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Del libro: "Capitalismo flexible. Precariedad y nuevas formas del conflicto"

La nueva plebe precarizada


Diego Fusaro
“Había sido siempre de opiniones muy liberales.
Su frase favorita: ‘Los grandes se comen
siempre a los pequeños’ lo probaba”.
(Albert Camus, La peste)

Fin de la burguesía y del proletariado: la nueva plebe precarizada


La rebelión de las élites -que también podría ser entendida como una “segunda
restauración”- ocurre desestructurando no sólo el Siervo a través del tránsito del
proletariado al precariado, es decir, a través de la fragmentación de clase y la desactivación
de cualquier pathos en contra de toda forma de adaptación.
También, al lado y sinérgico con respecto a este movimiento, hay la aniquilación, por mano
de las élites cínicas y apátridas, de la clase media burguesa tradicional, que sin embargo, en
el pasado, había apoyado las élites en contra del Siervo.
Para imponerse en su forma totalmente correspondiente a su propio concepto, el capital
debe estructurarse de forma post-proletaria y post-burguesa, destruyendo, entonces, tanto el
Siervo como la clase media, de modo que desaparezcan la estabilidad ética burguesa y
proletaria, la conflictividad del Siervo y los valores burgueses no compatibles con el reino
de la omni- mercantilización.
El capital absoluto y especulativo anhela a verse a reflejado sí mismo en cualquier parte y,
por lo tanto, no puede no aspirar a derribar todo lo que lo límite y lo frene, desde la
conciencia oposicional proletaria a la ética y la cultura burguesa: él tiene que sustituir a las
formas tradicionales de la subjetividad de clase con una masa amorfa y re-plebeizada de
consumidores anónimos e individualizadas, ya ni burgueses ni proletarios, sin arraigo
comunitario, sin conciencia histórica y sin indocilidad antagónica.
Es en vista de este objetivo que, con su inconsciencia infeliz, la nueva élite del Señor, a
partir de 1989, procede a la destrucción de la clase media hija del welfare del siglo XX y, al
mismo tiempo, a la aniquilación de la gran cultura burguesa.
Obtiene el primer resultado precarizando el trabajo de la vieja burguesía y depredándole su
patrimonio a través de robos financieros legalizados, y alcanza el segundo a través de la
reestructuración mercantil de la educación, empresarializando las escuelas y las
universidades y destruyendo la idea misma de cultura.
Por esto, de acuerdo con la representación de Finale di partita de Morleo, la camisa
burguesa está abandonada en la arena global, junto con las herramientas de trabajo del
Siervo.
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La clase burguesa se caracteriza por su estructura íntimamente dialéctica. Ella puede, por un
lado, dar lugar a la figura de la conciencia infeliz y a la consiguiente contestación radical
del capitalismo, en esto alineándose al lado del Siervo, de acuerdo con el ejemplo del
burgués anticapitalista representado por Marx.
Por otro lado, como clase dominante en el orden de las relaciones de fuerza capitalistas, la
burguesía puede, en cambio, defender el cosmos hecho según la morfología capitalista,
apoyando ipso facto a los Intereses de la élite y del capital.
La historia de la clase burguesa, en la etapa dialéctica que precede su actual desintegración
en la nueva plebe precarizada post-burguesa y post-proletaria, se explica bajo esta luz, es
decir en la tensión entre la contestación del capital y su plena aceptación, entre la
participación en las luchas del Siervo o el apoyo a los intereses de la élite. Esta élite, sin
embargo, después de la derrota del Siervo en 1989, procede a desintegrar la burguesía
misma, en la medida en que ya no necesita su apoyo.
En consecuencia, como hemos visto, la precipita en el abismo del precariado, forzándola a
refluir en la nueva masa en el cual se identifica el Siervo actual, “en sí” y todavía no “para
sí”.
Si, con el 1968, se había matado a la cultura burguesa del padre y de los valores no
mercantilizables (y, por lo tanto, no plenamente compatibles con la lógica de mercado), en
1989 y en los años siguientes se aniquila la burguesía como clase social, es decir como
clase media.
En lugar del antagonismo bilateral entre Siervo y Señor perteneciente al capitalismo
dialectico, aparece la dicotomía no conflictual entre una global class neo-feudal y
financiera y una inmensa plebe precarizada y sin conciencia de clase, englobante tanto el
viejo proletariado, como –de una forma siempre más creciente- la vieja clase media, ella
también objeto de ofensiva por parte de la élite apátrida.
Con el fin de llevar a cabo exitosamente la desintegración de las clases medio-burguesas,
cuyo apoyo ya no se necesita durante la época de la derrota del enemigo comunista (Berlino
1989), las élites neo-feudales están destruyendo su fundación social de dos siglos de
antigüedad, es decir, el trabajo permanente entendido como lugar de la estabilidad y el
reconocimiento social, ahora sustituido por el trabajo flexible y precario. Esta forma de
trabajo genera la pulverización atomística de la dimensión pública y la privatización
completa de la vida social, des-eticizando el mundo de la vida y destruyendo
la estabilidad existencial propia tanto de la clase burguesa, como de la proletaria.
Se cumple, así, ese proceso de destrucción de la estabilidad ética y cultural burguesa que
había empezado en 1968, y que era funcional al desarrollo sin límites del fanatismo
económico clasista.
El trabajador estable, además, no es una figura exclusivamente conectada a la actividad
profesional.
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Al contrario, representa un modelo social de carácter eminentemente político, donde la


estabilidad parece como una forma de protección funcional al mantenimiento del libre
ejercicio de los derechos políticos garantizados por las constituciones democráticas.
El trabajo estable entendido en el sentido de la eticidad de matriz hegeliana corresponde, de
hecho, al hombre liberado de sus necesidades básicas como el hogar y el trabajo
garantizado, la salud y la seguridad del trabajador. Sobre esta base, él puede beneficiar de la
autonomía necesaria al fin de garantizar la libre participación política.
Favorecida por el mercado flexible y el proyecto político de la élite neoliberal, la
destrucción planificada de esta estabilidad laboral fundadora de la participación política se
traduce en precariedad la cual, como resultado, es al mismo tiempo laboral y participativa, y
que conduce a la pérdida de los derechos relacionados con la estabilidad que acabamos de
mencionar.
Si el trabajador precario no puede decidir nada acerca de su propio ámbito individual y
familiar, así como se encuentra regulado por el mercado fluctuante, tampoco será capaz de
ejercer su libertad en la esfera política. Obligado a la búsqueda incesante de una ocupación
en el mar infinito de los contratos de trabajo temporales, lo que le falta es el tiempo y la
atención necesarios para una activa participación política. Además, su condición precaria
hace que sea constantemente chantajeable por el bando del Señor a través de la amenaza de
no renovación del contrato. Él, por lo tanto, no puede participar libremente en la actividad
política ni expresar sin temor a su propia perspectiva.
Este aspecto impide el establecimiento de un diálogo político con otros precarios y, por lo
tanto, la formación de una “cadena social” que transforme el sufrimiento individual en un
proyecto común y solidario de redención.
Por esta razón, la precarización corresponde a la agresión del Señor al mundo de los
derechos del Siervo y, de una manera sinérgica, a una forma gubernamental destinada a
producir un nuevo tipo de subjetividad, el hombre inestable y manipulable, el cual se coloca
en una posición de completa desventaja en diagrama de las relaciones de fuerza.
A la aniquilación del trabajo estable se acompaña, para completar el cuadro, la destrucción
planificada de la familia y de la escuela como pilares del mundo ético burgués,
incompatible con el paradigma des-eticizado de la flexibilidad universal en cuyo horizonte
la única realidad sólida y, aún más, granítica, es el mercado transformado ideológicamente
en un destino insuperable.
En el tránsito de la conciencia infeliz burguesa a la inconsciencia feliz posmoderna, y de la
conflictividad entre Siervo y Señor a la de las revuelta unilateral de las élites, el dualismo
oposicional del nuevo feudalismo capitalista puede basarse, por lo tanto, en la polarización
entre la global class autocrática y la neo-esclavizada pauper class, es decir, la inmensa plebe
precarizada, entre los Señores apátridas del mundialismo y los Siervos neo-feudales y
precarizados. Esta polaridad, ya desprovista de la conflictividad biunívoca, se manifiesta en
la inédita forma de la masacre de clase administrada por el nuevo Señor neo-oligárquico.
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La clase media burguesa y el proletariado consciente de sí mismo están hundidos en el


magma de una nueva clase in fieri, compuesta por una plebe precarizada tanto a nivel de
trabajo como de la conciencia y existencial, despojada de derechos, ilimitadamente
explotada por el nuevo Señor, individualizada en el atomismo de las soledades e incapaz de
organizar una reacción concertada.
La re-plebeización de las clases sociales más débiles genera, así, un complejo e inédito
agregado social, con conflictividades latentes en su interior, compuesto por subjetividades
vaciadas, individuos atomizados y mutuamente hostiles, unisex y desarraigados, sin
identidad y oposición, sin conciencia de clase y sin gravedad simbólica, estructuralmente
móviles y nómadas, des-territorializados y des-eticizados, sin cultura y sin demora estable,
flexibles tanto en la erogación de la fuerza de trabajo como en los estilos de vida y en la
misma composición de clase, incierta y con contornos evanescentes.
Cómo las estrellas nacen de las nubes planetarias, productos de la disolución de las viejas
estrellas, de manera parecida la nueva pauper class globalizada - plebe neo-feudal sin
reconocimiento - nació del magma producido por la disolución de las viejas clases a partir
de 1989. Es el resultado de la disolución del proletariado y la burguesía, ahora convertidos
en una sola clase “en sí” y no “para sí”, precarizada y desestabilizada, flexibilizada y
desarraigada.
Las clases medias burguesas, que permitieron a las élites de triunfar sobre las clases
proletarias y el socialismo real, han sido correspondidas, después de 1989, con la
flexibilidad laboral y la época de las expectativas decrecientes, así como la destrucción del
perfil burgués clásico ha sido reemplazado por el homo instabilis, precario y flexible, ya
sin la eticidad hegeliana representada por la familia, el trabajo estable, la formación escolar
y universitaria pública y garantizada por el Estado como un lugar de mediación política y
social.
De esta manera, a través de la plebeización de la clase media, la burguesía se ha disuelto, al
igual que el proletariado, y se ha convertido, con este último, en parte de la nueva masa
precarizada y sin conciencia, integrada en la estructura y la superestructura, dominada y
subalterna.
La nacionalización de las masas típicas de la primera revuelta de las élites (1914) ha dado
paso a la precarización de las masas propia de esta segunda rebelión oligárquica (1989).
De esta manera, el nuevo orden flexible del mundo post-1989 se presenta en forma
antinómica, dejando co-existir en su interior el despliegue en forma absoluta del bloque
histórico capitalista y la inédita re-feudalización globalista de la sociedad, en la forma de
la polarización a-dialectica entre la oligarquización de las élites y la plebeización del
proletariado y de la burguesía anteriores .
La oligarquía no es burguesa, así como la plebe no es proletaria. Ambas son post-burguesas
y post-proletarias, partes opositoras de la nueva relación de clase en que el Señor
oligárquico y neo-feudal está en revuelta contra la plebe precarizada y sin conciencia,
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siendo el nuevo precariado compuesto por la reabsorción del antiguo proletariado y la vieja
burguesía.
La nueva plutocracia de la élite neo-feudal está compuesta, esencialmente, por un número
restringido de individuos privilegiados que constituyen la global class -el siempre menos
atestado bando del Señor- y que se evaporan como el capital: viven en diferentes países,
escapan las obligaciones de la ciudadanía, son vocacionalmente apátridas y enemigos de
todas formas de arraigo, de soberanía e identidad estable.
En el programa de de-localización, entendido como secreto de la competitividad, se
condensa también el estilo de vida y la visión del mundo de esta nueva plutocracia enemiga
tanto de los derechos sociales como de la estabilidad ética y existencial, del arraigo
comunitario como de las formas democráticas puestas sobre el Nomos de la economía.
Esta élite, cuyos miembros son menos del uno por ciento de la población mundial, posee
una fuerza financiera imponente al punto tal que puede manejar de manera casi monopolista
el debate político y las políticas económicas y sociales; lo que le permite presentar su
interés como universal, contrabandeándolo en forma del pensamiento único políticamente
correcto.
La global class neo-feudal lucha en nombre de la extensión ilimitada de la forma-mercancía
y del mercado soberano, individuando su propio enemigo en todo lo que resiste a esta
dinámica o que le puede resistir, in primis en el Siervo organizado y en los Estados
nacionales con primacía de la política sobre la economía.
En el bando opuesto, tenemos la reconfigurada clase del Siervo reducido a pauper class
global, a plebe precarizada y sin conciencia, compuesta por la gran mayoría de la población
mundial y obligada pasivamente a sufrir las decisiones y los abusos de la élite neo-
oligárquica.

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