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LA PECHUGA DE LA
SARDINA
Vol V. 1961-1965
(p.317-397)
***
EL AUTOR
DECORADO
Al levantarse el telón se ve una casa de dos pisos. El primero, a ras de la calle, se
divide en dos habitaciones. La de la derecha es mayor y cuenta en su fondo izquierda con
unas escaleras que llevan al interior y al piso de arriba. Esta habitación comunica
directamente con la calle. Es comedor y cuarto de estar. En su fondo derecha hay una
cama turca. Entre ésta y la escalera, una cómoda. Una mesa camilla ocupa el centro. A
esto se añaden las sillas y todo lo que se considere necesario para conseguir un ambiente
de clase media modesta. La habitación de la izquierda cuenta con una cama vieja, de
hierro, y un armario de luna. También se ve un lavabo de madera con jarra y cubo para
el desagüe, una mesilla de noche y en la pared fotografías de artistas de cine, reinas
jóvenes actuales, etcétera. Todo ayudando a crear un clima de ilusión desbordada. Un
alto ventanuco en la pared de la izquierda da al exterior.
Subiendo las escaleras se llega a un estrecho pasillo con dos puertas, que dan,
respectivamente, a dos nuevas habitaciones. La de la derecha cuenta con paredes que,
según las necesidades de la acción, pueden quitarse y dejar al descubierto el interior.
Esta habitación cuenta con otra puerta que da ü una pequeña terraza enfrentada con el
público. La habitación de la izquierda tiene dos camas que dan los pies al público. Están
separadas por una mesilla de noche. Encima de ésta se ve un despertador. En la pared de
la izquierda, una ventana da a la calle. A sus lados figuran un lavabo como el de abajo y
una mesita de pino con dos o tres libros encima, alguna carpeta y una silla arrimada a
ella. A los pies de una de las camas se verá una banqueta. En el primer término de la
derecha, y arrimado a la pared, se verá un viejo baúl y encima de él dos maletas. De un
árbol-perchero pende algún vestido, alguna prenda.
La parte frontal de la casa da a una calle que ocupa el primer término del
escenario. La parte izquierda da a un callejón estrecho, angosto, que se pierde al fondo.
Toda la pared de la izquierda de este callejón, que es la que lo encajona, se proyecta en
dos esquinas, entre las cuales, y casi en primer término, figura perderse otro callejón.
En el vértice de la segunda esquina y coincidiendo con el punto medio entre la ventana
y el ventanuco de la casa, se verá un farol clavado. En la parte derecha de la casa se verá
otro callejón, éste sin salida, que da a una taberna. Toda la pared de la derecha, que a su
vez encajona este callejón, comienza en otra esquina que ocupa el extremo saliente de
este lateral. En el vértice, y a la altura adecuada, se verá otro farol igual al anterior. Esta
esquina también figura dar a una calle.
Está amaneciendo. Los dos faroles, con una luz algo difusa, alumbran la escena.
En la habitación de arriba —la de la izquierda, ya que la de la derecha se halla cubierta
— se ve a CONCHA de pie ante la ventana y con la mirada perdida a lo lejos. Está en
salto de cama. Ésta se ve utilizada, con las sábanas a la vista. En la cama de la derecha
duerme PALOMA.
En la habitación de abajo, con el cuerpo un poco destapada, duerme SOLEDAD. Y
lo mismo hace JUANA en la cama turca del comedor. Los vestidos de todas ellas se verán
sóbrelos respaldos de las sillas, pies de las camas, etcétera. Zapatos y medias, visibles
también, indican un poco de desorden.
ACTO PRIMERO
(La enlaza y le besa una oreja mientras caminan de nuevo. Delante de la puerta
de la casa se paran otra vez.)
ladra tú y sanseacabó.
(JUANA se rebulle un poco en la cama turca. Ésta hace ruido de mueble viejo.
Arriba, CONCHA se aparta de la ventana y va a contemplarse en el espejo del lavabo.
Luego se inclina, acercando la cara al espejo. Se pasa la mano por ella. Termina cogiendo
el peine y peinándose un poco. Sin hacer ruido, se acerca a la cama de PALOMA y mira
si está dormida. Hecho esto, se encamina a la puerta, la abre con mucho cuidado y sale
al pasillo. Llega hasta la puerta de enfrente y pega el oído. Luego se yergue y hace que va
a llamar. Se queda en la intención. Al fin, ya un poco desandada, repesa, y después de
cerrar la puerta vuelve a la ventana y se queda como al principio. A lo lejos se oye una
campana llamando a misa. De repente, CONCHA se echa a llorar y, ya en sollozos, se
tumba encima de su cama. PALOMA, semidormida, se vuelve hacia ella e,
incorporándose, un poco, inquiere.)
(Al ver que no contesta, se levanta y da dos o tres vueltas por la habitación. Se la
nota nerviosa, desesperada. Al fin coge su bata que está encima de la silla, y se la pone.
Hace lo mismo con las zapatillas. Luego sale y baja las escaleras. Reaparece en la
entrada del comedor y, sin ruido, baja los tres escalones. Estando en ellos JUANA se
incorpora.)
CONCHA.— La cabeza.
CONCHA.— No la entiendo.
(Caminan.)
JUANA.— Ni bien ni mal, hija. El aire que la mueve tié más fuerza que
ella. Y es mejor así. El día que se le plante de frente cualquiera de sus momentos
íntimos se vuelve loca de verdá.
(La Beata 2.a, seguida por su compañera, arranca hacia el callejón de la izquierda
cuchicheando caricaturescamente. Así se pierden por el fondo.)
JUANA.— (Que se acaba de meter dentro con su ropa de vestir.) ¡Cándida! (Se
oyen nuevos golpes en una puerta y otra vez la voz de JUANA.) ¡Cándida!
(El despertador que hay encima de la mesilla de noche del cuarto de CONCHA y
PALOMA comienza a sonar. PALOMA se da la vuelta en la cama y lo para. Luego se
despereza... CONCHA sigue arreglándose. PALOMA, sin salirse de la cama, se sienta.)
CONCHA.— (Ya arreglada, con el velo y el libró de misa en la mano.) ¡Me estáis
cercando todos! (Muy brusca.) ¡Me vais a volver loca!
PALOMA.— (Con prisa, escaleras abajo.) Hasta luego, no quiero llegar tarde.
CÁNDIDA.— ¿Gimnasia?
JUANA.— Cuando una hembra se tira demasiao tiempo en la horizontal,
es que espera algo.
CÁNDIDA.— (Un poco intrigada.) Me güelo que el gato que usté acaba de
encerrar no es católico practicante. Y gatos así no tienen na que husmear en una
servidora. Y yendo a lo de la gimnasia: yo sola me tumbo y sola me levanto.
JUANA.— (Dura y enfrentándose con CÁNDIDA.) Todas las que viven bajo
este techo son tan honrás o más que tú, ¿te enteras? Y el día que no lo creas así,
te largas.
Que venga bien orientao, con la pápela arregla, que así es como está
mandao, en (SOLEDAD, bostezando, exclama con voz suave, algo melodiosa, nunca
cursi.)
¡Y no daré el abrelatas
CÁNDIDA.— Descuide.
SOLEDAD.— Gracias.
DOÑA ELENA.— (Voz dentro, seca, autoritaria.) ¿Es que no lo has oído? Dile
a Juana que suba. Es con ella con quien quiero hablar.
(SOLEDAD se mueve ante el espejo, da uno o dos pasos sin dejar de observar su
figura. JUANA sale del interior y sube las escaleras. Ya arriba, llama a la puerta del
cuarto de DOÑA ELENA.)
DOÑA ELENA.— (Voz dentro, seca.) Pase usted, Juana. (JUANA entra.)
Cierre, haga el favor.
(JUANA cierra. CÁNDIDA sale del interior con una escoba que, por donde se
barre, lleva un paño para pasarlo por el piso. Y esto comienza a hacer, canturreando.)
(CONCHA se dispone a salir para el trabajo. JUANA sale del cuarto de DOÑA
ELENA, Con la puerta abierta y desde el pasillo le dice a ésta.)
JUANA.— Las puertas de esta casa lo mismo sirven pa entrar que pa salir,
señora.
DOÑA ELENA.— (Voz dentro, furiosa, histérica.) ¡La echaré! ¡Os echaré a
todas!
JUANA.— ¡Toma! Por cada tía o tío normal que traigas te doy...
(No entra. JUANA observa y escucha desde la puerta del otro cuarto.)
(CONCHA cierra y baja las escaleras. JUANA sale al pasillo y cierra la otra
puerta, murmurando irónica.)
Y no daré el abrelatas
Voz 1.a— (Voz de mujer, un poco alejada.) ¡Señá María! ¡Dígale al pimpollo
que una melancólica le llama al teléfono!
Voz 2.ª— (Casi a la misma distancia que la anterior y un poco menos intensa.)
¡Saturnino! ¡Al teléfono!
Voz 3.a— (Voz de hombre, más intensa que las otras.) ¡Voy! ¡Subo rápido,
señora Isabel!
JUANA.— ¿Pero qué pasa hoy en esta casa? ¡Estamos todos pal arrastre!
JUANA.— Tú, ¿qué?... Todas hemos pensao lo mismo; pero aquí estamos,
¡vivitas y coleando! (Se levanta.) Husmea, Soledad. ¡Y adelante mientras el olfato
te sea fiel! Aún puedes encontrar...
JUANA.— Sólo una cosa, hija: que la hembra del espejo saltará de él y se
unirá a ti suplicándote que le hagas compañía. Y si tienes valor, te la irás
comiendo poco a poco hasta que sólo queden las raspas. Y con las raspas te será
suficiente para aguantar de pie hasta que des la voltereta final. (Saltando.)
¡Halejop! (Jovial) ¡Alegra esa cara, mujer! ¡Todavía es apta pa'l besuqueo!
(Canturrea.)
SOLEDAD.— (Cogiendo toalla y jabón del lavabo.) ¡Es usted un sol, Juana!
JUANA.— Sí, un sol de desván. (Cambiando.) Oye, parece que doña Elena
no te quiere bien.
JUANA.— (Se para al lado de la cómoda y pasa un dedo por ésta.) Vivir en paz:
¡vaya un latiguillo! (Se mira el dedo y llama.) ¡Cándida!
JUANA.— (Dura.) ¡Ni yo ni la cómoda! ¡Trae acá! (Le coge una mano y se
la pasa por encima de la cómoda. Luego se la enseña, exclamando) ¡Con más polvo que
un difunto de la guerra del catorce! ¿Lo ves?
VENDEDOR.— (Chulesco.) ¡Lo que un día nos va a pasar a los dos, locura!
¡Que estás pa meter gol!
(Por el fondo del callejón de la izquierda las dos BEATAS vienen de regreso.)
BEATA 2.a— ¡No escapará! ¡Nadie escapa a la justicia del Más Allá!
VENDEDOR.— ¡No seas chalá! (Da una vuelta de baile tarareando un cha-cha-
chá) ¿Las saco?
CÁNDIDA.— No.
(Corre hacia la salida al revolverse furiosa la criada, que le persigue hasta medio
escenario.)
TELÓN
ACTO SEGUNDO
PRIMERA PARTE
(Risas.)
Voz 3.a— ¡Venga, venga! ¡Menea las fichas y a palmar con honor!
(Como viniendo de las distintas casas del barrio, y como ecos, varias
exclamaciones se pierden escalonadas en la distancia.)
DOÑA ELENA.— Que en mi última carta... (Se corta y exclama, sin dejar de
mirar por los prismáticos.) ¡Ya están ahí los del guateque! Juraría que la pelirroja
no es aún mujer. Y ahí la tienes; dispuesta a dejarse tentar por el primer inmoral
que se le arrime. ¡Locos! (Comienza a oírse, algo alejado, un bailable moderno.) Ya
empiezan. ¡Mira qué descaro, mira!
DOÑA ELENA.— (Dejando de mirar por los prismáticos.) ¿Se asustó quién?
DOÑA ELENA.— (Volviendo a mirar por los prismáticos.) Sí, eso parecía: una
perra asustada. (Breve pausa. Dejando los prismáticos.) Ponte en su lugar y verás.
Claro que para llegar a lo que ella llegó hace falta...
CONCHA.—¿Y qué?
DOÑA ELENA.— (En tono bajo, extraño.) ¡Vivir! (Ríe sarcástica.) ¡Vaya un
eslogan!
(Vuelve a los prismáticos. A lo lejos, los del guateque cantan a coro un cha-cha-
cha. PALOMA vuelve a su mesita, a seguir estudiando. De la taberna salen dos de los
hombres del primer acto, comentando.)
HOMBRE B.— Na, que eres un tío cerrao. (Caminan hacía el callejón de la
izquierda.) ¿Qué vas a ver?
DOÑA ELENA.— Algo que se adquiere, que nos va modelando y que nos
defiende contra...
CONCHA.— (Breve pausa.) ¿Usted siempre fue así? ¿No tuvo nunca algún
instante de esa alegría que le parece sospechosa? ¿No aspiró nunca a ser feliz?
¿Nunca un hombre...?
CONCHA.— (Ausente.) Miedo, sí. Y dice usted bien: algo que se adquiere,
¡y miedo! Y esto nos va haciendo tristes. Mientras tanto, por ahí cantan los
pájaros y es primavera.
DOÑA ELENA.— (En grito histérico.) ¡Sal de aquí! (CONCHA la mira durante
un instante. Al fin, va a salir. Ya abierta la puerta, DOÑA ELENA, mesurada, le
pregunta.) ¿Ha sido Julio?
(Sale y cierra. DOÑA ELENA se queda unos segundos mirando hacia la puerta.
Al fin, abre el cajón de la mesilla, saca el cuadernito y un lápiz y apunta algo. La luz de
su cuarto se reduce al encender PALOMA la del suyo, en el que entra. Detrás entra
CONCHA y cierra la puerta.)
CONCHA.— No te entiendo.
PALOMA.— Hay que luchar, Conchita. Oye. (Señalándole los libros.) ¿Por
qué no preparamos juntas estas oposiciones? (Definitiva.) Tienes que
independizarte. (Iniciando la salida.) Anda, vámonos.
CONCHA.— Qué fácil lo ves todo. A veces creo que eres una simple.
CONCHA.— ¿Y si me fuera?
(Sale al pasillo y cierra. Ya las dos en el primer escalón oyen la voz de DOÑA
ELENA llamando.)
(Por el lateral izquierdo entra un mujer que se dirige hacia la salida opuesta.
PALOMA sale del interior de la casa y, acompañada de CONCHA, atraviesa el comedor
en semipenumbra.)
(Caminan las dos hacia la salida del lateral izquierda. Los hombres,
siguiéndolas, comentan.)
Para mí ésa.
HOMBRE A.— Las dos están buenas. (Yendo hacia ellas.) Venga, ¡al toro!
(Las adelanta y les intercepta el paso.) Por aquí no es.
PALOMA.— Apártese.
HOMBRE B.— (Poniéndose también delante de ellas.) ¡Por una sonrisita nos
apartamos los dos!
HOMBRE A.— (A CONCHA.) Sonría. Tiene usté cara de estar muy triste.
(El HOMBRE A le pega un bofetón a PALOMA. CONCHA se lanza hacia él, pero
PALOMA la sujeta.)
HOMBRE B.— Oye, a estas horas la ciudad está así (Junta las yemas de los
dedos.), ¡plagadita de bombones! ¿Y te vas a emperrar en que esas dos nos
amarguen el domingo? (Trata de llevárselo hacia la taberna.) ¡Tira ya, so pelma!
(Se para.)
(Entran en el callejón.)
VOZ 1.a— No, mujer. Ella ya ha parido. Es cuando le enseñan los trillizos
y llaman a la «poli» pa que busque al padre.
Voz 2.a— ¡Mire usté que preocuparse por el desalmao ese!
HOMBRE B.— (Los sigue riéndose.) Tremendo. ¡Qué tío más tremendo!
UNA VOZ.— (Desaforada.) ¡Bajen esa radio! ¿Qué quieren? ¿Que la oiga
todo el país?
(Del interior sale JUANA al comedor, diciendo en voz alta hacia adentro.)
CÁNDIDA.— (Ofendida.) ¡Señora Juana! (Se señala.) ¡Que aquí no hay más
pecao que el original!
JUANA.— Anda, anda, vete a tumbarte, que el día siguiente es mañana
mismo y hay que currelar.
chiquitín, chiquitín,
chiquitín, chiquitín,
que yo traigo.
(llamando.) ¡Juana!
BORRACHO.— ¡Juanita!
¡Largo!
BORRACHO.— (Volviendo hacia ella con los brazos abiertos.) Déjame que te
abrace. (JUANA se da la vuelta con intención de meterse en la casa. De pronto, dando
un aullido de dolor, el BORRACHO se dobla sobre sí mismo.) ¡Juana! ¡Juanilla! (JUANA
se vuelve. El BORRACHO se rehace, llega hasta JUANA y se abraza a ella.) Sin ti yo... Yo
soy un mal tipo, Juana. Un tipo triste. Sólo te tengo a ti. (Breve pausa.) ¿Te
acuerdas? ¡El ocho de enero de mil novecientos veintinueve! Dijimos ¡sí! los dos.
¿O fue el treinta y tres? ¡Y qué buena estabas, Juanilla! ¡Dura de nalgas y el
pecho firme como un limón! (Pausa.) Oye, chata, me encuentro en un apuro.
(JUANA Se pone en guardia.) ¿No tendrás por ahí cuarenta y nueve pesetejas?
(Gesto de JUANA.) No, no es necesario que me des las cincuenta. Yo, ya sabes,
las cuentas justas.
JUANA.— (Se saca de un bolsillo una moneda de cinco duros y la tira al suelo.)
Ahí tienes, cinco duros. ¡Y lárgate de una vez, que has viciao el aire!
BORRACHO.— (Coge los cinco duros, los besa y, muy contento, se dirige a la
taberna, tambaleándose y cantando.)
chiquitín, chiquitín,
chiquitín, chiquitín,
que yo traigo-o...
SOLEDAD.— ¿Y si se lo hago?
HOMBRE A.— Tampoco podré bajar el párpado. Así que una de dos: o es
usté buena conmigo o me pego un tiro. (SOLEDAD ríe. Su risa es un poco
nerviosa. El intenta abrazarla.) ¿Va usted a permitir que me suicide?
HOMBRE A.— (Se acerca a ella por detrás y le susurra al oído.) Quédese en
casa y así nadie que no sea usté misma, se meterá con usté. (Un poco chulo.) Pero
en cuanto salgas a la calle y saques este cuerpo que te gastas, no te alborotes si
alguien trata de darte un bocao. ¡Eres la hembra más apetecible del domingo!
(La coge por los hombros y le besa el cuello.) Y del lunes, y del martes. De toa la vida
si tú quieres. ¡Hasta que nos pudramos!
HOMBRE A.— (Ante la puerta cerrada.) Espera. (Un poco grosero.) ¡Abre, tú!
HOMBRE B.— ¡La tuya, chalao! La marmota era nalga de arriba abajo.
HOMBRE B.— (Mirando hacia DOÑA ELENA.) ¡Pues vaya un surtido que tié
la casa!
(Se echan a reír estrepitosamente los dos. DOÑA ELENA hace mutis. Los dos
hombres, sin dejar de reír, se meten en la taberna. Por el fondo del callejón de la
izquierda se oye la voz de LA RENEGÁ, que entra cantando.)
ladra tú y sanseacabó.
LA CHATA.— Eso, eso; de tul sujeto por alhaja de brillantes. Eso es nacer
con suerte, ¿eh, Renegá? Imagínate que tu padre fuese marqués.
(Tira el papel.)
LA RENEGÁ.— Aclárate.
BORRACHO.— Pato.
HOMBRE B.— (En alto al HOMBRE A.) Tú, ¿qué le pasa al barítono este? (Al
BORRACEIO.) ¿Ya no hay ronda? (Agarrándole y obligándole a caminar.) ¡La noche
está en pañales todavía!
LA CHATA.— (Arrugando rabiosamente el papel y tirándolo contra el suelo.)
¡Ni que no nos parieran a todas por el mismo sitio! (Se rehace y, refiriéndose al
HOMBRE A, le dice a su compañera con tonillo finolis, cursi.) ¡Conde a la vista,
Renegá! (Contoneándose, siempre cursi, se acerca al HOMBRE A y burla burlando le
pregunta.) ¿Verdá que es usté un conde?
BORRACHO.— ¡Que me olvides! (Para sí.) Me jieden les chulos y las pu...
(Se corta al notar que LA CHATA Y LA RENEGÁ le observan; continúa galante.)...
dibundas señoras que me rodean.
LA RENEGÁ.— ¡Qué fino! (Ofreciéndole una mano.) Aquí,tié usté otra. (Se
inclina y le ofrece el carrillo.) ¿O prefiere el carrillito?
HOMBRE A.— Ten generosidad. (En bajo al HOMBRE B.) Atiende, que
ahora va lo bueno. (Se coloca debajo de la luz del farol. Saca un libro del bolsillo,
busca una página y declama de puntillas.) Ahuyentaremos juntos la soledad que se
acerca y haré que tu cuerpo se torne florido.
(Salen por el lateral derecho. SOLEDAD abre, con una matizada mezcla de deseo
y miedo, el ventanuco, como esperando que esté todavía él. Entra la luz del farol y le da
de nuevo en la cara, iluminándosela. Siempre en esta poética y honda situación,
SOLEDAD pone el tocadiscos. Vuelve a oírse el fox lento, triste, nostálgico. De pie,
apoyada la espalda en la pared, SOLEDAD se ensimisma. En camisón, sale JUANA del
interior y se dispone a acostarse. Breve pausa. De pronto el BORRACHO llama, con
cierto tono lastimoso, implorante en la voz.)
(JUANA sale y ayuda a su marido a ponerse en pie. Entran en la casa. Luego ella
le va desnudando para acostarlo en la cama turca. Por el lateral izquierdo una
VIEJECITA entra con un capacho, en el que trae comida para los gatos. Entra
buscándolos, llamándolos con el clásico bisbiseo. Sale por el lateral derecho. SOLEDAD,
de nuevo ante el espejo, se observa. Al fin, en un arranque, se lanza sobre su imagen,
como intentando abrazarla. CONCHA, arriba, rompe en sollozos y se echa, convulsiva,
sobre su cama. La luz se reduce. El fox suena hondo, triste.)
TELÓN
ACTO TERCERO
La misma decoración. La habitación de DOÑA ELENA, al descubierto. Ésta,
sentada en su cama, inspecciona el exterior con sus prismáticos. En su cuarto,
SOLEDAD está acabando de arreglarse. Está animada y tararea la parte alegre del disco.
La noche está cerca.
CÁNDIDA.— ¿Pero qué le ha pasao? ¡Si llevara usté los ojos en la cara!
CÁNDIDA.— (Con zumba.) No, señorita; yo no. ¡Pero tenga usté cuidao
con el accidentao!
(Pausa. Al ver que DOÑA ELENA no la hace caso, abre para irse. Entonces
DOÑA ELENA la retiene preguntando.)
(Baja las escaleras y se mete en las habitaciones del interior. DOÑA ELENA
aspira el perfume de los claveles. Luego trata de que queden a su gusto dentro del
florero. Por el fondo del callejón de la izquierda aparece CONCHA. Viene ensimismada.
Cuando está a mitad del callejón, siguiendo a CONCHA viene una BEATA. Ésta, con el
libro de misa en la mano, deja a CONCHA atrás y desaparece por el lateral derecho. De
la tasca viene una voz que canta un aire flamenco.)
la color le va dejando
y la pata estirará.
OTRA VOZ.— ¡Así se canta, macho! ¡Y que se mueran las feas!
CONCHA.— (Volviéndose irritada.) ¿Mi casa? ¿Qué quiere decir usted con
eso? (Despectiva.) ¡Mi casa! ¡Cuando más la necesito más me siento expulsada de
ella! (Ordenando.) ¡Váyase! No me encuentro bien. (Furiosa.) ¿Es que no quiere
entender que, pese a quien pese, lo que está pasando aquí dentro (Se toca el
vientre.) ya no tiene remedio? Acerqúese, si es usted capaz, y ponga su oído.
¡Acérquese! ¿Acaso le da repugnancia? Sólo es un ruidito, que irá creciendo y se
hará un ser humano. Un ser humano que se enterará de mi vida y de la de
ustedes. O de la que nosotros le demos a él. (Tajante.) ¡Acérquese o váyase!
DOÑA ELENA.— (Volviéndose violenta.) ¿Qué dices? (Yendo hacia ella.) ¡Te
prohibo!...
CÁNDIDA.— (Al oír la llamada se le cae el cuadernito al suelo.) Ya, ¡ya voy!
(Para sí.) ¿Me habrá visto? ¡Esta tía es el diablo! (Deja el cuadernito en su sitio, y al
ver los dos duros que rechazó antes, los coge y se los guarda, exclamando.) ¡Pues yo al
diablo le cobro!
DOÑA ELENA.— Sube y coge de la mesilla los dos duros que dejaste
antes.
CÁNDIDA.— (Saliendo.) Les daré un silbidito desde aquí fuera. (Se dirige
hacia el callejón de la izquierda, murmurando.) No, ¡que no hay quien pueda con el
diablo! Persígnate, Cándida.
(Persignándose sale por el fondo del callejón. Pausa. DOÑA ELENA se levanta y,
siempre apoyada en su bastón, se dirige hacia el cuarto de SOLEDAD. Después de un
instante de duda abre, entra y cierra tras sí. Enciende la luz. En este instante es la
única luz en el escenario. A DOÑA ELENA se le nota cierta excitación. Observa,
extremadamente curiosa, los detalles femeninos del cuarto, las fotografías. De pronto se
encuentra con su propia imagen ante el espejo de luna del armario. Se queda parada,
observándose. Al fin, avanza sobre el espejo, y parada de nuevo, vuelve a observarse.
Deja ahora el bastón apoyado sobre los pies de la cama y haciendo un esfuerzo se
sostiene de pie. Con una de sus manos se ahueca el pelo. La otra recorre su cuerpo, como
inventando líneas. Luego abre el armario, y va mirando, palpando los vestidos, la ropa
íntima. Saca una combinación y, como acariciándose, se la pasa por una de sus mejillas,
lentamente, abstraída. Cierra el armario, y ante el espejo, se arrima la combinación al
cuerpo. La misma mano vuelve a recorrer su cuerpo. Al fin se crispa sobre el vientre, y
de lo hondo de DOÑA ELENA brotan unos sollozos apagados que ella trata de contener.
La combinación ha caído al suelo. Los sollozos empiezan a aflorar libres, incontenibles.
DOÑA ELENA, flaqueando, tiene que medio sostenerse, agarrándose a los pies de la
cama. Por el lateral derecho entra PALOMA. Trae una carpeta corriente, de cartón, y
un libro. Entra en la casa. Con la puerta abierta, oye sollozos en el cuarto de SOLEDAD.
Queda un instantes la expectativa, empujando maquinalmente la puerta, que no ¡lega a
cerrarse. De pronto, apresurada, llega hasta la puerta del cuarto de SOLEDAD y llama.
Cesan los sollozos de DOÑA ELENA. Ésta, al darse cuenta de que pueden sorprendería
en su lastimoso estado, se yergue y, con un esfuerzo visible de gesto, se recupera, y
tensa vuelve a su aspecto hierático, dominante. Aspecto que ahora se nota exagerado.
Este momento de tan «significativa debilidad» de DOÑA ELENA —momento que la
define como víctima— es el fundamental del personaje. Pero en este caso los prejuicios,
el medio, vencen. Y DOÑA ELENA, en su titánica reacción hacia lo esperpéntico, queda
condenada definitivamente.)
PALOMA.— Gracias.
(Salen los tres. Se encienden los faroles. PALOMA sale del interior de la casa,
donde ha dejado el paquete de OMO, y sube hacia su cuarto. Por el lateral izquierdo
entra JUANA con su marido. Éste viene apoyado en ella, cansado, enfermo.)
(El marido ha quedado en calzoncillos. Una de esas prendas de viejo —de felpa—
que cubren todo el cuerpo.)
(Termina de arroparlo.)
PALOMA.— No sé.
PALOMA.— (Va hasta ella y la besa.) Fe, mucha fe en la vida, Concha. Ella
es más fuerte y más generosa que nosotros. ¿Has tomado ya una decisión?
CONCHA.— Me voy.
(Ríe un poco.)
PALOMA.— No digas eso. (Con fe.) Dentro de cada una de nosotras hay
algo que es muy fuerte. Algo, Concha, que si sabemos sacarlo a flote nada ni
nadie puede con ello. Mira a tu alrededor: penas, alegrías; gente que se alza y
gente que se hunde. Pero siempre la vida en pie.
(Se mete.)
(Se oyen rumores. LA CHATA se adelanta hasta la mitad del escenario y escucha.
El VENDEDOR desde su sitio.)
JUANA.— Es un suicidio.
(CÁNDIDA sale y se une al corro, al lado del VENDEDOR. PALOMA acude al lado
de CONCHA. DOÑA ELENA se levanta)
(Salen.)
(Se hace otro instante de silencio. SOLEDAD mira a PALOMA. Todos quedan
pendientes de esa mirada. Parece que va a hablar. Hace ademán de ello. Al fin,
deshilvanadamente, va diciendo.)
SOLEDAD.— Un... espejo. De... debo estar ho... horrible. Por favor, un... un
espe...
(Hipa.)
OBRERO.— (De mal humor.) ¿Qué hacen ustedes aquí?¡ Hala, pa sus
casas!
LA RENEGÁ.— (Recuperada y riendo.) ¿Lo dices por ésta y por mí?
TELÓN FINAL