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Las falacias, varias personas le quisieron conceder un significado a su nombre, sin embargo,

solamente una de estas personas acertó o esto es lo que más concuerda con dicho tema y su
significado es este: (una falacia es un argumento que parece ser válido, pero no lo es).

Con las falacias hay una presuposición de cómo se cometen, por ejemplo; algunas se cometen
intencionalmente, ya sea para persuadir o para la manipulación de los demás, otras por lo
contrario se han debido por descuidos o dicha ignorancia de estas.

En este tema nos habla de cómo un argumento puede tener premisas verdaderas y conclusión
verdadera, y aun así puede ser falaz.

También nos habla de que el estudio de las falacias se remota por lo menos hasta la época de
Aristóteles, quien en sus “Refutaciones Sofisticas” identifico y clasifico trece tipos de ellas. Las seis
primeras dependen de la ambigüedad, de la anfibología, de las combinaciones de palabras,
divisiones de palabras, acento y formas de expresión. Y en las otras siete no dependen del
lenguaje, entre ellas los accidentes, la falacia de las muchas preguntas, la petición de principio y la
afirmación del consecuente.

Nos explicara cómo no solo en la lógica son de especial relevancia las falacias, sino que en otros
aspectos cotidianos como lo es la política, la retórica, el derecho la ciencia, la religión, etc., en
cualquier área de argumentación y persuasión.

En lógica, una falacia «engaño» es un argumento que parece válido, pero no lo es. Algunas falacias
se cometen intencionalmente, para persuadir o manipular a los demás, mientras que otras se
cometen sin intención, debido a descuidos o ignorancia. En ocasiones las falacias pueden ser muy
sutiles y persuasivas, y puede hacer falta mucha atención para detectarlas.

El que un argumento sea falaz no implica que sus premisas o conclusión sean falsas. Un argumento
puede tener premisas verdaderas y conclusión verdadera, y aun así ser falaz. Lo que hace a un
argumento falaz es la invalidez del argumento en sí. De hecho, inferir que una proposición es falsa
porque el argumento que la tiene por conclusión es falaz, es en sí una falacia, conocida como
argumento ad logicam.

El estudio de las falacias se remonta por lo menos hasta Aristóteles, quien en sus Refutaciones
sofísticas identificó y clasificó trece tipos de falacias. Desde entonces, cientos de otras falacias se
han agregado a la lista, y se han propuesto varios sistemas de clasificación.

Las falacias son de interés no sólo para la lógica, sino también para la política, la retórica, el
derecho, la ciencia, la religión, el periodismo, la mercadotecnia, el cine y en general, cualquier área
donde la argumentación y la persuasión sean de especial relevancia.

Definiciones

Todavía no hay acuerdo sobre la mejor definición de «falacia», y existen muchas propuestas en
competencia. En 1970, Charles Hamblin publicó una obra seminal titulada Falacias, que rastrea el
desarrollo de la noción desde Aristóteles hasta mediados del siglo XX, y concluye que la definición
estándar de «falacia» es «un argumento que parece válido, pero no lo es». Autores posteriores
como Ralph Johnson y Hans Hansen cuestionaron esta conclusión y propusieron definiciones
alternativas, mientras que otros autores, como Douglas Walton, defendieron la aproximación de
Hamblin.

Algunas definiciones alternativas a la de Hamblin hacen énfasis en las fallas lógicas de las falacias.
Por ejemplo, algunos definen a las falacias como argumentos deductivamente inválidos o con muy
poco apoyo inductivo. El problema con esta definición es que algunas falacias consisten en
argumentos deductivamente válidos, cuya falla está en otra parte, por ejemplo el falso dilema o la
petición de principio. Algunos enmiendan esta definición agregando que los argumentos no
falaces, además de tener validez deductiva o apoyo inductivo, deben tener premisas verdaderas y
bien justificadas, y no caer en la petición de principio. Esta definición tiene la ventaja de que
incluye a los falsos dilemas y a las peticiones de principio como falacias, pero tiene la desventaja
de que también incluye como falacias a muchos argumentos legítimos, por ejemplo argumentos
científicos del pasado que tenían premisas falsas, pero que sin embargo eran argumentos muy
serios y bien intencionados.

Van Eemeren y Grootendorst proponen una definición «pragma-dialéctica», en la que las falacias
se conciben como violaciones de las reglas de la discusión. Así por ejemplo, si una regla de la
discusión es no atacar al oponente a nivel personal, se sigue que todo argumento ad hominem es
falaz. Una dificultad con esta aproximación sin embargo, es que no hay acuerdo sobre la mejor
manera de caracterizar las reglas de una discusión.

La falacia lógica es un modo o patrón de razonamiento que siempre o casi siempre conduce a un
argumento incorrecto. Esto es debido a un defecto en la estructura del argumento que lo conduce
a que este sea inválido. Las falacias lógicas suelen aprovecharse de los prejuicios o sesgos
cognitivos para parecer lógicas. Cambiándose, a veces, el error inconsciente o involuntario por una
manipulación deliberada. Por eso, las falacias lógicas son los mecanismos automáticos más
comunes para poner en práctica los sesgos cognitivos. Algunas importantes falacias lógicas que
emplean los sesgos cognitivos se muestran a continuación. Véase también control social, control
mental, propaganda, lavado de cerebro.

Generalmente los razonamientos falaces no son tan claros como los ejemplos. Muchas falacias
involucran causalidad, que no es una parte de la lógica formal. Otras utilizan estratagemas
psicológicas como el uso de relaciones de poder entre el orador y el interlocutor, llamamientos al
patriotismo, la moralidad o el ego para establecer las premisas intermedias (explícitas o implícitas)
necesarias para el razonamiento. De hecho, las falacias se encuentran muy a menudo en
presunciones no formuladas o premisas implícitas que no son siempre obvias a primera vista.

Ejemplos

Petición de principio

Es una falacia que ocurre cuando la proposición a ser probada, es decir la conclusión del
argumento, se encuentra implícita o explícitamente entre las premisas. Por ejemplo el siguiente
argumento es una petición de principio:

1. Yo siempre digo la verdad.

2. Por lo tanto, yo nunca miento.


En este argumento, la conclusión está contenida en la premisa, pues decir la verdad es sinónimo
de no mentir. Las peticiones de principio resultan más persuasivas cuando son lo suficientemente
largas como para hacer olvidar al receptor que la conclusión ya fue admitida como premisa.

Formalmente, las peticiones de principio son argumentos deductivamente válidos, pues es


deductivamente válido que de A se sigue A. Existe desacuerdo acerca de por qué algunos
argumentos deductivamente válidos se consideran peticiones de principio y otros no. Una
propuesta es que la diferencia es psicológica: si la conclusión nos parece demasiado obvia con
respecto a las premisas, entonces consideramos que el argumento es una petición de principio, de
lo contrario no.

La petición de principio es una forma de razonamiento circular, y como tal puede dejar de ser
falaz si es lo suficientemente amplia. Por ejemplo, en los diccionarios las definiciones son siempre
circulares (pues definen palabras a partir de más palabras), pero no por eso dejan de ser
informativas, y por lo tanto no se consideran problemáticas. Del mismo modo, una petición de
principio lo suficientemente amplia puede dejar de ser un círculo vicioso para pasar a ser un
círculo virtuoso.

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