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La acción del Espíritu Santo se efectúa sobre el ministerio de todo evangelizador, pero no todo
evangelizador es capaz de secundar la acción del Espíritu. Sin embargo, cuando el evangelizador
se abre a dicha acción, acontece un cambio radical en el ejercicio del ministerio. A continuación
desarrollamos tres etapas del ministerio del evangelizador en las que se manifiesta de manera
definitiva y relevante la acción del Espíritu.
En primer lugar, Pentecostés es el origen al que el evangelizador debe recurrir como fuente
perenne de vitalidad y renovación; en segundo lugar, la predicación acompañada de la
mistagogía como capacidades que da el Espíritu al evangelizador para introducir a sus
destinatarios al misterio de Dios y en tercer lugar presentamos el sentido escatológico que el
Espíritu suscita en el ministerio del evangelizador.
Los acontecimientos del bautismo de Jesús y de Pentecostés, guardan una gran similitud. La
llegada del Espíritu posibilita el inicio del ministerio evangelizador de Jesús y de la Iglesia. El
bautismo significó para Jesús el momento en que es ungido por el Espíritu para desarrollar su
misión (cf. Lc 4,18). Pentecostés para la Iglesia es el acontecimiento que desencadena su acción
evangelizadora433. La fuerza de lo alto marca un antes y un después en la vida de los discípulos,
pasando del miedo a la valentía, de estar encerrados a salir incluso de la misma tierra, para
predicar con poder el mensaje de salvación.
Pero el Espíritu además de ser protagonista y guía es quien provee las herramientas necesarias,
los carismas que el evangelizador y la comunidad necesitan en el desarrollo de la misión: es
consuelo en los sufrimientos, fortaleza en la adversidad y la renuncia, abogado e intercesor en la
persecución, sanador de las heridas, creador que inspira y renueva, el amor de Dios que se
derrama para amar y la compasión a los destinatarios sedientos de la salvación. Todo esto y más
es Pentecostés en el ministerio del evangelizador. Un ministerio que prescinde del Espíritu
difícilmente conseguirá hacer discípulos de Cristo y acercar a los hombres al misterio de Dios.
Sin el Espíritu, Dios está lejos; Cristo se encuentra en el pasa- do; el evangelio es letra muerta; la
Iglesia una simple organiza- ción; la catequesis una propaganda; el culto una evocación y el
actuar cristiano una moral de esclavos. Pero, en Él se alumbra un nuevo Reino; Cristo resucitado
está ahí; el evangelio es poder de vida; la Iglesia significa comunión trinitaria; la autoridad un
nuevo servicio liberador; la catequesis un Pentecostés; la liturgia se vuelve memorial y
anticipación y la actuación humana es deificada. El Espíritu Santo hace nacer, arrastra hacia la
segunda venida. Esta energía del Espíritu Santo introduce un dinamismo nuevo.
4.2. Un ministerio con sentido mistagógico
La mistagogía es una forma de pedagogía del Espíritu y formación cristiana con rasgos muy
específicos: mistérica, viva, integral. Se compone de los vocablos misterio y guía, es decir,
iniciación al misterio de Dios y de la vida cristiana. Una definición podría ser: “Iniciación
gradual del creyente en los misterios de la fe, transmitida y asimilada por vía de experiencia
interior y de praxis comprometida, con ayuda de maestro experimentado”. En consecuencia, la
mistagogía “cuida de la transmisión y asimilación adecua- da del misterio cristiano. Ayuda a
acogerlo y comunicarlo desde la gracia y la experiencia”.
Basado en la pedagogía divina, el mistagogo debe ser, además, respetuoso de los procesos. “La
gradualidad (camino, proceso, transformación) es esencial en toda iniciación mistagógica”441.
La mistagogía espiritual, por lo tanto, es lenta y gradual porque se fundamenta en la misma
pedagogía que Dios ha seguido en la historia de la salvación.
La acción evangelizadora, que el Espíritu suscita en la Iglesia, tiene como destino último la
salvación de los hombres en la plenitud de los tiempos, los tiempos escatológicos. La acción
creadora de la Trinidad culmina con la santificación del hombre especialmente mediante la
acción del Espíritu para que éste logre “una relación constitutiva con su creador, que alcanzará su
culmen en la plenitud escatológico-salvífica del final”.
Aunque ciertamente la salvación es un hecho que acontece en el aquí y el ahora y que el hombre
es capaz de experimentar ya en esta vida, no debemos olvidar que la fe es prenda de la salvación
en este mundo:
Por eso “el hombre necesita de Dios, de lo contrario se queda sin esperanza”, aunque es capaz,
por sí mismo, de albergar esperan- zas poderosas relacionadas con la justicia, la libertad, la
dignidad humana y la paz, sin embargo, “muchas de estas expectativas no pueden cumplirse
plenamente en la existencia histórica y que en de- terminadas ocasiones hacen quiebra”.
Por todo esto, el ministerio del evangelizador debe estar enfocado a esta realidad escatológica.
La predicación del evangelio, el encuentro vivo y personal con Dios y la recepción de los
sacramentos, así como la pertenencia a la Iglesia tienen como fin último la salvación de quienes
lo reciben. Esta visión escatológica es muy importante en el ejercicio del ministerio
evangelizador, su ausencia es puerta de diferentes tentaciones y desviaciones, entre ellas,
convertir la evangelización en mera propaganda o proselitismo religioso con el fin de cazar
miembros, reducir la evangelización a una mera propuesta para vivir bien en este mundo o
reducir la pastoral a un expendio de servicios religiosos con el fin de obtener recursos
económicos.