Está en la página 1de 42

HISTORIA MODERNA 2021

Teórico 27

Prof. Fabián Campagne

La caza de brujas (I): la descripción del fenómeno

La clase de hoy va a estar dedicada al tema de la demonología radical y la caza de


brujas.

Necesito comenzar definiendo el fenómeno, lo que en los manuales de Historia


Moderna se conoce como “caza de brujas”. ¿Qué fue y en qué consistió? En los 250
años que se extienden aproximadamente entre 1430 y 1680 Europa Occidental, y por el
momento dejo de lado a Europa Oriental, se vio inmersa en la persecución masiva, por
vía judicial, de un crimen imaginario. Esto fue la caza de brujas: la persecución masiva
por vía judicial de un crimen inventado, ficticio, de imposible concreción, que sin
embargo provocó entre 40.000 y 50.000 víctimas según los especialistas que se
consulten. Subrayo “por vía judicial”, porque estoy dejando de lado a las víctimas
provocadas por los linchamientos, más o menos espontáneos, que por deficiencia de las
fuentes no se pueden cuantificar.

Este mini-holocausto temprano-moderno, la caza de brujas, comenzó muy súbitamente


hacia 1430, en la más absoluta solución de continuidad con el pasado medieval. No son
los medievales, los alguna vez descriptos como barbaros, atrasados y supersticiosos
medievales los que persiguen en forma masiva a la brujería por vía judicial. Tampoco la
Edad Contemporánea, obviamente. Ni siquiera el siglo XVIII, todavía en el marco de la
llamada Edad Moderna en Occidente, fue escenario de cazas de brujas. Es la
modernidad temprana, el período que se extiende entre los siglos XV y XVIII, la que se
obsesiona con la extirpación de la brujería. Las relacionadas con este fenómenos son
hogueras de la modernidad como me gusta llamarlas a mí, un fenómeno
irreductiblemente temprano-moderno. En rigor de verdad es parte de la cara oscura del

1
proyecto moderno, como también lo son la trata atlántica o la conquista de América.
Vamos a ver, incluso, que existe una relación bastante directa entre cambio económico y
represión judicial de la brujería. En las regiones más atrasadas o estancadas del Viejo
Mundo, en las más ruralizadas o feudalizadas, por lo general no tuvo lugar la cacería
judicial de brujos y brujas.

Los propios teólogos que definían el fenómeno en términos teóricos y los juristas que
fundamentaban la represión en términos prácticos, es decir, los ideólogos de la caza de
brujas y los agentes de la caza de brujas, eran conscientes de que lo que ellos decían
perseguir de 1430 en adelante era una amenaza nueva, distinta de cualquier otra hasta
entonces no conocida.

La abrumadora mayoría de las víctimas que provocó la caza de brujas murieron en los
60 años claves que se extienden entre 1570 a 1630, la llamada era de la gran caza de
brujas propiamente dicha. ¿Ven cómo se reafirma lo que dije hace segundos? La caza de
brujas es un fenómeno indefectiblemente moderno, mitad renacentista y mitad barroco.

Se calcula que un 80% de las víctimas provocadas por la caza de brujas fueron mujeres.
Lo cual nos deja un 20% minoritario, pero extremadamente importante, de varones
condenados a muerte por el mismo delito. Según como hagamos la cuenta tendremos
entre 8.000 y 10.000 hombres convictos por el delito de brujería. No son pocos. Como
digo todos los años, esto implica que la caza de brujas evidentemente fue un fenómeno
género-relacionado, porque de lo contrario no se entendería el 80% de víctimas
femeninas. Pero es evidente que no fue un fenómeno género-determinado, porque
entonces no se entendería el 20% de víctimas masculinas.

Los jueces laicos y eclesiásticos que reprimen la brujería a partir de mediados del siglo
XV ¿qué creían estar persiguiendo? Eran conscientes que no estaban persiguiendo un
crimen individual sino un delito colectivo, grupal. Lo que decían estar atacando era una
conspiración nueva, orquestada por el demonio en persona. En un contexto fuertemente
apocalíptico, en el que le grueso de la intelectualidad en Occidente imaginaba que el fin
de los tiempos estaba muy próximo, los demonólogos renacentistas denunciaban la
irrupción de un complot inédito, orquestado por Satán en persona para arrebatarla a la
divinidad el control de la Creación, para subvertir el ordo cristiano. Era una asociación
secreta lo que se pretendió perseguir desde principios del siglo XV hasta muy entrado el

2
siglo XVII, un peligroso grupo clandestino, una súper-herejía, una suerte de herejía de
última generación llamada a subsumir a todas las herejías existentes hasta entonces. Lo
que se estaba exterminando en última instancia, o lo que se imaginaba o se decía estar
eliminando, era una secta de demonólatras. Eso eran las supuestas brujas y los supuestos
brujos del Renacimiento, una secta de adoradores del demonio.

Esta persecución masiva de un crimen imaginario por vía judicial se fundamentó en una
de las versiones más extremistas de la teoría del complot jamás pensada por la cultura
de Occidente, una de las versiones más exageradas del paradigma del enemigo interior.
Me refiero al famoso estereotipo del sabbat. ¿Qué se suponía que era el sabbat? Se
trataba de una reunión, asamblea, una convención. La brujería era un crimen colectivo,
y por lo tanto se partía del supuesto de que los complotados, los conspiradores, los
miembros de esta sociedad secreta, los sectarios, se reunían periódicamente en el sabbat.
La mitología demonológica imaginaba que se celebraba en los bosques, en espacios
yermos y despoblados, alejados de los cascos urbanos, aunque también hubo casos de
supuestos sabbats celebrados en las ciudades. ¿Qué es lo que se hacía supuestamente en
el sabbat? Por un lado se tributaban honores divinos al demonio, que presidía la
asamblea de cuerpo presente; se adoraba como Dios al fundador de la secta, al jefe de la
conspiración. Y por otro lado se planificaban futuros atentados contra la sociedad
cristiana. Con el paso de las décadas, muy especialmente en el mundo católico se fue
acentuando el aspecto ritual del sabbat, hasta el punto de que ya para 1600 cada vez más
se asemejaba a una misa invertida, a una contra-religión paródica de la verdadera.

En un comienzo, en las décadas centrales del siglo XV, esta impía reunión nocturna de
los adoradores del demonio se llamaba “sinagoga”. Tan sólo hacia fines del siglo XV se
impuso el término “sabbat”. Es autoevidente que ambos términos remiten a la ritualidad
judía. Sin embargo tengamos cuidado. En este préstamo lexical empiezan y terminan las
conexiones entre el anti-judaísmo bajo medieval y la caza de brujas temprano-moderna.
Siempre fueron configuraciones represivas que discurrieron por andariveles separados,
con muy pocos, por no decir ningún vaso comunicante. Esto es muy fácil de probar. A
los judíos ya desde los siglos XIII y XIV, muy especialmente en el centro de Europa, el
área más afectada por la futura caza de brujas, comenzó a acusárselos de los más
horribles delitos, también imaginarios. Se los acusó, por caso, de apoderarse de la hostia
consagrada -que para los católicos es Dios- para clavarle puñales o para arrojarla a los

3
cerdos. Fueron víctimas también del tristemente libelo de la sangre, que les endilgaba a
los judíos el secuestro de pequeños niños cristianos durante la Semana Santa, con el
objetivo de torturarlos e incluso crucificarlos para burlarse del evento central de la
historia de salvación cristiana. Como consecuencia de estas campañas de difamación
aljamas y juderías enteras fueron arrasadas y destruidas en muchas regiones de Europa,
especialmente en Alemania. Pero jamás se acusó a los judíos de formar parte de la secta
de demonólatras, de asistir al sabbat. A su vez, a los brujos y a las brujas se los acusó de
practicar en el sabbat un interminable listado de crímenes nefandos, pero jamás se los
acusó de practicar rituales judaicos. En el sabbat los demonólatras se burlaban e
invertían los rituales cristianos, no practicaban el judaísmo.

En España, para nombrar a la sacrílega asamblea de los adoradores del demonio se


inventó una palabra, se recurrió a un neologismo desde principios del siglo XVII, una
palabra que no existía y que se construye a partir de raíces y de fonemas de la lengua
vasca. Me refiero al término aquelarre, que de allí en más se impuso en castellano
exacto sinónimo de sabbat. Aquelarre significa en vasco algo así como “pradera de la
cabra macho”, “pradera del cabrón”, “pradera del chivo”. Hasta entonces en España,
donde el estereotipo del sabbat nunca penetró con ímpetu ni prendió con fuerza –España
no fue tierra de caza de brujas-, a la reunión sacrílega y nocturna de los adoradores del
demonio se la llamaba junta, juntamiento, ayuntamiento. En Italia el vocablo sabbat
tampoco era frecuente, pues se lo reemplazaba por la expresión “convención”, y más
frecuentemente gioco, el juego de las brujas.

Ahora bien, fue el sabbat, entendido como una construcción de la alta cultura teologal
tardo-medieval, el que permitió montar una persecución judicial “tipo cacería”. ¿Por
qué? Recordemos que la brujería renacentista era definida como un crimen secreto y
colectivo. Ergo, cuando un magistrado laico o eclesiástico atrapaba a un sospechoso de
pertenecer a la secta, de participar del complot, lo que primero que iba a exigirle cuando
lo interrogaba eran los nombres de sus cómplices. Recordemos que según las
enseñanzas de la demonología erudita del período los miembros de este grupo de
conspiradores se reunían periódicamente en asambleas nocturnas, y por lo tanto se
veían, se conocían, compartían lo que hoy llamaríamos espacios de sociabilidad.
Entonces, lo que el magistrado exigía es que el sospechoso que había caído en poder de
la justicia delatara a los restantes participantes de la reunión, a los demás integrantes del

4
complot. Para obtener los nombres que necesitaba el magistrado que perseguía brujas
tenía en sus manos un arma letal: el interrogatorio bajo tormento. Dada la gravedad de
la amenaza y la peligrosidad que se atribuía al crimen de brujería, para reprimirlo se
empleó desde un principio el llamado método inquisitorial (con la honrosa excepción de
Inglaterra, donde imperaba un método acusatorio de base germana sustancialmente
diferente). Este método inquisitorial, que no debe asociarse necesariamente con la
Inquisición pues era un protocolo que podía ser usado por cualquier tribunal, solía
utilizarse con aquellos crímenes que podían llegar a poner en peligro la supervivencia
misma del estado y de la Iglesia. Por ello el método inquisitorial podía recurrir al
tormento judicial para el proceso de construcción de la verdad jurídica. Se contaba
desde el siglo XIII con el aval de la curia pontificia. En 1254 el Papa Inocencio IV (un
canonistas considerado como el último gran teócrata del listado de papas bajo-
medievales) firmó la bula Ad extirpanda que autorizaba el empleo de la tortura en los
procesos por herejía. Pues bien, cuando los sospechosos de pertenecer a la secta de
demonólatras eran interrogados bajo tormento de 1430 en adelante, la mayoría de las
veces terminaban denunciando a supuestos cómplices para poner de esa forma fin a la
agonía que estaban padeciendo. Algunas de las personas mencionadas también iban a
ser arrestados por el tribunal, interrogados bajo el mismo método, obligadas a ofrecer
nombres de supuestos cómplices, algunos de los cuales a su vez iban a ser detenido y
sometidos a interrogatorio bajo tormento, obligados a delatar supuestos cómplices, y así
tendencialmente hasta el infinito. Con este método los tribunales lograban armarse un
fichero de potenciales miembros de la conspiración que habilitaba persecuciones de alta
intensidad capaces de involucrar un número elevadísimo de reos y convictos.

Voy a leer una descripción del sabbat de fines del siglo XVI para que entiendan de qué
estamos hablando. Se trata de una reconstrucción tardía y consecuentemente muy rica
en detalles. Su contexto de producción es el catolicismo, por lo que los aspectos rituales
aparecen muy desarrollados, como verán enseguida. El fragmento que voy a leer lo
extraigo de la que quizás sea la demonología más ambiciosa de la Edad Moderna. Su
autor fue un jesuita español que residía en Flandes, Martín Delrío, autor de las famosas
Disquisiciones Mágicas o Disquisitionum magicarum, obra monumental que se publicó
en dos tomos en Lovaina en 1599-1600. Fíjense cómo Martín del Rio describe el
Sabbat: “Los teólogos recogen muchos casos y confesiones de reas. Voy a resumir las
más importantes. Por lo que respecta al palo o bastón lo suelen untar con un preparado

5
realizado con variedad de ingredientes extremadamente sosos, en especial con grasa de
niños asesinados. Otras veces no es el bastón lo que untan sino las piernas u otras partes
del cuerpo. Así ungidas suelen viajar montadas sobre un palo, una horquilla, una rueca
o una percha, o bien montadas en escobas, cañas, toros, puercos, machos cabríos o
perros. Por todos estos medios suelen trasladarse a la fiesta de la buena sociedad, como
llaman en Italia a la convención de las brujas. Una vez allí se enciende una enorme
hoguera, siniestra, y espantosa. El demonio preside sentado sobre su trono, en forma
horrible, casi siempre de macho cabrío o de perro. Se le acercan para adorarlo, no
siempre de igual modo. Unas veces de rodillas, otras de espalda, ocasionalmente con las
piernas por lo alto, no con la cabeza gacha, sino con la barbilla apuntando al cielo. Le
ofrecen velas de pez y cordones umbilicales. Y en señal de homenaje le besan el culo.
¿Y que hay de eso de que alguna vez remedan el sacrificio de la misa con sumo
sacrilegio, o el bautismo y demás ritos de los católicos? Voy a probar que es así.
Ofrecen al demonio la sagrada hostia, que retuvieron en la boca al comulgar, y allí
mismo delante de él, la pisotean. Cometidas estas maldades y execrables abominaciones
y otras parecidas pasan a sentarse a las mesas a celebrar un convite de manjares que les
proporciona el diablo. A veces bailan antes del banquete, a veces bailan después. Al
convite asisten unas veces a cara descubierta, otras ocultas por una máscara. A veces
desfilan ante el demonio con velas encendidas para besarle y adorarle, entonando en su
honor cantos de enorme obscenidad. Todo lo dicho lo realizan de manera ridícula y al
revés” [como pueden observar una clara lógica de inversión estructura el mito del
sabbat; se trata de carnaval siniestro en última instancia]. “Es entonces cuando muy
feamente se aparean con sus demonios amantes. Por último, proceden a relatar cada uno
las fechorías realizadas desde la última asamblea. Cuanto más graves, más alabadas
serán. Los descuidados que nada tengan que contar, o sólo pequeñas atrocidades, son
azotados con gran severidad o por el demonio o por alguno de los brujos más antiguos.
Y como despedida reciben unos polvos o venenos. La vuelta a casa la hacen a pie los
que viven cerca y los que no como vinieron, por los aires”.

Detectamos en esta descripción los diez mitologemas que conformaban el estereotipo


del sabbat:

1. el vuelo o traslado nocturno hacia el lugar de reunión, la famosa transvección


aérea, el vuelo de las brujas.

6
2. el ungüento, la crema, el preparado, el potaje que facilitaba el traslado, que lo
posibilitaba.
3. el asesinato de niños recién nacidos, de neonatos, es decir, el puericido.
4. la presencia del demonio en la asamblea, por lo general bajo aspecto
teriomórfico, es decir, apariencia animal.
5. la adoración del demonio, la apostasía, que incluía el ósculo infame.
6. las blasfemias, sacrilegios y el remedo de los sacramentos católicos, muy
especialmente el mancillamiento de la hostia consagrada.
7. el banquete, el baile, la fiesta.
8. el desborde sexual, el coito indiscriminado de los brujos con el demonio o entre
sí, que con frecuencia incluía prácticas sodomitas o incluso bestialismo.
9. el relato de las maldades llevadas a cabo desde el último aquelarre.
10. la entrega de nuevos polvos o venenos para continuar planificando y
concretando nuevos daños y atentados contra la comunidad cristiana.

El sabbat era concebido como anti-sociedad diseñada para violar de forma sistemática
los principales tabúes estructurantes la ideología judeo-cristiana, porque en él se
cometía incesto, sodomía, infanticidio, filicidio, necrofilia, bestialismo, canibalismo,
idolatría, sacrilegio, apostasía…

La mayoría de los estatutos criminales arcaicos conocidos, desde el código de


Hammurabi hasta los fueros de los concejos españoles alto-medievales pasando por las
Leyes de las Doce Tablas de los romanos o los códigos de los reinos romano-
germánicos, todos reconocían alguna u otra forma de lo que los latinos denominaban el
crimen magiae, el crimen de magia, esto es, la posibilidad de provocar a distancia daños
reales severos a la integridad física o a los bienes y posesiones de terceros. Es lo que los
antiguos romanos llamaban el crimen de maleficium, o lo que la antropología moderna
caracteriza como el modelo tradicional de hechicería.

Existe una diferencia trascendente entre el modelo tradicional de hechicería y el modelo


de renacentista de brujería. Dijimos que la brujería era concebida a partir de 1430 como
un crimen colectivo y secreto. La hechicería tiene, en términos generales, las
características opuestas. Por lo pronto no se la concibe en general como una práctica
oculta o esencialmente clandestina, porque se trata de un servicio que determinados
especialistas carismáticos prestan al resto de la comunidad. El hechicero es un miembro

7
de la comunidad, un vecino más de la aldea, temido, respetado, a quien se acudía para
obtener la solución de un problema concreto (la identificación del autor de un robo, la
cura de una enfermedad, precisiones sobre el paradero de un familiar perdido, la
búsqueda de tesoros ocultos, la obtención del amor de una dama o caballero hasta
entonces indiferente, etc.). El hechicero es un agente que ofrece servicios que consumen
los restantes habitantes del terruño, de la región o de la provincia. Además la hechicería
solía ser una práctica individual, extremadamente individual. Lejos estaba de ser una
práctica colectiva. Por eso era literalmente imposible montar en torno de ella una
persecución judicial “tipo cacería”, como sí resultaba posible armarla en torno de la
brujería. Si un hechicero era capturado en una región donde estaba prohibida su
actividad, los únicos nombres que el magistrado iba a poder exigirle eran los de su
maestro/maestra o los de su discípulo/discípula. Y no mucho más. Se trataba de los
nombres de dos o tres personas; nunca los de cuarenta o cincuenta miembros de una
supuesta secta clandestina.

Para que terminemos de comprender la diferencia tengo acá un interrogatorio modelo


pensado para ser utilizado con los sospechosos de hechicería. Fue confeccionado en la
de 1320, es decir, exactamente un siglo antes de que estalle la caza de brujas en Europa
Occidental. Lo encontramos en el que quizás sea el tratado inquisitorial más famoso de
la historia, no el mejor o el más sistemático pero sí el más. El autor es un domínico
francés, Bernard Gui, en una época famoso porque Umberto Eco lo convirtió en
personaje del Nombre de la Rosa (Si vieron la película de fines de los ’80 recordarán
que el actor que lo interpreta es Fahrid Murray Abraham, alguna vez ganador del Oscar
por su interpretación de Salieri en la película Amadeus, y en los últimos años de vuelta
en el candelero por su papel en la serie Homeland). Un siglo antes del estallido de la
caza de brujas Bernard Gui redactó la Practica Oficii Inquisitionis hæreticae pravitatis,
“La práctica del oficio de la Inquisición contra la falsedad herética”. Lo que voy a leer
ahora es un formulario estándar que Gui propone utilizar en los casos de hechicería.
Dice el texto: “Interrogatorio de hechiceros, adivino e invocadores de demonios. Al
hechicero, el adivino y al invocador de demonios que haya que examinar se le
preguntara por la naturaleza y el número de los sortilegios, adivinaciones o
invocaciones que conoce y que le hayan enseñado. Se le harán preguntas sobre la
concordia o discordia ente cónyuges; la fecundación de las mujeres estériles; sobre la
predicación del futuro; sobre los encantamientos o fórmulas mágicas para destruir frutos

8
o plantas; a quién ha enseñado esta cosa y de quién las ha aprendido u oído” [sólo estos
poquísimos nombres podían exigírsele]; “qué sabe de fórmulas o encantamientos para
curar enfermedades; se indagara particularmente la costumbre de apropiarse de la hostia
consagrada y la de robar de la iglesia el crisma y los santos oleos” [en el modelo de la
hechicería clásica también aparece la profanación de la eucaristía, pero con una
finalidad diferente de la que se imaginaba en el caso de la brujería; los demonólatras
supuestamente robaban la hostia consagrada para pisotearla, para burlarse de ella, para
profanarla delante del demonio; los hechiceros, por el contrario, codiciaban las hostias
consagradas por la potencia sagrada que se estiman contenían, para emplearlas como un
ingrediente más en sus pócimas, preparados, ceremonias, etc. Casi que se trataba de un
reconocimiento de que en dicho artefacto Dios estaba realmente presente, de que en la
hostia existía concentrada una inextinguible energía numinosa, y por eso se recurría a
ella como un ingrediente más de los usados por curandero, adivino o hechicero); “Se le
preguntará de quién ha obtenido tales enseñanzas” [la obsesión por los maestros];
“desde cuándo comenzó a ejercer tales prácticas; cuáles y cuántas personas han ido a
consultarle, especialmente desde el año en curso” [se le piden también los nombres de
los clientes, pero aún cuando pudiera endilgárseles una responsabilidad por la
permanencia de la hechicería difícilmente iba a poder acusárselos de practicar ellos
mismos la actividad; la consumían pero eso no los convertía en hechiceros); “si ya se le
había prohibido practicar tales rituales y por quién; si había abjurado de ellos y
prometido no realizarlos más; si cree en la realidad de cuanto se le ha enseñado; qué
recompensa o beneficios o regalos ha recibido por sus actividades”. Se palpa cierta
visión moderna de parte del Inquisidor, que dejaba abierta la posibilidad de que estos
adivinos o sanadores carismáticos fueran meros farsantes que no creían demasiado en lo
que estaban haciendo, pero que ofrecían sus supuestos servicios para ganarse la vida.
Por eso había que preguntarles también por los regalos que recibían u obtenían a cambio
de lo que ofrecían. Vemos que la sensación que se desprende de este interrogatorio no es
la de una persecución lanzada para desmontar a una secta o aplastar a un grupo de
complotados, sino la de la persecución de un oficio ilegal (como hoy se sanciona, por
caso, la práctica ilegal de la medicina, y no por ello nadie sostiene en el presente que
que los curanderos o falsos médicos integran una secta secreta y ominosa de enemigos
del estado).

El modelo de la hechicería clásica existe desde mucho antes de que se inventara el

9
modelo de la brujería renacentista y continuó existiendo mucho después de las brujas
dejaran de ser perseguidas por vía judicial en Europa. De hecho la hechicería hunde sus
raíces en la noche de los tiempos y continúa existiendo hasta nuestro presente (si
prenden la televisión el sábado o el domingo temprano, incluso en los canales de aire
verán espacios info-comerciales utilizados por diferentes especialistas para explicar
rituales o procedimientos capaces de neutralizar o deshacer lo que ellos llaman
“trabajos”, que no es sino un eufemismo para denotar lo que en otra época se hubiera
llamado hechizo o maleficio).

No quiero separar demasiado el modelo clásico de la hechicería del modelo de la bujería


renacentista, porque también existen puntos de contacto entre ambos. Las brujas
renacentistas también eran hechiceras, también se las acusaba de practicar maleficios.
Dijimos que en el sabbat, además de adorar al demonio y de profanar la hostia, se
planificaban futuros daños contra la sociedad cristiana. Por lo tanto, todas las brujas
eran hechiceras (aunque, por lo que ya dijimos, no todas las hechiceras eran brujas).
Ahora bien, no era la hechicería ni los maleficios los que definían al nuevo crimen de
brujería, sino la apostasía, la adoración del diablo, el sabbat, la asistencia a esta
ceremonia impía. Por ello, sobre todo cuando comience la gran caza de brujas a partir
de 1570 y especialmente en el área germana, bastará con que a un sospechoso de
pertenecer a la secta se le arranque, por lo general bajo tormento, la admisión de haber
participado del sabbat, para que el magistrado pudiera imponerle la pena capital sin
necesidad de comprobar que hubiera cometido daño alguno contra terceros. Porque si
había asistido al aquelarre se suponía que había realizado todas las maldades que allí
tenían lugar: comido carne de seres humanos, mantenido relaciones sexuales con
personas del mismo sexo y con animales, asesinado a sus propios hijos u a otros niños
recién nacidos, adorado al demonio, pisoteado la cruz, escupido la hostia consagrada,
etc. Es decir, los hombres y mujeres acusados de brujería entre circa 1430 y 1680 no
subían a la hoguera porque habían supuestamente enfermado a sus vecinos de aldea,
secado la leche de las vacas del terruño o destruido los sembradíos por medio de
tormentas de granizo, sino porque se los calificaba como adoradores del demonio,
porque habían roto el pacto básico con la divinidad cristiana que legitimaba
ideológicamente a la sociedad europea del momento.

****

10
Vamos a proponer a continuación una cronología de la represión judicial de la brujería
en la Europa Moderna. Vamos a dividir la historia de la caza de brujas en cuatro tiempos
y un hiato, una interrupción.

- La primera fase es la fase fundacional, el primer siglo, que se extiende entre


aproximadamente las décadas de 1430 y 1520.
- Por entonces comenzó un hiato, una rara remisión temporaria de la caza de
brujas: durante 30, 40 o 50 años, según la región europea que tomemos, la caza
de brujas baja de intensidad hasta casi desaparecer. Entra en stand by,
aproximadamente entre las décadas de 1520 y 1560.
- En 1570 empieza la segunda fase, que dura aproximadamente 60 o 70 años,
hasta 1630. Ésta es la gran caza de brujas propiamente dicha, la que más
víctimas provocó por vía judicial.
- La tercera fase se inicia en torno a la década de 1630 y se extiende por el resto
del siglo XVII, es decir, hasta 1700. Me queda la última fase, la que abarca el
siglo XVIII, entre 1700 y 1782. ¿Por qué 1782? Porque es la fecha de la última
supuesta bruja ejecutada por vía judicial en Europa.

Vamos a empezar con la primera fase, el siglo fundacional de la caza de brujas. Es


posible determinar con enorme precisión el inicio de la primera caza de brujas conocida
en la historia de Europa, el primer episodio fehacientemente documentado de represión
judicial de la brujería: diciembre de 1427. Se trata de la razzia que comenzó en un
cantón del sur-oeste de la Federación Helvética, el cantón de Valais, cuya capital era la
ciudad de Sion. Esto significa que la caza de brujas nació en las estribaciones de los
Alpes occidentales. Recientemente apareció alguna evidencia que parece sugerir que el
sabbat habría irrumpido por primera vez en los Pirineos, otra de las grandes cadenas
montañosas meridionales, unos pocos años antes, a principios de la década de 1420.
Pero lo cierto es que existen muy pocas fuentes que permitan constatar este relato
alternativo, amén de que las descripciones que sobreviven de este proto-sabbat pirenaico
nos muestran un estereotipo raquítico, alejado de las descripciones floridas y llenas de
detalles que surgirán en los Alpes poco tiempo después, a partir de fines de la década de
1420.

En el cantón de Valais, en el lapso de 18 meses subieron a la hoguera 200 personas,


hombres y mujeres, acusados de pertenecer a la nueva secta, hasta entonces inédita y

11
desconocida, de adoradores del demonio. Es interesante constatar que en esta primera
caza de brujas conocida de la historia la represión la llevaron adelante a la par los
poderes eclesiástico y laico. En el bajo Valais, correspondiente al norte del cantón, un
territorio bajo dominio del Príncipe-obispo de Sion, la persecución la llevaron adelante
inquisidores domínicos, mientras que en el alto Valais, en el sur del cantón, bajo
dominio del Duque de Saboya, la gran potencia regional, la persecución la llevaron
adelante magistrados seculares.

También en la década de 1430 irrumpen en la más absoluta discontinuidad,


súbitamente, como salidas de la nada, las cinco descripciones del sabbat más antiguas
que se conocen. Se materializa el sabbat en los registros escritos. Se trata de cinco
textos que remiten a cinco géneros literarios muy distintos, lo cual es una prueba del
fuerte impacto emocional que este nuevo tipo de persecución judicial debió tener en la
opinión pública local, como para que quedara registrado en textos muy diferentes entre
sí.

- Tenemos en primer lugar el relato de un historiador aficionado, la crónica de Hans


Fründ, que reconstruye la persecución que tuvo lugar en Valais a partir de 1428.

- En segundo lugar un tratado redactado por un juez secular, Claude Tholosan, que
dictaba justicia en nombre del Rey de Francia en una provincia del extremo sudoeste del
Reino, el Delfinado. Su tratado se titula Ut magorum et maleficiorum errores (Acerca
de los errores de los magos y de los hechiceros). Viendo la traducción de este tratado
redactado en latín ustedes pensarán que me estoy contradiciendo respecto de lo que dije
recién, cuando me encargué con énfasis de diferenciar conceptualmente a la hechicería y
a la brujería. En realidad no es así. El latín era por entonces una lengua en extremo
conservadora, a la que le costaba incorporar términos nuevos. El modelo de la brujería
renacentista era demasiado reciente por entonces y no existían términos latinos para
describirlo con precisión. No había más alternativas que resignificar los viejos vocablos.
Por eso, si bien literalmente la traducción del tratado de Tholosan es “Acerca de los
errores de los magos y de los hechiceros”, si aplico una mirada culturalista la traducción
correcta sería “Acerca de los errores de los magos y de los brujos”.

- El tercer ejemplo de estas tempranísima descripciones del sabbat es un manual de


inquisidores anónimo, sin dudas redactado por un inquisidor dominico. Errores

12
gazariorum. En este caso resulta muy importante el título: Los errores de los gazzari,
¿Qué significa gazzari? Gazzaro era, en singular, el término dialectal en el extremo
noroeste de Italia que se usaba para nombrar a los cataros. En pocas palabras, este
tratado anónimo se titula Errores de los cataros. Ahora bien, si nos ponemos a leerlo no
hallamos en él ninguna referencia a los cataros históricos del siglo XII ni a sus
creencias. Con lo que nos topamos en sus páginas es como demonólatras que acuden
por los aires a una sacrílega reunión para injuriar los sacramentos cristianos, escupir la
cruz y honrar a Satán como Dios. La constatación es interesante porque contribuye a
demostrar como, al menos en el origen, existió una relación muy estrecha entre la
construcción del estereotipo del sabbat y la demonización absoluta de las grandes
herejías de la Baja Edad Media. Es como si los teólogos e inquisidores que estaban
fabricando el nuevo estereotipo se hubieran convencido de que el diablo, tras milenios
de inventar herejías particulares que atacaban dogmas específicos de la fe cristiana,
decidió cortar camino e inventar una nueva mega-herejía que por medio de un único
gesto mudo permitía rechazar todos los dogmas cristianos en su conjunto: ese simple
gesto consistía en hincar la rodilla en tierra y adorar al demonio como Dios.

- El cuarto, quizás el más célebre de la lista, es el Formicarius, El Hormiguero, escrito


por el jerarca domínico Johannes Nider, prior del convento dominico de Basilea cuando
se celebró el famoso concilio, y por lo tanto uno de sus máximos organizadores. El
Formicarius es una colección de exempla (exempla es el plural de exemplum), de
fábulas con moralejas edificantes pensadas para ayudar en su tarea a los predicadores
populares. Pues bien, en dos o tres cuentos de estos cuentos aparecen extensas
descripciones del sabbat de las brujas. Terminó alcanzando cierta fama el Formicarius
porque más adelante será una de las fuentes principales del Malleus Maleficarum, el
texto fetiche de la demonología radical en la Edad Moderna, la más famosa de las
demonologías del período.

- El último texto es un largo poema, Le Champion des dames, de Martin le Franc, un


texto que pone en escena un debate entre un misógino y un defensor de las mujeres. En
un momento determinado de la discusión, el primero, entre los argumentos a los que
recurre para denostar al género femenino, recuerda que hay más brujas que brujos y
procede a describir el sabbat.

Durante los primeros treinta años de su historia la caza de brujas permaneció

13
encapsulada en la región que lo vio nacer: los Alpes occidentales. Con algunas
excepciones difíciles de reconstruir por la falta de fuentes, como es el caso de los
Pirineos, o procesos aislados en el sur de Francia, la abrumadora mayoría de los juicios
por brujería de aquellos años tuvieron lugar en los Alpes occidentales. En concreto en
tres escenarios: (I) En los cantones de Suiza Occidental: Valais, el Pays de Vaud,
Friburgo, Basilea, Zúrich. (II) En una provincia francesa del sudeste de Francia, el
Delfinado. (III) En el potente ducado de Saboya, que abarcaba en la época dos regiones
claramente diferenciadas: la Saboya histórica, que es una región francesa, y el Piamonte
italiano, con capital en Torino.

14
15
Para toparnos con un proceso por brujería de grandes dimensiones fuera de los Alpes
Occidentales tendremos que esperar hasta 1459, cuando estalle lo que se conoce como
la Vauderie de la ciudad de Arras. Arras era la capital del Artois, una provincia del
extremo norte del área de civilización francesa.

Observemos el nombre con el que se conoce a esta razzia antibrujeril: Vauderie. El


termino deriva de vaudois, es decir, valdense. Volvemos a constar que las grandes
herejías bajo-medievales funcionaban como rica materia prima para la elaboración de
las versiones tempranas del estereotipo del sabbat, Si leemos las fuentes relativas a la
Vauderie d’Arras veremos que en ellas los supuestos valdenses aludidos no guardan
relación con este herejía pauperística del siglo XII sino que se trata de demonólatras
acusados de cometer en el sabbat un interminable listado de crímenes horribles. Sin
embargo en los documentos no se los llama brujos sino valdenses. La Vauderie de Arras
generó un fuerte impacto en la opinión pública europea por varios motivos. Primero
porque se desarrolló en una ciudad próspera y rica, siendo que, por lo general, con
excepciones, la caza de brujas siempre fue un fenómeno más del campo, de las áreas
rurales. Y porque entre los condenados y los sospechosos hallamos una gran cantidad de
personas pertenecientes a la elite local, tanto a la alta burguesía urbana como a la
aristocracia al servicio del duque de Borgoña, era el soberano territorial más importante
en la región. Tradicionalmente, también con excepciones, la mayoría de las víctimas de
las cazas de brujas pertenecían al campesinado o a los sectores populares antes que a la
elite.

16
Pero la independización definitiva de la casa de brujas de la región alpina sólo tendrá
lugar hacia 1478, cuando el papa del momento, Sixto IV -el mismo papa que,
curiosamente, aquel mismo año autorizó a los Reyes Católicos a fundar la Inquisición
moderna en España- designó inquisidor apostólico a un domínico alemán, llamado
Heinrich Krämer, conocido también con Henricus Institoris según la latinización de su
nombre y apellido. Sixto IV comisionó entonces a Krämer, alias Institoris, para que
actuara en un área muy circunscripta y con una tarea muy puntual: en la alta Germania,
región que abarcaba el sur y el este del Sacro Imperio, debía dedicarse a extirpar a la
nueva secta de adoradores del demonio. Para sorpresa de muchos Krämer encontró
desde el inicio muchos obstáculos para cumplir con su misión. Lo más curioso es que
los que ponían más trabas a su tarea de agente del Santo Oficio eran los príncipes
eclesiásticos. Hay que tomar en consideración que por entonces el estereotipo del sabbat
era muy nuevo y muchos dudaban de su veracidad. Muchos príncipes eclesiásticos
alemanes tendían a pensar que la idea de la nueva conspiración era una excusa para que
la curia romana enviara representantes papales a recortar la autoridad y el poder de las
iglesias locales en el Imperio. De hecho, una alto prelado austríaco, el Príncipe-obispo
de Brixen, expulsó a Krämer de su jurisdicción tildándolo de viejo senil. Bien, para
poder neutralizar esta oposición inesperada, el Papa que sucedió a Sixto IV, Inocencio
VIII, en 1484 publicó la famosa bula de la brujería, la única bula en la historia de la
Iglesia que hace alusión directa al fenómeno de la brujería renacentista: la bula Summis
desiderantes affectibus. Es una documento ad hominem, escrito para defender a Krämer
y otro colega inquisidor, Jacob Sprenger. Voy a leer algunos fragmentos de la bula para
que vean el tenor del documento: “Últimamente –dice el Papa- ha llegado a nuestros
oídos la noticia de que en algunas partes del norte de Alemania, así como en las
provincias y municipios de Maguncia, Colonia, Trier, Salzburgo y Bremen, muchas
personas de ambos sexos se han abandonado a demonios íncubos y súcubos, y por
medio de sus encantamientos, hechizos y conjuros han matado a niños en el útero
materno, han arruinado las mieses de la tierra, las uvas de las vides, los frutos de los
árboles. Estos malvados persiguen y atormentan a hombres y mujeres, a animales de
tiro, con terribles e impiadosas enfermedades, internas y externas. Impiden a los
hombres realizar el acto venéreo y a las mujeres concebir. Además, por sobre todo, en
forma blasfema reniegan de la fe que recibieron por el bautismo, y a instancias del
enemigo de la humanidad se permiten cometer y perpetrar las más espantosas
inequidades y las más repugnantes abominaciones” [he aquí una referencia elíptica al

17
sabbat, que no se describe en detalle por pudor y respecto a la majestad pontificia]. “Y
aunque nuestros amados hijos Heinrich Krämer y Jacob Sprenger, profesores de
teología de la orden los frailes predicadores” [ambos eran dominicos] “han sido
nombrados por medio de cartas apostólicas inquisidores de estas perversiones heréticas,
el primero, Krämer, en los ya nombrados territorios del norte de Alemania, y el
segundo, Sprenger, en ciertas regiones que se hayan a orillas del Rin, no obstante ello,
no pocos religiosos y laicos de dichos lugares tratan, con excesiva curiosidad, de
conocer más cosas que las que les conciernen. Y como en las ya aludidas cartas de
designación no hay mención explícita y específica de los nombres de estas provincias, y
dado que los dos delegados y las abominaciones que deben enfrentar no se designan en
detalle, esas personas no se avergüenzan de asegurar con la más absoluta obstinación
que tales atrocidades no se practican en sus provincias. En consecuencia, según ellos los
mencionados inquisidores no tienen derecho de ejercer sus poderes en estos municipios,
diócesis, territorios, etc… Entonces nosotros, como nuestro deber, nos sentimos
deseosos de remover todo impedimento u obstáculo que pueda demorar la obra de los
inquisidores. Como nuestro apego a la fe nos insiste especialmente a ello, y para que
estas provincias de Alemania que hemos especificado no se vean privadas de los
beneficios del Santo Oficio, por el tenor de esta carta, y en virtud de nuestra autoridad
apostólica, decretamos y ordenamos que los mencionados inquisidores tengan poderes
para proceder a la corrección, encarcelamiento y castigo de cualquier persona sin
impedimento ni obstáculo, en todas las maneras, como si las provincias, municipios,
diócesis, distritos, territorios, incluso las personas y sus delitos, hubieran sido
específicamente nombrados y particularmente designados en nuestras cartas”. La bula
es una suerte de adenda o corrección de la carta de designación de los inquisidores que,
parece, era demasiado imprecisa.

La Bula se redacta en 1484. Dos años después, en 1486, en Spira Krämer publica el
famosísimo Malleus Maleficarum, para justificar ex post facto todo lo actuado en los
años previos en Alemania. Como ya adelanté, el Malleus es el texto estandarte de la
demonología radical temprano-moderna. La traducción literal es El Martillo de las
Maléficas. Maléficas era el término latino para nombrar lo que en castellano llamamos
hechiceras. Otra traducción literal posible sería entonces El Martillo de las Hechiceras.
Comprobamos una vez más cómo viejos términos latinos debían resignificarse a falta de
alternativas. Por lo tanto otra traducción posible, no literal pero fundamentada desde una

18
perspectiva historicista, sería El Martillo de las Brujas. El Malleus fue un éxito editorial
desde el comienzo. De hecho es uno de los primeros best-sellers de la historia del libro.
Entre 1486 y 1523 se benefició con 12 versiones diferentes en distintas ciudades de
Europa. Existe todo un debate sobre la autoría del Malleus. En todas las ediciones de la
Edad Moderna siempre aparecen en portada como autores Jacob Sprenger –en primer
lugar- e Institoris, es decir, Krämer, esto es, los dos inquisidores mencionados por el
Papa en la bula de 1484 (bula que, de hecho, en todas las ediciones del Malleus
temprano-modernos siempre se incluyó haciendo las veces de prefacio). Esto fue así
hasta que en el año 2000 un historiador alemán especialista en estos temas, Wolfgang
Behringer, exhumó documentos nuevos y propuso una hipótesis diferente sobre la
autoría del Malleus. Behringer sostiene que el tratado, a pesar de lo que leemos en las
portadas en la Edad Moderna, tiene un solo autor y que ese autor es Institoris, Heinrich
Krämer. ¿Entonces por qué figura Sprenger como autor en las propias ediciones del
tratado? Porque Sprenger era, en tanto domínico, el jefe de Krämer. Por entonces era el
superior de la provincia dominica de Germania. Para tratar de neutralizar los obstáculos
que encontraba Krämer en su carácter de inquisidor papal, Sprenger habría aceptado
poner su nombre en la portada del libro como autor de fantasía, de la misma forma que
el Papa había aceptado redactar una bula con el mismo objetivo. Esta es una teoría
plausible, convincente por momentos, pero de ningún modo aceptada por la totalidad
del campo historiográfico. En el 2006, otro especialista, el norteamericano Cristopher
Mackay, publicó por la prensa de la Universidad de Cambridge una edición crítica
bilingüe (latín-ingles) extremadamente sólida del Malleus, en la que sigue sosteniendo
la antigua teoría que postula que la obra tuvo dos autores.

Llegamos así a la década de 1520. Termina la primera fase de la historia de la caza de


brujas europea y empieza lo que denominé el hiato. Súbitamente la caza de brujas se
frena. Es como si alguien bajara el interruptor y la apagara. No es que los procesos
desaparecen por completo, pero se vuelven difíciles de encontrar y cuando los hallamos
vemos que tienen muy baja intensidad. No hay una explicación definitiva de por qué
sucede esto. El fenómeno es más sorprendente porque después, cuando se reanude la
caza de brujas, lo hará con un empuje y una violencia nunca antes vista. El hiato fue,
pues, una suerte de descanso para después tomar impulso. Lo único que podemos
asegurar es la existencia de una coincidencia cronológica innegable: la interrupción
temporaria de la caza de brujas coincidió con el estallido del conflicto religioso que en

19
Europa produjo por la irrupción de Lutero como reformador religioso. Lo cual tiene
cierta lógica estructural, incluso. En una época en la que existían demonios de carne y
hueso que eliminar, que eran los respectivos enemigos confesionales (recordemos que
para los católicos los protestantes eran agentes del demonio y para los protestantes los
católicos eran hijos del Anticristo) tenía sentido que perdiera interés la persecución de
demonios imaginarios, como eran las brujas y brujos. En una era en la cual católicos y
protestantes se enfrentaban en los campos de batalla en Alemania o se degollaban
mutuamente en las ciudades de Francia, toda la energía estaba puesta en eliminar al
enemigo confesional realmente existente.

Bueno, pasamos a la segunda fase de la historia de la represión judicial de la brujería, la


gran caza de brujas propiamente dicha, entre circa 1570 y 1630. El primer indicio de un
cambio de paradigma es la persecución que estalla en 1563 en un pequeño condado
luterano del sur de Alemania, auto-gobernado, independiente: el condado de
Wiesensteig. En el lapso de pocas semanas el conde luterano de Wiesensteig avaló la
muerte en la hoguera de 63 mujeres acusadas de haber provocado, con asistencia del
demonio, las tormentas de granizo que habían destruido las cosechas de la provincia
durante los meses previos. Con estas cifras la razzia anti-brujeril de Wiesensteig se
convertía en la primera caza de brujas de importancia en Europa desde la década de
1520. Para el centro de Europa el evento señaló el fin oficial del hiato.

Ahora bien, la confirmación definitiva del cambio de tendencia, del salto cualitativo que
anunciaba la nueva era, es decir, la primera gran caza masiva de la nueva era, es la que
estalló en 1585-1586 en un escenario que ustedes ya conocen, uno de los tres
electorados eclesiásticos del Sacro Imperio, el Principado Episcopal de Trier. En el
lapso de un quinquenio murieron en la hoguera en este electorado 368 personas,
acusadas de pertenecer a la secta de brujos y brujas, de adoradores del demonio. Esta
persecución que estalló en Trier resulta relevante al menos por cuatro motivos. Primero,
porque es la primera gran caza masiva del segundo tiempo de la historia de la caza de
brujas. Segundo, porque es el primer episodio de represión judicial de la brujería que
estalló en un tipo de locación –los principados eclesiásticos católicos de la
Contrarreforma alemana ubicados en el oeste y en el sur del Imperio- llamados a
convertirse poco tiempo después en escenario de las peores cazas de brujas en la historia
del continente. Tercero, porque esta represión dio lugar a la publicación en 1589 del

20
primer tratado demonológico de envergadura teológica desde los tiempos del Malleus,
que por entonces tenía cien años y que para muchos estaba pasado de moda. Este nuevo
tratado fue redactado por el obispo sufragáneo de Trier, el jesuita Peter Binsfeld. Lleva
por título Tractatus de confessionibus maleficorum et sagarum (Tratado de las
confesiones de los hechiceros y de las magas). Voy a hacer un par de reflexiones sobre
el título. Observen cómo Binsfeld, 103 años después de la publicación del Malleus, usa
en el título el mismo genitivo plural que Krämer: maleficarum, maleficorum. Binsfeld
sólo altera el género. Con esta cita explícita al centenario Malleus Binsfeld tratada
explícitamente de instalarse o incluso de inventarse una tradición, una genealogía. ¿Por
qué necesitaba hacerlo? Porque la tratadística demonológica es fuertemente
autorreferencial, ¿Y por qué lo es? Porque no tiene autoridades a las que recurrir. La
idea del complot, de la secta de demonólatras y del sabbat no está en la Biblia, ni en San
Agustín ni en Santo Tomás. Por ello los tratados de demonología no tenían más remedio
que citarse mutuamente, entre ellos, o a lo sumo citar los procesos y juicios incoados
por los tribunales laicos y eclesiásticos. Pero el género demonológico era
autorreferencial por un segundo motivo: porque giraba en torno de un evento ficticio,
pues la secta ni el sabbat existían. Eran textos que reflexionaban sobre un fenómeno
carente de referentes en el mundo real. Por otro lado ¿por qué el cambio de género en el
genitivo utilizado en el título por parte de Binsfeld? Por el enorme peso que los
acusados y los condenados masculinos tuvieron en esta persecución de Trier a partir de
1585. Fueron una minoría cercana al 12%, pero una minoría extraordinariamente más
calificada. Esto me lleva al cuarto motivo que explica la gran influencia que tuvo la caza
de brujas de Trier: la importante presencia de varones de la alta sociedad, de la elite
local, condenados y ejecutados en la hoguera como miembros del complot; muchos
sacerdotes de la Iglesia católica, apresados y torturados, se vieron obligados a confesar
que adoraban al demonio en el sabbat. De hecho, la más famosa de las 368 que
murieron en Trier fue un hombre, el Dr. Dietrich Fladde. Era un hombre
extremadamente poderoso. El Príncipe Elector lo había designado gobernador de la
ciudad de Trier. También había sido rector de la universidad local. Pese a estas
credenciales fue acusado de pertenecer a la secta, detenido, interrogado bajo tormento,
obligado a confesar y quemado en la hoguera.

A partir de 1580 la caza de brujas ya está plenamente instalada en Europa en todo su


siniestro esplendor, y seguirá encendida a toda potencia durante al menos medio siglo

21
más. Por entonces eran muy frecuentes las persecuciones de alta intensidad en los seis
escenarios principales de la gran caza de brujas: el Sacro Imperio, los Países Bajos
Españoles, Suiza, Escocia, Dinamarca y el área de civilización francesa.

En esta segunda fase de la caza de brujas se expande tanto la persecución que empezó a
involucrar regiones hasta entonces perdonadas: me refiero muy especialmente a
Inglaterra y en menor medida a España. En Inglaterra la caza de brujas debutó con 130
años de atraso respecto del continente. Técnicamente comenzó en 1563 cuando se
aprobó una ley en el Parlamento en contra de la brujería. La represión judicial de la
brujería en Inglaterra tuvo características muy peculiares –también en esto se confirma
la insularidad inglesa. Primero, no se basó en el estereotipo del sabbat, que nunca logró
hacer pie ni penetrar con fuerza en el sur de la Isla (sí en Escocia, pero no en Inglaterra).
En Inglaterra la caza de brujas se basó en una versión fuertemente demonizada del
maleficio tradicional, del modelo de la hechicería tradicional. Segundo, en Inglaterra,
según la tradición asentada en la common law, no se podía utilizar el tormento judicial
en la resolución de los delitos que no afectaran directamente la persona del monarca. Si
sumo ambos factores, el no arraigo del estereotipo del Sabbat y la imposibilidad de
interrogar bajo tormento a los sospechoso, entiendo por qué en Inglaterra nunca se
produjeron –con una sola excepción que confirma la regla- persecuciones de alta
intensidad “a la alemana”, razzias que en un espacio muy acotado y en un periodo de
tiempo breve generaban gran cantidad de víctimas, en ocasiones por encima del millar.
Lo que tenemos en el caso de Inglaterra es una gran acumulación de pequeños procesos,
que nunca involucraban más que a unas pocas personas. Es decir que en Inglaterra la
caza de brujas no tuvo carácter epidémico, como en Alemania o Suiza, sino carácter
endémico, carácter crónico antes que paroxístico. Tercera característica idiosincrática:
como en Inglaterra la brujería no estaba asociada a la idea de herejía, porque no se
hablaba ni de secta ni de complot sino del daño físico que el brujo/hechicero provocaba
en la salud, la integridad o los bienes del tercero, a los convictos no se los quemaban en
la hoguera sino que se los ahorcaba, como a los homicidas.

Hablemos de España. De ninguna manera la caza de brujas comenzó en la Península


Ibérica durante la segunda fase. Dije en la primera mitad de la clase que hay indicios de
que quizás el estereotipo del sabbat, al menos en su versión muy esquelética, pudo
incluso haber surgido en los Pirineos antes que en los Alpes. Hay referencias a procesos

22
por brujería, siempre en el extremo norte de España (Navarra, Cataluña, País Vasco)
durante los siglos XV y XVII. Ahora bien, el episodio más famoso de caza de brujas en
España, por lejos, sí tiene lugar durante la segunda fase o segundo tiempo: el mítico
caso de las brujas de Zugarramurdi, en el País Vasco, en 1610. El caso es curioso. Si
bien involucró a centenares de sospechosos, sólo poco más de 10 personas fueron
ejecutadas. Sin embargo se convirtió en lo que hoy llamaríamos un fenómeno
mediático, porque los fragmentos más espectaculares de las confesiones de las brujas
extraídas bajo tormento se reprodujeron en panfletos que alcanzaron una amplia
circulación. El caso de las brujas de Zugarramurdi fascinó a los artistas españoles
románticos, y no sólo a los literatos, sino también a los pintores. Goya, por caso, ilustró
muchas de las confesiones bizarras atribuidas a estas brujas vascas. Por eso en España el
episodio terminó formando parte del imaginario colectivo. Hay series y películas hasta
el mismísimo presente que exhuman lo ocurrido en el extremo norte de España a
principios del siglo XVII. Fue en el contexto de la persecución de las brujas de
Zugarramurdi que se inventó la palabra aquelarre, que hasta entonces no existía.

También, en esta segunda fase de la caza de brujas llegó a su apogeo el género


demonológico, transformándose en literatura de moda. Si un editor quería hacer dinero
rápido y fácil sabía que lo que tenía que hacer era publicar un tratado demonológico.
Prueba de lo que estoy diciendo es que volvió a interesar el Malleus. El Malleus había
tenido su última edición en 1523. De ahí en más cae en el olvido, en coincidencia con el
hiato. Sólo tornó a ser impreso en Venecia en 1574. Uno puede seguir, de hecho, las
altas y las bajas en la intensidad de la represión de la brujería siguiendo las altas y las
bajas de las ediciones del Malleus. Después de 1574 el Malleus se benefició con otras
16 ediciones, hasta la última de 1669. En total fueron 28 ediciones en toda la Edad
Moderna. Después de 1669 el Malleus no volverá a ser editado hasta la década de 1920.

Sin embargo no solamente asistimos a fines del siglo XVI a un renacido interés por el
Malleus. A partir de 1580 comenzaron a publicarse, una tras otra, las grandes
demonologías renacentistas y barrocas.

- la De la démonomanie des sorciers de Jean Bodin, autor que no necesita


presentación, pues es uno de los más grandes pensadores renacentistas. Bodin
fue un genio. Un hombre de una increíble originalidad. Tema que tocaba, tema
sobre el que innovaba. De hecho escribió la más original demonología de la

23
época, absurdo y disparatada si lo miramos desde la perspectiva de la teología
tardo-escolástica, pero extremadamente coherente si tomamos en cuenta que
Bodin inventa un sistema basado en el neo-platonismo y en la teología hebrea,
diferente del mainstream demonolígico vigente en el resto de la tratadística. Por
eso fue la única demonología católica, o teóricamente católica, incluida en el
Index de libros prohibidos confeccionado por la Iglesia Católica.
- En 1589 el ya mencionado Tractatus de confessionibus maleficorum et sagarum
del obispo sufragáneo de Trier Peter Binsfeld.
- En 1595 Nicholas Remy publica su Demonolatria en latín. Remy es uno de los
cazadores de brujas más famoso del continente. Fue un magistrado laico que
forma parte de la estructura judicial del Ducado de Lorena, una provincia de
cultura francesa pero que por entonces era un estado independiente.
- En 1597 se publicó la única demonología redactada por un monarca, Jacobo VI
Estuardo de Escocia, que poco después se convertiría en Jacobo I de Inglaterra.
Escribió en inglés la Daemonologie.
- En 1599/1600 aparecieron las ya mencionadas Disquisitionum magicarum, del
jesuita Martín Delrío, de donde yo extraje la descripción del Sabbat que leí al
comienzo de la clase.
- En 1602 otro celebre cazador de brujas, Henry Boguet, publicó el Discours
exécrable des sorciers. Boguet trabajaba en otra provincia francófona pero por
entonces propiedad española, el Franco-condado, en el límite con Suiza.
- En 1612 vio la luz el Tableau de l’inconstance des mauvais ánges et démons
(Cuadro de la inconstancia de los malos ángeles y demonios), firmado por otro
juez secular, Pierre de Lancre, del Parlamento de Burdeos. En 1608 de Lancre
fue comisionado por el rey Enrique IV para que investigará la existencia de la
nueva secta en una pequeña región del sud-oeste francés, casi en el límite con
España: el Labourd. De Lancre se hizo presente en la provincia y se convenció
de que las características de la cultura local eran las responsables de que el
demonio hubiera medrado tanto en el área. Los habitantes del Labourd vivían de
la pesca en altamar. Durante la mayor parte del año los hombres viajaban por el
Atlántico y llegaban incluso hasta Terranova, en América. Por ello las mujeres
quedaban solas muchos meses, circunstancia que el demonio aprovechaba para
seducirlas y cooptarlas para su conspiración. En el lapso del año que estuvo
instalado en la región de Lancre condenó a muerte a cerca de 100 personas. El

24
Tableau es texto en extremo particular porque tiene un carácter etnográfico:
convencido como estaba de que las características de la cultura vasco-francesa
explicaban el crecimiento de la brujería en la región, la primera parte del tratado
termina siendo una descripción antropológica de las costumbres y tradiciones
vernáculas.

Llegamos as la década de 1620, que no solamente es el pico de la caza de brujas en la


segunda fase, sino el pico de la caza de brujas en toda su historia. Por entonces
estallaron persecuciones fuera de control, desmadradas, de una violencia inusitada.
Todas tuvieron lugar en los principados eclesiásticos independientes del sur y del oeste
del Sacro Imperio Romano Germánico. Recuerden que se trataba de mini estados cuyo
soberano era un sacerdote. Eran pequeñas teocracias cuyo monarca era un obispo o
arzobispo. Veamos estas cifras.

Víctimas Estado Obispo Persecución


2.000 Electorado de Ferdinand von Bayern 1624-1634
Colonia
900 Obispado de Philipp Adolf von 1626-1630
Würzburg Ehrenberg
768 Electorado de Georg Friedrich von 1626-1629
Mainz Greiffenklau
600 Obispado de Johann Georg II Fuchs 1626-1630
Bamberg von Dornheim

En apenas una década el principado arzobispal de Colonia convalidó la muerte en la


hoguera de cerca de 2 mil personas, convictas del crimen de brujería. El príncipe-obispo
de Würzburg, en Franconia, hizo lo propio con 900 personas. También es elevadísimo el
número de víctimas en Maguncia y en Bamberg. Si sumamos todas estas ejecuciones
obtenemos un total de 4.278. Al comenzar la clase dijimos que en toda su historia la
caza de brujas provocó un promedio de 45.000 ejecuciones. Llegamos entonces a la
conclusión de que cerca del 10 % del total de víctimas provocadas por la cacería de
brujos y brujas cayeron en apenas 10 años en estos cuatro principados liliputienses
germanos. Si extiendo la encuesta hasta abarcar el periodo 1585-1630 e incorporo al
listado principados como el electorado de Trier y el obispado de Eichstatt, alcanzo la
cifra de 8 mil víctimas, cerca del 18 % del total que la caza de brujas produjo en Europa
entre principios del siglo XV y finales del siglo XVIII.

25
¿Cómo explicar este desmadre de la caza de brujas de la década de 1620? No resulta tan
difícil de comprender como parece. Creo posible identificar al menos cuatro factores.
Dos son de carácter contextual: la Guerra de los 30 Años y la Crisis del Siglo XVII. La
virulencia de la crisis del siglo XVII se potencia después de 1620, porque a partir de
entonces el estancamiento en la esfera del comercio se sumó al estancamiento en el
mundo agrario, que había comenzado hacía ya varias décadas. En cuanto a la Guerra de
los 30 Años, recordemos que el enfrentamiento se inicia en 1618. La década de 1620
fue, pues, el primer gran período de esta terrible tragedia colectiva, que provocó una
destrucción material y un costo en vidas humanas del que Alemania no se recuperaría
hasta pasado un siglo. Resulta difícil hallar dos fenómenos capaces de generar un stress
socioeconómico más extremo que esta crisis secular y este conflicto bélico de enorme
envergadura (la primera verdadera guerra mundial de la historia planetaria).
A estos dos factores explicativos contextuales yo agregaría un tercero de más largo
aliento: me refiero a la rivalidad interconfesional. Estos principados eclesiásticos
alemanes eran islotes de catolicismo perdidos en un inmenso mar protestante, pues
estaban literalmente rodeados de territorios luteranos y calvinistas. No es de extrañar,
pues, que los dirigentes de estas teocracias se imaginaran viviendo en una suerte de
ciudadela sitiada por los herejes, por las fuerza del mal, por los aliados del demonio, al
que había que resistir como ultima frontera contra el avance de los enemigos de la fe
verdadera. Ahora bien, para poder enfrentar con mayores posibilidades de éxito al
enemigo interno, estas sociedades católicos debían primero purificarse a sí mismas,
librarse de sus pecados, exorcizar a sus propios demonios interiores, reformar sus
costumbres y comportamiento, y claro, el símbolo máximo de la impureza y de la
maldad era la bruja, aliada de Satán. La cruzada interna contra los demonólatras era,
pues, le necesaria cara interna de la cruzada externa contra los herejes evangélicos.
A estas tres causas del descontrol antibrujeril germano de la década de 1620 yo le
agregaría un cuarto factor de índole coyuntural, pero no por eso menos relevante: la
cuestión climática. Me refiero en concreto a la Pequeña Edad Glacial, que se extiende
aproximadamente entre 1350 y 1850. El fenómeno tuvo, sin embargo, grandes altibajos,
con períodos de temporario agravamiento. Una de ellos fue, precisamente, la década de
1620. Observemos, por caso, lo que sucedió en 1626 en Franconia, la región de
Alemania en la que se hallaban Würzburg, Maguncia y Bamberg. El diario de un
ciudadano de Stuttgart reporta que el 24 de mayo de 1626 (observemos en detalle la
fecha, 24 de mayo: ya hacía dos meses que había comenzado la primavera, o lo que es

26
lo mismo, faltaban menos de treinta días para que empezara el verano) una tormenta de
granizo acumuló un metro de piedras sobre el nivel del suelo. Dos días más tarde, se
desató un viento del norte extremadamente frío, que sopló durante varias jornadas por
todo el centro de Europa. De un día para otro los ríos se congelaron y los sembradíos de
vid, centeno y avena quedaron destruidos. Los árboles perdieron sus hojas, que se
tornaron negras de la noche a la mañana: se trataba de verdaderas noches polares en
plena primavera tardía. Otro cronista, Johann Langhans, alcalde del pueblo-mercado de
Zeil, en Franconia, afirma lo siguiente: “Año del Señor de 1626, 27 de mayo. Todos los
viñedos de Franconia, tanto en el obispado de Bamberg como en el de Würzburg,
fueron destruidos por la helada, al igual que nuestro querido grano, que se marchitó
por completo. En Deichlein, Aue y Altach, al igual que en todas partes en los
alrededores de Zeil, todo fue destruido por la helada, lo que según la memoria de los
ancianos nunca antes había ocurrido, causando una sustancial suba de precios.
Mientras tanto se hicieron cada vez más fuerte los comentarios del vulgo, que se
preguntaba por qué las autoridades permitían que las brujas dañaran de tal forma las
cosechas. Su Alteza Serenísima, el príncipe-obispo, se hizo cargo de dichos
comentarios y la persecución de las brujas comenzó dicho año”.

Llegamos así a la tercera fase de la historia de la caza de brujas europea. Abarca el resto
del siglo XVII, de 1630 a 1700. ¿Qué características tiene? Las persecuciones masivas
de alta intensidad no desaparecieron del espacio euro-atlántico pero tendieron a
concentrarse en su periferia. Se debilita la caza de brujas en el centro y tiende a crecer
en los márgenes de Europa Occidental. Por eso encontramos ahora procesos importantes
en Escandinavia, Escocia, Nueva Inglaterra, incluso en Inglaterra. En esta tercera fase
estallo la única caza de brujas masiva en la historia de Inglaterra. Fíjense en qué año
tuvo lugar: 1645, en plena guerra civil. El vacío de poder que provoco el derrumbe de la
monarquía licuo los controles centrales sobre el sistema judicial parroquial y permitió
que apareciera un outsider, el oscuro Matthew Hopkins, que comenzó a emplear formas
sutiles de tortura no reglamentadas por la common law, como la privación del sueño,
gracias a las cuales logro que cerca de 100 personas fueron condenadas por brujería y
ahorcadas bajo su patrocinio. Son cifras “a la alemana” porque se concentraron en
apenas 6 meses.

En el tercer tiempo de la caza de brujo se produjeron algunas persecuciones intensas en

27
la fronteras entre Alemania y Polonia, en Suiza Oriental y en Suecia. También por
entonces estallo la represión judicial de la brujería mas violenta de la historia de
Escocia. El último caso renombrado de cacería judicial de brujas en el área euro-
atlántica es el de las brujas de Salem, en Massachusetts, en 1692.

La última y cuarta fase de la historia de la caza de brujas abarca el siglo XVIII, y tiene
como característica la desaparición de las persecuciones epidémicas de Occidente. Las
cazas de brujas como las vimos en la década de 1620 en el siglo XVIII las encontramos
en Europa Oriental, en Polonia y en Hungría. En Polonia se contabilizan cerca de 2000
víctimas en el siglo XVIII, y en Hungría 800 entre 1710 y 1750.

*****

La descriminalización de la brujería en Europa.

Vamos a preguntarnos por la cuestión de la descriminalización del complejo de la


brujería renacentista. ¿Cuál fue la primera instancia de poder fáctico europeo que se
esforzó de manera efectiva por poner fin a la represión judicial de la brujería? Creo que
la respuesta los puede sorprender. No fue ninguna de las monarquías centrales que
ustedes conocen, sino la Inquisición moderna: en concreto, las Inquisiciones española e
italiana.

Hasta el año pasado yo daba un teórico específico sobre el tema inquisición, que este
año no voy a dictar, por lo que debo hacer algunas aclaraciones antes de avanzar.
Tienen que tener en cuenta que la inquisición moderna es muy diferente de la medieval.
La inquisición medieval ya prácticamente no existe más para principios del siglo XVI.
El Santo Oficio moderno es una institución nueva. Hay una solución de continuidad
entre una y otra. La inquisición medieval no es sino una red de inquisidores
individualmente considerados. Carece de tribunales permanentes. En cambio, la
inquisición moderna tiene las características opuestas. Es una institución menos
itinerante, menos móvil, consiste en una serie de tribunales estantes, pero todos ellos
concentrados en el sur de Europa. En la Edad Moderna la inquisición no es sino un
fenómeno circunscripto al Mediterráneo. Hay sólo cuatro tribunales inquisitoriales
permanentes en la primera edad moderna europea: el portugués, el español, el Santo
Oficio romano y la inquisición veneciana, que en realidad es una sucursal del Santo

28
Oficio romano intervenido de forma permanente por el gobierno de la ciudad-estado.

Bueno, la inquisición moderna, que es una Inquisición mediterránea, nunca creyó


demasiado en la realidad de la conspiración de los brujos y brujas. Tal es así que el
primer intento eficaz de neutralización de la persecución judicial de la brujería son las
Instrucciones aprobadas en 1614 por el Santo Oficio español, y enviadas a todos sus
tribunales dependientes. Para entonces el Santo Oficio español contaba con más de 20
tribunales con jurisdicción sobre territorios dispersos al menos por cuatro continentes
(Europa, América, Filipinas y las ciudades que la corona española poseía en el norte de
África). Estas instrucciones inquisitoriales de 1614, sin desconocer la posibilidad de que
el demonio pudiera organizar una conspiración como la que se le atribuía, elevó tanto la
vara, exigió tanta calidad a la prueba jurídica en los casos de brujería, que los tornó
fácticamente inviables. Sin suprimir el delito como tal puso fin de manera efectiva a la
persecución, justo al mismo tiempo que en en Alemania sud-occidental la peor fase de
la represión estaba por desatarse.

En 1623 el Santo Oficio romano difundió entre sus tribunales subordinados unas
instrucciones similares, la Instructio pro formandis processibus in causis strigum
sortilegiorum et maleficiorum (Instrucción para llevar adelante procesos en causas que
involucren a brujas, sortilegios y maleficios).

Para toparnos con una monarquía de las centrales actuando en un sentido similar
tendremos que esperar a que Luis XIV firme en 1682 el edicto real que descriminalizó
la represión de la brujería en Francia. En 1714 un edicto similar fue firmado por el rey
de Prusia. En 1736 el Parlamento inglés aprobó una ley que descriminalizó la brujería
en Inglaterra, aunque en este reino hacía ya medio siglo que no se ahorcaba a nadie por
este delito pasado de moda. En 1766 se aprobó una ley muy ilustrada e iluminista
impulsada por María Teresa de Austria para los territorios de la casa Habsburgo en el
centro de Europa. El Código nacional sueco de 1769 incluía similares disposiciones.

¿Cuándo fueron ejecutadas las últimas brujas por vía judicial en los diferentes territorios
europeos? Bueno, acá tenemos varias sorpresas. Fíjense ustedes cómo se observa que el
factor confesional no impactaba demasiado sobre la dinámica de la caza de brujas,
porque una potencia ultra-calvinista como Holanda puso fin a este tipo de persecución
prácticamente al mismo tiempo que una potencia ultra-católica como España. 1609 en el

29
caso de Holanda y 1610 en el caso de España (si consideramos las ejecuciones
convalidadas por la inquisición, y un poco más tarde, 1627, si tomamos en cuenta los
tribunales civiles). En Francia la última ejecución dictada por un tribunal de primera
instancia y convalidada en apelación por el Parlamento de París, que era la corte
soberana de justicia que regía sobre la mitad norte del reino, es de 1625. Aunque la
última ejecución en un territorio bajo dominio directo del rey de Francia es de 1679,
pero en Flandes, en lo que hoy es Bélgica. En Inglaterra el último ahorcamiento
ordenado por un magistrado contra un convicto de brujería es de 1684, mientras que en
Nueva Inglaterra son los casos de Salem de 1692. En Dinamarca las últimas ejecuciones
avaladas judicialmente tuvieron lugar en 1693; en Escocia, en 1706; en Hungría, en
1756; en Polonia y Alemania, en 1775. La última bruja ejecutada en Europa por vía
legal fue Anna Göldi, en junio de 1782, en un cantón oriental de la Confederación
Helvética, el de Glarus. Toda la historia de la caza de brujas comenzó en 1427 en Suiza
occidental y concluyó casi 400 años más tarde en Suiza oriental.

****

La geografía de la caza de brujas.

Bueno, el mapa que vemos en la filmina resulta bastante básico, pero permite
aprehender visualmente y en forma rápida lo que quiero subrayar, que es cuán
circunscripta en términos espaciales fue la caza de brujas.

30
Ustedes observan una acumulación de referencias circulares en el corredor en uno de
cuyos extremos se encontraban los Países Bajos y en el otro, el norte de Italia.
Efectivamente, este fue el núcleo duro en términos geográficos de la represión judicial
de la brujería, una suerte de autopista por la cual circulaban bienes, servicios, ejércitos y
también estereotipos culturales como el del sabbat. En esta región se hallaban todos los
principales territorios involucrados en la represión judicial de la brujería que
mencionamos la semana pasada: el ducado de Saboya, los cantones suizos, el Franco
Condado, el ducado de Lorena, los principados episcopales y arzobispales alemanes,
Luxemburgo y los Países Bajos del Sur. Fuera de este núcleo duro donde la persecución
de la brujería estuvo muy extendida, nos encontramos con referencias a la caza de
brujas en Inglaterra, Escocia, Dinamarca y Hungría. En el mapa faltan referencias. Está
incompleta. Faltarían referencias a las persecuciones en Polonia y Suecia. En el caso del
Reino de Francia habría que incluir un círculo para dar cuenta de la represión que llevó
adelante Pierre de Lancre en el Labourd vasco-francés a partir de 1608. De todos
modos, a pesar de estas ausencias el mapo es relativamente correcto.

Observemos un detalle. Las regiones marginales europeas, en los extremos del


continente, las más atrasadas en términos de desarrollo socio-económico, las más

31
atrasadas en cuanto al avance del capitalismo agrario y al proceso de formación del
Estado moderno, fueron completamente respetadas por la caza de brujas. No hay caza
de brujas en Irlanda, en Sicilia, en Rumania –por entonces bajo domino otomano- o
Portugal. Por el contrario, muchas de las áreas donde prendió este tipo peculiar de
represión judicial eran muy prósperas, en términos de generación de riqueza, densidad
demográfica, penetración de las relaciones mercantiles y centralización política. Ergo, la
caza de brujas no fue un fenómeno de la marginalidad ni de la pobreza. Todo lo
contrario. Se desató en regiones europeas en rápido proceso de cambio, un cambio
caótico y desordenado que derrumbaba jerarquías viejas, un mundo que necesitaba
reordenarse, reorganizarse, disciplinarse. Cunado una sociedad estaba quieta,
cristalizada, no se movía, allí no se cazaban brujas. Por caso, dentro de la propia
Inglaterra las persecuciones más intensas se dieron en East Anglia, que comprendía los
tres condados más ricos del reino. La región más pobre de Inglaterra, que era el País de
Gales, fue respetado por la caza de brujas. En Escocia la represión brutal se dio en las
tierras bajas; en cambio, los Highlands, con una estructura social mucho más arcaica,
también fueron respetados por la caza de brujas. En Francia, la provincia más
feudalizada, tanto como que allí la tasa de la renta feudal era del doble que en el resto
del Reino, Bretaña, no se embarcó nunca en la represión judicial de la brujería; por el
contrario, la provincia más rica, Normandía, fue una de las dos con mayor intensidad en
la represión en el Reino de Francia propiamente dicho. Como ya dije, las encendidas por
la caza de brujas fueron hogueras de la modernidad, como me gusta llamarlas a mí. No
hay ni con mucho una relación entre pobreza y persecución judicial de la brujería. Sí
probablemente, en cambio, entre los procesos de diferenciación social y la caza de
brujas.

Este segundo mapa es más elaborado que el anterior, con un sistema de referencias que
va graduando el color de los grises según la intensidad de la represión. El gris más
oscuro, como es dable esperar, lo hallamos en Lorena, en los principados eclesiásticos
del sur y del oeste de Alemania, en el Franco Condado. Observen como para el Reino de
Francia propiamente dicho y para Inglaterra corresponde la referencia relacionada con
las represiones no de tipo epidémico sino endémico, esto es, gran cantidad de pequeños
procesos. Se corrobora visualmente lo que acabo de decir: tanto Bretaña como el País de
Gales aparecen en blanco, al igual que las tres penínsulas mediterráneas. En este
segundo mapa faltaría ciertamente una referencia a Polonia. Pero más allá de este olvido

32
el mapa es correcto, pues hasta incluye referencias a los casos del Labourd y de
Zugarramurdi.

El tercer mapa que estamos viendo reconstruye el corredor, el núcleo duro en términos
geográficos de la caza de brujas, mucho más amplificado. Aquí sí aparecen todos los
territorios que yo mencioné en las últimas clases. Los pueden identificar incluso con sus
fronteras relativamente informes. Aparece por supuesto el Condado de Saboya, la
Confederación Suiza, el Franco Condado, el ducado de Lorena, el de Luxemburgo, los
Países Bajos del sur ocupados por España y los principados católicos de la
Contrarreforma alemana, como los principados electorales del Colonia, Trier y

33
Maguncia.

****

Las estadísticas de la caza de brujas.

Según las cifras más serias barajadas actualmente por los historiadores se supone que el
promedio de víctimas provocado por la caza de brujas entre los siglos XV y XVIII tanto
en Europa Occidental como Oriental promedia las 45.000. Si esto es así, ¿cómo se
distribuyen entre las diferentes regiones europeas? Estos son los datos puros y duros:

Alemania: c. 22.500
Francia: 5.000

34
Suiza: 4000
Polonia: 4.000
Países Bajos Españoles/Luxemburgo: 2.400
Italia: 2.500
Escocia: 1.350
Dinamarca: 1.000
Hungría: 800
Inglaterra: 500
Austria: 500
España: 300
Suecia: 300
Holanda: 150
Islandia: 22
Portugal: 5
Turquía: 0

Lo primero observamos es que 22.500, el 50%, la mitad, muere en territorios bajo


jurisdicción del Sacro Imperio Romano Germánico. La caza de brujas fue un fenómeno
en extremo germano-céntrico: Deutschland, mutter aller hexen (Alemania, madre de
todas las brujas). Esta cifra, sin embargo, necesita cualificarla, porque en caso contrario
vamos a cometer una injusticia con el área de civilización germana. Ya sabemos que
8000 de esas 22.500 víctimas, es decir, cerca del 35%, murieron en el transcurso de un
periodo muy breve de tiempo, en seis estados enanos del Sacro Imperio, los principados
eclesiásticos de Würzburg, Eichstätt, Bamberg, más los tres electorados que ya
conocemos. Los grandes principados territoriales alemanes, los más poderosos en
términos militares, los más avanzados en términos del proceso de territorialización, no
persiguieron a la brujería. A mí no me gustan las leyes generales en historia, pero casi
que podríamos decir que cuanto más avanzado el proceso de territorialización en un
principado alemán menos chances de que en él se fomentara la persecución judicial de
la brujería. Efectivamente, si volvemos a observar el último de los mapas que
proyectamos en el pizarrón, veremos que tanto el Electorado de Sajonia, el Margraviato
de Brandeburgo y el Condado Palatino del Rin figuran en blanco. El Ducado de
Baviera, por su parte, el cuarto de los grandes principados territoriales germanos de la
época, católico, persiguió brujas pero con muy baja intensidad; por eso aparece en el
mapa señalado con el tono de gris más claro. En Baviera la caza de brujas produjo sólo
271 víctimas en toda la Edad Moderna, a mucha distancia de las 2000 que en sólo diez
años provocó el electorado de Colonia, diez veces más pequeño que el ducado de
Baviera. Las ciudades imperiales libres auto-gobernadas tampoco persiguieron la
brujería en Alemania: Núremberg, Frankfurt, Hamburgo, Augsburgo, por citas unas

35
pocas arbitrariamente ¿Qué cantidad de víctimas produjo la caza de brujas en la Edad
Moderna en Frankfurt? Cero. ¿Y en Augsburgo, metrópoli importante en el sur del
Imperio? 17 en toda la Edad Moderna.

En segundo lugar, en el listado relativo a la cantidad de víctimas aparece Francia. Esta


cifra hay que ponderarla más todavía, porque el espejismo es mayor que en el caso de
Alemania. ¿Por qué? ¿Se acuerdan que hablé yo la semana pasada de espacio de
civilización francesa por oposición del Reino de Francia propiamente dicho? Pues bien,
de las supuestas 5000 víctimas provocadas por la represión de la brujería en Francia, el
80% fueron ejecutadas en provincias donde se hablaba francés, donde vivían franceses,
pero que no estaban bajo el control del Rey de Francia por entonces. 2700 de las 5000
víctimas fueron ejecutadas en el Ducado de Lorena, que hoy es parte de Francia pero
que en los siglos XVI y XVII era un principado independiente. Ni siquiera era vasallo
del Sacro Imperio Romano Germánico a comienzos de la Edad Moderna. Su capital era
Nancy. 500 víctimas murieron en el Franco-Condado, una provincia donde habitaban
franceses pero controlada por España. Hay que tomar también en cuenta las cerca de
500 ejecuciones que tuvieron lugar en Delfinado, una provincia bajo la efectiva
soberanía del reino de Francia, pero en la cual la caza de brujas tuvo lugar solamente
durante las décadas centrales del siglo XV. Esto significa que durante la gran caza de
brujas propiamente dicha, posterior a 1570, el reino de Francia propiamente dicho, cuya
superficie era sustancialmente menos que el estado francés actual, solamente avaló la
condena a muerte de 1000 personas por esta clase de delito, con lo cual tenemos que
correrlo del segundo lugar al séptimo u octavo, a la par de Dinamarca.

36
La cifra Suiza no ofrece ningún reparo, porque fue la Confederación Helvética fue
prácticamente la única región de Europa que participó intensamente tanto de la primera
fase como de la segunda fase de la caza de brujas.

Tampoco merece reparos la cifra de los Países Bajos Españoles, aunque sí una
aclaración. Mientras que la cacería judicial de brujas no fue importante en la España
metropolitana, si alcanzó enorme importancia en muchas colonias españolas, en
concreto en el Franco Condado y en Flandes-Luxemburgo. Particularmente en estos
últimos territorios la represión fue salvaje. Es cierto que en estas provincias sometidas
los procesos los incoaban jueces de lengua y formación francesa, pero también es
verdad que la autoridad de ocupación, los españoles, los dejaban actuar sin demasiados
impedimentos. Cabe preguntarse, entonces, si la España metropolitana, que no creyó
necesario recurrir a la caza de brujas como una herramienta de disciplinamiento en su
propio territorio, relativamente homogéneo en términos culturales, la consideró una
estrategia eficaz para conseguir dicho objetivo en sus dependencias coloniales.

La cifra italiana también exige algunas reflexiones. La abrumadora mayoría de las 2.500

37
víctimas señaladas en el cuadro murieron entre 1480 y 1520. Por entonces, los
inquisidores dominicos lanzaron una serie de violentas razzias en los valles alpinos del
extremo norte de la península, provocando una suerte de pequeño holocausto temprano-
moderno. Se trata, de hecho, del canto del cisne de la Inquisición medieval, llamada
muy pronto a ceder el lugar ante la Inquisición moderna, una institución estante mucho
más compleja y sofisticada. Cuando la caza de brujas se reanudó hacia 1570, Italia ya
no participó de la persecución, porque en la península regía el Santo Oficio romano, que
no creía en la realidad del complot brujeril. Es por ello que en todos los mapas que
vimos antes Italia aparecía siempre de color blanco.

El número de víctimas escocesas, dinamarquesas y húngaras no merecen ningún


comentario. Los datos referidos a Inglaterra, por el contrario, sí. Digamos que de las 500
ejecuciones señaladas en el listado, 100 se produjeron a fines de 1645, durante la
persecución que llevó adelante Matthew Hopkins, la única cacería masiva en toda la
historia de Inglaterra. Las restantes 400 víctimas fueron producto de la acumulación de
penas capitales dictadas en el contexto de pequeños juicios, que por separado
involucraban a una cantidad reducida de personas.

La cifra española de 300 víctimas también requiere una aclaración. Un porcentaje


ínfimo fueron condenadas a muerte por el Santo Oficio. La Inquisición no persiguió
brujas en la Península Ibérica. Persiguió cripto-judíos, cripto-mahometanos, luteranos,
pero no supuestos demonólatras. La abrumadora mayoría de estas 300 víctimas
murieron por la intervención de la autoridad civil, por lo general consejos campesinos
del norte del territorio: Navarra y Cataluña. En Cataluña se dio, en forma paralela a lo
sucedido en Alemania, una persecución muy intensa en los diez años que van de 1617 a
1627. Fue una persecución que la Inquisición española no sólo no convalidó sino que
trató de frenar. Sabemos muy poco de ella porque no se conservan los documentos; se
perdieron todos los procesos. Esta persecución catalana no se basó en la idea de herejía
o secta sino en una demonización profunda de la hechicería tradicional. Por eso en
Cataluña, como en Inglaterra, a los convictos de brujería se los ahorcaba, no se los
quemaba.

La cifra sueca de 300 víctimas tampoco requiere ninguna aclaración. Ven, como decía
yo, que la rivalidad confesional no explica la dinámica del fenómeno: tenemos la misma
cantidad de muertes en la España católica que en la Suecia luterana. La cifra holandesa

38
de 200 ejecuciones tampoco necesita aclaraciones.

Portugal, con 5 víctimas, figura adrede en el listado, para recalcar que la periferia
europea no padeció la caza de brujas. El listado concluye con las cero víctimas relativas
a Turquía, para dejar en claro que la caza de brujas fue un fenómeno característico de la
civilización cristiana. No existe en el Islam nada que se le pueda comparar.

Existe otra manera de confeccionar el listado de víctimas en relación con las diferentes
regiones del Viejo Mundo: ponderando el total absoluto de condenas y la cantidad total
de habitantes de un territorio determinado, es decir, trazando una ratio entre ejecuciones
y población. Armado de esta manera alternativa el listado se modifica sustancialmente.

Descubrimos que el territorio que se lleva las palmas, el campeón mundial de la


represión judicial de la brujería en la Edad Moderna, es el pequeño Electorado de
Colonia, cuyo príncipe era el arzobispo local, con 220.000 habitantes y 2000 víctimas

39
concentradas en una década: una ratio horrorosa de 9.0, el 1% de la población que el
principado arzobispal tenía a comienzos del siglo XVII. En los primeros lugares de la
tabla nos encontramos con otros territorios que ustedes ya conocen y donde la
persecución fue de alto voltaje: Luxemburgo, los Países Bajos del Sur, Lorena, Suiza, el
Franco-Condado, Dinamarca. Observen cómo Alemania, tomada como un todo, es decir
el Sacro Imperio en su conjunto, con este segundo sistema que estamos empelando pasa
del primer lugar de la tabla al séptimo lugar, porque sus 25.000 víctimas, que no son
pocas, deben contrastarse con 16 millones de habitantes, por lo que la ratio que le
corresponde es 1.56. En la parte inferior de la tabla nos encontramos con Italia, que a
pesar de sus 1500 víctimas posee una ratio muy baja de 0.19, porque contaba con 13
millones de habitantes. Holanda, 200 víctimas sobre 1 millón y medio de habitantes.
Inglaterra y Gales, 500 víctimas sobre 5 millones de habitantes. Sorpresivamente el
reino de Francia propiamente dicho aparece ocupando el último lugar, el puesto 20,
porque sus 1000 víctimas deben contrastarse contra 18 millones de habitantes.

*****

Mitos y lugares comunes en torno a la represión judicial de la brujería.

Vamos ahora a concluir esta sección descriptiva rebatiendo algunos mitos muy
extendidos en relación con la represión de la brujería.

- Primer mito: la caza de brujas fue responsabilidad de la Inquisición. Se trata de


una verdad a medias. El Santo Oficio tuvo responsabilidad en la caza de brujas,
es cierto, en el siglo XV, en la primera fase. Participó de la construcción del
estereotipo del sabbat y de su difusión, impulsando procesos y redactando
tratados. Inquisidores dominicos fueron responsables de la primera caza de
brujas de la historia, la que estalló en el cantón de Valois en 1427-1428; de la
primera caza de brujas importante fuera del arco alpino, la Vauderie de Arras en
Artois; Heinrich Krämer, el autor del Malleus, era un inquisidor dominico en el
marco de la vieja y moribunda inquisición medieval; y los jueces que
condenaron a cerca de 2000 personas en el extremo norte de Italia, en los valles
alpinos, también eran inquisidores dominicos. Ahora bien, cuando se reanude la
caza de brujas a partir de 1560/1570, ya no solamente la Inquisición no
perseguirá sino que de hecho descree de la realidad del complot (como vimos

40
recién el Santo Oficio mediterráneo es responsable de los dos primeros estatutos
conocidos en Europa diseñados para limitar este tipo de procesos judiciales tan
particulares).
- Segundo mito: la caza de brujas fue responsabilidad del catolicismo. Pues no.
Claramente los estados católicos provocaron más víctimas, pero de ninguna
manera el mundo evangélico, el mundo reformado, evitó la persecución de la
brujería. Tenemos persecuciones “a la alemana”, es decir, paroxísticas, en la
Escocia calvinista y en la Suecia luterana. Tenemos el tipo de persecución “a la
inglesa”, endémico, en la Inglaterra anglicana y en la Dinamarca luterana. En
Ginebra, en la Ginebra de Calvino, se quemaron brujas. En Holanda 200
personas fueron convictas por este crimen. Y no olvidemos que el último
episodio sonado de represión judicial de la brujería en el espacio euro-atlántico
es el de las brujas de Salem, un territorio puritano.
- Último mito: el poder eclesiástico fue responsables de la represión judicial de la
brujería; el estado, la autoridad civil, no persiguió a la brujería. Después de 1570
es exactamente al revés. Es cierto que en función del rol que la Inquisición tuvo
en el siglo XV no podemos sostener que el poder eclesiástico no reprimió a la
brujería. Pero a partir de las décadas finales del siglo XVI fue el estado moderno
en sus diferentes variables el que impulsó la gran caza de brujas propiamente
dicha. En Francia la represión judicial de la brujería corrió por cuenta de los
parlamentos, que eran cortes soberanas de justicia laicas. En Inglaterra es el
assize system, un sistema de justicia público, el que castigaba esta clase de
crímenes. En los Países Bajos del Sur eran tribunales señoriales. En Escocia,
aunque los presbiterios calvinistas tenían un rol en la acusación y en la
construcción de la prueba, los juicios fueron incoados por el sistema de justicia
regio. En Dinamarca, en Suecia, en los cantones suizos también eran tribunales
seculares, como en Lorena y en el Franco-condado. Pierre de Lancre en el
Labourd funcionó como un representante del Parlamento de Burdeos, una
magistratura laica. Ustedes dirán ¿qué pasa con los pequeñísimos principados
episcopales y arzobispales del catolicismo contrarreformado alemán, que son los
grandes cazadores de brujas de la historia del continente? Esas pequeñas
teocracias, cuyo soberano era un sacerdote, un obispo, eran institucionalmente
más sofisticadas de las que pensamos. Había en ellas una elaborada división del
trabajo. Contaban con tribunales eclesiásticos que perseguían pequeñas faltas

41
(por ejemplo, la superstición), pero contaban simultáneamente con tribunales
civiles, presididos por jueces laicos, que dictaban sentencia en nombre del
príncipe-obispo local, pero no tanto en cuanto obispo sino en tanto príncipe, en
tanto soberano. Pues bien, en los principados arzobispales y episcopales de la
Renania, de Suabia y de Franconia fueron estos tribunales civiles los que
cazaban brujas.

*****

42

También podría gustarte