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Ninguna de estas tesis es demasiado original hoy en día. Pero cuando, en 2009, fue
publicado por primera vez Realismo Capitalista, la obra maestra del teórico
británico Mark Fisher, el mundo era otro. No es que no hubiera literatura crítica, de
izquierda, sobre el orden neoliberal y la posmodernidad. Lo que ocurría tal vez, es que
nadie había presentado los argumentos de un modo tan cohesivo, haciéndolos
desprenderse evidentemente el uno del otro. Nadie había capturado la especificidad del
neoliberalismo del siglo XXI. Nadie había articulado la crítica cultural con la economía
política de un modo tan natural, como si no pudieran estar separados. Nadie del modo tan
claro, tan preciso, tan grafiteable, como Fisher.
Y grafiteado fue: su propio remix de frases de Jameson y Zizek, “es más fácil imaginar el
fin del mundo que el fin del capitalismo”, se convirtió en slogan del siglo. Es,
probablemente, el modo en que combina la dimensión apocalíptica del cambio climático,
el pesimismo político de la izquierda y la temática del futuro en tan solo trece palabras. Y
a la vez nombra lo innombrable: el fin.
Catorce años, decenas de traducciones, miles de reediciones y una bala más tarde, ¿cuál
es el legado de Fisher? Su suicidio, en el año 2014, lo elevó al nivel de mito, pero en los
meses previos su recepción ya estaba en un vertiginoso ascenso. Y no es solo Realismo
Capitalista, sino también Fantasmas de mi Vida, su libro más específicamente orientado al
análisis cultural. Y también Lo raro y lo espeluznante, dedicado a la ciencia ficción rara. Y
el blog K-Punk, editado como libro. Y su tesis doctoral, Constructos Flatline,
recientemente traducida por Caja Negra. Y un largo etcétera.
Hay una característica intrínsecamente meta en estas preguntas, que nace del hecho de
que algunos de los temas privilegiados de la obra de Fisher son, precisamente, el duelo,
los fantasmas, la muerte, la depresión y la nostalgia. Su suicidio opera empíricamente
sobre su teoría y fuerza una reactualización, una reinstanciación biográfica de sus
objetos de estudio.
Los primeros en activar algo así como un fisherismo fueron, sin duda, Nick Srnicek y
Alex Williams. Tal vez no tanto en su Manifiesto por una Política Aceleracionista, que si
bien recuperaba la matriz anti-tecnófoba y el llamado a que la izquierda recupere el futuro
de la obra de Fisher, tenía un estilo más bien dirigido a la acción y la organización política.
No, el sustrato hay que buscarlo en Inventar el Futuro: su mismo título es una cita de k-
punk. El libro se dedica a pensar la cuestión del trabajo en el marco de la automatización,
y llama a pensar un mundo no organizado en torno a las actividades laborales. El tema no
está extraído directamente de las preocupaciones de Fisher, pero sí lo está su abordaje,
el modo en que se construye el problema como a la vez político, afectivo y cognitivo.
Pero Inventar el Futuro fue publicado en 2015. La pregunta de esta nota es por los últimos
seis años, los que se cumplen desde su suicidio.
Una alternativa fue escribir sobre Mark. Así empezó Egreso, el libro de Matt Colquhoun,
cuyo subtítulo es precisamente Sobre comunidad, duelo y Mark Fisher. El autor fue amigo
y discípulo de Fisher (y editó Deseo Poscapitalista, una compilación de las últimas clases
dadas por el filósofo, a ser publicadas en español este año). En su obra, da cuenta de
este problema que planteábamos más arriba: el de la necesidad de aplicar la teoría de
Fisher para analizarlo a él mismo, a su muerte como evento, a su teoría como
acontecimiento.
Egreso es un libro maravilloso porque logra algo que otros trabajos similares (pienso
inmediatamente en Testo Yonqui, de Paul B. Preciado) intentan con resultados más
imprecisos: una combinación de teoría y, autobiografía, ensayo y trabajo de duelo. A
lo largo de sus capítulos, Colquhoun aplica y actualiza el marco conceptual de Fisher a la
crítica cultural de los últimos años, inventa nuevos términos para pensar el futuro,
sintetiza, desarma y reensambla un pensamiento. Un fisherismo.
2. Antifisherismo
En la medida en que su obra consiste, en gran medida, en la elaboración de un antídoto
contra la tecnofobia de izquierda, tal vez la principal corriente anti-Fisher la represente
el decrecionismo contemporáneo. El pensamiento Mark se basó en plantear que la
imaginación política sobre el futuro debía abrirse radicalmente a una infinidad de
posibilidades que hoy se ven obturadas por el capitalismo. El decrecionismo propone,
más bien, que hoy en día existen demasiadas opciones y que la prevención del colapso
solo puede surgir de una reducción del mundo: menos crecimiento, menos gente.
Hay algunos puntos donde las dos tradiciones podrían encontrarse (principalmente en los
mejores textos de Donna Haraway), pero durante los últimos años una parte significativa
de la degrowth left construyó un discurso específicamente enfrentado al legado
fisheriano. La filósofa Isabelle Stengers llegó a decir que los aceleracionistas no eran
más que “un puñado de cerdos chauvinistas”. En general, una serie de lecturas más bien
apocalípticas rechazaron de plano las tesis de Fisher sobre la rehabilitación de futuros
perdidos: lo perdido, sostuvieron, está perdido.
En los casos más explícitos (pienso en La organización permanente del teórico laclosiano-
kirchnerista Damián Selci), el suicidio de Mark es elevado directamente como una
prueba del callejón sin salida de su teoría. No destaco estas agresiones porque sí: la
respuesta antifisher fue en ocasiones virulenta hasta el punto de la violencia. Creo que
esto responde a un carácter efectivamente rupturista, en un sentido intolerante, de su
teoría.
3. Postfisherismo
Kit Mackintosh tiene 25 años, y recientemente publicó Gritos de Neón (en Argentina,
traducido por Caja Negra). Desde el lema con el que se abre, el libro es una disputa línea
por línea con Fisher: “Te dijeron que el futuro había terminado. Te engañaron.” La
tesis de Mackintosh es que esa cerrazón de la cultura hacia una nueva experimentación
técnica que abra las puertas a una imaginación del futuro, la que forma el núcleo del
diagnóstico fisheriano, ya no existe más.
El autor toma tres géneros (trap, bashment, drill) y construye la idea de un “macrogénero”,
el de la psicodelia vocal. Según Gritos de Neón, el error está en buscar exclusivamente
en el hardware la base material (infraestructural) de la nueva revolución sónica:
hoy, se trata de la experimentación en los sonidos vocales. Y es un verdadero
modernismo popular en el sentido fisheriano: experimental y vanguardista, y a la vez
masivo y directamente vinculado a los sectores populares y la clase trabajadora.
Ahora bien, si esto fuera solo así este ejemplo tendría que estar en la categoría
Antifisherismo. Sin embargo, (a) no hay ninguna referencia explícita a Mark en el libro de
Mackintosh, y (b) el prólogo fue escrito por Simon Reynolds, el crítico musical que trabajó
durante años con Fisher, y ahora presta su legitimidad a Gritos de Neón. Habría que
entender entonces a esta obra como un intento de ir más allá de Fisher, partiendo de
sus elementos teórico-críticos, del afecto particular de su obra, pero atravesando sus
limitaciones y, sobre todo, empleando su enfoque para un nuevo tiempo.
No es que Gritos de Neón esté exento de problemas. En particular, la dimensión
específicamente política de la crítica fisheriana está completamente elidida. Para Fisher,
la cancelación del futuro era un rasgo del capitalismo tardío y la falta de experimentación
sónica era correlativa a una ausencia de praxis política: nada de todo esto es siquiera
considerado por Mackintosh. Por otra parte, me parece particularmente sintomática la
afirmación del autor de que tras pasar dos o tres años con un género musical ya lo
considera viejo y pasa a otro. Hay un culto de la novedad por la novedad en sí que, creo,
resta potencia al análisis.
Esta será, probablemente, una de miles de notas publicadas el trece de enero en honor a
los 6 años sin Mark Fisher. No es siquiera el primer texto que he escrito sobre él; incluso
me propuse el año pasado dejar de hablar de MF por un buen tiempo (y fracasé). Sin
embargo, cada vez que llega enero me siento compelido a volver a abrir un procesador de
texto e intentar poner en palabras por qué esto importa.
En algún texto perdido, Zizek propone seis respuestas posibles ante un Evento:
lealtad, normalización reaccionaria, negación categórica, mistificación oscurantista,
imposición totalitaria, resurrección. Aplican a cualquier cosa que pueda ser considerada
un Evento: el marxismo, un encuentro amoroso, un descubrimiento científico, etcétera.
Creo que de lo que se trata, a fin de cuentas, es de pensar a Mark Fisher y su obra
como un Evento tal: algo que irrumpió, que transformó, y al que se debe responder.
Creo que podrían mapearse las seis posibilidades zizekianas al Evento Fisher (llamado
por Colquhoun “función Fisher”). (1) Lealtad en el fisherismo de Colquhoun y los primeros
textos de Srnicek y Williams. (2) Normalización reaccionaria de un Fisher “crítico cultural”.
(3) Negación categórica en el antifisherismo. (4) Mistificación oscurantista en el culto
seudoreligioso (aún vigente) a la muerte del profeta k-punk. (5) Imposición totalitaria en la
lectura errada del realismo capitalista como un manifiesto de la resignación. (6)
Resurrección en un postfisherismo.
Por supuesto, estamos adelantándonos a los hechos. ¿Se terminará de configurar de
verdad una escena que piense los problemas políticos, económicos y estético-culturales
que preocupaban a Fisher, siguiendo sus pasos pero no el pie de su letra? Les propongo
que nos volvamos a encontrar el próximo 13 de enero y pensemos qué ha ocurrido
entonces.