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DIMENSIONES DE LA PASTORAL
2011
Ricardo Antoncich sj

El enfoque de nuestro curso recoge el impulso del Documento de


Aparecida por la perspectiva del discipulado-misionero ante la presencia de
Jesucristo en la vida eclesial como obra del Espíritu Santo que orienta la
pastoral y la anima por una espiritualidad.

Nuestro curso se estructura en torno a cinco temas fundamentales:


a) Repensar la teologia pastoral desde el seguimiento de Jesucristo
como Buen Pastor, tal como se nos ha revelado por la Palabra
(dimensión bíblica de la pastoral).
b) Tarea pastoral de Jesús de formar el nuevo pueblo de la nueva
alianza (presencia en la Iglesia, teologia esponsal de la pastoral)
c) Tarea pastoral de Jesús en su ministerio sacerdotal (presencia en la
Eucaristía, dimensión litúrgica de la pastoral)
d) Tarea pastoral de Jesús en su encuentro con pobres y excluidos
(presencia de Jesús en el pobre, dimensión social de la pastoral)
e) Programa personal y comunitario de vivir las dimensiones de la Pastoral.
Compartir el camino realizado durante esta semana.
Para confrontar constantemente nuestro curso con el Documento de Aparecida
al final de este texto ofrezco un apretado resumen. Convido a los participantes
a consultarlo con frecuencia para que ese documento no sea “letra muerta”
sino espíritu que vivifica nuestra pastoral.

PRIMER DIA

Recogemos el mensaje de Aparecida como la más reciente expresión


del magisterio latinoamericano en comunión con el Papa, la V Conferencia que
recoge la tradición desde Rio de Janeiro (antes del Concilio), de Medellín,
Puebla y Santo Domingo (desde el Concilio hasta el V Centenario de la
Evangelización).
En espíritu de fe, sabemos que en estos encuentros está presente el
Espíritu Santo que conduce el discernimiento y el mensaje de los obispos. El
mismo Espíritu está con cada uno de nosotros para acoger ese mensaje y
llevarlo a la práctica. La obra del Espíritu se da, pues, a un doble nivel: con los
obispos y con el pueblo de Dios y todos debemos colaborar en poner las
mejores condiciones para que el único y mismo Espíritu haga su trabajo en
todos. Cada uno tiene una personal responsabilidad ante las llamadas en su
propio corazón. La obra del Espíritu en el interior, es directa, sin mediación
ninguna; la obra que pasa por la jerarquía es mediata. El Espíritu no se
contradice. Las aparentes contradicciones entre la obra interior y la exterior
deben ser examinadas con cuidado, con mucha oración y estudio para ser
fieles a Dios.
El título de “teología pastoral” delimita un tratado específico de la
formación teológica destinada a los sacerdotes para su ministerio. Como
veremos luego la “pastoral” tiene un doble horizonte, a) uno más amplio que se
identifica con toda la obra de la salvación de la humanidad, y que se describe
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en Jesucristo, como Buen Pastor, Hijo enviado por el Padre al mundo para
salvarlo; b) otro más estrecho que se refiere a las personas que ejercitan el
oficio pastoral de conducir al pueblo de Dios en su misión en el mundo y que
solemos identificar como la Iglesia jerárquica.

Las dimensiones de la teologia pastoral abarcan todos los aspectos de la


vida y misión de la Iglesia que expresan nuestra participación en los
sentimientos de Jesús compadecido ante el pueblo como ovejas sin pastor. Lo
social, litúrgico, bíblico son dimensiones de la pastoral porque indican las
actividades que deben acercarnos a Cristo y por El al Padre.

Los acentos nuevos que ofrece Aparecida

Aparecida habla de la Iglesia, no como una institución ya constituida


después de siglos de vida eclesial, sino desde el comienzo mismo. Por la
profesión de fe de nuestro bautismo entramos en una comunidad de discípulos
y misioneros. La referencia de la Iglesia a Jesucristo es fundamental, porque
somos la comunidad reunida en su nombre. Pero esta convocación es
realizada por la obra del Espíritu Santo La Iglesia no puede entenderse sin los
dos principios cristológico y pneumatológico. Por el primero debemos volver
constantemente a los orígenes que son la comunidad de discipulos-
misioneros, por el segundo debemos atender a la acción del Espíritu Santo que
actúa a través de los sucesores de los apóstoles y en forma íntima y directa en
el corazón de cada bautizado. Aquí tiene su lugar la experiencia de la
espiritualidad. Por espiritualidad entendemos el “encuentro entre el espíritu de
cada persona y el Espíritu Santo” (1 Cor 2,11-12); un encuentro que se da en la
profundidad de ambos para realizar los designios del Padre en su Hijo
Jesucristo y en cada uno de sus hijas e hijos.

El marco amplio de la Pastoral

La teologia pastoral debe ser comprendida, en primer lugar como


teologia, es decir, conocimiento y palabra sobre Dios. Pero hay que distinguir
teologia natural (un solo movimiento, del ser humano hacia Dios), y teologia
fundada en la revelación. En esta última hay un doble movimiento. Primero
Dios nos habla y después nosotros hablamos sobre Dios. Y aquí una nueva
distinción en la revelación judeo-cristiana, del Dios monoteísta al Dios que es
único y Trino; de modo que es el Hijo el revelador del misterio de Dios como
Padre. Es el Hijo mismo quien nos enseña quien es Dios y lo hace por una
acción pastoral (compadecido de los hijos de Dios como ovejas sin pastor)
Las dimensiones de la Pastoral las entendemos dentro de un marco de
referencia trinitario. Dios mismo es el pastor de su pueblo, de todas las
naciones, y de todos los seres humanos que ha creado. Por eso el texto
fundamental de la fe puede ser el de Juan 3, 16: “Tanto amó Dios al mundo
que entregó a su Hijo para que todo el que cree en Él no se pierda sino que
tenga vida eterna”. No lo mandó para condenar al mundo sino para salvarlo
(v.17).
A la línea que une Dios con el mundo por el fenómeno religioso hay que
añadir en el centro la revelación del Hijo que por una parte nos revela el amor
de Dios al mundo y por otro conduce el mundo hacia su salvación. El Padre,
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con amor infinito es el Pastor de la humanidad, pero lo hace por medio de su


Hijo. La “dimensión pastoral” llena todo el ámbito de nuestra fe y desde allí hay
que entender la actividad pastoral en el sentido estricto como acción de
algunas personas dentro de la Iglesia. Los que en la Iglesia son llamados al
servicio pastoral deben aprender del propio Cristo cómo ser pastores, así como
El refleja la actitud misericordiosa del Padre con el mundo.
En la proyección trinitaria tiene sentido otro doble movimiento que se
realiza desde el Hijo al Mundo y desde el Mundo al Hijo, doble movimiento
realizado bajo la acción del Espíritu Santo. Desde el mundo, -aunque ya con
una tradición religiosa consolidada por siglos como pueblo de Israel-, algunas
personas se han sentido atraídas, llamadas, vocacionadas al discipulado; han
convivido con Jesús por un tiempo prolongado y han recibido la misión de
anunciar a todas las naciones el amor que el Padre tiene al mundo cuando nos
da a su Hijo como salvación.
Hay un texto, Mc 6, 30-34, que tiene una preciosa definición del afecto
pastoral que mueve al Padre al envío del Hijo y a éste a anunciar el Reino. “Al
volver los apóstoles donde estaba Jesús le contaron todo lo que habían hecho
y enseñado” Jesús les invita al descanso, pero las multitudes lo siguen. “Al
bajar Jesús de la barca vio todo ese pueblo y sintió compasión de ellos porque
eran como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles largamente”.
Este texto muestra que el doble movimiento discipulado-misión no se da
de una sola vez y por todas, sino en un proceso permanente donde están
“cerca” del maestro, para alejarse en misión y para volver nuevamente a El.
Discipulado y misión se enriquecen, porque uno no “aprende todo y para
siempre” como discípulo, sino aprende a vivir la vida de discípulo bajo la
permanente acción del Espíritu y éste actúa por los acontecimientos del
mundo. Jesús ve al pueblo pero con un sentimiento peculiar “compasión de
ellos porque eran como ovejas sin pastor”. La mirada de Jesús es el reflejo de
la mirada del Padre al enviar a su Hijo. Jesús, Pastor, es el reflejo del Padre,
Pastor, lleno de misericordia y bondad.
Por otra parte, la parábola del Buen Pastor aparece en un contexto bien
específico de la vida de Jesús, según Lc 15. Se trata de las murmuraciones de
los fariseos y escribas, los maestros de la ley, criticando la cercanía y amor que
demuestra Jesús con los pecadores y publicanos.

Vamos a trabajar en primer lugar la pastoral como dimensión amplia del


misterio de la salvación. La pastoral refleja el amor de Dios a las personas que
necesitan de ese amor para ser conducidas hacia Dios. La pastoral en la
Iglesia no se confunde con la tarea administrativa, la cual es necesaria en toda
institución; su sello característico es la referencia al amor de donde procede la
acción pastoral y hacia donde debe terminar. Se trata de explicar el verdadero
sentido de la “ley del amor” propia de Jesús para sus discípulos, distinta de la
ley del AT, si ésta se separa del amor. La pastoral tiene que ver con la
revelación del amor de Dios. Es ese el contexto donde Jesús propone la
parábola de la oveja perdida y del Buen Pastor.
Vamos a trabajar tres textos del Evangelio que describen la dimensión
amplia de la pastoral: El don que el Padre hace de su Hijo al mundo necesitado
de salvación (Jn 3,16), el modo como Jesús realiza esa misión del Padre, por
medio de la vocación al discipulado y a la misión (Mc 3), el modo como Jesús
entiende su misión pastoral y cómo la enseña a sus discipulos (Mc 6, 30-44).
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La Pastoral como envío del Hijo para salvar al mundo

Jn 3, 16 afirma tres datos de importancia: Dios como Padre envía a su


Hijo al mundo para manifestar su amor salvífico.

El Padre como origen del amor. Tres aspectos a considerar:

a) En primer lugar, al hablar de Dios, Juan lo presenta como un “Dios que


ama al mundo”. El amor es la única explicación posible de la creación.
Dios eterno no necesita del mundo, Es la plenitud de todo el Ser; la
creación no es fruto de necesidad sino expresión de donación. Dios
quiere que exista “algo” fuera de El para compartir con ese “algo” la
plenitud de su amor, el desbordarse del amor. La creación es obra de
gratuidad. El mundo, así creado, tiene una belleza extraordinaria, es
fruto del amor de Dios.
Pero el compartir de Dios supone no “algo” fuera de El, sino “alguien”,
seres personales con inteligencia y libertad; sólo seres semejantes
pueden darse cuenta del amor que les hace existir y del fin para el cual
existen, usando su inteligencia y libertad. Por tanto al hablar de un Padre
que ama al mundo hay que entender al mundo no como el cosmos de
las cosas, sino como la historia de las personas. Sólo las personas
pueden acoger la entrega del Padre, el don del Padre.
b) En segundo lugar Juan describe el amor de Dios al mundo por la
entrega de su Hijo. Cuando la Iglesia ha querido expresar el misterio
trinitario ha usado la palabra “engendrar” para explicar cómo el Padre es
origen del Hijo. Para nosotros, la experiencia de paternidad y filiación se
dan como relaciones de dos seres de los cuales uno de ellos ya existe
como persona aunque todavía no como padre hasta tener un hijo o hija.
En Dios la paternidad y filiación -al ser la relación la esencia misma de
cada persona divina-, se dan desde la eternidad siempre en forma
simultánea. Sin embargo, la Iglesia al usar el verbo engendrar, aplica a
la paternidad de Dios las características de la maternidad humana. El
Hijo de Dios es intensamente amado con un amor que es a la vez
paternal y maternal; para el Padre no hay tesoro más grande que su
propio Hijo. Dar su Hijo es como darse El mismo a través del Hijo.
c) En tercer lugar, la entrega del Hijo expresa cuán grande es el amor del
Padre al mundo. El mundo, la totalidad de la humanidad no capta el
significado de esta entrega hasta no captar la riqueza de la vida trinitaria.
Sólo desde la gracia, comprendiendo quién es el Padre y quién es el
Hijo podemos agradecer al Padre el regalo de su Hijo. Este regalo es el
mayor que se pueda concebir, no sólo porque el Hijo viene al mundo,
sino que viene a vivir la vida del mundo exactamente como la vivimos
cada uno de los seres humanos. El modo como el Hijo nos es entregado
es por la Encarnación

El Hijo como revelación del amor. Nuevamente tres aspectos:

a) Así como en estos tres rasgos conocemos lo que hace Dios, podemos
describir también en tres rasgos, lo que es la obra del Hijo. En primer
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lugar el Hijo es engendrado por el Padre. El amor tiene dos


expresiones recíprocas, la gratuidad y la gratitud. La gratuidad se da
donde el amor no está motivado por algo que le antecede, sino que nace
desde dentro por pura liberalidad de la persona que ama; la gratitud, en
cambio, es una respuesta a un amor que antecede y al cual se puede
corresponder. Aplicando en forma analógica estas dos palabras al
misterio de la Trinidad y con todas las reservas del caso, diríamos que el
amor del Padre en cuando originante, es de gratuidad, y el amor del Hijo
en cuanto originado es de gratitud.
Las dos formas de amor son propias de las personas divinas pero
peculiares una a una persona y otra a la otra. Para entender el misterio
es necesario marcar las diferencias entre paternidad humana y divina, la
humana supone otro amor para que una nueva vida sea posible, la
maternidad; y supone que antes de la paternidad y maternidad las
personas humanas ya existan. En Dios la paternidad es también
maternidad (el Padre engendra al Hijo) y todo el ser de cada persona se
expresa por su “ser para”, es decir por la relación; las personas divinas
son “relaciones subsistentes”. La humanidad creada no puede ser total
origen de gratuidad, porque su propia existencia es ya recibida, y por
tanto su amor corresponde más a la gratitud que a la gratuidad. La
persona divina que nos encamina por la gratitud es la del Hijo, es el
modelo divino de lo que nosotros debemos hacer cuando amamos a
Dios, que es “devolver” un amor que nació primero en El.
b) En segundo lugar, ese Hijo engendrado eternamente aparece en la
historia del mundo como un ser humano. El amor del Padre a la
humanidad al entregar a su Hijo se manifiesta en forma muy delicada y
profunda. Nos da su Hijo, pero no sólo como ser divino espiritual, sino
también como ser humano, de carne y hueso como todas las personas
humanas. Quiere que el amor divino sea percibido también como amor
humano de alguien que comparte nuestra existencia. Los signos de
divinidad que de alguna manera son necesarios para aceptarlo como
Hijo de Dios no son “privilegios” que le eximen de los limites y
necesidades terrestres, sino de un profundo amor presente siempre en
el profundo respeto de la libertad de todos los seres humanos creados
por el Padre.
Lo divino está tan escondido, - si buscamos signos espectaculares -,
que los habitantes de Nazaret no aceptan a ese profeta que ha vivido tan
igual que el resto de sus habitantes. ¿Dónde está esa divinidad, si sólo
hemos visto su pura humanidad? Al entregarnos el Padre de esta
manera a su Hijo respeta también nuestra libertad en todos los tiempos.
Admitir la divinidad de Jesús no es una obra de la razón por la cual hay
“necesidad de admitir unos hechos”, sino es don de fe, por la cual, a
través de lo humano llegamos a la divinidad. El Padre entrega a su Hijo
“al modo humano” para que lo sintamos cerca, totalmente uno de “los
nuestros”, que comprenderá nuestras angustias y sufrimientos, hecho
semejante a todos excepto en el pecado “Vivir sin pecado” para la
humanidad de Jesús no significa en manera alguna “ser persona rara”,
por el contrario, los evangelios nos hablan de una riqueza humana que
se acerca a niños, enfermos, pobres, pecadores, sin excluir a nadie.
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c) En tercer lugar, el Hijo en cuanto ser humano se muestra siempre como


ser atento a la voluntad del Padre en el mundo. Eso significa que la
encarnación es verdadero aprendizaje. Hay un detalle de la encarnación
al que le damos poca importancia. La filiación del Hijo es eterna, pero
por la encarnación comienza a ser vivida de otra manera. Antes de la
encarnación es el Hijo Unigénito del Padre, después de la encarnación
es el Hijo primogénito, no en el sentido “temporal” nacer antes de
cualquier otro ser humano, sino “ejemplar”. En Jesús como Hijo, se
cumple la perfección de toda la humanidad que debe la vida a la bondad
del Padre creador.
Esta “nueva situación” de la encarnación supone un desafío muy grande;
antes de la Encarnación es unigénito, después de ella ya no es el hijo
único que recibe la vida de Dios, sino hermano de muchos hermanos y
hermanas. Hay un “aprendizaje” para el Hijo que se inicia con la
Encarnación: aprender a “convivir” la vida humana con otros seres, que
tienen también su origen en la bondad de Dios. Este aprendizaje
significa reconocer que la libertad del Hijo encarnado está limitada y
situada dentro de otras libertades, capaces de devolver el amor recibido
de Dios o de rechazarlo. La vida en la historia de Jesús es el aprendizaje
de que es posible el rechazo de Dios por la libertad de los hermanos y
las hermanas.

El mundo como destinatario del amor del Padre y del Hijo en el Espíritu.
Finalmente, el mundo aparece como término del amor del Padre en su Hijo.
a) En primer lugar el mundo aparece como creado por amor del Padre.
La afirmación de Jn 3, 16 comienza por el amor que Dios tiene al
mundo, pero ese amor en realidad ha precedido al mundo. San Agustín
decía que los humanos amamos lo que ya existe, pero Dios porque nos
amó nos hizo existir. El amor de Dios precede la existencia (todo amor
se refiere a la existencia, es desear que la esencia exista). Dios crea un
mundo de libertades, en donde frente al bien querido por Dios se alza el
mal de obrar en contra de la voluntad del Creador. Pero esto no impidió
a Dios crear a la humanidad. Dios quería que el amor que se le
devolviera fuera fruto de una total libertad humana. Hizo una apuesta por
esta respuesta amorosa; gracias a ella existimos nosotros. Puede haber
millones de seres que rechazan a Dios y miles que lo acogen. Para Dios
es más valiosa esta respuesta libre que otras respuestas forzadas por el
miedo y el temor. La existencia de la humanidad es una apuesta por la
libertad, por eso Dios la respeta tanto que, a nosotros, resulta
incomprensible.
b) En segundo lugar, el mundo es el espacio donde el Hijo va a revelar el
amor del Padre. La historia (de seres inteligentes y libres) del mundo
(como escenario de esa libertad) en sus coordenadas de espacio y de
tiempo, va a necesitar de un aquí y un ahora, una vida humana que es el
don del Padre al mundo. En la capilla de la anunciación una lápida
recoge la afirmación “Verbum caro factum est” pero modificándola
brevemente por un “hic”, es decir el Verbo aquí se hizo carne. Ese
“aquí”, único lugar del mundo en donde se puede hacer esta afirmación
es como el “registro” de la intersección de lo divino y humano. La
originalidad de la religión cristiana es la fe en ese “aquí”. El Hijo nos
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revelará al Padre en la sencillez de la vida humana, la más cercana a


todos los seres humanos, que es la vida de los pobres. En medio de
hechos y situaciones que pueden repetirse en todos los rincones del
mundo y en todos los tiempos de la historia.
c) En tercer lugar, el mundo es el lugar de la acogida o el rechazo del
don del Padre. Para el Hijo encarnado, el espectáculo más triste es el
misterio del mal, del pecado, del rechazo del amor del Padre. Vivió en
una tradición religiosa en la cual se sabía que la voluntad de Dios se
manifestaba por la ley dada a Moisés. Sin embargo, los intérpretes de
esta ley la complicaron tanto, mezclaron lo intrascendente con lo
fundamental, que el respeto de la ley perdió su sentido. Existía una gran
confusión hasta el punto que personas religiosas le preguntaban “cuál es
el mandamiento más importante de la ley”. El “rechazo” de Dios en la
mente de algunos escribas era puesto en cosas accidentales, por
ejemplo trabajar el día de sábado. La sociedad religiosa debía cerrar sus
fronteras para que los que rechazaban la ley no tuvieran lugar dentro de
los creyentes. Por eso despreciaban a los pecadores, a los publicanos.
Jesús percibía que el “rechazo” de Dios se jugaba en otro terreno: en el
desprecio de la persona humana. Los escrúpulos en la observancia de la
ley no existían cuando se explotaba a los pobres, a las viudas, a los
huérfanos. Jesús va a vivir su ministerio al servicio de la fidelidad al Dios
amoroso y no del Juez duro y cruel que cierra los ojos al maltrato de los
prójimos. Para vivir esta misión es para lo que convoca a discipulos-
misioneros. Jesús es muy claro en lo que exige de sus discípulos: el
amor al Padre (y por tanto la aceptación del Hijo enviado por El) y el
amor a los hermanos. La crítica de fariseos y escribas de curar enfermos
en día sábado rompe la imagen de esos dos amores; ¡viene a constituir
una falta contra Dios hacer el bien de la salud a un hermano!, porque
una tradición prohibe ese tipo de trabajo el día sábado. Para Jesús la
unidad de los dos amores es esencial, y la ley (que nos refiere a Dios)
no puede ser una barrera para el amor; es una ley que debe ser
interpretada de otro modo.

Otro texto fundamental de nuestra reflexión es el modo como Jesús


forma a sus discípulos, según Mc 3, 13-14. Si la pastoral en el sentido amplio
es la revelación del amor que el Padre tiene al mundo al entregarle a su Hijo
unigénito, porque no quiere que el mundo se pierda sino que se salve, “la
dimensión pastoral” es la dimensión misma de nuestra fe centrada en la
persona de Jesucristo. En esa dimensión el amor de Dios, el pecado del mundo
y la presencia salvadora del Hijo son tres constantes que deben aparecer en
toda comprensión de la pastoral.
El siguiente texto nos acerca más al modo como Jesús reveló al mundo
el amor del Padre. Lo hizo por la llamada al discipulado y el envío a la misión.
Aquí está la originalidad de Aparecida. Si la dimensión pastoral es la unidad del
amor de Dios con el mundo que debe ser salvado por Jesucristo, esto se
realiza por una doble acción de Jesús a personas del mundo: llamarlas y
enviarlas. El “ser Pastor” que aparece tanto en el Padre como en el Hijo, pasa a
ser también, por extensión, una tarea para los discípulos de Jesús.
Nos encontramos plenamente en el documento de Aparecida. Los n.20-
32 son la mejor descripción de lo que significa el gozo y la alegría de ser
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discípulos y misioneros. La nota del discipulado es la de la alegría de una


experiencia. Los Obispos nos invitan a ser una Iglesia alegre, contenta; no que
gime bajo el peso de los problemas y dificultades, sino que experimenta por
dentro la fuerza y energía de Dios que nos hace capaces de vencer los
obstáculos.
La Pastoral la aprendemos del Buen Pastor y esta experiencia nos viene
por la Palabra. Es común al Antiguo y al Nuevo Testamento, la referencia a la
Palabra de Dios. Pero la diferencia fundamental entre ambos testamentos es la
encarnación del Hijo de Dios, es decir, la Palabra de Dios hecha carne. De toda
la Biblia no hay libro más importante que los Evangelios porque nos narran los
dichos y obras de Jesús el Hijo de Dios. Es la perspectiva de interpretación de
toda la Escritura. No podemos poner los Evangelios al mismo nivel de todos los
escritos de los profetas, Moisés o los apóstoles.
Los Evangelios nos narran la convivencia de Jesús con sus discipulos,
vivida como discipulado y misión. La categoría clave de la relación de los
discípulos con el Maestro es la del “encuentro”. El discipulado en el Evangelio
no se hace “online”. Supone siempre el encuentro entre discípulo y Maestro.
Pero ¿cómo podemos ser hoy discípulos de un Maestro que estuvo en el
mundo hace dos mil años?
Aquí hay que hacer una distinción de dos tipos de presencia: una es
“física”, es decir, comprobable por los sentidos de ver, oír, tocar. San Juan
alude a esta experiencia (1 Jn, 1). Pero hay otra presencia “espiritual” cuando
lo que Jesús ordenó, gobierna por completo nuestra vida (1 Jn, 2) porque
amamos a Dios y a los hermanos.
A los discípulos que gozaron de la experiencia física, los llamaremos
“pre-pascuales” porque se encuentran con el Maestro, incluso antes del
momento de la Pascua que comprende la pasión, muerte y resurrección. La
presencia, para nosotros, después de dos mil años de la muerte de Jesús, no
es “física” sino “espiritual” o mejor “sacramental”. Tenemos una certeza de su
presencia, pero no basada en nuestros sentidos sino en la fe. Somos los
“bienaventurados” que sin haber visto han creído.
Para renovar la Iglesia latinoamericana en el espíritu de Aparecida,
tenemos que comenzar por vivir la experiencia del discipulado “post-pascual”,
es decir la certeza de la presencia del maestro que nos viene por el don de la
fe. Aparecida nos enseña los “lugares” donde encontramos por la fe la
presencia del Maestro. Este curso trata de mostrar la interrelación de los cuatro
lugares entre sí, porque la presencia del Maestro puede ocultarse si nosotros lo
buscamos sólo en un lugar, como si no estuviera en los otros.
La búsqueda del Maestro en los cuatro lugares de fe es ya un ejercicio
de “pastoral” porque el conducir a la humanidad hacia Dios va a suceder por el
encuentro con el Maestro. Buscándole como discípulos, ya vivimos el gesto
pastoral del Padre que nos entrega a su Hijo; siendo misioneros somos
nosotros los que llamamos a otros discípulos y los conducimos al Buen Pastor.
La primera presencia, fundamental, es la presencia del Maestro en la
Sagrada Escritura. Toda pastoral tiene que tener un fundamento o una
dimensión bíblica. El modo de leer y anunciar la Palabra, si es pastoral y no
meramente académico, nos lleva a la experiencia real pero espiritual de la
presencia del Maestro en medio de nosotros.
Desde la Palabra aceptada por la fe y profesada por el Bautismo,
formamos un Cuerpo con el mismo Cristo. La Iglesia es la comunidad que
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alimenta su fe por la presencia de Jesús en la Palabra; vive esa presencia


como comunidad unida a Cristo.
Hay otros dos lugares de presencia: en la Eucaristía, y en el Pobre.
Estas dos presencias son fundamentos y también dimensiones de la pastoral
por los acentos litúrgicos y sociales.

La presencia del Maestro en la Palabra

¿Cómo los Evangelios nos hablan del actuar pastoral de Jesús? Jesús
es el Maestro que guía en primer lugar a sus discípulos. Los convoca para que
estén con El y los envía a predicar al mensaje a las multitudes. Veremos cómo
el ritmo de discipulado-misión puede repetirse en varias etapas. El texto que
vamos a trabajar de Mc 6, 30-44, se divide en dos secciones claramente
definidas: 6,30-34, y 6, 35-44. Este texto nos enseña cómo Jesús vive el
proceso de formar a los discípulos, enviarlos a la misión, volver a la experiencia
del discipulado, preparar un nuevo envío a la misión. Los dos procesos se
mezclan, en el tiempo de discipulado se profundiza el sentido de la misión y la
misión lleva nuevas experiencias para vivirlas en el discipulado.

Mc 6, 30 supone que los discípulos han sido ya enviados y que vienen a


compartir la experiencia. El capítulo 6, después de la poca acogida de Jesús en
Nazaret (Mc 6, 1-6ª) ha comenzado precisamente por el envío misionero. Es la
primera vez que Jesús lo hace con los doce y les da instrucciones precisas de
anunciar el evangelio de manera pobre y sencilla. “Fueron a predicar, invitando
a la conversión” (6,12) precisamente a imitación de Jesús que sale a anunciar
la proximidad del Reino de Dios. Del v.14 al 29 se habla de la muerte de Juan
Bautista. Y a partir de allí (30-44) se encuentra el texto que nos interesa.
La misión de los discípulos no es el corte de las relaciones con el
maestro. En el discipulado de Jesús nunca hay término y lo seguimos siendo
toda nuestra vida; en cada momento y después de nuestras progresivas
misiones tenemos que volver a Jesús “a contarle lo que hemos hecho y
enseñado”; a conferir nuestras prácticas con sus enseñanzas y valores. El
discipulado nunca termina porque en todas las oportunidades tenemos que
contar a Jesús lo que hemos hecho y enseñado y acoger su Espíritu para
anunciarlo cada día mejor. El discipulado no es una etapa ni un “grado”, como
si los apóstoles fueran más que los discípulos. La llamada al discipulado nos
iguala a todos en el mismo plano, porque el único maestro es Él.
En el v.30 se dice simplemente que contaron a Jesús, pero no se dice
qué le contaron; los versículos 12 y 13 ya lo han dicho: expulsar demonios y
curar enfermedades, signos de la vida que trae el evangelio del Reino ante los
signos de muerte de situaciones de pecado. Marcos destaca la fatiga de la
misión: no tenían tiempo ni para comer. El “hambre de Dios” es tan fuerte que
los doce se sienten llamados a entregarse por completo. La misma relación
vuelve a repetirse, pero esta vez de ellos con el Maestro. Jesús muestra una
fina atención a estos detalles del trabajo, del descanso merecido, de los
tiempos de intimidad donde los discípulos están a solas con el Maestro. Su
propósito de alejarse a otra orilla es precisamente ese: descansar y vivir la
amistad. El v.32 anuncia la frustración de aquellos proyectos: la multitud vuelve
a “perseguir” a Jesús y a los doce, con sed de sus palabras.
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El sentido de Jesús Pastor ante las ovejas

En el v. 34 aparece el rasgo que queremos destacar: “Al bajar Jesús de


la barca vio todo ese pueblo y sintió compasión de ellos, pues eran como
ovejas sin pastor y se puso a enseñarles largamente”. Entre la primera fase del
discipulado que termina con la primera misión y el resto de discipulado y
misiones futuras se encuentra este pasaje que define la actitud de Jesús de
mirar con compasión a las multitudes y ser buen pastor.
Ver la multitud no es en primer lugar experiencia de frustración que echa
a perder el proyecto de un día de descanso y de intimidad; cuando nuestro
trabajo es una función burocrática puede ser hecha a cualquier hora y en
cualquier día, se experimenta como carga pesada que nos incomoda cuando
rompe nuestros planes. “Lo que hay hacer” con funciones burocráticas,
administrativas son normas, recomendaciones, acciones, para que la
“maquinaria de una institución” funcione bien. Nada más ajeno a la pastoral.
La reacción de Jesús es de “compasión”, sufrimiento por el sufrimiento
de otros, por su vacío, por su errar por la vida sin metas claras ni sentido; sabe
que todos los que están allí buscan encontrar la alegría, la paz, la bondad, en
una palabra, sentir que Dios está cerca.
¿No había pastores en Israel? ¿No existía la tribu sacerdotal de Leví,
cuyos miembros se transmitían unos a otros la delicada misión de servir en el
templo y dar gloria al Señor? ¿No existía la escuela de rabinos en Jerusalén
donde se formaban los maestros de la Ley? ¿No estaban los “escribas” como
celosos estudiantes de la ley para explicarla y orientar al pueblo? ¿Por qué el
pueblo estaba desorientado como “ovejas sin pastor”? ¿Había fallado Dios en
su alianza al no proveer pastores para su pueblo? No. La explicación se
encuentra en la libertad humana que puede alejarse de Dios incluso estudiando
y enseñando su palabra. La vida de Jesús es una constante oposición entre
interpretaciones bíblicas desviadas de su propio sentido y el mensaje del Reino
que Jesús ofrece.
Dios había asegurado que su pueblo no erraría desorientado si los
pastores no los conducían por buen camino. Por eso, desde la más antigua
tradición envió a los “profetas”. Jesús no era un sacerdote en términos del AT,
no pertenecía a la tribu de Leví sino era descendiente de David; era un “laico”
como lo fueron la mayoría de los profetas. Dios como Pastor de su pueblo
había inventado formas para corregir desviaciones inducidas por los pastores.
Y las dos formas, sacerdocio y profetismo, se encuentran en la Revelación, y
con frecuencia los profetas han incomodado a los sacerdotes y reyes de la
antigua alianza, hasta ser amenazados de muerte. En Israel era usual referirse
a las Escrituras como “la ley y los profetas”. No sólo la ley.
El pueblo siente que este profeta sí enseña las cosas de Dios; que el
Reino de Dios que anuncia, sí vendrá aunque no como lo esperamos con
expectativas humanas. Jesús contrapone los falsos pastores a los verdaderos
pastores. Los primeros, aunque parten de la revelación, poco a poco la
modifican con prescripciones, mandamientos, interpretaciones que se alejan
del espíritu de la ley. Mandamientos tan claros como el respeto a nuestros
padres, quedan invalidados por prescripciones de intocabilidad del dinero
dedicado al templo (corbán).
11

El profetismo de Jesús es restaurar el sentido auténtico de la ley para


revelar el amor del Padre; es renovar la pastoral. La pastoral une a Dios y su
amor con el mundo. La ley tiene que ser un camino transparente y no
obstáculo. Por eso la ley verdadera es y será siempre la “ley del amor”. En
estas palabras hay una aparente oposición: la ley viene “de fuera”, se transmite
por tradición y autoridad, tiene fuerza coactiva y punitiva en caso de
transgresiones. Este aspecto de la ley está muy acentuado con los “rigoristas”
que quieren aplicar la ley a rajatabla. El amor en cambio es espontáneo; no
nace por un mandamiento sino por un deseo del fondo del corazón de agradar
al que se ama. El pecado original no estuvo en la desobediencia del mandato
de no comer de un árbol, sino en la falta de amor que supone el dudar de los
motivos de la prohibición; la serpiente mata primero el amor y por eso la
humanidad peca contra la obediencia.
La insistencia en poner la causa de todos los males en la desobediencia
es antropológicamente incorrecta y bíblicamente inexacta. Cuando se ama no
hay problema alguno en obedecer todo; cuando no se ama hay continuo recelo
de sospechas ante los mandatos. Ser pastor no es exigir obediencias sino
alimentar amores, inspirar confianza, hacer vivir la experiencia del amor infinito
de Dios.
Si la Pastoral, aprendida en este “marco amplio” de Jn 3, 16, es la
relación entre el Dios que ama y el mundo amado -porque se quiere su
salvación y no su condenación y de esto es testigo el Hijo que el mismo Padre
nos entrega-, entonces jamás se puede entender la pastoral como puro
legalismo. O se hace trasparecer el amor de Dios o la ley no es grata a Dios ni
tiene su origen en Dios, porque tal como nos llega a nosotros ha sido
deformada por interpretaciones que le han quitado todo su sentido.
Por eso es importante observar en el Evangelio las alusiones que se
hacen a la ley en el contexto de un amor necesario y urgente. El conflicto varias
veces descrito en los evangelistas es el de la curación de enfermos en día
sábado. La curación es ciertamente una obra buena en beneficio de un ser
humano; hacer el bien a una criatura de Dios es hacer algo agradable al Padre,
no cabe duda. Pero parece oponerse a una interpretación legalista del precepto
del descanso sabático. Y Jesús no disimula su oposición a esta falsa
interpretación, la confronta públicamente. No busca el compromiso de curar al
enfermo al día siguiente, sin problemas para nadie. Lo que está en juego aquí
es la verdadera imagen de Dios como Padre de toda la humanidad, y el amor
que se vive en gestos concretos, ante las leyes que son interpretaciones de
interpretaciones.
Cuando tomamos como regla la “ley del amor” sabemos que la ley (lo
que hay que hacer) debe estar subordinada al amor (lo que hay que ser). La
Voluntad del Padre es que sus hijos revelen la Bondad del Padre. El amor no
puede subordinarse a la ley, sino la ley al amor.
El evangelio de Mt 12,12 nos trae una pública confrontación por un
milagro de Jesús en día sábado, en la cual aparece con claridad el problema
de la ley. Jesús cuestiona a sus oyentes preguntando qué pastor dejaría que
una oveja caída en un pozo, -con riesgo de morir si no es sacada de
inmediato,- la dejara allí por cumplir la ley del descanso sabático. ¿Acaso no es
buen pastor humano el que saca a su oveja del pozo aun en día sábado? Eso
es lo que todo buen pastor debe hacer.
12

¿Cómo ofenderse entonces, cuando el Buen Pastor divino cura a un ser


humano, infinitamente más digno e importante que cualquier oveja, incluso en
día de sábado, cuando precisamente debe “hacerse el bien” porque el bien
agrada al Padre bueno? El contexto de esta controversia parece a referirse a
prácticas que todos consideraban “normales” aunque fueran hechas en el día
de descanso.

El Buen Pastor que busca la oveja perdida.

Jesús define su misión pastoral cuando se trata de la misericordia con


los pecadores. Los fariseos y doctores de la ley critican a Jesús que se rodea
de pecadores y publicanos, pero Jesús les responde con tres parábolas en un
solo capítulo de Lucas, (cap. 15). Los tres tienen puntos de semejanza: que se
centran en lo que se ha perdido y la alegría del reencuentro. La primera
parábola es precisamente la del Buen Pastor.
El pastor ha perdido sólo una oveja, pero le quedan 99 en su redil; sin
embargo se obstina en buscar a la perdida hasta encontrarla y celebra una
fiesta con sus amigos para compartir la alegría. En forma semejante una mujer
que busca su moneda de oro. Pero es en la tercera parábola, del Hijo pródigo,
donde resplandece más la complejidad de lo perdido y encontrado con la fiesta
respectiva. Al tema de lo perdido se suma en las tres parábolas el tema de la
fiesta señalando que será “mayor en el cielo” por un pecador que se arrepiente
que por 99 justos que no necesitan arrepentirse. La conversión del pecador es
un acto de libertad que sale de cualquier estadística para mostrar la
sensibilidad de una persona que se deja cautivar por el amor de Dios Este
deberia ser el mejor fruto de nuestra pastoral…...
En las dos primeras parábolas “lo perdido” no es una persona, es un
animal y un objeto valioso. Sólo en la tercera es un hijo que se aleja por propia
decisión y gasta la herencia de su padre en una vida libertina. La relación
padre-hijo se complica, porque hay otro hijo. Al volver el pródigo, las reacciones
son totalmente distintas: el hermano mayor mide todo por la ley y por los
excesos de la fiesta del regreso, el Padre solo lo mide por la alegría de volver a
tener a su hijo en casa. En tanto en las dos primeras parábolas hay
simplemente una fiesta, en la tercera hay un “aguafiestas” que se niega a
compartir el gozo del padre y de su hijo por el reencuentro.
La pastoral es el camino de hacer volver a casa a los que se alejaron, es
participar de la alegría del Padre celestial; pero precisamente el hermano
mayor que nunca se alejó de la casa del padre, que había sido fiel y obediente
es el que opone su propia fidelidad al pecado del menor y reprocha al padre el
exceso de celebrar una fiesta por el retorno. Con una delicadeza infinita, Jesús
apunta a los que se justifican a si mismos por la ley… sin amor. Vivieron una
ley que no tocaba lo que a Dios más le interesa, que sea transparencia del
amor. Una ley observada por personas satisfechas de si mismas que no deja
espacio para la alegría del que se levanta desde su caída y comienza a andar
de nuevo hacia el Padre.
El amor del Padre al mundo en la expresión de Jn 3, 16 es para la
salvación y no para la condena; es un amor de misericordia; un amor que va
más lejos de las transgresiones y pecados que son frutos desviados de una
libertad que fue dada como don de Dios. Partiendo de la libertad es posible
rehacer el otro camino de acogida libre del amor de Dios. El amor de Dios
13

restaura, porque vuelve al inicio, a la raíz; el fruto, las ramas podridas no son la
raíz. El árbol es la libertad, ese árbol es amado por todo el bien que puede
hacer; la misericordia es ayudar a que las personas descubran el don de la
libertad y lo empleen en una forma radicalmente distinta a la que tuvieron al
pecar.

La multiplicación de los panes, signo del Reino

Volviendo al texto de Mc 6, la compasión de Jesús se muestra por el


largo tiempo dedicado a la enseñanza y por el acontecimiento final. No sólo las
palabras son signos del Reino en cuanto que dan sentido a la vida, enseñan las
verdades al entendimiento, proponen las normas y valores a la voluntad, sino
que hay otros signos que se dan por hechos. Los textos de la multiplicación de
los panes en los diversos evangelios tienen en común la desproporción entre
panes y peces que algunos tienen en medio de la multitud y las necesidades de
la mayoría. En ningún momento el pan es dado en forma misteriosa, por pura
intervención divina, como si no fuera necesaria la actividad y colaboración
humana.
Esta dimensión de la actividad humana, de ofrecer algo que es parte de
la solución del problema, pero a veces insuficiente, desproporcionada, entra en
alianza con el poder de Dios. ¿En qué consiste el milagro de la multiplicación
de los panes? ¿Se multiplican de forma que los panes de una cesta nunca se
agotan y van reapareciendo conforme van siendo entregados?
La pastoral de Jesús no es sólo dar de comer sino que esto suceda por
gestos de solidaridad; hay un elemento de las narraciones: la fe y la esperanza,
que son los que juegan un papel central. Cuando los discípulos arguyen que el
pan es insuficiente, Jesús les pide hacer un acto de fe y hacer sentar a la
muchedumbre en forma ordenada por grupos. Jesús siempre atribuyó los
milagros a la fe de las personas, nunca fueron actos mágicos independientes
de la libertad del que confía en Dios.
Hay gestos de solidaridad y alegría que “alimentan” el espíritu.
Ciertamente da la impresión de que en la multiplicación de los panes, existió
este otro tipo de alimento y en forma abundante; lo que alimentó a todos fue
que el pan fue dado a todos, fue alimento material pero sobre todo espiritual,
vivencia de fraternidad y solidaridad. La multitud “experimentó” que lo que allí
había sucedido era el Reino ya presente.
El texto de Mc 6, 30-44 en su conjunto nos habla del Pastor que se
compadece de la multitud, que da largamente el pan de la Palabra y que hace
señales de que el Reino de la fraternidad ya ha llegado. La palabra aclara el
sentido del acontecimiento y éste muestra la realidad de la promesa y de la fe.
Cuando recordamos en Juan los sucesos posteriores a la multiplicación
de los panes aparece la crisis de las falsas expectativas de la multitud de un
rey que da de comer y no reconocen al profeta y pastor que se entrega como
alimento a su pueblo. La crisis es tan profunda que Jesús pregunta a los
discípulos qué van hacer ante la desilusión colectiva. Pedro responde por todos
confirmando su adhesión a Jesucristo. Una nueva etapa del discipulado y de la
misión se abre después de la primera experiencia misionera.
En el texto de Marcos, lo que sigue a la multiplicación de los panes es la
oración solitaria de Jesús por la noche. La clave de lo que Jesús ha hecho es
asemejarse al Padre en su bondad; su obediencia es ser transparente para que
14

la bondad del Padre se manifieste. Marcos narra la tempestad en el lago con


los discípulos solos y la aparición de Jesús en el lago, y termina con una frase
enigmática: “los discípulos no habían comprendido lo de la multiplicación de los
panes porque sus corazones estaban como embotados”
Encontrar al Maestro, como Hijo de Dios, a través de la narración de sus
dichos, acciones y mensaje, es volver siempre a la presencia de Dios en la
Palabra. Nos toca ir a lo central: la persona misma de Jesús y sus acciones,
sus preferencias, sus amistades. La pastoral es seguir el camino del Buen
Pastor.

Trabajo de grupos

a) Explicar la relación Padre – Cristo – Mundo (Jn 3,16) como marco de


comprensión de la pastoral en el sentido amplio.
b) Describir los rasgos de Jesús como Buen Pastor, como modelo de
nuestra acción pastoral
c) Comparar el Antiguo con el Nuevo Testamento como palabras que Dios
nos dirige para educar y alimentar nuestra fe.
d) Destacar los distintos elementos del ver – juzgar – actuar de la
pedagogía del Maestro con los discípulos al retornar de la primera
misión. ¿Qué significa el proceso de volver al discipulado? ¿Es el
discipulado una sola etapa que hasta que no se acabe no puede
comenzar la misión? ¿O por el contrario, hay etapas intermezcladas
donde se aprende a ser discípulo y ante nuevos desafíos hay que
aprender nuevamente a ser discípulos?
e) ¿Cuál es la diferencia del discipulado antes y después de la
multiplicación de los panes? ¿Cuál es el sentido de las obras sociales
que satisfacen las necesidades de las personas y el proceso de
educación de la fe y la esperanza que da sentido al trabajo comunitario y
a los proyectos futuros?
15

SEGUNDO DIA

LA PRESENCIA DE JESUS EN LA IGLESIA

Guiados por la Palabra de Dios, en su momento cumbre de la revelación


que está en los Evangelios, aprendemos a conocer y amar a Dios como Padre
por la revelación en y de su Hijo. Jesús llama a un grupo de personas y forma
una comunidad de discípulos-misioneros. Esa es la raíz de la Iglesia. La íntima
vinculación entre Cristo y la comunidad eclesial. La Iglesia es también una
institución, y toda institución necesita de una jerarquía. Pero lo que distingue a
la jerarquía eclesial de todas las otras jerarquías e instituciones es el papel
singular que en la Iglesia tiene el Espíritu de Dios. Podemos definir a la Iglesia
como “institución con y para el Espíritu”.
La Palabra nos lleva a la Iglesia porque ella aparece como la comunidad
de discípulos-misioneros que Jesús reunió en torno suyo, tanto en la etapa pre-
pascual, como en la post-pascual hasta el fin de los siglos. A los discípulos de
la etapa pre-pascual les tocó convivir con Jesús y sobre todo llegar a la mayor
prueba de todas: la muerte en cruz. Pero esos mismos discípulos testigos de
hechos intra-mundanos, son a su vez testigos de un hecho extraordinario más
allá de nuestro espacio y tiempo histórico: la Resurrección. Lo que ellos viven
con el Resucitado es un modelo de vida para nosotros, con la diferencia que
ellos tuvieron además la experiencia pre-pascual. No hay Iglesia si no hay
intima relación con el Resucitado.
¿Cómo los discípulos pre-pascuales tematizaron después de la
Resurrección la relación entre Cristo y su Iglesia? Tal vez los documentos más
antiguos de un testigo del Resucitado -en forma muy diferente a las de los
demás apóstoles-, fueron las cartas de Pablo y en ellas hay una incipiente
“eclesiología”. Para Pablo no se puede entender a la Iglesia sin Cristo, y por
eso habla del Cuerpo, como una unidad vital que al mismo tiempo implica
diversidad de miembros. Los miembros de un cuerpo son parte del cuerpo total,
aunque se haga la distinción entre la Cabeza y el resto. Para Pablo la Cabeza
no es la Jerarquía, sino Cristo mismo y cuando en la eclesiología posterior se
hable del papel de los obispos como “Cabeza” de la Iglesia puede introducirse
una grave confusión. Ciertamente representan a Cristo de una manera
particular, pero es como el Esposo que da la vida por la Esposa. Su “autoridad”
máxima es representar a Cristo que da su vida por la Iglesia como ejemplo de
la ley del amor. Representar la “Cabeza” obliga a los obispos a ser testigos de
darse a la Iglesia si es necesario hasta la muerte, como lo hizo Cristo Cabeza.
Otro modelo eclesiológico paulino es el del Esposo y de la Esposa. Y
evidentemente un tercer modelo muy tradicional desde el Antiguo Testamento
es el de la Alianza entre Dios y su pueblo. El Concilio Vaticano II intentó
esbozar una eclesiología y privilegió el modelo del Pueblo de Dios, dentro del
cual puede entenderse y distinguirse la jerarquía y el resto del pueblo.
El Sínodo de 1985 interpretó como el eje de una eclesiologia conciliar el
modelo de la comunión, porque remite al misterio trinitario como fuente y
modelo de toda la comunión eclesial. Pero no es propiamente un “modelo” en
el mismo sentido de lo expresado por Cuerpo, Esposo-Esposa y Pueblo. En
16

estos últimos el término “modelo” se visualiza por realidades visibles humanas


que sirven para la comprensión analógica de la Iglesia. En cambio la
“comunión” es meta y fuente del “cómo” hay que vivirla según los tres modelos.
Según Bárbara Bucker en O Feminino da Igreja e o conflito, (Vozes,
1995) el modelo del Cuerpo destaca bien la unidad entre Cristo y la Iglesia, y el
del Pueblo también con la multiplicidad de personas. Pero el modelo esponsal
tiene la ventaja de distinguir el Esposo y la Esposa y ver la unidad entre ambos
no como fruto de la ley sino del amor, lo cual no sucede con los otros modelos
de unidad orgánica en un cuerpo y unidad psico-social en un pueblo. Volviendo
a la interpretación de la comunión, debemos profundizar en ese tipo especial
de comunión que debe darse tanto dentro de la comunidad de discípulos
misioneros en su relación con Cristo, Esposo, como con el Mundo, al cual el
Padre ha enviado su Hijo.
La comunión trinitaria que es la fuente y principio de la unidad eclesial, lo
es en tanto el Hijo es enviado por el Padre al mundo y realiza esta misión con
la alianza del nuevo pueblo. La comunión trinitaria original y eterna pasa por la
obra creadora del Padre por la realidad cósmica de las cosas y la histórica de
las personas. Esa misma comunión trinitaria se revelará al fin de los tiempos,
pero incorporando a la humanidad creada, redimida y santificada.
La comunión que el Espíritu infunde “ad intra” de la Iglesia se resume en
la palabra “discipulado”, y la comunión que la Iglesia busca “ad extra” en el
Reino de una humanidad hecha familia de Dios, se expresa en la palabra
“misión”. Con frecuencia se habla mucho de la comunión dentro de la Iglesia
sin atender a la misión intermedia en relación al mundo.
Si la comunión trinitaria original está al comienzo de los tiempos,
convoca a una comunión eclesial en intima relación con el Hijo enviado por el
Padre. Pero esta comunión eclesial “está a mitad de camino”, como lo está la
vida de Jesús en el mundo, porque el sentido de esta comunión eclesial (muy
bien expresada por la relación esponsal de Esposo-Esposa) es terminar en la
otra comunión final que es la plenitud el Reino consumado en la escatología.
La historia humana que se inició desde la paternidad de Dios y pasa por la
unidad de toda la familia humana, se orienta hacia el fin donde toda esa gran
familia de hijos e hijas de Dios viven el gozo de la comunión definitiva. Esa
realidad que Jesús llamó de Reino del Padre, es también una realidad familiar.
Reino de Dios y Familia de Dios son dos términos totalmente identificables.
La misión pastoral de la Iglesia es acompañar a toda la humanidad,
sobre todo a los más marginados y despreciados, en ese caminar desde su
origen hasta su fin. Aparecida representa un momento de este proceso, pero
realmente momento de gran lucidez y capacidad orientadora de la pastoral.

Aparecida nos propone un modelo eclesiológico que destaca


fuertemente el carácter del discipulado misionero. El discipulado nos remite
esenciamente al “encuentro personal entre Jesús y sus discípulos”. Aparecida
señala cuatro presencias de Jesús, Palabra, Iglesia, Eucaristía y Pobre (246-
257), y los lugares eclesiales para la comunión (164-183) vivida conforme a los
carismas específicos (184-224).
El desafío para la teologia pastoral es unir las cuatro presencias de
Jesús en relación con los lugares eclesiales y los carismas específicos, porque
cada carisma a su modo expresa la gracia del Espíritu como don para la iglesia
y el mundo a través de personas concretas, y cada lugar eclesial ubica en el
17

espacio y el tiempo la organización estructural de las iglesias particulares y la


Iglesia universal. Pero los lugares en tiempo y espacio, que son el aspecto más
visible y exterior de la Iglesia (las diócesis, parroquias, conferencias
episcopales y pequeñas comunidades) tendrán su vitalidad no por lo exterior de
sus edificios, organizaciones y estructuras, sino por la intensidad de su
encuentro con Cristo, como maestro de todos sus discípulos.
El centro de la preocupación pastoral es convertir cada uno de esos
lugares en espacio de experiencia del encuentro con Cristo Resucitado. Que en
cada parroquia, diócesis, pequeña comunidad o conferencia episcopal, la
Palabra, la Eucaristía, las comunidades eclesiales y los pobres tengan su lugar
central como experiencia de Jesucristo, que desde Él y su Evangelio, abre los
horizontes a las acciones del servicio eclesial al mundo convocado para el
Reino del Padre.
Nuestra visión eclesial está fuertemente marcada por el Derecho
Canónico, que por definición no puede sino referirse a las conductas públicas
de los creyentes bautizados. Sólo la ley de Dios toca la conciencia y el corazón
de las personas, y esa ley es siempre “ley de amor”. El derecho, como sucede
en todos los pueblos y en todas las realidades institucionales creadas por los
seres humanos, sólo puede legislar las conductas públicas de las personas.
Con esta lógica del derecho se da un acento muy fuerte al aspecto jurídico e
institucional, e incluso se llega a interpretar la comunión como vinculo de
obediencia entre los fieles y la jerarquía. Este vinculo es, bien entendido, un
vinculo “dentro” de todos los otros vínculos de la caridad; es un vinculo de
fieles y jerarquía en el Espíritu del Señor que puso a sus apóstoles el precepto
de ejercitar su autoridad en forma diferente a las autoridades de este mundo.
La principal obra del Espíritu que se da en la interioridad de las
personas, se asemeja al grano de mostaza, pequeño en sus comienzos y al
final grande en sus resultados. Para cada creyente, “amar a la Iglesia” no es
amar la institución, ni su historia ni monumentos o edificios, sino a las personas
concretas que han recibido también el don de la fe y la misma vocación a la
vida cristiana. El mandamiento de amar al prójimo como a nosotros mismos, se
enriquece de contenido cuando ese prójimo comparte mi fe y la misma
vocación de discípulo y misionero. Este amor al prójimo-creyente envuelve una
cantidad de obligaciones y deberes, que son vividos de acuerdo al carisma
específico, pero que en el fondo responden al imperativo de encontrar a Cristo
en su Iglesia, como en la Palabra, la Eucaristía y pobres. Cuando podemos
hablar en plural, “nosotros, los discipulos” presuponemos muchas cosas
comunes, pero que siempre debemos reactualizar, y la más importante de
todas, favorecer el encuentro de cada persona en la comunidad con Cristo vivo
y Resucitado.
La mejor pedagogía para este encuentro de Cristo y sus discípulos es la
que está en la Palabra de los Evangelios. Meditando y orando juntos en los
evangelios en contacto con las situaciones de nuestra vida diaria, somos
conducidos por el Espíritu al Padre que nos entregó a su Hijo, al mismo Hijo
con quien vivimos en intimidad, y al mundo entero destinatario del amor del
Padre mediado por su Hijo y la comunidad que Él forma y sostiene.
Las estructuras parroquiales, que son las más cercanas a la vida de la
mayoría de creyentes, deberían propiciar las experiencias de las comunidades
eclesiales de base que han mantenido la fe incluso en lugares donde no existe
la presencia de un sacerdote. Para cada miembro de una comunidad de fe es
18

de vital experiencia el compartir la vida de Jesús con la nuestra y la nuestra con


la de Jesús. Por otro lado las diócesis y conferencias episcopales como
estructuras de un nivel superior deberían ejercitar su vocación de servicio
propiciando auténtica vida parroquial y de pequeñas comunidades.
Cuando los Obispos en Aparecida contemplan la realidad de la Iglesia
en ese momento señalan luces y sombras (nn. 98-100), tomando como temas
de referencia precisamente algunas de las presencias del Maestro en lugares
de encuentro por la fe: la Palabra, la Eucaristía, la Iglesia y los pobres.

Presencia del Maestro en la Palabra:

Se ve con alegría el aumento de la dimensión bíblica en la pastoral


eclesial (99,a), pero por otra parte podemos preguntarnos si la migración de la
fe católica a otras confesiones cristianas no tiene, tal vez, su raíz en la falta de
animación bíblica de la vida eclesial (100 f,g). Aparecida nos anima no sólo al
estudio de la Escritura, sino al encuentro personal con Cristo, lo cual significa
una aproximación vital y orante a los Evangelios para conformar la vida propia
con los valores de Jesús. Es necesario que nuestra lectura de los Evangelios
se vuelva experiencia de oración contemplativa de la humanidad de Jesús que
nos revela las relaciones divinas del Hijo con el Padre en el Espíritu.

Presencia del Maestro en la Eucaristía.

Se afirma la buena realidad de una renovación litúrgica de la fe, centrada


en el misterio pascual y en particular en la Eucaristía (99,b), pero se constata
una evangelización deficiente, con poco ardor (100, d), y se constata la
cantidad de fieles que no pueden asistir a la Misa dominical (100,e).
¿No habría que plantearse con mayor creatividad el ministerio de los
diáconos y las experiencias de las comunidades eclesiales de base? Son
reformas que son posibles, pero no aparecen aquí vigorosamente alentadas
para que ningún creyente se vea desprovisto de la ayuda de la Iglesia a crecer
en su fe eucarística. Los pastores del pueblo de Dios parecen contentarse con
mantener las estructuras parroquiales o en todo caso aumentar su número sin
plantearse a fondo si con estas estructuras llegamos a evangelizar, a poner al
pueblo creyente en contacto con Cristo.
En torno a la Eucaristía se señalan motivos de gozo en la religiosidad
popular, en la devoción a María y a los santos, en el carácter inculturado de
estas manifestaciones de fe (99,b)

Presencia del Maestro en la Iglesia.

Es motivo de alegría el aprecio y el trabajo de los sacerdotes (99,c) pero


¿se preocupan de acompañar a los laicos en sus compromisos en el mundo?
¿viven su ministerio al servicio de una ardorosa evangelización, creativa en
métodos y formas de presentar el Evangelio? (100,c)
Los laicos se interesan cada vez más por comprender su vocación al
servicio de la sociedad y de la Iglesia, aceptan ministerios pastorales que le
son confiados (99, c), pero ¿practican la solidaridad y comunicación de bienes
dentro de la Iglesia? (100, e); ¿procuran ser verdaderos testigos de la fe? (100,
19

h); ¿procuran vivir la integración de los movimientos laicales con la comunidad


eclesial? (100, e).
Se reconoce en los religiosos y religiosas su testimonio de presencia y
servicios, vividos en pobreza, en situaciones de riesgo (habría que recordar los
mártires acusados falsamente de ideologías políticas) y en las fronteras (99, c,
d), pero ¿es claro su testimonio de que la razón de esta dedicación al servicio
de los pobres es la presencia de Cristo en éstos? (100,b). No se puede
consagrar una vida al seguimiento de Jesús sin manifestar al mundo que ésta
es la causa de nuestra acción y servicio, y que el servicio a los pobres nace del
evangelio y no de motivos ideológicos. La advertencia de los Obispos en
Aparecida a los religiosos (único sector eclesial al que se han hecho tan
severos reproches) debe ser una excelente ocasión para un serio examen de
conciencia y para volver claro y transparente los motivos de nuestra opción por
los pobres, sin renunciar jamás a esta opción que nace de nuestra “fe
cristológica” y del Evangelio.

En términos generales, Aparecida señala como aspecto negativo la


insuficiente aplicación del Concilio, con tantas propuestas positivas que no se
van realizando, y por caminos abiertos que se van cerrando. Los aspectos más
dolorosos son la ignorancia, el desinterés, la torcida aplicación tanto por los
grupos que aceleran cambios sin consolidar actitudes permanentes, como por
los otros que se niegan a abandonar sus costumbres aunque sean claramente
contrarias al Espíritu del Concilio.
Volver al Concilio debería ser un objetivo pastoral, lo cual en América
Latina significa volver a Medellín, que es el primer momento de asimilación del
propio Concilio.
A todos los fieles de la Iglesia se nos pide una obediencia fiel a los
pastores, pero también se pide a éstos un ejercicio evangélico de su autoridad
(100, b) La simultánea vivencia de ambos aspectos responde al mandamiento
de Jesús de amarnos como Él nos amó. Los Pastores deben alejarse por
completo de las manifestaciones mundanas del poder, que tanto identifican a
las autoridades religiosas con las autoridades civiles y los que controlan los
grandes mecanismos de la economía y de la política. Sin esta clara distancia
en el ejercicio del poder, puede surgir entre los fieles la duda de encontrar los
valores evangélicos en aquellos que ejercitan la autoridad que Jesús dio a los
apóstoles y sus sucesores. Por otra parte, el ejercicio evangélico de la
autoridad permite encontrar siempre no solo “la ley” sino la “ley del amor” que
es el auténtico mandato de Jesús. La Iglesia será presencia del Maestro si la
ley que se vive y practica es la del amor y no cualquier otra ley. El excesivo
recurso a sanciones y castigos, aun considerados en la ley, tal vez sea muestra
de la debilidad de un testimonio del amor en el ejercicio de la autoridad.

Presencia del Maestro en los pobres.

No cabe duda de que Aparecida considera esta presencia como un tema


de gran importancia. Aparece sobre todo en la apertura de la Iglesia actual a
sectores sociales largamente ignorados y postergados. En la mirada de los
discípulos-misioneros sobre la realidad (nn. 33-87) se constatan dos
novedades: al lado de las tradicionales maneras de ver la realidad desde
categorías socio-culturales, económicas y socio-políticas, se habla
20

vigorosamente del problema ecológico con especial mención de la Amazonia, y


de la Antártica, y se habla de la presencia de los pueblos indígenas y afro-
americanos en la Iglesia; se lamenta la debilidad de la opción por los pobres
(100,b), pero se alienta también la aplicación de la doctrina social de la Iglesia
(99,f) ; se reconoce el valor de la religiosidad popular que es el modo de orar
de los pobres (258-265), se insiste en que la devoción a Maria es el
reconocimiento de las esperanzas de los pobres (267) y se proclama que la
visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente
funcional y burocrática (268), Los n. 391-398, dedicados a la opción
preferencial por los pobres y los excluidos los ponen como primer grupo
humano concreto al cual debe referirse la fe y la práctica del Reino de Dios y
de la promoción de la dignidad humana, y los nn. 407-430 son la traducción
moderna de la caridad con los enfermos, encarcelados, migrantes y esclavos
de las drogas. Aquí resuenan los “rostros de Cristo” enumerados en Puebla.
La opción preferencial debe llevarnos a vincular otros criterios de
pastoral con los pobres: situación de las escuelas, de las familias, de las
parroquias, de los niños, de los jóvenes… en todas estas categorías hay “ricos”
y “pobres” y no debemos descansar hasta que todos los que han “triunfado en
la vida” piensen en su responsabilidad ante los que no triunfaron, porque entre
éstos está el Señor de un modo preferencial.
Como todo documento eclesial que revisa la vida de la Iglesia, Aparecida
habla de personas, etapas de la vida, situaciones de riesgo, instituciones,
proyectos y programas. Pero Aparecida, más que ningún otro documento
eclesial moderno ha puesto el énfasis en la articulación entre los fieles y la
jerarquía de la Iglesia con la persona de Jesús como Maestro, del cual todos
somos discípulos para ser misioneros. Si el ápice de la fe es profesar a
Jesucristo como Hijo del Padre, Aparecida nos dice que, conforme el
Evangelio, no llegaremos a esa cumbre sin pasar por el camino del discipulado
y de la misión. Estas dos experiencias de cada creyente, ser llamado y enviado
por Jesús, no pueden sustituirse por ningún otro elemento de la vida cristiana,
porque son los vínculos estrictamente personales que establecen una relación
única e irrepetible con Cristo. No se puede ser cristiano, seguidor de Cristo, sin
ser su discípulo y misionero, como vocación individual, abierta a la comunidad.
La tarea pastoral es hacer de cada “espacio eclesial” un verdadero lugar
de encuentro con Jesús, el Maestro y de este modo encontrarnos todos como
discipulos-misioneros. Si la referencia directa y explícita a la persona de
Jesucristo, nuestra pastoral consistirá en modernizar métodos y equipos, o
aplicar técnicas de organización empresarial aptas para todas las instituciones;
las exigencias del seguimiento de Jesús se nos hacen vacías si la persona
misma a quien debemos seguir ya no está presente, por muy presente que
estén las personas que lo representan.

Trabajo de grupos

a) Aplicar la eclesiologia de la comunión a los modelos del Pueblo de Dios,


de Cristo Esposo e Iglesia Esposa, y del Cuerpo Místico?
b) ¿Cómo el Espíritu crea comunión ad intra y ad extra en el mundo?
c) ¿Cómo se aplica el análisis de la realidad de la Iglesia según Aparecida,
n,98-100, a nuestras realidades concretas parroquiales y diocesanas?
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d) ¿Puede separarse la pastoral de la presencia de Cristo como Buen


Pastor en su Iglesia? ¿qué conclusiones prácticas nos proponemos
realizar en el futuro?

TERCER DIA

Por la Palabra se nos ha revelado Dios como Padre desde la eternidad


de su Hijo Unigénito hecho carne en la humanidad de Jesús, por obra del
Espíritu. Ese Jesús a quienes los discípulos escucharon, vieron y tocaron nos
reveló la paternidad de Dios hasta en el momento último de su vida en la cruz,
y el Padre nos lo reveló como el Hijo Resucitado. La comunidad que es testigo
de su vida, de su muerte y de su resurrección vivió con intensidad inimaginable
el misterio de la Pascua cristiana, de la muerte y resurrección de Jesús.
Seguir a Jesús no sólo en su vida terrena, sino en su misterio de pascua
y a través de los siglos en la comunidad eclesial es un don y una gracia que se
ve confirmada por el sacramento de la Eucaristía. Tocamos, por tanto, otra
dimensión constitutiva de toda pastoral, la litúrgica, que completan las otras dos
dimensiones vistas hasta ahora, bíblica y eclesial.
En la liturgia sucede lo que pasa en la caligrafía. Se nos puede enseñar
a tener muy buena letra, pero de nada sirve si lo que comunicamos a través de
ella es superficial e irrelevante. Si por liturgia entendemos un conjunto de
normas externas para la celebración de los misterios de la fe cristiana, esta
enseñanza tiene sobre todo su sentido no por lo externo sino por la capacidad
de, a través de esas acciones, llegar a cambiar los corazones internamente. Es
evidente que este caso esa transformación es obra de la gracia y de la acción
del Espíritu Santo. Pero por respeto a esa acción debemos purificar la intención
como “actores de la liturgia” alejándonos de toda pompa mundana, de toda
soberbia y falsa majestad tan lejos del espíritu de la sencillez evangélica como
Jesús celebró la Última Cena y vivió antes toda su participación en la liturgia
del Antiguo Testamento en la que participó como miembro del pueblo judío.
Al hablar de la “dimensión litúrgica” vamos a limitarnos únicamente al
aspecto “interior” que es expresar en esas acciones las actitudes de Jesús
consciente de ofrecer su vida para la redención del mundo, consciente de
manifestar la misericordia de Dios que se ejerce “devolviendo bien por mal” y
aceptando su propia muerte como manifestación de ese modo de amar del
Padre celestial.
También vamos a limitarnos a la liturgia del misterio pascual, porque es
el centro y el corazón de nuestra fe. En la celebración de la última Cena, la
muerte en la cruz y la resurrección gloriosa de Jesús se encuentra el momento
de la plena revelación de la filiación divina de Jesús. La Cena anuncia lo que
ha de suceder en la cruz y el domingo muestra que la muerte es
definitivamente vencida por la vida del Resucitado. La Pascua revela cómo
Jesús vive su libertad ante la realidad de la crucifixión que los poderes de este
mundo le imponen por el evangelio del Reino que ha anunciado. Jesús nos
enseña que el proyecto del Padre es un proyecto de libertad, fruto de la libre
iniciativa de Dios y de la libre aceptación del Hijo que nos revela al Padre. El
Reino es una oferta a la libertad, puede ser rechazada o aceptada.

La comprensión del Reino es inseparable de la persona de Jesús. Jesús


no es sólo el maestro que enseña el Reino, sino el mismo Rey de este reino.
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En su persona se ve el Reino como eje articulador de la personalidad de los


hijos de Dios, para quienes Jesús es Camino, Verdad y Vida.
La Palabra enseñada por el Maestro va conduciendo gradualmente
hacia la comprensión del Reino del Padre que aparece en su Hijo, en sus
conductas, en sus valores, en sus preferencias. El Reino del Padre se
manifiesta en la voluntad que pide al Hijo el sacrificio de la cruz. Porque la cruz
es el signo del rechazo de la humanidad rebelde que usa la libertad humana
hasta el extremo de quitar la vida al Hijo de Dios, pero es el signo también del
absoluto y definitivo triunfo del poder de Dios que da al Hijo amado y a los que
creen en Él y lo acogen de mil maneras conocidas por Él, una vida que jamás
perece.
Getsemaní es el momento de la sumisión completa, el “sí” al sacrificio,
sufrido no “contra su voluntad”, sino “con amor” porque es la voluntad del Padre
que el amor divino se revele como “impotencia” intra-histórica para
salvaguardar el carácter de libertad de este Reino y como supremo poder más
allá de la muerte. Cualquier imposición de la ley hace desvanecerse el amor de
este Reino; el poder que se impone es la negación del amor que se propone y
que invita a la persona humana a ser más ella misma.
Si la Palabra nos transmite la vida del Hijo de Dios, por ella somos
conscientes de otra presencia clave, que es como la apretada síntesis de la
esencia misma del Reino ya hecho presente por la vida de Jesús. Por eso el
estudio de la presencia del Maestro en la Eucaristía encierra una rica
complejidad de relaciones entre signo y significado, de anuncio de lo que ha de
venir y de recuerdo permanente de lo sucedido. La presencia del Maestro es
compleja porque tiene aspectos de “presencia física” aunque sacramental
(signo), y presencia de la “realidad física” de una muerte, pero cuyo
“significado” abarca la totalidad de los tiempos y lugares porque presenta la
“hora de Jesús”. Ésta hora es un evento histórico (por tanto, limitado en
espacio y tiempo) pero con su efecto universal sin fronteras de tiempo y
espacio, dando sentido a toda la creación y en ella a la vida humana.
La Eucaristía es el sacramento de la Pascua cristiana. No puede
reducirse a la evocación de las palabras y gestos de Jesús en la última Cena,
porque aquellas y éstos se remiten totalmente a lo que ha de suceder al día
siguiente. Reducir la celebración de la Eucaristía a reproducir la última cena es
olvidar que ésta cena remite a un futuro inmediato que va a suceder después.
Jueves santo y viernes santo forman una unidad de anuncio y cumplimiento de
lo anunciado. Es la relación “desde el lado de la inmanencia” de lo que vemos
con nuestros sentidos, una comida y una muerte. La visión completa del
misterio exige incorporar siempre en nuestra comprensión de la Eucaristía, la
visión de lo trascendente a través de la inmanencia de la experiencia del
Resucitado. No entendemos la Eucaristía sin incorporar la Cena del Jueves, la
muerte del Viernes y la manifestación gloriosa de la resurrección del Domingo.
Sin los tres elementos, el sentido de la “pascua” (el paso del Señor) queda
recortado.

La Pascua judía y la Pascua cristiana.

La comprensión de la Eucaristía como presencia del maestro supone la


trilogía de la cena, la cruz, y la resurrección. Se recuerda una muerte pero
desde la lectura de una vida victoriosa y eterna; hay cosas que los ojos ven,
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pero no se comprenden si no hay un corazón que espera. El maestro que nos


conduce es el mismo Hijo que nos lleva, a su vez, al Padre.
Por otra parte como “rito pascual” no se comprende sin el paralelismo de
la pascua judía, cuya simultaneidad cronológica es asombrosa. La pascua
judía, propiamente comienza el viernes santo por la tarde. Los evangelios nos
relatan la costumbre permitida a los galileos para adelantar un día su pascua.
Los corderos para la cena del viernes, momento de la pascua judía, eran
sacrificados por la tarde del mismo viernes, hacia las tres, coincidiendo con el
momento de la muerte de Jesús en la cruz. A la misma hora se rompe el velo
que separaba en el templo el lugar más sagrado del resto del templo.
El maestro cambia de papel ante los discípulos, de narrador se vuelve
actor y su sacrificio, a diferencia de las víctimas inmoladas del judaísmo, es su
propia libertad que expresa el instinto de sobrevivencia: “si es posible, aparta
este cáliz”, es la propia libertad la que protesta “por qué me abandonaste”; pero
no es menos propia libertad la que se afirma acogiendo algo distinto que le
viene del Padre: “no se haga mi voluntad sino la tuya” y “todo está cumplido”
En este sentido podemos comprender lo dicho antes: el “sí de
Getsemaní” no es “contra su voluntad” sino “con su amor”. Hay cosas que
rechazamos porque parecen contradecir “nuestra voluntad” y sin embargo las
hacemos porque comprendemos que debemos hacerlo como “exigencia del
amor”. El nivel de nuestra libertad refleja nuestra estructura psico-somática y
noética-neumática, es decir, corporal, psiquica y espiritual (desdoblada en el
“nous” del conocimiento y en el “pneuma” del amor). Jesús psico-
somáticamente (en un nivel de la libertad) rechaza el sufrimiento y la muerte y
expresa ese sentimiento. Pero noético-pneumáticamente, es decir, de la
totalidad del ser humano que incorpora la “carne” (psico-somática) al Espíritu;
su voluntad está unida a la del Padre que expresa el amor a la humanidad con
el máximo respeto de la libertad humana, pero también con la oferta de un
gesto capaz de convertir los corazones de modo que libremente reconozcan
una verdad oculta a sus ojos. Los primeros en aceptar esta oferta y
manifestarla ya en el mismo calvario son el buen ladrón y el centurión romano.
Las víctimas de los sacrificios judaicos no tenían conciencia humana, su
dolor y su muerte no tenían nada de libertad, de sumisión, de aceptación; eran,
de alguna manera “víctimas inconscientes para pagar culpas ajenas”. La
víctima del único sacrificio sacerdotal del NT, es plenamente consciente del
sentido de su muerte, es también consciente de su inocencia y de morir para
salvar a los culpables. Sólo el amor a la humanidad que debe ser redimida y al
Padre lleno de misericordia es el que puede explicar este sacrificio hasta las
últimas consecuencias.
El maestro va a ser juzgado y condenado por lo que ha dicho y
enseñado: llamarse a sí mismo Hijo de Dios. Por eso desde su ser filial tiene
autoridad para censurar la hipocresía de tantos legalismos que ocultan con sus
minuciosas observancias la verdadera conversión del corazón. Los otros
“maestros de la ley” encontraron sutiles distinciones para pervertir el sentido de
la ley, como el adjudicar al templo los bienes que los hijos tenían la obligación
de dedicar a padres y madres para mantenerlos en su ancianidad. “ustedes
han anulado la orden de Dios en nombre de sus tradiciones” (Mt 15,6)
La sentencia a muerte es el rechazo de la filiación divina de Jesús es
decir de una relación Padre-Hijo que choca con sus ideas sobre lo divino, no
solo por el monoteísmo de Dios, sino por la insignificancia social, religiosa y
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política de quien dice ser su hijo. De eso se trata; no de rebelarse contra el


poder romano, motivo que no convence ni al propio procurador Pilatos. La
blasfemia no es “decir que se es hijo de Dios” (esto lo podría decir un loco y no
sería juzgado de muerte por ello), sino ofrecer motivos para creer que esta
filiación es verdadera. Si esos motivos hubieran sido dados de otro modo,
como un Mesías de espectacular sabiduría, poder económico, garantía de
estabilidad en las relaciones con el poder romano; si hubiera sido ilustrado por
algunos milagros pedidos por los poderosos como Herodes o Pilatos, ¿hubiera
existido la sentencia de muerte? Lo que es intolerable es que los milagros
acontezcan cuando los piden los pobres, los enfermos, los marginados, o los
piden en otros pueblos y no cuando lo reclaman los de Nazaret. Lo intolerable
es el concepto de Dios, misericordioso, amigo y defensor de los pobres, justo.
No es a ese Dios a quien los fariseos estaban dando culto con sus
desviaciones legalistas, a quien los sacerdotes sacrificaban las ofrendas
prescritas por la ley quedándose en el “sacrificio” pero sin la “misericordia”. Por
eso revelar la naturaleza paternal de Dios es derrumbar sus concepciones y
religiosas y tradiciones desviadas de la pureza de la primera Alianza.

Los juicios religioso y civil a un Maestro acusado por lo que ha enseñado


ocultan lo medular del problema. El viernes, con la cruz y el devolver bien por
mal como victoria sobre la voluntad maligna, concentran lo esencial del
problema: el Maestro que no sólo “enseña una verdad” sino que “realiza con su
actuar lo que verdaderamente es”: Yo soy el Hijo de ese Padre a quien los
sacerdotes no aceptan y ridiculizan, yo soy ese hermano que devuelve bien por
mal. La primera conquista del devolver bien por mal es la proclamación del
Reino por Dimas: Yo soy quien hoy reinará y abrirá el reino para los hijos de mi
Padre.
La carta a los Hebreos describe el sacerdocio de Jesús como la
confluencia entre sacerdote, víctima y altar. Este sacerdote no ofrece víctimas
externas a si mismo, como son los animales inmolados, sino que “se” ofrece a
si mismo. Hay unidad entre sacerdote y víctima. Pero además el “altar” no es
una mesa de piedra, sino el madero de una cruz. Un altar construido como
instrumento de tortura para reducir a la impotencia total a los rebeldes contra el
poder político de Roma. Nada más “profano” que ese altar para nada mas
“sagrado” que un sacerdote y su victima ofreciéndose a Dios. Nada más
profano que la afirmación del poder político que tortura y mata a los rebeldes y
nada más sagrado que la libertad que es ofrecida a todos como don
misericordioso del Padre por el sacrificio de su Hijo. Los reinos de este mundo
se imponen hasta por el castigo y la muerte; el Reino de Dios abre sus puertas
hasta a los enemigos más encarnizados, si en ellos se da el cambio del
corazón acogiendo la gracia que les es ofrecida. Frente a una muerte que se
impone arrancando el don de la vida, un don de la vida que se propone para el
acto de libertad de la fe.
La presencia de Jesús en la Eucaristía concentra lo que pasa el Jueves,
el Viernes y el Domingo. Recordar la última Cena es un don inestimable de
Dios. A diferencia de cualquier banquete para conmemorar hechos pasados,
aquí hay un “recuerdo” del ayer que sigue interpelando al “hoy” de cada uno de
los que celebran la Eucaristía. No basta referirse “a lo que pasó” entre Jesús y
sus apóstoles, si eso es un mero recuerdo. No siempre que recordamos algo
nos sentimos comprometidos con ello. La auténtica celebración eucaristía es
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un camino de fe desde el recuerdo del Jueves que nos lleva a la entrega del
Viernes y al gozo pascual del Domingo. Un recuerdo pero “sin entrega de si
mismo”, nos hace re-vivir sólo lo que Jesús vivió en el pasado; para ello no
hace falta ningún cambio en nuestra vida; la Eucaristía se vuelve “rito exterior
de culto” y nada más. Pero el recuerdo “con entrega de si mismo” ese sí nos
permite con-vivir con lo que Jesús hizo el Viernes Santo, es decir entregar su
vida fiel al Padre por la salvación de los hermanos; lo hacemos entregando
nosotros nuestra propia vida, en forma “real” si vamos a morir también, o en
forma “intencional” teniendo nuestro corazón dispuesto para el momento de
nuestra muerte. La Eucaristía que nos recuerda el Jueves, nos exige la
donación de la entrega del Viernes que es vivir de tal manera toda nuestra vida
que sea digna de “comulgar” con la entrega de Jesús el Viernes Santo.
La Pascua no acontece sólo por la muerte de Jesús, es un “paso” o
transición de una vida a otra vida. No son dos vidas de dos sujetos distintos,
inconexos, sino dos vidas diferentes de un mismo sujeto que pasa de la
experiencia de lo histórico espacio-temporal a lo eterno y definitivo. Anticipa lo
que sucederá con nosotros: ser los mismos sujetos de dos vidas, la histórica y
la eterna, pero no inconexas entre sí, sino íntimamente ligadas, de modo que la
bondad realizada durante la historia (dentro de la cual se incorpora también la
maldad que fue cometida pero que fue generosamente perdonada por Dios) se
la vive como unida con una alegría inefable, sin límites, alegría del mismo Dios
en cada uno de sus hijos, alegría del padre generoso con su hijo derrochador
(Lc 15), pero de la cual el hermano severo quiso separarse por propia voluntad.

La gracia de la resurrección nos viene dada por la Resurrección del Hijo


de Dios. Por eso la Eucaristía es celebración gozosa de la victoria de la vida
sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado, de la vida sin males sobre los
males de la vida.
Estamos trabajando como idea central de este curso la afirmación de
que la llamada al discipulado misionero supone un encuentro personal con el
Maestro. Históricamente hablando ese encuentro sólo fue posible a la primera
generación de discípulos que llamamos “pre-pascuales”. Si todos somos
llamados al discipulado (como lo afirma claramente el documento de
Aparecida) entonces debe darse la posibilidad de un encuentro nuestro, de la
generación actual con el Maestro; somos discípulos “post-pascuales” pero no
nos está negada la experiencia del encuentro directo con el Maestro, sino que
se hace posible por otro camino, el de la fe en sus presencias.
La base del encuentro del discípulo con el maestro se da en la
aceptación de la Revelación. La teología católica destacó en forma un poco
unilateral que la fe es creer en los dogmas que nos son propuestos por la
revelación. La otra posición, protestante insistía en que la fe es el encuentro
personal con Jesucristo. En un diálogo ecuménico sincero y profundo podemos
unir las dos posiciones: porque confiamos en la persona de Jesús, por eso
aceptamos su revelación, los dogmas que se presentan a nuestra inteligencia.
La fe supone también las obras que nacen de la fe, así como las obras
realizadas por Jesús han conducido a la fe. Creemos en Jesús por lo que El
hizo y habló. Y nuestra fe se mostrará no sólo en lo que nosotros hablamos
sino, sobre todo, en lo que hacemos.
La Palabra de Dios, la Escritura, en su conjunto nos ofrece la revelación
de Dios. Pero debemos distinguir dos momentos, la revelación que nos llega
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por los profetas y mensajeros escogidos por Dios y la que nos llega por su Hijo.
Para quienes hemos aceptado la fe en la divinidad de Jesús, de los dos modos
de entender la revelación hay que privilegiar sobre todo la del Hijo; y de todo el
Nuevo Testamento, que abarca la vida de Jesús en los Evangelios y los
escritos de los apóstoles, hay que dar prioridad a la misma vida de Jesús. Allí
encontramos en su forma más pura y exacta lo que el Padre nos quiere decir a
través de la vida y de las palabras de su Hijo. Los valores que Jesús muestra
en su vida, esos deben ser nuestros valores.
Para nuestra cultura ética moderna, los valores encarnan los ideales de
vida que estructuran y organizan nuestra conducta. El “valor”, como palabra
ética, tiene un cierto parentesco con el “valor” como palabra económica. En los
dos hay una semejanza de intercambio, algo que damos o hacemos a cambio
de algo que recibimos. Económicamente se supone que el trabajo o mercancía
intercambiada produce “ganancia” en los dos que se encuentran en el
mercado, aunque por diferentes caminos según las personas van a usar los
resultados del intercambio.
En términos éticos el valor supone la realización de un sacrificio que
“vale la pena”, es decir, hay una pena por el sacrificio que hay que hacer, pero
hay un valor que es más apreciado todavía. La experiencia humana nos dice
que no importa lo que damos a cambio de lo que recibimos; por alto que sea el
precio, “vale la pena” pagar este precio. Esto significa en términos éticos que la
persona humana se “objetiva” o auto-valúa conforme una escala de valor. Los
valores inferiores no tienen la importancia de los valores superiores. Lo vemos
en aquellos que tienen como supremo valor el económico. El deseo de
acumular un millón de dólares en los primeros años de su vida adulta consume
la dedicación a la familia, la salud, la paz, el crecimiento humano, e incluso los
valores morales de honestidad, justicia, verdad.
Si “todo vale” es porque todo se relativiza al valor supremo que uno
coloca para sí. En este sentido Jesús nos recuerda que no podemos servir a
dos señores, a Dios y a las riquezas. Como valores supremos son
incompatibles, y por tanto el verdadero pecado no es el “ateismo de negar la
existencia de Dios”, sino la “idolatría de dar culto supremo a los valores
económicos”. Incluso esta forma de pecado, permite seguir siendo persona
considerada como “religiosa” porque se pueden realizar los actos externos y
públicos de la religión. Peligroso “juego” de cumplir externamente las leyes sin
cambiar nuestros corazones. Ese camino ya fue recorrido por muchos fariseos
y escribas, si bien no por todos.
El sentido de la presencia del maestro en la Eucaristía se comprende
desde las actitudes de Jesús en la última Cena. El Evangelio de Juan, el último
de los cuatro, desarrolla lo sucedido en esa Cena en cinco capítulos. Por los
otros tres evangelistas sabemos que el centro de la Cena fue la institución de la
Eucaristía: Comer el pan y beber el cáliz, cuerpo y sangre del Señor. Pero en
Lucas 22,19 y en 1 Cor, 11, 23-25, se añade un detalle muy importante: “hagan
esto en memoria mía” y Pablo especifica “cada vez que coman este pan y
beban este cáliz anuncian la muerte del Señor hasta que venga”.
¿Qué significan estas palabras de Jesús en este contexto? Hay un
contexto claro que sirve de referencia: las comidas de Jesús con los
pecadores, por lo cual es criticado por los fariseos y escribas. También el
contexto de la cena pascual que da importancia a quien preside esa cena y que
bendice y reparte el pan a los demás. La novedad de esta última cena es el
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nuevo significado que da Jesús al pan y al vino al identificarlos con su propia


realidad humana que se entrega, y también las palabras “hagan esto en
memoria mía”.
En un sentido restringido lo que ha de hacerse en memoria de Jesús es
exclusivamente repetir el gesto de compartir el pan y el vino con el nuevo
significado dado por Jesús. Ese gesto puede hacerse en forma puramente
exterior sin involucrar la propia entrega de la persona que lo ejecuta. La fe de la
Iglesia excluye ese sentido minimalista al hablar de la participación del pueblo
sacerdotal en el sacerdocio de Cristo (Catecismo de la Iglesia Católica, 783-
786) y en particular al hablar de los laicos que están invitados a unir su vida
entera y en particular “las molestias de la vida” como ofrenda espiritual que
ofrecen en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo
del Señor, (Lumen Gentium 34 y Catecismo 901).
En un sentido no restringido sino amplio “hacer esto en memoria de
Jesús” es hacer “lo mismo que hace”, y “en su memoria”. Por tanto unir al
gesto, el sentido de la donación de vida que Jesús va a realizar el viernes
santo. La eucaristía, como sólo rito exterior se ha vaciado de su verdadero
contenido que es llevar a todos los fieles que comulgan, a vivir y morir como
Jesús. ¿Se habrá encontrado verdaderamente con el Maestro el discípulo que
ha vivido lo exterior de la eucaristía sin las raíces profundas de la vida y la
muerte en el seguimiento de Jesús? Desgraciadamente para muchos
bautizados, el nivel de su conciencia al asistir a Misa es semejante al de las
multitudes que vieron a Jesús pero olvidaron sus palabras y se alejaron
completamente de él.
Precisamente por la “comunión” expresada por el “hacer esto en
memoria mía”, el momento de la institución va precedido y terminado por dos
momentos de importancia excepcional.
Antes de la institución de la Eucaristía, Jn 13, Jesús lava los pies a los
discípulos. Es un gesto que era usual en aquella época, donde muchos
caminos se hacían a pie por sendas polvorientas. Pero quienes lavaban no
eran las personas importantes, sino los servidores. Juan al comienzo y Lucas
después de la institución eucarística (Lc 22, 24-27) narran este gesto de Jesús
y la sorpresa de los discípulos. Pero en los dos textos la referencia al poder “de
este mundo” y al “poder en el Reino de Jesús” es la misma. Tal vez en nuestros
altares, en un lugar discreto pero visible debería figurar siempre el recipiente y
la toalla, símbolo de este servicio de las autoridades al pueblo de Dios. La
grandeza de ejercer el ministerio es ya tan excelente que los bautizados no
deberíamos buscar otras señales de grandeza propias de los poderes de este
mundo. Nuestra obediencia no necesita de esos signos mundanos, por el
contrario, nos confunde. Tanto el que manda como el que obedece en la Iglesia
deberían vivir el ejercicio de la autoridad desde la sencillez del evangelio. Si
sólo obedecemos cuando vemos signos de poder, el que obedece introduce en
el que manda la tentación de reforzar su autoridad con medios mundanos; y lo
mismo sucede a la inversa, cuando el que manda quiere asegurar su autoridad
por esos signos mundanos exteriores.

Las consecuencias eclesiológicas de Jn 13 y Lc 22 se remiten a la


misma raíz: el proceso pascual desde la última Cena hasta la Resurrección.
Todos vemos cómo cambiaría nuestra iglesia si autoridades y fieles viviéramos
con autenticidad las exigencias del Evangelio.
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Pero después de recordar la institución con lo que la precede es


conveniente detenernos en el capitulo final, 17, de Juan donde se encuentra la
oración más extensa de Jesús que conservan los evangelios. Toda esta
oración gira en torno a la “hora” de la glorificación. El Hijo glorifica al Padre al
compartir la vida eterna que consiste en conocer al Padre y al Hijo en el
Espíritu.
Esa gloria se realiza en la historia cumpliendo una misión que el Padre
da al Hijo, es decir, obedeciéndole en el amor, identificando la voluntad del Hijo
al Padre, (aspecto de la obediencia) pero en el Espíritu (es decir identificación
en el amor). De allí que en discurso de la Última Cena vuelva una y otra vez
sobre la unidad de la ley con el amor. Al manifestar tu Nombre (de Padre) los
he sacado del mundo, estas personas eran tuyas, porque las creaste, y me las
entregas; se identifican conmigo al creer que soy el Hijo enviado por el Padre.
La gloria del Padre aparece como gloria del Hijo, por los que han creído
en Él. La gloria es la unidad del Padre y del Hijo en el Espíritu de amor. Esta
misma gloria se irradia a todos los que viven en comunión entre sí y con el
misterio de la vida eterna. El mensaje que el Hijo entrega lo viven los discípulos
en un mundo que rechaza al Padre. Por eso, Jesús reza: “no te pido Padre que
los saques del mundo, sino que no sean vencidos por el Maligno. Hazlos
santos en la verdad de tu Palabra. Me enviaste al mundo, yo los envío al
mundo, voy al sacrificio que me hace santo para que ellos se hagan santos.
Padre te ruego por los que han creído en mi Palabra, pero también por los que
a través de la palabra de ellos llegarán a creer en mí. Que todos ellos sean uno
en Ti, Padre y en mí, como nosotros somos uno. Así creerá el mundo que me
has enviado”. La unidad en el amor será el signo transparente de la misión que
el Padre confía al Hijo y el Hijo a sus discípulos.
La gloria que el Padre da al Hijo y el Hijo a los discípulos es que éstos
sean uno como el Padre y el Hijo son uno. Esta unidad es “ser en el otro”.

La Eucaristía es la celebración de la “hora” de Jesús: el momento de la


revelación de una serie de hechos, eventos, con su significado: del rito de la
pascua judía se pasa a Getsemaní donde Jesús acepta entregar su vida en la
forma concreta de la muerte en cruz. El cordero ya no es el de la pascua judía
sino que comienza a serlo en su propia persona, entregada a la voluntad del
Padre. La comunión total en la voluntad, en la persona total que acepta el
designio del Padre es la gloria. Getsemaní es la gloria, el “todo está
consumado” y “en tus manos entrego mi espíritu” de la cruz, es la gloria. Y
finalmente, el Cristo Resucitado revela la plenitud de esa gloria. Gloria que
consiste en conocer la vida eterna como vida del amor del Padre y del Hijo en
el Espíritu.
Lo esencial de la “gloria” es la comunión, la unidad desde pluralidad. Es
“existir en” otro, identificado con el en pensamientos, afectos, acciones. Por eso
la Eucaristía tiene tanto valor cuanto se identifique con la vida. Si nosotros
“solamente vivimos” y dentro de la vida, dedicamos unos instantes a “pensar en
la comunión con Dios y con los hermanos”, nuestra ”gloria” es tangencial; pero
si realmente la comunión con Dios y los hermanos ocupa todo nuestro ser, es
el principio y el horizonte de nuestro actuar, entonces estamos verdaderamente
“en comunión” y glorificamos a nuestro Padre y su Hijo en la comunión del
Espíritu que nos une en comunidad eclesial.
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Considerar la “Eucaristía” como el centro de referencia de la “hora” de


Jesús es volver al Jueves Santo con la plenitud de significado que el Evangelio
de Juan acumula en sus cinco capítulos, 13 a 17. Por tanto, es dar importancia
central al modo de ejercicio de la autoridad apostólica como servicio humilde de
lavar los pies en total distinción con los modos mundanos de ejercicio de poder
(cap.13), y es poner la gloria del Padre y del Hijo en el Espíritu en el proceso de
vivir en unidad desde la pluralidad de una comunión que nace y termina en
Dios. Los cinco capítulos terminan con la oración del cap. 17, que gira en torno
a la gloria del Padre y del Hijo a través de la vida histórica de Jesús y del
testimonio permanente de sus discípulos.
La presencia del Maestro en la Eucaristía es real sacramentalmente en
los signos que nosotros percibimos como pan y vino; pero ese pan y vino
difiere de cualquier otro por las circunstancias en que es dado por Jesús a sus
discípulos: anuncia su muerte, hace del pan comido y del vino bebido el signo
sacramental de una muerte que nos da vida; y esto sucede en un contexto en
que se celebra la Pascua Judía, memoria de la libertad del Pueblo y de una
alianza que Dios establece con este pueblo. Este “plus” de significación, que
está añadido al pan comido y vino bebido hacen de la Eucaristía una realidad
totalmente diferente y superior al proceso biofísico de la alimentación; es
profesión de que no solo de pan vive el ser humano sino de toda Palabra que
nace de Dios.
El pan biofísico es asimilado, el pan y vino sacramentales se asimilan
cuando la vida entera se “cristifica” porque Cristo vive en nosotros. Y este
proceso sobrepasa el tiempo y el espacio de la celebración ritual de la
Eucaristía. La presencia biofísica del pan y del vino es breve, la presencia
espiritual se extiende tanto cuanto en nuestra vida la vida de Jesús es acogida
como camino, verdad y vida.
Depende de nosotros hacer del encuentro eucarístico con Jesús un
gesto cotidiano rutinario o vivirlo con “plenitud de sentido”. Depende de la fe y
de nuestro compromiso, hacer del “momento eucarístico” una “semilla de vida
eucarística” que no sería otra cosa que una vida de discípulos-misioneros en la
presencia de Jesús.
Por eso, las presencias de Jesús para los discípulos post-pascuales no
son cuatro realidades aisladas, sino cuatro presencias mutuamente referidas.
La meditación de la Palabra, sobre todo en la oración contemplativa de la vida
del Jesús de los Evangelios, ilumina la Eucaristía. La Eucaristía nos dice que la
vida de Jesús en su tiempo histórico “coexiste” con la nuestra en el momento
que le acogemos como “vida de nuestra vida”. Pero estas dos presencias se
realizan “dentro de la comunidad de fe”, dentro de la Iglesia. Y la Iglesia
encarna dos aspectos complementarios: todo el conjunto de personas llamadas
a ser discípulos-misioneros, y el grupo escogido para ser sucesores de los
apóstoles. Las relaciones de obediencia que supone toda institucionalización,
incluso humana, tienen que ser absolutamente distintas de estas instituciones
que son realidades estructurales puramente humanas. La obediencia en Cristo
es siempre obediencia en el amor, porque el Hijo obedece al Padre en el
Espíritu. El sucesor de los apóstoles debe meditar con mucha frecuencia el
capítulo 13 de Juan para distanciar el modo de gobierno eclesiástico de todos
los otros modelos mundanos de poder. La obediencia de los discípulos a los
sucesores de los apóstoles debe realizarse desde la centralidad y presencia de
Jesús en la Palabra, Eucaristía, Iglesia y Pobre. No son cuatro presencias de
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cuatro personas distintas, sino una sola presencia de una sola persona. Esta
presencia es integradora de aspectos, como toda vida integra lo fisico,
psicológico y lo espiritual noético-pneumático.
Lo específico de la presencia de Jesús en la Eucaristía es la
“condensación” de realidades salvíficas que en realidad se extienden desde la
Cena hasta la Resurrección; todo este conjunto de momentos temporales son
la “hora” de Jesús, el momento privilegiado de la revelación de la divinidad del
Hijo respecto al Padre
El momento de la cruz revela la victima y el sacerdote ante el altar de si
mismo. Esta afirmación es muy importante. La cruz es la voluntad del Padre
como alternativa ante la historia. Si no hubiera existido la oposición y el
rechazo al Evangelio de Jesús, su vida histórica habría tenido otro final; pero
desde el momento en que el Padre acepta la libertad humana construyendo
también la historia, las respuestas de Dios a estas decisiones van
“reconstruyendo” nuevas soluciones para los problemas, de modo que Pablo
pueda exclamar: “felix culpa”.
La Resurrección es la anticipación del fin feliz de todas la historias. No
sabemos como la humanidad la irá encaminando; a todos nos toca contribuir a
un final más feliz, pero si la libertad humana de otros bloquea nuestras
esperanzas, tenemos la certeza de nuevas iniciativas divinas, siempre
respetuosas de la libertad humana que revelarán en su plenitud la gloria de
Dios.
La vida del Hijo tiene tres momentos, de los cuales somos testigos a
través de la “segunda vida”. La primera vida es la eterna que las tres Personas
divinas con-viven eternamente; allí el Hijo es eternamente Hijo de un Padre que
es eternamente Padre y las dos personas se aman eternamente en el Espíritu.
La segunda vida es la que comienza en la historia desde el nacimiento
en Belén hasta la muerte en la cruz. Es la vida que los seres humanos
compartimos en el espacio y el tiempo; por esta vida, Jesús fue coterráneo y
contemporáneo con sólo un número limitado de personas entre las cuales vivió.
De ellas llamó a sus discípulos e inició el proceso de enseñarles el significado
del Reino de Dios. Poco a poco se va abriendo la comprensión misma del
“Maestro” que no sólo habla del Reino del Padre, sino del papel que el Hijo
tiene en ese Reino y prepara la comprensión de que Jesús es un maestro que
debe ser reconocido como el Mesías de la Promesa, y aún mucho mas, como
aquel que reclama de Dios una paternidad muy especial que lo hace el Hijo.
En una precipitación de acontecimientos que se dan en los dos días
últimos de su vida los discípulos pasan de testigos inmediatos de los
acontecimientos a la fuga cobarde, el abandono del Maestro, al miedo de ser
también perseguidos, al terror de saber que se les acusa de haber robado el
cuerpo del Maestro, y de pronto, la gran novedad, la esperanzas de que algo
nuevo está aconteciendo. Las apariciones pascuales son el desborde de una
alegra inmensa, pero también el comienzo de una nueva conciencia.
La memoria del Maestro crucificado y resucitado será tan intensa y
penetrará tanto en sus vidas que literalmente podrán decir que “Cristo vive en
ellos”. Esta experiencia novísima no es meramente una conciencia de lo que
viven los discípulos dentro de si y en relación de Cristo, sino un modo nuevo de
presencia o de vida de Cristo (que llamaríamos “vida 3”, para distinguirla de la
primera o eterna, de la segunda o histórica, y la tercera que es suprahistórica)
31

Pero esta vida 3, como vivencia de Cristo, significa que realmente El vive
en y con sus discípulos y con todos aquellos que se abren a la verdad de la
paternidad de Dios. La vida de la Iglesia es inseparable de la vida de Cristo
Resucitado; es la manera como el Resucitado está presente en los creyentes.
Re”vivir” al Cristo Resucitado es un modo distinto de “ser Iglesia”,
distinto a una mera agrupación humana, gobernada por puros intereses
humanos, que usa recursos meramente humanos. La Iglesia no es meramente
una “institución”, sino una “institución con Espíritu”, animada por el Espíritu, al
servicio del Espíritu, es decir fundada en la “gloria” del amor del Padre y del
Hijo en el Espíritu.
La vida del Resucitado en los discípulos de la comunidad eclesial,
reproduce en cada día el “misterio pascual” eucarístico y encierra la riqueza de
la participación en el sacerdocio de Cristo.
Si el Padre es el creador del cosmos y de la historia de una humanidad
dotada de libertad, la posibilidad del abuso de la libertad por la opción por el
mal en lugar del bien, destruye el proyecto divino. Pero la infinita misericordia
del Padre que Jesús constantemente enseñó en sus parábolas, se manifiesta
en el papel redentor del Hijo, es decir en su función sacerdotal, que no debe
entenderse a partir de las categorías paganas ni de las veterotestamentarias
sobre la expiación de los pecados. El sacrificio por el que el mal realizado en la
historia es vencido por el poder de Dios, no es el de corderos en el altar del
Templo de Jerusalén, sino el sacrificio del propio Jesús como víctima ofrecida
por él mismo al Padre como sacerdote y en el altar de la cruz. Sacerdocio único
cuyo memorial de la Última Cena es celebrado por el sacerdocio ministerial, y
cuya realidad es vivida por el sacerdocio de todo el pueblo de Dios unido a la
muerte del Hijo en cuyo momento “devuelve el bien de la gracia y de la vida
divina a quienes que hacen el mal de arrancarle la vida”. Que todo el pueblo de
Dios pueda ofrecer al Padre el sacrificio cotidiano de constantes “devoluciones
del bien por el mal” es el modo de participar de la muerte de Jesús. No se trata
sólo de ofrecer nuestras acciones a Dios, sino aquellas que responden a su
constante mandato de amar a nuestros enemigos. Cuando lo hacemos el mal
que nos hacen acaba allí en nuestro sufrir pero no se prolonga más allá porque
no dejamos espacio para la venganza sino para el amor.
Si todo el pueblo de Dios fuera consciente del significado sacerdotal de
devolver bien por mal, literalmente cada miembro del pueblo de Dios, y de la
Iglesia como Esposa se uniría en el amor a Cristo Esposo. Nosotros ponemos
la parte de la pasión que todavía falta unir con la de Cristo. Nos hacemos
sacerdotes participando de su sacerdocio. Desgraciadamente el sacerdocio del
pueblo de Dios permanece muy oculto ante la exaltación del ministerio
sacerdotal, y con eso se reduce el misterio eucarístico al memorial de la última
cena, privada de la significación del cumplimiento de la promesa por la muerte
del Viernes y de la fidelidad del Padre de resucitar a su Hijo.
La presencia de Jesús en la Iglesia requiere para su plenitud la
celebración integra del misterio pascual en la Eucaristía. Cuando la Iglesia se
alimenta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, verdaderamente vive la vida
pascual del Resucitado.

Preguntas
32

a) Cómo educar a nuestras comunidades en celebrar la Eucaristía no como


mero recuerdo del Jueves Santo sino en la totalidad del misterio
Pascual? Sugerir formas prácticas para tomar conciencia de esta
realidad.
b) ¿Cómo desarrollar más la conciencia del sacerdocio el todo el pueblo de
Dios? Y por tanto, ¿Cómo relativizar la exaltación unilateral del
sacerdocio ministerial? [Utilizo la palabra “ relativizar” en el sentido de
“poner en relación” y no de minimizar su importancia]
c) ¿Cómo educarnos todos, jerarquía y pueblo de Dios, para que en
nuestras eucaristías se manfieste el compromiso de devolver siempre
bien por mal, para imitar el modo sacerdotal de vivir y morir de
Jesucristo?
33

CUARTO DIA

DIMENSION SOCIAL DE LA PASTORAL

Las dimensiones que debe tener toda pastoral reflejan las presencias
que Jesús señaló como lugares para el encuentro de los discípulos con el
Maestro. El encuentro en la Palabra señala una característica que ninguna
pastoral puede dejar de tener, la bíblica. Del mismo modo, la liturgia nos remite
al centro vivo de los acontecimientos de la Pascua que celebramos en la
Eucaristía cuando consideramos de modo integral las referencias que tiene el
signo sacramental del Jueves Santo como anticipación del sentido de ese signo
que es la muerte redentora de Jesús el viernes santo, y la plenitud pascual del
gozo de la Resurrección. Vivir la liturgia de esta manera es permitir la presencia
de Jesús en nuestras vidas tomando lo que nosotros podemos ofrecer a Dios
por medio de ellas, en comunión con el sacramento eucarístico y con la
realidad de la muerte y resurrección del Hijo de Dios.
Un cuarto lugar de presencia de Jesús para sus discípulos y por tanto
una cuarta dimensión de toda pastoral, es la presencia en los pobres. Hay una
relación especial entre Dios y su revelación a los pobres. El momento decisivo
de la fe de Israel es el Éxodo. De un pueblo esclavo Dios hace un pueblo de
personas libres. Las promesas a Abraham sobre su descendencia en Isaac se
vieron realizadas con una nueva tierra, lugar de Alianza entre Dios y su pueblo.
En Dtn 5 el precepto de no tener esclavos radica en la experiencia
histórica de haberlo sido, “no trates a otros como tú fuiste tratado, acuérdate de
esto”. La fidelidad a la ley de Moisés y a la vez la fidelidad a los pobres se
exigen mutuamente. Los profetas que advierten la proximidad del exilio
hablaron claramente de la explotación de los pobres como alejamiento de la
alianza. Alguna relación existe ya en AT respecto a Dios y a los pobres, que se
hace mucho más clara en el NT.
En el AT, “la vuelta a los orígenes” presenta a Dios como creador que
confía la tierra al ser humano. Ese dominio no implica desigualdad de riquezas.
Es el pecado, fruto de la libertad humana, el que las introduce. Dos derechos
en la Escritura responden a la vocación originaria de la creación, pero también
a la situación del fruto amargo de la libertad, la injusticia y la pobreza. En el AT
se afirma el derecho de propiedad como expresión del dominio humano sobre
la creación1 y el derecho de los pobres, que implica justicia en el contrato de
trabajo, la atención a viudas y huérfanos 2. Los dos derechos, de propiedad y de
los pobres tienen un punto común: la afirmación de la soberanía de Dios y la
obediencia a su ley, expresada en el culto religioso. Para los profetas Dios
rechaza el culto cuando éste encubre las injusticia: “no me complazco en
vuestras oblaciones ni sacrificios” (Am 2,24). Sólo con la práctica de la justicia
“yo me quedaré con vosotros en este lugar” (Jer, 7,4-7). El ayuno grato a Dios
“¿No será partir al hambriento su pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa?
Que cuando veas a un desnudo lo cubras y de tu semejante no te apartes” (Is,
58, 3-11). Para Bigó y Bastos de Ávila 3 el texto de Is. 58 parece ser el texto al
que remite la parábola del Juicio final (Mt 25,35). En algunos textos la riqueza
1
Ex 20, 15-17, Dt 5, 19.21; Jer 17,11. La riqueza, bendición (Job 4, 10ss; Gn 13,2; 24,35; 30, 43; Dtn 8, 7-19.
2
Dt 24, 14-15 contra explotación del trabajo; Dt 24,17-18; Ex 23,9 atención a viudas, huérfanos, forasteros.
3
BIGÓ, P. – BASTOS DE AVILA, F: Fe cristiana y compromiso social. Op. Cit. p.158
34

es bendición; la pobreza, castigo; en otros es lo contrario: la riqueza injusta


aleja de Dios; la pobreza vivida por el inocente con dignidad, acerca a El.
En el NT, se confirma el AT, aunque con nuevos acentos y se añade la
presencia de Cristo en los pobres. Hay un derecho de los pobres, pero en el NT
ese derecho se vive como amistad que comparte los bienes. Por el derecho de
los pobres, quien decide sobre los bienes debe administrarlos con fidelidad
para ganar su amistad (Lc 16). La parábola del rico epulón refiere sólo el
pecado de omisión ante la pobreza de Lázaro. La acción de Zaqueo que
practica la caridad y la justicia (Lc, 19) redime el pecado de la codicia, es la
salvación: Cristo, que ha entrado en su casa. Las primeras comunidades (Act
2, 44-45) comparten bienes por amistad y comunión de hermanos. La
comunión en la fe es comunión de bienes, (Didaché y otros). Hay ya
vinculación entre comunidad, amor a Cristo y pobreza. Dios escoge a los
pobres y los enriquece en la fe (Sant. 2,5). Y Jesús, al elegir para la perfección,
pone la condición: renunciar a bienes, darlos a los pobres y seguirle (Mt 19,
21). El vínculo de pobreza  seguimiento  comunidad eclesial, prepara para
la parábola del Juicio final.
En la tradición de la Iglesia, los Obispos son “padres de los pobres”, a
nivel intraeclesial (administran el fondo de ayuda a los pobres) y del propio
estado romano, como política social estatal4. Los Padres de la Iglesia tienen
homilías sobre las parábolas. Clemente de Alejandría: habla de los ricos (Mt
10. 25); Basilio alude al dueño de repletos graneros de trigo (Lc 12,28),
Crisóstomo trata de Lázaro y el rico epulón, Agustín de la conversión de
Zaqueo.5. La reforma de la vida monástica por la pobreza, las órdenes
mendicantes, las órdenes y congregaciones apostólicas dedicadas a la
enseñanza, a la atención de enfermos, la vida contemplativa con marginados;
todos estos son signos de vitalidad de fe y estima de los pobres. El mayor fruto
es fe en la presencia de Cristo en los pobres.
Los pobres como presencia de Cristo. La novedad de la “presencia” en
los pobres radicaliza el profetismo del AT en dos aspectos: a) la presencia
histórica de Dios por la Encarnación y b) la importancia de la conversión a los
pobres para acoger la trascendencia de Dios revelada por la inserción del Hijo
de Dios en la humanidad y pobreza. La vida de Jesús transcurre entre pobres:
vivienda, trabajo, amistad, discípulos: todo ello se da en contexto de pobreza.
La relación entre Cristo y pobres se da en la vida cotidiana: vivir con y como los
pobres. Lo nuevo es el papel que los pobres van a jugar en el momento de
definir el destino de las personas y de los pueblos. Este detalle ya tiene de por
sí una importancia particular en una antropología cristiana, porque indica la
radicalidad del principio personalista: “el pobre es un fin en si y jamás puede
ser tratado como puro medio”.
La definición de la realización humana tiene ese criterio de juicio. El
pobre que con frecuencia ha sido siempre considerado un “medio” y no un fin,
va a estar asociado en Cristo al juicio final de la historia que significa entre
otras cosas si la historia ha llegado a respetar como fin al pobre. Pero el juicio
final dice algo más importante, no sólo de carácter antropológico, sino
propiamente cristológico: y es la presencia de Cristo en los pobres.

4
KAMPLING, R: Pobres y ricos en la Iglesia antigua. En Concilium 22 (1986) p. 229
5
GONZALEZ, Carlos Ignacio: Pobreza y riqueza en obras selectas del cristianismo primitivo. Op. Cit. p 15-16
(Clemente de Alejandría), p. 40 (Basilio), p. 87 y 93 (Crisóstomo), p.168 (Agustin)
35

El tema de la “presencia de Cristo” une en continuidad el Jesús de la


historia y el Cristo de la fe. La comunidad que se formó en torno a la
predicación profética de Jesús está llamada a perpetuarse “hasta el fin de los
tiempos”, comunidad unida a la “presencia de Jesús”, conforme a la promesa
que él mismo dijo. La promesa recorre toda la historia de la salvación. Es
anuncio de un futuro de libertad, de esperanza, de plenitud para la realización
humana, dado precisamente a los pobres que sufren esclavitud, despojo,
humillaciones. La promesa de la salida de Egipto y su realización, las sucesivas
promesas de conducir a su pueblo por el desierto y llevarlo hasta la tierra
prometida, tienen una función pedagógica para la fe de Israel: la “solidez” de la
promesa de Dios. Se puede construir sobre esa palabra la propia vida, porque
es “roca” y no “arena”. Las promesas-cumplidas revelan la fidelidad del Dios de
la Alianza, cuya contraparte es la fidelidad del pueblo a las leyes de Dios.
¿Qué nueva promesa ofrece Dios después del exilio y del retorno a la
tierra prometida? No una nueva tierra sino una presencia de Dios insinuada por
la promesa mesiánica. Para los cristianos, esas promesas se cumplieron en
Jesucristo. El futuro prometido al nuevo pueblo no es una tierra sino una
presencia de Cristo acompañando perpetuamente a su pueblo. En la tierra es
posible cometer idolatrías y ser infiel a Dios; con la presencia es posible
también traicionar al enviado del Padre y a su comunidad, pero hay una
solidaridad fundamental entre el Hijo, la comunidad, y la humanidad: lo que se
haga a las hermanas y hermanos, se hace a Cristo, que prometió a su Iglesia
estar con ella hasta el fin de los tiempos. Tres presencias tienen relieve: la
eucarística, signo sacramental de muerte y resurrección, la eclesial pueblo de
Dios con sus pastores; y la presencia en los pobres sobre todo en textos de
pobres y pobreza que tienen clara relación con la parábola del Juicio Final.
Cristo en los pobres en las fuentes del NT. El texto del Juicio Final, en
Mt 25, 31-46 se inserta en el contexto del discurso escatológico (cap. 24-25).
Texto sin paralelo en los sinópticos. Proclama a Cristo como Rey de las
naciones que se dirige a sus discípulos (de allí la mención “a mis hermanos,
más pequeños” Mt 25, 40). Según la catequesis judía hay siete obras de
misericordia corporal, de las que se mencionan seis (exceptuando enterrar a
los muertos)6. Pero estas acciones son también criterio para juzgar a todas las
naciones, ya que no se menciona, en el veredicto de condenación, sino “a
estos más pequeños” (20, 45)7. Lo indiscutible de este texto es que el amor al
prójimo, sobre todo necesitado, está en relación con el encuentro con Cristo.
Servir a los pobres es servir a Cristo, por eso unos se salvan y otros no.
¿Cómo fue interpretado este texto por la Iglesia primitiva, en algunas épocas
de la historia, y en el magisterio social de los Papas Juan Pablo II y Benedicto
XVI?
Cristo en los pobres en la tradición de la Iglesia. El primer texto es de
Clemente de Alejandría, sobre la salvación del rico: será más fácil a un camello
entrar por el agujero de una aguja… (Mc, 10, 25), dice: “Se enseña a los ricos
que no deben descuidar su salvación como si a priori estuviesen condenados
[…] sino aprender cómo administrarla para enderezarla hacia esa vida”,
“amando al Padre con toda nuestra fuerza y posibilidad. Y cuanto más ama uno

6
BROWN, R- FITZMYER, J.- MURPHY, R. (ed): The New Jerome Biblical Commentary, Prentice Hall, New Jersey,
1988. Mateo tiene ciclos de discursos; el último, es el juicio sobre las naciones
7
Ibid. La palabra “hermanos” en Mt, tiene dos interpretaciones, limitada a los discípulos (12, 48-50; 18, 15-21.35;
23, 8; 28, 10) y en sentido mas general (5, 22.23.24.47; 7, 3.4.5) a todo ser humano en necesidad.
36

a Dios, tanto más se avecina íntimamente a El”. En seguida “nos da un


mandamiento de ninguna manera inferior al primero”: ‘Amarás a tu prójimo
como a ti mismo’ (Mt 22, 39), y aclara la pregunta por el prójimo (Lc 10, 29-37).
Clemente aclara: la respuesta de Jesús no es “como la habría definido un judío,
es decir, según los lazos de sangre o de ciudadanía, ni como un prosélito o un
circunciso, ni como aquel que sigue la misma ley”, sino por la parábola. ¿Cuál
se hizo prójimo? Vete y haz lo mismo. Comenta Clemente: “La caridad hace
florecer las buenas obras” y aclara quien es prójimo: la Encarnación nos ha
“aproximado” al Hijo, a uno de nosotros. “¿Quién se ha hecho más prójimo que
el mismo Salvador?”. Nos cura de heridas, nos da el aceite del Espíritu, vendas
de salvación. Hay, pues, que amar a Cristo como a Dios. Y ama a Cristo el que
cumple sus mandamientos. “Aquel que ama a Cristo es aquel que honra a sus
fieles y por ellos se preocupa. Porque todo cuanto se hace a un discípulo de
Cristo, éste lo recibe en su nombre como si a El mismo hubiese sido hecho” Y
cita Mt 25, 34-398. Clemente une en un solo mandamiento los dos de la ley, el
amor a Dios y al prójimo. Amando a Cristo se ama a Dios y al prójimo. Jesús es
el Buen Samaritano que auxilia al herido y también como aquel que es
auxiliado. Clemente evita la interpretación estrecha de Cristo en los hermanos.
No juzguemos quién es digno de ser amado como a Cristo: “es mejor que te
equivoques haciendo el bien a los indignos creyéndolos dignos que no el dejar
de hacer el bien a uno bueno por tratar de evitar a los indignos”9
Basilio nos es bien conocido por un texto muy citado: “El pan que almacenas
pertenece al hambriento, [….] Por tanto, cometes injusticia contra todos
aquellos a quienes puedes ayudar”10. Basilio aclara que Mt 25, no condena al
ladrón sino al que no comunicó sus bienes. El texto del juicio final es el modo
de responderse Basilio: “¿Cómo podré ponerte ante los ojos las miserias y
desgracias de los pobres, para que puedas advertir y caer en la cuenta de
cuantas lágrimas son el precio de tus riquezas?”. En los dolores de los pobres
está Cristo que sufre.
Crisóstomo censura a aquellos que cubren de oro el altar de la eucaristía y
abandonan en la miseria al pobre: “No pensemos que nos basta para la
salvación el que tras de haber despojado a viudas y pupilos, ofrezcamos al
altar cálices de oro con adorno de piedras preciosas. Si quieres de verdad
honrar este santo sacrificio ofrece tu alma por la que Cristo fue inmolado. A ella
hazla de oro”11 En un texto relaciona presencia de Cristo en la Eucaristía y en
el pobre: “¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando anda
desnudo. No lo vayas a honrar aquí dentro con paños de seda, mientras allá
fuera lo olvidas a El, afligido por el frío y la desnudez” Es el mismo Jesús que
dijo “esto es mi cuerpo” (Mt 26,26) el que también dijo “me vistes hambriento y
no me diste de comer” (Mt 25, 42s). La contraposición del “aquí dentro” con
“allá fuera” se refiere obviamente al altar eucarístico en el templo y a la
situación del pobre fuera del templo. Por eso contrapone nuevamente: “El
cuerpo sagrado no necesita de vestidos sino de un alma pura, en cambio allá
fuera necesita de muchos cuidados”. Hay que honrar a Cristo como El quiere:
“hónralo en la forma que El mismo ordenó con ley, repartiendo las riquezas con
los pobres. No necesita Dios de vasos de oro, sino de almas de oro”. Hay
8
CLEMENTE DE ALEJANDRIA: ¿Cuál rico se salva? En GONZALEZ, Carlos Ignacio: Pobreza y riqueza en obras
selectas del cristianismo primitivo. Op. Cit., p. 14-15
9
ibid, p. 17
10
BASILIO: Sobre la avaricia (Lc 12, 18). En: GONZALEZ, C.I.: Pobreza… Op. Cit p.39
11
JUAN CRISÓSTOMO: Homilía 50 (51) En: GONZALEZ, C.I.: Pobreza…Op. Cit.,p. 128
37

prioridades: “¿Qué utilidad se sigue de que la mesa de Cristo esté cargada de


vasos de oro mientras Él perece de hambre? Antes que nada sacia tú al
hambriento, de lo sobrante, adorna a Cristo en su mesa”12
Agustín contrasta riquezas divinas de Cristo con pobreza humana, el acto de
dar y el de recibir: “Mendiga el pobre, recibe el rico. Das alimento al pobre, lo
recibe aquel que te lo ha de devolver […] Pensabais prestar en la tierra a los
menos solventes, habéis prestado al más solvente en el cielo. Yo recibí, dice,
yo he de pagar […] Recibí tierra, pago cielo… me disteis pan, doy vida”13
Cristo en los pobres, criterio de juicio de realizaciones históricas. El
Juicio Final evalúa la vida humana: “el amor se convierte en el criterio para la
decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida
humana”14. Europa vive su fe cristiana desde la primera evangelización
apostólica pasando por veinte siglos de cristianismo. El descubrimiento de
nuevas tierras al occidente y al oriente expandió la concepción del mundo y las
tareas de evangelizarlo…pero también de conquistarlo y someterlo a las
coronas cristianas europeas. Dos objetivos de conquista y evangelización, por
una fusión muy comprensible en aquella época de los dos poderes, el temporal
y el espiritual, fórmula consagrada de la cristiandad. Existieron abusos e
injusticias pero también existió el deseo de clarificar el “derecho” de conquistar
otros pueblos sin escudarse en la superioridad de fuerza o de raza. En esos
momentos de incertidumbres los profetas tuvieron papel importante. Desde allí
interpretamos a Bartolomé de las Casas que recoge y reformula en forma
admirable el pensamiento patrístico sobre la presencia de Cristo en los pobres.
Allí está el núcleo central de su interpelación. La expansión de la cristiandad
medieval por las nuevas conquistas planteó en la conciencia de algunas
autoridades, principalmente de la Península Ibérica el problema de la
legitimidad de la conquista. Hay que reconocer que esta sensibilidad jurídica no
la tuvieron en la misma medida otras naciones también cristianas. La temática
se desvió al derecho de conquista y posesión, dejando de lado que el
fundamento para legitimar tal empresa era la evangelización, y ésta no podía
llevarse a cabo en la flagrante contradicción de negar la presencia de Cristo en
los pobres, al querer anunciarles el Evangelio.
La vida de Bartolomé de las Casas, clérigo encomendero, fraile dominico y
obispo, está articulada por el encuentro de Cristo en los indígenas. Sueña un
“rescate”, “comprándolos”:
Ante un amigo que le critica, Las Casas responde: “si viésedes
maltratar a nuestro Señor Jesucristo, poniendo las manos en él y
afligiéndolo y denostándolo con muchos vituperios ¿no rogaríades
con mucha instancia y con todas vuestras fuerzas para que os lo
diesen para lo adorar y servir…?. Pues de esta manera he hecho
yo, porque yo dejo en las Indias a Jesucristo azotándolo (…) no una
sino millares de veces (…) quitándoles la vida antes de tiempo (…).
Desde que vi que me querían vender el Evangelio y por
consiguiente a Cristo… acordé comprarlos”…15

12
ibid
13
AGUSTIN DE HIPONA: Sermón 14; Sermón 86. ibid p. 138-139; p. 156-157
14
Benedicto XVI: Dios es Caridad, 15
15
Citado por GUTIERREZ, Gustavo: En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de las
Casas. Op.cit.,p.95
38

El texto de Mt, 25 es comentado: la condenación no es por actos cometidos


sino por omisión de actos debidos. Cita a Agustín: “no sólo “no vestir” sino
quitar medios de vida de indígenas” 16. Por estas ideas Bartolomé de las Casas
fue perseguido por la Corte y la Iglesia; discutió con J. Ginés de Sepúlveda
defendiendo la igual dignidad humana de los indios. Pasados los años vemos
confirmado su profetismo por Juan Pablo II en la inauguración de la IV
Conferencia Episcopal de Santo Domingo: “La denuncia de las injusticias y
atropellos por obra de Montesinos, las Casas, Fray Juan del Valle y tantos
otros fue como un clamor que propició una legislación inspirada en el
reconocimiento del valor sagrado de la persona”17
Presencia de Cristo en los pobres en textos de Juan Pablo II. El Papa toca
este tema desde el comienzo al fin de su largo magisterio social. Con relación a
América Latina, el Papa inaugura la III Conferencia General del Episcopado en
Puebla. Allí tocando el tema de la liberación ofrece los criterios de la liberación
cristiana
Hay una originalidad de la liberación cristiana, de lo contrario “la
Iglesia perdería su significación más profunda”. Este aporte hace ver
cuál es la forma de volcar con amor su solicitud hacia los pobres, los
enfermos, los desposeídos, los desamparados, los agobiados y
cómo descubriendo en ellos la imagen de Jesús “pobre y paciente
se esfuerza en remediar sus necesidades y servir en ellos a Cristo”
(LG, 8) 18.
En RH, el contexto es el desafío de transformar las estructuras de la sociedad,
el juicio final releído hoy nos juzga.
Esta escena escatológica debe ser aplicada siempre a la historia del
hombre, debe ser siempre «medida» de los actos humanos… “tuve
hambre, y no me disteis de comer;... desnudo, en la cárcel”. Es
trágico que, en vez de pan y ayuda cultural a los nuevos estados y
naciones … se ofrece armas modernas y al servicio de conflictos
armados al servicio del imperialismo, y neocolonialismo…(RH 16. 19
En la visita pastoral a Estados Unidos, en el Shea Stadium, (3/10/1979), hace
una directa alusión al juicio final. Particular interés tiene la alocución en el
barrio muy pobre del Salvador (Bahia) “Alagados”. El discurso en Fortaleza,
Brasil, lugar del Congreso Eucarístico nacional (Julio, 1980), une la Eucaristía y
el compromiso por un mundo más justo y fraterno.
La década de 1981 a 1991 es la década del magisterio social de Juan
Pablo II en sus encíclicas. Veamos otros textos de la presencia de Cristo en los
pobres. La presencia de Cristo se extiende a los niños. “el que por mí recibiere
a un niño a mi me recibe” (Mt 18, 5). Cada niño es signo de vida 20. También, la
aplicación de Mt 25 a los prisioneros 21. En Villa Salvador, Lima, (5/2/1985),
16
ibid, p. 95
17
JUAN PABLO II: Discurso inaugural, IV Conferencia General en Santo Domingo, 1992, n.4, cf cita electrónica
www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1992/index_sp.htm
18
JUAN PABLO II: www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1979/january/documents/hf_jp-
ii_spe_19790128_messico-puebla-episc-latam_sp.html) (Disc Inaugl, III Conf. Gen. Puebla, III, 6; 28/1/ 1979
19
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_04031979_redemptor-
hominis_sp.html
20
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1984/april/documents/hf_jp-
ii_spe_19840426_unicef_sp.htm Discurso a la UNICEF, en Roma, 26 de abril de 1984
21
Gesù è stato vicino soprattutto ai sofferenti e ai tribolati; ricordate che non ha esitato a identificarsi con un
prigioniero: “Ero in prigione e siete venuti a trovarmi” ( Mt 25, 36). Prisioneros de la cárcel de Viterbo, 27 de mayo de
39

traduce la interpelación desde los pobres en el momento actual: La compasión


de Jesús debe ser la de la Iglesia…no ignoremos «los rasgos sufrientes de
Cristo, el Señor, que cuestiona e interpela” la pasividad; la brecha, las
estructuras la concupiscencia del dinero…22. En visitas a enfermos alaba a los
que los sirven “el mismo Cristo os agradecerá el día del juicio cuando os diga:
“Estuve enfermo, y me visitasteis” (Mt 25, 36)23. El juicio final ilumina las luchas
laborales. El valor de la conducta depende del amor (Mt 25, 35-40). Si la
caridad es mandamiento supremo, ¿cómo estar cruzados de brazos ante
injusticias, si la justicia es presupuesto básico y primer fruto de la caridad? 24.
También cita a Mt 25 en su discurso a los responsables de las obras sociales y
caritativas de los Estados Unidos.25 Ante los empresarios en Méjico vuelve al
texto de Mt. 25: Cristo llama desde las necesidades de cada época. desde
hambrientos, sedientos; sin casa, ni ropa, presos y enfermos (cf. Mt 25, 31-46).
Allí está Él; en todos ellos se reconoce la voz y el rostro de Cristo. 26 y también
en Méjico afirma el amor a los pobres en las raíces del evangelio: Cuando la
Iglesia habla de opción preferencial por los pobres, lo hace desde la
perspectiva del amor universal del Señor, que precisamente manifestó su
preferencia por aquellos que más lo necesitaban. No es opción ideológica. El
amor por los pobres es algo que nace del Evangelio mismo.27
Con mayor claridad todavía, señala que “el Sur pobre juzgará al opulento
Norte”, que las “naciones pobres […] juzgarán a los que les arrebatan estos
bienes, acumulando para ellos el monopolio imperialista del predominio
económico y político a expensas de otros”28
Juan Pablo II habla de los pobres a la Comisión para América Latina:
«Unxit me evangelizare pauperibus», proclama Jesús (Lc 4, 18). Los
evangelizadores deben dedicar una atención preferencial a los pobres: quienes
carecen de la salud: En América Latina «los más pobres entre los pobres» son
los indígenas y los afroamericanos (Cf. Puebla, 2605). Se les evangeliza desde
la pobreza.29. Hablando a la ONU: La fe en Cristo no empuja a la intolerancia,
el amor por Cristo no aparta del interés por los demás, sino invita a

1984. En www.vatican.va. Discursos de Juan Pablo II. - En América Latina habla a los presos en Argentina (10 de
abril de 1987) y en Perú (15 de mayo de 1988): “Cristo quiere estar también entre vosotros.
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1984/may/documents/hf_jp-ii_spe_19840527_carcere-
viterbo_it.html (Viterbo)
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1987/april/index_sp.htm (Argentina)
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1988/may/documents/hf_jp-ii_spe_19880515_detenuti-
peru_sp.html
22
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1985/february/documents/hf_jp-
ii_spe_19850205_poveri_sp.html
23
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1987/april/documents/hf_jp-ii_spe_19870408_ammalati-
cordoba_sp.html Ibid. 8/4/1987, visita a los enfermos, en Córdoba, Argentina
24
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1987/april/documents/hf_jp-ii_spe_19870410_mondo-
lavoro_sp.html
25
Jesus identifies himself with the poor and the defenseless: what we do for them is done for him, the service we fail
to render them is service denied to him (Cfr. Matth. 25, 31-46). 13/9/1987
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1987/september/documents/hf_jp-
ii_spe_19870913_organizzaz-caritative_en.html
26
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1990/may/documents/hf_jp-
ii_spe_19900509_imprenditori-durango_sp.html Discurso a empresarios, Méjico, 9 de Mayo de 1990.
27
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1990/may/documents/hf_jp-ii_spe_19900512_sac-
messico_sp.html. Discurso a sacerdotes, religiosos, laicos, en México 12 mayo 1990
28
Homilía en Namao (Canadá) del 17 de setiembre de 1984.
40

preocuparnos por ellos, sin excluir a nadie y privilegiando los más débiles y los
que sufren 30. Y otros discursos, como a Cor Unum, a obispos de Cuba, al
Congreso de pastoral de derechos humanos, y trabajadores31.
El texto más rico y profundo de Juan Pablo II sobre la presencia de
Cristo en los pobres es, tal vez, el de Novo Millenio Ineunte, 49-50; el mejor
comentario pontificio a la teologia de la liberación. El uso ideológico del pobre
no ha tenido efecto histórico porque la esperanza estaba puesta en las fuerzas
y poderes de este mundo. Tampoco tiene eficacia el uso ideológico de referirse
a los pobres en forma “objetiva” sin el compromiso y participación “por dentro”
con la causa de los pobres. Queda abierta una tercera alternativa: el
compromiso cristiano por la causa de los pobres, con la fuerza de la fe, obra
del Espíritu, de la esperanza, como testigos de la fidelidad a Jesucristo
presente en los pobres de este mundo.
En NMI, 49, Juan Pablo II pone en el contexto de la comunión
intraeclesial la apertura ”hacia la práctica de un amor activo y concreto con
cada ser humano. Éste es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la
vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral”. En seguida, en NMI,
expresa un deseo: “El siglo y el milenio que comienzan tendrán que ver
todavía, y es de desear que lo vean de modo palpable, a qué grado de entrega
puede llegar la caridad hacia los más pobres”.
A continuación el Papa fundamenta el compromiso con el pobre en la
contemplación de Cristo, en la presencia pascual del Resucitado, que está en
la Palabra, Eucaristía, Iglesia y Pobre. Una auténtica contemplación de Cristo
nos lleva al reconocimiento de su presencia. “Si verdaderamente hemos partido
de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el
rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse”. (Mt 25,35-36).
La dinámica de este amor, no se acaba con el amor al otro como a si mismo,
sino que por la escena del Juicio Final nos sorprendemos ante la revelación de
haber llegado al propio Cristo al actuar de esa manera sobre todo con los
prójimos necesitados, con los pobres. Por eso, sigue Juan Pablo II: “Esta
página (Mt 25) no es una simple invitación a la caridad: es una página de
cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia
comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo no menos que sobre el ámbito
de la ortodoxia”.
En este breve párrafo se hacen afirmaciones de capital importancia. La
caridad ha sido considerada siempre como la virtud más importante de la vida
cristiana. Una exhortación a la caridad es una invitación a la perfección, en la
línea de nuestra acción. Lo que el Papa enuncia a continuación es una clara
alusión al problema del conocimiento de Cristo. “Es una página de cristología”,
es decir, una página del riguroso conocimiento del logos sobre Cristo. Uno
esperaría ante esta afirmación un texto alusivo a las dos naturalezas y unidad
de persona que la tradición teológica ha considerado fundamental para la
ortodoxia cristológica. Y esperaría también que la fidelidad de la Iglesia como
Esposa de Cristo se manifieste ante todo en la doctrina sobre el ser del
29
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1995/june/documents/hf_jp-ii_spe_19950623_iv-plenaria-
cal_sp.html Discurso 23,junio,1995
30
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1995/october/documents/hf_jp-
ii_spe_05101995_address-to-uno_sp.html Discurso del 5 de octubre de 1995, en Nueva York
31
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1997/april/documents/hf_jp-ii_spe_19970418_plenaria-
cor-unum_sp.html. Discurso Cor Unum, 18/4/1997 y prof.DSI 20/6/97
41

Esposo. El Papa supone todo esto, pero lo que dice va más allá: “comprobar la
fidelidad como Esposa” no sólo en el ámbito de la ortodoxia, sino también en el
otro ámbito contrapuesto como “ortopraxis” al que califica como “no menos”
importante.
Juan Pablo II es consciente de la tensión entre particularidad de los
pobres y universalidad de todos los seres humanos. En RH profesa la
convicción en el misterio de la Encarnación. Dice en NMI 49: “No debe
olvidarse, ciertamente, que nadie puede ser excluido de nuestro amor, desde
el momento que ‘con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo
a cada hombre’”. Pero también en la revelación existen personas, pueblos
elegidos, que en su particularidad convocan a la universalidad. Por eso añade:
“Ateniéndonos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los
pobres hay una presencia especial suya, que impone a la Iglesia una opción
preferencial por ellos”. Esta opción testimonia el estilo del amor de Dios, su
providencia, su misericordia. El número 50 de NMI dice:
En efecto, son muchas en nuestro tiempo las necesidades que
interpelan la sensibilidad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo
milenio cargado de las contradicciones de un crecimiento
económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados
grandes posibilidades, dejando no sólo a millones y millones de
personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones de vida
muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana. Hay
nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no
carentes de recursos económicos, pero expuestos a la
desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono
en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la
discriminación social.
El cristiano, que se asoma a este panorama, debe aprender a hacer
su acto de fe en Cristo interpretando el llamamiento que él dirige
desde este mundo de la pobreza. Se trata de continuar una tradición
de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos
milenios pasados, pero que hoy quizás requiere mayor creatividad.
Es la hora de un nueva « imaginación de la caridad », que promueva
no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la
capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para
que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino
como un compartir fraterno. Por eso tenemos que actuar de tal
manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan
como “en su casa”.
Juan Pablo II se interroga: “¿No sería este estilo la más grande y eficaz
presentación de la buena nueva del Reino? Sin esta forma de evangelización,
mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del
Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido
[…] La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras. NMI 50. 32
32
Novo millenio ineunte. 6 de enero de 2001
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_letters/documents/hf_jp-ii_apl_20010106_novo-millennio-
ineunte_sp.html
42

Si leemos las palabras del actual Pontífice, Benedicto XVI, debemos


retomar su primera encíclica dedicada a la caridad, Pero en concreto sobre el
tema de la opción preferencial por los pobres, pocas veces se ha expresado en
forma tan breve y profunda como lo ha hecho el Papa: “el encuentro con Dios
es, en si mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de
convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los
demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en
la fe cristológica en aquel Dios que se hecho pobre por nosotros para
enriquecernos con su pobreza (Cf 2, Cor, 8,9)” (Discurso inaugural de
Aparecida, 3,i) Después de unir el encuentro de Dios con el de los hermanos,
apunta a un grupo especial de estos hermanos marcado por la pobreza. Nos
dice que la opción preferencial por los pobres “está implícita en la fe
cristológica”, es decir en una fe que no es sólo fe en Dios, sino en la revelación
especial a través de Cristo, reconociendo en Jesús de Nazaret y en su vida con
y para los pobres, al Hijo eterno del Padre. Optar por los pobres es algo
“implícito” en la fe cristológica, porque en la revelación de Dios a a través de
Cristo se encuentra la semilla de lo que después puede “explicitarse”. Es decir
cuando optamos por los pobres hacemos “explícito” lo “implícito”. Nada de
ideologías ni de opciones políticas, sino simple y pura fidelidad a lo esencial del
Evangelio.

Preguntas

a) De las cuatro presencias de Jesús, tres presuponen la fe: la Palabra, La


Iglesia y la Eucaristía. Son presencias donde los creyentes se reconocen
mudamente en su fidelidad a Cristo. ¿Que significa la presencia en los
pobres, que no supone previamente la fe y por tanto puede invitar a
muchas personas de conciencia humana y solidaria a encocntrarnos a
los creyentes en ese lugar, a pesar de no recocer a Cristo?
b) ¿En qué sentido podemos decir que la presencia de Cristo en los pobres
es la presencia misionera, que invita al creyente a encontrarse con todas
las personas solidarias y dar razón de su fe?
c) ¿Qué relaciones hay entre la presencia de Cristo en el pobre y la escena
del juicio final para quienes conocen o no conocen a Cristo?
d) ¿Por qué el juicio final es el momento de cumplimiento de toda la historia
que fue creada separando el cosmos de la historia humana? ¿Cuáles
son los criterios en el modo de usar el mundo que permiten a n
creyentes ser admitidos en el Reino definitivo de Dios?
43

QUINTO DIA

PROGRAMA PERSONAL Y COMUNITARIO


PARA VIVIR EN EL ENCUENTRO CON EL MAESTRO
LA VOCACION DEL SERVICIO PASTORAL EN LA IGLESIA

Durante el curso se ha pedido a los participantes dos breves informes de


una o dos páginas cada uno; el primero el primer día para indicar las
expectativas que se tienen de este curso, qué gustarían encontrar, qué
conceptos aclarar, que horizontes para orientación. Y el segundo al iniciar el
tercer día del curso con la síntesis de los aportes recibidos y las reflexiones
hechas sobre las dos primeras presencias del Maestro en la comunidad de
discípulos misioneros, es decir, la Palabra y la Iglesia.
Para el quinto día del curso se propone compartir con todos los
participantes divididos en grupos, lo que las dos últimas presencias, en la
Eucaristía y los pobres, han suscitado como compromiso de vida y de pastoral.
Al terminar el itinerario de las presencias de Jesús para los discípulos
post-pascuales quisiera recorrer el camino inverso: desde la misión volver al
discipulado. Me inspiro en el capitulo 6 de Marcos que habla de dos
discipulados y por consiguiente de dos misiones. Al principio de ese capítulo se
habla de la primera misión y del regreso.
Marcos comienza su Evangelio con la profecía de Isaías sobre el
precursor que va preparando el camino del Señor, y el bautismo de Jesús.
Brevemente alude a las tentaciones del desierto. La prisión del Bautista es el
contexto en que Jesús se siente urgido a continuar su obra, pero ya desde el
comienzo no la realiza sólo (Mc 1, 16) y llama a los primeros cuatro, dos
parejas de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan. Conforme el grupo va
creciendo, hay una llamada más solemne (Mc 3) que constituye un grupo de
doce, que son testigos de sus milagros y enseñanzas. Por Mateo y Lucas
sabemos que las parábolas oscuras eran aclaradas a este grupo mas reducido
de seguidores. En el capítulo 6 ya se presenta la “primera misión”, enviados en
grupos de dos, a lugares diversos. El relato se interrumpe con la narración de
la muerte de Juan Bautista. Y luego se narra el retorno de la misión, donde los
discípulos cuentan a Jesús “todo lo que habían hecho y enseñado” (Mc 6,30).
Diríamos que el ciclo “discipulado-misión” se ha cerrado, que los
discípulos han vivido un aprendizaje y la responsabilidad de comunicarlo a los
demás… Y sin embargo el evangelio continúa con nuevas experiencias de
discipulado, y nueva misión: “Vayan a todo el mundo y anuncien la Buena
Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).
La primera conclusión es importante: el discipulado es una condición
permanente del seguidor de Jesús, siempre estamos aprendiendo y nunca
“sabemos” lo suficiente. Más aún, muchos aspectos del mensaje de Jesús
saldrán a luz en el intercambio activo con los destinatarios de la Palabra, el
mundo entero; porque es un mensaje de vida que se recibe desde vidas
concretas en lugares e historias distintas. Cómo ese mensaje cambió la vida de
esas personas no lo conocemos sólo a partir del mensaje, sino del
conocimiento de las personas antes y después de recibir el mensaje.
Precisamente el ser enviados y el volver a conferir con el Maestro lo que
ha sido comunicado y sus resultados es lo que nos recuerda que la misión no
44

comienza ahora, ya comenzó desde el envío de Jesús a los discípulos pre-


pascuales; somos los post-pascuales los que tenemos que volver a contar a
Jesús lo que hemos hecho y enseñado… y volver a aprender de nuevo, a
veces a partir de nuestros errores, para en un nuevo envío, anunciar el
Evangelio de Jesús con más fidelidad.
La semilla del Reino de los cielos es como un grano de mostaza, muy
pequeño al principio y grande después. La parábola del sembrador habla no
sólo de la semilla como don del Padre, sino también de las condiciones de la
tierra para producir fruto. Por eso en nuestra visión pastoral siempre debemos
comenzar por un ver, para pasar luego al juzgar y finalmente al actuar, camino
pastoral de nuestras iglesias en América Latina, con la excepción de la cuarta
conferencia en que se impuso un esquema diferente, de la doctrina bajar a la
práctica. La Conferencia de Aparecida afirmó con mucha claridad el retorno a
nuestro camino pastoral, que es más coherente con la narración de Marcos de
sucesivos momentos de discipulado y de misión, siempre repitiéndose y
enriqueciéndose con la reflexión que parte de las realidades concretas que
deben ser evangelizadas.

El símbolo de estas presencias es nuestra mano: el dedo pulgar es el dedo que


“cruza los otros cuatro”, es la Persona de Cristo a quien debemos buscar y
encontrar en cuatro presencias en todos los lugares de comunión:

El indice, que me recuerda el camino señalado por la Revelación y Palabra de


Dios, para nosotros, el Evangelio;
El dedo medio que nos recuerda el centro eucarístico de nuestra vida que
articula todos los momentos antes y después de la cruz como el drama del
rechazo del Hijo y de su victoria definitiva.
El dedo anular, que nos recuerda las alianzas y compromisos de nuestro amor,
que nosotros vivimos como una comunidad, Esposa, ante su Esposo;
el dedo meñique que nos recuerda a los pequeños y débiles, pero que son
también miembros de nuestro cuerpo que me recuerdan la común vocación a la
dignidad humana de todos.
Que esos cinco dedos de nuestra mano derecha sean una memoria
permanente de las presencias de Jesús, y al estrechar nuestras manos
comprometámonos a vivir en común esa búsqueda. No tengamos miedo ni
temor de hablar claramente de nuestra búsqueda de Aquel que es la razón de
vivir nosotros nuestra vida tal como la vivimos.

APENDICE
RESUMEN DEL TEXTO DE APÀRECIDA

El “ver” la realidad como una respuesta a la obra del Espíritu

En Aparecida la visión de la realidad no es sólo científica-sociológica,


sino desde la fe, porque sólo Dios conoce totalmente la verdad de la
realidad. ¿Cuál es la diferencia entre los dos modos? En el primero, lo
percibido y controlado se da por los sentidos; datos estadísticos sobre
procesos sociales, económicos, políticos, culturales. El segundo método es ver-
45

juzgar-actuar partiendo del contexto global de la realidad y volviendo a él,


después de haber meditado, -en el juzgar-, las exigencias de conversión para
los discípulos-misioneros. Sin esta “vida de Jesucristo en los discípulos-
misioneros” es imposible llevar esa vida para nuestros pueblos.
El ver se desdobla en las características sociológicas acentuadas por la
globalización socio-cultural, económica y socio-política; y otras dos típicas en
AL: riquezas naturales, y riquezas humanas a recuperar en culturas indígenas y
afro-americanas.
Entre realidad latinoamericana y comunidad de fe hay interpelación, pro-
vocación hacia una respuesta. Hemos sido “elegidos y puestos” en esta
realidad, y “llamados” desde ella, para conducirla al Padre. La realidad tiene
cambios, (siempre los hubo en la historia), pero nunca tan globales, con tantas
consecuencias profundas y con tanta complejidad. Nos Invade la multitud de
informaciones confusas y perdemos el sentido de nuestra respuesta; se trata
de una crisis de sentido (DA 37). Ante la confusión y dispersión, “recomenzar
desde Cristo” porque en El se da la plenitud de la vocación humana (DA 41)
haciéndonos “discípulos dóciles”.

Las tres características sociológicas


La cultura, la economía y la política condicionan la vida social, pero la
globalización impacta más en la cultura y, por ella, en la economía y política: a)
la cultura (n.43-59). Diversidad y riqueza de nuestras culturas, pero desafío de
una manera englobante de ver mundo, historia y fe. Hoy no se reconoce un
lugar para Dios, ni unidad de fe; por el contrario, se sobrevalora al individuo y el
presente, en detrimento de lo comunitario y del pasado. La ciencia y técnica
cambian la relación de personas entre si y con la naturaleza. Coinciden en un
dato común: el mercado y sus criterios orientados por el consumo. El sentido
de la persona como ser humano, fuente de derechos, es algo positivo. Pero lo
personal puede entenderse en forma subjetivista. El criterio de ser “fines en si
mismos” por nuestra razón y libertad vale para todos, pero es violado por la
exclusión de las mayorías ante los progresos de la ciencia y técnica, la mujer
es degradada a objeto de consumo y placer, el desprecio de culturas indígenas
que nos recuerdan el arraigo en la tierra, o las afroamericanas que valoran la
expresividad corporal. b) lo económico (n.60-74) se ha globalizado por la
tecnología comunicacional que se apoya en “una clase media
tecnológicamente letrada” (DA, 60). El mercado absolutiza eficacia y
productividad como valores reguladores de todas las relaciones humanas con
tristes consecuencias de injusticias y desigualdades. Valores como verdad,
justicia, dignidad humana, amor no son “mercantilizables” y descansan en la
gratuidad de fines en si mismos. Hay que volver la mirada a los rostros
humanos sin quedar fascinados por los objetos; rostros de afroamericanos,
indígenas, mujeres, niños, ancianos, secuestrados, víctimas del terrorismo,
drogados, presos. Todos ellos claman por el respeto ecológico, la vigilancia
sobre los tratados de libre comercio (instrumentos jurídicos para favorecer los
intereses de las naciones más poderosas, -como sucede con la propiedad
intelectual y la manipulación genética de organismos-) La persona humana es
excluida; los sindicatos han perdido su poder, la exclusión social prescinde de
los que antes eran objetos de explotación; las causas económicas y políticas
mutuamente se influyen: la violencia provoca migraciones masivas de gente
desamparada, desarraigada. La visión bíblica del hombre y la mujer creados
46

para dominar los bienes de la tierra se ha oscurecido y la violencia económica


divide los pueblos, los continentes, el mundo. c) lo político (n.74-82) aparece
como crisis de autoritarismo y democracia. Hay que acompañar la democracia
meramente representativa con otra participativa de colaboración de la sociedad
civil. No bastan la división de poderes y el estado de derecho si la corrupción y
el autoritarismo dominan la política. El bien común exige el buen gobierno del
Estado y la presencia de ciudadanos en una sociedad civil bien organizada.
Amplio campo para una pastoral eclesial fundada en la Doctrina Social.
Aspectos propios: dos aspectos de riqueza: natural y humana, a) lo
ecológico (n.83-87). América Latina es un continente rico en bienes de la
naturaleza; biodiversidad, agua, climas; pero en peligro de dilapidarse, sea por
cambios climáticos de gran magnitud (región amazónica y Antártica), o por la
explotación minera que, en algunos países, acaba con la agricultura, contamina
ríos y acorta el tiempo y condiciones de vida de muchos ciudadanos pobres; b)
poblaciones marginadas (p.88-97). DA señala dos grupos: indígenas y
afroamericanos; marginados antes y excluidos ahora. Pero fueron pueblos y
culturas que dieron sentido a su vida familiar y tribal manteniendo tradiciones y
tecnologías rudimentarias, pero adaptadas al ambiente. La globalización de la
cultura, mal entendida, no rescata elementos para unir las culturas. Atiende a
la maximización de riquezas y no al crecimiento de personas.

Incorporación del ver sociológico en el ver de la fe

Los datos científico-sociológicos, deben ser completados con datos de


carácter filosófico; la libertad humana no se comprende sólo en lo empírico
(condicionamientos psicológicos o sociales). Los condicionamientos no son
causa de los actos humanos sino ocasiones para la libertad, la cual se conoce
por la reflexión filosófica. Para entender la vida de nuestros pueblos una
antropología filosófica nos debe hacer patente la vocación de la persona
humana a conocer la verdad con su inteligencia y el bien con su libertad y
voluntad. Por la filosofía, el dinamismo del entendimiento y de la voluntad se
abren en último término al Infinito del Ser Trascendente, Verdad y Bien infinitos;
horizontes y referencia de todas las verdades y de todos los bienes sobre los
cuales el ser humano trabaja en la sociedad, en la historia, en la naturaleza. La
misma antropología contrasta lo Universal-Abstracto de la razón y libertad y lo
particular-situado de tiempos y lugares históricos. Los aspectos empíricos de
esta particularidad corren a cargo de las ciencias sociales, pero la filosofía tiene
un aporte sobre la dimensión social humana. En forma semejante a “lo social”
campo de ciencias y de filosofía, se da en el ámbito de “lo personal”, donde la
psicología tiene su palabra y la filosofía la suya para conocer lo esencial de la
persona como ser racional y libre que vive en comunidad humana. Las ciencias
y la filosofía dicen también su palabra sobre la vida de la Iglesia; la consideran
como una sociedad histórica, un pueblo entre los pueblos de la tierra.
En el documento de Aparecida, el examen de la Iglesia no separa
rígidamente los aspectos científico-sociales del aspecto teológico del misterio
de la Iglesia, la obra del Espíritu y la acción de la gracia divina. Sin embargo se
hacen juicios bien claros sobre las luces y las sombras. que recordamos aquí,

Reconocer los hechos que interpelan a nuestra Iglesia en AL (n.98-99). Lo


positivo y lo negativo (n.100).
47

Cuando el pueblo de Israel sale al exilio reflexiona sobre su historia y su


infidelidad a la Alianza. No es un momento negativo, sino positivo en la historia
de la salvación. La Iglesia como nuevo pueblo debe examinar no sólo los dones
que recibe de Dios, sino sus propias infidelidades al Evangelio. La humildad de
reconocernos pecadores en un mundo pecador, muestra que el bien de
nuestras obras y el Evangelio que anunciamos nacen del Espíritu.
DA termina la primera parte con ese examen eclesial. Reconoce los
dones recibidos: la vitalidad del movimiento bíblico y litúrgico, la fidelidad y
trabajo generoso de sacerdotes, diáconos, laicos (personas y grupos),
religiosas y religiosos; se subraya la unidad entre evangelización y promoción
humana –aspectos que se presentaron a veces como opuestos o al menos
inconexos--; se subraya el papel de la Doctrina Social de la Iglesia para la
pastoral, la colaboración ecuménica e interreligiosa; se destaca el interés por la
ética. Estos avances realzan el cristocentrismo de DA.
Pero al lado de estos datos positivos se apuntan en el n.100, los
negativos: el primero es el descenso de católicos, sacerdotes, religiosos, en
relación con el crecimiento poblacional. El segundo señala la persistencia de
una espiritualidad y eclesiología “contrarias a la renovación del Concilio”. Se
habló de “iglesia paralela” de profetas que urgían cambios, pero hay otra de
signo contrario por retardar el caminar del pueblo de Dios. El problema es muy
delicado y fue tratado en forma unilateral. Aparecida lo hace en forma completa
al hablar de la autoridad eclesial juzgada desde una doble perspectiva: la
obediencia y el modo de ejercicio. La raíz de los problemas no es sólo “la falta
de obediencia al magisterio” sino también por aquí el “ejercicio evangélico” de
la autoridad que puede ser obstáculo para la misma obediencia.
Hay que recordar que la distinción entre “apóstoles” y discípulos”
aparece ya en los escritos del NT y corresponde a la llamada de Cristo,
especial para el grupo de los “doce” en alusión a las tribus del AT. Los “doce”
es un término que une y separa a la vez el AT y NT; los une porque hay
elección libre de Dios, los separa, porque el criterio de pertenencia al pueblo
elegido no es ya la raza, sino la fe que se vive en todos los pueblos como don
del Espíritu acogido por todas las gentes. Hay que poner de relieve la
“institución de los doce” como voluntad divina y recordar también que ese
“carisma” o ministerio especial, tiene sus condiciones de ejercicio que el propio
Jesús marca por la distancia radical del poder eclesial respecto a los poderes
de este mundo. El poder de servir, no de imponer una voluntad arbitraria. La
centralidad del discipulado nos invita a respetar la autoridad de los sucesores
de los apóstoles ejercida en el modo que Jesús lo indicó. Los modos de
ejercicio de la autoridad deben ser medidos por el amor de Cristo y la
obediencia a esa autoridad nos obliga en virtud de la obediencia amorosa en
nombre del mismo Cristo que da esa autoridad a los apóstoles y al mismo
tiempo señala las condiciones de su ejercicio.
DA habla de poca fidelidad a la doctrina, comunión, moral y opción
preferencial por los pobres. Signos negativos en relación con la ausencia de la
persona de Jesucristo en la vida de la Iglesia.
Se señala poco acompañamiento a los laicos en su compromiso
temporal con el mundo. Da la impresión de que la Iglesia jerárquica se ha
limitado a proponer la doctrina y luego enviar al laico a la vida cultural,
económica y política sin la adecuada formación sobre cómo vivir los valores del
evangelio en esas situaciones concretas Esta advertencia debe ser retomada
48

sobre todo en la tercera parte del DA, en la que se propone la vida de


Jesucristo para nuestros pueblos.
La observación sobre el “lenguaje poco significativo” para la cultura
actual, y sobre todo para la juventud, merece una seria reflexión. No se trata de
acomodarse a modas frívolas, pero sí de tomar conciencia del valor de la
persona, su libertad y responsabilidad ante la propia vida, aspecto que las
corrientes modernas impulsan, aunque a veces también deforman y exageran.
Los medios de comunicación transmiten lo que se les da para transmitir, la
elección no es de los medios sino de las personas que los controlan. De allí la
importancia de carisma y capacidad para dar buenos mensajes en fondo y
forma. La fe madura de cada creyente es antídoto contra la veleidad de modas
y corrientes que abundan precisamente por los recursos comunicacionales,
Siendo la liturgia dominical eucarística un “lujo” que sólo comunidades
con sacerdote pueden tener, debería ser prioritaria tarea pastoral que todas las
otras, a partir del modelo de las CEBs se conviertan en comunidades de
celebración dominical a partir de la vivencia de la Palabra, que es ya presencia
de Jesús, del convivir como pueblo, que es otra presencia, y del servicio a la
causa de los pobres, que es también otra presencia del mismo Cristo.
Los últimos párrafos tienen el clima de la apertura y acogida, incluso con
otras confesiones cristianas: También se reconoce la incoherencia del
testimonio de sectores sociales no sensibles a las duras condiciones de vida de
los pobres. Por eso las palabras finales son muy verdaderas “somos pobres
pecadores” necesitados del perdón y de la misericordia. La diferencia entre un
análisis de hechos y una llamada a la conversión, está en el re-conocimiento de
las luces y de las sombras como resultado de la acción de Dios y de nuestra
libertad. Estamos invitados a “vivir” la espiritualidad de la gratitud y del
arrepentimiento y no sólo a conocer las luces y sombras de la vida eclesial.
Más aún, estamos invitados a unir la gratitud con el arrepentimiento como dos
aspectos permanentes de nuestra vida guiada por el Espíritu.
La segunda parte de DA está dedicada a la vida de Jesucristo en la
Iglesia. El Espíritu conduce para el “juzgar como discípulos en la conciencia de
ser pastores” El llamado a ser pastor en la Iglesia no deja de ser discípulo y por
tanto todas las notas que vamos a describir según DA, marcan también las
actitudes que los pastores deben de tener, porque jamás dejan de ser ellos
mismos “discípulos-misioneros”. La primera nota es la de la alegría de ser
discípulos y luego siguen muchos motivos de esa alegria.
a) alegría por la dignidad humana (n.104-105) Anunciar al mundo la
encarnación del Hijo de Dios es dar a conocer el don que el Padre da al
mundo al entregarnos a su Hijo. Asi Dios proclama la dignidad de todo lo
humano, porque en ese “espacio” lo divino apareció como humano.
b) el don de la vida (n.106-113) La encarnación es entrar “en la vida de la
humanidad” Si así el Hijo de Dios viene a nosotros, se nos hace claro el
origen divino de toda vida y el respeto que debemos tener por ella.
c) el don de la familia (n.114-119) La vida tiene una primera manifestación
en el calor humano de una familia y es el primer espacio donde la vida
debe ser acogida y guiada hasta su madurez. Es don sagrado, espacio
privilegiado de una espiritualidad conyugal y familiar.
d) el don de actividad humana (n.120-124). Desde la familia, para ella y en
el tejido de muchas familias ealizamos la vocación de transformar las
realidades de la naturaleza y de la sociedad por el trabajo humano.
49

e) el destino universal de los bienes y la ecología (n.125-126). En esta


misma línea, el Espíritu nos lleva a ser defensores de la ecología, de los
dones de Dios en la naturaleza. Cada ser humano debe saber que el
agua, el aire, el ambiente global debería ser tan sano para los demás
como lo desea para sí mismo.
f) continente de esperanza y de amor (n.127-128) El Espíritu nos lleva a
compromisos concretos por caminos de esperanza y de amor uniendo la
armonía de los espíritus con la armonía de los dones naturales.
La cuarta sección de DA está dedicada a la santidad, la principal tarea del
Espíritu Santo en el corazón de sus discípulos y que en forma especial debe
manifestarse entre los pastores y por eso la desarrollamos más aquí,

Vida de santidad en la realización del Reino

El seguimiento de Jesús es vocación a participar en la santidad de Dios


por el cumplimiento de su voluntad: la realización de su Reino de vida, obra del
Espíritu. La vida dada por Dios, tarea de nuestra responsabilidad, está llamada
a la santidad, porque es comunión en la vida de la Santa Trinidad.
a) seguimos a Jesucristo comprometidos con su Reino (n.129-135) Dios,
santo, nos llama a la santidad que no se consigue por dedicarse a “algo”
por hacer sino a “Alguien” con el cual identificarse, en la vida y en la
muerte, no como siervos sino amigos, viviendo en El la filiación que nos
hermana a todos en fraternidad, hijos e hijas “que nacen de Dios”.
Somos conscientes de la vida filial, porque aprendimos de Jesús que
Dios es Padre de toda vida humana, y que ésta sólo tiene sentido
profundo cuando es vivida en forma fraternal. De allí nace la “dinámica
del Buen Samaritano” que nos hace prójimos, que derriba distancias y
exclusiones porque acoge y respeta a pobres, pecadores, enfermos.
b) el Reino es configuración con Jesucristo (n.136-142) Estamos llamados
a amar a Aquel que nos amó primero. El Espíritu nos identifica con
Jesús-Verdad que desenmascara nuestras mentiras, y con Jesús-Vida
para que todos tengan vida en El. Configurados con El entendemos el
mandamiento central del amor, característica de discipulado; seguir su
modo de vivir, destino y cruz. María fue la perfecta discípula.
c) es Reino de Vida (n.143-148) El Reino de Dios es de vida porque la
voluntad del Padre es alimento y bebida. En n.146 discipulado-misión
aon como dos caras de una moneda. El discípulo enamorado de Cristo
comparte esta alegría con el mundo entero. Fespués de la cita del Papa
los obispos comentan: la tarea de la evangelización incluye opción por
los pobres, promoción humana y liberación integral.
d) es obra del Espíritu (n.149-153) Aspecto de importancia: la acción del
Espíritu se da por dos vías, “mediata” por la jerarquía y otra “inmediata”
por la presencia del Espíritu en cada discípulo. La misión no es
determinación exclusiva de la jerarquía; como la formación, porque al
lado de planes de formación está la obra inmediata del Espíritu en el
corazón de cada hijo de Dios. Por eso esta sección se inicia por la obra
del Espíritu en Jesucristo, desde el bautismo del Jordán hasta el desierto
y el discernimiento de su vocación mesiánica (n.149). El número
siguiente habla del Espíritu que conduce su Iglesia, forja misioneros,
escoge colaboradores e indica lugares de evangelización. Esta triple
50

obra de formación, elección y misión a lugares específicos se repite en


el mismo DA que atiende con detalle a los lugares de evangelización y
de comunión y la formación en el discipulado para la misión. El Espíritu
recuerda las enseñanzas de Jesús, las aplica a la vida concreta; realiza
su obra en los sacramentos, en la acción pastoral de la jerarquía y, no
podemos olvidarlo, en el corazón de cada discípulo formándolo para la
misión. Tenemos que saber escucharlo “por dentro” y no sólo por el
camino “por fuera”. Es exigencia de discernimiento y vida espiritual.

La quinta sección de DA está dedicada a la comunión que hace patente la


vida y la santidad de Dios en la unión de los corazones

Vida de comunión en la Iglesia al servicio del Reino.


La comunión es el modo de ser, vivir y actuar de la misma Trinidad. Por
eso es modelo perfecto de la Iglesia, porque por Jesucristo es reconocida la
Paternidad de Dios y vivida toda filiación de sus hijos e hijas, gracias al actuar
del Espíritu. La acción del Espíritu supera fronteras eclesiales y se extiende a la
universalidad de la vida humana. El proyecto del Reino es invitación del Padre
por el Hijo para que todas las naciones vivan conforme a su voluntad por el
Espíritu. La comunión es una llamada y también indicación de lugares en
donde se realiza, y de carismas por los que la comunión es “participada” –es
decir- aparece en partes diversas de una unidad idéntica. De este modo, DA se
dirige a todos los miembros activos de la Iglesia, pero los remite también a los
que han dejado la comunión eclesial y a los que no han conocido su
incorporación al misterio de las salvación por el camino revelado en Jesucristo.
a) vocación a la comunión (n.154-163), Jesús llama a los discípulos en
intimidad, a imagen de la Trinidad. No hay discipulado sin comunión
para la misión; el discipulado lleva a la comunión porque se vuelve
exigencia misionera; ¡no podemos ser cristianos sin Iglesia! Es decir
comunidad en comunión apostólica. El bautismo nos hace miembros de
un pueblo sacerdotal, evangelizar es llevar a la participación de la
comunión trinitaria, al estilo de Hch 4, 2-32, por el pan de la Palabra y
del Cuerpo de Cristo La comunión es signo de discipulado ante el
mundo, testigo de la comunión de los santos. La diversidad de dones no
se opone a la unidad, las dos son obra del Espíritu. Comunión misionera
y misión para la comunión.
b) lugares de comunión (n.164-183) La comunión tiene signos espaciales:
Diócesis (n.164-169). Lugar confiado al obispo y su presbiterio, para la
comunión con otras iglesias locales; en ellas debe darse permanente
renovación, vitalidad; comunión ad intra, misión hacia la sociedad y
quienes no forman parte de los bautizados. Primer lugar de comunión y
misión en una pastoral orgánica,
Parroquia (n.170-177), descrita como “comunidad de comunidades”,
todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la
evangelización en cada ambiente porque el Espíritu envía a todos los
miembros de la comunidad como tales y para formar comunidades. Si la
Trinidad es comunión, la obra de cada Persona Divina es crear la
comunidad humana. DA recomienda estructuras parroquiales como red
de comunidades de la experiencia “discipulado-misión”. La creatividad
de nuevas estructuras pastorales no excluye sino incentiva participación
51

de todos, el aporte y responsabilidad de todos. La parroquia es centro de


encuentro de discípulos y Maestro, compartiendo el Pan de la Palabra, el
Pan del Cuerpo de Cristo, y reconociendo la presencia amada de Jesús
en los más pobres. El reconocimiento de la presencia “total” de Jesús
exige siempre el encuentro de estos signos y presencias particulares.

CEBs y otras comunidades (n.178-180). La estructura parroquial no


permite el intercambio de personas que comparten su fe. La Misa
dominical, centro de vivencia del discipulado y de la misión no da
espacio para los testimonios de la vida laical; quien tiene el uso de la
palabra debe estar enviado por la jerarquía. Para poder confrontar las
exigencias de la evangelización de lugares concretos (trabajo, profesión,
familias) es necesario alimentar a los miembros de las comunidades de
“vivencias” y “experiencias de misión”. La estructura parroquial debe
favorecer y no excluir otros espacios de vivencias que son imposibles en
la multitud anónima de los fieles, sobre todo en parroquias urbanas.
El uso inexacto de la palabra “ideología” en n.178, impide ver la
neutralidad de este término que supone consensos de grupo sobre la
sociedad para actuar con mayor eficacia sobre ella; en este sentido
“tener una ideología” es proceso necesario para actuar en la sociedad.
El problema está en creer que algunas personas están exentas de
ideologías y viven su fe sin ser influenciados por otras visiones sociales.
El sentido eclesial no se pierde por tener una ideología sino por hacer de
ella el principal punto de referencia de sus valores; en este sentido, la
ideología más opuesta al servicio de Dios es el cultivo de la riqueza
como valor supremo, idolátrico. La globalización nos tienta precisamente
con esta ideología que no puede achacarse a las comunidades de base,
casi siempre, de origen popular ni nacen de un revolución proletaria sino
del economismo y materialismo ya denunciado en Laborem Exercens.
Conferencias episcopales (n.181-183). Desde el Concilio ha crecido la
responsabilidad de los Obispos en forma regional y global, a través de
las conferencias. Entre nosotros ha tenido un gran servicio el CELAM.
c) Vocaciones específicas (n.184-177). La unidad de misión no es
uniformidad de servicios.Hay formas positivas de pluralidad y diversidad.
A todos nos urge el Evangelio, nos interpela la sociedad, y tenemos la
misma dignidad de bautizados.
Los obispos (n.186-190) presiden la iglesia diocesana. El Obispo debe
configurarse con el Buen Pastor, reflejando su modo de pensar, hablar,
comportarse con todas las personas; deben acoger, discernir y animar
carismas, ministerios y servicios. Al recordar que son principio y
constructores de la unidad de la Iglesia no hay que olvidar que son tales
por la presencia del Espíritu, (que no está mencionado en el texto). La
unidad de la Iglesia viene de la fuente misma del misterio de la Trinidad.
Los presbíteros (n.191-208) colaboran con el Obispo para el servicio del
Pueblo de Dios. DA apunta desafíos, a) identidad teológica del ministerio
entendido siempre como participación –y no única- del único Sacerdocio
de Cristo. El ministerio debe estar al servicio del sacerdocio del Pueblo
de Dios, haciendo crecer en todos los bautizados está participación e
incorporación en Cristo, b) la inserción en la cultura actual, c) la
importancia y valor de la opción celibataria. Se recuerda la espiritualidad
52

del presbítero sintetizada por el Concilio como “caridad pastoral”, y la


fraternidad sacerdotal, sin excluir a los que dejaron el sacerdocio.
Los párrocos forman un grupo particular de sacerdotes en íntima
relación con las estructuras diocesanas y parroquiales. En el contexto
parroquial debe darse importancia a la iglesia doméstica, la familia,
cuyas necesidades pastorales son semejantes a las de comunidades de
base: evangelizar “dentro y a través de los hechos, las dificultades, los
acontecimientos de la existencia de cada día”.
Los diáconos, con vocación que permite doble sacramentalidad, del
matrimonio y del orden. DA parece frenar expectativas que superen los
límites del diaconado, pero tales limitaciones –pensamos- no limitan al
Espíritu mismo que es la fuente de todo don y carisma.
Los laicos y laicas (n.209-215) representan la misión del Pueblo de Dios
en el mundo, es su misión específica sobre estructuras conforme a los
criterios del Evangelio. Deben hacer creíble la fe. Ellos pueden y deben
actuar al interior de la Iglesia, como personas bien formadas y
acompañadas, responsables y creativas. Esto exige apertura de la
jerarquía, sacerdotes y laicos para respetar su misión. Ciudadanía en el
mundo y eclesialidad en la iglesia son una misma tarea laical.
Los consagrados y consagradas (n.216-224). Es don decisivo del Padre
en el Espíritu para la Iglesia para servir a Dios y a la humanidad al estilo
de Jesús, pobre, casto y obediente. Lugares, vida y obras deben
anunciar el Reino; son “expertos en comunión” en la Iglesia y sociedad.
Ante la cultura secularizada son testigos del Reino, de la pobreza y de la
dignidad del amor. Para la vida religiosa el discipulado y misión tiene
exigencias especiales, pero le cabe también el don del profetismo que
juzga luces y sombras de la historia desde la perspectiva de los pobres,
humildes y pequeños. Son testigos del rostro materno de la Iglesia.
d) los que dejaron la Iglesia (n.225-226) Los que dejaron lo hicieron
muchas veces por motivos vivenciales y no doctrinales; nos invitan a
reforzar cuatro ejes: encuentro personal con Jesucristo que lleva al
testimonio de los evangelizadores, vida de fraternidad en las
comunidades de fe, formación bíblica y doctrinal, llenas de vida, y
compromiso misionero de toda la comunidad.
e) otras confesiones cristianas y no-cristianas (n.227-239). La eclesiología
de comunión urge diálogo ecuménico para superar el escándalo de la
división; los motivos nacen de la realidad evangélica, trinitaria y
bautismal que es real aunque pueda ser imperfecta. Exige la
presentación clara y sencilla de nuestras convicciones (“apologética
renovada”) pero sobre todo reconocer la unidad como don del Espíritu.
El Concilio Vaticano II reconoce la obra del Espíritu en el ecumenismo.
No confundir ecumenismo con diálogo inter-religioso, porque en este
último se encuentra la relación con el judaísmo con quien compartimos
la fe monoteísta y el Antiguo Testamento. El Espíritu actúa más allá de
los límites eclesiales y la Iglesia debe reconocer esa acción y
secundarla. Lo mismo con el diálogo con otras religiones.

La “formación” no es etapa provisional, que termina y nos deja ya “bien


formados”. Con el discipulado de Jesús esta idea es falsa; somos permanentes
discípulos. La sexta sección aborda el tema de la formación, para capacitar a
53

los discípulos para que la vida humana sea “santa”, ungida por el Espíritu, y
con santidad que sea luz en lugares concretos. Es notable el detalle que DA da
a la formación de la cual depende la vitalidad del discipulado y de la misión. A
diferencia de los primeros discípulos, el encuentro con Jesucristo es realizado
por nosotros a través de las presencias en nuestro mundo. El significado es el
mismo Jesús que viene a nuestro encuentro, los signos son diferentes,
acciones de escuchar su Palabra, de celebrar la Eucaristía, de recocerlo en
personas, como los sucesores de los apóstoles, los hermanos de la
comunidad, pero también y más allá de todas las fronteras de la iglesia, en todo
ser humano que sufre.

Formación de los discípulos-misioneros

En un mundo tecnificado donde interesan los productos terminados para


lanzarlos al mercado, olvidamos que las personas no son objetos, sino sujetos
con una vida gradual que requiere paciencia y dedicación para cultivarla. De allí
que DA vuelva a la realidad trinitaria original que se imprime y expresa en la
vida de la Iglesia en la medida en que los discípulos van a la fuente
cristocéntrica y a los primeros testigos de la fe, como Maria y los apóstoles, y
después todos los santos.
a) Espiritualidad trinitaria (n.240-242). El encuentro con Cristo se funda en
la Trinidad-amor, unidad y comunión que vencen egoísmos y capacitan
para el servicio a los demás. Su raíz, el bautismo. El Padre atrae por la
entrega del Hijo y la fuerza del Espíritu. Jesús, hombre como nosotros y
Dios con nosotros, nos ama kenóticamente.
Encuentro con Cristo (n.243-245) nos lleva a reconocerlo y seguirlo; nos
pregunta “qué buscan”, le respondemos “dónde vives”. Es decir, lugares,
personas y dones que nos hablan de Ti.
Lugares de encuentro (n.246-257); somos guiados por el Espíritu. Cristo
se encuentra en: La Palabra, que es don del Padre para el encuentro de
su Hijo, requiere pastoral bíblica, lectura orante, vivencia litúrgica. La
Eucaristía, centro del misterio pascual; dinamizar celebración dominical,
aun cuando sólo sea por la Palabra; en la experiencia de la
reconciliación y del discernimiento de la voluntad del Padre; La
Comunidad y los Pastores, en todos los testigos de la paz, justicia y bien
común, Los pobres (En la defensa de los derechos de los excluidos la
Iglesia se juega su fidelidad a Jesucristo: NMI 49), el encuentro en los
pobres es dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. La piedad
popular (n.258-265) refleja la fe inculturada; fiestas y peregrinaciones
muestran el Pueblo de Dios en la vida, se vive la experiencia del misterio
en la comunidad de los hermanos. El Espíritu mueve esa religiosidad,
cuya sabiduría no está en la inteligencia sino en la docilidad del corazón
a la gracia, se vuelve camino evangelizador especialmente en la
devoción al rostro sufriente de Cristo; María (n.266-272) encarna la
perfecta realización de la existencia cristiana, interlocutora del Padre en
su proyecto de salvación, acoge su vocación de ser Madre del Hijo y de
sus discípulos; en ella se cumplen las esperanzas de los pobres, da un
sello mariano a la Iglesia rescatándola del funcionalismo y burocracia
[como también la mujer en la Iglesia-Esposa]. La escuela de María
enseña el discipulado y misión; ella habla y piensa con la Palabra de
54

Dios. Maria, en Caná, enseña la pedagogía para que los pobres se


sientan en casa. Los apóstoles y los santos, modelo de Pedro para
buscar la Palabra de vida eterna, de Pablo para la audacia misionera, de
Juan para encontrar el sentido del amor (n.273-275) José con su silencio
y humildad, y otros.
b) proceso de formación (n.276-277): Jesús formó personalmente a sus
discípulos, modelo de formación, llama a cada uno por su nombre y ellos
conocen su voz. Según su espíritu la formación debe ser considerada en
sus aspectos, criterios, dimensiones, procesos, acompañamiento y
espiritualidad.
Los aspectos del proceso (n.278): cinco aspectos a) búsqueda y
encuentro, b) respuesta de conversión, c) catequesis permanente y vida
sacramental, d) vida comunitaria solidaria, e) compartir por la misión.
Los criterios: integral, kerigmática y permanente (n.279), ayudar al
encuentro con Cristo, experiencia y valores, fidelidad al Espíritu. La
atención a dimensiones diversas (n.280); dimensión humana para poder
vivir como cristiano en un mundo plural, espiritual por experiencia de
Dios, intelectual con la razón que se abre al misterio, capacidad de
discernimiento, juicio crítico y diálogo; pastoral y misionera para
anunciar a Cristo. Carácter respetuoso de procesos (n.281); dar tiempo,
autorización del Obispo, acompañamiento de sacerdotes, papel de laicos
y laicas en la formación; El acompañamiento de discípulos (n.282-283);
respeto a los carismas personales y equilibrio con la unidad de la
diócesis, diálogo para la transformación de la sociedad; La espiritualidad
de la acción misionera (n.284-285) Desde el punto de vista de nuestro
curso estos dos números son umportantes por describir el modo como el
Espíritu conduce el trabajo, diálogo, servicio, misión, armoniza vocación
de cada uno con realidad eclesial y servicio al mundo.
c) iniciación y formación permanente: iniciación a la vida cristiana (n.286-
288); Un desafío: llegar a católicos que no van a misa los domingos ni
reciben sacramentos ni son misioneros en su vida laical. El fallo nace de
una educación de la fe desligada de la persona de Jesucristo. Bautismo,
confirmación y eucaristía deben ser bases de la vida.
Propuestas (n.289-294); el encuentro con Cristo es experiencia de
plenitud de humanidad e inserción en vida comunitaria de fe, el
discipulado es un don que crece si se lo cultiva; la parroquia es el centro
responsable, proyecto de programa catequético a nivel continental.
Catequesis permanente (n.295-300) debe ser un programa natural de
acompañamiento de fe adulta, girando en torno a la vitalidad de la vida
sacramental, oración y meditación de la Palabra, comunidad,
compromiso apostólico, y cultivo de la religiosidad popular inculturada.
d) lugares de formación (n.) (n.301), son varios: La familia (n.302-303),
ofrecer en la pastoral familiar un sentido de la existencia cristiana y
ejemplo de vida laical y testimonio de servicio a la sociedad. Las
parroquias (n.304-306); reflejar la Trinidad, ser espacio de comunión con
Cristo y la Iglesia, experiencia de familia de fe y de caridad. Pequeñas
comunidades eclesiales (n.307-310); por su tamaño favorecen el
compartir la Palabra y confrontarla con la vida, la animación mutua y los
servicios a la sociedad; si se dejan conducir por el Espíritu darán frutos
en la parroquia y la iglesia local, serán fuente de vocaciones y camino
55

para buscar a quienes se alejaron por experiencias negativas de la


Iglesia. Movimientos eclesiales y nuevas comunidades (n.311-313);
corresponden al derecho natural y bautismal de libre asociación,
superan la tensión entre carisma e institución, llegan a los alejados de la
fe, se les pide la integración en la unidad parroquial y diocesana.
Seminarios y casas de formación religiosa (n.314-327); La pastoral
vocacional es responsabilidad de todos, es un don de Dios, nuestra
responsabilidad, crear ambientes propicios en medio de la sociedad
secularizada y consumista; testimonio de sacerdotes felices con su
vocación; ambientes de formación que unen caridad con justicia; los
jóvenes vienen de una cultura postmoderna; importancia de la selección
de vocaciones, integración de lo humano-espìritual-intelectual y pastoral;
devoción a María; cualidades de la vida comunitaria (n.324) La
educación católica (n.328-330); Importante porque la sociedad impone
un reduccionismo antropológico del homo oeconomicus para el
mercado; la educación proporciona valores, supera violencias, construye
paz, inserta en cultura y vida social. Lo importante, la dimensión ética y
religiosa de la cultura, desarrollo de pensamiento y libertad para vivir en
solidaridad. Centros educativos católicos (n.331-340); El evangelio une
fe y vida, Cristo, principio y fin de unidad, pero se puede “hablar” de
Cristo sin llegar a “ser” cristiano. Educación centrada en la persona,
pastoral de la educación y libertad de enseñanza frente al Estado. Los
valores se viven en la unidad de Cristo, pensando, actuando y amando
como El, es decir viviendo las Bienaventuranzas. Encuentro con Cristo
que enseña a vivir la libertad como donación y servicio. Universidades y
centros superiores (n.341-346) Lo específico cristiano para el laico, gira
en torno a la DSI (y moral); pastoral, diálogo interuniversitario; líneas del
Concilio de una Iglesia presente en el mundo, servidora de la historia
ofreciendo respuestas a las preguntas del discipulado y misión. Tomar
en serio la formación de laicos y laicas.
Trabajar la relación que existe entre la vida de Jesucristo en los
discípulos misioneros y una pastoral orientada al servicio de esta vida en cada
bautizado en la Iglesia. Destacar la importancia del marco amplio de la
dimensión pastoral en relaciones con las pastorales específicas. Escoger sobre
todo el aspecto más relacionado con la vocación o servicio a la Iglesia, laicado,
vida consagrada, ministerio presbiteral. ¿Cómo lo estudiado en los dias
anteriores es vivido el ministerio pastoral?¿Cómo el ministerio pastoral es
servicio para esa vida de Jesucristo en los discípulos misioneros?

La tercera parte de DA está dedicada al aspecto misionero, es decir, la vida


de Jesucristo para nuestros pueblos. El Espíritu nos envía a decir al mundo
entero que la vida humana es digna de todo respeto y en todas las personas;
nos invita a construir un reino de justicia y de paz, donde los marginados tienen
lugar preferencial, donde cada ser humano en todas las etapas de su vida,
desde la niñez hasta la ancianidad sea valorado como fin en si mismo, donde
las culturas son animadas y enriquecidas por los valores del Evangelio.
Misión de discípulos al servicio de la vida. La tercera parte se refiere a la
misión, abarca el mundo entero, porque todo ser humano tiene derecho a la
vida, a la dignidad, vivida en sus ambientes naturales desde la familia y otras
instituciones hasta la cultura globalizada. Lo importante es que el aporte
56

misionero sea expresión de la raíz de vida y de dignidad en Jesucristo. La


misión se vuelve transparencia de Dios que como Pastor ama con misericordia
al mundo a través de su Hijo y de su Iglesia.
a) misión de servir la vida (n.347-352) La misión viene del Padre por el Hijo
y el Espíritu; la Trinidad nos hace misioneros. Participar de la vida de
Cristo es vivir de su misterio que nos quiere a todos por hijos. La gracia
tiene prioridad absoluta en la vida cristiana y la misión. Por la fe
entramos en una comunidad de discípulos, servidores de los más
débiles. La eucaristía celebra la alianza de amor en Cristo. Resucitado
es vencedor de nuestras fragilidades. Ser sus testigos nos da todo.
Jesús al servicio de la vida (n.353-354) En su reino de vida los pobres
tienen un lugar; por la eucaristía nuestra vida es una Misa. Crisóstomo:
no honren a Cristo con manteles finos cuando fuera del templo tiene frío.
Dimensiones de la vida en Cristo (n.355-357) La vida de Cristo nos
sana, alegría de comer juntos, vida con cruz para que otros vivan.
Al servicio de vida plena (n.358-359) que es negada a tantos
marginados y excluidos, que reclaman nuestro compromiso por
estructuras justas. La vida de Cristo es dinamismo de liberación.
Misión para comunicar la vida (n.360-364) La vida se acrecienta
dándola; el Reino del Padre es reino de vida en dignidad. Compromiso
de misión continental. Esperamos una nueva venida del Espíritu, siendo
misioneros al estilo de Jesús y recibiendo la indicación de Maria: hagan
lo que El les diga.
Conversión pastoral y renovación misionera de comunidades (n.365-
372) Abandonar estructuras caducas que ya no evangelizan, escuchar lo
que el Espíritu dice a las Iglesias (Ap 2,29). Fidelidad al Espíritu que nos
conduce; conversión de los pastores permite espiritualidad de comunión
y participación. Comunidades de discípulos misioneros corresponsables,
modelo de primitivas comunidades eclesiales (Ac 2,42) pasar de pastoral
de conservación a misión; un Evangelio que sale al encuentro de
muchas comunidades. Participación de laicos en elaborar planes
pastorales; comunidades pequeñas para eficacia misionera (n.372)
Compromiso con la misión ad gentes (n.373-379) El Espíritu trabaja en
tierras de misión en valores, creencias, comunidades, santidad. La
misión no es problema de fronteras geográficas sino del corazón de las
personas. A.L. misionera sin fronteras. Todos somos hijos, hijas porque
origen, destino, derechos, deberes, mandamiento del amor. El Espíritu
puso el germen del Reino en nuestros corazones por el Bautismo: sus
signos son las bienaventuranzas, los pobres, la voluntad del Padre, el
martirio, el acceso de todos los bienes de la creación, el perdón mutuo,
la unidad en la pluralidad. Tareas prioritarias de justicia y solidaridad.
Reino de Dios y dignidad humana
b) La dignidad humana en el Reino de Dios (n.380-386) El Reino
transforma la vida. Por eso tiene signos propios: bienaventuranzas,
dignidad, derechos, mandamiento del amor, predilección por los pobres,
martirio, bienes de la creación compartidos, reconciliación, búsqueda de
la voluntad del Padre; transformar estructuras en justicia, evitar abusos
de poderosos, denuncias y testimonio de justicia; estima de valores.
La dignidad humana (n.387-390) La persona es valor superior al poder o
la riqueza. Se le confía una vida para desarrollar y crecer. En Cristo
57

encuentra el sentido de la vida y dignidad, la verdad sobre la realidad,


sobre la persona y dignidad
La opción preferencial por los pobres y los excluidos (n.391-398) Si
Cristo es el rostro divino del hombre y el humano de Dios, nos marca
una preferencia por los rostros desfigurados de pobres y excluidos; la
opción por ellos está implícita en la fe cristológica. La Iglesia se
comprende a si misma al ver a su Esposo en los rostros de los pobres.
La fe en Cristo nos lleva a la solidaridad, abogados de los pobres,
compañeros en sus iniciativas de cambio, cuestionadores de decisiones
financieras, adaptar estructuras y métodos pastorales y sobre todo
cercanía y amistad con los pobres.
Pastoral social para promoción humana integral (n.399-405) En
coherencia con la opción por los pobres, difusión de la doctrina social de
la Iglesia, papel de los laicos, atención a nuevos excluidos, trabajo
pastoral con responsables de la política y la economía procurando de
empleo y trabajo digno; testimonio de austeridad y sobriedad.
Globalización de la solidaridad y justicia internacional (n.406) A la Iglesia
le compete un papel importante, promoviendo a la sociedad civil en
participación activa, economía solidaria, nuevo sentido del bien común
nacional e internacional. Hay problemas pendientes como la deuda
externa y la justicia en los tratados internacionales de libre comercio.
Rostros sufrientes que nos duelen: los que viven en la calle (n.407-410)
Personas abandonadas a su suerte que la Iglesia debe acoger, ofrecer
caminos para vivienda y trabajo. Migrantes (n.411-416); La movilidad
humana ha aumentado, requiere pastoral de colaboración con países y
regiones de donde se sale y a donde se llega, para que los migrantes
sientan la acogida materna de la Iglesia. Los migrantes se encuentran
expuestos a atropellos. La misma migración puede volverse signo
positivo como oportunidades de misión. Enfermos (n.417-421); El
cuidado de enfermos ha sido desde el evangelio signos de presencia del
Reino. La pastoral de la salud es signo de maternidad de la Iglesia
porque el sufrimiento suscita interrogación por el sentido. En algunos
casos, como el SIDA debe darse medicinas gratuitas a las víctimas.
Adictos dependientes (n.422-426) mal que afecta seriamente la dignidad
de las personas. La ciencia muestra el poder regenerador de los valores
religiosos. Es inhumana la adicción como fuente de riqueza egoísta.
Podrían crearse “comunidades terapéuticas” Encarcelados (n.427-430)
hacinados en cárceles, deficiencias del sistema judicial que dilata las
condenas; aprecio por el trabajo de capellanes y voluntarios.
Familia, personas y vida
c) Personas y vida (n.431) Situaciones humanas que necesitan estructuras
más estables de atención y apoyo: Matrimonio y familia (n.432-437)
Núcleo primario de la vida; amor conyugal que nos remite a Cristo-
Iglesia; la Trinidad como modelo por diferencia de personas y unidad en
el amor; cuidado pastoral transversal, objeción de conciencia ante
procedimientos como aborto y otros; pastoral de movimientos
adecuados, formación, propiciar políticas en favor de la familia,
paternidad y maternidad responsables, examen y solución de crisis,
pastoral de divorciados, agilidad en trámites de separación, atención
especial a niños, huérfanos, madres solteras y viudas. Niños (n.438-441)
58

Jesús los pone como modelos para el Reino, seguir su ejemplo,


establecer estructuras de servicio, aprovechar etapa abierta para educar
la fe, capacitarles como discípulos y misioneros en sus condiciones de
edad. Adolescentes y jóvenes (n.442-446) crisis de identidad,
dependencia de grupo, mayoría de la población en AL, educación de
baja calidad, presa fácil de atracción de lo inmediato; por otro lado
generosidad, búsqueda. La pastoral debe unir juventud, pobreza, familia;
movimientos eclesiales, acompañamiento y orientación espiritual,
orientación social y política. El bien de los ancianos (n.447-450) merecen
respeto y gratitud, encuentran a veces soledad y abandono, son
personas dignas, pero a veces sin derechos, con sufrimientos y
dolencias. Capacidad de evangelización, de testimonio de fe y paciencia.
Dignidad y participación de las mujeres (n.451-458) Dignidad humana e
identidad femenina en sociedad e iglesia, degradación como objeto de
mercado, victimas del machismo, ideología feminista, capacidad
misionera, bendición y misión de maternidad, proyectos de promoción de
la mujer. Para la pastoral: presencia en planificación, en ministerios,
asociaciones femeninas, exigencias en el orden social y político.
Responsabilidad del varón y padre de familia (n.459-463) indiferencia
respecto a lo religioso, pero vocación a la paternidad y a tareas sociales
y políticas, sin olvidar las familiares. Necesidad de grupos para expresar
sus problemas propios, evitar la desintegración de la cultura. Para la
pastoral, educación para el rol familiar, investigación de las
características sociológicas y psicológicas del varón en la sociedad
actual, denunciar la cultura que lo ve sólo como objeto de producción
económica, problema de suprimir el domingo y volverlo día laboral.
Cultura de la vida, proclamación y defensa (n.464-460) La vida como
don y valor absoluto, dado y por entregar a sólo Dios; ciertamente hay
problemas fe-ciencia (bioética, derecho, vg. pena de muerte, legítima
defensa) Pero es vida en condiciones de dignidad, y aquí los ídolos del
poder y la riqueza amenazan la vida y su dignidad por la violencia en
muchas formas. La pastoral debe organizar cursos, investigaciones
científicas, participación en debates de ética y bioética, paternidad
responsable, acogida a las mujeres que abortaron, organización de
laicos para defender vida y familia, apoyar objeción de conciencia. El
cuidado del medio ambiente (n.470-475) La creación es obra de Dios
que le glorifica “con sola su existencia”. La existencia humana es
distinta, es existencia responsable porque inteligente y libre. En AL
comprendemos la creación como herencia, pero frágil ante prepotencia
económica y tecnológica. La iglesia agradece (n.472) a los que cuidan
de la vida y el ambiente, a pesar de la presión de actitudes y poderes
que anteponen la riqueza a la vida de las personas, sobre todo
campesinos, sin interés por mecanismos de purificación ambiental. La
pastoral invita a agradecer el don de la creación, acompañar en sus
luchas a campesinos por condiciones de vida humana, buscar un
modelo de desarrollo integral y solidario que armonice aspectos que
aparecen en conflicto, presencia eclesial en políticas públicas y
participaciones ciudadanas. Especial énfasis pastoral en la Amazonia.
Pueblos y culturas
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d) La cultura y su evangelización (n.476-480) La cultura es cultivo de


relaciones con el mundo, sociedad y Dios; núcleo por evangelizar.
Diversidad de culturas en AL; la Iglesia, creadora de cultura. La
inculturación de la fe es riqueza de universalidad pero también riesgo de
contaminación, de relativismo y subjetivismo sin horizontes comunes. La
persona humana, centro de la cultura e imagen de Dios en filiación.
Educación como bien público (n.481-483) Es obligación del Estado; la
Iglesia colabora en los aspectos éticos. Pastoral de la comunicación
social (n.464-490) Nueva realidad por los medios que la Iglesia con su
pastoral valora, forma profesionales, gestiona medios propios, está
presentes en los otros, entiende, y recuerda la ambigüedad de medios y
no fines, ni sustituyen otras experiencias vivenciales de encuentro.
Nuevos aerópagos y centros de decisión (n.491-500) desafíos para
anunciar el evangelio, servir la vida y atender a los pobres y la justicia;
atender a nuevas áreas como turismo y entretenimiento, mostrar la
compatibilidad de razón y fe, recordar la herencia de los grandes
pensadores católicos. Mostrar a Dios, Verdad, Bondad y Belleza. Desde
la pastoral, formar laicos, usar bien medios, actuar con artistas, rescatar
el papel del sacerdote como formador de opinión, promover centros de
Fe y Cultura, desarrollar conciencia crítica, valorar arte liturgia.
Discípulos y misioneros en la vida pública (n.501-508) constructores de
la sociedad atentos a la opción preferencial por los pobres; muchos
problemas de estos nacen de falta de coherencia a valores cristianos. La
raíz del problema, un falso concepto del ser humano; formar su
conciencia por una catequesis social incisiva; el seguimiento del
discípulo excluye egoísmos y exige integridad moral del político en
actitud de servicio a la sociedad, en honestidad. DA compromete a la
Iglesia a formar la conciencia, ser abogada de la justicia y de la verdad,
educar en virtudes individuales y políticas.
La pastoral urbana (n.509-519) La cultura se gesta en grandes ciudades
que tratan de armonizar la necesidad del desarrollo con el desarrollo de
las necesidades. Las ciudades son complejas (ciudades satélites)
plurales en grupos sociales, lugar de antinomias (512), la iglesia fundó
ciudades, hoy debe evangelizarlas recreando modelos pastorales. Dios
vive en las ciudades, en sus sombras y luces. El proyecto de Dios es la
ciudad de Jerusalén como Esposa del Cordero, ciudad que será por la
Palabra, la liturgia y el servicio a los pobres, la plenitud del Reino. Una
pastoral urbana ante desafíos, categorías, espiritualidad, experiencias,
parroquias como comunidad de comunidades ambientales, integradora
de lo esencial cristiano, formadora de laicos, acogedora, atenta a los
sufrimientos urbanos, presente en nuevas concentraciones, atendiendo
al lenguaje, estructuras, horarios, división en pequeñas comunidades,
propiciando eventos multitudinarios, entrando en espacios que tienden a
cerrarse, enseñando valores del Reino, y atenta también al mundo rural.
Al servicio de unidad y fraternidad de nuestros pueblos (n.520-528) La
complejidad del mestizaje, pluralidad ética y cultural puede integrarse
por la globalización y nuevos modos de conocerse. Hay un mismo origen
en Dios, pero también lengua e historia que nos une. María con su
maternidad también nos une. Las posibilidades de integración
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económica y política deben edificarse sobre la justicia y la equidad, en


unidad de carácter moral.
La integración de los indígenas y afroamericanos (n.529-533) Tienen
valores de los que debemos aprender, sobre todo el sentido comunitario,
el amor a la tierra y a las tradiciones ancestrales
Caminos de reconciliación y solidaridad (n.534-546) Hay heridas y
divisiones que superar con el modelo de la misericordia de Dios, abrir
caminos para la civilización del amor, siguiendo al buen samaritano;
fortalecer los valores morales para construir justicia y equidad, poner a la
persona como centro de la vida social, recordar la fragilidad de nuestras
democracias, pero animar procesos de paz; desterrar la violencia y
apoyar la solidaridad.

CONCLUSION (n.547-554) El mismo Espíritu que guió el pasado y y el


presente nos guiará hacia sus metas y objetivos. “El Espíritu Santo y
nosotros…” esta es la tradición de los eventos eclesiales; para ello recomenzar
desde el encuentro con Cristo. “No hemos de dar nada por presupuesto y
descontado” (549)

HOJA ADICIONAL El esquema Dios-Cristo-mundo es fundamental para la


dimensión pastoral (distinta de la teología pastoral clásica). En el “mundo” hay:
“personas” y “cosas” en las que distinguimos cosas de la “naturaleza” y de la
“cultura”. Las cosas de la cultura son hechas por y para las personas. El
esquema ayuda a la relación entre las religiones y plantea el problema del
significado de Cristo en ese diálogo. Para la teologia, la fe en Cristo es un don
de la fe. No puede ser presupuesto en el diálogo religioso ni impuesto. No es
objeto de “demostración racional” sino de “mostración existencial”.
Relacionamos Jn 3,16 con Mt 25 (juicio final), como punto de partida que
asume el pasado desde la creación (protología) y el futuro desde la
escatología. La Palabra nos revela el proyecto de Dios desde esos dos puntos.
En la cristología el misterio de Cristo se apoya en la vida de Jesús en los
evangelios que tiene tres rasgos: Reino, pobres, e intimidad con el Padre.
Reino es categoría bíblica desde AT, como proyecto de libertad de esclavos en
Egipto para formar un pueblo en alianza con Dios y construir la historia. Ese
reino está marcado por los valores que Jesús pone de relieve: un humilde
saber del Padre (privilegio de los sencillos), un poder (para servir a los
hermanos) y un tener (para compartir con los hermanos necesitados, poniendo
los bienes naturales y culturales al servicio de las personas sin recursos) Los
valores del Reino explican el sentido del “mundo” como lugar de personas y
cosas. Pero en esa realidad del mundo están los pobres con diferentes tipos de
pobreza (carencia de bienes naturales o culturales, impotencia ante los abusos
del poder). La predilección de Jesús y del Reino por los pobres indica que en
éstos hay aspectos económicos (relación con bienes) y políticos (relación con
el poder). Pero lo importante es descubrir la relación con Dios que encierran los
pobres (problema teológico y del conocimiento de Dios como Padre). La
pobreza desde Cristo tiene dos aspectos teológicos: privilegiar con nuestro
amor a los excluidos de la economía y a los oprimidos en la política, revelarles
la dignidad que ellos tienen por ser los “incluidos” en el amor del Padre
(teología). Pero para que esta revelación sea clara se requiere otro tipo de
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pobreza (infancia espiritual, vacío y despojo de orgullo y prepotencia; no se


puede servir a Dios, a las riquezas y al poder.
El juicio final como dato de fe, no puede entrar en el diálogo ecuménico
como tema directo del diálogo (demostración) pero sí como tema indirecto
(mostración existencial) por el respeto que los cristianos tenemos por la
humanidad en los despojados de la economía y los oprimidos de la política. No
es argumento de razón, sino testimonio de la caridad. Esto plantea al diálogo
ecuménico el desplazamiento de la ortodoxia hacia la ortopraxis, el de los
mecanismos de control de la fe hacia los procesos que fomentan el amor y
servicio. Esta es la tarea para la Iglesia que explica su fe en Cristo, no como
“obstáculo” para que todos los seres humanos lleguen a Dios, sino como la
fuerza y la luz que los cristianos ponemos para esta marcha común de todos.
Esto supone cambios de énfasis en la eclesiología que van desde poner el
primado de la fe en Cristo, sobre todo el existir y actuar de la Iglesia, porque el
Espíritu siempre actuará en esta dirección. Jamás podremos decir que es obra
del Espíritu en la Iglesia la negación de los valores que Jesús proclamó en el
Evangelio. Toda tensión entre Jesús Esposo e Iglesia Esposa se resuelve
correctamente desde la humildad de la Iglesia ante el Esposo que revela un
amor esponsal de sacrificio de sí mismo por la vida de la esposa y de la
humanidad. No se trata de la sumisión de lo femenino y de la prepotencia de lo
masculino porque estos modos son resultado de una historia que no se abrió a
la gracia de Dios; Dios quiere una humildad femenina y una entrega masculina
por la vida de todos.
Reino, pobres e intimidad con el Padre. La relación Reino-pobres es la que
hemos descrito aquí, pero es incomprensible sin la experiencia de intimidad de
Jesús con el Padre: el conocer y vivir el amor del Padre. Desde allí el mundo se
ve de otra manera y en ella la historia. Desde esta nueva visión es interpelada
nuestra libertad para vivir con esperanza lo que el futuro nos va revelando en
los instantes de presente de nuestra conciencia.

MEDITACION SOBRE JN 3,16


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Tanto amó Dios Entregó a su Hijo Al mundo para salvarlo


Dios es amor, pero lo sabemos “Engendrar” es ser “causa de En Jn dos sentidos, negativo=
por que ama; del actuar al ser: un ser vivo igual”. Se criterios y valores del mundo,
Moisés: nombre del que distingue de crear algo Positivo: humanos en historia,
manda actuar: soy el que soy; distinto. Pero entre P e Hijo cosas en cosmos, que pueden
evangelios: crean en mis hay relación de gratuidad en ser: a) Culturales, fruto de
obras origen, y de gratitud como humanos, b) Naturales: previo
Revisar operari sequitur esse respuesta. En el Hijo está pre- al trabajo. Aprender a amar lo
porque hay un ser humano figurado todo lo que la que existe, y saber que el
que se auto-crea por lo que humanidad puede responder. amor nos hizo existir (Dios).
hace Es un don del Padre, pero La donación del Hijo es para
vivo, amante, sufriente y salvar los dones del abuso de
resucitado la libertad destructiva
Que le entregó al Hijo, es Hecho carne en espiritu y Haciéndolo capaz de gratitud.
entregar al engendrado, al Tiempo. Lo infinito se automi- Si el amor como gratuidad
semejante a si mismo, para ta y hace de lo limitado el sa- hace existir+actuar, es bello el
que por medio de El, el Padre cramento de lo ilimitado, Fig.- darnos capacidad de una
se refleje en el mundo, como ra central de toda omprensión iniciativa libre ante una
donante y como quien recibe de lo divino en lo humano; un libertad que nos antecede, eso
la respuesta de gratitud del amor divino que actúa en la es gratitud. Somos capaces
mundo. historia al modo humano, por desde nuestra limitación
tanto con “obediencia” a los “poner dentro de ella la
datos del mundo. gratitud al Infinito”
Como medida del amor. El Aprendiendo la fraternidad Desde su libertad. Los
amor se conoce por la dona- El Hijo eterno ha vivido en humanos hacemos la historia
ción, que solo puede hacerse total comunión con la voluntad de bondad/maldad, con algo
entre personas. La medida del Padre, al encarnarse que viene de fuera, dones de
trinitaria del amor al mundo se encuentra otras voluntades la naturaleza, aportes de la
revela en la creación, encar- libres que aman y odian a cultura, opciones de la propia
nación y acción del Espíritu. Dios. El Hijo anuncia la libertad que nos configuran
Conocemos este amor en el victoria final de la vida sobre como b/m. Por Jesucristo
Hijo. Un Dios en tres personas el triunfo temporal de la colaboramos en la salvación
y cada una de ellas ama de un muerte. Por eso J=C=C=R del mundo por el debipoma, el
modo propio fruto más puro de un amor
crucificado que vence el mal

Importante distinguir en el mundo, lo que son las personas (historia de seres


humanos) y las cosas (cosmos) en donde encontramos dones de la naturaleza
creada por Dios y de la cultura creada por el hombre. En la mente de Dios que
hace existir todo esto está la finalidad de la gloria de Dios que es la vida
humana en dignidad para todos. Dios ama que los árboles den fruto, que los
humanos construyamos edificios y organicemos como cultura todas las
estructuras de la economía y de la política.
El don del Padre al mundo revela el amor del Padre, pero suscita la respuesta
de amor del mundo y ambas se encuentran en Cristo, que revela al Padre y
muestra con su conducta histórica el modo de actuar de los hijos de Dios que
se descubren como hermanos entre si.

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