Está en la página 1de 186

,

t.

! i
1,
ANNA FREUD '
e
\

1; NORMALIDAD
~~,> .y PATOLOGIA
r',
.EN LA NI~EZ
\
I
Z3~IN Vl N
~I

~
VI~OlOlVd-A~' .
aVallV'W~ON
IJ .
r

~
I

biblioteca de psicología profunda


editorial paiClós
Descarga mas libros en:

http://librosdejoe.blogspot.com

o busca en la web:
librosdejoe
NORMALIDAD Y PATOLOGIA
EN LA NIÑEZ
BIBLIOTECA DE PSICOLOGIA PROFUNDA

1. Karen Horney 22. Marie Lange r


LA PERSONALIDAD NEUROTICA MATERNIDAD y SEXO
DE NUESTRO TIE MPO
23. Harry Guntrip
2. Anna Freud ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD
EL YO Y LOS MECAN ISMOS E INTERACCION HUMANA
DE DEFENSA
24. Hanna Segal
3. C. G. Jung INTRODUCCION A LA OBRA
PSICOLOGIA y RELlGION DE MELAN IE KLEIN
4. C. G. Jung 25. W. R. Bion
PSICOLOGIA y EDUCACION APRENDIENDO DE LA EXPERIENCIA
5. J. C. Flügel
26. E. Jones
PSICOANALlSIS DE LA FAMILIA
LA PESADILLA
6. C. G. Jung
LA PSICOLOG IA 27. L. Grinberg, M. Langer
DE LA TRANSFERENCIA y E. Rod rigu é
PSICOANALlSIS EN LAS AMERICAS
7. C. G. Jung El proceso analítico.
SIMBOLOS DE TRANSFORMACION Transferencia y contratransferenc ia
8. C. G. Jung 28. Carlos A. Paz
ENERGETICA PSIQUICA ANALlZAB ILlDAD
y ESENCIA DEL SUEÑO
29. C. G. Jung
9. E. Kris PSICOLOGIA y SIMBOLlCA
PSICOANALlSIS y ARTE DEL ARQUETIPO
10. C. G. Jung - R. W i lhelm 30. A. Garma
EL SECRETO DE LA FLOR DE ORO NUEVAS APORTACIONES
11. O. Rank AL PSICOANALlSIS DE LOS SUEÑOS
EL MITO DEL NACIMIENTO
DEL HEROE 31. Arminda Aberastury
APORTACIONES AL PSICOANALlS IS
12. C. G. Jung - W. Pauli DE NIÑOS
LA INTERPRETACION
DE LA NATURALEZA Y LA PSIQUE 32. A. Garma
EL PSICOANALlSIS
13. E. Neumann Teoría, clínica y técnica
ORIGENES E HISTORIA
DE LA CONCIENCIA 33. R. W. White
EL YO Y LA REALIDAD
14. C. G. Jung EN LA TEORIA PSICOANALlTICA
ARQUETIPOS E INCONSCIENTE
COLECTIVO 34. M. Tractenberg
LA CIRCUNCiSION
15. O. Rank Un estudio psicoanalítico sobre las
EL TRAUMA DEL NACIMIENTO mutilaciones genitales
16. C. G. Jung
FORMACIONES DE LO INSCONSCIENTE 35. W. Reich
LA FUNCION DEL ORGAS MO
17. H. Racker
ESTUDIOS SOBRE TECNICA 36. J. Bleger
PSICOANALlTICA SIMBiOSIS y AMB IGüEDAD
18. A. Garma 37. J. Sandler, Ch. Dare y A. Holde r
PSICOANALlSIS DEL ARTE EL PACIENTE Y EL ANALISTA
ORNAMENTAL
19. L. Grlnberg 38. M. Abadi y otros
CULPA y DEPRESION LA FASCINACION DE LA MUE RTE
Panorama, dinamismo y prevención
Estudio psicoanalitico
del suicidio
20. A. Garma
PSICOANALlSIS DE LOS SUEÑOS 39. Sandor Rada
PSICOANALlSIS DE LA CONDUCT A
21. O. Fenichel
TEORIA PSICOANALlTICA 40 . Anna Freud
DE LAS NEUROSIS NORMALIDAD Y PATOLOGIA EN LA NIÑEZ

Volumen
40
ANNA FREUD

NORMALIDAD
Y PATOLOGIA ,
EN LA NIÑEZ
Evaluación del desarrollo
Vers:ión castellana de
Humberto Nágera

EDITORIAL PAIDOS
Buenos Aires
· ,

Título del original inglés:


NORMALITY AND PATHOLOGY IN CHILDHOOD
Assessments of Development
Copyright 1965 , by Internatíonal Universities Press , lnc.
© 1971 by Arma Freud

Impreso en la Argentina - Printed in Argentina


Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
1;¡' edición, 1973

La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea,


idéntica o modificada, escrita a máquina, por el sistema "Multígraph",
mimeógrafo, impreso, etc., no autorizada por los editores, viola de-
rechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

©
Copyright de todas las ediciones en castellano by
EDITORIAL PAIDOS
S.A.I.C.F.
Defensa 599, 3er. piso Buenos Aires
INDICE

Reconocimientos, 9
Nota del traductor, 10

1. El criterio psicoanalítico de la infancia: en el pasado y el


presente, 11
Las reconstrucciones en los análisis de los adultos y sus
aplicaciones, 11
El advenimiento del análisis de niños y sus consecuencias,
15
La observación directa al servicio de la psicología psicoa-
nalítica del niño, 16
Ir. Las relaciones entre el análisis de niños y el de adultos, 27
Los principios terapéuticos, 27
Las tendencias curativas, 28
Técnica, 29
La dependencia infantil como un factor en el análisis de
adultos y niños, 40
El equilibrio entre las fuerzas internas y externas obser-
vado por el analista de niños y por el de adultos, 44
lIT La evaluación de la normalidad en la niñez, 49
El descubrimiento temprano de los agentes patógenos: pre-
vención y pronóstico, 49
La traslación de los hechos externos a las experiencias
internas, 50
Cuatro campos diferentes entre el niño y el adulto, 52
El concepto de las líneas del desarrollo, 54
La regresión como un principio del desarrollo normal, 76
IV. Evaluación de la patología. Parte 1. Algunas consideraciones
generales, 89
La evaluación descriptiva y la evaluación metapsicológica,
90
Terminología estática y terminología evolucionista, 93
Criterios para evaluar la severidad de la enfermedad, 96
La evaluación basada en el desarrollo y su significación, 100
La evaluación por medio del tipo de ansiedad y de conflicto,
105
La evaluación por medio de características generales, 107
Un perfil metapsicológico del niño, 110
V. Evaluación de la patología. Parte II. Algunos preestadios
infantiles de la psicopatología adulta, 119
Las neurosis infantiles, 119
Los trastornos del desarrollo, 123
Asocialidad, delincuencia y criminalidad como categorías
diagnósticas en la niñez, 131
La homosexualidad como una categoría diagnóstica en los
trastornos de la infancia, 145
Otras perversiones y adicciones como categorías diagnós-
ticas en la infancia, 155
VI. Las posibilidades terapéuticas, 167
La terapia psicoanalítica clásica para adultos: su extensión
y definición, 168
La terapia psicoanalítica para niños: su fundamento, 170
Conclusiones, 181
BIBLIOGRAFÍA, 183
RECONOCIMIENTOS

Puesto que la mayor parte de este libro está basada en las


experiencias clínicas obtenidas en los distintos departamentos
de la Hampstead Child-Therapy Clinic, tengo una enorme deu-
da de gratitud con la señorita Helen Ross, la doctora Muriel
Gardiner y el doctor K. R. Eissler por haber establecido, orde-
nado y ayudado incansablemente a esta organización y con
la Field Foundation, la Foundations Fund for Research in Psy-
chiatry, el Freud Centenary Fund, la Grant Foundation, el
Flora Haas Estate, la Newland Foundation, la Old Dominion
Foundation, el William Rosenwald Family Fund y la Taco-
nic Foundation, por el generoso apoyo que han brindado a lo
largo de muchos años.
Tengo una deuda similar con los analistas y terapeutas
de niños de la Clínica por haber puesto a mi disposición el
material de análisis obtenido de sus pequeños pacientes.
Una sección del libro, "Un perfil metapsicológico del niño"
(que figura en el capítulo 4) fue presentada a la consideración
del National Institute for Mental Health en Washington, en
1961, como base posible para futuros estudios en la Hampstead
Clinic y tal investigación, bajo el título de "Evaluación de la
patología infantil" ha sido subvencionada desde entonces por
el Public Health Service Grant N9 M-5683, MH (1, 2, 3). Otras
secciones, compiladas y completadas para servir a este pro-
yecto, son: "El concepto de las líneas del desarrollo" (capítulo
3) y "Asocialidad, delincuencia y criminalidad como categorías
diagnósticas en la niñez" (capítulo 5).
Las secciones "La evaluación de los trastornos de la ni-
ñez" y "El concepto de las líneas del desarrollo" aparecieron
como comunicaciones preliminares en The Psychoanalytic Study
of the Child, volúmenes XVII y XVIII, mientras que "La regresión
como un principio del desarrollo mental" fue publicada en el
Bulletin of the Menninger Clinic, vol. XXVII. ·
A. F.
Nota del Traductor

He aceptado la responsabilidad de traducir este libro de


Anna Freud, como un modesto homenaje de admiración y gra-
titud a su persona, de quien he tenido la fortuna de ser discí-
pulo y colaborador ya por varios años, en la Hampstead Child-
Therapy Clinic and Course (Londres) que ella dirige.
Es por esto que tengo la esperanza de que la traducción
castellana haga justicia a la edición original inglesa de esta
importante contribución al psicoanálisis en general y más es-
pecialmente al psicoanálisis de niños.
Me resta sólo decir que en el caso de un número limitado
de términos he encontrado ciertas dificultades en la traduc-
ción por no existir equivalentes en español, tal como sucede,
por ejemplo, con el término inglés "toddler". En el caso del
término "cathexis", que es usualmente traducido como "carga",
he decidido introducir el término "catexis" como una corrup-
ción del inglés, dado que "carga" resulta una traducción insa-
tisfactoria en muchos contextos.
En cuanto a las citas de Sigmund Freud que aparecen en la
obra, he utilizado la edición española de sus Obras Completo»,
traducida por Ballesteros. Citas de otros autores las he tradu-
cido directa y libremente del inglés.
HUMBERTo NÁGERA
I
EL CRITERIO PSICOANALITICO DE LA INFANCIA:
EN EL PASADO Y EL PRESENTE

LAS RECONSTRUCCIONES EN LOS ANALISIS


DE LOS ADULTOS Y SUS APLICACIONES

Desde el comienzo del psicoanálisis, cuando se determinó


que los "histéricos padecen principalmente por causa de sus
recuerdos", * los analistas han manifestado más interés en el
pasado de sus pacientes que en sus experiencias presentes, y
más aún en las etapas de crecimiento y desarrollo que en
aquélla de la madurez.
Esta preocupación por las primeras experiencias de la vida
hizo pensar que se convertirían en expertos especialistas en
problemas de la niñez, aun cuando se ocuparan solamente del
tratamiento de adultos. Sus conocimientos de los procesos de
la evolución mental y su comprensión de la interacción entre
las fuerzas externas e internas que forman la personalidad del
individuo, permitían suponer que estarían capacitados automáti-
camente para entender en todos aquellos casos en que se du-
dara del normal funcionamiento de -Ia estabilidad emocional
del niño.
En lo que respecta a la primera etapa del psicoanálisis,
un examen de la bibliografía demuestra que muy poco se hizo,
concretamente, para confirmar estas esperanzas. En aquella
época, los esfuerzos se dedicaron totalmente a la búsqueda de
información y a perfeccionar la técnica que ponía al descu-
bierto nuevos hechos, tales como la secuencia de las fases del
desarrollo de la libido (oral, anal, fálica), el complejo de

* Véase Breuer y Freud, "On the Psychical Mechanism of Hysteri-


cal Phenomena: Preliminary Communication" (1893). Standard Edition,
vol. Ir, pág. 7.

11
Edipo y el de castración, la amnesia infantil, etcétera. Puesto
que estos importantes descubrimientos tuvieron origen en de-
ducciones efectuadas en el análisis de adultos, el método de
"reconstruir" los acontecimientos de la infancia se estimaba
suficiente, y era empleado coherentemente para obtener los da-
tos que constituyen el núcleo de la psicología psicoanalítica del
niño en el momento presente.
Por otra parte, después de una o dos décadas de ese tra-
bajo, algunos analistas se aventuraron más allá de la obtención
de datos y comenzaron a aplicar el nuevo conocimiento al
campo de la crianza del niño. La tentación de realizar esta ex-
periencia resultaba casi irresistible. Los análisis terapéuticos
de adultos neuróticos no dejaban ninguna duda sobre la in-
fluencia negativa de muchas de las actitudes de los padres y
del ambiente, y de acciones tales como la falta de fidelidad en
materia sexual, los niveles de exigencias morales excesivamente
altos, irrealistas, la severidad o indulgencia extremas, las frus-
traciones, los castigos o la conducta seductora. Parecía posible
extirpar algunas de estas amenazas de la siguiente generación
de niños mediante la educación de los padres y la modificación
de las condiciones de crianza, y planear, por lo tanto, lo que se
llamó "educación psicoanalítica" que serviría para prevenir la
neurosis.
Los intentos por alcanzar este objetivo han continuado
hasta ahora, a pesar de que algunas veces sus resultados fue-
ron confusos y difíciles. Cuando los observamos retrospectiva-
mente después de un período de más de 40 años, los considera-
mos como una larga serie de ensayos y errores. Mucha de la
incertidumbre que acompañaba estos experimentos resultaba
inevitable. En aquella época no era posible tener un profundo
insight de toda la complicada red de impulsos, afectos, rela-
ciones objetales, aparatos del yo, con sus funciones y defensas,
internalizaciones e ideales, con las interdependencias recíprocas
entre el ello y el yo y las deficiencias resultantes del desarrollo,
las regresiones, las angustias, formaciones de compromiso y las
distorsiones del carácter. El caudal de conocimientos psicoana-
líticos fue en aumento gradual al sumarse cada pequeño des-
cubrimiento al efectuado anteriormente. La aplicación de los
conocimientos pertinentes a los problemas de crianza y a la
prevención de las enfermedades mentales tuvo que efectuarse
también paso a paso, siempre siguiendo atenta y lentamente el
trabajoso camino. A medida que se realizaban nuevos descu-
brimientos de los agentes patógenos en la labor clínica, o se
arribaba a ellos mediante cambios e innovaciones en el pen-
samiento teórico, eran convertidos en consejos y preceptos para
padres y educadores, y llegaban a formar una parte integrante
de los conceptos psicoanalíticos para la crianza.
La secuencia de estas extrapolaciones es ahora bien co-

12
nocida. Así, en la época en que el psicoanálisis puso gran énfasis
en la influencia seductora que ejercía el compartir el lecho
de los padres y en las consecuencias traumáticas de presen-
ciar las relaciones sexuales entre ellos, se les aconsejó que
evitaran la intimidad física con sus hijos y también realizar el
acto sexual en presencia aun de los más pequeños. Cuando se
comprobó en el análisis de adultos que vedar el acceso a la
información sexual era responsable de muchas inhibiciones inte-
lectuales, se aconsejó brindar una completa información se-
xual desde una edad temprana. Cuando al buscar la causa de
los síntomas histéricos, la frigidez, la impotencia, etcétera, se
los vinculó con las prohibiciones y las consiguientes represiones
del sexo en la niñez, la educación basada en el psicoanálisis in-
cluyó en su programa una actitud permisiva y benévola en
relación con las manifestaciones de sexualidad pregenital in-
fantil. Cuando la nueva teoría de los instintos definió que tam-
bién la agresión es un instinto básico, se aconsejó que la tole-
rancia se extendiera a las tempranas manifestaciones de violenta
hostilidad del niño, a los deseos agresivos y de muerte mani-
festados contra padres y hermanos, etcétera. Cuando se reco-
noció que la ansiedad jugaba un papel primordial en la for-
mación sintomática, se hicieron todos los esfuerzos posibles
para tratar de disminuir el temor de los hijos frente a la au-
toridad de los padres. Cuando se demostró que al sentimiento
de culpabilidad correspondía un determinado grado de tensión
de las estructuras internas, la respuesta fue una eliminación
de todas aquellas medidas educacionales que conducían a la
formación de un superyó severo. Cuando el nuevo punto de
vista estructural de la personalidad responsabilizó al yo del
mantenimiento del equilibrio interno, se destacó la necesidad
de propiciar en el niño el desarrollo de fuerzas en el yo lo
suficientemente intensas como para resistir las presiones de
los instintos.
Finalmente, en la época actual, cuando las investigaciones
analíticas se dirigen hacia los acontecimientos iniciales del
primer año de vida destacando su importancia, estos insights
específicos son traducidos en nuevas y, en algunos aspectos,
revolucionarias técnicas para el cuidado de los niños.
Este lento y elaborado proceso hizo que la educación psico-
analítica careciese de sistematización. Más aún, sus preceptos
cambiaban de dirección continuamente enfatizando en un prin-
cipio la libre expresión de los instintos, más tarde la fortaleza
del yo, para luego insistir nuevamente en la normalidad de
las relaciones libidinales. En esta incesante búsqueda de los
agentes patógenos y de las medidas preventivas, siempre pa-
recía que el último descubrimiento analítico prometía una
mejor y definitiva solución de los problemas. .
De los consejos dados a los padres durante todos estos años,

13
unos eran coherentes entre sí; otros resultaban contradictorios
y mutuamente excluyentes y algunos de ellos demostraron ser
mucho más beneficiosos de lo esperado. Así por ejemplo, la
educación psicoanalítica cuenta entre sus éxitos la mayor co-
municación y confianza entre padres e hijos, a las cuales se
llegó gracias a la que la educación sexual se había iniciado
con mayor honestidad. Otra victoria se obtuvo respecto de
la terquedad y el negativismo de los primeros años que des-
aparecieron casi completamente tan pronto como fueron re-
conocidos los problemas de la fase anal, y el control de los
esfínteres comenzó a plantearse no tan precozmente ni con tanto
rigor como en épocas anteriores. También ciertos trastornos re-
lacionados con la alimentación infantil dejaron de existir des-
pués que los problemas alimentarios y del destete fueron mo-
dificados para adecuarlos más apropiadamente con las necesi-
dades orales. Asimismo, al quedar atenuados los conflictos en
relación con la masturbación, la succión de los dedos y otras
actividades autoeróticas, fueron resueltas algunas perturbacio-
nes del sueño (por ejemplo, las dificultades para conciliarlo).
Por otra parte, no faltaron desilusiones y sorpresas. Fue
algo inesperado comprobar que hasta las informaciones sexuales
mejor planteadas y formuladas con las palabras más simples
no eran inmediatamente aceptadas por los niños, y que se afe-
rraban persistentemente a lo que tuvimos que reconocer como
sus propias teorías sexuales, en las cuales se traduce la genita-
lidad adulta en los términos adecuados de oralidad, analidad,
violencia y mutilación. Igualmente inesperado resultó el hecho
de que la desaparición de los conflictos acerca de la masturba-
ción tenían, además de sus consecuencias beneficiosas, algunos
efectos colaterales indeseables en la formación del carácter, al
eliminar problemas que, a pesar de 'sus aspectos patógenos,
servían también como campo de entrenamiento moral (Lampl-
de Groot, 1950). Sobre todo, librar al niño de la ansiedad re-
sultó una tarea imposible. Los padres dieron 10 mejor de sí
mismos tratando de disminuir el temor que inspiraban a los
hijos, para encontrarse con que lo que estaban logrando era
aumentar los sentimientos de culpabilidad de éstos, es decir,
el miedo exagerado del niño en relación con su propia con-
ciencia. Por otra parte, cuando se atenuaba la severidad del
superyó, se producía en los niños la más profunda de todas las
ansiedades, es decir, la ansiedad de los seres humanos que se
sienten sin protección frente a la presión de sus instintos.
Resumiendo: a pesar de numerosos avances .parcíales, la
educación psicoanalítica no logró convertirse en el instrumento
profiláctico que todos esperábamos. Es cierto que los niños
que crecieron bajo su influencia son en muchos aspectos dife-
rentes de las generaciones anteriores, pero no están más libres
de ansiedad o de conflicto, y por consiguiente no menos ex-

14
puestos a sufrir de trastornos neuróticos u otras formas de
enfermedades mentales. En realidad, esto no hubiera debido
sorprendernos si no fuese que en algunos autores el optimismo
y el entusiasmo por el trabajo profiláctico predominó sobre la
aplicación estricta de los principios psicoanalíticos.
De acuerdo con estos últimos, no existe la posibilidad de
la "prevención de la neurosis". La división misma de la perso-
nalidad en ello, yo y superyó se nos presenta con una estruc-
tura psíquica en la cual cada parte tiene sus derivaciones, sus
alianzas, sus fines y su modo de funcionamiento específi-
cos. Por definición, las distintas fuerzas psíquicas se encuen-
tran en conflicto entre sí, lo cual da lugar a los desajustes in-
ternos que se manifiestan en nuestra mente consciente como
conflictos mentales. Estos últimos existen, por consiguiente,
donde quiera que el desarrollo de la estructura de la persona-
lidad alcanza un cierto grado de complejidad. Naturalmente
que hay casos en que "la educación psicoanalítica" ayuda al
niño a encontrar soluciones adecuadas que contribuyen a su
salud mental; pero también existen muchos otros en los que
los desajustes internos no pueden prevenirse, convirtiéndose
luego en el punto de partida de distintas manifestaciones de
desarrollo patológico.

EL ADVENIMIENTO DEL ANALISIS DE NIÑOS


Y SUS CONSECUENCIAS

Algunas dudas e incertidumbres que imperaban en este


campo se desvanecieron mediante la aplicación del psicoaná-
lisis de niños, que de esta manera se acercó así un poco más al
ideal fijado desde su comienzo: un servicio de especialistas en
niños. Con la ·aparición del psicoanálisis infantil surgió una
fuente complementaria de material para el desarrollo de una
psicología psicoanalítica de la niñez y para la integración de
los dos tipos de información, directa y reconstruida, que con-
virtió así a esta disciplina en una tarea sumamente provechosa:
al mismo tiempo que la reconstrucción de los sucesos' de la
infancia a través del análisis de los adultos conservaba su lugar,
se añadieron las reconstrucciones de los análisis de los niños
mayores y los hallazgos de los análisis de los niños en edades
más tiernas. Pero el análisis de niños aportó mucho más. Ade-
más de estudiar las "interacciones entre el ambiente concreto
del niño y el desarrollo de sus capacidades", facilitó el estudio
I¡ "de una gran cantidad de información de carácter íntimo con-
cerniente a la vida del niño", de manera tal que "las fantasías
de éste así como sus experiencias diarias se hicieron accesibles
a la observación". No todos .est os datos eran exclusivos; algunos
eran ya familiares a los educadores y observadores analítica-

15
mente orientados, pero la entrevista analítica con los mnos y
el uso adecuado de la información por el especialista prove-
yeron el contexto en el que las ensoñaciones y los temores
nocturnos, los juegos y otras creaciones expresivas del niño se
hicieron comprensibles en su exacta posición dentro del devenir
de su experiencia diaria en el hogar y en la escuela, y fueron
definidos en una forma mucho más concreta que nunca.' Afor-
tunadamente, en el análisis del niño pequeño, los complejos
infantiles y las perturbaciones que éstos crean en sus mentes
son todavía accesibles a la observación directa y no alejados
de la mente consciente por obra de la amnesia o de la distorsión
debida a recuerdos encubridores.
El ajustado y prolongado estudio de la niñez basado en el
análisis de niños le ofrece al especialista analítico un criterio
sobre el desarrollo de la personalidad, que difiere sutilmente
del de los colegas que conocen al niño sólo a través del análisis
de adultos. Los analistas de niños, por consiguiente, no solamente
ofrecen confirmaciones de ciertas proposiciones analíticas, como
se esperaba que hicieran desde el principio, sino que también
ayudan a decidir en aquellos casos en que "se han propuesto
hipótesis alternativas por los métodos reconstructivos"; 2 y pue-
den intentar cambiar, con éxito, el énfasis puesto erróneamente
en determinadas cuestiones y en corregir ciertos puntos de
vista (véase A. Freud, 1951). Además, como espero demostrarlo
posteriormente, el analista hace su propia contribución a la
metapsicología y a la teoría de la terapia psicoanalítica.

LA OBSERVACION DIRECTA AL SERVICIO DE LA


PSICOLOGIA PSICOANALITICA DEL NIÑO

En sus escritos teóricos, los analistas tardaron cierto tiem-


po para llegar a la conclusión de que la psicología psicoanalítica
(y especialmente la psicología psicoanalítica del niño) "no
está limitada a lo que puede descubrirse mediante el empleo
del método psicoanalítico" (Heinz Hartmann, 1950 a). No fue
así en el terreno práctico. Inmediatamente después de la pu-
blicación de los Tres ensayos sobre una teoría sexual (S. Freud,
1905), la primera generación de analistas comenzó a hacer
observaciones e informar sobre la conducta de sus pacientes
en relación con detalles tales como la sexualidad infantil, el
complejo de castración y el de Edipo. Algunos maestros y asis-
tentes sociales (maestros jardineros, maestros de primaria y

1 Estas referencias provienen de Ernst Kris (1950, pág. 28); véase


también Ernst Kris (1951).
2 Ernst Kris (1950), refiriéndose a un trabajo de Robert Waelder
(1936) .

16
encargados de delincuentes y criminales juveniles) trabajaban
en este sentido en las décadas de 1920 y 1930, mucho antes de
que estos estudios llegaran a abordarse en forma sistemática,
tal como aconteció después de la Segunda Guerra Mundial."
No obstante, en lo referente a la observación fuera de la
situación psicoanalítica, el analista que está acostumbrado a
trabajar con material reprimido e inconsciente tiene que sobre-
ponerse a ciertas dudas antes de desplazar su interés hacia la
conducta manifiesta. En este sentido, puede resultar útil el
recordar de qué manera se han desarrollado a través de los
años las relaciones entre el psicoanálisis y la observación di-
recta.' El interrogante de si la observación directa superficial
de la mente puede penetrar dentro de la estructura, funciona-
miento y contenido de la personalidad, ha sido contestado en
diferentes épocas de distintas maneras, pero de modo cada vez
más positivo, especialmente en cuanto concierne al insight de
la evolución del niño. Aunque no puede rastrearse una secuen-
cia histórica clara, existen numerosos aspectos y factores que
de modo consecutivo o simultáneo han sido importantes a
este respecto.

La exclusiva concentración del analista en las motivaciones


inconscientes ocultas

En los inicios del trabajo psicoanalítico y antes de la apli-


cación del análisis de niños, existía una fuerte tendencia a
mantener el carácter negativo y hostil de las relaciones entre
el análisis y las observaciones superficiales directas. Era aquélla
la época del descubrimiento del inconsciente y del desarrollo
gradual del método psicoanalítico, factores ambos que se en-
contraban íntimamente ligados entre sí. La tarea de los pio-
neros analíticos consistía más en remarcar la diferencia entre
la conducta observable y 10s impulsos ocultos que en señalar
las similitudes, y lo que es aun más importante, en confirmar,
ante todo, la existencia de esas motivaciones inconscientes ocul-
tas. Todavía más, este trabajo debía llevarse a cabo a pesar de
la oposición de un público que se negaba a aceptar la existencia
de un inconsciente al cual la conciencia no tiene libre acceso,
o la posibilidad de que ciertos factores pueden influir en la
mente sin que estén expuestos a la observación. Los legos
tendían a confundir las trabajosas interpretaciones del material
que ocurren durante el proceso analítico con una supuesta ca-

s Véase Bernfe1d, Aichhorn, Atice Balint, A. Freud, así como las


numerosas publicaciones en el Zeítschríft für psychoanalytísche Piida-
gogik. Viena, Internationa1er Psychoana1ytischer Verlag, 1927-1937.
4 Véase también Heinz Hartmann (1950 a).

17
pacidad sobrenatural para descubrir los más recónditos se-
cretos de un desconocido por medio de una simple mirada, creen-
cia en la que persistían a pesar de todas las aseveraciones en
sentido contrario. El analista depende de su laborioso y lento
método de observación, y sin él no irá más allá que un bacte-
riólogo que, privado de su microscopio, pretende ver los ba-
cilos a simple vista.
Los psiquiatras clínicos olvidaban un poco las diferenciacio-
nes, por ejemplo, entre la manifiesta violación sexual de una
niña por su padre psicótico y las tendencias inconscientes la-
tentes del complejo de Edipo, al referirse al primero y no al
segundo como un "hecho freudiano". En un recordado caso crí-
minal," un juez llegó a utilizar la ubicuidad de los deseos de
muerte de los hijos en contra de sus padres como parte de la
acusación, sin tener en cuenta la existencia de las alteraciones
mentales que pueden convertir los impulsos inconscientes y
reprimidos en una intención consciente y descargarse en acción.
Los psicólogos académicos por su parte trataron de v erifi car
o negar la validez del complejo de Edipo por medio de inves-
tigaciones y cuestionarios, es decir, utilizando métodos que por
su misma naturaleza son incapaces de franquear las barreras
que median entre el consciente y el inconsciente y de llegar así
a descubrir en los adultos el sedimento de la represión de los
impulsos emocionales de la infancia.
Tampoco se hallaba la nueva generación de analistas de
ese período totalmente exenta de la tendencia a confundir el
contenido del inconsciente con sus derivados manifiestos. Por
ejemplo, en los cursos sobre la interpretación de los sueños
una de las tareas más difíciles para los profesores, que persistió
durante años, fue demostrar la diferencia entre el contenido
latente y el manifiesto de un sueño; que el deseo inconsciente
no aparece en el contenido manifiesto sin antes disfrazarse me-
diante una elaboración onírica, y que el contenido consciente
es representativo del contenido oculto solamente de manera in-
directa. Aun más; en su ansiedad por traspasar los límites de
lo consciente y de cubrir el espacio existente entre la superficie
y lo profundo, muchos analistas trataron de descubrir, por me-
dio del estudio de las manifestaciones superficiales, a los que
experimentan impulsos inconscientes específicos, o fantasías in-
cestuosas o sadomasoquistas, angustia de castración, deseos de
muerte, etc., intento que en aquella época no era factible y por
consiguiente originaba conclusiones erróneas. No es sorprendente,
entonces, que en estas condiciones todos los estudiantes de psi-
coanálisis fueran aconsejados en contra del método de obser-
vación superficial, enseñándoseles a no eludir el proceso de
desenvolvimiento de las represiones del paciente y a desintere-

(; El caso Halsmann. 'véase S. Freud (1931).

18
sarse de métodos que solamente podían constituir una amenaza
contra la tarea principal del profesional, consistente en per-
feccionar la técnica analítica.

,
Los derivados del inconsciente como material
para la observación

Con el transcurso del tiempo, el aporte de nuevos descu-


brimientos y factores importantes contribuyó a modificar la
firme actitud que existía hacia la observación superficial. Des-
pués de todo, lo que el analista explora con el propósito de
intervenir terapéuticamente no es el inconsciente mismo sino
sus derivados. El medio analítico contiene, por supuesto, los
elementos necesarios que incitan y favorecen a la producción
de estos derivados mediante el completo relajamiento al que
el paciente se somete; 'la suspensión de sus facultades críticas
que posibilitan las asociaciones libres; la eliminación del movi-
miento, que permite verbalizar aun los impulsos más peligrosos
sin ningún riesgo; el ofrecimiento del analista para recibir la
transferencia de sus experiencias, etcétera. A pesar de que con
estas disposiciones técnicas los derivados del inconsciente apa-
recen en mayor número 'Y se manifiestan con una secuencia más
ordenada, las eclosiones del inconsciente profundo y las in-
cursiones en el consciente no ocurren sólo durante las sesiones
analíticas. En cuanto el analista se apercibe de esta presencia
constante, opta por incluirlas también como "material". En los
adultos, encontramos los lapsus verbales, los actos fallidos y
sintomáticos que revelan impulsos preconscientes o inconscien-
tes; los símbolos oníricos y los sueños típicos cuyo contenido
oculto se puede develar sin necesidad de laboriosas interpreta-
ciones. En los niños, más fácilmente aún, encontramos los sim-
ples sueños de realización que revelan los deseos subyacentes;
también las ensoñaciones conscientes, que nos informan con muy
poca distorsión sobre su desarrollo libidinal. Las fantasías he-
roicas o de rescate constituyen ejemplos que demuestran que
el niño ha alcanzado la cumbre de sus impulsos masculinos;
el romance familiar y las fantasías que lo acompañan (Dorothy
Burlingham, 1952) que caracterizan el proceso de desilusión
del niño con respecto a sus padres, en el período de latencia;
las fantasías de recibir castigos físicos que evidencian la fijación
sadomasoquista de la fase anal en la sexualidad infantil.
Siempre existieron analistas dispuestos más que otros a
utilizar estos signos tal como se manifiestan para arribar al
contenido inconsciente. Incidentalmente esto los puede limitar
como terapeutas, ya que la facilidad con que interpretan tales
indicadores suele tentarlos a continuar su tratamiento sin una
colaboración total del paciente y a tomar atajos hacia el íncons-

19
ciente ignorando las resistencias; en definitiva, aplicando un
procedimiento que se opone a la mejor tradición del psicoaná-
lisis. Pero esta intuición para lo inconsciente -que puede con-
vertir a un buen analista en un analista "descabellado"- es
el atributo más útil del observador analítico quien, por su me-
dio, puede utilizar manifestaciones superficiales, áridas y sin
interés como material significativo.

Los mecanismos de defensa com o m aterial de obser vación

La imagen que manifiestan los niños y los adultos se hace


aun más transparente para el analista cuando extiende su aten-
ción desde el contenido del inconsciente y sus derivados (im-
pulsos, fantasías, imágenes, etcétera) hacia los métodos em-
pleados por el yo para mantenerlos alejados de la conciencia.
Aunque estos mecanismos son automáticos y no conscientes en
sí mismos, los resultados que producen son manifiestos y fá-
cilmente individualizados por el observador.
Por supuesto, si la represi:ón es el mecanismo de defensa
del yo escudriñado, nada puede observarse en la superficie
excepto la ausencia de aquellas tendencias que, de acuerdo
con la concepción de normalidad del analista, serían ingredien-
tes necesarios de la personalidad. Cuando, por ejemplo, los
padres describen a su pequeña hij a como "cariñosa, resignada,
dócil",e1 analista observará la notoria ausencia de las exigen-
cias, avaricias y agresiones propias de la niñez. En donde los
progenitores remarcan el "cariño hacia los bebés" de sus hijos
mayores, el analista deberá investigar el destino de los celos
ausentes. Cuando un niño es descripto apropiadamente por los
padres como "falto de curiosidad y desinterés en cuestiones tales
como las diferencias de los sexos, el origen de los bebés, la
relación entre los padres", resulta obvio que una batalla in-
terna ha tenido lugar con el resultado, entre otros, de la extin-
ciónen la mente consciente de una normal curiosidad sexual.
Afortunadamente, existen otros mecanismos de defensa que
posibilitan lograr al observador resultados más sustanciales.
Entre ellos se encuentran en primer término las denominadas
formaciones reactivas que, por definición, atraen la atención
del observador a la contraparte reprimida de aquello que se
exhibe de manera manifiesta. La excesiva preocupación de un
niño pequeño "porque su padre tiene que ausentarse por la
noche, cuando hay neblina", etcétera, es una clara indicación
de la existencia de reprimidos deseos de muerte; como lo es
también su ansiosa vigilia nocturna escuchando la respiración
de los hermanos que quizá "puedan morir inadvertidamente
mientras duermen". Cualidades tales como vergüenza, disgusto
y compasión sabemos que el niño llega a adquirirlas como re-

20
sultado de luchas internas contra el exhibicionismo, el placer
en la suciedad y la crueldad; la aparición de éstas en la super-
ficie son, por consiguiente, un valioso indicador para diagnos-
ticar el destino de estos componentes de los impulsos instintivos;
De modo similar, las sublimaciones pueden interpretarse con
facilidad en los significativos impulsos primitivos de los que
son desplazadas. Las proyecciones en los niños pequeños de-
muestran su sensibilidad frente a una no deseada multitud de
cualidades, actitudes, etcétera.
Educados en la experiencia que adquirieron dentro de su
profesión, los analistas se manifiestan cada vez más atentos
a la aparición de ciertas particulares combinaciones de acti-
tudes; es decir, de determinados tipos de personalidad que
pueden ser identificados mediante la observación directa y de
los que se pueden extraer valiosas deducciones. Estos cauces
hacia la comprensión se abrieron paso a través del insight ob-
tenido sobre las raíces genéticas del carácter obsesivo, en donde
la manifestación de la tendencia al orden, a la limpieza, a la
obstinación, a la puntualidad, a la parsimonia, a la indecisión,
al atesorar, al coleccionar, etcétera, pone al descubierto las ten-
dencias sádico-anales inconscientes, de las que derivan las in-
clinaciones anteriormente nombradas. No había razón para su-
poner que este particular aspecto, el primero que fue estudiado,
sería el único ente comunicante entre la superficie y lo pro-
fundo. Pero era razonable esperar "que también otras cuali-
dades del carácter se nos muestran como residuos o productos
reactivos de determinadas formaciones pregenitales de la libido"
(S. Freud, 1932, vol. Il).
En efecto, desde la época en que se escribió el pasaje arriba
citado, muchas de estas expectativas fueron confirmadas, sobre
todo las pertenecientes a tipos de carácter oral y uretral, y es-
pecialmente aquéllas relacionadas con los niños. Si un pequeño
exhibe fallas tales como insaciabilidad, voracidad, avidez, ape-
gamiento, es exigente y egoísta en SUS! relaciones objetales,
desarrolla temores de ser envenenado, siente repulsa hacia
ciertos alimentos, etc., resulta obvio que el punto crítico en su
desarrollo y que amenaza a su progreso, es decir, su punto de
fijación, yace en la fase oral. Si exhibe vehementes ambiciones
asociadas con una conducta impulsiva, el punto de fijación
debe ser localizado en la zona uretral. En todos estos casos, los
lazos entre el contenido reprimido del ello y las estructuras
manifiestas del yo son tan fijos e inmutables que una simple
ojeada de la superficie es suficiente para permitir al analista
llegar a conclusiones relacionadas con los hechos y actos pre-
sentes o pasados en los, de otro modo, ocultos repliegues de
la mente.

21
Items de la conducta infantil como material para observación

A través de los años surgió "una creciente concientización


apreciativa sobre el valor que la función de los signos y de
las señales de la conducta pueden tener para el observador"
(Hartmann, 1950 a). Como un derivado del análisis infantil,
muchas de las acciones y preocupaciones propias del niño se
tornaron comprensibles, de tal manera que cuando se aprecian
pueden descifrarse, de la contraparte inconsciente de la cual se
derivaron, a su correcta interpretación. La claridad de las for-
maciones reactivas ha estimulado a los especialistas analíticos
a coleccionar elementos complementarios que tienen iguales
e inalterables relaciones fijas con impulsos específicos del ello
y sus derivados.
Tomando una vez más como punto de partida el hecho de
que la tendencia al orden, a la exactitud, a la puntualidad, a
la limpieza y la falta de agresividad son indicaciones manifies-
tas de pasados conflictos con las tendencias anales, es posible
señalar indicadores de conflictos similares en la fase fálica. Estos
son la timidez y la modestia, que representan formaciones reac-
tivas y como tales son una reversión completa de las tendencias
exhibicionistas previas; existe además una conducta descripta
comúnmente como bufonada o payasada, que en los análisis se
ha revelado como una distorsión del exhibicionismo fálico, con
tendencia a lucir desplazada del aspecto positivo del individuo
y hacia alguno de sus defectos. La exagerada masculinidad y
la agresión ruidosa son sobrecompensaciones que delatan al te-
mor subyacente de la castración. Las quejas de maltrato y dis-
criminación representan una clara defensa contra los deseos y
fantasías propias del carácter pasivo. Cuando el niño se queja
de un excesivo aburrimiento, podemos estar seguros que ha re-
primido enérgicamente las fantasías masturbatorias e incluso
la masturbación misma.
El estudio de la conducta infantil durante la enfermedad
orgánica también permite arribar a conclusiones con respecto
a su estado mental. Un niño enfermo puede tratar de buscar
alivio en el medio o evadiéndose a través del sueño; uno u otro
tipo de reacción delata algunos aspectos relacionados con el
estado de su narcisismo mensurado con la intensidad de su in-
terés y su relación con el mundo de los objetos. La sumisión
pasiva a las órdenes del médico, aceptando las restricciones
de la dieta, del movimiento, etc., que a menudo se atribuye
erróneamente a una supuesta madurez, es la resultante del
placer regresivo que se experimenta al ser cuidado y atendido
mientras se permanece pasivo o bien es un sentimiento de culpa,
o sea del significado que el niño le da a su enfermedad aceptán-
dola como un castigo que sus actitudes previas han originado
y que bien se merece. Cuando un niño enfermo se atiende impa-

22-
cientemente a sí mismo como un hipocondríaco, el hecho indica
de modo palpable su sentimiento de que su madre no se interesa
lo suficiente por él y de encontrarse insatisfecho con la pro-
tección y atención que se le brinda.
La observación de las actividades infantiles típicas durante
los juegos también permite recoger información en cuanto a
su mundo interno. Las conocidas ocupaciones sublimadas de
pintar, modelar y jugar con agua y arena señalan que el punto
de fijación está ubicado hacia las zonas anal y uretral. El desar-
mado de los juguetes para tratar de ver lo que tienen adentro
delata la curiosidad sexual. Es incluso significativa la manera
en que el ,infante juega con sus trenes: sea que su mayor placer
se derive de escenificar choques (como símbolo de las relaciones
sexuales de los padres), o cuando se concentra preferente-
mente en la 'construcción de túneles y vías subterráneas (ex-
presando de este modo su interés por el interior del cuerpo
humano); sea que sus automóviles y ómnibus tienen que trans-
portar grandes cargas (como un símbolo del embarazo de la
madre), como cuando la velocidad y el funcionamiento ade-
cuado son su mayor interés (símbolos de la eficiencia fálica).
La posición favorita del niño en la cancha de fútbol indica sus
particulares relaciones con los otros niños en el lenguaje sim-
bólico del ataque, la defensa, la habilidad o incapacidad para
competir, para desempeñarse con éxito, para adoptar un rol
masculino, etc. La locura por los caballos de algunas niñas señala
sus deseos autoeróticos primitivos (si su placer se encuentra
circunscr ípto al movimiento rítmico sobre el caballo); a su
identificación con la tarea protectora de la madre (si lo que
disfruta especialmente es el atender al bienestar del caballo);
a su envidia del pene (si se identifica con el grande y poderoso
animal y 10 trata como si fuera una parte de su propio cuerpo) ;
a sublimaciones fálicas (si su ambición consiste en dominar al
caballo, en exhibir sus habilidades al montarlo, etcétera).
La conducta de los niños con respecto a la comida revela
mucho más al observador entrenado que una simple "fijación
en la fase oral", con la que se relaciona comúnmente a la
mayoría de los displaceres ante ciertos alimentos y en la cual
el apetito exagerado hasta la gula es la manifestación que más
obviamente la representa. Examinando en detalle la conducta
infantil son notorios también otros elementos por igual de signi-
ficativos. Sobre todo, dado que los desarreglos con respecto a
la alimentación son trastornos del desarrollo 6 relacionados con
fases particulares y con los niveles de desarrollo del ello y
del yo, su observación y discriminación detallada llena a la
perfección el cometido como señal indicadora de los desniveles
de la conducta.

6 Véase el capítulo V.

23
Aún quedan por analizar las manifestaciones dentro del
área de la vestimenta, de la que se puede extraer valiosa orien-
tación. Es bien sabido que el exhibicionismo puede trasladarse
del cuerpo hacia las ropas, apareciendo superficialmente como
una actitud vanidosa. Si está reprimida, la reacción es opuesta
y se manifiesta como negligencia en el vestir. Una sensibilidad
exagerada con respecto al material para vestimenta que es
rígido y "pincha" indica un erotismo reprimido de la piel. En
las niñas, el disgusto ante su anatomía se revela por la manera
con que evitan las ropas femeninas, los volados, los adornos,
o si no, como lo opuesto: un deseo excesivo por ropas osten-
tosas y caras.
Esta multitud de actitudes, atributos y reacciones se ma-
nifiesta abiertamente en la vida diaria del niño, dentro del ho-
gar, en la escuela o en todo lugar que el observador elija. Dado
que cada uno de estos elementos se encuentra relacionado ge-
néticamente con el derivado específico del impulso del cual
se originaron, permiten la deducción de formulaciones directas
partiendo desde la conducta del niño, en relación con los con-
flictos e intereses que juegan un papel central en la parte
oculta de su mente.
De hecho, existe tal cantidad de datos relacionados con la
conducta que pueden utilizarse provechosamente, que los ana-
listas de niños deben evitar la confusión que determinan. Por
un lado este tipo de deducciones no son aptas para su empleo
terapéutico o, para expresarlo con mayor claridad, son inútiles
desde el punto de vista terapéutico. Fundamentar con ellas las
interpretaciones simbólicas, equivaldría a ignorar las defensas
del yo contrapuestas a los contenidos inconscientes; estosig-
nifica incrementar las ansiedades del paciente y endurecer sus
resistencias, para cometer en corto término el error técnico de
omitir la interpretación analítica propiamente dicha.
En segundo lugar, la extensión de este insight no debe
sobrevalorarse. Al lado de elementos de conducta que nos resul-
tan claros, existe una multitud de otras motivaciones que se
derivan, no de una fuente específica e invariable, sino a veces
de uno u otro impulso subyacente sin que estén relacionadas
específicamente con ninguno de ellos. Por consiguiente, sin el
análisis estas formas de conducta no son concluyentes.

El yo bajo observación

Dentro de los campos estudiados y con el solo empleo de


los métodos descriptos anteriormente, el observador directo
se encuentra en notoria desventaja comparado con el analista,
pero con la inclusión de la psicología del yo en la tarea psico-
analítica su situación mejora decisivamente. Por cuanto el yo

24
y el superyó son estructuras conscientes e inequívocas, la obser-
vación superficial se convierte en un instrumento de explora-
ción idóneo que colabora en la investigación de lo profundo.
No existe controversia alguna en cuanto al empleo de la
observación directa, fuera de la sesión analítica, con respecto
a la esfera libre de conflictos del yo, es decir, los distintos apa-
ratos del yo para la percepción y recepción de estímulos. A pesar
de que el resultado de sus funciones es de primordial impor-
tancia para la internalización, identificación y formación del
superyó, por ejemplo, para procesos que son accesibles sola-
mente durante el trabajo analítico, el observador externo puede
medirlos, así como el nivel de maduración que han alcanzado.
Aun más, en lo que respecta a las funciones del yo, el ana-
lista logra similares satisfacciones tanto por medio de la ob-
servación interna como externa de la condición analítica. Por
ejemplo, el control del yo sobre las funciones motrices y el
desarrollo del lenguaje por parte del niño, pueden evaluarse a
través de la simple observación superficial. La memoria se
mide por medio de tests en cuanto a su eficiencia y extensión,
mientras que se requiere la investigación analítica para medir
su dependencia del principio del placer (para recordar lo pla-
centero y olvidar lo desagradable). La integridad o las defi-
ciencias de esta prueba de la realidad se revelan en la conducta.
La función de síntesis, por otra parte, no es aparente y su daño
debe determinarse mediante el análisis, excepto en los casos
de fallas graves y notorias.
La observación directa o superficial y la exploración ana-
lítica o de profundidad se complementan también en relación
con aspectos vitales como las distintas formas de funcionamiento
mental. El descubrimiento de un proceso primario y secunda-
rio (el primero gobierna al mecanismo del sueño y la formación
de síntomas y el segundo el pensamiento consciente y racional)
se debe, por supuesto, a la investigación analítica. Pero una vez
establecidos y descriptos, la diferencia entre ambos procesos
puede determinarse rápidamente, por ejemplo mediante la ob-
servación extraanalítica de niños en su segundo año de vida,
o de púberes y adolescentes con inclinaciones delictivas. En
estas dos situaciones infantiles se pueden observar rápidas al-
ternancias entre estos dos tipos de funcionamiento: en los perío-
dos de calma mental la conducta es gobernada por los procesos
secundarios, pero cuando algún impulso (de satisfacción sexual,
de agresión, de posesión, etc.) se vuelve urgente, son los pro-
cesos primarios de funcionamiento quienes toman el control.
Finalmente, existen campos donde la observación directa,
en contraste con la exploración analítica, es el método de elec-
ción. Las limitaciones al análisis 7 están determinadas, en parte,

7 Véase también Heinz Hartmann (1950 a).

25
por los medios de comunicación que se encuentran a dísposición
del niño, y en parte por lo que hay de recuperable en la trans-
ferencia analítica adulta y que puede utilizarse para la re-
construcción de las experiencias infantiles. Aun más importante
que ese enunciado es la carencia de un camino que conduzca
desde el análisis hasta el período preverbal. En años recientes,
la observación directa en esta área ha ampliado el conocimiento
del analista con respecto a la relación madre-hijo y al impacto
que las influencias ambientales producen en el niño durante
su primer año de vida. Es necesario destacar que las variadas
formas de la angustia inicial por la separación se detectaron por
vez primera en los internados, casas cuna, hospitales, etc., y
no en las sesiones analíticas. Estos insights hablan a favor del
método de observación directa. Por otra parte, conviene re-
cordar que los observadores no lograron ninguno de estos ha-
llazgos sino después de haber sido entrenados analíticamente,
y que hechos vitales, como la secuencia del desarrollo de la
libido y los complejos infantiles, a pesar de sus derivados ma-
nifiestos, no fueron detectados por los partidarios de la obser-
vación directa antes de ser reconstruidos a través del trabajo
analítico.
También existen otras áreas, en donde la observación di-
recta, los estudios longitudinales y el análisis de niños trabajan
en estrecha colaboración. Puede obtenerse una mayor cantidad
de información si los cuidadosos registros de la conducta en
la época infantil se comparan posteriormente con los resultados
de la observación analítica del antiguo bebé, ahora infante; o
si el análisis del niño pequeño sirve como introducción para
un estudio longitudinal detallado de la conducta manifiesta.
Constituye otra ventaja el hecho de que en tales experimentos
la aplicación de los dos métodos -el analítico en oposición al
de la observación directa- sirve para determinar su necesaria
evaluación,"

8 Véanse a este respecto los estudios realizados por Ernst y Ma-


rianne Kris en el Child Study Center, Yale University, E.U.A., y en la
Hampstead Child-Therapy Clinic, Londres, Inglaterra.

26
11
LAS RELACIONES ENTRE EL ANALISIS DE NI~OS
y EL DE ADULTOS

LOS PRINCIPIOS TERAPEUTICOS

Aunque las diferencias entre el análisis de niños 1 y el de


adultos se hicieron notorias de manera gradual, los analistas de
niños no se apresuraron a proclamar su independencia de los
procedimientos técnicos clásicos. Por el contrario, la tendencia
definida que se seguía, normalmente, consistía en enfatizar la
similitud o cuasi-identidad de los dos procesos.
Era casi una cuestión de prestigio para los analistas que
también administraban tratamiento a los niños, sostener que los
principios terapéuticos 2 eran idénticos a los que se utilizaban
en el análisis de adultos. Referidos al análisis de niños, estos
principios involucraban:

1. no hacer uso de autoridad y eliminar, en la medida de


lo posible, la sugestión como un elemento del trata-
miento;
2. descartar la abreaccíón como un instrumento terapéutico;
3. mantener la manipulación (manejo) de los pacientes
en un nivel mínimo, es decir, interferir solamente en
la vida del niño cuando existen influencias de naturaleza
lesiva o potencialmente traumática (seductivas);
4. considerar como legítimos instrumentos del proceso te-

1 Todo lo que en esta obra expongo acerca del análisis de niños,


se refiere solamente al método con el cual estoy relacionada y no a nin-
guna otra técnica, teoría o variedad derivada de aquél.
2 Véase Edward Bibring (1954).

27
rapéutico al análisis de la resistencia y de la transfe-
rencia y a la interpretación del material inconsciente.

Con la técnica del análisis de niños gobernada por estas


consideraciones, los profesionales podían sentirse satisfechos
de que no hubiera mejor definición para sus actos que la em-
pleada en el análisis clásico: analizar las resistencias del yo
antes que el contenido del ello, permitiendo el libre movimiento
entre el ello y el yo de la labor de interpretación a m edida
que se va obteniendo el material; accionar desde la superficie
hacia lo profundo; ofrecerse como objeto de transferencia para
la revivificación e interpretación de fantasías y actitudes in-
conscientes; analizar, en la medida de lo posible, los impulsos
en estado de frustración, evitando así que sean actuados y sa-
tisfechos; esperar que disminuya la tensión no a través de
una catarsis sino mediante el material que surge desde el nivel
de funcionamiento de los procesos primarios hasta los procesos
secundarios del pensamiento; en suma, vertiendo el contenido
del ello en el contenido del yo.

LAS TENDENCIAS CURATIVAS

Aun si el análisis de niños fuera idéntico al de adultos en


relación con los principios que regulan el manejo de la si-
tuación, ambos permanecen distintos en lo que concierne a
otras condiciones terapéuticas básicas. De acuerdo con una
feliz formulación de E. Bibring (1937), el psicoanálisis de adul-
tos debe su buen resultado terapéutico a la liberación de ciertas
fuerzas que normalmente están presentes dentro de la estruc-
tura de la personalidad y que actúan espontáneamente para
lograr la curación. Estas "tendencias curativas", como las de-
nomina ese autor, se activan bajo la influencia del tratamiento
en beneficio del análisis, y están representadas por .las ape-
tencias innatas del paciente, tendientes a completar su desarro-
llo, a obtener satisfacción de los impulsos y a repetir expe-
riencias emocionales; por su preferencia hacia la normalidad;
por su capacidad para asimilar e integrar experiencias y por
proyectar en los objetos parte de su propia personalidad.
Es precisamente en todos estos aspectos que los niños di-
fieren de los adultos, y estas diferencias afectan necesariamente
a las reacciones terapéuticas que experimentan los dos tipos
tratados. El paciente neurótico adulto anhela aquella normali-
dad que le ofrece posibilidades de placer sexual y de éxitos
profesionales, mientras que para el niño "la curación" no le
causa placer ya que presupone adaptarse a una realidad desagra-
dable, renunciar a una inmediata realización de sus deseos y
a las gratificaciones secundarias. Las tendencias del adulto a

28
repetir experiencias emocionales, que son importantes para el
establecimiento de la transferencia, se complican en el niño por
su marcado interés en experiencias nuevas y en nuevas relacio-
nes objetales. Los procesos de asimilación e integración, de
gran utilidad durante la fase de elaboración, son neutralizados
en el niño por el énfasis puesto por la "adecuación del yo" sobre
mecanismos opuestos tales como la negación, proyección, aisla-
miento y desdoblamiento del yo. La apetencia de gratificar el
impulso -que explica las periódicas oleadas provenientes del
ello y que es indispensable para la producción de material en
general- es tan pronunciada en el niño que se convierte en
un obstáculo y no en una ventaja, durante su análisis. En efecto,
el psicoanálisis de niños recibiría poca ayuda por parte de las
fuerzas curativas, si no fuera por una excepción que restaura
el equilibrio. Por definición y debido a los procesos de madu-
ración, la apetencia por completar el desarrollo es muchísimo
más marcada durante la inmadurez que en ninguna otra etapa
posterior de la vida. En el adulto neurótico, la libido y la agre-
sión, simultáneamente con lascontracatexis oponentes, están
atrapadas en su sintomatología; la energía instintiva nueva, tan
pronto como se produce, es forzada en la misma dirección. Por
el contrario, la incompleta personalidad del niño permanece
en un estado de fluidez. Los síntomas que sirven para solucio-
nar conflictos en un determinado nivel de desarrollo, resultan
completamente inútiles en la fase siguiente y son abandonados.
Las energías libidinal y agresiva están en continuo movimiento
y más fácilmente dispuestas que en los adultos, a circular a
través de los nuevos canales abiertos por la terapia analítica.
Así, donde la patología no es demasiado severa, el analista de
niños con frecuencia se pregunta, después de la satisfactoria
terminación de un tratamiento, hasta qué punto la mejoría es
el resultado de las medidas terapéuticas o en qué medida se
debe a los procesos de maduración y a los progresos espontáneos
del desarrollo.

TECNICA

Comparados con problemas tan esenciales, las discutidas


diferencias técnicas entre el análisis de adultos y el de niños
aparecen casi como de importancia secundaria. Es de esperarse
que debido a su inmadurez, los niños no posean muchas de las
cualidades y actitudes que en los adultos se consideran indis-
pensables para emplear el tratamiento psicoanalítico: que ca-
rezcan de insight con respecto a sus anormalidades; que por
consiguiente no experimenten el mismo deseo de curarse ni
idéntico tipo de alianza terapéutica; que habitualmente su yo
esté del lado de 'sus resistencias; que no decidan por sí mismos

29
para miciar, continuar o completar el tratamiento; que su
relación con el analista no sea exclusiva, sino que incluya a
los padres, quienes deben sustituir o complementar el yo y
superyó del niño en varios aspectos. Toda descripción del aná-
lisis de niños es aproximadamente sinónimo de los esfuerzos
necesarios para vencer y neutralizar estas dificultades.

La ausencia de asociaciones libres

Las características de la niñez anteriormente mencionadas,


tan importantes como son, juegan un pequeño papel dentro de
las diferencias existentes en la metodología del análisis de
adultos con respecto al de niños, al compararlas con un factor
esencial: la incapacidad o carencia de inclinación del niño para
producir asociaciones libres. Los niños pueden relatar sueños
y ensoñaciones al igual que los adultos, pero en ausencia de
asociaciones libres falta la vía que conduzca con certeza desde
el contenido manifiesto al latente. Pueden comunicarse ver-
balmente, después de hesitaciones iniciales, pero la carencia de
asociaciones libres no les permite traspasar los confines de la
mente consciente. Esta actitud irreconciliable hacia la asociación
libre se encuentra en todos los niños, sea porque no confían
lo suficiente en la fuerza de su yo como para permitir la su;-
presión de la censura, sea porque no confían del todo en los
adultos como para ser completamente honestos con ellos.
En mi opinión, no hemos encontrado a través de los años
una solución para remediar este problema. Los juegos con ju-
guetes, el dibujo, la pintura, la puesta en escena de juegos fan-
tásticos y la actuación en la transferencia han sido aceptados
en reemplazo de las asociaciones libres y, faute de mieux, los
analistas de niños han tratado de convencerse de que consti-
tuyen sustitutos válidos. En realidad esto no es cierto. Una
de las desventajas consiste en que algunos de estos sustitutos
elaboran principalmente material simbólico, cuya interpretación
introduce en el análisis de niños elementos de duda, de incer-
tidumbre y de arbitrariedad. Otra desventaja consiste en que
bajo la influencia de la presión del inconsciente el niño actúa
en vez de verbalizar, lo que infortunadamente limita la si-
tuación analítica. Mientras que la libertad de asociación verbal
es ilimitada siempre que esté restringida la motricidad, este
principio no es válido cuando se producen ciertas acciones mo-
trices dentro o fuera de la transferencia. Cuando el niño pone
en peligro su propia seguridad o la del analista o causa daños
importantes a la propiedad, o trata de seducir o forzar la se-
ducción, el analista no puede evitar su interferencia, a pesar
de su paciencia extrema y de sus mejores intenciones y aun
cuando sabe que podría recoger mucho material de naturaleza

30
vital a través de esa conducta infantil. Las palabras, los pen-
samientos y las fantasías, al igual que los sueños, no influyen
de manera directa en la vida real, pero no sucede lo mismo
con las acciones. Tampoco ayudará prometer a los pequeños
pacientes que podrán liberarse de todas las restricciones du-
rante la sesión analítica y, para hablar con la licencia que se
concede en el análisis de adultos, "que harán lo que quieran".
El niño pronto convencerá al analista de que esa libertad no
es factible y que no se puede mantener una promesa de ese tipo.
Otra diferencia entre las dos técnicas surge por sí sola,
diferencia a la cual no se le ha prestado mucha atención. Mien-
tras que las asociaciones libres parecen liberar las fantasías
sexuales, la libertad de acción -aun relativa- actúa de ma-
nera similar con respecto a las tendencias agresivas. Los niños
fundamentalmente realizan el acting out en la transferencia y,
por consiguiente, la agresión o el aspecto agresivo de sus ten-
dencias pregenitales, que los lleva a agredir, golpear, patear,
escupir y provocar al analista. Técnicamente esto crea dificul-
tades, dado que una parte del valioso tiempo del tratamiento
debe dedicarse a controlar la agresión desencadenada por la
tolerancia analítica inicial. Teóricamente esta relación entre el
acting out y la agresión puede originar una idea errónea acerca
de la proporción entre la libido y la agresión infantiles.
Es un hecho indiscutible, por supuesto, que este acting out
que no es interpretado o cuya interpretación no se acepta, no
resulta beneficioso. A pesar de que es una expresión infantil
normal, no conduce a un insight o a cambios internos, aunque
el criterio opuesto, remanente del período catártico del psico-
análisis, haya persistido en el análisis de niños en varios países,
mucho tiempo después de haber sido abandonado en el análisis
de adultos.

Interpretación y verbalización

El criterio de que la tarea del analista para interpretar el


material inconsciente es la misma en niños que en adultos ne-
cesita corregirse y aclararse aunque, obviamente, es cierto en
un aspecto. También con los niños la finalidad del análisis con-
siste en ampliar el campo consciente sin lo cual no puede au-
mentarse el control del yo. Esta finalidad debe lograrse aun
cuando la ausencia de asociación libre y la intensidad del acting
out obstaculicen la técnica del análisis.
La diferencia entre las dos técnicas no reside entonces en
el objetivo, sino en el tipo de material que se debe interpretar.
En los adultos, el material para analizar ha estado durante lar-
gos períodos bajo los efectos de la represión secundaria, es
decir, que se deben derribar las defensas contra los derivados

31
del ello, que se expulsaron de la conciencia en un determinado
momento. Solamente entonces avanza hacia la interpretación
de los elementos que se hallan bajo represión primaria, que
son preverbales, que nunca han formado parte del yo organi-
zado y que no pueden "recordarse" sino solamente revivirse
dentro de la transferencia. Aunque este procedimiento es idén-
tico para niños mayores, difiere en los más pequeños en quie-
nes la proporción entre los elementos del primero y segundo
tipos, y también el orden de su aparición, se encuentra invertida.
, El yo del niño pequeño es el responsable, durante su des-
arrollo, de dominar, por un lado, su orientación en el mundo
exterior y por el otro, los estados emocionales caóticos que
experimenta; y gana sus victorias y progresa a medida que
comprende esas impresiones, las expresa en pensamientos y
palabras, y las somete a procesos de tipo secundario.
Los niños más pequeños concurren al tratamiento analí-
tico con este desarrollo demorado o incompleto debido a ra-
zones variadas. En ellos, el proceso de interpretación propia-
mente dicho está unido a la verbalización de muchos impulsos
de los que serían capaces de tomar conciencia como tales (por
ejemplo, bajo la represión primaria) pero que no han podido
alcanzar aún el estado yoico, la toma de conciencia ni la ela-
boración secundaria.
Anny Katan :(1961) ha señalado la importancia de estas
verbalizaciones en las etapas primarias del desarrollo e insiste
en que la fecha de formación del superyó depende hasta cierto
punto del período en que el pequeño adquiere la capacidad de
sustituir los procesos secundarios del pensamiento por procesos
primarios; que la verbalización es requisito preyio e indispen-
sable para elaborar los procesos secundarios del pensamiento;
que la verbalización de las percepciones del mundo exterior
precede a la del contenido del ámbito interno, y que esto último
a su vez determina la prueba de la realidad y el control del yo
sobre los impulsos del ello. En efecto, el insight del papel que
juega la verbalización en el desarrollo no es, en modo alguno,
nuevo en las técnicas analíticas; S. Freud lo señala cuando
dice: "el hombre que por primera vez lanzó una palabra de
abuso a su enemigo en lugar de una lanza fue el fundador de
la civilización" (1893, pág. 36) ,;,
Mientras que la verbalización como parte de la interpreta-
ción de lo inconsciente reprimido pertenece al análisis de todas
las edades, la verbalización en el sentido señalado más arriba
juega un papel específico en el análisis de niños muy pequeños
o con retraso, detención o deficiencias graves del desarrollo
del yo.

* Traducción directa de la Standard Edition.

32
Resistencias

Con respecto a la resistencia, resultaron fallidas las esperan-


zas iniciales de que la tarea del analista sería fácil. El inconsciente
del niño no probó estar menos estrictamente separado de lo cons-
ciente que el de los adultos. No se logra con más facilidad la
oleada de derivados del ello hacia la superficie y hacia la sesión
analítica. Por el contrario, las fuerzas que se oponen al análisis
son quizá mayores en los niños que en los adultos.
Las resistencias en el análisis de adultos se reconocen por lo
general relacionadas con los procesos internos o acciones que
las determinan. El yo resiste al análisis para proteger las defen-
sas, sin las cuales el displacer, la ansiedad y el sentimiento de
culpa tendrán que volver a enfrentarse. El superyó se opone a
la licencia concedida por el análisis a pensamientos y fantasías
que pueden amenazar su existencia. Los derivados de los impulsos
dentro o fuera de la transferencia, aunque liberados por el pro-
ceso analítico, actúan como resistencias en contra si son presio-
nados para descargarse a través dela acción en vez de controlarse
una vez que han servido al propósito del insight. El ello mismo
se resiste al cambio puesto que está unido al principio de la re-
petición.
Los niños comparten estas legítimas resistencias con el
adulto, algunas de ellas intensificadas, modificadas y exagera-
das, y agregan además las dificultades y obstáculos específicos
de las situaciones interna y externa de un individuo en desarro-
llo. Se debe tener en cuenta:

1. Que el niño no recurre al análisis por propia voluntad


ni suscribe el contrato con el analista, y por lo tanto
tampoco se siente obligado a aceptar sus reglas.
2. Que el niño no formula criterios sobre ninguna situa-
ción, y entonces la molestia, la tensión y la ansiedad pro-
vocadas por el tratamiento pesan más en su mente que
la idea de un provecho futuro.
3. Que siendo normal para su edad, prefiere actuar y como
resultado el "acting out" domina el análisis, excepto
cuando se trata de niños obsesivos."
4. Que el equilibrio del yo inmaduro es inestable entre las
presiones internas y externas y entonces el niño se siente
más amenazado por el análisis que el adulto y mantiene
sus defensas con mayor rigídez," Este criterio se aplica a
la niñez en general pero se experimenta con mayor in-
tensidad al comienzo de la adolescencia. Para detener

3 Véase más arriba: la acción en lugar de la asociación libre.


4 Véase más arriba: el rechazo de la asociación libre.

33
el aumento de los impulsos de la cercana adolescencia,
el adolescente refuerza sus defensas y por consiguiente
su resistencia al análisis.
5. Que durante el curso de la niñez los métodos más pri-
mitivos de defensa continúan junto a los más elabora-
dos, por lo que la r esist en cia del y o está aumentada en
comparación con el adulto.
6. Que habitualmente el yo del niño se une a sus resis-
tencias, y así tiende a desertar del análisis, sobre todo
en aquellas etapas en que aumentan las presiones desde
el material inconsciente o por transferencia negativa
intensa, y lo lograría si no fuera por la decisión y el
apoyo de los padres.
7. Que la necesidad de sobrepasar y rechazar el pasado es
más intensa durante algunas etapas del desarrollo y en-
tonces sus resistencias al análisis fluctúan en concor-
dancia. Un ejemplo es la fase de transición entre el pe-
ríodo edípico y el de latencia. De acuerdo con las impo-
siciones del desarrollo, el pasado infantil se clausura en
este punto, se le vuelve la espalda y queda cubierto
por la amnesia; pero según las reglas del análisis, debe
mantenerse la comunicación con el pasado. De aquí el
choque entre estos dos objetivos. Para el niño neurótico
o con trastornos de otro tipo la necesidad de tratamiento
no disminuye durante esta etapa, pero sí su deseo de
continuarlo.
Lo mismo sucede durante la adolescencia, cuando
el adolescente necesita separarse de los objetos de su
infancia, mientras que el análisis promueve la revivi-
ficación de las relaciones objetales en la transferencia.
El paciente lo experimenta como una amenaza especial
y con frecuencia determina la interrupción abrupta del
tratamiento.
8. Que todos los niños tienden a externalizar los conflictos
internos en batallas con el ambiente, y por ello prefie-
ren las soluciones ambientales a los cambios internos.
Cuando esta defensa predomina, el niño manifiesta una
renuencia absoluta a someterse al análisis, actitud que
a menudo se confunde con una "transferencia negativa"
y que (sin éxito) es interpretado como tal.

En resumen, el analista de niños debe enfrentar muchas


situaciones difíciles en el curso del tratamiento, que ponen a
dura prueba su idoneidad, pero el hecho que más le afecta es
que durante largos períodos del análisis tiene que proseguir
sin el apoyo que significa la alianza terapéutica con el paciente.

34
Transferencia

Como fruto de mi experiencia, de la eliminación de la fase


de introducción (excepto en casos seleccionados) y del empleo
inicial deliberado del análisis de las defensas (Bornstein, 1949)
he modificado mi opinión anterior de que la transferencia en
la niñez estaba restringida a "reacciones transferenciales" úni-
cas y que no alcanzaba por completo el carácter de una "neu-
rosis de transferencia". No obstante, aún no estoy convencida
de que lo que denominamos neurosis de transferencia en los
niños equivalga a la variedad adulta en todos los aspectos. La
solución de este problema es más difícil, pues se encuentra os-
curecida por dos de las particularidades del análisis de niños
mencionadas más arriba: la ausencia de las asociaciones libres
impide que toda la evidencia de la transferencia aparezca en
el material y, debido a la tendencia infantil a actuar en vez
de asociar, la transferencia agresiva es demasiado pronunciada
y oscurece la transferencia libidinal.
En cuanto al tratamiento de adultos, la posición con res-
pecto a la transferencia ha sido tema de controversia en los
últimos años. Algunos de nosotros todavía adherimos a la creen-
cia más ortodoxa de que al comienzo del tratamiento existe
una relación real (médico-paciente) que de manera gradual y
pr ogr esiva se deforma a través de elementos regresivos, agresi-
vos y libidinales acoplados que son transferidos desde el pasado
del paciente hacia el analista, y que este proceso continúa hasta
que en la neurosis de transferencia definitivamente establecida,
la relación irrealística sumerge por completo a la real.
Esperamos que se restablezca la primera relación al fina-
lizar el tratamiento, después de separados los elementos infan-
tiles por medio de la interpretación, y después que el fenómeno
de la transferencia haya alcanzado la meta que se propone:
proveer de insight al paciente.
Una opinión más corriente espera poner las manifestaciones
transferenciales en evidencia desde el comienzo del análisis,
con el requisito de interpretarse como tales y no solamente en
comparación con las actitudes realísticas que reemplazan. Desde
que se consideran de primordial importancia, acaban por ocupar
el lugar de casi todas las demás fuentes del material analítico,
y se convierten en el "camino real hacia el inconsciente", un
título de honor que en el pasado estaba reservado a los sueños.
En algunos casos extremos, el compromiso del analista con estos
aspectos del tratamiento es tan grande que corre el riesgo de
olvidar que la transferencia constituye un medio y no un fin
terapéutico.
Considero que este último criterio acerca de la transferencia
está basado en tres presunciones:

35
a) que todo lo que sucede en la estructura de la personali-
dad de un paciente puede analizarse según sus rela-
ciones objetales con el analista;
b) que todos los niveles de las relaciones objetales son
igualmente accesibles a la interpretación, a los que
puede modificar hasta idéntica medida;
e) que la única función de las figuras ambientales es la
de recibir las catexis libidinales y agresivas.

Al examinar estas presunciones a la luz de la experiencia


del analista de niños, quizá puedan aclarar a su debido tiempo
su importancia en los adultos.

El analista de niños como un objeto nuevo


En el análisis de niños más que en el de adultos resulta
obvio que la persona del analista es utilizada de diversas ma-
neras por el paciente.
Como se ha dicho anteriormente," todos los individuos a me-
dida que se desarrollan y maduran sienten la necesidad de
experiencias nuevas que es tan intensa como la apetencia a la
repetición. La primera es parte importante del equipo normal
del niño; no obstante, los problemas neuróticos alteran la ba-
lanza en favor de la segunda. El niño sometido al análisis ve
en el analista un objeto nuevo y lo trata como tal, en tanto exista
una parte sana de su personalidad, y utiliza al analista para
la repetición, es decir, para la transferencia toda vez que su
neurosis u otros trastornos entren a discutirse. Esta doble re-
lación es de difícil manejo para el analista: si acepta la condi-
cíón de objeto nuevo, diferente de los padres, está indudable-
mente interfiriendo con las reacciones transferenciales. Si, en
cambio, ignora o rechaza este aspecto de la relación, desencanta
al pequeño en sus esperanzas que él considera legítimas. Tam-
bién puede ser que el analista interprete ciertos aspectos de la
conducta del niño como transferenciales, lo que en realidad no
es así. Dos de los elementos esenciales del entrenamiento téc-
nico de todos los analistas de niños son aprender a distinguir
esta superposición y a actuar cuidadosamente según los papeles
que le son impuestos.
Este elemento del "objeto nuevo", es decir, de actitudes
hacia el analista que no son el resultado de transferencias, tam-
bién se observa en el análisis de adultos y es útil destacarlas.
Pero la necesidad de experiencias nuevas en el individuo ma-
duro no es tan central ni tan poderosa como en el niño. Cuando

5 Véase el capítulo "Las tendencias curativ-as".

36
esta necesidad es parte integrante de su relación con el ana-
lista, por lo general está al servicio de la función de resistencia.

El analista de niños como objeto de la transferencia


libidinal y agresiva
En relación con la transferencia propiamente dicha y du-
rante el curso del análisis los niños, al igual que los adultos,
repiten y escenifican alrededor de la persona del analista por
medio de la regresión, sus relaciones objetales provenientes
de todos los niveles de su desarrollo. El narcisismo, la fase de
la unidad biológica con la madre, de la satisfacción de las ne-
cesidades, de la constancia objetal, de la ambivalencia, las
fases oral, anal y fálico-edípica, todas contribuyen con ele-
mentos que forman parte de la situación de tratamiento en
un momento determinado, a menudo en un orden invertido,
pero también de acuerdo con el tipo de trastorno, es decir, con
la profundidad de la regresión en que el niño se encuentra al
comenzar el tratamiento. Además de suministrar información
con respecto a los niveles o fases que han tenido un papel im-
portante en la patogénesis individual, cada una de las diversas
tendencias transferidas colorea la situación analítica de una
manera especial. La autosuficiencia narcisista se manifiesta
bajo la forma de una separación del mundo de los objetos, in-
cluido el analista, es decir, como una barrera opuesta al esfuerzo
analítico. Las actitudes simbióticas reaparecen como el deseo
de una completa e ininterrumpida unión con el analista; en
los adultos esto se expresa a menudo con el deseo de ser hipno-
tizado. La re-emergencia de la dependencia anaclítica consti-
tuye una dificultad de carácter especial durante el análisis, y
se disfraza con el deseo de ser ayudado, pero hace recaer toda
la responsabilidad de esa ayuda en la persona del analista. El
paciente !(niño o adulto) por su parte, está pronto a interrumpir
la relación emocional con el analista cuando éste le impone
esfuerzos y sacrificios. El retorno a las actitudes orales reem-
plaza las exigencias del paciente frente al analista, tanto como
el descontento por todo lo que éste le ofrece (en el niño, con
respecto al material para el juego, etc.; en el adulto, con respecto
a la atención que se le brinda); la transferencia de las tenden-
cias anales es la responsable de la obstinación del paciente, la
retención del material, las provocaciones, la hostilidad y los
ataques sádicos que dificultan la tarea del analista, no con las
asociaciones libres del adulto pero sí con el acting out de los
pequeños. La necesidad de ser amado y el temor a la pérdida
del objeto también se transfieren bajo la manifestación de una
sugestibilidad y complacencia hacia el analista; a pesar de su
apariencia superficial positiva, el analista teme a ambas ten-
dencias, y este ' temor es justificado pues son responsables de

37
las falsas mejorías transfer enciales. En su ma, la pregenit alidad
y las tendencias preed ípicas intr oducen en la relación de trans-
f eren cia una gama com plet a de elementos cuasi "resistentes" y
negativos. Por otro lado est án los el ement os benefic iosos que
aportan la aparición de transferencias de la constancia objetal
y las actitudes que pertenecen al complejo de Edipo positivo
y negativo, coordinados con el logro alcanzado por el y o de
autoobservación, insight y funcionamiento de los procesos se -
cundarios. Todo esto consolida la alianza t erapéutica con el
analista, ayudándola a soportar las vicisitudes del tratamiento.
De acuerdo con el razonamiento anterior, los elementos
preedípicos de la transferencia deben interpretarse antes que los
edípicos, lo que quizá se considere como una variación de la
técnica inicial de F r eud, que recomendaba an alizar la transfe-
rencia en el punto en que es empleada con propósitos de re-
sistencia. Este criterio es válido, p or supuesto, t an t o para el
análisis de niños como de adultos.
Para el analista de niños, esta situación explica algunas
de las dificultades t écnicas que se presentan con los más pe-
queños antes de que hayan alcanzado el nivel fálico-edípico , y
con los mayores cuyo desarrollo se ha detenido (en contraste
con las regresiones) en uno de los niveles preedípicos. Ninguno
de estos niños responderá a un método basado en la coopera-
ción voluntaria con el analista, es decir, actitudes que aún n o
han adquirido y, por lo t ant o, d et er min an para su beneficio
la introducción de modificaciones en la técnica. En este aspecto
mucho se ha aprendido del tratamiento de los niños que han
soportado intensas privaciones, que han carecido de hogar y
del cariño maternal y de los que han estado confinados en los
campos de concentración. Los pacientes que no alcanzaron nun-
ca la constancia objetal en sus relaciones demostraron ser in-
capaces de establecer alianzas firmes y perdurables en la trans-
ferenciacon sus analistas (vé ase Edith Ludowyk Gyomroi, 1963) .

El analista de niños como objeto para la externalización

No todas las relaciones establecidas o transferidas por un


niño durante el tratamiento analítico son relaciones objetales
en el sentido de que el analista es catectízado con la libido o
con la agresión. Muchas se deben a externalizaciones, es decir,
a procesos en los que la persona del analista es utilizada para re-
presentar una u otra parte de la estructura de la personalidad
del paciente,"
En la medida que el analista "seduce" al n iño al to lerar su

6 Al respecto véanse los estudios de Warren M. Brodey (1964 )


quien apoya este criterio en -relación con las relaciones patológicas infan-
tiles dentro de la familia ,

38
libertad de pensamiento, de fantasía y acción (esta última den-
tro de ciertos límites), se convierte en el representante del
ello del paciente, con todas las inferencias positivas Y- negativas
que se derivan en su mutua relación. En tanto que verbaliza y
ayuda al niño en su lucha contra la ansiedad, se convierte en
un yo auXiliar, al que se aferra el pequeño para protegerse. De-
bido a que es un adulto, el niño considera y también trata al
analista como si fuera un superyó externo, es decir, paradóji-
camente como el juez moral de los mismos derivados instintivos
que se han liberado gracias a sus esfuerzos.
El niño de este modo re-escenifica sus conflictos internos
(intersistémicos) en batallas externas con el analista, procedi-
miento que provee material de gran utilidad. Sería erróneo in-
terpretar estas externalizaciones como relaciones objetales den-
tro de la transferencia, aunque originalmente todos los conflic-
tos dentro de la estructura se producen en las relaciones más
tempranas. En el curso del tratamiento, no obstante, su impor-
tanciaconsiste en que revelan lo que sucede en el mundo interno
del niño, en la relación entre sus diversas actuaciones internas,
opuestas a sus relaciones emocionales con los objetos del mundo
exterior.
El analista de adultos también está familiarizado con el
mecanismo de externalización de los conflictos intersistémicos
e intrasistémicos de sus pacientes. Pacientes con neurosis obse-
sivas severas escenifican querellas entre sí y su analista, provo-
cadas por asuntos sin importancia, para escapar de las indeci-
siones internas penosas originadas por su ambivalencia. Los
conflictos entre las tendencias activas y pasivas, masculinas y
femeninas, se externalizan cuando el paciente atribuye al ana-
lista la preferencia por una de las dos posibles soluciones y
lo combate como si fuera el representante de aquélla. En el
análisis de los adictos a las drogas, el analista representa al
mismo tiempo oen rápida sucesión, sea el objeto deseado ar-
dientemente, es decir, la droga misma, sea el yo auxiliar cuya
ayuda se requiere para luchar contra la droga. El rol del ana-
lista como yo auxiliar es bien conocido también en relación
con el tratamiento de pacientes al borde de la esquizofrenia.
Un paciente confuso, asustado por sus propias fantasías para-
noídes empleará la presencia del analista para fortalecer su salud
mental. El tono de la voz del analista, las palabras utilizadas
en un interpretación (antes que el contenido) pueden determi-
nar que los procesos primarios del pensamiento se desvanezcan
en el olvido. Estos pacientes se aferran al analista como a un
yo externo, pero esta situación es completamente diferente del
apego del paciente histérico que desea al analista como el objeto
de su pasión.
Entendida de esta manera, la externalización es una sub-
especie de la transferencia. Tratada como tal en las interpreta-

39
ciones y mantenida al margen de la transferencia propiamente
dicha, es una valiosa fuente de insight dentro de la estructura
psíquica.

LA DEPENDENCIA INFANTIL COMO UN FACTOR


EN EL ANALISIS DE ADULTOS Y NIÑOS

Algunas de las más animadas controversias concernientes


a la especificidad del análisis de niños corresponden a si los
padres deben incluirse y hasta qué punto, en el proceso tera-
péutico. Aunque este es un problema manifiestamente técnico,
el punto en discusión es de naturaleza teórica, es decir, la de-
cisión de si el niño debe, y en qué momento, ser considerado
no como un producto dependiente de la familia sino otorgán-
dole el status de una entidad separada, de una estructura psí-
quica con derecho propio.
La dependencia infantil como un agente en la formación
del carácter y en la neurogénesis es un 'c oncept o familiar en
los trabajos de Freud, donde se la considera como un "hecho
biológico" y responsable de la mayoría de los logros de la per-
sonalidad del ser humano en desarrollo. Por el miedo de la
pérdida del objeto, de la pérdida del amor del objeto, de los
castigos a que se encuentra expuesto debido a su dependencia,
el niño dependiente acepta el "sometimiento educacional" del
mismo modo que el adulto convierte el temor de ser rechazado
por la comunidad, en "sometimiento social". Al temor de la
conciencia (culpabilidad) como residuo y producto final del
período de dependencia infantil, adopta la tendencia a conver-
tirse en neurótico. El adulto considera que la prolongada depen-
dencia del retoño de la especie humana también es responsable
de cuestiones tan vitales como la capacidad de formar relacio-
nes objetales en general y el complejo de Edipo en particular;
la lucha cultural contra la violencia y la necesidad de la reli-
gión; en resumen, la humanización del individuo, su socializa-
ción y sus necesidades éticas."

7 Véase a este respecto los siguientes comentarios en los traba-


jos de S. Freud:
" ... del hecho biológico de que el infante de la especie humana
pasa a través de un largo período de dependencia [de los padres] y
sólo muy lentamente alcanza la madurez . .. " (1919, pág. 261).*
" ... que el complejo de Edípo es la contraparte psíquica de dos
hechos biológicos fundamentales: el largo período de dependencia del
infante de la especie humana ... " (1924, pág. 208).*
"El factor biológico es la larga invalidez y dependencia de la
criatura humana. La existencia intrauterina del hombre es más breve
que la de los animales, ,siendo así echado al mundo menos acabado
que éstos. Con ello queda intensificada la influencia del mundo exte-
rior real e impulsada muy tempranamente la diferenciación del yo y

40
La dependencia como un factor en el análisis de adultos

A pesar de que nunca se dudó de la importancia de esta


dependencia en los pacientes adultos, se refería solamente a
los antecedentes, es decir, a los aspectos' genéticos del problema.
Con respecto a los aspectos dinámicos, topográficos y econó-
micos, los pacientes eran considerados seres independientes,
con acciones y estructuras internas propias y con conflictos
neuróticos localizados dentro de la personalidad y, sólo de ma-
nera secundaria, relacionados y conectados con el ambiente.
La consecuencia de este criterio en relación con el trata-
miento fue ineludible. La técnica analítica fue diseñada estric-
tamente para su empleo dentro de la estructura: el material
es ofrecido por el propio paciente y acerca de sí mismo; el medio
se observa desde un punto de vista subjetivo, es decir, a través
de los ojos del paciente; las relaciones entre el analista y el
paciente son privadas y exclusivas; las relaciones objetales pa-
sadas y presentes del paciente serán restablecidas en esta con-
dición privada.
A pesar de algunas opiniones disidentes," todo esto perma-
neció como la estructura sobre la cual continuó desarrollándose
la técnica para el análisis de adultos.

La dependencia como un factor en el análisis de niños

Obviamente, nada de esto es útil para el analista de niños,


quien se enfrenta con la dependencia mientras es un proceso
activo. A él le corresponde la evaluación de los distintos grados
de influencia que puede ejercer sobre su paciente en lo que

del ello, elevada la significación de los peligros del mundo exterior y


enormemente incrementado el valor del objeto único que puede servir
de protección contra tales peligros y sustituir la perdida vida intraute-
rina. Este factor biológico establece, pues, las primeras _,s it u acion es pe-
ligrosas y crea la necesidad de ser amado, que ya no abandonará
jamás al hombre" (1926, Obras Completas, vol. 1).
"La defensa contra la indefensión infantil presta a la reacción
ante la impotencia que el adulto ha de reconocer, o sea precisamente
a la génesis de la religión, sus rasgos característicos" (1927, Obras
Completas, vol. I).
El motivo para la lucha de l a civilización contra la violencia "es
fácilmente descubierto en el desamparo del niño y su dependencia
de otras personas y puede ser mejor designada como el temor a la
pérdida del cariño" (1930, pág. 124).*
8 Véase por ejemplo, los comentarios de R. Laforgue (1936) en
relación con las neurosis familiares y la necesidad de tratar a varios
miembros de la familia.

* Traducción directa de la Standard Edition

41
respecta al nivel de su desarrollo, a la etiopatogenia y al tra-
tamiento.
Con respecto al nivel de desarrollo del paciente, es decir,
los pasos dados para alcanzar su individualidad, es necesario
que el analista se informe sobre cuáles son los aspectos vitales
en que el niño depende de los padres y hasta qué punto los ha
superado. Podemos evaluar aproximadamente si el estado de
su dependencia, o independencia, está en relación con su edad
cronológica a través de los siguientes servicios que el niño
requiere consecutivamente de sus padres:
- para la unión narcisista con una figura materna a una
edad en que no puede distinguirse a sí mismo del medio;
- para emplear la capacidad de los padres en comprender
y manipular las condiciones externas de tal manera que
pueda satisfacer las necesidades corporales y - los deri-
vados instintivos;
- como figuras en el mundo externo a las que puede vincu-
lar su libido narcisista inicial y donde ésta puede con-
vertirse en libido objetal; ..
- para que actúen como agentes limitadores de la satis-
facción de los impulsos, y en consecuencia, iniciando el
control del ello por medio de su propio yo;
para -pr oveer los patrones de identificación que el niño
necesita para la construcción de una estructura inde-
pendiente.
Con respecto al rol de los padres en la causación de enfer-
medades, el analista de niños debe tener gran cuidado para
que las apariencias superficiales no lo desorienten y sobre todo
para no confundir los efectos de la anormalidad infantil sobre
la madre, con la influencia patógena de la madre sobre el nífio."
El método más seguro y laborioso para evaluar estas interac-
ciones es el análisis simultáneo de los padres con sus hijos.t?
De estos análisis surge un número de hallazgos concernientes
a las relaciones patógenas entre padres e hijos, tales como las
siguientes:
Existen padres cuyo apego al hijo depende de que el niño
represente una figura idealizada de sí mismos o una figura de
su pasado. Para retener el amor de los padres en estas condi-
ciones, el niño permite que su personalidad sea moldeada de
acuerdo con patrones que no son los propios y queconflictúan,
o no toman en cuenta sus propias potencialidades innatas.

9 Esto puede suceder con facilidad, especialmente en el autismo


infantil. _" '1'f'!f1
10 Como se están r ealizando en la Hampstead Child-Therapy'
Clinic, así como en otros lugares.

42
\

Algunas madres o padres asignan al niño un rol dentro de


su propia patología, estableciendo sus relaciones sobre esta base
y no sobre la de las necesidades reales del niño.
Muchas madres realmente trasvasan sus síntomas a sus
pequeños y luego los escenifican conjuntamente a la manera de
una folie a deux (véase Dorothy Burlingham y otros, 1955).
En todos los casos mencionados, las consecuencias patoló-
gicas para el niño son más pronunciadas cuando los padres ex-
presan su relación anormal con éste por medio de acciones en
lugar de fantasías. Cuando esto sucede, sólo el tratamiento si-
multáneo de los padres es capaz de aflojar suficientemente la
tensión entre ellos, actuando como una medida terapéutica para
el niño.P
Los padres pueden también jugar un papel en el manteni-
miento de los trastornos infantiles. Algunas de las fobias de
la niñez, el disgusto por ciertas comidas, los rituales para dor-
mirse son mantenidos por el niño solamente en connivencia con
la madre. Debido a que ella teme los ataques de ansiedad del .
niño tanto como él mismo, participa activamente en el mante-
nimiento de las defensas, precauciones, etc., y por consiguiente
disimula la extensión de la enfermedad infantil.P Ciertas ac-
ciones sintomáticas, especialmente de carácter obsesivo, son lle-
vadas a cabo por la madre y no por el niño. Algunos padres por
razones patológicas propias, parecen necesitar un niño enfermo,
con trastornos o retrasado (infantilismo) y así mantienen el
statu quo con este propósito.
Respecto de la conducción del tratamiento, está bien justi-
ficada la envidia del analista de niños porque sus colegas que
tratan adultos pueden establecer una relación de persona-a-
persona. En el análisis de niños, el comienzo, la continuación y
la posibilidad de terminación del tratamiento depende no del
yo del paciente sino de la comprensión e insight de los padres.
En este sentido, la tarea de los padres consiste en ayudar al
yo del niño a vencer las resistencias y los períodos de trans-
ferencia negativa sin que descuiden las sesiones del análisis de
su niño. El analista se verá imposibilitado de cumplir con su
tarea si los padres apoyan las resistencias del pequeño. En los
períodos de transferencia positiva los padres a menudo agravan
el conflicto de lealtad que invariablemente padece el niño con
r espect o al analista y sus progenitores.
Las técnicas del analista de niños en cuanto a la manera

11 Véase en este sentido, Dorothy Burlingham y otros (1955);


Ilse Hellmann y otros (1960); Kata Levy (1960); Marjorie Sprince
(1962) .
12 Véanse las experiencias realizadas durante la última guerra
cuando muchos trastornos neuróticos se descubrían después que los
niños habían sido separados de sus hogares (distintos de los producidos
por esta separación) .

43
de tratar con los padres varían ampliamente desde excluirlos
por completo de la intimidad del tratamiento, mantenerlos in-
formados, permitirles participar en las sesiones (en los casos
de niños muy pequeños), tratarlos o analizarlos de modo simul-
táneo aunque separadamente del hijo, hasta llegar al extremo
opuesto de tratarlos a ellos solos debido a los trastornos del
niño, en vez de analizar a éste.

Estudios sobre la dependencia

Dos trabajos importantes sobre la teoría de la relación


padres-hijos resumen la posición del analista a este respecto: el
de Phyllis Greenacre (1960) que unifica el material sobre los
procesos de maduración, y el de Winnicott (1960) sobre los he-
chos y consecuencias del cuidado maternal. Tomados en con-
junto, estos trabajos ofrecen una descripción comprensiva de
la fase preverbal de absoluta dependencia, de las influencias
internas y externas que actúan sobre ella y del papel que jue-
gan en la formación de la normalidad o anormalidad futuras.
Existen muchos otros estudios analíticos derivados de in-
vestigaciones realizadas durante y aparte de la sesión analí-
tica, cada uno enfocando aspectos diversos tales como la empatía
entre madre e hijo durante la fase de dependencia absoluta
(Winnicott, 1949); el aporte de esta fase a la constitución del
individuo (Martin James, 1960); las consecuencias lesivas de
omitir o interrumpir el estado de dependencia (A. Freud y D.
Burlingham, 1943, 1944; John Bowlby y otros, 1952; James Ro-
bertson, 1958; R. Spitz, 1945, 1946); la influencia de largo al-
cance de las preferencias y actitudes de la madre durante el
período de completa dependencia (Joyce Robertson, 1962).

'EL EQUILIBRIO ENTRE LAS FUERZAS INTERNAS


Y EXTERNAS OBSERVADO POR EL ANALISTA
DE NIÑOS Y POR EL DE ADULTOS

La constante relación con la dependencia emocional del


niño respecto de sus padres tiene consecuencias trascendenta-
les para las perspectivas teóricas de su analista.
En cambio, el analista de adultos, debido a las impresiones
que recibe en su trabajo diario; no corre el riesgo de conver-
tirse en un ambientalista. El poder de la mente sobre la ma-
teria, es decir, del mundo interno sobre el externo, se le pre-
senta en una serie inacabable de ejemplos que le brindan sus
pacientes: en los aspectos cambiantes de la descripción de cir-
cunstancias vitales originada por las modificaciones del estado

44
de ánimo desde la elación a la depresión; en el empleo que
hace el paciente de los elementos ambientales para acomodar-
los o alimentar sus fantasías inconscientes; en sus proyeccio-
nes, que convierten en perseguidores a las personas incapaces
de hacer daño, indiferentes o benévolas; en la distorsión de la
imagen del analista que sirve a los propósitos de una transfe-
rencia irracional y a veces delirante (Little, 1958), etc. Es es-
pecialmente esta última la que explica la predisposición del
analista a creer que también durante la niñez del paciente ope-
ran fuerzas similares y que los responsables del origen de su
enfermedad son los factores internos y no los externos.
En suma, el analista de adultos cree firmemente en la
realidad psíquica en oposición a la realidad externa. Si acaso,
está demasiado dispuesto durante el tratamiento a conside-
rar los hechos corrientes como resistencias y transferencias y,
por consiguiente, a desestimar su valor como componentes de
la realidad.
Para el analista de niños, por otra parte, todas las indica-
ciones señalan la dirección opuesta, atestiguando sobre la po-
derosa influencia del ambiente. En el tratamiento, especial-
mente los más pequeños revelan hasta qué punto se encuentran
dominados por el mundo objetal, es decir, la medida en que el
ambiente llega a influir para determinar su conducta y su pa-
tología, tales como las actitudes protectoras o de rechazo, ca-
riñosas o indiferentes, críticas o de admiración por los padres,
así como la armonía o la discordia en la vida matrimonial de
los progenitores. El juego simbólico del niño durante la sesión
analítica no comunica sólo sus fantasías internas; también es su
forma simultánea de comunicar los hechos familiares habitua-
les, como las relaciones sexuales entre los padres, sus desacuer-
dos y peleas, sus actos frustrantes o que provocan ansiedad,
sus anormalidades y expresiones patológicas. El analista de
niños que toma en cuenta sólo el mundo interno de su paciente
corre el riesgo de fracasar al interpretar en las comunicaciones
del pequeño, la actividad relacionada con sus circunstancias
ambientales, que en esa etapa vital es igualmente importante."
Pero a pesar de que las pruebas acumuladas evidencian
que las circunstancias ambientales desfavorables desembocan
en resultados patológicos, nada debería convencer al analista
de niños de que las modificaciones de la realidad externa pue-
den lograr la curación, con excepción quizá cuando se trate de

13 Sus "gestos testificantes" de acuerdo con el término intro-


ducido por Augusta Bonnard,
También en el análisis de niños mayores donde las palabras reem-
plazan al juego simbólico, son los hechos externos habituales los que
a menudo dominan el material. Pero este uso de la realidad externa
tiene en la mayoría de los casos carácter defensivo y sirve a los pro-
pósitos de una cantidad de resistencias.

45
pacientes que cursan los períodos más tempranos de la infancia.
Esta creencia significaría que los factores externos por sí mis-
mos pueden ser agentes patógenos y que podría desestimarse
su interacción con los factores internos. Esta consideración es
opuesta a la experiencia del analista. Todas las investigaciones
psícoanalít ícas demuestran que los factores patogénicos actúan
desde ambos lados y que una vez entremezclados, los procesos
patológicos impregnan la estructura de la personalidad y sólo
pueden extraerse por medio de las medidas te apéuticas que
tienen efecto sobre la estructura.
Mientras que los analistas de adultos deben recordarse a sí
mismos las causas externas frustrantes que precipitaron los
trastornos del paciente, para no encandilarse con las fuerzas
del mundo interior, el analista de niños ha de recordar que los
factores nocivos externos que pueblan su criterio, adquieren
significación patológica cuando interactúan con la disposición
innata y adquirida y con las actitudes internalizadas de natu-
raleza Iibidinal y yoica.
Ambos procedimientos, el análisis de adultos y el de niños
tomados en conjunto, pueden ayudar a mantener la perspectiva
equilibrada, requerida en la fórmula etiológica de Freud de la
escala variable de influencias internas y externas: que existen
personas cuya "constitución sexual no habría producido la neu-
rosis sin la intervención de influencias nocivas, y estas influen-
cias no habrían sido seguidas de un efecto traumático si las
condiciones de la libido hubieran sido diferentes" (S. Freud,
1916-1917, Obras Completas, vol. II).
A pesar de sus convicciones teóricas, los analistas de niños
están siempre tentados a explorar la extensión en que actúa,
la ecuación etiológica, es decir, a probar si existen límites cuan-
titativos más allá de los cuales la influencia patógena puede
considerarse unilateral. Estas investigaciones pueden llevarse
a cabo si se seleccionan para el análisis niños situados en los
dos extremos de la escala etiológica, es decir, aquellos en quie-
nes el daño determinado por el factor congénito o el ambiental
es de carácter masivo. Los individuos que pertenecen al primer
grupo manifiestan importantes contraindicaciones innatas para
el desarrollo normal, tales como severas carencias de naturaleza
física o sensorial (ceguera, sordera, deformaciones, etc.); los
que integran el otro grupo son niños severamente traumatiza-
dos,con padres psicóticos, huérfanos o criados en instituciones,
es decir aquellos cuyas condiciones complejas externas para su
desarrollo normal no existieron. Pero hasta ahora, el material
obtenido de estos casos tampoco ofrece un cuadro clínico que
haya sido determinado por un solo tipo de factores. Aunque
ciertas formaciones patológicas son inevitables cuando las in-
fluencias patogénicas tanto internas como externas alcanzan tal

46
magnitud, su variedad y las detalladas características de las
personalidades infantiles dependen, como en los casos menos
graves, de la interacción entre los dos factores, es decir, de la
manera en que reacciona una constitución particular frente a
determinada serie de circunstancias externas.

47
111
LA EVALUACION DE LA NORMALIDAD EN LA NI~EZ

EL DESCUBRIMIENTO TEMPRANO DE LOS AGENTES


P ATOGENOS: PREVENCION y PRONOSTICO

Para el analista de nmos, la reconstrucción del pasado


del paciente o el rastreo de los síntomas hasta sus orígenes en
los primeros años de vida constituye una tarea muy diferente
de la detección de los agentes patógenos antes de que éstos
hayan comenzado su tarea nociva; de la evaluación del grado
de progreso normal de un niño pequeño; del pronóstico de su
desarrollo; de interferir con el tratamiento del niño; de guiar
a los padres; o en general de prevenir las neurosis, las psicosis
y la asocialidad. Mientras que el entrenamiento reconocido para
la terapia psicoanalítica prepara al analista de niños para llevar
a cabo las primeras tareas señaladas, aún no se ha preparado
un plan de estudios oficial para que logre cumplir todas las
demás.
El interés en los problemas del pronóstico o de la preven-
ción conduce inevitablemente al estudio de los procesos men- .
tales normales opuesto al estudio de los patológicos, o a la tran-
sición insensible entre los dos estados que concierne al analista
de adultos. Este conocimiento de lo normal al que Ernst Kris
(1951) denominó campo "subdesarrollado" o "problemático"
del psicoanálisis, se ha ampliado considerablemente gracias a
las extrapolaciones teóricas de los hallazgos clínicos realizados
por Heinz Hartmann y Ernst Kris. También se debe mucho a la
creciente importancia de los principios y presunciones de la
psicología psicoanalítica del niño dentro del pensamiento meta-
psicológico, que "comprende el campo total del desarrollo, nor-
mal y anormal':' (Ernst Kris, 1951, pág. 15). El analista de adul-
tos en su trabajo clínico tiene poco interés en el concepto de

49
normalidad, excepto de manera marginal, en cuanto se refiere
al funcionamiento (en el amor, el sexo y en el buen rendi-
miento en el trabajo ). En contraste, el analista de niños que
considera el desarrollo progresivo como la función más esencial
de un inmaduro, está profunda y centralmente comprometido
con la integridad o el trastorno, es decir, la normalidad o anor-
malidad de este proceso vital. x

Como ya lo he indicado desde hace varios años (1945) se


puede evaluar el grado de desarrollo y las necesarias indica-
ciones terapéuticas en el niño a través del escrutinio, por un
lado, de los impulsos libidinales y agresivos, y por el otro, del
yo y del superyó de la personalidad infantil por medio de signos
que indiquen, según la adaptación del yo, su precocidad o su
retardo. Con la secuencia de las fases de la libido y una lista
de las funciones del yo en el trasfondo de su mente, esta tarea
no es en modo alguno imposible ni siquiera difícil de realizar
para el analista de niños. Pero las indicaciones que así se ob-
tienen son más útiles para establecer el diagnóstico y para re-
velar el pasado que para decidir las cuestiones relativas a lo
normal o las perspectivas futuras, y demuestran de manera sa-
tisfactoria las formaciones y soluciones de compromiso que se
han logrado en la personalidad del paciente; pero no incluyen
señales de cuáles son las oportunidades que existen para man-
tener, mejorar o disminuir su nivel de rendimiento.

LA TRASLACION DE LOS HECHOS EXTERNOS


A LAS EXPERIENCIAS INTERNAS

Los analistas, en la medida en que se los considera expertos


en niños, deben enfrentar una multitud de interrogantes que
el público les plantea, acerca de la crianza de los niños y de
las decisiones que los padres deben tomar en relación con la
vida de sus hijos y que pueden resultarles conflictivas. El hecho
de que las consultas se refieren a situaciones de la vida diaria
no es razón para delegar las respuestas en quienes carecen de
entrenamiento analítico y se ocupan habitualmente de la vida
mental normal (tales como los mismos padres, los pediatras, las
enfermeras, las maestras jardineras, las maestras, los funcio-
narios de bienestar social, las autoridades educacionales, etc.),
En efecto, los interrogantes planteados circunscriben precisa-
mente aquellos campos en que pueden aplicarse con gran pro-
vech o las teorías psicoanalíticas desde el punto de vista preven-
tivo. Los siguientes constituyen algunos ejemplos.
¿Debe la madre cuidar en forma exclusiva a su pequeño, y
la madre sustituta significa un peligro para el desarrollo del
niño? Si el niño está al cuidado exclusivo de la madre, ¿cuándo

50
puede comenzar a dejarlo durante cortos períodos para tomarse
un descanso o para atender al esposo, a los hijos mayores, a sus
propios padres, etc.? ¿Cuáles son las ventajas de amamantarlo
comparadas con la alimentación a biberón o de la alimentación
según la solicite el apetito del niño frente al sistema de horarios
rígidos de comidas? ¿Cuál es la mejor edad para comenzar el
entrenamiento del control de esfínteres? ¿A qué edad es bene-
ficiosa la inclusión de otros adultos o niños como compañeros de
juegos? ¿Cuál es la edad adecuada para su ingreso al jardín de
infantes? Si se requiere una intervención quirúrgica (h er nia,
circuncisión, amigdalectomía, etc.) y si existe la posibilidad de
elegir el momento, ¿es mejor llevarla a cabo cuando el niño es
muy pequeño o ya mayorcito? ¿Qué tipo de escuela (formal o
informal) es más adecuada para qué tipo de niño? ¿Cuándo
debe comenzar su educación sexual? ¿Existen edades determi-
nadas para tolerar con mayor facilidad el nacimiento de un
hermano? ¿Qué actitud tomar frente a sus actividades auto-
eróticas? ¿Debe permitírsele el chupeteo del dedo, la mastur-
bación, etc., sin control y sería válida la misma actitud en re-
lación con los juegos sexuales infantiles? ¿Debe permitirse li-
bremente la expresión de agresión? ¿Cuándo y de qué manera
debe informarse al niño adoptivo de su adopción? y en este caso
¿se les debe hablar de sus padres verdaderos? ¿Cuáles son las
ventajas y desventajas de las escuelas para alumnos externos
e internos? Y finalmente, ¿existe un momento específico du-
rante el proceso de la adolescencia en el que sea conveniente
para el joven "alejarse" (Anny Katan, 1937) de su hogar co-
rrespondiendo al distanciamiento emocional de sus padres?
Frente a cualquiera de estas preguntas, aun las que en
apariencia son más simples, la reacción del analista tiene un
doble carácter. Como resulta obvio, no basta con señalar que
no existen respuestas generales aplicables para todos los niños,
sino solamente respuestas particulares que se adaptan a un
niño específico; ni tampoco que no pueden basarse tales res-
puestas en la edad cronológica, dado que los niños difieren tanto
en la rapidez de su crecimiento emocional y social como en el
momento en que empiezan a sentarse, caminar, hablar, etc., y
en sus edades mentales; o incluso que no es suficiente evaluar
el nivel del desarrollo del niño cuya conducta es consultada.
Consideraciones de este tipo constituyen sólo una parte de su
tarea y quizá sea la más simple. La otra parte, no menos esen-
cial, consiste en la evaluación del significado psicológico de la
experiencia o de las exigencias a las que los padres intentan
som eter al niño.
Mientras los padres consideran sus planes a la luz de la
razón, la lógica y las necesidades prácticas, el niño los expe-
rimenta según su realidad psíquica, es decir de acuerdo con los
complejos, afectos, ansiedades y fantasías que esos mismos pla-

51
nes origman y que corresponden a las distintas fases de su
desarrollo. La tarea del analista consiste, por consiguiente, en
señalar a los padres las discrepancias que existen entre la in-
terpretación del adulto y la que hace el niño de estos hechos,
explicándoles las formas y niveles específicos de funcionamiento
que son característicos de la mentalidad infantil.

CUATRO CAMPOS DIFERENTES ENTRE EL NIÑO


Y EL ADULTO

Existen varios campos en la mente del mno de los que


parecen derivarse estos "malen t endidos" de las acciones adultas.
Ante todo, el punto de vista "egocentrista" que gobierna
las relaciones del infante con el mundo de los objetos. Antes
de que haya sido alcanzada la fase de la constancia objetal, el
objeto, es decir la persona que cumple las funciones de madre,
no es percibido por el niño como poseedor de una existencia
independiente y propia, sino sólo en relación con el papel que
tiene asignado dentro del esquema de las necesidades y deseos
del niño. En consecuencia, todo lo que sucede en el objeto, o al
objeto, se interpreta desde el punto de vista de la satisfacción
o frustración de estos deseos. Las preocupaciones de la madre,
su interés por otros miembros de la familia, por el trabajo u
otras cosas, sus depresiones, enfermedades, ausencias, incluso
su muerte, son transformadas en experiencias de rechazo y
deserción. Por la misma razón, el nacimiento de un hermano se
interpreta como una infidelidad por parte de los padres, como
una expresión de la falta de satisfacción y la crítica de sus
padres hacia su propia persona; en resumen, como un acto hos-
til al cual el niño responde a su vez con hostilidad y desilusión
que se expresa a través de exigencias o en un retraimiento emo-
cional con sus consecuencias negativas.
Existe en segundo lugar la inmadurez del aparato sexual
infantil que no le deja al niño alternativa, sino que lo fuerza
a traducir los hechos genitales adultos en pregenitales. Esto
explica la razón de que las relaciones sexuales entre los padres
se interpreten como escenas brutales de violencia y conduce a
todas las dificultades que resultan de la identificación con la
supuesta víctima o el supuesto agresor, que se revelan poste-
riormente en la incertidumbre con respecto a su propia iden-
tidad sexual. Ello explica t ambién, como lo sabemos desde hace
mucho tiempo, el fracaso relativo y la desilusión de los padres
con respecto a la información sexual de los hijos. En lugar de
aceptar los hechos sexuales de la manera razonable con que se
les explica, el niño no p úede evitar traducirlos en términos que
concuerdan con su experiencia, es decir, convertirlos en las

52
llamadas "teorías sexuales infantiles" de insem inación a través
de la boca (como en los cuentos), el nacimient o a través del
ano, la castración de la mujer durante las r elacion es sexua-
les, etcétera.
En tercer lugar, están todas aquellas circunstancias en
donde la falta de comprensión por parte del niño está basada
no en su carencia absoluta de razonamiento, sino más bien en
la relativa debilidad de los procesos secundarios del pensa-
miento cuando se comparan con la intensidad de los impulsos
y las fantasías . Un niño pequeño, después del segundo afio de
vida, puede entender muy bien, por ejemplo, la importancia
de los hechos médicos, reconocer el rol beneficioso del médico
o del cirujano, la necesidad de tomar las medicinas al margen
de su sabor desagradable, de respetar ciertos regímenes die-
téticos o hacer reposo en cama, etc. Sólo que no podemos esperar
que se mantenga esta comprensión. A medida que la visita
del médico o la operación se acercan, la razón naufraga y la
mente del niño se inunda de fantasías de mutilación,castra-
ción, asalto violento, etc. El hecho de que deba permanecer en
cama se convierte en prisión, la dieta en una privación oral
intolerable; los padres que permiten que sucedan todas esas
cosas desagradables (en su presencia o ausencia) cesan de ser
figuras protectoras y se convierten en hostiles, contra las cuales
el niño descarga su hostilidad, enojo o agresión.'
Finalmente, existen algunas diferencias básicas y significa-
tivas entre el funcionamiento de la mente infantil y la del
adulto. Menciono como la más representativa la diferente eva-
luación del tiempo en las distintas edades. El sentido de la du-
ración del tiempo, largo o corto, de un determinado período,
parece depender de que la medida se tome por medio del fun-
cionamiento del ello o del yo. Los impulsos del ello, por defi-
nición, no toleran la demora ni la espera; estas últimas actitudes
son introducidas por el yo y, entre ellas, postergar la acción
(por interpolación de los procesos del pensamiento) es tan ca-
racterística como la urgencia de gratificación para el ello. La
manera como el niño experimente un período determinado
dependerá, por consiguiente, no sólo de su duración real medida
objetivamente por el adulto con el calendario y el reloj, sino
de las relaciones subjetivas internas del ello o del yo sobre el
dominio de su funcionamiento. Estos últimos factores decidirán
si los intervalos fijados con respecto a la alimentación, la au-
sencia de la madre, la duración de la asistencia al jardín de
infantes, la hospitalización, etc., le parezcan cortos o largos,
tolerables o intolerables, resultando por lo tanto nocivos o in 0-
fensivoscon respecto a sus consecuencias.

1 Véase a este respecto Anna Freud (1952), Joyce Robertson


(1956) .

53
El egocentrismo, la inmadurez de la vida sexual, la prepon-
derancia de los derivados del ello sobre las respuestas del yo,
la diferente evaluación del tiempo son características de la
mente in fan til que pueden explicar muchas de las insensibili-
dades aparentes de los padres, por ejemplo su dificultad para
trasladar los hechos externos a experiencias internas. En con-
secuencia, la información de los padres sobre los antecedentes
del niño en las entrevistas diagnósticas es superficial y enga-
. ñosa. Los informes pueden contener explicaciones acerca "d e
una batalla en relación con la alimentación de pecho que duró
poco tiempo"; "del rechazo inicial del niño en el segundo año
de vida, de un sustituto de la madre durante la enfermedad de
ésta"; o del niño "que desconoció a la madre momentáneamente
cuando ésta retornó de la maternidad con el nuevo bebé"; de la
"pasajera infelicidad del niño en el hospital", etcétera,"
Se requiere toda la ingenuidad del diagnosticador y algunas
veces un período de tratamiento analítico para poder recons-
truir, desde las descripciones, los conflictos dinámicos que yacen
detrás del cuadro clínico superficial y que a menudo son los
responsables del cambio de curso de la vida emocional infantil,
desde la relación positiva, el cariño normal hacia los padres, al
retraimiento, el resentimiento y la hostilidad; del sentimiento de
haber sido altamente apreciado al de ser rechazado como un
objeto sin valor alguno, etcétera.

EL CONCEPTO DE LAS LINEAS DEL DESARROLLO

Para ofrecer respuestas útiles a las consultas de los padres


en relación con los problemas del desarrollo, las decisiones ex-
ternas bajo consideración deben trasladarse a su significado
interno, lo cual no es posible, como mencionamos más arriba,
si se consideran aisladamente el desarrollo de los impuls os y
del yo, aunque esto es necesario para el propósito de r eali zar
análisis clínicos y disecciones t eóricas.
Hasta ahora, en nuestra teoría psicoanalítica, las secuencias
del desarrollo se han establecido solamente en relación con
ciertos as pectos particulares circunscriptos de la personalidad
del niño. Con respecto al desarrollo de los impulsos sexuales,
por ejemplo, poseemos la secuencia de las fases Iibidinales (oral,
anal, fálica, período de latencia, preadolescencia, genitalidad
adolescente) que, a pesar de su considerable super posición,

2 Ejemplos tomados del Servicio Diagnóstico de la Hampstead


Child-Therapy Clinic,

54
corresponden de manera aproximada con edades específicas.
En relación con los impulsos agresivos somos menos precisos
y por lo general nos contentamos con correlacionar las expre-
siones agresivas específicas con las fases específicas de la libido
(tales como morder, escupir y devorar con la- fase oral; las
torturas sádicas, golpear, patear, destruir con la fase anal; la
conducta arrogante, dominante con la fase fálica; la falta de
consideración, la crueldad mental, las explosiones asociales con
la adolescencia, etc.) . Del lado del yo, las conocidas fases y
niveles del sentido de la realidad en la cronología de la activi-
dad defensiva y en el crecimiento del sentido moral, establecen
una norma. Los psicólogos miden y clasifican las funciones
intelectuales por medio de escalas de distribución relacionadas
con la edad, en los diferentes tests de inteligencia.
No hay duda de que necesitamos para realizar nuestras
evaluaciones algo más que estas escalas seleccionadas del des-
arrollo que son válidas solamente para aspectos aislados de la
personalidad del niño y no para su totalidad. Lo que buscamos
es la interacción básica entre el ello y el yo y sus dIstmtos m ':
veIes-dé- de sarrolio', ' y también las secuencias de fas mismas dE
acuerdo con la edad que"en importancia, frecuencia y regula-
ridad son comparables con las secuencias de maduración del
desarrollo de la libido o el gradual desenvolvimiento de las
funciones del yo. Naturalmente, es.tas secuenci?s d e ~
entre los dos aspectos de la personalidad pueden determinarse
si ambos son bien conocidos, como sucede por ejemplo en re-
lación con las fases de la libido y las expresiones agresivas del
ello y las correspondientes actitudes de relaciones objetales del
yo . Así podemos rastrear las combinaciones que conducen desde
la completa dependencia emocional del niño hasta la compa-
rativa autesuñciencia, madurez sexual y de relaciones objetales
del adulto, una línea graduada de desarrollo que provee la base
indispensable para la evaluación de la madurez o inmadurez
emocional, la normalidad o la anormalidad.
Aunque quizá son más difíciles de establecer, existen líneas
similares de desarrollo cuya validez puede demostrarse para
casi todos los campos de la personalidad individual. En cada
caso trazan el gradual crecimiento del niño desde las actitudes
dependientes, irracionales, determinadas por el ello y los ob-
jetos hacia un mayor control del mundo int er no y del externo
por el yo. Estas líneas, a las que contribuyen el desarrollo del
ello y del yo conducen, por ejemplo, desde las experiencias del
lact an t e con la amamantación y el destete, hasta la actitud ra-
cional, antes que emotiva, del adulto hacia la alimentación ;
desde el entrenamiento del control esfinteriano impuesto al
n iño por las presiones ambientales, hasta el control más o
menos integrado y establecido del adulto; desde la fase en que

55
el niño comparte la posesión de su cuerpo con la madre hasta
la exigencia del adolescente de su independencia y propia deter-
minación en cuanto a la disposición de su cuerpo; desde el
concepto infantil egocentrista del mundo y de los otros seres
humanos hasta el desarrollo de sentimientos de empatía, mu-
tualidad y compañerismo con los otros niños; desde los primeros
juegos de carácter erótico con su propio cuerpo y con el cuerpo
de su madre a través de los objetos de transición (Winnicott,
1953) hasta los juguetes, los juegos, los hobbies y finalmente
hacia el trabajo, etcétera.
Cualquiera que sea el nivel alcanzado por el niño en algunos
de estos aspectos, representa el resultado de la interacción
entre el desarrollo de los impulsos y el desarrollo del yo, del
superyó y de sus reacciones frente a las influencias del medio,
es decir, entre los procesos de maduración, adaptación y estruc-
turación. Lejos de constituir aDsiracclOnes t eón cas, as 1:ñeaS
del desarrollo en el sentido que aquí se les atribuye, son reali-
dades históricas que en conjunto proporcionan un cuadro con-
vincente de los logros de un determinado niño o, por otro lado,
de los fracasos en el desarrollo de su personalidad.

Prototipo de una línea del desarrollo: desde la dependencia hasta


la autosuficiencia emocional y las relaciones objetales adultas

Para establecer el prototipo, hay una línea básica de desa-


rrollo sobre la que han dirigido su atención los analistas desde
las etapas iniciales. Se trata de la secuencia que conduce desde
la absoluta dependencia del recién nacido de los cuidados de la
madre, hasta la autosuficiencia, material y emocional, del adulto
joven, para la cual las fases sucesivas del desarrollo de la libido
(oral, anal, fálica) simplemente forman la base congénita de .
maduración. Estas etapas han sido bien comprobadas en los
análisis de adultos y de niños y también a través de la obser-
vación analítica directa de niños, y se pueden enumerar apro-
ximadamente en la forma siguiente:

1. La unidad biológica de la pareja madre-hijo, con el nar-


cisismo de la madre extendido al niño, y el hijo inclu-
yendo a la madre como parte de su milieu narcisista
interno (Hoffer, 1952), período que además se subdivide
(de acuerdo con Margaret Mahler, 1952) en las fases
autistas, simbióticas y de separación-individuación con
ciertos riesgos específicos del desarrollo inherentes a
.cada una de estas fases;
2. la relación anaclítica con el objeto parcial (Melanie
Klein) o de satisfacción de las necesidades, que está

56
basada en la urgencia de las necesidades somáticas del
niño y en los derivados de los impulsos, y que es in ter-
mitente y fluctuante, dado que la catexis del objeto
se libera bajo el impacto de deseos imperiosos y es vuelta
a retraer tan pronto como se los ha satisfecho;
3. la etapa de constancia objetal, que permite el mante-
nimiento de una imagen interna y positiva del objeto,
independiente de la satisfacción o no de los impulso~;
4. la relación ambivalente de la fase preedípica sádico-
anal, caracterizada por las actitudes del yo de depender,
torturar, dominar y controlar los objetos amados;
5. la fase fálico-edípica completamente centralizada en el
objeto, caracterizada por una actitud posesiva hacia el
progenitor del sexo contrario (o viceversa), celos por
rivalidad hacia el progenitor del mismo sexo, tendencia
a proteger, curiosidad, deseo de ser admirado y actitudes
exhibicionistas ; en las niñas la relación fálico-edípica
(masculina) hacia la madre precede a la relación edí-
pica con el padre;
6. el período de latencia, es decir, la disminución postedí-
pica de la urgencia de los impulsos y la transferencia
de la libido desde la figura paterna hacia sus compañe-
ros, grupos comunitarios, maestros, líderes, ideales im-
personales e intereses de objetivo sublimado e inhibido,
con fantasías que demuestran la desilusión y denigra-
ción a su respecto ("r om an ce familiar" , fantasías equi-
valentes, etcétera);
7. el preludio preadolescente de la "rebeldía de la adoles-
cencia", es decir, el retorno a conductas y actitudes an-
teriores, especialmente del objeto parcial, de la satisfac-
ción de las necesidades y del tipo ambivalente;
8. la lucha del adolescente por negar, contrarrestar, aflojar
y cambiar los vínculos con sus objetos infantiles, defen-
diéndose contra los impulsos pregenitales y finalmente
estableciendo la supremacía genital con la catexis Iíbí-
dinal transferida a los objetos del sexo opuesto, fuera
del círculo familiar.

Mientras que los detalles de estas posiciones han formado


parte durante mucho tiempo del conocimiento común en los
círculos analíticos, su importancia en relación con los problemas
prácticos está siendo investigada cada vez más en los últimos
años. Por ejemplo, con respecto a las controvertidas consecuen-
cias de la separación del niño de la madre, de los padres o del
hogar, una rápida mirada al desenvolvimiento de esta línea

57
de desarrollo será suficiente para demostrar de manera convin-
cente la razón de reacciones comunes a las respectivas conse-
cuencias patológicas frente a hechos tan variados como lo de-
muestra la experiencia y que están relacionados con las reali-
dades psíquicas variables del niño en los diferentes niveles.
Las interferencias con el vínculo biológico de la relación madre-
hijo (fase 1), debidas a cualquier motivo, darán lugar a una
separación de la ansiedad propiamente dicha (Bowlby, 1960) ;
la incapacidad de la madre para cumplir con su rol como orga-
nismo estable para la satisfacción de necesidades y para brindar
confort (fase 2) determinará trastornos en el proceso de indi-
viduación (MahIer, 1952) o una depresión anaclítica (Spitz,
1946) u otras manifestaciones carenciales (Alpert, 1959) o el
precoz desarrollo del yo (James, 1960) o lo que se ha denomi-
nado un "falso yo" (Winnicott, 1955). Las relaciones libidinales
insatisfactorias con objetos inestables o por cualquier razón
inadecuados durante la fase de sadismo anal (fase 4) trastor-
narán la fusión equilibrada entre la libido y la agresión y darán
origen a una agresividad, una destrucción, etc., incontrolables
(A. Freud, 1949). Es solamente después que se ha alcanzado
la constancia objetal (fase 3) que la ausencia externa del objeto
se sustituye, al menos en parte, con la presencia de una imagen
interna que permanece estable; para fortalecer esta determi-
nación pueden extenderse las separaciones temporales, en pro-
porción al progreso de la constancia objetal, Por consiguiente,
aun cuando sea imposible señalar la edad cronológica en que
pueden tolerarse las separaciones, aquélla puede establecerse
de acuerdo con la línea del desarrollo cuando las separaciones
se adecuen al yo y no sean traumáticas, un punto de importancia
práctica en relación con las vacaciones de los padres, la hos-
pitalización del niño, la convalecencia, el ingreso al jardín de
infantes, etcétera."
También hemos aprendido otras lecciones de carácter prác-
tico gracias a esta secuencia del desarrollo, tales como las si-
guientes:
- que la actitud de marcado apego durante el segundo
año de la vida (fase 4) es el resultado de la ambivalencia pre-
ed ípica, y no de los exagerados mimos maternales;
- que no es realista, por parte de los padres, esperar du-
rante el período preedípico (h asta el final de la fase 4) las
relaciones objetales mutuas que pertenecen sólo al siguiente
n ivel de desarrollo (fase 5) ;

3 Si por "du elo" entendemos no las diversas manifestaciones de


la ansiedad, la aflicción y las disfunciones que acompañan a la pér-
dida del objeto en sus fases iniciales, sino el proceso doloroso y gradual
de la separación de la libido de la imagen interna, es claro que no
podemos esperar que esto ocurra antes de establecerse la constancia
objetal (fase 3).

58
- que ningún niño se puede integrar completamente con
un grupo hasta que la libido se haya transferido desde los pa-
dres a la comunidad (fase 6). Cuando la resolución del complejo
de Edipo se demora y la fase 5 se prolonga como resultado de
una neurosis infantil, serán comunes los trastornos de adap-
tación al grupo, la pérdida de interés, las fobias escolares (es-
colaridad diurna) y la extrema añoranza del hogar (alumnos
internos) ;
- que las reacciones en relación con la adopción son más
severas durante la última parte del período de latencia (fase
6) cuando, de acuerdo con el proceso de desilusión normal de
los padres, todos los niños sienten como si fueran adoptados y
las emociones relacionadas con la adopción real se mezclan
con la presencia del "romance familiar";
- que las sublimaciones vislumbradas en el nivel edípico
(fase 5) y desarrolladas durante el período de latencia (fase 6)
pueden desaparecer en la preadolescencia (fase 7) no a través
de trastornos del desarrollo o de la educación, sino debido a
la fase que corresponde a la regresión hacia niveles anteriores
(fases 2, 3 Y 4);
- que es tan antirreal por parte de los padres oponerse a
la liberación del vínculo existente con la familia o a la lucha
contra los impulsos pregenitales del adolescente (fase 8) como
quebrar el vínculo biológico durante la fase 1 u oponerse a las
manifestaciones autoeróticas pregenitales durante las fases 1, 2,
3, 4 Y 7.

Algunas líneas del desarrollo hacia la independencia corporal

El hecho de que el yo del individuo comienza inicialmente


y sobre todo como un yo corporal, no significa que él niño alcanza
la independencia en cuanto al cuidado de su cuerpo con anterio-
ridad a su autosuficiencia emocional o moral. Al contrario: la
posición narcisista de la madre con respecto al cuerpo de su hijo
coincide con los deseos arcaicos del niño de sumergirse en la
madre, y la confusión de los límites corporales que se deriva del
hecho de que en las etapas vitales iniciales la distinción entre
el mundo interno y el externo se basa no en la realidad objetiva,
sino en las experiencias subjetivas de placer y displacer. Por
consiguiente, mientras que el pecho de la madre, su cara, sus
manos, su pelo pueden ser tratados (o maltratados) por el infante
como si fueran partes de sí mismo, el hambre, el cansancio, la
falta de confort del niño le conciernen a la madre en igual me-
dida. Aunque durante la época de la primera infancia la vida
del niño está dominada por sus necesidades corporales y deriva-
dos, la cantidad y calidad de las gratificaciones y frustraciones
están determinadas no por el niño sino por influencias ambien-

59
tales. Las únicas excepciones a esta regla son las gratificaciones
autoeróticas que desde el principio están bajo su control y, por
consiguiente, le conceden una independencia limitada del mundo
objetal. Contrapuestos, como lo demostraremos más adelante, se
encuentran los procesos de la alimentación, del sueño, de la eva-
cuación, de la higiene corporal y de la prevención de daño o
enfermedad, procesos que deben sufrir un complicado y largo
desarrollo antes de convertirse de interés propio del individuo
en crecimiento.

Desde la lactancia a la alimentación racional


El niño debe superar una larga línea de desarrollo antes
de alcanzar el punto en que es capaz, por ejemplo, de regular
de modo activo y racional la ingestión de alimentos, tanto en
cantidad como en calidad, de acuerdo con sus propias necesi-
dades y apetito, y de manera independiente de sus relaciones
con la persona que lo alimenta y de sus fantasías conscientes
e inconscientes. Los pasos .que sigue son aproximadamente los
siguientes:

1. La etapa de la lactancia de pecho a biberón, según un


horario fijado o de acuerdo con su exigencia, con las
dificultades comunes debidas en parte a las fluctuacio-
nes normales del apetito y a los trastornos intestinales
y, en parte, a las actitudes y ansiedades de la madre ;
la interferencia en la satisfacción de sus necesidades
originada por períodos de hambre, por largas esperas
para comer, por el racionamiento de la comida o por
la ingestión forzada de alimentos que determinan los
primeros trastornos -a menudo perdurables- en la
relación positiva del niño con la alimentación. El placer
en el chupeteo aparece como un predecesor, un producto
colateral, un sustituto o una interferencia con respecto
a la alimentación;
2. el destete iniciado por el niño o por la madre. En el
último caso y especialmente sí tiene lugar en forma
abrupta, la protesta del niño por la privación oral pro-
duce resultados negativos con respecto al placer normal
en la comida. Pueden presentarse dificultades con la
introducción de sólidos, cuyos nuevos sabores y consis-
tencias se reciben con agrado o rechazo;
3. la transición de que lo alimenten a comer por sí mismo,
empleando utensilios o no, cuando "comida" y "mamá"
aún se identifican entre sí;
4. comer por sí solo usando cuchara, tenedor, etc., con el
desacuerdo de la madre acerca de la cantidad, a menudo

60
desplazado hacia el problema de los modales en la mesa;
las comidas como un campo de batalla general en el
que tienen lugar las dificultades de la relación madre-
hijo; el deseo ardiente por caramelos como una fase sus-
titutiva adecuada para los placeres orales ; el rechazo de
ciertos alimentos como resultado del entrenamiento anal,
es decir, de la recientemente adquirida formación reac-
tiva de disgusto;
5. la desaparición gradual de la razón comida-madre en el
período edípico. Las actitudes irracionales hacia la co-
mida son determinadas ahora por las teorías sexuales
infantiles, es decir, las fantasías de la inseminación a
través de la boca (el temor de ser envenenado), del em-
barazo (el temor de engordar), de los partos anales (te-
mor de ingestión y evacuación), así como por formacio-
nes reactivas contra el canibalismo y el sadismo;
6. la gradual desaparición de la sexualización de la comida
durante el período de latencia, con abstención o con el
aumento del placer que acompaña al acto de comer. Al
aumentar las actitudes racionales hacia la comida y la
propia determinación en todo lo que a ella concierne,
son decisivas las primeras experiencias en esta línea
de desarrollo para determinar los hábitos de la alimen-
tación adulta, los gustos, preferencias, así como las adic-
ciones ocasionales o las aversiones relacionadas con la
comida y la bebida.

Las reacciones del infante en la fase 2 (es decir, el destete


y la introducción de alimentos con sabores y consistencias nue-
vos) reflejan por primera vez sus inclinaciones, bien hacia el
progreso y la intrepidez (que ve con gusto todas las experien-
cias nuevas) o la tenaz aferración a los placeres ya existentes ·
(qu e hace que todos los cambios y nuevas experiencias se per-
ciban como peligros y privaciones) . Cualquiera que sea la
actitud que domine los procesos de la alimentación, ésta también
ejercerá influencias importantes en otros campos del desarrollo.
La relación comida-madre que persiste durante las fases 1 a 4
fundamenta la convicción subjetiva de la madre de que el
rechazo del niño hacia la comida está dirigido personalmente
en contra de ella, es decir, expresa el rechazo del niño por la
atención y los cuidados maternos, convicción que origina una
hipersensibilidad durante los procesos alimentarios sobre la
que se basan las batallas de la alimentación con respecto a la
madre. También explica por qué en estas fases el rechazo y
el extremo disgusto demostrado con respecto a ciertos alimentos
desaparecen por la sustitucíón temporaria de la madre para
alimentar al niño. Entonces los niños comen cuando están en

61
el hospital, en la escuela o de visita, sin que esto varíe en modo
alguno las dificultades en el hogar a este respecto cuando la
madre está presente. También esta observación explica la razón
de que las separaciones traumáticas de la madre sean seguidas
a menudo por rechazos del alimento (rechazo del sustituto ma-
terno) o por excesos alimentarios (cuando el niño considera a
la comida como un sustituto del cariño maternal).
Los trastornos de la alim entación de la fase 5 que no están
relacionados con objetos externos pero que se originan en con-
flictos estructurales internos, no se afectan por la presencia .
o ausencia física de la madre, hecho que puede utilizarse para
establecer el diagnóstico diferencial.
Después de la fase 6, cuando la personalidad madura es
la responsable de la alimentación, las dificultades previas con
la madre pueden ser reemplazadas por un desacuerdo interno
entre el deseo manifiesto de comer y la incapacidad inconscien-
temente determinada de tolerar ciertas comidas, es decir los
diversos trastornos digestivos y el disgusto por ciertos alimen-
tos, de carácter neurótico.

De la incontinencia al control de los esfínteres


Puesto que la finalidad expresa de esta línea de desarrollo
no es la supervivencia relativamente intacta de los derivados
de los impulsos sino el control, la modificación y transforma-
ción de las tendencias uretrales y anales, se pueden observar
claramente los conflictos entre el ello, el yo, el superyó y las
fuerzas ambientales:
1. La duración de la primera fase, durante la cual el niño
tiene completa libertad con respecto a la evacuación, se
determina no por el grado de maduración alcanzado, sino
por influencias ambientales, es decir, por la decisión
materna de interferir, también a su vez presionada por
necesidades personales, familiares, sociales y médicas.
En las condiciones actuales, esta fase puede durar desde
unos pocos días (el entrenamiento comienza inmediata-
mente después del nacimiento y está basado en reflejos
condicionados) hasta los dos o tres años (el entrenamien t o
basado en la relación con los objetos y en el control
del yo).
2. Encontraste con la fase primera, la segunda fase se
inicia por un avance en la maduración. El papel domi-
nante en la actividad de los impulsos se traslada desde
la zona oral a la anal y debido a esta transición el niño ,
aumenta su oposición a cualquier interferencia relacio-
nada con sus emociones vitales. En esta fase, los pro-
ductos de la evacuación se encuentran grandemente ca-

62
,.
tectizados con la libido y como se consideran objetos
preciosos, el niño les otorga un carácter de "regalo" que
entrega a la madre como un signo de amor; puesto que
reciben también una carga agresiva, constituyen ins-
trumentos por medio de los cuales se descargan las
desilusiones, la rabia y la agresión en las relaciones
con los objetos. En correspondencia con esta doble carga
de estos productos, la actividad del niño hacia el mundo
objetal, alrededor del segundo año de la vida, está do-
minada por la ambivalencia, es decir, por violentas fluc-
tuaciones entre el amor y el odio (libido y agresión no
. fusionadas entre sí). Este hecho está equiparado con
respecto al yo por la curiosidad dirigida hacia el interior
del organismo, por el placer en la suciedad y el desorden,
en modelar, en los juegos de retención como vaciar y
llenar, acumular objetos así como dominar, poseer, des-
truir, etc. Mientras que las tendencias observadas du-
rante esta fase son bastante uniformes, los hechos reales
varían de acuerdo con la actitud de la madre. Si man-
tiene su sensibilidad con respecto a las necesidades del
niño con las que está tan identificada como en lo refe-
rente a la alimentación, entonces podrá mediar hábil-
mente entre las exigencias higiénicas del medio y las
tendencias uretrales o anales opuestas de su niño; en este
caso el entrenamiento del control esfinteriano progresará
gradualmente, con tranquilidad y sin trastornos. Por
otra parte, establecer esta empatía con el niño durante
la fase anal puede ser imposible para la madre debido
a su propio control de esfínteres, sus formaciones reac-
tivas de disgusto, la tendencia al orden, la minuciosidad
u otros elementos obsesivos en su personalidad. Si estos
elementos la dominan, la madre impondrá las exigencias
para el control esfinteriano de manera severa y sin
concesiones, dando origen al comienzo . de una batalla
en la que el niño está tan determinado a defender su
derecho a evacuar caundo lo desee, como la m adre en
entrenarlo para que logre la limpieza y la regularidad,
es decir, los rudimentos sine qu a non de la sociali-
zación.
3. En una tercera fase, el niño acepta e incorpora las acti-
tudes de la madre y el ambiente con respecto al entre-
namiento esfinteriano convirtiéndolas por medio de iden-
tificaciones, en una parte integral de las exigencias de
su yo y superyó; desde ese momento en adelante el
control de esfínteres será un precepto interno y se crea-
rán barreras internas contra los deseos uretrales y ana-
les a través de la actividad defensiva del yo en las for-

63
mas familiares bien conocidas de represión y forma-
ciones reactivas. La repugnancia, el orden, el aseo, el
disgusto por las manos sucias, etc., protegen contra el
retorno de lo reprimido; la puntualidad, la escrupulo-
sidad y la fidelidad son productos laterales de la regu-
laridad anal; la inclinación al ahorro y a coleccionar
son evidencias del alto valor de las materias fecales
desplazado hacia otros objetos. En suma, en este período
tiene lugar la modificación y transformación de largo
alcance de los derivados de los impulsos pregenitales
anales que -si se mantienen dentro de límites norma-
les- suministran a la personalidad una estructura de
cualidades sumamente valiosas.
Es importante recordar, en relación con estos pro-
gresos, que se basan en identificaciones e internaliza-
ciones y como tales, no son totalmente seguros antes
de la l:esCllu.d6n del cample)a <le "E<li"po. "El control anal
preedípico permanece vulnerable y en especial al co-
mienzo de la tercera fase depende de los objetos y de
la estabilidad de las relaciones positivas del niño con
ellos. Por ejemplo, el niño que se entrena en el uso del
orinal o del inodoro en su casa no quiere utilizarlos en
lugares extraños, lejos de la madre. Un niño que está
seriamente desilusionado de su madre o separado de
ella, o que sufre de cualquier forma de pérdida de objeto
puede no sólo perder la apetencia internalizada de estar
limpio, sino que puede reactivar el empleo agresivo de
la incontinencia. Ambas tendencias, conjuntamente, pue-
den originar incidentes de incontinencia que se consi-
deran como "accidentes".
4. Sólo durante la cuarta fase se asegura por completo el
control de los esfínteres, cuando éste ya no depende de
las relaciones objetales y alcanza el estadio de intereses
totalmente neutralizados y autónomos del yo y del su-
peryó."

De la irresponsabilidad hacia la responsabilidad


en ei cuuiado corporal
La satisfacción de las necesidades físicas esenciales, tales
como la alimentación y la evacuación 5 que permanece durante
años bajo el control externo y que surge tan lentamente, co-
rresponde con la manera lenta y gradual con que el niño asume
la responsabilidad del cuidado y la "9ratecci..6n. de 'i>'J.. '}>l:Cl'}>\.Cl

4 Véase H. Hartmann (1950 b) sobre la "autonomía secundaria


del yo".
5 También el sueño.

64
cuerpo contra posibles daños. Como ya lo he descripto en detalle
anteriormente (A. Freud, 1952) , el niño que está bien atendido
por su madre deposita en ella la mayoría de estos cuidados,
mientras adopta actitudes indiferentes y desinteresadas o de
absoluta indiferencia, como un arma que utiliza en las batallas
contra su madre. Sólo el niño que no disfruta de una adecuada
atención maternal o el huérfano, adoptan el rol de la madre
en lo que se refiere a los hábitos higiénicos saludables y juegan
"a la mamá" con sus propios cuerpos, como los hipocondríacos.
Con respecto a la línea de desarrollo positivo y progresivo,
también aquí existen varias fases consecutivas que deben dis-
tinguirse entre sí, aunque nuestro conocimiento actual no es
tan detallado como en otros campos.

1. Durante los primeros meses y debido al progreso de


maduración, la agresión se dirige desde el propio cuerpo
hacia el mundo exterior. Este paso vital limita la auto-
lesión por morderse, rasguñarse, etc., aunque también
pueden observarse indicios posteriores de estas tenden-
cias en muchos niños, como remanentes de esta fase."
El progreso normal se debe, en parte, al establecimiento
de barreras contra el dolor, en parte como la respuesta
del niño a la catexis libidinal de la madre con respecto
a su cuerpo, con una catexis narcisista de sí mismo (se-
gún Hoffer, 1950).
2. A continuación se producen avances en el funcionamien-
to del yo, tales como la orientación en el mundo exterior,
la comprensión de causa y efecto, el control de deseos
peligrosos en beneficio del principio de la realidad.
Junto con las barreras contra el dolor y la catexis
narcisista del cuerpo, estas funciones del yo reciente-
mente adquiridas protegen al niño de los peligros ex-
ternos tales como el agua, el fuego, las alturas, etc. Pero
existen muchos casos en los cuales -debido a la defi-
ciencia de cualquiera de estas funciones del yo- este
progreso se retarda y el niño permanece vulnerable y
expuesto si no es protegido por los adultos.
3. La última fase normalmente está caracterizada por la
aceptación voluntaria de las reglas de higiene y sani-
tarias. En lo que concierne a evitar alimentos nocivos,
a comer en exceso y a mantener el cuerpo aseado no es
concluyente desde que las actitudes importantes en este
sentido pertenecen más bien a las vicisitudes de los
6 Estos remanentes no deben confundirse con el posterior "vuelco
de la agresión contra sí mismo" que no constituye una deficiencia de
la maduración, sino un mecanismo de defensa utilizado por el yo bajo
el impacto de conflictos.

65
componentes instintivos orales y anales, que a esta línea
de desarrollo. Esta situación es diferente con respecto a
la salud y a la obediencia de las órdenes del médico
sobre la ingestión de medicinas o restricciones motrices
o dietéticas. El miedo, el sentido de culpa, la angustia
de castración pueden, por supuesto, motivar a todo niño
a cuidar (es decir, temer) la seguridad de su cuerpo.
Cuando no están bajo la influencia de estos factores,
los niños normales son irresponsables y rebeldes en lo
que a la salud se refiere. A juzgar por las frecuentes
quejas de las madres, los niños se comportan como si
consideraran un derecho personal el poner en peligro
su salud mientras que le dejan a la madre la responsa-
bilidad de protegerlos y sanarlos, actitud ésta que a
menudo persiste hasta el final de la adolescencia y que
quizá represente los últimos vestigios de la simbiosis
original entre madre e hijo.

Otros ejemplos de líneas del desarrollo

Hay muchos otros ejemplos de líneas de desarrollo, como


las dos descriptas más arriba, de las que el analista conoce cada
paso y que pueden seguirse sin dificultad bien hacia detrás por
medio de la reconstrucción del cuadro adulto, o hacia adelante
por medio de la exploración analítica longitudinal y la obser-
vación del niño.

Desde el egocentrismo al compañerismo


Cuando se describe el desarrollo infantil en este aspecto,
se puede establecer la siguiente secuencia:
1. Una perspectiva egoísta y narcisista orientada hacia el
mundo objetal en la que los otros niños no figuran en
absoluto o son percibidos solamente en sus roles como
perturbadores de la relación madre-hijo y como rivales
en el amor de los padres.
2. Los otros niños considerados como objetos inanimados,
es decir, como juguetes que pueden ser manipulados,
maltratados, buscados o descartados según sus estados
de humor, sin esperar respuesta positiva o negativa a
este tratamiento.
3. Los otros niños considerados como colaboradores para
realizar una actividad determinada tal como jugar, cons-
t ruir, destruir, cometer travesuras, etc. La duración de
esta sociedad está determinada por la tarea a realizar y
es secundaria a ella.

66
4. Los otros runos considerados como socios y objetos con
derecho propio a quienes el niño puede admirar, temer
o competir con ellos, a los cuales ama u odia, con cuyos
sentimientos se identifica, cuyos deseos reconoce y a
menudo respeta, y con quienes ' puede compartir pose-
siones sobre una base de igualdad.

Durante las primeras dos fases, aun cuando el bebé sea


estimado y tolerado por los hermanos mayores, es asocial por
necesidad, a pesar de todos los esfuerzos que realice la madre
en sentido contrario; puede tolerar la vida comunitaria con
otros niños en esta etapa, pero no será provechosa. El tercer
estadio representa el requerimiento mínimo de socialización,
bajo la forma de aceptación de los hermanos dentro de la co-
munidad hogareña o de ingreso al jardín de infantes integrando
un grupo de su misma edad. Pero sólo la cuarta fase equipa al
niño para el compañerismo y para entablar amistades y ene-
mistades de todo tipo y duración.

Desde el cuerpo hacia los juguetes y desde el juego


hacia el trabajo
1. El juego es al principio una actividad que proporciona
un placer erótico, comprometiendo a la boca, los dedos,
la visión, la total superficie de la piel. Se lleva a cabo
en el propio cuerpo (juego autoerótico) o en el cuerpo
de la madre (por lo general relacionado con la alimen-
tación) sin que exista una clara distinción entre estos
dos campos ni un orden o precedencia al respecto.
2. Las propiedades del cuerpo de la madre y del niño se
transfieren a ciertas sustancias de consistencia suave ta-
les como un pañal, una almohada, una alfombra, un
osito de felpa, que sirven como primer objeto de juego,
un objeto de transición (según Winnicott, 1953) catee-
tizado .t an t o por la libido narcisista como por la objetal.
3. El apego a un objeto de transición específico se desarrolla
en un interés menos discriminado por juguetes suaves
de varios tipos que, como objetos simbólicos, son acari-
ciados y maltratados alternativamente (catectizados con
li bido y agresión). Al ser objetos inanimados y por lo
t ant o sin reacciones, permiten al niño de dos años ex-
presar la gama completa de su ambivalencia hacia ellos.
4. Los juguetes suaves desaparecen gradualmente, excepto
par a dormir, mientras que, como objetos de transición,
siguen facilitando el pasaje del niño desde la participa-
ción activa en el mundo exterior hasta el retraimiento
n arcisista necesario para lograr el sueño.

67
Durante el día, son reemplazados cada vez en ma-
yor proporción por material de juegos que no posee en
sí mismo el estado objetal pero que sirve a las activi-
dades del yo y a las fantasías subyacentes. Estas activi-
dades gratifican de manera directa un componente ins-
tintivo o están investidas con energía instintiva que
ha sido desplazada y sublimada, y cuya secuencia cro-
nológica es aproximadamente la siguiente:
a) juguetes que ofrecen la oportunidad para ciertas ac-
tividades del yo, como llenar-vaciar, abrir-cerrar, en-
castrar, revolver, etc., y cuyo interés se desplaza
desde los orificios del cuerpo y sus funciones;
b) juguetes que pueden rodar y que contribuyen al pla-
cer de la motricidad que experimenta el niño;
e) materiales de construcción que ofrecen iguales opor-
tunidades para construir y destruir (en correspon-
dencia con las tendencias ambivalentes de la fase
sádico-anal) ;
d) juguetes que sirven para expresar tendencias y ac-
titudes masculinas y femeninas, utilizados:
1. en juegos solitarios en los que el niño gusta repre-
sentar un papel determinado,
2. para actividades exhibicionistas con el objeto edí-
pico (sirviendo al exhibicionismo fálico),
3. para la escenificación de situaciones variadas del
complejo de Edipo en el juego del grupo (siempre
que se haya alcanzado la fase 3 de la línea de
desarrollo hacia el compañerismo).
La expresión de la masculinidad puede lograrse a
través de actividades del yo tales como la gimnasia y
la acrobacia, en las que todo su cuerpo y su manipula-
ción habilidosa representan, exhiben y proveen el placer
simbólico de actividades y destreza físicas.
5. La satisfacción directa o desplazada obtenida de la mis-
ma actividad lúdica va dejando cada vez más lugar al
placer por el producto final de las actividades, que ha
sido descripto en la psicología académica como el placer
de la tarea cumplida, del problema resuelto, etc. Para
algunos autores esto constituye un requisito indispensa-
ble para lograr un buen rendimiento escolar (Bühler,
1935).
La manera exacta en que este placer de la tarea
cumplida está ligado con la vida instintiva del niño es
aún un problema no resuelto en nuestro pensamiento
teórico, aunque parecen claros varios factores operantes,

68
tales como la imitación y la identificación en la relación
madre-hijo inicial, la influencia del ideal del yo, el vuelco
pasivo a activo como un mecanismo de defensa y adap-
tación, la apetencia interna hacia la maduración, es
decir, hacia el desarrollo progresivo.
El placer en el logro, ligado solamente de manera
secundaria con las relaciones objetales y presente en
todos los bebés como una capacidad latente, se demues-
tra de manera práctica con el método de Montessori.
En este método de jardín de infantes, el material de
juego se selecciona para brindar al niño la mayor can-
tidad posible de autoestima y gratificación al completar
una tarea o resolver un problema independientemente,
y se puede observar que los niños responden de manera
positiva a estas oportunidades casi desde el segundo año
de la vida en adelante.
Cuando esta fuente de gratificación no se conecta
en el mismo grado con la ayuda de determinadas dispo-
siciones externas, el placer que se deriva de su logro
permanece directamente conectado con el elogio y la
aprobación brindada por el mundo de los objetos; y
la satisfacción por el producto obtenido ocupa un lugar
preponderante sólo en una fecha posterior, probable-
mente como resultado de la internalización de las fuen-
tes externas que regulaban la autoestima.
6. La capacidad lúdica se convierte en laboral." cuando se
adquieren varias facultades complementarias como:
a) el control, la inhibición o modificación de los impul-
sos para utilizar determinados materiales de manera
agresiva o destructiva (sin arrojarlos, desbaratarlos,
revolverlos, acumularlos) y emplearlos en forma po-
sitiva y constructiva (construir, planificar, aprender,
y -en la vida en comunidad-e- compartir);
b) llevar a cabo planes preconcebidos con una mínima
relación de ausencia de placer inmediato, las frus-
traciones que pudieran surgir, etc., y el mayor interés
por el placer en el desenlace final;
e) lograr, por consiguiente, no sólo la transición desde
el placer instintivo primitivo hacia el placer subli-
mado junto con un alto grado de neutralización de
la energía empleada, sino también la transición desde
el principio del placer hacia el principio de la reali-

7 Intentamos aquí no una definición del trabajo con todos sus


significados sociales y psicológicos, sino una simple descripción de los
progresos en el desarrollo del yo y el control de los impulsos que se
asemejan a los requisitos previos necesarios para toda adquisición indi-
v idu al de la capacidad de trabajo.

69
dad, una evolución que es esencial para desempeñar
con éxito el trabajo durante el estado de latencia, en
la adolescencia y en la madurez.

De la línea del desarrollo corporal hacia el juguete y desde


el juego hacia el trabajo, basados especialmente en sus fases
posteriores, se deriva una cantidad de importantes actividades
para el desarrollo de la personalidad, tales como el soñar des-
pierto, las aficiones (hobbies) y ciertos juegos.
Soñar despierto: Cuando los juguetes y las actividades re-
lacionados con los deseos van desapareciendo en la profun-
didad, éstos que al principio se ponían en acción con la ayuda
de objetos materiales, es decir eran satisfechos en el juego,
pueden elaborarse en la imaginación en forma de ensoñaciones
conscientes, fantasías que pueden persistir hasta la adolescencia
y aun en etapas posteriores.
Juegos estructurados: El origen de muchos juegos deriva
de las actividades grupales imaginativas durante el período ed í-
pico (véase la fase 4, d, 3) del cual se desarrollan en expresiones
altamente formalizadas y simbólicas de tendencias hacia el
ataque agresivo, la defensa, la competencia, etc. Desde que
están gobernados por reglas inflexibles alas que deben some-
terse los participantes, los niños no pueden participar en ellos
hasta tanto no hayan adquirido algún grado de adaptación a
la realidad y cierta tolerancia a las frustraciones y, natural- ,.
mente, nunca antes de haber alcanzado la fase 3 de la línea
de desarrollo hacia el compañerismo.
Los juegos pueden requerir un equipo especial (no ju-
guetes) y en razón de su valor simbólico fálico, por ejemplo
masculino-agresivo, son altamente valorados por el niño.
En muchos juegos de competencia el propio cuerpo y la
destreza del niño se desempeñan como instrumentos indispen-
sables.
La eficiencia y el placer lúdicos son, por consiguiente, lo-
gros de naturaleza compleja que dependen de la contribución
de muchos campos de la personalidad infantil, tales como la
dote y la integridad del aparato motor, una catexis positiva del
cuerpo y sus capacidades, la aceptación de compañerismo y
actividades de grupo, el empleo positivo de la agresión contro-
lada al servicio de la ambición, etc. De manera correspondiente,
la función en estas áreas está abierta a un gran número de
trastornos que pueden originarse por dificultades e insuficien-
cias en el desarrollo de cualquiera de ellas, así como de las
inhibiciones en determinadas fases del desarrollo, de la agresión
anal y de la masculinidad fálico-edípica.
Aficiones: En la mitad del camino entre el juego y el tra-
bajo se encuentran los hobbies que tienen ciertos caracteres

70
comunes con ambas actividades. Con el juego comparten las
siguientes características:
a) de ser emprendidos con propósitos placenteros y con
un relativo desprecio a las presiones y necesidades ex-
ternas;
b) de perseguir fines desplazados, es decir, sublimados pero
que no se encuentran muy alejados de la gratificación
de impulsos eróticos o agresivos;
e) de perseguir estos fines con una combinación de ener-
gías instintivas no modificadas y en distintos estados
y grados de neutralización.
Las aficiones aparecen por vez primera al comienzo del
estado de latencia (colecciones, · investigaciones primarias, es-
pecialización de intereses), sufren todo tipo de modificaciones
de contenido, pero persisten bajo una forma específica de ac-
tividad a lo largo de toda la existencia.

La correspondencia entre las líneas del desarrollo

Si examinamos en detalle nuestras nociones con respecto


a la normalidad descubriremos que esperamos una estrecha co-
rrespondencia de crecimiento entre las distintas líneas de des-
arrollo. En términos clínicos, esto significa que para tener una
personalidad armoniosa el niño que ha alcanzado un nivel espe-
cífico en la secuencia hacia la madurez emocional (por ejemplo,
co ñstáiicía objetal) debería haber alcanzado los niveles corres-
pondleñtes en-el desarrollo hacia la independencia corporal
(tales como el control de esfínteres, el debilitamiento de los
vínculos entre la alimentación y la madre), en la línea hacia
el compañerismo, el juego constructivo, etc. Mantenemos la
esperanza de esta norma a pesar de que la experiencia nos pre-
senta muchos ejemplos opuestos. Indudablemente que un gran
número de niños se ajustan a una pauta muy irregular de cre-
cimiento. Pueden haber alcanzado un alto nivel en algunos as-
pectos (madurez de las relaciones emocionales, independencia
corporal, etc.) mientras que están at.rasados en otros (conti-
núan apegados a los objetos de transición, a los juguetes afel-
pados, o en el desarrollo del compañerismo quizá persistan en
tratar a sus compañeros como molestias o como objetos inani-
mados). Algunos hiñas están bien desarrollados en cuanto a los
procesos secundarios del pensamiento, la verbalización, el jue-
go, el trabajo y la vida en el grupo mientras que permanecen
en un estado de dependencia con relación al manejo de sus
procesos corporales, etcétera.
Esta carencia de equilibrio en las líneas del desarrollo ori-
gina suficientes dificultades en la niñez como para justificar

71

una investigación más detallada de las circunstancias que las


motivan, especialmente en 10 que concierne a la medida en que
intervienen los factores congénitos y ambientales.
En todos estos casos nuestra tarea no consiste en aislar
estos dos factores y en atribuir a cada uno un determinado cam-
po de influencia, sino en trazar sus interacciones, que pueden
describirse de la siguiente manera:
Suponemos que en todos los niños de constitución normal
y sin daño orgánico las líneas de desarrollo a que nos hemos
referido más arriba están incluidas en su constitución como
Posibilidades,·nherentes. Lo que la constitución d. etermi.na e. n. .
el campo de ello son, nafiifálmente, las secuencias de la ma,-
d~r<;,c.~ón ~n ~ . desarr?_y.~ _d e .la libido y a agf€sió!;] e~ el ca:rr:po
del yo, CIertas tendencias innatas no tan claras DI tan bien
estúdíadas hacia la organización, defensa y estructuración; qui-
zá también, aunque a este respecto sabemos menos aún, algunas ,.
diferencias cuantitativas determinadas del énfasis en el pro-
greso en una dirección TI otr~El resto, es decir aquello que se-
lecciona determinadas líneas especiales durante el desarrollo,
tenemos que buscarlo en las influencias accidentales del am-
biente. En el análisis de niños mayores y en las reconstruccio-
nes de los análisis de adultos hemos encontrado estas fuerzas
formando parte de la personalidad de los padres, de sus accio-
nes e ideales, la atmósfera familiar, el impacto del medio cul-
tural en su totalidad. En la observación analítica de los niños
pequeños se ha demostrado que son los intereses y predileccio-
nes individuales de la madre los que actúan como estimulantes.
En las etapas vitales iniciales, por lo menos, el niño parece
concentrarse en el desarrollo a lo largo de aquellas líneas que
.reciben más ostensiblemente una respuesta de cariño y apro-
bación por parte de la madre, es decir, el placer maternal es-
pontáneo con respecto a los logros del hijo y en contraposición
la negligencia hacia otras líneas, para las que no existen estas
manifestaciones de aprobación y placer. Esto significa que las
actividades que la madre aplaude son repetidas con mayor fre-
cuencia, reciben una carga libidinal y son por consiguiente mu-
cho más estimuladas hacia un desarrollo completo.
Por ejemplo, parece haber diferencias en cuanto a la edad
en que el niño comienza a hablar y en la calidad de la verba-
lización inicial si la madre, por razones de su propia estruc-
tura personal, se relaciona con su niño no a través de canales
corporales sino hablándole. Algunas madres no encuentran pla-
cer en la creciente tendencia a la aventura y en la turbulencia
corporal del niño, y sus momentos más Íntimos y felices trans-
curren cuando el niño sonríe. Hemos visto por lo menos una
madre cuyo niño sonreía con exceso en sus contactos con el
ambiente. No ignoramos que el contacto inicial con la madre
a través de su canto fiene consecuencias sobre las actitudes

72
posteriores hacia la música y puede promover aptitudes musi-
cales especiales. Por otra parte, el desinterés pronunciado de
la madre por el cuerpo de su niño y en el desarrollo de su
motricidad puede tener como resultado que el niño sea torpe
y falto de gracia en sus movimientos, etcétera.
Mucho antes de estas observaciones infantiles, el psicoaná-
lisis ya conocía que las depresiones de la madre durante los
dos primeros años de vida del niño crean en éste una t endencia
a la depresión (aunque quizá no se manifieste hasta años muy
posteriores) . Lo que sucede es que estos niños logran un senti-
miento de unidad y armonía con la madre no por medio de
los progresos en su desarrollo sino reproduciendo en sí mismos
el estado de ánimo de la madre.
Todo esto no significa sino que las tendencias, inclinacio-
nes, predilecciones (incluyendo la tendencia a la depresión, a
las actitudes masoquistas, etc.) que se encuentran en todos los
seres humanos pueden erotizarse y estimularse a través del es-
tablecimiento de vínculos emocionales entre el niño y su primer
objeto.
El desequilibrio entre las líneas del desarrollo así originado
no tiene carácter patológico. La falta moderada de armonía
prepara el terreno para las innumerables diferencias que exis-
ten entre los individuos desde edad temprana, es decir, producen
una cantidad de variaciones de la normalidad que debemos te-
ner en cuenta.

Aplicaciones:
El ingreso al jardín de infantes, como ejemplo

Para retornar a los problemas y los interrogantes plan-


teados por los padres que mencionamos más arriba:
Con los argumentos previos in mente, el analista de niños
no necesita responderlos basándose en la edad cronológica, factor
que en psicología no es concluyente; o en la comprensión inte-
lectual del niño de una situación determinada, que es un con-
cepto diagnóstico unilateral. En su reemplazo, puede considerar
las diferencias psicológicas básicas entre la madurez y la inma-
durez según las líneas del desarrollo. La disposición con que
el niño tiende a enfrentar hechos tales como el nacimiento de
un nuevo hermano, la hospitalización, el ingreso a la escuela,
etc., se considera entonces como el resultado directo del pro-
greso de su desarrollo en todas las líneas que están relaciona-
das con esa experiencia específica. Si se han cumplido las etapas
adecuadas, las circunstancias tendrán un resultado beneficioso
y constructivo para el niño; en caso contrario, sea en todas o
sólo en algunas de las líneas, el niño se sentirá perplejo y opri-
mido y ningún esfuerzo de los padres, maestros o enfermeras

73
podrá prevenir su inquietud, su infelicidad y su sentimiento
de fracaso, que a menudo asumen proporciones traumáticas.
Este "diagnóstico del niño normal" puede ser ilustrado con
un ejemplo práctico, tomando (uno entre tantos) el problema
de señalar cuáles son las circunstancias de desarrollo bajo las
cuales el niño está dispuesto a ausentarse de su hogar transi-
toriamente por vez primera, o a separarse de la madre y formar
parte de un grupo en el jardín de infantes sin sufrir demasiado
y con resultados beneficiosos. J

EL nivel requerido en la línea "desde la dependencia hasta


la autosuficiencia emocional"
En un pasado no distante se opinaba que un niño que hu-
biese alcanzado la edad de tres años y medio debería ser capaz
de separarse de su madre a la puerta de entrada del jardín de
infantes en el día de su ingreso y que podría adaptarse al
nuevo ambiente físico, a los maestros nuevos y compañeros,
todo ello durante la primera mañana. Se pretendía desconocer
la inquietud de los nuevos alumnos; se consideraban poco im-
portantes el llanto por sus madres y su falta inicial de par-
ticipación y cooperación. Lo que sucedía entonces era que
la mayoría de los niños pasaban a través de una fase inicial
de infelicidad extrema, después de la cual se adaptaban a la
rutina del jardín. Algunos niños invertían la secuencia de es-
tos hechos: comenzaban con un período de aceptación y de apa-
rente placer que de pronto, para sorpresa de padres y maes-
tros, concluía una semana después en intensa infelicidad, sin
participar de las actividades. En estos casos, la reacción demo-
rada se debía a la lentitud intelectual para comprender las cir-
cunstancias externas. El hecho importante en relación con
ambos tipos de reacción es que anteriormente no se consideraba
de modo alguno la forma en que los períodos individuales res-
pectivos de inquietud y desolación afectaban internamente a
cada niño y, aun más importante, que esos períodos eran acep-
tados como inevitables.
Examinados desde el actual punto de vista, sólo son inevi-
tables si se desestiman las consideraciones que conciernen al
desarrollo. Si al ingresar al jardín un niño de cualquier edad
cronológica todavía se encuentra en la primera o segunda etapas
de esta línea del desarrollo, la separación del hogar y de la
madre, aunque sea por períodos cortos, es inadecuada y con-
traria a sus necesidades más vitales; la protesta y el sufrimiento
en estas condiciones son legítimos. Si ha alcanzado al menos
constancia objetal (fase 3), la separación de la madre será
menos desconcertante y el niño estará preparado para establecer
relaciones con gente I}-ueva y para aceptar nuevos riesgos y
aventuras. Aun entonces, el cambio debe ser gradual, en pe-

74
queñas dosis; los períodos de independencia no demasiado pro-
longados y al comienzo debe dejarse librado a la decisión del
niño la posibilidad de retornar a la madre si así lo prefiere.

El nivel requerido en la línea hacia la. independencia


corporal
Algunos runos no se encuentran cómodos en el jardín de
infantes porque son incapaces de disfrutar de las comidas o
bebidas que le ofrecen o de usar el inodoro para orinar o defe-
car. Esta situación no depende en realidad del tipo de comida
ofrecido o de las reglas con relación al uso del artefacto sani-
tario, aunque el niño por lo general utiliza su falta de familia-
ridad como una racionalización. La diferencia real entre la
capacidad para su adaptación o su inadaptación corresponde al
desarrollo. En la línea de la comida es necesario que haya al-
canzado por lo menos la fase 4, es decir, alimentarse por sí
mismo; en la línea del control de los esfínteres que haya alcan-
zado la fase 3.

El nivel requerido en la línea hacia el compañerismo


El niño que no haya alcanzado por lo menos el nivel en
que considera a los otros niños como colaboradores en el juego
(fase 3) será un elemento molesto dentro del grupo del jardín
y se sentirá desdichado. Llegará a ser un miembro constructivo
y destacado en el grupo tan pronto como aprenda a aceptar
a los otros niños como socios con derecho propio, paso que le
permite también formalizar verdaderas amistades (fase 4). En
efecto, si el desarrollo en este aspecto no ha superado los
niveles inferiores, no debería aceptarse su inscripción en el
jardín o si ha sido inscripto, se debe permitir que interrumpa
su asistencia habitual.

El nivel requerido en la línea desde el juego al trabajo


El niño por lo general ingresa al jardín de infantes al co-
mienzo de la fase en que "el material de juegos sirve a las
actividades del yo y a las fantasías subyacentes" (fase 4), Y
asciende gradualmente por la escala del desarrollo, atravesando
la secuencia de los juguetes y sus materiales hasta que al con-
cluir el jardín se encuentra en los comienzos del "trabajo",
que es un requisito previo necesario para ingresar a la escuela
primaria. Al respecto, la tarea del maestro consiste en adaptar
las necesidades de trabajo del niño y su expresión al material
ofrecido, evitando el aburrimiento o el fracaso que se originan
por haber esperado demasiado antes de ofrecerlos o por antici-
parse al nacimiento de la necesidad.

75
I
"
En cuanto a la capacidad del niño para comportarse ade-
cuadamente en el jardín de infantes depende no sólo de las lí-
neas del desarrollo descriptas sino también en general de las
interrelaciones entre su ello y su yo.
En algún lugar de su mente, aun la más tolerante de las
maestras jardineras lleva consigo la imagen del alumno "ideal"
del jardín que no exhibe signos de impaciencia o inquietud; que
pide lo que desea en vez de apoderarse de ello; que puede espe-
rar su turno; que queda satisfecho con su participación; que
no tiene rabietas y que puede tolerar desilusiones. Aun cuando
ningún niño desplegará todas estas formas de conducta, se en-
contrarán en el grupo, en uno u otro alumno, con respecto a
uno u otro aspecto de la vida diaria. En términos analíticos
esto significa que durante ese período los niños aprenden a
dominar sus impulsos y afectos en vez de encontrarse sometidos
a su merced. Los instrumentos del desarrollo de que disponen
pertenecen sobre todo al crecimiento del yo: el avance desde el
funcionamiento de procesos primarios a los secundarios, es
decir, la capacidad de interpolar el pensamiento, el razonamiento
y la anticipación del futuro entre el deseo y la acción dirigida
a su logro (Hartmann, 1947); el progreso desde el principio del
placer al principio de la realidad. La ayuda proviene del ello con
la fase de adecuación del yo -probablemente determinada por
factores orgánicos-, que disminuye la urgencia de los impulsos.
A continuación analizaremos, relacionado con la "escala de
regresión" infantil normal (Ernst Kris, 1950, 1951), el hecho
de que no debería esperarse que ningún niño pequeño mantenga
su mejor nivel de rendimiento o conducta durante un tiempo
prolongado. Estas declinaciones temporarias en el nivel de fun-
cionamiento, aun cuando ocurran con facilidad y frecuencia ,
no afectan la selección del niño para ingresar al jardín de in-
fantes.

LA REGRESION COMO UN PRINCIPIO


DEL DESARROLLO NORMAL

Las líneas del desarrollo y sus desarmonías descriptas más


arriba no son en sí responsables de todas las complejidades que
se presentan durante la niñez, y especialmente de no todos
los obstáculos y detenciones que impiden su curso uniforme.
Existe un progresivo crecimiento desde el estado de inma-
durez al de madurez sobre líneas congénitas determinadas pero
influidas y moldeadas a cada paso por las condiciones ambien-
tales, noción con la que estamos familiarizados en el crecimiento

76
orgánico, donde los procesos anatómicos, fisiológicos y neuro-
lógicos están en constante flujo. Lo que estamos acostumbrados
a ver en el cuerpo es que el crecimiento procede en una línea
progresiva y directa hasta que se alcanza la edad adulta, sola-
mente interferida por enfermedades o -lesion es graves y final-
mente, por los procesos destructivos e involutivos de la vejez.
No hay duda de que un movimiento progresivo similar sub-
yace al desarrollo psíquico, es decir, que en el desenvolvi-
miento de la acción instintiva, los impulsos, los afectos, la razón
y la moralidad, el individuo también sigue caminos determina-
dos previamente y, sujeto a circunstancias ambientales, prosigue
hasta su término. Pero la analogía entre los dos campos no
puede extenderse más allá. Mientras que normalmente, en el
lado físico, el desarrollo progresivo es la única fuerza innata
que opera, del lado mental invariablemente tenemos que con-
tar con un segundo conjunto de influencias complementarias
que trabajan en dirección opuesta, es decir, las fijaciones y las
regresiones. Sólo el reconocimiento de ambos movimientos, pro-
gresivo y regresivo, y de sus interacciones, provee explicacio-
nes satisfactorias de los hechos relacionados con las líneas del
desarrollo descriptas más arriba.

Tres tipos de regresión

En un apéndice (1914) de La interpretaciórt de los sueños


(1900) se distinguen tres tipos de regresión: a) topográfica,
en que las excitaciones tienen dirección retrógrada, desde el
extremo motor al sensorial del aparato mental, hasta que -al-
canza el sistema perceptivo; éste es el proceso regresivo que
produce la satisfacción de deseos alucinatorios en lugar de los
procesos racionales del pensamiento; b) temporal, como un
salto atrás hacia viejas estructuras psíquicas; c) formal, que
determina que los métodos primitivos de expresión y represen-
tación reemplacen a los contemporáneos. Se establece en este
sentido que estas "tres clases de regresión son en el fondo una
misma cosa, y coinciden en la mayoría de los casos, pues lo más
antiguo temporalmente es también lo primitivo en el orden
formal, y lo más cercano en la topografía psíquica al final de
la percepción" (S. Freud, Obras Completas, vol. 1). A pesar
de sus similitudes, para nuestros propósitos actuales las accio-
nes de los distintos tipos de regresión son lo suficientemente
distintas como para analizarlas y tratarlas de manera separada
en relación con los aspectos variados de la personalidad del
individuo inmaduro y aun cuando fuesen más subdivididas.
Para facilitar el pensamiento en nuestro lenguaje meta-
psicológico habitual comienzo por traducir el concepto topo-
gráfico previo del aparato mental en términos estructurales más

77
\
actuales. La referencia de La inteypretación de los sueños enton-
ces debería leerse de la siguiente manera: que la regresión
puede ocurrir en cualquiera de las tres partes de la estructura
de la personalidad, tanto en el ello como en el yo o en el su-
peryó; y que pueden estar comprometidos no sólo el contenido
psíquico, sino también los métodos de funcionamiento; que la
regresión temportü sobreviene en relación con impulsos de
fines determinados, con las representaciones objetales y con
el contenido de las fantasías; las regresiones topográfica y for-
mal afectan las funciones del yo, los procesos secundarios del
pensamiento, el principio de la realidad, etcétera.

La regresión en el desarrollo de los impulsos y de la libido

La regresión que se ha estudiado más estrechamente en


análisis es la temporal en el desarrollo de los impulsos y de la
libido. Este tipo afecta por un lado la elección de objetos y las
relaciones con ellos, con el consiguiente retorno a los que ju-
garon un rol inicial importante y a las expresiones más infan-
tiles de dependencia. Por otro lado, la organización de los im-
pulsos puede estar afectada en su totalidad y revertida a niveles
pregenitales iniciales y a las manifestaciones agresivas que
los acompañan. La regresión en este aspecto se considera ba-
sada en características específicas del desarrollo de los impul-
sos, es decir, en el hecho de que mientras la libido y la agresión
se movilizan hacia adelante desde un nivel al siguiente y catee-
tizan los objetos que deparan la satisfacción en cada fase, nin-
guna de las etapas de esta línea se abandona por completo como
sucede con los procesos orgánicos. Mientras que una parte de
la energía de los impulsos sigue un curso progresivo, otras can-
tidades variables permanecen rezagadas, ligadas a fines y ob-
jetos de épocas anteriores y crean los llamados puntos de fija-
ción (al autoerotismo y al narcisismo, a las distintas fases de
la relación madre-hijo, a la dependencia preedípica y edípica,
a los placeres orales y al sadismo oral, a las actitudes sádico-
anales o pasivo-masoquistas, a la masturbación fálica, al exhibi-
cionismo a las actitudes egocentristas, etc.). Los puntos de fi-
jación pueden determinarse por cualquier tipo de experiencia
traumática, sea por frustración o por gratificación excesivas
en cualquiera de estos niveles, pudiendo existir con distintos
grados de conciencia, represión o inconsciencia. Este hecho es
menos importante para el desenlace del desarrollo que los que,
cualquiera que sea la causa y en cualesquiera de los dos estados
anteriores, tengan la función de ligar y retener la energía de
los impulsos, y por consiguiente empobrezcan su funcionamiento
y las relaciones objetales posteriores.
Las fijaciones y regresiones siempre se han considerado

78
interdependientes." En virtud de su misma existencia y de acuer-
do con la cantidad de libido y agresión con que están catecti-
zados, los puntos de fijación ejercen una atracción retrógrada
constante sobre la actividad de los impulsos, atracción que se
hace sentir durante todas las primeras 'etapas del desarrollo y
también en la madurez.
Las complicaciones de la regresión sexual pueden demos-
trarse mejor en todo caso clínico que se estudie y se describa
con gran detalle, aunque las consideraciones que conciernen a
este fenómeno están por lo general demasiado abreviadas y
por consiguiente son incompletas. No es suficiente decir que un
niño en el nivel fálico-edípico "ha regresado a la fase anal u
oral" bajo el impacto de la angustia de castración. Lo que se
debe describir de manera complementaria es la forma, el alcan-
ce y la significación del movimiento regresivo que ha tenido
lugar. La consideración anterior puede significar en sus formas
más simples nada más que el niño ha abandonado la rivalidad
con el padre y la fantasía de poseer a la madre edípica, habiendo
reactivado además su concepción preedípica de ella con el co-
rrespondiente apego excesivo, exigencias, actitudes mortifican-
tes, mientras que todo lo demás se mantiene sin cambios; con-
tinúa considerándola como una persona con derechos propios
y la descarga de las excitaciones anales y orales relacionadas
con ella durante la masturbación fálica. Este concepto también
puede significar que la regresión ha afectado además el nivel
mismo de las relaciones objetales. En este caso se abandona la
constancia objetal y se reviven las actitudes anaclíticas (u
objeto parcial): la importancia personal del objeto amado es
eclipsada nuevamente por la importancia de satisfacer un com-
ponente instintivo, relación que es no rmal alrededor del segun-
do año de vida pero que, en edades posteriores y en la madurez,
produce relaciones objetales superficiales y promiscuas. Existe
una tercera posibilidad: que la regresión incluya también el
método de descarga de la excitación sexual. Cuando así sucede,
la masturbación fálica desaparece completamente y es reem-
plazada por los impulsos de comer, beber, orinar o defecar en
el momento de máxima excitación.
Obviamente, 'las manifestaciones más serias son aquéllas
en que se producen las tres formas simultáneas de regresión
sexual (del objeto, del fin y del método de descarga),"

8 "Cuanto más considerable haya sido la fijación durante el curso


del desarrollo, más dispuesta se hallará la función a eludir las difi-
cultades exteriores por medio de la regresión, retrocediendo hasta los
elementos fijados . .. " (S. Freud, 1916-16, Obras Completas, vol. n .)
9 Durante el proceso analítico de niños es fácil distinguir entre
los pacientes que pr oducen (o luchan por suprimir) la erección en
I
79
Regresiones en el desarrollo del yo

Como analistas nos hemos familiarizado tanto con la cons-


tante interacción entre las fijaciones de los impulsos y las re-
gresiones, que debemos cuidarnos para no cometer el error casi
automático de considerar los procesos regresivos del yo y del
superyó como correspondientes. Mientras que los primeros están
determinados sobre todo por la persistente adhesión de los im-
pulsos a todos los objetos y posiciones que han producido satis-
facción en algún momento, este rasgo no es compartido por
las regresiones del yo que se basan en principios diferentes y
siguen reglas distintas.

Regresiones transitorias del yo durante el desarroHo normal


El movimiento retrógrado del desarrollo normal de las fun-
ciones que se presenta en todos los niños es bien conocido para
todos aquellos que tratan con pequeños y su educación en ca-
pacidades prácticas. Para éstos, la regresión funcional se da
por sentada como una característica común de la conducta in-
fantíl."?
Actualmente, cuando se estudian en detalle, se puede de-
mostrar que las tendencias regresivas están relacionadas con
todos los logros importantes del niño: en las funciones del yo
que controlan la motricidad, la prueba de la realidad, la inte-
gración, el habla; en la adquisición del control esfinteriano; en
los procesos secundarios del pensamiento y el dominio de la
ansiedad; en los elementos de adaptación social, como la tole-
rancia de frustraciones, el control de los impulsos, los modales;
en las exigencias del superyó, como la honestidad, la justicia
con respecto a los demás, etc. En todos estos aspectos la capa-
cidad individual de cada niño para actuar a un nivel compara-
tivamente alto no es garantía de que su rendimiento sea estable
y continuo. Por el contrario: el retorno ocasional a una con-
ducta más infantil debe ser aceptado como un signo normal. Por

momentos significativos y aquellos otros que deben correr al inodoro


para orinar o defecar o que necesitan con urgencia tomar un vaso de
agua o chupar caramelos.
S. Freud señaló en "Historia de una neurosis infantil" (1918,
escrita en 1914) que el método de descarga de la excitación sexual es
de extrema significación para evaluar el estado de la constelación
sexual del niño: "El hecho de que nuestro infantil sujeto produjera
como signo de su 'excitación sexual una deposición debe ser conside-
rado como un carácter de su constitución sexual congénita. Toma en
el acto una actitud pasiva demostrándose más inclinado a una ulterior
identificación con la mujer que con el hombre" (S. Freud [1918 (1914) J,
Obras Comrpletas, vol. Il).
10 Hay un dicho popular que dice que "los niños dan dos pasos
hacia adelante y uno hacia atrás".

80
consiguiente, decir tonterías o aun adoptar el lenguaje de un
bebé tiene derecho a un lugar específico en la vida del niño,
paralelo al lenguaje racional y alternando con éste. Los hábitos
higiénicos no se adquieren al instante, sino que toman un largo
camino a través de una serie interminable de avances, retroce-
sos y accidentes. El juego constructivo con juguetes alterna
con el desorden, la destrucción y el juego erótico corporal. La
adaptación social se interrumpe periódicamente por regresiones
al egoísmo puro, etc. En efecto, lo que nos sorprende no son los
retrocesos sino los logros repentinos ocasionales y los avances.
Estos progresos pueden estar relacionados con la alimentación
y toman la forma de un súbito rechazo del pecho materno y la
transición hacia el biberón, la cuchara o la taza, o de los líqui-
dos a los sólidos; desaparecen de manera súbita a una edad
posterior el disgusto y los caprichos por determinados alimen-
tos. También sabemos que suceden en relación con los hábitos,
como el súbito abandono de chuparse el dedo, o de los objetos
de transición, de las disposiciones fijadas para dormirse, etc.
En el entrenamiento del control esfinteriano existen ejemplos
de un cambio casi instantáneo de la encopresis y enuresis al
control absoluto de esfínteres; con respecto a la agresión, su
desaparición de un día para otro reemplazada por una conducta
tímida, retraída y desconfiada. Pero aunque estas transforma-
ciones son convenientes para el medio, el diagnosticador las
observa con sospecha y las relaciona no con el flujo ordinario
del desarrollo progresivo sino con influencias y ansiedades trau-
máticas que aceleran indebidamente su curso normal. De acuer-
do con la experiencia, el método lento de ensayo y error, la
progresión y la regresión temporaria son más convenientes
para el desarrollo de la salud mental.

El deterioro del funcionamiento de los procesos secundarios


durante las horas de vigilia del niño
Este reconocimiento práctico de la ubicuidad de las regre-
siones del yo en la vida normal del niño no se relacionó durante
muchos años con un tratamiento correspondiente del tema en
la bibliografía analítica. Personalmente me ha interesado este
problema por largo tiempo y lo presenté a la Sociedad Psicoana-
lítica de Viena en la década de 1930 en un breve trabajo titulado
"El deterioro del funcionamiento de los procesos secundarios
mientras el niño está despierto". Concluí entonces que estos
deterioros se manifiestan en muchas situaciones que comparten
un factor común: el control del yo de las funciones mentales
está disminuido por una razón u otra, como por ejemplo:
a) En el análisis de niños, como en toda condición analí-
tica, se toman ciertas disposiciones con la intención de apoyar
al niño para que reduzca sus defensas y controles y aumente
/
·81
la libertad de las fantasías , de los impulsos y de los procesos
preconscientes e inconscientes. En estas condiciones se puede
demostrar de qué manera el juego infantil y sus expresiones
verbales pierden gradualmente las características de procesos
secundarios del pensamiento como la lógica, la coherencia, la ra-
cionalidad, y despliegan en cambio los caracteres del funciona-
miento de los procesos primarios, como generalizaciones, despla-
zamientos, repeticiones, distorsiones y exageraciones. Un deter-
minado tema de importancia que inicialmente ocupa un lugar
lógico en una fantasía o juego estructurado puede súbitamente
descontrolarse y aparecer conectado con cada elemento de la
construcción, no importa cuán forzada e inadecuada sea la rela-
ción; o puede intensificarse hasta el absurdo. Pasamos a dar
ejemplos tomados del análisis pasado y actual: un niño de
cinco años representaba en sus juegos con muñecos el elemento
de "pelea" de una manera tentativa y juiciosa, haciendo que
los distintos miembros de la pequeña familia de muñecos se
envolvieran en discusiones los unos con los otros; pero a medida
que el juego progresaba el elemento de pelea se hizo incontro-
lable y se extendió desde las personas a los objetos inanimados
hasta que en el momento de mayor intensidad todos los mue-
bles estaban comprometidos y el fregadero de la cocina estuvo
envuelto en una batalla salvaje "mano a mano" con la mesa y
los armarios. De modo similar el dibujo de un barco de batalla
de un niño puede incluir uno o dos cañones colocados en po-
siciones correctas, mientras que en los dibujos siguientes aumen-
tan en número y están colocados en cualquier parte hasta que
todo el barco, por encima y por debajo del agua, está erizado
con ellos.P Los ítems como morder, que aparecen primero en
fantasías relacionadas con algún animal salvaje como el tigre
o cocodrilo, pueden abandonar el lugar donde se encuentran
"confinados" por representación simbólica y una vez libres del
control del yo, manifestarse en cualquier lugar, con todo el
mundo y todas las cosas mordiéndose unas a otras, etcétera.
b) Casi idénticas manifestaciones pueden demostrarse fuera
del medio analítico en la conducta normal del niño a la hora
de acostarse durante el período de transición desde la actividad
hasta que está dormido, cuando aun los niños más razonables
y bien adaptados comienzan a enojarse, gimotear, decir tonte-
rías, apegarse a la madre y a exigir la atención física que
recibían cuando eran más pequeños. Aquí también lo que llama
la atención especialmente es el aumento en la desorganización
de los procesos del pensamiento, la perseveración de una palabra
o frase, la labilidad general de los afectos demostrada en los
cambios casi instantáneos del humor que fluctúan de la hila-

11 Esto, por supuesto, tiene un carácter defensivo que aquí ig-


noramos.

82
ridad hasta el llanto. Para el estudioso de la regreslOn, difí-
cilmente puede existir un cuadro más convincente del deterioro
gradual del yo y del fracaso de desempeñar una función des-
pués de la otra hasta que finalmente todas las funciones del
yo cesan y el niño se duerme.
e) En realidad, mi primer encuentro con estas manifesta-
ciones sucedió cuando aún asistía a la escuela. Me recuerdo
vívidamente a mí misma cuando pertenecía a un grupo de alum-
nos de sexto grado que se encontraba exhausto por el horario
continuado de clases sucesivas sin ningún intervalo de descanso.
Aunque éramos muy sensibles y atentos en el comienzo de la
mañana, hacia la quinta o sexta hora esta atención se debilitaba
y las palabras más inocentes de cualquier persona producían
salvajes estallidos de risa y de conducta descontrolada. Los
maestros que tenían la desgracia de dictar clases en esas horas
denunciaban indignados a la clase de niñas como "una manada
de gansos tontos". Yo comprendía nuestro cansancio y me sor-
prendía que nos hiciera comportar tontamente, pero lo único
que podía hacer entonces era archivar este hecho en mi me-
moria para explicarlo más adelante.

Otras regresiones del yo bajo stress


Aunque mis descripciones despertaron poco o ningún inte-
rés en la Sociedad Vienesa en aquel momento (y no fueron pu-
blicadas), el tema ha sido discutido en fecha posterior por varios
analistas. Después de observar la conducta de pequeños en el
jardín de infantes, Ernst Kris introdujo el concepto y el tér-
mino "escala de regresión", y demostró con ejemplos que mien-
tras el niño es más joven, más corto es el período durante el
cual su rendimiento es óptimo. Esto explica el hecho bien co-
nocido empíricamente por las maestras jardineras, de que la
actividad y la atención de sus alumnos es menor hacia el final
de la mañana en relación con su comienzo y la razón de que
estas regresiones afecten la manipulación del material de juego
(retorno desde la fase de juego constructivo dominada por el yo,
hacia la fase del juego desordenado, agresivo y destructivo do-
minada por los impulsos); las relaciones sociales (el retorno
desde la colaboración con los compañeros y la consideración
debida, hacia el egoísmo y la tendencia a las querellas); y la
tolerancia a las frustraciones (disminución del control del yo
sobre los impulsos con el aumento resultante de la urgencia de
la actividad instintiva).
Otras publicaciones señalan situaciones de stress además
del cansancio como factores operativos en la regresión funcio-
nal, aunque en estos casos la regresión del yo por lo general
acompaña la regresión simultánea de los impulsos o la precede
o es consecuencia de aquélla. Estos trabajos se refieren por una

83
parte a la influencia del dolor somático, la fiebre, la incomodidad
física de cualquier tipo y señalan el hecho de que en lo que
respecta a la alimentación y los hábitos del sueño, el entrena-
miento del control esfinteriano, el juego y la adaptación en
general, los niños enfermos tienen que ser considerados y tra-
tados como si fracasaran por una situación potencialmente re-
gresiva, con una marcada reducción o hasta suspensión de su
capacidad funcional adecuada al yo (A. Freud, 1952) . Por otra
parte, desde 1940 en adelante se ha prestado cada vez mayor
atención al efecto resultante del dolor somático originado por
situaciones traumáticas, ansiedad y sobre todo el sufrimiento
del niño pequeño cuando es separado de sus primeros objetos
amorosos (angustia de separación). Las severas regresiones de la
libido y del yo que se producen por estas causas, han sido estu-
diadas y descriptas en detalle en niños internados en hogares
durante la guerra, y en otras instituciones residenciales, hos-
pitales, etcétera."
Existe una característica que distingue a las regresiones
del yo independiente de los variados factores etiológicos. En
contraste con la regresión de los impulsos, el movimiento re-
trógrado en la escala del yo no retrocede a posiciones previa-
mente establecidas puesto que no existen puntos de fijación.
En su Iugar vuelve a trazar, paso a paso, el camino seguido du-
rante el curso del desarrollo, observación confirmada por el
hallazgo clínico de que en las regresiones del yo el logro último
alcanzado es el que invariablemente desaparece primero." ,

Regresiones del yo como resultado de la actividad defensiva


Otro tipo de empobrecimiento de las funciones del yo me-
rece describirse como una "regresión", aunque por lo general
no se incluya en esta categoría.
A medida que el yo del niño crece y mejora en su funcio-
namiento, su mayor toma de conciencia del mundo interno y
externo lo hace entrar en contacto con muchos aspectos dolo-
rosos y desagradables; el dominio creciente del principio de ' La
realidad disminuye la expresión del deseo; el mejor progreso
de la memoria conduce a la retención no sólo de las experien-
cias agradables sino también de las dolorosas y atemorizantes;
la función sintética prepara el terreno para los conflictos entre
las distintas operaciones internas, etc..El flujo resultante del dis-
placer y de la ansiedad es más intenso de lo que un ser humano
puede tolerar, y en consecuencia es mantenido a distancia por

12 Véase a este respecto A. Freud y D. Burlingham (1943, 1944),


John Bowlby (1960), James Robertson (1958), René Spitz (1945, 1946)
Y otros.
13 Véanse las observaciones con respecto a la pérdida del habla,
del entrenamiento esfinteriano, etc., en niños separados de sus madres.

84
medio de los mecanismos de defensa que actúan para proteger
al yo.
Por consiguiente, la negación interfiere en la exactitud de
las percepciones del mundo externo por medio de la exclusión
de lo fastidioso. La represión tiene el mismo efecto en el mundo
interno al retraer la catexis consciente de los elementos des-
agradables. Las formaciones reactivas toman el lugar de las
sensaciones ingratas importunas. Estos tres mecanismos inter-
fieren en la memoria, es decir, con su funcionamiento impar-
cial, independiente del placer y del displacer. La proyección
es contraria a la función sintética al eliminar de la imagen de
la personalidad los elementos que provocan ansiedad, atribu-
yéndolos al mundo objetal.
En suma, mientras que las fuerzas de maduración y adap-
tación presionan hacia el aumento de la eficiencia gobernada
por la realidad, en todas las funciones del yo las defensas
contra el displacer trabajan en dirección opuesta e invalidan a
su vez las funciones del yo. En este campo también, por consi-
guiente, el movimiento constante hacia adelante y hacia atrás,
progresión y regresión, alternan e interactúan entre sí.

Regresiones temporarias y permanentes de los impulsos del yo

En las consideraciones anteriores está sobreentendido que


las regresiones de los impulsos así como las del yo y del superyó
son procesos normales que tienen su origen en la flexibilidad
inmadura del individuo y que constituyen respuestas útiles
frente a las tensiones de un determinado momento, siempre
accesibles al niño para enfrentar situaciones que de otro modo
podrían resultarle intolerables.v Por consiguiente, sirven simul-
táneamente a los procesos de adaptación y defensa y ambas
funciones contribuyen al mantenimiento del estado de nor-
malidad.
Lo que no se ha remarcado de manera suficiente hasta el
momento es que este aspecto beneficioso de la regresión se
refiere sólo a aquellos casos en que el proceso es temporario y
espontáneamente reversible. El empobrecimiento de la función
debido al cansancio desaparece entonces de modo automático
después del descanso o el sueño; si fue determinado por frus-
traciones, dolor, inquietud, las posiciones de los impulsos de
adecuación del yo o los métodos de funcionamiento del yo se
autorrestablecen tan pronto como se haya suprimido la causa
de t ensión, o al menos poco después." Pero sería un optimismo

14De acuerdo con la formulación de René Spitz.


15Después de una enfermedad, separación, hospitalización, trans-
curren períodos de duración variable entre el retorno de las condicio-

85
indebido de nuestra parte esperar una reversión tan favorable
en la inmensa mayoría de los casos. A menudo son tan frecuen-
tes, en especial después de tensiones de naturaleza traumática,
ansiedades, enfermedades, etc., que una vez establecidas; las
regresiones se hacen permanentes; la energía de los impulsos
se desvía entonces de los fines adecuados al yo, y las funciones
del yo y del superyó restan empobrecidas, de modo que todo de-
sarrollo progresivo posterior estará severamente lesionado. Cu an -
do esto sucede, la regresión deja de ser un factor beneficioso
del desarrollo normal y se convierte en un agente patógeno.
Desgraciadamente, en nuestra apreciación clínica de las regre-
siones cómo procesos en franca evolución progresiva, es casi
imposible establecer en el caso de un niño determinado si el
peligroso paso del carácter transitorio al permanente ya ha sido
dado o si puede aún esperarse la reinstalación espontánea de
los niveles previamente alcanzados. Hasta este momento no
conozco opinión al respecto, a pesar de que la decisión acerca
de la anormalidad del niño puede depender de esta diferen-
ciación.

La regresión y las líneas del desarrollo

Retornando nuevamente al concepto de las líneas del des-


arrollo:
Una vez que aceptamos la regresión como un proceso nor-
mal, también aceptamos que el movimiento a lo largo de estas
líneas se produce en dos direcciones. Durante todo el período
del crecimiento tenemos que considerar legítimo para el niño
la reversión periódica, la pérdida de los controles después de
haberse establecido, la reinstalación de pautas anteriores con
respecto al sueño y la alimentación (por ejemplo, durante una
enfermedad), la búsqueda de protección y seguridad (espe-
cialmente en casos de ansiedad e intranquilidad) por medio
del retorno a formas primitivas de protección y confort en la
relación simbiótica y preedípica con la madre (especialmente
a la hora de acostarse). Lejos de interferir en el desarrollo pro-
gresivo será beneficioso para liberarlo, si el movimiento retró-
grado no se bloquea por completo con la desaprobación del
medio y con represiones y restricciones internas.
Al desequilibrio en la personalidad del niño originado por
el desarrollo en grados diferentes de las variadas líneas que
progresan hacia la madurez, tenemos que agregar el desnivel
determinado por las regresiones de los diversos elementos de
la estructura y de sus combinaciones. Sobre estas bases, resulta

nes normales externas y' el restablecimiento de los niveles propios de


la edad con respecto a los impulsos y al yo.
más fácil comprender por qué existen tantas desviaciones del
crecimiento y del cuadro promedio de un niño hipotéticamente
"normal". Con las interacciones entre la progresión y la regre-
sión, ambas de naturaleza tan compleja, las disarmonías, los
desequilibrios, en suma, las complejidades del desarrollo, se
tornan innumerables las variaciones de La normalidad.

87
IV
EVALUACION DE LA PATOLOGIA
PARTE l. ALGUNAS CONSIDERACIONES GENERALES

Dentro de la estructura del pensamiento analítico, la tran-


sición desde las distintas variaciones de la normalidad hasta
el establecimiento de la patología se considera un paso tanto
de naturaleza cuantitativa como cualitativa. Opinamos que el
equilibrio mental de los seres humanos está basado por una
parte en ciertas relaciones fijas entre las operaciones internas
dentro de su estructura y por otra parte, entre la personalidad
y las condiciones ambientales. Estas relaciones son alteradas
por un aumento o disminución de los derivados del ello, como
ocurre espontáneamente en el período de latencia, en la ado-
lescencia, en el clímaterio: por debilitamiento de las fuerzas del
yo y del superyó, como sucede en estados de tensión, de cansan-
cio extremo, en numerosas enfermedades, regularmente en la
vejez; y por los cambios en las oportunidades para la obtención
de satisfacción que son ocasionados por la pérdida de objetos
y otras privaciones y frustraciones impuestas externamente.
La facilidad con que se perturba el equilibrio ha conducido al
criterio de que entre niños nerviosos y normales "no puede
trazarse una frontera definida, que la enfermedad es un con-
cepto puramente práctico, que han de coincidir la disposición
y la experiencia para hacer emerger la neurosis; que en con-
secuencia pasan continuamente muchos individuos de la salud
a la neurosis, y un número mucho menor de la neurosis a la
salud" (S . Freud, 1909, vol. Il).
Mientras que se supone que esta afirmación se refiere a
personas de todas las edades "tanto niños como adultos" (ídem),
es obvio que la línea limítrofe entre la salud y la enfermedad

89
mental es aun más difícil de establecer en la niñez que en las
etapas posteriores. En el cuadro del crecimiento del niño hacia
la madurez, descripto en el capítulo anterior, es inherente el
hecho de que la proporción de fuerzas entre el ello y el yo está
en flujo constante; que los procesos de adaptación y defensa,
beneficiosos y patógenos, se mezclan entre sí; que las transi-
ciones desde un nivel del desarrollo al siguiente constituyen
hitos de detención potencial, disfunción, fijación y regresión;
que los derivados del ello y las funciones del yo junto con las
principales líneas del desarrollo crecen de manera irregular;
que las regresiones temporarias pueden convertirse en perma-
nentes; en suma, que existe un número de factores que se com-
binan para minar, detener, deformar y desviar las fuerzas sobre
las que se basa el crecimiento mental.
Ante este constante cambio del escenario interno del indi-
viduo en desarrollo, las categorías diagnósticas corrientes re-
sultan de poca ayuda y tienden a aumentar más bien que a dis-
minuir los aspectos ya confusos del cuadro clínico. En años re-
cientes, el análisis de niños ha avanzado de manera decisiva
en muchas y distintas direcciones. En cuanto concierne a los
procedimientos técnicos, ha alcanzado más o menos una posición
independiente a pesar de muchos contratiempos y .dificultades
iniciales. En el terreno teórico, se han hecho hallazgos reco-
nocidos como verdaderos complementos y no meras confirma-
cines del conocimiento psicoanalítico. Pero hasta la fecha, este
espíritu aventurero y hasta revolucionario del analista de niños
se ha concentrado en el campo de la técnica y la teoría, sin
entrar a considerar el importante problema de la clasificación
de los trastornos. En este sentido, se ha empleado una política
conservadora, en donde no sólo el análisis de adultos sino
también la psiquiatría y la criminología de adultos, han tomado
a su cargo y al por mayor las categorías diagnósticas infantiles.
Así, todas las formas de la psicopatología de la niñez se han
adaptado de manera más o menos forzada a estos esquemas pre-
existentes.
Existen muchas razones por las cuales, a la larga, esta
solución de los problemas diagnósticos se demuestra insatisfac-
toria como fundamento para la evaluación, el pronóstico y la
selección de las medidas terapéuticas.

LA EVALUACION DESCRIPTIVA y LA EVALUACION


METAPSICOLOGICA

Lo mismo que en el terreno del análisis de adultos, la na-


turaleza descriptiva de muchas de las categorías diagnósticas
corrientes se encuentran en conflicto con la esencia del pensa-

90
miento psícoanalíticorpuestoque enfatiza la identidad o 'dife-
rencia entre -Ia sintomatología .manifiesta, mientras descuida
las que conciernen a los factores patógenos subyacentes. Es
cierto que de este modo se logra una clasificación de los tras-
tornos que en un examen superficial aparenta ser metódica y
comprensible. Pero este esquema no contribuye en realidad. a
una comprensión más profunda o a promover el diagnóstico
diferencial en términos metapsicológicos. Al contrario, siempre
que el analista acepte juicios diagnósticos a este nivel, se en-
contrará inevitablemente dirigido hacia confusiones con res-
pecto a la evaluación y en consecuencia a inferencias terapéu-
ticas erróneas.
Para citar unos pocos ejemplos: términos tales como rabie-
tas, pataletas, vagabundeos, angustia de separación, etc., com-
prenden bajo el mismo encabezamiento una variedad de cua-
dros clínicos en los que la conducta y la sintomatología son
similares, aunque de acuerdo con la etiopatogenia metapsico-
lógica subyacente, pertenecen a categorías analíticas totalmente
distintas y requieren variadas medidas terapéuticas. .
Una pataleta, por ejemplo, puede no ser más que la des-
carga afectivo-motriz directa de derivados instintivos caóticos
en un niño pequeño; en este caso, tiene la oportunidad de
desaparecer como un síntoma sin necesidad de tratamiento, tan
pronto como se hayan establecido el lenguaje y otros canales
de descarga del yo más sintónicos. 0, como segunda posibili-
dad, los berrinches pueden representar una explosión destruc-
tivo-agresiva en la que las tendencias hostiles son, en parte,
desviadas del mundo objetal y descargadas en forma violenta
sobre el propio cuerpo del niño y en su vecindad inanimada
inmediata (golpeando con la cabeza o pateando los muebles,
paredes, etc.); este estado sólo se calmará al sonsacar la razón
de la cólera y su reconexíón con la persona responsable de
la frustración o la ofensa. 0, en tercer lugar, lo que aparenta
una pataleta puede ser, si se examina con mayor detalle, un
ataque de ansiedad como ocurre en las estructuras de la perso-
nalidad mejor organizadas de niños fóbicos toda vez que el
ambiente interfiere en sus mecanismos de protección. Privado
de su defensa, el niñoagorafóbico que es forzado a salir a la
calle o el niño con una fobia a los animales cuando se enfrenta
con el objeto que teme, está expuesto e impotente a una an-
siedad intolerable y masiva que se expresa por medio de esta-
llidos cuya descripción puede muy bien resultar imposible de
distinguir de una simple rabieta. No obstante, a diferencia de
esta última, estos ataques de ansiedad se alivian sólo por medio
de la restitución de la defensa o por la investigación analítica,
la interpretación y la disolución de la fuente original de la
ansiedad desplazada.
De modo similar, una variedad de estados diferentes se

91
señalan con los términos de truhanería, vagancia y vagabundeo.
Algunos niños huyen de sus hogares porque son maltratados
o porque no están atados por vínculos emocionales a sus fami-
lias; o se escapan de la escuela o la evitan porque temen al
maestro o a sus compañeros, porque su rendimiento escolar no
es satisfactorio, porque esperan ser criticados, castigados, etc.
En este caso, la causa de la conducta infantil desviada tiene su
origen en las condiciones externas de la vida del niño y des-
aparece cuando éstas se mejoran. En contraste con esta situación
simple, hay otros niños que vagan sin rumbo o hacen novillos
no por razones externas sino por razones internas. Se encuen-
tran dominados por una tendencia inconsciente que los obliga
a perseguir una meta imaginaria, por lo general un objeto per-
dido perteneciente al pasado; es decir, aunque su descripción
indica que se escapan de su medio, en un sentido más profundo
se dirigen hacia la satisfacción de una determinada fantasía.
En este caso, el mejoramiento de las circunstancias externas no
hará desaparecer el síntoma, sino sólo el descubrimiento del
deseo inconsciente.
Aun el empleo del término más recientemente acuñado de
angustia de separación es más bien de naturaleza descriptiva
que dinámica. En los diagnósticos clínicos se 10 aplica de ma-
nera indiscriminada a los estados de intranquilidad provocados
por la separación del niño muy pequeño de su madre, así como
a los estados mentales que originan las fobias a la escuela (es
decir, la incapacidad de alejarse del hogar) -o la añoranza del
hogar (una forma de duelo) en los niños en período de latencia.
También aquí emplear el mismo término para los dos tipos
de trastornos con manifestaciones aparentemente similares tien-
de a oscurecer las diferencias metapsicológicas esenciales que
los caracterizan. Separar, por cualquier razón, un niño peque-
ñito de su madre durante el período de unidad biológica entre
ellos, representa una interferencia inexcusable con necesidades
fundamentales inherentes. El niño reacciona, por 10 tanto, con
un sufrimiento legítimo que puede aliviarse sólo por el retorno
de la madre o, a la larga, a través del establecimiento de una
madre sustituta. No existe correspondencia en este caso, excepto
en la conducta, con los estados mentales del niño que extraña
su casa o del que sufre de fobia a la escuela. En este último
caso la inquietud experimentada por separarse de la madre, de
los padres o del hogar, se debe a su excesiva ambivalencia hacia
ellos. El niño puede tolerar el conflicto entre el amor y el
odio hacia los padres sólo ante su presencia tranquilizadora.
En su ausencia, el lado hostil de la ambivalencia asume propor-
ciones temibles, y el niño se aferra a los padres amados de ma-
nera ambivalente para protegerlos de sus propios deseos de
muerte, fantasías agresivas, etc. En contraste con el sufrimiento
infantil debido a la separación, que se alivia a través de la

92
reunión con el progenitor perdido, en los conflictos ambiva-
lentes la reunión con los padres actúa como un paliativo; en
este caso, sólo el insight analítico de los sentimientos conflic-
tivos curará el síntoma.
En suma, las formulaciones descriptivas tan útiles dentro
de su propio terreno se tornan desastrosas cuando se toman
como punto de partida para inferencias analíticas.

TERMINOLOGIA ESTATICA y TERMINOLOGIA


EVOLUCIONISTA

Puesto que los términos diagnósticos, tal como se emplean


en el presente, se crearon teniendo presente los trastornos men-
tales o sociales de los adultos, inevitablemente descuidan los
problemas referidos a la edad y las fases del desarrollo, y no
aclaran suficientemente las diferencias entre los síntomas ori-
ginados por diferir o fracasar en los logros y por perfeccionar
ciertos rasgos específicos de la personalidad, y los síntomas
provocados por crisis o transgresiones funcionales. Para las
evaluaciones del analista de niños, por otra parte, estas distin-
ciones son fundamentales. Las formas de conducta tales como
mentir y hurtar, las actitudes agresivas y destructivas, las per-
versiones, etc., no pueden adaptarse adecuadamente dentro de
un esquema normal o patológico sin el respaldo de una escala
razonablemente exacta de las secuencias del desarrollo.

La mentira

Por ejemplo, ¿a qué edad y en qué fase del desarrollo me-


rece la falsificación de la verdad comenzar a recibir el nombre
de mentira? , es decir, ¿cuándo asume la importancia de un
síntoma con un color distintivo de desviación de la norma
social? Obviamente, antes de que esto suceda, tienen que atra-
versarse una serie de preetapas del desarrollo durante las cuales
no esperamos veracidad por parte del niño. Para él es normal
alejarse de las impresiones dolorosas en favor de las placen-
teras, tratar de disminuir la importancia de las primeras o igno-
rarlas y hasta negarlas si son persistentes. Existen similitudes
entre esta actitud, que es un mecanismo de defensa primitivo
dirigido contra el displacer, y la distorsión de los hechos obje-
Uvas en los adultos o niños mayores. Pero es aún una cuestión
de .opinión personal la manera en que se relacionan estas dos
formas de conducta y si la primera debe considerarse precur-
sora de la segunda en la mente del diagnosticador. La expresión
del deseo y el dominio del principio del placer, en suma: los

93
procesos primarios de la función mental, son las fuerzas que
en el niño pequeño se oponen a la veracidad en el sentido adulto
que tiene la palabra. El analista de niños debe decidir desde
qué momento en adelante empleará el término mentiTa en sus
formulaciones diagnósticas, y debe basar su decisión al respecto
sobre nociones claras referidas a la medida de los pasos en el
desarrollo del yo, como la transición de los procesos primarios
a los secundarios, la capacidad de diferenciar el mundo interno
del externo, la prueba de la realidad, etcétera.
Algunos niños necesitan más tiempo que otros para per-
feccionar estas funciones del yo y por consiguiente continúan
diciendo mentiras "con toda inocencia". Otros completan este
desarrollo normalmente, pero retornan a niveles anteriores
cuando enfrentan frustraciones y desilusiones excesivas en las
circunstancias de sus vidas, y se convierten en el llamado men-
tiroso fantástico (pseudología fantástica), que encara realida-
des intolerables por medio de la regresión a formas infantiles
de la expresión de los deseos. Finalmente, hay niños con un des-
arrollo del yo avanzado pero cuyas razones para evitar o defor-
mar la verdad son otras que el nivel de su desarrollo. Su mo-
tivación es la ganancia de ventajas materiales, el temor a la
autoridad, la huida de críticas y castigos, el deseo de parecer
importante, etc. En las evaluaciones del analista de niños, el
término mentira está reservado con ventaja para estos últimos
casos, como el de la llamada mentira delincuente.
En muchos de los casos reales que se observan en una
clínica infantil, la etiología consiste en una combinación de
estas tres formas, es decir, la mentira inocente, la mentira fan-
tástica y la mentira delincuente, con las formas iniciales del
desarrollo que actúan como precondiciones de las posteriores.
El hecho de que estas asociaciones sean comunes y frecuentes
no significa que el analista de niños esté absuelto de la res-
ponsabilidad de desenmarañarlas y de determinar hasta qué
grado cada uno de los factores contribuye al resultado sinto-
mático final.

El hurto

Existen muchas consideraciones similares que gobiernan


el empleo del término hurtar, que es legítimo en la evaluación
diagnóstica sólo después que el concepto de propiedad privada
ha adquirido significado para el niño. También aquí es nece-
sario trazar una secuencia del avance del desarrollo que tan
poca atención ha recibido hasta el momento por parte de los
analistas.
La actitud que hace que el pequeño se apodere de todo lo
que encuentra se atribuye por lo general a su insaciable "vora-

94
cidad oral", que a esta temprana edad no está limitada por
ninguna barrera del yo. Para mayor exactitud diremos que tie-
ne dos raíces: una en el ello y la otra en el yo. Por una
parte, es simplemente el funcionamiento familiar de acuerdo
con el principio del placer que incita al Y'Ú inmaduro a atribuirse
a sí mismo todo lo placentero, mientras que rechaza como ajeno
todo lo desagradable. Por otra parte, es la falta de distinción
adecuada al yo entre su propio ser y el objeto que determina
la respuesta. Es bien sabido que a esta temprana edad un niño
puede manipular o explorar con su boca partes del cuerpo de
la madre como si fueran propias, es decir, juega con ellas auto-
eróticamente (los dedos de la madre, cabellos, etc.) ; o le presta
a su madre partes de su cuerpo para jugar (sus dedos en la boca
de la madre); o puede llevar la cuchara a su boca y a la de ella,
alternativamente. Estas acciones se malinterpretan con fre-
cuencia como prueba de una generosidad temprana y espontánea
en vez de ser consideradas como 10 que son, es decir, conse-
cuencia de los límites imprecisos del yo. Esta misma fusión
indiscriminada con el mundo objetal convierte a todos los niños
en una amenaza formidable, aunque inocente, al derecho de
propiedad de los demás.
Las ideas de "mío" y "no mío" que son conceptos indispen-
sables para el establecimiento de la "honestidad" adulta se
desarrollan de manera muy gradual y al mismo ritmo que su
progreso hacia el logro de la individualidad. Probablemente,
conciernen en primer lugar al propio cuerpo del niño, después
a los padres, luego a los objetos de transición, todos los cuales
están catectizados narcisistamente y con amor objetal. De ma-
nera significativa, tan pronto como el concepto de lo "mío"
emerge en la mente del niño, comienza a cuidar de sus pose-
siones con fiereza, mostrándose muy celoso de cualquier inter-
ferencia. Comprende entonces la noción de "haber sido privado
de" o "haber sido robado" mucho antes que la opuesta de que
la propiedad de otras personas tiene que ser respetada. Antes
de que esto último adquiera significado, el niño debe extender
e intensificar sus relaciones con otras personas y aprender a
establecer la empatía con la vinculación de aquéllas a su pro-
piedad.
Cualquiera que sea la escala de progreso al respecto, los
conceptos de "mío" y "tuyo" como tal tienen poca influencia
sobre la conducta del niño pequeño, pues se encuentran en con-
flicto con los poderosos deseos de apropiación. La voracidad
oral, las tendencias posesivas anales, la tendencia a coleccionar
y a acumular, la abrumadora necesidad por los símbolos fá-
licos, todo convierte al niño pequeño en un ladrón potencial
a menos que la coerción educacional, las exigencias del su-
peryó y con éstos, los cambios graduales en el equilibrio ello-yo

95
· trabajen en direcciones opuestas, es decir, hacia el desarrollo
de la honestidad.
Tomando en cuenta las consideraciones anteriores, el díag-
nosticador debe aclarar muchos puntos antes de asignar un caso
determinado de hurto a una categoría u otra. Debe preguntarse
si la acción se debe a un desarrollo incompleto o detenido en
la adquisición de la individualidad, de las relaciones objetales,
de la empatía, de la formación del superyó (el hurto en el caso
de niños retardados o deficientes mentales); o cuando el des-
arrollo inicial está intacto, si han tenido lugar regresiones tem-
porarias en alguno de estos campos vitales (el hurto ligado a
una fase determinada, como un síntoma transitorio); o cuando
la regresión es permanente en uno u otro de estos aspectos
importantes, con el hurto como resultado de una formación de
compromiso (síntoma neurótico); o, finalmente, cuando la razón
yace exclusivamente en un control insuficiente del yo sobre
los deseos normales y no regresivos de posesión, es decir, en
una adaptación social defectuosa (síntoma de delincuencia) .
Como con la mentira, muchos de los actuales casos clínicos
de robos tienen etiología mixta, es decir, están originados por
combinaciones de detenciones, regresiones y debilidad en el
control del yo. El hecho de que todos los delincuentes jóvenes
comienzan sus raterías hurtando de la cartera de la madre indica
el grado en que todas las formas de hurto están basadas en
la unidad inicial de mío y tuyo, el propio ser y el objeto.

CRITERIOS PARA EVALUAR LA SEVERIDAD


DE LA ENFERMEDAD

El analista de niños también halla dificultades cuando pro-


cede a medir la gravedad de los trastornos por medio de los
criterios empleados comúnmente con los adultos, es decir, un
examen de los síntomas existentes, una evaluación del sufri-
miento por ellos provocado y la . interferencia resultante .en
importantes funciones. Ninguno de estos criterios es válido para
los niños a menos que sean modificados en gran escala.
Sobre todo, la formación de síntomas en la niñez no tiene
necesariamente la misma significación que en la vida adulta
donde "estos síntomas típicos son los que nos sirven de guía
para fijar el diagnóstico" (S . Freud, 1916-1917, Obras Completas,
vol. II). Muchas de las inhibiciones, síntomas y ansiedades de
los niños son originadas no por procesos de naturaleza real-
mente patológica sino, como demostraremos más adelante, por
las tensiones y presiones inherentes a los procesos del desarrollo.
Estas inhibiciones Y' síntomas comúnmente aparecen cuando
una fase particular del crecimiento tiene exigencias excesivas

96
de la personalidad y si m ientras tanto no son mal tratadas por
los padres, pueden desap ar ecer tan pronto como se haya alcan-
zado la adaptación al nivel del desarrollo o cuando haya pasado
el momento culminante de la fa se. Es verdad que la manifesta-
ción de una dificultad traiciona la vulnerabilidad del niño ; que
a menudo las llamadas curas esp on t áneas preparan simplemente
el camino par a u n nuevo conjunto de trastornos que aparecen
en la fase siguiente; tambi én, que éstos habitualmente no de s-
aparecen sin dejar puntos débiles en uno u otro campo, qu e
r esultan import antes para la formación sintomática en la vida
adulta. Pero no es en modo al guno r aro, incluso p ara sínto-
mas bien establecidos como la evitación del objeto fóbico , las
precauciones obsesivas, las dificultades en la alimentación y
el sueño, que de saparezcan en el intervalo entre la consulta
y la investigación del caso, simplemente porque las ansiedades
sobre las que están basadas se tornan insignificantes compa-
r adas con la amenaza que representa la investigación clínica.
Por la misma razón, antes y durante el tratamiento pueden pre-
sentarse con rapidez nuevas combinaciones de la sintomatología
manifiesta, lo que significa que las mejorías sintomáticas du-
rante la terapia son aun menos significativas que en los adultos.
En conjunto, la sintomatología de los individuos inmaduros
es demasiado inestable para poder fundamentar la evaluación.
El momento en que se juzga que los adultos necesitan tra-
tamien t o y se decide iniciarlo está determinado por lo general
por la intensidad del sufrimiento que provocan los trastornos.
En los niños, sin embargo, el factor del sufrimiento mental en
sí mismo no es una indicación cierta de la presencia o ausencia
de procesos patológicos o de su severidad. Durante largo tiem-
po hemos estado familiarizados con el hecho de que los niños
sufren menos que los adultos por sus síntomas, probablemente
con la única excepción de los ataques de ansiedad que experi-
mentan con profunda intensidad. Muchas otras manifestacio-
nes patológicas, en especial las fóbicas y las obsesivas, logran
con más facilidad la evitación dolorosa o penosa que su causa-
ción, mientras que las restricciones o interferencias concomi-
tantes con la vida ordinaria afectan a toda la familia, no como
en el caso de los adultos, sino al mismo paciente. Los caprichos
alimentarios, las restricciones neuróticas de la alimentación, los
tr astor nos del sueño, el apego excesivo, las pataletas perturban
a la madre, pero el niño las considera sintónicas con el yo
- s íempr e que pueda expresarlas libremente; cuando los padres
interfieren, su acción restrictiva y no el síntoma es culpado de
originar el sufrimiento que padece.
El niño aún ignora con frecuencia su enuresis y encopresis
nocturnas y niega su humillante y desagradable naturaleza.
Las inhibiciones neuróticas son generalmente tratadas con un
completo desinterés del campo determinado, es decir, por una

97
restricción del yo y en consecuencia por indiferencia hacia la
pérdida de placer que determine. Los niños con trastornos más
serios, como aquéllos con deficiencias mentales o morales, re-
tardos, autismo o psicosis infantiles, están completamente aje-
nos a su enfermedad y el mayor sufrimiento en estos casos
corresponde, por supuesto, a los padres.
Existe otra razón por la cual la presencia de sufrimiento no
es en sí misma un indicador confiable de enfermedad mental.
Los niños sufren menos que los adultos por su psicopatolo-
gía, pero más ante otras tensiones a las que se hallan ex-
puestos. En marcado contraste con las creencias convencio-
nales primeras, se acepta hoy en día que el sufrimiento mental
es un inevitable producto colateral de la dependencia del niño
y de los propios procesos normales del desarrollo. Los niños
muy pequeños sufren agudamente por cualquier demora, racio-
namiento y por las frustraciones impuestas a sus necesidades
corporales y a los derivados de los impulsos; sufren por la se-
paración de sus primeros objetos amados, cualquiera sea la
razón que la determine; debido a desilusiones reales o imagi-
narias. El sufrimiento intenso es causado naturalmente por los
celos y rivalidades que son inseparables de las experiencias
del complejo de Edipo o por las ansiedades que inevitablemente
surgen en relación con el complejo de castración, etc. Aun el
niño más normal puede sentir una desdicha profunda por una
razón u otra, durante períodos cortos o largos, prácticamente
durante cada día de su vida. Esto es una reacción legítima cuan-
do las emociones del niño y su sensitiva apreciación de las
impresiones y hechos externos se han desarrollado de manera
adecuada. Opuesto a lo que esperamos encontrar en los adul-
tos es el niño complaciente y resignado quien despierta nuestras
sospechas de que están actuando en él procesos anormales.
La experiencia clínica demuestra que los niños que son dema-
siado "buenos", es decir que aceptan sin protestas aun las con-
diciones externas más desfavorables, se comportan así debido
a enfermedades somáticas, deficiencias en el desarrollo del yo
o porque son extremadamente pasivos con respecto a sus im-
pulsos. La explicación de por qué los niños se separan dema-
siado fácilmente de sus padres es quizá porque éstos han fra-
casado para formar relaciones normales, sea por razones inter-
nas 'O externas. La ausencia de tensión y ansiedad cuando se
está amenazado de perder el cariño no es un signo de salud y
fortaleza en el niño; al contrario, es a menudo la primera indi-
cación de un retraimiento autista del mundo objetal. En etapas
posteriores de la niñez, también existen sentimientos de culpa
y conflictos internos de manera legítima con la resultante ten-
sión, y que son signos indispensables del crecimiento normal
progresivo. Cuando están ausentes sospechamos serios retrasos
en los procesos de identificación, internalizacíón e introyección,

98
es decir en la estructuración de la personalidad. El hecho de
que estos defectos se acompañen de una disminución de las
tensiones internas no significa, en modo alguno, una compen-
sación.
Obviamente, debemos acostumbrarnos a la situación para-
dójica de que la correspondencia entre la patología y el sufri-
miento, la normalidad y la ecuanimidad, como la observamos
en los adultos, se encuentra invertida en los niños.
Repito un argumento sobre el que he insistido anteriormente
(1945) cuando aconsejo a los analistas no basar sus evaluaciones
en el grado de empobrecimiento de la función, a pesar de
que éste es uno de los criterios más reveladores en la patología
de los adultos. En el niño no existe un nivel estable en el fun-
cionamiento de ningún campo o en ningún momento determi-
nado; es decir, que no existen puntos de referencia sobre los
cuales basar la evaluación. Como ya hemos descripto en rela-
ción con las manifestaciones regresivas, el nivel de la capacidad
funcional del niño fluctúa de manera incesante. Debido a las
alteraciones producidas por el desarrollo y a los cambios en
los grados de las presiones internas y externas, las posiciones
óptimas se alcanzan, se pierden y restablecen repetidamente.
Esta alternancia entre la progresión y la regresión es normal
y sus consecuencias son transitorias, aunque las consiguientes
pérdidas de los logros y de la eficiencia alcanzados, algunas
veces pueden impresionar al observador como ominosas. En
general, es conveniente insistir en que los niños en cualquier
edad pueden a veces manifestar una conducta por debajo de
su nivel potencial sin que sean clasificados automáticamente
como "retrasados", "inhibidos" o "en regresión".
El diagnosticador de niños puede encontrar esta premisa
fácil de cumplir, puesto que es bastante difícil determinar cuá-
les son las áreas de las actividades que deben considerarse
significativas a este respecto. El juego, la libertad de producir
fantasías , el rendimiento escolar, la estabilidad de las relacio-
nes objetales, la adaptación social, se han sugerido por turno
como aspectos vitales. No obstante, ninguno puede calificarse
a la par de las dos funciones vitales primordiales del adulto:
su capacidad para llevar una vida sexual y amorosa normal y su
capacidad para trabajar. Como hemos sugerido anteriormente
(1945) existe sólo un factor en la niñez cuyo daño puede con-
siderarse de suficiente importancia en este sentido y nos refe-
rimos a su capacidad de avanzar en pasos progresivos hasta
que la maduración, el desarrollo en todos los campos de la
personalidad y la adaptación a la comunidad social hayan sido
completados. Los desequilibrios mentales pueden considerarse
normales siempre y cuando estos procesos vitales se conserven

99
intactos; en cambio deben ser tomados seriamente tan pronto
como afecten al mismo desarrollo, sea con demora, con r eversión
o con parálisis completa.

LA EVALUACI ON BASADA EN EL DE SARROLL O


Y SU SIGNIFICACION

Resulta obvio, a la luz de los criterios señalados, que el ana-


lista de niños debe liberarse de aquellas categorías diagnósticas
rígidas, estáticas, descriptivas, o por otras razones, ajenas a su
campo de acción. Sólo así será capaz de examinar los cuadros
clínicos con una nueva orientación y de evaluarlos de acuerdo
con su significación dentro de los procesos del desarrollo. Esto
significa que su atención debe tomar otros rumbos desde la sin-
tomatología del paciente hasta su posición en la escala del cre-
cimiento, en relación con el desarrollo de los impulsos, del
yo y del superyó, la estructuración de la personalidad (límit es
estables entre el ello, el yo y el superyó ) y las formas de fun-
cionamiento (la progresión desde los procesos primarios del
pensamiento hacia los secundarios, del principio del placer al
principio de la realidad), etc. El analista debe preguntarse si
el niño que examina ha alcanzado los niveles del desarrollo
que son apropiados para su edad; en qué aspectos los ha su-
perado o está retrasado; si la maduración y el desarrollo son
procesos activos o hasta qué punto están afectados como resul-
tado de los trastornos del niño; si ha padecido regresiones y
detenciones, y en este caso hasta qué profundidad y a qué nivel.
Para encontrar las respuestas a estos interrogantes se ne-
cesita un esquema del desarrollo normal promedio, en todos los
aspectos, tal como lo hemos intentado en el capítulo anterior.
Cuanto más completo sea el esquema, con mayor facilidad podrá
evaluarse al paciente individual en relación con la uniformidad
o desnivel de la escala de progreso, la armonía o disarmonía
entre las líneas de desarrollo y la naturaleza transitoria y
permanente de las regresiones.

El desnivel en la progresión de los impulsos y del yo

En los casos en que el desarrollo cursa a diferentes velo-


cidades en los distintos campos de la personalidad esperamos que
surjan consecuencias patológicas. Una de estas eventualidades
con la cual estamos familiarizados forma parte de la etiología
de la neurosis obsesiva, donde el desarrollo del yo y del su-
peryó están acelerados, mientras que el desarrollo de los im-
pulsos es más lento por lo menos comparado con el anterior.

100
La incompatibilidad entre las exigencias morales y estéticas
relativamente intensas del superyó y las fantasías y derivados
de los impulsos relativamente toscos conduce a conflictos in-
ternos que a su vez ponen en movimiento la actividad de la
defensa obsesiva.'
El caso opuesto, es decir, la disminución en la velocidad
del desarrollo del yo y del superyó asociada al progreso normal
o avanzado de los impulsos se observa al menos con tanta fre-
cuencia, si no más, en la práctica clínica de nuestros días y en
parte es responsable de muchos de los cuadros clínicos atípicos,
manifestaciones limítrofes, etc. Cuando el yo y el superyó son
inmaduros comparados con los niveles de la actividad de los
impulsos, no existen relaciones objetales emocionales adecua-
das, ni pronunciado interés social y moral como para contener
y controlar los componentes pregenitales y agresivos de los im-
pulsos. En su desarrollo sexual, estos niños alcanzan el nivel
sádico-anal sin la suficiente maduración del yo para convertir
y neutralizar las tendencias pregenitales, que pertenecen en
esta fase a valiosas contribuciones para la formación del ca-
rácter, es decir, a las correspondientes formaciones y sublima-
ciones reactivas. O bien, el nivel fálico sin desarrollar de ma-
nera simultánea las relaciones objetales determinadas por el
yo, que normalmente organizan las tendencias fálicas desunidas
en el cuadro coherente del complejo de Edipo. O bien, alcanzan
la madurez física en la adolescencia antes de que el yo esté pre-
parado para la relación emocional genital que concede signifi-
cación psíquica al acto sexual, etcétera.
En suma, mientras que el desarrollo acelerado del yo con-
duce a aumentar los conflictos, a formar síntomas neuróticos y
al carácter obsesivo, el desarrollo acelerado de los impulsos
produce pérdida de control de situaciones referentes al sexo
y la agresión, integración insuficiente de la personalidad y per-
sonalidades impulsivas (Michaels, 1955).

La desarmonía entre las líneas del desarrollo

Como indicamos más arriba, no esperamos que el niño de-


muestre una pauta muy regular en su crecimiento y estamos
dispuestos a hacer concesiones si su nivel de desarrollo es más
avanzado en un campo de su vida que en otro. La desarmonía

1 Véase S. Freud (Obras Completas, vol. 1, 1913): " ... la antici-


pación temporal de la evolución del yo a la evolución de la libido ha
de integrarse también entre los factores de la disposición a la neurosis
obsesiva".
Otra razón para el desarrollo de síntomas obsesivos, es decir, la
regresión unilateral de los impulsos, será analizada más adelante.

101
entre las líneas del desarrollo se convierte en un agente pató-
geno sólo cuando el desequilibrio de la personalidad es excesivo.
En este caso, los niños ingresan al servicio diagnóstico con
una larga lista de quejas provenientes del hogar o de la escuela.
Son los niños "problemas"; su propio trastorno perturba a los
demás; no aceptan las normas de la: comunidad y en conse-
cuencia no se adaptan a ningún tipo de vida comunitaria.
La investigación clínica confirma que estos niños no per-
tenecen a ninguna de las categorías diagnósticas comúnmente
aplicadas. Una forma de aproximarse a la comprensión de su
anormalidad es utilizar las distintas fases de las variadas líneas
del desarrollo como una escala aproximada de valores.
Así, nos encontramos que 'cada nivel de su progreso está
desproporcionado con respecto a los otros. Los ejemplos más
instructivos, en este sentido, son los niños con cocientes de in-
teligencia verbal excepcionalmente altos y al mismo tiempo
con niveles de rendimiento extremadamente bajos, como es
bastante habitual (desp er t an do la sospecha de lesión orgánica) ,
pero también con un retraso excepcional en las líneas de ma-
durez emocional, de compañerismo, de manejo corporal. La dis-
torsión resultante de su conducta es alarmante, en particular
en campos tales como el acting out de las tendencias sexuales
y agresivas, la profusión de fantasías organizadas, la racionali-
zación inteligente de las actitudes delincuentes y la pérdida de
control sobre las tendencias anales y uretrales. Estos casos
se clasifican, en la forma corriente, como "limítrofes" o "pre-
ps ícótícos".
Otra combinación bastante frecuente es la incapacidad del
niño para alcanzar las fases finales en la línea desde el juego
al trabajo, mientras que el desarrollo emocional y social, el ma-
nejo corporal, etc., se encuentran intactos y, en lo que a ello se
refiere, el niño manifiesta un nivel adecuado a su yo. Estos
niños concurren a las clínicas por sus fracasos escolares, a pesar
de su inteligencia normal. En el examen diagnóstico habitual
no es fácil establecer los pasos específicos en la interacción del
ello y el yo que no han podido lograr, a menos que los exami-
nemos para buscar los requisitos previos de una actitud co-
rrecta para el trabajo, tales como el control y la modificación
de los componentes de los impulsos pregenitales; el funciona-
miento relacionado con el principio de la realidad y el placer
en los resultados finales de la actividad. Algunas veces todo
o mn aspecto u otro están ausentes. Desde el punto de vista des-
criptivo, estos niños generalmente se clasifican como "inca-
paces de concentrarse", con una "amplitud breve de la atención"
o "inhibidos".

102
Las regresiones permanentes y sus consecuencias

Como señalamos anteriormente (capítulo III), la regresión


cesa como factor beneficioso en el desarrollo si sus resu-ltados se
vuelven permanentes, en vez de ser espontáneamente rever-
sibles. En este caso, los distintos componentes de la estructura
(ello, yo y superyó) deben relacionarse entre sí con nuevos
términos, basados en el daño determinado por la regresión. Son
estos efectos posteriores de la regresión que originan las reper-
cusiones más lesivas sobre la personalidad y que deben consi-
derarse en su rol de agentes patógenos.
Las regresiones permanentes, igual que las transitorias,
pueden tener su punto de partida en cualquier campo de la
personalidad.
Una de las posibilidades es que el movimiento regresivo
comience en el yo y el superyó y los reduzca a un nivel infe-
rior de funcionamiento y que secundariamente el daño se ex-
tienda hasta los derivados del ello. El yo y el superyó, cuando
regresan, tienen menos poder de control que se manifiesta en
un debilitamiento de la "censura", es decir, en la línea divisoria
entre el ello y el yo y la eficiencia general de las defensas
yoicas. Los resultados son una conducta impulsiva: abrirse
paso entre las tendencias agresivas y los afectos, hiatos fre-
cuentes en el control del ello, irrupciones de elementos irra-
cionales en la mente consciente del niño y en la conducta racio-
nal anterior. Para los padres, estos son hechos alarmantes que
modifican en gran medida el carácter del niño sin que se
conozca una razón aparente. En la investigación clínica el de-
terioro puede rastrearse hasta encontrar la presión excesiva
a la que fueron sometidos el yo y el superyó, tales como un
shock traumático, hechos! internos o externos que producen
ansiedad, separaciones, desilusiones severas con el amor objetal
del niño y con sus objetos de identificación, etc. (Jacobson,
1946.)
La otra posibilidad es que la regresión comience en nos de-
rivados del erro y que su influencia patógena se extienda en
dirección contraria. En este caso, el yo y elsuperyó están afec-
tados en una de las dos formas posibles, dependiendo de si
condenan la actividad inferior de los impulsos o si la objetan.
En las entidades clínicas que pertenecen al primer caso,
el yo yel superyó sucumben a la presión regresiva ejercida por
los hechos en el campo de los impulsos y reaccionan con su
propia regresión, es decir, con una disminución de sus normas
y exigencias. De este modo, se evita el conflicto interno entre
el ello y el yo, y los instintos permanecen sintónicos con el yo.
Por otra parte, está afectada la personalidad total del niño
y reducido el nivel global de maduración, circunstancia que
conduce a muchas formas problemáticas de conducta infantil

103
atípica, delincuente y limítrofe. En el detalle clínico, los tras-
tornos resultantes dependen de la intensidad de los movimien-
tos regresivos en ambos terrenos, de los componentes particu-
lares de los impulsos o las funciones del yo y del superyó que
están afectadas y, finalmente, de las nuevas formas de interac-
ción entre el ello y el yo en el nivel en que el proceso regresivo
se haya detenido.
Debido a la comparativa debilidad e inmadurez del yo in-
fantil, la extensión de la regresión hacia ambos campos de la
personalidad es más característica de la niñez que de la edad
adulta, aunque no está por completo ausente en esta última.
El segundo .caso se refiere a aquellos niños cuyos yo y su-
peryó están mejor organizados desde una temprana edad en
adelante y que son capaces de mantenerse firmes en presencia
de la regresión de los impulsos. En muchos sentidos, sus fun-
ciones han alcanzado el estado que designamos, con Hartmann
(1950 b), autonomía secundaria del yo, es decir un grado de
independencia de los hechos que se producen en el ello. En
lugar de aceptar las crudas fantasías e impulsos sexuales y
agresivos que aparecen en la mente consciente después que la
energía de los impulsos ha regresado a los puntos de fijación,
estos niños se horrorizan de ellas, las rechazan con ansiedad;
bajo la presión de esta ansiedad utilizan primero los variados
mecanismos de defensa y si fracasan, recurren a la formación
de compromisos y síntomas. En suma, desarrollanconflictos
internos que conducen a los cuadros familiares de las distintas
neurosis infantiles. La historia de ansiedad, las fobias , el pavor
nocturno, las obsesiones, los rituales, los ceremoniales a la hora
de acostarse, las inhibiciones y las neurosis del carácter perte-
necen a esta categoría diagnóstica.

La diferencia entre la regresión de los impulsos tanto de


carácter sintónico como dístónico con el yo, está mejor ilus-
trada con referencia a las regresiones desde la fase fálica a la
sádico-anal, típica en los varones en el momento cúlmine de
su temor a la castración motivado por el complejo de Edipo.
Los niños en quienes la regresión del yo y del superyó se
presenta inmediatamente después de la regresión de los im-
pulsos, se vuelven en este momento más sucios o más agre-
sivos, o más apegados y posesivos, o más pasivo-femeninos en
su conducta, o exhiben una combinación de estos variados atri-
butos que están incluidos en la sexualidad de la fase anal. En
estos pacientes es característico que no les importe retornar a
las actitudes que ya habían superado.
Aquellos otros niños cuyos productos del yo son tan po-
derosos como para resistir la regresión y que reaccionan con
típica ansiedad, culpabilidad y actividad defensiva no desarro-
llan los mismos síntomas o rasgos del carácter en todos los

104
casos, pero sí una variedad de ellos, de acuerdo con los ele-
mentas específicos de los impulsos, a los cuales oponen fuertes
objeciones. Cuando las tendencias a la suciedad, sádicas y pasi-
vas, son rechazadas por el yo y el superyó con igual intensidad,
la defensa se extiende sobre todo el campo y la sintomatología
es profusa. Cuando sólo uno u otro es seleccionado, los síntomas
estarán restringidos a una tendencia a la limpieza excesiva,
temor a la polución, compulsión de lavarse las manos, o bien
a la inhibición de la actividad y competencia, al temor de trans-
formarse en mujer, o a estallidos compensadores de agresividad
masculina, etc. En todo caso, el resultado es indiscutiblemente
neurótico, sea como síntomas obsesivos aislados o comienzos
de la formación de un carácter obsesivo.
También es cierto que en estos casos el yo está finalmente
afectado por la regresión y se torna más infantil, pero esto es
un hecho secundario debido a mecanismos primitivos de defen-
sa tales como la negación, el pensamiento mágico, el aisla-
miento, la anulación (hacer y deshacer) que se ponen en acción
además de las represiones y formaciones reactivas más ade-
cuadas al yo. También esta regresión está limitada a las fun-
ciones yoicas. Con respecto al nivel y severidad del ideal del
yo y de las exigencias del superyó, no hay movimientos regre-
sivos; al contrario, el yo continúa realizando los esfuerzos más
extraordinarios para satisfacerlas.

LA EVALUACION POR MEDIO DEL


TIPO DE ANSIEDAD Y DE CONFLICTO

En el curso del crecimiento normal cada niño atraviesa una


serie de pasos que conducen desde el estado inicial de compa-
rativa indiferenciación hasta la estructuración completa final
de la personalidad en el ello, el yo y el superyó. La división
entre el ello y el yovcon los diferentes tipos de funcionamiento
y los diversos objetivos e intereses válidos para cada uno, se
continúa por la división dentro del yo, después de la cual el
superyó, el ideal del yo y el ideal del sí mismo asumen el papel
de guías y críticos de los pensamientos y acciones del yo. La
integridad o el daño del crecimiento a este respecto y la po-
sición exacta del niño en esta línea vital del desarrollo se revelan
al examinador por medio de dos tipos de manifestaciones evi-
dentes: por la naturaleza de los conflictos del niño y por el
tipo prevalente de sus ansiedades.
Con respecto a los conflictos hay tres posibilidades primor-
diales. La primera consiste en que el niño y el ambiente tienen
propósitos contrarios, lo que sucede cuando bajo los dictados
del principio del placer, el yo del niño se pone del lado del ello

105
en la prosecución de la necesidad, de los impulsos y la realiza-
I ción del deseo, mientras que el control de los derivados del
ello está reservado al mundo exterior. Este es un estado legí-
timo en la niñez temprana antes de que el ello y el yo se hayan
separado decisivamente el uno del otro, pero se considera como
"infantil" si persiste en edades posteriores o si el niño regresa
a esta situación. Las ansiedades coordinadas con este estado
y características desde el punto de vista diagnóstico, son pro-
vocadas por el mundo exterior y adoptan diferentes formas de
acuerdo con una secuencia cronológica que se desarrolla en la
forma siguiente: temor de ser aniquilado como consecuencia de
la pérdida del objeto que lo cuida (es decir, angustia de sepa-
ración durante el período de unidad biológica con la madre);
temor de la pérdida del amor del objeto (después de haber al-
canzado el estadio de la constancia objetal); temor de sercri-
ticado y castigado por el objeto (durante la fase anal-sádica
cuando este temor está reforzado por la proyección de la propia
agresión infantil); temores de castración (durante el período
fálico-edípico) .
El segundo tipo de conflicto se establece después de iden-
tificarse con las fuerzas externas y de la introyección de su
autoridad en el superyó. La razón de este choque puede ser
la misma que ya hemos señalado, es decir, perseguir la reali-
zación de impulsos y deseos, pero el desacuerdo se produce ahora
internamente entre el yo y el superyó. Con respecto a las ansie-
dades, este choque se manifiesta a través del miedo del superyó,
es decir, de sentimientos de culpa. Para el diagnosticador la
aparición de sentimientos de culpa es un signo indudable de
que ya se ha hecho un avance extremadamente importante en
la estructuración, es decir, el establecimiento de un superyó
operante.
Es característico del tercer tipo de conflicto que las con-
diciones externas no tengan influencia sobre ellos, bien directa-
mente, como en el primer tipo, o indirectamente, como en el
segundo. Esta clase de choques se deriva exclusivamente de
las relaciones entre el ello y el yo y de las diferencias intrín-
secas entre sus organizaciones. Los representantes de los im-
pulsos y los afectos de cualidades opuestas, tales como el amor
y el odio, la actividad y la pasividad, las tendencias masculinas
y femeninas, conviven pacíficamente en el ello mientras el
yo es inmaduro. Pero se tornan incompatibles y se convierten
en una fuente de conflictos tan pronto como la función sintética
del yo en proceso de maduración empieza a operar sobre ellos.
Por otra parte, todo aumento en la urgencia de los impulsos
es experimentada por el yo inmaduro como una amenaza asu
organización y como tal da origen a conflictos, que siendo de
carácter interno provocan gran ansiedad en el niño; pero en
contraste con el temor y la culpa, esta ansiedad permanece en

106
las profundidades y no puede identificarse con certeza en la
base diagnóstica sino sólo durante el análisis.
La clasificación de los conflictos en externos, internalizados
y verdaderamente internos contribuye a crear una escala en
cuanto al orden de gravedad de los trastornos infantiles que
están basados, esencialmente, en conflictos. En lo que concierne
a la terapia también contribuye a .explicar por qué algunos
casos mejoran con el tratamiento de las condiciones ambientales
(aquellos basados en conflictos externos); por qué otros son
accesibles solamente a la intervención interna pero no necesitan
más que períodos promedios de análisis (conflictos internali-
zados}; mientras que un cierto número de niños requieren trata-
miento analítico intenso durante un período prolongado y se
presentan al analista con dificultades excesivas (verdaderos
conflictos internos). (Véase S. Freud, 1937.)

LA EVALUACION POR MEDIO DE


CARACTERISTICAS GENERALES

El analista de niños que tiene la tarea de evaluar el signi-


ficado de los trastornos infantiles también debe dar su opinión
con respecto a las perspectivas futuras de su salud o enfermedad
mental. Este pronóstico se basa no sólo en los detalles del tras-
torno infantil existente sino también en ciertas características
generales de la personalidad que juegan un papel esencial en
el mantenimiento del equilibrio interno. Estas características son
una parte integrante de la constitución individual, es decir,
ellas son innatas o adquiridas bajo la influencia de las primeras
experiencias del infante. Puesto que el yo es el encargado de
mediaren sí mismo, y entre el yo y el medio, estos rasgos son
en su mayor parte características del yo. Estos factores estabi-
lizadores se refieren a una alta tolerancia para las frustraciones;
un buen potencial para sublimar; modos efectivos de enfrentar
la ansiedad; y una fuerte pulsión a completar el desarrollo.

La tolerancia de frustraciones y el potencial de sublimación

La experiencia demuestra que la perspectiva del niño de


mantener su salud mental está estrechamente ligada con su
reacción al displacer liberada cuando los derivados de los im-
pulsos permanecen insatisfechos. Los niños varían mucho a
este respecto, aparentemente desde el comienzo. Algunos no
pueden tolerar ninguna demora o disminución en la satisfacción
de sus necesidades y su protesta consiste en impaciencia, hos-
tilidad e infelicidad; insisten en la satisfacción inmodificada del

107
deseo original y rechazan todas las satisfacciones sustitutivas
o comprometidas con la necesidad. Por lo general, esto se observa
primero en la alimentación pero se extiende también a las fases
posteriores como una respuesta habitual a toda contrariedad de
sus deseos. En contraste, otros niños toleran las mismas can-
tidades de frustración con comparativa ecuanimidad o reducen
de manera sistemática, cualquier tensión que experimentan,
aceptando gratificaciones sustitutas. Este tipo de respuesta se
lleva a cabo desde las fases más tempranas a las posteriores.
Obviamente, el primer grupo es el que está en peligro.
Las cantidades no disminuidas de tensión y ansiedad con que
su yo debe luchar se mantienen bajo un control muy precario
por medio de defensas primitivas tales como la negación y la
proyección, o se descargan periódicamente en forma de estallidos
caóticos de malhumor. Hay una distancia muy corta entre estos
mecanismos y la patología, es decir, la producción de síntomas
neuróticos, delictivos o perversos.
Los niños del segundo grupo permanecen normales bajo
las mismas condiciones, o encuentran alivio a través del salu-
dable desplazamiento y neutralización de la energía de los im-
pulsos que dirigen hacia fines aceptables. No existe la menor
duda que esta capacidad para sublimar actúa como una valiosa
salvaguardia para su salud mental.

El control de la ansiedad

Hay poca diferencia entre los niños con respecto al tipo


de ansiedad que experimentan, pues, como mencionamos ante-
riormente, son productos secundarios invariables de las fases con-
secutivas de la unión biológica con la madre (angustia de sepa-
ración); de la de relaciones objetales (miedo a la pérdida del
cariño objetal); del complejo de Edipo (angustia de castra-
ción); de la formación del superyó (culpabilidad). No es la
presencia o la ausencia, la calidad, ni aun la cantidad de la an-
siedad lo que permite pronosticar la futura salud o enfermedad
mental; lo realmente significativo a este respecto es sólo la
capacidad del yo para enfrentar la ansiedad. Aquí, las diferen-
cias entre un individuo y otro son muy pronunciadas y la opor-
tunidad de mantener el equilibrio mental varía de acuerdo con
esta disposición.
Si las demás circunstancias son iguales, los niños que están
más predispuestos a ser víctimas de trastornos neuróticos en
etapas posteriores son aquéllos incapaces de tolerar cantidades
moderadas de ansiedad. En este caso, se ven forzados a negar
y reprimir todos los peligros externos e internos que son fuentes
potenciales de ansiedad', o proyectar los peligros internos hacia
el mundo exterior, lo que hace a este último mucho más te-

108
mible, o retirarse fóbicamente de las situaciones de peligro
para evitar los ataques de ansiedad. En suma, estos niños esta-
blecen una pauta para la vida posterior en la que la liberación
de la ansiedad manifiesta debe mantenerse a cualquier p r ecio,
y esto se logra por medio de actitudes defensivas constantes que
favorecen resultados patológicos. .
Los niños con pos ibilidades favor ables de salud mental son
aquellos que se enfrentan con las mismas situaciones peligrosas
de manera activa por medio de los recursos del yo t ales como
la comprensión intelectual, el razonamiento lógico, el cambio
de las circunstancias externas, los contraataques agresivos: los
que tratan de dominar la situación en vez de retirarse. P uest o
que así pueden enfrentarse con grandes cantidades de ansiedad,
en consecuencia pueden prescindir del exceso de actividades
defensivas, formaciones de compromiso y s íntomatología.s

Las tendencias regresivas y progresivas

Mientras que en todos los niños existen fuerzas tanto re-


gresivas como progresivas como elementos legítimos del des-
arrollo, la proporción de la intensidad entre ambas varía de
uno a otro individuo. Existen niños para los cuales, desde muy
t em pr ano, toda experiencia nueva mantiene la promesa de pla-
cer, sea probar gustos y consistencias nuevos en la comida; sea
el avance de la dependencia hacia la independencia en la mo-
tricidad; sea el distanciamiento de la madre hacia nuevas aven-
turas, juguetes, compañeros; o el avance desde el hogar hacia el
jardín de infantes, la escuela, etc. Sus vidas están dominadas
por los deseos de ser "grande", de "hacer lo mismo que los adul-
tos", y la realización parcial normal de esos deseos los com-
pensa de las dificultades, las frustraciones y las desilusiones ha-
bituales que encuentran en su camino. Los niños del tipo opuesto
experimentan el proceso de crecimiento en todos los niveles
como una privación de las formas previas de gratificación. No
se destetan de manera espontánea, como sería lo adecuado para
su edad, sino que se apegan al pecho materno o al biberón y
convierten este paso en un hecho traumático; temen las conse-
cuencias de ser mayores, de aventurarse, de conocer gente ex-
traña y, más tarde, de asumir responsabilidades, etcétera.

2 Este dominio activo de la ansiedad no debe confundirse con las


bien conocidas tendencias contrafóbicas del niño. En el primer caso,
el yo se enfrenta directa y saludablemente con el peligro mismo, mien-
tras que en el segundo caso, el yo se defiende secundariamente contra
las actitudes fóbicas establecidas.
El control activo de la ansiedad fue descripto de manera muy
efectiva por O. Isakower en un informe verbal acerca de un niño
atemorizado que expresó con envidia: "Aun los soldados tienen miedo;
pero ellos tienen suerte porque no les importa".

109
La distinción clínica entre los dos tipos se establece mejor
por la observación de las reacciones infantiles con relación a
alguna experiencia importante tal como la enfermedad somática,
el nacimiento de un hermano, etc. Cuando las tendencias pro-
gresivas sobrepasan las regresivas, el niño responde a períodos
prolongados de enfermedad con un aumento en la madurez del
yo, o responde al nacimiento de un bebé en la familia reclamando
para sí la posición y los privilegios del hermano o hermana
"mayor". Cuando la regresión es más fuerte que la progresión,
las enfermedades somáticas hacen al niño más infantil y el nací-
.miento de un hermano se convierte en una razón para abandonar
sus logros y desear para sí el estado de bebé.
El predominio de las tendencias, sean progresivas o regre-
sivas, como un rasgo general de la personalidad, influye en el
mantenimiento de la salud mental y, en consecuencia, tiene
valor pronóstico. Los beneficios del placer que experimentan
con el crecimiento, el desarrollo y la adaptación ayudan a los
niños del primer grupo. Los niños del segundo tipo están más
expuestos a detenciones en los puntos de transición entre los
distintos niveles del desarrollo, en especial a establecer puntos
de fijación, a sufrir de desequilibrio emocional y a refugiarse
en la formación de síntomas.

UN PERFIL METAPSICOLOGICO DEL NIÑO

La investigación durante el proceso de evaluación produce


una gran cantidad de información constituida por datos de di-
verso valor y que se refieren a campos y capas diferentes de
la personalidad infantil: orgánica y psíquica, ambiental, ele-
mentos congénitos e históricos; hechos traumáticos y benefi-
ciosos; desarrollo pasado y presente; conducta y logros perso-
nales; éxitos y fracasos ; defensa y sintomatología, etc. Aunque
todos los datos que se recogen merecen una cuidadosa inves-
tigación, incluyendo la verificación o la corrección posterior
durante el tratamiento, es básico para el pensamiento analí-
tico que el valor de los distintos ítems de información obtenidos
no debe ser juzgado de manera independiente, es decir, que
cada uno se relacione con el conjunto al que pertenece. Los
factores hereditarios dependen para su impacto patógeno de
las influencias accidentales con las que interactúan. Los defec-
tos orgánicos como las anomalías congénitas, la ceguera, etc.,
dan lugar a las más variadas consecuencias psicológicas de
acuerdo con las circunstancias del ambiente y los recursos men-
tales del niño. La ansiedad, como ya fuera descripto, no pue-
de evaluarse suficientemente sobre la b ase de la . calidad o
la cantidad, desde que su impacto patógeno depende de los me-

110
canismos o la capacidad para enfrentarla (Murphy, 1964) y
de los recursos defensivos del yo. El mal genio del niño y sus
acciones irracionales deben examinarse en relación con las pau-
tas de conducta de la familia, y la evaluación de los casos en
que el niño desarrolló estas formas de conducta de manera in-
dependiente debe diferir de aquellos casos en que las ha adop-
tado por imitación e identificación. Los hechos traumáticos no
deben evaluarse superficialmente, sino traducirse en su signi-
ficado específico en cada caso. Los atributos tales como el
heroísmo o la cobardía, la generosidad o la avaricia, la rac ío-
nalidad o la irracionalidad deben comprenderse de manera di-
ferenciada en los distintos individuos, y juzgarse a la luz de
sus raíces genéticas, de su fase y edad de adecuación, etc. Por
consiguiente, cualquiera de estos elementos obtenidos aunque
idénticos en nombre pueden ser totalmente diferentes en su
significado en un marco personal distinto. De la misma manera
que estas variables no se prestan para comparaciones con otras
supuestamente idénticas en otros individuos, tampoco ofrecen
una base confiable para la evaluación diagnóstica cuando se
examinan fuera del contexto al que pertenecen, es decir, sin
relacionarlas con otros campos de la estructura de la perso-
nalidad.
En la mente del analista todo el material recogido durante
el procedimiento diagnóstico se organiza en lo que podemos
llamar un perfil metapsicológico comprensible del niño, es decir,
un cuadro que contiene datos de naturaleza dinámica, genética,
económica, estructural y de adaptación. Esto puede conside-
rarse como el esfuerzo sintético del analista cuando analiza
hallazgos muy discordes, o también demuestra su pensamiento
diagnóstico separado analíticamente en sus distintos compo-
nentes.
Este tipo de perfiles puede dibujarse en distintos momentos,
es decir, después del primer contacto entre el niño y la clínica
(fase del diagnóstico preliminar), durante el análisis (fase del
tratamiento) y después de finalizado el análisis o el control
de seguimiento .(fase terminal). Entonces, el perfil sirve no
sólo como un instrumento para completar y verificar el diag-
nóstico sino también para evaluar los resultados del tratamien-
to, es decir, para controlar la eficacia del tratamiento psico-
analítico.
En la fase diagnóstica, el perfil de cada caso debe comenzar
con el síntoma que motivó la consulta, su descripción, su his-
toria y antecedentes familiares y una enumeración de las in-
fluencias ambientales posiblemente significativas. Desde allí
avanza hacia el cuadro interno del niño que contiene informa-
ción acerca de la estructura de su personalidad; las interacciones
dinámicas dentro de la estructura; algunos factores económicos
qu e conciernen a la actividad de los impulsos y la intensidad

111
relativa de las fuerzas d el ello y del yo; su adaptación a la
realidad, y algunas hipótesis de naturaleza genética (que deben
verificarse durante y después del tratamiento ) . Entonces, divi-
di do en ítems, un perfil individu al puede consist ir en:

Esquema del perfil di agnóstico

l . MOTIVO DE CONSULTA (Det en ción del desarrollo, problem as


de conducta, ansiedades, inhibiciones, síntomas, et c.).
II. DESCRIPCIÓN DEL NIÑO (Apariencia personal, actitud, ma-
neras, etc.) .
III. ANTECEDENTES FAMILIARES E HISTORIA PERSONAL.
IV. POSIBLES INFLUENCIAS AMBIENTALES SIGNIFICATIVAS.
V. EVALUACIÓN DEL DESARROLLO.

A. Desarrollo de los impulsos


1. Libido - Examinar y describir
a) en relación con la fase del iiescrroüo :
si en la secuencia de las fases libidinales (oral, anal,
fálica, latencia, preadolescencia, adolescencia) el
niño ha alcanzado la adecuación a su yo y especial-
mente más allá del nivel anal hasta el fálico ;
si el nivel más alto alcanzado es el dominante ;
si en el momento de la evaluación, este nivel más
alto se mantiene o ha sido abandonado de manera
regresiva por otro anterior;
b) en relación con la distribución de la libido:
si el yo se encuentra catectizado lo mismo que el
mundo objetal y si existe suficiente narcisismo (pri-
mario y secundario, investido en el cuerpo, el yo o
el superyó) para asegurar su respeto de sí mismo,
su autoestima, un sentido de bienestar sin llegar
a una sobreestimación de sí mismo, indebida inde-
pendencia objetal, etc.; describir el grado de depen-
dencia de la propia estimación de las relaciones
objetales;
c) en relación con la li:bido de los objetos:
si en el nivel y calidad de las relaciones objetales
(narcisista, anaclítica, constancia objetal, preedí-
pica, edípica, postedípica, adolescente) el niño ha
progresado de acuerdo con su edad;
si en el momento de la evaluación, el nivel más alto
alcanzad? se mantiene o ha sido abandonado regre-
sivamente;

112
si las relaciones objetales existentes se corresponden
con el nivel mantenido o en regresión de la fase de
desarrollo.

2. Agresión - Examinar las expresiones agresivas que se


encuentran a la disposición del niño:
a) de acuerdo con su cantidad, es decir, presencia o au-
sencia en el cuadro manifiesto; .
b) de acuerdo con su calidad, es decir, la corresponden-
cia con el nivel del desarrollo de la libido;
c) de acuerdo con su dirección, hacia el mundo objetal
o hacia el propio yo.

B. El desarrollo del yo y del superyó


a) Examinar y describir la normalidad o las deficiencias
del aparato del yo, que sirven a la percepción, la memo-
ria, la motricidad, etcétera;
b) examinar y describir en detalle la normalidad o anor-
malidad de las funciones del yo (memoria, prueba de la
realidad, síntesis,control de la motricidad, el habla, los
procesos secundarios del pensamiento). Investigar espe-
cialmente deficiencias primarias. Anotar la falta de uni-
formidad en los niveles alcanzados. Incluir los resultados
de los tests de inteligencia.
c) examinar en detalle el estado de la organización de las
defensas y considerar:
si la defensa es empleada específicamente contra los im-
pulsos individuales (que deben identificarse) o, por lo
general, contra la actividad de los impulsos y el placer
instintivo como tal;
si las defensas son adecuadas al yo, demasiado primitivas
o demasiado precoces;
si la defensa está equilibrada, es decir, si el yo tiene a
su disposición muchos mecanismos importantes o si
está restringido a utilizar unos pocos de manera ex-
cesiva;
si la defensa es efectiva, especialmente en el control de
la ansiedad, si ello resulta en equilibrio o desequili-
brio, labilidad, movilidad o paralización dentro de la
estructura;
si las defensas del niño contra los impulsos dependen, y
hasta qué punto, del mundo objetal, o son indepen-
dientes del mismo (desarrollo del superyó).
d) anotar toda interferencia secundaria en la actividad de-

113
fensiva con los logros del yo, es decir, el precio pagado
por el individuo para mantener la organización defen-
siva."

VI. EVALUACIONES GENÉTICAS (las regresiones y los puntos


de fijación)
Desde que presumimos que las neurosis infantiles (y al-
gunos trastornos psicótícos de los niños) se inician en las re-
gresiones de la libido hacia los puntos de fijación en los ni-
veles anteriores, la localización de estos puntos problemáticos
en la historia del niño es uno de los intereses vitales del exami-
nador. Durante el diagnóstico inicial se delatan los campos
siguientes:
a) por ciertas formas de conducta manifiesta que son ca-
racterísticas de determinados niños y que permiten arri-
bar a ciertas conclusiones con respecto a los procesos
subyacentes al ello que han sufrido represiones y modi-
ficaciones pero que han dejado una huella inconfundible.
El mejor ejemplo 10 constituye el carácter obsesivo ma-
nifiesto, en donde la limpieza, el orden, la puntualidad,
la acumulación de objetos, las dudas, las indecisiones,
etc., traicionan las dificultades especiales experimenta-
das por el niño cuando luchaba con los impulsos de la
fase sádico-anal, es decir una fijación a esa fase. De
manera similar, otros rasgos del carácter o actitudes trai-
cionan los puntos de fijación en otros niveles o en
otros campos. (La preocupación por la salud o seguridad
de los padres y hermanos demuestra dificultades espe-
ciales para enfrentar deseos de muerte de la infancia;
el temor a las medicinas, los caprichos alimentarios, etc.,
señalan la defensa contra las fantasías orales; la timi-
dez, la defensa contra el exhibicionismo; la añoranza
por el hogar a la ambivalencia no resuelta, etcétera);
b) por la actividad de las fantasías del niño, algunas veces
traicionadas accidentalmente durante el procedimiento
diagnóstico, por lo común accesibles sólo por medio de
los tests de personalidad. (Durante el análisis, las fan-
tasías conscientes e inconscientes proporcionan, por su-
puesto, la información más completa acerca de las partes

3 La interacción del desarrollo de los impulsos con el desarrollo


del yo y el superyó pueden evaluarse por medio de las líneas del
desarrollo (véase el capítulo III) lo cual nos da una idea de qué
manera la personalidad total reacciona ante cualquiera de las situa-
ciones vitales que plantean para el niño un problema de control inme-
diato. Esto puede hacerse dentro del ámbito del perfil (como Parte
v.c.) o como un complemento.

114
importantes desde el punto de vista patógeno de la his-
toria de su desarrollo);
e) por aquellos ítems en la sintomatología donde las rela-
ciones entre la superficie y lo profundo están firme-
mente establecidas, sin posibilidad de variación, y fami-
liares al examinador, como los síntomas de las neurosis
obsesivas con sus puntos de fijación conocidos. En con-
traste, síntomas tales como la mentira, el hurto, la enu-
resis nocturna, etc., con su etiología múltiple, no sumi-
nistran información genética durante la etapa diagnós-
tica.

VII. EVALUACIONES DINÁMICAS Y ESTRUCTURALES (conflictos)


La conducta es gobernada por el juego de fuerzas internas
y externas o de las fuerzas internas (conscientes o incons-
cientes) entre sí, es decir, por el desenlace de los conflictos.
Los conflictos deben examinarse y clasiñcarse en cada caso
como:
a) conflictos externos entre las acciones del ello-yo y el
mundo objetal (creando un temor del mundo objetal);
b) conflictos internalizados entre el yo-superyó y el ello
después que las acciones del yo han hecho suyas las
exigencias del mundo objetal y las representan para el
ello (provocando sentimientos de culpa);
e) conflictos internos entre impulsos insuficientemente fu-
sionados o sus representantes incompatibles (tales como ·
ambivalencia no resuelta, actividad y pasividad, mascu-
linidad y feminidad, etcétera).
De acuerdo con el predominio de cualquiera de estos tres
tipos es posible arribar a la evaluación de:
1. el nivel de madurez, es decir, la independencia relativa
de la estructura de la personalidad del niño;
2. la severidad de sus trastornos;
3. la intensidad de la terapia necesaria para lograr la me-
joría o la remisión de las alteraciones.

VIII. EVALUACIÓN DE ALGUNAS CARACTERÍSTICAS GENERALES


La personalidad total del niño debe examinarse también
para conocer ciertas características generales que son de pro-
bable valor pronóstico de la recuperación espontánea y de reac-
ción al tratamiento. Examinar en este sentido los campos si-
guientes : .
a) la tolerancia de frustraciones. Cuando (con respecto a
la edad) la tolerancia para la tensión y la frustración es

115
excesivamente baja, se originará más ansiedad que la
que se puede enfrentar y la secuencia patológica de la
regresión, la actividad defensiva y la formación de sín-
tomas será puesta en marcha con mayor facilidad. Cuan-
do la tolerancia a la frustración es alta, el equilibrio
se mantendrá o recobrará con mayor facilidad ;
b) el potencial de sublimación del niño. Los individuos di-
fieren ampliamente en el grado en que las gratificacio-
nes desplazadas, con fines inhibidos y neutralizadas pue-
den recompensarlos por la realización frustrada de los
impulsos. La aceptación de estos primeros tipos de gra-
tificación (o la liberación del potencial de sublimación
durante el tratamiento) puede reducir la necesidad de
soluciones patológicas;
e) la actitud general del niño hacia la ansiedad. Examinar
hasta qué punto las defensas del niño contra el temor
del mundo externo y de la ansiedad provocada por el
mundo interior están basadas exclusivamente en medidas
fóbicas y en contracatexis que están estrechamente re-
lacionados con la patología; y hasta qué punto existe
una tendencia a dominar activamente las situaciones
de peligro externas e internas, lo que constituye un
signo de una estructura del yo básicamente saludable y
bien equilibrada;
d) fuerzas progresivas del desarrollo contra las tendencias
regresivas. Ambas se encuentran normalmente presen-
tes en la personalidad inmadura. Cuando la primera so-
brepasa a la segunda, las perspectivas de normalidad y
recuperación espontánea están aumentadas; la formación
de síntomas es de carácter más transitorio ya que los
movimientos pronunciados hacia el nivel siguiente de!
desarrollo alteran el equilibrio de las fuerzas internas.
Cuando las tendencias regresivas predominan, las resis-
tencias contra el tratamiento y la terquedad de las so-
luciones patológicas serán más formidables. Las relacio-
nes económicas entre las dos tendencias pueden dedu-
cirse al observar la lucha del niño entre el deseo activo
de crecer y su resistencia a renunciar a los placeres pa-
sivos de la infancia.

IX. DIAGNÓSTICO

Finalmente, es tarea del examinador integrar los ítems


mencionados más arriba y combinarlos en una evaluación clí-
nica significativa. Tendrá entonces que decidir entre una se-
rie de posibles categorías como las siguientes:
1. que, a pesar de los trastornos manifiestos de la con-

116
ducta diaria, el crecimiento de la personalidad del niño
es esencialmente saludable y cae dentro de la amplia
gama de las "variaciones de 10 normal";
2. que las formaciones patológicas existentes (síntomas)
son de naturaleza transitoria y pueden clasificarse como
productos secundarios de las tensiones del crecimiento;
3. que existen regresiones permanentes de los impulsos
hacia puntos de fijación previamente establecidos que
conducen a conflictos de tipo neurótico y dan lugar a
las neurosis infantiles y a los trastornos del carácter;
4. que existen regresiones de los impulsos como en el caso
anterior, más regresiones simultáneas del yo y superyó
que conducen a trastornos como infantilismo, condiciones
limítrofes, delincuencia o psicosis;
5. que existen deficiencias primarias de naturaleza orgá-
nica o privaciones tempranas que distorsionan el des-
arrollo y la estructuración, y producen personalidades
retardadas, defectuosas y atípicas;
6. que existen procesos destructivos (de origen orgánico,
t óxico o psíquico, de origen conocido o desconocido) que
han interrumpido el crecimiento mental o están a punto
de hacerlo.

117
v
EVALUACION DE LA PATOLOGIA

PARTE 11. ALGUNOS PREESTAÍnOS INFANTILES


DE LA PSICOPATOLOGIA ADULTA

Para el analista de niños, la evaluación del estadio del niño


sirve a una variedad de finalidades. Algunos tienen interés prác-
tico tales como la decisión a favor o en contra del tratamiento
y la selección del método terapéutico más adecuado. Otros son
teóricos y representan esfuerzos dirigidos a comprender mejor
los procesos del desarrollo. Finalmente, aunque no menos im-
portantes, están los esfuerzos por formular cuadros más claros
de las fases iniciales de aquellos trastornos mentales que se
conocen en sus estados finales,' y a aclarar el campo distinguien-
do entre las manifestaciones patológicas transitorias y perma-
nentes.

LAS NEUROSIS INFANTILES

Existen varias razones por las cuales el analista de mnos


se siente en terreno completamente seguro en presencia de esta
categoría diagnóstica. Desde los días iniciales del psicoanálisis
en adelante, la neurosis infantil ha sido considerada no sólo a
la par con la neurosis adulta sino aun más: su prototipo y
modelo.
En la bibliografía analítica básica sobre este tema, se en-
cuentra la afirmación de que la neurosis infantil tiene el signi-
ficado de ser "típica y ejemplar" (S. Freud, 1909, Obras Com-
1 De acuerdo con un término introducido por Liselotte Frankl,
para estudiar la "historia natural" de los trastornos del adulto.

119
pletas, vol. II) con respecto a las neurosis adultas ; que el aná-
lisis de las neurosis infantiles "aportan a la exacta comprensión
de las neurosis de los adultos tanto como los sueños infantiles
a la interpretación de los sueños ulteriores" (S. Freud, 1918,
Obras Completas, vol. II); que el estudio "de las neurosis de
la infancia [puede] ahorrarnos más de un error en la compren-
sión de las neurosis que atacan al sujeto en épocas más avan-
zadas de su vida" (S. Freud, 1916-1917, Obras Completas, vol.
II); que el análisis "nos revela siempre ... que se trata de la
consecuencia directa de una dolencia infantil del mismo género"
(ídem).
Además, se ha demostrado repetidamente que existe una
correspondencia estrecha entre la sintomatología manifiesta de
la neurosis infantil y de la adulta. En la histeria, que es co-
mún a ambas, está la ansiedad libre flotante y los ataques de
ansiedad; las conversiones en síntomas físicos; los vómitos y
el rechazo de alimentos; las fobias a los animales, la agora-
fobia. La claustrofobia, no obstante, es rara en niños en quienes
en su lugar las fobias situacionales tales como fobias a la es-
cuela, fobias al dentista, etc., juegan un papel prominente. Con
respecto a la neurosis obsesiva, tanto los niños como los adul-
tos padecen de sentimientos ambivalentes magnificados peno-
samente, de ceremonias a la hora de acostarse, otros rituales,
compulsiones de limpieza, acciones repetitivas, preguntas, fór-
mulas; ambos emplean palabras y gestos mágicos o la evitación
mágica de ciertas palabras y movimientos; compulsiones de
contar y hacer listas, de tocar o evitar tocar, etc. Con las inhi-
biciones del juego y el aprendizaje en el niño corresponden
restricciones similares de actividad en etapas vitales posterio-
res; la inhibición del exhibicionismo, la curiosidad, la agresión,
la competencia, etc., produce los mismos efectos incapacitantes
en la personalidad del individuo, lo mismo si ocurren en edad
temprana o adulta. En los caracteres neuróticos se encuentran
pocas diferencias entre el carácter histérico, obsesivo o impul-
sivo de la niñez y sus equivalentes posteriores, completamente
desarrollados.
Más importante aún que estas correspondencias en el nivel
manifiesto, es la identidad que puede demostrarse entre las
neurosis infantiles y adultas con respecto a su dinámica. La
clásica fórmula etiológica para ambos casos es la siguiente: pro-
greso inicial del desarrollo hasta un nivel comparativamente
alto en el desarrollo de los instintos y del yo (por ejemplo, en
el niño hasta la fase f'álíco-edípica, para el adulto hasta el
nivel genital); un aumento intolerable de ansiedad o frustra-
ción en esta posición (para el niño, la angustia de castración
en el complejo de Edipo); regresión de los instintos desde la
adecuación al ¡y o hasta .los puntos de fijación pregenitales; emer-
gencia de los impulsos pregenitales infantiles sexuales-agresivos,

120
deseos y fantasías; ansiedad y culpa en relación con éstos,
movilizando reacciones defensivas por parte del yo bajo la in-
fluencia del superyó; actividad defensiva conduciendo a la for-
mación de compromisos; como resultado, trastornos del carácter
o síntomas neuróticos, cuyos detalles y -tipo se determinan por
el nivel de los puntos de fijación hacia los cuales ha ocurrido
la regresión, por el contenido de los impulsos y fantasías re-
chazados y por la selección de mecanismos de defensa particu-
lares que se están utilizando.
En los días iniciales de la práctica analítica, cuando sólo
un pequeño y preseleccionado número de niños llegaban al
analista, se esperaba que la mayoría de estos pequeños pacien-
tes pertenecerían a la categoría de las neurosis infantiles y -con
el pequeño Hans y el Hombre Lobo como prototipos- podrían
incluirse en la fórmula etiológica descripta más arriba. Pero
esta opinión cambió con el paso de la práctica privada a la
apertura de centros de consulta y clínicas para niños, adonde
llega una gran cantidad de material no seleccionado reclamando
la atención del analista.
Así se logró al principio un hallazgo descorazonador rela-
cionado con una discrepancia entre la neurosis infantil y la del
adulto. Mientras que en el adulto el síntoma neurótico individual
en general forma parte de la estructura de la personalidad
relacionada genéticamente, no sucede así en el niño. Aquí, los
síntomas se presentan con frecuencia aislados o asociados con
otros síntomas y rasgos de la personalidad de diferente natu-
raleza sin orígenes relacionados. Aun los síntomas obsesivos
bien definidos tales como los rituales a la hora de acostarse o
las compulsiones de contar aparecen en niños que por otra parte
son incontrolables, inquietos, impulsivos, es decir, con perso-
nalidades histéricas; o conversiones histéricas, tendencias fó-
bicas, síntomas psicosomáticos aparecen dentro de estructuras
del carácter de naturaleza obsesiva. Los niños bien adaptados
y generalmente conscientes cometen actos delictivos únicos. Los
niños incontrolables en el hogar se someten a la autoridad en
la escuela y viceversa.
Otra desilusión consistió en observar que a pesar de todos
los vínculos existentes entre la neurosis infantil y la del adulto,
no existe la menor certidumbre de poder comprobar un deter-
minado tipo de neurosis infantil como el predecesor del mismo
tipo en el adulto. Por el contrario, existe una gran cantidad
de evidencia clínica que señala la dirección opuesta. Un ejem-
plo es el estado incontrolable de un niño de cuatro años, seme-
jante en varios puntos al del delincuente juvenil o adulto, con
respecto a que ambos liberan sus impulsos, especialmente los
agresivos, y atacan, destruyen y se apoderan de lo que desean
sin considerar los sentimientos de los demás. A pesar de todas
estas similitudes, esta conducta delincuente temprana no se

121
convierte necesariamente en un verdadero estado delincuente
posterior; el niño en cuestión puede desarrollar un carácter
obsesivo o una neurosis obsesiva en lugar de convertirse en un
delincuente o criminal. Muchos niños que comienzan con una
fobia o histeria de ansiedad se desarrollan posteriormente como
verdaderos obsesivos. Muchos con síntomas obsesivos reales
tales como las compulsiones de limpieza, rituales del tacto,
detallistas, etc., semejantes por completo a los adultos obsesivos
mientras son pequeños, están a pesar de todo predestinados a
desarrollar posteriormente no una neurosis obsesiva sino estados
esquizoides y esquizofrénicos.
Muchas presunciones sugieren la explicación de estas in-
consistencias. Ovbiamente, aun en los casos en que los compo-
nentes instintivos dominantes son los mismos, como con el sa-
dismo anal del neurótico delincuente y obsesivo, la elección
entre las dos soluciones patológicas opuestas depende de la
interacción con las actitudes del yo y éstas varían en el curso
de los procesos de maduración y desarrollo. Los deseos de
muerte, agresión, deshonestidad que son aceptables para el in-
dividuo en un determinado nivel del yo y del superyó, están
condenados y existen defensas contra ellos en el siguiente; de
aquí el cambio de rasgos delictivos a compulsivos. De otra
manera, de nuevo con la maduración del yo, las defensas contra
la ansiedad que utilizan el sistema motor tal como la con-
versión somática y las retiradas fóbicas cambian por meca-
nismos de defensa en los procesos del pensamiento tales como
contar, las fórmulas mágicas, deshacer, aislar; esto explica el
paso de la sintomatología histérica a la obsesiva. Las mezclas
de síntomas histéricos y obsesivos pueden explicarse simple-
mente: los niños que producen trastornos histéricos de carácter
permanente adquieren no obstante adicionalmente un número
transitorio de síntomas compulsivos mientras pasan a través
de la fase sádico-anal, para los cuales están adecuados; en otros,
en quienes se está desarrollando una neurosis obsesiva perma-
nente, las ansiedades libres flotantes , las fobias y los síntomas
histéricos persisten como residuos del nivel de desarrollo que
les ha precedido. En los obsesivos más pequeños, los conflictos
ambivalentes y las compulsiones pueden considerarse como
signos ominosos tempranos de escisiones y desarmonías dentro
de la estructura, suficientemente serias como para conducir en
etapa posterior a una total desintegración psicótica de la per-
sonalidad.
Otro hallazgo que todos los analistas pueden confirmar en
el servicio diagnóstico de las clínicas de niños es que el campo de
las alteraciones mentales en la infancia es más extenso de lo
esperado de acuerdo con la experiencia de la psicopatología del
adulto. Entre todo este material clínico, se encuentra por supues-
to el núcleo de todas las formas típicas de compulsiones, ceremo-

122
niales, rituales, ataques de ansiedad, fobias, trastornos de origen
traumático y psicosomático, inhibiciones y deformaciones del
carácter, que se pueden agrupar dentro del capítulo de las neu-
rosis infantiles; o los serios retraimientos del mundo objetal y el
enajenamiento de la realidad que se clasiñca dentro del capítulo
de las psicosis infantiles. Pero esto no constituye de ninguna
manera la mayoría. Habría que agregar las alteraciones (no or-
gánicas) de las necesidades vitales del organismo, por ejemplo
los trastornos de la alimentación y del sueño del infante; las
excesivas demoras (no orgánicas) en la adquisición de ciertas
capacidades vitales tales como el control de la motricidad, del
habla, de los hábitos higiénicos, del aprendizaje; los trastornos
primarios del narcisismo 2 y de las relaciones objetales; los estados
originados por tendencias destructivas y la destrucción de sí
mismo de naturaleza incontrolable, o por derivados incontrola-
bles de los impulsos sexuales y agresivos; las personalidades in-
fantiles y con retardos. Algunos de estos niños nunca llegan
a la fase fálico-edípica, que constituye el verdadero punto de
partida de las neurosis infantiles. En algunos la organización
defensiva está poco desarrollada, es primitiva y defectuosa con
el resultado de que sus síntomas corresponden a irrupciones del
ello más que a formaciones de compromiso entre el ello y el yo.
En algunos casos, la formación del superyó es tan incompleta
que los juicios morales, la culpabilidad y los conflictos internos
faltan como fuerzas internas de control.
Hasta el presente sólo existen formulaciones descriptivas
y no dinámicas suficientemente detalladas para explicar la enor-
me variedad de cuadros clínicos que existen en este campo.Qui-
zás algunos de los trastornos que sobrevienen en los primeros
años de la vida representan los preestadios del desarrollo neuró-
tico que serán transformados en una neurosis específica con los
avances adecuados al yo y al superyó en la estructuración. Otros
pueden representar neurosis abortivas, es decir, intentos falli-
dos, incompletos y a corto plazo, de las acciones del yo para co-
rresponder a los impulsos y modificarlos.

LOS TRASTORNOS DEL DESARROLLO

Como mencionamos anteriormente, los trastornos mentales


son numéricamente más frecuentes y más var iados en los niños
que en los adultos. Su frecuencia aumenta por una parte debido
a las circunstancias creadas por la dependencia del niño y, por
otra parte, a los esfuerzos y tensiones relacionados con los pro-
cesos del desarrollo en sí.

2 Véase J. J . Sandler, "Tr ast or n os del narcisismo" (una serie de


trabajos a publicar).

123
Tensiones externas

Debido a la incapacidad de cuidarse a sí mismos, los niños


tienen que aceptar el tipo de cuidado que se les brinda. Cuando
este no es extremadamente sensitivo origina un número de tras-
tornos, los más tempranos de los cuales están ligados con el
sueño, la alimentación, la evacuación y el deseo de estar acom-
pañado.
En estos cuatro campos las inclinaciones naturales propias
del niño no están en armonía con muchos de los hábitos cultu-
rales y sociales de la actualidad. El niño tiene su propio ritmo
de sueño, pero éste generalmente no coincide con la hora, durante
el día o la noche, ni con el tiempo que la madre desea que duer-
ma, de acuerdo con las necesidades de su horario. El niño tiene
sus propios métodos para hacer la transición del estado de vi-
gilia al sueño por medio de actividades autoeróticas tales como
chuparse el dedo, masturbarse o abrazar los objetos de transición
(Winnicott, 1953), pero sólo puede hacerlo libremente con la
indulgencia de la madre, que por otra parte a menudo interfiere.
Es una necesidad primitiva del niño el contacto estrecho y cálido
de la piel de otra persona mientras se queda dormido, pero esto
contraría las reglas de higiene que exigen que el niño duerma
en su propia cama sin compartir la de sus padres. Los alimentos
que el niño apetece, la hora en que quiere ingerirlos o la can-
tidad, raramente dependen de su propia decisión (excepto en
el método de alimentación por solicitud de los infantes), con
el resultado de que se le imponen penosos períodos de espera al
hambre que padece o se lo alimenta cuando no lo desea. Excepto
en los tipos más modernos de crianza, el entrenamiento del con-
trol de esfínteres comienza demasiado pronto, es decir, cuando
aún ni el primitivo control muscular ni los progresos de la per-
sonalidad hacia el manejo corporal están preparados para ello.
La necesidad biológica infantil de la presencia constante de un
adulto que lo cuide se ignora en nuestra civilización occidental,
y los niños son expuestos a largas horas de soledad debido a la
concepción errónea de que es saludable para los pequeños dor-
mir, descansar y, posteriormente, el jugar solos. Este desconoci-
miento de las necesidades naturales crean las primeras dificul-
tades en el funcionamiento normal de los procesos de satisfac-
ción de los impulsos y de las necesidades. Como resultado, las
madres buscan consejo cuando sus niños tienen dificultades en
conciliar el sueño o no duermen en toda la noche a pesar de
estar cansados; que no comen lo suficiente o rechazan los ali-
mentos adecuados, a pesar de la necesidad obvia de nutrir su
organismo; o que lloran excesivamente y son incapaces de acep-
tar el consuelo ofrecido por la madre. En la medida en que estos
trastornos se deben a los hábitos ambientales, pueden eliminarse
si desde el principio se emplean distintos estilos de crianza. No

124
obstante, una vez establecidos, sus consecuencias no se pueden
eliminar fácilmente ni siquiera cuando a través de ciertos tra-
tamientos se realizan cambios beneficiosos. Las frustraciones y
el displacer experimentados por el niño en relación con una
necesidad o componente instintivo parti-cular permanecen aso-
ciados en la mente del niño. Esto debilita la efectividad y ur-
gencia del impulso, lo hace vulnerable y en consecuencia prepara
el camino para futuros trastornos neuróticos en el área compro-
metida (véase también A. Freud, 1946).
El manejo incorrecto de las necesidades infantiles tempranas
tiene repercusiones posteriores para el desarrollo patológico. En
su crecimiento hacia la independencia y autosuficiencia, el niño
acepta la actitud inicial de la madre, gratificante o frustrante,
como un modelo para imitar y recrear en su propio yo. Cuando
ella comprende, respeta y satisface los deseos de su hijo en la
medida de lo posible, existen buenas posibilidades de que el yo
del pequeño demuestre una tolerancia similar. Cuando ella in-
necesariamente demora, se opone o ignora la realización de los
deseos, el yo del niño está propenso a demostrar en mayor grado
la llamada "hostilidad hacia el ello", es decir, facilidad para los
conflictos internos, que constituye uno de los requisitos previos
del desarrollo neurótico.

Tensiones internas

En contraste con las tensiones determinadas por el mundo


externo que en gran parte pueden evitarse, las internas son ine-
vitables y más virulentas en aquellos casos en que el daño previo
(de origen externo) ha minado la integridad orgánica de los im-
pulsos y menos lesivas cuando la actividad de los impulsos ha
permanecido normal. Pero, en esencia, son tan inevitables como
los mismos procesos de maduración y desarrollo. En contraste
con las formaciones patológicas de la vida adulta, estos stresses
son de carácter transitorio a pesar de su intensidad y "dejados
atrás" al superar la fase del desarrollo en que han aparecido.

Trastornos del sueño


Al margen del cuidado y el éxito obtenido con respecto al
hábito del sueño del infante durante su primer año de vida, en
el segundo año, y casi sin excepción, aparecen las dificultades
para conciliarlo. El niño de un año, una vez satisfechas sus ne-
cesidades corporales, no sufre dolores o incomodidad, puede
quedarse súbitamente dormido en cualquier momento cuando
está cansado, quizá en medio de algún juego o con la cuchara
todavía en la mano. Solamente unos cuantos meses después, el
mismo niño protestará cuando llega la hora de acostarse, a pesar

125
de estar cansado, moviéndose continuamente en la cama o lla-
mando para que le acompañen por períodos más o menos largos.
Se tiene la impresión de que "las batallas contra el sueño" son
tan intensas como su cansancio. Lo que ha sucedido es que dormir
ya no es una cuestión de naturaleza puramente física como la
respuesta automática a una necesidad corporal en un individuo
indiferenciado, en quien el yo y el ello, el sí mismo y el del
mundo objetal no se han separado aún unos de otros. Con el
aumento de la intensidad de los vínculos del niño con los objetos
y su mayor compromiso en los hechos del mundo exterior, el
retiro de la libido y de los intereses del yo hacia sí mismo se
convierte en un requisito previo y necesario para dormir. Esto
no siempre se logra sin dificultades y la ansiedad que produce
contribuye a que el pequeño se aferre con más tenacidad al deseo
de mantenerse despierto. Las manifestaciones sintomáticas de
este estado son las continuas llamadas desde la cama por la pre-
sencia de la madre, por una puerta abierta, por un sorbo de agua,
etc. Todo esto desaparece espontáneamente cuando las relaciones
objetales del niño se hacen más seguras y menos ambivalentes, y
cuando el yo se estabiliza lo suficiente para permitir la regresión
al indiferenciado estado narcisista necesario para dormirse.
De acuerdo con lo ya mencionado, los métodos espontá-
neos del niño para facilitar la transición del estado de vigilia al
de sueño son las actividades autoeróticas como mecerse, suc-
cionarse los dedos, masturbarse y los objetos de transición como
juguetes adecuados para abrazar, objetos de materiales suaves,
etc. Cuando estos métodos se abandonan o cuando años más tar-
de el niño lucha contra la masturbación, con frecuencia se origina
una nueva ola de dificultades para conciliar el sueño. Si esto
sucede durante el período de latencia, los nuevos métodos que
utiliza el niño para combatir el trastorno son comúnmente de
naturaleza obsesiva tales como la tendencía compulsiva a con-
tar, a leer, a pensar, etcétera.
Aunque las dificultades del niño para dormirse son similares
en su apariencia manifiesta a los trastornos del sueño de los
adultos melancólicos o deprimidos, el cuadro metapsicológico
subyacente es diferente, y así este estado del niño no debe con-
siderarse precusor de la condición en el adulto. Ambas tienen
en común la vulnerabilidad de la zona del sueño.

Trastornos de la alimentación
En general sabemos algo más con respecto a los trastornos
de la alimentación del niño y los caprichos alimentarios, que
tienen una larga historia y pueden ser de muy variada naturale-
za," Los diversos trastornos de la ingestión de alimentos se re-
3 Véase el capítulo' lII, "La línea de desarrollo desde la ama-
mantación a la alimentación racional", y A. Freud (1946).

126
lacionan con las distintas fases de la línea de desarrollo hacia la
alimentación independiente, a medida que las fases se suceden
y superan unas a otras.
Desde el punto de vista cronológico, esta secuencia sigue
aproximadamente el curso siguiente. Los primeros trastornos
aparecen en relación con la lactancia de pecho y son de origen
mixto: con respecto a la madre puede ser obstáculos físicos, re-
lacionados con el flujo de la leche o la forma del pezón; o bien
psicológicos, relacionados con una respuesta ambivalente o an-
siosa a amamantar a su hijo. El niño puede tener dificultades
orgánicas, como un reflejo de succión demorado o la urgencia
disminuida de alimento; o bien psicológicas, bajo la forma de
una reacción negativa automática a la duda o la ansiedad de
la madre. El siguiente trastorno es el frecuente rechazo de ali-
mentos en el período del destete, aunque puede prevenirse cuan-
do el cambio se lleva a cabo de manera muy gradual y consi-
derada. Cuando estos trastornos son excesivos dejan generalmen-
te su huella en forma de disgusto por la comida, aversión por
sabores y consistencias nuevos, la ausencia de intrepidez para
comer, y la de placer en la esfera oral. Algunas veces los tras-
tornos producen el resultado opuesto, es decir, dan origen a una
excesiva voracidad y al temor de pasar hambre.
Las batallas del niño que está comenzando a caminar para
comer los alimentos que le ofrece la madre expresan sus rela-
ciones ambivalentes con ella. Un ejemplo clínico excelente se ob-
servó en un niño de alrededor de dos años el cual cuando se
enojaba con su madre, no sólo escupía la comida que ésta le
daba, sino que también se frotaba la lengua para desprender
cualquier pedacito de comida adherida. Literalmente "no quería
nada de ella". Las peleas relacionadas con la cantidad alternan
con las provocadas por el tipo de comida preferido o rechazado,
es decir, los caprichos y con otras relacionadas con el mecanismo
de comer, o sea, los modales en la mesa. Aun más, dentro de
la naturaleza de los síntomas, es la evitación disgustada de cier-
tas formas, olores, colores y consistencias particulares de los
alimentos derivada de las defensas contra las tendencias ana-
les; o el vegetarianismo que (si no se produce y mantiene por
las influencias ambientales) es el resultado de la defensa contra
las fantasías regresivas canibalistas y sadistas; o el rechazo de
comidas que engordan, y a veces de todas las comidas para pre-
servarse de fantasías como la inseminación oral y el embarazo.
Puesto que estas formas variadas de conducta sintomática
son manifestaciones del desarrollo cada una por derecho propio,
no hay razón para temer, como los padres hacen a menudo, que
las formas más leves como el rechazo de ciertas comidas, cons-
tituyen las fases previas de trastornos más severos, tales como el
rechazo sistemático de todo alimento, cuando aquéllas no son

127
tratadas. A menudo son por definición transitorias y susceptibles
de curación espontánea. No obstante, toda alteración excesiva
de los procesos de la alimentación en las etapas tempranas de la
vida dejarán residuos que aumentan y complican los trastornos
de las fases posteriores. En general, los trastornos infantiles de
la alimentación dejan vulnerable la zona correspondiente y pre-
paran el terreno para las afecciones neuróticas del estómago y
del apetito en la vida adulta.

Los temores arcaicos


Antes que el niño desarrolle estados de ansiedad coordi-
nados con el aumento de la estructuración de la personalidad,"
pasa a través de una fase de ansiedad más temprana que es
desagradable no sólo para él sino también para el observador,
debido a su intensidad. Estas ansiedades se denominan a me-
nudo "arcaicas" pues su origen no puede rastrearse hasta nin-
guna experiencia previa de temor pero que parece formar
parte de la disposición congénita. De manera descriptiva, son
los miedos a la oscuridad, a la soledad, a los extraños, a situa-
ciones y perspectivas nuevas a las que no está habituado, al
trueno, algunas veces al viento, etc. Metapsicológicamente no
son fobias, pues al contrario de las fobias de la fase fálica,
estos temores no se basan en regresiones o conflictos o despla-
zamientos. En su lugar, expresan la debilidad del yo inmaduro
y la desorientación de tipo pánico cuando se enfrentan con
impresiones desconocidas que no pueden controlarse y asi-
milarse.
Los miedos arcaicos desaparecen en proporción al aumen-
to, debido al desarrollo, de las diversas funciones del yo tales
como la memoria, la prueba de la realidad, los procesos de
funcionamiento secundarios, la inteligencia, la lógica, etc., y
especialmente con la disminución de la proyección y del pen-
samiento mágico.

Los trastornos de la conducta del niño que comienza


a caminar
Los trastornos de la conducta del niño que comienza a
caminar provocan intensa preocupación, especialmente cuando
asumen proporciones que la madre no puede controlar. Estas
manifestaciones están vinculadas con el nivel más alto del
sadismo anal y expresan sus tendencias, en parte directamente
a través de la destrucción, el desorden y el desaliño, la inquie-
tud motriz, y en parte reactivamente, por medio del apego exce-

4 Véase el capítulo IV, "La evaluación por medio del tipo de


ansiedad y de conflicto".

128
sivo, la incapacidad de separarse de la madre, los quejidos y
gimoteos, la infelicidad, los estados afectivos caóticos (inclu-
yendo las rabietas) .
A pesar de su severidad y apariencia patológica, el síndro-
me es de corta duración. Permanece activo mientras no existen
otras formas de descarga que las motrices para los impulsos
y los afectos del niño, y su intensidad disminuye o desaparece
tan pronto como se abren nuevas vías de descarga, especial-
mente con la adquisición del lenguaje (Anny Katan, 1961) .

Una fase obsesiva transitoria


El orden y la limpieza excesivos, la conducta ritualista
y las ceremonias a la hora de acostarse que a menudo asocia-
mos a la neurosis obsesiva o al carácter obsesivo, aparecen en
la mayoría de los niños alrededor o inmediatamente después
de culminar la fase anal. Corresponden por una parte, a las
defensas establecidas como resultado del entrenamiento del con-
trol esfinteriano y por la otra, a los aspectos específicos del
desarrollo del yo que por lo general, aunque no de manera
invariable, coinciden con los problemas de analidad (H. Hart-
mann, 1950 a). El hecho de que el niño durante este período
se comporte como un obsesivo crea una falsa impresión pato-
lógica. Es habitual que las manifestaciones compulsivas desapa-
rezcan sin dejar huella tan pronto como se hayan superado las
posiciones del instinto correspondiente y del yo.
Por otra parte, las manifestaciones obsesivas normales de
naturaleza transitoria representan una amenaza patológica per-
manente si por alguna razón la inversión libidinal en la fase
sádico-anal ha sido excesiva, de tal manera que grandes can-
tidades de libido permanecen fijadas en dicha fase. En estos
casos el niño regresará a la fase sádico-anal, generalmente des-
pués de alguna experiencia de temor en el nivel fálico. Sólo
estas regresiones, con las defensas respectivas y las formacio-
nes de compromiso resultantes, forman la base de una verda-
dera y perdurable patología obsesiva.

Los trastornos de la fase fálica, preadolescencia


y adolescencia
La manera en que la progresión de los instintos y del yo
curan o bien originan trastornos en el desarrollo está demos-
trada con mayor convicción en aquellos puntos de transición
entre las fases, en donde no sólo la calidad sino también la
cantidad de la actividad de los impulsos se modifican. Un ejem-
plo lo constituye la extrema angustia de castración, los deseos
y temores de muerte junto con las defensas contra ellos, que
dominan la escena en el momento culminante de la fase fálico-

129
edípica, y que crean las bien conocidas inhibiciones, las sobre-
compensaciones de masculinidad, la pasividad y los movimien-
tos regresivos durante este período. Este conjunto de síntomas
desaparece como por arte de magia tan pronto el niño da los
primeros pasos hacia el período de latencia, es decir, como
una reacción inmediata a la disminución de la actividad de
los impulsos, determinada biológicamente. Comparado con el
niño de la fase edípica, el pequeño del período de latencia está
sin lugar a dudas menos importunado por conflictos.
Sucede lo contrario en el punto de transición desde el
período de latencia hacia la preadolescencia. En este momento,
las modificaciones en la calidad así como en la cantidad de los
impulsos y el aumento en las variadas tendencias pregenitales
primitivas (especialmente orales y anales) originan una falla
severa de la adaptación social, de las sublimaciones y en ge-
neral de los logros de la personalidad alcanzados durante el
período de latencia. La impresión de salud y de racionalidad
desaparecen otra vez y el preadolescente parece menos ma-
duro, menos normal y a menudo con inclinaciones hacia la
delincuencia.
Este cuadro cambia una vez más con la llegada de la ado-
lescencia propiamente dicha. Las tendencias genitales que emer-
gen actúan como curas transitorias para las inclinaciones pa-
sivo-femeninas adquiridas durante el complejo de Edipo ne-
gativo y retenidas durante el período de latencia y la preado-
lescencia. También concluyen con la pregenitalidad difusa de
la preadolescencia. Al margen de todo esto, como ha sido des-
cripto por varios autores (por ejemplo, Eíssler, 1958; Geleerd,
1958), la adolescencia produce su propia sintomatología que
en los casos más severos es de naturaleza cuasi-asocial, cuasi-
.psicótíca y de carácter limítrofe. Esta patología también des-
aparece cuando se deja atrás la adolescencia."

5 En su monografía "La neurosis infantil" (en prensa) el doctor


H. Nágera sugiere dividir los trastornos del desarrollo en la forma
siguiente:
a) interferencias o trastornos en el desarrollo, definidos como
casos cuando el ambiente impone al niño exigencias que no
son razonables ni adecuadas a su yo y a las cuales no puede
controlar sin grandes trastornos;
b) conflictos del desarrollo, definidos como experimentados por
todos los niños en mayor o menor grado, cuando el ambiente
impone ciertas exigencias específicas en las fases adecuadas
del desarrollo o bien cuando se alcanzan niveles de maduración
y desarrollo que provocan conflictos específicos;
e) conflictos neuróticos, definidos como los que se originan entre
la actividad de los impulsos y las exigencias internalizadas, es
decir, precursores' del sup er y ó;
d) la neurosis infantil.

130
ASOCIALIDAD, DELINCUENCIA Y CRIMINALIDAD
COMO CATEGORIAS DIAGNOSTICAS EN LA NIÑEZ

ELfactor edad en el desarrollo social, legal y psicológico



Además de las categorías diagnósticas analizadas en las
secciones precedentes, existen otras que no pueden aplicarse
sin modificaciones a los niños o de los cuales ciertos períodos
de la niñez están por completo exentos. Son ejemplos la aso-
cialidad, la delincuencia y la criminalidad.
Las incertidumbres acerca de su aplicación se reflejan
claramente en el campo legal, en los activos debates relacio-
nados con la edad límite por debajo de la cual el niño que
comparece ante el juez debe clasificarse simplemente como
"sin control", "que necesita cuidado y protección"; 6 o hasta
qué edad debe mantenerse al menos la "presunción de au-
sencia de responsabilidad criminal", la cual debe ser refutada
por medio de evidencia, más completas cuanto más se acerca
el niño a los ocho años; 7 hasta qué edad debe concederse al
joven acusado el "beneficio de la edad" cuando se comprueba
la existencia de intención." La tendencia a las recomendaciones
aún consideradas en Inglaterra y en otros países, es hacia el
aumento de estos límites de edad y especialmente de la edad
que implica responsabilidad plena dentro de la ley."
Como sucede en el ámbito legal, también en el educacional
y psicoanalítico encontramos incertidumbre con respecto a las
edades en las cuales las designaciones de asocial, delincuente
y criminal son adecuadas. Por derecho, no deberíamos apli-
carlas a los más tempranos desacuerdos entre el niño pequeño
y su ambiente, aun cuando manifiesten una conducta desorde-
nada y destructora y sean extremadamente alarmantes para
la familia, es decir, para la primera comunidad social a la que
el niño pertenece. La presunción de ausencia de intención cri-

6 En Inglaterra, hasta la edad de ocho años; antes de la cual se


lo considera incapaz de intención criminal y de cometer delitos en el
sentido técnico.
7 En Inglaterra, hasta la edad de catorce años.
8 En Inglaterra, de catorce a diecisiete años.
9 En Inglaterra se recomienda elevar la edad para la posibili-
dad de intento criminal hasta doce y posteriormente catorce años. En
los Estados Unidos la edad límite se ha elevado de siete hasta dieciséis,
dieciocho y aun veintiún años en algunos Estados. En el continente
europeo la edad promedio es de trece o ca tor ce años. En el derecho
internacional, los criminólogos han acordado que es "deseabl e que la
edad para los fines de la ley penal en lo s países europeos no debe
fijarse por debajo 'de los 18 años".
Véase para mayor información T . E. James (1962, págs. 124, 125,
129, 158-160). Para las edades correspondientes en los Estados Unidos,
véase Neil Peck (1962) .

131
minal en el sentido legal es comparable desde el punto de vista
psicoanalítico con la noción de que del niño pequeño no puede
decirse que se comporte de manera "social" o "asocial" antes
de haber adquirido por lo menos la capacidad para percibir y
comprender el medio social al que pertenece y pueda identifi-
carse con las reglas que lo gobiernan. De acuerdo con la ley,
creemos que la adquisición de esta capacidad es una función
del avance de la edad y de la madurez, aunque esperamos ver-
las desarrollarse antes y no después de las edades mínimas es-
tipuladas por la ley. También de acuerdo con el procedimiento
legal, damos al individuo en desarrollo el "beneficio de la
edad" cuando evaluamos la adaptación social, puesto que con-
sideramos esta última como un proceso gradual ligado con el
desarrollo de los impulsos, el yo y el superyó, y en general de-
pendiente de su curso.
Pero a pesar de todas estas convicciones teóricas y en com-
pleta oposición con el uso legal, cuando se trata de la práctica
clínica y educacional no podemos dejar de pensar o hablar in-
cluso de los menores de cinco años que se comportan de ma-
nera antisocial, asocial, etc., o que demuestran "asocialidad la-
tente" (Aichhorn, 1925). Obviamente, esta práctica está basada
en la creencia de que existen varios niveles intermedios de
adaptación social que el niño debe alcanzar a determinadas eda-
des, y de que tenemos derecho a alarmarnos si no observamos
en su conducta evidencia ostensible de este progreso en los
momentos adecuados, es decir, si la esperada cronología del
desarrollo social gradual está destruida.
De acuerdo con nuestro concepto psicoanalítico, el logro fi-
nal de la adaptación social es el resultado de un número variado
de progresos en el desarrollo. Es útil enumerarlos y examinarlos
en detalle, porque de esta manera establecemos los requisitos
previos para predecir los trastornos masivos futuros cuando
sólo se encuentran presentes las indicaciones más ligeras de
desarmonía, de desniveles en el crecimiento, o de una respuesta
inadecuada al ambiente. Este esfuerzo también dispone efecti-
vamente de la concepción que considera la asocialídad como
una entidad nosológica basada en una causa específica, sea ésta
considerada interna (tal como "deficiencia mental" o "insania
moral") o externa (tal como hogares destruidos, desacuerdos de
los padres, negligencia del niño, separaciones, etc.). A medida
que dejamos de pensar en las causas específicas de asocialidad
somos capaces de concebir las transformaciones favorables o des-
favorables de la autoindulgencia y de la tendencia asocial, y de
actitudes que normalmente forman parte de la naturaleza origi-
nal del niño. Todo esto ayuda a construir las líneas del desarro-
llo que conducen a resultados patológicos, aunque éstas resulten
más complejas, menos definidas y con una gama más amplia de

132
posibilidades que las líneas del desarrollo normal, cuyo intento
de exposición se llevó a cabo en el capítulo anterior.

El recién nacido como una ley , en sí mismo

El recién nacido comienza la vida, no sin leyes sino con


sus reacciones gobernadas por un principio interno supremo de
acuerdo con el cual disfruta las experiencias placenteras, re-
chaza el displacer y lucha por reducir la tensión. Es significativo
para su desarrollo posterior, que consiga operar por su cuenta
este principio del placer en tanto pueda su propio cuerpo gratifi-
car sus necesidades y exigencias instintivas, por ejemplo, en el
campo limitado de las satisfacciones autoeróticas. En cuanto a
estas concierne (mecerse, succionar el dedo, distintas formas
de masturbación) es, y puede permanecer, una "ley en sí mis-
mo".lO

La madre como el primer legislador externo

Puesto que en todos los otros aspectos el pequeño es incapaz


de satisfacer sus necesidades por sí mismo, el principio del
placer, a pesar de ser una ley interna enclavada dentro del propio
niño, debe complementarse desde el exterior por la madre que
provee o retiene la satisfacción. Debido a esta actividad, la madre
se convierte no sólo en el primer objeto del niño (anaclítico,
que satisface las necesidades) sino también en el primer legis-
lador externo. Las primeras leyes externas con las cuales con-
fronta a su hijo conciernen al horario y a la cantidad de sus
satisfacciones. A este respecto, los diferentes tipos de crianza
varían de manera amplia en cuanto al grado en que toman en
cuenta las leyes innatas del niño o las violentan. Los ejemplos
extremos de este último caso son los métodos que no consideran
el sufrimiento y donde el placer es mantenido al mínimo en
interés del entrenamiento y condicionamiento de las necesi-
dades (tales como el método de Truby King); ejemplos del pri-
mer caso son Jos regímenes basados en la declarada intención de .
seguir el principio del placer, es decir, de reducir el displacer
y las frustraciones y de aumentar las experiencias placenteras
hasta los límites de que la madre es capaz (tal como alimentar
al bebé sólo cuando lo pide).
Los recién nacidos y los niños tienen poca o ninguna alter-
nativa para aceptar o rechazar la forma de satisfacer sus nece-

ro Si no existen interferencias indebidas del ambiente o después


de la estructuración del sentimiento de culpa.

133
sidades. Al ser incapaces de m anten er su pr opia existencia, las
reglas impuestas por el ambiente reinan supremas. No obstant e,
las prim eras escaramuzas entre el niñ o y el ambient e t ienen
lugar en el campo de batalla del cuidado corporal, al mismo
tiempo que ambas partes proporcionan sus primeras impresi o-
n es el uno del otro. El pequeño experiment a el r égimen impuesto
como una fuerza amistosa u hostil, de acuer do con la sensibilidad
o insens ibilidad hacia el principio del placer que la madre des-
pliegue en su cuidado. La madre, por su parte, tiene la pr imer a
oportunidad de experimentar a su hijo , bien como un niño su-
miso, acomodaticio, "fácil", bien como infl exible, volun t ar ioso
y "difícil " según la gracia, buena o mala, con la que forzosa-
mente se somete a las reglas benéficas o adversas y a los regla-
mentos que la madre impone en la satisfacció n de sus nece-
sidades.

El control externo ex tendido a los im pu lsos

A medida que la infancia se deja atrás, las discrepancias


entre el principio interno del placer y la realidad externa se
extienden gradualmente desde el dominio de las necesidades
corporales básicas (por alimentos, calor, sueño, bienestar cor-
poral) hacia los principales derivados de los impulsos (t ales como
los sexuales-pregenitales, los agresivos-destructivos, los egoístas-
posesivos). Es tan natural para el niño buscar la gratificación
de todos estos instintos con urgencia, prontitud y completa auto-
indulgencia como es inevitable para el mundo adulto imponer
restricciones en la satisfacción de acuerdo con Jos dictados de
la realidad, lo cual incluye la evitación de peligros para el niño
mismo, para otras personas, para la propiedad y posteriormente,
las transgresiones a las reglas comunes de la decencia social.
Los choques entre estos intereses externos e internos se mani-
fiestan en muchos actos de desobediencia, desenfreno, travesuras,
berrinches, etc., del niño normal.

Internalización del control externo de los impulsos

Cuando la realización de los impulsos y de los deseos, su


aceptación o su rechazo, depende de la autoridad externa, re-
presenta una dependencia moral y como tal indica inmadurez.
Casi toda la formación del carácter y la personalidad tal cual
la conocemos, puede considerarse también como remedio de
esta humillante situación y como adquisición de las personas
maduras del derecho a juzgar sus propias acciones. Por su-
puesto, el crecimiento hacia la independencia moral n o es un

134
proceso libre de conflictos, sino todo lo contrario, es decir, el
resultado de una lucha dinámica en la cual las capacidades y
energías a disposición del individuo se depositan en un lado u
otro. A continuación, estas etapas se descubren bajo diferentes
encabezamientos según favorezcan o dificulten el proceso de
sociali zación .

Los principios reguladores del funcionamiento mental y su


influencia en los procesos de socialización
El principio del placer en su forma original y su modifi-
cación posterior, el principio de la realidad, son ambos leyes
internas cada una válida para períodos, zonas e intereses es-
pecíficos de la personalidad. El principio del placer, como se
describió más arriba, es la suprema ley durante la infancia.
Después de este período aún continúa regulando todo el fun-
cionamiento relacionado estrechamente con los procesos en el
ello, tales como las fantasías inconscientes y en menor grado,
las conscientes, los sueños y la formación de síntomas en las
enfermedades neuróticas y psicóticas. El principio de la rea-
lidad gobierna todas las finalidades normales del yo durante
las últimas etapas de la niñez y en la edad adulta. Ambos
principios son concepciones psicológicas que tratan de carac-
terizar los diferentes tipos de funcionamiento mental. Origi-
nalmente, no estaban dirigidos a implicar juicios de valor mo-
ral o social.
Por otra parte, las implicaciones para el desarrollo social
y moral son demasiado obvias para ignorarlas. El funciona-
miento de acuerdo con el principio del placer significa la acep-
tación, como finalidad suprema, de la inmediata e indiscrimi-
nada satisfacción de las necesidades e impulsos sin tomar en
consideración las condiciones externas; por consiguiente, esto
es sinónimo de la absoluta ignorancia de las normas ambien-
tales. El funcionamiento de acuerdo con el principio de la rea-
lidad restringe, modifica y posterga la gratificación en interés
de la seguridad, es decir, deja lugar a la evitación de conse-
cu en cias desfavorables que pudieran surgir de los choques con
el ambiente. Por consiguiente, el principio del placer está
firmemente vinculado con la conducta asocial, antisocial e
"irresponsable", así como el principio de la realidad es esencial
para la adaptación social y el desarrollo de actitudes de acata-
miento a las leyes. No obstante, sería un error asumir que la
relación entre el principio de la realidad y la socialización es
simple. August Aichhorn (1925) fue el primero en señalar que
delincuentes y criminales pueden alcanzar un alto grado de
adaptación a la realidad sin que al mismo tiempo pongan
esta capacidad al servicio de la adaptación social. Es cierto

135
que la conducta social no puede realizarse a menos que el
individuo haya progresado desde el principio del placer hasta
el principio de la realidad. Pero no se puede afirmar que este
avance por sí mismo garantiza la socialización.
El avance del niño desde el principio del placer hacia el
principio de la realidad significa una tolerancia creciente para
la frustración de los instintos y de los deseos, para la poster-
gación temporal de su ratificación, para la inhibición de sus
finalidades, para el desplazamiento hacia otros fines y objetos,
para la aceptación de placeres substitutos, todo lo cual está
invariablemente acompañado de una reducción cuantitativa
de la realización de los deseos. En efecto, es este crecimiento
del niño en la capacidad de tolerar frustraciones que mu-
chos autores consideran como el factor decisivo en el proceso
de socialización, siendo su ausencia o su insuficiencia una razón
importante para la conducta asocial y delictiva. Esta opinión,
aunque válida dentro de un limitado marco de referencia, re-
sulta una simplificación extrema cuando se aplica a todo el
proceso del desarrollo social, dentro del cual deben tomarse en
cuenta muchos otros elementos de igual importancia.

El desarrollo de las funciones del yo como una de las


precondiciones de la socialización
Si el proceso de socialización del individuo depende en
buena medida del progreso desde el principio del placer al
de la realidad, esto último a su vez depende de las funciones
del yo que tienen que desarrollarse más allá de ciertos niveles
primitivos para hacer el mayor avance posible. Las sensacio-
nes y percepciones, por ejemplo, deben acumularse y almacenar-
se en la mente en forma de huellas mnémicas antes que el indivi-
duo pueda actuar con previsión y de acuerdo con su expe-
riencia, es decir, actuar de manera adecuada a las condiciones
de la realidad. Las sensaciones que provienen del mundo in-
terno tienen que distinguirse de las percepciones producidas
por estímulos externos ; es decir, la realidad de estas experien-
cias debe ser probada y separada de los productos de la fan-
tasía antes de abandonar la realización de deseos por medio
de la alucinación en favor de acciones determinadas tendien-
tes a este fin. El lenguaje y con ello la introducción de la
razón y la ¡lógica en los procesos del pensamiento representan
por sí mismos un enorme progreso en la socialización del indi-
viduo y significa la capacidad de comprender la causa y el
efecto que antes no existía y sin la cual las reglas ambientales
resultan simplemente confusas para el niño, como influencias
extrañas que le imponen una sumisión mecánica. También
introducen la acción experimental en el pensamiento, es decir,

136
hacen posible para el nmo el insertar el razonamiento entre
el comienzo de un deseo instintivo y la conducta tendiente a
su satisfacción. Cuando las actividades musculares del niño son
controuuiae por el yo sensible en vez de servir a los impulsos del
ello, esto constituye otro paso importante hacia la socialización.
Finalmente, existen avances esenciales que ocurren en la fun-
ción integrativa del yo, que sintetizan lo que en el niño cons-
tituye un manojo de impulsos y de actitudes caóticas y los
convierte gradualmente en una unidad estructurada con ca-
rácter y personalidad propios.
Es el desarrollo de las funciones del yo más allá del nivel
del proceso primario lo que resulta tan importante para la so-
cialización como cualquier otro avance del desarrollo de la
personalidad. No esperamos encontrar actitudes sociales en
niños que cursan la etapa preverbal o antes que la memoria,
la prueba de la realidad o los procesos secundarios del pensa-
miento se hayan establecido. Igualmente, no los esperamos en
individuos con un grado bajo de deficiencia mental o con
otros tipos de daños del yo. También esperamos que la socia-
lización se destruirá cuando severas regresiones disminuyan
las funciones del yo al nivel preverbal y de los procesos pri-
marios, en la vida adulta.

Los mecanismos deL yo que favorecen La socialización


Los avances descriptos, desde el principio del placer al de
la realidad y desde el funcionamiento mental primario al se-
cundario, sirven para disminuir la distancia que existe entre
las leyes internas y las externas; pero esto no lo pueden lograr
sin la ayuda brindada por ciertos mecanismos del yo cuya
acción está basada en los vínculos libidinales del niño con el
ambiente. Los mecanismos más familiares que actúan en este
sentido son la imitación, la identificación y la introyección.
La imitación de las actitudes de los padres es el primero
de estos mecanismos que se pone en funcionamiento; comienza
en la infancia y aumenta a medida que el niño toma concien-
cia del mundo objetal. Por medio de la imitación de los padres,
el infante logra colocarse en el rol de estas poderosas y admi-
radas figuras que son capaces de controlar mágic amente el
flujo y el reflujo de la satisfacción y las necesidades de los
impulsos de acuerdo con reglas , que en esa et ap a vi t al r esultan
misteriosas y extrañas para el niño.
La identificación a estos intentos de imitaciones continúa
desde la fase preedípica en adelante, siempre que esta última
haya resultado en una experienc ia placentera. Este otro me-
canismo está basado en el deseo de apropiarse de esos as-

137
pectos deseables de manera permanente por medio de cam-
bios en el yo o al menos en su concepción de la imagen de los
padres. Los ideales sociales de los padres, cualesquiera sean,
son por consiguiente transportados desde el mundo externo
hacia el interno, en donde se arraigan como el ideal de la
propia persona del niño y se convierten en precursores im-
portantes del superyó. Al compartir este ideal con los padres
también se reestablece, por lo menos en un terreno moral
circunscripto, la unidad absoluta entre el niño y su madre
(simbiosis) que existía al comienzo de la vida, antes de que
el niño diferenciara entre el yo que busca placer y el mundo
objetal que lo brinda o lo retiene.
La introyección de la autoridad externa, es decir de los
progenitores, se agrega a esta nueva acción interna durante
y después del período edípico. Por consiguiente, avanza desde
el estado de un mero ideal deseable hacia el de un legislador
real y efectivo, es decir, el superyó; desde ese momento en
adelante podrá regular internamente el control de los impulsos
por medio de la recompensa del yo sumiso con sentimientos de
bienestar y autoestima, y castigando la rebeldía del yo con
remordimientos de conciencia y sentimientos de culpa; de
esta manera reemplaza la dependencia de los padres y el te-
mor que éstos despiertan, que regulaban la conducta anterior.
Pero aun con este grado de legislación interna establecida, el
superyó todavía necesitará, durante un largo período, la con-
formidad con la autoridad externa y el apoyo activo de ésta.

Los atributos del ello como obstáculos para la


socialización
La efectividad del desarrollo del yo y de los mecanismos
de· identificación e introyección pueden crear una impresión
errónea, esto es, conducirnos a subestimar los obstáculos en el
camino de la socialización que deben combatir todos los in-
dividuos inmaduros. La tendencia hacia la catexis, aceptación
e internalización de las normas sociales es ciertamente poderosa,
debido a los vínculos libidinales del niño con sus padres, que
son sus primeros representantes. Por otra parte, la tendencia
del niño hacia la satisfacción de sus finalidades instintivas es
igualmente imperativa. Siempre será sumamente difícil para
el ser humano el hecho de que sus tendencias sexuales y agre-
sivas, tal como son durante la infancia, no se adapten a las
normas culturales adultas, que deben modificarse antes de
que esto sea posible y que la socialización, por consiguiente,
demanda del niño no sólo un cierto grado de alienación de los
aspectos más íntimos y legítimos de su yo, sino también una
reacción contra ellos. '

138
Hay que aceptar, por otra parte, que algunas de las mo-
dificaciones necesarias no son el resultado de conflictos y es-
fuerzos pero se presentan más o menos espontáneamente du-
rante el curso natural del crecimiento y la maduración. Las
fantasías canibalistas tempranas, por ejemplo, parecen enfren-
tarse con una represión primaria antes de la existencia de un
yo o superyó efectivo. Igualmente, la agresión y destrucción
indiscriminada del niño están vinculadas, dominadas y con-
troladas no por medio de manipulaciones ambientales o internas
sino por el proceso espontáneo de fusión con la libido del niño
y puesta a su servicio. Aun algunas de las inclinaciones anales
hacia los olores, atracción por el excremento y otras sucieda-
des, si no son mal manejadas, exageradas y perpetuadas por
el medio, siempre invitablemente se desplazan y neutralizan
en sublimaciones que la cultura acepta.
No obstante, es de vital importancia hacer notar que nor-
malmente la mayoría de los componentes instintivos del niño
son más persistentes y crean por consiguiente conflictos, ini-
cialmente con el medio y después con las acciones del yo
en cuanto las mismas están orientadas por el ambiente. El niño
considera entonces los componentes instintivos no como sim-
ples fuentes de placer sino que los escudriña para determinar
si son adecuados o inadecuados, aceptables o inaceptables desde
el punto de vista moral y ambiental. Es indudable que la vo-
racidad, las demandas excesivas, el deseo de posesión exage-
rado, los celos extremos, una tendencia marcada a competir,
los impulsos de dar muerte a los rivales y a las figuras frus-
trantes, es decir, todos los elementos normales de la vida ins-
tintiva infantil, se convierten en núcleos de asociabilidad pos-
terior, si se les permite permanecer sin modificaciones, y que
el crecimiento de las tendencias sociales implica la adopción
de una actitud negativa y defensiva contra aquéllos. Como re-
sultado de la actividad defensiva del yo, algunos se eliminan
por completo (por represión); otros se convierten en sus ten-
dencias opuestas que son más aceptables (por formaciones
reactivas) o son desviados hacia fines no instintivos (por su-
blimación); otros elementos se desplazan desde el marco del
yo hacia las imágenes de otras personas (por proyección); los
componentes fálicos, más avanzados y placenteros, se relegan
para ser satisfechos en el futuro distante, etcétera.
Los procesos de socialización mientras que protegen al niño
de posibles tendencias delincuentes, también restringen, inhi-
ben y empobrecen su naturaleza original. Esto no es un re-
sultado accidental debido, como sugieren algunos autores, al
empleo infortunado de mecanismos de defensa "pat ológicos"
(tales como represión, formaciones reactivas, etc.) en lugar
de "mecanismos" de adaptación "normales" (tales como el

139
desplazamiento, la sublimación); ni tampoco se debe al énfa-
sis de los padres en los procesos de defensa opuestos al libre
desenvolvimiento de la personalidad del niño. En realidad,
todos los mecanismos de defensa sirven simultáneamente pa-
ra la restricción interna de los impulsos y para la adaptación
externa, que son simplemente las dos caras de la misma mo-
neda. No hay antítesis entre desarrollo y defensa, puesto que
el fortalecimiento del yo y su organización defensiva es en sí
misma una parte esencial del crecimiento, comparable en im-
portancia al desenvolvimiento y maduración de los impulsos.
La antítesis verdadera tiene raíces más profundas y de ma-
nera inevitable en los mismos fines del desarrollo, es decir,
en la completa libertad individual (que significa libertad en
las actividades de los impulsos) y la sumisión a las normas
sociales (que significa restricción de los instintos). La dificul-
tad para combinar estas tendencias opuestas es considerada
con razón como uno de los mayores obstáculos en el camino
de la socialización.'!

Fallas en la socialización

La multiplicidad de factores comprometidos en los proce-


sos de socialización concuerda con la multiplicidad de tras-
tornos que pueden afectarla. Como se ha señalado en las pá-
ginas anteriores, la manipulación externa por parte de -los
padres y las influencias internas en relación con el desarrollo
de los instintos, del yo y del superyó contribuyen al desenlace.

11 En lugar de diferenciar entre defensa y adaptación y de re-


ferirse a los mecanismos empleados por el yo como patológicos o nor-
males, es preferible diferenciar sus diversos resultados que dependen
de una variedad de factores tales como: a) Adecuación al yo. Las de-
fensas tienen su propia cronología aun cuando sea solamente aproxi-
mada, y tienden a determinar resultados patológicos si comienzan a
utilizarse antes de la edad adecuada o se mantienen mucho tiempo
después. Un ejemp lo de esto es la negación y la proyección que son
"normales" en la infancia temprana y tienen consecuencias patoló-
gicas en los años posteriores; o la represión y las formaciones reac-
tivas que invalidan la personalidad del niño si son empleadas en etapas
vitales muy tempranas; b) Equilibrio. La organización defensiva más
normal es aquélla en donde se utilizan diferentes métodos para situa-
ciones peligrosas distintas que surgen del ello sin que predomine nin-
gún mecanismo que excluya a los demás ; e) Intensidad. El que las
defensas conduzcan a la formación de síntomas antes que a la adap-
tación social normal depende de factores cuantitativos aun más que
de factores cualitativos. Cualquier exceso en la restricción de los im-
pulsos independiente de los mecanismos empleados inevitablemente
conduce a resultados neuróticos; d) Reversibilidad. La actividad de-
fensiva instigada en el pasado como protección de determinados peli-
gros no debe mantenerse, activa en el presente cuando éstos puedan
haber desanarecido.

140
La primera varía de acuerdo con elementos culturales, fami-
liares e individuales; las últimas están sujetas a variaciones
temporales así como a detenciones, regresiones y otras vici-
situdes del desarrollo. En concordancia, las diferencias que
existen entre los individuos con respecto a la cronología, la
consistencia y la amplitud del desarrollo del superyó son con-
siderables y resulta útil pensar en las variaciones de la for-
mación del superyó más bien que en las desviaciones de una
norma hipotética determinada.
A estas alturas se reconocen muchos factores y constela-
ciones que conducen a la asociabilidad posterior y que han
sido así descriptos en la bibliografía. La falla en eL desarrollo
de los aspectos más refinados y superiores del yo, por las ra-
zones dadas anteriormente, que resulta en una socialización defi-
ciente está confirmada por el gran número de delincuentes y
criminales quienes, sometidos a exámenes psicológicos, de-
muestran tener una mentalidad primitiva, infantil, retardada,
deficiente y defectuosa, con cocientes de inteligencia bajos.P
Muchos autores (Aichhorn, 1925; Augusta Bonnard, 1950) han
señalado que la asocialidad y criminalidad por parte de los
padres son incorporados al superyó del niño a través de iden-
tificaciones normales con ellos. August Aichhorn (1925) fue el
primero en insistir que los trastornos severos de la socializa-
ción se originan cuando la id!entificación con los padres se
desbarata debido a separaciones, rechazos y otras interferen-
cias en el vínculo emocional con ellos, hecho confirmado en
abundancia por John Bowlby (1944) y por lo común aceptado.
En general, los factores cualitativos en la lucha del niño
. para alcanzar la socialización reciben más atención que los
factores cuantitativos, aunque estos últimos no son menos res-
ponsables de un número de fracasos que se presentan durante
la infancia. Cualquier alteración de las fuerzas en las acciones
del ello o del yo puede trastornar el precario equilibrio social
del niño. Si su yo está debilitado por cualquier razón, será
incapaz de controlar la actividad normal de los impulsos de
manera adecuada y sufrirá la regresión a actitudes anteriores
de búsqueda de placer y autoindulgencia, es decir, su conduc-
ta será asocial. Si la actividad de los impulsos en general o en
un determinado componente instintivo en particular aumentan,
los esfuerzos y las defensas normales de su yo resultarán in-
suficientes para controlarlos. Por otra parte, estas alteraciones
cuantitativas están siempre presentes y forman parte de la vida
normal, cualesquiera sean sus resultados. El yo infantil se de-
bilita a causa de dolores físicos, enfermedades, ansiedad, he-

12 Véase J. J. Michaels (1955) sobre el carácter delictivo im-


pulsivo.

141
chos desagradables, tensiones emocionales, etc. Las modifica-
ciones de la intensidad de los impulsos también están deter-
minadas, bien por el ambiente a través de seducciones, ex-
posición a observaciones, indulgencia o frustración excesivas,
bien internamente por las transiciones de un nivel del desa-
rrollo al siguíente.v' Mientras estos factores cuantitativos estén
en constante flujo, ninguna de las actitudes sociales adoptadas
por el niño puede considerarse como final.
En la bibliografía sobre el tema encontramos que, por
lo general, los componentes que se consideran como una ame-
naza para la socialización no son los de la sexualidad infantil
sino los agresivos. Aunque convincente a primera vista, esta
opinión no resiste un examen minucioso. En efecto, si las ten-
dencias agresivas están fusionadas con las libidinales como
ocurre normalmente, constituyen influencias socializadoras an-
tes que lo contrario. Ellas proveen la energía inicial y la te-
nacidad con que el niño alcanza el mundo objetal y allí se
sostiene.
Posteriormente, constituyen la base de la ambición a apro-
piarse de las cualidades y poderes de los padres, así como del de-
seo de ser grande e independiente. Además, ellas prestan ener-
gía y severidad moral al superyó en sus relaciones con el yo
cuando son retiradas de los objetos y puestas a su disposición.
La agresión es una amenaza para la adaptación social sólo
cuando aparece en cultivo puro, sea por no haberse fusionado
nunca con la libido, sea por haberse separado de ella después
de la fusión. Y el origen de esto generalmente reside no en
los instintos agresivos sino en los procesos libinales que quizá
no se han desarrollado lo suficiente como para domesticar
y amarrar la agresión o que han perdido esa capacidad en al-
gún momento del crecimiento del niño debido a desilusiones
en el objeto amado, rechazos imaginados o reales, pérdida del
objeto, etc. Un punto de especial peligro para la pérdida de
fusión es la fase sádico-anal durante la cual la agresión alcanza
normalmente un punto culminante y su utilidad social depende
especialmente de su estrecha asociación con iguales cantidades
de libido. Todo trastorno emocional en esta etapa libera el
sadismo normal del niño de su mezcla libidinal, de manera que
se convierte en una tendencia destructiva pura y como tal, se
vuelve contra los objetos animados e inanimados y también
contra sí mismo. Lo que ocurre entonces es que las actitudes
provocativas, voluntariosas, medio en broma y medio en serio
del niño de casi dos años, se fijan en la personalidad como

13 Compárese, por ejemplo, la intensidad de los impulsos durante


el período de latencia con otros períodos anteriores y posteriores. El
descenso de la presión de los impulsos en esta etapa corresponde con
el alto nivel de respuestas sociales durante el período de latencia.

142
tendencias a la querella y la argumentación, a conseguir lo que
desea a cualquier precio, y la preferencia por relaciones hos-
tiles antes que amistosas con los demás. Más importante aún
es que la agresión en esta forma separada no es controlable,
sea externamente por los padres, sea internamente por el yo
y el superyó. Si no se restablece la fusión por medio del re-
fuerzo de los procesos libidinales y nuevas catexis objetales,
las tendencias destructivas se convierten en la causa principal
de delincuencia y criminalidad.

Desde los estándares familiares a los de la comunidad

Los procesos de imitación, identificación e introyección


que tienen lugar antes, durante y después del complejo de
Edipo conducen al niño sólo a la internalización de los están-
dares de los padres. Aunque estos procesos son indispensables
como pasos preparatorios para la futura adaptación a la co-
munidad de adultos, no aseguran por sí solos que esa adapta-
ción será alcanzada finalmente ni siquiera en aquellos casos
afortunados en donde coinciden las normas familiares con las
de la comunidad.
Las normas morales sobre las que se basa la vida familiar
son aceptables para el niño por dos razones: por una parte,
están representadas por las figuras de los padres que el niño
ama y con cuyas actitudes puede identificarse; por otra, le
son presentadas de una manera altamente personal por los
padres que se han identificado narcisistamente con él, que
sienten simpatía por sus peculiaridades y una empatía ins-
tintiva hacia sus dificultades e idiosincrasias. Su propio com-
promiso emocional con el niño les impide imponer exigencias
que están más allá de la capacidad de comprensión del niño o
más allá de su capacidad de acceder o adaptarse a ellas. De
este modo, en el hogar se da a cada niño no sólo el "beneficio de
la edad" sino también los beneficios de su personalidad y de
su posición específicas dentro del marco familiar. Es cierto
que este estado de cosas puede convertirse en una desventaja
pues conduce al niño a esperar como un derecho que se le
ofrezca una tolerancia similar en su vida adulta; pero también
es cierto que las acciones del yo inmaduro necesitan esta indul-
gencia para iniciar y aumentar su actitud receptiva y positiva
hacia el ambiente.
Como quiera que sea, el niño retiene sólo unos pocos de
estos privilegios iniciales cuando ingresa a la escuela. Las
reglas escolares aún conservan un sabor personal hasta tanto
sean representadas por la imagen del maestro, a quien en con-
diciones favorables el niño ama o admira y la utiliza en con-

143
secuencia como objeto de identificación. Por otra parte, las re-
glas de la escuela prestan poca o ninguna atención a las di-
ferencias individuales. Los niños están clasificados de acuerdo
con su madurez en el sentido de que diferentes normas se
aplican a los distintos grupos de edades, pero dentro de cada
grupo se espera que todos los individuos se adapten a una
norma común, cualquiera sea el sacrificio que esto pueda sig-
nificar para sus personalidades. Por esta razón muchos niños
encuentran difícil lograr la transición de los estándares del
hogar a los de la escuela. El hecho de que los primeros se ha-
yan identificado y aceptado con éxito no garantiza que se identi-
ficarán y aceptarán con igual facilidad los segundos. El niño
bien adaptado dentro de la familia no es necesariamente un
niño bien ajustado en la escuela o viceversa.
Con el cambio siguiente en la adolescencia, de la escuela
a la comunidad adulta, las normas legales se vuelven final-
mente impersonales. Ser "igual ante la ley" no es sólo una
ventaja para el individuo, también significa que todas las exi-
gencias de beneficios, privilegios, tratamiento preferencial por
razones personales deben abandonarse. Es un paso difícil, y
que no todos logran, aceptar que la comunidad imponga sus
leyes y castigue las transgresiones sin consideración por el
sacrificio del placer que esto representa para el individuo,
sin tomar en cuenta sus necesidades, deseos y dificultades
personales, y sin referencia a su estado caracterológico e inte-
lectual que lo capacitan o incapacitan para acatar esa ley. Las
únicas dos excepciones hasta este momento las constituyen
dos casos extremos, es decir, el deficiente mental y el insano,
basadas en la supuesta incapacidad para distinguir entre el
bien y el mal.
Al margen de las reglas morales básicas que se incorpo-
ran al superyó, los códigos legales con su naturaleza imper-
sonal, compleja y formal no forman parte del mundo interno
de un individuo. Lo que se espera que el superyó asegure no
es la identificación del individuo con el contenido de todas
las leyes específicas, sino su aceptación e internalización de
la existencia de una norma general que gobierna. En este sen-
tido, el ciudadano promedio en su actitud hacia la ley perpe-
túa la posición infantil de un niño ignorante y sumiso con-
frontado por los omniscentes y omnipotentes progenitores.
El delincuente o el criminal perpetúa la actitud del niño que
ignora, desprecia o resta importancia a la autoridad de los
padres, desafiándola.
También existen algunos individuos excepcionales cuyas
exigencias morales hacia sí mismos son mayores y más es-
trictas que lo que el ambiente espera de ellos o podría impo-
nerles. Estos sujetos adquieren sus estándares por medio de la

144
identificación con una imagen ideal de los padres más que
con sus personas reales y las imponen a través de un superyó
excesivamente severo por haber tornado hacia dentro casi toda
la agresión de que disponía. Estas personas se sienten seguras
en cuanto a la regulación y juicio interno de su propia con-
ducta que reconocen superior y más allá de la norma común.
En esta forma indirecta y tortuosa, desarrollando una forma
extrema de carácter (a menudo obsesivo) logran convertirse
una vez más en 10 que los seres humanos son en la infancia,
es decir, "una ley por sí mismos".

LA HOMOSEXUALIDAD COMO UNA CATEGORIA


DIAGNOSTICA EN LOS TRASTORNOS
DE LA INFANCIA

Muchos de los argumentos que se aplican a la asocialidad


pueden emplearse con algunas modificaciones en el caso de
las manifestaciones homosexuales de la infancia. Existe una
semejante incertidumbre en relación con la edad en que pue-
de utilizarse de manera legítima el término homosexualidad.
Se observan relaciones similares entre las manifestaciones de
homosexualidad y las fases del desarrollo normal. También
se encuentran iguales dificultades para pronosticar la homo-
sexualidad propiamente dicha del adulto, es decir, para esta-
blecer conexiones confiables entre ciertas fases preliminares
visibles en la niñez y el desenlace sexual anormal.
Desde la publicación de Tres ensayos sobre una teoría
sex uaL en 1905, una creciente cantidad de bibliografía psico-
analítica se ha dedicado al estudio del fenómeno de la homo-
sexualidad desde varios ángulos y no todos son de importancia
en la niñez. La significativa distinción entre la homosexualidad
manifesta y latente, por ejemplo, se puede aplicar a la con-
ducta sexual de los adultos pero no de igual manera a la
masturbación mutua y a otros juegos sexuales de niños o aun
de los adolescentes.
La diferenciación entre homosexualidad pasiva y activa,
o más bien entre las fantasías subyacentes pasivas o activas,
se refiere a la actitud adoptada por cada parte en el mismo
acto sexual, es decir, en prácticas sexuales que t ienen lugar
después de la adolescencia. El extenso debate r espect o de la
reversibilidad de estas tendencias también se puede aplicar
sólo al adulto para quien su forma homosexual de vida es o
bien distónica y en consecuencia accesible al análisis, o sin-
tónica para el yo, en cuyo caso se evita el tratamiento o se
acepta sólo debido a presiones externas.

145
Por otra parte, un número de problemas relacionados con
la homosexualidad son igualmente prominentes en la biblio-
grafía y de gran importancia para el analista de niños, pues
puede encontrar en ellas ciertas indicaciones para sus evalua-
ciones o contribuir con datos para su solución, que se derivan de
sus propias observaciones. Estos problemas se relacionan con
los tres aspectos siguientes: con la elección de objeto; con las
reconstrucciones en el análisis de adultos y su valor para el
pronóstico de la homosexualidad en las evaluaciones hechas
durante la niñez; y con la causación de la homosexualidad
valorando los elementos constitucionales con los adquiridos.

La selección de objeto: el factor edad

Una de las proposiciones básicas en la teoría psicoanalíti-


co. de la sexualidad infantil es que los niños de ambos sexos
establecen vínculos líbidinales con objetos de ambos sexos. En
cada período de la niñez la elección de objeto está gobernada
por reglas, requerimientos y necesidades, tal como se demuestra
a continuación. Por lo tanto, los vínculos con las personas
del mismo sexo son tan normales como con los del sexo opuesto
y no pueden considerarse como los precursores de la homo-
sexualidad posteríor.>
Los niños, al comienzo de la vida, seleccionan sus objetos
basados en las funciones, no en el sexo. La madre es catee-
tizada con libido porque ella cuida al niño y le provee sa-
tisfacción para sus necesidades, el padre como un símbolo de
poder, de protección, poseedor de la madre, etc. Una "relación
de tipo materna" se establece a menudo con el padre cuando
éste toma el rol de proveedor de las necesidades, o una "rela-
ción de tipo paterno" con la madre cuando ésta es la figura
dominante en la familia. De esta manera, el niño normal,
varón o mujer, mantiene vínculos objetales con ambas figuras ,
masculina y femenina. Aunque en el más estricto sentido de la
palabra el niño no es heterosexual ni homosexual, también se
puede describir como ambas cosas.
La transferencia en el tratamiento psicoanalítico confirma
también que las funciones y no el sexo del objeto deciden

14 "Para el psicoanálisis, la falta de toda relación de dependen-


cia entre el sexo del individuo y su elección de objeto, y la posibilidad
de orientar indiferentemente esta última hacia objetos masculinos o
femeninos (hechos comprobables tanto en la infancia individual como
en la de los pueblos), parecen constituir la actitud primaria y original,
a partir de la cual se desarrolla luego el tipo sexual normal o el in-
vertido por la acción de determinadas restricciones y según el sentido
de las mismas." (S. Freud, 1905, nota añadida en 1915, Obras Com-
pletas, vol. J.)

146
estas relaciones, donde el sexo del analista no representa una
barrera en contra del desplazami ento hacia su persona de las
r elaciones paternales y maternal J.
Aparte de esta elección de .jeto de tipo anaclítico, es ob-
vio que las tendencias del ce ..probante pregenital dependen
para su satisfacción, no del aparato sexual del compañero sino
de otras cualidades y actitudes. Si éstas existen en la madre
y si por esa misma razón la madre se convierte en el objeto
amoroso principal, entonces el niño durante las fases oral y
an al es "heterosexual", y la niña "homosexual"; si las cuali-
dades existen en el padre la situación se invierte. En todo caso,
la elección de objeto, determinada por la cualidad y los fines
del componente instintivo dominante, es fase adecuada y nor-
mal sin tener en cuenta si la r elaci ón resultante es heterosexual
u homosexual.
En contraste con las fases precedentes, el sexo del objeto
adquiere gran importancia en la fase fálica . L a sobreestim a-
ci ón del pene, normal en esta fase, induce a los niños de am-
bos sexos a buscar relaciones que 10 posean, o al menos que
se supone 10 posean (tales como la madre fálica). Cualquiera
que sea el curso que las tendencias instintivas hayan tomado
en otros sentidos, no pueden disociarse "de un tipo de ob jeto
definido por una determinante particular't.t"
El complejo de Edipo en sí, en sus formas positiva y ne-
gat iv a, está basado en el reconocimiento de las diferencias
sexuales y dentro de este marco el niño hace su elección de
objeto a la manera del adulto basado en el sexo de su pareja.
El complejo de Edipo positivo con el progenitor del sexo opues-
to como el objeto amoroso preferido corresponde t an estrecha-
mente con la heterosexualidad adulta, como el complejo de
Edipo negativo con el vínculo con el progenitor del mismo
sexo corresponde a la homosexualidad adulta. Por ser ambas
manifestaciones normales durante el desarrollo, no son sin
embargo concluyentes en cuanto a la patología p ost erior ; ellas
meramente satisfacen las legítimas n ecesidades bisex u ales del
niño. No obstante, en algunos n iños el énfasis puede r ecaer
en las relaciones edípicas p ositiv as o negativ as y est as di fe-
r encias cuantitativas pueden consider ar se como indicaciones
de valor pr on óstico p ara el futuro, pues revelan preferen -
cias importantes p or un o u ot ro sexo que están enraizadas
en las experiencias preedípicas . Por una p ar te, la per sonalidad

1 5 " . .. como nues tr o J u an it o, el cual se m uestra ig ualmen t e ca-


r iñoso con los niñ os que con las niñas y en una ocasió n declar a que
su a m íguito F eder ico es su 'nena más q u er ida' . J u anito es h omosexual
en un sentido, en el q u e t odos lo s n iños pueden ser l o. puesto que no
conocen m ás aue una clas e de órgan o qenital, un gen ital com o el suyo."
(S. Freud, 1909, Obras Com pl etas, vol. n .)

147
de los progenitores y sus propios éxitos o fracasos en sus roles
sexuales han dejado su huella hacia las identificaciones, que
se establecen después de alcanzar la fase de amor objetal.
Por otra parte, las fijaciones a las tendencias sádico-agresivas
empujan al niño firmemente en la dirección del complejo de
Edipo positivo y en etapa posterior, hacia la heterosexualidad
igual que las fijaciones a las tendencias orales y anales pasivas
lo fuerzan hacia el complejo de Edipo negativo y quizás hacia
la homosexualidad posterior.
En conjunto, la conducta del niño durante el p eríodo fá-
Iico-edípico permite vislumbrar más claramente que en nin-
guna otra etapa sus futuras inclinaciones con respecto al rol y
a la elección del objeto sexual.
Cuando entra en el período de latencia, este aspecto par-
ticular de la vida libidinal del niño desaparece una vez más
del campo de observación. Existen en esta época, por supuesto,
remanentes inmodificados del complejo de Edipo que deter-
minan los lazos, particularmente en los niños neuróticos, que
no han sido capaces de resolver, y disolver, sus relaciones edí-
picas con los padres. Pero al margen, existen también las
tendencias adecuadas a esta fase, con fines inhibidos, despla-
zadas o sublimadas, para las cuales la identidad sexual del
objeto es de nuevo una cuestión de relativa indiferencia. Ejem-
plo de esto son las relaciones del niño en el período de laten-
cia con sus maestros, a quienes ama, admira, odia o rechaza
no porque sean hombres o mujeres sino porque los considera
figuras bondadosas, útiles, inspiradoras o duras, intolerantes y
provocadoras de ansiedad.
Las evaluaciones del diagnosticador durante este período
son aun más confusas debido al hecho de que la elección de
objeto con respecto a los contemporáneos procede en líneas
opuestas a las habituales en el adulto. El niño que busca ex-
clusivamente la compañía masculina y evita y desprecia a las
niñas no es el futuro homosexual, cualquiera que sea la simi-
litud en la conducta manifesta. Todo 10 contrario, este apego
a los varones y el rechazo y desprecio de las niñas puede con-
siderarse como la marca distintiva del niño masculino normal
del período de latencia, es decir, el futuro heterosexual. En
esta edad las tendencias futuras homosexuales son delatadas,
más bien, por una preferencia para jugar con las niñas y por
la apreciación y apropiación de sus juguetes. Esta inversión
de la conducta se considera típica de las niñas en el período
de latencia, que buscan la compañía de los varones no cuando
son femeninas sino cuando son "marimachos", por ej emplo por
su envidia del pene y deseos de masculinidad y no por sus de-
seos femeninos de relacionarse con el sexo opuesto. Lo que apa-
renta en la conducta manifiesta como inclinaciones homosexua-

148
les, son en realidad inclinaciones heterosexuales y viceversa.
Se debe recordar a este respecto que la elección de compañeros
de juegos en el período de latencia (es decir, la elección de ob-
jeto entre los contemporáneos) está basada sobre identificacio-
nes con los otros niños, no sobre relaciones objetales de amor
propiamente dichas, esto es, en un sentido de igualdad que puede
incluir igualdad del sexo o no.
Finalmente, en la preadolescencia y la adolescencia, se sabe
que episodios homosexuales son bastante comunes y existen
ju nt o a manifestaciones heterosexuales sin que sean en sí mis-
mos signos pronósticos confiables. Estas manifestaciones deben
ent en der se en parte como r ecu rr en cias de los vínculos objetales
pregenitales y sexualmente indiscrim in ados del niño pequeño,
qu e son válidos una v ez m ás en la preadolescen cia junto con la
reverificación de muchas otras ac titudes pr egen it ales y preedípi-
caso La elección de objeto homosexual en la adolescencia se debe
t ambién a la regresión del adolescente desde la catexis objetal
hacia el amor por su propia persona y la identificación con el
objeto. En este último aspecto el objetivo del adolescente re-
pr esent a en muchos casos no sólo su yo real individual sino su
ideal de sí mismo, un concepto que invariablemente incluye la
noción ideal del adolescente de su rol sexual. Las parejas ado-
lescentes formadas sobre estas bases exhiben todas los signos ex-
teriores de relaciones de objeto homosexuales y se aceptan con
frecuencia como verdaderas preetapas de la homosexualidad
adulta. Pero, desde el punto de vista metapsicológico constitu-
yen fenómenos de naturaleza narcisista, que como tales perte-
necen a la variada sintomatología esquizoide de la adolescencia,
y tienen más significado como indicadores de la profundidad de
la regresión que como pronósticos del futuro rol sexual del
individuo.

Pronóstico y reconstrucción

Comparado con el pequeño número de indicios pronósticos


que se encuentran cuando se sigue el movimiento progresivo de
la libido en el niño, existe en el análisis de homosexuales adultos
una gran cantidad de datos valiosos reconstruidos, que rastrean
las variadas manifestaciones de la homosexualidad latente y
manifiesta hasta sus raíces infantiles. En la importante biblio-
grafía existente, se discute el origen de la homosexualidad en
relación con los siguientes campos del desarrollo de la perso-
nalidad, períodos y experiencias:
las dotes congénitas del individuo, es decir, la bisexualí-
dad como la base instintiva de la homosexualidad (Freud,
1905, especialmente pie de página agregado en 1915, 1909;

149
Bohm, 1920; Sadger, 1921; Bryan, 1930; Nunber g, 1947;
Gillespie, 1964);
- el narcisismo individual que crea la necesidad de escoger
un objeto sexual de acuerdo con su propia imagen (Fe-
r enczi, 1911, 1914; Fr eu d, 1914; Bohm, 1933);
- las r el aci ones entre la homosexualidad y las fases pre-
gen it al es orales y anales (Bóhm, 1933; Grete Bibring,
1940; Sadger, 1921; Lewin, 1933) ;
- la sobr eestimación del pene en la fase fálica (F r eud,
1909; Sadger, 1920; J on es, 1932; L ewin , 1933; L oew enst ein ,
1935; Fenichel, 1936; Pasche, 1964) ;
la influencia del amor y de pendencia excesivos de la
madre o el padre o la hostilidad extrema hacia uno de
ellos (Freud, 1905, 1918, 1922; Sadger , 1921; Weiss, 1925;
Bohm, 1930, 1933; Wulff, 1941);
- las observaciones traumáticas de los genitales femeninos
y de la menstruación (Daly, 1928, 1943; Nunber g, 1947);
- la envidia del cuerpo de la madre (Bohm, 1930; Melanie
Klein, 1957);
_ . los celos entre hermanos rivales, los cuales se convierten
en sustanciales objetos amorosos (Freud, 1922; L agache,
1950); etcétera.

A pesar de estos muchos y bien documentados vínculos


entre la infancia pasada y el presente adulto, el razonamiento
no puede invertirse y los datos reconstruidos no pueden utili-
zarse para la investigación temprana del desarrollo homosexual
en los niños. La razón por la cual esto no puede realizarse resul-
ta obvia cuando examinamos en detalle uno de los tipos homo-
sexuales, por ejemplo, el homosexual masculino pasivo-femenino
cuya psicopatología ha sido especialmente estudiada en muchos
análisis terapéuticos.
Este tipo de homosexualidad se caracteriza por la estrecha
vinculación con la madre, por la falta de deseo o incapacidad
de realizar el acto sexual con mujeres y por actividades sexua-
les con hombres, por lo gen er al de un orden social inferior, esco-
gidos porque poseen atributos corporales masculinos crudos tales
como una gran fuerza muscular, un cuerpo velloso, etc. Cuando
son analizados, la sintomatología homosexual puede rastr earse
hasta un apego extremadamente pasional con la madre que do-
minó la infancia y la niñez desde la fase oral, a través de la
fase anal y más allá de la fase fálica; hasta el horror hacia el
cuerpo femenino, adquirido en forma traumática después del
descubrimiento de ros genitales de la madre o una hermana; y
hasta un período de fascinada admiración del pene del padre.

150
Estos elementos, que indudablemente son influencias pató-
genas en el pasado del homosexual no pueden ser, no obstante,
utilizados para pronosticar la homosexualidad si forman parte
del cuadro clínico de un niño. Lejos de ser manifestaciones anor-
males o ni siquiera poco comunes, constituyen, por el contra-
rio, partes regulares e indispensables del equipo de desarrollo
de todos los varones. El estrecho vínculo con la madre, que de-
vasta al futuro homosexual al incrementar su temor del padre
rival, al aumentar su angustia de castración y al imponer una
regresión a la dependencia anal y oral, es también la bien cono-
cida constelación del complejo de Edipo positivo y como tal, el
precursor normal de la heterosexualidad adulta. El shock que
todos los varones experimentan cuando son confrontados con
el genital femenino por primera vez y que crea en el futuro
homosexual una aversión perdurable por cualquier atracción
por parte del sexo femenino, es un hecho habitual e inevitable
ya que comienzan por creer que todos los seres humanos poseen
un pene como ellos. Normalmente, el descubrimiento de la di-
ferencia entre los sexos no significa más para el varón que un
aumento temporario de su angustia de castración; puede incluso
actuar reforzando de manera saludable sus defensas contra sus
propios deseos e identificaciones femeninas, puede fortalecer
su orgullo en la posesión del pene y simplemente aumentar el
desprecio lastimoso por las mujeres castradas, que es una de las
características verdaderamente masculinas del varón en la fase
fálica. Finalmente, la admiración por el mayor tamaño del
pene que domina la vida amorosa de este tipo de homosexual
pasivo con exclusión de todo lo demás, es también una estación
normal intermedia en las relaciones de todos los niños varones
con su padre. El futuro homosexual permanece fijado en este
punto y continúa atribuyendo a todos sus objetos masculinos
todos los deseables signos de fortaleza y potencia masculinas,
mientras que el niño normal supera esta fase, se identifica con
el padre como poseedor del pene, y adquiere sus características
masculinas y actitudes heterosexuales para su propia persona y
para su futura identidad sexual.
En otras palabras, la presencia de ciertos elementos en la
niñez en determinados casos que han conducido a un desenlace
homosexual específico, no excluye un resultado diferente o
incluso opuesto en otros casos. Obviamente, lo que determina
la dirección del desarrollo no son los hechos y constelaciones
infantiles más importantes en sí mismos, sino una multitud de
circunstancias acompañantes cuyas consecuencias son difíciles
de juzgar tanto de manera retrospectiva en el análisis de adul-
tos como pronóstico en la evaluación de los niños. Estas con-
secuencias incluyen factores externos, internos, cualitativos y
cuantitativos. Que el amor de un niño por su madre sea el primer

151
paso en el camino hacia su masculinidad o que lo determine a
reprimir su agresividad masculina en beneficio de ella, depen-
derá no sólo del niño, es decir, de la naturaleza saludable de
sus impulsos fálicos, de la intensidad de sus temores y deseos
de castración y de las cantidades de libido dejadas atrás en los
puntos de fijación iniciales. El desenlace también depende de
la personalidad de la madre y de sus acciones, de la cantidad de
satisfacción y frustración que ella le administra oral y analmente
durante los procesos de la alimentación y el entrenamiento del
control esfinteriano, del deseo que aquélla tenga de mantener
al niño dependiente, o su propio orgullo para que el hijo logre
la independencia y finalmente, aunque no menos importante,
de la aceptación o el rechazo de manera placentera o intole-
rante, de los progresos fálicos del niño hacia ella. Los shocks de
castración a los que ningún varón puede escapar bajo la forma
de amenazas, observaciones, operaciones, etc., dependen, en pri-
mer lugar, en cuanto concierne a la intensidad de sus conse-
cuencias del momento en que se presentan, y se hacen sentir más
cuando coinciden con el acmé de la masturbación fálica, los de-
seos pasivos femeninos hacia el padre, los sentimientos de culpa,
etc. Los temores de castración y las tendencias pasivas están, a su
vez, influidas por las actitudes represivas o seductoras del padre,
su capacidad o incapacidad en el rol de modelo masculino, etc.
Cuando el padre está ausente por divorcio, deserción o muerte,
falta la restricción del rival edípico, circunstancia que intensi-
fica la ansiedad y la culpabildad en la fase fálica y favorece la
falta de masculinidad. En esta situación, la fantasía del niño de
que el padre ha sido eliminado por la madre como castigo por
su masculinidad agresiva también actúa como un trastorno pa-
ra sus deseos heterosexuales normales.
En última instancia tenemos que reconocer que lo que pue-
de impulsar el desarrollo sexual en una u otra dirección son
hechos puramente ocasionales como los accidentes, las seduccio-
nes, las enfermedades, las pérdidas del objeto amoroso causadas
por muertes, la facilidad o dificultad de hallar un objeto hete-
rosexual en la adolescencia, etc. Ya que estos hechos son im-
previsibles y pueden modificar la vida del niño en cualquier
momento trastornan los posibles cálculos pronósticos establecidos
previamente.

Homosexualidad, favorecida o evitada por las


posiciones normales del desarrollo

De acuerdo con los argumentos previos, es preferible consi-


derar no las preetapas- infantiles de la homosexualidad adulta
sino las influencias del desarrollo que favorecen o evitan la ho-

152
mosexualidad. Este criterio se basa en la presunción de que du-
rante el crecimiento las inclinaciones homosexuales alternan re-
gularmente y compiten con la heterosexualidad normal y que
las dos tendencias utilizan por turno las diversas posiciones
libidinales por las que el niño atraviesa.
Considerado desde este punto de vista, el desarrollo homo-
sexual resulta favorecido por los factores siguientes:

1. Las tendencias bisexuales que son consideradas como


parte integral de la constitución y que dotan al individuo
con rasgos psicológicos no sólo del propio sexo sino tam-
bién del opuesto y le permiten tomar objetos amorosos
que pertenezcan a ambos sexos. Esta bisexualidad innata
se intensifica en el periodo preedípico por las identifi-
caciones con ambos progenitores y permanece como base
constitucional para cualquier inclinación homosexual que
pudiera surgir en etapas vitales posteriores.
2. El narcisismo primario y secundario del individuo, es
decir, la catexis libidinal de su propio yo. En tanto la
elección de objeto en las etapas posteriores de la in-
fancia sigue esta pauta narcisista original, se escoge la
pareja tan idéntica como sea posible, al propio yo, inclu-
yendo la identidad del sexo. Estas relaciones homosexua-
les o, más estrictamente hablando, narcisistas son carac-
terísticas del período de latencia y de ciertas fases de la
preadolescencia y la adolescencia.
3. El apego anaclítico del niño a los objetos, para quien el
sexo es de importancia secundaria. Esto tiene una sig-
nificación especial para la homosexualidad femenina ya
que la niña puede fijarse en esta fase, como "homo-
sexual".
4. La libidinización del ano y de las tendencias pasivas ha-
bituales de la fase anal que proveen la base física normal
para la identificación femenina del niño.
5. La envidia del pene que provee la base normal para la
identificación masculina de las niñas.
6. La sobreestimación del pene en la fase fálica que hace
difícil o imposible para el niño aceptar un objeto amo-
roso "castrado".
7. El complejo de Edipo negativo que representa una fase
normal "homosexual" en la vida tanto de los niños como
de las niñas.

En contraste con los factores enumerados antes, y que


impulsan al individuo hacia la homosexualidad, hay otras in-
fluencias operantes que actúan en la dirección opuesta y prote-

153
gen a determinadas personas contra la adopción de este tipo
particular de solución sexual:

1. Tendencias heterosexuales y homosexuales compiten


unas con otras de manera cuantitativa durante todo el
período de la niñez. Cualquier elemento que favorezca la
heterosexualidad controla la homosexualidad a un nivel
correspondiente. Por ejemplo, el aumento de las ten-
dencias heterosexuales que está ligado con la entrada
del varón en la fase fálica y el complejo de Edipo posi-
tivo, automáticamente disminuye toda inclinación homo-
sexual que ha quedado como residuo del período de pa-
sividad anal. La misma disminución de las tendencias
homosexuales ocurre en ciertas fases de la adolescencia
debido al influjo de la masculinidad genital que mueve
al varón hacia la elección de objeto heterosexual.
2. La misma intensidad de los temores de castración que
determina que algunos hombres eviten a las mujeres
y se conviertan en homosexuales, actúa en otros como
una fuerza contrapuesta al complejo de Edipo negativo
y como una barrera contra la homosexualidad. Puesto
que los deseos pasivos femeninos hacia el padre presu-
ponen para su satisfacción aceptar la castración, estos
deseos son evitados por estos varones a cualquier precio.
Esto a menudo resulta en una seudomasculínídad exa-
gerada como una reacción contra la angustia de castra-
ción, y en una agresividad sexual hacia las mujeres que
niega la posibilidad de castración y la presencia de todo
deseo femenino y en consecuencia bloquea el camino
hacia cualquier manifestación homosexual.
3. Mientras que la regresión desamparada a la fase anal
promueve actitudes homosexuales pasivo-femeninas en
el varón, las formaciones reactivas contra las tendencias
anales, especialmente el disgusto, de manera efectiva
bloquean el camino hacia la homosexualidad o al menos,
de su expresión manifiesta. En el análisis de adultos estos
hombres aparecen como "homosexuales fracasados",
4. Finalmente, la "tendencia a completar el desarrollo" y
la "racionalidad biológica" (Edward Bibring, 1936) que
hacen que el individuo prefiera la normalidad pueden
considerarse factores que se oponen a la homosexualidad.

En conjunto, el equilibrio entre la heterosexualidad y la


homosexualidad durante todo el período de la niñez es tan pre-
cario, y las escalas son tan fácilmente invertidas en una direc-
ción o en la otra por una multitud de influencias, que la opinión

154
todavía válida es que: "La decisión de la actitud sexual defi-
nitiva tiene efecto después de la pubertad" (S . Freud, 1905,
Obras Completas, vol. 1).

OTRAS PERVERSIONES Y ADICCIONES COMO


CATEGORIAS DIAGNO STICAS EN LA INFANCIA

Otras características diagnósticas que no pueden ser utili-


zadas directamente en los niños son las perversiones como el
travestismo, fetichismo y adicciones.
En estos casos como en el de t odas las perversiones, la razón
es obvia. Puesto que la sex u alidad infantil es por definición po-
limorfamente perversa, clasificar sus aspectos específicos como
perversos es, en el mejor de los casos, un uso impreciso del térmi-
no, si no significa además una completa ignorancia del desarro-
llo del instinto sexual. En lugar de evaluar ciertos fenómenos de
la infancia como perversos, error en que aun los analistas pue-
den incurrir fácilmente, los problemas diagnósticos necesitan
ser reformulados en estos casos y debemos investigar qué com-
ponentes instintivos parciales o en qué condiciones algunos de
estos componentes permanecerán activos después de la niñez;
es decir, cuándo deben considerarse como los precursores reales
de las perversiones del adulto.
Con respecto a la conducta manifiesta, algunos cuadros clí-
nicos de los niños son casi idénticos con los de los adultos per-
vertidos. No obstante, esta aparente similitud no significa una
correspondiente identidad metapsicológica. En los adultos, el
diagnóstico de perversión significa que la primacía de los geni-
tales no se ha establecido o mantenido nunca, es decir, que en el
acto sexual los componentes pregenitales no se han reducido al
rol de factores contribuyentes o meramente preparatorios. Esta
definición es necesariamente incorrecta si se aplica antes de
haber alcanzado la madurez, es decir, a una edad cuando el acto
sexual está fuera de la cuestión y mientras se da por sent ada
la igualdad de las zonas pregenitales y genitales. Por consiguien-
t e, los individuos que no han llegado a la adolescencia no son
p er v er tidos en el sentido adulto del tér m in o y deben introdu cirse
puntos de vista diferentes para explicar su sintom atología im-
portante.
La experiencia clínica sugiere que esta sin t om at ología puede
explicarse como desviaciones de la norma del d esar r ollo en dos
direcciones principales, es decir, cr onológica y cuantitativa-
mente.
La cronología está alterada cuando las zon as corporales es-
pecíficas que proveen estimulación erótica no funcionan en el
or den temporal que corresponde a la secu encia normal del des-

155
arrollo de la libido. Al margen de la ocurrencia posterior de
las bien conocidas regresiones, cualquiera de estas zonas puede
resultar extraordinariamente persistente en su rol de proveedora
de placer, en vez de disminuir en favor de las zonas que debie-
ran ocupar su lugar de acuerdo con las leyes de maduración.
En este sentido, el erotismo de la piel del niño es un ejemplo
instructivo. Al principio de la vida, ser acaricado, abrazado y
satisfecho a través del contacto corporal libidiniza diferentes
zonas del cuerpo y contribuye a crear una imagen corpórea y del
yo corporal saludables, aumenta su catexis con libido de tipo
narcisista y simultáneamente favorece el desarrollo del amor
objetal reforzando los lazos entre el niño y la madre. No hay
duda de que en este período la piel en su rol erógeno llena múl-
tiples funciones en el desarrollo del niño.
Por otra parte, estas funciones resultan redundantes, nor-
malmente, después de la infancia. El erotismo de la piel cambia
de carácter si su gratificación continúa siendo importante para el
niño después de alcanzadas las fases anal y fálica. Entonces la
piel continúa como fuente de estimulación erótica, mientras que
los fenómenos de descarga de la excitación sexual se han alte-
rado por el desarrollo y alcanzan niveles diferentes. Un varón
en la fase edípica por ejemplo, puede anhelar vorazmente este
tipo de contacto con su madre, pero si es gratificado en realidad
o en fantasía, descarga su excitación a través de la masturbación
fálica, similar a lo que sucede en el adulto pervertido que des-
carga la excitación de fuentes extragenitales a través del orgas-
mo genital. Es precisamente esta discrepancia entre la fuente
de estimulación y la descarga de la excitación que crea el pa-
recido con la perversión en ciertos casos ínfantiles.l"
Con respecto al aspecto cuantitativo, es decir, las desviacio-
nes de las intensidades normales de los componentes instintivos,
constituye obviamente una común "variación de la normalidad"
dentro del marco de la naturaleza polimorfa pervertida del niño.
En cualquier momento durante la niñez, cualquiera de los com-
ponentes instintivos de la sexualidad o cualquier aspecto parcial
de la agresión infantil pueden poseer una intensidad exagerada
y dominar el cuadro de manera excesiva o exclusiva. Esto pudiera
deberse a la constitución innata del niño. La experiencia clínica
demuestra, por ejemplo, que con frecuencia se encuentran ten-
dencias orales de marcada intensidad en los hijos de drogadictos,
alcohólicos o maniaco-depresivos. También se sabe que los hijos

16 Este estado de cosas fue claramente ilustrado en el análisis


de un varón tratado por Isabel Paret en la Hampstead Child-Therapy
Clinic desde los dos años y medio hasta los cuatro años y medio. En
su caso fue posible determinar el papel que en el deseo de ser acari-
ciado jugó la influencia seductora del ambiente, es decir, su propia
adicción a la madre en este particular contacto corporal con su hijo.

156
de padres obsesivos tienen tendencias anales poderosas, aunque
en estos casos lo innato está invariablemente reforzado por la
manera en que los adultos obsesivos conducen el entrenamiento
del control de esfínteres del niño. Por supuesto, el aumento en
la intensidad de los componentes instintivos puede deberse
exclusivamente a influencias ambientales tales como la falta
de idoneidad general de los padres, la seducción, las fallas en
controlar y guiar al niño, etc. Muy frecuentemente la razón
de la excesiva intensidad de un componente instintivo reside en
la interacción de factores externos e internos, tales como la
relativa debilidad del yo o del superyó en el manejo de los
instintos, o en la excesiva severidad del superyó que se ma-
nifiesta en una actividad defensiva exagerada. Un ejemplo co-
mún de esta última constelación son los varones que durante
la fase fálica viven en constante temor de sus insuficiente-
mente reprimidas tendencias pasivo-femeninas. Para controlar
sus temores de castración que, en estos casos, están aumentados
por deseos simultáneos de castración, exageran abiertamente
todas las tendencias opuestas con el resultado de que parecen
masculinamente agresivos y con frecuencia adoptan la conducta
de los exhibicionistas fálicos. No obstante, a pesar de esta iden-
tidad de conducta, la diferencia más importante reside en que
su tipo de exhibicionismo es el resultado de mecanismos del yo
que sirven a propósitos tranquilizantes y defensivos, mientras
que en el tipo adulto constituye una parte genuina de la actividad
instintiva del pervertido encaminada a procurar la satisfacción
sexual.

Adicción

También en las adicciones, es el aumento en la intensidad de


las tendencias, por otra parte normales, el responsable de crear
la impresión de una conducta "pervertida". Los niños son a me-
nudo excesivamente adictos a los dulces, aparentemente en for-
ma similar a las adicciones de los adultos al alcoholo las drogas.
Experimentan una voracidad por los dulces, empleando la sa-
tisfacción de este deseo como un antídoto contra la ansiedad, la
privación, la frustración, la depresión, etc. , como hacen los
adultos, y también como ellos están dispuestos a utilizar cual-
quier método, es decir, mentir o robar para asegurarse la pose-
sión de la sustancia deseada. Pero a pesar de todas estas simili-
tudes, la constelación metapsicológica subyacente a la manífes-
tación difiere en los dos casos. La inclinación de los niños hacia
los dulces es la expresión relativamente simple y directa de
un componente instintivo. Tiene su raíz en deseos insatisfechos
o sobreestimulados durante la fase oral, deseos que se han hecho

157
excesivos y que en virtud de su cantidad dominan las expresio-
nes libidinales del niño. Posteriormente, estos deseos por lo gene-
ral se desplazan de los dulces hacia otras sustancias que resultan
más o menos inofensivas. De esta manera encuentran satisfac-
ción en algunos casos bebiendo grandes cantidades de agua; en
otros, comiendo con exceso, en la glotonería o quizá fumando.
Desde el punto de vista libidinal, se expresan en la preferencia
por relaciones objetales de un tipo especial y reconfortante de
mantenimiento. Ninguna de estas manifestaciones por sí misma
pertenece a la categoría de las adicciones. La adicción verda-
dera, en el sentido adulto del término, es una estructura más
compleja en la que la acción de tendencias pasivo-femeninas y
autodestructivas se añade a los deseos orales. Para el adulto
adicto, la sustancia anhelada no representa sólo un objeto o
materia buena que ayuda y fortalece como los dulces para el
niño, sino que de manera simultánea se experimenta como
dañina, abrumadora, debilitante, desmasculinizante, castrante,
tal como sucede con el exceso de alcohol y de drogas. Es la mez-
cla de las dos tendencias opuestas, del deseo de ser fuerte y de
ser débil, la actividad y la pasividad, la masculinidad y la fe-
mineidad que ata al adulto adicto al objeto de su hábito, de
una manera que no encuentra paralelo con lo que sucede en
las adicciones más benignas y positivas del niño.

Travestismo

Los factores libido-económicos también juegan un papel en


la distorsión y exageración de ciertas inclinaciones comunes a
todos los niños, y en crear por consiguiente el fenómeno de
travestismo, como se observa con cierta frecuencia. En este
caso, los aumentos de intensidad están referidos a las tendencias
masculinas o femeninas de la naturaleza del niño.
El interés por las ropas que son adecuadas al sexo opuesto
o a los adultos de ambos sexos es en sí un rasgo común de la
infancia. El juego estructurado, tan popular, de "disfrazarse"
da a los niños la oportunidad de imaginarse a sí mismos en el
rol del padre o de la madre, del hermano o la hermana, o de
escenificar cualquiera de las ocupaciones que simbolizan, para
ellos, el rol de los padres. Un paraguas, un bastón o un som-
brero pertenecientes al padre son suficientes para transformar
al niño en su progenitor; una cartera, zapatos o el uso de lápiz
labial lo transforman en la persona de la madre. Los cascos de
astronautas o pilotos, las gorras de conductores de ómnibus, la
vestimenta de los indios piel roja, los uniformes de enfermera,
etc., son juguetes convencionales diseñados para crear la ilusión
de que puede cambiar su propia personalidad por la de aquellos

158
a quienes admiran, apropiándose de las ropas necesarias. Las
diferencias de sexo son fácilmente transgredidas en estos juegos
fantásticos, especialmente por las niñas, y los artículos de vestir
seleccionados para dis frazarse son con frecuencia símbolos
t an to del estado como de l sexo.
Fuera del terreno de los juegos, con las niñas en la fase de
envidia del pene, la preferencia por los pantalones y otras ropas
de varones es tan familiar que ha pasado a conside rarse adecuada
al yo . Esta tendencia no crea preocupación, excepto en aquellos
casos en que la niña se niega absolutamente, y r esult a en efecto
incapaz de aceptar la vestimenta femenina cualquiera que sea
la ocasión ; así esto se interpreta como signo de que su envidia
del pene, sus tendencias masculinas y el rechazo de su propia
femineidad han alcanzado un nivel excepcional. Pero aun en
estos casos extremos constituye un error considerar esta expre-
sión sintomática como paralela en significado con la del adulto
travestista femenino. La conducta de estas niñas no es una
manifestación sexual propiamente dicha, es decir, no está acom-
pañada por la masturbación o las fantasías de la masturbación,
ni está en otros sentidos dirigida a obtener excitación sexual
directa. Más bien cumple el propósito de imitación e identifica-
ción con los varones hasta el extremo de asumir realmente su rol
en la conducta cotidiana; de defensa contra la envidia y la riva-
lidad, contra el autodesprecio de sentirse castrada, y contra la
culpabilidad por haberse supuestamente lesionado como conse-
cuencia de la masturbación. De esta manera, el "travestismo" de
la niña fálica constituye tanto una función de su sistema de-
fensivo como una descarga para las tendencias masculinas de
su innata bisexualidad.
Del lado del niño, no existe un paralelo completo a esta
conducta de las niñas. Aparentemente, en nuestra cultura, nin-
guna fase del desarrollo por sí produce normalmente en el niño
el deseo de vestirse como las niñas. En los casos aislados en qu e
se observa esta conducta, se tiende a considerarlo como algo
mucho más anormal y generalmente intranquiliza a los p adres
como el signo om inoso inicial de aberraciones sexuales poste-
rior es.
En un pequeño número de casos de este tipo.t? el cuadro
clínico fue bastant e u niforme . Cuando el síntoma real aparece
en tr e los tres y cin co años, la conducta fe men ina del niño varía
d esde la simple expresión del deseo de ser una niña, de tener
un nombre de niña, de jugar con las niñas y sus muñecas, da r le
nombre de niñas al osito, etc., hasta v estir realmente la r opa
inter ior o l os vestidos de l a madre, de una h ermana o de una

17 Obser vados en la H am pst ead Child-Th erapy Clinic durant e un


procedimiento diagnóstico o un t ratamiento an alítico.

159
mnera favorita, con especial preferencia por las ropas bonitas,
con volados, bien específicamente femeninas. Cuando el niño
no tiene a su alcance ropas femeninas, puede vestir las propias
de manera que imiten la blusa de una niña, la cintura estrecha
de una mujer joven, etc. Algunas veces el niño lo exhibe abier-
tamente; en otros casos, oculta las ropas en su cama para ves-
tirlasen secreto durante la noche. Cuando se interfiere con estas
actividades, el niño racionaliza su conducta o lo niega con un
sentimiento de culpa, o incluso "llor a patéticamente" de acuer-
do con el informe de la madre, cuando se le quitan las vesti-
mentas ilegítimamente adquiridas.
Las circunstancias externas también son parecidas en los
distintos casos. Casi sin excepción, se encuentra cierta presión
hacia la femineidad ejercida por la madre que manifiesta pre-
ferir una hermana mayor o menor o que admite haber deseado
una niña antes que el niño naciera. Como dijo un niño de padres
divorciados, a la madre "no le gustan los hombres porque no le
gusta papi". Con frecuencia se encuentra una colusión por parte
de la madre hasta el punto de complacer los deseos del niño
y de comprarle delantales con volados, para "mantener la paz
entre el hermano y la hermana", etc. La separación de una fi-
gura femenina muy querida (la madre, la niñera) es otra cir-
cunstancia externa de importancia obvia y observada con fre-
cuencia.
Del mismo modo que la conducta manifiesta y las influen-
cias ambientales, el análisis de niños descubrió los distintos
significados de los procedimientos travestistas. Vestir como una
niña representa para algunos el intento de atraer el cariño de
la madre con el disfraz de la hermana preferida. En otros casos,
sirve para negar por completo su masculinidad fálica que, justa
o injustamente, supone que no agrada a la madre. Aun en
otros, mantiene el vínculo libidinal interno con el objeto amo-
roso perdido por medio de una identificación parcial con ella.
Es cierto, por supuesto, que como en el caso de la niña, la
conducta travestista del niño se basa en alteraciones cuantita-
tivas de la economía libidinal. Sin un refuerzo excesivo de sus
inclinaciones femeninas, no puede ignorarse el orgullo del niño
en su propio atavío masculino y otras manifestaciones tendrían
que emplearse para expresar la misma envidia, celos, rivalidad,
el galanteo a la madre, la defensa contra la angustia de sepa-
ración, etc. Además, la conducta travestista en niños de ambos
sexos probablemente se explique por la fijación del niño en
un nivel en que una parte del objeto se acepta como un sustituto
por el todo y en el cual, por 10 tanto, se realizan fácilmente
desplazamientos del cuerpo (masculino o femenino) hacia las
ropas que lo cubren, es decir, una fijación a la base del desarro-
llo en la cual se origina el simbolismo de la ropa (Flugel, 1930).

160
Con respecto a la significación pronóstica de la conducta
travestista, ésta no necesita considerarse como más o menos
ominosa que cualquiera de las otras expresiones de los conflic-
tos bisexuales del niño. Así como en el caso de la niña está
relacionada con el estadio de la envidia, del pene, también está
vinculada en los niños con los componentes femeninos del
período pasivo-anal y con el complejo de Edipo negativo o con
regresiones a estas actitudes. Mientras sirve al propósito de
defensa contra la ansiedad (angustia de separación, temor de
perder el cariño del objeto, peligros fálicos), no hay razón para
suponer que el travestismo persistirá más allá de las fases donde
dominan estas ansiedades. Sólo cuando la conducta travestista
es en sí misma la descarga de la sexualidad infantil, es decir,
cuando se acompaña de signos inequívocos de excitación sexual,
puede considerarse como paralela y precursora de la perversión
específica. Probablemente, aquellos casos en que esta actividad
se realiza en secreto, en la cama y durante la noche, son signi-
ficativos en este sentido. Pero sin pruebas directas suministra-
das por las erecciones, la masturbación, etc., en conjunción con
esta actividad, el exacto significado del travestismo en la vida
sexual del niño es de difícil evaluación y verificación, aun en
los casos bajo análisis."

Fetichismo

Como ya señalamos en las secciones anteriores, la conducta


pervertida manifiesta de un niño puede ser tanto parte de su
organización defensiva y de sus esfuerzos para controlar ciertas
ansiedades como también la expresión de sus necesidades se-
xuales. Este doble aspecto es aun más obvio en los fenómenos
descriptos como fetichismo en los niños, que ha sido objeto
de una atención considerable en la bibliografía psícoanalítíca."
Aunque existen muchos desacuerdos en puntos esenciales, la
mayoría de los autores comparten la opinión de que aunque
"el fetichismo infantil se parece al de los adultos", el llamado
fetiche del niño es "simplemente una fase de un proceso que
puede conducir o no al fetichismo adulto" (Sperling, 1963). Wulff
(1946) lo expresa con gran énfasis cuando dice que estas "ma-
nifestaciones anormales ... en el período preedípico son en su
estructura psicológica nada más que una simple formación reac-
tiva de un impulso inhibido o no gratificado de manera ínstíntí-

as En este sentido véase también la discusión de Charles Sarnoff


(1963) del trabajo de Melitta Sperling "The Analysis of a Transvestite
Boy".
19 Véase Melitta Sperling (1963), "Fetishims in Children", con la
bibliografía adjunta.

161
va", o cuando afirma que mientras que "las manifestaciones fe-
tichistas en el niño pequeño son frecuentes ", su estructura psi-
cológica "es diferente" de la del fetichismo adulto. En este caso,
como en otras ocasiones ya antes descriptas, es obvio que el
empleo del mismo término para las manifestaciones infantiles
y las adultas conduce a la presunción errónea de que la seme-
janza de la conducta en ambos casos está equiparada por la co-
rrespondiente identidad metapsicológica.
Lo que el niño tiene en común con el fetichista adulto es
la tendencia a catectizar algún objeto o parte de su propio
cuerpo o el de otra persona, con grandes cantidades de libido,
bien narcisista, bien objetal. Basado sobre la intensidad de esta
catexis, el mencionado objeto o parte del cuerpo adquiere el
valor de un objeto parcial o proveedor de las necesidades y se
convierte en algo indispensable para el individuo. En psicopa-
tología adulta esta situación es bien conocida por el analista:
el fetichista adulto reconoce al objeto parcial, simbolizado por el
fetiche, como el pene imaginario de la madre fálica al cual el in-
dividuo se encuentra atado para su satisfacción sexual. Con
respecto al homosexual pasivo he señalado anteriormente que
el pene mismo de su pareja masculina puede asumir la condición
de un fetiche, representando los propios atributos masculinos
del individuo que han sido desplazados hacia la persona del otro
hombre. También aquí, la excitación y la gratificación sexuales
están ligados de manera indisoluble al fetiche, que es buscado
compulsivamente y en cuya ausencia el individuo se siente ham-
briento de satisfacción sexual, despojado y castrado.
Es en este sentido que la diferencia entre el verdadero fe-
tiche del adulto y los objetos fetichistas supercatectizados del
niño resulta fundamental. Mientras que el fetiche adulto sirve
un propósito único y juega un papel central en la vida del adulto
pervertido sexual, el objeto fetichista del niño tiene diferentes
significados simbólicos y sirve a una variedad de fines del ello
y del yo, que cambian de acuerdo con la fase de desarrollo al-
canzada. En la época de la lactancia y del destete, por ejemplo,
cualquier objeto (como un chupete, etc.) puede ser sobrecatec-
tizado y hacerse indispensable, siempre que sirva por una parte,
para el placer oral del niño y, por la otra, para evitar o dismi-
nuir la angustia de separación, al garantizar la permanencia
ininterrumpida de la gratificación. De acuerdo con Wulff (1946),
el valor del fetiche en esta etapa yace en el hecho de que "re-
presenta un sustituto del cuerpo de la madre y en particular,
del pecho materno". En la fase siguiente, el objeto sobrecatecti-
zado, generalmente del tipo de un juguete suave, una almohada,
una frazada, etc., se convierte en un "objeto de transición"
(Winnicott, 1953), investidos igualmente con libido narcisista y
objetal que, para los propósitos de la distribución de la libido,

162
establece un puente entre la persona del niño y la de la madre.
De acuerdo con Winnicott, estos fenómenos, aunque permitidos
y esperados por la madre, son inherentes a la propia naturaleza
del niño y como tal, constituyen una "parte del desarrollo emo-
cional normal". De acuerdo con Melitta Sperling (1963), son
"manifestaciones patológicas de trastornos específicos en las
relaciones objetales" y directamente influenciados y promovi-
dos por los sentimientos inconscientes y las actitudes conscientes
de la madre.
Es en las dificultades del niño pequeño a la hora de acos-
tarse que estos objetos de "transición" o "fetichistas" juegan
un papel especialmente importante en el establecimiento de las
precondiciones esenciales para conciliar el sueño, es decir, en el
retorno del interés del mundo objetal hacia sí mismo. Hay mu-
chos niños que son incapaces de quedarse dormidos, excepto que
tengan a su lado una de estas preciosas posesiones, al mismo
tiempo que se muestran profundamente afectados cuando aqué-
llas desaparecen o se extravían; en tales ocasiones, muchas
madres organizan una búsqueda frenética de tales objetos como
respuesta al sentimiento de privación evidente que el niño ma-
nifiesta. Melitta Sperling plantea el problema de por qué un
niño "se hace tan adicto a un objeto intrínsecamente sin valor
de manera de llegar a ser más importante que la propia ma-
dre", y concluye que esto no sucedería sin la colusión activa de
la madre. Nosotros arribamos a una respuesta diferente si (de
acuerdo con Winnicott) le adjudicamos suficiente valor a las
propiedades calmantes del objeto de transición en el cual las ven-
tajas del amor a sí mismo se combinan con las ventajas del
amor objetal; aun más, para su importancia como una posesión
permanente bajo su control, en contraste con la madre que no
SP. encuentra bajo su control y cuya independencia para irse o
quedarse, aparecer y desaparecer, amenaza constantemente al
niño con sentimientos de inseguridad y ansiedad de separación.
Contrario a este punto de vista que sostiene que la madre juega
un papel "en la génesis de la conducta fetichista y en la elección
del fetiche" (Sperlíng, 1963), se puede afirmar que todas las
sugerencias de su parte permanecerían sin efecto si no coinci-
dieran con las ascilaciones entre el autoerotismo, el narcisismo
y el amor objetal determinadas por el propio desarrollo del niño.
Hay muchos otros aspectos, más o menos obvios, en que el
objeto fetichista se encuentra relacionado con la sexualidad po-
limorfa pervertida del niño. Las cualidades esp ecíficas tales
como la textura, unen el objeto fetichista con el primitivo ero-
tismo de la piel del infante, que sirve como un objeto para ser
rítmicamente frotado, acariciado, tocado, etc. Su olor, especial-
mente cualquier tipo de olor relacion ad o con el cuerpo, establece
una importante conexión con las prácticas travestistas que el

163
f etich e sirve al determinar el tipo de vestidos o ropa interior
escogidos para disfrazarse. En la fase del sadismo anal, el ju-
guete de pelusa como objeto de transición sirve a la expresión
abierta de la ambivalencia aument ada del niñ o al ofrecer una
descarga sin riesgos para la sucesiva expresión de sentimientos
afectuosos y hostiles, dirigidos hacia el mismo objeto. Es sólo
durante la fase fálica (Wulff, 1946) que el fetiche se identific a
finalmente con el propio pene, el del padre o con el imaginario
de la madre.
H asta qué punto este seudofetichismo de la niñez es una
preetapa y precursor de las v er dader as perversiones posteriores,
es un problema que hasta el momento ningún autor ha podido
resolver de manera satisfactoria. Examinado desde el punto de
vi sta de casos importantes de análisis de adultos, no hay duda
del temprano origen del fetiche y de su naturaleza persistente,
sin r elación con el hecho d e que éste esté representado por u n
miembro del cuerpo, un modelo o tipo determinado de ropas ,
un zapato 'O un guante, o como en un caso especial de fetichismo
en un paciente adulto.s? por un ruido que, se pudo determinar,
fue producido en primera instancia por la madre. Examinado des-
de el punto de vista de l a experiencia clínica con niños, por
otra parte, resulta igualmente obvio que el número de fetiches
en la niñez es siempre mucho mayor que el de los fetichistas
verdaderos de los años posteriores, 10 cual significa que una
gran parte de los fenómenos del fetichismo infantil está aso-
ciada con fases específicas del desarrollo y desaparece cuando
se superan las necesidades especiales del ello o del yo a las que
sirve.
Como ya lo mencionáramos en los casos de travestismo,
los tipos más cercanos a la perversión adulta y por consiguiente
con más oportunidad de persistir son aquéllos en que las nece-
sidades instintivas tienen una importancia primordial y no
las del yo o los mecanismos defensivos, es decir, aquellos casos
que desde el comienzo se acompañan de signos inequívocos de
excitación sexual y sirven como una mayor fuente de descarga,
alrededor de la cual se organiza t oda la vida sexual del niño.
L as descripciones de tales casos son abundantes en la Iíteratura."
2{) Analizado por la autora.
21 Véase Melitta Sperling (1963). Otro ejemplo lo constituye el
caso de un niño de cuatro años informado por Anna Freud y Sophie
Dann (1951). Este niño era huérfano, criado sin una madre susti-
tuta, que para sus gratificaciones se vio obligado a recurrir al chu-
peteo compulsivo y a la masturbación, al autoerotismo y los objetos
fetichistas. "Todo su interés se concentraba en las toallas o franelas
para la cara que él chupeteaba mientras colgaban de sus ganchos ...
trataba los baberos como fetiches, es decir frotándolos rítmicamente
h acia arriba y hacia abajo en su nariz mientras chupeteaba, atesorando
seis baberos en sus brazos, o apretando uno o más entre sus piernas.
Cuando daba un paseo, algunas veces ansiaba estos éxtasis con gran

164
Pronóstico del resultado final:

En vista de la variedad de elementos que intervienen no


es posible predecir, con ningún grado de seguridad, el destino
último de un componente instintivo que se ha desviado de la
norma habitual en una de las formas descriptas. Está aún sin
resolver el problema de si el componente instintivo tomará fi-
nalmente el curso normal, sometiéndose a la primacía de los ge-
nitales, o si permanecerá independiente convirtiéndose, por ende,
en el núcleo de una perversión verdadera. No hay certeza en
cuanto a su destino último antes de la adolescencia. Aun en-
tonces el desenlace dependerá de un número de influencias como
las siguientes:

si los impulsos genitales que aparecen en la pubertad


son fuertes o débiles, es decir, capaces o incapaces de
dominar las tendencias pregenitales;
si las cantidades de la libido que han permanecido rete-
nidas en los puntos de fijación pregenitales ejercen una
atracción regresiva lo suficientemente intensa como para
interferir y debilitar la genitalidad;
si el progresivo deseo de ser "grande" y adulto sobrepasa
en la personalidad la atracción regresiva de las primeras
satisfacciones;
- si el mundo objetal ofrece oportunidades para la gratifi-
cación sexual adulta del individuo o si se frustran los
primeros intentos genitales, etcétera.

Son estos factores cuantitativos añadidos a los cualitativos


los que hacen difícil e incierto el pronóstico del desenlace.

excitación, corriendo hacia la casa al regresar mientras exclamaba


con alegría '¡Babero, babero!'." La excitación fálica y la masturbación
acompañante no estaban en duda. Por otra parte, era obvio que el
fetiche mismo no tenía significación fálica y el hecho de que era indi-
ferente a los: mismos baberos cuando habían sido recientemente la-
vados sugería la posibilidad de que su excitación erótica se derivaba
del olor relacionado con su alimentación inicial.

165
VI
LAS POSIBILIDADES TERAPEUTICAS

En una clínica psicoanalítica infantil,' todos los posibles


tipos de ,t r astor n os de la niñez se examinan con fines diagnós-
ticos, y el tratamiento comienza en el extremo de las alteracio-
nes más comunes del desarrollo, los fracasos escolares, los retar-
dos y detenciones del desarrollo mental, conduciendo a través
de los casos traumatizados y seducidos, 'Y de una neurosis infan-
til específica, al otro extremo con defectos graves y atípicos del
yo y de la libido, trastornos limítrofes, estados autistas y psi-
cóticos, adolescentes delincuentes o cuasi esquizofrénicos, et-
cétera.
En los casos de niños aceptados para análisis, la terapia y
la recolección de datos son dos propósitos que se alternan y
preceden uno al otro en distintos grados, momentos y situacio-
nes. Hay casos en los cuales el terapeuta, después de haberse
familiarizado con el paciente, no duda de que el análisis no hu-
biera sido necesario si se hubiese trabajado de manera preven-
tiva con los padres en el momento adecuado, o si se hubieran
creado oportunidades correctas, o si se hubieran evitado las in-
terferencias ambientales más lesivas. Existen casos donde el
terapeuta se siente tan razonablemente seguro del diagnóstico
como de la indicación del método analítico, aplicado de manera
conveniente. Pero existen también casos donde el analista se
enfrenta con enigmas que despiertan su incertidumbre acerca
de las posibilidades terapéuticas. En estos casos, debe conten-
tarse con la convicción de que el análisis de niños ofrece opor-

1 Como la Hampstead Child-Therapy Clinic.

167
·
tunidades sin rival para explorar sus psicopatologías especí-
ficas. Naturalmente, ninguna alteración puede clasificarse co-
rrectamente o adaptar su tratamiento de elección antes que los
factores genéticos, dinámicos y libido-económicos responsables
se hayan aclarado.
Cuando el análisis no brinda la mejoría esperada, la culpa
se atribuye generalmente no a la psicopatología del caso en sí,
sino a circunstancias externas desfavorables tales como la inex-
periencia o incapacidad del terapeuta, la falta de colaboración
de los padres, el no haber dado tiempo suficiente al proceso
analítico, las interrupciones debidas a las enfermedades somá-
ticas, los trastornos en el hogar, cambio de analista, etc. Cuando
el análisis tiene éxito, sea total o parcial, su competencia se da
por sentada y no nos sorprendemos que un procedimiento tan
definido y circunscripto como el análisis de niños pueda bene-
ficiar un número tan variado de trastornos, en tanto casos tan
diferentes entre sí en cuanto a su estructura y origen concierne.

LA TERAPIA PSICOANALITICA CLASICA PARA


ADULTOS: SU EXTENSION y DEFINICION

La terapia psicoanalítica se creó en un principio ajustada


a las necesidades de los adultos neuróticos y, similarmente, la
primera adaptación del método en niños fue hecha con la neu-
rosis infantil presente." Desde entonces, en el terreno adulto,
la amplitud de la terapia analítica se ha hecho mayor," y, con
alteraciones mínimas," ahora se aplica además de en las neuro-
sis, en otros tipos de trastornos tales como las psicosis, las per-
versiones, las adicciones, la delincuencia, etc. De manera si-
milar, el análisis de niños siguió los mismos pasos, extendiendo
su campo de aplicación en las mismas direcciones.
En el psicoanálisis de adultos poseemos una extensa biblio-
grafía en constante aumento, referida al método psicoanalítico,
los elementos que contiene y los procesos terapéuticos que mo-
viliza."

2 Con excepción de Melanie Klein y sus discípulos, que incluye-


ron los defectos serios del yo y las psicosis entre sus pacientes desde
el principio.
3 Véase el Simposio (1954) con este título.
4 O "parámetros", según K. R. Eissler (1953).
5 En vez de citar el gran número de autores, incluyo la lista de
una serie de simposios y discusiones de panel que han resumido este
tema:
1936. Congreso Psicoanalítico Internacional, Marienbad: "The
Theory of the Therapeutic Results of Psycho-Analysis" (Glover, Fe-

168
Podemos extraer de estas publicaciones varias definiciones
con respecto a los fines de la terapia analítica, tales como las
siguientes:
que "es una de las finalidades del análisis cambiar las interrela-
ciones entre el ello,el yo y el superyó" (Bibring [Simp osio,
1937]) ;
que "la terapia analítica induce al yo a suspender o alterar las
defensas ... a tolerar los derivados del ello que están ca da
vez menos distorsionados" (Feníchel [Simposio, 1937]);
que "el análisis influencia el superyó aumentando su tolerancia"
(Strachey [Simposio, 1937]);
que "el objetivo del análisis es una modificación intrapsíquica
del paciente" (Gill [Panel, 1954 b]);
que "la meta del analista es proveer de ínsíght al paciente de
manera que pueda resolver por sí mismo sus conflictos neu-
róticos; por consiguiente, efectuando cambios permanentes
en su yo, ello y superyó, y de este modo extendiendo el
poder y la soberanía de su yo" (Greenson [Simposio, 1958]) ;

Existe unanimidad entre estos diferentes autores (y muchos


otros no mencionados aquí), acerca de que el principal efecto
terapéutico del psicoanálisis es la modificación del equilibrio
de fuerzas entre el ello, el yo y el superyó, un aumento de la
tolerancia de los fines de cada uno y, como resultado, de la ar-
monía entre ellos. Esto, por supuesto, presupone que en los
trastornos en tratamiento, el conflicto intrapsíquico figura como
el principal agente patógeno y que, comparado con la suprema
importancia de este único factor, otros, como por ejemplo las
relaciones interpersonales insuficientes (R. W aelder [véase Zet-
zel, 1953]), ocupan un lugar secundario. Los procedimientos te-

nichel, Strachey, Bergler, Nunberg, E. Bibring). Para las contribuciones


individuales véase el simposio (1937).
1952. Asociación Psicoanalítica Americana, Midwinter Meeting,
Nueva York: "The Traditional Psychoanalytic Technique and its Va-
riations (Orr, Greenacre, Alexander, Weigert). Para el informe de la
discusión del panel, véase Zetzel (1953). Para los trabajos individuales
véase panel (19541a).
1953. Asociación Psicoanalítica Americana, Meeting Anual, Los
Angeles: "Psychoanalysis and Dynamic Psychotherapy" (E. Bibring,
Gill, Alexander, Fromm-Reichmann, Rangell). Para los trabajos indi-
viduales véase panel (1954: b) .
1954. Simposio en Arden House, Nueva York: "The Widening
Scope of Indications for Psychoanalysis" (Stone, Jacobson, A. Freud) .
Para las contribuciones individuales véase simposio . (1954:).
1957. Simposio, Congreso Psicoanalítico Internacional, París: "Va-
riations in Classícal Psycho-Analytic Techniques" (Greenson, Loewen-
steín, Bouvet, Eissler, Reich, Nacht). Para las contribuciones indivi-
duales véase simposio (1958).

169
rapéuticos se valoran por consiguiente, de acuerdo con el grado
en que cumplen este propósito.

LA TERAPIA PSICOANALITICA PARA NIÑOS:


SU FUNDAMENTO

Aunque ninguno de los pronunciamientos que hemos citado


más arriba se hicieron con el análisis de niños in mente, resultan
de todos modos importantes para el analista de niños puesto
que lo incitan a reexaminar las precondiciones de su trabajo
clínico y a determinar el terreno de su legitimidad. Lo que debe
definir con mayor claridad son las relaciones entre los conflictos
intrapsíquicos, la psicopatología infantil y la terapia analítica
de niños. Después de todo, está justificado considerar el aná-
lisis de niños a la par 6 con el de adultos sólo si ambos métodos,
al margen de la técnica, tienen en común el campo de aplica-
ción y las finalidades terapéuticas.

Los conflict os intrapsíquicos en el análisis de niños

Los conflictos «normales" de la infancia y el análisis


Como se ha discutido en los capítulos anteriores, los con-
flictos intrapsíquicos como tales son productos secundarios nor-
males del desarrollo estructural, comunes a todos los individuos
que evolucionan en su crecimiento más allá del nivel primitivo
de la no diferenciación. Se presentan tan pronto como el yo y
el superyó se separan lo suficiente, primero del ello, y luego
uno del otro; cada estructura persiguiendo sus propias fina-
lidades.
En condiciones normales, estas desarmonías internas deter-
minadas por el desarrollo son manejadas por el yo del niño,
asistido por el apoyo, la ayuda y guía ofrecida por los padres.
Cuando esto es insuficiente y el sufrimiento del niño es conside-
rable, puede recurrirse a la ayuda de l análisis ya que la clari-
ficación, verbalización e interpretación empleadas de manera
coherente reducen las ansiedades a medida que se presentan,
eliminan las defensas incapacitantes antes de que se tornen pa-
tógenas y abren o mantienen abiertas las salidas para la activi-
dad de los impulsos que producen alivio. Todo esto ayuda al
niño a mantener un mejor equilibrio mientras atraviesa las
distintas etapas del desarrollo yes en esta circunstancia que
se basa la opinión expresada con frecuencia de que todos los

6 Véase el capítulo II.

170
runos podrían beneficiarse con el análisis, y no sólo aquéllos
manifiestamente trastornados. De todas maneras, el analista de
niños no puede escapar al presentimiento de que en este caso
el método terapéutico se asigna una tarea que por derecho
debe ser llevada a cabo, por una parte,. por el yo del niño y,
por la otra, por sus padres.

Los trastornos del desarrollo y el análisis


La situación es diferente en aquellos casos en que una pro-
gresión irregular en el desarrollo de los impulsos y del yo altera
el equilibrio interno en una dirección u otra." Como describimos
más arriba, los niños con un desarrollo acelerado del yo y del
superyó experimentan un gran sufrimiento cuando son confron-
t ados con sus impulsos orales y anales agresivos y crueles. Aun-
que esto podría considerarse como adecuado a la fase desde el
punto de vista de la maduración de los impulsos es distinto
desde el divergente aspecto del yo, y se inician las defensas
contra ellos. Un sufrimiento similar, pero por razones opuestas,
puede presentarse cuando la progresión del yo se retarda com-
parada con la de los impulsos; el yo es, en este caso, incapaz
de controlar los impulsos pregenitales que lo invaden.
Aquí también la decisión de aplicar el tratamiento psico-
analítico no está claramente definida. Después de todo, es posible
que el progreso de desarrollo del ello y del yo pueda equilibrar-
las nuevamente, aun cuando no se recurra al tratamiento. Por
otra parte, el desequilibrio puede ser excesivo, y en ese caso sus
efectos pueden persistir y lesionar, de manera permanente, el
carácter y la personalidad. El análisis de niños es capaz deevi-
tar10 y al mitigar los conflictos actuar no sólo como una me-
dida terapéutica, sino también preventiva en el sentido más real.
El diagnosticador se encuentra así enfren tado a la difícil
tarea de prejuzgar el desenlace de un proceso del desarrollo
que aún no se ha completado.

La neurosis infantil y el an álisis com o el tratamiento


de elección
Ninguna de estas difíciles decisiones se plantea en relación
con la neurosis infantil (cat egor ía diagnóstica 3) y en este
campo terapéutico 'el analista de niños puede sentirse t r an qu il o.
Con los conflictos del complejo de Edipo como causa precipi-
t ante y la sintomatología n eurótica explicada por medio de la
fórmula clásica de peligro I~ ansiedad , ~ regresión permanente
de los puntos de fijación ~ rechazo de los impulsos pregenitales
reactivados ~ defensa ~ formación de compromisos, la neuro-
sis infantil no sólo está más próxima al trastorno correspon-

7 Véase el capítulo IV.

171
diente del adulto en la identidad metapsicológica, sino que
también ofrece al analista el rol similar al que tiene en los
casos adultos. Puede asumir el papel de compañero del yo del
paciente y bajo condiciones favorables es aceptado como tal
por el niño.
El problema referente a la edad desde la cual el yo del niño
es lo suficientemente maduro como para desear el tratamiento,
puede resolverse en la neurosis infantil en relación con el
hecho de la formación de síntomas: un yo que se opone sufi-
cientemente a los impulsos como para reforzar los compromisos
neuróticos a su respecto, confirma la intención de mantener su
posición y esto indica, al menos en teoría, su voluntad de acep-
tar ayuda externa.
A pesar del hecho, ya antes discutido, de que el sufri-
miento provocado por los síntomas no tiene el mismo valor
diagnóstico en los niños que en los adultos, en muchos nmos
neuróticos el sufrimiento motiva la terapia, por ejemplo, las
molestias y dolores físicos causados por los trastornos psicoló-
gicos gástricos y digestivos, las dermatopatías, el asma, las cefa-
lalgias, las alteraciones del sueño, etc.; en las fobias a la escuela,
a la calle o a los animales, por la pérdida de la libertad de
acción, la incapacidad de hacer lo que otros niños y la exclusión
de sus placeres; en los rituales y obsesiones, por la idea de en-
contrarse a la merced de una fuerza desconocida y compulsiva
que ordena la realización de acciones sin sentido; etcétera.
Algunas veces, estos sentimientos son verbalizados abierta-
mente por los niños como, por ejemplo, en el caso de un pa-
cíente de cuatro años y medio 8 que dijo a su analista después
de un ataque de su conducta ritualista compulsiva: "Ahora tú .
puedes ver por lo menos lo que me obligan a hacer mis preocu-
paciones", expresando de esta manera el extremo desamparo
experimentado por su propio yo en esa situación; o por una
paciente de seis años, en las agonías de una severa fobia a la
escuela que le dijo a su madre: "Sabes, no es que no quiera ir a
la escuela, es que no puedo"; o por una niña en el período de
latencia, la mayor en una familia numerosa, con dificultades del
carácter ocasionadas por su envidia del pene, los celos, la culpa-
bilidad por la masturbación, que cantaba para sí: "Todos los
otros niños son buenos y solamente yo soy mala. ¿Por qué soy
tan mala?" Ella, como los otros, expresaba de esta manera el
abismo que existía entre el ideal de sí misma, las exigencias de
su superyó y su yo impotente, junto con la perplejidad ocasio-
nada por el hecho de no poder, por sí misma, hacer nada para
remediar la situación (véase también Bornstein, 1951) .
.
8Tratado analíticamente en la Hampstead Child-Therapy Clinic
por Audrey Gavshon.

172
Naturalmente, el analista de nmos no esperará que estos
insights provean para el niño nada más que un enfoque inicial
del tratamiento. Aun al margen de la interferencia normal oca-
sionada por la resistencia y la transferencia, no se puede contar
con que este interés inicial persista por tiempo indefinido en el
caso de los niños, o que provea un terreno firme en el cual
basar la técnica;
La división del yo en una parte que observa y otra que es
observada, ayuda a los pacientes adultos durante largos perío-
dos de sus análisis en los procesos de elaboración, y está por
completo descartada sólo en las peores tormentas de la neurosis
de transferencia. Esta actitud en que una parte del yo se iden-
tifica con el analista, comparte la clarificación de los problemas
y toma parte en el esfuerzo terapéutico, fue descripta de manera
convincente por Richard Sterba (1934) .
Esta introspección, que es una capacidad normal del yo del
adulto, no existe en los niños, quienes no escudriñan sus pen-
samientos o hechos internos al menos cuando no son obsesivos.
En este último caso, esta división particulares simplemente una
entre muchas otras tendencias similares, tales como la aumen-
tada ambivalencia, la inclinación a aislar, la avidez por explotar
el autocriticismo y la culpabilidad con propósitos masoquistas,
etc.; es decir, en estos casos, la introspección sirve más bien a
fines de naturaleza patológica que constructiva. Al margen de
estos casos, los niños no se inclinan a tomarse a sí mismos como
objetos de su propia observación o a valorar honestamente los
hechos que ocurren en sus mentes. Su curiosidad natural se
dirige hacia el mundo exterior, alejándose del mundo interno y
por lo general toman la dirección opuesta hasta la pubertad,
cuando en algunos tipos juveniles específicos 9 el autoexamen
y la introspección excesiva! pueden aparecer como un ingre-
diente doloroso del proceso adolescente.
En los períodos preedípíco, edípico y de latencia esta au-
sencia habitual de percepción del mundo interior también sirve
a la repugnancia del niño para experimentar de manera con-
sistente todo conflicto como intrapsíquíco, Es aquí donde el
mecanismo de externalízacíón.t" no solamente hacia la persona
del analista, se pone en juego. Es bien sabido que muchos niños,
después de transgredir de una manera u otra sus propias normas
in tern as, huyen de los sentimientos de culpa resultantes, ha-
ciendo que los padres asuman el rol de la autoridad que critica
o castiga, es decir, una externalización del conflicto con el
superyó que es responsable de los incurables actos de desobe-
diencia que de otra manera resultarían inexplicables. Esto se

9 Por supuesto, no en el tipo delincuente.


10 Véase el capítulo n.

1'73
refiere específicamente a los rimos en ·el período de latencia
con un conflicto por masturbación activa, quienes después de
cada irrupción y satisfacción de sus necesidades sexuales tratan
siempre de irritar al mundo adulto en su contra por medio de
su conducta provocativa. En el terreno de la asocialidad, también
es un hecho familiar que una conciencia culpable no sólo sigue
al acto delictivo, sino que con frecuencia lo precede y motiva
la delincuencia. En todos estos casos, sentirse criticado, acu-
sado o castigado por un agente externo alivia el conflicto interno
con el superyó.
Los conflictos con los impulsos son tratados de manera si-
milar. Las tendencias peligrosas de origen preedípico o edípico,
tales como los impulsos orales y anales, los deseos inconscientes
de muerte de los hermanos, la hostilidad contra el progenitor
rival, se desplazan y externalizan o proyectan hacia figuras del
mundo exteríorr.por consiguiente éstos se consideran seductores
y perseguidores con quienes el niño puede comenzar una batalla
exterior. Los mecanismos utilizados aquí son bien conocidos
desde las fobias infantiles (escuela, calle, animales) en las cua-
les, por medio del desplazamiento y la externalización, la tota-
lidad del campo de batalla interno se transforma en externo.
Lamentablemente para el analista de niños, esta tendencia
a externalizar los conflictos internos tiene una relación definida
con las esperanzas del niño respecto del tratamiento. Mientras
que el adulto neurótico espera mejorar con los cambios que
tengan lugar dentro de sí y que por lo tanto desea que ocurran,
el niño pone sus esperanzas en el poder superior del terapeuta
para modificar el ambiente, por cuanto éste ha sido utilizado
para personificar sus propias acciones conflictivas internas. u
El niño espera en este sentido que cambiar de escuela y ale-
jarse del maestro temido aliviará 10 que, en realidad, son sus
propios sentimientos de culpa; o que la separación de un "mal"
compañero pondrá fin a sus tentaciones, ignorando que éstas se
originan de sus propios impulsos y fantasías sexuales agresivos;
o que la separación de compañeros del colegio abusadores re-
mediará lo que en realidad son sus tendencias pasivo-masoquis-
tas. El analista que, con toda razón, se niega a aceptar este rol
que el paciente trata de imponerle, cambia con facilidad en la
estimación del niño de un compañero apreciado a un adversario.
Con bastante frecuencia, los padres se inclinan por la pre-
ferencia del niño a modificar el ambiente y no las condiciones
intrapsíquicas, La ausencia de la capacidad introspectiva del
niño y el consiguiente insight disminuido sobre la naturaleza de
sus dificultades neuróticas, no son idénticas con esas resisten-
cias contra el análisis que pueden comprenderse e interpretarse
.
u Véase el capítulo II, Resistencias.

174
dentro del marco de sus dependencias emocionales y en los
fenómenos transferenciales. La falta de introspección es una
actitud general del yo, característica de la niñez, a la cual el
niño se adhiere como un efectivo agente preventivo de sufri-
miento psíquico. Es sólo a través de la identificación con un
adulto en el cual confía, y de su alianza con él, que abandona
esta actitud y la reemplaza con desgano por un punto de vista
más honesto del mundo interno.
Sería válido objetar que la negación de la naturaleza intra-
písquica de los conflictos no es exclusiva del niño sino que
muchos adultos la utilizan también como defensa. Esto es cierto,
pero afortunadamente para el analista de adultos los individuos
que utilizan esta defensa particular no son por lo general quie-
nes eligen someterse al tratamiento analítico. Si en este sentido
operan en un nivel infantil, también prefieren "curarse" por
medios externos, es decir, mediante el acting out en el medio
ambiente. Es, por lo tanto, una dificultad especial reservada
para el analista de niños el hecho de que sus pacientes deban
someterse a un procedimiento que no han escogido por propia
decisión ni libremente y enfrentar imposiciones que de él se
derivan.

Una sub especie de la neurosis infantil en anáLisis 12


Cuando el niño no resuelve su conflicto con los impulsos
por medio de una neurosis infantil específica, pero elimina los
desacuerdos por medio de la disminución de todos los estándares
del yo (como sucede en los casos de infantilismo, trastornos
atípicos, algunas reacciones asociales) se conforma con su dete-
rioro, del mismo modo que los adultos con su perversión, delin-
cuencia o criminalidad."
De igual manera que el adulto, el niño siente que la inter-
vención analí .ca es indeseable y que perturba su estado de
tranquilidad interna. Esto sitúa al analista en la paradójica
posición de que, para tratar al niño, tiene que favorecer (y dar
la bienvenida) los mismos conflictos entre el y o y el ello que
trata de resolver, cuando está en presencia de neurosis infantiles.
En la historia del análisis de n iños este síndrome particu-
lar fue tomado en dos oca siones lo suficien tem en t e en serio
como para justificar la introducción de par ám etr os técnicos es-
pecíficos. August Aichhorn (1925, 1923-1948) expresó la opinión
de que no lograba progresar en el tratamiento de los delincuen-
tes juveniles mientras se mantenían rebeldes contra el medio y
contra él, al mismo tiempo que concordaban con sus propias

12 Véase la categoría diagnóstica 4.


13 Véase capítulo IV, Regresiones permanentes.

175
inclinaciones asociales. Favoreciendo la identificación y el víncu-
lo (narcisista) primero con él como persona y después con sus
sistemas de valores, logró cambiar los estándares de su yo y
crear, por consiguiente, un estado de desarmonía en su estruc-
tura. En sus propias palabras, cuando esto sucedía, "el delin-
cuente se ha vuelto (o vuelve a ser) un neurótico", que podría
responder ahora a la terapia psicoanalítica más o menos según
la norma habitual. En el sentido empleado más arriba, consi-
deraba la presencia del conflicto intrapsíquicocomo sine qua
non para la aplicación del análisis clásico.
La llamada "fase de introducción" sugerida por mí en 1926,
tenía un motivo similar (además de facilitar por vez primera
la entrada en el mundo privado del niño). Aunque ínterpretada
erróneamente por muchos colegas como una ínterveriéíon "edu-
cacional", es decir, una manera de lograr mejorías transferen-
ciales injustificadas, su verdadera finalidad consistía en alertar
al niño con respecto a sus propias desarmonías internas al
inducir un estado del yo favorable para su percepción. El razo-
namiento subyacente era mi pretensión de que el conflicto intra-
psíquico debe ser reintroducido en la estructura y experimentado
por el niño antes de que su interpretación analítica' pueda
aceptarse y resulte eficaz. Hoy en día, la interpretación consis-
tente de las defensas sirve al mismo propósito de confrontación
del ello-yo.

Resumen
Es evidente por lo antedicho, que en relación con todos los
conflictos de la niñez, sean transitorios y vinculados con el des-
arrollo, o permanentes y neuróticos propiamente dichos, el
trastorno y la terapia analítica están íntimamente relacionados.
Al margen de las bien conocidas mejorías transferenciales ini-
ciales que no deben engañar al analista ni a los padres, es po-
sible generalmente relacionar en detalle las mejorías a medida
que se presentan, con las interpretaciones consecutivas del ma-
terial, la resistencia (defensa) y la repetición transferencial, es
decir, con el trabajo analítico en el sentido más estricto.
En las dificultades y desarmonía del desarrollo, el sufri-
miento se disminuye y las detenciones se neutralizan cuando las
ansiedades pueden claríficarse e interpretarse; las regresiones
se anulan, es decir, que son transitorias y se reinicia la pro-
gresión con la clarificación analítica de las situaciones peligro-
sas que las determinaron. En la neurosis infantil, los ataques
de ansiedad, los rituales a la hora de acostarse, las ceremonias
diurnas se reducen o eliminan con la interpretación de los con-
tenidos inconscientes; las compulsiones a tocar desaparecen cuan-
do se revela su conexión con la masturbación o las fantasías

176
agresivas subyacentes; las fobias ceden al desenmascararse con
las interpretaciones de los desplazamientos edípicos que las han
creado; las fijaciones a hechos traumáticos r ep r imidos se libe-
ran cuando la memoria trae el trauma a la con cie ncia o cu ando
se reviven e interpretan en la transferencia.
En la sintomatología de las neurosis infantiles, un doble
daño han padecido los derivados de los impulsos como también
el yo. La contraparte terapéutica es la doble acc ión del aná-
lisis. Puesto que la interpretación de la defensa altern a con
la interpretación del contenido, a su turno alivia al yo y al
impulso duramente oprimido hasta que lo inconsciente en am-
bos se hace más superficial, se verbaliza, clarifica, int er pr eta y
llega a formar parte de la personalidad int egrada del niño.

El tratamiento de los trastornos no neuróticos

A medida que nos alejamos de las alteraciones neuróticas


basadas en conflictos (Categorías 1 a 4) y nos acercamos a las
detenciones, defectos y deficiencias del desarrollo (Categorías
5-6), el proceso terapéutico cambia su naturaleza, aunque el
análisis de niños aún es aplicable y pro du ce mejorías.

Los elementos terapéuticos del psicoanálisis 14


Todos los autores que han estudiado este tema coinciden
en que hay más elementos contenidos en el método analítico
que la interpretación de la transferencia y la resistencia, la
ampliación del área de lo consciente a expensas de las par tes
inconscientes del ello, del yo y del superyó y el consecu ent e
aumento en el dominio del yo . Mientras que éstos son su s ele-
mentos esenciales, existen también otros cuya presen cia es
in evitable aun en los casos no intencionales. La verbalización y
clarificación de lo preconsciente juega un rol definido, espe-
cialmen t e en los niños, para preparar el camino para la ínt er-
pretación adecuada y disminuir el impacto concomitant e de la
ansiedad. Existen elementos sugestivos que son consecu en cia
inevitable de la posición transitoria de poder e Importancia
emocional del analista en la vida emocional del p acien t e : con
los niños están representados por los llamados efectos secun-
darios "educacionales" del tratamieno analítico. E x ist e la ren -
dencia del paciente a emplear mal la relación t ransferencíal
p!"'':'a la "experiencia emocional correctiv a", t endencia qu e re-
.ult a más fuerte cuanto mayor sea el r ol del analista como u n
objeto "n uevo" . Finalmente, existe segu ridad que en el caso

14 Véase E. Bibring (1954).

177
del niño es inseparable de la presencia e intensidad de la re-
lación con un adulto en quien confía plenamente.
Los analistas están adiestrados para evitar estos elementos
no analíticos del método y mantener su acción al mínimo, pero
en última instancia, la elección del proceso terapéutico no pa-
rece depender de ellos sino de sus pacientes.
Ferenczi (1909, pág. 55) cita a S. Freud como diciendo con
respecto a las neurosis: "Podemos tratar a un neurótico de cual-
quier manera que se nos ocurra, él siempre se trata a sí mismo
. . . con transferencias", es decir, repitiendo sus constelaciones
neuróticas reorganizadas alrededor de la persona del analista.
Otra impresión, frecuentemente expresada por Freud, es la si-
guiente: "De cualquier modo y por cualquier medio técnico qu~
tratemos de mantener a nuestros pacientes en análisis, ellos p. .r
su parte se aferran al tratamiento de distintas maneras, cada uno
de ellos sobre la base de su propia patología: el histérico por
medio de su transferencia pasional de amor y odio; el obsesivo
invistiendo al analista con poderes mágicos en los cuales en-
tonces él participa en la transferencia; el masoquista por medio
del imaginario sufrimiento que extrae del tratamiento; el sadista
con el propósito de tener un objeto dentro del alcance de la
transferencia al cual torturar; el adicto, porque convierte a
la persona del analista en algo tan indispensable para él como
la droga o el alcohol del que depende".
Con respecto a la patología del yo, K. R. Eissler (1950) de
manera similar establece que cada paciente reacciona a la téc-
nica analítica de un modo personal, y que por el parámetro
que el analista se ve obligado a utilizar es posible establecer
las desviaciones de la norma del yo del paciente. Coincidiendo
con este criterio, se puede decir que la naturaleza de los tras-
tornos de un niño se revela a sí misma por medio de los elementos
terapéuticos específicos que selecciona para empleo terapéutico
cuando se le ofrece la gama completa de posibilidades conte-
nidas en el análisis.

La selección de elementos terapéuticos de acuerdo


con la categoría diagnóstica
Si se aplican en detalle estos puntos de vista al campo de
la psicopatología infantil :
Como ya lo habíamos señalado, los preestadios de la neuro-
sis infantil y de las neurosis infantiles específicas responden
adecuadamente a las interpretaciones de resistencia y transfe-
rencia, defensa y contenido, es decir, a verdaderas medidas ana-
líticas, que para los niños se convierten en procesos terapéuticos
por cuanto inician alteraciones y producen mejorías. Ni la su-
gestión, ni el apoyo ni Ia-experiencia correctiva o el tratamiento

178
juegan un papel digno de mencionarse, siempre que el tera-
peuta no se aparte de su rol analítico. Cuando el niño neu-
rótico las rechaza, expresa la resistencia en momentos en que
huir del análisis es más importante para él que la adquisición
de insight. Ninguno de esos elementos aislados o combinados
tienen un efecto terapéutico sobre la neurosis infantil que se
aproxime a lo que el analista requiere de una curación. Aun
cuando se logran mejorías sintomáticas por tales medios, como
en la orientación y en la psicoterapia infantiles, el equilibrio de
fuerzas entre las distintas operaciones internas no se modifica
por medio de estos procedimientos.
Por el contrario, los casos no neuróticos se benefician a
veces sea con unos, sea con otros o con la combinación de los
elementos terapéuticos complementarios, mientras que el pro-
cedimiento analítico esencial puede no brindar resultado alguno
o producirlos desfavorables, o desvanecerse en el trasfondo.
Con los casos limítrofes, por ejemplo, el clásico avance y
retroceso entre transferencia, defensa y el análisis del conte-
nido tiene consecuencias distintas de las que se producen en
los niños neuróticos. La actividad de la fantasía del niño limí-
trofe es prolífica, mínima la distorsión de los derivados del
ello y por consiguiente la interpretación del analista es fácil
y directa. Pero no se logra la mejoría habitual ni el mayor con-
trol del yo sobre el mundo de la fantasía. En su lugar, las mis-
mas palabras utilizadas en la interpretación analítica son u t i-
lizadas por el paciente y entretejidas en un continuo y aumen -
tado flujo de fantasías provocadoras de ansiedad. Enfrent ado
sólo con interpretaciones bien dentro, bien fuera del material
de la transferencia, el niño limítrofe utiliza la oportunidad para
convertir la relación con el analista en una especie de folie
él deux que le resulta placentera y está de acuerdo con sus
necesidades patológicas, pero que no rinde frut os de sde el
punto de vista terapéutico. Por otra parte, el trat amient o le
sirve para verbalizar y clarificar los peligros int er nos y exter-
nos, y los afectos atemorizantes que percibe preconscient em ent e
pero que el yo, débil e impotente, abandonado a sí mismo, no
puede integrar y traer bajo el dominio de los pr ocesos secunda-
r ios. Desde el punto de vista diagnóstico, por consiguiente, la
cualidad limítrofe de un caso puede evaluarse mediante su
reacción terapéutica negativa a la interpr et ación del incons-
ciente específico.
~""'-

Los niños con graves defectos de la libido se relacionan con


el analista en el nivel más bajo de las r elaciones objet ales en
que se ha detenido su desarrollo; por ejemplo, transfier en las
actitudes simbióticas o de satisfacción de necesidades, la ausen-
cia del nivel de constancia ob jet al, etc . En estos casos, la inter-
pretación específica no produc irá el efect o deseado de reiniciar

179
el desarrollo, excepto en aquellos casos donde la detención
tuvo un origen traumático o neurótico. Cuando el defecto de
la libido se debe a privaciones tempranas y severas en las re-
laciones objetales, la interpretación de la repetición transferida
no produce resultados terapéuticos, y en su lugar el niño puede
reaccionar a la intimidad de la relación analista-paciente, que
es favorable para el crecimiento del vínculo libidinal, debido a
la frecuencia y prolongada duración del contacto, la ausencia
de interrupciones, la exclusión de rivales molestos, etc. Apoyado
en esta nueva y diferente experiencia emocional, el niño puede
progresar hacia niveles más adecuados del desarrollo libidinal,
un cambio terapéutico iniciado dentro del marco del análisis
de niños pero basado en una "experiencia emocional correc-
tiva" .15
Los niños con retardo uiteleciuol. generalmente sufren terri-
blemente de sus miedos arcaicos. Debido a la inmadurez de
las funciones del yo carecen de suficiente orientación y dominio
del mundo interno y externo, y la misma intensidad de la an-
siedad que sufren, impide a su vez el progreso del crecimiento
del yo. En el análisis de niños este círculo vicioso está inte-
rrumpido, con el resultado de que el niño avanza gradualmente
por la escala del desarrollo, desde los temores arcaicos de total
aniquilación, hacia la angustia de separación, la angustia de
castración, el temor de la pérdida de amor, culpabilidad, etc.
Pero el elemento terapéutico responsable de la mejoría en estos
casos es el rol de apoyo del analista y no de su ayuda analítica.
Aun en los casos con defectos orgánicos (traumatismos del
parto, daño cerebral mínimo) pueden lograrse mejorías en las
lesiones graves de la formación de la personalidad. Cuando un
yo comparativamente normal ejerce una excesiva presión sobre
una constelación de impulsos ~ empobrecidos, el niño se bene-
ficia con la estimulación de las fantasías y la apertura de des-
cargas para los derivados del ello que son productos secun-
darios de la situación analítica. Cuando una actividad instintiva
promedio está controlada de manera insuficiente por un yo
subdesarrollado, el rol y la acción del analista como "yo au-
xiliar", otro producto lateral del análisis, vienen en ayuda del
paciente.
Los adoLescentes trastornados en tratamiento analítico res-
ponden en rápida sucesión a los distintos elementos del proceso

15 En contraste con el efecto de la interpretación analítica que


no está limitada para el niño, por la edad u oportunidad de la inter-
vención, la experiencia emocional correctiva está limitada por las eta-
pas de la maduración, y debe ocurrir aproximadamente dentro de la
misma fase del desarrollo ,en la cual ha tenido lugar el daño de los
procesos libidinales. Una vez que se han superado estas limitaciones
en el tiempo, ya es demasiado tarde para lograr la corrección.

180
terapéutico de acuerdo con las necesidades de su psicopatología
combinada. En un estudio de estos casos se ha descripto esta
observación desde el punto de vista de las frecuentes variaciones
intencionales que hace el analista con la técnica (K. R. Eissler,
1958). Aquí lo consideramos como un , proceso espontáneo por
parte del paciente, es decir, la variación de la selección que
va haciendo el paciente de los distintos elementos terapéuticos
disponibles, mientras que por parte del analista, el procedimiento
permanece invariable.

CONCLUSIONES

Dentro del terreno de las regresiones permanentes y de la


sintomatología neurótica fijada, nada producirá cambios en el
niño con excepción del análisis que trabaja para alterar el equi-
librio de las fuerzas dentro de la estructura. Fuera del campo
de las neurosis, la personalidad infantil permanece más fluida
y abierta a una variedad de influencias que se ejercen en la
vida familiar, en la educación o en el tratamiento.
En el desarrollo del niño las potencialidades inherentes se
aceleran o demoran de acuerdo con el grado de interés o desin-
terés que tengan las madres en ellas. El progreso disarmónico
se equilibra si los padres Iíbídinízan las líneas del desarrollo
en las cuales el niño se ha detenido, en vez de cometer el error
común de estimular aun más la inteligencia del niño con alto
coeficiente o el habla de los que se demuestran muy verbales,
o dándole al niño físicamente activo más oportunidades para
la acción.
Las tendencias destructivas que han aumentado de manera
excesiva por la defusión y agresión de la libido se disminuyen
y atan de nuevo, si se promueven los vínculos libidinales. Los
mismos procesos libidinales y agresivos responden al ofreci-
miento de un objeto para la catexis. Las actitudes del yo se
modifican cuando existe la oportunidad para identificaciones o
la presión del superyó disminuye con la oportunidad de exter-
nalizaciones adecuadas. En suma, las posibilidades de una in-
tervención beneficiosa en el campo del desarrollo son práctica-
mente tan ilimitadas como las de interferencia lesiva en el des-
arrollo o como las infinitas variaciones de normalidad y anor-
malidad.
Algunos analistas, después de un estudio intensivo de cam-
pos y períodos específicos del de sarrollo infantil, recomiendan
que para ciertos tipos de patología puede resultar ventajoso si
el trastorno y la terapia se relacionan más estrechamente; que
en los niños con retardos libidinales sus necesidades autistas
o simbióticas deben ser atendidas antes que nada; que debe

181
darse la oportunidad de una experiencia emocional correctiva
a los niños que han experimentado una privación materna tem-
prana (Augusta Alpert, 1959; Margaret Mahler, 1955). Siguiendo
el mismo razonamiento, se debería ofrecer a los niños con
defectos del yo exclusivamente, la protección tranquilizadora del
yo auxiliar que buscan, y a los niños limítrofes los métodos
de la verbalización y clarificación.
A primera vista esta especialización de la terapia resulta
racional y económica puesto que reduce el gasto de esfuerzo
potencial que demanda un procedimiento complejo como el aná-
lisis de niños al margen del campo legítimo de las neurosis,
es decir, para pacientes que en realidad utilizan una mínima
parte de los distintos elementos terapéuticos y se concentran
en los menos esenciales. No obstante, la observación más precisa
hace que surjan en la mente una cantidad de objeciones contra
la aplicación de estos métodos a la mayoría de los casos.
Una de las objeciones se basa en la experiencia real de que
pacientes infantiles se presentan con un cuadro clínico puro
que justificaría, él solo, un tratamiento dirigido a un factor
específico. En la mayoría de los casos, los trastornos consisten
más bien en mezclas y combinaciones de elementos que contri-
buyen en distintos grados al resultado patológico final: defectos
en la libido asociados o subsiguientes, a defectos en el yo ; in-
fluencias traumáticas agudas se combinan con la influencia de
situaciones crónicas perjudiciales; rasgos delictivos y neuró-
ticos entremezclados, igual que los rasgos de naturaleza limí-
trofe y atípica con los conflictos neuróticos; excepto en los casos
más graves existen siempre zonas normales y anormales en la
personalidad del niño. Es esta psicopatología mixta que requiere
el método comprensivo del análisis específico de niños, puesto
que sólo en él se encuentra disponible la gama completa de
posibilidades terapéuticas para el paciente y cada uno de sus
aspectos recibe la oportunidad, por un lado, de manifestarse
y, por el otro, de curarse.
Para la mente inquisitiva del analista, una segunda y vital
objeción es la imposibilidad de obtener datos de evaluación
cuando no se utiliza el método analítico. Necesitamos tener
absoluta certeza en la clasificación de un caso determinado an-
tes de que los elementos terapéuticos seleccionados pasen desde
el paciente a nuestras manos, es decir, antes de limitar las
oportunidades de la terapia a un factor único. Sin embargo,
en el estado actual de nuestra capacidad de evaluación consi-
dero que esta exactitud de juicio diagnóstico es un verdadero
ideal que alcanzaremos no con nuestros conocimientos actuales,
sino en un futuro distante.

182
BIBLIOGRAFIA

Aichhorn, A. (1923-1948): Delinquency and Child Guidance: Selected


Papers. Nueva York, International Universities Press, 1965.
- - (1925): Wayward Youth. Nueva York, Viking Press, 1935. [Hay
versión castellana: Juventud descarriada. Madrid, Martínez de
Murguía, 1956.]
Alpert, A. (1959): "Reversibility of Pathological Fixations Associated
with Maternal Deprivation in Infancy". The Psychoan alytic Stu-
dy of the Child, XIV, págs. 169-185.*
Angel, A. Véase K at an, A.
Bibring, Edward (1936): "Th e Development and Problems of th e
Theory of the Instincts". Int. J. Psycho-AnaL, XXII, págs. 102-1 31,
1941.
- - (19 37) : "On the Theory of the Therapeutic Results of Psycho-
Analysis". Int. J. Psycho-Anal., XVIII, págs. 170- 189.
- - (1954): "Psychoanalysis and the Dynamic Psychotherapies". J .
Amer. Psychoanal. Assn. , II, págs. 745-770.
B ibring, Grete L. (1940): "über eine orale K omponente der mannlíchen
Inversion". Int. Z . Psychoanal., xxv, págs. 124-130.
Bóhm, F . (19 20) : "Beitráge zur Psychologie der Homosexualitát", Int.
Z. Psychoanal., VI, págs. 297-319.
- - (1930) : "The Femininity Complex in Men". Int. J. Psycho-Anal.,
XI, págs. 444- 469.
- - (1933): "über zwei Typen von mánnlichen Homosexuellen".
In t . Z . Psychoanal., XIX, págs. 499-506.
Bonnard, A . (1950 ) : "E nvir on m en tal Backgrounds Conducive to the
Production of Abnormal Behaviour and Character Structure,
Including Delinquency", en Congres Int ern ation al de Psychiatrie.
París, Hermann.
Bo rnstein, B. (949): "The Analysis of a Phobic Child". The Psucha-
analytic Study of the Child, III y IV, págs. 181-226.
- - (1951): "On Latency". The Psychoanalytic Study of the Child,
VI, págs. 279- 285.
B ow lby, J . (1944) : Forty -four Juvenile Thieves. L ondres, Bailtiére,
Tindall y Cox, 1946.
- - (1960) : "S ep ar at ion Anxiety". Int . J . Psyc ho- A n al., XLI, p á gs .
89-113.
- - Robertson, J am es y Rosenbluth, D. (19 52): "A T wo-Year- Old
Gp es to Hospital". The Psychoanalytic Study of the Child, VII,
pags. 82-94.
Breuer, J . y Freud, S. (1893): "On the P sych ical Mech an ism of
Hysterical Phenomena: Preliminary Communication ". Standard
Edition, II, págs. 1 -17.**
Brodey, W. M. (1964) :"On the Dyn am ics of Narcissísm : 1. Externa-
lization and Early Ego Developm en t " . The Psyc hoan aly tic Study
of the Child (en prensa ).
" T be Psychoanalytic Sludy of tbe Cbild , actualm ente 19 volú menes, comp ilado por Ruth
S. Eissler, Auna Freu d, H einz Hartma n n, M arianne Kris. Nueva. York, Intcmational U niversi ties
P ress; Londres, Hogarth Pr ess, 1945-1964.
• * Véase nota de la página 185.

183
Bryan, D. (1930): "Bisexuality". Int. J. Psycho-Anal., XI, págs. 150-166.
Bühler, C. (1935): From Birth to Maturity. Londres, Routledge y Ke-
gan Paul.
Burlingham, D. (1952): Twins: A Study of Three Pairs of Identical
Twins. Nueva York, International Universities Press.
- - Goldberger, A. y Lussier, A. (1955): "Simultaneous Analysis of
Mother and Child". The Psychoanalytic Study of the Child, X,
págs. 165-186.
Daly, C. D. (1928): "Der Menstruationskomplex". Imago, XIV, págs.
11-75.
- - (1943): "The Role of Menstruation in Human Phylogenesis and
Ontogenesis". Int. J. Psycho-Anal., XXIV, págs. 151-170.
Eissler, K. R. (1950): "Ego-Psychological Implications of the Psycho-
analytic Treatment of Delinquents". The Psychoanalytic Study
of the Child, v, págs. 97-121.
- - (1953): "The Effect of the Strueture of the Ego on Psychoana-
lytic Technique". J. Amer Psychoanal. Assn., I, págs. 104-143.
- - (1958): "Notes on Problems of Technique in the Psychoanalytic
Treatment of Adolescents: With Sorne Remarks on Perversions".
The Psychoanalytic Study of the Child, XIII, págs. 223-254.
Fenichel, O. (1936): "The Symbolic Equation: Girl = Phallus". The Col-
lected Papers of Otto Fenichel, TI, págs. 3-18. Nueva York, W. W.
Norton, 1954.
Ferenczi, S. (1909): "Introjection and Transference", en Sex in Psycho-
analysis. Nueva York, Basic Books, 1950, págs. 35-93. [Hay ver-
sión castellana: Sexo y psicoanálisis. Buenos Aires, Hormé, 1959.]
- - (1911): "On the Part Played by Homosexuality in the Pathoge-
nesis of Paranoia", en Sex in Psychoanalysis. Nueva York, Basic
Books, 1950, págs. 154-186.
- - (1914): "The Nosology of Male Homosexuality (Homoerotism),
en Sex in Psychoanalysis. Nueva York, Basic Books, 1950, pág. 296-
318.
Flügel, J. C. (1930): The Psychology of Clothes. Londres, Hogarth
Press. [Hay versión castellana: Psicología del vestido. Buenos
Aires, Paidós, 1964.]
Freud, Anna (1926-1945): The Psycho-Analytical Treatment of Child-
reno Londres, Imago Publishing Co., 1946; Nueva York, Internatio-
nal Universities Press, 1955. [Hay versión castellana: Psicoaná-
lisis del niño. Buenos Aires, Hormé, 1964.]
- - (1945): "Indications for Child Analysis". The Psychoanalytic
Study of the Child, I, págs. 127-150.
- - (1946): "The Psychoanalytíc Study or Infantile Feeding Distur-
bances". The Psychoanalytic Study of the Child, TI, págs. 119-132.
- - (1949): "Aggression in Relation to Emotional Development". The
Psychoanalytic Study of the Child, III y IV, págs. 37-42.
- - (1951): "Observation on Child Development". The Psychoanaly-
tic Study of the Child, VI, págs. 18-30.
- - (1952): "The Role of Bodily Illness in the Mental Life of Child-
ren". The Psychoanalytic Study of the Child, VII, págs. 69-81.
- - (1962): "Assessment of Childhood Disturbances". The Psycho-
analytic Study of the Chi14, XVII, págs. 149-158.
- - Y Burlingham, D. (1943): War and Children. Nueva York, Inter-
national Universities Press. [Hay versión castellana: La guerra
y los niños. Buenos Aires, Hormé, 1965.]
- - - - (1944): Infants Without Families. Nueva York, International
Universities Press. [Hay versión castellana: Niños sin hogar.
Buenos Aires, Imán, ,1960.]
Freud, Anna y Dann, S. (1951): "An Experiment in Group Upbring-
ing". The Psychoanalytic Study of the Child, VI, págs. 127-168.

184
- - Véase también R ob er tson , J oy ce ; Levy, Kata.
Freud, Sigmund (1893): "On the Psychical Mechanism of Hysterical
Phenomena: A Lecture". Standard Edition, ro, págs. 25-3 9.* [Hay
versión castellana: "El mecanismo psíquico de los fenómenos
histéricos. Comunicación preliminar". Estudios sobre la histeria.
Obras completas. Madrid, Biblioteca Nueva (B .N.), t. I, 1967.]
- - (1900) : "The Interpretation of Dreams". Standard Edition, IV y
v. [Hay versión castellana: "La interpretación de los sueños".
Obras completas. B.N., t. I, 1967.]
- - (1905): "Three Essays on the Theory of Sexuality". Standard
Edition, VII, págs. 125-245. [Hay versión castellana: "Tres ensa-
yos sobre una teoría sexual". Obras completas. B.N., t . I, 1967.]
- - (1907): "The Sexual Enlightenment of Children". Standard Edi-
tion, IX, págs. 129-139. [Hay versión castellana: "La ilustración
sexual del niño". Obras completas, B.N., t. I, 1967.]
- - (1909): "Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old Boy". Standard
Edition, x, págs. 5-149. [Hay versión castellana: "Análisis de la
fobia de un niño de cinco años". Obr as completas. B .N., t. rr, 1968.]
- - (1913): "The Disposition to Obsessional Neurosis : A Contribution
to the Problem of Choice of Neurosis". Standard Edition, XII,
págs. 313-326. [Hay versión castellana: "La disposición a la neu-
rosis obsesiva. Una aportación al problema de la elección de
neurosis". Obras completas. B.N., t. I, 1967.]
- - (1914): "On Narcissism: An Introduction". Standard Edition,
XIV, págs. 67-102. [Hay versión castellana : "Introducción al nar-
cisismo". Obras completas. B.N., t. I, 1967.]
- - (1916-1917 [1915 -1917]): "Introductory Lectures on Psycho-Ana-
lysis". Standard Edition, xv y XVI. [Hay versión castellana: "In-
troducción al psicoanálisis". Obras completas. B.N., t. rr, 1968.]
- - (1918 [1914]): "From the History of an Infantile Neurosis". Stand-
ard Edition, XVII, págs. 7-122. [Hay versión castellana: "Historia
de una neurosis infantil (El hombre de los lobos) ". Obras com-
pletas. B.N., t. rr, 1968.]
- - (1919): Prefacio a la obra de Reik: Ritual: Psycho-Analytic
Studies. Standard Edition, XVII, págs. 259-263. [Hay versión cas-
tellana: "Prólogo" para el libro de Theodor Reik: Problemas
de la psicología de las religiones, parte 1, "El ritual". Obras
completas. B.N., t. ID, 1968.]
- - (1922): "Sorne Neurotic Mechanisms in J'ealousy, Paranoia and ,
Homosexuality". Standard Edition, XVIII, págs. 221-232. [Hay ver-
sión castellana: "Sobre algunos mecanismos n euróticos en los
celos, la paranoia y la homosexualidad". Obras completas, B.N.,
t. I, 1967.]
- - (1924): "A Short Account of Psycho-Ana1ysis". Standard Edi -
tion, XIX, págs. 189-209. [Hay versión castellana: "Esquema del
psicoanálisis". Obras completas. B.N., t . rr, 1968.]
- - (1926 [1925]): "Inhibitíons, Symptoms and Anxiety". Standar d
Edition, xx, págs. 77-174. [Hay v ersión castellana: "Inhibición ,
síntoma y angustia". Obras com pletas. B.N., t. n, 1968.]
- - (1927): "The Future of an Illusion". Standard Edition, XXI, p ágs.
5-56. [Hay versión castellana: "El porvenir de una ilusión". Obras
completas. B.N., t. rr, 1968.]
(1930 [1929]) : "Civilization and Its Discontents". Standard Edi-
tion, XXI, págs. 64-145. [Hay versión castellana: "El malest ar en
la cultura". Obras completas. B.N., t. ro, 1968.]

* The Standard Edition 01 tbe Complete Psycbological Wo rks 01 Sigmtlnd Freud , 24 vol ú -
menes, traducida y compilada por James Strachey, Londres, Hogarth Press y el I nstitute of
Psycho-Analysis, 1953.

185
- - (1931): "The Expert Opinión in the Halsmann Case". Standard
Edition, XXI, págs. 251-253. [Hay versión castellana: "La pericia
forense en el proceso Halsmann". Obras completas. B.N., t . ITI,
1968.]
- - (1932): "New lntroductory Lectures on Psycho-Analysis". Stand-
ard Edition, XXII, págs. 3-182. [Hay versión castellana: . "Nuevas
aportaciones al psicoanálisis". Obras completas. B.N., t. TI, 1968.]
- - (1937): "Analysis Terminable and Interminable". CoHected Pa-
pers, v, págs. 316-357. Londres, Hogarth Press, 1950. [Hay versión
castellana: "Análisis terminable e interminable". Obras comple-
tas. B.N., t. 1lI, 1968.]
- - Véase también Breuer, J.
Geleerd, E. R. (1958): "Borderline States in Childhood and Adolescen-
ce". The Psychoanalytic Study of the Child, xrrr, págs. 279-295.
Gillespie, W. H. (1964): "Symposium on Homosexuality". Int. J.
Psycho-Anal., ILV, págs. 203-209.
Greenacre, P. (1960): "Considerations Regarding the Parent-Infant
Relationship". Int. J. Psycho-Anal., XLI, págs. 571-584.
Gyomroi, E. L. (1963): "The Analysis of a Young Concentration Camp
Victim". The Psychoanalytic Study of the Child, XVITl, págs.
484-510.
Hartmann, H. (1947): "On Rational and Irrational Actíon". Psycho-
analysis and the Social Sciences, 1, págs. 359-392. Nueva York,
International Universities Press.
- - (1950a): "Psychoanalysis and Developmental Psychology". The
Psychoanalytic Study oi the Child, v, págs. 7-17.
- - (1950b): "Comments on the Psychoanalytic Theory of the Ego".
The Psychoanalytic Study of the Child, v, págs. 74-96.
Hellman, L, Friedmann, O. y Shepheard, E. (1960): "Simultaneous
Analysis of Mother and Child". The Psychoanalytic Study oi
the Chitd, xv, págs. 359-377.
Hoffer, W. (1950): "Development of the Body Ego". The Psychoana-
lytic Study of the Child, v, págs. 18-23.
- - (1952): "The Mutual Influences in the Development of Ego and
Id: Earliest Stages". The Psychoanalytic Study of the Child, VII,
págs. 31-41.
Isakower, O.: Comunicación personal.
Jacobson, E. (1946): "The Effect of Disappointment on Ego and Super-
ego Formation in Normal and Depressive Development". Psycho-
anal. Rev., x:xxm, págs. 129-147.
James, Martín (1960): "Premature Ego Development: Sorne Observa-
tion upon Disturbances in the First Three Years of Life". Int. J .
Psycho-AnaI., XL, págs. 288-294.
James, T. E. (1962): Child Law. Londres, Sweet y Maxwell.
J ones, E. (1932): "The Phallic Phase". Papers on Psychoanalysis. Bal-
timore, Williams y Wilkins, 1949, págs. 452-484.
Katan, Anny (1937): "The Role of 'Displacement' in Agoraphobia".
Int. J. Psycho-Anal., XXXII, págs. 41-50, 1951.
- - (1961): "Some Thoughts about the Role of Verbalization in Early
Childhood". The Psychoanalytic Study of the Child, XVI, págs.
184-188.
Klein, M. (1957): Envy and Gratitude. Londres, Tavistock Public-
ations. [Hay versión castellana: Envidia y gratitud. Emociones
básicas del hombre. Buenos Aires, Paidós, 1969.]
Kris, E. (1950): "Notes on the Development and on Some Current
Problems of Psychoanalytic Child Psychology". The Psycho-
analytic Study of the Child, nv; págs. 24-46.
(1951): "Opening ReÍnarks on Psychoanalytic Child Psycholo-
gy". The Psychoanalytic Study oi ihe Child, VI, págs. 9-17.

186
Laforgue, R. (1936): "La Névrose Familiale". Rev. Franl;. Psychanal.,
IX, págs. 327-359. .
Lagache, D. (1950): "Homosexuality and Jealousy". Int. J. Psycho-
AnaL, XXXI, págs. 24-31.
Lampl-de Groot, J. (1950): "On Masturbation and Its Influence on
General Development". The Psychoanalytic Study of the Child,
v, págs. 153-174.
Levy, K. (1960): "Simultaneous Analysis of a Mother and Her Ado-
lescent Daughter: The Mother's Contribution to the Loosening of
the Infantile Object Tie. With an Introduction by Anna Freud".
The Psychoanalytic Study of the Child, xv, págs. 378-391.
Lewin, B. D. (1933): "The Body as Phallus". Psychoanal. Quart., II,
págs. 24-47.
Little, M. (1958): "On Delusional Transference (Transference Psycho-
sis) ". Int. J . Psycho-Anal., !XL, págs. 134-138.
Loewenstein, R. M. (1935): "Phallic Passivity in Men". lnt. J . Psycho-
AnaL, XVI, págs. 334-340.
Mahler, M. S. (1952): "On Child Psychosisand Schizophrenia: Autistic
and Symhiotic Infantile Psychoses". The Psychoanalytic Study of
the Child, VII, págs. 286-305.
- - y Gosliner, B. J. (1955): "On Symbiotic Child Psychosis: Genetic,
Dynamic and Restitutive Aspects". The Psychoanalytic Study of
the Child, x, págs. 195-212.
Michaels, J. J. (1955): Disorders of Character: Persistent Enuresis, Ju-
venile Delinquency and Psychopathic Personality. Springfield,
Ill., Charles C. Thomas.
- - (1958): "Character Disorder and Acting upon Impulse", en M.
Levitt (comp.) : Readings in Psychoanalytic Psychology. Nueva
York, Appleton.
Murphy, L. B. (1964): "Some Aspects of the First Relationship". Int.
J . Psycho-Anal., X LV, págs. 31-43.
Nunberg, H . (1947): Problems of Bisexuality as Reflected in Circum -
cision. Londres, Imago Publishing Co., 1949.
Panel (1954a): "The Traditional Psychoanalytic Technique and Its V a-
riations". J. Amer. Psychoanal. Assn., II, págs. 621-710.
- - (1 954b): "Psychoanalysis and Dynamic Psychotherapies: Simila-
rities and Differences". J . Amer. Psychoanal. Assn., II, págs. 711-
797.
Pasche, F. (1964): "Symposium on H om osex u ali t y ". Int. J. Psycho-A nal.,
XLV, págs. 210-213.
Peck, N. (1962): "Chr on ological Age and the Rehabilitative Process" .
Thesis, Criminal Law Division, Yale Law School, New H av en .
Rangell, L. (1954): "Panel Report: Psychoanalysis and Dyn amic P sy -
chotherapy, Similarities and Differences". J. Amer. Psychoan al.
Assn., II, págs. 152-166.
Ro bertson, James (1958): Young Children in Ho spit al. Londres, 'I'a-
vistock Publications; Nueva York, Basic B ooks, 1959.
Robertson, Joyce (1956) : "A Mother's Ob ser vations on the To nsillec-
tomy oí Her Four-Year-Old Daughter. With Comment s by Anna
Freud". The Psychoanalytic Study of the Child, XI, págs. 410-433.
- - (1962): "M oth er in g as an Influence on Early Develo pment. A
Study of Well-Baby Clinic Records". The Psy choanalytic Study
of the Child, XVII, págs. 245-264.
Sadger, J. (1920): "Psychopathia sexualis und innere Sekretion". Forts-
chr. Med., 1.
- - (1921): Die Lehre von den Geschlechtsverirrungen. Leipzig y
Viena, Deuticke.
Sarnoff, C. (1963): "Discussion of 'The Analysis of a Transvestite Boy',

187
by Melitta Sperling [Abstract of Meeting of the Psychoanalytic
Association of New York]". Psychoanal. Quart., XXXII, pág. 471.
Sperling, M. (1963): "Fetishism in Children". PsychoanaL. Quart., XXXII,
págs. 374-392.
Spitz, R. A. (1945): "Hospitalism". The PsychoanaLytic Study of the
ChiZd, I, págs. 53-74.
- - (1946): "Anaclitic Depression". The PsychoanaZytic Study of the
ChiLd, TI, págs. 313-342.
Sprince, M. P. (1962): "The Development of a Preodipal Partnership
between an Ado1escent Gir1 and Her Mother". The PsychoanaLytic
Study of the ChiZd, XVII, págs. 418-450.
Sterba, R. (1934): "The Fate of the Ego in Ana1ytic Therapy. Int. J.
Psycho-AnaL., xv, págs. 117-126.
Symposium (1937): "The Theory or the Therapeutic Results of Psycho-
Analysis". Int. J. Psycho-Anal., XVIII, págs. 125-189.
- - (1954): "The Widening Scope of Indications for Psychoanalysis".
J. Amer. PsychoanaZ. Assn., TI, págs. 567-620.
- . - (1958) : "Variations in Classical Psycho-Analytic Technique". Int.
J. Psycho-Anal., XXXIX, págs. 200-242.
Weiss, E. (1925): "über eine noch nicht beschriebene Phase der Ent-
wicklung zur heterosexuellen Liebe". Int. Z. PsychoanaZ., XI,
págs. 429-443.
Winnicott, D. W. (1949): The Ordinary Devoted Mother and Her Baby.
Londres, Tavistock Publications.
- - (1953): "Transitional Objects and Transitional Phenomena: A
Study of the First Not-Me Possession". Int. J. Psycho-Anal., XXXIV,
págs. 89-97.
- - (1955) : "Metapsychological and Clinical Aspects of Regression
within the Psycho-Analytical Set-up". Int. J . Psycho-Anal. , XXXVI,
págs. 16-26.
- - (1960): "The Theory of the Parent-Infant Relationship". Int. J.
Psycho-Anal., :xxIII, págs. 112-120, 1942.
- - (1946): "Fetishism and übject Choice in Early Childhood". Psy-
choanaL. Quart., xv, págs. 450-471.
Zetzel, E. R. (1953): "Panel Report: The Traditional Psychoanalytic
Technique and Its Variations". J. Amer. PsychoanaL. Assn., I,
págs. 526-537.

188
Este li bro se terminó de imprimi r
el 4 de Enero de 1974 en
Del Carr il Impresores,
Av. Salvado r M. del Carril 2639/41
Buenos Aires
". : ~ ._. J __

. Definir qué es normal y qué es patológico en el psicoanálisis infantil se


convierte en el punto de partida crucial para el especialista en esta disci-
plina. Si bien durante años se ha utilizado con los niños el mismo criterio
que con los adultos, los diagnósticos resultantes no merecen ahora igual
confianza. Para Anna Freud deslindar lo normal y lo patológico en el niño
ha sido el centro de su tarea en esta obra .
Con tal fin se vale de los conceptos fundamentales del psicoanálisis que
el terapeuta emplea en relación con su trabajo, los esclarece y revitaliza
con sus propias contribuciones y, sobre todo, establece cómo se vinculan
con la realidad cotidiana.
En esta obra Anna Freud ofrece la integración de su teoría en torno del
análisis del niño. Trata los temas siguientes: el criterio psicoanalítico y
la infancia en el pasado y el presente; reconstrucciones a partir del
análisis de adultos y sus aplicaciones. Las relaciones entre el análisis
infantil y el análisis de adultos. La evaluación de la normalidad en la
niñez; cuatro áreas de diferencia entre el niño y el adulto; la regresión
como un principio del desarrollo normal. La evaluación de la patología;
criterio para evaluar la severidad de la enfermedad; un perfil metapsico-
lógico del niño. Evaluación de la patología; las neurosis infantiles; los
trastornos del desarrollo; asocialidad, delincuencia y criminalidad como
categorías diagnósticas en la niñez; la homosexualidad como una cate-
goría diagnóstica en los trastornos de la infancia; otras perversiones y
adicciones. Las posibilidades terapéuticas.
El lector puede consultar del catálogo Paidós las siguientes obras de la
misma autora :
Anna Freud: El yo y los mecanismos de defensa.
Por su asunto, significado y realización, este libro es el fundamental de
Anna .Freud. Se ocupa de los recursos protectores típicos que utilizan el
niño, el adolescente y el adulto en su búsqueda de placer y evitación del
miedo y la angustia, que en ocasiones conducen a la enfermedad. Esta
obra ya es clásica.
Anna Freud : Introducción al psicoanálisis para .educadores.
Este libro, útil para iniciarse en el psicoanálisis, ha sido concebido "para
los educadores", especialmente para los desprovistos de formación psi-
coanalítica. Contesta a las cuestiones fundamentales: el proceso del
desarrollo anímico, la técnica de la exploración psicológica y las normas
para una correcta educación, en forma sencilla, clara y directa.
Anna Freud: Psicoanálisis del niño.
Obra clásica en su género. Expone los conceptos básicos de la teoría
y práctica del psicoanálisis infantil. Sirve de consulta a los entendidos y
de guía excepcionalmente adecuada _para quienes deseen ingresar en este
campo .
También le interesarán de esta autora, los siguientes libros:
S. Freud, A. Freud, M. Klein, E. H. Erikson y otros: Grandes casos del psi-
coanálisis de niños y A. Freud y D. Burlingham : La guerra y los niños.

También podría gustarte