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Ernesto López

/ILTAMRk
López, Ernesto
Apuntes de sociología. -1 a ed. - Bue­
nos Aires : Altamira, 2008.
192 p. ; 22x15 cm.
ISBN 978-987-9017-34-0
1. Sociología. 1. Título
C D D 301
Fecha de catalogación: 1 5 /0 4 /2 0 0 8

© Editorial Altamira, 2008


EDITORIAL /ILTAMIRk &
info@ editorialaltam ira.com .ar

D iseño de tapa e interior:


Mario a. de Mendoza mm endoza@nctizai.com.ar

ISBN: 9 7 8 -9 8 7 -9 0 1 7 -3 4 -0
Todos los derechos reservados.
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Impreso en la Argentina - Printed ¡n Argentina


r
Indice

I Introducción..................................................................................... 9
II Antecedentes del pensamiento social:
dos grandes corrientes antagónicas........................................... 23
La Ilustración....................................................................................... 27
La Contrailustración........................................................................... 36
Ilustración y Contrailustración:
concepciones y valores contrastantes.................................................. 45
III Los precursores................................................................................. 53
Saint Simón.......................................................................................... 57
Comte................................................................................................... 60
Proudhon............................................................................................. 63
Escuela Histórica Alemana................................................................. 66
IV Marx, Durkheim y Weber: la sociedad como referente
empírico y como problema conceptual................................... 69
Marx..................................................................................................... 76
Durkheim......................... ................................................................... 82
Weber.................................................................................................... 86
V Marx, Durkheim y Weber: el conocimiento de lo social.... 93
Marx.................................................................................................... 95
Durkheim............................................................................................. 101
Weber.................................................................................................... 105
VI Problemas, conceptos y dinám icas............................................ 111
Marx..................................................................................................... 113
Los conceptos de Modo de Producción y
de Formación Económico Social.................................................... 113
El modo de producción capitalista: mercancías, valor y plusvalía.. 117
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

Clases, Estado, ideología y cambio social...........


D urkheim ...................................................... ,......
Centralidad de la problemática de la cohesión
Lo normal y lo patológico..... ................... ............................... i34
Los tipos sociales......................... ................................................ 136
Medio social interno y cambio social................................. 138
Weber.............................................................................................. 142
La acción social.............................................. .............................. 142
Poder, dominación y Estado........./....... .................. .................... 146
Racionalidad y racionalización........................ ........ ......... ......... 1.50
VII Marx, D urkheim y Weber: Ciencia, Política y R e lig ió n ...... 155
M arx................................................................... ................. ............... . 158
‘ Durkheim....................................................................................................... 161
Weber................................................................. ................... ........................ 166
VIII F inal..................................:............................................................................ 175
Referencias bibliográficas................................................................................... 180
Apéndices
Cronología......................................................................................................... 183
Breves reseñas bibliográficas............................................................................ 185

6
a Juan Carlos Portantiero, in memoriam,
que abrió mis ojos a la Sociología.

a Alejandro Dolina que tal vez sin


saberlo me enseñó —hace muchos años
ya—que para reconocer algunas cues­
tiones culturales vale más el arrabal que
el tránsito por las avenidas del mundo.
Introducción
Pese a que no siempre se lo reconoce abiertamente, la Sociología como
disciplina científica se ha desarrollado en estrecha vinculación con la pre­
ocupación por averiguar y/o entender qué son y cómo funcionan las socie­
dades. La propia etimología de la palabra sociología viene en apoyo de ia
afirmación que se acaba de hacer: sociología quiere decir ciencia de lo
social. Ahora bien, ¿qué relación existe entre lo social y la sociedad? ¿Pue­
de decirse que la sociedad contiene todas las prácticas sociales y, por tan­
to, lo social no es más que aquello que es relativo a la sociedad? Pero por
otra parte, ¿no es lícito preguntarse si acaso lo social puede existir sin que
haya sociedades? Si bien no es difícil admitir en la actualidad que lo social
es el resultado de la vida en sociedad, no es de descartar que pueda haber
habido formas de interacción entre personas, es decir, formas de acción
social sin que existiera, todavía, propiamente sociedad.
Por lo común se acepta de manera generalizada que la historia huma­
na muestra una tendencia de ios seres humanos a vivir agrupados en con­
glomerados a los que se denomina sociedades. Cierto es, sin embargo, que
hay pensadores sociales de extraordinaria valía como Jean Jacques Rous­
seau (1712-1778) oThomas Hobbes (1588-1679) que imaginaron la exis­
tencia de formas de vida humana presociales. Es decir, de estadios
pretéritos en los que los seres humanos no habríamos vivido en socie­
dad. Los hombres en estado de naturaleza de Rousseau o los individuos
del período anterior al de aquellos que decidieron establecer un pacto para
constituir el Estado (Hobbes), y fijar asimismo un conjunto de normas
al que se sujetaron fundando así, también, la sociedad, son un ejemplo
de ello. Quizá en los agrupamientos humanos previos al establecimien­
to de Estado y sociedad que imagina Hobbes podrían darse ciertas cla­
ses de interacciones entre las personas concernidas en ellos. Cabría
entonces hablar de “lo social” sin que hubiera todavía propiamente socie­
dad. Pero salvando esta discusión sobre el remoto pasado, que en buena
parte es una discusión sobre el origen histórico de las sociedades, el reco­
nocimiento de la condición sociable de la existencia humana, derivada tan-
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

to de su aptitud como de su propensión a la vida en sociedad, es prácti­


camente indiscutido.
Cabe apuntar, por otra parte, que la tradición sociológica más sólida
y amplia, aquella que establecieron los a veces llamados “padres fundado­
res” de la Sociología -Karl Marx (1818-1883), Emile Durkheim (1858—
1917) y Max Weber (1864-1920)— es homogénea respecto del
reconocimiento de la existencia de las sociedades —por primitivas que ellas
hubieran sido- prácticamente desde el comienzo de los tiempos. Y en cual­
quier caso, queda fuera de duda que en sus respectivos sistemas teóricos
la sociedad, tanto como referente empírico cuanto como problema con­
ceptual, ocupa un lugar central.
La sociabilidad o socialidad de la existencia humana es compartida por
estos tres autores. Y los tres coinciden, asimismo, en que aquella resulta del
desfasaje que existe, desde el remoto inicio de los tiempos, entre las nece­
sidades que acosan incesantemente a los seres humanos y los siempre esca­
sos recursos que se hallan disponibles para satisfacerlas. Es decir, dado que
los seres humanos tenemos aptitudes para la vida en sociedad, la asocia­
ción se plasma al verse aquellos obligados a conseguir recursos por lo
común no fácilmente conseguibles, para satisfacer sus necesidades. Este
incesante hecho conduce inevitablemente a la formación y desarrollo de
las sociedades.
Ahora bien, cabe también preguntarse ¿de qué se habla cuando se pro­
nuncia la palabra sociedad?, ¿son las sociedades objetos fácilmente discer-
nibles? Me parece que se puede admitir sin dificultades que hay un uso
múltiple de esa palabra. Se la utiliza para designar empresas (sociedades
comerciales, sociedades anónimas, etc.), tanto como clubes formados por
socios, o conjuntos como el constituido, por ejemplo, por los habitantes
Virreynato del R ío de la Plata o conglomerados como el que constitui­
mos los argentinos hoy en día (respectivamente, la sociedad virreynal y la socie­
dad argentina actual). Es evidente entonces que el vocablo se utiliza de
diversas maneras; es por tanto multívoco.
Es necesario preguntarse, entonces, en qué sentido lo usamos los soció­
logos, a qué nos referimos cuando mencionamos la palabra sociedad. O,
con mayor precisión todavía, a qué se alude mediante la palabra sociedad
cuando se indica que la sociología es la ciencia de lo social, que es prác­
ticamente lo mismo que decir que es la ciencia de la sociedad según se ha
visto inmediatamente más arriba. Ahora bien, en este punto es necesario
regresar a la cuestión de los referentes empíricos mencionada preceden­
temente. ¿Cuál es el objeto real —en este sentido, el referente em pírico-
ai que se refiere el interés de la Sociología por conceptuar la sociedad y des­
arrollar elaboraciones teóricas tomándola como referencia central? Antes

12
INTRODUCCIÓN

de intentar contestar esta pregunta conviene, sin embargo, repasar algu­


nos aspectos de la vieja pero siempre desafiante cuestión de la relación entre
las cosas y las palabras que las designan.
La palabra mesa —la que se encuentra en cualquier diccionario, por
ejemplo- se refiere a objetos existentes, a objetos reales.1 En tanto entra­
da de cualquier diccionario es una definición. Esto es, una elaboración abs­
tracta que debe ser capaz de contener a todas las unidades específicas que
constituyen el conjunto. Estas unidades específicas u objetos son, con res­
pecto a las palabras utilizadas en el lenguaje corriente, equivalentes a lo
que a nivel de ciencias sociales se denominan referentes empíricos. Hay
sin embargo que aclarar que los objetos de las ciencias sociales —entre ellas
la Sociología- son problemáticos. N o son tan simples y/o sencillos en su
condición de objetos como una manzana o una silla.2 Hoy tiende a cre­
erse que todos los objetos empíricos en relación a los cuales se procura des­
arrollar las ciencias sociales deben ser deslindados respecto de totalidades
empíricas o históricas mayores, que los contienen. Luego ele este deslin­
de —recorte de campo—se trabaja conceptualmente sobre la parcialidad o
parcela deslindada dándose así origen a las teorizaciones sobre lo social.
Los objetos no sencillos, como las sociedades, deben ser deslindados en
tanto objetos, vale decir, en tanto referentes empíricos. Inmediatamente
después comienza el trabajo de elaboración conceptual que se desarrolla
tomando como referencia aquellos objetos. Queda así claro que existen
sociedades en el terreno empírico —son en este sentido entonces objetos
existentes- que pueden ser discernidas. Y que la Sociología construye sus
abstracciones conceptuales con referencia a ellas.
Ahora bien, ¿cómo es posible discernir y señalar los referentes empí­
ricos de la noción de sociedad sobre la que se construye la Sociología? A
mi juicio, estos resultan ser aquellos conglomerados humanos en los que
sus integrantes comparten determinados intereses, y en los que se verifi­
can tanto interacciones recíprocas entre sus integrantes, como la existen­
cia de algún sentido de pertenencia al mismo y algún grado de cohesión;
1 C onviene aclarar que a veces se piensa y /o define objetos im aginarios, es decir, que no tienen
una existencia física real: los cronopios de Julio Cortázar, por ejem plo, o los artefactos que suele inven­
tar la ciencia ficción. Los ángeles, en cam bio, son inexistentes para los ateos; para otros, sólo carecen
de existencia física. Existe, claro está, una definición de ángel no obstante las dificultades de su refe­
rencia objetal.
2 Q uizá no esté de más recordar aquí la bella estrofa inicial del poem a El Golem de Jorge L. B or-
ges, que expone el tem a de las palabras y las cosas:
Si com o el griego afirma en el C ratilo
El nom bre es arquetipo de la cosa
E n las letras de la rosa está la rosa,
Y to do el N ilo en la palabra ¡\'i/o

13
estos conglomerados pueden ser identifica por su sistema eco-
nómico o su referencia nacional, tempo ¡a sociedad capitalis­
ta, la sociedad esquimal o la sociedad argentina de] siglo XIX, por casos).
Desde luego, esta no pretende ser una definición conceptual precisa sino
una mera aproximación a un referente empírico que no es tan sencillo de
discernir como una rosa o el río Nilo. Es una precaria —o si se prefiere pro­
visoria- forma de delinear un referente, de delimitar una parcela de lo real
con relación a la cual se intentará construir conceptos y teoría, Es, tam­
bién, una postulación sobre la realidad empírica, porque es una afirmación
que no puede escapar a la limitación de que debe ser hecha antes de que
se pueda desarrollar su abordaje propiamente conceptual: como se ha vis­
to precedentemente, sólo puede haber desarrollo conceptual sobre algún
objeto previamente deslindado.
Veamos ahora a título por el momento meramente ilustrativo —y con
la sana intención de abandonar las abstracciones por las que se acaba de
atravesar, probablemente inconvenientes para una introducción—algunas
definiciones de Sociología.
Emile Durkheim la caracteriza como la ciencia de la moral. Pero no
en el sentido de que tenga por finalidad fijar escalas de valores o propo­
ner sistemas éticos a los que deban sujetarse quienes actúan socialmente,
sino en el de que debe ocuparse de estudiar y comprender dichas escalas
o sistemas, que están en la base de la socialidad humana. En su libro La D ivi­
sión del Trabajo Social escribe: “Los hombres no pueden vivir juntos sin
entenderse y, por consiguiente, sin sacrificarse mutuamente, sin ligarse unos
a otros de manera fuerte y duradera. Toda sociedad es una sociedad moral”.3
Se destaca aquí una ligazón, un entendimiento mutuo, en fin, una socia­
bilidad que está en la base de la vida en común de los hombres. Más ade­
lante se verá con algún detalle que pone énfasis en “lo moral” porque es
esta dimensión la que suscita el “entendimiento m utuo” y, en definitiva,
forja y regula la vida social, cualesquiera sea el contenido que esa moral
posea. “Lo moral” -cabe aclararlo aunque es prácticamente obvio—se com­
pone para nuestro autor de valores, principios y normas para la acción que
son compartidas por los miembros de cualquier sociedad. Reglas de jue­
go, respeto recíproco entre los miembros y hacia el marco normativo: todo
esto hace al entendimiento mutuo y a la ligazón entre los partícipes de la
vida social.
Max Weber la define, en cambio, de la siguiente manera: “Debe enten­
derse por sociología (en el sentido aquí aceptado de esta palabra, emple­
ada con tan diversos significados) una ciencia que pretende entender,
! Aka! U niversitaria, M adrid, 1982, pág. 269.

¡4
INTRODUCCIÓN

interpretándola, la acción social para de esa manera explicarla causalmen­


te en sus desarrollos y efectos”.4 En el transcurso de este texto se desple­
garán los conceptos de ciencia (social), así como los de entendimiento e
interpretación. También el de acción social, que está en la base de la defi­
nición weberiana. Por ahora, basta con señalar de un modo general, que
Weber distingue entre acción a secas y acción social. La primera tiene un sen­
tido exclusivamente subjetivo (por ejemplo, pescar por diversión) mien­
tras que la acción social se define como tal en tanto el accionar de alguien
está referido a la actitud de otro/s y se orienta por ésta en su desarrollo
(por ejemplo, pescar para vender). Probablemente podría decirse que la
acción social es la forma más elemental de la tendencia de los seres huma­
nos a la socialidad. En Economía y Sociedad, su ópera magna, aparece tratada
en los puntos I y II del capítulo inicial, llamado “Conceptos sociológicos
fundamentales” y se desdobla mediante especificaciones en diversas direc­
ciones. Como bien señala De Feo, “los rasgos generales de la acción social
vuelven a presentarse en las otras categorías o conceptos fundamentales
de la sociología, como la relación social que es la determinación más espe­
cífica de la acción social”. 5Tras de la cual se encolumnan las de orden legíti­
mo, validez y otros.
Raymond Aron (1905-1983), que era francés como Durkheim, pero
estaba influido por la obra del germánico Weber, va más directamente al
grano. En la Introducción a su trabajo sobre el pensamiento sociológico
escribe: “La sociología es el estudio que se pretende científico de lo social
en tanto tal, sea al nivel elemental de las relaciones interpersonales, sea al
nivel macroscópico de los conjuntos amplios, las clases, las naciones, las
civilizaciones o, para tomar la expresión corriente, las sociedades globa­
les”6. Así pues, la acción social, la vida social, lo social -todas variantes de
una misma cuestión—aparecen como el objeto de la Sociología.7
Puede mencionarse, por otra parte, que no existe prácticamente socie­
dad que no se haya pensado a sí misma de un modo u otro.8 En Occiden­
te, desde La República de Aristóteles en adelante se registra una reflexión
sistemática sobre lo social, en este caso acompañando una reflexión sobre
lo político. Quizá pueda incluso decirse que existe desde antes, como lo
refleja el Protágoras de Platón, que muestra un fragmento del pensar de quien
fuera la figura principal de los sofistas, cuya obra lamentablemente se ha per­
4 Economía y Sociedad, Fondo de C ultura Económ ica, M éxico, 1964, t.l, pág. 5.
3 N. D e Feo: Introducción a Weber, A m orrortu, B uenos Aires, '2007, pág. 101.
6 R . A ron: Les étapes de la penseé sociologique, Gallimard, París, 2004, pág. 16 (la traducción es mía,
E.L.). La p rim er edición es del año 1967.
7 K. M arx, p or raro que parezca, no acuñó una definición de Sociología.
x Por la vía del m ito, del arte, de la religión, de la filosofía y, más tarde, de las ciencias sociales.

15
APUNTES Dh SOCIOLOGIA

dido, aunque se conservan algunos pequeños fragmentos de su pensar. Así


entonces, ambos aspectos: la sociedad como objeto histórico (y como refe­
rente empírico), y las elaboraciones producidas sobre la sociedad (y sobre
lo social) constituyen —dicho una vez más—la base del quehacer socioló­
gico y de la Sociología, se trate ya sea de sus antecedentes, ya de sus ini­
cios como disciplina científica, ya de sus desarrollos posteriores.
Pero debe mencionarse todavía otra cuestión. La producción de cono­
cimiento empírico o aun de teoría sobre lo social (o sobre la sociedad) es
siempre tributaria de alguna concepción acerca de cómo es posible cono­
cer en ciencias sociales. Cualquier investigador, cualquier teórico, cualquier
sociólogo que desarrolle el más simple de los trabajos de campo, consume
—lo sepa o no, lo admita o no, lo explicite o no—alguna teoría del cono­
cimiento, es decir, alguna concepción acerca de cómo funciona el proce­
so de conocimiento en el ámbito social. Hay, pues, un componente
epistemológico presente en todo trabajo que se pretenda sociológico.
Así, hay quienes en el plano más general de la teoría han postulado la
existencia de una única realidad y, por lo tanto, la existencia de un estatu­
to epistemológico único tanto para las ciencias físicas y naturales cuanto para
las sociales y humanas. Lo que frecuentemente ha significado la “importa­
ción” de premisas epistemológicas y consideraciones metodológicas desde
las ciencias “duras” hacia las sociales. Este es el caso, por ejemplo, de Augus-
te Comte (1798-1857), que acuñó el término “sociología” y fue el inspi­
rador-como se sabe—del positivismo en las ciencias sociales. Pero hay también
quienes han postulado la conveniencia de diíerenciar ambos tipos de cien­
cia, como el ya mencionado Protágoras en la Grecia de Sócrates y Platón,
o el filósofo prusiano Emanuel Kant (1724-1804), que fundamentó la dife­
rencia entre las Ciencias de la Naturaleza y las Ciencias del Espíritu.
Las distintas posiciones epistemológicas inciden de manera directa sobre
la selección de las cuestiones que son tenidas como más significativas por
las diferentes escuelas y sobre el modo en que estas son abordadas. La socio­
logía marxista, por ejemplo, con su interés centrado principalmente en la
lucha de clases y en el conflicto social que anida en toda sociedad es con­
gruente con el materialismo histórico/dialéctico que postula en el terre­
no epistemológico. Mientras que el marco epistemológico de Weber, que
lo lleva a plantear una sociología interpretativa, lo induce a privilegiar los tipos
ideales, la aplicación de una metodología histórico-comparativa y el estu­
dio particular de situaciones históricas que considera únicas e irrepetibles.
De donde se desprende que producción sustantiva y enfoque epistemo­
lógico se hallan estrechamente ligados.
Si se considera lo expuesto hasta aquí no es difícil comprender que
la Sociología contiene escuelas o sistemas teóricos diferentes. Estas escue­

16
INTRODUCCIÓN

las coinciden en el objeto básico común a cuyo estudio se avocan: la


sociedad. Pero tienen desarrollos diferentes, que resultan tales en virtud
de la peculiar articulación de teoría sustantiva y concepción epistemo­
lógica que realizan.
Resulta imposible no mencionar ya una cuestión que se desarrollará
más ampliamente en lo que sigue del texto. Las ciencias llamadas “duras”
no admiten que un mismo hecho o problema, pueda ser explicado de
diversas maneras. En las ciencias sociales -en la Sociología en particular-
la diversidad de interpretaciones, en cambio, es moneda corriente.
Como se ha indicado más arriba, hay quienes procuran replicar el
modelo de las ciencias naturales en el ámbito de las sociales. Y hay, en cam­
bio, quienes postulan la especificidad de estas últimas y su naturaleza dife­
rente respecto de las ciencias “duras”. Podría decirse que este es un debate
que atraviesa la entera historia cultural de Occidente. Precisamente Pro-
tágoras sostuvo con simpleza: “el fuego arde lo mismo aquí que en Per-
sia mientras que las instituciones sociales cambian delante de nuestros ojos”.
Cuatrocientos cincuenta años antes de Cristo procuraba alertar a sus her­
manos aqueos sobre el diferente estatuto de los procesos de la naturaleza
y de los sociales, y del diferente tipo de conocimiento al que dan lugar.
Todos los reparos, precauciones y llamados de atención que se ha des­
arrollado precedentemente son inevitables. Son quizá engorrosos pero no
hay manera de eludirlos si se desea presentar con honestidad a los even­
tuales lectores las premisas que han guiado la elaboración de este texto.
Tres temáticas centrales se despliegan en lo que sigue:
a) las dos corrientes fundamentales que constituyen la base del pen­
samiento social de Occidente;
b) algunos antecedentes y precursores de la Sociología;
c) los aportes de los “padres fundadores”.
El pensamiento social de Occidente se asienta sobre dos corrientes
antagónicas, cuyas manifestaciones y contraposición son advertibles ya en
el mundo griego clásico, pero que a partir del siglo XVIII se consolidan
como tradiciones de pensamiento: la Ilustración y la Contrailustración
(también llamada a veces, Antirracionalismo).
Debo mencionar que este punto de partida no tiene todavía una acep­
tación amplia. Ha sido laboriosa, generosa y convincentemente sosteni­
do por Isaiah Berlín, a mi juicio el mejor historiador de las ideas que dio
el siglo XX. Tiende en cambio a prevalecer la idea de que hay una sola
mainstreem (corriente principal), la de la Ilustración y que lo demás es o
bien sólo mera deformación —a veces teratológica—de ésta o viejas ideas
reaccionarias revestidas de un ropaje aggiornado .

17
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

Se presenta asimismo un incompleto abordaje de algunos de quienes


pueden ser considerados precursores de la Sociología. Todos los escogi­
dos en este texto han dejado alguna huella sobre uno u otro de los “padres
fundadores”, siendo este el criterio que ha guiado su selección. Especial
mención merece, en todo caso, la exclusión de Alexis de Tocqueville, cuya
ubicación entre los precursores es apenas una opción posible (otra, igual­
mente sostenible, podría ubicarlo entre los fundadores). Sigo a este res­
pecto a Aron, que reconoce la riqueza de pensamiento de aquel pero señala
la soledad en que quedó, en su tiempo, y la ausencia de discípulos o segui­
dores que le dieran continuidad a sus ideas.9
La obra de Marx, Durkheim y Weber -en tanto “padres fundadores”
de la disciplina—se examinará desde el doble ángulo de: a) sus respectivas
concepciones generales sobre la sociedad, y b) sus respectivas maneras de
plantear la posibilidad de conocer en ciencias sociales, en el entendido de
que toda producción de saber en este campo resulta de la articulación de
teoría sustantiva y enfoque epistemológico, como ha sido mencionado ya.
Como la intención de esta obra es sobre todo analítica, la dimensión
contextual histórica no se abordará con amplitud. Sin embargo se procu­
rará establecer los trazos principales de los marcos históricos en los que
vivieron y trabajaron tanto precursores como fundadores.
U n problema a veces recurrente de los compendios de historia de las
ideas (políticas, sociales u otras) es que la ausencia de referencias histó­
ricas produce un efecto de distorsión: los autores aparecen unos tras de
otros y se suceden como si se estuvieran refutando o complementado entre
sí, como si se tratara simplemente de un ejercicio intelectual. Se pierde
así de vista que sobre todo escribieron y produjeron interpelados por pro­
blemas de la realidad que les tocó vivir, a los que procuraron entender y
dar respuesta. No se debe negar que la contestación a autores relevantes
de épocas pasadas, la crítica entre contemporáneos o la de discípulos ávi­
dos hacia sus maestros son más que condimentos de la vida intelectual.
Pero ni son lo único ni lo más importante. Marx, por ejemplo, no escri­
bió su obra movido solamente por el afán de refutar a los economistas
clásicos o a los filósofos por él designados como idealistas. Del mismo
modo que Weber no lo hizo sólo para diferenciarse de los epígonos del
Iluminismo francés. Así, la contextuación histórica resulta siempre muy
importantes. Como se viene de decir, en el texto se ofrecerán algunas pis-

9Véase op.cit. pág. 18. C abe aclarar que aunque A ron indica que Tocqueville “ no fue adoptado ni
por la derecha ni por la izquierda, perm aneciendo sospechoso a todos” , él si lo incluye en su obra
que tiene un alcance m ucho más am plio (y una profundidad mayor), que este pequeño texto de inten­
ción apenas introductoria.
tns, (]nt' se completarán en un Apéndice que incluirá cronologías histó­
ricas y noticias biográficas.
Debe señalarse, finalmente, que las tres temáticas centrales consigna­
das tienen cierto estatuto de autonomía en el texto. Admiten ser leídas por
separado, según sean los intereses de los eventuales lectores. Claro está, de
todos modos, que el encuadre y la lectura de Marx, Durkheim y Weber
se enriquece con los apartados dedicados a las tradiciones de pensamien­
to occidental y a los precursores.
Comencé a enseñar sociología en la Carrera de Sociología de la U ni­
versidad de Buenos Aires, a principios de los 70. Continué, luego, en la
Maestría de Ciencias Sociales de FLACSO/México, entre 1976 y 1983.
que fueron para mí años de exilio político. De regreso a la Argentina si
bien realicé incursiones en la enseñanza de teoría sociológica a nn/el de
posgrado, diversa circunstancias de mi desenvolvimiento profesional me
llevaron a ponerme en contacto con auditorios estudiantiles no socioló­
gicos ante los cuales ejercí la docencia en carreras de grado que incluían
el dictado de asignaturas sociológicas. Cerré ese ciclo a comienzos de 2005
—he dejado temporariamente la docencia pues he pasado a desempeñar
otras actividades— enseñando historia del pensamiento social a jóvenes
recién ingresados a la Universidad Nacional de Quilmes. El contacto con
estudiantes no aspirantes a sociólogos ha sido para mi una experiencia
extraordinaria, que me obligó a afinar abordajes y perfeccionar recursos
docentes, pero que sobre todo me llevó a escuchar, a abandonar confor­
tables pactos de lecturas establecidos entre iniciados, y a estar preparado
para responder a una amplia gama de interrogantes e inquietudes sobre
diversos asuntos que normalmente se dan por sabidos ante auditorios ver­
sados y que por falta de gimnasia y reflexión terminan convertidos casi en
lugares comunes o rutinas. Una inteligentísima joven me preguntó un día
“¿Por qué maltrata Zeitlin aVico —en el capítulo de su manual dedicado
a la Ilustración- si éste ha hecho interesantísimos señalamientos sobre el
valor y el papel de las culturas?”. Por curioso que parezca, esta clase de
preguntas no son frecuentes en los cursos de sociología para estudiantes
de esta carrera o en el nivel de posgrado. Demás está decir que este tipo
de intercambios me enseñó muchísimo.
Con el tiempo he aprendido a apreciar las exposiciones que ponen pre­
ocupación en ser bien entendidas por sus auditorios o lectores. No hallo
beneficio alguno en la dificultad de comprensión; mucho menos en cier­
ta tendencia al hermetismo que a veces asoma por ahí. Valoro las econó­
micas, bellas y precisas letras de nuestro Jorge Luis Borges. Así como me
deslumbra la simplificada profundidad con que ísaiah Berlin ha podido

:9
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

exponer algunos de los más abstrusos problemas de la historia intelectual


de lo que llamamos Occidente. Desde luego, no pretendo compararme
con ellos. Sólo me sirvo de sus ejemplos para ilustrar una forma de expo­
ner y/o de transmitir que conlleva la preocupación por la comprensión
del lector, que —me parece—debería ser en lo posible imitada.
Finalmente, debo advertir a los eventuales lectores que encontrarán
aquí un trabajo meramente introductorio. Es decir, el propósito de lo que
sigue es abrir una puerta, favorecer un ingreso, facilitar un acceso, quizá
confirmar un interés o una inclinación. Como no puede ser de otra mane­
ra, esta finalidad influye sobre el tipo de abordaje que se hace de los auto­
res que aquí se consideran. Por si hiciera falta, debe ser explicitado, en
primer lugar, que no hay en lo que sigue ninguna pretensión de exhaus-
tividad. No puede haberla en ningún trabajo de esta naturaleza. Marx, Dur­
kheim y Weber son examinados de una manera panorámica destacando
los que a mi juicio son los rasgos más relevantes de sus respectivos siste­
mas teóricos. En segundo lugar, cabe decir que aquella falta de pretensión
de exhaustividad se aplica todavía más los restantes autores considerados
en este texto. En estos casos, además, me he limitado a tomar de sus tra­
bajos temáticas y cuestiones que me han parecido relevantes vis a vis sus
posibles impactos sobre el desarrollo del pensamiento sociológico. Y he
dejado seguramente fuera de toda consideración cuestiones que son cen­
trales en sus respectivos sistemas de pensamiento.
No me parece mal proceder así. Toda lectura es siempre incompleta.
Quienes por razones de investigación o de docencia estamos obligados a
retornar sobre textos y a efectuar relecturas frecuentemente encontramos
novedades, nuevos asuntos o matices cuando no nuevas iluminaciones en
libros que tenemos archileidos. Por lo demás, en la historia intelectual de
Occidente no son pocos los autores que han tenido intuiciones o ideas
geniales sin que la totalidad de sus sistemas teóricos alcanzara esa calidad.
Muy probablemente lo que ha dejado una huella sobre el decurso de aque­
lla historia han sido esas fracciones y no las totalidades. Hay incluso obras
enteras que se han perdido, conservándose de algunas sólo pequeños frag­
mentos, como este —impactante—del antiguo poeta griego Arquíloco:
“Azar y destino dan a los hombres todo..
Enigmáticamente sabio y estremecedor si se considera que fue escri­
to hacia el año 650 a.Q , entraña —entre otros—el sentido de prevenirnos
frente a las a veces excesivas pretensiones de las disciplinas sociales. Su evo­
cación quizás sea el mejor portal de entrada para lo que sigue.

20
INTRODUCCIÓN

Advertencia sobre la bibliografía, las referencias


bibliográficas y las citas al pie

Al final de este escrito se encontrará una Bibliografía que lista los libros
y los artículos consultados en este trabajo.
En materia de citas al pie se ha seguido una modalidad habitual, según
se verá. Sin embargo, se ha preferido consignar inmediatamente más aba­
jo las obras más recurridas de Marx, Durkheim y Weber para utilizar con
ellas una modalidad de cita diferente. Esto con el objeto de hacer menos
farragosa la lectura y evitar interrupciones. Se les adjudica una clave -por
ejemplo, K para El Capital—se colocan dos puntos y se añade el número
de página correspondiente, dejándose todo entre paréntesis. Por ejemplo:
(K:148). Salvo excepciones, la referencia queda consignada en el cuerpo
mismo del texto y no como nota al pie.

Karl Marx
La Ideología Alemana, Ed. Pueblos Unidos, Buenos Aires, 1985, en ibid.;
se cita como «IA».
Introducción General a la Critica de la Economía P olítica/1857, Siglo XXI,
iMéxico, 1997, en ibid.; se cita como «IG».
Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, en ibid.;
se cita como «P».
El C apital , Fondo de Cultura Económica, México, 1966, 2 volúmenes,
en ibid.; se cita como «K».
Entile Durkheim
La División delTrabajo Social, Akal Universitaria, Madrid, 1982, en ibid.;
se cita como «DTS».
Las Reglas del Método Sociológico , Shapire, Buenos Aires, 1976, en ibid.;
se cita como «RMS».
El Suicidio, UNAM, México, 1974, en ibid.; se cita como «S».
Las Formas Elementales de la Vida Religiosa, Akal, Madrid, 1992, en ibid.;
se cita como «FEVR».
Max Weber
La Etica Protestante y el Espíritu del Capitalismo, Editorial Diez, Bue­
nos Aires, 1976, en ibid.; se cita como «EP».
X

‘l,a objetividad 'cognoscitiva5de la ciencia social y de la política «ocvv '\


en Ensayos sobre Metodología Sociológica , Am orrona, Buenos Aire ;
1997, en ibid.; se cita como «OCS».
Economía y Sociedad , Fondo de Cultura Económica, México. 1964, 2
volúmenes, en ibid.: se cita como «ES».
“Introducción” a La Etica Económica de las Religiones Universales, en Socio­
logía de la Religión, Istmo, Madrid, 1997, en ibid.: se cita como
«EE.RU».

22
f

II
Antecedentes del pensamiento social:
dos grandes corrientes antagónicas
Isaiah Berlín sostiene con agudeza y sólidas razones que el pensamien­
to social moderno de Occidente se nutre de dos tradiciones antagónicas:
la Ilustración y la Contrailustración (y su continuación en el Romanticis­
mo). Según sus propias palabras: “Pienso, en primer íugar, que algunos
de los románticos cortaron la más profunda de las raíces de la perspecti­
va clásica -a saber, la creencia de que los valores, las respuestas a las cues­
tiones de acción y elección, de alguna manera podían descubrirse— y
mantuvieron que no había respuestas a algunas de estas preguntas, subje­
tivas u objetivas, empíricas o a priori. En segundo lugar, no había para ellos
ninguna garantía de que los valores no entraran, en principio, en conflic­
to entre sí, o, si lo hacían, de que hubiera una salida; y sostuvieron como
Maquiavelo, que negar esto era una forma de autoengaño, ingenuo o
superficial, patético y siempre desastroso. En tercer lugar, mi tesis es que
con su doctrina positiva los románticos introdujeron un nuevo conjunto
de valores, no reconciliables con los antiguos, y que la mayoría de los euro­
peos son hoy herederos de ambas tradiciones. Aceptamos ambas perspec­
tivas y cambiamos de una a otra de una manera que no podemos evitar
si somos honestos con nosotros mismos, pero que no es intelectualmen­
te coherente”.10
La perspectiva clásica a la que se refiere alude al pensamiento de la Ilus­
tración; mientras que su mención de los románticos remite al de la Con­
trailustración: ha utilizado ambos términos en numerosos escritos. Resulta
claro que para Berlín se trata de tradiciones de pensamiento contrapues­
tas.11 Con precaución indica que se trata sólo de algunos románticos. Apa­
rece aquí un problema. No siempre es fácil encuadrar a los autores dentro
de corrientes o escuelas. Obviamente estas no son regimientos, no hay en

10 I. Berlín: "La revolución rom ántica: una crisis en la historia dei pensam iento m o d ern o ” , en
El sentido de la realidad, Taurus, M adrid, 1998, pág. 256.
' 1Al m enos eso es lo que sugiere su caracterización de que el conjunto de valores elaborados por
los rom ánticos (por algunos de ellos) es inconciliable con el de los clásicos.

25
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

ellas uniformidad. Es sin embargo posible establecer parecidos de fami­


lia, premisas o puntos de partidas similares, mínimos comunes denomi­
nadores, para decirlo de este modo. Si esto no fuera así, no tendría sentido
hablar --como se hace a menudo- de corrientes filosóficas, culturales, artís­
ticas, o incluso políticas. Agrupar por semejanza permite elaborar esque­
mas que facilitan la comprensión. De aquí su utilidad, limitada por cierto,
puesto que sucede con frecuencia que cada autor al que se procura enca­
sillar es también una singularidad reacia a dejarse atrapar en esquemas. Aho­
ra bien, con los románticos —especialmente con los que actuaron en el
mundo del arte y la cultura- ocurre quizá más que con otros, que el enca-
sillamiento es difícil. Berlin ha trabajado sobre esta cuestión y sobre las para­
dojas e incluso desesperaciones que la diversidad romántica ha producido
en críticos de arte e historiadores de las ideas.12 Pero no obstante ello cree
que hay un núcleo de concepciones y valores que permiten identificar al
romanticismo como corriente.
En lo que sigue se examinarán ambas escuelas tratando de poner de
relieve sus aristas aglutinantes. También se procurará reflejar la contrapo­
sición que existe entre ellas. La idea de que lo que hoy llamamos Occi­
dente abreva en dos tradiciones diferentes y hasta antagónicas es desafiante.
También evidente, a mi juicio, pese a que no somos muchos los que hoy
nos atrevemos a reconocerlo explícitamente. El mérito de su señalamien­
to, exploración y divulgación es todo de Berlin.

12 Véase I ms Ralees del Romanticismo, Taurus, M adrid. 2000. pp 36 ss.

26
Ilustración

Francia vivió en el transcurso dei stgio XVlü un te n omenai proceso de


renovación de las ideas y la cultura, que terminó por transformar las for­
mas de pensar y de vivir. Un historiador dice, por ejemplo: “En el siglo
XV ni, Francia fue, sin duda, un lugar que parecía, y a menucio lo era, doble­
mente privilegiado. Ante todo se trataba de un lugar donde se estaba lle­
vando a cabo a la vista de todos el perfeccionamiento de una cultura
material, social y estética y, unido a elia de forma indispensable, de un
modo de vida excepcional, imitado, envidiado o rechazado, pero que ser­
vía, en cualquier caso, como piedra de toque para cualquier ensayo de una
vida civilizada”.13
Este movimiento fijó las pautas de un nuevo modo de entender las cosas
en el campo filosófico, en el político, en el estético, en el cultural y en el
económico, entre otros, al mismo tiempo que sometió a una crítica demo­
ledora a las viejas representaciones del mundo. Se lo denominó la Ilustra­
ción. Francia fue su cuna, pero se desarrolló también en otras regiones de
Europa hacia las cuales se extendió el nuevo “modelo” francés.
Una expresión emblemática de este quehacer fue el Diccionario R azo­
nado de las Ciencias, las Artes y los Oficios, obra enciclopédica -de donde,
como se sabe, se derivó la denominación de enciclopedistas a quienes cola­
boraban con ella—que se publicó entre 1751 y 1772. Las principales figu­
ras que lo animaron fueron Diderot (1713-1784), que fue su director,
Voltaire (1694-1778), Rousseau (1712-1778), Montesquieu (1689-1755)
y Condorcet (1743-1794) entre muchos otros.
Como es usual que ocurra, los innovadores hombres de la Ilustración
debieron litigar contra diversos antagonistas y tuvieron también antece­
sores e influencias. Antes de exponer sus coincidencia fundamentales, es
decir, aquellas premisas y similitudes básicas que delimitan un territorio
común y permiten hablar de la existencia de una escuela o corriente, se
13 C. Benrekassa: “ Francia” , en V. Ferrone y D. K oche (Etís.): Diccionario Histórico de la Ilustra­
ción, A üanza, M adrid, 1 998, pág. 305

27
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

efectuará una presentación de sus adversarios y de los antecedentes que


influyeron sobre su desarrollo.

Adversarios

Sus antagonismos mayores provinieron del campo religioso y del ámbi­


to político: las concepciones escoláticas, por un lado, y el absolutismo
monárquico, por otro, aunque es necesario decir que los philosophcs ilus­
trados sostuvieron, en Francia, una relación particular con la monarquía.
La escolástica fue una corriente surgida hacia mediados del siglo X I,
en una época en que el pensamiento religioso dominaba toda clase de acti­
vidad artística o intelectual. Su propósito central era conciliar el conoci­
miento del mundo natural y el filosofar sobre la vida de los hombres, con
los dogmas de la fe. Fe y razón, fe y conocimiento empírico (o científi­
co), fe y filosofía debían caminar juntos bajo la guía de la primera.54Tuvo
gran influencia en las universidades medievales europeas, las primeras de
las cuales se fundaron en el siglo xill. Podría decirse que se mantuvo vigen­
te hasta comenzado el siglo X V II: todavía para esta época su influencia era
significativa. Con posterioridad, fue perdiendo terreno frente a las con­
cepciones que no privilegiaban la fe como fundamento de toda actividad
intelectual. Durante el siglo xvm —también llamado el Siglo de las Luces,
precisamente por la aparición y desarrollo de la Ilustración—mantenía su
vigencia en el mundo eclesial. Algunas de sus principales figuras fueron:
San Anselmo de Canterbury (1033-1109), Santo Tomás deAquino (1225-
1277), Guillermo de Ockham (1290-1349), y Francisco Suárez (1548-
Í617). Una corriente como la ilustrada, fundada sobre la primacía de la
razón, no pudo menos que chocar contra la escolástica.
Con el absolutismo monárquico sostuvieron relaciones complejas. Las
ideas sobre el origen de la soberanía, la división de poderes y, más en gene­
ral, sobre la democracia que expusieron entre otros, Montesquieu y Rous­
seau eran contradictorias con las que sostenían el orden monárquico. Sin
embargo, monarquías absolutas y philosophes ilustrados alcanzaron un equi­
librado modus vivendi. Las primeras, como consecuencia de las rivalidades
europeas de entonces, evolucionaron hacia el despotismo ilustrado. Reco­
nocieron la necesidad de efectuar reformas que condujeran al desarrollo
económico y político de sus respectivos remos con el objeto de mejorar

1,1 (..'orno se sabe, ¡a fe religiosa ie im puso condiciones al m ism ísim o Galileo, que aceptó y des­
arrolló la revolucionaria teoría de C opérnico, que postulaba que ia T ierra y otros planetas giraban
alrededor del s o l. MI Tribunal de! Santo O ficio lo obligó a retractarse.

28
!! ANTECEDENTES DEL PENSAMIENTO SOCIAL

su posición relativa y sacar ventajas sobre sus competidores. Dicho en cor­


to: procuraban alcanzar mayor capacidad de acción y mayor eficacia en la
adquisición y utilización de recursos. Con este objetivo mantuvieron rela­
ciones con los pensadores de la Ilustración, a quienes buscaban como con­
sejeros. Poseían un afán modernizador pero a todos les cabía la máxima
atribuida a Luis XIV (1638-1715), llamado el Rey Sol: “Todo para el pue­
blo pero sin el pueblo”.
El despotismo ilustrado floreció en el Siglo de las Luces. Algunos de sus
representantes fueron Federico II de Prusia, que reinó entre 1740 y 1786;
María Teresa de Austria y su hijo José II, que reinaron entre 1740 y 1780,
y entre 1780 y 1790 respectivamente; Carlos III de España, que reinó entre
1759 y 1788; y Luis XV de Francia (1710-1774).
Federico II de Prusia, por ejemplo, era un admirador de la Ilustración
francesa. Invitó aVoltaire a su corte, en la que prefería el francés al ale­
mán. Le interesaba la música y convocó varias veces al genial Juan S. Bach;
era flautista y compuso varias obras para este instrumento. Escribió un libro
contra Maquiavelo llamado Anti-Maquiavelo y otro que denominó Histo­
ria de mi Tiempo. Fundó, en fin, la Academia de Ciencias de Prusia.
Luis XV reinó entre 1722 y 1774. Como era todavía un niño cuan­
do lo coronaron tuvo una larga regencia. En 1726 fue designado Primer
Ministro su maestro el Cardenal de Fleury, que mantuvo este cargo has­
ta que murió, en 1743. Recién entonces comenzó a hacerse cargo con
mayor dedicación del gobierno del reino. Le interesaban los pensadores
de la Ilustración, lo mismo que a su famosa amante Madame de Pompa-
dour, quien defendió a los enciclopedistas de las intrigas de la corte y de
los ataques de la Iglesia.
Un hombre de la Ilustración, Francois Quesnay (1694-I774),i5 fue
médico personal de Madame de Pompadour y de consulta del rey y su
familia. Con el tiempo, desplazó su interés hacia la economía. Publicó dos
obras en 1758, Cuadro Económico, que tuvo tres ediciones sucesivas y M áxi­
mas Generales del Gobierno Económico de un Reino, que sentaron las bases de
una corriente que se llamó la Fisiocracia o Escuela Fisiócrata. Aunque no
manejó nunca las finanzas del reino sus ideas económicas suscitaron inte­
rés y polémica, y tuvieron algún impacto sobre las discusiones de la épo­
ca. Quesnay es uno de tanto ejemplos del modo en que los ilustrados se
acomodaron al despotismo ilustrado. Pudieron hacerlo pues si bien sus ide­
as eran revolucionarias —varios de los dirigentes de la Revolución de 1789
abrevaron en ellas—en general no preconizaron una acción revolución vio­
lenta. Eran más bien partidarios de un cambio pacífico orientado “desde
1"'1 Escribió para ia Enciclopedia entre otras, las entradas “Evidencia” y “ A rrendatarios” .

29
APUMÍhS L)t SOCIOLOGÍA

•utí'-.i ' Eso ies permitió convivir con un régimen que querían cambiar
pero mu apelar a medios drásticos.

Influencias

2 n el campo filosófico los ilustrados enfrentaron las ideas de los lla­


mados metafisicos16 aunque cambien recibieron su influencia. Estos, de ana
parte, concebían al mundo como constituido por regularidades. Y por otra,
tenían confianza en que ei raciocinio podía desentrañarlas y formalizarlas.
Creían en la posibilidad de identificar algunas verdades o premisas fun­
damentales rectoras de dichas regularidades mediante la utilización de la
capacidad humana para razonar, para, desde ellas, deducir la dinámica de
la naturaleza y de lo social. Su meta era producir grandes sistemas de pen­
samiento, articulados lógica y deductivamente, que funcionaran a la mane­
ra en que lo hacen las matemáticas.
Así, entendían que las facultades especulativas del pensamiento podí­
an conducir a la revelación de premisas o verdades fundamentales que per­
mitieran basar sobre ellas un sistema de ideas. Debido a esta confianza en
las potencialidades de la razón y a su alejamiento de la experiencia empí­
rica se los ha llamado precisamente metafísicas. Dicha revelación conducía
a una posesión. Sólo quien descifrara aquellas premisas o verdades —es decir,
quien poseyera el secreto de su cifra- podría avanzar por el camino del cono­
cimiento. Ahora bien, una vez poseídas esas premisas o verdades, la posi­
bilidad de avanzar hacia el saber dependía de otra facultad del
pensamiento: la capacidad de deducir. El despliegue de la realidad era dedu­
cido de aquellas o, al menos, debía ser congruente con ellas. La ligazón
entre premisas (o verdades) iniciales y cadenas deductivas daba como resul­
tado grandes sistemas articulados de ideas, que intentaban dar cuenta de
la realidad.
Los philosophes ilustrados rechazaron este modo de concebir el cono­
cimiento. Sin embargo coincidieron con los metafisicos en que había regu­
laridades en la realidad. Y retomaron, aunque con un sesgo diferente, la
idea de razón, que se convirtió en una llave maestra de su sistema con­
ceptual. Le rindieron un culto reverencial, pero invirtieron el punto de
partida de la filosofía metafísica: dónde ésta vio una posesión, los ilustra­
dos persiguieron una adquisición. Influenciados por la gran revolución
copernicana y el extraordinario avance de las ciencias físicas y naturales
10 A lgunos de ios más n oto rios representantes de esta corriente fueron D escartes (1596-1650).
Spinoza (1623-1677) y Leibnitz (1646-1716).

30
II ANTECEDEN!cS DEL P tN S A M iE N lO SOCIAL

(y en menor medida también por el empirismo inglés)17 —se volverá inme­


diatamente sobre la primera—optaron por zambullirse en la realidad en
busca de las regularidades y/o leyes que la explicasen. Descartaron la mera
especulación racionalista para privilegiar la experiencia empírica condu­
cida por la razón, como lo habían hecho los sabios que desarrollaron la
nueva astronomía. Así, la razón, desposeída inicialmente de premisas sus­
tanciales y compelida en consecuencia a bucear en lo real, debía descu­
brir qué movía al mundo de los hombres. De aquí la idea de adquisición:
se alcanzaba el conocimiento mediante la aplicación de la razón al exa­
men de la realidad empírica, y no mediante su uso meramente especu­
lativo. Finalmente, este era el procedimiento que habían seguido los
grandes científicos del mundo natural que cambiarían de raíz las concep­
ciones en este dominio del saber.
Como es conocido, el astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473-
1543) formuló una revolucionaria teoría sobre el sistema solar, que expu­
so en su obra Sobre la revolución de las órbitas celeste. Refutando la concepción
entronizada por Ptolomeo en el siglo II de, que postulaba que la Tierra
era el centro de un sistema y que en derredor de ella giraban los otros pla­
netas y también el Sol, sostuvo que éste ocupaba ese sitio. Estas ideas fue­
ron retomadas y desarrolladas, un siglo después, por Galileo Galilei
(1564-1642) y porjohannes Kepler (1571-1630) en confrontación con el
modo de pensar todavía prevaleciente en esa época entre los astrónomos.
Todas estas controversias quedaron superadas con la aparición, en 1687,
de la obra Principia Matematica, de Isaac Nevvton (1642-1727), que des­
arrolló la teoría de la gravitación y fundó sobre ella tanto su concepción
de la mecánica celeste cuanto la física de base electromecánica. Una nue­
va concepción de la ciencia, que se irradió hacia diversos ámbitos del cono­
cimiento, irrumpió definitivamente con Newton.
Ni Copérnico, ni Galileo, ni Kepler, ni Newton habían partido de ver­
dades reveladas o premisas fundamentales establecidas por la razón espe­
culativa con independencia de la experiencia. Carecían de posesiones previas.
Mediante la observación, la experimentación y el análisis riguroso de la
realidad, habían encontrado regularidades -puede decirse entonces que las
adquirieron— que dieron lugar, luego, a la enunciación de leyes científicas.
No habían deducido esas leyes de verdades a priori; habían descubierto esas
regularidades en la realidad y desde ellas, más bien por el camino de la
inducción, habían luego llegado a la formulación de dichas leyes.

u C orrien te desarrollada en Inglaterra durante ios siglos XVH y XVII!, que postula que la expe­
riencia —de aquí el m ote de empirismo— es ia fuente y el lím ite del conocim iento, así com o ia prove­
edora de criterios de valide? de éste.

3 1
APUNTES DE SOCIOLOGIA

i.:¡ inexistencia de verdades reveladas, la demostración fehaciente de


la existencia de una parcela del universo gobernada con toda puntualidad
por leyes (la astronomía), el compromiso con ia realidad empírica, ia razón
como llave del saber operando a través de un ejercicio riguroso del méto­
do científico, que fueron estandartes principales de los sabios astrónomos,
se convirtieron en modelo para los ilustrados.
Cabe destacar, finalmente, la influencia de la escuela del “derecho natu­
ral” o ius naturalismo, cuyos representantes más señalados frieron, entre otros,
Hugo Grocio (1583-1645) y Saúl Pufendorf (1632-1694). Esta corrien­
te postuló la existencia de derechos de los individuos anteriores y supe­
riores -precisamente, los derechos naturales— a los establecidos por el
Estado. Se suele poner como ejemplo de ambos tipos de derecho y de su
eventual choque, el drama de Antígona -representado en la obra homó­
nima de Sófocles—cuyo hermano Polinices, muere envuelto en una lucha
intestina por el trono de Tebas. Antígona desafía la decisión de dejar a su
hermano al arbitrio de cuervos y alimañas, tomada por el flamante rey Cre-
onte. La antigua Grecia creía que el alma de los insepultos quedaba con­
denada a vagar por el mundo sin poder ingresar al Orco, la mansión de
los muertos donde reinaba Hades. Antígona decide enterrar a su herma­
no, desafiando a su rey, lo que le cuesta también la vida. Los ius naturalis­
ta sostienen que a Antígona le asistía el derecho —un derecho natural—de
actuar conforme a los usos religiosos y a la tradición, aún contra las dis­
posiciones del soberano (que en este caso, representa al Estado). Algunos
integrantes de esta corriente sostuvieron incluso que el derecho natural
se daba en conformidad con la razón y que era independiente de la volun­
tad de Dios.
La carga que los ius naturalistas llevaron contra la omnipotencia del Esta­
do y, en menor medida, contra los dogmas de la fe, precedió a las preo­
cupaciones que los philosophes tuvieron posteriormente por los mismos
temas.

E l núcleo de la concepción ilustrada

Regularidad y razón están en la base de la concepción ilustrada. Los


philosophes entendían que la realidad social está regida por leyes de la mis­
ma manera que lo está la realidad de los astros y la de la naturaleza. Esas
regularidades de lo real no son evidentes per se, de manera que hay que
hacer el esfuerzo de identificarlas y de construir las leyes -en el sentido
científico de la palabra—que dan cuenta de ellas. Para esto la razón —y el
trabajo empírico—es indispensable. Así, aquella —la razón—se convierte en

32
¡! AN T R .K 'V rN T!'S OU PENSAMIENTO Se X. iAL

un instrumento insustituible; adquiere la calidad de ser prácticamente


omnipotente: bien utilizada, nada le impediría avanzar sobre el conoci­
miento de lo real.
Los ilustrados postulaban, entonces, continuando el camino abierto
por la revolución de Copérnico, que en lugar de premisas o verdades meta­
físicas previas, la razón mediante un trabajo rigurosos de observación y aná­
lisis de los hechos empíricos debía descubrir regularidades y/o leyes que
permitiesen entender el comportamiento humano y la dinámica de las
sociedades. Estas leyes, a su vez, debían ser susceptibles de demostración
y verificación. Una vez establecidos fehacientemente, leyes y principios
básicos adquirían una validez universal: debían ser válidos para cualquier
tiempo y para cualquier lugar.
Para ellos la realidad -el universo—constituía una totalidad articula­
da, sujeta a leyes, que se desplegaba en diversos planos. Y como el mun­
do a conocer era, en definitiva, uno solo, regido por un conjunto articulado
de leyes y principios de validez universal, creyeron firmemente que, más
allá de sus divisiones funcionales, la ciencia era básicamente una sola y que
esas divisiones funcionales eran sólo ámbitos en los que aquella universa­
lidad se especificaba. La realidad, toda ella, estaba regida por leyes: el mun­
do inanimado, las plantas, los animales, los hombres, los astros y su
sorprendente pero ahora conocida mecánica. Constituía, en rigor, un úni­
co conjunto.
La razón formaba parte de ese todo. Y era la llave que lo hacía inte­
ligible. Es decir que haciendo sistema con la concepción de un mundo
gobernado por leyes, se encontraba la razón, que era el instrumento que
conducía a la inteligibilidad.
Los ilustrados imaginaban que la utilización adecuada de la razón pro­
duciría saber, conocimiento. Y que esto ayudaría a reconciliar al hombre
con la naturaleza pues permitiría una apropiación más racional de* sus fru­
tos y recursos. Aplicado todo esto al campo de los fenómenos sociales, con­
fiaban en que conocimiento de los principios y las leyes que rigen la
dinámica de lo social desencadenaría el mismo efecto que se estaba ya pro­
duciendo con respecto al mundo físico y natural. En última instancia, la
aplicación adecuada de la razón al ámbito social permitiría conciliar las leyes
positivamente establecidas en la sociedad —es decir, las leyes en el sentido
jurídico de la palabra— con las leyes sociales “naturales”, como postuló
Montesquieu (1684-1755) en El Espíritu de las Leyes.
Más aun, creían que los hombres eran capaces de mejoramiento y que
existían fines humanos objetivamente reconocibles, como la justicia, la
libertad, la felicidad, la búsqueda de seguridad y de saber, que todos apro­
barían si no fuera por el prejuicio, la ignorancia, las supersticiones y el irra-

33
APUNTES OE SOCIOLOGÍA

cionalismo en general reinante. Creían asimismo que esos fines comunes


podrían dar objetivamente lugar a la existencia de valores comunes a todos
los seres humanos. Concebían, asimismo, la existencia de una naturaleza
humana común a todas las personas, sin diferencias de épocas ni de luga­
res, que constituía la base de una homogeneidad valorativa si se supera­
ban los factores —que se acaban de enumerara arriba—que impedían su
adecuada percepción. Sus variaciones históricas o por regiones no eran rele­
vantes en comparación con el núcleo central de dicha naturaleza huma­
na “en cuyos términos los seres humanos podían definirse como una sola
especie...”.18
En consecuencia, esperaban que la aplicación de la crítica racional al
examen de los fenómenos sociales terminaría con la superstición, el pre­
juicio, la ignorancia, la pereza mental e incluso el “error interesado”14 que
habían predominado hasta ese momento y tornado deficiente, desigual e
injusto el desenvolvimiento social. Y confiaban en que por el camino de
la razón podría llegarse a una mejora sustantiva de las condiciones de vida
de todo el mundo. Como ha señalado Berlín: “La reorganización racio­
nal de la sociedad pondría punto final a las confusiones espirituales e inte­
lectuales, al reino del prejuicio y la superstición, a la ciega obediencia de
dogmas no cuestionados y a las estupideces y crueldades de los regíme­
nes opresivos que semejante oscuridad intelectual criaba y prohijaba. Lo
que habría que hacer era identificar las principales necesidades humanas
y descubrir los medios para satisfacerlas. Esto crearía el mundo feliz, libre,
justo, virtuoso, armonioso que Condorcet predijo conmovedoramente des­
de su calabozo en 1794”.20
La postulación de la existencia de una naturaleza humana común a los
seres humanos, sin distinción de época m de lugar, con su corolario sobre
la existencia objetiva de un mundo de valores también comunes, alimen­
tó la idea de que la diversidad de valores realmente existente podía ser des­
montada y reducida a su opuesto: la unidad. Si se pasaba aquella diversidad
por el tamiz de la crítica de la razón, podía alcanzarse una compatibiliza-
ción de valores y fines. Lo que a su vez alentaba la idea de que algún día
podría llegarse al establecimiento de una sociedad ideal. Vale la pena recal­
carlo: con base terrenal o celestial, ubicada en el pasado o también en el
futuro, no fueron pocos los que concibieron la posibilidad de existencia

18 I. Berlín: el Mago del Norte, Tecnos, M adrid, 1997, pág. 85.


19 Form a en que R ousseau denom inaba a esa clase de equivocaciones que beneficia siem pre a los
m ism os actores.
20 I. Berlin: “ La búsqueda del ideal” , en 1. Beiiin: Arbol que crece torcido, Vuelta, M éxico, 1992,
pág. 18

34
ANTECEDENTES DEL PENSAMIENTO SOCIAL

de una sociedad ideal o perfecta, en tanto la razón estaba en condiciones


de compatibiltzar valores y armonizar la pluralidad de opciones realmen­
te existente.
Cabe señalar que esta convicción, cruzada con las postulaciones de los
cultores del ius naturalismo —que postulaban la existencia de derechos natu­
rales a los seres humanos, anteriores y superiores a los instituidos por el
Estado (como se ha visto ya)—dio como resultado práctico, entre otros,
la proclamación de la libertad, la igualdad, la seguridad y el derecho a la
rebelión contra la opresión como derechos universales de los hombres, en
la primera Declaración de los Derechos del Hombre, establecida por la
Asamblea, en París, luego de la Revolución, en las sesiones de finales de
agosto de 1789.
Puede decirse, por último, que los hombres de la Ilustración fueron
entusiastas cultores de la idea de progreso. La fe en la razón, en el avance
del conocimiento, en la reconciliación del hombre con su verdadera natu­
raleza, la posibilidad de existencia de una sociedad ideal (o perfecta): todo
apuntaba en esa dirección.
El exitoso desenvolvimiento de las ciencias físicas y naturales duran­
te los siglos siguientes empujó a la cúspide al pensamiento ilustrado y a
su descendencia, convirtiéndolos en una corriente principal del pensamien­
to occidental contemporáneo, a pesar de que los desarrollos en el ámbi­
to de las ciencias sociales y de las humanidades no marcharon a la par de
los sucesos de las primeras. Lo que podría quizá llamarse el programa de la
Ilustración finalmente tuvo un éxito notorio. Sin embargo, en el campo
filosófico surgieron críticas, contestaciones y antagonistas al pensamien­
to ilustrado que dieron lugar al surgimiento de una corriente alternativa
denominada la Contrailustración (o a veces, también, Antirracionalismo),
que sentó las bases en el plano filosófico de lo que con toda razón Isaiah
Berlin llama la “revuelta romántica”.Todo este movimiento constituye una
segunda corriente principal del pensamiento occidental moderno y con­
temporáneo.

35
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

La Contrailustración

La cuna de la Contrailustración fue Prusia Oriental y en particular la


ciudad capital del Reino de Prusia, Kónigsberg. Alemania, por ese enton­
ces, no había alcanzado aun su unificación política -com o sí había ocu­
rrido ya con Gran Bretaña, Francia y España, que habían logrado unidad
en torno de un solo reino. Existía en Alemania una cantidad de reinos,
principados, grandes ducados, ducados y ciudades libres que constituían
un amplio mosaico (véase Apéndice). Prusia era uno de los reinos mayo­
res y para la época de iniciación del movimiento contrailustrado reinaba
allí Federico II, que como se ha visto más arriba, era un entusiasta cultor
de las ideas ilustradas. No es esta, sin embargo, la única paradoja relativa
al surgimiento y desarrollo de la nueva corriente.

V ic o

En Nápoles, en la segunda mitad del siglo xvil, nació GiambattistaVico


(1668-1744) que anticiparía algunas de las ideas centrales de los contrai-
lustrados antes o casi en paralelo, con el desarrollo de la Ilustración.2' Como
cuenta adicional de esta serie de curiosidades debe mencionarse que los con-
trailustrados no conocieron su obra. Hasta donde se sabe el primer traduc­
tor de Vico al alemán fue Max Weber, en la segunda mitad del siglo X IX .
Y para cerrar dichas curiosidades debe mencionarse que produjo su sin­
gular obra sin dejar discípulos y fue prácticamente desconocido para los filó­
sofos de la Ilustración.
Su concepción cíclica de la historia, que él graficaba con las palabras
latinas corsi e ricorsi de la historia lo colocaba en una posición si no con­
traria por lo menos diferente a la de los philosophes, que comulgaban prác­
ticamente sin excepciones con la idea de progreso. Sin embargo, no son
21 Para más datos puede decirse q ueV ico nació algunos años antes que las principales figuras de
la Ilustración.

36
II ANTECEDENTES DEL PENSAMIENTO SOCIAL

pocos los manuales de historia de las ideas que lo ubican en una posición
cercana a la de aquellos: otra paradoja. Vico desarrolló concepciones que
serían luego coincidentes con las de los contrailustrados, de manera que
resulta cuando menos curioso asimilarlo a los ilustrados. Se exponen a con­
tinuación cuatro grandes ideas viquianas que abren un panorama por com­
pleto diferente al del universo intelectual ilustrado.
Primera. Creía que los hombres sólo podían conocer satisfactoriamen­
te lo que había sido creado por ellos: el lenguaje, las sociedades, la histo­
ria, pero, también, la geometría y las matemáticas. De la Naturaleza y sus
procesos, en cambio, que habían sido creados por Dios, solamente podí­
an tener un conocimiento limitado. Llamaba ven un al primer tipo de saber
y certum al segundo. De una manera que no siempre es bien identificada,
estaba proponiendo la existencia de dos tipos de ciencias. Ciertamente no
al modo en que parece haberlo anticipado Protágoras —como se ha visto
más arriba- y en que también lo harían después no pocos de los contrai­
lustrados: diferenciando las ciencias del espíritu de las de la naturaleza, ya
que la dicotomización viquiana no coincide puntualmente con aquella.
Además, el tipo de verdad que era factible alcanzar en ambos casos no es
el mismo. Los contrailuistrados, de haber conocido las teorías de Vico, no
hubieran coincidido en caracterizar a las ciencias del espíritu como verum.
Y algunos de ellos no le hubieran adjudicado ese rango ni siquiera a las
ciencias de la naturaleza. Sin embargo, es innegable que Vico es un pre­
cursor de lo que más adelante se llamó el divorcio entre las humanidades
y las ciencias. O, al menos, de la concepción que postulaba que la reali­
dad no era un solo conjunto articulado regido por leyes y, por lo tanto,
el saber producido sobre ella —la ciencia—no era unitario.
Segunda. Creía que los fenómenos culturales eran productos históri­
cos que se generaban bajo condiciones que eran propias de cada tiempo
y de cada lugar. Y entendía, en consonancia con lo anterior, que a cada
cultura le correspondían sus propios y peculiares modos de conciencia y
autopercepción. A cada universo cultural le correspondía su propia expe­
riencia colectiva y poseía sus propios medios de expresión, genuinos y vale­
deros. En definitiva, Vico creía en la singularidad o unicidad de las culturas,
como ha sido reiteradamente señalado por Berlin,22 cada una de las cua­
les se expresaba de una manera igualmente auténtica. No coincidía, por
lo tanto, con la pretensión de universalidad en materia de fines humanos
que vendrían a postular los ilustrados puesto que la historicidad de lo cul­
tural llevaba a la diversidad. Y tampoco hubiera admitido la posibilidad de
compatibilizar metas y/o valores humanos, pues no reconocía la existen-
-- Véase, por ejem plo, Vico y Hcrder, C átedra, M adrid, 2000, pp 24 ss y pp 75 y ss.

37
APUNTES DE SO G O LO G ÍA

aa de raseros umíicadores. Por ende, tampoco aceptaoa la posibilidad de


la existencia de una sociedad ideal.23
Tercera. Vico postulaba que los hombres se hacían, según las épocas y
los lugares donde les había tocado vivir, diversas preguntas sobre ej mun­
do, la vida, el devenir. Y las respondían diferentemente. Para comprender esas
respuestas era necesario, a su juicio, entender cuáles eran las preguntas que
preocuparon a una época o a una cultura. Ahora bien, para conseguirlo
era necesario suspender las maneras más profundas, fundantes del modo
de mirar las cosas de la cultura de quien investiga. Aconsejaba poner en
suspenso los propios moldes, los propios esquemas, los prismas y ángulos
desde los cuales se mira y se comprende habitualmente, en favor de abrir­
se imaginativamente a lo distinto. Proponía, en definitiva, desarrollar una
perspicacia imaginativa fundada sobre el reconocimiento de la diversidad
cultural y la suspensión del punto de vista propio de quien se acerca al
conocimiento de una cultura “ajena”.
Cuarta. Como se ha visto, Vico negaba que la obra de Dios pudiese ser
cabalmente conocida por lo hombres. Esta proposición contiene aunque más
no fuere implícitamente, la idea de que la capacidad humana de conocimien­
to —por tanto, la razón—tiene límites. Que ésta tiene limitaciones per se: si
no las tuviera los seres humanos podrían acceder al plan divino, lo cual le pare­
cía una desmesurada e inaceptable pretensión. El hombre no es Dios sino ape­
nas su limitado e imperfecto hijo. Es obvio que esta concepción chocaba
contra las pretensiones de los ilustrados en torno de la razón. Pero también
hay en ciernes en este planteo otra cuestión: la limitación para conocer se
enfrenta también a la inconmensurabilidad del mundo y del universo. ¿Cómo
hacen los hombres, limitados y finitos, para conocer lo inconmensurable,
aquello que el propio Newton definió tiempo después como infinito?24Aquí
la distancia entreVico y los philosophes se hace abismal. Aun cuando se admi­
ta que la razón es el instrumento de la intelegibilidad del mundo (social y
natural) e incluso del universo, la capacidad humana para conocer es irreme­
diablemente limitada. Esto coloca un profundo problema epistemológico
—cómo se hace para conocer lo infinito desde la precaria finitud humana-
pero también cuestiona de raíz los criterios de verdad iluministas y sus pre­
tensiones de universalidad, como se verá más adelante. De manera imper­
fecta Vico anticipa esta controversia; basta desacralizar su planteo: la
inconmensurabilidad del plan divino, elaborado a partir de la omnipotencia
divina es de alguna manera equivalente a la infinitud newtoniana.

C om o ya se ha indicado, creía en todo caso, en una repetición cíclica de la historia.


N ew ton entronizó los conceptos de tiem po y espacio infinitos, que constituyeron premisas bási-
. cas de su sistema teórico.

38
II ANTECEDENTES DEL PENSAMIENTO SOCIAI

Todos esto temas —la distinción entre ciencias del espíritu y ciencias
de la naturaleza, contenida en ciernes en sus nociones de verum y certum;
la negativa a aceptar que los fenómenos sociales y los culturales se expli­
quen con arreglo a leyes universales y, por el contrario, la afirmación de
su singularidad; y el reconocimiento de las limitaciones de la razón fue­
ron de un modo u otro abordados y desarrollados por los filósofos de la
Contrailustración, que estructuraron alrededor de ellos el núcleo de sus
concepciones. La continuidad entre uno y otros es un enigma, o, mejor
dicho, una de esas enigmáticas conjuras del azar: como ha sido mencio­
nado ya los pensadores alemanes que pusieron en marcha la Contrailus­
tración no conocían la obra de Vico.

L a Contrailustración en A lem ania

Johann Hamann (1730-1788) era oriundo de Konigsberg -lo mismo


que Emmanuel Kant (1724-1804), de quien fue amigo—y su vida transcu­
rrió prácticamente toda bajo el reinado del ilustrado Federico II. Inicialmen­
te se acercó a las ideas de la Ilustración pero luego las abandonó, para regresar
al pietismo —una secta dentro del luteranismo a través de la cual reencausó
su fe religiosa—en la que había abrevado en su niñez y adelescencia, y se con­
virtió en un acérrimo crítico de aquellas. Fue el iniciador, en Alemania, del
movimiento contrailustrado. Criticó ácidamente el pretendido imperio de
la razón y la idea de que el mundo era un todo articulado regido por leyes.
“Dios es un poeta, no un matemático”, argumentó colérico. Y embistió fron­
talmente. Rechazó las explicaciones basadas en regularidades y leyes, y recla­
mó atención, en cambio, para el delicado asunto de la atribución de
significados. Su fuerte religiosidad lo llevó a pensar que toda la obra de Dios,
es decir, todo lo creado por la voluntad divina es capaz de “hablar”, de trans­
mitir un sentido. Pensaba que la realidad era capaz de hablarnos directamen­
te. Que sus acontecimientos eran la forma y la sustancia del lenguaje de Dios
y que el conocimiento resultaba de nuestra capacidad para entender dicho
lenguaje, esto es, para revelar su significado.
En materia de crítica al pretendido imperio de la razón, llegó hasta
la burla: a sabiendas de que la magia es refractaria al raciocinio utilizó el
seudónimo “El Mago del N orte”, para firmar algunos de sus trabajos. Fue
una figura rara; encendida y enigmática. Talentoso pero desordenado, escri­
bió ensayos inacabados, dejó fragmentos, intentó amalgamas singulares de
filosofía, crítica literaria, filología, historia y testimonios personales25. Dejó
^ Véase I. Berlín: El Mago del Norte, cit., pág. 68.

39
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

011 ciernes una más que interesante teoría del lenguaje basada en ía idea
de que las palabras y las ideas son la misma cosa. No se piensa con ideas,
adujo, m con conceptos a los que luego se reviste de palabras. Se piensa
con palabras, esto es por medio del lenguaje. Hacia finales de la década de
los sesentas conoció ajohann Herder (1744-1803), que se convirtió en su
discípulo.
Herder había nacido en un pueblo cercano a Kónigsberg. Era un pas­
tor pietista que se deslumbró con el talento de Hamann, con su crítica
intransigente frente al frío imperio de la razón, al sueño de una presunta
perfección clásica perseguido por no pocos ilustrados, y con su teoría del
lenguaje. Menos visceral y desordenado que Hamann, intentó construir
un sistema más coherente que el de aquel. Le guardó sin embargo proli­
ja fidelidad y extendió la palabra de su maestro, junto con la propia, a medi­
da que iba siendo conocido y requerido.
De manera coincidente con Vico —cuya obra desconocía- postuló que
para entender algo se requería ejercitar una capacidad que denominó Ein-
fiihlung (“sentir dentro”), es decir, de un adiestramiento que posibilitase
“entrar en” las condiciones únicas y singulares de su individualidad y des­
arrollo. Y aceptó y promovió el concepto de individualidad: sostuvo fir­
memente el carácter individual de una sociedad, de una cultura, de un
período histórico o de una tradición literaria. En forma coherente con io.
anterior, sostuvo que cada cultura tenía su Schwerpunkt (centro de grave­
dad). Y que la comprensión de éste era imprescindible para entender cual­
quier aspecto parcial de aquélla. Respetaba la diversidad de las culturas y
no comulgaba con la idea de que las hubiera superiores o inferiores; todas
para él eran igualmente valiosas. Suponía que aun en su diversidad las cul­
turas podían convivir armoniosamente unas junto a otras. Y deploraba el
hecho de que guerras de conquista o imperiales hubieran conducido a la
desaparición de varias de aquéllas.
Resaltan de su vasta obra tres concepciones sobre las que conviene
detenerse así sea brevemente: la de la pertenencia, la del expresionismo y
la del pluralismo. Creía que una necesidad básica de los seres humanos —tan­
to como la de alimentarse o beber—era la de pertenecer a un grupo y/o
a una cultura. La ligazón a una lengua, a una ciudad, a una familia, a un
país y a sus tradiciones le parecía inevitable, y no encontraba nada de repro­
chable en esto. Se halla aquí la semilla de un nacionalismo amplio, ni patrio-
tista ni político,—que dicho sea de paso, no existía todavía en su época. Los
grupos humanos, a su juicio, son producidos por el clima, la geografía, las
necesidades físicas o biológicas y razones similares. Se convierten en una
unidad a partir de tradiciones comunes y memorias compartidas cuyo prin­
cipal transmisor es el lenguaje.
ANTECEDENTES DEL PENSAMIENTO SOOAI

En materia de expresionismo creía que las obras de los hombres son,


antes que nada, voces que hablan, que transmiten algo, procesos comu­
nicativos entre personas y no objetos desvinculados de sus creadores. Hay
en el arte autoexpresión, búsqueda y transmisión. Esto está muy alejado
del aséptico ideal de belleza postulado por los artistas vinculados a la Ilus­
tración a quienes les importaba exclusivamente la obra, el resultado que
mostrase su aproximación a dicho ideal, todo esto con independencia de
las motivaciones y/o voluntad de expresión de su autor. Saltando del pla­
no del arte al de la vida en general, puede decirse que Herder creía que
la autoexpresión formaba parte de la esencia de los seres humanos, y que
la meta mayor de estos era la autorrealización. Ambas (autoexpresión y
autorrealización) se hallaban a su juicio íntimamente ligadas.
Con respecto al pluralismo, creía tanto en la multiplicidad cuanto en
la inconmensurabilidad de los valores presentes en las diferentes socieda­
des y culturas. No pensaba que se pudiera establecer un ranking que midie­
se la valía de aquellos y éstas. Más bien creía, al contrario, que todos eran
igualmente valiosos: descreía de que hubiese culturas que fuesen peldaños
hacia formas culturales más desarrolladas. De donde implícitamente se des­
prende que no admitía la existencia de una sociedad ideal (o perfecta).
Fue, también, uno de los más importantes referentes del movimien­
to cultural llamado “Sturm und Drang” (Tormenta y Tensión), de cor­
ta duración pero alto impacto, que se desarrolló en la segunda mitad del
siglo xvm, en Alemania. El nombre provenía del título de una obra de
teatro publicada en 1776 por F M. Klinger (1752-1831).26 La importan­
cia del aliento que Herder le dio a la renovación del todavía provincia­
no mundo cultural alemán, se refleja en el hecho de que fueron varios
los que supusieron que fue el mago y modelo del Fausto de Goethe (1749-
1832)27 (que, dicho sea de paso, en su juventud perteneció también al
Sturm und Drang).
26 U na de los resultados más im portantes del m ovim iento fue poner en discusión los fundam en­
tos de la creación artística. Sus puntos de partida básicos eran escuchar al propio corazón, buscar o ri­
ginalidad, expresar los propios sentim ientos, procurar autenticidad. C onvocaba al com prom iso con
la libertad pero tam bién con la de form ación de pensam ientos inéditos; a la búsqueda de originali­
dad y de orígenes com o pilares de ¡a poesía y /o la dram aturgia. D eploraba la m oderación y los equi­
librios adocenados. Y valoraba, en cam bio, la energía, la fortaleza, la vitalidad y la capacidad de
afirm ación. H erder, p or su parte, recom endó un reto rno a las fuentes, a los inicios de la sociedad y
de la poesía. A su m odo de ver, el canto había precedido al discurso y por ello se interesó en el can­
cionero popular germ ano. Esto se trasladó a sus discípulos que dieron un tono más patriótico a sus
investigaciones sobre las antiguas canciones populares. Este entusiasm o p or la antigüedad nacional,
p or los poem as del pueblo y aun por el arte gótico, declarado “arte propiam ente alem án” reforzó la
hostilidad a las reglas de los franceses y a su pretensión de m onopolizar el buen gusto.
27Véase I. Berlin: Vico y Herder, pág.271

41
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

La corriente contrailustrada contó con numerosos adeptos en Alema­


nia, entre quienes puede mencionarse a Moser (1729-1794) yjacobi (1743-
1819). Y su influencia se desplegó en varias direcciones. Algunas veces dio
frutos respetables y otras aborrecibles. En el campo de la filosofía influ­
yo, entre otros, sobre Schopenhauer (1788-1860), Kierkegaard (1813-1855)
y aun Nieztche (1844-1900). Mientras que en de la sociología es inevi­
table mencionar a Max Weber. Como contrafiguras de los anteriores pue­
de mencionarse como ejemplo a los reaccionarios franceses Louis de
Bonald (1754-1840) yjoseph de Maistre (1753-1821).
La Contrailustración encendió la mecha de lo que Berlin ha deno­
minado “la gran revuelta romántica”. Puede decirse que el romanticismo
-que tuvo una amplia difusión tanto en el campo de la filosofía cuanto en
el de las artes- es un descendiente directo de aquella. La consigna de Her-
der: “¡No he venido aquí para pensar, sino para ser, sentir, vivir!” fue una
de sus divisas. El romanticismo, sin embargo, sin desmerecer el mundo de
los sentimientos, las emociones y las pasiones, y sin resignar su amor por
la libertad, colocó el acento sobre la voluntad, a la que reivindicó como
el gran motor que movía a los hombres. Negó que la vida de las socie­
dades estuviera regido por leyes de la misma calidad de las que rigen el
mundo de la naturaleza. Y negó también la utilidad de los paradigmas que
procuraban retratarlo. Algunos, incluso fueron más lejos, como Fichte
(1762-1814), que llegó a exclamar: “N o acepto lo que me dé la natura­
leza por obligación, creo en ella porque es mi voluntad”. Por lo común
aceptaron la división del mundo en material —reconociendo aquí la exis­
tencia de leyes y de relaciones de causa/efecto—y espiritual, dentro del cual
concebían al hombre como creado por sí mismo, a partir de sus propias
elecciones.
Eñ abierta oposición a los philosophes ilustrados dieron un paso deci­
sivo al sostener que los valores no se descubrían ni se deducían racional­
mente, sino que se creaban por propia voluntad. Esta concepción, sumada
al reconocimiento de la variedad y singularidad de las culturas e historias
nacionales, dio lugar a que se negara la pretendida universalidad de valo­
res proclamada por los filósofos de la Ilustración y a que se sostuviera, en
cambio, que la diversidad era mejor que la uniformidad, a que se afirma­
ra la existencia de una inevitable pluralidad de valores, no necesariamen­
te compatibles entre sí, y a que se negara la posibilidad de existencia de
alguna forma de sociedad ideal o perfecta que debería funcionar como
modelo. En cambio, se proclamó el derecho de cada comunidad a elegir
su propio camino.
Como sostiene Berlin, ese movimiento significó una profunda revuel­
ta contra la tradición vertebral del pensamiento occidental y significó, qui­

42
I! ANTECEDENTES DEL PENSAMIENTO SOCIAL

zá, el mayor giro de la conciencia europea desde la Relom ia religiosa.28


Dicho en pocas palabras, el nudo de certidumbres que se impulsaba tan­
to desde el mundo religioso cuanto desde la filosofía ilustrada, aquel recla­
mando que existía una sola fe verdadera, y esta impulsando la verdad
descifrada por la razón mediante el descubrimiento de las leyes que rigen
todo lo que es -lo que entraña postular la existencia de verdades univer­
sales aun en el campo histórico-social—fue dislocado por la irrupción del
romanticismo.
Curiosamente, Emmanuel Kant, que había nacido en Kónigsberg
como Haman y Herder y fue contemporáneo de éstos pero estaba com­
prometido intelectualmente con el racionalismo y la Ilustración colabo­
ró con el desarrollo del romanticismo. En su Crítica a la Razón Práctica
distinguió entre el mundo de la naturaleza, en el que reina la necesidad
(las leyes que rigen el devenir de las cosas) y el de la libertad, que funda
las acciones morales de los hombres. Si todo lo que es resulta de leyes natu­
rales, entonces el libre albedrío y el mundo del deber ser resultan iluso­
rios. Como ha señalado con perspicacia Frederick Beiser, Kant procura
“salvar la libertad moral del determinismo de la ciencia natural”.29
Ajuicio de Kant hay moral porque hay libre elección; si fuera de otro
modo los seres humanos no estaríamos en condición de elegir. Si los hom­
bres están gobernados por las mismas precisas e inescapables leyes que rigen
el mundo de la naturaleza “la libertad no se salva”, afirmó. Y advirtió, en
consecuencia, que sin libertad no hay moral. Dio, empero, un paso más.
Afirmó que la libertad trabaja “modelada” por la razón. Los hombres que
actúan moralmente, ejercitando su libre albedrío, lo hacen dirigidos por
la razón. Moral, libertad y razón quedan así asociadas de una manera prác­
ticamente indisoluble. Al reclamar fundamentadamente la libertad de los
hombres en el plano moral respecto de las leyes físicas, la filosofía moral
de Kant abrió una caja de Pandora y le prestó —sin quererlo- un servicio
a la expansión de una tendencia que él mismo no tardaría en criticar, como
indica Berlín.30
Hubo también otros motivos que concurrieron al desarrollo del movi­
miento romántico, cuyo enlace con el antirracionalismo se acaba de expo­
ner. Alfredo De Paz lo expresa de esta manera: “La nueva cultura europea
cuyo símbolo más vistosos fue el romanticismo surge, como es sabido, del
progresivo replanteamiento de la herencia filosófica de las Luces, y por tan­
to, de la ‘crisis del racionalismo’ que se puso de manifiesto en 1789-1790.

-8Véase 1. Berlín: “ La apoteosis de la voluntad rom ántica” , cit., pág. 256.


29 F Beiser: Enlightenment, Revohttion and Romanticism, H arvard, 1992, pág. 27.
30 “La a p o teo sis...” cit., pág. 265.

43
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

A este respecto puede pensarse que se había esperado demasiado de la razón


y que por tanto desilusionó la vastedad de los problemas que permanecí­
an sin solución”.31 Por un lado soplaban los vientos hacia la restauración
de las culturas nacionales,32 en reacción al avance pretendidamente uni­
versalista de la cultura francesa. Por otro, avanzaba el imperialismo napo­
leónico, sojuzgando soberanías y dominios.
La tumultuosa rebelión romántica dio no pocos buenos frutos. Pero
asimismo abrió el camino para que algunos sostuvieran -entre otros Sche-
lling (1775-1854)—que los fines de la vida social pueden ser creados por
inspirados hombres geniales. Lo que en combinación con ideas como las
de Volkqeist (espíritu del pueblo) o Nationalgeist (espíritu nacional) —ino­
cuamente pensadas por Herder en un principio—favoreció el desarrollo
de algunas trágicas experiencias políticas. No obstante esto, alimentó, como
se ha visto, una revuelta contra las verdades que había establecido la Ilus­
tración, que tuvo un enorme impacto sobre los modos de pensar, de valo­
rar y de vivir en Occidente.

31 La Revolución Romántica, Tecnos, M adrid, 1992, pág. 38.


32 Véase ibid, pág. 186.
II ANTECEDENTES DEL PENSAMIENTO SOCIAL

Ilustración y Contralustración:
concepciones y valores contrastantes
En lo que sigue se intentará efectuar una comparación entre Ilustra­
ción y Contrailustración/Romanticismo en términos de valores y con­
cepciones generales. Importa esta cuestión a este pequeño escrito al menos
por dos razones: a) porque especifica la tesis de Berlin presentada prece­
dentemente acerca del corte que el romanticismo produce respecto de la
perspectiva clásica en lo concerniente al mundo de lo valores, lo que ade­
más incide sobre la estructuración de un campo cultural que a partir de
entonces queda configurado, en Occidente, por la existencia de dos tra­
diciones antagónicas;33 y b) porque el pensamiento sociológico se ha des­
arrollado al influjo de estas dos vertientes.
Las diferentes nociones de verdad y validez que ambos universos ins­
talan en los planos ético, estético y del conocimiento condujeron a la
estructuración de universos culturales, de valores y cognitivos marcada­
mente diferentes. Veamos.
Como se ha visto más arriba, la confianza racionalista de los philoso-
phes -su fe en la virtual omnipotencia cognoscitiva de la razón- y la idea
de que el mundo —tanto el natural como el hum ano- está regido por leyes
los condujeron a postular que toda pregunta genuina tiene una y solo una
respuesta correcta o válida. Todo es cognoscible, pues, si se formulan las
preguntas adecuadas, es decir, si los problemas en términos de conocimien­
to se formulan correctamente. Las cuestiones morales y las políticas no esca­
pan a este planteo.34 Preguntas tales como ¿cuál es la mejor vida para los
hombres?, ¿qué es la libertad y por qué buscarla?, o ¿qué son poder, jus­
ticia, igualdad? no difieren en su tratamiento y expectativas de respuesta
de otras más vinculadas a lo fáctico, como por ejemplo, ¿cómo está com­
33 R epásese en la cita al pie n° 10 precedente. B erlin ha hecho num erosas referencias a esta cues­
tión en diversos trabajos. H a escrito, p or ejem plo: “M i tesis es que el m ovim iento rom ántico ha sido
una transform ación tan radical y de tal calibre que nada ha sido igual después de éste” . Véase Las R aí­
ces del Romanticismo, cit., pág. 24
34Véase “La revolución rom ántica: una crisis en la historia del pensam iento m o d ern o ”, en I. B er­
lin: El Sentido de la Realidad, Taurus, M adrid, 1998, pág. 259.

45
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

puesta el agua? o ¿en qué año murió Julio Cesar?. Para los philosophes, ambas
clases de preguntas tienen una sola respuesta correcta.
Por otra parte, pese a las diferencias que había entre ellos creían —pro­
bablemente con la parcial exclusión de Montesquieu—que los hombres
tienen una naturaleza humana común, lo que los llevaba a postular que
existen nietas, intereses y valores también comunes a los seres humanos.
Las diferencias históricas o geográficas que parecían negar lo anterior se
debían, ajuicio de aquellos, a la ignorancia, el prejuicio, la superstición,
la mera repetición tradicionalista o el error. La diversidad mostrada por
doquier por la historia ocultaba un sustrato compartido; sin embargo la
razón podía tamizarla en busca de aquellos fines comunes: la felicidad, el
saber, la justicia, la libertad, la seguridad, etc.35 Desbrozado el terreno pol­
la razón debían aparecer -podría decirse, incluso, se descubrirían- fines, inte­
reses y valores comunes y universales, que 110 serían ni inalcanzables ni
incompatibles entre sí. En definitiva, entre la maraña de distorsiones y erro­
res que mostraba la realidad empírica, la razón podía abrirse camino para
descubrir los verdaderos valores y fines que debían guiar a los hombres en
el mundo.
Así, por un lado, el saber conduciría a la virtud, es decir, al descubri­
miento de fines, metas y valores que harían mejor la vida de los hombres
porque lo reconciliarían con su propia naturaleza; por otro, estos fines,
metas y valores estarían convalidados por criterios de verdad y/o validez
prácticamente indiscutibles, por lo mismo que se derivaban del ejercicio
de la razón.
Este universo intelectual, estas concepciones generales, condujeron
hacia certidumbres que impactaron fuertemente en el campo de los valo­
res, en el estético y en el del conocimiento.
La Contrailustración y su continuación en el Romanticismo corta­
ron prácticamente de cuajo el basamento de la concepción ilustrada. Sos­
tuvieron, en primer lugar, que por lo menos en el campo de los fenómenos
humanos las respuestas válidas a preguntas genuinas podían ser varias y
diversas. Quizá valga la pena recordar, para ilustrar este punto, que inclu­
so un ilustrado como Montesquieu reconoce en el capítulo 24 de su El
Espíritu de las Leyes que, cuando Moctezuma le dice a Hernán Cortés que
si bien la religión cristiana era buena para España la azteca era mejor para
su pueblo, no dejaban de asistirle razones. Ironía tejida por Clío, el sen­
cillo argumento de Moctezuma destinado al reconocimiento de lo diferen­
te anticipaba en alrededor de dos siglos un arduo debate quizá, hoy, todavía
Véase, p or ejem plo, l. Berlin: El Mago del Norte, cit., pág. 84; tam bién del m ism o autor Las R al­
ees del Romanticismo, cit., pág. 48.

46
li ANTECEDENTES DEL PENSAMIENTO SOCIAL

no saldado. En segundo lugar, negaron la posibilidad de existencia de un


universo de valores compatibles. Es evidente que, si se postula —como ellos
lo hacían según se ha visto más arriba—la existencia de una diversidad de
culturas que no son ni mejores ni peores sino sólo diferentes, ni algunas
de ellas meros peldaños que conducen hacia formas culturales superiores,
debe aceptarse también la diversidad de valores y su irreductibilidad. Final­
mente, como también se ha visto más arriba, la revuelta contra la razón
que protagonizaron instaló concepciones epistemológicas completamen­
te diferentes a las ilustradas.
En Las Raíces del Romanticismo Berlin utiliza un interesante ejemplo
para introducir los contrastes valorativos que existen entre una y otra
corriente. Coteja las apreciaciones que sobre Mahoma teníanVoltaire, uno
de los adalides de la Ilustración, yThomas Carlyle (1795-1881), un esco­
cés ligado al romanticismo. Dice Berlin: “Tomemos la obra de teatro de
Voltaire sobre Mahoma. Voltaire no estaba particularmente interesado en
él; esta pieza pretendía ser un ataque a la Iglesia. N o obstante, Mahoma
aparece como un monstruo fanático, supersticiosos y cruel que impide todo
intento de libertad, de justicia y de razón, y que en consecuencia debe ser
denunciado como enemigo de todo lo que Voltaire consideraba más impor­
tante: la tolerancia, la justicia, la verdad y la civilización”.36Voltaire eva­
lúa la sustancia del pensamiento y la acción de Mahoma; los considera
fanatizados, crueles y supersticiosos. Apoyado en las certidumbres con que
lo ha provisto la razón los descalifica terminantemente. N o hay ni un aso­
mo de lo que podríamos llamar el argumento de Moctezuma en su formu­
lación crítica. No hay duda posible: todo lo que cae fuera de las metas y
valores establecidos por la razón (descubiertos por ella tras la bruma de la
superchería y la ignorancia) carece de validez y de reconocimiento. (Que
la figura de Mahoma fuera utilizada por Voltaire para efectuar un elíptico
ataque a la Iglesia no cambia en absoluto las cosas: su descalificación es
completa).
Carlyle, en cambio, tiene otra mirada. Berlin dice que en su libro On
Heroes, Hero- Worship and the Heroic in History “Mahoma es descrito como
'una ardiente masa de vida surgida de las mismas entrañas de la naturale­
za'. Es un hombre de resplandeciente sinceridad y poder que, por lo tan­
to, debe ser admirado... Carlyle no está interesado en las verdades del
Corán, no asume que contenga algo en lo que él deba creer. Admira a
Mahoma por constituir una fuerza elemental, por vivir una vida plena...
La importancia de Mahoma reside en su carácter y no en sus creencias.
La cuestión de la verdad o falsedad de sus convicciones le habría pareci­
36 O p. cit., pág. 30.

47
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

do una cuestión irrelevante a Carlyle”.3- C omo se ve claramente ei basa­


mento de Carlyle es completamente diferente al deVoitaire. Debido al
“politeísmo” de los valores que preconiza el romanticismo, no hay ver­
dades únicas, básicas. Por tanto, lo que llamaríamos quizá hoy fundamenta-
lismo —en el sentido de la existencia de verdades fundamentales— no es
admisible. Para los románticos los valores no se descubren, se crean y/o
se eligen. Por eso existe, junto a la diversidad cultural, una diversidad valo-
rativa. De dónde queda abierta la puerta al reconocimiento de lo diferen­
te. Por eso Carlyle no descalifica a Mahoma y puede, a diferencia de
Voltaire, reconocer en aquel valores o facetas valiosa, con independencia
de los contenidos de su creencia religiosa.
Libertad, igualdad, justicia, solidaridad—fraternidad, decían los revolu­
cionarios franceses de 1789—son valores que se asocian habituaimente, con
razón, al pensamiento de la Ilustración. Estos valores, sin embargo, no eran
ajenos a los contrailustrados/románticos. El siglo XIX en Europa, llamado a
veces “el siglo de las naciones” o también “de las nacionalidades” encuen­
tra en la lucha por la superación de las monarquías —las revoluciones de 1830
y de 1848, sin ir más lejos—y por la constitución de Estados nacionales de
base republicana, una fuerte participación e influencia romántica. En este
plano las diferencias entre ambas corrientes no son tanto de contenido como
de fundamento. Como se ha anticipado ya, para los ilustrados ese conjun­
to de valores resultaba de un descubrimiento efectuado por la razón y, en
alguna medida, quedaba establecido como una verdad revelada. Mientras que
para los románticos se trataba simplemente de una elección.
En beneficio de la corriente ilustrada, que arrojó en el terreno del arte
y en el del conocimiento concepciones fuertemente fundamentalistas, debe
aclararse que en el político, en cambio, las cosas son más matizadas. Y que
a la inversa, en la estela dejada por el decurso del romanticismo —más abier­
to en los comienzos al reconocimiento de lo diferente—han quedado ins­
criptas algunas experiencias de un fundamentalismo execrable, como el
nazismo, que tuvieron consecuencias atroces, sanguinarias y funestas. No
es mi intención ni despejar aquí estos entrecruzamientos ni examinar el
complejo modo en que se proyectaron hacia el campo político las influen­
cias de cada corriente. Excedería tanto mis capacidades cuanto los pro­
pósitos de este pequeño texto. Haré apenas algunos señalamientos que quizá
sean útiles para indicar caminos de búsqueda.
Pese a su basamento en sólidas certidumbres que en mas de un pla­
no se comportan prácticamente como verdades reveladas, entre los valo­
res políticos que transmite —o lega—la Ilustración se encuentra la tolerancia.
37 Ibid., pág. 30.

48
ANlECEDENTES Del PENSAMIENTO SOGA!

Los valores de libertad, igualdad, solidaridad (fraternidad), por ejemplo,


no son incompatibles con el de tolerancia política.38 Pero probablemen­
te el mayor aporte a la instalación de ésta haya provenido de los princi­
pios y valores derivados de pensar la democracia: la igualdad ante la ley,
el principio de soberanía, el de ciudadano, la división de poderes, los dere­
chos y libertades básicos, etc. Así, no obstante su rigidez en materia de valo­
res y principios fundamentales, la tolerancia habría podido abrirse camino
en el plano de la política.
En la estela del romanticismo en cambio, hay experiencias de intole­
rancia pese a su basamento proclive a aceptar lo distinto, lo diferente, que
parecen desprenderse al menos de dos causas. En primer lugar, de la supre­
sión del principio general de tolerancia que se deriva de la aceptación de
la diversidad cultural; en segundo, de la fundamentalización de valores, prin­
cipios o conceptos no fundamentales o secundarios. Así, por ejemplo, los
conceptos de Schelling de volkgeist (espíritu de pueblo) o de nationalgeist
(espíritu nacional), en un contexto de tolerancia amplia como el que pre­
conizaba Herder no son más que manifestaciones de lo que más arriba se
ha denominado el argumento de Moctezuma. Es aceptable y válido que los
polacos, los húngaros, los alemanes, los ingleses y así de seguido, tengan un
volkgeist y/o un nationalgeist. El problema sobreviene cuando, por ejemplo,
los alemanes proclaman que su volk es superior por razones de raza, a los
demás. La supremacía que se alega termina con la tolerancia puesto que el
volkgeist alemán es superior al de los otros pueblos y culturas, y el volk ale­
mán se abroga el derecho de intervenir sobre ellos. Se fundamentaliza así
un principio no fundamental y se suprime un basamento fundante procli­
ve a aceptar las diferencias, con las consecuencias ya apuntadas.
En consonancia con todo lo que se ha venido diciendo, la Ilustración
valora la sabiduría y el desarrollo de la ciencia; la acción fundada en la bús­
queda de fines que se derivan de los valores descubiertos por la razón y
que asimismo se apoya en el cálculo de beneficios y dificultades; la feli­
cidad como consecuencia tanto del reencuentro de los seres humanos con
los verdaderos fines de la vida, como del conocimiento que permite pro­
gresar; la capacidad para el descubrimiento; el logro; la eficiencia; el rea­
lismo; el cálculo utilitario y la correcta adecuación medios/fines; la
prudencia; la moderación; la uniformidad valorativa frente a la diversidad,
puesto que la verdad es una sola y el error, en cambio, múltiple.
Por su parte, la Contrailustración/Romanticismo descree de la exis­
tencia de metas o fines comunes a todos los seres humanos, derivados de
38 Sobre la intolerancia de los ilustrados en otros planos se ha vista ya, más arriba, el caso deV ol-
taire en relación a M a'noma.

49
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

una compartida naturaleza humana; aprecia en cambio la diversidad valo-


rativa frente a la uniformidad postulada por los ilustrados. Sostiene que los
fines y valores no se descubren sino que se crean y/o se eligen y descree,
en consecuencia, de que el saber pueda proveer fines para la vida. Un
romántico podría decir, por ejemplo, que “es beneficioso conocer que la
tierra gira regularmente sobre su eje y alrededor del sol”. Pero agregaría
inmediatamente “¿acaso nos dice algo, esto, acerca de cómo es preferible
vivir?; probablemente encontraremos una inspiración mayor y mejor en
cualquiera de la polonesas del gran Chopin que en el entendimiento del
sistema copernicano”.
El núcleo del Romanticismo no es la emoción, como muchas veces
se dice, en oposición a la razón; es la voluntad. Si los valores se crean, si
la vida —individual o colectiva—debe ser dotada de sentido, si como decía
un pensador ruso “¿dónde está la canción antes de ser compuesta?”, si
como afirmaba Fichte “el fin no me determina, yo determino el fin”, no
puede la mera emoción estar en la base de estas invenciones. Es la volun­
tad de crear, de hacer, de orientar, en definitiva, de vivir. Berlin lo ha plan­
teado del siguiente modo: “Estos hombres —se refiere obviamente a los
románticos (E.L.)- fueron campeones no del sentimiento en contra de la
razón sino de otra facultad del espíritu humano, fuente de toda vida y acti­
vidad, heroísmo y sacrificio, de nobleza e idealismo tanto individual como
colectivo, la orgullosa, indomable, incontenible voluntad humana”.39 Por
otra parte, este papel de la voluntad venía a ser congruente con una per­
cepción bastante extendida entre los románticos: el universo posee una
interminable creatividad, y la naturaleza y la vida humana se manifiestan
como un flujo incesante.
Por otra parte, una ética como la romántica orientada hacia la crea­
ción de sentidos no podía menos que valorar la entrega; la integridad; la
sinceridad; la fortaleza de carácter; el desprecio del logro como norte prin­
cipal y, por contraposición, el aprecio del motivo; el rechazo del cálculo;
el idealismo, en el sentido de la disponibilidad para dedicarse a un ideal,
sin que contase especialmente cuál fuera este; la audacia; la sinceridad. Valo­
raban asimismo el genio y a los hombres geniales, pues creían que estos
tenían una capacidad especial para señalar metas y definir orientaciones para
la vida social.
En consonancia con la pretendida capacidad de la razón para estable­
cer leyes universales en el plano del conocimiento, en el estético la Ilus­
tración se inclinó a formular cánones universales y patrones constantes cuya
consumación particular en cada obra de arte debía tratar de conseguirse,

w Arbol que crece torcido, cít.7 pág. 264

50
I! ANTECEDENTES DEL PENSAMIENTO SOCIAL

pues era el pasaporte a la belleza. Aquellos parámetros debían conducir a


un ideal de belleza, las más de las veces difícil de precisar, pero del que no
se dudaba su existencia. Así como se puede distinguir entre un árbol enfer­
mo, maltratado o deformado por alguna plaga y otro sano, desarrollado
adecuadamente, así también debía operar la creación en relación con aquel
ideal. La naturaleza muestra una propensión hacia la plenitud y la perfec­
ción; eso es lo que hay que tratar de alcanzar y ese es el norte que marca
el ideal de belleza. Podría decirse que en términos generales estos criterios
-en cada caso, a su modo—prevalecieron en la antigüedad clásica y tam­
bién en Renacimiento. Los pintores franceses del siglo X V III, por ejem­
plo, tomaron como modelo explícitamente la antigüedad clásica y
generaron una corriente que se llamó, precisamente, neoclásica. Para ellos,
un cuadro, una pieza de porcelana, una escultura debían tratar de acercar­
se a dicho ideal, en mayor o menor medida. No se trataba de producir una
mera copia, es decir, de la reproducción de lo que es. No era una mime­
sis lo que debía buscarse sino el inefable aliento de la perfección, o, tal vez,
de la perfección de la belleza, siempre esquivo a los mortales comunes. La
tela Andrómaca velando a Héctor, de Jacques David (1748-1825) —tenido
como la figura principal del neoclasicismo francés—busca tal vez plasmar
el casi solitario y frío ambiente en que yace el héroe troyano y la tristeza
de su mujer, en función del ideal de lo trágico que probablemente ima­
gina, del mismo modo que la belleza de la Gioconda, el archiconocido
cuadro de Leonardo, no estriba en la perfección del parecido de la tela con
su modelo (desde hace siglos inatribuible, por cierto, dada la desaparición
de aquella), sino en el ideal de belleza que patentiza su gesto como distan­
te y enigmático. La genialidad artística consistía, entonces, en plasmar el
ideal que el motivo o tema a pintar suscitaba en el artista. El valor de la
obra radica en eso y debe quedar contenido en ella. El propio artista, sus
intereses, sus pasiones, sus penurias, sus intenciones importan poco o nada.
Solo la obra vale, si roza el ideal.
La Contrailustración/romanticismo tiene un punto de partida com­
pletamente diferente, manteniéndonos siempre en el plano de las artes plás­
ticas. El artista busca comunicar algo, exponer algún significado. Para ello
no se priva ni de mostrar su propia sensibilidad ni su emoción. Su inten­
cionalidad comunicativa -el mensaje que pretende transmitir- y su élan
emotivo no tienen límites. Este par, que quizá podría denominarse la inten­
cionalidad expresiva del autor -recuérdese la relevancia que Herder le atri­
buía a la expresión, que se ha indicado más arriba—importa tanto como
el efecto buscado en el espectador. La famosa tela de Eugéne Delacroix
(1789-1863) La Libertad conduciendo al pueblo, aparte de su reconocida belle­
za, es un condensado compendio de los principios románticos: la revo­

51

i
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

lución, Ja libertad como valor supremo, el pueblo, la exaltación, el des­


orden imperante, y aún su propio compromiso intelectual y afectivo con
aquella magna causa quedan plasmadas en el cuadro. Tanto, que no obs­
tante su romanticidad la obra es “un clásico”. La dama tocada de un gorro
frigio que enarbola una bandera y exhibe un pecho, rodeada de una mul­
titud más intuida que expresamente representada es un auténtico icono.
Es la libertad y es también la Revolución Francesa a los ojos de muchísi­
ma gente.
En música, claro, las cosas son en principio más difíciles de asir con
palabras. Pero algo también puede ser dicho. Jean Philippe Rameau (1683-
1764) es tal vez el mayor exponente de la composición vinculada al uni­
verso estético de la Ilustración francesa. Su música sin dudas bella peca a
veces de cortesana, pero exhibe también una pretensión que hoy podrí­
amos definir de exagerada: en ocasiones parecería translucir la idea de que
está instalando cánones universales. Federico Chopin (1810-1849), uno
de los mejores exponentes del romanticismo, en cambio, es caudaloso,
emotivo, y hasta podría decirse que excesivo en su búsqueda de comuni­
carse con el mundo y transmitírselos a los otros. Se sabe singular y finito
como todos los mortales, pequeño frente a la inconmensurabilidad del uni­
verso y de la vida. Pero confía en su voluntad y en su capacidad de crea­
ción —lo único que en rigor posee frente al irremediable hecho de la
pequeñez y la finitud—y está dispuesto a expresar y a compartir con los
demás, pese a todo, lo que él y sólo él tiene para decir. Vale recordar a este
respecto, nuevamente, la opinión de Berlin. A su juicio con el romanti­
cismo el artista quedó situado “por encima del resto de los hombres no
sólo por su genio sino por su disposición heroica para vivir y morir por
la sagrada visión que habitaba en él”.40
Se suele sostener que la música es un lenguaje con el que se puede
expresar cosas que, a veces, también se puede decir con palabras. Tal vez
el ejercicio de escuchar las suites para clavecín de Rameau y los Nocturnos
de Chopin podría eximir a los interesados de la lectura de este apartado.
En relación a la diversidad en el plano gnoseológico se han hecho ya
precedentemente señalamientos suficientemente aclaratorios. Incluso en
lo que sigue, esa diversidad anidada como antecedentes del diverso que­
hacer sociológico se hará, me parece, más que evidente. Por estas razo­
nes se omiten ahora mayores desarrollos.

“La apoteosis de la voluntad rom ántica” , cit, pág. 282.

52
III
Los precursores
Las dos corrientes principales del pensamiento Occidental que se han
bosquejado precedentemente han dejado, de un modo u otro, su huella
sobre el desarrollo de la Sociología y en particular en los sistemas teóricos
de Marx, Durkheim y Weber. El parecido de familia de Durkheim con las
ideas de la Ilustración y las de Weber con las de la Contrailustración son
claras. Los tres conocían las obras de los ilustrados y, en medida diferente,
también las de sus opositores. Es por otra parte evidente que una y otra
impregnaron el ambiente intelectual de Francia y de Alemania, aunque cabe
señalar que hubo ilustrados en Alemania —el más notorio fue Kant—y con-
trailustrados en Francia, como Joseph de Maistre (1753-1821) y Louis de
Bonald (1754-1840).41 Pero asimismo es cierto que las influencias de aque­
llas dos tendencias también se procesaron a través de interpósitas persona­
lidades que las mediaron. Sobre Durkheim, por ejemplo, pesó la proyección
de Auguste Comte, hijo directo de la Ilustración por más que él mismo pen­
sara lo contrario, mientras que sobre Weber impactaron las ideas de la lla­
mada escuela histórica alemana, fuertemente antiilustrada.
Marx es una rara avis. Conocía la obra de los philophes, que seguramen­
te le generó preguntas, críticas, simpatías, afinidades y disgustos. Estas lec­
turas seguramente algo le dejaron: suele ser difícil para cualquiera, por
ejemplo, pasar por la lectura de Rousseau sin consecuencias. Pero más allá
de esta difusa influencia hay algunas coincidencias fuertes y señalables entre
el pensamiento de Marx y el de la Ilustración. Por ejemplo, su confianza
en la posibilidad de establecer leyes que expliquen la dinámica de la socie­
dad lo acerca al —prácticamente lo ubica dentro—universo de la Ilustra­
ción. En contraposición a esto, debe sin embargo mencionarse que hay
también en él un costado historicista que lo saca de ese entorno. Por otra
parte, como es sabido, recibió asimismo el influjo de las ideas anarquistas

41 En rigor, am bos fueron partidarios de la m onarquía y, p o r ende, fuertem ente anturevolucio­


narios. B erlin llama a de M aistre “elVoltaire de la reacción” , en El Erizo y la Zorra. Se trata, en todo
caso, de contrailustrados reaccionarios.

55
A^iJ-'-n-.S ÜÉ S G C O lOC

o s<xíalista en boga en su época. Con el objeto de por lo menos ilustrar


el modo de pensar de esta última familia de ideas se ha incluido en este
apartado una referencia a Proudhon.
En síntesis, se examinará en lo que sigue el pensar de Saint Simón,
Comte, Proudhon y de diversos exponentes de la escuela histórica alema­
na, a los que se considera antecedentes inmediatos de las teorizaciones de
Marx, Durkheim y Weber.

56
Saint Simón

Claude Henry de Rouvroy, conde de Saint Simón (1760-1825) era un


noble francés que, no obstante sus orígenes, adhirió a la Revolución Fran­
cesa. Probablemente influyó en ello la circunstancia de que conocía bien
la obra de los philosophes. Como era usual en aquellos tiempos para gente
de su condición social, D Alambert (1717-1783) fue su instructor priva­
do. A los 17 años se incorporó a las tropas de Lafayette que luchaban en
la guerra ae independencia de los Estados Unidos junto a los revolucio­
narios. En la época de ia Revolución Francesa pasó unos meses en la cár­
cel sospechado de contrarrevolucionario debido a su origen. Acompañó
con simpatía el período napoleónico; encontraba que Bonaparte era un hijo
de los sucesos iniciados en 1789 y lo consideraba un gran hombre.
Siempre se mostró interesado por ios temas económicos y sociales pero
comenzó a escribir tardíamente. En 1814 publicó en coautoría con Agus­
tín Thierry De la Reorganización de la Sociedad Europea. Escribe allí: “ Todo
me dice que el examen de las grandes cuestiones políticas será ia meta de
los trabajos de nuestro tiempo. La filosofía del siglo pasado ha sido revo­
lucionaria; ia dei siglo XIX deberá ser organizada”. Y añade poco más ade­
lante: “La edad de oro del género humano no está atrás de nosotros, está
adelante: es el perfeccionamiento del orden social”. Anticipaba así algu­
nos temas y cuestiones de los que volverá a ocuparse más adelante.
En 1816 publica La Industria. Para esta época-1817—Auguste Com-
te se incorpora a trabajar con él como su secretario. En 1819 aparece El
Político. Por estos años está convencido de que se vive una época plena de
posibilidades y que a pesar de las guerras en Europa hay un porvenir que
se está anunciando. Registra especialmente la potencialidad del desarro­
llo de las actividades industriales y, en el desenvolvimiento de las ciencias,
un progreso sin precedentes. En 1823/1824 se editó El Catecismo de los
Industriales, poco tiempo antes de su muerte.
Pensaba a la manera de los ilustrados que la realidad estaba regida por
leyes y esperaba que las ciencias sociales alcanzaran en algún momento el
nivel de desarrollo que mostraban las físicas y naturales. Confiaba a este

57
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

último respecto en eJ desarrollo de una Fisología Social que sería la dis­


ciplina encargada de estudiar los comportamientos humanos y sociales.
Concibió una teoría que le permitía caracterizar el entero desarrollo
histórico del conocimiento humano. Sostenía que este había pasado por
tres etapas: la teológica, la metafísica y la científica. La fe religiosa había teni­
do, en la primera, una influencia enorme y había impregnado de un modo
inadecuado la producción de saber. La segunda había alcanzado su cénit
con la Ilustración. Los desarrollos del saber, en este período, habían con­
tribuido decisivamente a la desestructuración y destrucción del viejo orden,
pero no habían aportado a la creación de un orden social nuevo. La ter­
cera tenía por base a la ciencia, que estaba destinada a convertirse en el
pilar de las nuevas formas de organización social.
A su modo de ver las sociedades se estructuraban sobre un doble jue­
go de oposiciones. La primera enfrentaba a los productores (los industria­
les, los banqueros, los obreros manuales y los científicos, entre otros) contra
los ociosos (los terratenientes que no producían de manera directa, los ren­
tistas de distinta clase, etc.). La segunda contraponía a los que tienen con
los que no tienen. Esta manera de ver las cosas reconocía la existencia del
conflicto al interior de las sociedades y anticipaba la noción de clase social.
Ambos temas fueron más tarde retomados y profundizados por Marx y sus
seguidores.
Entendía que las disputas que se entablaban entre los poseedores y los
no poseedores eran las más gravitantes. El hartazgo y la rebeldía de los des­
poseídos estaba destinado a chocar contra la ambición sin límites y el ego­
ísmo de los poseedores. De manera tal que preveía un aumento de los
conflictos y un avance de las posibilidades de insurrección. A su juicio, cuan­
do ésta comenzaba a ganar terreno se abría también la posibilidad de que
los intelectuales se sumaran al bando de los desposeídos y se convirtieran
en sus dirigentes. Más en general podría decirse que Saint Simón tenía una
visión orgánica del cambio social. Creía que en el seno de las viejas socie­
dades se iban gestando los gérmenes de la nueva. Y que en la medida en
que iba desapareciendo el sistema social existente, se iba formando otro en
el interior de aquel. En algún momento advenía el proceso revoluciona­
rio con sus violencias, convulsiones y novedades. Instalado el cambio, las
fuerzas y los actores más importantes del nuevo orden sustituían a los de
viejo y tomaban la batuta del nuevo tiempo. Esta concepción general tam­
bién fue retomada y profundizada por Marx y los marxistas.
Debido a estas ideas, sumadas a su interés por que la nueva sociedad
fuese más justa y mejorara las condiciones de vida de todos los habitan­
tes, Saint Simón es considerado un “socialista utópico”. Pero si bien cre­
ía que la revolución era necesaria e inevitable, también sostenía que era

58
;|| l’k h d J k S c )R h l-

temerario demoler las viejas instituciones sin proponer alternativas a cam­


ino. Esta, sin ir más lejos, era su lectura de lo que había ocurrido en Fran­
cia con la Revolución de 1789. En función de esto le prestó especial
atención a los problemas de la estabilidad y la cohesión de las sociedades
(que luego retomarían Comte y Durkheim) y se interesó vivamente por
la cuestión de la conciliación de los intereses contrapuestos en la socie­
dad, lo que obviamente lo alejaba de los fundamentos conceptuales del
socialismo.
En consonancia con lo que se ha mencionado precedentemente supo­
nía que la ciencia, fuente de sabiduría, jugaría un papel central en la pro­
ducción de cohesión social en las nuevas sociedades. También creía que
la producción industrial estaba llamada a jugar un rol protagónico. Por lo
tanto imaginaba que los científicos, junto a los industriales —quienes des­
empeñarían el papel más activo entre las clases productivas—estaban lla­
mados a reemplazar a la nobleza y al clero, figuras centrales de la sociedad
que moría.

59
Comte

Auguste Comte (1798-1857), nació en la dudad de Montpellier, en


la que hizo sus estudios primarios y secundarios. En 1814 comenzó sus
estudios en la Escuela Politécnica de París, pero no pudo terminarlos. En
1817 comenzó a trabajar como secretario de Saint Simón, cargo que ocu­
pó hasta 1824. En 1826 comenzó a dictar un “Curso de Filosofía Positi­
va”, de manera privada, que convirtió luego en libro, del que publicó seis
tomos entre 1830 y 1842. En 1832 fue designado en un puesto de docen­
cia menor en la Escuela Politécnica, en la que intentó también alcanzar
la cátedra de Geometría que finalmente no obtuvo. En 1844 publicó Dis­
cursos sobre el Espíritu Positivo en el que retomó la ideas centrales del Cur­
so. En la segunda mitad de los 40 inició lo que algunos llaman una “segunda
carrera”. Comenzó a interesarse por las cuestiones morales y evolucionó
hacia el intento de crear una religión de la humanidad. Entre 1951 y 1954
publicó cuatro tomos de su Sistema de Política Positiva o Tratado Instituyen­
do la Religión de la Humanidad. No es que hubiera padecido un ataque de
misticismo; permanecía tan ateo como siempre. Pero sí quería darle a sus
ideas un impulso catequístico para dotarlas de una difusión mayor. De este
empeño formó parte, también, su Catecismo Positivo, publicado en 1852,
un manual de positivismo destinado a las mujeres y a los obreros.
En la Lección II (1) del Curso de Filosofía Positiva anuncia que ha des­
cubierto una “gran ley fundamental”: cada una de nuestras concepciones
principales, dice, cada brazo de nuestro conocimiento ha pasado por tres
estadios diferentes: el teológico o ficticio, el metafísico o abstracto y el cien­
tífico o positivo. Es su famosa ley de los tres estadios, que toma práctica­
mente sin cambios de Saint Simón. En el primero, el espíritu humano
dirige su búsqueda hacia la naturaleza íntima de las cosas, a las causas pri­
meras y finales, y se representa los fenómenos como producidos por la
acción de agentes sobrenaturales. En el segundo los agentes sobrenatura­
les son reemplazados por fuerzas abstractas capaces de engendrar todos los
fenómenos observables. En el tercero, el espíritu humano reconoce que,
mediante la utilización bien combinada de la razón y la observación, pue­

60
III. LOS PRECURSORES

de llegar a descubrir las leyes efectivas que rigen los fenómenos, es decir,
“sus relaciones invariables de sucesión y similitud”.
Creía, en consecuencia, como los ilustrados, que el mundo estaba suje­
to a leyes naturales invariables que se podían descubrir. Y confiaba en que
vendría una época en la que el conocimiento científico tendría un impor­
tantísimo impulso. Se desarrollaría la industria y avanzaría el progreso.
Pensaba, asimismo, que siendo la realidad una sola debería existir un
universo científico único. Suponía que las diversas disciplinas se desarro­
llaban en forma autónoma por una cuestión de división del trabajo y que
llevarían un ritmo desparejo de desenvolvimiento debido a que la ley de
los tres estadios se había presentado en ellas en distinto tiempo. Sin embar­
go no creía que por el momento fuese necesario apurar la unificación de
la ciencia. Bastaba con que sus desarrollos parciales fueran homogéneos.
Algún día todos los desarrollos parcelizados se iban a integrar en un cor-
pus único.
Ajuicio de Comte la filosofía de los ilustrados no había conseguido
abandonar el estadio metafísico (o abstracto). Había sido capaz de soca­
var los fundamentos del viejo orden (el anden régime) pero había sido inca­
paz de sentar las bases del nuevo. Se trataba, por lo tanto de una filosofía
negativa que estaba llamada a ser superada por una positiva: precisamen­
te la suya. El sería el encargado de desarrollar una filosofía positiva.
Puntal de esta positivización era la superación del antagonismo entre
orden y progreso que había caracterizado a la etapa precedente. A su juicio,
si se quería superar las turbulencias de las sociedades humanas —formula su
apreciación con un alto grado de generalidad, pero es razonable suponer
que lo guiaba la convulsa historia de Francia posterior a la Revolución de
1789— debía compatibilizarse ambas cuestiones. Estos dos principios
“ .. .representan las dos nociones fundamentales, cuya deplorable oposición
trae consigo el trastorno de las sociedades humanas”, diagnosticó en el Cur­
so de Filosofa Positiva.42 Su reconciliación era posible y deseable. La pro­
blemática del orden está vinculada con la estabilidad, la cohesión, el equilibrio
y la armonía de las sociedades. Mientras que la del progreso, lo está con la
transformación, con el cambio. Entendía que éste se había abierto cami­
no a lo largo de la historia, pero que ese proceso no había sido debidamen­
te registrado. Se requería de la maduración de condiciones que aparece con
el estadio positivo, para entender cabalmente su problemática, porque era
justamente en ese estadio en el que se producía un salto de calidad en el
conocimiento. Al mismo tiempo, el desarrollo de la ciencia estaba llama­
do a convertirse en la garantía de su desenvolvimiento sostenido.
4- La Filosofía Positiva, Porrúa, M éxico, 1990, pág. 54

Ó]
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

Tenía una confianza ilimitada en el progreso humano simultáneamen­


te creía que el desarrollo del espíritu humano y el avance de la ciencia iban
a producir un efecto estabilizador: de nuevo la cuestión del orden y sus
posibilidades de ser compatibilizado con el progreso.
Estableció una clasificación articulada de las ciencias dentro de la cual
concibió un lugar para 1a Física Social o Sociología, siendo el primero en usar
esta expresión. La definía como “el estudio positivo del conjunto ele las
leyes fundamentales propias de los fenómenos s o c i a l e s . 43Y distinguía
entre una estática social, que debía ocuparse de los fenómenos relativos al
orden. Y una dinámica social, que debía dirigirse al estudio del fenómeno
del progreso.
Confiaba en que el industrialismo que auguraba en las sociedades
modernas iba a beneficiar el equilibrio y la cohesión de las sociedades.
Escribió, por ejemplo: “Después de haber explicado las leyes naturales que,
en el sistema de la sociabilidad moderna, deben determinar la indispen­
sable concentración de las riquezas en los jefes industriales, la filosofía posi­
tiva hará comprender que poco importa a los intereses populares en qué
manos se encuentran actualmente los capitales, siempre que su empleo nor­
mal sea necesariamente útil para la masa social”.44 Concentración de rique­
zas de un lado y compresión del otro: curiosa ingenuidad desmentida pocos
años después en la propia Francia, con la insurrección de La Comuna, en
1871 .Y esperaba también que el belicismo —que asociaba al militarismo-
iba a ir desapareciendo (otra ingenuidad).
Comte retomó varias de las ideas saintsimonianas a las que su apego
a la conciliación entre orden y progreso vació de cualquier contenido con­
testatario. Y a pesar de que él mismo creía lo contrario fue simplemente
un continuador de las ideas de la Ilustración.

r ’ Ibid., pág. 54.


44 Ibid., pág. 63

62
¡I!. LOS PRECURSORES

Proudhon

Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) provenía de una familia de arte­


sanos de escasos recursos de Besan^on. No alcanzó a terminar los estu­
dios secundarios aunque su interés por el conocimiento lo convirtió en
un autodidacta. Trabajó como tipógrafo y corrigió también textos ecle­
siásticos, lo que lo llevó a familiarizarse con el griego y el hebreo. En 1835
publicó un Ensayo de Gramática General, que fue el fruto de esos prime­
ros afanes lingüísticos. En 1838 obtuvo una beca que la Academia de Besan-
^on otorgaba a personas destacadas. Marchó a estudiar a París, donde se
relacionó con socialista y revolucionarios franceses, pero también con des­
terrados alemanes, rusos y de otras nacionalidades. Terminó allí de sentar
las bases de su manera de pensar.
En 1840 publicó ¿Qué es la Propiedad?, que fue muy leído, especial­
mente en los ambientes que hoy se denominarían de izquierda. Esta obra
llamó la atención del por entonces todavía joven Marx quien para esa épo­
ca no había terminado aun de definir su postura respecto de la propiedad.
Las ideas de Proudhon, más consolidadas que las de él pero también inci­
pientes, le impresionaron muy bien. Recién en junio de 1844 se encon­
traron y conocieron personalmente en París y compartieron bastante
tiempos juntos ese año.45 Más adelante, ambos terminarían de desarrollar
sus formas de pensar y la afinidad acabaría. En 1846 Proudhon publicó su
obra maestra Sistema de las Contradicciones Económicas o Filosofía de la Mise­
ria, que Marx contestó críticamente en su libro Miseria de la Filosofía, publi­
cado en Bruselas, en 1847. Comenzó allí un distanciamiento definitivo.
A Proudhon se lo suele caracterizar como socialista pero también como
anarquista. Ambas definiciones son válidas. Integró el difuso espacio del
socialismo francés de su época, desde el cual promovió ideas y posicio­
nes que darían lugar, un poco más tarde, al anarquismo. Ferrater Mora sos­
tiene que “la ruptura de Proudhon con Marx es considerada como el punto
de partida (o en todo caso, el símbolo) de la larga disputa entre las tradi-
43 Véase Jacques Attali: Marx o es Espíritu del Mundo, FCE, B uenos Aires, 2007, pág. 89.

63

i
APUNTES DE SO C iO LO G A

anarquista y comunista”.46 La afirmación de Ferrater es curiosamen­


c h .'!>«‘s
te acróüica, pero no equivocada: ni el socialismo de Proudhon era toda­
vía anarquismo, como se acaba de decir, ni el socialismo radical de Marx
era todavía comunismo. Sin embargo, ambas orientaciones habrían comen­
zado su combate con la crítica de Marx de 1847, cuando ninguna de esas
dos corrientes había obtenido, todavía, su cédula de identidad. Así de raro
es, a veces, el mundo de las ideas.
Proudhon le otorgaba mucha importancia a la economía en la deter­
minación de la vida social y creía también que primaba sobre la política.
Sostuvo que aquella —la economía—está fundada sobre contradicciones
internas: la división del trabajo aumenta la riqueza pero embrutece al obre­
ro; el maquinismo alivia el esfuerzo de éstos pero produce desempleo; el
crédito podría emancipar a los trabajadores pero sólo se concede a los ricos;
la propiedad es el fundamento de la libertad pero genera privilegios; la
competencia puede ser injusta pero es eficaz contra dichos privilegios.
Frente a esta contradictoria dinámica que juzga poco menos que eterna,
impulsar el cambio por la vía revolucionaria le parece vano. Más bien es
partidario de un avance pacífico sobre el poder.
Tiene también una teoría de la explotación. Esta se produce, a su jui­
cio, porque el patrón paga a los obreros en forma individual pero utiliza y
recoge los frutos de una fuerza de colectiva de trabajo: 10 días de trabajo
de 20 obreros actuando colectivamente arrojan mayores y mejores resul­
tados que 200 días trabajados por un solo obrero es su argumento básico.
En ¿Qué es la Propiedad? escribe su célebre frase “la propiedad es el
robo”. Sin embargo, poco después matizará esta idea. Planteará, como
John Locke (1632-1704) antes, que la única fuente de propiedad es el tra­
bajo, o sea que es legítimo poseer sólo aquello que se ha ganado median­
te el trabajo. En Teoría de la Propiedad, publicado en 1863/1864, argumenta
que es también el único poder que se puede oponer al Estado. En esta
obra retoma la cuestión de la propiedad y acepta la propiedad de la tie­
rra y el derecho a herencia sobre la misma, pero piensa que debería ser
distribuida más igualitariamente y estar limitada en su tamaño. Se opo­
ne, entonces, a la propiedad privada de los factores de la producción
-excepto la tierra- pero desconfía de que aquellos puedan quedar en
manos de la sociedad, de una manera colectivista. Busca por eso fórmu­
las como la de desarrollar una democracia económica mutualista, capaz
de admitir —con límites—la propiedad, como forma de escapar a la tena­
za colocada por la mera propiedad privada por un lado y el colectivismo
social por el otro.
4<>José Ferrater M ora: Diccionario de Filosofía, Alianza, M adrid, 1979, t.lll, pág. 727.

64
III. LOS PRECURSORES

Abominaba la “explotación del hombre por el hombre” del mismo


modo que rechazaba el “gobierno de los hombres por los hombres”, que
veía encarnado en el Estado. Mantenía una fuerte desconfianza respecto
del Estado burgués, al que veía como un recurso para la dominación, pero
criticaba incluso el socialismo estatista de Louis Blanc (1811-1882), ya que
en el fondo rechazaba toda idea de Estado centralizador. Impulsaba, en todo
caso, un federalismo autogestionario de base comunal, que disgregara el
poder centralizado del Estado hacia unidades menores. Es precisamente
esta porción de su pensamiento la que lo convierte en uno de los padres
del anarquismo.
Fue un luchador infatigable. Murió cinco años antes de la célebre insu­
rrección de París, en 1871, que se conoce con el nombre de La Comuna.
Seguramente le hubiera gustado estar allí.

65
La Escuela Histórica Alemana

La creencia en una razón omnipotente y universalista y sobre todo la


convicción de que existen leyes rectoras de toda la realidad, aun de la rea­
lidad social -estandartes como se ha visto de la Ilustración- arrinconaron
a la historia. La tenacidad de esta, que muchas veces desmentía el afán de
universalidad que imbuía a buena parte de los philosophes, la volvía incó­
moda a los ojos de éstos. No pocas veces los intentos de generalizaciones
de aquellos chocaban contra datos o sucesos que impedían su confirma­
ción. Una actitud repetida fue subestimarla, negarle importancia. Voltai-
re, por ejemplo, dudaba de que el conocimiento de la sucesión de monarcas
que habían reinado en este o aquel lugar arrojase algún beneficio en tér­
minos de producción de saber. Le asignaba más bien una función peda­
gógica. Sólo aquellos momentos —como el Renacimiento— en que se
hubieran alcanzado alturas significativas en el desarrollo de la ciencia y la
cultura le parecían dignos de ser rescatados a título de ejemplos. Esta debía
ser, a su juicio, el papel de la historia.
Como se ha expuesto ya, la Contrailustración vino en su rescate. Fue así
que en Alemania fueron apareciendo escuelas vinculadas a distintas discipli­
nas sociales, que se autodenominaron históricas. El interés por lo histórico y
la reluctancia frente a la pretendida universalidad de cuño francés alentaron
su desarrollo en diversos campos, en lo que parece haber sido un movimien­
to antes que articulado, simultáneo y/o convergente. Es decir, no hubo un
“plan” o “programa” propuesto por alguien -com o fue el caso del positivis­
mo con Com te- el que desencadenó su puesta en marcha y desarrollo sino
una difusa coincidencia de puntos de vista y de intereses intelectuales. A veces,
erróneamente, se supone que se originó en el terreno de la economía. Pero
todo parece indicar que su primer envión provino del derecho.
La figura principal, y probablemente iniciadora, en este campo, fue
Friedrich von Savigny (1779-1861), cuya familia provenía de Lorena.47 Fue
47 Este territorio, ju n to con Alsacia fue largamente disputado por Francia y Alemania. D e allí el cuño
francés del apellido del jurista que se está considerando. Hoy, ambos territorios pertenecen a Francia.

66
II!. LOS PRECURSORES

un destacado jurista y académico que en 1843 se convirtió en Ministro


de justicia de Prusia. En 1815 formó parte de un grupo de hombres de
leyes que editó la “Revista para la ciencia del derecho desde el punto de
vista histórico”. Su nombre es de por sí elocuente, lo mismo que su tem­
prana fecha de iniciación. En el terreno de la historia hubo también una
escuela histórica (valga la redundancia). Algunas de sus figuras más noto­
rias fueron Leopold vori Ranke (1795-1886) yjohann Droysen (1808-
1884). En economía se destacaron Bruno Hildebrand (1812-1878),
Wilhem Roscher (1817-1894) y Karl Knies (1821-1898), mientras que
en el campo de la sociología puede mencionarse a Heinrich Rickert (1863-
1938) y a Max Weber, entre otros.
Algunas discusiones sostenidas entre los miembros de esta corriente
-dentro de una misma disciplina o incluso entre integrantes de campos dis­
ciplinarios distintos-48 hacen que haya quienes duden de que se la pue­
da llamar con propiedad escuela. Sin embargo, en beneficio de quienes
sostienen la existencia de ésta puede decirse que es habitual que haya deba­
tes dentro de una corriente o tendencia de pensamiento. Las polémicas
al interior del marxismo, por ejemplo, lo demuestran ad nauseam. Por otra
parte, podrían mencionarse por lo menos 3 ejes que parecen haber sido
comunes a todos sus miembros:
a) la negativa a admitir que la realidad social fuera movida por leyes
del mismo tenor que las que rigen el mundo físico y /o natural;
b) la importancia que le asignaban a la historia en tanto expresión de
una singularidad irreductible, en el ámbito de los fenómenos socia­
les;
c) el interés por discutir sobre el papel y la validez de las generaliza­
ciones.

48 Es, por ejem plo, el caso de la discusión que originó un artículo de W eber en el que criticó algu­
nas teorizaciones de R osch er y Knies. El artículo se llama “ R osch er y Knies y los problem as lógi­
cos de la econom ía política histórica” ; hasta donde sé, no está traducido al español.
IV
Mark, Durkheim y Weber:
la sociedad como referente emípirico y
como problema conceptual
No obstante las notorias diferencias que los separan, hay tres núcleos
de problemas básicos comunes a Marx, Durkheim y Weber que éstos enfo­
can de manera diferente, pero que constituyen un subsuelo compartido de
preguntas y preocupaciones que ha contribuido a dotar a la Sociología de
un fundamento disciplinario unitario:
a) el reconocimiento de que los seres humanos tendemos a vivir agru­
pados en sociedades desde el remoto origen de los tiempos, por
decirlo así;
b) el reconocimiento de que la satisfacción de necesidades es un impe­
rativo ineludible que conduce a la vida en sociedad;
c) el reconocimiento de que la cohesión —o la integración-juega un
papel significativo en las sociedades.
Otra similitud que debe remarcarse es su marcada preocupación por
desarrollar una metodología científica es decir, por dotar a sus sistemas teó­
ricos de un sustento metodológico sólido.
No hay en nuestros tres autores ninguna mención a estadios preso-
ciales en la historia de los seres humanos ni una pizca de hombres en esta­
do de naturaleza. Se diferencian en esto notoriamente de Rousseau y de
Hobbes. Tampoco se registra alusión alguna a pactos establecidos entre per­
sonas originariamente libres y portadoras de derechos, que hacen conce­
siones para constituir un Estado en beneficio de su seguridad, y para
establecer un conjunto de reglas a respetar y seguir desde ese momento
en adelante, dando comienzo, también, a la vida en sociedad.
Marx sencillamente no concibe que la vida humana pueda desarro­
llarse por fuera de la sociedad. Véanse, por ejemplo, estos dos pasajes de
La Ideología Alemana: “Ahora bien, para vivir hace falta comer, beber, alo­
jarse bajo un techo, vestirse y algunas cosas más. El primer hecho histó­
rico, es por consiguiente, la producción de los medios indispensables para
la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida mate­
rial misma, y no cabe duda de que es éste un hecho histórico, una con-

71
A P U N TE S DE S O C IO L O G ÍA

ilición fundamental de toda historia, que io mismo hoy que hace miles
de años necesita cumplirse todos los días y a todas horas, simplemente para
asegurar la vida de los hombres” (IA:28). Y luego: “Toda producción es
apropiación de la naturaleza por parte del individuo en el seno y por inter­
medio de una forma de sociedad determinada” (IA: 37). Se releja aquí níti­
damente, también, su concepción materialista de la historia.
Durkheim le dedica al tema un apartado, en el punto 4 del capítulo
V de Las Reglas del Método Sociológico. Escribe allí, por ejemplo, “Para unos,
como Hobbes y Rousseau, hay solución de continuidad entre el indivi­
duo y la sociedad. El hombre es naturalmente refractario a la vida común
y sólo puede resignarse a ella por la fuerza” Y remata: “Sólo por ser vis­
to el individuo como la sola y única realidad del reino humano, esta orga­
nización que tiene por objeto inhibirlo y contenerlo, sólo puede ser
concebida como artificial. No está fundada en la naturaleza, puesto que
esta está destinada a violentarla impidiéndole producir sus consecuencias
antisociales” (RMS:95). Sencillamente no concibe que pueda haber vida
individual por fuera de la vida social, como se desprende también de su
concepción sobre las diversas formas de la solidaridad, que se examinarán
un poco más adelante.
Weber, en cambio, es menos explícito. No hay en su obra, sin embar­
go, ninguna referencia a la existencia de formas presociales de vida huma­
na. Como se ha indicado ya, hay autores que piensan que los seres humanos
han vivido un cierto período de la historia sin formar sociedad. Y que a ésta
-y a la constitución de formas estatales- se ha accedido mediante un pac­
to. Weber no se anota entre los cultores de esta concepción; otros indicios,
como la cita que se verá inmediatamente más abajo, señalan que hay socie­
dad porque hay necesidades, es decir, porque los seres humanos estamos suje­
tos a necesidades y esto nos impele a actuar mancomunadamente.
Así pues, para Marx, Durkheim y Weber hay sociedad podría decir­
se que desde el comienzo de los tiempos, comparten lo que llamaré de
aquí en más, por comodidad, concepción primigenia de la sociedad.
En los tres hay referencias directas a la ligazón que existe entre la bús­
queda de recursos para satisfacer necesidades y la vida en sociedad, dada
la situación de partida de limitación de medios disponibles. Marx y Weber
tiene planteos semejantes: la posibilidad de existencia física de la vida huma­
na depende de la capacidad para obtener recursos, lo cual está en directa
relación con la organización de las personas en sociedades, con el objeto
de trabajar de conjunto para proveer a esas necesidades. De Marx pueden
volver a leerse las citas inmediatamente anteriores para ilustrar lo inme­
diatamente precedente. Weber señala que: “Que nuestra existencia física
así como la satisfacción de nuestras necesidades más espirituales choquen

72
¡V . L A S O C I E D A D C O M O R EFER EN TE E M ÍP IR IC O Y C O M O PR O BLEM A C O N C E P T U A L

en todas partes con la limitación cuantitativa y la insuficiencia cualitativa


de los medios externos para tal fin, y que tal satisfacción requiera la pre­
visión planificada y el trabajo, al par que la lucha contra la naturaleza y la
asociación con otros hombres, he ahí —expresado del modo más impre­
ciso—el hecho fundamental al que se ligan todos los fenómenos que carac­
terizamos, en el sentido más lato, como económico-sociales” (OCS:53).
Conviene remarcarlo: dice “asociación con otros hombres”, es decir, vida
social, vida en sociedad. La coincidencia entre ambos es notoria, al pun­
to que Marx califica a la sujeción humana a necesidades como “primer
hecho histórico” y Weber la considera como un “hecho fundamental”.
Por su parte, Durkheim indica: “Un ser vivo cualquiera no puede ser
feliz y hasta no puede vivir más que si sus necesidades están suficientemen­
te en relación con sus medios. De otro modo, si exigen más de lo que se
les puede conceder, estarán contrariados sin cesar y no podrían funcio­
nar sin dolor” (S: 337). Durkheim está próximo, también al punto de par­
tida que Marx y Weber: los seres humanos deben inevitablemente proveer
a su subsistencia, pero en lugar de subrayar este hecho, que queda prác­
ticamente implícito en la cita anterior, prefiere enfatizar el costado del lími­
te moral que le viene impuesto al individuo por la sociedad, puesto que,
de otro modo, no existiría limitación para la búsqueda y utilización de
medios para satisfacer las necesidades (S:337).
Finalmente, la cuestión marcada arriba como c): la cohesión como ras­
go distintivo de las sociedades. La existencia en éstas de un universo de
valores compartidos y su articulación y despliegue en sistemas normati­
vos como base constitutiva de lo que habitualmente llamamos sociedad,
es algo en lo que prácticamente coinciden los diversos autores sin excep­
ción (obviamente, cada cual con su sesgo y/o su énfasis específico). En lo
que respecta a Marx, Durkheim y Weber, se diferencian en las opciones
epistemológicas que eligen, en los marcos de referencia conceptuales que
construyen y en los temas que les parecen más significativos y que, por lo
tanto, privilegian: la solidaridad social (Emile Durkheim), el conflicto inter­
no a las sociedades (Karl Marx) y la historicidad de los fenómenos socia­
les y la actuación de los Estados nacionales (Max Weber). Pero no obstante
estas diferencias, que no son pocas ni poco profundas, coinciden en reco­
nocer la naturaleza integrativa de las sociedades.
Para Durkheim, cohesión social y solidaridad son sinónimos. La soli­
daridad es, a su juicio, un rasgo central de las sociedades. Sus nociones de
solidaridad mecánica y solidaridad orgánica, desarrolladas en su La División del
Trabajo Social, dan cuenta de esta centralidad.
En Weber la cohesión es vista como sujeción consensuada a normas.
Campea en diversos planos de análisis a nivel teórico: está en las nocio­

73
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

nes de sociedad y de comunidad, en la de legitimidad y en la de Estado,


por él trabajadas en su monumental Economía y Sociedad, por mencionar
sólo algunos. Pero también a nivel de la investigación empírica, como que­
da reflejado en su La Etica Protestante y el Espíritu del Capitalismo, obra en
la que se constata la relevancia del mundo de los valores para el desarro­
llo de la sociedad capitalista.
En cuanto a Marx, su perspectiva le hace privilegiar el papel del con­
flicto en el interior de las sociedades. A su modo de ver, en toda socie­
dad de clases hay siempre clases dominantes y clases dominadas, y lucha
entre estas, en alguna medida variable. Esta circunstancia, empero, no le
impide reconocer con claridad que la condición de dominante de una cla­
se se impone, desde el poder económico, por la vía de sujetar a las clases
subalternas a su mundo de valores. Sólo cuando esta vía no funciona sufi­
cientemente apela al ejercicio directo de la fuerza, el otro recurso del que
dispone. Es decir, una clase económicamente dominante se constituye en
políticamente dirigente a nivel de un Estado cuando difunde e impone
su propia ideología al conjunto. Es decir, cuando es capaz de concitar cohe­
sión. Así ha sucedido —según los marxistas- por ejemplo, con la burgue­
sía en la sociedad capitalista.
Ahora bien, como también se ha señalado ya, el conocimiento de lo
social implica una toma de posición acerca de cómo es posible conocer
en ciencias sociales. Ni los fenómenos del mundo de la naturaleza ni los
sociales son evidentes per se. Todo conocimiento implica un camino a reco­
rrer, una elaboración. Más todavía. Involucra postular un cierto modo de
ser de la realidad y una apreciación acerca de cual es la capacidad o la poten­
cia cognoscitiva de los seres humanos, por lo menos.
Así, la producción de conocimiento sobre los social ocurre siempre
en el interior de un espacio doblemente delimitado. De un lado, por una
concepción general sobre la sociedad que resulta de premisas que postu­
lan un cierto modo de ser de la realidad.49 Entre otros asuntos importan­
tes se agrupan aquí temas tales como qué es una sociedad, cómo funciona,
cuáles son sus rasgos principales y cuáles sus dinámicas más significativas.
De otro lado, una concepción acerca de cómo es posible conocer en cien­
cias sociales. Estas dos dimensiones tienden a ser congruentes entre sí y
se hallan articuladas. N o se puede postular la existencia de leyes rectoras
de lo social, por ejemplo, y admitir simultáneamente la posibilidad de que
4y El uso del sustantivo premisas y del verbo postular es deliberado, no casual. Se trata de puntos
de partida previos a la producción m ism a de saber, anteriores al saber y de los que depende éste. Las
postulaciones de C om te, p or ejem plo, llevaron a su elaboración de conocim iento p or un d eterm i­
nado cam ino; lo m ism o ocurre con P roudhon, o cualquier otro. Es obvio que si se arranca de las pre­
misas del prim ero será im posible arribar a los resultados conceptuales del segundo y viceversa.

74
IV . L A S O C I E D A D C O M O REFER EN TE E M ÍP IR IC O Y C O M O PR O BLEM A C O N C E P T U A !

el azar incida sobre el desenvolvimiento de lo real. De igual manera, no


se puede asumir la tradición platónica que sostiene que para todas las pre­
guntas genuinas hay una y sólo una respuesta verdadera, y aceptar que en
la realidad puede haber soluciones alternativas igualmente válidas frente
a un problema cualquiera.
En este capítulo y el que sigue se examina ambas dimensiones —con­
cepciones sobre la sociedad y sobre la producción de conocimiento social—
por separado, con el objeto de facilitar su exposición y comprensión. Se
ha preferido comenzar con el examen de la sociedad en los tres autores
con la intención de hacer menos abstracto, luego, el desarrollo de sus res­
pectivos planteamientos acerca de cómo es posible conocer lo social.
Extrañamente no hay una definición deliberada, explícita de socie­
dad ni en Marx ni en Durkheim. N o caben dudas de que para ellos es un
referente empírico insoslayable. Y que trabajan conceptualmente una y otra
vez sobre el mismo.
Sin embargo, lo que es propiamente una definición brilla por su ausen­
cia en ambos casos. Es preciso leerlos con atención y develar sus implíci­
tos para encontrarse más que con una definición, con una conceptualización
sobre la sociedad. Max Weber es más explícito aunque su desarrollo con­
ceptual exige un trabajo de análisis atento para descubrir la aplicabilidad de
su noción general de sociedad a los conglomerados grandes aludidos arri­
ba. Sucede que define el concepto de sociedad —junto al de comunidad—
dotándolo de un altísimo nivel de generalidad; por lo mismo, resulta apli­
cable a un sinnúmero de casos que van desde los clubes deportivos hasta
las sociedades empresariales o comerciales.50 Mediante sucesivas delimita­
ciones establecidas por medio de los conceptos de relación social y de aso­
ciación (que incluye los de validez y orden) recién alcanza una noción de
sociedad aplicable a conglomerados humanos grandes como los referidos
más arriba.

50 “Llamamos saciedad a una relación social cuando y en la m edida en que la actitud en la acción
social se inspira en una compensación de intereses por m otivos racionales (de fines o de valores) o tam ­
bién en una unión de intereses con igual m otivación. La sociedad, de un m od o típico, puede especial­
m ente descansar (pero no únicamente) en un acuerdo o pacto racional por declaración recíproca” (ES:33).

75
Marx

Marx era hijo de un abogado de buen pasar de la ciudad deTréveris,


Prusia. En 1835 inició estudios de abogacía en la Universidad de Bonn,
por consejo de su padre. Durante su primer años de estudiante llevó una
vida despreocupada, que lo llevó a enfrentarse en un duelo y también a
pasar una noche en un calabozo, por ebriedad. Pronto comprendió que
otras cosas le interesaban más que el derecho. En 1836 se trasladó a Ber­
lín, en cuya universidad continuó sus estudios universitarios, pero volcán­
dose hacia la filosofía aunque sin abandonar del todo las leyes. Allí tuvo
como profesores, entre otros a Bruno Bauer (1809-1882) en filosofía, y
a von Savigny en derecho. Terminó su formación académica en la U ni­
versidad de Jena con la tesis doctoral “Diferencia de la filosofía de la natu­
raleza en Demócrito y Epicuro”. Recibió su título de doctor el 15 de abril
de 1841. Postuló para una plaza de profesor en Bonn pero no tuvo éxi­
to. En 1842 se trasladó a Colonia para trabajar como periodista en la Gace­
ta renana de política, comercio e industria, un diario de tinte republicano y
liberal, opuesto a la monarquía.51 Allí se encargó de temas políticos y eco­
nómicos. La monarquía, molesta con el tenor de los artículos de la Gace­
ta, la clausuró en 1843. Marx y su novia Jenny von Westphalen decidieron
casarse y exiliarse. Fueron primero a París y tiempo después a Bruselas.
En 1844, en París, Marx conoció a Friedrich Engels (1820-1895), quien
se convertiría en su socio intelectual y con quien trabaría una estrechísi­
ma amistad por el resto de su vida.
Durante su temporada en Colonia, acicateado por los temas que debía
enfrentar, releyó la Filosofía del Derecho de Hegel (1770-1831) en busca de
31 D urante los siglos XVll y XVIII Prusia alcanzó un desarrollo y una consolidación significativos.
Trabajó intensam ente, en el siglo XIX, para conseguir la unificación alemana bajo su égida. C on su triun­
fo en la guerra contra Austria (1866) consiguió la suprem acía entre los alemanes. Fue a la guerra con­
tra Francia, en 1870, lo que aprovechó para convocar a los reinos de Baviera y W urtem berg y a los
ducados de H asee-D arm stadt y Badén a sumarse al esfuerzo bélico, a los que integró de ahí en más.
Tras el triunfo se organizó com o im perio (el Segundo R eich), en 1871. U n esquem a panorám ico de
la historia política alemana de ese período puede hallarse en el A péndice, al final de este texto.

76
IV . L A S O C I E D A D C O M O REFER EN TE E M ÍP IR IC O Y C O M O PR O BLEM A C O N C t P IU A I

respuesta para interrogantes políticos y estatales que se le planteaban. Esta


lectura originó el primer libro de Marx Crítica de la fdosojía del Estado de
Hegel. El ejercicio del periodismo lo llevó también a verse “por primera
vez en el trance difícil de tener que opinar sobre los intereses materiales”,
como él mismo escribe. Comenzó entonces a estudiar economía por su
cuenta.
De estas experiencias, lecturas y escrituras surgieron algunas ideas que
más tarde, más desarrolladas y mejor fundamentadas, dieron sustento a su
teoría. Entre otras de estas incipientes ideas puede anotarse la siguiente:
las disposiciones jurídicas y las formas del Estado están relacionadas con
las condiciones materiales de vida, cuyo conjunto puede resumirse en la
noción de “sociedad civil”.52 La anatomía de ésta se encontraba en la eco­
nomía política.
En París y, luego, en Bruselas, continuó estudiando economía. Y sus
elaboraciones alcanzaron nuevos resultados. El mismo se encargó de resu­
mir sus avances: “El resultado general que obtuve... puede formularse bre­
vemente de la siguiente manera. En la producción social de su existencia
los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independien­
tes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a un deter­
minado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad
de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la
sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio (Uberbau) jurídico
y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia
social” (P:66-67). Aparece aquí una noción de sociedad presentada a par­
tir de una imagen o metáfora edilicia. Nótese que se escribe allí “ ...la
estructura económica de la sociedad” (énfasis mío, E.L.) y se menciona un
“ ., .edificio jurídico y político” y unas “formas de conciencia social” tam­
bién de la sociedad, pero esta vez de manera implícita. Este pasaje no deja
dudas acerca de que la sociedad, en el sentido de conglomerado grande
indicado más arriba, es un referente empírico principal. Pero además, en
el centro de toda la elaboración expuesta allí está la sociedad: la estructu­
ra económica es de la sociedad, lo mismo que el edificio jurídico-p olí ti­
co e ideológico construido sobre dicha estructura.
También se explícita en ese pasaje que “en la producción social-e 1énfa­
sis es mío (E.L.)—de su existencia” los hombres contraen “relaciones nece­
sarias —ibid. (E.L.)—e independientes de su voluntad”. ¿A qué se refieren
estas puntualizaciones social y necesarias?. La producción social de la exis­
tencia consiste, como se ha visto más arriba, en satisfacer necesidades bási-
1,2 En esta p rim er etapa de su producción intelectual M arx contrapone “sociedad política” o Esta­
do a “ sociedad civil” , en la que incluye las actividades económ icas.

77
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

cas: comer, beber, etc. Ahora bien, también dice que la acción tendiente
a proveer la existencia de los hombres (o sea, la satisfacción de las nece­
sidades) es social. Es decir que hay un componente de socialidad dado de
entrada, colocado como premisa o postulado. Es decir, repite el argumen­
to de la Ideología Alemana que se expuso más arriba. No hay ni individuos
aislados ocupándose de sí mismos -Kobinsones del remoto pasado pro­
veyéndose individualmente de lo que necesitan para subsistir- ni “hom­
bres naturales” asocíales o presociales, a lo Rousseau, con todo a la mano
para satisfacer sus necesidades.53 La socialidad, el establecimiento de rela­
ciones duraderas con otros (o sea, de relaciones sociales) es necesario e inevi­
table: por fuera de esas relaciones no hay posibilidad de producir la
existencia. La socialidad está soldada a la producción de la existencia. Dirí­
ase entonces que hay sociedad desde el momento mismo en que hay nece­
sidad. O sea, desde el mero comienzo de la historia humana.
Volviendo sobre la cita del “ Prólogo’’ hay que señalar también que pre­
senta dos conceptos clave de la teorización marxista: fuerzas productivas y
relaciones de producción. Estos conceptos son fundamentales a la hora de cons­
truir la noción marxista de sociedad. Según Marx ambas están en una rela­
ción recíproca y existe una correspondencia entre las características de las
segundas y el grado de desarrollo alcanzado por las primeras. Por fuerzas
productivas Marx entiende el conjunto de factóres que participan del pro­
ceso de producción. Esto es, los componentes técnicos de la producción:
las materias primas, los insumos intermedios, las unidades donde se pro­
duce, los medios de trabajo (a todo esto lo llama medios de producción), los
desarrollos de la ciencia y los aportes de la tecnología, entre otros. La capa­
cidad para trabajar, a la que Marx llama fuerza de trabajo, forma parte tam­
bién de las fuerzas productivas. Todos estos componentes tienen un
dinamismo positivo, es decir, una propensión a desarrollarse continuamen­
te: el desenvolvimiento de las fuerzas productivas desde los remotos tiem­
pos de la comunidades primitivas hasta la sociedad industrial es algo que
puede constatarse empíricamente.
Las relaciones de producción, por su parte, aluden a los vínculos que
entablan los hombres entre sí y con las propias fuerzas productivas, en el
proceso de producción de su existencia. Especial importancia poseen las

33 En su indagación sobre del “estado de naturaleza” - e n el que procuraba detectar las form as de
libertad im perantes en ese estadio para que inspiraran las form as de libertad que sería conveniente
plantear en dem ocracia— R ousseau im aginó la existencia de un estadio histórico en el q ue el h o m ­
bre todavía no vivía en sociedad. Ese “ hom bre natural”, a su juicio, no habría poseído lenguaje ni
acum ulado conocim iento, y habría encontrado disponible en su ento rno inm ediato todo aquello que
necesitaba para satisfacer sus sencillas necesidades: alim ento, pareja y abrigo.

78
IV . L A S O C I E D A D C O M O R EFER EN TE E M ÍP IR IC O Y C O M O P R O B LEM A C O N C E P T U A L

relaciones con los medios de producción, establecidos en términos de pro­


piedad o no propiedad (o posesión o no) de los mismos.
El desarrollo de las fuerzas productivas marca el rumbo y las condi­
ciones de desenvolvimiento de las relaciones de producción: este es el sen­
tido de la relación recíproca existente entre ambos que se ha mencionado
más arriba. Tómese el siguiente ejemplo. Las formas de producción impe­
rantes durante el feudalismo y por ende la naturaleza de sus fuerzas pro­
ductivas —producción agrícola, fundamentalmente, autosuficiencia de las
unidades productivas (feudos), como consecuencia de esto, inexistencia o
muy bajo desarrollo de los mercados y del intercambio mercantil—fijaban
los límites posibles de desenvolvimiento de las relaciones de producción.
Estas eran básicamente dos: la servidumbre, que fijaba a los siervos a la tie­
rra y los ponía bajo la dominación de un señor; y el vasallaje, que regía
las relaciones de lealtad y subordinación entre los señores y el rey. Es evi­
dente que bajo las condiciones colocadas por el nivel de desarrollo alcan­
zado por las fuerzas productivas en el período feudal, no podía entablarse
relaciones de producción capitalistas (propiedad privada de los medios de
producción, trabajo asalariado, etc.).
La combinación de un cierto tipo de fuerzas productivas con una
determinada modalidad de relaciones de producción origina lo que Marx
llama modo de producción. En el ya citado “Prólogo” distingue cuatro
modos de producción aparecidos a lo largo de la historia humana: el anti­
guo, el asiático, el feudal y el capitalista (a los que cabría agregar, aun­
que no los mencione en dicho texto el esclavista y el comunista).54 En
cada uno de ellos, las fuerzas productivas han alcanzado cierto nivel de
desarrollo y por lo mismo, ciertas características y, en correspondencia
con ellas, las relaciones de producción asumen también ciertas modali­
dades específicas.
En el interior de varios de los distintos modos de producción, fuer­
zas productivas y relaciones de producción conviven armoniosa y com­
plementariamente por largos períodos, aunque en su seno anide un
conflicto que es fundante de cada uno de ellos: jerarquía hierocrática vs.
gente del común (asiático), señores vs. siervos (feudal), amos vs. esclavos
(esclavista) y burgueses y proletarios (capitalista). Pero también ocurre, en
momento excepcionales, que fuerzas productivas y relaciones de produc­
ción se desacoplan, se descalabran y trastocan, abriéndose entonces un perí­
odo de cambio profundo, revolucionario, en que aquellos antagonismos
se activan en grado superlativo.
^ “ A grandes rasgos puede calificarse a los m odos de producción asiático, antiguo, feudal y b ur­
gués m o d ern o de épocas progresivas de la form ación económ ica de la sociedad” (P:67).

79
A P U N TE S D E S O C IO L O G ÍA

En la unidad correspondiente a la sociología de Marx se desarrollará


más ampliamente estas cuestiones. Ahora importa subrayar que lo que ha
presentado Marx en el ya multicitado “Prólogo” es un concepto general
que puede aplicarse a cualquier sociedad, no importa si capitalista o feu­
dal o de cualquier otra clase. Toda sociedad es un compuesto de base y super­
estructura. La base está constituida por el modo de producción, en tanto
que la superestructura está conformada por dos ámbitos o niveles diferen­
ciados: el ideológico y el jurídico-político. El primero de estos contiene
las diversas formas que las sociedades tienen de representarse el mundo:
la religión, la filosofía, la moral, etc. El segundo alude a las formas del dere­
cho y del Estado.
Las relaciones entre la base y la superestructura constituyeron (cons­
tituyen) un espinoso problema de la teorización marxista, Todo se origi­
na en la afirmación de Marx de que la base determina en última instancia
la superestructura. Esta proposición originó muchísimas discusiones entre
los marxistas. Y el propio Marx se vio obligado a volver sobre ella en más
de una oportunidad para tratar de aclarar sus alcances pues contiene la posi­
bilidad de fomentar un reduccionismo o determinismo económicos. Lo
que conlleva, entre otros, el problema de reducir la importancia de la polí­
tica. Si la base determina a la superestructura o, en términos más esque­
máticos, la economía determina la política entonces cabe la posibilidad de
que haya que sentarse a esperar que la economía haga su trabajo. En este
caso, la política saldría sobrando. Marx, ¡qué duda cabe! no era un sirn-
plifícador ni un esquemático. Podía, eventualmente, valerse de algún esque­
ma para divulgar su forma de pensar. Pero además era un revolucionario
que si algo no quería era desalentar la práctica política. Por ambos moti­
vos puso empeño en aclarar las cosas.
Determinación en última instancia, a su modo de ver, significaba,
determinación de los grandes trazos y en el largo plazo. Las fuerzas pro­
ductivas fijan los márgenes posibles de variación de la superestructura. Por
ejemplo: el capitalismo puede convivir con democracias republicanas, con
monarquías parlamentarias o aún con formas monárquicas o imperiales
abiertas a alguna modalidad de representación de algún sector de la socie­
dad (como ocurrió en Francia durante prácticamente todo el siglo XIX,
hasta la caída de Luis Napoleón, en 1870). Pero sería incompatible con
una estructura estatal/gubernamental de tipo feudal.
Durante los largos períodos en que funciona regularmente la articu­
lación fuerzas productivas/relaciones de producción, las sociedades están
cohesionadas. No obstante los conflictos que contienen, las sociedades se
desenvuelven armoniosamente. Formulado de un modo general el pro­
blema, puede decirse que el esfuerzo dedicado a la producción de la exis­
IV . L A S O C I E D A D C O M O REFER EN TE E M ÍP IR IC O Y C O M O PR O B LEM A C O N C f P lU A I .

tencia va de la mano con una socialidad cohesionadora. Hay en las socie­


dades diferenciación social y ocurre una apropiación desigual del exceden­
te económico que son capaces de producir, hay por lo tanto clases
dominantes y clases subalternas. Pero sin embargo hay cohesión social.
Ahora bien, las contradicciones que anidan en los distintos tipos de socie­
dades pueden activarse de manera episódica, produciendo entonces situa­
ciones críticas que por lo común son superadas restaurando los equilibrios
(y las dominaciones) preexistentes. O bien puede sobrevenir un período
excepcional, en el que tiene lugar un irremediable desfase entre las rela­
ciones de producción y las fuerzas productivas. Se abrirá entonces un perí­
odo de cambios que culminará con transformaciones profundas,
revolucionarias. Marx lo dice de este modo: “En un estadio determina­
do de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran
en contradicción con las relaciones de producción existentes o —lo cual
constituye sólo una expresión jurídica de lo m ismo- con las relaciones de
propiedad dentro de las cuales se habían estado moviendo hasta ese
momento. Esas relaciones se transforman de formas de desarrollo de las
fuerzas productivas en ataduras de las mismas. Se inicia entonces una épo­
ca de revolución social” (P:66-67)
Es posible decir entonces que Marx se interesa más, en términos polí­
ticos pero también en términos conceptuales, por las contradicciones socia­
les que anidan dentro de una sociedad y en particular dentro de la sociedad
capitalista, y por las posibilidades del cambio revolucionario de ésta: el
Manifiesto Comunista — escrito en coautoría con Engels- es un vivísimo
ejemplo de ello. Esto no significa, empero, que no vea o no reconozca la
naturaleza cohesionadora de las sociedades.

81
Durkheim

Emile Durkheim nació el 15 de abril de 1859 en Epinal, un pueblo


de la región de Lorena que fue ocupado por los alemanes durante la gue­
rra franco-prusiana (1870). Como ya se ha mencionado, dicha región y
Alsacia fueron objeto de una larga disputa entre Francia y Alemania. Su
padre, su abuelo y su bisabuelo habían sido rabinos. Tuvo a raíz de ello una
doble y muy temprana experiencia: como judío fue testigo y probable­
mente víctima del antisemitismo de los ocupantes; como francés debió vivir
la amargura de la ocupación extranjera. Esta circunstancia sumada a la his­
toria de la que fue testigo y al conocimiento de las convulsiones sociales
y políticas vividas por Francia desde su famosa Revolución de 1789 pue­
den explicar, tal vez, su preocupación por colaborar en la superación del
la estancamiento nacional de Francia y por contribuir a su regeneración.
Hizo sus estudios primarios y secundarios en Epinal. Se trasladó lue­
go a París, en 1879, para estudiar en la Escuela Normal Superior, una pres­
tigiosa institución de educación superior. Severa y exigente, formaba en
un humanismo general y en historia y filosofía. Henry Bergson (1859-
1941) y Jean Jaurés (1859-1914) fueron, entre otros, sus compañeros de
estudio. Al finalizar sus cursos definió el objeto de su tesis de graduación:
las relaciones entre el individuo y la sociedad. Se perfilaba ya su inclina­
ción por la sociología, una disciplina que se hallaba recién en sus comien­
zos. Para ese entonces, la teoría positivista de Auguste Comte estaba
plenamente en boga, no obstante su muerte en 1857.
Interesado por la obra de WilhemWundt (1838-1920), uno de los pre­
cursores de la psicología, estuvo en Alemania entre 1885 y 1886. Le inte­
resaba investigar qué herramientas podía ofrecerle esa disciplina para el
estudio de las relaciones entre el individuo y la sociedad. En 1887 obtu­
vo el cargo de profesor de ciencias sociales y pedagogía en la Facultad de
Letras de la Universidad de Burdeos. Dio comienzo entonces a una lar­
ga carrera académica.
Como ha sido acertadamente percibido por Steven Lukes en su tra­
bajo sobre del sociólogo francés, el estudio de los vínculos entre indivi­

82
1

IV . L A S O C I E D A D C O M O REFER EN TE E M ÍP IR IC O Y C O M O PR O BLEM A C O N C E P ÍU A i

dúo y sociedad constituyó “la piedra angular de todo el sistema de pen­


samiento de Durkheim”.55 En el “Prefacio” a la primera edición de su pri­
mer libro, La División del Trabajo Social —publicado en 1893—éste escribe:
“ .. .la cuestión que ha dado origen a este trabajo es la de las relaciones de
la personalidad individual y de la solidaridad social. ¿Cómo es posible que,
al mismo tiempo que se hace más autónomo, depende el individuo más
estrechamente de la sociedad? ¿Cómo se puede ser a la vez más personal
y más solidario?” (DTS:45). Ahora bien, de la diada constituida por el indi­
viduo y la sociedad a él le interesaba estudiar la segunda.
Concibió a la sociedad a partir de dos núcleos dadores de sentido, uno
analógico y el otro sustantivo, que dieron lugar a dos tipos de abordajes no
contradictorios sino complementarios: a) la metáfora organicista y b) la
sociedad entendida como moral.
En Las Reglas del Método Sociológico, por ejemplo, escribe: “La vida está
en el todo y no en las partes. No son las partículas inanimadas de la célula
las que se nutren, se reproducen, en una palabra: las que viven; es la célula
misma y solamente ella” (RSM:15). En la obra de Durkheim son abundan­
tes las referencias de corte organicista, como las que se pueden apreciar en
la cita inmediatamente precedente. Debido a las obras de Charles Darwin
y Claude Bernard e influido por los desarrollos alcanzados en el siglo X IX
por la biología, sus páginas están llenas de conceptos que hacen referencia
a aquella: solidaridad orgánica, anatomía social, patología social, etc. Con base
en la descripción presente en la cita precedente construye una analogía entre
sociedad y organismos vivos y establece una idea central que será fúndan­
te de su concepción: la sociedad es una entidad mayor y distinta de las par­
tes que la componen y tiene, además, supremacía sobre los individuos.
Descompone, asimismo, esa idea en tres proposiciones complementarias entre
sí, que redondean una primer aproximación a su concepto de sociedad:
a) una sociedad es más que la suma de los individuos que la componen;
b) en la relación entre individuos y sociedad hay una supremacía de
esta última;
c) los hechos de la vida social tienen vida propia, independiente de
sus manifestaciones individuales.
El otro núcleo dador de sentido a su concepción de sociedad, el que
arriba se ha denominado sustantivo, se halla expuesto en su primer libro,
La División delTrabajo Social, cuyo primer “Prefacio” aborda el vínculo exis­
tente entre lo social y lo moral. En El Suicidio -cuya primer edición es de
33 Emile Durkheim. Su vida y su obra, C entro de Investigaciones Sociológicas/Siglo X X I, M adrid,
1984, pág. 22.

83
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

1897- sin embargo, es donde ofrece una versión especialmente articula­


da y explícita de dicha vinculación. Como se ha vista ya, Durkheim plan­
tea allí la problemática que se desprende del desfasaje que existe entre las
necesidades humanas y los medios disponibles para satisfacerlas. Las nece­
sidades materiales conducen a la asociación, a la formación de sociedad.
Pero ésta aparece también de otra manera. Los individuos, dice Durkheim,
están naturalmente inclinados a buscar la satisfacción de sus necesidades
y a perseguir la felicidad y el bienestar. Pero dado que los recursos siem­
pre son escasos ¿cómo se impone un límite a la necesidad?
Durkheim despliega el problema sobre los planos espiritual y material
con sutileza: “Un ser vivo cualquiera no puede ser feliz, y hasta no puede
vivir más que si sus necesidades están suficientemente en relación con sus
medios”, escribe en El Suicidio (S:337).Y luego anota: “De otro modo, si
exigen más de lo que se les puede conceder, estarán contrariados sin cesar
y no podrían funcionar sin dolor”. Obviamente, esta mención de la feli­
cidad, de la contrariedad y del dolor indican que no están enjuego sólo
cuestiones materiales en la adecuación entre medios y fines, sino también
espirituales. “¿Qué puede dar el porvenir más que el pasado —se pregun­
ta—puesto que nunca será posible alcanzar un estado donde se pueda per­
manecer, y puesto que no es posible ni siquiera acercase al ideal
vislumbrado?”. Y se responde: “Así, cuanto más se tenga, más se querrá
tener, puesto que las satisfacciones recibidas no hacen más que estimular
las necesidades, en lugar de calmarlas” (S:340). Es decir, el inalcanzable ide­
al dibujado por la propensión humana a la esperanza produce, en realidad,
más necesidades tanto físicas como espirituales. En ambos terrenos hay una
tendencia al crecimiento: “cuanto más se tenga, más se querrá tener”, ano­
ta. Pero entonces aparece un problema. Ni los bienes materiales ni los espi­
rituales disponibles alcanzan para colmar las expectativas de todos. Entonces,
¿cómo es posible poner límites? Y ¿quién puede hacerlo?
Los animales, cuyo balance entre necesidades y medios para satisfa­
cerlas depende exclusivamente de “condiciones puramente materiales” fun­
cionan sobre la base de una “espontaneidad automática” (S:337). Se
procuran lo que precisan (en tanto puedan); satisfacen sus necesidades y
el ciclo recomienza. Es diferente, en cambio, con los seres humanos “por­
que la mayor parte de sus necesidades no están en el mismo grado bajo
la dependencia del cuerpo” (S:337-338). De nuevo, aquí, la compleja arti­
culación humana de espiritualidad y necesidades físicas.
Según Durkheim ni la educación psicológica ni la constitución orgá­
nica de los hombres tienen la capacidad de ponerle límites a la necesidad.
Establecido esto, añade: “puesto que no hay nada en el individuo que pue­
da fijarle un límite, éste debe venirle necesariamente de una fuerza exte­

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¡V . L A S O C I E D A D C O M O REFER EN TE E M ÍP IR IC O Y C O M O PR O BLEM A C O N C I . ’ P T I JA I

rior a él (...) Es decir, que este poder no puede ser más que moral (...)
Cuando los apetitos no son detenidos automáticamente por mecanismos
fisiológicos, no pueden detenerse más que delante del límite que reconoz­
can como justo (...) La sociedad sola, sea directamente y en su conjun­
to, sea por medio de uno de sus órganos, está en situación de desempeñar
este papel moderador; porque ella es el único poder moral superior al indi­
viduo, y cuya superioridad acepta” (S:340-341).
Aparece entonces la moral, cuya morada -por decirlo así—es la socie­
dad. Esta, que posee una superioridad moral frente al individuo, no sólo
es capaz de contener esos apetitos sino también de darles forma y facilitar
el acceso al bienestar. Desempeña así un significativo papel regulador. ¿Poi­
qué puede hacerlo? Porque la supremacía que detenta sobre los individuos
—según lo establecido mediante el abordaje analógica- tiene un fundamen­
to moral. Por eso la sociedad es moral y la Sociología la ciencia de la moral,
según se ha visto en la Introducción de este trabajo; por carácter transiti­
vo, aquella resulta la ciencia de la sociedad. Durkheim lo plantea explíci­
tamente en La División del Trabajo Social: “Los hombres no pueden vivir
juntos sin entenderse y, por consiguiente, sin sacrificarse mutuamente, sin
ligarse unos a otros de manera fuerte y duradera. Toda sociedad es una socie­
dad moral” (DTS:269). Aquí se hace totalmente evidente la homologación
entre moral y sociedad. Además de este señalamiento central, importa des­
tacar, también, la referencia al vínculo establecido entre los individuos: entre
los hombres que comparten la vida social, es decir, que conforman una
sociedad regulada por una moral, existe una ligazón fuerte y duradera. Es
precisamente esta clase de atadura la que Durkheim va a llamar solidaridad
o cohesión social. De donde sociedad, moral, regulación, papel moderador
y solidaridad resultan temáticas articuladas y centrales en su concepción.
En resumen puede decirse que la concepción de sociedad en Dur­
kheim se estructura a partir de las siguientes proposiciones:
1) la sociedad tiene supremacía sobre los individuos;
2) una sociedad es más que la suma de los individuos que la componen;
3) los hechos sociales tienen vida propia, independientemente de sus
manifestaciones individuales;
4) la sociedad es el sustrato o fundamento de la moral colectiva;
5) la sociedad regula la vida social por intermedio de esa moral
colectiva.
Los temas y los conceptos básicos de la sociología de Durkheim: cohe­
sión social, alma colectiva, solidaridad orgánica, solidaridad mecánica, divi­
sión del trabajo, cooperación, incluso anomia —es decir, ausencia
generalizada de normas, por tanto, crisis moral—son completamente con­
gruentes con esta concepción general.

85
Weber

Max Weber nació en Erfurt, el 21 de abril de 1864, en el seno de una


familia acomodada. Su padre era un exitoso abogado que se dedicó tam­
bién a la política; era miembro del partido nacional-liberal y ocupó duran­
te mucho tiempo una banca en el Parlamento. Max comenzó a estudiar
derecho en 1882, en la Univesidad de Heildelberg. Pero paulatinamente
sus intereses intelectuales se fueron ampliando. En 1889 obtuvo su doc­
torado defendiendo una tesis que tituló Contribución a la historia de las socie­
dades mercantiles de la Edad Media. La elección del tema de su trabajo anticipa
lo que serían sus preocupaciones posteriores: su respeto por la historia y
su interés por la sociología y por la economía.
Entre 1889 y 1892 pasó años difíciles. Vivió en la casa paterna ansian­
do alcanzar una autonomía profesional y una independencia económica
que le eran esquivas. En 1893 se casó con Marianne Schnitzer y al año
siguiente fue llamado por la Universidad de Friburgo a ocupar la cátedra
de economía política. Hasta 1898 desarrolló una activa vida académica y
se vinculó, también, aunque de manera distante, con la actividad políti­
ca. A lo largo de toda su vida existió una tensión entre su trabajo como
académico y su vinculación con la política. Como se verá un poco más
adelante, él creía -y lo teorizó de manera brillante- que ambos tipos de
actividades debían estar claramente diferenciadas. Razón por la cual armo­
nizar ambas esferas en su vida personal le costó siempre mucho y, por lo
general, optó por privilegiar el costado académico de su personalidad.
En 1898 sufrió una enfermedad nerviosa que lo retiró de toda acti­
vidad hasta 1902, que se reincorporó a las labores académicas. En 1904
escribió el artículo “La objetividad 'cognoscitiva' de la ciencia social y de
la política social” —hay diversas traducciones del título—y el libro La éti­
ca protestante y el espíritu del capitalismo, dos de sus obras más leídas en la
actualidad.
En 1907 tuvo una recaída y debió dosificar su trabajo académico. Tres
años más tarde fundó la Sociedad Alemana de Sociología. El comienzo de
la Gran Guerra, en 1914, lo motivó para participar en cuanto estuviera a

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¡V . ' A S O C IE D A D C O M O REFER EN TE E M ÍP ¡R !C O Y C O M O PR O BLEM A C O N C E P T U A l

su alcance. En 1915 consideró que la prolongación del conflicto era incon­


veniente para Alemania y abogó por una paz pronta, sin pérdidas ni ane­
xiones. Su propuesta, empero, no tuvo éxito. Al finalizar el conflicto se
propuso colaborar en la reconstrucción política de su país, cuyo régimen
imperial se había derrumbado con la derrota. Participó en las actividades
del partido democrático alemán y fue partidario de organizar una repú­
blica de tipo presidencial. Por primera vez en su vida aceptó una candi­
datura para diputado, pero finalmente su nombre fue retirado de la lista
antes de las elecciones de 1919. Este mismo años aceptó un cargo acadé­
mico en la Universidad de Munich. Murió precisamente allí el 14 de junio
de 1920, de neumonía.
Como buen hijo de su tierra y de su tiempo, Weber descreía de las
teorías generales completas y cerradas, que pretendieran explicar el fun­
cionamiento de todas las sociedades. Identificado en su momento con el
movimiento típicamente alemán de las escuelas históricas, rechazaba toda
pretensión de universalidad. Le parecía insensato y “absurdo” (él mismo
lo escribió así) pretender que las ciencias sociales se comportasen como
las naturales. Y aceptaba de buen grado la diferenciación establecida por
Kant entre Ciencias del Espíritu y Ciencias de la Naturaleza: a su enten­
der ambos tipos de ciencia tenían un estatuto completamente diferente.
El objetivo de la Sociología, como el de cualquier otra ciencia social debía
ser la explicación concreta de fenómenos singulares. Aunque nunca hizo
mención explícita de la cuestión, no es difícil imaginar que, como Her-
der, creyera que la verdad -al menos en el campo de lo social- era siem­
pre particular, nunca general. En el capítulo siguiente se expondrá las
maneras de entender la producción de conocimiento social por parte de
Marx, Durkheim y Weber, de manera que aquí, con relación a este últi­
mo, se harán sólo los señalamientos que resultan imprescindibles. A pro­
pósito de lo cual cabe señalar ya mismo que Weber produjo una
modificación completa, prácticamente una inversión del punto de vista
consagrado por los enciclopedistas. Si bien es cierto que sigue en este pla­
no los desarrollos anticipados por los contrailustrados y los románticos, su
trabajo alcanzó en este rubro una calidad impar y un nivel de elaboración
superlativo. Sin embargo, la “novedad” de su planteo que va contra la
corriente de lo que las ciencias “duras” han entronizado como modelo
de ciencia —que ha sido extrapolado al campo de las sociales por los segui­
dores del “programa” de la Ilustración y que prácticamente funciona toda­
vía hoy como sentido común con relación a la medición de la cientificidad
de cualquier quehacer disciplinario—así como el alto grado de abstracción
con que se mueve a la hora de construir conceptos, hacen a veces difícil
su compresión.

87
A P U N TE S DE S O C IO L O G ÍA

Hay un fragmento de su trabajo sobre epistemología y metodología


que ya se ha citado que vale la pena reproducir nuevamente porque es uno
de los pocos pasajes de la obra de Weber en que es fácilmente reconoci­
ble su aceptación de la sociedad como referente empírico. Como por defi­
nición —por las premisas que organizan su punto de partida, en particular
su negativa a construir teorías generales con arreglo a las cuales se pueda
explicar lo concreto y particular como quien explica la caída de un cuer­
po en base a la ley de gravedad- hay muy pocas referencias explícitas a la
naturaleza de lo social, el pasaje tiene un valor singular. Dice Weber: “Que
nuestra existencia física, así como la satisfacción de nuestras necesidades
más espirituales, choquen en todas partes con la limitación cuantitativa y
la insuficiencia cualitativa de los medios externos necesarios para tal fin,
y que tal satisfacción requiera la previsión planificada y el trabajo, al par
que la lucha contra la naturaleza y la asociación con los otros hombres,
he ahí —expresado del modo más impreciso—el hecho fundamental al que
se ligan todos los fenómenos que caracterizamos, en el sentido más lato,
como económico-sociales” (OCS:53).
Es evidente su semejanza con Marx y Durkheim. Los seres humanos
tenemos necesidades que chocan contra “la limitación cuantitativa”.^ e
aquí se deriva una tendencia a la asociación o a la socialidad (la “socializa-'
ción con otras personas” en Weber, según la traducción que aquí se está
utilizando), es decir, a la formación de sociedades como resultado de la bús­
queda de la provisión de la existencia. Asimismo, debe señalarse que de
esta vinculación estrecha entre satisfacción de necesidades y socialidad se
desprende cierta tendencia a la cohesión, que ya se ha mencionado tam­
bién precedentemente para Durkheim y para Marx (bien que señalando,
para este último, los rasgos de antagonismo que acompañan su noción de
sociedad). El fragmento da para suponer aunque más no fuere de mane­
ra implícita, que la cohesión se halla presente también en Weber. Es difí­
cil imaginar que pueda haber “socialización con otras personas” sin que
se produzca algún nivel de solidaridad —cohesión—entre ellas. De la mis­
ma manera, es difícil imaginar que la “lucha contra la naturaleza” y el “tra­
bajo” (en ambos casos conjunto, pues es el resultado de una socialización)
no produzca asimismo cohesión.
Weber sabe que existen sociedades (entendidas en el sentido que se
le ha dado anteriormente de conglomerados humanos grandes, etc.); las
reconoce como referentes empíricos pero, como se ha planteado ya, nie­
ga la posibilidad de existencia de sistemas teóricos generales sobre ellas.
En su lugar, admite el manejo de conceptos generales que permitan, por
un lado, delimitar significados precisos y, por otro, abordar la realidad con­
creta partiendo desde cierto ordenamiento conceptual previo. Por ejem-
IV LA S O C IE D A D C O M O REFER EN TE E M ÍP IR IC O Y C O M O PR O BLEM A C O N O Í’ IU A I

pío, él constata que en la realidad hay Estados. Construye entonces un con­


cepto general —o tipo ideal, según su propia denominación—de Estado
(“ ...es aquella comunidad humana que en el interior de un determina­
do territorio —el concepto de territorio es esencial a la definición—recla­
ma para sí con éxito el monopolio de la coacción física legítima”
(ES: 1056)), pero no una teoría general explicativa de todos los Estados. Des­
cree de que pueda existir una teoría general del Estado. Lo mismo ocu­
rre con otros objetos empíricos: la acción social, las clases, los partidos,
etc. Su mayor desarrollo en este sentido se halla en Economía y Sociedad,
su opera magna, que puede ser vista como un monumental diccionario de
tipos ideales.
En Weber no hay entonces una noción de sociedad a la manera en que
sí la hay en Marx y en Durkheim, en los que esa noción está conectada
a un sistema teórico cerrado. Construye, en cambio, un tipo ideal de socie­
dad que hay que examinar con cuidado, pues no resulta fácil referirlo a esos
conglomerados humanos grandes que funcionan como sus referentes empí­
ricos. Dice Weber: “Llamamos sociedad a una relación social cuando y en
la medida en que la actitud en la acción social se inspira en una compen­
sación de intereses por motivos racionales (de fines o de valores) o tam­
bién en una unión de intereses con igual motivación. La sociedad, de un
modo típico, puede especialmente descansar (pero no únicamente) en un
acuerdo o pacto racional por declaración recíproca” (ES:33).
Conviene comenzar el examen de esta rica cita con una breve refe­
rencia al tema de la acción social, que será retomado más adelante. Weber
distingue entre acción y acción social. Quien se prepara algo para comer
realiza simplemente una acción. En cambio quien cocina con la expec­
tativa de vender a otros lo que ha preparado se encuentra ya en el terre­
no de la acción social. La primera es sólo subjetiva, tiene sentido solamente
para quien la realiza: tiene hambre y se prepara algo para comer. La segun­
da se orienta por conductas que esperan de otros: eso es lo que hace la dife­
rencia y convierte en social al segundo tipo de comportamientos.
Ahora bien, enlazar la conducta propia a la de otros implica que exis­
ten condiciones para que esa referencia se produzca: proximidad geo­
gráfica; capacidad de entendimiento a diversos niveles: idiomático y para
realizar intercambios, por lo menos; confianza; credibilidad en el o los
instrumentos que van a mediar los intercambios, etc. Es decir, se retor­
na al mismo punto de partida: la socialidad. Esto, me parece, es lo que
queda subyacente al concepto de relación social que Weber introduce otor­
gándole un papel centra en la definición de sociedad. Entiende por aque­
lla —relación social—“una conducta plural —de varios—que por el sentido
que encierra se presenta como recíprocamente referida, orientándose por

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A P U N TE S DE S O C IO L O G ÍA

esa reciprocidad” (ES:21). Es decir, la reciprocidad es central ai concep­


to de relación social. Y de nuevo: sólo puede haber reciprocidad si se
comparte credibilidad, confianza, lengua -o al menos hay posibilidad de
intercomunicarse por el medio que fuere- maneras de obrar, normas y,
eventualmente, también valores. Especialmente por esto último añade
Weber que la relación social puede fundarse “en la existencia de un orden
legítimo” (ES:25) o sea, en “un conjunto de máximas que pueden ser
señaladas” (ES:25). Vale decir que la relación social, cuyo núcleo es la reci­
procidad, puede apoyarse en un orden legítimo cuando la acción social
que tiene lugar mediante ella cuenta con un respaldo de normas y valo­
res (“máximas”), que son reconocidos y aceptados. Este conjunto de
máximas es un “orden”, que resulta “legítimo” porque está validado por
los actores.
Resulta difícil no suponer que todo esto no produzca cohesión social.
Hay reciprocidad, hay normas y valores que respaldan la interacción; hay
legitimidad. Hay, además, cierta familiaridad con la noción durkheimnia-
na de sociedad, en lo que se refiere a la solidaridad y a la capacidad regu-
latoria: las máximas weberianas presentan cierta afinidad con las ideas de
autoridad moral y de límite propuestas por el francés.
Pasemos ahora a examinar la segunda parte de la definición webe-
riana de sociedad. Hay una referencia a la compensación o a la unión
de intereses, como base de las acciones sociales que se desarrollan en una
sociedad. Lo primero que parece es que estas características serían apli­
cable con toda propiedad a sociedades “menores”, como las empresas
comerciales o los clubes deportivos, en los que son fácilmente distingui­
bles la compensación o la unión de intereses, además de que existen reci­
procidad y máximas. Weber no es explícito acerca de cómo aplicar el tipo
ideal “sociedad” a conglomerados humanos grandes. En éstos también
tiende a haber reciprocidad y existen valores y sistemas normativos. Pero
¿a qué debe referirse, allí las cuestiones de la compensación o unión de
intereses fundadas en motivos racionales de fines o valores?. Antes de con­
testar esa pregunta hay que dedicarle dos palabras a esto último. Provi­
soriamente -es decir sin perjuicio de desarrollar más ampliamente la
cuestión en el capítulo siguiente—puede decirse que Weber llama racio­
nalidad de fines a la resolución adecuada de la pareja propósitos (o fines)
y medios para conseguirlos. Por ejemplo, si alguien es agricultor y quie­
re obtener tomates debe plantar las semillas, cuidar el sembrado y aten­
der a las plantas como corresponde. Si omitiera regar, o desmalezar o
cualquier otro cuidado elemental, no existiría una articulación racional
entre medios y fines. La racionalidad de valores, en cambio, consiste en
la articulación adecuada entre los valores que privilegia quien actúa y su

90
¡V . L A S O C I E D A D C O M O REFER EN TE E M ÍP lR iC O Y C O M O PR O BLEM A C O N C E P T U A L

propia conducta. Por ejemplo, si alguien valora la honradez no debería


comportarse como un ladrón. Ahora sí se puede regresar a la pregunta
que quedó pendiente. En relación al referente empírico sociedad enten­
dido como conglomerado humano grande, cabría remitir el aspecto com­
pensación de intereses fundada en motivos racionales de fines, en último
análisis, al trabajo que hace cada quien para proveer de conjunto a la pro­
visión de la existencia. A la búsqueda deliberada de fines racionalmen­
te sopesados por cada actor, que compensan su propio interés tomando
en consideración las acciones y los fines de otros actores igualmente
orientados. Ya sea que se actúe de consuno, ya que se divida el trabajo
todos colaboran en la provisión de la existencia. ¿Mientras que el aspec­
to unión de intereses fundada en motivos racionales de valores puede
remitir a la decisión de unos actores que buscan proveer a su subsisten­
cia, de sujetarse a máximas, es decir, de vivir conforme a un orden que
todos se comprometen a respetar. Esta sería con mayor propiedad la acep­
ción que mejor se ajustaría al referente empírico sociedad que aquí se ha
esbozado.
Cabe acotar que da la impresión de que esta última formulación de
Weber —sus abstracciones a veces exigen un ejercicio de imaginación-
podría aplicarse también a un escenario hobbesiano. Lá instauración de
un Estado y de un paquete normativo que, al ser aceptado por todos los
concurrentes al pacto fundacional de dicho Estado, sujeta a las personas
y forma, también, sociedad sería una unión de intereses basada en valo­
res, en particular, en la seguridad.56
La frase final de la definición weberiana que se está considerando corre
en sentido similar a lo anterior. Sin embargo, cabe puntualizar dos cosas
para dejar en claro la aceptación de Weber de lo que he denominado más
arriba concepción primigenia sobre la sociedad. Primero, cuando caracteri­
za su referente empírico sociedad -ver arriba, en este mismo apartado- indi­
ca con toda precisión que el hecho básico que lo sostiene es la obtención
de recursos para proveer a la subsistencia. Califica a esto último de “hecho
fundamentar’ y lo postula como basamento de todo fenómeno económi­
co-social. Vale decir que lo que funda la sociedad es la necesidad de bien­
es o recursos, no la seguridad, que claramente es lo que argumenta Hobbes.
-■*’C o m o se sabe, H obbes expuso esta teoría en su Leviatán. La lucha de los hom bres entre sí —“ el
hom bre lobo del h o m b re” , escribió—y la inseguridad que de ella derivaba, en una etapa todavía pre-
social de la vida hum ana, se resolvió de com ún acuerdo entre los individuos m ediante la creación del
Estado y el establecim iento de un conjunto de norm as a las que todos debía sujetarse. D icho Esta­
do concentraba poderes -q u e delegaban los individuos- que le perm itían m antener la seguridad. D e
esta fundación del Estado surge tam bién la sociedad, en vinculación con aquel paquete de norm as a
las que todos deciden sujetarse.

9]
A P U N TE S DE S O C IO L O G ÍA

Segundo, el desfase entre necesidades y recursos es permanente, es decir,


opera continuamente, renueva cotidianamente el fundamento de lo social.
Un tercer argumento puede adicionalmente ser enarbolado. Ha ele­
gido la palabra Sociedad (junto a la de Economía) para titular su obra mayor.
Aunque su fundamentación conceptual sea a veces poco clara es eviden­
te que aquella - Sociedad, la del título—no se refiere a empresas comercia­
les o clubes de fútbol sino a esa clase de asociaciones que, desde las
sociedades prehistóricas hasta las muy complejas actuales, han cobijado, para
bien o para nial, la vida de la gente. Esta elección me parece que señala,
de manera contundente, un inequívoco sentido.

92
V
Marx, Durkheim y Weber:
el conocimiento de lo social
Marx

Marx es un materialista. A su juicio, el mundo material tiene prima­


cía sobre cualquier otra dimensión de la vida humana. Tal y como los indi­
viduos manifiestan su vida, así son. “Lo que los individuos son depende
de las condiciones materiales de su producción”, escribe con Engels en
La Ideología Alemana (IA: 19-20). Por consiguiente, lo que los seres huma­
nos son coincide con lo que hacen; tanto con lo qué producen como con
el modo cómo producen. Más adelante Marx y Engels anuncian su preten­
sión de invertir la dialéctica hegeliana, precisamente para darle un basa­
mento materialista: “Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía
alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tie­
rra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se repre­
sentan o se imaginan, ni tampoco del nombre predicado, pensado,
representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de
carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de
su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ide­
ológicos y de los ecos de este proceso de vida... No es la conciencia la
que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia” (IA:26).
Marx en su juventud, cuando era todavía estudiante, se había identi­
ficado como hegeliano de izquierda. Es decir como simpatizante de las ide­
as de Hegel pero crítico al menos en una cuestión fundamental. Así lo
reconoce en el “Epílogo” de la segunda edición de El Capital, su opera mag­
na: “El hecho de que la dialéctica sufra en manos de Hegel una mistifi­
cación, no obsta para que ese filósofo fuese el primero que supo exponer
de un modo amplio y consciente sus formas generales de movimiento. Lo
que ocurre es que la dialéctica aparece en él invertida, puesta de cabeza.
No hay más que darle la vuelta, mejor dicho, ponerla de pie, y en segui­
da se descubre bajo la corteza mística la semilla racional” (IG:81-82). De
manera que Marx procura desidealizar la dialéctica hegeliana pero es, tam­
bién, un dialéctico. Ahora bien, manifiesta un vivo interés por la historia,
también, y como se verá poco más adelante le asigna un papel fundamen­
tal a la hora de construir teoría.

95
A P U N TE S D E S O C IO L O G ÍA

Su materialismo dialéctico pero también histórico —la tradición mar­


xista acepta ambas denominaciones (materialismo dialéctico o materialis­
mo histórico)— lo coloca en una relación particular con las dos grandes
tradiciones de pensamiento que se ha presentado anteriormente. Cla­
ramente no es un antirracionalista: cree que la realidad está regida por
leyes, aún la realidad social, y cree también en la suficiencia de la razón
como instrumento del conocimiento. Pero tampoco es un ilustrado cabal:
acepta la diferenciación entre ciencias del espíritu y ciencias de la natu­
raleza y le concede a la historia un importantísimo papel, como se ha
dicho ya.
Marx cree que cada estadio de desenvolvimiento económico, cada
modo de producción, en rigor, tiene su propia lógica y, por tanto, su pro­
pia legalidad. N o postula una universalidad a la manera ilustrada sino una
universalidad más acotada: están las leyes que rigen al capitalismo, las que
rigen a la sociedad feudal y así de seguido. El va a elegir deliberadamen­
te estudiar la sociedad capitalista pues está convencido de que el conoci­
miento de lo que es más complejo facilita la comprensión de lo menos
complejo. “En la anatomía del hombre está la clave para la anatomía del
m ono” escribe en el Introducción general a la crítica de ¡a economía política: el
conocimiento de la sociedad capitalista facilitará el conocimiento de las
formas sociales que le han precedido.57 Supone incluso que los países que
han alcanzado mayor nivel de desarrollo económico capitalista muestran
a los demás su propio porvenir, lo que lo lleva a escribir en el “Prólogo”
del E l Capital la frase “¡de te fabula narratur!” (K:XIV) (“de ti la historia
está contada”), que levantó durante décadas densas polvaredas de polémi­
ca entre sus seguidores, porque la usó para augurar que los países de menor
desarrollo económico relativo tenían en los más desarrollados un espejo
en el cual mirarse.
En el mismo “Prólogo” declara que el objetivo central de la obra “es
investigar el régimen capitalista de producción y las relaciones de producción y cir­
culación que a él corresponden” (K:XIV). Y en la página siguiente escri­
be que su propósito es “descubrir la ley económica que preside el
movimiento de la sociedad moderna” (K:XV). Queda claro aquí que cree,
al modo de los philosophes ilustrados, que hay leyes que rigen el mundo
social. Su costado historicista, sin embargo, lo lleva a plantear que esas leyes
serán válidas sólo para periodos históricos determinados.

d7 “ En la anatom ía del hom bre está la clave para la anatom ía de] m ono. Por consiguiente, los indi­
cios de las form as superiores en las especies animales inferiores pueden ser com prendidos sólo cuan­
do se conoce la form a superior. La econom ía burguesa sum inistra así !a clave de ia econom ía antigua,
etc.” (IG :55-56).

96
V . EL C O N O C I M I E N T O DE LO S O C IA L

“En el análisis de las formas económicas de nada sirven ni el micros­


copio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos, en
este terreno, es la capacidad de abstracción” (K:XIII), escribió en la ya mul-
ticitado “Prólogo”. Esta parece ser sólo una recomendación metodológi­
ca. La observación es la herramienta metodológica principal de que
disponen las ciencias sociales, en ausencia de la posibilidad de recurrir a
experimentos o manipulaciones. La abstracción debe inevitablemente
acompañar a ia observación pues aquello sobre lo que se desea fijar la aten­
ción forma corrientemente parte de un conjunto mayor, viene acompa­
ñado de otras cosas de las que hay que hacer abstracción si se desea “mirar”
un objeto determinado. Pero su señalamiento de la abstracción contiene
ingredientes mucho más importantes. A su modo de ver la realidad con­
creta se presenta como un conjunto desordenado y hasta caótico de hechos,
dinámicas y procesos. ¿Cómo podría aun analista riguroso ir abriéndose
camino por entre la enmarañada trama de sucesos que presenta lo real? Aquí
aparece de nueva cuenta la abstracción jugando un papel fundamental.
Nuestro analista debe valerse de su capacidad de abstracción, para escu­
driñar en la superficie, separar la paja del trigo y comenzar un viaje hacia
lo profundo en busca de los hechos y procesos más simples y a la vez más
determinantes, es decir, aquellos que tienen la mayor capacidad causal sobre
la naturaleza de los diversos fenómenos sociales. Debe asimismo elaborar
conceptualmente esos hechos y procesos para reconstruir, por el camino
del pensamiento, las relaciones, asociaciones y determinaciones que cons­
tituyen el fenómeno bajo estudio. Recién cuando esa estructura concep­
tual está elaborada se le hace posible iniciar el camino de regreso hacia el
conjunto —la totalidad—del que ha partido, para recomponer aquello que
el procedimiento de abstracción ha descompuesto. Si ha trabajado bien va
a obtener “una rica totalidad con múltiples determinaciones y relaciones”
(IG:50). Vale decir, va a reconstruir como totalidad pensada la totalidad con­
creta de la que había partido, pero ahora no ya como desorden, abigarra­
miento o caos sino como “síntesis de múltiples determinaciones” (IG:51).
A esta modalidad metodológica se la ha llamado “el círculo concre­
to-abstracto-concreto”: se parte de lo concreto real, desordenado y caó­
tico; mediante sucesivas abstracciones se buscan los hechos más
significativos que dan lugar a la elaboración de los conceptos y determi­
naciones a la vez más simples y con mayor capacidad causal; y se retorna
a lo real por el camino del pensamiento a través de una construcción inte­
lectual en la que lo concreto representado se muestra como unidad de lo
diverso y síntesis de determinaciones múltiples.
Ahora bien, el camino de la abstracción, el descenso —si se puede uti­
lizar esta expresión—hacia las categorías más simples y determinantes no

97
A P U N TE S DE S O C IO L O G ÍA

se hace a ciegas. Marx ha sido claro y explícito en el señalamiento de una


dimensión clave en la cual buscar: la base material, aquella “sociedad civil”
de la que habló por primera vez en su trabajo sobre la filosofía del Esta­
do de Hegel, cuya anatomía es la economía política. Y mediante la pos­
tulación de la capacidad determinativa de la base económica sobre los
fenómenos sociales indica de manera un poco más precisa el territorio en
el que se debe buscar. De manera magistral —con una racionalidad de valo­
res excepcionalmente lúcida, para decirlo en términos weberianos—58 Marx
pone en práctica este planteamiento en E l Capital. Con prolijidad y talen­
to examina los problemas y formula los conceptos básicos, que no tardan
en aparecer: mercancía, valor y valor de uso, sustancia y magnitud del valor,
trabajo asalariado, plusvalía, explotación. De este modo, su teoría gene­
ral sobre la sociedad y su concepción acerca de cómo es posible conocer
en ciencias sociales quedan sólidamente articuladas. Ambas se refieren y
se implican mutuamente.
Ahora bien, el planteamiento que se acaba de desarrollar no contie­
ne la totalidad del pensamiento marxiano sobre la posibilidad de produ­
cir conocimiento —o ciencia- en el campo de lo social. Es necesario
introducir otra problemática. En consonancia con su concepción mate­
rialista y tal como ha establecido en el “Prólogo” de 1859 y ha anticipa­
do en La Ideología Alemana, entiende que la conciencia está socialmente
determinada: “es el ser social lo que determina la conciencia”, ha escri­
to. Pero resulta que no hay sólo una manera de “ser social”, en el senti­
do de ser en sociedad. Como se ha visto ya, Marx reconoce que existen
diferencias y conflictos en el interior de las sociedades. Esto quiere decir
que dentro de una sociedad coexisten diferentes sectores sociales; por ejem­
plo, llama clases sociales a los segmentos que son diferenciables dentro de
la sociedad capitalista. N o es difícil comprender que, a su juicio, si exis­
ten diferentes clases sociales -es decir, diferentes maneras de ser socialmen­
te dentro de ese tipo de sociedad- deben existir también diversos tipos de
conciencia. Por ejemplo, dentro de la sociedad capitalista existen los bur­
gueses con su forma de conciencia (a la que suele llamar también ideo­
logía) y existen también los obreros o proletarios, que pueden llegar a tener
:'H M arx ha elegido privilegiar en térm inos cognoscitivos la dim ensión m aterial p or sobre cual­
quier otra. C reo, com o m uchos, que este tipo de elección es precientífica; corresponde al plano
de las postulaciones que organizan el desarrollo de una mirada científica. C o m o dichas postulacio­
nes son previas a este desarrollo las califico de precientíflcas. N o p ueden fundarse, en con secu en ­
cia, propiam ente sobre conocim ientos. D e m anera que expresan más bien los con to rn o s del interés
intelectual de quien está tratando de desarrollar una mirada de la clase de la aludida arriba. Esos pos­
tulados, entonces, p ertenecen al m u n d o de los valores y preferencias de quien investiga antes que
a cualquier otro.

98

i
V EL C O N O C I M I E N T O DE LO S O C IA L

también su propia forma de conciencia. La clase obrera, en tanto clase su­


bordinada, debe sacudirse el yugo ideológico burgués para alcanzar su ver­
dadera conciencia. Las características y/o modalidades de este proceso
fueron ampliamente discutidas por los marxistas, pues Marx no abordó la
cuestión. Dejó apenas algunas referencias, tales como la distinción entre
“clase en sí” y “clase para sí”.
En la historia de las ideas de Occidente Marx es uno de los pocos que
van a plantear la diferenciación entre ciencia y conciencia, antes del arri­
bo de los contrailustrados y los románticos. En efecto, creía que en la socie­
dad capitalista sólo partiendo del punto de vista proletario era posible
construir una ciencia de lo social, es decir, alcanzar las categorías y deter­
minaciones simples y fundamentales que sirven como sustento de la expli­
cación de cómo funciona ese tipo de sociedades. A su juicio, sólo la
conciencia obrera produce saber; la conciencia burguesa produce, en cam­
bio, un falso saber. ¿Por qué ocurre esto? Porque la conciencia burguesa
es incapaz de penetrar en el análisis hasta donde es necesario para com­
prender la dinámica capitalista. En el capítulo IV de E l Capital dejó algu­
nos señalamientos que orientan la comprensión de por qué ello ocurre así.
A su modo de ver, los economistas burgueses —es decir, los economistas
modelados conforme a la conciencia burguesa- eran incapaces de trascen­
der el análisis de lo que sucedía en el plano de la circulación de los bienes
y servicios. Es decir, en el proceso de desmenuzamiento de lo que suce­
día en la “sociedad civil” no hendían suficientemente su cuchillo. Se dete­
nían justo frente a la puerta que era necesario franquear para obtener
conocimientos. Marx creía que en el plano de la circulación efectivamen­
te reinan “la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham”.59 Hay igual­
dad ante la ley; cada quien es libre de llevar al mercado sus bienes y/o
capacidades para realizar contratos allí, con ellos, si le place; cada quien
es propietario, aún los que no tiene bienes son, al menos, dueños de su
capacidad de trabajar. Pero en el ámbito de la producción sucede algo dife­
rente. Aquí el burgués empresario está en sus dominios y pisa fuerte. Mien­
tras que el obrero ingresa allí “tímido, receloso, de mala gana, como quien
va a vender su propia pelleja y sabe la suerte que le aguarda: que se la cur­
tan” (K:129). Aquí se muestra la verdadera naturaleza del sistema de pro­
ducción capitalista, asoma el despiadado rostro del abuso y de la
explotación.
y) jerem y B entham (1748-1832), filósofo especializado en D erecho y pensador político inglés.
Fue uno de los fundadores de la corriente llamada “ utilitarism o” . Es en referencia a esto últim o que
M arx ¡o alude en la cita consignada arriba: cada quien buscando su propio beneficio contribuye a
com poner, en el m ercado, la famosa sinfonía de la autorregulación tam bién llamada “m ano invisi­
ble” de los m ercados.

99
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

Los economistas burgueses —piensa Marx—al permanecer enajenados


por lo que ocurre en el ámbito de la circulación, reparan sólo en las for­
mas y pierden de vista la sustancia. Sólo se atreven a traspasar aquella puer­
ta quienes asumen el punto de vista proletario y se lanzan a la búsqueda,
en la esfera productiva, de las categorías y las determinaciones básica que
determinan la manera de ser del modo de producción capitalista. Es allí,
en el proceso de producción donde surge (y se devela) el misterio de la
mercancía, del trabajo asalariado, del plusvalor y de la explotación. Estos
temas se retomarán más adelante. Ahora importa señalar que las limitacio­
nes del modo burgués de abordar la producción de conocimiento econó­
mico dan como resultado la producción de un falso saber, ajuicio de Marx.
Los teóricos burgueses de la economía política no pueden, en definitiva,
alcanzar un saber verdadero porque se quedan en la apariencia de las cosas.
La distinción entre un saber y un falso saber lo lleva a establecer una
diferenciación, en el campo de las ciencias sociales, entre ciencia —que sí
produce un verdadero saber—condición que reclama exclusivamente para
el materialismo histórico/dialéctico (que expresa el desarrollo de la con­
ciencia obrera) e ideología, condición que adjudica a los desarrollos bur­
gueses. Vale decir que Marx diferencia entre ciencia e ideología. El falso
saber en tanto se reclama verdadero e intenta pasar por tal cumple en rea­
lidad un papel engañador. Es por esto que Marx señala que la ideología
tiene, en el capitalismo, una función de ocultamiento.60
Cabe mencionar, para terminar, que Marx exigía que el conocimien­
to verdadero se pusiera al servicio de cambiar las cosas. No podía conce­
bir que, alcanzado un saber verdadero, no se lo pusiera al servicio del
cambio. Desenmascarar el ocultamiento implicaba dar un golpe de gra­
cia a la dominación de clase: ponía en evidencia sus aberraciones y abu­
sos. Es desde esta mirada que lanza su conocida convocatoria a la filosofía:
no tan solo se trata de comprender el mundo sino de transformarlo.

w> Provisoriam ente puede anticiparse aquí, que M arx utiliza ei concepto de ideología de dos m ane­
ras: a) com o sistema de ideas, en un sentido amplio y general; b) com o sinónim o de falso saber, ju g a n ­
do entonces un papel de ocultam iento.

'0 0
Durkheim

Durkheim reconoce explícitamente sus filiación racionalista y, por tan­


to, admite de hecho su afinidad por el pensamiento de la Ilustración y su
continuación, el positivismo.
“Este libro es, ante todo, un esfuerzo para tratar a los hechos de la vida
moral con arreglo a los métodos de las ciencias positivas”, escribe Dur­
kheim en el “Prefacio” de la primera edición de La División delTrabajo Social
(DTS:39). Y en el “Prefacio” a la primera edición de Las Reglas del Méto­
do Sociológico, admite su fe racionalista al afirmar que “nuestro principal
objetivo es extender el racionalismo científico a la conducta humana”.
También ha escrito: “La ciencia mostró que los hechos podían conectar­
se unos con otros de acuerdo con relaciones racionales, descubriendo la
existencia de tales relaciones. Por supuesto, hay muchas cosas, incluso un
número infinito de cosas, que todavía ignoramos. Nada nos indica que
vamos a descubrirlas todas, que llegará un momento en el que la ciencia
habrá terminado su tarea y habrá expresado adecuadamente 1?, totalidad
de las cosas. Todo nos hace pensar que el progreso científico no termina­
rá nunca. Pero el principio racionalista no implica que la ciencia pueda,
en realidad agotar lo real: sólo niega que uno tenga derecho a mirar par­
te alguna de la realidad o a ninguna categoría de los hechos como com­
pletamente irreductible al pensamiento científico, en otras palabras, como
esencialmente irracionales”.61
Estas definiciones lo colocan de lleno en el universo ilustrado y posi­
tivista, pues implican sostener que:
a) como parte integrante de una realidad cuya estructura está regida
por leyes, el comportamiento humano es perfectamente reductible
a relaciones de causa y efecto;
b) la razón es un instrumento suficiente para conocer, es decir para
desentrañar esas leyes y para establecer relaciones de causalidad; y
E. D urkheim : fragm ento de La educación moral, incluido en Escritos selectos, N ueva Visión, B ue­
nos Aires, 1993, pág. 212-213

101
A P U N T E S DE S O C IO L O G IA

c) una vez establecidas esas leyes y efectuadas fehacientemente las cone­


xiones causales, las primeras debían tener validez y las segundas reco­
nocimiento, en ambos casos, universal.
A su modo de ver el objeto de la Sociología es el estudio de los hechos
sociales, a los que caracteriza en el capítulo I de Las Reglas... como “tipos
de conducta o de pensamiento [que] no solo son exteriores al individuo
sino que están dotados de un poder imperativo y coercitivo en virtud del
cual se le imponen, quiéranlo o no” (RMS:23-24). Es decir, atribuye a
los hechos sociales típicamente dos características: son exteriores a los indi­
viduos y presentan cierto carácter imperativo.
Respecto del rasgo de imperatividad puede decirse que le adjudica un
papel meramente funcional no obstante el modo enfático de presentarlo:
dicha característica es, sobre todo, un elemento útil para facilitar la iden­
tificación de los hechos sociales como tales. Es decir, tiene una significa­
ción casi exclusivamente utilitaria. Lo verdaderamente relevante de esa
primer presentación es, en cambio, el rasgo de exterioridad que le asig­
na a dichos hechos.
Que los hechos sociales sean exteriores a los individuos significa que
no pertenecen ni al orden orgánico ni al psíquico individual. A Durkheim
le interesa especialmente dejar establecido que quedan “afuera” de esos
dominios, porque deja sentada una base fundamental para diferenciar el
objeto de la Sociología respecto del de la Psicología. Si como afirma Dur­
kheim los “fenómenos psíquicos sólo tienen existencia en la conciencia
individual y por ella” (RMS:24), los hechos sociales, que ocurren fuera
de aquella, tiene por fuerza que pertenecer a otro dominio del saber.
Psicología y Sociología son ámbitos científicos directamente vincu­
lados a lo que más arriba se ha caracterizado como una de sus primeras
preocupaciones sociológicas, que -en rigor—nunca abandonó: las relacio­
nes entre individuo y sociedad. Si los hechos sociales son exteriores a los
individuos y no los tienen por sustrato ¿a qué registro de la realidad per­
tenecen?. La respuesta es: al de esa totalidad que lleva vida propia y que
es más —y diferente—que la suma de los individuos que la componen, la
sociedad. Como puede apreciarse, trabaja activamente para delimitar un
objeto propio de la Sociología.
Ahora bien, si la totalidad social lleva vida propia, conforme se des­
prende de su noción de sociedad, hay allí un principio de colectividad que
es necesario examinar, ya que este es un principio raigal de su concep-
tualización. El hecho social pertenece al todo y no a la parte y, por tan­
to, aunque tiene repercusiones sobre las unidades que componen aquél (el
todo), es distinto de sus manifestaciones individuales. Es colectivo, y por eso

102
V. EL C O N O C I M I E N T O DE LO S O C IA L

alcanza repercusiones en el plano individual. “Un pensamiento que se


encuentre en todas las conciencias particulares —dice Durkheim—un movi­
miento que repitan los individuos no son por ello hechos sociales (...) Lo
que los constituye son las creencias, las tendencias, las prácticas del gru­
po tomado colectivamente; en cuanto a las formas que revisten los esta­
dos colectivos refractándose en los individuos, son cosas de otra especie”
(RMS:26). Quitarse la vida por mano propia es una decisión quizá de las
más íntimas e individuales que puede tomar un ser humano. Sin embar­
go, el suicidio, como fenómeno colectivo, puede ser considerado como
un hecho social. Hay estadísticas que reflejan la existencia de tasas anua­
les de suicidios, variables, pero más o menos parejas en las distintas socie­
dades. Desde esta perspectiva es un hecho social. De la misma manera que
los nacimientos, los casamientos y las defunciones. La tasa anual de naci­
mientos de un país, por ejemplo, es desde esta óptica, también un fenó­
meno colectivo, por tanto, un hecho social. Durkheim es terminante
respecto de la diferenciación entre los planos colectivo e individual: “las
circunstancias particulares que pueden haber tomado parte en la produc­
ción del fenómeno se neutralizan mutuamente y, por consiguiente, no con­
tribuyen a determinarlo”, si se miran las cosas desde la perspectiva de lo
colectivo (RMS:27).
La primera de las reglas metodológicas que presenta en su conocidí­
simo texto sobre metodología, está directamente ligada con el criterio de
exterioridad y con el principio de colectividad. Escribe Durkheim: “la pri­
mera regla y más fundamental es considerar a los hechos sociales como
cosas” (RMS:31). A su juicio, cosa es todo lo que se presenta o se impo­
ne a la observación, es decir, “todo objeto de conocimiento que no sea
naturalmente aprehensible por la inteligencia, todo aquello de lo que no
podemos tener una noción adecuada por un simple procedimiento de aná­
lisis mental” (RMS: 12).
Demasiado rígida y carente de matices, esta proposición no fue del
todo bien recibida en la incipiente comunidad sociológica de su época y
le valió numerosas críticas. Aprovechó la segunda edición de Las Reglas...,
para presentar algunas explicaciones en su Prefacio. Puntualizó allí que tra­
tar a los hechos sociales como cosas “no significa clasificarlos en cierta cate­
goría de la realidad, sino enfrentarlos con cierta actitud mental” (RMS.T2).
Y, forzando un tanto la argumentación, indicó que vista así la cuestión
podría considerarse que “todo objeto de la ciencia, salvo quizá los obje­
tos matemáticos, es una cosa” (RMS:12). Esta es una argumentación ex
post, casi una excusa. Claramente ha escrito lo siguiente, en el mencio­
nado texto (obviamente antes de redactar el segundo “Prefacio”): “Y sin
embargo los fenómenos sociales son cosas y deben ser tratados como cosas”

103
A P U N TE S DE S O C IO L O G ÍA

(RMS:38). Es decir, hay una postulación terminante acerca de la natura­


leza de esa clase de hechos. Por lo demás, La interesante argumentación
excusatona mencionada arriba —que prefigura un tema metodológico/epis­
temológico de la sociología contemporánea: los objetos de estudio de la
disciplina sociológica son construidos por quien investiga—sólo conduce
a una tautología: cualquier objeto de conocimiento aunque sea aborda­
do con “cierta actitud mental” continúa siendo... un objetos de conoci­
miento, no una cosa. Obviamente esa “actitud mental” no cambia la
naturaleza de aquellos objetos. Por lo demás, Durkheim no desarrolló con
posterioridad su argumentación excusatoria.
Ahora bien, no es del todo inocente postular la cosidad de los hechos
sociales. Tiene, en Durkheim, una evidente funcionalidad epistemológi­
ca. Sumada al rasgo de exterioridad es una condición para positivizar la
Sociología y para poder adjudicarle un estatuto semejante al de las cien­
cias naturales. Esto es de la mayor importancia para quienes no admiten
el divorcio entre ciencias y humanidades. En rigor, la cuestión de la “cosi-
dad” de los hechos sociales contribuye fuertemente a “naturalizar” la
Sociología —en el sentido de tornarla semejante a una ciencia natural—y
a satisfacer la premisa que los positivistas heredaron de los ilustrados: la cien­
cia es una sola.
Sus respectivas concepciones acerca de la sociedad y acerca de cómo
es posible conocer en ciencias sociales se hallan interrelacionadas y se com­
plementan. Por un lado, las ideas de preeminencia del todo sobre la par­
te, de supremacía de la sociedad sobre los individuos y de capacidad
reguladora de la sociedad, se incorporan a su teoría del conocimiento a tra­
vés de lo que más arriba se ha denominado principio de colectividad. Es
este rasgo el que constituye en sociales a los hechos seleccionados por Dur­
kheim como objetos de conocimiento. Si no hubiera colectividad, los com­
portamientos escogidos por Durkheim como objetos serían una mera
sumatoria de actos individuales que, en el mejor de los casos, demandaría
un abordaje diferente de los social. Por otro, puede decirse que su carac­
terización de los hechos sociales como cosas —que positiviza la Sociología,
es decir, contribuye decisivamente a hacer posible la aplicación en ella de
“los métodos de las ciencias positivas”—y como exteriores (a los individuos)
filtra su teoría del conocimiento social hacia el ámbito de la teoría sobre
la sociedad: asemejan a la Sociología a una ciencia natural.

104
Weber

Weber elabora y adopta una posición epistemológica que está en las antí­
podas de las construcciones teóricas surgidas de la matriz aportada por New-
ton en el campo de las ciencias físico-naturales y, un poco más tarde, por
los filósofos de la Ilustración en el campo de las sociales y humanísticas. Con
relación a dichas construcciones, no cesa de proclamar “ .. .el carácter absur­
do de la idea, que prevalece en ocasiones incluso entre los historiadores de
nuestra disciplina, de que la meta de las ciencias de la cultura, por lejana que
esté, podría consistir en la formación de un sistema cerrado de conceptos,
en el cual la realidad quedaría abarcada en una suerte de articulación defi­
nitiva, y de la cual pudiera ser deducida luego nuevamente” (OCS:52-53).
Es por esto inevitable comenzar cualquier exposición referida al sis­
tema conceptual weberiano aclarando de qué clase de teoría se trata. Des­
cree por completo de que se pueda postular en el campo social la existencia
de una estructura unívoca de la realidad, regida por leyes que pueden ser
descubiertas por la razón. Al contrario, va a sostener que la realidad social
se presenta con características de infinita. Mientras que el espíritu huma­
no -la razón—es, por el contrario, finito. Según sus propias palabras: “Aho­
ra bien, tan pronto como tratamos de reflexionar sobre la manera que se
nos presenta inmediatamente, la vida nos ofrece una multiplicidad infini­
ta de procesos que surgen y desaparecen, sucesiva y simultáneamente, tan­
to “dentro” como “fuera” de nosotros mismos. Y la infinitud absoluta de
esta multiplicidad para nada disminuye, en su dimensión intensiva, cuan­
do consideramos aisladamente un objeto singular —por ejemplo, un acto
concreto de intercambio—tan pronto como procuramos con seriedad des­
cribirlo de manera exhaustiva en todos sus componentes individuales; tal
infinitud subsiste todavía más, como es obvio, si intentamos comprender­
lo en su condicionamiento causal. Cualquier conocimiento conceptual de
la realidad infinita por la mente humana finita descansa en el supuesto táci­
to de que sólo una parte finita de esta realidad constituye el objeto de inves­
tigación científica, parte que debe ser la única 'esencial’ en el sentido de
que 'merece ser conocida’” (OCS:61-62).

10 5
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

Estas colocaciones implican una completa inversión del punto de par­


tida racional-iluminista. Desde esta última concepción se creía posible una
reconstrucción conceptual fidedigna de lo real, cuyo demiurgo era la razón,
considerada poco menos que omnipotente. Es decir, que se creía posible
una reconstrucción conceptual isomórfica de lo real, es decir tal como esto
es: la realidad quedaba reproducida tal cual es por medio de conceptos.
Como además creían que estaba regida por leyes invariables postulaban que
se podía elaborar teorías sustantivas generales que explicasen lo social.
Weber se ubica en las antípodas. Postula que lo real es inconmensu­
rable. Y que la razón, lejos de ser omnipotente, tiene límites insuperables.
¿Cómo sostener de ahí en más que la estructura de lo real es unívoca y
está regida por leyes?, ¿cómo afirmar que la razón puede descubrir esas
leyes?, ¿cómo argumentar, supuesto que lo anterior pudiese salvarse de
algún modo, que esas leyes poseen validez universal?. Su punto de parti­
da niega los fundamentos del paradigma racional-iluminista. Pero, además,
Weber es un historicista: cree que los hechos de la vida social son únicos,
singulares, irrepetibles. Por lo tanto, sostiene que el “interés de las cien­
cias sociales parte, sin duda alguna, de la configuración real y, por lo tan­
to, individual de la vida social que nos circunda, considerada en sus
conexiones universales más no por ello, naturalmente, de índole menos indi­
vidual...” (OCS.-63).
Jorge Luis Borges, en el comienzo de un poema dedicado a Alfonso
Reyes que tituló In M em oriam A.R., sintetiza de manera inigualable la anti­
nomia epistemológica que se acaba de bosquejar. Escribe:
“El vago azar o las precisas leyes
Que rigen este sueño, el universo,
Me permitieron compartir un terso
Trecho del curso con Alfonso Reyes.”
Reconoce las opciones -el azar o las leyes—capaces de dotar de lógi­
ca a la realidad. Pero opta por escapar del galimatías, al que percibe qui­
zá como un laberinto —uno de sus asombros, como se sabe—“por arriba”,
como se dice a veces vulgarmente: postula el carácter onírico del uni­
verso. Lo define como sueño, tal vez la forma más ilusoria de lo real.
Dicho sea de paso, a propósito de aquellos versos debe notarse algo que
la crítica literaria no parece haber advertido suficientemente: la absolu­
ta lejanía de la estética borgeana del paradigma filosófico/epistemológi­
co de la Ilustración.
Volviendo sobre Weber, dados sus puntos de partida es obvio que
rechaza la validez de las teorías sustantivas generales sobre lo social. Pero

106
V. EL C O N O C I M I E N T O DE LO S O C IA L

¿qué propone a cambio? Responder esto implica, inevitablemente, con­


testar primero otra pregunta ¿cómo piensa la realidad?.
Como se ha dicho ya más arriba, Weber supone que la realidad social
es infinita. A su modo de ver, la mente humana finita, sólo puede intentar
comprender algo que viene tocado por el hálito de la infinitud a condición
de tornarlo finito. Es decir, a condición de recortar esa inconmensurabili­
dad y convertirla en limitada. ¿En base a qué criterio producir el recor­
te?, se pregunta. Es posible hacerlo, responde, a partir de los intereses de
conocimiento de cada investigador (que, por lo común, se encuentran
modelados por la atmósfera cultural dentro de la cual aquél se formó y se
desenvuelve). En definitiva, en base a las preferencia y a los juicios de valor
de quien investiga. Vale el ejemplo de Marx: opción por el materialismo;
concepción primigenia sobre la sociedad, siendo esta precipitada por la inevi-
tabilidad de la lucha por la subsistencia; atribución de un papel destaca­
do a los fenómenos que se producen en la “sociedad civil”, etc. Esto
circunda en términos de premisas su producción de conocimiento sobre
lo social. Son preferencias y juicios de valor que le permiten producir un
primer recorte de la realidad. Esas preferencias le permiten fundar una mira­
da científica y son por tanto previas al desarrollo de estas, por eso se las
coloca del lado de las opciones de valor antes que del lado del conocimien­
to, como ya se ha indicado.62
La inevitabilidad del recorte a efectuar en cualquier dimensión de lo
real —lo mismo para la delimitación de un campo científico como para
encarar una investigación empírica concreta—no habilita ninguna clase de
comportamiento arbitrario. Al contrario, debe procederse siempre de abso­
luta conformidad con el método científico: con rigor, consistencia lógi­
ca, sistematicidad, respeto por la información empírica, precisión, etc.
Weber reconoce que este ineludible punto de partida produce lo que lla­
ma condicionalidad del saber (“hablamos de una condicionalidad del cono­
cimiento cultural por unas ideas de valor” (C>CS:70), dice). Lo producido
en términos de conocimiento en el interior de un espacio delimitado, vie­
ne condicionado por los puntos de vista que presidieron el recorte. Si éstos
se modificasen, obviamente debería modificarse lo producido en el inte­
rior de un campo que ahora estaría recortado y configurado de otra mane­
ra. Es imposible escapar a esta condicionalidad, porque la finitud humana
es incapaz de abarcar lo que es —o se comporta—como infinito.
Se ha dicho precedentemente que para Weber, lo mismo que para Her-
der, la Verdad es siempre particular, nunca general. Lo que significa que,
a su modo de ver, la realidad social es singular, concreta, única, irrepeti-
{’2 Véase nota al pie n° 49.

107
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

ble. Cabe preguntarse, entonces, si lo repetido, lo común, aquello que pare­


ce presentarse con alguna regularidad en la vida social, como los intercam­
bios comerciales, el uso de dinero, o la formación de Estados, tiene algún
lugar en su conceptualización. Weber admite que la realidad social presen­
ta regularidades y que éstas son importantes —son por lo menos referen­
tes empíricos—a la hora de la producción de conceptos y teorías.
Ahora bien, aceptar que existan no quiere decir que en el ámbito de
lo social exista una estructura unívoca de la realidad regida por leyes. Que
el fenómeno del poder se presente con regularidad en las diversas socie­
dades, no implica que deba haber una ley rigiendo ese fenómeno del mis­
mo modo que la ley de gravedad rige la caída de los cuerpos. Significa,
simplemente, que un hecho se reitera. Como son también hechos repe­
tidos la acción social, la producción, la oferta y la demanda de bienes, etc.
Weber ubica una teoría tipológica sobre la realidad social, entre el abor­
daje histórico y concreto de los fenómenos sociales y las regularidades o
repeticiones empíricamente observables. N o es una teoría sustantiva ; no
postula leyes fundamentales ni se arroga una función explicativa general.
Simplemente toma esas regularidades, las sistematiza, las examina en sus
desarrollos y desdoblamientos, establece conexiones lógicas: su cifra no es
la explicación sino, como bien hace notar Saint-Pierre, la probabilidad.63
“La sociología construye conceptos-tipo.. .y se afana por encontrar reglas
generales del acaecer. Esto en contraposición a la historia, que se esfuerza
por alcanzar el análisis e imputación causales de las personalidades, estruc­
turas y acciones individuales consideradas culturalmente importantes”, escri­
be Weber (ES.T6). Con base en regularidades observables a las que
considera “merecedoras de ser conocidas” construye conceptos-tipo, a los
que llama tipos ideales, que son útiles para la organización previa del abor­
daje de la realidad social con una intención explicativa. Desde esta pers­
pectiva, los tipos ideales sólo preparan el terreno para una imputación causal.
Dirá Weber, por ejemplo, dadas esta situación 5, el comportamiento pro­
bable—típico—de los actores será c. O, también, “poder significa la proba­
bilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun
contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabili­
dad” (ES:43). Nada afirma de lo que efectivamente ocurre en esta o aque­
lla situación concreta y específica; sólo dice: típicamente o en términos
generales cuando se configura un cuadro del tipo s tiende a ocurrir una

1,3 “La teoría de la acción w eberiana es una teoría tipológica desarrollada en térm inos de proba­
bilidad y, com o verem os más adelante, todos los conceptos de su teoría política tam bién son defini­
dos en estos térm inos”. Véase H . Saint-Pierre: M ax Weber. Entre apaixao e a razao, Editora da Unicam p,
Cam piñas, 1991, pág. 109.
V. t i C O N O C IM IE N T O DE LO S O C IA L

conducta o un resultado c. De aquí que reconozca que “sus conceptos ten­


gan que ser relativamenter vacíos frente a la realidad concreta de lo histó­
rico” (ES: 16). Es decir, la verdad está en lo histórico, en lo que es en
concreto; es mediante la investigación concreta de situaciones o prácticas
igualmente concretas que se pueden efectuar imputaciones causales (siem­
pre en el marco de la condicionalidad que impone el recorte de objeto).
La construcción tipológica, no obstante, tiene cosas favorables para ofre­
cer: fija conceptos de manera unívoca, ordena, deslinda, evita repeticio­
nes de lenguaje, orienta búsquedas, señala cuál puede ser eventualmente
el camino de una indagación sobre lo real, ayuda a ordenar el flujo de la
información empírica, sirve para establecer hipótesis y para funcionar como
puerta de entrada a una realidad histórica en cuyo interior deberá buce­
arse en procura de hallar conexiones causales específicas. Son útiles para
organizar el desembarco y orientar la búsqueda en la realidad concreta, pero
no para explicarla per se . De manera que sus componentes básicos, los tipos
ideales, son conceptos abstractos y en este sentido ideales —no en el de que
deban ser tenidos por ejemplares—,en los que se fija algunos significados.
En su definición de Sociología64 introduce varios conceptos que deben
ser examinados con detenimiento. Incorpora la cuestión del sentido, en tan­
to el objeto de aquella es la acción social. E incorpora también las cuestio­
nes de la interpretación y de la explicación. Con respecto a lo primero
repasemos algo que ya se ha comentado. Por acción a secas entiende una
conducta humana al que “el sujeto o los sujetos de la acción enlazan un
sentido subjetivo” (ES:5). Mientras acción social “es una acción en don­
de el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta
de otros, orientándose por ésta en su desarrollo” (ES:5). Weber pone este
ejemplo: pescar por diversión, por ejemplo, es simplemente acción. Pes­
car para vender lo obtenido es acción social. Pasemos ahora a la interpre­
tación y a la explicación. La Sociología interpreta la acción social, pero
también la explica. ¿Cómo debe entenderse esto?
Interpretar, para Weber, es atribuir sentido a la conducta de alguien,
cosa que hacen continuamente los actores sociales. A veces un actor social
menta o explícita con claridad el motivo de su acción: es lo que ocurre
cuando alguien va a comprar cigarrillo y dice “por favor, deme una caja
de cigarrillos tales”. En ese caso, la atribución de sentido que efectúa el
vendedor huelga, porque la situación es transparente. Obviamente se tra­
ta de una acción social por cuanto el comprador elige ir a un lugar en el
que sabe (o confía) que va a encontrar a un vendedor de cigarrillos; refie­
64 R ecordém osla: “ una ciencia que pretende entender, interpretándola, la acción social para de
esa m anera explicarla causalm ente en sus desarrollos y efectos” (ES:5).

109
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

re, por tanto, su comportamiento al del otro. El vendedor, por su parte,


está a la espera de clientes: la venta es también un comportamiento refe­
rido a la conducta de otros. Pero hay también casos en que el o los moti­
vos de la acción no se mentan o no son suficientemente explícitos. Es el
caso, por ejemplo, de dos personas que manejan sendos automóviles que
se encuentran en un cruce de calles. Dudan entre avanzar o frenar pues
obviamente procuran evitar un choque. Finalmente la situación se resuel­
ve de algún modo: acaso uno aminora mucho la velocidad y el otro enton­
ces entiende que puede avanzar o viceversa. Ambos atribuyen significado
a la acción del otro, decodifican sentidos. Ahora bien, la atribución de sen­
tido a veces ocurre fuera de una acción social directa, como son los casos
de los ejemplos anteriores. Puede suceder que un presidente que ha gober­
nado dos períodos sucesivos anuncie que intentará hacerlo una tercera vez,
aún cuando la constitución o las leyes no se lo permitan. Y puede suce­
der también que un presidente que finaliza un primer período renuncie
a postularse en un segundo, pese a contar con la posibilidad. Ambos segu­
ramente ofrecerán explicaciones y mentarán un sentido para sus conduc­
tas. Sus seguidores, sus opositores, la ciudadanía en general, los medios y
periodistas, etc., podrán o no aceptar sus argumentos. Si no los aceptan,
seguramente elaborarán sus propias atribuciones de sentido.
Weber llama a esto comprensión (o simplemente entender, como en
la definición de Sociología). A veces esa comprensión es inmediata por­
que el sentido a decodificar es explícito, o mentado, o evidente. Otras, se
debe poner enjuego una interpretación, una captación interpretativa del
sentido (o establecer, con base en la interpretación, una conexión de sen­
tido, como también lo llama). Ahora bien, cuando se establece una atri­
bución de sentido se está produciendo un recorte de lo real: de lo que se
trata es de esto, o bien, lo que interesa es esto, una renuncia presidencial
o los movimientos del otro conductor, en los ejemplos anteriores.
En el interior de una situación delimitada por una conexión de sen­
tido, pueden establecerse, en un segundo momento, conexiones causales.
Alguien que pesca para vender puede, por ejemplo, tratar de conseguir
determinados tipos de ejemplares (variedades de género o de tamaño) en
el entendido de que tendrán una mayor demanda. Eso explicará por qué
hace determinado tipo de cosas, por ejemplo, usar cierta clase de carna­
da o lanzar su línea en determinados lugares.
En el análisis de hechos históricos, el proceso de recorte, atribución
de sentido y explicación es obviamente más complejo, pero en lo sustan­
cial, no es distinto a lo que se ha planteado más arriba.

1 10
VI
Problemas, conceptos y dinámicas
Marx

Los conceptos de modo de producción


y de form ación económ ico-social

El concepto de modo de producción (MP), en Marx, es central. Posee


un nivel de generalidad infrecuente en la obra de aquel, y resulta básico
para la construcción de su noción de sociedad, que es también un con­
cepto de alto grado de generalidad, según se ha visto precedentemente.
En referencia al MP Etienne Balibar sostiene, con razón, que su “validez
no se encuentra, como tal, limitada a tal período o a tal tipo de sociedad,
sino que, por el contrario, de ella depende su conocimiento concreto”.65
Es decir, es un concepto aplicable a cualquier período histórico y, ade­
más, de enorme significación en términos heurísticos, dado que de él
depende el conocimiento de períodos o sociedades concretas.
El uso de este concepto por parte de Marx (y de Engels) es ya dis-
cernible en La Ideología Alemana. Allí aparece prácticamente desde el.ini­
cio, aunque está elaborado de una manera incompleta: si bien hacen
mención explícita de la fuerzas productivas, no figuran en cambio, toda­
vía, las relaciones de producción. En la cita que sigue puede verse que
el concepto de relaciones de producción está en ciernes pero aún no
ha adquirido su identidad definitiva. Escriben Marx y Engels: “La pro­
ducción de la vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena
en la procreación, se manifiesta inmediatamente como una doble rela­
ción —de una parte, como una relación natural y de otra como una rela­
ción social-; social, en el sentido de que por ella se entiende la
cooperación de diversos individuos? cualesquiera sean sus condiciones,
de cualquier modo y para cualquier fin. De donde se desprende que un
determinado modo de producción o una determinada fase industrial lle­
va siempre aparejado un determinado modo de cooperación o una
fo E. Balibar: “ Acerca de los conceptos fundam entales del m aterialism o h istó rico ” , en L. A lthus­
ser y E. Balibar: Para leer El Capital,Siglo X X I, M éxico, 1998, pág. 219.
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

determinada fase social, modo de cooperación que es, a su vez, una


‘fuerza productiva’...” (IA:30).
Marx y Engels perciben que los hombres, en la producción de su exis­
tencia, contraen relaciones entre sí y que esto da lugar a la formación de
un modo de producción y a la aparición, también, de un modo de coo­
peración, pero hay todavía cierta imprecisión en el lenguaje. Andando el
tiempo serán capaces de deslindar los conceptos con mayor rigor.
La centralidad del concepto de MP, es evidente en El Capital, en cuyo
primer “Prólogo” Marx anota: “Lo que he de investigar en esta obra es
el modo de producción capitalista y las relaciones de producción e intercambio a él
correspondientes” (K:XIV). Pero viene apareciendo desde bastante tiem­
po atrás en los texto de Marx. En el “Prólogo” a la Contribución a la críti­
ca de la economía política lo expone por primera vez de manera completa y
concisa. Aquí el MP es presentado como “la estructura económica de la
sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio jurídico y político,
y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. El
modo de producción de la vida material determina el proceso social, polí­
tico e intelectual de la vida en general” (P:66). Es evidente que aquí Marx
identifica al MP con la estructura económica de la sociedad y con la base
de la metáfora edilicia (base/superestructura) que utiliza para caracterizar
sintéticamente su noción general de sociedad.66 Un poco más adelante
escribe: “A grandes rasgos puede calificarse a los modos de producción
asiático, antiguo, feudal y burgués moderno de épocas progresivas de la
formación económica de la sociedad”. De nuevo aparece aquí la identi­
ficación entre MP y estructura (o “formación” en el texto) económica de
la sociedad.
En el mismo “Prólogo” Marx utiliza también el concepto de “for­
mación social”. Afirma: “Una formación social jamás perece hasta tan­
to no se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales
resulta ampliamente suficiente...” (P:67). Aquí parecería usar la deno­
minación “formación social” como sinónimo de sociedad entendida en
términos particulares, esto es concreta, históricamente situada. Pero no
puede dejar de percibirse que existe cierta imprecisión en el uso de esta
denominación.
Resulta central a la noción de MP la articulación entre fuerzas pro­
ductivas y relaciones de producción; las formas de propiedad, que son la
P ortantiero y de Ipola han señalado acertadam ente que “la pareja ‘fuerzas productivas-relacio-
nes de pro d u cción ’ define el con cep to restringido de ‘m odo de pro d u cción ’. El m odo de produc­
ción es la base m aterial de la sociedad y, a su vez, las fuerzas productivas son la base m aterial del m odo
de p roducción” . Juan C. Portantiero y Em ilio de Ipola: Estado y sociedad en el pensamiento clásico, C án­
taro, B uenos Aires, 1987, pág. 23.
VI PR O BLEM A S, C O N C E P T O S Y D IN A M IC A S

expresión jurídica de estas últimas, funcionan como los indicadores más


adecuados de aquellas. Por ejemplo, la propiedad privada de los medios
de producción que reina en el MP capitalista, expresa de manera sintéti­
ca la clase de relaciones de producción existentes en él (véase P:67).
Marx identifica en el citado “Prólogo” cuatro modos de producción,
que podrían ser esquemáticamente caracterizados de la siguiente manera:

MP Antiguo
a) economía básicamente agrícola, fuerzas productivas escasamente
desarrolladas, organización del trabajo basada o bien sobre la uni­
dad familiar primaria, o bien sobre la gran familia, el clan, etc.
b) no hay intercambio comercial.
c) existe la propiedad en común de la tierra

MP Asiático
a) economía básicamente agrícola, organización del trabajo basada
sobre la gran familia o unidades parecidas, las fuerzas productivas
alcanzan algún desenvolvimiento a nivel agrario, se genera, también,
cierto desarrollo urbano.
b) escaso intercambio comercial
c) existe propiedad en común de la tierra, pero se establece una dife­
renciación entre las comunidades productoras y los gobernantes hie-
rocráticos, que conduce a una apropiación desigual de los bienes
producidos, por intermedio del tributo que los primeros pagan a los
segundos. Por lo mismo se dice que predominan en este MP rela­
ciones de producción tributarias.

MP Feudal
a) economía básicamente agrícola, pero llega a haber cierto desarro­
llo urbano y hay actividad productiva en las ciudades.
b) escaso intercambio comercial.
c) N a hay propiedad en común de la tierra; ésta es del rey o de sus
señores (nobles). Entre el monarca y sus señores (nobles) se da una
relación de vasallaje. Y entre los señores y los siervos de la tierra, tie­
ne lugar la servidumbre, a la que aquéllos están obligados.
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

MP Burgués:
a) economía básicamente urbana e industrial.
b) se generaliza la producción de mercancías, es decir, se produce con
el objeto de comercializar—esto es, de llevar al mercado—los bien­
es o servicios producidos u ofrecidos por cada quien.
c) existe la propiedad privada de los medios de producción, se forma
el mercado de trabajo, los burgueses o capitalistas concentran la pro­
piedad de dichos medios de producción y los proletarios -que no
poseen nada más que prole—deben vender su fuerza de trabajo por
un salario.
Para Marx “las relaciones de producción burguesas son la última for­
ma antagónica del proceso social de la producción...” (P:67). Mirando des­
de el prisma de las relaciones sociales que se asocian a las relaciones
económicas básicas de los MMPP es posible discernir antagonismos o con­
tradicciones entre sectores socialmente diferentes: burgueses vs. proleta­
rios en el MP capitalista, señores vs. siervos en el MP feudal, jerarquía
hierocrática vs. comunidades productoras en el MP asiático. Sostiene que
son la “última forma antagónica”, porque cree que la sociedad burguesa
alberga fuerzas productivas capaces de alcanzar un desenvolvimiento que
generará condiciones para una revolución social que permitirá superar la
contradicción de clase típicamente capitalista e instaurar un orden que no
será ya antagónico sino igualitario.67
Las imprecisiones relativas al contenido y al uso de los conceptos de
MP y formación económico-social (o simplemente social) dieron lugar a
confusiones, usos variados y polémicas diversas, a lo largo de los años. Inci-
dentalmente puede señalarse que el marxismo estructuralista francés, en
el último tercio del siglo XX vino, contemporáneamente, a poner reme­
dio a dicha confusión. Repuso el concepto de MP como modelo de regu­
laridad, tal como había sido señalado en su momento porValdimir I. Lenin
(1870-1924), el padre de la Revolución Rusa de 1917.68 Y reservó el con­

67 En otros trabajos M arx m enciona otros dos MP, el esclavista y el comunista. El prim ero es gene­
ralm ente de base agrícola e im plica el trabajo esclavo. El segundo, resulta del triunfo de la revolu­
ción proletaria y supone la abolición de la propiedad privada de los m edios de producción y, por
consiguiente, su reconversión en propiedad com ún.
68 “ Hasta ahora, los sociólogos distinguían con dificultad en la complicada red de fenóm enos socia­
les, los fenóm enos im portantes de los que no lo eran (esta es la raíz del subjetivism o en sociología)
y no sabían encontrar un criterio objetivo para esta diferenciación. El m aterialism o ha proporciona­
do un criterio com pletam ente objetivo al destacar las relaciones de producción com o la estructura
de la sociedad y al perm itir que se aplique a estas relaciones el criterio científico de la repetición, cuya
V I. P R O B L E M A S , C O N C E P T O S Y D IN A M IC A S

cepto de formación social, para designar sociedades históricamente deter­


minadas —la francesa actual o la inglesa del siglo X V II, por ejemplo—a las
que consideró constituidas por diversos MP (respecto de esto último repá­
rese que en la cita precedente escribe “permitió sintetizar los sistemas de
los diversos países”; el uso en plural de la expresión sistemas es el que abre
la puerta a la interpretación que se acaba de proponer). Es decir, que una
formación social concreta estaría constituida por diversos MP que se arti­
cularían entre sí. Louis Althusser, uno de los más destacados representan­
tes de la corriente arriba mencionada, formuló la cuestión de este modo:
“ ...existe únicamente la historia real, concreta, de esos objetos concretos
que son las formaciones sociales concretas, singulares, cuya existencia pode­
mos observar en la experiencia acumulada de la humanidad. La produc­
ción en general, la producción abstracta existe (Marx) sólo como
conjunción-combinación concreta-real de modos de producción jerarqui­
zados en tal o cual formación social determinada: Francia en 1838 (Marx,
El 18 Brumario, La lucha de clases en Francia), Rusia en 1905 o 1917 (Lenin),
etc.”. Y unos renglones más adelante: “Así, diremos que el concepto de
modo de producción es un concepto teórico y que versa sobre el modo de
producción en general, que no es un objeto existente en sentido preciso pero
sí indispensable para el conocimiento de toda formación social, ya que éstas
se estructuran por la combinación de varios modos de producción”.69

£ 1 m odo de producción capitalista:


m ercancías, valor y plusvalía

Las mercancías
Con la aparición del MP capitalista por primera vez en la historia eco­
nómica de la humanidad se generaliza la producción de mercancías. Ya no
se produce para el autoconsumo individual, como en épocas pasadas, ni tam­
poco se busca la autosuficiencia económica de las diversas comunidades.
La producción de bienes y servicios para intercambiar en el mercado alcan­
za un grado tal de extensión que se constituye uno de sus rasgos salientes.
aplicación a la sociología negaban los subjetivistas. (...) el análisis de las relaciones sociales m ateria­
les perm itió inm ediatam ente observar la repetición y la regularidad, y sintetizar los sistemas de los
diversos países en un solo concepto fundam ental de formación social”, escribió en ¿Quiénes son los ami­
gos del pueblo?, Siglo X X I, M éxico, 1974, pág. 15-16.
(,y L. Althusser: “Acerca del trabajo te ó rico ”, en La filosofía como arma de la revolución, C uadernos
de Pasado y Presente n° 4, M éxico, 1983, pág. 72-73.
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

De manera concomitante con e] proceso anterior se formó asimismo el


llamado mercado de trabajo, al que pudieron concurrir libremente los tra­
bajadores para vender su fuerza de trabajo. Se constituye de este modo una
fuerza de trabajo libre en un doble sentido. De una parte, porque no existen
restricciones de ninguna clase para la circulación de la mano de obra. U n obre­
ro puede decidir cambiar de rama de actividad sin ningún impedimento legal,
si le conviene. Durante el feudalismo, en cambio, los siervos de la tierra per­
manecían ligados a la comarca en la que habitaban y no estaban autorizados
a desplazarse hacia otros sitios. E incluso los aprendices dependientes de los
maestros artesanos urbanos tenían limitaciones para su desplazamiento labo­
ral. De otra, porque el obrero se encuentra libre de toda otra posesión que
no sea su propia fuerza de trabajo (lo que obviamente lo obliga a concurrir
al mercado de trabajo en procura de ganarse su subsistencia).
Ahora bien, el mercado es el hábitat de las mercancías. Si se conside­
ra, además, que la formación del mercado es condición para el surgimien­
to y desarrollo del capitalismo, puede entenderse por qué, en el comienzo
de E l Capital, Marx indica que la mercancía es la “forma elemental” de
MP capitalista. Y que además su análisis abre el camino de la compren­
sión de la dinámica general del capitalismo y de sus antagonismos centrar
les.70 Cabe preguntarse, entonces, ¿qué es una mercancía?
“La mercancía es, en primer término, un objeto externo, una cosa apta
para satisfacer necesidades humanas, de cualquier clase que ellas sean”, dice
Marx (K:3). O sea, es un objeto que sirve para algo, que tiene una utili­
dad. Esta depende de las cualidades materiales de los distintos objetos y
la denomina valor de uso. Pero además, las mercancías tienen la propiedad
de ser intercambiables, esto es, de que se pueden cambiar entre sí según
cantidades más o menos estables. Tienen entonces también un valor en fun­
ción del cuál se intercambian. Marx indica que el soporte material de este
valor es el valor de uso. Las mercancías son, en consecuencia, objetos que
poseen un valor de uso y un valor.
Marx se pregunta entonces ¿qué posibilita que las mercancías puedan
intercambiarse? ¿qué hace que, por ejemplo, el hierro pueda intercambiar­
se por trigo? Desde la perspectiva de sus respectivas materialidades —y, por
tanto, de sus cualidades—son completamente diferentes. Debe, sin embar­
go, existir algo que posean en común, para tornarse intercambiables. Pues
bien, ese algo en común —sostiene M arx- es el hecho de que ambos son
productos del trabajo. Pasa entonces a ocuparse de éste.

70 “ La riqueza de las naciones en que im pera el m odo capitalista de producción se nos aparece
com o un inm enso arsenal de m ercancías y la m ercancía com o su form a elem ental. Por eso nuestra
investigación arranca del análisis de la m ercancía” (K:3).
V I. P R O B L E M A S , C O N C E P T O S Y D IN Á M IC A S

Afirma que el trabajo humano puede ser considerado, como trabajo


concreto, esto es, el del panadero, el del sastre, el del carpintero, el ebanis­
ta, el tejedor, el obrero metalúrgico o cualquier otro. Pero también como
trabajo abstracto, esto es, “un gasto productivo de cerebro humano, de mús­
culo, de nervios, de brazo, etc.” (K:l 1). Es decir que, por un lado, está el
trabajo concreto -al que también llama útil- cuyo resultado son valores
de uso determinados: panes, martillos o pantalones. Pero por otro, tam­
bién está el trabajo abstracto, “un simple coágulo de trabajo humano indis­
tinto” (K:6), anota Marx. Todas las formas concretas del trabajo son,
también trabajo abstracto; es decir, implican el trabajo abstracto o, como
dice Marx, “empleo de fuerza humana de trabajo, sin atender para nada
a la forma en que esta fuerza se emplee” (K:6).
La modalidad abstracta del trabajo es el denominador común de todas
las mercancías y constituye el fundamento del valor (o del valor de cam­
bio, como Marx también lo denomina).71 “¿Cómo se mide la magnitud
de este valor?”, se pregunta Marx (K:6). Y responde: “Por la cantidad de
sustancia creadora de valor, es decir, de trabajo, que encierra. Y, a su vez,
la cantidad de trabajo que encierra se mide por el tiempo de su duración; el
tiempo de trabajo tiene, finalmente, su unidad de medida en las distintas
fracciones de tiempo: horas, días, etc.” (K:6).
Las mercancías son incomparables desde el punto de vista del valor de
uso, porque son cualitativamente diferentes. Pero el valor, en cambio, es un
sustrato común a todas ellas. Como es susceptible de ser medido aporta tam­
bién la posibilidad de que se establezcan las proporciones en base a las cua­
les se puede realizar el intercambio entre bienes cualitativamente diferentes.
El valor de una mercancía está determinado por el tiempo de trabajo
socialmente necesario para producirla. Como se ha mencionado inmediata­
mente más arriba, el valor es una magnitud es decir, tiene por lo menos
una propiedad física que puede ser medida. Esta propiedad se puede medir
en base al tiempo, cuyas unidades de medida son las fracciones. Marx acla­
ra que se trata de tiempo “socialmente necesario”; de otro modo los valo­
res de las mercancías dependerían, en parte, de la mayor o menor habilidad
de los obreros que los producen. Y podría llegarse, incluso, a la paradoja
de que las mercancías producidas por los menos hábiles fuesen más valio­
sas que las producidas por los más habilidosos. En consecuencia, un “tiem­
po de trabajo socialmente necesario es aquel que se requiere para producir
un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción y

71 Valor y valor de cam bio no son exactam ente lo m ism o; M arx consigna situaciones en E l Capi­
tal en las que am bos pueden no coincidir. Pero esta diferencia n o pesa sobre la cuestión que se está
desplegando aquí.

1 19
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

con el grado medio de destreza e intensidad de trabajo imperantes en la


sociedad” (K:6-7).
Hay bienes u objetos que pueden ser valores de uso sin por eso ser
valores, por ejemplo, el aire o la tierra virgen. En estos casos, la utilidad
que encierran esos bienes no resultan del trabajo humano. Pero puede suce­
der, también, que un objeto útil producido por el trabajo humano no sea
una mercancía. Es el caso de objetos producidos para uso y/o satisfacción
de necesidades exclusivamente personales de quien los crea. Marx aclara:
“para producir mercancías no basta producir valores de uso, sino que es
menester producir valores de uso para otros, valores de uso sociales” (K:8).
Vale decir que es necesario que los valores de uso se produzcan para el mer­
cado, o sea, para ser intercambiados (y no para autoconsumo). Esto cons­
tituye un rasgo sobresaliente del MP capitalista, conforme se ha indicado
más arriba: la generalización de la producción de valores de uso para eí
intercambio, vale decir, de mercancías. Por último, Marx va a señalar que
las cosas inservibles carecen de valor, por más tiempo que se insuma en
su producción. Ningún bien puede ser portador de valor si simultánea­
mente no presenta alguna utilidad. Esto quiere decir que para servir de base
al valor toda mercancía debe acreditarse como valor de uso.

La fuente del valor


Hay una mercancía que se distingue entre todas, pues de su consumo
brota el valor. Esta mercancía es la capacidad de trabajo o fuerza de trabajo, que
según Marx es la única fuente productora de valor. Esto quiere decir que
de su utilización como valor de uso surge el valor. Se trata, entonces, de una mer­
cancía muy especial cuyas características conviene examinar con algún deta­
lle antes de analizar cómo funciona el proceso en el que se produce el valor.
La mercancía fuerza de trabajo tiene un valor de uso y un valor (o valor
de cambio). Obviamente por eso es una mercancía. En tanto que valor de
uso tiene una utilidad, sirve para algo. Es este o aquel trabajo concreto: el
de sastre, albañil o tornero. Y tiene también un valor (o valor de cambio),
que es el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir y repro­
ducir un trabajador, que es el portador de esa fuerza de trabajo. Marx lo dice
de la siguiente manera: “El valor de la fuerza de trabajo, como el de toda
otra mercancía, lo determina el tiempo de trabajo necesario para la produc­
ción, incluyendo, por lo tanto, la reproducción de este artículo específico.
(...) la producción de la fuerza de trabajo consiste en la reproducción o con­
servación de aquél” (K:124). Dicho valor puede representarse como la suma
de medios de vida que el trabajador necesita para conservarse (alimento, ves­

120
V i. PR O BLEM A S, C O N C E P T O S Y D IN Á M IC A S

tido, techo, etc.) y para reproducirse, esto es, para sostener una familia y pro­
crear. “El valor de la fuerza de trabajo se reduce al valor de una determinada suma
de medios de vida. Cambia, por tanto, ai cambiar el valor de .estos, es decir,
al aumentar o disminuir el tiempo de trabajo necesario para su producción''
(K:125), escribe Marx. Es, por tanto variable, conforme sea el valor de los
medios que son necesarios para proveer a la subsistencia y a la reproducción
del trabajador. Puede calcularse la suma de valores demandada para la pro­
ducción y reproducción de la fuerza de trabajo en base a la medición del
tiempo de trabajo que hace taita para producir los bienes y servicios que
garantizan su subsistencia y reproducción. El tiempo, a su vez, se puede medir
por sus unidades o fracciones: por hora, por día, por semana, etc. Marx acla­
ra, además, que sobre la valoración de la fuerza de trabajo pesa también un
elemento “histórico morar’: las condiciones y los hábitos prevalecientes en
cada país, bajo los cuales se ha formado y desarrollado dicha fuerza de tra­
bajo, que inciden sobre sus preferencias (por ejemplo, los obreros franceses
prefieren el vino a la cerveza y los ingleses a la inversa) pero también sobre
el nivel de vida mínimo exigible en cada caso y, por tanto, sobre su valor.
Se puede ahora regresar a la formulación que establece que la fuerza
de trabajo es una mercancía y, por lo tanto, posee un valor (o valor de cam­
bio) y un valor de uso. La fuerza de trabajo, como cualquier mercancía, se
obtiene en el mercado (en este caso, en el mercado de trabajo). La con­
tratación de fuerza de trabajo por parte de un empresario capitalista supo­
ne un desembolso equivalente al valor (o valor de cambio) de aquella; lo
mismo ocurre cuando compra una tonelada de hilado de algodón para uti­
lizar como materia prima o un kilogramo de pan para el almuerzo y la cena.
Cuando las mercancías son llevadas al mercado para ser negociadas allí,
lo que se pone enjuego es su valor (o valor de cambio). Los comprado­
res preguntan cuánto vale un paquete de clavos o un kilogramo de lechu­
ga; por su parte los vendedores se afanan por sacar el mayor provecho de
lo que tienen para mercar. Esto parece obvio, pero se verá que lo no es
tanto Las mercancías, todas ellas incluida la fuerza de trabajo, comprome­
ten -po r decirlo asi- en el mercado su faceta valor (o valor de cambio).
Ahora bien, cuando fuera del mercado son utilizadas o consumidas, la face­
ta que se compromete es su valor de uso. Así sucede con el algodón, que
el empresario compró como materia prima y con el pan, que consumirá
en la cena. Y así ocurre también con la fuerza de trabajo que contrató en
el mercado laboral para que trabaje en su empresa textil, cuando éste con­
curre a su fábrica a trabajar. En todos esto casos, lo que se utiliza o con­
sume es la utilidad (el valor de uso): del hilado de algodón para
confeccionar telas, del pan para alimentarse y de la fuerza de trabajo para
trabajar y producir. Ahora bien, se ha visto más arriba que el valor de uso
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

de la fuerza de trabajo tiene dos formas: trabajo concreto (o útil), y tra­


bajo abstracto. En tanto trabajo concreto (o útil) produce valores de uso
(telas de algodón, por caso, para seguir con el ejemplo); como trabajo abs­
tracto produce valor. El trabajo abstracto es leí secreta fuente del valor.
Es conveniente retener esta doble diferenciación de la fuerza de tra­
bajo: a) como valor (o valor de cambio) en el momento de ser contrata­
da en el mercado y como valor de uso a la hora de ser incorporada al proceso
de producción; y b) como trabajo concreto (o útil) en el momento de pro­
ducir valores de uso, pero también como trabajo abstracto, a la hora de incor­
porar/generar valor, pues se la verá reaparecer jugando un papel de enorme
significación en el apartado que sigue.

E l capital: valor que se valoriza

Marx indica que la producción de mercancías y el desenvolvimiento


de su circulación (o sea, el comercio) constituyen las premisas históricas
básicas del surgimiento del capital. Con más rigor aun sostiene que la cir­
culación de mercancías es su punto de arranque.
Marx imagina la siguiente fórmula para explicar con sencillez la cir­
culación de mercancías. Esta asume la forma M —D - M, donde M sig­
nifica mercancía y D dinero. U n poseedor de mercancías cualquiera, un
agricultor que cultiva tomates, por ejemplo, lleva al mercado un lote de
su producción (M), la vende (D), y con el dinero que obtiene mediante
esa transacción compra otras mercancía (M) que necesita. Lo mismo hace
un obrero: lleva su mercancía fuerza de trabajo (M) al mercado de traba­
jo, la vende (D) a un capitalista y con el producto de esa transacción adquie­
re las mercancías (M) que necesita para subsistir.
Esta fórmula tiene dos momentos. Primero ocurre una venta: M —D,
y después una compra: D —M. Por definición se postula que en todas estas
transacciones todo se compra y se vende por su valor: nadie engaña a nadie.
Establecidas así las cosas, se puede decir que el objetivo final de este movi­
miento es el valor de uso, es decir, conseguir valores de uso diferentes del
o los propios, con el objeto de satisfacer necesidades de la índole que fue­
ren. No hay aquí beneficios pecuniarios de ninguna clase. La ganancia -si
es que se la puede llamar así—estriba en ampliar las oportunidades de con­
sumo. Por ejemplo, nuestro agricultor vende sus tomates y consigue a cam­
bio pan, prendas de vestir, combustible o lo que sea. Sin alterar la masa de
valor contenida en sus tomates, consigue bienes de uso diversificados. (La
inversa también es posible: un poseedor de mercancías diversas puede inten­
tar venderlas para comprar, luego, un automóvil, por ejemplo).
V I. PR O BLEM A S, C O N C E P T O S Y D IN Á M IC A S

Existe, sin embargo, otra forma de circulación en el capitalismo, cuya


expresión gráfica resulta de invertir los términos de la anterior. En lugar
de iniciarse con una venta, comienza con una compra, y en lugar de ter­
minar con una compra, finaliza con una venta. El ciclo se representa de
la siguiente manera: D —M —D. Veamos qué sucede en este caso.
Alguien entra con dinero (D) al mercado para comprar mercancías
(M), vende luego mercancías (M) para obtener nuevamente dinero (D).
Todo ese movimiento resultaría insensato si al cabo del mismo D siguie­
ra siendo D, es decir, si quién realiza estas transacciones obtuviera al fina­
lizar el ciclo la misma cantidad de dinero con la que entró. En la forma
M - D - M el beneficio consiste en un mejoramiento de las posibilida­
des de consumo, dada una dotación inicial determinada de M en poder
de alguien. ¿Cual es el beneficio en este segundo caso?, ¿cambiar dinero
por dinero, en una cantidad igual?.
El verdadero sentido de este movimiento consiste en obtener más dine­
ro al finalizar el ciclo, que aquél que se tenía al comenzarlo. La verdade­
ra fórmula sería, entonces, D —M —D \ donde D ’= a l) + AD.72 A ésta,
Marx la llama la fórmula general del capital.
Imagínese —manteniendo siempre el supuesto colocado por definición
de que todo se compra y se vende por su valor, es decir, que nadie enga­
ña a nadie—que alguien que posee dinero (D), adquiere con él maquina­
rias y utensilios de trabajo, materias primas, alquila un local y contrata fuerza
de trabajo (todo eso se expresa como M), ensambla todo eso bajo su tute­
la y pone en marcha un proceso de producción. Obtiene una nueva mer­
cancía (M) que vende nuevamente en el mercado, obteniendo esta vez una
D ’, es decir, su D inicial más un incremento. ¿De dónde sale ese D ’?
Todos los componente que participan en el proceso de producción
-digamos por caso, de una pieza de tela de algodón, para seguir con el
ejemplo anterior—transfieren su cuota-parte de valor a la nueva mercan­
cía: la amortización de los equipos y utensilios, el alquiler del local y has­
ta la función de dirección que ejerce el propio capitalista, cuya producción
como tal dirección también requiere un tiempo de trabajo socialmente
necesario. Reitero: todos los componentes mencionados hasta aquí trans­
fieren a la nueva mercancía la parte estrictamente proporcional de valor
que les ha insumido producirla. De nuevo: nadie engaña a nadie. Todo valor
insumido se transfiere de manera directa al nuevo producto.
Ahora bien ¿qué ocurre con esa mercancía excepcional que es la fuer­
za de trabajo? Se la contrata en el mercado laboral por su valor (o valor
de cambio). Incorporada al proceso de producción —es decir, ya en la
72 La letra griega A, delta m ayúscula, significa increm ento en ei lenguaje de las m atem áticas.

123
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

fábrica, no en el mercado—se desempeña no como valor sino como valor


de uso. En ésta condición, su faceta de trabajo concreto (o útil) se aplica .1
la producción de valores de uso (piezas de tela de algodón). Mientras que
su faceta de trabajo abstracto genera valor, agrega valor a los materiales sobre
los que se aplica.
Todo el misterio de D ’ consiste en que el valor que agrega la fuerza
de trabajo en su calidad de excepcional valor de uso, diferente de todos
los demás es mayor que su valor (o valor de cambio) en el mercado, lil
valor y el valor de uso de la fuerza de trabajo son dos dimensiones completamen­
te diferentes, como lo son en cualquier mercancía. El pan, por ejemplo, tiene un
valor en el mercado y posee asimismo un valor de uso: alimentar. Es decir,
se lo compra por su valor, pero lo que se come no es este valor sino su
valor de uso, para decirlo de manera grosera pero ilustrativa. Con la fuer­
za de trabajo ocurre lo mismo. Tiene un valor en el mercado y un valor
de uso especialísimo, en virtud de una de sus dos facetas: generar valor.
El capitalista paga en el mercado el valor de la fuerza de trabajo, ni más
ni menos. Pero en la fábrica no “utiliza” ese valor (decirlo así es, en rigor,
un sin sentido) sino su valor de uso. De nuevo, entonces, el valor que agre­
ga una de las facetas (la de trabajo abstracto) de la fuerza de trabajo en tan­
to valor de uso, es mayor que lo que es su valor en el mercado.
Veamos un ejemplo. Se podría decir que el valor (o valor de cambio)
de la fuerza de trabajo contratada por el capitalista productor de piezas de
tela de algodón es de 10 unidades dianas (se están suponiendo aquí valo­
res absolutamente arbitrarios de una escala imaginaria) mientras que el valor
que es capaz de agregar en e! proceso de producción esa misma fuerza de
trabajo es de 15 unidades dianas. Si se asignan valores también arbitraria­
mente a los otros componentes del proceso de producción identificados
más arriba tendríamos el siguiente cuadro, supongamos que diario:
—amortización de equipos y utensilios 1
—materias primas 5
—alquiler del local 2
—dirección del proceso ___2
10
—valor de la fuerza de trabajo (mercado) 10
20
Volviendo sobre la fórmula general puede señalarse, entonces, que en
el tramo inicial (D —M) nuestro capitalista debió desembolsar dinero por
el equivalente de 20 unidades de valor. Pero en el segundo tramo (M —
D ’) ocurrió los siguiente:
V I. P R O B L E M A S , C O N C E P T O S Y D IN Á M IC A S

—transferencias de valor al nuevo producto 10


(equipos y utensilios, materias primas,
alquiler y dirección)
—incorporación de valor 15
(fuerza de trabajo, como valor de uso en
la producción, faceta trabajo abstracto) ______
25
De donde se desprende que en el segundo tramo nuestro capitalista
obtuvo un dinero equivalente a 25 unidades de valor.
Si se aplican los guarismos del ejemplo a la fórmula general del capi­
tal (D —M —D ’) quedaría: 20 —M —25.
Tal como se había planteado más arriba D ’= D + AD, de dónde se
sigue que AD = 5. Estas 5 unidades de valor representan la diferencia entre
el valor de la fuerza de trabajo en el mercado y su capacidad de generar
valor en tanto valor de uso (o sea, en la producción). Dichas 5 unidades
quedan contenidas en las mercancías elaboradas y como éstas son de pro­
piedad del capitalista pasan a integrar su beneficio cuando son vendidas.
A ese AD Marx lo denomina plusvalor o plusvalía. Como es obvio, esta plus­
valía resulta de explotar el trabajo asalariado: su contenido es en su tota­
lidad trabajo no pagado.
La obtención de plusvalía es la meta de los capitalistas. Por lo tanto, es
el verdadero motor interno del capitalismo. La acumulación de capital es, en
rigor, acumulación de plusvalía. Esta, a su turno, resulta de la explotación de
trabajo no pagado. De aquí surge la conocida fórmula que sostiene que el
capital es trabajo acumulado. Menos usada, pero quizá mas adecuada, es la
que sostiene que el capital es valor que se valoriza. En efecto, el capital bajo
la forma de dinero con que comienza el ciclo D —M —D ’, es valor que exis­
te bajo la forma dineraria. Se transmuta en mercancías (M) con el objeto de
obtener un incremento de valor, esto es, de valorizarse.
Valor que se valoriza: debe entenderse también que el valor no exis­
te en estado puro. Como el alma cristiana en el cuerpo humano, sólo pue­
de tener existencia en el cuerpo de alguna mercancía. De aquí que el ciclo
del capital esté indisolublemente ligado al movimiento y producción de
mercancías. Y que el movimiento del capital sea incesante, pues lleva en
sí mismo su fin.73 Cuando se compra para vender (D —M - D ’) el proce­
so empieza y termina con el mismo propósito: obtener dinero, operación

73 “ ...la circulación del dinero com o capital lleva en sí m ism o su fin, pues la valorización del valor
sólo se da dentro de este proceso constantem ente renovado. El m ovim iento del capital es, por tan­
to, incesante” (K:108).

12 5
A P U N T E S D E S O C IO L O G ÍA

que sólo tiene sentido si e] monto con que se sale del circuito es mayor
que aquél con que se entra. Y de aquí, también, que la mercancía sea el
punto de arranque del capital, según consigna Marx -com o se ha men­
cionado más arriba—al comienzo de El Capital.

Clases, Estado, ideología y cam bio social

Desde El Manifiesto Comunista en adelante, Marx repite una y otra vez


que la historia humana resulta de un proceso de lucha entre sectores socia­
les enfrentados. Es lo que Marx llama lucha de clases. De dónde puede fácil­
mente colegirse el lugar central que dicho concepto ocupa en su
interpretación de la realidad.74
Desde su perspectiva, las clases más importantes están ligadas al anta­
gonismo fundante de cada MP: señores y siervos, en el MP feudal, o, bur­
gueses y proletarios, en el MP capitalista, por ejemplo. Pero es asimismo
capaz distinguir matices y complejidades. Escribe (con Engels), por ejem­
plo: “En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas par­
tes una completa división de la sociedad en diversos estamentos, una
múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma halla­
mos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores
feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas
clases todavía encontramos gradaciones especiales”, en el recién mencio­
nado El Manifiesto Comunista (MC:66). Según sea el nivel de análisis en
el que se sitúe resulta más o menos complejo y/o refinado su abordaje. En
el nivel del MP registra las clases fundamentales, ligadas al antagonismo
básico de aquél; cuando se trata de sociedades concretas se abre, en cam­
bio, a la complejidad de cada caso.
En el caso de la sociedad capitalista, que como se ha dicho más arri­
ba es la que le interesa en particular estudiar a Marx, las clases fundamen­
tales son la burguesía y el proletariado, según se desprende nítidamente del
análisis del MP capitalista. En este caso, la variable básica que determina
la pertenencia a uno u otro grupo, es la propiedad privada de los medios
de producción o la carencia de tal propiedad. Otras variables intervienen
a la hora de refinar el análisis, por ejemplo, la dimensión o grado en que
74 M arx y Engels escriben en El Manifiesto Comunista: “ La historia de todas las sociedades que han
existido hasta nuestros días es ia historia de la lucha de clases. H om bres libres y esclavos, patricios y
plebeyos, señores y siervos, m aestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprim idos se enfrenta ­
ron siem pre, m antuvieron una lucha constante, velada a veces y otras franca y abierta; lucha que ter­
m inó siem pre con ia transform ación revolucionaria de toda !a sociedad o el hundim iento de las clases
beligerantes.” (MC.-.65-66).
V I. P R O B L E M A S , C O N C E P T O S Y D IN Á M IC A S

se es poseedor. En El Manifiesto Comunista, por ejemplo, identifica a Jas


capas inedias -la expresión es suya- entre las cuales cuenta el pequeño indus­
trial, el pequeño comerciante, el artesano y el campesino.75
Marx no se detiene a elaborar conceptualmente esas categorías. En
rigor, no hay en Marx una teoría de las clases. En algunos casos ofrece cier­
tas indicaciones sobre la marcha; en otros —como el que se ha menciona­
do arriba—se limita a hacer una simple mención. Modernamente se ha
buscado interpretar desde el punto de vista metodológico este proceder
de Marx. Así, por ejemplo, la distinción básica entre la burguesía y la
pequeño burguesía estaría dada por la utilización o no de trabajo asalaria­
do. Esto porque ambos son poseedores de medios de producción. Pero en
un caso se contrata mano de obra y en el otro no, es decir, es el mismo
capitalista quien trabaja el medio de producción que posee.
Tampoco hay en ¿Marx una teoría del Estado desarrollada. Hay ape­
nas algunos rudimentos o indicaciones dispersas colocados aquí o allá. En
El Manifiesto Comunista , por ejemplo, establece que en cada etapa de la evo­
lución recorrida por la burguesía desde el momento en que aparece y se
consolida como clase subalterna en el orden todavía feudal, hasta su coro­
nación como clase dominante, ha sido acompañada por su correspondien­
te éxito político. Su reconocimiento como “tercer estado”, o su dominio
hegemónico del Estado son ejemplos de ello.
En este último sentido, explícitamente sostiene que “el gobierno del
Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios
comunes de toda la clase burguesa” (MC:69).
En La Ideología Alemana formula por primera vez la idea de que la
dominación económica deviene dominación política. Es decir, que las cla­
ses económicamente dominantes se convierten en políticamente dirigen­
tes. Sostiene, por ejemplo, que “la burguesía, por ser ya una clase y no
simplemente un estamento, se halla obligada a organizarse en un plano
nacional y a dar a su interés medio una forma general. Mediante la eman­
cipación de la propiedad privada con respecto a la comunidad, el Estado
cobra una existencia especial junto a la sociedad civil y al margen de ella;
pero no es tampoco más que la forma de organización que se dan nece­
sariamente los burgueses, tanto en lo interior como en lo exterior, para
la mutua garantía de su propiedad y de sus intereses” (IA:71-72). Es decir,
su posición de predominio en el terreno económico al extenderse al pla­
no de la nación, la obliga a darse una organización y un programa de acción
que vehiculice en el terreno político aquel predominio nacional. Como
consecuencia, provee garantías a sus propiedades e intereses.
7-1Véase M C ; 81.

127
A P U N TE S DE S O C IO L O G IA

Estas ideas, junto a la aún más general relativa a la capacidad de detei


minación en última instancia de la base sobre la superestructura —recuei
dese que el Estado íntegra esta superestructura-, constituyen un marc o
conceptual general sobre la cuestión estatal pero no algo que pueda deno
minarse una teoría del Estado. Esto fue reiteradamente señalado, i n c l u s o
por los propios marxistas que nunca negaron esta “laguna” en la concep
tuaiización de Marx.
Con respecto a la cuestión de la ideología hay en Marx una cierta poli
semia. Utiliza el concepto, a veces, en un sentido inocuo, como equiv.i
lente a sistema de ideas (filosóficas, económicas, religiosas, etc.). Pero
asimismo lo utiliza en un sentido que quizá podría caracterizarse de duro
En este caso enfatiza la función de ocultamiento que cumple la ideología,
como cuando al iniciar el “Prólogo” de La Ideología Alemana escribe “has
ta ahora, los hombres se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mis
mos, acerca de lo que son o debieran ser”. En este caso, la ideología sigue
siendo un sistema de ideas. Pero su efecto, en términos de conocimiento,
no da como resultado un saber genuino sino, al reves, oculta la verdad. Sin
dudas su aporte más significativo a la teoría social se encuentra en este últi
mo terreno, que debe considerarse con cierto detenimiento.
Marx entiende que la problemática ideológica está determinada poi
dos grandes asuntos:
a) la producción social de la ideología
b) la existencia de distintas formas de conciencia (lo que conduce ,t
la cuestión del efecto de ocultamiento).
La producción social de la ideología está implícita en la idea de socie­
dad entendida como compuesto de base y superestructura. Como se ha
visto más arriba, la ideología integra la superestructura. Le cabe, en con­
secuencia, la determinación en última instancia por parte de la base. Un
mayor nivel de particularización de la proposición antedicha se encuen
tra en la fórmula que Marx anota por primera vez en La ideología alema­
na y que repite luego levemente retocada en el “Prólogo” de Contribución
a la crítica de la economía política: “No es la conciencia de los hombres lo
que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que
determina su conciencia” (IA:66-67). Tan dependiente de su producción
social es la ideología que Marx llega a decir-de nuevo en Im Ideología A le­
mana- que la ideología en cualquiera de sus formas -moral, religión, meta­
física, etc.—carece de historia propia. Los hombres cambian sus maneras
de pensar —a su juicio—no como consecuencia de desarrollos habidos en
ese terreno, sino a raíz de cambios ocurridos en su forma de producción
y de intercambio materiales. Al cambiar esta última realidad, cambian tam

128
V I. P R O B L E M A S , C O N C E P T O S Y D IN Á M IC A S

bien las formas del pensamiento y de la representación del mundo (la ide­
ología). Su historia es, en rigor, la de las condiciones sociales bajo las cua­
les fue generada.76
La existencia de distintas formas de conciencia, por su parte, depen­
de en buena medida de lo establecido inmediatamente más arriba. Distin­
tas formas de ser social, es decir, distintas clases de inserción social dan como
resultado distintos tipos de conciencia. Razonando en el nivel del MP, por
ejemplo, puede establecerse que existe una forma burguesa de conciencia
y una forma proletaria. En el terreno de los distintos tipos de sociedad (que
presentan un grado de complejidad social mayor que el habido en el MP),
por caso, la sociedad capitalista, es posible distinguir también una ideolo­
gía pequeño-burguesa, por ejemplo. De donde se sigue que estructuras
sociales diversas dan como resultado formas diferentes de conciencia.
La cuestión del efecto de ocultamiento, a su vez, reposa sobre un doble
desajuste:
a) en el plano de lo real, el desajuste entre esencia y apariencia;
b) en el plano de los hombres, entre conocimiento y conciencia.
Tal como se ha visto más arriba cuando se presentaron los fundamen­
tos de la teoría marxista del conocimiento, el modo en que los hechos se
presentan “en la superficie” no brindan suficiente asidero como para que
con base en lo que se percibe en ese nivel se pueda tener una adecuado
entendimiento de las causas que determinan los fenómenos. El llamado
círculo concreto-abstracto-concreto se refiere precisamente a ello. Es nece­
sario penetrar la superficie de lo aparente, de lo fenoménico, para inter­
narse en la búsqueda de las determinaciones últimas, que fundan la
explicación de los diversos fenómenos. Las diversas formas de conciencia
realizan este recorrido de manera incompleta o imperfecta (excepto una,
como se verá un poco más adelante), lo que les impide llegar a esas deter­
minaciones últimas, por lo que se ven imposibilitadas de trascender el pla­
no de lo aparente para alcanzar el esencial.
En el capítulo IV de El Capital Marx ofrece un principio de explica­
ción de por qué ocurre esto en la sociedad capitalista. Los movimientos y
transacciones que tienen lugar en la esfera de la circulación de mercancías,
donde todo se compra y se vende por su valor, donde campean la libertad
(de movimientos y de contratación, entre otras) y la igualdad jurídica, y don­
de las diversas búsquedas individuales del propio provecho se entretejen entre
sí de manera armónica, abren un terreno propicio para el desarrollo de elu­
cubraciones ilusorias. Nada de lo que se muestra en el plano de la circula-
/(>Véase, p or ejem plo, IA:69.

129
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

ción resulta igual en el terreno de lo esencial, es decir, en el terreno de la


producción, que es el ámbito donde se materializan y actúan las fuerzas pro­
ductivas y las relaciones de producción. En este plano (el de la producción),
el intercambio de equivalentes, la libertad, la igualdad y el utilitarismo se des­
vanecen para dar lugar a la ultima ratio del capital: la búsqueda de la plusva­
lía (que, como se ha visto más arriba, implica la explotación de la fuerza de
trabajo, con todos los males que ello acarrea, según la concepción de Marx).
Marx caracteriza como “burguesa” y como ideológica a toda la pro­
ducción de teoría de su época, basada de uno u otro modo en la ilusión
de igualdad, libertad, utilidad y/o intercambio de equivalentes, en cual­
quiera de los campos en que se hubiere desarrollado: filosófico, económi­
co, político, social, etc. Esas teorizaciones eran, a su juicio, incapaces de
llegar hasta el plano de lo esencial y proponían, por lo tanto, explicacio­
nes en último análisis falsas de los fenómenos que procuraban estudiar. Al
generar una sustitución, un quid pro quo resultante de investir como ver­
dadero algo que en rigor es falso, producían un efecto de ocultamiento.
Y por esta vía colaboran con la dominación de clase de la burguesía, pues
en el fondo, lo que queda ocultado, es el fenómeno de la explotación y
de la apropiación de la plusvalía por parte del capitalista.
De lo anterior se desprende que tomar conciencia no es lo mismo,
para Marx, que conocer. Retomando una distinción que, con otro sen­
tido había practicado ya Vico, Marx establece una diferencia entre concien­
cia y ciencia. Las ideologías que conducen a falsos saberes producen, sin
embargo, concepciones sobre la vida, el mundo, los valores, etc.. Son, por
lo tanto, formas de conciencia, aunque se basen en supuestos falsos. Hay,
sin embargo, una forma -y sólo una- de conciencia que conduce hacia
la ciencia, es decir, hacia el saber. Es la conciencia proletaria. Sólo el pun­
to de vista del proletariado, que vive en carne propia la explotación y es
el principal interesado en promover un cambio, es capaz de sostener una
inmersión sistemática en el espacio de lo esencial. Asumir ese punto de
vista y sostenerlo consecuentemente es lo que posibilita encontrar las deter­
minaciones últimas y producir saber, en el ámbito de las ciencias sociales.
La conciencia proletaria, también llamada “ideología del proletaria­
do” es, por lo tanto, la única que produce saber (y no falso saber) y es, por
consiguiente, una herramienta fundamental para el cambio social.
Marx, un poco a la manera de Saint Simón, entendía que en el inte­
rior de los viejos MP y de las viejas sociedades se iban gestando los gérme­
nes de las nuevas. Desde una perspectiva general sostenía que “en un estadio
determinado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la socie­
dad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o
—lo cual sólo constituye una expresión jurídica de lo mismo—con las rela-

130
V 1. ;:,r o ü l [ > . v -\5 c O 'N < ; . r p r o s y íx n a m il a s

c ¡oí íes de propiedad dentro de las cuales se habían estado moviendo hasta
ese m om ento” (P:67). Dicha contradicción, que implica que las relaciones
de producción se convierten en trabas al desarrollo de las fuerzas produc­
tivas, abre e] camino a “una época de revolución social”. Aplicado ese esque­
ma a situaciones particulares e implicando dinámicas sociales específicas, ello
significa, por ejemplo, que en la época feudal se gestó la burguesía que pro­
tagonizaría, luego, ia revolución burguesa: las relaciones de propiedad feu­
dales term inaron convirtiéndose en trabas de la potencia productiva de que
era portaciora la burguesía. Del mismo modo, en el interior del capitalismo
se gestarán tanto las condiciones generales que conducirán a su derrumbe,
cuanto el agente histórico -1a clase obrera—destinado a derrocar a la bur­
guesía mediante un proceso revolucionario (la revolución proletaria).
En opinión de Marx, el modo de producción capitalista contiene anta­
gonismos cuyo desarrollo es inevitable, teniendo en cuenta la dinámica que
lo preside. Entre otros procesos concurrentes a la agudización de dichos
antagonismos, se encuentran: la concentración del capital (es decir, de la
propiedad de los medios de producción); la extensión de las relaciones
sociales capitalistas a todas las ramas y sectores de la producción y la for­
mación y desarrollo de un mercado mundial; la sustitución progresiva de
fuerza de trabajo por capital constante (bienes de producción y tecnolo­
gías que ahorran mano de obra e incrementan la productividad del tra­
bajo; el consecuente desarrollo de un ejército industrial de reserva (la
sobrepoblación relativa); y la tendencia a la baja progresiva de la tasa de
beneficio media de los capitalistas. Todo esto genera condiciones propi­
cias para la transformación revolucionaria del MP capitalista. Para que ello
efectivamente ocurra deben darse en las distintas sociedades concretas, sin
embargo, condiciones históricas específicas. La más importante, segura­
mente, es la conversión de la clase obrera en sujeto de acción política a
partir de la toma de conciencia de sus verdaderos intereses históricos. Este
proceso de toma de conciencia y de organización, que Marx llamó el pasa­
je de la clase en sí a la clase para sí quedó, como la cuestión del Estado, sin
un desenvolvimiento exhaustivo en su obra. Otros marxistas tomaron para
sí la tarea de desarrollar este asunto tanto en el plano conceptual como en
el práctico. Dos de ellos fueron Vladimir Lenin y Antonio Gramsci,77 que
dejaron obras a propósito de lo que también dio en llamarse la “teoría del
partido”, que orientaron por años a sus seguidores.

77 A ntonio Gram sci (1891-1937) fue cofundador del Partido C om unista de su país (Italia). D es­
arrolló una labor teórica trascendente. Fue perseguido y encarcelado p or el régim en fascista. Su obra,
escrita en lo sustancial m ientras estaba en prisión, se com enzó a conocer recién después de la finali­
zación de la lia. G uerra M undial.

i 31
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

Durkheim

Centralidad de la problem ática de la cohesión

Tal como ha sido planteado ya en el Capítulo IV, el estudio de los vín­


culos entre individuo y sociedad constituye la piedra angular de la teori­
zación de Durkheim. A su modo de ver, en ese vínculo existe una
supremacía de la sociedad frente al individuo que se deriva del poder moral
que posee aquélla, en virtud del cual es capaz de poner límites a la nece­
sidad humana y desarrollar una capacidad reguladora de la vida social.
“Toda sociedad es una sociedad moral” afirma en La División del Trabajo
Social -según se ha visto en antedicho capítulo- de donde se desprende
que la Sociología es la ciencia de la moral. Entendida no como una acti­
vidad orientada a establecer o discutir la validez ética de los diversos sis­
temas axiológicos, jerarquías de valores o sistemas normativos, sino como
práctica científica que tiene por objeto estudiar la sociedad como moral.
Esto es, la capacidad reguladora y cohesionadora que se deriva, precisa­
mente, de la sociedad entendida como moral.
“¿Cómo es posible que, al mismo tiempo que se hace más autóno­
mo, dependa el individuo más estrechamente de la sociedad? ¿Cómo se
puede ser a la vez más personal y más solidario?”, se pregunta en el “Pre­
facio” a la la. edición la obra citada inmediatamente más arriba. Esta pre­
gunta hace más específica su preocupación central y abre el camino de su
indagación en torno de una problemática que será fundante de su que­
hacer sociológico: la de la solidaridad social (o lo que es lo mismo, la de
la cohesión social).
A su modo de ver, “la vida social mana de una doble fuente: la seme­
janza de las conciencias y la división del trabajo social” (DTS:267). Es decir,
la vida social, que es vida en común y es también vida regulada, depen­
de de dos grandes asuntos: la semejanza de las conciencias y la solidari­
dad que surge de la cooperación.
Según Durkheim hay en los individuos dos tipos de conciencia. Una,
que contiene solamente los estados personales de cada quien y que son pro­

132
VI. PROBLEMAS, CONCEPTOS Y DINÁMICAS

píos de cada uno. Es una conciencia individual que representa la perso­


nalidad de cada sujeto. Otra, que representa el tipo colectivo y se expre­
sa a través de creencias y sentimientos comunes a todos los miembros del
grupo. Llama a esta última indistintamente conciencia colectiva o alma colec­
tiva y le atribuye una significativa capacidad para generar solidaridad (o
cohesión), que se sustenta en la semejanza. Resulta, así, una clase de cohe--
sión social que procede de un estado de conciencia que es común a todos
los miembros de una sociedad.
Durkheim llama a este tipo de cohesión solidaridad mecánica, pues como
ocurre con los cuerpos inorgánicos, las moléculas que los componen care­
cen de movimientos propios. Según sus propias palabras: “Las moléculas
sociales [...] no podrían pues moverse con unidad sino en la medida en
que carecen de movimientos propios, como hacen las moléculas de los
cuerpos inorgánicos. Por eso proponemos llamar mecánica a esa especie
de solidaridad” (DTS: 153)
Esta clase de solidaridad es típica de las sociedades homogéneas y poco
desarrolladas, en las cuales la división del trabajo aún es incipiente. En las
sociedades más complejas juega todavía algún papel, pero el fundamento
de la cohesión de éstas es otro.
En efecto, cuando las sociedades se complejizan avanzan dentro de ellas
la división del trabajo y la especialización; al mismo tiempo se incremen­
ta la “autonomización” de las personas, es decir, su individualización. En
consecuencia, la semejanza de las conciencias se restringe para dar lugar
a una mayor diferenciación de lo individual. En estos casos aparece la
segunda fuente de la cohesión: el incremento de la división del trabajo y
de la especialización operan en el sentido de la individualización pero tam­
bién hacen a los individuos más dependientes entre sí. Los convierte en
sujetos cooperadores que no obstante sus diferencias —más bien debido a
ellas—se necesitan recíprocamente. Durkheim llama a este tipo de cohe­
sión solidaridad orgánica, por su semejanza con el comportamiento de los
órganos en los animales superiores. De nuevo según sus propias palabras:
“Esta solidaridad se parece a la que se observa en los animales superiores.
Cada órgano, en efecto, tiene en ellos su fisonomía especial, su autono­
mía y, sin embargo, la unidad del organismo es tanto mayor cuanto que
esta individualización de las partes es más señalada. En razón de esta ana­
logía, proponemos llamar orgánica a la solidaridad debida a la división del
trabajo” (DTS: 154)
La solidaridad mecánica tiende a disminuir en razón directa al incre­
mento de los márgenes de individualización y viceversa, la solidaridad orgá­
nica disminuye en relación directa con la ausencia de individualización.
Podría quizá pensarse que ambos tipos de solidaridad remiten a formas dife-

133
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

rentes de sociedad: poco desarrolladas en un caso, más complejas en el otro.


Sin embargo, Durkheim se encarga explícitamente de no alentar interpre­
taciones rígidas de su concepción. La vida social es una sola —sostiene—aun­
que mane de una doble fuente. Claramente se sigue de sus puntualizaciones
que en las sociedades funcionan ambos tipos de solidaridad. Dice, por
ejemplo: “No se ve a la sociedad bajo un mismo aspecto en los dos casos”.
Se refiere, obviamente a ambos tipos de solidaridad; y es remarcable el
hecho de que se refiere a “la sociedad”, esto es a una unidad, que presen­
ta dos aspecto. Y sigue: “En el primero, lo que se llama con ese nombre
[solidaridad, E.L.] es un conjunto más o menos organizado de creencias
y sentimientos comunes a todos los miembros del grupo: este es el tipo
colectivo. Por el contrario, la sociedad de que somos solidarios en el segun­
do caso es un sistema de funciones diferentes y especiales que unen rela­
ciones definidas. Estas dos sociedades, por lo demás, constituyen sólo una.
Son dos aspectos de una sola y misma realidad...” (DTS:151).
Durkheim quiere evitar simplificaciones que reduzcan la posibilidad
de comprender los fenómenos. Desde luego, en las sociedades poco des­
arrolladas, con escasa diferenciación interna, la importancia de la solida­
ridad por semejanza es muy grande. En las más desarrolladas, en cambio,
funcionan ambas fuentes.

Lo norm al y lo patológico

Fiel descendiente directo del pensamiento de la Ilustración y del posi­


tivismo en ciencias sociales, Durkheim va a plantear una inteligente dis­
cusión acerca del lugar que ocupan los fines y los valores en la ciencia.
¿Debe ésta —en particular la ciencia social- decidir si sólo se limita a expli­
car cómo unas causas producen unos efecto, o debe además decir qué
fines deben ser perseguidos? Si bien conoce las posiciones de quienes sos­
tienen que la ciencia sólo conoce los hechos y nada enseña sobre lo que
los hombres deben querer o las metas que deben perseguir, no las apre­
cia. Entiende que esta manera de entender las cosas despoja a la ciencia
de la posibilidad de cualquier eficacia práctica. “Si la ciencia no puede
ayudarnos en la elección del mejor fin ¿cómo podría enseñarnos cuál es
el mejor camino para llegar a él?”, se pregunta en Las Reglas del M éto­
do Sociológico (RMS:51) ¿Acaso la ciencia no debe estar en condiciones
de recomendar cuál es la vía más rápida, la más económica o la más segu­
ra? Además, ¿no es todo medio, en sí mismo, un fin? ¿Cómo discernir?
Racionalista al fin, elige “reivindicar los derechos de la razón sin recaer
en la ideología” y se dispone a establecer la distinción entre lo normal
7

VI. PROBLEMAS, CONCEPTOS Y DINÁMICAS

y lo patológico en el ámbito de la sociología, apelando a la ayuda de la


biología.
“Efectivamente -dice- tanto para las sociedades como para los indi­
viduos, la salud es buena y la enfermedad, por el contrario, es lo malo que
debe ser evitado. Por lo tanto, si encontramos un criterio objetivo, inhe­
rente a los hechos mismos, que nos permita distinguir científicamente la
salud de la enfermedad en los diversos órdenes de fenómenos sociales, la
ciencia estará en condiciones de esclarecer la práctica, sin dejar por ello
de ser fiel a su propio m étodo” (RMS:52). En busca de ese criterio obje­
tivo y con la ayuda de la biología construye, en primer lugar, el concep­
to de tipo medio, al que define como el “ser esquemático que se constituiría
reuniendo en la misma totalidad, en una especie de individualidad abstrac­
ta, los caracteres más frecuentes en la especie, con sus formas más frecuen­
tes...” (RMS:56). Como se ve, el concepto de tipo medio supone el de
especie, y debe contemplar -asimismo- la posibilidad de la variedad regu­
lar, conforme ocurre en aquéllas: los standards de salud de los adultos no
son los mismo que los de los niños y los de éstos tampoco son similares
a los de los ancianos. Una cosa semejante ocurre con las sociedades. Un
hecho social, sostiene, “sólo puede llamarse normal para una especie social
determinada en relación con una fase igualmente determinada de su des­
arrollo” (RMS:57). Es decir, no se puede establecer de manera general y
abstracta si un hecho es normal o patológico; hay que situarlo en el con­
texto de la totalidad de los elementos que cada tipo social contiene en cada
fase o etapa. Y en ese marco decidir sobre su ajuste o no al tipo social
correspondiente.
Ahora bien, si determinada clase de hechos pueden ser tenidos por
normales en una fase y patológicos en otra, esto significa que esos esta­
dos no pueden ser definidos como tales de una vez y para siempre. De don­
de se colige, asimismo, que a las causas de lo normal y de lo patológico
no hay que buscarlas fuera del organismo de que se trate. Es decir, que no
hay una clara línea divisoria que permita situar la búsqueda de lo patoló­
gico en elementos externos al organismo bajo consideración.
En la construcción del tipo medio se procede, inevitablemente, a selec­
cionar rasgos exteriores de los fenómenos bajo estudio, en base a la obser­
vación. Se trata, en principio, de la búsqueda de rasgos que son o bien
generales o bien excepcionales. Es decir, con cuanta frecuencia o con cuan­
ta excepcionalidad se presentan en una especie social determinada, en un
momento dado de su desarrollo.
Así, llamará normales a los fenómenos que se encuadran dentro del tipo
medio; y patológicos a los restantes. Anota al respecto en Las Reglas del Méto­
do Sociológico: “Llamaremos normales a los hechos que presentan las for­

135
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

mas más generales y daremos a los otros el nombre de morbosos o pato­


lógicos. Si acordamos nombrar como tipo medio al ser esquemático que
se constituirá reuniendo en la misma totalidad, en una especie de indivi­
dualidad abstracta, los caracteres más frecuentes, podrá decirse que el tipo
normal se confunde con el tipo medio y que toda desviación de este mode­
lo de salud es un fenómeno morboso.” (RMS:56)
El procedimiento de buscar rasgos exteriores o generales, o bien excep­
cionales no está exento de error. Puede suceder, por ejemplo, que algo
tomado por general sea apenas una sobrevivencia inercial de algún rasgo
que fue significativo en el pasado —es decir, en otra fase- pero que en la
actualidad ya no lo sea. De manera que Durkheim recomienda explicar el
por qué de esa generalización. Así, va a sostener que “el carácter normal
del fenómeno será efectivamente, más indiscutible si se demuestra que el
signo exterior que lo había revelado al principio no es puramente aparen­
te, sino que está fundado en la naturaleza de las cosas; en una palabra, si
se puede erigir esta normalidad de hecho en una normalidad de derecho”
(RMS:58). Vale decir, si se establece una conexión causal que dé susten­
to explicativo a lo que inicialmente es sólo una regularidad observada.
Durkheim ve ventajas, como ya se ha señalado, en la posibilidad que
se abre a la ciencia social de distinguir entre lo normal y lo patológico. Con­
fía en que esta tarea pueda desarrollarse con solvencia en el futuro. Pero
advierte que para alcanzar el nivel explicativo que esa distinción requiere,
es preciso haber alcanzado un nivel significativo de desarrollo de la ciencia.

Los tipos sociales

Como se acaba de ver, la construcción de tipos sociales resulta muy


importante para abordar la cuestión de lo normal y lo patológico. Dur­
kheim le asignaba una relevancia tal que sostenía que una rama de la socio­
logía debía estar consagrada a la constitución de tipos sociales (o especies,
como también las llama) y a su clasificación: la morfología social. Por otra
parte, suponía que los tipos podían proporcionar un término medio que
balancease la vieja disputa entre los historiadores, inclinados a la búsque­
da de lo singular, de lo peculiar y de lo único de cada hecho o proceso y
los filósofos desdeñosos de la historia, volcados en cambio a la búsqueda
de “leyes generales que están inscriptas en la constitución del hombre y
que dominan todo el desarrollo historico” (RMS:69).
Prima facie parecería no existir más camino para la construcción de
dichos tipos sociales que desarrollar una enorme tarea de examen de hechos
particulares. La especie es, en rigor, un resumen de casos individuales. De

136
VI. PROBLEMAS, CONCEPTOS Y DINÁMICAS

donde se sigue que la mencionada tarea sería ineludible. Sin embargo, Dur­
kheim va a sostener que es “inexacto que la ciencia sólo pueda construir
leyes después de haber revisado todos los hechos que ellas expresan, ni for­
mar géneros sólo después de haber descrito integralmente a los individuos
que ellas comprenden” (RMS:70). Existen, a su juicio, hechos decisivos o
cruciales con apoyo en los cuales se pueden construir tipos o géneros sin
necesidad de hacer un inventario de todos los caracteres que les estarían
subordinados.
Ahora bien, ¿cómo se selecciona tales principios?. Durkheim va a res­
ponder que la naturaleza de una totalidad depende de la naturaleza de los
elementos que lo componen, de su número y de su modo de combina­
ción. De estas cuestiones, relevantes para la constitución de tipos o espe­
cies, debe ocuparse la antedicha morfología social. Los elementos centrales
de esas totalidades son las unidades más simples: aquellas que presentan una
completa ausencia de partes y que, por lo tanto, no son divisibles ni pre­
sentan traza de segmentación anterior. Referido al ámbito social, se tra­
ta de sociedades simples: toda sociedad está formada por sociedades más
simples que ella. De donde se sigue que resulta de una enorme importan­
cia conocer “la sociedad más simple que jamás haya existido” (RMS:72),
porque será la base de cualquier clasificación (y, por tanto, un hecho deci­
sivo o crucial, de enorme significación).
A su modo de ver esta sociedad más simple es la horda, a la que entien­
de “como un agregado social que no comprende ni jamás ha compren­
dido en su seno a ningún otro agregado más elemental, sino que se resuelve
inmediatamente en individuos... Se concibe que no pueda haber socie­
dad más simple; es el protoplasma del reino social y, en consecuencia, la
base natural de toda clasificación” (RMS:73). La yuxtaposición de hor­
das que conservan sus rasgos constitutivos originales se denomina clan.
Así, el elemento básico es la horda, que resulta —según la conceptua-
lización de Durkheim- una sociedad de segmento único. Los tipos sociales fun­
damentales y su desenvolvimiento posterior resultan del modo de
combinarse la horda consigo misma. Esta combinación da origen a socie­
dades nuevas las que, a su vez, pueden producir combinaciones nuevas. De
modo que puede imaginarse que, en el comienzo, de la reunión de socie­
dades de segmento único resultaron sociedades polisegmentarias simples, por
ejemplo, ciertas tribus iroquesas y australianas, y probablemente —dice Dur­
kheim—las primitivas fratría ateniense y curia romana. La reunión de socie­
dades del tipo anterior habría dado origen a sociedades polisegmentarias
simplemente compuestas: la confederación iroquesa y cada una de las tres tri­
bus cuya asociación generó más tarde la ciudad romana. Más tarde ven­
drían las sociedades polisegmentarias doblemente compuestas, entre las que

137
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

Durkheim ubica a la ciudad que resulta de un agregado de tribus (que a


su vez son agregados de curias, que se resuelven en gentes o clases) y la tri­
bu germánica.
Un rasgo de suma importancia resulta del hecho de que los segmen­
tos más simples que están subsumidos en unidades mayores pueden que­
dar en mayor o menor grado absorbidos en el conjunto de la nueva
totalidad. Es decir, puede ser que algunos segmentos conserven cierta vida
local o que sean absorbidos en la vida general. A esta capacidad de unir­
se o de compenetrarse de los distintos segmentos, Durkheim la llama coa-
lescencia-haciendo alusión a la mayor o menor capacidad de estos segmentos
para unirse o fundirse. El mayor o m enor grado de coalescencia tendrá,
entonces, también, un impacto significativo sobre las características del tipo.
Como se ha indicado ya, la rama de la sociología que debería encar­
garse de desarrollar este campo es la morfología social. Durkheim, sin
embargo, no fue mucho más allá de lo que se ha mencionado en su des­
envolvimiento, pues su propósito era simplemente señalar su importan­
cia y ofrecer algunas pistas acerca de cómo podría organizarse y desarrollarse
el trabajo en su interior.

M edio social interno y cam bio social

Nuevamente con la ayuda de la biología, Durkheim construye el con­


cepto de medio social interno, al que define de la siguiente manera: “el con­
junto determinado que a través de su reunión forman los elementos de
toda índole que entran en la composición de una sociedad” (RMS:90).
Distingue entre ellos a las cosas y a las personas. Los primeros, represen­
tados por los objetos materiales que están incorporados a la sociedad, pero
también por las materializaciones de actividades sociales anteriores, como
el derecho, las costumbres y las obras artísticas, entre otros. De las perso­
nas dice que constituyen el “factor activo” de la sociedad y su “fuerza
m otriz”.
Preocupado por dilucidar qué determina el curso de acción de los
fenómenos sociales, establece taxativamente que “ el origen primero de todo
proceso social deberá ser buscado en la constitución del medio social interno ”
(RMS:90). Es decir, que el dinamismo de las sociedades depende de dicho
medio interno. En éste, propone prestarle especial atención a lo que lla­
ma densidad dinámica, a la que define como el grado de estrechamiento en
que se encuentran las unidades que componen la sociedad. No se trata cen­
tralmente de una estrechez (o ligazón) en el plano económico o comer­
cial, sino del “estrechamiento moral del que el precedente sólo es auxiliar

138
VI PR O BLEM A S, C O N C E P T O S Y D IN Á M IC A S

y, bastante en general, la consecuencia” (RMS:91). Vale decir que la den­


sidad dinámica alude al nivel de cohesión ética que presentan las unida­
des que constituyen la sociedad (cabe destacar que aquí Durkheim
introduce nuevamente la significación del elemento moral en la consti­
tución de sociedad, que ya ha sido mencionado anteriormente). Esta cohe­
sión (o estrechamiento) representa el grado en que se ha borrado las
diferencias entre los distintos segmentos y, por el contrario, se desenvuel­
ve una vida en común poco o nada afectada por la realidad segmentaria
previa. A mayor estrechez, más vida en común y mayor dinamismo social.
Y viceversa: a m enor estrechez, menor vida en común y menor dinamis­
mo social del colectivo.
Durkheim distingue también una densidad material, en la que incluye
la cantidad de habitantes por unidad de superficie, las vías de comunica­
ción y, en general, lo que hoy llamaríamos la infraestructura física de una
sociedad. Cree que ambos tipos de densidad están relacionados y tiende
a pensar que la material puede funcionar como un buen indicador de la
dinámica. Pero reconoce excepciones y alerta sobre ello: señala que la den­
sidad material de Gran Bretaña es superior a la de Francia, pero sin embar­
go, la densidad dinámica de ésta es mayor que la de aquélla, porque el grado
de coalescencia de los segmentos que la integran es mayor.
La noción de medio interno es muy importante porque es en su inte­
rior donde se deben encontrar las relaciones causales que explican el des­
envolvimiento de una sociedad. En sus propias palabras: “Esta concepción
del medio social como factor determinante de la evolución colectiva es
de la mayor importancia, ya que si se la rechaza, la sociología se encuen­
tra en la imposibilidad de establecer ninguna relación causal” (RMS:92).
Durkheim no teoriza abiertamente el cambio social, no existe un acá­
pite específico en su obra en el que se dedique a ello. Sin embargo, hay
una serie de referencias que pueden ser mencionadas para bosquejar sus
ideas al respecto. En primer lugar, debe recordarse lo ya mencionado a pro­
pósito de la construcción de los tipos sociales: habría un proceso de aso­
ciación y combinación de segmentos y/o sociedades más simples que
conduciría a la constitución de sociedades comparativamente más com­
plejas que las anteriores. Obviamente, en esa formulación se está postu­
lando una idea sobre el cambio social. Hay un modo de ir desenvolviéndose
las sociedades, mediante la asociación y la combinación de sus partes cons­
titutivas, que conduce hacia formas más complejas.
En segundo lugar puede mencionarse que Durkheim parece tener una
concepción evolucionista del cambio social, que sería en alguna medida
coherente con la idea de progreso acuñada por la Ilustración. En la cita
textual inmediatamente precedente se encuentra formulada de manera

139
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

explícita esta noción: el “medio social como factor determinante de la evo­


lución [énfasis mío, E.L.] colectiva”, dice.
En tercer lugar, y directamente vinculado a lo anterior, las transfor­
maciones en el medio interno, en cualquiera de sus dimensiones, condu­
cen a cambios en la sociedad. En este sentido, Durkheim afirma: “los
cambios que se producen en él —el medio interno, E.L.—cualesquiera sean
sus causas, repercuten en todas las direcciones del organismo social y no
pueden dejar de afectar en mayor o menor medida a todas sus funciones”
(RMS:92). El medio social interno es la sede de la causalidad y del cam­
bio. Reconoce que hay influencias que vienen del pasado. Pero no nece­
sariamente imponen un sello definitivo al presente. Si así fuera, cada
sociedad no sería más que una mera prolongación de la que la precedió.
Com o él dice, “los acontecimientos actuales de la vida social no deriva­
rían del estado actual de la sociedad sino de acontecimientos anteriores...
y las explicaciones sociológicas consistirían exclusivamente en relacionar
el pasado con el presente” (RMS:93). Y no es así. Por lo menos no ente­
ramente así. Esto porque entre el pasado (y sus influencias) y lo actual se
interpone el medio social interno que coloca condiciones concomitante (así
las llama Durkheim) capaces de producir “cierta diversidad” (RMS:94),
que incide también sobre el modo de ser de las sociedades. Es decir, capa­
ces de producir algo distinto o novedoso, respecto de lo que viene del pasa­
do. A su juicio, estas condiciones concomitantes resultan de las
características y peculiaridades de cada medio social interno.
Finalmente, Durkheim introduce —a propósito de esta discusión—una
problemática sumamente interesante. Señala que los progresos de todo tipo
realizados en cualquier momento histórico, jurídicos, económicos, polí­
ticos, etc. abren posibilidades de nuevos progresos pero -se pregunta- ¿los
predeterminan?. “Son un punto de partida -dice- que permite ir más allá;
pero ¿qué es lo que nos incita a ir más allá?” (RMS:93). A modo de res­
puesta, arriesga la posibilidad de la existencia de una tendencia interna que
impulsa a la humanidad a superar los resultados adquiridos, una especie
de fuerza motriz que impele a los hombres hacia adelante, en busca de su
realización y/o de su felicidad.
La idea queda simplemente esbozada y no puede decirse que nues­
tro autor se comprometa firmemente con ella. Admitiéndola simplemen­
te por vía de hipótesis formula una aclaración y una advertencia. Sostiene
que no podría proponerse una imputación causal, puesto que esto sólo es
posible entre dos hechos dados. La mencionada fuerza motriz no es un
hecho dado sino una mera postulación. A lo sumo podremos decir —seña­
la—“como han sucedido las cosas hasta ahora, no en qué orden se darán
en lo sucesivo, porque la causa de la que se presume que dependen no está

140
VI. PROBLEMAS, CONCEPTOS Y DINÁMICAS

científicamente determinada ni es determinable” (RMS:93). Esta es, en


síntesis, la aclaración. La advertencia, por su parte, consiste en negarle enti­
dad a la previsión ordinariamente admitida que consiste en suponer que
las cosas seguirán un rumbo evolutivo en el mismo sentido que traen el
pasado. Científico al fin, cultor de la regla sociológica que enseña a des­
confiar de los prejuicios y de las prenociones (regla que él mismo consig­
no en su trabajo sobre metodología sociológica), escribe: “Nada nos
asegura que los hechos realizados expresan bastante completamente la natu­
raleza de esta tendencia, como para poder prejuzgar el término al que aspi­
ra después de aquellos por los que ha pasado sucesivamente. ¿Por qué
suponer que la dirección que sigue y que imprime sería rectilínea?”
(RMS:93).
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

Weber

L a acción social

De entre las regularidades observables en el plano de lo real que a


Weber le parecen significativas en el sentido de “merecedoras de ser cono ­
cidas”, por lo tanto motivo de recorte y de teorización tipológica, la más
importante es la acción social, al punto que la convierte en el objeto cen­
tral de la Sociología, como ya se ha mencionado. En lo que sigue nos ocu­
paremos de ella de una manera un poco más pormenorizada.
En la Capítulo IV se ha efectuado ya una presentación de lo que es
acción y de lo que es acción social para Weber. Conviene ahora repasar esos
conceptos para desarrollarlos un poco más extensamente. Acción es, para
Weber, toda conducta a la que el/los actor/es enlaza/n un sentido subje­
tivo, por ejemplo, pescar por diversión. Mientras que acción social es una
acción cuyo sentido está referido a la conducta de otros, orientándose por
ésta en su desarrollo, por ejemplo, pescar para vender: aquí el sentido de
la acción está ligado al comportamiento de otros, de quienes se espera estén
interesados en comprar lo que se ha pescado.
El sentido, a su vez, puede ser entendido de dos maneras según sea
la clase de sujeto que se tome en consideración. Manera a): puede estar
referido (dicho sentido) a un sujeto existente, históricamente dado, o a
uno construido como promedio (o de forma aproximada) a una masa de
casos. Manera b): puede referirse a actores construidos de modo típico
ideal ubicados en un cuadro también definido por la misma vía. C on­
forme a la manera a) puede intentar caracterizarse, por ejemplo, el sen­
tido de la acción de un candidato a presidente en campaña electoral.
Asimismo, puede atribuírsele sentido, como promedio o de forma apro­
ximadamente común, al voto de quienes deciden votar por él. Confor­
me a la manera b) puede imaginarse de modo estrictamente típico-ideal
cuál es el sentido de la acción, por ejemplo, de los cuadros directivos de
empresas transnacionales que deben tomar ciertas decisiones, en el mar­
co de un sistema de económico también definido de manera típico-ide-

142
VI. PROBLEMAS, CONCEPTOS Y DINÁMICAS

al. Podría ser el caso de los directivos de grandes empresas en la época


de la globalización.
La acción, entonces, siempre es motivada, es decir, posee un sentido.
Weber define el motivo como “la conexión de sentido que para el actor o
el observador aparece como el 'fundamento’ significativo de una conduc­
ta” (ES: 10). (Nótese que aquí Weber introduce el punto de vista del obser­
vador, quien es, en rigor, alguien “externo” a la acción social, que atribuye
sentido a las acciones —sociales o no—que observa. Obviamente, un cien­
tífico social -u n sociólogo, economista o lo que fuere- se instala en el pun­
to de vista del observador).
Ahora bien, además de alguien que actúa, están las acciones de los otros
a las que, en el caso de la acción social, se enlaza el sentido de la acción de
quien actúa en ese marco. Esas acciones -dice W eber- pueden ser pasa­
das, presentes o esperadas como futuras; en tanto que dichos otros pue­
den ser individualizados y conocidos o constituir una pluralidad de
individuos desconocidos.78 En este último caso y especialmente con refe­
rencia a acciones esperadas como futuras -es decir, acciones que todavía
no ocurrieron- el actor construye categorías típico ideales de acuerdo a
lo que “cabe esperar” respecto de terceros que, por desconocidos, tam­
bién están típicamente construidos. Es el caso de los “otros” que constru­
ye idealmente un pescador profesional que elige, por ejemplo, intentar
extraer pejerreyes en el entendido de que obtendrá para ellos una buena
demanda y un buen precio: imagina clientes interesados.
Weber distingue 4 tipos de acción social. Según sus propias palabras:
“La acción social, como toda acción, puede ser: 1) racional con arreglo afines:
determinada por expectativas en el comportamiento tanto de objetos del
mundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas expectativas
como ‘condiciones’ o ‘medios’ para el logro de fines propios racionalmen­
te sopesados y perseguidos. 2) racional con arreglo a valores: determinada por
la creencia consciente en el valor —ético, estético, religioso o de cualquier
otra forma como se lo interprete—propio y absoluto de una determina­
da conducta, sin relación alguna con el resultado, o sea puramente en méri-

7RW eber com ienza el punto que denom ina “C on cep to de la acción social” , en el capítulo I de
su libro Economía y Sociedad, de la siguiente m anera: “ La acción social (incluyendo tolerancia u o m i­
sión) se orienta p or las acciones otros, las cuales pueden ser pasadas, presentes o esperadas com o futu­
ras (venganza p or previos ataques, réplica a ataques presentes, m edidas de defensa frente a ataques
futuros). Los “otros” pueden ser individualizados y conocidos o una pluralidad de individuos inde­
term inados y com pletam ente desconocidos (el “dinero ” , p or ejem plo, significa un bien -d e cam b io -
que el agente adm ite en el tráfico porque su acción está orientada p or la expectativa de que otros
m uchos, ahora indeterm inados y desconocidos, estarán dispuestos a aceptarlo tam bién, p or su par­
te, en un cam bio futuro” . Véase ES: 18.

143
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

tos de ese valor. 3) afectiva: especialmente emotiva, determinada por afec­


tos y estados sentimentales actuales, y 4) tradicional: determinada por una
costumbre arraigada” (ES:20).
Antes de examinar cada una de aquellas, conviene detenerse sobre el
señalamiento inicial de la frase consignada inmediatamente más arriba: “la
acción social, como toda acción...”, ¿qué significa esto?
Como se ha mencionado ya, la acción social se orienta por las accio­
nes de los otros. Por eso es social y no acción a secas; tiene al accionar de
los otros como referencia. Pero tiene, también, un fundamento motiva-
cional, es decir, un sentido para el actor. Pescar por diversión y pescar para
vender tienen ambos un sentido para el actor. Desde este último punto
de vista, vale decir, mirando desde el fundamento que da forma al senti­
do, acción y acción social son lo mismo. Weber lo dice claramente, como
se acaba de ver. Lo que las diferencia es la referencia (o no) al accionar de
terceros.
Ahora sí, retornemos a la tipología de la acción social. Weber reco­
noce que rara vez la acción social concreta, desarrollada por actores de car­
ne y hueso, está fundada exclusivamente en alguno de estos tipos. Pero
confía en que resulten útiles para ordenar el flujo caótico de los aconte­
cimientos y para organizar una aproximación sistemática que favorezca su
estudio.
Su tetralogía tipológica está encabezada por la acción racional con arre­
glo afines. Como bien señala Saint-Pierre, en este caso el actor fundamen­
ta su acción en la evaluación racional de fines, medios y consecuencias que
se implican en aquélla. Para lograr la correcta adecuación de todos los ele­
mentos involucrados en la acción, el actor tendrá que ponderar racional­
mente los medios con los fines, los fines con las consecuencias implicadas
y los diferentes fines posibles entre sí.79 Por otra parte, la elección de uno
entre varios fines posibles y las consecuencias inevitables de priorizar uno
y postergar otros puede estar fundada en valores. En tal caso, dice Weber,
“la acción es racional con arreglo a fines sólo en los medios” (ES:21).
La acción racional con arreglo a valores presenta una elaboración de los obje­
tivos últimos y un consecuente planeamiento de la acción tendiente al logro
de los mismos. Tiene, sin embargo de peculiar, el hecho de que el senti­
do de la acción —los motivos—no está en los fines sino fuera de ellos. En
esta clase de acción, el actor se desempeña conforme a sus convicciones,
sin considerar las consecuencias en términos de fines que se pudieran seguir
de su accionar.80 Sería el comportamiento de un actor que privilegia en
79Véase H . Saint-Pierre: op cit, pág. 116.
80Véase H . Saint-Pierre: op. cit., pág. 116.

144
VI PR O BLEM A S, C O N C E P T O S Y D IN Á M IC A S

cualquier circunstancia la honradez y que puede, en alguna circunstancia,


actuar en contra de lo que sería su interés inmediato.
La acción tradicional se encuentra en la frontera con el simple hábito
y queda, a veces, fuera del ámbito de lo que Weber denomina “acción con
sentido”, strictu sensu. Por lo mismo, estaría en el límite de lo que el soció­
logo alemán ha definido como acción social. Incluye las costumbres y los
hábitos; pero desde el punto de vista sociológico importan especialmen­
te los comportamientos y/o actitudes arraigadas, esto es, formas de hacer
cuya motivación original quizá se ha desvanecido o extraviado y su fun­
damento de sentido presente se halla en que “siempre ha sido así”.
La acción afectiva, finalmente, está también en el límite de la “acción
con sentido” y muchas veces queda fuera de éste. Es típica de las situa­
ciones amorosas (relaciones de pareja o entre padres e hijos), pero invo­
lucra también maneras de actuar motivadas por el despecho, la búsqueda
de revancha o los deseos de venganza, entre otras.
La acción social es la piedra fundamental de la teorización tipológi­
ca de Weber. Es un concepto base que se desdobla de diversas maneras y
se despliega en diversas direcciones.
Un primer desdoblamiento sumamente importante, es el que alcan­
za en el tipo denominado por Weber relación social. Entiende por ésta “una
conducta plural —de varios- que por el sentido que encierra, se presenta
como recíprocamente referida, orientándose por esa reciprocidad. La rela­
ción social consiste, pues, plena y exclusivamente, en la probabilidad de que
se actuará socialmente en una forma (con sentido) indicable; siendo indi­
ferente, por ahora, aquello en que la probabilidad descansa” (ES:21). Es
decir, es una forma de la acción social, pero específica: alude a una con­
ducta de varios -o sea, queda descartada la posibilidad de considerar accio­
nes individuales—que se toman recíprocamente en referencia. Esta última
es la clave del concepto. Un mínimo de reciprocidad debe estar siempre
presente para hablar de relación social: aún la mínima bilateralidad que­
da contenida en el concepto. El contenido de la acción puede ser diver­
so: amor, amistad, conflicto, piedad, interés mercantil, o lo que sea. Lo
importante es que haya referencia recíproca.
El “Canto Primero” de La litada se expone la siguiente discusión entre
Aquiles y Agamenón, que aquí se reproduce fragmentariamente:
(Aquiles): “Jamás ha igualado al tuyo mi botín, después de saquear las
ciudades y eso que sobre mí recaía el cometido más peligroso y el más arduo.
Siempre es mayor tu recompensa después del reparto. Así, me vuelvo á Ptía
con mis naves porque no pretenderás que me quede aquí sin esperar ningún
provecho, sólo por ganar para ti, miserable, honores y riquezas.

145
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

Agamenón respondió:
—Vete... que yo no he de rogarte que por mí vayas a combatir: tengo jun­
to a mí muchos heroicos caudillos que se honrarán ayudándome a vengarme
de los troyanos y sobre todo, al providente Zeus. Te odio más que a ningu­
no de los reyes de mi ejército porque has incitado siempre a la discordia”.81
Quizá su lectura y reflexión ayude a comprender, en lo concernien­
te a la acción social y a las relaciones sociales las a veces —como se acaba
de ver inmediatamente más arriba—demasiado abstractas conceptualiza-
ciones weberianas.
El concepto típico-ideal de relación social se desdobla a su vez -com o
el de acción social—en diversas direcciones. Es el sustrato de los concep­
tos de orden y de validez, que a su vez concurren a especificar el concep­
to de legitimidad.Y es también el fundamento de los conceptos de sociedad,
de comunidad y de asociación.
En fin, como puede verse, retomando una temática anteriormente
expuesta, la teorización tipológica se despliega conforme a una sucesión
de conceptos abstractos que se encuentran relacionados entre sí.

Poder, dom inación y Estado

En el desarrollo de su articulada teoría tipológica, Weber le otorga un


lugar.destacado a las cuestiones del poder y la dominación, lo que lleva
implícito que dichos fenómenos, considerados en el plano de lo real, le
han parecido “merecedores de ser conocidos”. Define al poder como “la
probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social,
aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa pro­
babilidad”; y a la dominación como “la probabilidad de encontrar obedien­
cia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”. Como
puede apreciarse, nos encontramos siempre en el terreno de la acción social
y bajo la égida de clases de acción social del tipo relación social: en el caso
del poder, Weber lo menciona explícitamente; en el de la dominación es
obvio que si hay un mandato y ocurre una obediencia hay comportamien­
tos recíprocamente referidos.
Inmediatamente después de anotar esas definiciones Weber escribe: “El
concepto de poder es sociológicamente amorfo” (ES:43). De donde se des­
prende que entiende que, a los efectos de la sociología, el análisis del poder
,sl H om ero: op. cit., E ditorial Edaf, M adrid, 1988, pág. 27-28.

146
V i. PR O BLEM A S, C O N C E P T O S Y D IN A M IC A S

es menos relevante que el de la dominación. A su modo de ver, la del poder


es una dimensión escasa en relieves y matices, sensiblemente menos rica
que la de la dominación. Esta, en cambio, como tiende siempre a conte­
ner “un mínimo de voluntad de obediencia, o sea, un interés en obede­
cer”, le parece una problemática mucho más significativa (en eso,
justamente, radicaría una de las claves de la relevancia sociológica de aqué­
lla).
Este mínimo de voluntad de obediencia remite a la problemática de
la legitimidad, que está en el centro de la cuestión de la dominación. Weber
no pierde de vista que la obediencia puede ser el resultado de diversos moti­
vos: interés económico, costumbre, conveniencias de diverso origen, etc.
Pero tampoco se le escapa que un grado de conformidad está regularmen­
te presente en las relaciones de dominio. Según sus propias palabras: “De
acuerdo con la experiencia, ninguna dominación se contenta voluntaria­
mente con tener como probabilidades de su persistencia motivos puramen­
te materiales... Antes bien, todas procuran despertar y fomentar la creencia
en su legitimidad” (ES:170). ¿Qué significa “creencia en la legitimidad”?
Que los actores concernidos aceptan ciertas disposiciones o cierto esta­
do de cosas. Es decir, aceptan un orden y lo reconocen como válido. En
las propias palabras de Weber: “ ...llamamos: a) orden cuando la acción se
orienta (por término medio aproximadamente) por “máximas” que pue­
den ser señaladas. Y sólo hablaremos b) de una validez de este orden cuan­
do la orientación de hecho por aquellas máximas tiene lugar porque en
algún grado significativo (es decir, en un grado que pese prácticamente)
aparecen válidas para la acción, es decir, como obligatorias o como mode ­
los de conducta” (ES:25). O sea, que la legitimidad está referida a cierta
constelación normativa (“máximas) y ocurre cuando dicha constelación
es aceptada y elevada a la posición de obligatoria y/o ejemplar.
Según Weber, pueden distinguirse tres tipos puros de dominación legí­
tima, tomando en consideración el fundamento de su legitimidad. Según
sus propias palabras: “Existen tres tipos puros de dominación legítima. El
fundamento primario de su legitimidad puede ser:
1. De carácter racional: que descansa en la creencia en la legalidad de
ordenaciones estatuidas y de los derechos de mando de los llama­
dos por esas ordenaciones a ejercer autoridad (autoridad legal).
2. De carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana en la
santidad de las tradiciones que rigieron desde tiempos lejanos y en
la legitimidad de los señalados por esa tradición para ejercer la auto­
ridad (autoridad tradicional).
3. De carácter carismático: que “descansa en la entrega extracotidiana
a la santidad, heroísmo o ejemplaridad de una persona y a las orde­

147
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

naciones por ella creadas o reveladas (llamada autoridad carismáti-


ca)” (ES: 172).
En el caso de la dominación racional, rige un orden impersonal cuyas
normas están legalmente estatuidas. En el límite, podría decirse que se obe­
dece a las normas y no a las personas. Al revés, en el caso de la domina­
ción tradicional se obedece a la persona llamada por la tradición a ejercer
el mando. En el caso de la dominación carismática se obedece al caudillo,
en el cual se confía en mérito de la fe, la revelación la heroicidad o la ejern-
plaridad que se le atribuye. Weber señala que en su forma genuina la domi­
nación carismática es de naturaleza específicamente extraordinaria y fuera
de lo cotidiano, y encarna en un haz de relaciones sociales rigurosamen­
te personales —es decir de cada quien con el caudillo- que se convalidan
por la santidad o ejemplaridad de las cualidades personales de aquél, es
decir, por el reconocimiento que de su gracia -sea cual fuere el fundamen­
to de ésta- hacen sus seguidores, y complementariamente por la corro­
boración. Esta es una forma compleja de dominación a la que Weber le
dedica especial atención.
Normalmente entre el mandante y los que obedecen se interpone un
cuadro administrativo, que obviamente está al servicio del mandatario. Los
diversos tipos de dominación tienden a poseer un cuadro administrativo
determinado. La dominación racional se vale de un aparato burocrático, com­
puesto por funcionarios individuales que: a) son personas libres que se
deben exclusivamente a su cargo; b) están organizados en base a una jerar­
quía administrativa rigurosa; c) poseen competencias rigurosamente esta­
blecidas; d) se rigen por un contrato (en un sentido amplio) preciso,
conforme al cual reciben una retribución en dinero; e) ejercen el cargo
como su única o principal profesión; f) tienen ante sí la posibilidad de hacer
una carrera; g) se desempeñan estableciendo una separación clara entre los
medios administrativos a su disposición, y sus respectivos patrimonios per­
sonales; y h) están sometidos a vigilancia administrativa.
La dominación tradicional puede, según Weber, desarrollarse con o
sin cuadro administrativo. En caso de que sí exista cuadro administrativo,
el mismo puede estar reclutado de modo tradicional o por la vía de un
reclutamiento extrapatrimonial. En el primer caso, por parentesco (lina­
je), pertenencia al funcionariado doméstico, esclavitud, etc. En el segun­
do, por relaciones personales de confianza (favoritos) o por pacto de
fidelidad (vasallaje), entre las formas más importantes.
La dominación carismática presenta un cuadro administrativo erráti­
co o de forma imprecisa. El profeta reconoce discípulos, el señor de la gue­
rra posee lugartenientes, y el jefe en general suele tener un séquito, etc.

148
V I. P R O B L E M A S , C O N C E P T O S Y D IN Á M IC A S

No hay allí ni jerarquía, ni carrera, ni competencia alguna. Tampoco regla­


mento ni preceptos jurídicos abstractos. El profeta, el caudillo o el jefe cre­
an o exigen nuevos mandamientos por la vía que distingue al carisma: la
fuerza de la revelación, la fe o la inspiración. Weber sostiene que la domi­
nación carismática es “específicamente irracional en el sentido de su extra-
ñeza a toda regla” (ES:194). Y que es la gran fuerza revolucionaria de las
épocas dominadas por la tradición.
En el plano de lo real, toda relación social en la que se constata la pre­
sencia de un jefe o de un soberano implica una situación de dominación.
El tipo ideal construido en el plano conceptual debe hacerse cargo de esa
diversidad. Debido a ello el concepto de dominación posee una versati­
lidad que permite que sea aplicada a muchas clases diferentes de situacio­
nes. Weber reconoce que es posible encontrar relaciones de dominio en
diversos ámbitos: la escuela, la familia, el ejército, los partidos políticos,
el gobierno y la moderna empresa capitalista, entre otros. Su interés per­
sonal se orientó especialmente hacia el campo de la política en general.
Una regularidad empírica a la que Weber le prestó especial atención
y convirtió en objeto “merecedor de ser conocido”, es el Estado, cuya deli­
mitación conceptual elaboró dentro de los límites establecidos por los tipos
“acción social”, “relación social” y “asociación”. En Economía y Sociedad
ofrece una primer definición -ya citada en este texto—en la que se desta­
can los rasgos de territorialidad y coacción. Dice: “el Estado es aquella
comunidad humana que en el interior de un determinado territorio —el
concepto de territorio es 'esencial’ a la definición- reclama para sí (con éxi­
to) el monopolio de la coaccción física legítima” (ES.1Ü56). Aquí Weber
destaca la cuestión de la coacción: la asociación política que se denomina
Estado desempeña una serie muy diversa de actividades, al punto de que
es difícil mencionar alguna tarea que no haya tomado alguna vez en sus
manos. Sin embargo, hay un medio específico que le es privativo: el ejer­
cicio de la coacción física. Destaca que si bien hay otras asociaciones a las
que se les concede el uso de la coacción física (por ejemplo, la familia), esto
resulta de una delegación o autorización que el propio Estado efectúa. “Este
se considera, pues, como fuente única del “derecho” de coacción”, afir­
ma (ES: 1056). Ahora bien, unos renglones más abajo ofrece una segunda
definición: “El Estado —dice—lo mismo que las demás asociaciones polí­
ticas que lo han precedido, es una relación de dominio de hombres sobre
hombres basada en el medio de la coacción legítima (es decir, considera­
da legítima)” (ES: 1057). Esta segunda versión está conceptualmente más
elaborada, más en línea con sus construcciones tipológicas previas. Y acen­
túa la cuestión de la legitimidad: es obvio pues lo menciona explícitamen­
te. Pero, además, se preocupa por especificar sobre qué se monta dicha

149
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

legitimidad. Explícita que es una asociación que involucra una relación de


dominio, esto es, una forma particular de dominación. Vale la pena desta­
car que el concepto de asociación implica el de orden, por lo cual se da por
sentada la existencia de una estructura normativa (o de “máximas”) que ha
sido consentida por los partícipes en la misma. Es decir, una vez más, hay
una legitimidad que se deriva de ese consentimiento.82
Weber cree que en Occidente se desarrolló de manera exclusiva una
forma de Estado que denomina “Estado racional”. Este resulta de la con­
junción del derecho racional y la burocracia profesional. E] primero se fun ­
da, a su juicio, en principios jurídicos formales. Y da como resultado un
cosmos legal abstracto y universal, que carece de lagunas y/o discrecio-
nalidades. La burocracia profesional, por su parte, deriva de la afirmación
de formas racionales de dominación que, como se ha visto mas arriba, se
acompañan de un cuadro administrativo típico: la burocracia administra­
tiva, dos de cuyos rasgos salientes son, precisamente, la profesionalidad dt
su gestión y la especialización.
Según Weber, existen lazos estrechos entre el desarrollo del Estado
moderno (racional) y el desarrollo del capitalismo. Este, para garantizar su
desenvolvimiento precisa “una justicia y una administración cuyo funcio­
namiento pueda calcularse racionalmente, por lo menos en principio, por
normas fijas generales con tanta exactitud como puede calcularse el ren­
dimiento probable de una máquina” (ES: 1062). Pues como es sabido, la
empresa capitalista moderna descansa sobre el cálculo, es decir, sobre la bús­
queda de un beneficio en función del cual se sopesan riesgos y oportu­
nidades, inversiones, costos y lucros.
El Estado racional, en tanto asociación de dominio, ofrece un orden,
cuyo fundamento es el derecho racional. Ofrece garantías sobre las reglas
de juego imperantes y, por tanto, permite una calculabilidad que resulta
preciosa para la gestión empresarial capitalista.

R acionalidad y racionalización

El concepto de racionalidad -con sus variaciones: racional/raciona­


lización—es uno de los menos determinados de la teorización weberia-
na. Esta imprecisión, rara en un autor celosamente atento a no dejar ni

H2 “ Por asociación (Verband) debe entenderse una relación social con una regulación lim itadora
hacia afuera cuando el m antenim iento de su órden está garantizado por la conducta de d eterm ina­
dos hom bres destinada en especial a ese propósito: un dirigente y, eventualm ente, un cuadro adminis­
trativo que, llegado el caso, tienen tam bién de m odo norm al el poder representativo” (ES:39).

150
VI. PROBLEMAS, CONCEPTOS Y DINÁMICAS

cabos sueltos ni vaguedades, puede ser no obstante abordada conforme a


un ordenamiento que facilite su comprensión. Aquí se propone distinguir,
por un lado, su uso en el plano típico-ideal es decir, su utilización en el
plano estrictamente conceptual. Y, por otro, la postulación sustantiva que
realiza este gran sociólogo alemán. En el terreno típico-ideal, la noción
de racionalidad participa de la especificación de los distintos tipos de acción
social, como se ha visto precedentemente. Se vincula, en consecuencia,
a la problemática madre de la sociología (la acción social, según se ha mos­
trado más arriba) y en tanto está ubicada en el antedicho terreno típico-
ideal, le cabe sobre todo un papel heurístico. En la acción racional con arreglo
a fines , la racionalidad consiste en la capacidad de adecuar medios, fines y
consecuencias de la acción. En sopesar adecuadamente todos estos com­
ponentes. En la acción racional con arreglo a valores, la racionalidad consiste
en orientar la conducta conforme a los dictados de un marco axiológico,
en base al cual se seleccionan tanto los fines como los medios. Esto sig­
nifica que dicho marco axiológico impone límites a las posibilidades de
elegir o seleccionar, y que el actor está dispuesto a asumir las consecuen­
cias de su modo de actuación valorativamente fundado.
Siempre en el plano típico-ideal, Weber también encara el análisis de
dos formas de acción social en el plano ecónomico. Surgen de allí dos
modalidades de la racionalidad, que son probablemente las más recono­
cidas de su teorización. “Llamamos racionalidadformal —escribe—de una ges­
tión económica al grado de cálculo que le es técnicamente posible y que
aplica realmente. Al contrario, llamamos racionalmente material al grado en
que el abastecimiento de bienes dentro de un grupo de hombres (cuales­
quiera que sean sus límites) tenga lugar por medio de una acción social
de carácter económico orientada por determinados postulados de valor (cua­
lesquiera que sea su clase), de suerte que aquella acción fue contemplada, lo
será o puede serlo, desde la perspectiva de tales postulados de valor. Estos
son extremos diversos” (ES:64). La formulación es farragosa pero, en el fon­
do, relativamente sencilla. La racionalidad formal tiene su centro en el
número y, especialmente, en el cálculo. Mientras que la material lo tiene
en exigencias éticas que moldean la acción, sean estas políticas, axiológi-
cas, hedonistas, utilitaristas o de cualquier otra clase.
Si bien se mira, entre los dos juegos de tipos ideales que se acaba de
presentar coincide con las dos formas de la acción racional. La gestión eco­
nómica en base a la racionalidad formal, es, en rigor, acción racional con
arreglo a fines, desarrollada en el plano económico. Mientras que gestión
económica en base a racionalidad material es acción racional con arreglo
a valores. Como toda construcción típico-ideal, las apuntadas solo preten­
den ser caminos de acceso hacia la realidad histórica, y no principios de
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

explicación de algo. Es por eso que se sostiene que poseen, exclusivamen­


te, un carácter heurístico.
Weber ofrece también una postulación sustantiva acerca del modo en
que percibe que la racionalidad se fue (y va) abriendo camino en Occi­
dente. Frecuentemente denomina a esta tendencia proceso de racionali­
zación o, simplemente, racionalización. En el comienzo de La Etica
Protestante y el Espíritu del Capitalismo se pregunta: “¿que serie de circuns­
tancias han determinado que precisamente sólo en Occidente hayan naci­
do ciertos fenómenos culturales, que (al menos, tal como solemos
representárnoslos) parecen marcar una dirección evolutiva de universal
alcance y validez?” (EP:5). Claramente se refiere acá a un proceso que se
da en el plano de lo real, lo que constituye una poco frecuente referen­
cia sustantiva.
Como un ethos que permea todo el desenvolvimiento histórico d<
Occidente, la racionalización se va abriendo camino en diversos campos.
Weber enumera: sólo en Occidente hay ciencia, en el sentido de utiliza­
ción de abstracciones, de fundamentación matemática, demostración con­
sistente y, también, preocupación por la corroboración empírica. Sólo en
Occidente hay derecho racional (en el sentido ya apuntado de cosmos abs­
tracto pero formalizado, de validez universal, lo que excluye lagunas y dis-
crecionalidades) y teoría del Estado fundada en conceptos racionales. En
el campo artístico, sólo en Occidente hay música basada en la armonía y
el contrapunto (en los que ve manifestaciones del mencionado ethos racio­
nal) y pentagrama (lo que hace posible la composición y la perduración
de las obras en el tiempo). Sólo en Occidente hay universidades, carac­
terizadas por el cultivo sistemático de disciplinas científicas y la formación
de especialistas, y Estado como organización política regida por una cons­
titución, un derecho racional y una administración por funcionarios espe­
cializados. Finalmente, sólo en Occidente hay capitalismo en el sentido
moderno de la expresión: como sistema económico movido por el lucro,
cuyo más distintivo rasgo es, empero, la organización racional del traba­
jo formalmente libre.
El listado precedente no es exhaustivo -en diversos textos Weber se
ha ocupado de éstas y de otras manifestaciones de la racionalización (espe­
cialmente sorprendente y erudito es el capítulo final de Economía y Socie­
dad, denominado “Los fundamentos racionales y sociológicos de la
música”)—pero permite atisbar hacia dónde apunta nuestro autor.
Es conveniente recalcar que Weber no le otorga al proceso de racio­
nalización un sentido inmanente. No lo concibe como una lógica inte­
rior dadora de sentido histórico. No hay en la percepción del fenómeno
ni una gota de filosofía de la historia. Sólo ve en él, en cambio, historia,

152
v i PR O BLEM A S, C O N G R IO S Y D IN Á M IC A S

resultado histórico. Hay una historia que se da de una manera y produce


un determinado resultado. Es un proceso complejo que se nutre de varia­
dísimas fuentes y que incluso admitiría una porción de azar. Como bien
señala Enrique Gavilán es su estudio introductorio a Sociología de la Reli­
gión: “Sin el derecho romano, sin el monaquisino medieval, sm las ciu­
dades europeas, sin ei protestantismo ascético, etc., la aparición de este tipo
de racionalidad no habría sido posible”.83
Una de las cuestiones asociadas al proceso de racionalización en cur­
so en Occidente, lo preocupaba especialmente: el de la burocratización.
“El futuro es de la burocratización...”, escribía en Economía y Sociedad
(ES: 1072). Le temía particularmente al futuro uniformizado y en cierta
medida autoritario que podía llegar a derivarse del avance de la burocra­
tización en diversos campos, especialmente el estatal. Avizoraba la som­
bría posibilidad de que el porvenir acarreara una sujeción de los hombres
a la maquinaria de los especialismos, los saberes profesionales y la distri­
bución de competencias: le parecía poco deseable que esa maquinaria —a
la que no dejaba de reconocerle aptitud técnica- pudiera llegar a ocupar
un lugar preponderante en la toma de decisiones sobre los rumbos de los
asuntos humanos. “¿Cómo es posible en presencia de la prepotencia de
esa tendencia hacia la burocratización salvar todavía algún resto de liber­
tad de movimiento individual en algún sentido?”, se preguntaba. Y aña­
día: “¿Como puede darse alguna garantía, en presencia del carácter cada
día más imprescindible del funcionarismo estatal —y del poder creciente
del mismo que de ello resulta- de que existen fuerzas capaces de conte­
ner dentro de límites razonables, controlándola, la enorme prepotencia de
dicha capa, cuya importancia va aumentando de día en día?” (ES:1075).
En la parte final de Economía y Sociedad84 desmenuzó la problemática
articulación que se plantea, en los Estados modernos, entre dirección polí­
tica y burocracia. Prefería la primacía de la política, es decir, que se asu­
miera la responsabilidad política de las decisiones y no que éstas se
amparasen, falsamente, en la presunta sacrosantidad del saber. Cerraba, así,
el círculo que había abierto años atrás con sus reflexiones metodológicas:
una cosa es la ciencia y otra la política. Esta puede valerse de las herra­
mientas que le acerque la primera. Pero el conocimiento no puede ocu­
par el lugar que corresponde a los juicios de valor. Una cosa es conocer
y otra juzgar. En el límite, la ciencia no puede decirle a la política qué debe
elegir. Del mismo modo, la política no puede decirle a la ciencia qué y
cómo debe trabajar.
83 M . W eber: Sociología de la Religión, Istm o, M adrid, 1997, pág. 37.
S4Véase especialm ente el cap. IX, p un to 3.

153
Marx, Durkheim y Weber:
ciencia, política, religión
En lo que sigue se examinará el modo en que Marx, Durkheim y
Weber abordaron la cuestión de las relaciones entre la ciencia social y la
política. Respecto de la primera —la ciencia social—se han desarrollado ya
sus respectivos puntos de vista en el Capítulo V, de modo no es necesario
repetirlos ahora. Pero sí se analizará cómo conciben la política y cómo la
compleja relación entre una y otra.
Por otra parte, coincidentemente, en la fase final de sus vidas, tanto
Durkheim como Weber se preocuparon especialmente por el examen de
los fenómenos religiosos. Durkheim publicó, en 1912, Las Formas Elemen­
tales de la Vida Religiosa; mientras que Weber trabajó en su Sociología de la
Religión así como en La Etica Económica de las Religiones Universales. Ambos
proyectos quedaron truncos por su muerte, en distinto estado de elabo­
ración. Su viuda, Marianne Weber, incluyó como capítulo Sociología de la
Religión dentro de Economía y Sociedad (obra asimismo inconclusa, de edi­
ción postuma al cuidado también de aquella). El otro proyecto tuvo edi­
ciones dispersas hasta quedar reunida toda su producción respecto de
asuntos religiosos en Ensayos Completos sobre Sociología de la Religión .85
Ambos, sin embargo, mostraron con anterioridad su preocupación por
la temática. Durkheim le dedicó algo de espacio en La División del Trabajo
Social y regresó sobre el tema en artículos que publicó en diversas revistas
académicas previos a Las Formas Elementales. Por su parte Weber había escri­
to con bastante anterioridad su La Etica Protestante y el Espíritu del Capita­
lismo, que abrió un vasta polémica en los ambientes intelectuales alemanes.
De manera que no se puede decir que la preocupación de ambos en
torno de los fenómenos religiosas fuera nueva. Pero sí que ocupó un lugar
importante —central en Durkheim y de mucho interés en Weber—en la
fase final de sus respectivas vidas.
Marx, en cambio, le dedicó poca atención explícita a la temática religio­
sa. Hay apenas algunos desarrollos dispersos, en sus primeras obras especial­
mente, aunque -como se verá seguidamente- sus concepciones generales sobre
la sociedad y sobre la ideología indican un inequívoco modo de entenderla.
x5 Hay edición en español, hecha porT aurus, M adrid, 1992.

157
A P U N TE S DE S O C IO L O G ÍA

Como se ha visto más arriba, Marx postula una relación fuerte entre
ciencia y política, dicho esto en el sentido de que está convencido de que
el materialismo dialéctico -la ideología del proletariado- es la única vía para
producir verdadero saber y es, por tanto, la llave de la mtelegibilidad del
universo capitalista. Aquel materialismo dialéctico está llamado a guiar la
práctica política de la clase social que, por su ubicación en el sistema pro­
ductivo, deberá ser la encargada de encabezar la revolución anticapitalis­
ta: el proletariado. Este presenta una doble condición favorable al ejercicio
de tamaña responsabilidad: a fuerza de que le curtan el pellejo —como decía
M arx- en el proceso de la producción, es la única clase que como tal está
dispuesta a la constancia, a la lucha y al sacrificio; pero además, en tanto
que poseedor sólo de prole, el proletario pelea para generalizar su condi­
ción de desposeimiento al conjunto de la sociedad. Es, por lo tanto, el ger­
men de una nueva sociedad que deberá abolir la propiedad privada de los
medios de producción a los que convertirá en propiedad de todos, en pro­
piedad común (de aquí la expresión comunismo), generalizando enton­
ces la condición de no poseedores al conjunto de los miembros de la
sociedad. Otras certidumbres teóricas enlazan también a la ciencia y a la
política. Vale la pena mencionar al menos dos:
la historia muestra una incesante lucha de clases; la pugna entre bur­
gueses y proletarios se resolverá a favor de estos últimos y se retornará a
una sociedad sin clases, igualitaria, como lo era la comunidad primitiva
en el origen de los tiempos;
las leyes del M odo de Producción Capitalista -la reducción de la tasa
de beneficio de los capitalistas, la concentración de capital, el incremen­
to cuantitativo de la clase obrera, entre otros ineluctables procesos- con­
ducirán al derrumbe del capitalismo.
Conviene mencionar, asimismo, que la ciencia social burguesa que,
como se ha vista también más arriba, es un falso saber —o también ide­
ología en el sentido de ocultamiento de la realidad—está asimismo arti­
culada a la política, según la concepción marxista: colabora en la

158
VII. MARX, DURKHEIM Y WEBER: CIENCIA, POLÍTICA, RELIGIÓN

generación de condiciones que hacen aceptable y generalizable la domi­


nación burguesa.
Es obvio que para que haya revolución proletaria debe existir antes
alguna forma de dominación burguesa. Ahora bien, si la clase obrera que­
da enredada en los sargazos ideológicos burgueses pues esto es condición
para la dominación burguesa, ¿cómo hace para desprenderse de ellos, cómo
accede a su verdadera conciencia? Por otra parte, si las leyes que rigen el
Modo de Producción Capitalista conducen a su inevitable derrumbe, ¿no
habrá que quedarse quietos a la espera de que por la simple mecánica de
la economía ello ocurra? Estos sencillos interrogantes —a los que natural­
mente podrían agregarse otros- señalan las dificultades para pasar de la teo­
ría a la práctica, en el universo marxiano.
Marx no elaboró una teoría de la política. Abordó su análisis desde
diversos costados y aún desde la práctica, cuyo pico descollante se encuen­
tra en su participación en la organización y conducción de la Asociación
Internacional de Trabajadores.86 Pero no dejó un cuerpo articulado, cohe­
rente y unitario de ideas y conceptos. En 1845, en sus Tesis sobre Feuer-
bach, anotó —en la última de dichas tesis, la XII—su conocida sentencia:
“Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas
maneras, lo que importa es transformarlo”, que entraña una crítica casi
descalificadora y, simultáneamente, una convocatoria ala acción. En 1848
publicó, en coautoría con Engles, el Manifiesto Comunista, que es una obra
que rezuma política por los poros de una exposición algo esquemática, que
analiza algunos de los fundamentos de la dominación burguesa, memora
la lucha de clases como motor de la historia, y anuncia el fin de la socie­
dad capitalista. En 1850 apareció La Lucha de Clases en Francia y dos años
después E l 18 Brumario de Luis Bonaparte, destinados al análisis de la polí­
tica desde la óptica de la lucha de clases precisamente. Allí, con maestría,
se ve reflejada la acción de clases, fracciones y grupos. Probablemente de
aquí derive la noción de “interés de clase”, cuya filiación conceptual es
imprecisa, profusamente utilizada más tarde por sus seguidores, para arti­
cular posicionamiento social e interés económico con práctica política, a
nivel de actores políticos. Luego viene, como queda dicho, su actuación
en la Internacional, que lo coloca a las puertas -diríase que de narices-
frente a la cuestión de la organización y de la revolución. ¿Cómo se vehi-
culizan las energías obreras, cómo se trabaja sobre su conciencia, que for-
ma/s organizativa/s utilizar para encauzar la acción y la formación, el
partido, el sindicato?
8<’ En 1864, M arx participó en la organización de esta A sociación, de la que redactó sus estatu­
tos, participó en sus cuadros directivos y fue un p erm anente referente.

159
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

Marx dejó sin responder estas cuestiones y su experiencia práctica en


la Internacional no fue suficiente para señalar algún inequívoco camino.
Quedó para otros ia labor. Como se sabe, la forma partido ganó conside ­
rablemente espacio, y si bien la acción sindical mantuvo también su impor ­
tancia, el partido terminó resultando central para la organización y ¡a
conducción de la práctica revolucionaria de los obreros. Lenin fue uno de
sus principales conceptualizadores, mientras que tratada por Antonio
Gramsci, la cuestión alcanzó un refinamiento impar.
En materia de religión, Marx -com o se ha dicho ya en la breve pre­
sentación de este capítulo- no tuvo una producción notoria. N o es difí­
cil deducir de su concepto general de sociedad y de su concepción de la
ideología qué papel le asignaba. En un pasaje de una de sus primeras obras,
cuando aun no había terminado de elaborar su sistema de ideas, se encuen­
tra una de sus reflexiones más articuladas sobre la materia. Dice Marx: “El
hombre hace la religión, no la religión al hombre. La religión es en realidad
la conciencia y el sentimiento propio del hombre que, o bien no se ha
encontrado aún, o bien está ya perdido. Pero el hombre no es un ser abs­
tracto, exterior al mundo real. El hombre es el mundo del hombre, el Esta­
do, la sociedad. Este Estado, esta sociedad producen la religión, una
conciencia errónea del mundo- porque ellos mismos constituyen un mundo fal­
so. La religión es la teoría general de ese mundo, su compendio enciclo­
pédico, su lógica bajo una forma popular, su palabra de honor espiritual,
su entusiasmo, su sanción moral, su complemento solemne, su razón gene­
ral de consuelo y de justificación. Es la realización fantástica de la esencia huma­
na, porque la esencia humana no tiene una verdadera realidad. (...) Es el
opio de los pueblos”.87 La religión es conciencia errónea, es fantasía, es opio.
O sea, falsa conciencia, ideología en el sentido de ocultamiento indica­
do más arriba. La religión ocupa un lugar en la superestructura, en la por­
ción destinada a la ideología, de acuerdo a la metáfora edilicia a partir de
la cual construye su definición general de sociedad.88 No produce verda­
dero saber sino falsa conciencia. Revela, en parte, sí, pero de modo dis­
torsionado, erróneo. Por eso, sobre todo, oculta, esconde, y desempeña
un papel narcotizante que inhibe que las personas tengan alguna posibi­
lidad de reconocer efectivamente cuáles son sus condiciones materiales de
existencia y cuál es la verdadera dinámica que rige al mundo.

H7 Contributión a la Critique de la Phihsopltie du Droit de Hegel, pág. 2, versión electrónica:


h ttp ://se p .free .fr/m a rx /tx t/1 8 4 3 c ritiq u eh .h tn i. (La traducción es m ía, E.L.)
Escrita entre finales de 1843 y enero de 1844. Fue publicada en febrero de este últim o año en
los Anuales Franco-Allemandes que dirigieron A rnold R u g e y el propio M arx.
La sociedad com o un com puesto de base y superestructura (ver Cap. IV).

160
Durkheim

Debido a su concepción racionalista de la ciencia, Durkheim creía en


la posibilidad de desarrollar las ciencias sociales libres de supuestos previos.
Desde esta neutralidad, la ciencia social estaría -a su juicio—en condicio­
nes de imponerle un rumbo a la política: la universalidad del saber, cuan­
do se pudiera establecer en forma fehaciente una masa de conocimientos
irrepochable, no podría ser rechazada por la política. Pero creía también
que esto sólo llegaría con el tiempo. Confiaba —como se ha visto más arri­
ba- en que en algún momento la Sociología podría establecer qué era
socialmente normal y qué era patológico, es decir, qué era virtuoso para
la vida social y qué no. Las diversas disciplinas científicas irían, a su tur­
no, haciendo cada una su aporte. De manera que llegaría un momento en
que la ciencia podría imponerle un rumbo o una dirección a la política.
Así, creía que ciencia y política eran perfectamente conciliables en el lar­
go plazo. En el corto o mediano plazo, en cambio, aceptaba la diferen­
ciación entre ambas.
Durkheim manifestó tempranamente su interés por temas sociales y
políticos ubicados más allá del campo académico. Podría decirse que más
que una actitud política lo guiaba una determinada postura acerca de cómo
debía asumirse la función social del sociólogo. Al respecto, en la compi­
lación de Jean-Claude Filloux dedicada a recopilar trabajos del gran soció­
logo francés, se lee —por ejemplo—la siguiente opinión de Durkheim: “Tal
como yo lo veo, nuestra acción debe ejercerse fundamentalmente a tra­
vés del libro y la educación popular. Hemos de ser antes que otra cosa,
consejeros, educadores. Más que gobernar, lo que debemos hacer es ayu­
dar a nuestros contemporáneos a reconocerse en sus ideas y en sus senti­
mientos”.89 El planteo es simple y sin mayor profundidad. Todo parece
reducirse a un prudente ejercicio de la docencia, el consejo y la opinión.
La cotidianeidad de la política con su juego de personalidades en pug­
na, ambiciones, clientelismos y tacticajes no le parecía valorable. No rehu-
8'J E. D urkheim : Lii scicitce sacíale ct'Vaction, PUF, París, 1970, pág. 40. (La traducción es mía, E.L.).

161
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

só, sin embargo tener posiciones públicas y participar del debate político
de su tiempo, como por ejemplo, a raíz del “affaire Dreyfus, que conmo­
vió a la Francia de 1894 hasta finales del siglo, o durante la Gran Guerra ,
en cuyo transcurso falleció.
A veces Durkheim es visto como un sociólogo del orden y la estabi
lidad. Juan Carlos Portantiero, en un interesantísimo trabajo dice, por ejem­
plo: “Durkheim asume una misión: colaborar en la consolidación de un
orden moral que le diera a la nación francesa la estabilidad del antiguo régi­
men, pero fundada sobre otras bases. Su pregunta central es, pues, una pre­
gunta sobre el orden: ¿cómo asegurarlo en la compleja sociedad industrial
en donde los lazos tradicionales que ataban a los individuos a la comuni­
dad están rotos?”.40 Es verdad que, como se ha visto más arriba, la socio­
logía durkheimniana se funda sobre la preocupación en torno de los
problemas de ajuste/desajuste entre el individuo y la sociedad. Pero aque­
lla misión que correctamente señala Portantiero -y que enlaza al queha­
cer de Durkheim como científico social- puede también ser vista desde
la perspectiva de la función social del sociólogo que aquel preconizaba.
Como el mismo Portantiero señala, hay en el gran sociólogo francés una
preocupación por la estabilidad. Pero no hay por qué ligarla exclusivamen­
te a los temas cruciales de su sociología. El siglo X IX francés es de una evi­
dente inestabilidad política (véase Apéndice). Se instaura el imperio
napoleónico, como consecuencia de la deriva de la la. República; este es
reemplazado por la restauración monárquica; regresa luego, fugazmente
la república (lia. República), que cede su lugar a una nueva restauración
del imperio; finalmente tras la caída de éste en 1870, la república (Illa
República) se abre nuevamente camino. Regeneración moral y estabili­
dad política eran efectivamente cuestiones a las que Durkheim les pres­
taba atención. Pero a su preocupación sociológica unía también una
inquietud política (o de función social del sociólogo): Francia había atra­
vesado por un tembladeral durante los dos primeros tercios largos del siglo,
venía de perder una guerra con Prusia y de experimentar la primera revo­
lución proletaria de Occidente, la Comuna de París. Sobraban razones polí­
ticas para pensar el orden y la estabilidad. Incorporada esta dimensión, el
interés durkheimniano por el orden y la estabilidad debe ser al menos mati­
zado, pues claramente no lo guiaba, en exclusiva, un afán académico. Cabe
mencionar, finalmente, que tal como lo puso en evidencia el ya mencio­
nado affaire Dreyfus, la intelectualidad francesa y buena parte de su opinión
pública se hallaban divididas entre los partidarios del integrismo católico,
por un lado, y los de un progresismo laico y anticlerical -entre los que se
1,0Juan C. Portantiero: La Sociología Clásica: Durkheim y Weber, CEDAL, Buenos Aires, 1985, pág. 23.

162
V i! . M A R X , D U R K H E IM Y W E B E R . CIENCIA, PO lllICA, Kl llü lÓ N

inscribía D urkheim -lo que muestra un quiebre profundo -uno más, ade­
más de los que venían de arrastre—en la nación francesa, cuya regenera­
ción atizaba la preocupación durkheimniana.
Esta última cuestión abre la puerta para el abordaje de la inclinación
del gran sociólogo francés hacia el estudio de los fenómenos religiosos, en
el tramo final de su vida. Veremos de nueva cuenta que tenía un interés
académico sobre el tema, pero también uno que se vinculaba a su función
social como sociólogo.
En La División del Trabajo Social—publicado en 1893—había abordado
ya el examen de los fenómenos religiosos. Pero lo había hecho de una
manera limitada, encuadrada dentro del propósito general de la obra: estu­
diar la cohesión de las sociedades, esto es, aquello que les permite ser pre­
cisamente sociedades. Desfilan así, como se ha visto más arriba, la moral
de la sociedad, las diversas formas de solidaridad y el alma o conciencia
colectiva como conceptos centrales. Su posición respecto de los fenóme­
nos religiosos es bastante simple. Son de naturaleza social y están compues­
tos por representaciones colectivas que integran el alma o conciencia
colectiva. Desarrollan una función integradora y reguladora, y forman par­
te de la modalidad de solidaridad que llama mecánica. En tanto que coer­
citivos —como todos los hechos sociales—los fenómenos religiosos colaboran
en expresar y asegurar el mantenimiento de la conciencia o alma colec­
tiva, que es la fuente de la cohesión por semejanza que prima en las socie­
dades poco complejas.
Con el tiempo, su concepción de los fenómenos religiosos se ensan­
cha. Abandona el estrecho marco de la solidaridad mecánica y se abre a una
ampliación de miras. Ramón Ramos, en su “Estudio Preliminar” a Las For­
mas Elementales de la Vida Religiosa sostiene que, hacia 1899 —cuando se publi­
có en el Anée Sociologique, que creó y dirigió Durkheim, su artículo “De
la definición de los fenómenos religiosos”—se hace evidente que el gran
sociólogo francés reconoce ya que la religión contiene elementos que al
disociarse, al desgajarse en un proceso largo y complejo, y combinarse de
manera múltiple han dado origen a una cantidad de instituciones sociales.91
Esta constatación debe haber constituido un poderoso acicate para el pos­
terior abordaje académico de la temática. Pero hay también otro estímu­
lo: en las sociedades modernas, industrializadas, complejas, caracterizadas
por la división social del trabajo y la solidaridad no por semejanza sino por
cooperación (la solidaridad que llama orgánica) ¿cuál es el papel que puede y/o
debe jugar la religión?. Más todavía, cuál es el que puede o debe jugar en
una Francia impactada por su convulso siglo XIX, cuyo final expone, por
41 Akal, M adrid, 1982, pág. XVI.

163
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

añadidura, una fractura entre integralistas y anticlericales. Aparecería acá,


de nuevo, el interés social —no sólo el académico—del sociólogo francés.
Como bien expone Ramos en el trabajo ya aludido, Durkheim se
inquieta por la posibilidad de avanzar hacia una religiosidad laica o, mejoi
aún, hacia un equivalente laico de la religión.92
Las sociedades resultantes de la Revolución Industrial se secularizan,
se desprenden de pasados tradicionales y lastres religiosos. ¿Será posible
mantener en ellas alguna clase de universo simbólico semejante al religio
so, es decir sagrado pero no religiosos?. En definitiva, como bien señala —uiu
vez más—Ramos: . .el problema que se planteaba era si frente y en con
tra de la vieja religión católica se podía edificar una moral nacional sóli­
da basada en valores individualistas y laicos”.9-5 Nueva moral que debía roya i
lo sagrado si pretendía tener alguna eficacia.
Interés académico e inquietudes derivadas de su manera de vivir la fu n
ción social del sociólogo se combinan, en el tramo final de su vida par.)
dar origen a Las Formas Elementales de la Vida Religiosa. El trabajo tiene un
formato fuertemente académico. Expresa la mirada amplia sobre la reli
gión que nuestro autor alcanza en la madurez, a la que reconoce como
fuente de múltiples instituciones sociales. Y se preocupa por indagar que
constituye a las religiones y cómo funcionan. Congruente con su méto­
do de privilegiar el examen de los elementos originarios, simples, elemen ­
tales, posa la mirada sobre las primitivas tribus australianas. Pero antes
desarrolla una prolija delimitación del concepto de religión. Descarta que
lo sobrenatural sea la característica principal de los fenómenos religiosos.
Pues argumenta que: “Para que se pueda decir de ciertos hechos que son
sobrenaturales, era preciso tener ya la percepción de que existe un order
natural de las cosas, es decir, que los fenómenos del universo están ligados
entre sí en base a relaciones necesarias, llamadas leyes” (FEVR:24). Y des­
de luego, las sociedades primitivas carecen de ese conocimiento, lo que
no les impide ser religiosas. Descarta también el misterio, la magia y tam ­
bién la divinidad como característica del fenómeno religioso. Respecto de
esto último señala con agudeza que hay religiones sin dioses, como el budis­
mo. Por tanto, esto no puede ser la base de la religión. Llega, así, a aque­
llo que a su juicio sí es la base de toda religión: lo sagrado. N o importa en
qué consiste, no importa su contenido. Toda religión conecta con lo que
se considera sagrado; mejor dicho, con lo que la sociedad considera sagra­
do. Dice Durkheim: “Todas las creencias religiosas conocidas, sean sim­
ples o complejas, presentan una idéntica característica común: suponen una
1.2 Ibid., pág. X V III.
1.3 Ibid., pág. X X I.

164
V II. M A R X , D U R K H E IM Y W E B E R : C IE N C IA , P O L ÍT IC A , R E L IG IÓ N

clasificación de las cosas, reales o ideales, que se representan los hombres,


en dos clases, en dos género opuesto, designados generalmente por dos tér­
minos delimitados que las palabras profano y sagrado traducen bastante bien.
(...) las creencias, los mitos, los dogmas, las leyendas son o representacio­
nes o sistemas de representaciones que manifiestan la naturaleza de las cosas
sagradas, las virtudes y los poderes que le son atribuidos, su historia, sus
relaciones entre sí y con las cosas profanas. Mas no hay que entender por
cosas sagradas simplemente esos seres personales llamados dioses o espí­
ritus; una roca, un árbol, un manantial, una piedra, un trozo de madera,
una vivienda, en una palabra, cualquier cosa puede ser sagrada” (FEVR/.33).
La cuatro verdades santas del budismo y las prácticas que ellas prescriben
son también sagradas; por eso aquel es una religión no obstante su carác­
ter ateo.
Durkheim establece también que los fenómenos religiosos se compo­
nen, básicamente, de creencias y ritos. Las primeras son representaciones
que expresan la naturaleza de las cosas sagradas y las relaciones que sostie­
nen entre sí y con las cosas profanas; los ritos son reglas de conducta que
fijan cómo hay que comportarse en relación con las cosas sagradas.
Finalmente, señala que toda religión implica la existencia de una Igle­
sia, que está formada por la unión de todos los miembros que adhieren a
una religión, unión que resulta de la común manera en que se represen
tan el mundo sagrado y sus relaciones cor: el mundo profano, y de la tra­
ducción a prácticas también idénticas, de aquellas representaciones. Una
Iglesia puede estar menos o más extendida, contar con un cuerpo de ofi­
ciantes del culto más o menos complejo, pero esto no es lo central, sino
la unión que resulta de la existencia de creencias y ritos compartidos.
E t voila, están ya todos los ingredientes para alcanzar una definición
Escribe Durkheim: “una religión es un sistema solidario de creencias y de
prácticas relativas a las cosas sagradas, es decir, separadas, interdictas, ere
encías y prácticas que unen en una misma comunidad moral, llamada Igle­
sia, a todos aquellos que se adhieren a ellas” (FEVR:42).
Su recorrido conceptual es riguroso y su aporte académico es muy
consistente. Cabe recordar, sin embargo, volviendo sobre una cuestión
planteada precedentemente, que tenía por detrás también otras inquietu­
des y otros intereses.

165
Weber

Desde el punto de vista estrictamente político, Weber tuvo algunas pre­


ocupaciones constantes. Una de ellas era preservarla unidad nacional/esta-
tal alemana, trabajosamente conseguida hacia el último tercio del siglo xix,
luego de las guerras de Prusia con Austria, primero y con Francia después.
Eso lo llevaba valorar positivamente la necesidad de un Estado fuer­
te —como el estructurado por Bismark—que fuera capaz de realizar los obje­
tivos de potencia de la nación alemana. Pero era, a la vez, sin llegar a ser
un completo liberal, un celoso defensor de las libertades civiles y políti­
cas (esto conformaba otra de sus preocupaciones constantes). Lo que lo
obligaba a pivotar sobre un equilibrio entre los términos libertades
civiles/Estado más que delicado y no siempre fácil de resolver.
No obstante su interés por la política, Weber va a sostener lo siguien­
te, en una conferencia que lleva por título “La ciencia como profesión”:
“Por mi parte me adhiero a la afirmación de que en las aulas no debe entrar
la política”.94 Poco más adelante sintetiza por qué. Dice: “Lo que sí es exi-
gible es que el profesor tenga la probidad intelectual para determinar que
una cosa es establecer hechos, definir relaciones matemáticas o lógicas o
la estructura interna de los fenómenos culturales, y otra es responder a cues­
tiones sobre el valor de la cultura y de sus contenidos concretos, y sobre
cual debe ser el comportamiento del hombre en la comunidad cultural y
en las relaciones políticas. Y si se nos pregunta por qué no se deben tra­
tar estos problemas en el aula hay que responder que por la razón de que
la cátedra académica no es lugar para demagogos o profetas” (CP: 125).
Es que Weber va a colocar como premisa fundante de su concepción
más general sobre la ciencia y la política, que una cosa es reconocer y otra
juzgar. Y que, en consecuencia, debe distinguirse claramente entre ser y
deber ser. De donde surge el siguiente juego pares de conceptos excluyen-
tes entre sí:

94 Incluida en Política y Ciencia, La Pléyade, B uenos Aires, 1976, pág. 124. En adelante se la cita
en el cuerpo central del texto com o CP, seguido del núm ero de página.

166
VII MARX, DURKHEIM Y WFBtR: CIENCIA, POLÍTICA, RELIGIÓN

reconocer -----------------juzgar
s e r -----------------deber ser
cie n cia -----------------política
A su modo de ver, la política es una instancia en la que prevalece el
juicio de valor. Los programas, las plataformas, las tradiciones partidarias
tienen que ver con fines, con objetivos y con principios que se fundan en
juicios de valor. Las ciencias sociales pueden acercarle diagnósticos o aná­
lisis técnicos a los políticos, pero su capacidad llega sólo hasta ahí. La deci­
sión política, esto es, la elección entre caminos alternativos o entre objetivos
discordantes puede echar mano de los aportes técnicos, pero posee un alto
contenido valorativo.
Ahora bien, ¿puede decidir la ciencia sobre asuntos de valor? La res­
puesta de Weber es no, claramente no.95 La valoración o la elección de
objetivos, de medios y/o de procedimientos políticos es asunto de cada
quién, responsabilidad de cada individuo. A partir de esto es que se dice
que Weber proclama un politeísmo de los valores, que demanda que cada
quien se haga cargo responsablemente, de sus propias elecciones.
No es un papel de la ciencia social, ni de la Sociología en particular,
establecer normas e ideales, con el fin de derivar de ellos criterios para la
acción. Sencillamente no está a su alcance hacerlo.
Sin embargo, lo .interior no significa que la Sociología no pueds
emprender una crítica científica de los valores Puede examinar con rigor
y sistematicidad qué clase de articulación y de congruencia existe entre
fines y medios en cualquier propuesta de acción, puede considerar el hori­
zonte de consecuencias que se derivan ó t U selección de uno de entre
varios cursos de acción alternativos, etc. Vale decir, puede trabajar sobre
ellos con un criterio científico; lo que no puede, porque no pertenece al
campo de la ciencia en general, es establecer escalas de valores o estable­
cer qué fines o que medios son mejores Por eso sostiene que a la cien­
cia le corresponde reconocer y no juzgar. Y por eso recomienda, también,
que la política quede fuera de las aulas universitarias.
A diferencia de ia confianza o la convicción que Marx y Durkheim
depositaban en la capacidad presente o futura de la ciencia para estable­
cer valores o decidir entre fines (que heredan de la tradición iluminista),
Weber se muestra reticente. Es que, hijo al fin de la tradición antirracio-
nalista, descreía de la suficiencia de la razón y respetaba el dilema gnose-
ológico colocado por la finitud humana frente a la infinitud del mundo.
í)r> “ U na ciencia em pírica 110 puede enseñar a nadie qué ‘d eb e’, sino únicam ente qué ‘p ued e’ y
—en ciertas circunstancias—lo que ‘quiere’” (O CS:23).

167
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

Weber recomendó y practicó una estricta demarcación de territorios


entre la ciencia y la política. Siendo como era un científico social descon­
fiaba, sin embargo, como ya se ha visto, de las proyecciones políticas de quie­
nes, constituidos en burocracia profesionalizada, provenían del campo del
saber y se desempeñaban como funcionarios especializados en ministerios
y direcciones. Veía esta posibilidad como una intromisión indebida y mira­
ba con recelo el alma fría y parcelada de los especialistas en tanto burócra­
tas racionalizados. Por eso, en el fondo, prefería que las decisiones fundadas
en juicios de valor fuesen tomadas, precisamente, por los políticos.96
Tenía el mayor de los respetos por la actividad política. La mejor mues­
tra de ello son, tal vez, las removedoras palabras con que cerró una de sus
últimas conferencias, hermana de la que se ha citado precedentemente: “Es
una verdad probada por la experiencia histórica que en este mundo sólo
se consigue lo posible si una y otra vez se lucha por lo imposible. Pero para
esto el hombre debe ser tanto un dirigente como un héroe. E incluso los
que no son ni dirigentes ni héroes deben armarse con esa fortaleza de cora­
zón que capacita para tolerar la destrucción de toda esperanza; en caso con­
trario, ni siquiera se logrará realizar lo que es actualmente posible. Sólo
tiene vocación para la política el que posee la seguridad de no quebrarse
cuando, en su opinión, el mundo resulte demasiado estúpido o demasia­
do abyecto para lo que él le ofrece. Sólo tiene vocación para la política el
que frente a todo esto puede responder: sin embargo”.97
Weber publicó La Etica Protestante y el Espíritu del Capitalismo en 1905.
Fue el primer trabajo en que abordó de manera significativa una cuestión
religiosa. Levantó inmediatamente una densa polémica que se extendió
en el tiempo.
Su tesis era —sigue siéndolo- verdaderamente original. A su modo de
ver, lo que él llama el protestantismo ascético —en particular pero no exclu­
sivamente el calvinismo—98 planteó algunas cuestiones teológicas centra­
les que incidieron fuertemente sobre la formación de una ética religiosa,
l)<> Q uizá resuenan aquí algunos ecos del dilem a kantiano que se expuso brevem ente en el C apí­
tulo 2, no tanto en el sentido de salvar la libertad m oral del determ inism o de las ciencias naturales,
sino de m antener abierta la posibilidad de elegir, es decir, de salvar el libre albedrío en un m undo
que, lejos de la ilusión racionalista ilustrada de decantar una jerarquía axiológica única, más bien vive
expuesto al politeísm o de los valores.
1,7 “ La política com o profesión” , en Política y ciencia, cit., pág. 95.
W eber señala que los “representantes históricos del protestantism o ascético... son fundam en­
talm ente cuatro” : el calvinism o, el pietism o —aunque indica, luego, que andando el tiem po este viró
hacia el luteranism o que no está incluido en el protestantism o ascético—el m etodism o y el m ovim ien­
to bautizante (véase E P :111). En la página siguiente aclara que llama tam bién “puritanism o” al m ovi­
m iento ascético, e incluye asim ism o a: independientes, congregacionistas, baptistas, m ennonitas y
cuáqueros (véase pág. 112, nota al pie n° 2).
V II. M A R X , D U R K H E IM Y W E B E R : C IE N C IA , P O L ÍT IC A , Rf I I G I Ó N

la que al prescribir formas de vida que tenían resultados prácticos tuvo, a


su vez, una influencia importante en el desarrollo del capitalismo.
La cuestión teológica central colocada por el protestantismo ascético
es el dogma sobre la predestinación. Todo el movimiento reformista -inclu­
yendo por tanto al luteranismo—asumió el mencionado dogma, aunque
con ópticas diferentes. Sintéticament descripto indica que la salvación de
los mortales está predeterminada por Dios, a diferencia de la creencia de
los católicos que sostiene que los seres humanos se salvan o se pierden en
función de una vida virtuosa (o no). El catolicismo tiene, además, el recur­
so del arrepentimiento y la penitencia, que puede redimir a los que han
llevado una vida pecaminosa.
El luteranismo era más benévolo que los ascéticos. Suscribía la idea
de que Dios predestinaba pero de una manera universal. Es decir, pos­
tulaba una universalidad de la gracia. Creía, sin embargo, que dicha gra­
cia podía perderse debido a una mala vida. Pero creía también que podía
ser recuperada por medio de la humildad, la confianza creyente en la pala­
bra de Dios y el arrepentimiento (EP:121), acercándose en esto último
al catolicismo.
El calvinismo, en cambio, creía de manera intransigente en una pre­
destinación particularista. Algunos de los mortales, sólo algunos, gozarí­
an de la gracia de la salvación por entera decisión de Dios. Los protestantes
ascéticos creían que todos estamos condenados a la muerte eterna, salvo
decisión propia de El, con el fin de hacer honrar su propia majestad. ¿Por
qué? Porque —responde W eber- “suponer que el mérito o la culpa huma­
nas colaboran en este destino —el de los mortales en el más allá (E.L.)-, sig­
nificaría tanto como pensar que los decretos eternos y absolutamente libres
de Dios podían ser modificados por obra del hombre, lo que es absurdo”
(EP:122). Así, desde la eternidad se asigna a cada quien su destino y los
seres humanos quedamos sometidos a una abrumadora soledad interior.
Desde aquí, dice Weber, “Todo creyente tenía que platearse necesariamen­
te estas cuestiones: ¿pertenezco yo al grupo de los elegidos?Y cómo esta­
ré seguro de que lo soy?” (EP:135). Esta duda por la bienventuranza es
insondable, no tiene remedio: los designios divinos son inescrutables. Pero
había una manera de aminorarla y de soslayar la angustia. El ascetismo des­
cree de la posibilidad de una vinculación mística con Dios, como lo pen­
saban los luteranos. No admite ninguna clase de “diálogo” o de
acercamiento comunicativo de ninguna clase con el Altísimo. De nuevo,
el incolmable hiato que separa lo finito e imperfecto de lo omnipotente
y divino lo impide. Aceptaba, en cambio, la fe virtuosa, en el entendido
de que podía ser un vehículo y un instrumento para la actuación de Dios,
que redundase en su mayor gloria. El buen cristiano debía hacer obra social,

169
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

pues es del interés divino que la vida social funcione con arreglo a sus pre­
ceptos. La fe virtuosa, además, podía ser un camino para el reconocimien­
to de la gracia. El sujeto de fe debe responder a los llamados de ésta, debe
profesar y debe actuar con profesión. Nada de esto es medio para alcanzar
la gracia; eso ha quedado ya establecido. Pero la confianza en la fe, la vir­
tud, la profesionalidad pueden funcionar como signos que ayuden a reco­
nocerla, a ponerla en evidencia, Y pueden ayudar a sobrellevar la
incertidumbre. Como dice Weber: “constituyen un medio técnico no para
comprobar la bienaventuranza sino para desprenderse de la angustia por
la bienaventuranza” (EP:144)
„ De aquí surge una ética, en el sentido de prescripciones para la acción.
El calvinismo exige a sus fieles no meras buenas obras, sino una santidad
permanente en el obrar. Fe, profesionalidad y ascetismo, que es la cara más
firme de la virtud. Esta ética enlaza ideas religiosas con formas de vida y
también con máximas para la actividad económica. Esta es la base para que
se articulen, en un determinado momento h is tó r ic o protestantismo ascético,
espíritu del capitalismo y desarrollo capitalista.
La idea ascética de profesión lleva incluida la exigencia de que ésta se
desarrolle —en tanto actividad realizada in majorem Dei gloriam— de la mejor
manera posible. Si se actúa así, además, pueden encontrarse señales del
insondable designio.
La adquisición de riquezas no es entonces reprobable, a condición “de
que se moviese siempre dentro de los límites de la corrección formal, que
su conducta ética fuese intachable y no hiciese un uso inconveniente de
su riqueza” (EP:252). Lo que sí es reprobable es el descanso en la rique­
za, su goce despreocupado y ocioso. Indica Weber: “ ...aquí en la tierra,
el hombre que quiera asegurarse de su estado de gracia, ‘tiene que reali­
zar las obras del que le ha enviado, mientras es dia’. Según la voluntad
inequívocamente revelada por Dios, lo que sirve para aumentar su gloria
no es el ocio ni el goce, sino el obrar; por tanto, el primero y primordial
de todos los pecados es la dilapidación del tiem po...” (EP: 213).
Pero así como es reprobable el desperdicio del tiempo, también lo es
el gasto suntuario y la dilapidación del dinero y/o de la riqueza en gene­
ral. Al contrario, quien profesa la generación de riqueza, la obtención de
propiedades, o los administradores y encargados de bienes y empresas,
deben intentar mantenerlas incólumes ad gloriam Dei y aún aumentarlas
por medio del trabajo incesante y el ahorro.

‘,l) La reform a protestante tiene lugar en el siglo X V I; podría decirse que lo que W eber llam a puri­
tanismo afianzó su desarrollo durante el siglo X V II. Este sería el punto de partida de la articulación m en ­
cionada.

170
VII. MARX, DURKHEIM Y WEBER: CIENCIA, POLÍTICA, Rl IIG IÓ N

Todo esto configura una ética capitalista, un conjunto de preceptos


que Weber va a llamar espíritu del capitalismo. Se vale de una serie de máxi­
mas escritas por Benjamín Franklin, entre las que se destacan la buena uti­
lización del tiempo, la valoración del ahorro, la buena utilización del
crédito, el respeto por los compromisos financieros asumidos, la inversión
razonada, la condena de la dilapidación, del desgano, de la improductivi­
dad y la holgazanería, entre otros mandatos, para caracterizar aquel espí­
ritu (EP:42 ss). Así, la moral puritana deviene espíritu del capitalismo, ya
no necesariamente como moral religiosa sino también como ascetismo lai­
co, e incide significativamente sobre el desarrollo de éste en tanto mode­
la comportamientos empresarios afines con la lógica interna de este sistema
económico.
Pero además impacta también sobre el desarrollo del capitalismo por­
que se debe profesar, asimismo, desde el costado obrero. Los obreros adhe­
ridos al protestantismo ascético debían ser virtuosos, obrar socialmente y
atender a las señales de la gracia. Así, el puritanismo también “ .. .ponía a
su disposición —de los empresarios, E.L.- trabajadores sobrios, honrados,
de gran resistencia y lealtad para el trabajo, por ellos considerado como
un fin de la vida querido por dios...” (EP:252).
A veces se ha interpretado esta tesis weberiana como absolutamente
contraria al planteamiento marxista que otorga primacía a la dinámica eco­
nómica en la determinación de la vida cultural y de la ideología en gene­
ral. Pero esta apreciación, a la que no dejan de asistirle razones, debe
matizarse. Weber no creía que un fenómeno de la complejidad del capita­
lismo pudiera ser explicado de forma monocausal. Además, su propósito
en la Etica Protestante no era explicar el origen del capitalismo sino simple­
mente examinar la manera en que las ideas religiosas habían incidido en
el desarrollo de aquél. Su meta era, en todo caso, menos ambiciosa. No pre­
tendía reemplazar un monismo por otro. Lo dice claramente hacia el final
de la obra: “ ...nuestra intención no es tampoco sustituir una concepción
unilateralmente 'materialista' de la cultura y de la historia por una concep­
ción contraria de unilateral causalismo espiritualista. Materialismo y espi-
ritualismo son interpretaciones igualmente posibles, pero como trabajo
preliminar; si por el contrario, pretenden constituir el término de la inves­
tigación, ambas son igualmente inadecuadas para servir la verdad históri­
ca” (EP:262). Fiel a sí mismo, Weber entiende que los procesos históricos
son particulares, irreductibles en su singularidad, únicos. Materialismo e ide­
alismo (esplritualismo) pueden ser tan sólo puertas de entrada a la investi­
gación histórica concreta, no recetas con arreglo a las cuales producir una
explicación. A esto último se refiere cuando dice que ni el uno ni el otro
deben “constituir el término de la investigación”.
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

En el último período de su vida, Weber retomó la investigación sobre


los fenómenos religiosos, en el marco de un ambicioso plan intelectual.
En efecto, durante la segunda década del siglo XX —recuérdese que murió
en 1920- abordó el desarrollo simultáneo de tres proyectos: un manual de
economía política de amplio alcance, que contemplaba contribuciones
suyas pero también de otros autores; un trabajo de investigación sobre la
ética económica de las religiones universales; y un estudio sobre la socio­
logía de la música. Este plan intelectual de por sí extremadamente a m p li o
y exigente, se complico por el estallido, en 1914, de la Gran Guerra. Final­
mente quedó inconcluso. El manual se transformó en Economía y Socie­
dad —ya como obra exclusivamente de él—que quedó a su muerte como
el más articulado de los tres proyectos pero no obstante incompleto. Lo
publicó postumamente su viuda, Marianne Weber, que incluyó los mate­
riales que ya estaban listos, preparados por el propio Max, y algunos otros
que no estaban terminados, como los capítulos dedicados a Sociología del
Estado y Sociología de la Religión (Weber desarrolló por separado esta
pieza, en el marco de lo que terminó siendo Economía y Sociedad, y la E ti­
ca Económica de las Religiones Universales). Este último también quedó trun­
co. Weber había publicado en forma independiente algunos capítulos que
lo integraban, pero tras la guerra los revisó con vistas a su inclusión en una
obra conjunta, que no tuvo tiempo de concluir. En cualquier caso, que­
dó también con vacíos -temas no abordados—respecto del plan de traba­
jo original. Finalmente la Sociología de la Música, asimismo inconclusa,
fue también incorporada como capítulo a Economía y Sociedad.
Merece señalarse que la impresionante cantidad de papeles, borrado­
res, apuntes, materiales de investigación, originales terminados y elabo­
raciones de diversa clase que dejó la repentina muerte de Weber, ha hecho
que los avances en la dilucidación de esta última etapa weberiana sean len­
tos y poco concluyentes. Y que las obras que puedan considerarse de refe­
rencia para moverse por su intrincado legado final sean escasas.
Sus trabajos postreros sobre religión presentan dos características a des­
tacar. Son, por un lado, materiales simultáneos, es decir, desarrollados en
paralelo, a ser publicados en obras distintas, lo que es difícil de compren­
der. Algunos investigadores sugieren que Sociología de la Religión tenía el
propósito de abordar, sobre todo, problemas conceptuales. De allí que estu­
viera incluido en Economía y Sociedad. Mientras que el trabajo sobre la éti­
ca económica de las religiones universales tenía propósitos más generales
y más completos, como se verá un poco más abajo. Por otro lado, los dos
trabajos (ambos inconclusos como se indicó inmediatamente más arriba)
no superan el nivel de materiales de investigación. ¿Qué se quiere decir
con esto? Lo siguiente. Marx había distinguido, con sabiduría, entre lo que

172
VII. MARX, DURKI IUM Y WEBER: CIENCIA, POIÍNCA, Rl IIG IÓ N

llamaba el método de investigación y el método de exposición. Una cosa es lo


que se produce mientras se investiga y otra la manera de exponerlo. Es
decir, que el material que resulta de la fase investigativa debe ser reelabo-
rado a los efectos de lograr una exposición que facilite la comprensión de
los lectores de aquello que se somete a su discernimiento, tarea que nor­
malmente requiere de un revelamiento de claves de interpretación y de
explicitación de sentidos. Volviendo a Weber, es posible decir que ningu­
no de los dos trabajos parece haber pasado por el tamiz del método de
exposición, lo que hace a veces ardua la comprensión de motivos, de pro­
pósitos, y de encadenamientos de temas y de “trenes” de argumentación.
De manera muy provisoria, entonces, puede decirse que la Etica Eco­
nómica de las Religiones Universales parece volcada hacia el examen de un
número mayor de niveles de análisis en el tratamiento de los fenómenos
religiosos, que la Etica Protestante. N o es estrictamente la otra cara, la otra
punta del ovillo. Es, en todo caso, más abarcadora. En primer lugar, por­
que en esta fase final de su vida, Weber descubrió el amplio alcance del
fenómeno de la racionalización, que ya había despuntado en La Etica Pro­
testante pero había tenido un desarrollo limitado. En segundo lugar por­
que se lanza al estudio particular de cinco universos religiosos: el
confucianismo, el hinduismo, el budismo, el cristianismo, y el islamismo.
En la Introducción a la Etica Económica Weber indica que por ética eco­
nómica de una religión debe entenderse los impulsos prácticos a la acción
“basados en el conjunto psicológico y pragmático de las religiones”
(EERU:330). Hasta aquí se ubica en el terreno de La Etica Protestante.
Seguidamente hace la advertencia, también, de que ninguna ética econó­
mica ha estado determinada solamente por lo religioso, pero que entre sus
determinantes se encuentra el condicionamiento del modo de vida por
la religión (EERU:330). Nótese que moviliza dos conceptos, el de ética
económica de una religión y el más amplio de ética económica a secas,
uno de cuyos componentes puede se la ética económica de las religiones.
Añade que el modo de vida -con lo que ha bajado un escalón y no se refie­
re ya a la ética económica—“está influido también profundamente -una
vez más en el marco de determinados límites geográficos, políticos, socia­
les, nacionales—por factores económicos y políticos” (EERU:330-331).
Y concluye: “Si se quisiera presentar estas dependencias en todas sus par­
ticularidades se adentraría uno en un océano sin límites” (EERU:331). Es
evidente: el abanico de fenómenos y dimensiones a considerar se hace
inabarcable.
Pasa inmediatamente a privilegiar el análisis de los aspectos sociales
señalando que hay estratos sociales que han influido decisivamente sobre
la ética práctica de la religión de que se trate. Es decir, admitiría aquí la

173
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

formulación marxista de que “el ser social determina la conciencia”, pero


nunca como criterio único sino sólo como uno muy significativo. Y enu­
mera: “el confucianismo fue la ética estamental de un cuerpo de rentis­
tas del estado con una formación literaria racional-mundana” (EERU:331).
El hinduismo “estuvo sustentado en una casta hereditaria de individuos
con formación literaria que, ajenos a todo cargo, actuaron como una espe­
cie de directores espirituales de individuos y comunidades y marcaron el
orden social, como firme centro de referencia de la división estamental”
(EERU:331). Y así de seguido. Conviene, quizá, repasar su mirada sobre
el cristianismo. Dice: “inició su andadura como una doctrina de oficia­
les artesanos ambulantes. Era una religión absolutamente urbana y sobre
todo burguesa, y siguió siéndolo en todos los momentos de su auge exter­
no e interno —en la antigüedad, en la edad media y en el puritanismo. La
ciudad de occidente en su singularidad frente a toda otra ciudad, y la bur­
guesía en el sentido de que solo se dio en occidente, fueron su marco bási­
c o ...” (EERU:332).
Sin embargo, algunos renglones más abajo retorna a un enfoque más
amplio. Menciona que una religiosidad no es una simple función de una
posición social, no es el mero reflejo ideológico de intereses materiales,
en clara alusión crítica a la concepción marxista. Sostiene: “Por profun­
das que hayan podido ser las influencias sociales determinadas política y
económicamente sobre una ética religiosa en un caso concreto, esa ética
recibe su impronta primordialmente de fuentes religiosas. Ante todo, del
contenido de sus proclamas y promesas.” (EERU:332). Vale decir, pasa de
nuevo a la otra punta del ovillo.
En fin, estos son los encuadres más generales. No es sencillo articu­
larlos, en el sentido de encontrar las congruencias existentes entre ellos.
Probablemente este sea el resultado de la falta de método de exposición
mencionada más arriba. Como sea, las demarcaciones quedan hechas y con
base en ellas Weber se interna en los complejos meandros de lo que él lla­
ma religiones universales. Tal vez con el tiempo y la progresión de los estu­
dios sobre este tramo final de su obra vayan apareciendo trabajos de
referencia que permitan aprovechar mejor, desde el punto de vista del
conocimiento, su inmenso y postrer esfuerzo.

174
VIII
FINAL
Jacques Attali, en la Introducción de un libro que se ha citado prece­
dentemente, repasa las herencias que ha recibido Marx del judaismo, del
cristianismo, del Renacimiento, de Prusia, de Francia, de Inglaterra y, por
último, de Europa. A su juicio, el célebre revolucionario alemán se halla­
ba en un “punto de encuentro de todo cuanto constituye al hombre
moderno occidental”.100 Esas herencias y su indiscutible genio lo molde­
aron y lo desvelaron “por abarcar la totalidad el mundo y de los resortes
de la libertad humana. Es -agrega Attali, en impar hom enaje- el espíritu
del m undo”.101 Me parece completamente legítimo el reconocimiento.
Fue el primero en pensar verdaderamente a escala del mundo. Y lo hizo
con un talento y una profundidad que lo convirtieron en una de las figu­
ras más importantes de la entera historia intelectual de Occidente.
Su filón iluminista, su confianza ilimitada en los criterios de verdad
que era capaz de proveer el materialismo dialéctico, algo tuvieron que ver
con el sesgo intolerante y fundamentalista que asumió el marxismo comu­
nista en Rusia y en otros lugares, bastante tiempo después de su muerte.
Sin embargo, nada alcanza a opacar su talento y la calidad de su obra.
Obviamente no se lo puede hacer responsable de las opciones políticas que
abrazaron algunos de sus seguidores: el poder suele imponer lógicas impla­
cables frente a las que el mundo de las ideas termina siendo desbordado.
Aunque, claro, las ideas nunca son tampoco enteramente inocentes.
Por otra parte, como dice Berlin, “ningún pensador del siglo XIX ejer­
ció sobre la humanidad influencia tan directa, deliberada y profunda como
Karl Marx”.102 Sus ideas anidaron en millones de personas, nutriendo sus
sueños y, de alguna manera, sus esperanzas en una causa revolucionaria.
Paradojalmente, esta constatación se opone en alguna medida a su profe­
sión de fe materialista: sus ideas -utilizadas de un modo u otro, en favor

100 O p. cit., pág. 1 4.


101 Ibid., pág. 15.
102 I. Berlin: Karl Marx, Alianza, M adrid, 2000, pág. 27.

177
APUNTES DE SOCIOLOGÍA

de fines loables tanto com o condenables— tuvieron, en el últim o cuarto


del siglo XIX y durante buena parte del XX un peso extraordinario.
Durkheim se construyó un destino personal ligado a la actividad aca­
démica fundamentalmente. Es difícil valorar favorablemente hoy en día,
en que aún las propias ciencias “duras” han moderado sus certidumbres
merced a los rumbos abiertos, entre otros, por Albert Einstein, los afanes
positivistas del gran sociólogo francés. Su legado mejor consiste, en todo
caso, en el esfuerzo que realizó para darle a la Sociología un estatuto cien­
tífico. Su empeño, además, por tratar de ligar la noción de sociedad a las
de cohesión y/o solidaridad merece ser rescatado como lo que es: un acer­
vo inteligente y valioso, todavía capaz de ofrecer conceptos y orientacio­
nes útiles para analizar las sociedades convulsas y crispadas, con crecientes
déficits de integración, que presenta el mundo de hoy.
Weber es a mi juicio el que guarda mayor actualidad de los tres. Su
concepción epistemológica convierte a su sociología interpretativa en una
herramienta capaz de dialogar de tu a tu, como dicen los mexicanos, con
los problemas de hoy. Quiéraselo o no, el mundo ha terminado por acep­
tar la diferenciación kantiana —que intuyeron Protágoras y Vico—entre cien­
cias de la naturaleza y ciencias del espíritu. Y en este último plano el aporte
weberiano sigue siendo tan inestimable como imprescindible. Además, su
extraordinario talento para el análisis histórico y su asombrosa erudición
en una época en que internet no podía siquiera ser soñada, le han valido
un reconocimiento que tiende a acrecentarse con el correr del tiempo.
He procurado exponer las concepciones de Marx, Durkheim y Weber
-com o en general las de todos los que están incluidos en este trabajo- con
la mayor imparcialidad. Aunque tengo desde luego mis preferencias, me
parece que la única actitud docente adecuada es procurar entrar en la lógi­
ca de pensamiento de cada quien para reproducir sus ideas de la mejor
manera posible. Me parece obvió que un texto introductorio como pro­
cura ser éste, debe respetar la obra de cada quien. Pero sobre todo me pare­
ce que se debe resguardar el derecho a aprender, lo que implica que el
maestro debe enseñar no adoctrinar. Debe tratar no de descalificar sino
de exhibir, de exponer. Toca al estudiante o al lector en general, en todo
caso, producir sus propias elecciones.
En cualquier caso, me parece que los valores del pluralismo y la tole­
rancia merecen ser defendidos en el terreno académico porque la acep­
tación en este plano del politeísmo de los valores —única actitud que
encuentro razonable, pues evita caer en el reduccionismo y la unidimen-
sionalidad a los que conduce la creencia de hallarse en posesión de ver­
dades fundamentales—así lo exige. La circunstancia de que vivamos un
tiempo de fundamentalismos —algunos furibundos, otros menos—como los

178
V III. H N A I

que se expresan a través de Bush júnior, de una porción del islamismo y


del Papa Benedicto XVI no debe hacernos perder de vista el sentido de
las cosas (el sentido de la realidad, como escribió alguna vez Berlin). Aprue­
bo absolutamente la distinción entre ciencia y política que preconizaba
Weber, y su corolario inmediato: la diferenciación entre el momento del
reconocimiento y el del juicio. La producción de saber y el proceso de
aprendizaje se benefician con la serenidad, el distanciamiento y el reco­
nocimiento de lo diferente.
También me parecen preferibles la tolerancia y el pluralismo en el
terreno político. Pero esto es, ya, harina de otro costal.
Quizá no debería haber incurrido en esta perorata opinativa final. Pero
tal vez, después de un periplo centrado en el esfuerzo por reconocer para
mejor comprender, se me pueda disculpar el desliz de incursionar breve­
mente en el terreno de los juicios de valor.

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182
A p é n d ic e s

Cronologías
A lem ania en el siglo x ix y prim er cuarto del siglo x x

Alemania arribó al siglo XIX sin haber consumado aún su unidad polí­
tica. Se hallaba desperdigada en una miríada de reinos, principados, duca­
dos e incluso ciudades autónomas. A lo largo del siglo se ensayaron diversas
alternativas de unificación.
1806: Confederación del Rhin. Formada por los reinos de Baviera, W urtem-
berg, Sajonia, y Westfalia; los principados de Nassau-Usinger, Nassau-
Weilburg y Hohenzollen; y los grandes ducados de Frankfurt, Badén,
Berg, Hesse-Darmsstadt y Wurzburg, entre otros. Eran en total 36 uni­
dades estatales. No participaron Prusia, Austria y Hannover.
1815: Congreso deViena. Se constituye la Confederación Germánica, for­
mada por los reinos de Austria, Prusia, Hannover, Baviera, Sajonia y
Wurtemberg; los grandes ducados de Badén, Hesse-Cassel, Hesse-
Darmstadt, Mecheburg, Oldemburg, Weimar, Eisenach, etc. Y las ciu­
dades libres Bolma, Lubeck, Frankfurt y Hamburgo, entre otras
unidades participantes. Austria tenía predominio.
1866: Guerra entre Prusia y Austria. La batalla de Sadowa definió el triun­
fo a favor de Prusia. Se disolvió la Confederación Germánica y se cons­
tituyó la Confederación de Alemania del Norte bajo la preponderancia
política y militar de Prusia.
El rey de Prusia quedó como presidente de la Confederación.
Había un Parlamento compuesto por 297 diputados elegidos por sufra­
gio universal y un Consejo Federal presidido por un canciller elegi­
do directamente por el rey de Prusia. En 1867, Otto von Bismarck
(1815-1898), llamado a tener un relevante papel en la unificación de
Alemania, fue nombrado Canciller de la nueva Confederación.
1870: Se declara la guerra llamada franco-prusiana. Ambos estados tení­
an motivaciones parecidas para encararlas. Francia, en la que impera­
ba Napoleón III, descontaba su triunfo sobre la Confederación de

183
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

Alemania del Norte y esperaba, con este resultado, relegitimar el Impe­


rio por esa época relativamente alicaído. La Confederación, por su par­
te, confiaba también en ganar la contienda, que esperaba utilizar como
motivo para reclamar la incorporación a aquella de las unidades polí­
ticas alemanas todavía remisas a hacerlo. Prusia consiguió ambos obje­
tivos. Ganó la guerra e incorporó los reinos de Baviera y
W urtemberg y los grandes ducados de Hasse Darmstadt y Badén a la
Confederación, otrora renuentes.
1871: La Confederación se disuelve y se reconstituye como Imperio ; Gui­
llermo I de Prusia es nombrado emperador. Se conforma un sistema
político complejo que incluía Emperador, Canciller (jefe de gobier­
no), Consejo de Ministros, Consejo Federal y Parlamento elegido
libremente de 397 miembros, repartidos de manera diferencial entre
las distintas unidades (a Prusia le correspondían 236; a Baviera 48; a
Sajonia 23; a Wurtemberg 17; etc.).
Guillermo I es coronado enVersailles, Francia.
Bismark es nombrado Canciller del Imperio en 1871; ocupó el
cargo hasta 1890.
1918:A raíz de la derrota de Alemania en la la. Guerra Mundial se disuel­
ve el Imperio. El emperador Guillermo II, sucesor de su homónimo Gui­
llermo I, curiosamente firma la capitulación también enVersailles. Lo que
equivale a decir que el imperio guillermino nació y murió en Francia.
1919: Se constituye la República deWeimar, que se extendió hasta 1933.
Se la llama así por la ciudad en la que se aprobó la constitución que
le dio origen. En su transcurso se gestó el movimiento nazi.

Francia en el siglo x ix y parte del siglo XX


1804: Instauración del imperio napoleónico. A la caída del imperio se reor­
ganiza la monarquía bajo el dominio de la casa Borbón.
1814-1824: reinado de Luis XVIII.
1824-1830: reinado de Carlos X.
1830: Revolución de julio. El movimiento fue rápidamente asimilado pero
provocó la caída de Carlos X y la sustitución de la casa Borbón por
la de Orleáns.
1830-1848: reinado de Luis Felipe de Orleáns.
1848: Revolución de febrero. Cae Luis Felipe y se instala un gobierno pro­
visorio. En diciembre se proclama la lia. República.
1848-1851: Luis Napoleón, sobrino de Napoleón Bonaparte, es elegi­
do presidente.

184
APÍ-NOia s

1852: Luis Napoleón provoca un golpe de Estado e instaura el Imperto.


Asume como emperador con el nombre de Napoleón III.
1870: Cae Napoleón III como resultado de la derrota de Francia en la gue­
rra contra Prusia. Problemas de orden interno primero y después el
levantamiento de los obreros de París hacen que la reinstauración del
régimen republicano avance muy lentamente.
1871: Revolución en París protagonizada por sus sectores obreros y popu­
lares. Gobiernan la ciudad entre el 18 de marzo y ei 28 de mayo, es
decir, por 70 días. Se conoce a este movimiento con el nombre de
La Comuna. El movimiento fue sangrientamente reprimido.
A la caída de ia Comuna se organiza un gobierno provisorio y el
31 de agosto asume AdolpheThiers como presidente. Se pone en mar­
cha la Illa. República, que se abre paso con dificultades.
1877: Se establece una democracia parlamentaria que afianzará la Illa.
República.
1939: Estalla la lia. Guerra Mundial.
1940: Final de 1a Illa. República debido a la derrota de las tropas france­
sa a manos de las alemanas. Los alemanes ocupan París y se instaura
el Régimen de Vichy, favorable a estos. Desde el norte de Africa el
Gral. Charles De Gaulle (1890-1970) hace una convocatoria a la resis­
tencia y mantiene viva la llama de una Francia libre.

Breves reseñas biográficas


K arl M arx

1818 Nace enTréveris, Prusia, el 5 de mayo. Hijo de un abogado judío


convertido al protestantismo.
Realiza estudios secundarios en su ciudad natal.
1835-1836 Inicia estudios de Derecho en la Universidad de Bonn.
1836 Entabla noviazgo con Jenny vonWestphalen. Abandona Bonn y con­
tinúa sus estudios en la Universidad de Berlín. Amplía sus intereses a
la filosofía y a la historia. Forma parte del círculo de los llamados “jóve­
nes hegelianos”.
1838 Muere su padre.
1841 Obtiene su doctorado en filosofía en la Universidad de Jena, con la
presentación de la tesis Diferencia de la Filosofía de la Naturaleza en Demó-
crito y Epicuro.

185
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

1842 Regresa a Bonn con la expectativa de poder trabajar en la Univer­


sidad junto a Bruno Bauer, pero esto no se concreta. Se incorpora
como redactor a la Gaceta Renana, un periódico liberal de tendencia
opositora a la monarquía prusiana.
1843 La Gaceta Renana deja de aparecer por presiones políticas. Contrae
matrimonio con Jenny von Westphalen, el 19 de junio y decide exi­
liarse en París, a la que arriban el 11 de octubre. Edita allí, con Arnold
Ruge, Los anales Franco-Alemanes. Publica asimismo Crítica a la Filo­
sofía del Derecho de Hegel y La Cuestión Judía.
1844 Conoce a Proudhon, Mijail Bakunin y Moses Hess, entre otros acti­
vistas y exiliados, y a Friedrich Engels, con quien mantenía corres­
pondencia epistolar pero aun no conocía personalmente. Escriben
juntos La Sagrada Familia.
1845-1848 Es expulsado de París por pedido del gobierno prusiano. Se ins­
tala en Bruselas. Escribe con Engels La Ideología Alemana, que perma­
necerá inédita —incluso se la creía perdida—por muchos años, y Miseria
de la Filosofía, en la que critica fuertemente a Proudhon. Participa de
la fundación de la Liga de los Comunistas. En coautoría con Engels, escri­
be el Manifiesto Comunista, que se publica en febrero de 1848.
1849 Es expulsado de Bruselas y se traslada a Colonia, donde funda La
Nueva Gaceta Renana. Publica en ella Trabajo, Salario y Capital. Cono­
ce a Ferdinand Lasalle. Rema allí y en otras regiones de Alemania un
clima de agitación revolucionaria, del que se mantiene relativamen­
te al margen pues no creía que estuvieran dadas aun las condiciones
para que la revolución fuese exitosa. El movimiento fracasa. Es expu;
sado de Colonia. Antes de partir, publica en el último nnmero de L a
Nueva Gaceta Renam , en caracteres rojos, un poema de V-erdmand Frei-
ligrath, cuyas primeras líneas dicen premonitoriamente así:
Adiós entonces, adiós el trueno del combate
Adiós compañeros de batalla
Y también vosotros, campos sucios de polvo
Adiós las espadas y las lanzas
Adiós entonces, pero no para siempre.
Permanece poco tiempo más en otras ciudades de Alemania, pero
parte al cabo de nuevo a París. No se quedará, sin embargo aquí. En
agosto parte para Londres. Se encuentra al borde de la indigencia. Su
familia se halla enTréveris, en la casa de la madre de Jenny. Marx tie­
ne 31 años.
1850 Retoma sus estudios de economía. Publica Las Luchas de Clases en Fran­
cia. Jenny se le ha unido ya, embarazada y con sus 3 hijos. Sobreviven
a duras penas, en parte con la ayuda de Engels. Muere su hijo Henry.

186
A P É N D IC h S

1852-1855 Publica, en el primero ele estos años, El 18 Brumario de l.uis


Bonaparte. Disuelve la Liga de los Comunistas (1852) Retoma de
manera intermitente sus estudios de economía y dedica prácticamen­
te todo su tiempo al trabajo de periodista, para poder sostener a su
familia. Mueren sus hijos Francesca (1852) y Edgar (1855). Nace su
última hija, Eleanor (1855).
1856 Muere la madre de Jenny. Esta recibe una parte de la herencia, lo
que le permitirá a la familia mejorar un poco las condiciones de vida.
1857-1858 Retom a sus estudios de economía así como el trabajo sobre
lo que años más tarde será El Capital. Escribe con intermitencias y le
cuesta avanzar.
1859 Publica Contribución a la Crítica de la Economía Política y continúa tra­
bajando sobre El Capital.
1860 Engels aumenta un poco su ayuda económica a Marx. Debe, sin
embargo, intervenir de urgencia con el envío de 100 libras para res­
catarlo de un episodio inesperado: el prestamista al que Marx concu­
rre a empeñar un juego de plata que ha heredado Jenny lo denuncia
porque sospecha que lo ha robado.
1861 En diciembre, Bakunin desembarca en Londres y se pone en con­
tacto con sus viejos compañeros. Había pasado 8 años de cárcel y 5
de confinamiento en Siberia, de donde logró fugarse.
1862-1863 Cesa su colaboración para el NewYork Tribuna, lo que lo colo­
ca nuevamente en una situación de penuria financiera. Sin embargo,
la muerte de su madre (noviembre de 1863) le significa una herencia
que le permite acomodar nuevamentente su vida.
1864 Participa en la organización de la Asociación Internacional de los Tra­
bajadores. Es nombrado miembro de su Consejo General y se le encar­
ga la redacción de los estatutos y de un manifiesto inicial de la
Asociación. Marx toma parte muy activamente en las reuniones del
Consejo y se muestra comprometido con las tareas de aquella, que se
desarrolla rápidamente. Continúa trabajando en El Capital.
1866 Por sugerencia de Engels reduce el tiempo dedicado a la Asociación,
en beneficio de la redacción de El Capital. Lee el Curso de Filosofía Posi­
tiva de Comte treinta años después de su publicación. El texto le pare­
ce malo.
1867 Aparece el Libro I de El Capital en Alemania. Se editan 1000 ejem­
plares, pero la venta no es muy significativa.
1869 Se reedita El 18 Bmmario. Marx viaja a París, con documentos apó­
crifos a nombre de Alan Williams, para vistar a su hija Laura, casada
con Paul Lafargue. El Partido Popular de Sajonia, del cual son direc­
tivos August Bebel y Wilhem Liebknecht se divide y da origen a la

187
A P U N TE S D f; S O C I O L O G ÍA

fundación del Partido Socialdemócrata Obrero Alemán; Marx simpa­


tiza con esta iniciativa.
1871 Con el estallido revolucionario de La Comuna de París, Marx es con­
sultado —en su transcurso—varias veces, pero duda en expresar públi­
camente sus opiniones, aunque simpatiza con el movimiento. No
conoce bien la situación y no se encuentra bien informado. Publica
luego La Guerra civil en Francia, que en su primer formato es un Lla­
mamiento a la Internacional, con motivo de aquella. Defiende la tenta­
tiva y llega a considerarla el primer intento de dictadura de! proletariado.
Los ojos del establishment se vuelven contra la Internacional, a la que
ven como la inspiradora de La Comuna y contra el propio Marx, a
quien consideran su jefe en las sombras. En Francia, Alemania, Rusia
y otros países y regiones de Europa se persigue a sus miembros y la
Internacional comienza a disgregarse.
1872 Se realiza el Congreso de la Asociación Internacional de los Traba­
jadores en La Haya. Marx consigue que se tomen las dos siguientes
decisiones: a) se traslade la sede de la misma a Nueva York; b) se expul­
se a Bakunin. La suerte de la Asociación, transplantada y dividida está
echada (hay quienes piensan que la verdadera intención de Marx era
disolverla). Marxistas y anarquista seguidores de Bakunin continua­
rán sus discusiones y se intentarán por parte de estos últimos algunas
jugadas postreras. Pero aquella se encamina irremediablemente a su
extinción.
1874 Marx aplaude el éxito electoral del Partido Socialdemócrata Obre­
ro Alemán, de Bebei y Liebknecht.Trabaja en reediciones de su obra,
en el Libro II de h l Capital y en la traducción cíe ést; • al trances.
1875 Se fusionan el Partido Socialdemócrata Obrero Alemán y tos socia­
lista lasalleanos (ácidamente criticados siempre por Marx) en el Par­
tido Socialista Obrero de Alemania. Disgustado, escribe su *Orifica ai
Programa de Gotha (nombre de la ciudad que hospedo el congreso de
la unificación). Cree que el nuevo partido, con esas raíces, no podrá
prosperar. Se publica el Libro I de El Capital en francés
1876-1877 Las disputas entre reformistas y marxistas en el seno del nue­
vo partido socialista alemán no cesan. Marx se desentiende de ellas
mientras continúa trabajando en los Libros II y III de El Capital y sigue
estudiando a Rusia, por la que se había interesado desde finales de los
años 60. Bismarck ilegaliza el partido a comienzos de 1877.
1881 Muere su esposa Jenny. La salud de Marx se deteriora.
1883 Muere Marx en Londres, el 14 de marzo, a los 64 años. Los Libros
II y III de El Capital quedan inéditos. Serán publicados bajo la super­
visión de Engels en 1885 y 1894, respectivamente.
A P É N D IC E S

Em ile D urkheim

1858 Nace el 15 de abril, en Epinal, una población de la región de Lore-


na. Era hijo, nieto y bisnieto de rabinos. Durante la guerra franco-pru­
siana su pueblo es ocupado por las alemanes. Cursa la escuela primaria
y secundaria en Epinal.
1879 Ingresa a la Ecole Normal Supérieure, luego de un primer intento
fallido y se radica en París. Tiene de compañeros ajeanJaurés, Henry
Bergson, Camille Julien, Maurice Blondel y Gustave Belot, entre otros.
Esa institución universitaria era severa y exigente. Los alumnos esta­
ban virtualmente pupilos: sólo podían salir los jueves a la tarde y los
domingos. Formaba en un humanismo general con especialización en
historia y filosofía.
1882 Obtiene su graduación con mención en filosofía. Comienza a tra­
bajar como profesor en diversos liceos.
1885-1886 Realiza un viaje de estudios por Alemania, interesado en las
tesis de W ilhem Wundt, dedicado al estudio de la psicología.
1887 Se casa con Louise Dreyfus. Obtiene el cargo de profesor de peda­
gogía y ciencias sociales en la Universidad de Burdeos, en la Facul­
tad de Letras. Es su primer cargo como profesor universitario
propiamente. Dicta allí el primer curso de sociología ofrecido en las
universidades francesas. Despliega una intensa actividad como profe­
sor. Además del de sociología, dicta también cursos de pedagogía,
sociología criminal, historia del socialismo, educación moral, etc,
1893 Se doctora en filosofía en la Universidad de París. Publica ese mis­
mo año su tesis doctoral con el título de La División del Trabajo Social.
Continúa con su actividad académica en Burdeos.
1895 Publica Las Reglas del Método Sociológico.
1896 Funda la revista L'A nnée Sociologique, que perdura hasta 1913. Es un
instrumento de debate académico y de difusión de ideas de signifi­
cativo impacto en la consolidación de la Sociología como ciencia en
Francia. Lo acompañan en esa importante empresa intelectual, entre
otros, Marcel Mauss, Fran^ois Simiand, Elenri Hubert y Celestin Bou-
glé, entre otros.
1897 Publica El Suicidio. Participa de las discusiones ligadas al affaire Drey­
fus que enfrentan a integristas católicos y anticlericales laicos, que cubre
el fin de siglo francés. Se ubica entre los segundos.
1902 Es nombrado profesor, con categoría de suplente, en la Universi­
dad de París, ciudad a la que se traslada. Está a cargo de la cátedra de
Ciencias de la Educación, que más tarde se convierte en Ciencias de
la Educación y Sociología.
A P U N T E S DE S O C IO L O G ÍA

1906 Es nombrado profesor titular en la antedicha universidad, posición


que ocupará hasta su muerte. Sigue manteniendo una intensa activi­
dad académica: participa de congresos, publica en revistas especiali­
zadas, etc.
1912 Publica Las Formas Elementales de la Vida Religiosa.
1915 Muere su único hijo, André, en la batalla de Salónica, durante la Gran
Guerra. Esta pérdida le resulta profundamente dolorosa y su salud se
resiente.
1917 Muere en París, el 15 de noviembre. Tenía 59 años.

M ax W eber

1864 Nace, el 21 de abril, en Erfurt, en el seno de una familia protestan­


te. Es el mayor de 8 hijos. Su padre era un abogado cuya familia explo­
taba la industria textil en Westfalia. Fue, además, un político destacado
del Partido Liberal Nacional. Fue diputado en la Cámara prusiana y,
luego, diputado ante el Reichstag, entre 1872 y 1884. Su madre, Hele-
ne Fallenstein-Weber, era una mujer de una gran cultura y con mucha
preocupación por los problemas sociales y religiosos. Max se formó,
así, en un ambiente permeado por la política, la religión y las activi­
dades culturales y artísticas. A la edad de 13 años les regaló a sus padres,
para Navidad, dos ensayos: “Sobre la maldición de la historia alema­
na, con referencias especiales a la posición del emperador y del papa”
y “Sobre el período del Imperio Rom ano desde Constantino a la
migración de las naciones”. Mantuvo con su madre un contacto inte­
lectual bastante estrecho hasta 1919, año en que falleció.
1882 Ingresa a la Universidad de Heildelberg para estudiar Derecho; toma
también clases de economía, de historia, de filosofía y de teología.
1883 Llace durante un año el servicio militar, adquiriendo una formación
de oficial.
1884 Retoma sus estudios pero se traslada a Berlín, en cuya Universidad
se matricula. Cursa también estudios en la Universidad de Góttingen.
1886 Aprueba exámenes que lo habilitan para ejercer como abogado.
1888 Se incorpora a la Verein fü r Sozialpolitik (Asociación para la Política
Social), que agrupa a estudiantes de diversas tendencias preocupados
por la cuestión social. Había sido fundada por Gustav Moller —inte­
grante de la Escuela Histórica Alemana— en 1872 y se encontraba
dominada por los llamados “socialistas de cátedra”.
1889 Obtiene su doctorado en Derecho. Su tesis se denominó “C ontri­
bución a la historia de las organizaciones mercantiles en la Edad

190
APÍ'NDIU S

M edia”. Vive en la casa paterna pero con la expectativa de alean/ar su


independencia económica, cosa que ocurrirá más adelante cuando sea
llamado a ocupar un cargo docente en la Universidad de Friburgo. Sin
abandonar la Verán, se vincula con el movimiento evangélico social,
uno de cuyos dirigentes más destacados era Friedrich Naumann, con
quien traba amistad.
1890 Aprueba exámenes que lo habilitan a ejercer la docencia universi­
taria como profesor. Por pedido de la Vcrein inicia estudios sobre la
situación de los campesinos en Prusia Oriental.
1893 Se casa con Marianne Schmtger.
1894 Es designado profesor en la Universidad de Friburgo, donde ense­
ña economía política.
1895 Pronuncia una clase inaugural —como era costumbre en las univer­
sidades alemanas- que tuvo mucha repercusión. Se la conoce habi­
tualmente como “El Discurso de Friburgo” pero su verdadero título
es “El Estado nacional y la política económica”. Causa gran impac­
to en general y, en particular, sobre Naumann y sus seguidores que
deciden sustituir el social-cristianismo que profesaban por un socia­
lismo nacional y fundan, en 1896, la Unión Nacional Social. Weber
acompaña la experiencia pero la mira con ojo crítico. La organización
no alcanzó un desarrollo satisfactorio y se disolvió en 1903.
1897 Muere su padre. Es designado profesor en la Universidad de Heil-
delberg. Una grave enfermedad nerviosa lo obliga a suspender su acti­
vidad laboral durante cuatro años.
1902 Retoma la docencia en Heildelberg, pero no puede sostenerla con
la misma intensidad que ante:,
1903 Funda, con Werner Sombart, ios Archw für Soziaiwissenschaft und
Soziaípolitik (Archivopara la Ciencia y la Política Social). Renuncia a Heil-
delberg.
1904 Realiza un viaje a los Estados Unidos, que le causa una profunda
impresión. Publica la primera parte de La Etica Protestante y el Espíri­
tu del Capitalismo y, también, el artículo “La objetividad cognosciti­
va de la ciencia social y de la política social”.
1905 Publica la segunda parte de La Etica Protestante y el Espíritu del Capi­
talismo.
1906 Publica dos artículos sobre Rusia, que desde hacía algún tiempo había
comenzado a interesarle especialmente, así co m o trabajos los campos
de sociología de la cultura y sociología de la religión.
1907 Continúa fuera de la actividad académica. Recibe una herencia que
le permite mantenerse con comodidad, sin tener que pensar en la
necesidad de generar ingresos. En su casa de Heildelberg recibe con

191
A P U N TE S DE S O C IO L O G ÍA

regularidad a numerosos intelectuales como Windelband, Naumann,


Simmel, Tonies, Michels y Troelstch, entre otros.
1909 Funda la Asociación Alemana de Sociología. Comienza los traba­
jos que conducirán a Economía y Sociedad.
1913 Publica Ensayo sobre algnnas categorías de la sociología comprensiva.
1914-1915 Estalla la la. Guerra Mundial (también llamada la Gran G ue­
rra). Es movilizado hasta finales de 1915 y puesto a cargo de un gru­
po hospitales de la zona de Heildelberg. Publica la “Introducción” y
el capítulo “ Confucianismo yTaoismo” de La Etica Económica de las
Religiones Universales. Acabada la guerra los revisará con vistas a la edi­
ción completa de dicha obra, pero todo el trabajo quedará trunco pues
muere antes de poder completarlo.
1916-1917 Participa de misiones oficiales a Bruselas, Viena y Budapest.
Es partidario de una paz rápida, sin pérdidas y sin anexiones, aunque
estas ideas no prosperan.
1918 Dicta en la Universidad de Munich dos conferencias que se harían
famosas, que se conocen en español con los nombres de “La políti­
ca como profesión” y “La ciencia como profesión”. Es nombrado con­
sultor de la delegación alemana que participa en Versailles de las
negociaciones que fijan las condiciones del armisticio y establecen
duras sanciones para Alemania.
1919 Acepta ser designado profesor en la Universidad de Munich. For­
ma parte de la comisión encargada de redactar una constitución, en
la ciudad deWeimar, que impone en Alemania un régimen republi­
cano. Participa de la fundación del Partido Democrático Alemán y su
nombre es incluido en una lista para la elección parlamentaria, pero
luego es retirado.
1920 Muere inesperadamente en Munich, ríe una neumonía, el 14 de
junio, a la edad de 56 años. Su opera magna Economía y Sociedad es publi­
cada por primera vez en 1922 por Marianne Weber, su viuda, en base
a los materiales que ya estaban preparados por Max y a sus papeles
borradores.

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