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4.

El ministerio del catequista bajo la pedagogía del Espíritu

La acción del Espíritu Santo se efectúa sobre el ministerio de todo evangelizador, pero no todo
evangelizador es capaz de secundar la acción del Espíritu. Sin embargo, cuando el evangelizador
se abre a dicha acción, acontece un cambio radical en el ejercicio del ministerio. A continuación
desarrollamos tres etapas del ministerio del evangelizador en las que se manifiesta de manera
definitiva y relevante la acción del Espíritu.

En primer lugar, Pentecostés es el origen al que el evangelizador debe recurrir como fuente
perenne de vitalidad y renovación; en segundo lugar, la predicación acompañada de la
mistagogía como capacidades que da el Espíritu al evangelizador para introducir a sus
destinatarios al misterio de Dios y en tercer lugar presentamos el sentido escatológico que el
Espíritu suscita en el ministerio del evangelizador.

Un ministerio que parte de Pentecostés

Los acontecimientos del bautismo de Jesús y de Pentecostés, guardan una gran similitud. La
llegada del Espíritu posibilita el inicio del ministerio evangelizador de Jesús y de la Iglesia. El
bautismo significó para Jesús el momento en que es ungido por el Espíritu para desarrollar su
misión (cf. Lc 4,18). Pentecostés para la Iglesia es el acontecimiento que desencadena su acción
evangelizadora433. La fuerza de lo alto marca un antes y un después en la vida de los discípulos,
pasando del miedo a la valentía, de estar encerrados a salir incluso de la misma tierra, para
predicar con poder el mensaje de salvación.

El orden de estos acontecimientos ilumina el ministerio del evangelizador en relación con el


Espíritu. Pentecostés no sólo es el inicio de un minis- terio sino la fuente perpetua que le anima,
guía y fortalece. Si el protagonista en la evangelización no es el evangelizador, ni siquiera la
misma Iglesia, sino el Espíritu, el evangelizador necesita una íntima y cercana relación con el
“Maestro interior”. Así, el Espíritu tiene el mando en la misión y el evangelizador, atento a la
dirección del viento del Espíritu, discierne constantemente el rumbo a seguir, como un eslabón
más en la cadena de la misión donde sólo el Espíritu se encuentra al principio y al final.

Pero el Espíritu además de ser protagonista y guía es quien provee las herramientas necesarias,
los carismas que el evangelizador y la comunidad necesitan en el desarrollo de la misión: es
consuelo en los sufrimientos, fortaleza en la adversidad y la renuncia, abogado e intercesor en la
persecución, sanador de las heridas, creador que inspira y renueva, el amor de Dios que se
derrama para amar y la compasión a los destinatarios sedientos de la salvación. Todo esto y más
es Pentecostés en el ministerio del evangelizador. Un ministerio que prescinde del Espíritu
difícilmente conseguirá hacer discípulos de Cristo y acercar a los hombres al misterio de Dios.

Sin el Espíritu, Dios está lejos; Cristo se encuentra en el pasa- do; el evangelio es letra muerta; la
Iglesia una simple organiza- ción; la catequesis una propaganda; el culto una evocación y el
actuar cristiano una moral de esclavos. Pero, en Él se alumbra un nuevo Reino; Cristo resucitado
está ahí; el evangelio es poder de vida; la Iglesia significa comunión trinitaria; la autoridad un
nuevo servicio liberador; la catequesis un Pentecostés; la liturgia se vuelve memorial y
anticipación y la actuación humana es deificada. El Espíritu Santo hace nacer, arrastra hacia la
segunda venida. Esta energía del Espíritu Santo introduce un dinamismo nuevo.
4.2. Un ministerio con sentido mistagógico

Constatamos en la Iglesia una sensación de fracaso ante los resultados de la catequesis de


iniciación cristiana y la pastoral en general. En gran parte, esto se debe a que transmitimos
criterios y verdades que no están incorporados a la experiencia del creyente, vacíos de
significado personal y existencial, palabras que no mueven el interior del corazón y la vida.

En la búsqueda de respuestas y soluciones ante esta carencia, confirmamos que es el Espíritu


Santo quien suscita en el sujeto la verdadera experiencia de Dios. Es Él quien encarna el misterio
en cada persona a todos los niveles. La acción pedagógica del Espíritu en el ministerio del
evangelizador permite que el misterio cristiano sea verdaderamente transmitido y asimilado. Esto
acontece mediante una sensibilidad espiritual peculiar, sus- citada por el mismo Espíritu y que
acompaña el proceso de comunicación en todos sus componentes y durante el recorrido: La
mistagogía.

La mistagogía es una forma de pedagogía del Espíritu y formación cristiana con rasgos muy
específicos: mistérica, viva, integral. Se compone de los vocablos misterio y guía, es decir,
iniciación al misterio de Dios y de la vida cristiana. Una definición podría ser: “Iniciación
gradual del creyente en los misterios de la fe, transmitida y asimilada por vía de experiencia
interior y de praxis comprometida, con ayuda de maestro experimentado”. En consecuencia, la
mistagogía “cuida de la transmisión y asimilación adecua- da del misterio cristiano. Ayuda a
acogerlo y comunicarlo desde la gracia y la experiencia”.

La mistagogía encarna en la persona el misterio cristiano mediante una “espiritualización


integral” pneumatológica y antropológicamente en cuanto que abarca toda la persona en la
unidad de vida, principalmente en cuatro niveles: conocimiento, afecto, acción y formas;
traspasados por la gracia, vocación y cultura de cada persona. En la medida que el misterio es
asumido por el sujeto, en esa medida la mistagogía cumple su función y es eficaz.

El mistagogo es capaz de introducir en el misterio a quien acompaña porque él mismo ha tenido


experiencia de Dios. Sin embargo, la pedagogía que debe seguir no consiste en transmitir la
propia experiencia, sino a partir de la propia experiencia, enseñar el misterio de Dios, que sale al
encuentro de todo aquel que lo busca.

Basado en la pedagogía divina, el mistagogo debe ser, además, respetuoso de los procesos. “La
gradualidad (camino, proceso, transformación) es esencial en toda iniciación mistagógica”441.
La mistagogía espiritual, por lo tanto, es lenta y gradual porque se fundamenta en la misma
pedagogía que Dios ha seguido en la historia de la salvación.

En conclusión, el ministerio del evangelizador, abrazado por la pedagogía del Espíritu, es


particularmente mistagógico en cuanto que, mediante un proceso personalizado, introduce al
sujeto en el misterio de Dios de manera integral. Esto es posible porque quien lo ostenta ha
palpado el misterio de Dios, a través del Espíritu, en su propia experiencia y ésta le permite
llevar a quien acompaña al encuentro con Dios. Por lo tanto, se hace necesario par- tir de la
propia experiencia de Dios y su misterio para la transmisión del mismo. Sin ella es posible
transmitir conocimientos bíblicos, teológicos o morales, pero esto no es suficiente para introducir
realmente al otro en el misterio de Dios. La mistagogía comprende parte de la misma pedagogía
del Espíritu y Él mismo en su acción discreta y eficaz es el Gran Mistagogo que interviene en el
catequista y en el destinatario, aconteciendo el milagro del encuentro personal con el misterio de
Dios.

4.3. Un ministerio con visión escatológica

La acción evangelizadora, que el Espíritu suscita en la Iglesia, tiene como destino último la
salvación de los hombres en la plenitud de los tiempos, los tiempos escatológicos. La acción
creadora de la Trinidad culmina con la santificación del hombre especialmente mediante la
acción del Espíritu para que éste logre “una relación constitutiva con su creador, que alcanzará su
culmen en la plenitud escatológico-salvífica del final”.

Aunque ciertamente la salvación es un hecho que acontece en el aquí y el ahora y que el hombre
es capaz de experimentar ya en esta vida, no debemos olvidar que la fe es prenda de la salvación
en este mundo:

La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía


ausente; la fe nos da algo. Nos da ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente
constituye para nosotros una prueba de lo que aún no se ve. Ésta atrae el futuro dentro del
presente, de modo que el futuro ya no es puro “todavía-no”. El hecho de que este futuro exista
cambia el presente, el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras
repercuten en las presentes y las presentes en las futuras.

Por eso “el hombre necesita de Dios, de lo contrario se queda sin esperanza”, aunque es capaz,
por sí mismo, de albergar esperan- zas poderosas relacionadas con la justicia, la libertad, la
dignidad humana y la paz, sin embargo, “muchas de estas expectativas no pueden cumplirse
plenamente en la existencia histórica y que en de- terminadas ocasiones hacen quiebra”.

Por todo esto, el ministerio del evangelizador debe estar enfocado a esta realidad escatológica.
La predicación del evangelio, el encuentro vivo y personal con Dios y la recepción de los
sacramentos, así como la pertenencia a la Iglesia tienen como fin último la salvación de quienes
lo reciben. Esta visión escatológica es muy importante en el ejercicio del ministerio
evangelizador, su ausencia es puerta de diferentes tentaciones y desviaciones, entre ellas,
convertir la evangelización en mera propaganda o proselitismo religioso con el fin de cazar
miembros, reducir la evangelización a una mera propuesta para vivir bien en este mundo o
reducir la pastoral a un expendio de servicios religiosos con el fin de obtener recursos
económicos.

La acción pedagógica del Espíritu en el evangelizador le lleva a comprender la trascendencia


final de su acción pastoral y la conciencia de que éste es sólo un eslabón más en la cadena de la
salvación. Bajo esta visión, el evangelizador no debe temer proponer al destinatario, no sólo el
seguimiento de Jesucristo y su estilo de vida, sino la salvación de su alma y la esperanza de una
vida futura. La realización de sus anhelos más profundos tienen respuesta en el Dios de la
salvación, esperanza que el Espíritu deposita en el corazón del creyente.

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