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NIÑOS VIOLENTOS
Intervención de clausura de la 4ta Jornada del Instituto del Niño
Por Jacques-Alain Miller
18 de marzo del 2017
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Niños violentos es el título que escogí en diálogo con Daniel Roy para la próxima jornada del
Instituto Psicoanalítico del Niño. Las dos palabras están escritas en plural, el niño violento no es
un ideal-tipo. D. Roy me pidió abrir algunas pistas de trabajo para la preparación de esta jornada
en el Instituto; le devolví este honor y el me proporcionó una lista de temas que va a merecer ser
publicada.
El síntoma, en la encrucijada
Mi primer pensamiento fue de preguntarme si la violencia en el niño era un síntoma. A
menudo es mi método -partir de la primera idea que me vino a la cabeza, sin juzgar si ella es
buena o mala. Es un principio que puede autorizarse por el psicoanálisis. Dado que se trata de
abrir un trabajo, desarrollaré mi hilo de pensamiento a partir de ese punto de partida. Si presentase
delante de ustedes un trabajo terminado antes que pistas de trabajo, al final de mi exposición
comenzaría la elaboración de un trabajo finalizado. Como método, pienso en esa frase del General
De Gaule en sus Memorias: “Hacia el Oriente complicado, volaba con ideas simples”. Soy, yo
también, partidario de volar con ideas simples. Lacan lo permite pues, cuando se aborda un tema
a partir de su enseñanza, se aplica a menudo enseguida la repartición entre real, simbólico e
imaginario. El solo hecho de aplicar esa grilla sobre una cuestión les da generalmente un punto
de partida. Cuando una pregunta es complicada, soy de partir de ideas simples; cuando una
pregunta es simple, estoy para complicarlas -complicándolas, se produce un cierto efecto caótico
de donde pueden surgir ideas.
Mi punto de partida fue entonces preguntarme si la violencia en el niño era un síntoma, y
por qué. Ya que dicho síntoma en psicoanálisis llama desplazamiento de la pulsión, o en términos
freudianos, sustitución de una satisfacción de la pulsión -lo que, en lacaniano, puede traducirse
por goce. Además, ¿la violencia no se produce justamente cuando no hay ese desplazamiento, esa
sustitución, es Ersatz, como se expresaba Freud? He ahí la pregunta que me hice: ¿la emergencia
de la violencia no es el testimonio que no hay una sustitución de goce?
En esa perspectiva, quise asegurarme de la definición freudiana del síntoma. Para
encontrar los lugares donde Freud habla del síntoma, tuve la debilidad de tomar el Vocabulario
del psicoanálisis y, con gran estupefacción, me di cuenta -les cuento mi pequeño viaje- que no
hay una entrada “síntoma” en el Vocabulario… de Laplanche y Pontalis, al menos en la edición
que dispongo y que debe ser la primera. A falta de la ayuda de Laplanche-Pontalis, tuve que
dirigirme directamente a Freud y, para simplificar, a Inhibición, síntoma y angustia que me gusta
bastante sobre “Los modos de formación de los síntomas” -Lacan lo sigue con mucha exactitud
en su texto La dirección de la cura y los principios de su poder. En el capítulo II de Inhibición,
síntoma y angustia, Freud define el síntoma como Anzeichen und Ersatz, es decir, “signo y
sustituto”, einer Triebberfriedigung, “una satisfacción de la pulsión”. Freud añade un adjetivo,
unterbliebenen, que se encuentra en el diccionario Harrap´s francés-alemán -reconocemos ahí el
prefijo unter, que significa “abajo” o “por debajo”, pero que implica también otro sentido,
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notablemente “lo que no tuvo lugar, lo que no se reproduce más”. En su excelente traducción de
Inhibición, síntoma y angustia, Michel Tort traduce esa frase por “el síntoma sería el signo y el
sustituto de una satisfacción pulsional que no tuvo lugar”1. Si tuviera que haberla traducido, habría
dado un pequeño acento heideggeriano al adjetivo diciendo “una satisfacción no advenida”.
El goce rechazado
El síntoma se define aquí como el Ersatz, diría, de un goce rehusado. Emplearía ese
adjetivo porque tengo en la cabeza la frase de Lacan sobre la cual se termina Subversión del
sujeto…, poco después que Lacan haya hablado del “narcicismo supremo de la Causa perdida”.
La última frase es la siguiente: “La castración quiere decir que el goce es rechazado, para que
pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo”2. Esa definición de la castración
merecería figurar en un Vocabulario lacaniano. La castración no es aquí definida a partir del falo,
está definida directamente a partir del goce, es decir a partir de la pulsión. Está definida a partir
de lo que Lacan designa muy precisamente como rechazo del goce, lo que introduce una
referencia a la iniciativa del sujeto, en el cuadro de una elección -se acepta o se rechaza.
Me viene a la cabeza una imagen icónica de Hércules en la encrucijada, debiendo
escoger, en la fábula de Prodicos de Ceos, entre el camino del vicio y el camino de la virtud. Es
un paradigma barroco al cual Erwin Panofsky consagró un estudio, un pequeño libro3. Es
Hércules, si puedo decirlo, después de la infancia, en el umbral de la edad adulta, situado delante
de la elección de la virtud, camino arduo que pasa por el trabajo, o de la voluptuosidad. Esta
historia conoció varias representaciones, en el final del siglo XIV y el siglo XV. Consulté entonces
en Google indicando simplemente “Hércules en la encrucijada” y encontré un artículo muy
interesante que ustedes encontrarán si lo desean4.
Así, castración = rechazo del goce, en lo siguiente el goce no tendrá lugar. Lacan
introduce un razonamiento marcado de la dialéctica, el goce debe ser rechazado para ser
alcanzado. El goce no debe tener lugar para advenir. Se creería que es una artimaña del goce
como Hegel habla de artimaña de la razón. Se trata del hecho que la castración es un
desplazamiento del goce, que el goce debe ser rechazado sobre un cierto plano para ser alcanzado
en el nivel de la ley. Debe ser rechazado en lo real para ser alcanzado bajo la égida de lo simbólico.
Es lo que Lacan llama la ley del deseo, es precisamente ese rechazo del goce en lo real, el pasaje
del goce hacia debajo. Es lo que la metáfora paterna repercute, que es la traducción en términos
edipianos del proceso de la represión, y que puede ser generalizado si se pone que el operador
esencial de la represión es el lenguaje mismo, la palabra, que opera ese pasaje hacia debajo del
goce, en el sentido donde bloquea su advenimiento.
El precio que pagar de este proceso, el resultado del proceso de represión, como se
expresa Freud, es precisamente el síntoma. El precio a pagar de la represión es la formación del
síntoma como signo y sustituto de un goce no advenido. Dicho de otra manera, la legalización del
goce se paga con la sintomatización. El ser humano como parlêtre está destinado a ser
sintomático.
1
S. Freud. “Inhibición, síntoma y angustia”, in Obras completas, volumen XX. Buenos Aires : Amorrortu
Ediciones, 2010.
2
J. Lacan. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, in Escritos, tomo II.
México: Siglo XXI Editores, 2013.
3
Cf. E. Panofsky. Hercule à la croisée des chemins. Et autres matériaux figuratifs de l’Antiquité dans l’art
plus récent. París: Flammarion, 1999.
4
M.-P. Harder. “Hercule à la croisée des chemins, figure exemplaire de la conscience baroque ?”, Silène,
revue du Centre de recherches en littérature et poétique comparées de Paris Ouest-Nanterre-La Défense, 18
septembre 2008 (www.revue-silene.com).
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5
A. di Ciaccia. “Contre une dérive si funeste”, Lacan Quotidien, no 636, 20 de marzo del 2017.
6
Cf. La Boétie É. de, De la servitude volontaire ou Contr’un. París : Gallimard, 1993.
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y sobre lo que se podría llamar “el puro deseo de destrucción”. Cuando se denuncia los
camorristas, se denuncia a fin de cuentas el puro goce de romper. No se denuncia la
política de los camorristas, se denuncia el plus-de-goce implicado en la violencia de los
camorristas.
A propósito de eso -les doy mis asociaciones de ideas-, se le ha reprochado mucho
a André Breton la frase en la cual, en el “Segundo manifiesto del surrealismo”, define el
acto surrealista. Todas las almas bellas están ahí implicadas, siendo una de las primeras
la de Albert Camus, quien le consagró algunos reproches. Por mi parte, me gusta mucho
esa frase de A. Breton -en el contexto de hoy, no se la pueda confiar a todo el mundo. “El
acto surrealista más simple consiste, con revólveres en puño, en descender en la calle y
disparar al azar, lo que más se pueda en la multitud”. Después del Bataclan y de otros
incidentes pasados, presentes y por venir, evidentemente, es problemático. Esa frase fue
muy reprochada a A. Breton. ¡Imagínense un poco si dijera eso hoy!
Pero hay que decir la segunda frase: “Quien no ha tenido, al menos una vez, ganas
de terminar la especie con el pequeño sistema de envilecimiento y de cretinización en
vigor en su lugar tan marcado en la multitud, vientre en alto de cañón”. La segunda frase
hace comprender la primera. Hace comprender que no se trata sino de un fantasma.
Breton dice que hay que haber tenido ganas al menos una vez. No dice que hay que
haberlo hecho. El acto surrealista, como lo dice, es el acto terrorista, pero por medio del
semblante. El surrealismo no es un terrorismo. O es “el terror de las letras”, como se
expresa Jean Paulhan. Es una postura literaria.
Los surrealistas han estado animados por el deseo de pasar en los inferiores de la
civilización para rencontrar el mundo no alterado de la pulsión, para poner la escritura en
el diapasón de la pulsión. Es un sueño, pues piensan alcanzarlo, no por el manejo de las
armas, sino por un cierto uso del lenguaje, el cual es no obstante el resorte primero de la
represión.
Leo que “revolver” está en plural y “puño” en singular en la fórmula “revólveres
en puño”. Si se tratase verdaderamente de revólveres, habría que poner “puños” en plural,
ya que no se puede tener dos revólveres en la misma mano. No he visto eso en ninguna
película del Viejo Oeste. Revólveres en puño quiere decir esferos a la mano. En la
representación cinematográfica común de los asesinos, el asesino de la mafia dispara
fríamente, sin frase precisamente. Breton había tomado todas esas precauciones, ya que
añadía en una nota que su “intención no era el recomendarlo”. No veo lo que habría que
reprocharle. No hacía sino dar un eco sensacional a lo que André Gide había puesto en
escena en Las cuevas del Vaticano -que, pensémoslo, son de 1914, antes de una gran
masacre que no fue sino semblante -, a saber, que el acto gratuito es precisamente aquel
de Lafcadio arrojándose del tren el pobre Amédée Fleurissoire. Los surrealistas
estuvieron fascinados por ese pasaje del acto gratuito en Gide. No desarrollaré lo que
Marguerite Bonnet (a quien conocí en la mesa de Lacan), erudita en cuanto a Breton,
señaló en esa época.
El acto gratuito, es decir el acto gratuito de la violencia, fascinaba, porque Gide
hacía de él precisamente un asesinato irracional, que presentaba como colmo de la
libertad porque estaba suelto de cualquier causa. Si lo imaginamos, es una versión de la
causa perdida. Se trata en ese imaginario de un acto sin razón que se opone al principio
de razón de Leibnitz que quiere que nada no sea sin razón. Es a lo que Angelus Silesius
respondió por adelantado en su famoso verso, comentado por Heidegger y citado por
Lacan -La rosa es sin por qué.
Tratándose de los niños violentos, no hipnotizarse sobre la causa. Hay una
violencia sin porqué que es su propia razón para ella misma. Es solamente en un segundo
tiempo que se buscará un determinismo, la causa, el plus-de-goce que es la causa del
deseo de destruir, de la activación de ese deseo. Como le decía, se la encuentra por regla
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7
J. Lacan. “Posición del inconsciente”, in Escritos, tomo II. México: Siglo XXI Editores, 2013.
8
J. Lacan. “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de la
personalidad”, in Escritos, tomo II. México: Siglo XXI Editores, 2013.
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9
Jalouissance: en francés neologismo formado a partir de jolousie (celos) y jouissance (goce).
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cuando, como lo dice D. Roy, el niño se golpea la cabeza contra los muros…del lenguaje,
ya que el fenómeno traduce entonces el fracaso del proceso de defensa.
Concluyo. Dejo en blanco la violencia en el niño considerado como un sinthoma, en el otro cabo
de la enseñanza de Lacan. Recordaré simplemente que hay que hacer su lugar a una violencia
infantil como modo de gozar, aun cuando es un mensaje, lo que quiere decir no entrar en él de
frente. Jamás olvidar que no pertenece a un analista ser el guardián de la realidad social, que tiene
el poder reparar eventualmente una falla de lo simbólico o de reordenar una defensa, pero que, en
los dos casos, su efecto propio no se produce sino lateralmente. El analista debe, a mi criterio,
proceder con el niño violento de preferencia con dulzura, sin renunciar a maniobrar, si hay que
decirlo, una contra-violencia simbólica.
No se aceptará a ojo cerrado la imposición del significante “violento” por la familia o la
escuela. Ese puede ser solamente un factor secundario. No hagamos negligencia a que hay una
revuelta del niño que puede ser sana y distinguirse de la violencia errática. Esa revuelta, estoy
para acogerla, porque una de mis convicciones se resume en lo que el presidente Mao había
expresado en estos términos: “Se tiene razón en rebelarse”10.
Texto extraído de:
https://psicoanalisislacaniano.com/ninos-violentos/
Traducción: Patricio Moreno Parra
10
Véase el artículo de J.-A. Miller. “Comment se révolter”, in La Cause freudienne, no 75, julio 2010, pp.
212-217.