
utilizados para pronosticar la homosexualidad si forman parte
del cuadro clínico de un niño. Lejos de ser manifestaciones anor-
males o ni siquiera poco comunes, constituyen, por el contra-
rio, partes regulares e indispensables del equipo de desarrollo
de todos los varones. El estrecho vínculo con la madre, que de-
vasta al futuro homosexual al incrementar su temor del padre
rival, al aumentar su angustia de castración y al imponer una
regresión a la dependencia anal y oral, es también la bien cono-
cida constelación del complejo de Edipo positivo y como tal, el
precursor normal de la heterosexualidad adulta. El shock que
todos los varones experimentan cuando son confrontados con
el genital femenino por primera vez y que crea en el futuro
homosexual una aversión perdurable por cualquier atracción
por parte del sexo femenino, es un hecho habitual e inevitable
ya que comienzan por creer que todos los seres humanos poseen
un pene como ellos. Normalmente, el descubrimiento de la di-
ferencia entre los sexos no significa más para el varón que un
aumento temporario de su angustia de castración; puede incluso
actuar reforzando de manera saludable sus defensas contra sus
propios deseos e identificaciones femeninas, puede fortalecer
su orgullo en la posesión del pene y simplemente aumentar el
desprecio lastimoso por las mujeres castradas, que es una de las
características verdaderamente masculinas del varón en la fase
fálica. Finalmente, la admiración por el mayor tamaño del
pene que domina la vida amorosa de este tipo de homosexual
pasivo con exclusión de todo lo demás, es también una estación
normal intermedia en las relaciones de todos los niños varones
con su padre. El futuro homosexual permanece fijado en este
punto y continúa atribuyendo a todos sus objetos masculinos
todos los deseables signos de fortaleza y potencia masculinas,
mientras que el niño normal supera esta fase, se identifica con
el padre como poseedor del pene, y adquiere sus características
masculinas y actitudes heterosexuales para su propia persona y
para su futura identidad sexual.
En otras palabras, la presencia de ciertos elementos en la
niñez en determinados casos que han conducido a un desenlace
homosexual específico, no excluye un resultado diferente o
incluso opuesto en otros casos. Obviamente, lo que determina
la dirección del desarrollo no son los hechos y constelaciones
infantiles más importantes en sí mismos, sino una multitud de
circunstancias acompañantes cuyas consecuencias son difíciles
de juzgar tanto de manera retrospectiva en el análisis de adul-
tos como pronóstico en la evaluación de los niños. Estas con-
secuencias incluyen factores externos, internos, cualitativos y
cuantitativos. Que el amor de un niño por su madre sea el primer
151
paso en el camino hacia su masculinidad o que lo determine a
reprimir su agresividad masculina en beneficio de ella, depen-
derá no sólo del niño, es decir, de la naturaleza saludable de
sus impulsos fálicos, de la intensidad de sus temores y deseos
de castración y de las cantidades de libido dejadas atrás en los
puntos de fijación iniciales. El desenlace también depende de
la personalidad de la madre y de sus acciones, de la cantidad de
satisfacción y frustración que ella le administra oral y analmente
durante los procesos de la alimentación y el entrenamiento del
control esfinteriano, del deseo que aquélla tenga de mantener
al niño dependiente, o su propio orgullo para que el hijo logre
la independencia y finalmente, aunque no menos importante,
de la aceptación o el rechazo de manera placentera o intole-
rante, de los progresos fálicos del niño hacia ella. Los shocks de
castración a los que ningún varón puede escapar bajo la forma
de amenazas, observaciones, operaciones, etc., dependen, en pri-
mer lugar, en cuanto concierne a la intensidad de sus conse-
cuencias del momento en que se presentan, y se hacen sentir más
cuando coinciden con el acmé de la masturbación fálica, los de-
seos pasivos femeninos hacia el padre, los sentimientos de culpa,
etc. Los temores de castración y las tendencias pasivas están, a su
vez, influidas por las actitudes represivas o seductoras del padre,
su capacidad o incapacidad en el rol de modelo masculino, etc.
Cuando el padre está ausente por divorcio, deserción o muerte,
falta la restricción del rival edípico, circunstancia que intensi-
fica la ansiedad y la culpabildad en la fase fálica y favorece la
falta de masculinidad. En esta situación, la fantasía del niño de
que el padre ha sido eliminado por la madre como castigo por
su masculinidad agresiva también actúa como un trastorno pa-
ra sus deseos heterosexuales normales.
En última instancia tenemos que reconocer que lo que pue-
de impulsar el desarrollo sexual en una u otra dirección son
hechos puramente ocasionales como los accidentes, las seduccio-
nes, las enfermedades, las pérdidas del objeto amoroso causadas
por muertes, la facilidad o dificultad de hallar un objeto hete-
rosexual en la adolescencia, etc. Ya que estos hechos son im-
previsibles y pueden modificar la vida del niño en cualquier
momento trastornan los posibles cálculos pronósticos establecidos
previamente.
152
mosexualidad. Este criterio se basa en la presunción de que du-
rante el crecimiento las inclinaciones homosexuales alternan re-
gularmente y compiten con la heterosexualidad normal y que
las dos tendencias utilizan por turno las diversas posiciones
libidinales por las que el niño atraviesa.
Considerado desde este punto de vista, el desarrollo homo-
sexual resulta favorecido por los factores siguientes:
153
gen a determinadas personas contra la adopción de este tipo
particular de solución sexual:
154
todavía válida es que: "La decisión de la actitud sexual defi-
nitiva tiene efecto después de la pubertad" (S . Freud, 1905,
Obras Completas, vol. 1).
155
arrollo de la libido. Al margen de la ocurrencia posterior de
las bien conocidas regresiones, cualquiera de estas zonas puede
resultar extraordinariamente persistente en su rol de proveedora
de placer, en vez de disminuir en favor de las zonas que debie-
ran ocupar su lugar de acuerdo con las leyes de maduración.
En este sentido, el erotismo de la piel del niño es un ejemplo
instructivo. Al principio de la vida, ser acaricado, abrazado y
satisfecho a través del contacto corporal libidiniza diferentes
zonas del cuerpo y contribuye a crear una imagen corpórea y del
yo corporal saludables, aumenta su catexis con libido de tipo
narcisista y simultáneamente favorece el desarrollo del amor
objetal reforzando los lazos entre el niño y la madre. No hay
duda de que en este período la piel en su rol erógeno llena múl-
tiples funciones en el desarrollo del niño.
Por otra parte, estas funciones resultan redundantes, nor-
malmente, después de la infancia. El erotismo de la piel cambia
de carácter si su gratificación continúa siendo importante para el
niño después de alcanzadas las fases anal y fálica. Entonces la
piel continúa como fuente de estimulación erótica, mientras que
los fenómenos de descarga de la excitación sexual se han alte-
rado por el desarrollo y alcanzan niveles diferentes. Un varón
en la fase edípica por ejemplo, puede anhelar vorazmente este
tipo de contacto con su madre, pero si es gratificado en realidad
o en fantasía, descarga su excitación a través de la masturbación
fálica, similar a lo que sucede en el adulto pervertido que des-
carga la excitación de fuentes extragenitales a través del orgas-
mo genital. Es precisamente esta discrepancia entre la fuente
de estimulación y la descarga de la excitación que crea el pa-
recido con la perversión en ciertos casos ínfantiles.l"
Con respecto al aspecto cuantitativo, es decir, las desviacio-
nes de las intensidades normales de los componentes instintivos,
constituye obviamente una común "variación de la normalidad"
dentro del marco de la naturaleza polimorfa pervertida del niño.
En cualquier momento durante la niñez, cualquiera de los com-
ponentes instintivos de la sexualidad o cualquier aspecto parcial
de la agresión infantil pueden poseer una intensidad exagerada
y dominar el cuadro de manera excesiva o exclusiva. Esto pudiera
deberse a la constitución innata del niño. La experiencia clínica
demuestra, por ejemplo, que con frecuencia se encuentran ten-
dencias orales de marcada intensidad en los hijos de drogadictos,
alcohólicos o maniaco-depresivos. También se sabe que los hijos
156
de padres obsesivos tienen tendencias anales poderosas, aunque
en estos casos lo innato está invariablemente reforzado por la
manera en que los adultos obsesivos conducen el entrenamiento
del control de esfínteres del niño. Por supuesto, el aumento en
la intensidad de los componentes instintivos puede deberse
exclusivamente a influencias ambientales tales como la falta
de idoneidad general de los padres, la seducción, las fallas en
controlar y guiar al niño, etc. Muy frecuentemente la razón
de la excesiva intensidad de un componente instintivo reside en
la interacción de factores externos e internos, tales como la
relativa debilidad del yo o del superyó en el manejo de los
instintos, o en la excesiva severidad del superyó que se ma-
nifiesta en una actividad defensiva exagerada. Un ejemplo co-
mún de esta última constelación son los varones que durante
la fase fálica viven en constante temor de sus insuficiente-
mente reprimidas tendencias pasivo-femeninas. Para controlar
sus temores de castración que, en estos casos, están aumentados
por deseos simultáneos de castración, exageran abiertamente
todas las tendencias opuestas con el resultado de que parecen
masculinamente agresivos y con frecuencia adoptan la conducta
de los exhibicionistas fálicos. No obstante, a pesar de esta iden-
tidad de conducta, la diferencia más importante reside en que
su tipo de exhibicionismo es el resultado de mecanismos del yo
que sirven a propósitos tranquilizantes y defensivos, mientras
que en el tipo adulto constituye una parte genuina de la actividad
instintiva del pervertido encaminada a procurar la satisfacción
sexual.
Adicción
157
excesivos y que en virtud de su cantidad dominan las expresio-
nes libidinales del niño. Posteriormente, estos deseos por lo gene-
ral se desplazan de los dulces hacia otras sustancias que resultan
más o menos inofensivas. De esta manera encuentran satisfac-
ción en algunos casos bebiendo grandes cantidades de agua; en
otros, comiendo con exceso, en la glotonería o quizá fumando.
Desde el punto de vista libidinal, se expresan en la preferencia
por relaciones objetales de un tipo especial y reconfortante de
mantenimiento. Ninguna de estas manifestaciones por sí misma
pertenece a la categoría de las adicciones. La adicción verda-
dera, en el sentido adulto del término, es una estructura más
compleja en la que la acción de tendencias pasivo-femeninas y
autodestructivas se añade a los deseos orales. Para el adulto
adicto, la sustancia anhelada no representa sólo un objeto o
materia buena que ayuda y fortalece como los dulces para el
niño, sino que de manera simultánea se experimenta como
dañina, abrumadora, debilitante, desmasculinizante, castrante,
tal como sucede con el exceso de alcohol y de drogas. Es la mez-
cla de las dos tendencias opuestas, del deseo de ser fuerte y de
ser débil, la actividad y la pasividad, la masculinidad y la fe-
mineidad que ata al adulto adicto al objeto de su hábito, de
una manera que no encuentra paralelo con lo que sucede en
las adicciones más benignas y positivas del niño.
Travestismo
158
a quienes admiran, apropiándose de las ropas necesarias. Las
diferencias de sexo son fácilmente transgredidas en estos juegos
fantásticos, especialmente por las niñas, y los artículos de vestir
seleccionados para dis frazarse son con frecuencia símbolos
t an to del estado como de l sexo.
Fuera del terreno de los juegos, con las niñas en la fase de
envidia del pene, la preferencia por los pantalones y otras ropas
de varones es tan familiar que ha pasado a conside rarse adecuada
al yo . Esta tendencia no crea preocupación, excepto en aquellos
casos en que la niña se niega absolutamente, y r esult a en efecto
incapaz de aceptar la vestimenta femenina cualquiera que sea
la ocasión ; así esto se interpreta como signo de que su envidia
del pene, sus tendencias masculinas y el rechazo de su propia
femineidad han alcanzado un nivel excepcional. Pero aun en
estos casos extremos constituye un error considerar esta expre-
sión sintomática como paralela en significado con la del adulto
travestista femenino. La conducta de estas niñas no es una
manifestación sexual propiamente dicha, es decir, no está acom-
pañada por la masturbación o las fantasías de la masturbación,
ni está en otros sentidos dirigida a obtener excitación sexual
directa. Más bien cumple el propósito de imitación e identifica-
ción con los varones hasta el extremo de asumir realmente su rol
en la conducta cotidiana; de defensa contra la envidia y la riva-
lidad, contra el autodesprecio de sentirse castrada, y contra la
culpabilidad por haberse supuestamente lesionado como conse-
cuencia de la masturbación. De esta manera, el "travestismo" de
la niña fálica constituye tanto una función de su sistema de-
fensivo como una descarga para las tendencias masculinas de
su innata bisexualidad.
Del lado del niño, no existe un paralelo completo a esta
conducta de las niñas. Aparentemente, en nuestra cultura, nin-
guna fase del desarrollo por sí produce normalmente en el niño
el deseo de vestirse como las niñas. En los casos aislados en qu e
se observa esta conducta, se tiende a considerarlo como algo
mucho más anormal y generalmente intranquiliza a los p adres
como el signo om inoso inicial de aberraciones sexuales poste-
rior es.
En un pequeño número de casos de este tipo.t? el cuadro
clínico fue bastant e u niforme . Cuando el síntoma real aparece
en tr e los tres y cin co años, la conducta fe men ina del niño varía
d esde la simple expresión del deseo de ser una niña, de tener
un nombre de niña, de jugar con las niñas y sus muñecas, da r le
nombre de niñas al osito, etc., hasta v estir realmente la r opa
inter ior o l os vestidos de l a madre, de una h ermana o de una
159
mnera favorita, con especial preferencia por las ropas bonitas,
con volados, bien específicamente femeninas. Cuando el niño
no tiene a su alcance ropas femeninas, puede vestir las propias
de manera que imiten la blusa de una niña, la cintura estrecha
de una mujer joven, etc. Algunas veces el niño lo exhibe abier-
tamente; en otros casos, oculta las ropas en su cama para ves-
tirlasen secreto durante la noche. Cuando se interfiere con estas
actividades, el niño racionaliza su conducta o lo niega con un
sentimiento de culpa, o incluso "llor a patéticamente" de acuer-
do con el informe de la madre, cuando se le quitan las vesti-
mentas ilegítimamente adquiridas.
Las circunstancias externas también son parecidas en los
distintos casos. Casi sin excepción, se encuentra cierta presión
hacia la femineidad ejercida por la madre que manifiesta pre-
ferir una hermana mayor o menor o que admite haber deseado
una niña antes que el niño naciera. Como dijo un niño de padres
divorciados, a la madre "no le gustan los hombres porque no le
gusta papi". Con frecuencia se encuentra una colusión por parte
de la madre hasta el punto de complacer los deseos del niño
y de comprarle delantales con volados, para "mantener la paz
entre el hermano y la hermana", etc. La separación de una fi-
gura femenina muy querida (la madre, la niñera) es otra cir-
cunstancia externa de importancia obvia y observada con fre-
cuencia.
Del mismo modo que la conducta manifiesta y las influen-
cias ambientales, el análisis de niños descubrió los distintos
significados de los procedimientos travestistas. Vestir como una
niña representa para algunos el intento de atraer el cariño de
la madre con el disfraz de la hermana preferida. En otros casos,
sirve para negar por completo su masculinidad fálica que, justa
o injustamente, supone que no agrada a la madre. Aun en
otros, mantiene el vínculo libidinal interno con el objeto amo-
roso perdido por medio de una identificación parcial con ella.
Es cierto, por supuesto, que como en el caso de la niña, la
conducta travestista del niño se basa en alteraciones cuantita-
tivas de la economía libidinal. Sin un refuerzo excesivo de sus
inclinaciones femeninas, no puede ignorarse el orgullo del niño
en su propio atavío masculino y otras manifestaciones tendrían
que emplearse para expresar la misma envidia, celos, rivalidad,
el galanteo a la madre, la defensa contra la angustia de sepa-
ración, etc. Además, la conducta travestista en niños de ambos
sexos probablemente se explique por la fijación del niño en
un nivel en que una parte del objeto se acepta como un sustituto
por el todo y en el cual, por 10 tanto, se realizan fácilmente
desplazamientos del cuerpo (masculino o femenino) hacia las
ropas que lo cubren, es decir, una fijación a la base del desarro-
llo en la cual se origina el simbolismo de la ropa (Flugel, 1930).
160
Con respecto a la significación pronóstica de la conducta
travestista, ésta no necesita considerarse como más o menos
ominosa que cualquiera de las otras expresiones de los conflic-
tos bisexuales del niño. Así como en el caso de la niña está
relacionada con el estadio de la envidia, del pene, también está
vinculada en los niños con los componentes femeninos del
período pasivo-anal y con el complejo de Edipo negativo o con
regresiones a estas actitudes. Mientras sirve al propósito de
defensa contra la ansiedad (angustia de separación, temor de
perder el cariño del objeto, peligros fálicos), no hay razón para
suponer que el travestismo persistirá más allá de las fases donde
dominan estas ansiedades. Sólo cuando la conducta travestista
es en sí misma la descarga de la sexualidad infantil, es decir,
cuando se acompaña de signos inequívocos de excitación sexual,
puede considerarse como paralela y precursora de la perversión
específica. Probablemente, aquellos casos en que esta actividad
se realiza en secreto, en la cama y durante la noche, son signi-
ficativos en este sentido. Pero sin pruebas directas suministra-
das por las erecciones, la masturbación, etc., en conjunción con
esta actividad, el exacto significado del travestismo en la vida
sexual del niño es de difícil evaluación y verificación, aun en
los casos bajo análisis."
Fetichismo
161
va", o cuando afirma que mientras que "las manifestaciones fe-
tichistas en el niño pequeño son frecuentes ", su estructura psi-
cológica "es diferente" de la del fetichismo adulto. En este caso,
como en otras ocasiones ya antes descriptas, es obvio que el
empleo del mismo término para las manifestaciones infantiles
y las adultas conduce a la presunción errónea de que la seme-
janza de la conducta en ambos casos está equiparada por la co-
rrespondiente identidad metapsicológica.
Lo que el niño tiene en común con el fetichista adulto es
la tendencia a catectizar algún objeto o parte de su propio
cuerpo o el de otra persona, con grandes cantidades de libido,
bien narcisista, bien objetal. Basado sobre la intensidad de esta
catexis, el mencionado objeto o parte del cuerpo adquiere el
valor de un objeto parcial o proveedor de las necesidades y se
convierte en algo indispensable para el individuo. En psicopa-
tología adulta esta situación es bien conocida por el analista:
el fetichista adulto reconoce al objeto parcial, simbolizado por el
fetiche, como el pene imaginario de la madre fálica al cual el in-
dividuo se encuentra atado para su satisfacción sexual. Con
respecto al homosexual pasivo he señalado anteriormente que
el pene mismo de su pareja masculina puede asumir la condición
de un fetiche, representando los propios atributos masculinos
del individuo que han sido desplazados hacia la persona del otro
hombre. También aquí, la excitación y la gratificación sexuales
están ligados de manera indisoluble al fetiche, que es buscado
compulsivamente y en cuya ausencia el individuo se siente ham-
briento de satisfacción sexual, despojado y castrado.
Es en este sentido que la diferencia entre el verdadero fe-
tiche del adulto y los objetos fetichistas supercatectizados del
niño resulta fundamental. Mientras que el fetiche adulto sirve
un propósito único y juega un papel central en la vida del adulto
pervertido sexual, el objeto fetichista del niño tiene diferentes
significados simbólicos y sirve a una variedad de fines del ello
y del yo, que cambian de acuerdo con la fase de desarrollo al-
canzada. En la época de la lactancia y del destete, por ejemplo,
cualquier objeto (como un chupete, etc.) puede ser sobrecatec-
tizado y hacerse indispensable, siempre que sirva por una parte,
para el placer oral del niño y, por la otra, para evitar o dismi-
nuir la angustia de separación, al garantizar la permanencia
ininterrumpida de la gratificación. De acuerdo con Wulff (1946),
el valor del fetiche en esta etapa yace en el hecho de que "re-
presenta un sustituto del cuerpo de la madre y en particular,
del pecho materno". En la fase siguiente, el objeto sobrecatecti-
zado, generalmente del tipo de un juguete suave, una almohada,
una frazada, etc., se convierte en un "objeto de transición"
(Winnicott, 1953), investidos igualmente con libido narcisista y
objetal que, para los propósitos de la distribución de la libido,
162
establece un puente entre la persona del niño y la de la madre.
De acuerdo con Winnicott, estos fenómenos, aunque permitidos
y esperados por la madre, son inherentes a la propia naturaleza
del niño y como tal, constituyen una "parte del desarrollo emo-
cional normal". De acuerdo con Melitta Sperling (1963), son
"manifestaciones patológicas de trastornos específicos en las
relaciones objetales" y directamente influenciados y promovi-
dos por los sentimientos inconscientes y las actitudes conscientes
de la madre.
Es en las dificultades del niño pequeño a la hora de acos-
tarse que estos objetos de "transición" o "fetichistas" juegan
un papel especialmente importante en el establecimiento de las
precondiciones esenciales para conciliar el sueño, es decir, en el
retorno del interés del mundo objetal hacia sí mismo. Hay mu-
chos niños que son incapaces de quedarse dormidos, excepto que
tengan a su lado una de estas preciosas posesiones, al mismo
tiempo que se muestran profundamente afectados cuando aqué-
llas desaparecen o se extravían; en tales ocasiones, muchas
madres organizan una búsqueda frenética de tales objetos como
respuesta al sentimiento de privación evidente que el niño ma-
nifiesta. Melitta Sperling plantea el problema de por qué un
niño "se hace tan adicto a un objeto intrínsecamente sin valor
de manera de llegar a ser más importante que la propia ma-
dre", y concluye que esto no sucedería sin la colusión activa de
la madre. Nosotros arribamos a una respuesta diferente si (de
acuerdo con Winnicott) le adjudicamos suficiente valor a las
propiedades calmantes del objeto de transición en el cual las ven-
tajas del amor a sí mismo se combinan con las ventajas del
amor objetal; aun más, para su importancia como una posesión
permanente bajo su control, en contraste con la madre que no
SP. encuentra bajo su control y cuya independencia para irse o
quedarse, aparecer y desaparecer, amenaza constantemente al
niño con sentimientos de inseguridad y ansiedad de separación.
Contrario a este punto de vista que sostiene que la madre juega
un papel "en la génesis de la conducta fetichista y en la elección
del fetiche" (Sperlíng, 1963), se puede afirmar que todas las
sugerencias de su parte permanecerían sin efecto si no coinci-
dieran con las ascilaciones entre el autoerotismo, el narcisismo
y el amor objetal determinadas por el propio desarrollo del niño.
Hay muchos otros aspectos, más o menos obvios, en que el
objeto fetichista se encuentra relacionado con la sexualidad po-
limorfa pervertida del niño. Las cualidades esp ecíficas tales
como la textura, unen el objeto fetichista con el primitivo ero-
tismo de la piel del infante, que sirve como un objeto para ser
rítmicamente frotado, acariciado, tocado, etc. Su olor, especial-
mente cualquier tipo de olor relacion ad o con el cuerpo, establece
una importante conexión con las prácticas travestistas que el
163
f etich e sirve al determinar el tipo de vestidos o ropa interior
escogidos para disfrazarse. En la fase del sadismo anal, el ju-
guete de pelusa como objeto de transición sirve a la expresión
abierta de la ambivalencia aument ada del niñ o al ofrecer una
descarga sin riesgos para la sucesiva expresión de sentimientos
afectuosos y hostiles, dirigidos hacia el mismo objeto. Es sólo
durante la fase fálica (Wulff, 1946) que el fetiche se identific a
finalmente con el propio pene, el del padre o con el imaginario
de la madre.
H asta qué punto este seudofetichismo de la niñez es una
preetapa y precursor de las v er dader as perversiones posteriores,
es un problema que hasta el momento ningún autor ha podido
resolver de manera satisfactoria. Examinado desde el punto de
vi sta de casos importantes de análisis de adultos, no hay duda
del temprano origen del fetiche y de su naturaleza persistente,
sin r elación con el hecho d e que éste esté representado por u n
miembro del cuerpo, un modelo o tipo determinado de ropas ,
un zapato 'O un guante, o como en un caso especial de fetichismo
en un paciente adulto.s? por un ruido que, se pudo determinar,
fue producido en primera instancia por la madre. Examinado des-
de el punto de vista de l a experiencia clínica con niños, por
otra parte, resulta igualmente obvio que el número de fetiches
en la niñez es siempre mucho mayor que el de los fetichistas
verdaderos de los años posteriores, 10 cual significa que una
gran parte de los fenómenos del fetichismo infantil está aso-
ciada con fases específicas del desarrollo y desaparece cuando
se superan las necesidades especiales del ello o del yo a las que
sirve.
Como ya lo mencionáramos en los casos de travestismo,
los tipos más cercanos a la perversión adulta y por consiguiente
con más oportunidad de persistir son aquéllos en que las nece-
sidades instintivas tienen una importancia primordial y no
las del yo o los mecanismos defensivos, es decir, aquellos casos
que desde el comienzo se acompañan de signos inequívocos de
excitación sexual y sirven como una mayor fuente de descarga,
alrededor de la cual se organiza t oda la vida sexual del niño.
L as descripciones de tales casos son abundantes en la Iíteratura."
2{) Analizado por la autora.
21 Véase Melitta Sperling (1963). Otro ejemplo lo constituye el
caso de un niño de cuatro años informado por Anna Freud y Sophie
Dann (1951). Este niño era huérfano, criado sin una madre susti-
tuta, que para sus gratificaciones se vio obligado a recurrir al chu-
peteo compulsivo y a la masturbación, al autoerotismo y los objetos
fetichistas. "Todo su interés se concentraba en las toallas o franelas
para la cara que él chupeteaba mientras colgaban de sus ganchos ...
trataba los baberos como fetiches, es decir frotándolos rítmicamente
h acia arriba y hacia abajo en su nariz mientras chupeteaba, atesorando
seis baberos en sus brazos, o apretando uno o más entre sus piernas.
Cuando daba un paseo, algunas veces ansiaba estos éxtasis con gran
164
Pronóstico del resultado final:
165
VI
LAS POSIBILIDADES TERAPEUTICAS
167
·
tunidades sin rival para explorar sus psicopatologías especí-
ficas. Naturalmente, ninguna alteración puede clasificarse co-
rrectamente o adaptar su tratamiento de elección antes que los
factores genéticos, dinámicos y libido-económicos responsables
se hayan aclarado.
Cuando el análisis no brinda la mejoría esperada, la culpa
se atribuye generalmente no a la psicopatología del caso en sí,
sino a circunstancias externas desfavorables tales como la inex-
periencia o incapacidad del terapeuta, la falta de colaboración
de los padres, el no haber dado tiempo suficiente al proceso
analítico, las interrupciones debidas a las enfermedades somá-
ticas, los trastornos en el hogar, cambio de analista, etc. Cuando
el análisis tiene éxito, sea total o parcial, su competencia se da
por sentada y no nos sorprendemos que un procedimiento tan
definido y circunscripto como el análisis de niños pueda bene-
ficiar un número tan variado de trastornos, en tanto casos tan
diferentes entre sí en cuanto a su estructura y origen concierne.
168
Podemos extraer de estas publicaciones varias definiciones
con respecto a los fines de la terapia analítica, tales como las
siguientes:
que "es una de las finalidades del análisis cambiar las interrela-
ciones entre el ello,el yo y el superyó" (Bibring [Simp osio,
1937]) ;
que "la terapia analítica induce al yo a suspender o alterar las
defensas ... a tolerar los derivados del ello que están ca da
vez menos distorsionados" (Feníchel [Simposio, 1937]);
que "el análisis influencia el superyó aumentando su tolerancia"
(Strachey [Simposio, 1937]);
que "el objetivo del análisis es una modificación intrapsíquica
del paciente" (Gill [Panel, 1954 b]);
que "la meta del analista es proveer de ínsíght al paciente de
manera que pueda resolver por sí mismo sus conflictos neu-
róticos; por consiguiente, efectuando cambios permanentes
en su yo, ello y superyó, y de este modo extendiendo el
poder y la soberanía de su yo" (Greenson [Simposio, 1958]) ;
169
rapéuticos se valoran por consiguiente, de acuerdo con el grado
en que cumplen este propósito.
170
runos podrían beneficiarse con el análisis, y no sólo aquéllos
manifiestamente trastornados. De todas maneras, el analista de
niños no puede escapar al presentimiento de que en este caso
el método terapéutico se asigna una tarea que por derecho
debe ser llevada a cabo, por una parte,. por el yo del niño y,
por la otra, por sus padres.
171
diente del adulto en la identidad metapsicológica, sino que
también ofrece al analista el rol similar al que tiene en los
casos adultos. Puede asumir el papel de compañero del yo del
paciente y bajo condiciones favorables es aceptado como tal
por el niño.
El problema referente a la edad desde la cual el yo del niño
es lo suficientemente maduro como para desear el tratamiento,
puede resolverse en la neurosis infantil en relación con el
hecho de la formación de síntomas: un yo que se opone sufi-
cientemente a los impulsos como para reforzar los compromisos
neuróticos a su respecto, confirma la intención de mantener su
posición y esto indica, al menos en teoría, su voluntad de acep-
tar ayuda externa.
A pesar del hecho, ya antes discutido, de que el sufri-
miento provocado por los síntomas no tiene el mismo valor
diagnóstico en los niños que en los adultos, en muchos nmos
neuróticos el sufrimiento motiva la terapia, por ejemplo, las
molestias y dolores físicos causados por los trastornos psicoló-
gicos gástricos y digestivos, las dermatopatías, el asma, las cefa-
lalgias, las alteraciones del sueño, etc.; en las fobias a la escuela,
a la calle o a los animales, por la pérdida de la libertad de
acción, la incapacidad de hacer lo que otros niños y la exclusión
de sus placeres; en los rituales y obsesiones, por la idea de en-
contrarse a la merced de una fuerza desconocida y compulsiva
que ordena la realización de acciones sin sentido; etcétera.
Algunas veces, estos sentimientos son verbalizados abierta-
mente por los niños como, por ejemplo, en el caso de un pa-
cíente de cuatro años y medio 8 que dijo a su analista después
de un ataque de su conducta ritualista compulsiva: "Ahora tú .
puedes ver por lo menos lo que me obligan a hacer mis preocu-
paciones", expresando de esta manera el extremo desamparo
experimentado por su propio yo en esa situación; o por una
paciente de seis años, en las agonías de una severa fobia a la
escuela que le dijo a su madre: "Sabes, no es que no quiera ir a
la escuela, es que no puedo"; o por una niña en el período de
latencia, la mayor en una familia numerosa, con dificultades del
carácter ocasionadas por su envidia del pene, los celos, la culpa-
bilidad por la masturbación, que cantaba para sí: "Todos los
otros niños son buenos y solamente yo soy mala. ¿Por qué soy
tan mala?" Ella, como los otros, expresaba de esta manera el
abismo que existía entre el ideal de sí misma, las exigencias de
su superyó y su yo impotente, junto con la perplejidad ocasio-
nada por el hecho de no poder, por sí misma, hacer nada para
remediar la situación (véase también Bornstein, 1951) .
.
8Tratado analíticamente en la Hampstead Child-Therapy Clinic
por Audrey Gavshon.
172
Naturalmente, el analista de nmos no esperará que estos
insights provean para el niño nada más que un enfoque inicial
del tratamiento. Aun al margen de la interferencia normal oca-
sionada por la resistencia y la transferencia, no se puede contar
con que este interés inicial persista por tiempo indefinido en el
caso de los niños, o que provea un terreno firme en el cual
basar la técnica;
La división del yo en una parte que observa y otra que es
observada, ayuda a los pacientes adultos durante largos perío-
dos de sus análisis en los procesos de elaboración, y está por
completo descartada sólo en las peores tormentas de la neurosis
de transferencia. Esta actitud en que una parte del yo se iden-
tifica con el analista, comparte la clarificación de los problemas
y toma parte en el esfuerzo terapéutico, fue descripta de manera
convincente por Richard Sterba (1934) .
Esta introspección, que es una capacidad normal del yo del
adulto, no existe en los niños, quienes no escudriñan sus pen-
samientos o hechos internos al menos cuando no son obsesivos.
En este último caso, esta división particulares simplemente una
entre muchas otras tendencias similares, tales como la aumen-
tada ambivalencia, la inclinación a aislar, la avidez por explotar
el autocriticismo y la culpabilidad con propósitos masoquistas,
etc.; es decir, en estos casos, la introspección sirve más bien a
fines de naturaleza patológica que constructiva. Al margen de
estos casos, los niños no se inclinan a tomarse a sí mismos como
objetos de su propia observación o a valorar honestamente los
hechos que ocurren en sus mentes. Su curiosidad natural se
dirige hacia el mundo exterior, alejándose del mundo interno y
por lo general toman la dirección opuesta hasta la pubertad,
cuando en algunos tipos juveniles específicos 9 el autoexamen
y la introspección excesiva! pueden aparecer como un ingre-
diente doloroso del proceso adolescente.
En los períodos preedípíco, edípico y de latencia esta au-
sencia habitual de percepción del mundo interior también sirve
a la repugnancia del niño para experimentar de manera con-
sistente todo conflicto como intrapsíquíco, Es aquí donde el
mecanismo de externalízacíón.t" no solamente hacia la persona
del analista, se pone en juego. Es bien sabido que muchos niños,
después de transgredir de una manera u otra sus propias normas
in tern as, huyen de los sentimientos de culpa resultantes, ha-
ciendo que los padres asuman el rol de la autoridad que critica
o castiga, es decir, una externalización del conflicto con el
superyó que es responsable de los incurables actos de desobe-
diencia que de otra manera resultarían inexplicables. Esto se
1'73
refiere específicamente a los rimos en ·el período de latencia
con un conflicto por masturbación activa, quienes después de
cada irrupción y satisfacción de sus necesidades sexuales tratan
siempre de irritar al mundo adulto en su contra por medio de
su conducta provocativa. En el terreno de la asocialidad, también
es un hecho familiar que una conciencia culpable no sólo sigue
al acto delictivo, sino que con frecuencia lo precede y motiva
la delincuencia. En todos estos casos, sentirse criticado, acu-
sado o castigado por un agente externo alivia el conflicto interno
con el superyó.
Los conflictos con los impulsos son tratados de manera si-
milar. Las tendencias peligrosas de origen preedípico o edípico,
tales como los impulsos orales y anales, los deseos inconscientes
de muerte de los hermanos, la hostilidad contra el progenitor
rival, se desplazan y externalizan o proyectan hacia figuras del
mundo exteríorr.por consiguiente éstos se consideran seductores
y perseguidores con quienes el niño puede comenzar una batalla
exterior. Los mecanismos utilizados aquí son bien conocidos
desde las fobias infantiles (escuela, calle, animales) en las cua-
les, por medio del desplazamiento y la externalización, la tota-
lidad del campo de batalla interno se transforma en externo.
Lamentablemente para el analista de niños, esta tendencia
a externalizar los conflictos internos tiene una relación definida
con las esperanzas del niño respecto del tratamiento. Mientras
que el adulto neurótico espera mejorar con los cambios que
tengan lugar dentro de sí y que por lo tanto desea que ocurran,
el niño pone sus esperanzas en el poder superior del terapeuta
para modificar el ambiente, por cuanto éste ha sido utilizado
para personificar sus propias acciones conflictivas internas. u
El niño espera en este sentido que cambiar de escuela y ale-
jarse del maestro temido aliviará 10 que, en realidad, son sus
propios sentimientos de culpa; o que la separación de un "mal"
compañero pondrá fin a sus tentaciones, ignorando que éstas se
originan de sus propios impulsos y fantasías sexuales agresivos;
o que la separación de compañeros del colegio abusadores re-
mediará lo que en realidad son sus tendencias pasivo-masoquis-
tas. El analista que, con toda razón, se niega a aceptar este rol
que el paciente trata de imponerle, cambia con facilidad en la
estimación del niño de un compañero apreciado a un adversario.
Con bastante frecuencia, los padres se inclinan por la pre-
ferencia del niño a modificar el ambiente y no las condiciones
intrapsíquicas, La ausencia de la capacidad introspectiva del
niño y el consiguiente insight disminuido sobre la naturaleza de
sus dificultades neuróticas, no son idénticas con esas resisten-
cias contra el análisis que pueden comprenderse e interpretarse
.
u Véase el capítulo II, Resistencias.
174
dentro del marco de sus dependencias emocionales y en los
fenómenos transferenciales. La falta de introspección es una
actitud general del yo, característica de la niñez, a la cual el
niño se adhiere como un efectivo agente preventivo de sufri-
miento psíquico. Es sólo a través de la identificación con un
adulto en el cual confía, y de su alianza con él, que abandona
esta actitud y la reemplaza con desgano por un punto de vista
más honesto del mundo interno.
Sería válido objetar que la negación de la naturaleza intra-
písquica de los conflictos no es exclusiva del niño sino que
muchos adultos la utilizan también como defensa. Esto es cierto,
pero afortunadamente para el analista de adultos los individuos
que utilizan esta defensa particular no son por lo general quie-
nes eligen someterse al tratamiento analítico. Si en este sentido
operan en un nivel infantil, también prefieren "curarse" por
medios externos, es decir, mediante el acting out en el medio
ambiente. Es, por lo tanto, una dificultad especial reservada
para el analista de niños el hecho de que sus pacientes deban
someterse a un procedimiento que no han escogido por propia
decisión ni libremente y enfrentar imposiciones que de él se
derivan.
175
inclinaciones asociales. Favoreciendo la identificación y el víncu-
lo (narcisista) primero con él como persona y después con sus
sistemas de valores, logró cambiar los estándares de su yo y
crear, por consiguiente, un estado de desarmonía en su estruc-
tura. En sus propias palabras, cuando esto sucedía, "el delin-
cuente se ha vuelto (o vuelve a ser) un neurótico", que podría
responder ahora a la terapia psicoanalítica más o menos según
la norma habitual. En el sentido empleado más arriba, consi-
deraba la presencia del conflicto intrapsíquicocomo sine qua
non para la aplicación del análisis clásico.
La llamada "fase de introducción" sugerida por mí en 1926,
tenía un motivo similar (además de facilitar por vez primera
la entrada en el mundo privado del niño). Aunque ínterpretada
erróneamente por muchos colegas como una ínterveriéíon "edu-
cacional", es decir, una manera de lograr mejorías transferen-
ciales injustificadas, su verdadera finalidad consistía en alertar
al niño con respecto a sus propias desarmonías internas al
inducir un estado del yo favorable para su percepción. El razo-
namiento subyacente era mi pretensión de que el conflicto intra-
psíquico debe ser reintroducido en la estructura y experimentado
por el niño antes de que su interpretación analítica' pueda
aceptarse y resulte eficaz. Hoy en día, la interpretación consis-
tente de las defensas sirve al mismo propósito de confrontación
del ello-yo.
Resumen
Es evidente por lo antedicho, que en relación con todos los
conflictos de la niñez, sean transitorios y vinculados con el des-
arrollo, o permanentes y neuróticos propiamente dichos, el
trastorno y la terapia analítica están íntimamente relacionados.
Al margen de las bien conocidas mejorías transferenciales ini-
ciales que no deben engañar al analista ni a los padres, es po-
sible generalmente relacionar en detalle las mejorías a medida
que se presentan, con las interpretaciones consecutivas del ma-
terial, la resistencia (defensa) y la repetición transferencial, es
decir, con el trabajo analítico en el sentido más estricto.
En las dificultades y desarmonía del desarrollo, el sufri-
miento se disminuye y las detenciones se neutralizan cuando las
ansiedades pueden claríficarse e interpretarse; las regresiones
se anulan, es decir, que son transitorias y se reinicia la pro-
gresión con la clarificación analítica de las situaciones peligro-
sas que las determinaron. En la neurosis infantil, los ataques
de ansiedad, los rituales a la hora de acostarse, las ceremonias
diurnas se reducen o eliminan con la interpretación de los con-
tenidos inconscientes; las compulsiones a tocar desaparecen cuan-
do se revela su conexión con la masturbación o las fantasías
176
agresivas subyacentes; las fobias ceden al desenmascararse con
las interpretaciones de los desplazamientos edípicos que las han
creado; las fijaciones a hechos traumáticos r ep r imidos se libe-
ran cuando la memoria trae el trauma a la con cie ncia o cu ando
se reviven e interpretan en la transferencia.
En la sintomatología de las neurosis infantiles, un doble
daño han padecido los derivados de los impulsos como también
el yo. La contraparte terapéutica es la doble acc ión del aná-
lisis. Puesto que la interpretación de la defensa altern a con
la interpretación del contenido, a su turno alivia al yo y al
impulso duramente oprimido hasta que lo inconsciente en am-
bos se hace más superficial, se verbaliza, clarifica, int er pr eta y
llega a formar parte de la personalidad int egrada del niño.
177
del niño es inseparable de la presencia e intensidad de la re-
lación con un adulto en quien confía plenamente.
Los analistas están adiestrados para evitar estos elementos
no analíticos del método y mantener su acción al mínimo, pero
en última instancia, la elección del proceso terapéutico no pa-
rece depender de ellos sino de sus pacientes.
Ferenczi (1909, pág. 55) cita a S. Freud como diciendo con
respecto a las neurosis: "Podemos tratar a un neurótico de cual-
quier manera que se nos ocurra, él siempre se trata a sí mismo
. . . con transferencias", es decir, repitiendo sus constelaciones
neuróticas reorganizadas alrededor de la persona del analista.
Otra impresión, frecuentemente expresada por Freud, es la si-
guiente: "De cualquier modo y por cualquier medio técnico qu~
tratemos de mantener a nuestros pacientes en análisis, ellos p. .r
su parte se aferran al tratamiento de distintas maneras, cada uno
de ellos sobre la base de su propia patología: el histérico por
medio de su transferencia pasional de amor y odio; el obsesivo
invistiendo al analista con poderes mágicos en los cuales en-
tonces él participa en la transferencia; el masoquista por medio
del imaginario sufrimiento que extrae del tratamiento; el sadista
con el propósito de tener un objeto dentro del alcance de la
transferencia al cual torturar; el adicto, porque convierte a
la persona del analista en algo tan indispensable para él como
la droga o el alcohol del que depende".
Con respecto a la patología del yo, K. R. Eissler (1950) de
manera similar establece que cada paciente reacciona a la téc-
nica analítica de un modo personal, y que por el parámetro
que el analista se ve obligado a utilizar es posible establecer
las desviaciones de la norma del yo del paciente. Coincidiendo
con este criterio, se puede decir que la naturaleza de los tras-
tornos de un niño se revela a sí misma por medio de los elementos
terapéuticos específicos que selecciona para empleo terapéutico
cuando se le ofrece la gama completa de posibilidades conte-
nidas en el análisis.
178
juegan un papel digno de mencionarse, siempre que el tera-
peuta no se aparte de su rol analítico. Cuando el niño neu-
rótico las rechaza, expresa la resistencia en momentos en que
huir del análisis es más importante para él que la adquisición
de insight. Ninguno de esos elementos aislados o combinados
tienen un efecto terapéutico sobre la neurosis infantil que se
aproxime a lo que el analista requiere de una curación. Aun
cuando se logran mejorías sintomáticas por tales medios, como
en la orientación y en la psicoterapia infantiles, el equilibrio de
fuerzas entre las distintas operaciones internas no se modifica
por medio de estos procedimientos.
Por el contrario, los casos no neuróticos se benefician a
veces sea con unos, sea con otros o con la combinación de los
elementos terapéuticos complementarios, mientras que el pro-
cedimiento analítico esencial puede no brindar resultado alguno
o producirlos desfavorables, o desvanecerse en el trasfondo.
Con los casos limítrofes, por ejemplo, el clásico avance y
retroceso entre transferencia, defensa y el análisis del conte-
nido tiene consecuencias distintas de las que se producen en
los niños neuróticos. La actividad de la fantasía del niño limí-
trofe es prolífica, mínima la distorsión de los derivados del
ello y por consiguiente la interpretación del analista es fácil
y directa. Pero no se logra la mejoría habitual ni el mayor con-
trol del yo sobre el mundo de la fantasía. En su lugar, las mis-
mas palabras utilizadas en la interpretación analítica son u t i-
lizadas por el paciente y entretejidas en un continuo y aumen -
tado flujo de fantasías provocadoras de ansiedad. Enfrent ado
sólo con interpretaciones bien dentro, bien fuera del material
de la transferencia, el niño limítrofe utiliza la oportunidad para
convertir la relación con el analista en una especie de folie
él deux que le resulta placentera y está de acuerdo con sus
necesidades patológicas, pero que no rinde frut os de sde el
punto de vista terapéutico. Por otra parte, el trat amient o le
sirve para verbalizar y clarificar los peligros int er nos y exter-
nos, y los afectos atemorizantes que percibe preconscient em ent e
pero que el yo, débil e impotente, abandonado a sí mismo, no
puede integrar y traer bajo el dominio de los pr ocesos secunda-
r ios. Desde el punto de vista diagnóstico, por consiguiente, la
cualidad limítrofe de un caso puede evaluarse mediante su
reacción terapéutica negativa a la interpr et ación del incons-
ciente específico.
~""'-
179
el desarrollo, excepto en aquellos casos donde la detención
tuvo un origen traumático o neurótico. Cuando el defecto de
la libido se debe a privaciones tempranas y severas en las re-
laciones objetales, la interpretación de la repetición transferida
no produce resultados terapéuticos, y en su lugar el niño puede
reaccionar a la intimidad de la relación analista-paciente, que
es favorable para el crecimiento del vínculo libidinal, debido a
la frecuencia y prolongada duración del contacto, la ausencia
de interrupciones, la exclusión de rivales molestos, etc. Apoyado
en esta nueva y diferente experiencia emocional, el niño puede
progresar hacia niveles más adecuados del desarrollo libidinal,
un cambio terapéutico iniciado dentro del marco del análisis
de niños pero basado en una "experiencia emocional correc-
tiva" .15
Los niños con retardo uiteleciuol. generalmente sufren terri-
blemente de sus miedos arcaicos. Debido a la inmadurez de
las funciones del yo carecen de suficiente orientación y dominio
del mundo interno y externo, y la misma intensidad de la an-
siedad que sufren, impide a su vez el progreso del crecimiento
del yo. En el análisis de niños este círculo vicioso está inte-
rrumpido, con el resultado de que el niño avanza gradualmente
por la escala del desarrollo, desde los temores arcaicos de total
aniquilación, hacia la angustia de separación, la angustia de
castración, el temor de la pérdida de amor, culpabilidad, etc.
Pero el elemento terapéutico responsable de la mejoría en estos
casos es el rol de apoyo del analista y no de su ayuda analítica.
Aun en los casos con defectos orgánicos (traumatismos del
parto, daño cerebral mínimo) pueden lograrse mejorías en las
lesiones graves de la formación de la personalidad. Cuando un
yo comparativamente normal ejerce una excesiva presión sobre
una constelación de impulsos ~ empobrecidos, el niño se bene-
ficia con la estimulación de las fantasías y la apertura de des-
cargas para los derivados del ello que son productos secun-
darios de la situación analítica. Cuando una actividad instintiva
promedio está controlada de manera insuficiente por un yo
subdesarrollado, el rol y la acción del analista como "yo au-
xiliar", otro producto lateral del análisis, vienen en ayuda del
paciente.
Los adoLescentes trastornados en tratamiento analítico res-
ponden en rápida sucesión a los distintos elementos del proceso
180
terapéutico de acuerdo con las necesidades de su psicopatología
combinada. En un estudio de estos casos se ha descripto esta
observación desde el punto de vista de las frecuentes variaciones
intencionales que hace el analista con la técnica (K. R. Eissler,
1958). Aquí lo consideramos como un , proceso espontáneo por
parte del paciente, es decir, la variación de la selección que
va haciendo el paciente de los distintos elementos terapéuticos
disponibles, mientras que por parte del analista, el procedimiento
permanece invariable.
CONCLUSIONES
181
darse la oportunidad de una experiencia emocional correctiva
a los niños que han experimentado una privación materna tem-
prana (Augusta Alpert, 1959; Margaret Mahler, 1955). Siguiendo
el mismo razonamiento, se debería ofrecer a los niños con
defectos del yo exclusivamente, la protección tranquilizadora del
yo auxiliar que buscan, y a los niños limítrofes los métodos
de la verbalización y clarificación.
A primera vista esta especialización de la terapia resulta
racional y económica puesto que reduce el gasto de esfuerzo
potencial que demanda un procedimiento complejo como el aná-
lisis de niños al margen del campo legítimo de las neurosis,
es decir, para pacientes que en realidad utilizan una mínima
parte de los distintos elementos terapéuticos y se concentran
en los menos esenciales. No obstante, la observación más precisa
hace que surjan en la mente una cantidad de objeciones contra
la aplicación de estos métodos a la mayoría de los casos.
Una de las objeciones se basa en la experiencia real de que
pacientes infantiles se presentan con un cuadro clínico puro
que justificaría, él solo, un tratamiento dirigido a un factor
específico. En la mayoría de los casos, los trastornos consisten
más bien en mezclas y combinaciones de elementos que contri-
buyen en distintos grados al resultado patológico final: defectos
en la libido asociados o subsiguientes, a defectos en el yo ; in-
fluencias traumáticas agudas se combinan con la influencia de
situaciones crónicas perjudiciales; rasgos delictivos y neuró-
ticos entremezclados, igual que los rasgos de naturaleza limí-
trofe y atípica con los conflictos neuróticos; excepto en los casos
más graves existen siempre zonas normales y anormales en la
personalidad del niño. Es esta psicopatología mixta que requiere
el método comprensivo del análisis específico de niños, puesto
que sólo en él se encuentra disponible la gama completa de
posibilidades terapéuticas para el paciente y cada uno de sus
aspectos recibe la oportunidad, por un lado, de manifestarse
y, por el otro, de curarse.
Para la mente inquisitiva del analista, una segunda y vital
objeción es la imposibilidad de obtener datos de evaluación
cuando no se utiliza el método analítico. Necesitamos tener
absoluta certeza en la clasificación de un caso determinado an-
tes de que los elementos terapéuticos seleccionados pasen desde
el paciente a nuestras manos, es decir, antes de limitar las
oportunidades de la terapia a un factor único. Sin embargo,
en el estado actual de nuestra capacidad de evaluación consi-
dero que esta exactitud de juicio diagnóstico es un verdadero
ideal que alcanzaremos no con nuestros conocimientos actuales,
sino en un futuro distante.
182
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el 4 de Enero de 1974 en
Del Carr il Impresores,
Av. Salvado r M. del Carril 2639/41
Buenos Aires
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