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HISTORIA MODERNA 2021

Teórico 7

Prof. Fabián Campagne

La economía europea durante el largo siglo XVI (1470-


1620).

Vamos a seguir trabajando sobre problemas de historia económica, pero vamos a


cambiar por completo de perspectiva. Vamos a dejar la visión a ras del suelo típica de la
historia agraria, que es la que caracterizó las últimas clases, para comenzar a abordar
problemas macrohistóricos. La intención no es descuidar u olvidarnos por completo del
mundo rural, porque es imposible hacerlo cuando estudiamos sociedades agrarias como
la europea de principios de la Edad Moderna. Sino comenzar a prestar más atención a
esferas hasta ahora un tanto descuidadas en estas clases como son la financiera y la
comercial, que siempre son más brillantes y coloridas que el mundo rural, pero que
para este tipo de sociedades por fuerza también resultan más superficiales. En el
universo pre-industrial el comercio y las finanzas son siempre la espuma, la cobertura
de la torta, nunca la torta misma –valga la metáfora culinaria. Conmigo hoy y mañana
van a analizar la gran expansión económica que tuvo lugar durante el siglo XVI, el
notable crecimiento económico por la que atraviesa Europa durante el Renacimiento. Y
la semana que viene van a empezar a trabajar con Soledad Justo la contracara de este
fenómeno, que es el estancamiento secular que tiene lugar un siglo después, es decir, el
fenómeno que se conoce como la Crisis del siglo XVII.

Yo voy a dividir esta serie de dos clases sobre la expansión económica del siglo XVI en
tres secciones. Hoy vamos a presentar sólo las dos primeras, y dejamos para mañana la
tercera. La primera de estas secciones consiste en un análisis de carácter estructural: en
ella voy a preguntarme por los alcances de la expansión económica renacentista, por los
límites al crecimiento en el feudalismo tardío. La segunda sección, por el contrario,

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implicará un análisis más cercano a la historia económica clásica, a la historia
económica pura y dura; lo que voy a hacer en este caso es identificar algunas variables
que resulten relevantes para reconstruir la dinámica de una economía pre-capitalista, y
voy a seguir su comportamiento a lo largo del siglo XVI. Mañana vamos a dedicar el
teórico entero a la tercera sección, que será de corte historiográfico, pues estará centrada
en un debate clásico, con implicancias importantes de tipo metodológico para nuestra
disciplina, más allá del periodo histórico al que uno se dedique: me refiero a la polémica
sobre las causas de la revolución de los precios del siglo XVI, es decir, de la inflación
crónica que caracterizó a la economía europea durante aquel período.

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Antes de pasar a la primera sección quiero presentar el tema. Durante el “largo siglo
XVI” –categoría braudeliana que abarca una centuria peculiar de 150 años, que se
extendería entre 1470 y 1620 (aclaro que la cronología puede variar según la
bibliografía que ustedes consulten)– Europa en su conjunto, el Viejo Mundo en su
totalidad, y aquí incluyo a Europa Oriental tanto como a la Occidental, atraviesa por una
fase de crecimiento económico extraordinaria.

Durante mucho tiempo los historiadores profesionales discutieron si además de


crecimiento económico en el Renacimiento hubo desarrollo económico, entendiendo por
desarrollo no solamente el incremento cuantitativo de las variables sino también una
transformación cualitativa del sistema productivo. Una cierta visión tradicional solía
trazar una suerte de arco, en uno de cuyos extremos se ubicaba a economías como la
inglesa o la holandesa, que sí habrían logrado desarrollarse en el comienzo de los
tiempos modernos, esencialmente porque pudieron incrementar notablemente la
productividad de la tierra. Por eso también siempre se dijo, y en torno a ello el
consenso es muy amplio, que Inglaterra y Holanda son las dos excepciones a la Crisis
del siglo XVII, precisamente porque habría “hecho bien los deberes” durante el siglo
anterior. En el otro extremo de este arco solían ubicarse economías como la polaca o la
española, epítome de las sociedades pre-industriales capaces de atravesar períodos de
crecimiento muy extendidos en el tiempo, por más de un siglo incluso, sin desarrollarse,
capaces de experimentar períodos largos de crecimiento sin desarrollo. Este esquema
clásico se ha revisado mucho en los últimos años, en función de las nuevas
investigaciones que han aparecido.

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Para el caso de España, por ejemplo, un investigador realmente destacado, Bartolomé
Yun Casalilla, en 2004 publicó una historia económica de España durante el
Renacimiento, a la que le puso por título Marte contra Minerva (ustedes van a leer un
capítulo para el final), un libro publicado por editorial Crítica. En esta monografía Yun
sostiene, contra toda la biblioteca anterior, que en España también hubo desarrollo amén
de crecimiento durante el Renacimiento, al menos hasta el último tercio del siglo XVI
¿Cómo fundamenta esta afirmación? Recordando que al menos hasta 1570 el volumen
del producto agrario creció más rápido que la población en España. Es decir, al menos
durante siete décadas la economía ibérica logró sortear la trampa maltusiana.

Sobre Polonia también tenemos en el presente un conocimiento más acabado que el


existía cuando yo estudiaba historia en los años ‘80, y leíamos viejos textos de las
décadas del ’50 o ’60. En esta bibliografía hoy demodé, Polonia aparecía siempre como
un acabado ejemplo de arcaísmo socioeconómico, como una economía de exportación o
enclave, carente de mercado interno, sin ciudades, o en todo caso sólo con meras
ciudades costeras que servían como puertos de salida del trigo exportado hacia Europa
Occidental, una sociedad sin burguesía nativa, en la que amén de unos pocos
comerciantes intermediarios sólo existían nobles y siervos. Los trabajos más recientes,
sobre todo las traducciones de las investigaciones de historiadores polacos a lenguas
occidentales, nos permiten delinear un cuadro diferente y más matizado. Hoy sabemos,
por ejemplo, que sólo el 12% del trigo producido por Polonia se exportaba a Occidente
en la segunda mitad del siglo XVI. El 88% de este grano permanecía en Polonia o en la
región del Báltico, lo cual es una prueba concluyente de que existía un mercado interno
pujante en la región. Y la existencia de semejante fenómeno resulta por completo
incompatible con la noción de economía de enclave, de una economía meramente
agroexportadora. Hoy sabemos que la densidad demográfica en muchas regiones de
Polonia circa 1600 era más elevada que en Inglaterra. Para que Inglaterra alcanzara
estos valores hubo que esperar hasta 1650 aproximadamente.

Ahora bien, al margen de este debate en torno a si hubo o no desarrollo en Europa


durante el Renacimiento, lo que nadie discute, porque el acuerdo en este caso es
absoluto, es que sí hubo un notable crecimiento. El crecimiento cuantitativo de la
economía europea entre 1500 y 1600 es un dato de la realidad. El brillante desempeño
de los principales indicadores económicos en el periodo es uno de los timbres

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descriptivos del Renacimiento, y aquí el consenso es pleno, cualquiera sea la escuela a
la que adscriba el investigador, ya sea neoinstitucionalista, neomarxista o neoclásica.

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Ahora sí, pasemos a la primera sección de este grupo de dos clases, que como yo
adelanté va a ser un análisis de tipo estructural. Porque me quiero preguntar por los
alcances de este crecimiento del 1500. O, lo que es lo mismo, me quiero preguntar por
los límites del crecimiento en el feudalismo tardío: ¿hasta dónde podía crecer una
economía con las características de la europea del siglo XVI? Y, si tenía límites, si se iba
a topar con obstáculos ¿por qué? ¿Qué transformaciones le faltó concretar? ¿Qué hizo
mal la economía europea para terminar desembocando en una nueva crisis, que fue
finalmente lo que sucedió? Estas son preguntas que no pueden responderse haciendo lo
que voy a hacer en la segunda mitad de la clase, identificando variables y rastreando sus
comportamientos. El análisis que necesito hacer es de corte estructural. Porque la
compresión profunda de la dinámica de una economía pre-capitalista, como lo era la
europea del siglo XVI, exige que al mismo tiempo yo aborde el estudio de las fases de
expansión y de las fases de contracción del sistema. Y ello implica que deberemos
sumergirnos en la larga duración, pues en el mundo pre-industrial las fases de
crecimiento y estancamiento duran siglos. Para el mundo pre-industrial no hablamos de
“la crisis del año tal” o “la expansión del quinquenio tal”, sino de “la crisis del siglo tal”
o “la expansión de los siglos tales”. ¿Qué consecuencias tiene esta constatación para
nuestro tema de hoy? El principal corolario es que resulta imposible entender la gran
expansión de la economía europea durante el 1500 si al mismo tiempo no tomamos en
consideración las crisis sistémicas que la precedieron y que la sucedieron, es decir, la
crisis del siglo XIV y la del siglo XVII. Por ello durante esta primera hora de la clase
me van a escuchar hablar tanto del siglo XVI como de estas otras dos centurias.

En el transcurso del largo siglo XVI en Europa los indicadores económicos literalmente
estallan por el aire. Cualquiera sea la variable que elijamos vamos a ver que su
comportamiento se caracteriza por crecimientos exponenciales, geométricos,
espectaculares.

- Es lo que sucede por ejemplo si elijo la variable “masa de metálico circulante”,


es decir, la cantidad de metal precioso amonedado, acuñado y transformado en

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medio de pago: hay mucha más moneda circulando en 1600 que en 1500.
- La “velocidad de circulación del dinero”, que es una de las variables económicas
claves del período, también aumenta de manera inédita. ¿Qué es la velocidad de
circulación del dinero? Es la cantidad de veces que en un tiempo determinado,
pongamos por caso un mes, una semana, un año, el mismo medio de pago físico
–en nuestro presente, en el que impera la moneda fiduciaria, el mismo billete; a
principios de la Edad Moderna, la misma moneda– cambia de manos para ser
utilizado por diferentes agentes en diferentes transacciones económicas. Con el
mismo billete de $100 yo le compro algo aquí al caballero; con ese mismo
billete él sale y compra en la calle un agua mineral; el dueño del kiosco con ese
mismo billete sale y compra algo que necesita en la ferretería de al lado; y con
ese mismo billete el ferretero sale y compra facturas en la panadería de enfrente.
Y todo ello con el mismo billete en un lapso de muy pocas horas. Insisto en que
la velocidad de circulación del dinero aumenta de manera revolucionaria durante
el largo siglo XVI (mañana vamos a ver las enormes implicancias de este
incremento).
- “La superficie cultivada” es otra variable a tomar en cuenta: la superficie
sembrada en Europa es muy superior en 1600 que en 1500.
- El “volumen del producto agrícola” sube de manera notable: el Viejo Mundo
produce en su conjunto mucha más comida en 1600 que en 1500.
- Los “precios de las mercancías” se disparan hasta el infinito. De hecho, ésta es la
variable estrella del período. Por algo los viejos manuales de historia
caracterizaban a esta centuria como la era de la Revolución de los Precios. Por
entonces asistimos a una inflación crónica durante 150 años continuos.
- Los “índices demográficos” crecen de manera sorprendente. El Cinquecento fue
un período de increíble crecimiento de la población. En la segunda mitad del
siglo XVI incluso cabría hablar de explosión demográfica. El ejemplo más
indiscutible es el de Inglaterra: entre 1470 y 1600 su población se duplicó, pues
pasó de 2.000.000 de personas a 4.000.000. Se trata de una tasa de crecimiento
record en la historia pre-industrial del planeta tierra.
- Los “cánones de arrendamiento”, es decir, el precio de la tierra, no pararon de
aumentar durante aquel siglo y medio. El bajo Renacimiento fue la edad de oro
de los rentistas del suelo, porque de todas las mercancías aquella cuyo precio
subió más intensidad y velocidad, fue la tierra.

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- Las “tasas de interés”, es decir, el costo del dinero, también literalmente volaron
por las nubes. Entre otras cosas porque en este siglo surgió un nuevo tomador
masivo de deuda, que además era un muy mal pagador: el estado moderno en
proceso de formación, empecinado en financiar las infinanciables guerras de la
primera modernidad, un fenómeno asociado al proceso de centralización político
y como tal inexistente en el Medioevo (justo esta semana ustedes están
trabajando la cuestión del complejo fiscal-militar en los prácticos).
- El “trabajo asalariado”, esto es, la cantidad de personas que trabajaban a cambio
de una contraprestación dineraria o en especie, sube de manera notable. Porque
el crecimiento del siglo XVI fabricó su propia marginalidad, es decir, una gran
cantidad de personas que tenían acceso a una superficie muy reducido de suelo,
o que no directamente no tenía acceso a la tierra, y que para subsistir necesitaban
emplearse a cambio de una remuneración.
- Por último, crece en forma indiscutible el “volumen del comercio
intercontinental”. ¿Cómo no iba a hacerlo si esta también es la era de los
descubrimientos geográficos, de la expansión ultramarina? En 1400 ningún
europeo había circunnavegado el África en barco y en 1500 sí; en 1400 ningún
europeo había llegado en barco a la India y en 1500 sí; en 1400 no se conocía la
existencia de América y en 1500 sí.

A este patrón generalizado de variables económicas que crecen desmesuradamente hay


que oponerle dos excepciones, dos variables que se estancan y decrecen. Y que son muy
sugestivas porque estaban muy relacionadas con las condiciones de vida material de los
sectores populares urbanos y rurales:

- los “salarios reales”, el poder de compra del salario, que comenzó a decrecer
muy pronto, muy temprano durante esta fase de expansión. No me refiero a los
salarios nominales, que aumentaron; el precio del trabajo, como el de cualquier
otra mercancía, creció en el siglo XVI, pero siempre lo hizo muy por debajo del
precio de cualquier otra mercancía. Por lo tanto, el poder de compra de los
salarios se derrumbó.
- La “productividad del suelo.” La caída de este indicador no se produjo durante
las primeras décadas de la fase expansiva. Al inicio del crecimiento renacentista
es incluso probable de que aumentara. Pero claramente con el paso del tiempo la

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productividad comenzó a estancarse para finalmente caer en la segunda mitad
del siglo XVI.

Este crecimiento cuantitativo tan espectacular generó confusiones en algunos


historiadores de orientación neo-clásica, por ejemplo, en el norteamericano Earl
Hamilton (del cual vamos a hablar muchísimo mañana), quien en los años ’30 y ’40
creyó posible afirmar, en función de la expansión tan notable que hemos descripto, que
el capitalismo moderno nace ya en el siglo XVI. Pero también el crecimiento dio lugar a
perplejidades entre algunos historiadores de formación marxista, por ejemplo, Eric
Hobsbawm. Hobsbawm no compartía el criterio de Hamilton, pues desde su perspectiva
el capitalismo estaba asociado al sistema fabril, y por lo tanto nace en el siglo XVIII con
la Revolución Industrial, no en el siglo XVI con la Revolución de los Precios. Pero esto
no impidió que Hobsbawm se preguntara por qué este espectacular crecimiento
económico de la Europa del Renacimiento no terminó desembocando en la Revolución
Industrial. ¿Por qué en 1590 o en 1610, no se produjo el take off definitivo hacia el
capitalismo industrial? ¿Por qué no tuvimos una Birmingham, una Manchester, una
Liverpool, con sus sistemas fabriles, en 1620, y hubo que esperar hasta 1780 para ello?
¿Qué le faltó a este crecimiento tan espectacular para no resultar sustentable en la larga
duración? Para responder a esta pregunta Hobsbawm inventó la categoría “Crisis del
siglo XVII. Hobsbawm creó este concepto no para explicar el siglo XVII sino el siglo
XVI, que es el que no entendía. Por ello, si ustedes revisan el primer artículo que
Hobsbawm le dedica al tema, de 1954, publicado en Past and Present, verán que las
referencias al 1500 son mayores que las referencias al 1600.

Ahora bien, estas confusiones “a lo Hamilton” y estas perplejidades “a lo Hobsbawm”


en realidad son consecuencia de un análisis superficial del problema. Porque a poco que
yo aguzo la mirada, me voy dando cuenta de que este espectacular crecimiento
renacentista es una ilusión óptica, un espejismo, un gigante con pies de barro. ¿Por qué?
Porque estaba sostenido pura y exclusivamente en un solo factor: en un híper-
dimensionamiento del factor mercado, en un crecimiento desmesurado del factor
mercado. En éso y nada más. Mercado que, es verdad, en términos reales, históricos y
fácticos por primera vez alcanzó genuinas dimensiones planetarias a partir del 1500.

No estoy pensando en una ampliación meramente geográfica del mercado, que existió y
fue una directa consecuencia de los viajes de descubrimiento, sino también en una

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forma más sutil de expansión mercantil, una ampliación virtual, muy relacionada con la
revolucionaria transformación de los medios de pago, de las finanzas. Estas dos
ampliaciones del mercado, la geográfica y la virtual, se interrelacionaban y se
potenciaban mutuamente.

La ampliación geográfica del mercado se relaciona con lo que alguna vez J. H. Parry
llamó la institucionalización de las rutas del Índico y del Atlántico”. ¿Qué aportes
hicieron ambas rutas a lo que Wallerstein llamaría “la economía-mundo europea”? La
ruta del Índico terminó de nacer el 20 de mayo de 1498, cuando el portugués Vasco de
Gama llegó a Calicut, en la India. ¿Qué aporte hizo a la consolidación de la economía-
mundo europea? Potenció las estrategias de acumulación del capitalismo mercantil
renacentista, porque suprimió toda intermediación entre Oriente y Occidente, entre los
dos extremos euroasiáticos, permitiendo por primera vez en la historia que los europeos
asentaran bases territoriales permanentes en el extremo Oriente. Primero fueron los
portugueses, después vendrán los holandeses, los franceses, los ingleses…. Esto nunca
antes había sucedido. Tengan en cuenta que por “capitalismo mercantil” yo no me estoy
refiriendo a un sistema económico sino a una estrategia comercial: capitalismo
mercantil implica simplemente comprar barato y vender caro, nada más (es decir,
aprovecharse de la falta de convergencia de precios propia de aquella era de
globalización arcaica o como diría Jan de Vries, en un artículo que van a tener que leer
para el final “globalización suave”).

La ruta del Atlántico se conformó gracias a los cuatro viajes de Cristóbal Colón entre
1492 y 1504 ¿Cuál fue el aporte que hizo a la moderna economía europea? Habilitó la
llegada al Viejo Mundo de un flujo de metal precioso sin precedentes en la historia del
planeta. Este volumen de metálico por primera vez permitió el nacimiento de un sistema
financiero integrado, de dimensiones pan-europeas. Un sistema financiero que fue
internacional y también trans-estatal desde el comienzo.

Este novedoso sistema financiero internacional renacentista se basó en un fenómeno


histórico también muy peculiar, que es el de las ferias financieras. No confundir con las
ferias de productos, como los de Champagne, en la Baja Edad Media, que tenían otras
características. La más importante de estas ferias financieras era la de Besançon-
Piacenza. Se fundó en 1534 en Besançon, en la capital del Franco Condado, que era una
provincia de civilización y lengua francesa, pero que hasta 1679 fue posesión española.

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En 1579 se trasladó hacia el sur, hacia el Mediterráneo, a un área bajo plena influencia
genovesa. Así las ferias pasaron a denominarse “de Piacenza”. Lo cual es muy
coherente: por aquel entonces Génova estaba ya cumpliendo el rol de capital financiera
de Europa, el mismo que hasta hacía poco le había correspondido a Amberes (que lo
perdió a causa del desastre provocado por la Guerra de la independencia de los Países
Bajos contra España). Durante algunas décadas, no muchas, en la segunda mitad del
siglo XVI, los genoveses fueron los capitalistas del mundo. Incluso una parte muy
sustancial del metal precioso americano terminaba por entonces en Génova, como lo
recuerda el famoso poema de Francisco de Quevedo, Poderoso Caballero es don
Dinero. El texto es sencillamente genial:

Madre, yo al oro me humillo, 


Él es mi amante y mi amado, 
Pues de puro enamorado 
Anda continuo amarillo. 
Que pues doblón o sencillo 
Hace todo cuanto quiero, 
Poderoso caballero 
Es don Dinero. 

Nace en las Indias honrado, 


Donde el mundo le acompaña; 
Viene a morir en España, 
Y es en Génova enterrado. 
Y pues quien le trae al lado 
Es hermoso, aunque sea fiero, 
Poderoso caballero 
Es don Dinero. 

Son sus padres principales, 


Y es de nobles descendiente, 
Porque en las venas de Oriente 
Todas las sangres son Reales. 
Y pues es quien hace iguales 

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Al rico y al pordiosero, 
Poderoso caballero 
Es don Dinero. 

¿A quién no le maravilla 
Ver en su gloria, sin tasa, 
Que es lo más ruin de su casa 
Doña Blanca de Castilla? 
Mas pues que su fuerza humilla 
Al cobarde y al guerrero, 
Poderoso caballero 
Es don Dinero. 

Es tanta su majestad, 
Aunque son sus duelos hartos, 
Que aun con estar hecho cuartos 
No pierde su calidad. 
Pero pues da autoridad 
Al gañán y al jornalero, 
Poderoso caballero 
Es don Dinero. 

Más valen en cualquier tierra 


(Mirad si es harto sagaz) 
Sus escudos en la paz 
Que rodelas en la guerra. 
Pues al natural destierra 
Y hace propio al forastero, 
Poderoso caballero 
Es don Dinero.

Las ferias de Besançon-Piacenza sesionaban con una periodicidad cuatrimestral, y eran


por entonces el nervio financiero del mundo Occidental. En 1621 volvieron a trasladarse
nuevamente, más cerca aún de Génova, pues se instalaron en Novi Ligure.

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Amén de las ferias de Besançon-Piacenza teníamos en el 1500 las de Medina del
Campo, en Castilla la Vieja, no muy lejos de Valladolid, que resultaban una pieza clave
del eje Burgos-Sevilla, que estructuraba la economía española en la época. Burgos,
capital histórica de Castilla la Vieja, controlaba el comercio con el norte, con Inglaterra
y Flandes, y Sevilla monopolizaba el comercio con las Indias. E

En el sur de Francia sesionaban en Lyon unas importantísima ferias, que eran en parte
de productos y en parte financieras.

Ahora, ¿qué circulaba en estas ferias si no se intercambiaban ni bienes ni servicios?


Bueno, como digo yo todos los años, eran festival de bonos: se intercambiaban títulos
de la deuda pública y letras de cambio privadas. Eran mega-eventos pensados para
institucionalizar un mercado de capitales de alcance continental. De hecho, no por las
funciones que tenían sino por la influencia que tenían en la economía global, se las
podía comparar con lo que hoy son las bolsas de comercio que funcionan en las
principales capitales financieras del globo. Las ferias de cambio definían el calendario
de las finanzas europeas con un ritmo cíclico. En el curso de pocos días, estas ferias
concentraba en un único lugar una cantidad de dinero inmediatamente disponible para el
circuito crediticio en forma de adelantos reembolsables tres meses después,
precisamente en el encuentro siguiente. Deben entenderse como mercados periódicos
del crédito a través de los cuales era posible transferir tanto ingentes cantidades de
dinero (por ejemplo, los préstamos a la hacienda pública de las distintas monarquías) o
cantidades más modestas (resultado de transacciones de naturaleza privada y
comercial). 

Ahora bien, además de permitir que los príncipes y los particulares cancelaran deuda
vieja y contrajeran deuda nueva, es decir, transformar la deuda flotante en deuda
consolidada, las ferias financieras o de cambio cumplían también otras dos funciones,
que dejan muy en claro su carácter tran-estatal:

1) Estas ferias determinaban el precio relativo de las monedas de las diferentes


economías europeas (cuál era el valor de cambio de la moneda francesa en relación con
la veneciana, la portuguesa o la florentina).

2) Determinaban la tasa de interés, el precio que el dinero debía tener para las diferentes

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monarquías, principados y entidades soberanas europeas, en función de las expectativas
de devolución que sus economías generaban. En otras palabras, determinaban lo que
hoy llamaríamos (admito el burdo anacronismo) “el riesgo país”, es decir, la sobre-tasa
que los malos pagadores tenían que pagar respecto de los buenos, que por supuesto
asumían tasas de interés relativamente más razonables.

A raíz de estas funciones este sistema financiero internacional llegó a tener por
momentos más poder que los estados, llegó a condicionar las políticas públicas de
muchas monarquías, por ejemplo, la política exterior. Es un hecho prácticamente
demostrado que Felipe II perdió Holanda por sus problemas con el sistema financiero
internacional, por la desmesura de sus ambiciones, por defender una política externa que
era infinanciable. No nos olvidemos que Felipe II declaró unilateralmente tres
bancarrotas, que en el corto plazo generaron enormes pérdidas a los financistas, entre
ellos a los genoveses. Tres defaults, diríamos hoy. También podría considerarse probado
que Inglaterra fue una potencia militar de cuarto orden en esta época debido a su
limitado acceso al sistema financiero internacional. La economía inglesa era de baja
escala comparada con las continentales, y por ello interesaba poco a los financistas
(Inglaterra tenía 4 millones de habitantes y Francia 20 millones). A ello hay que sumarle
otro factor: la obsesión de la reina Isabel I (la última de las hijas de Enrique VIII, la
última reina Tudor) por mantener bajo control la deuda pública y el equilibrio fiscal en
su reino. Isabel contraía poca deuda y la pagaba en tiempo y forma. Entonces era un mal
cliente de los financistas europeos del momento, paradójicamente porque era buena
pagadora, ya que evitaba los interminables ciclos de refinanciamientos y canjes
perpetuos en los que quedaban estancadas las monarquías cuyas deudas públicas
terminaban resultando inmanejables. Por algo, si asociamos a Inglaterra con fenómenos
militares en la segunda mitad del siglo XVI, en la época de Shakespeare, es con tácticas
defensivas. Por ejemplo, la guerra de corsarios, con Sir Francis Drake a la cabeza (la
guerra de corso es en el mar lo que la guerra de guerrillas en tierra: una herramienta de
los débiles, del quienes carecen de fuerza puede presentar batalla abierta). Y si existe un
evento militar que todos recordamos en relación con Inglaterra en esa época es el
rechazo de la invasión española de 1588, el rechazo y hundimiento de la Armada
Invencible de Felipe II, que también fue una acción defensiva. Por aquel entonces
Inglaterra no salia a conquistar al mundo.

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Bien, volviendo a nuestro tema. Hay que decir ahora algo que me parece central: a pesar
del brillante desempeño de las esferas financieras y comerciales que estamos viendo, la
estructura agraria no sufrió transformación cualitativa alguna durante el largo siglo XVI,
con las honrosas excepciones de Holanda e Inglaterra. La base de sistema agrario que
terminó de consolidarse en Europa en el siglo XI prácticamente es la misma a inicios de
la Edad Moderna. Exagerando un poco la nota, casi que me atrevo a decir que el sistema
agrario en el siglo XVI no es demasiado diferente del sistema del siglo XIII. Por ello,
este gran crecimiento de la economía que estamos analizando no es un crecimiento
capitalista: es una fase más de expansión del viejo sistema feudal. De hecho, fue la
última fase de expansión del feudalismo. El feudalismo alcanzó sus límites históricos en
el siglo XVI, porque creció como nunca antes lo había hecho y como nunca después lo
volvería a hacer (pues la siguiente expansión que protagonizará Europa, de del siglo
XVIII, no será ya un crecimiento feudal sino de otro orden). Por eso, insisto, a pesar del
brillo resplandeciente de su comercio y de sus finanzas, un crecimiento como éste, que
no transformaba cualitativamente la estructura agraria, no podía sino terminar como
terminó, chocarse con el obstáculo con el que chocó. No podía sino terminar derivando
hacia una nueva crisis sistémica, de larga duración, que es lo que se conoce en la
bibliografía como la Crisis del siglo XVII.

Ahora bien, el que yo haya calificado como feudal a esta expansión económica del siglo
XVI no puede hacerme olvidar que el feudalismo europeo ya había atravesado por una
crisis secular severa: la del siglo XIV. Y ninguna economía atraviesa una crisis como
ésta sin consecuencias. La del siglo XIV fue una crisis endógena. Fue producto de las
propias contradicciones del sistema. La fabricó el feudalismo creciendo como creció. A
ver, trato de explicarme: a lo largo del siglo XIII, que fue otra fase de espectacular
crecimiento del feudalismo perfectamente comparable al siglo XVI, fueron las
relaciones sociales feudales (que en un extremo ubicaban a un grupo de grandes
terratenientes munidos de poder político y en el otro a una multitud de pequeños
productores directos, campesinos de subsistencia) y las estrategias de acumulación
señoriales (que a partir de mecanismos basados en el uso o en la amenaza de la fuerza se
apropiaban de una parte importante del excedente agrario), las que terminaron poniendo
severos límites a la reproducción del sistema, las que terminaron poniendo importantes
obstáculos al funcionamiento del feudalismo, y las que terminaron generando un cuello
de botella que casi provocó su derrumbe definitivo.

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A ver, les doy un ejemplo que me parece contundente. Hacia fines del primer cuarto del
siglo XIII, los titulares de los señoríos feudales en gran parte de Occidente comenzaron
a instalar cercados permanentes para dividir la porción de la sección virgen de sus
reservas a la que sus campesinos dependientes podrían continuar ingresando para
extraer recursos (así nacieron lo que en la Edad Moderna conoceremos como
comunales) de aquella otra porción que de allí en más los señores se reservaron para su
uso exclusivo (para vender la madera en el mercado, para mandar a pastar sus animales,
para practicar la caza, etc.) Duby fecha este fenómeno para el norte de Francia en el
1220. Quiere decir que las cercas permanentes en el campo europeo comenzaron mucho
antes que los enclosures famosos que nosotros estudiamos en la Edad Moderna. Ahora
bien, lo que yo estoy describiendo es una estrategia de acumulación: tenemos aquí una
fuente de riqueza fenomenal, el bosque, y la nobleza feudal decide que la mayor parte
de la misma será para su usufructo exclusivo. Yo, señor feudal, digo que ustedes, que
son cien familias, vivirán de esta porción de la sección virgen de la reserva, mientras
que yo, que represento a una cantidad mucho menor de personas, voy a vivir de la otra
mitad, la más grande, que utilizaré para mi beneficio particular. Se trataba de una
estrategia de acumulación basada en el acceso diferencial que la clase feudal tenía a la
tierra y a los medios de coerción. Pues bien, esta estrategia de acumulación de
inmediato comenzó a ejercer una enorme presión sobre la economía campesina, a tal
punto que en el mediano plazo terminó frenando la expansión agraria. ¿Por qué? Porque
esta decisión de los señores lo primero que provocó fue el estancamiento o la reducción
en términos relativos de la superficie de pastos en poder de cada comunidad campesina;
porque, si bien la superficie de pastos de cada terruño no se vio reducida en términos
absolutos, como la población siguió creciendo, con el paso de las décadas en términos
relativos cada persona tuvo acceso a una menor superficie de pasto para sus animales.
El estancamiento o la reducción relativa en la superficie de pastos en cada término de
aldea terminó provocando el estancamiento o la reducción relativa del tamaño de las
cabañas ganaderas de cada terruño. A su vez, el estancamiento o la reducción en
términos relativos de las cabañas ganaderas campesinas terminó provocando el
estancamiento o la reducción relativa de la cantidad de abono, la cantidad de fertilizante
en poder de cada grupo de familias de productores directos (en la época no existía otro
fertilizante que el estiércol animal). Y finalmente el estancamiento o la reducción
relativa de la cantidad de abono en poder de cada término de aldea terminó provocando
primero un enlentecimiento, luego un estancamiento y finalmente una baja importante

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de la productividad de la superficie de suelo en poder del sector de subsistencia.

Ven ustedes que estoy describiendo un fenómeno que es económico y político al mismo
tiempo, porque se inició con una estrategia adoptada por un grupo social en función de
sus privilegios y del mayor acceso que tenía al poder político, a los medios de violencia,
a la tierra y al ganado. Así que la explicación del proceso que desembocó en la crisis del
siglo XIV no residiría en una cuestión de atraso técnico o de ineficacia agronómica
meramente, sino que debemos buscarla en las relaciones sociales sobre las que se
asentaba el sistema. En una fase de pleno crecimiento del feudalismo, como es el siglo
XIII, este acceso desigual al poder político, a la tierra y al ganado, terminó poniendo
seriamente en riesgo la mismísima reproducción biológica de los pequeños productores
directos, es decir, de los tributarios. Y sin tributarios el feudalismo no funciona, porque
no hay quien pague las cargas. Por la manera en que crecía el propio sistema
amenazaba con matar a la gallina de los huevos de oro. Las consecuencias son de sobra
conocidas. A raíz de la disminución de la productividad de la porción del suelo
campesino comenzaron las primeras carestías, seguidas de las primeras hambrunas (por
ejemplo, la tremenda de 1317). Se produjeron de inmediato los primeros picos de
mortalidad catastrófica, provocaron el debilitamiento biológico de la población
económicamente activa, que facilitó el estallido de los primeros brotes pestilenciales, las
epidemias, la peste bubónica, que produjo un nuevo pico de mortalidad catastrófica. La
población comenzó a descender dramáticamente. Se despoblaron los señoríos. Se
abandonaron pueblos habitados desde hacía siglos. Y consecuentemente bajó el
volumen de la renta feudal, porque había menos tributarios pagando las cargas. Los
señores reaccionaron con escasa o ninguna sutileza: comenzaron a hacerse la guerra
entre ellos, para, en una situación de suma cero, quedarse con la riqueza del vecino. O
bien buscaron hacerle pagar a los campesinos que seguían vivos lo que los campesinos
muertos ya no podían pagar: es decir, pretendieron subir la tasa de la renta feudal. Los
campesinos reaccionaron de las únicas dos formas en que podían hacerlo: o bien
huyeron masivamente de los señoríos, o bien se sublevaron, dando lugar a las famosas
jacqueries o revueltas campesinas típicas del siglo XIV. Tengo ya aquí reunidos a los
cuatro jinetes del Apocalipsis: la guerra, el hambre, la peste y la revuelta. Claro que
ninguno de los cuatro son la causa de la crisis. Más bien al contrario. Son la
consecuencia última, el último eslabón de la cadena, la capa externa de la cebolla. Son
los epifenómenos de la crisis, crisis que ha sido provocada por las contradicciones

15
internas del sistema, por la manera en que éste crecía.

Bien, está claro que el sistema feudal atraviesa su primera crisis secular durante el siglo
XIV, y que ello lo obligó a transformarse. ¿A transformar qué? ¿Las relaciones sociales
de base? No. Éstas se mantuvieron incólumes durante la primera Edad Moderna. Lo que
el feudalismo cambió fueron algunas de sus estrategias de acumulación. Acá reside la
diferencia entre el feudalismo tardío de la primera Edad Moderna y el feudalismo
clásico de los siglos XI a XIII. Voy a señalar tres de estos cambios en las estrategias de
acumulación que son propios de nuestra materia, y que diferencian a la historia moderna
de la medieval en cuestión de historia agraria:

- El primero de estos cambios en Europa Occidental es el retroceso definitivo de


la servidumbre. Ya para 1550 no hay siervos en Occidente. Los había en Europa
Oriental, donde la servidumbre irrumpió como un fenómeno nuevo. Para
prácticamente no se los encuentro al oeste del río Elba.
- El abandono de la gestión directa de las reservas por parte de los señores. Se
trata de un fenómeno del que hemos hablado ya mucho. Esta decisión por parte
de los señores dio un fuerte impulso al avance del capitalismo agrario, porque
las reservas comenzarán a ser explotadas por linajes de campesinos enriquecidos
que lentamente fueron imponiendo una lógica de acumulación muy diferente a la
vigente hasta el momento.
- Finalmente, tercera modificación: la aparición y la consolidación del impuesto
regio, el que percibe la corona, las monarquías, entendido “a lo Perry Anderson”,
como renta feudal centralizada; por oposición a la multiplicada de tributos
señoriales, entendidos como renta feudal descentralizada.

Así que ven que no es tan cierto lo que yo dije hace veinte minutos: que no había
diferencias entre el sistema agrario en el siglo XVI y en el siglo XIII. Porque acabo de
marcar tres diferencias. Pero también es verdad que no son diferencias tales que nos
obligan a postular que estamos en presencia de dos sistemas económicos completamente
diferentes. Digamos que lo que caracterizaría al feudalismo tardío de los siglos XVI y
XVII respecto del clásico de los siglos XII y XIII es una suerte de transformación en la
continuidad.

Bueno, hasta acá esta primera sección de la clase, el análisis de tipo más bien

16
estructural. Si no hay preguntas vamos a pasar a la segunda parte, muy diferente de la
primera, porque ahora sí vamos a hacer una historia económica más tradicional, con
cifras, estadísticas y números reales.

****

Vamos a sumergirnos más en la economía real, para entender un poco mejor como
funcionaba una economía con estas características. Lo que voy a hacer es identificar
algunas de las variables que resultan claves para entender este tipo de economías y
reconstruir su comportamiento durante el período (tratando incluso, aunque suene muy
ambicioso, de delinear algunas leyes generales del funcionamiento de esta clase de
economías pre-capitalistas).

Pero antes voy a hacer un último gráfico abstracto, que refleje en términos visuales
claros como se comportaban los principales indicadores económicos en el feudalismo,
durante los siglos de expansión (el primer gráfico) y durante los siglos de contracción,
(el segundo gráfico). El primer gráfico que voy a dibujar sirve entonces para explicar la
dinámica económica de siglos como el XIII y el XVI, y el segundo gráfico para
explicarnos siglos como el XIV o el XVII.

Primer gráfico referido a las fases seculares de expansión del sistema feudal. Lo primero
que percibimos claramente es un aumento en la superficie sembrada, en la superficie
cultivada, en las roturaciones de tierra. De inmediato, como consecuencia de lo anterior,
se percibe una suba del volumen del producto agrario (Europa empieza a producir año
tras año más comida, más alimento). Este volumen agrario incrementado permite
sustentar más bocas, es decir, comienza a aumentar la población. La combinación de
estas tres primeras flechas del gráfico por si misma explica la cuarta, que es una suba
del volumen de la renta señorial: había más gente viviendo en los señoríos por lo que los
señores comenzaron a percibir más renta. Tienden a subir también, por una cuestión de
demanda (porque en este mundo agrícola pre-industrial la demanda de alimento siempre
termina creciendo más rápido que la oferta), los precios de los alimentos. También
suben los salarios nominales, pero muchísimo más lentamente, entre otras cosas porque
el aumento demográfico presiona los salarios a la baja. Y también crecen los precios
nominales de las manufacturas, pero mucho más lentamente también que los precios
agrícolas, por una cuestión de inelasticidad de la demanda de comida: en una era en la

17
que los salarios crecen muy lentamente y el precio de los alimentos crece aumenta con
mucha más intensidad, en los presupuestos familiares queda mucho menos espacio para
dedicar a productos relativamente prescindibles, y por ello la presión de la demanda
sobre las manufacturas es menor.

Bien, hasta aquí los indicadores que tendían a subir durante las fases expansivas del
sistema. Las variables que tendían a bajar, por el contrario, eran los salarios reales, el
poder de compra del salario, por todo lo que estoy explicando. Los precios relativos de
las manufacturas también bajan, al contrario que los nominales, por un simple efecto
tijera: los precios de los alimentos suben y también suben los precios de las
manufacturas, pero éstos mucho más lentamente, y por ello con el paso de las décadas
ambas clases de precios se iban alejando entre sí cada vez más. Así que en términos
relativos los precios de los bienes manufacturados caen. Por último, también tiende a
car la productividad de la tierra.

En las fases seculares de contracción del sistema todo ocurre al revés. La superficie
cultivada se reduce y el volumen agrario también. La población, o bien tiende a
estancarse como en el siglo XVII, o a caer catastróficamente como en el XIV. El
volumen de la renta señorial tiende también a paralizarse o a caer. Los precios agrícolas
inicialmente se estancan para luego ingresar en una fase de deflación, de caída del
precio (se observa claramente en el siglo XVII a partir de 1660). Los salarios nominales
o se estancan o bajan, pero ahora mucho más lentamente que los precios agrícolas,
porque la población tiende a escasear y los brazos consecuentemente también. Los
precios de las manufacturas tienden a descender también, pero lentamente, porque ahora
hay más espacio en los presupuestos para adquirirlos, ya que los salarios descienden
menos que los precios de los alimentos. Hay más salario para adquirir otro tipo de
productos que no son imprescindibles o de primera necesidad. El salario real tiende a
congelarse. Los precios relativos de las manufacturas, como acabo de explicar, tienden a
subir. Y la productividad del suelo, finalmente, tiende a recuperarse (en ocasiones muy
rápidamente, a causa del abandono de las tierras menos fértiles puestas a producir
durante la fase final del período expansivo anterior).

Hasta los gráficos. Sigamos.

En el último milenio, los grandes estallidos inflacionarios en Occidente se dividieron en

18
cuatro grandes oleadas. Técnicamente no hubo una sola revolución de los precios, sino
cuatro, en los últimos mil años:

- la revolución de los precios bajo medieval, la del largo siglo XIII, que se
extiende entre 1180 y la década de 1310 (es una centuria que habría durado 130 o 140
años, según como hagamos el cálculo).

- la revolución de los precios del Renacimiento, que es la que nos interesa a


nosotros, con 150 años de duración, de 1470 a 1620.

- la revolución de los precios del corto siglo XVIII, que se inicia en 1730, que
alcanza su pico máximo durante la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, y
que comienza a ceder hacia 1820. Es un corto siglo XVIII de 90 años de duración.

- la revolución de los precios del siglo XX, que comienza en 1896 en términos
estadísticos, y que técnicamente sigue hasta el presente, con muchos altibajos, con
aceleraciones y desaceleraciones en la suba de precios.

Amén de estas oleadas inflacionarias, de estas múltiples “revoluciones de los precios”


asociadas a la expansión económica, nosotros nos encontramos también en lo que hace a
la dinámica pre-industrial, con crisis, que a veces duraban también un siglo o más. Pero
para no caer en reduccionismos, es importante entender que las expansiones y las crisis
no agotan la explicación del funcionamiento del feudalismo, pues entre unas y otras
identificamos también períodos de equilibrio, que en materia de comportamiento de
precios eran mesetas. Estos periodos de equilibrio o amesetamiento son muy
importantes porque funcionaban como las plataformas de lanzamientos de las fases de
expansión que se iniciaban a continuación. En los últimos ocho siglos podemos aislar:

- la fase de equilibrio del siglo XII, que culmina en 1180.


- la fase de equilibrio del primer Renacimiento, del Quattrocento, que se extiende
entre 1400 y 1470, y que es el eslabón entre la crisis del siglo XIV y la expansión del
XVI.
- la fase de equilibrio del primer Iluminismo, 70 años fascinantes en materia de
comportamiento de variables económicas que se extienden entre 1660 y 1730, cuando

19
se configura una suerte de contra-revolución de los precios.
- la fase de equilibrio victoriano, entre 1820 a 1896.

Quien propone hablar de oleadas en lugar de ciclos inflacionarios, es un historiador


norteamericano, David Hackett Fisher, que hace unos 20 años publicó por la prensa de
la Universidad de Oxford The Great Wave, un análisis comparado de las revoluciones de
los precios que acabo de señalar. Hackett Fischer rechaza hablar de ciclos inflacionarios
porque los ciclos, precisamente, son procesos fijos, regulares y predecibles, y las
oleadas son todo lo contrario: la impredecibilidad y la irregularidad son sus principales
características. De hecho, acabamos de ver que algunas oleadas inflacionarias duraron
90 años y otras 150. Una expansión, como la originada en la revolución feudal, duró
doscientos cincuenta años, mientras que la de la primera Edad Moderna se extendió sólo
por ciento cincuenta.

Las oleadas inflacionarias tienen, sin embargo, un elemento en común: todas


comenzaron en periodos de gran prosperidad económica y todas desembocaron en crisis
sociales de alta intensidad.

Vamos a empezar a describir, muy brevemente, la revolución de los precios del siglo
XIII, para comprender mejor la originalidad de la revolución de los precios del siglo
XVI.

Si seguimos a Sir Michael Postan, en Inglaterra, en los 140 años que van de 1225 a
1345, los precios de los alimentos subieron a un promedio de 0.5% por año. La cifra
puede sorprender por lo exigua. Ustedes dirán ¿se justifica hablar de revolución de los
precios con medio punto de crecimiento anual? Hay que tener en cuenta que estamos
hablando de un universo que es pre-industrial, y por lo tanto, más que la intensidad de la
suba anual lo que importa es la duración en el tiempo del fenómeno. Y acá estamos
hablando de medio punto porcentual anual pero durante 140 años seguidos. Esta
perdurabilidad provocaba un efecto acumulativo que deterioraba dramáticamente, con el
paso de las décadas, las condiciones de vida material de los sectores populares urbanos
y rurales. Y a ello había que sumarle la falta de antecedentes: para encontrar un siglo en
el cual los precios en Europa se hubieran comportado igual que en el XIII habría que
remontarse a la crisis del siglo III, y nadie que vivía en tiempo de las cruzada tenía el
menor conocimiento de cómo se habían comportado los precios en tiempos de

20
Diocleciano. La falta de referencias también generaba nerviosismo y atemorizaba.

No todos los precios de las mercancías subieron por igual en el siglo XIII, Voy a hacer
un cuadro muy simple. Voy a comparar el comportamiento de los precios de una serie
de mercancías en Inglaterra. Me baso en las series estadísticas de James Edwin Thorold
Rogers, un erudito del siglo XIX que hizo tan bien su trabajo que hasta el día los
historiadores abrevan en él. Vamos a comprar los precios entre la década de 1261-1270
y la de 1311-1320. Contrastemos los precios de la leña, el carbón, el ganado, el trigo, la
ropa de segunda calidad, los clavos de hierro (ejemplo de producto manufacturado
costoso) y la pañería de lujo (directamente ya un bien de prestigio). Vamos a asignarles
un índice de 100 a los precios de todas estas mercancías en nuestra década de arranque,
en nuestro punto de partido. ¿Cuál es el índice que corresponde asignarles 60 años
después? 277 para la leña, 193 para el carbón, 177 para el ganado, 166 para el grano,
102 para la ropa de segunda calidad, 97 para los clavos de hierro, 91 para la pañería de
lujo. Conclusiones: a diferencia de lo que va a suceder durante el siglo XVI, en el XIII
son los precios de las mercancías asociadas a la energía los que suben con más
velocidad, más incluso que los de los asociadas a los alimentos de primera necesidad. Al
mismo tiempo, observamos cómo se cumple una de las leyes de hierro que condicionan
la dinámica de las economías pre-industriales: los precios de los productos
manufacturados crecen mucho más lentamente que los agrarios, hasta el punto que en
las décadas finales de la fase expansiva entramos en una fase de deflación en lo que
respecta a los bienes de lujo.

Décadas 1261-1270 1311-1320


Producto
Leña 100 277
Carbón 100 193
Ganado 100 177
Grano 100 166
Ropa de segunda calidad 100 102
Clavos de hierro 100 97
Pañería de lujo 100 91

21
Al igual que sucederá durante el siglo XVI, en el XIII aumentó enormemente la masa de
metálico acuñado, de metálico transformado en moneda, la masa de medios de pago.
Era tan próspera la Europa del siglo XIII que volvió a acuñar moneda de oro, lo que no
ocurría desde los tiempos del Imperio Romano. Son las ciudades del norte de Italia las
que hacen punta al respecto, primero Génova, después Florencia, y en 1284 los
venecianos acuñan sus primeros legendarios ducados de oro. El ducado de oro
veneciano fue la moneda fuerte de la Edad Moderna, cumpliendo un rol similar al que la
libra esterlina inglesa tuvo en el siglo XIX. Son dos ejemplos clásicos, de manual, de
monedas súper-fuertes, hiper-sobrevaluadas. De hecho, el ducado veneciano no fue
devaluado jamás en toda su historia, es decir que jamás se alteró la ley de la moneda
esta moneda metálica entre 1284, en que se acuñaron las primeras piezas, y 1797, año
en el que desapareció la República de Venecia como entidad política independiente a
causa de la invasión de Napoleón. Jamás sufrió devaluación alguna. Esta decisión de
política económica de mantener sobrevaluada la moneda trajo consecuencias casi yo
diría nefastas para la economía veneciana. Porque una moneda tan fuerte poco menos
que bloqueaba por completo las exportaciones locales y facilitaba enormemente las
importaciones de mercancías foráneas. Es evidente que la clase gobernante veneciana el
sólido ducado de oro fungía como el símbolo máximo del imperio, de esa talasocracia –
a la vez guerrera y mercantil– que era la Señoría Veneciana. Pero insisto en el impacto
negativo que la fortaleza de la moneda local tenía para su sistema productivo. Por caso,
fue en parte responsable del colapso de la pañería de lujo veneciana durante la crisis del
siglo XVII. Los paños de gran calidad estaba perdiendo aceleradamente mercado por
entonces en beneficio de las new drapperies, de una pañería más basta y económica.
Pues bien, si a ello le sumamos que los precios de las telas suntuarias venecianas tenían
precios artificialmente elevados por la decisión política de las autoridades no tocar la
moneda, directamente se entiende por qué resultaban invendibles en el resto del
continente.

Los salarios reales fueran una de las grandes víctimas de la expansión del siglo XIII,
como lo volverán a ser en el XVI. En gran parte de Europa cayeron entre un 25% y un
40%. Los cánones de arrendamiento y las tasas de interés, por el contrario, fueron dos
de los grandes ganadores del siglo XIII, como lo serán durante el Renacimiento. A nivel

22
europeo, por ejemplo, durante los últimos años de la expansión, mientras que los
alimentos subieron a un promedio del 1% anual, los cánones de arrendamiento subieron
un 2%: un rito de suba un 100% más elevado. En cuanto al incremento del costo del
dinero, pongamos como ejemplo lo sucedido con las tasas de interés en las ciudades del
norte de Italia, donde pasaron de un 12% en 1230 a un increíble 20% en 1330, es decir,
un aumento del 60% (tengamos en cuenta que el 5% era la cifra máxima tolerada por la
teología moral para no calificar como usurario a un préstamo a interés). En función de
lo dicho queda claro que en el siglo XIII tuvo lugar un fenómeno característico de estas
fases seculares de crecimiento del sistema (lo mismo volvería a suceder en el 1500): con
el paso de las décadas fue aumentando cada vez más la brecha entre el retorno que
producía el trabajo asalariado y el retorno que producía la renta del suelo y el préstamo
a interés. El fenómeno en parte explica por qué la situación social de los sectores
populares urbanos y rurales se fue tornando dramática y empeorando a medida que
llegamos a las fases finales de estos períodos expansivos.

A la expansión del XIII le siguió la crisis del XIV, y a la crisis del XIV el equilibrio del
siglo XV, que es importante para nosotros porque fue la plataforma de lanzamiento de la
expansión del XVI. Todos los indicadores en el siglo XV crece, pero a cámara lenta. La
estructura demográfica empezó a moverse, pero con exasperante lentitud. Eso nos ayuda
a comprender lo catastrófica de la caída demográfica del siglo XIV. Por tomar un
ejemplo, al que recurre Hackett Fisher: la ciudad de Pistoia, en Toscana, a fines del siglo
XIII era una gran metrópolis de 40.000 habitantes; pues bien, a principios del siglo XV
sólo contaba con 14.000 habitantes (una caída de la población del 65%). Podría darles
decenas de ejemplos de ciudades que experimentaron bajas similares. Las tasas de
interés y los cánones de arrendamiento bajan drásticamente durante la crisis y
continuaron en niveles muy deprimidos durante la meseta del siglo XV. En Francia y en
los Países Bajos, entre 1370 y 1470, la tasa de interés descendió en un 50%. El precio
del grano, y en consecuencia de la harina y del pan, en gran parte del centro de Europa
se mantuvo increíblemente estable en los 50 años que van de 1437 a 1487. ¿Y esta
constatación qué tiene de original? Bueno, que a partir de fines del siglo XV comenzará
una fase inflacionaria de 150 años de duración, un siglo y medio durante el cual ni en un
solo año dejará de crecer el precio de pan en forma continua. Los salarios reales
tendieron a recuperarse mucho durante las crisis, y continuaron elevados durante el
equilibrio del 1400, porque la demografía tardaba en reponerse. Para seguir con el

23
ejemplo de Pistoia, en la segunda mitad del siglo XIV los salarios reales de los
trabajadores no especializados subieron un 100%. Se comprende por qué cuando se
buscó relanzar la estructura agraria en las décadas centrales del siglo XV los señores
feudales optaron por arrendar las tierras de sus reservas a campesinos enriquecidos, y no
encarar ellos la tarea de fundar pueblos, terruños o señoríos nuevos para repoblar los
suelos abandonados durante la crisis: simplemente porque el costo de la mano de obra
era muy elevado. A la espectacular suba del salario real en las ciudades habría que
agregarle la no tan espectacular, pero muy visible tendencia a la reducción de la tasa de
la renta feudal en el campo, reducción típica de los períodos de repoblamiento o
recolonización interna del continente (nadie iba a conseguir individuos dispuestos a
abandonar la comodidad de las áreas de antigua asentamiento para probar suerte en las
de nuevo poblamiento si no obtenía por parte de los señores una mejora en las
condiciones de dependencia material y económica). Si sumamos, repito, la suba del
salario real en las ciudades y una tendencia a la baja de la renta feudal en el campo,
llego a la conclusión de que estas décadas centrales del siglo XV quizás fueron la
verdadera edad de oro de los sectores populares urbanos y rurales en le Europa anterior
al desarrollo industrial del siglo XVIII. Si a mí me preguntan en qué época del tardo-
medioevo o de la primera modernidad me hubiera gustado vivir, en las fases de
expansión o en los períodos de crisis, yo respondería que en ninguno de los dos.
Claramente en las fases de expansión no, porque los salarios nominales tendían
atrasarse, la inflación se aceleraba, la marginalidad aumentaba, el acceso a la tierra se
tornaba imposible. A menos de que uno fuera un gran latifundista o rentistas del suelo,
aquellos no eran tiempos apropiados para los pequeños productores o para quienes
carecían por completo de acceso a la tierra. Tampoco elegiría vivir en los periodos
seculares de contracción, porque ni la peste bubónica, las guerras, las revueltas
campesinas o las hambrunas configuraban un panorama demasiado alentador que
digamos. Yo hubiera respondido que elegiría los períodos de equilibrio, como las
décadas centrales del siglo XV o los años posteriores al 1660. Dado que estos fueron
períodos de comida abundante y barata. Ahora bien ¿por qué no terminaron de
convertirse en genuinos períodos de prosperidad generalizada? A causa de la guerra. En
el siglo XV, la guerra intestina que afectó a todas las monarquías tardo-feudales
principales (Inglaterra, Francia, Aragón, Navarra, Castilla….). En el siglo XVII, las
guerras inter-estatales impulsadas por Luis XIV, de un poder destructivo en términos
humanos y materiales por completo desconocido antes del 1500.

24
Bien, hemos visto ya la expansión del siglo XIII, la crisis del siglo XIV y el equilibrio
del siglo XV. Y así llegamos por fin a la Revolución de los Precios del siglo XVI. El
fenómeno de la suba sostenida de precios comenzó a sentirse en primer lugar en el sur
de Alemania y en el norte de Italia, antes que en cualquier otra región europea. Lo cual
es muy coherente, pues eran provincias con alta densidad demográfica, con una red
urbana muy sofisticada, donde circulaba mucha moneda. Por algo la banca, como
herramienta financiera moderna, nace en dichas provincias (los Függer y los Welser
eran oriundos de Augsburgo y los Médici de Florencia). La estabilidad del valor del
grano se quiebra definitivamente en Florencia, en la Toscana, en el centro-norte de
Italia, en 1472. Y lo mismo sucedió en Múnich y en Augsburgo, en Baviera, en
Alemania meridional. De allí en adelante el precio del pan en estas ciudades no dejo de
subir ni un solo año durante el siglo y medio siguiente. Para encontrarnos con el mismo
fenómeno en Francia y en Inglaterra tendremos que esperar diez años más, hasta la
década de 1480. El mismo fenómeno comienza a percibirse en la Península Ibérica en la
década de 1490.

En Europa, los precios de las mercancías subieron un 1% anual en promedio en el


transcurso del largo siglo XVI. Volvemos a toparnos con un porcentaje extremadamente
bajo si lo comparamos con los hiper-inflaciones en el capitalismo, como la que afectó a
la República de Weimar en la década de 1920 o a la Argentina en 1989. Pero repito lo
que dije hace unos minutos: en la sociedad preindustrial lo relevante no es tanto la
intensidad de la suba anual cuanto la perduración del fenómeno en el tiempo. De todos
modos, y aún cuando la importancia cuantitativa de la suba no es el factor determinante,
no por ello tenemos que dejar de observar que el promedio de la suba anual es el doble
en el 1500 que en el 1200: 1% contra 0.5%.

También el aumento de población fue más importante en el siglo XVI que en la anterior
fase expansiva. Ya aludí a la existencia por entonces de una verdadera explosión
demográfica, y di el ejemplo de Inglaterra, que rompió todos los parámetros a aumento
poblaciones en el mundo pre-industrial en el planeta tierra.

- La imagen que vemos proyectada en estos momentos en al pizarrón resulta


particularmente útil porque refleja el movimiento de los precios del grano en tres
regiones, Inglaterra, Francia, Alemania, durante la totalidad la Edad Moderna.
Permite diferenciar muy claramente cada centuria. Por ejemplo, fíjense ustedes

25
el siglo XVI: la curva muestra una suba sostenida de precios, un aumento
constante sin interrupción alguna. Eso es la revolución de los precios. Veamos
ahora el XVII: percibimos un amesetamiento inicial, y a partir de 1650 una
genuina etapa de deflación o descenso sostenido de los precios. Y si finalmente
yo miro el siglo XVIII, observamos que la baja de precios continúa hasta 1730,
para después iniciar una curva ascendente notable que ya no se detiene hasta la
tercera década del siglo XIX.

-
Éste

26
cuadro que vemos en pantalla describe la evolución del crecimiento demográfico
en el Renacimiento. Por de pronto queda demostrado que el fenómeno tuvo
dimensiones pan-europeas. En total, en toda Europa (Oriental y Occidental) la
población creció un 22% entre 1500 y 1600. Pero el desagregado regional
sorprende aún más. Hay regiones como Escandinavia donde la suba fue del 63%.
En Inglaterra y Países Bajos fue de un 54% (refleja sólo el crecimiento entre
1500 y 1600; para el caso inglés ese valor no refleja los cincuenta años restantes
que forman parte del largo siglo XVI). En España e Italia la población subió un
32%. Regiones muy atrasadas, como el este de Europa y los Balcanes, también
experimentaron aumento de población (un 13% y 25% respectivamente). La
excepción, que los demógrafos no han podido explicar hasta ahora plenamente,
es Francia, con un incremento, mucho más moderado, del 5%. Pero la cantidad
de habitantes en el reino galo también sube.

En el siglo XVI, los precios también aumentan en forma diferenciada, como ya había
sucedido en el siglo XIII. Voy a hacer otro cuadro en el pizarrón, basándome esta vez en
los datos que ofrecen Donald Coleman y Peter Bowden. Voy a comparar los precios de
cinco mercancías. Cada celda va a cubrir dos décadas. Nuestro punto de partida son las
décadas de 1450-1469, y nuestro punto de llegada serán las décadas de 1610-1629.
Vamos a comparar los precios del grano, del ganado, de la leña, de las manufacturas y
los salarios rurales. Le asignamos un índice 100 a los precios de todas estas mercancías
en el arranque. ¿Qué índices corresponde 180 años después? 788 para el grano, 649 para
el ganado, 500 para la leña, 294 para las manufacturas, 296 para los salarios rurales.

Décadas 1450-1469 1610-1629


Producto
Grano 100 788
Ganado 100 649
Leña 100 500
Manufacturas 100 294
Salarios rurales 100 296

Conclusión: en el siglo XVI los precios de los alimentos crecen más que los de las
mercancías asociadas a la energía. También constatamos que se sigue cumpliendo una
de las grandes de leyes de hierro de esta clase de economías: los precios de los bienes
manufacturados y los salarios nominales siempre son los últimos en lo que a intensidad
del aumento se refiera. Siempre son los precios que menos suben. Nótese la gigantesca

27
brecha entre salarios nominales y los precios de la comida. Aquí se observan a pleno las
consecuencias fácticas del tipo de relaciones sociales que imperaban en el feudalismo.
¿Quién se quedaba con esta súper-renta? Los dueños de la tierra. Y aclaro que cuando
aludo a los rentistas del suelo no sólo estoy pensando en los señores feudales sino
también en la monarquía y en la Iglesia.

- En esta filmina se observa con claridad el efecto tijera al que antes hice
referencia. Estas curvas se remiten al caso inglés. La línea continua refleja los
precios de los cereales, mientras que la línea de puntos reconstruye los precios
de los bienes manufacturados. Se percibe como con el transcurso de las décadas,
aunque ambas clases de precios se incrementan, cada vez se van alejando más
unos de otros.

Los salarios reales fueron uno de los grandes perdedores del siglo XVI. Caen más
incluso que durante el siglo XIII: se estima que en un 50% en promedio. Lo notable es
que en regiones que no tenían contactos de ninguna clase entre si, el comportamiento de
los salarios reales era idéntico.

- En esta filmina observamos el comportamiento y la evolución del poder de

28
compra de los salarios en tres regiones muy alejadas entre sí: el sur de Inglaterra,
Viena (en Europa central) y Valencia (en el Levante español, sobre el
Mediterráneo). Las tres curvas son iguales: parecen trazadas por la misma mano.
Se superponen y se tapan entre sí. Identificamos aquí otra de las leyes de hierro
que regulaban el funcionamiento de esta clase de economías durante sus fases
expansivas.

- La siguiente filmina refleja exactamente el mismo fenómeno, pero las regiones


contrastadas son otras: sur de Inglaterra, Alsacia y Francia. Siempre las curvas
van hacia abajo, con valores similares.

29
Los cánones de arrendamiento y las tasas de interés fueron otros grandes ganadores del
siglo XVI. Según los datos que nos ofrece Eric Kerridge, en un trabajo clásico de
mediados del siglo XX, en Inglaterra los cánones de arrendamiento se multiplicaron por
nueve. En Flandes, por 11. Y en el norte de Alemania, por 14.

- En esta filmina vemos la comparación de los precios de los cereales, la lana y la


tierra en Inglaterra. Las cifras de nuevo son muy contundentes. Los índices que
hacia 1600 corresponden a estos tres rubros son 435, 262 y 672,
respectivamente. Los cánones de arrendamiento siempre ganaban todas las
carreras. Todas las mercancías subían de precio en el 1500, pero claramente el
precio de la tierra era el que crecía con más intensidad. Ergo, si yo era un señor
feudal, ¿qué me convenía hacer? Arrendar la tierra y cruzarme de brazos a

30
esperar a que me pagaran todos los años el correspondiente canon. Si yo me
abocaba a explotar en forma directa mi reserva, contratando la mano de obra
requerida por mi cuenta (tengamos en cuenta que por todo lo dicho el costo del
trabajo asalariado no era demasiado elevado en el período), el beneficio que yo
iba a obtener vendiendo en el mercado el producto generado por mis tierras, lana
o cereal, era mucho menor que la renta que podía conseguir alquilando ese
mismo suelo a terceros mediante contratos de corta duración.

- Esta curva que vemos ahora grafica exactamente lo mismo. La línea continua
representa los cánones de arrendamiento, y la punteada el promedio de suba de
los precios de las restantes mercancías. A excepción de algunas coyunturas,
siempre la línea continua está por encima de la punteada.

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- Esta filmina nos permite ver el comportamiento de las tasas de interés en el siglo
XVI, también siempre al alza en diferentes mercados, como Amberes, Lyon,
Florencia y Venecia. Esta convergencia es más fácil de explicar. Siempre entre
los mercados de capitales existía más interconexión, aunque las comunicaciones
fueran más lentas que en el presente y no hubiera internet, que las conexiones
que podían darse entre mercados de trabajo o de tierras ubicados en regiones
alejadas entre sí. En el siglo XVI las letras de cambio permitían perfectamente
operar desde Lyon y transferir dinero a Amberes, Venecia o Florencia, sin
siquiera tener que trasladar la moneda física. Cualquiera sea el caso, las tasas de
interés suben notablemente entre 1500 y 1600. El estado moderno fue en gran
parte el responsable, a causa de la guerra, mayormente por el costo de la guerra.
Los Habsburgo, en un momento de desesperación, con un ejército que se les
sublevaba si no recibía su soldada de inmediato, llegó a aceptar un 50% de
interés anual.

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Bajo estas condiciones, las contradicciones que el propio sistema feudal fabricaba por la
manera peculiar en que crecía y se expandía, sin transformar cualitativamente la
estructura agraria, sin modificarla, simplemente inflando –como si fuera un globo de
helio– las esferas financiera y comercial, no podían sino empezar a manifestarse muy
pronto. Y éso fue efectivamente lo que sucedió. La crisis sistémica que se avecinaba
comenzó a manifestarse primero en el campo, obviamente, porque era en el campo
donde no se habían hecho los deberes. En algunas regiones del Mediterráneo, la
estructura agraria ya comenzó a dar muestras de agotamiento hacia 1570. García Sanz lo
dejó en claro en su estudio sobre la Provincia de Segovia. También en Italia comenzaron
a manifestarse problemas similares. En las décadas finales del siglo XV, el gran duque
de Toscana en forma repetida debió alquilar barcos y enviarlos a Polonia para traer
reservas de trigo que permitieran cubrir las necesidades mínimas de los habitantes de su

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principado.

Para la década de 1590 reaparecen los cuatro jinetes del Apocalipsis, los epifenómenos
características de las crisis sistémicas antiguorregimentales. Por de pronto, se trató de
una década de carestía generalizada, el período que en la bibliografía en inglés se
conoce como “the great dearth”, la gran carestía, que es ya un fenómeno pan-europeo,
pues afectó a Inglaterra, Francia, Alemania, Escandinavia, Hungría, Rusia, Francia,
Irlanda y España. También en la década final del siglo XVI, y el dato en sí es en
extremo sugestivo, reaparece la peste bubónica, tras 150 años de ausencia en el
escenario europeo. El fortísimo brote que entonces afectó al norte de Francia provocó en
la ciudad de Laon la muerte de Jean Bodin, en 1596. Esta epidemia fue exportada en
barco al norte de España, a la región cantábrica, donde provocó medio millón de
muertes entre 1597 y 1602. Luego estallarán brotes pestilenciales mucho más severos en
el siglo XVII: la terrible peste de Milán, de 1629-1631, de la que dejó terrible
testimonio el Cardenal Federico Borromeo, y la peste de Londres, de 1665-1666, que
permitió al gran Daniel Defoe escribir su Diario del año de la peste.

Finalmente, tarde pero seguro, la crisis terminó afectando a la esfera de la circulación, al


comercio. ¿Cuándo? En torno a la década de 1610. La simultaneidad cronológica de los
datos con los que contamos no deja de impresionar. En el Mar Báltico, el pico máximo
de naves mercantes se alcanzó hacia 1600. En Sevilla, el pico máximo de la actividad
comercial medida en función del tonelaje de los barcos que entraban y salían del puerto,
se alcanzó en 1610. En Venecia y en Marsella, para mencionar dos mega-puertos del
Mediterráneo, los ingresos aduaneros declinan catastróficamente a partir de 1618. Y en
Danzig, que era el puerto de salida del grano polaco, el comercio comenzó a colapsar
hacia 1619.

Ergo, la crisis se inició en el campo porque el campo fue el que la fabricó. Pero
ineludiblemente terminó afectando también a las finanzas y a las actividades
mercantiles. Para 1620 la crisis es general en todo el continente: Europa está en crisis, o
estancada en el mejor de los casos, y va a continuar así por lo menos durante 110 años
más, al menos hasta 1730. El peor momento, el momento de la mayor depresión, es el
que transcurre entre 1640 y 1660, quizás los años de la verdadera crisis del siglo XVII.
El tema lo van a desarrollar con Soledad Justo la próxima semana.

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