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El Liberalismo tiene una característica muy peculiar, reduce toda la realidad al sujeto. El
hombre es la causa, el principio y el término de toda la actividad creadora. De esta forma se
lo eleva al sujeto a un podio que no le corresponde, el de autosuficiente. Es
un humanismo ateo, niega la existencia de todo lo sobrenatural (a pesar de que se puede
deducir por sentido común que existe un ordenador) por ende niega a Dios creador y
providente. No hay otra vida que no sea la terrenal, además agrega que la Iglesia se
equivoca constantemente.
Para el liberalismo el hombre se desarrolla cuando expande su riqueza... tal vez se sientan
complacidos materialmente pero el espíritu tendrá en su cuenta una gran deuda.
2. Los orígenes del liberalismo Los orígenes del liberalismo están en las ideas optimistas de la
Ilustración y en la concepción individualista de la sociedad. De manera genérica, se apela a la
necesidad de los derechos humanos y no a la utilidad propia de la sociedad y del Estado.
Algunos autores que ejemplifican el pensamiento liberal son: John Locke (1632- 1704), Charles
Louis de Secondat y Barón de Montesquieu (1689-1755), François Marie Arouet (1694-1778),
más conocido como Voltaire, y Denis Diderot (1713-1784), por mencionar algunos.1 Los
principales iniciadores de la Ilustración se hallaban inscritos en el ámbito de la burguesía
ascendente, pero sus promotores no fueron solamente capas burguesas. Por un lado, la
Ilustración tuvo sus adversarios en determinados sectores de la alta burguesía comercial y, por
otro, en ciertos elementos del bajo clero o de la nobleza cortesana. Incluso el propio aparato
estatal del despotismo ilustrado (Federico II, Catalina II y José II) la apoyó, aunque en este
último caso, como simple instrumento de política internacional. Empero, el cambio brusco no
llegó del todo por la Ilustración, pues sólo la minoría acomodada sabía leer y contaba con el
tiempo para hacerlo. La Ilustración fue más reformista que revolucionaria; anhelaba un
sistema perfecto, organizado científicamente, regulado por la razón y gobernado por tiranos
generosos. La Ilustración quiso reunir todos los conocimientos científicos y hacerlos accesibles
a todos los círculos sociales. La filosofía en la Ilustración se conformó con los resultados de la
ciencia natural y las doctrinas empiristasde los ingleses. Esto fue la difusión de la parte menos
metafísica del cartesianismo y del pensamiento británico. El Diccionario histórico y crítico de
Pierre Bayle (1647-1706) y los veintiocho volúmenes de la Enciclopedia o Diccionario razonado
de las ciencias, las artes y los oficios de Denis Diderot (1713-1784) y Jean Le Rond D’Alembert
(1717-1783) son un claro ejemplo.2 Las condiciones que surgieron en Inglaterra a mediados
del siglo xvii, entre la guerra civil (1642-1651) y la Revolución gloriosa de 1688, formularon
argumentos contra el poder absoluto de la monarquía representada por Jacobo II, de 1685 a
1688, y por Guillermo III y María II, de 1689 a 1702. Asimismo, se formularon argumentos
contra el poder de la Iglesia y su verdad religiosa, la demanda de tolerancia religiosa a la
dominación del protestantismo de origen calvinista y el catolicismo romano. Durante el
mandato de Oliver Cromwell (1599-1658), se presentó el reconocimiento de distintas sectas
protestantes: calvinismo, luteranismo y unitarismo. La demanda de tolerancia religiosa y el
reclamo de un concepto de comunidad política fundado en el libre acuerdo de sus integrantes,
son los argumentos a los que John Locke (1632- 1704) recurrió para desarrollar la idea del
primer liberalismo inglés.3 La Revolución (1789-1799) le dio a Francia sus primeros inicios de
partidos políticos. Napoleón Bonaparte, de acuerdo con la idea plebiscitaria del cesarismo, no
había querido partidos. Para él los franceses debían manifestarse unánimemente en el amor a
la patria y a su gobierno. La salvaguardia del liberalismo francés está en el supuesto de que los
individuos encuentran su reconocimiento, no en la soberanía popular, sino en la extensión de
sus límites y en último término, en las garantías políticas frente al soberano, en el monarca o
en el pueblo. La Revolución francesa fue la primera revolución liberal burguesa europea,
representa el fin del antiguo régimen, la abolición de la servidumbre y el sistema feudal. El
liberalismo francés buscaba desarrollar una apertura del poder del monarca, a través de un
nacionalismo centrífugo y de la consolidación de la libertad civil. Se consolidó la libertad
política en una carta constitucional, donde se garantizó a todos los ciudadanos sus derechos y
obligaciones. Se crearon dos cámaras donde se concedía el derecho a votar los impuestos y a
colaborar en la aprobación de leyes. El sufragio se mantuvo como un privilegio para los
mayores contribuyentes; el cuerpo electoral era aún limitado.
Para los alemanes esta ciudadanía era completamente ideal y su nación era una cultura
nación. Su libertad radicaba esencialmente en el pensamiento. Aunque esta unidad ideal y
literaria compensaba a los espíritus en el primer momento del romanticismo, la dolorosa
experiencia de la época napoleónica puso de manifiesto el escaso beneficio, en comparación
con su potencia. Asimismo, manifestó que el fraccionamiento en Estados ejerce una influencia
sombría sobre todas las actividades individuales y públicas. La idea de que la nación cultura
tiene su realización completa únicamente en la nación política comenzó a abrirse camino en la
conciencia alemana. En el transcurso de una sola generación, la de Alexander von Humboldt
(1767-1859) y Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), ésta logró convertir el ingenuo patriotismo
cosmopolita en un sistema de Estado nacional.7 Los ideales de la Revolución francesa
recibieron en un primer momento un feliz recibimiento de los exponentes más importantes de
la cultura alemana. Las afirmaciones de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), Immanuel
Kant (1724-1804) y Friedrich Schiller (1759-1805) reconocen los fundamentos históricos más
importantes de aquellos mismos ideales alemanes de vida espiritual y autónoma que a su
propio conocimiento habían concedido. Poco más de una decena de años antes de la
Revolución francesa, la guerra de Independencia de los Estados Unidos (1775-1783) concreta
el nacimiento de la primer república organizada a partir de una Constitución escrita y de un
sistema federal. En Europa existieron repúblicas de menor tamaño: Venecia, las provincias de
los Países Bajos y Portugal en el siglo xvi y, por un tiempo, Cataluña. Sin embargo, la novedad
progresista residía en ofrecer a los ciudadanos una soberanía compartida y organizada por un
gobierno. La Independencia de los Estados Unidos no era el primer agravio que recibían las
monarquías, pero era la primera predicación de que todos los hombres son creados iguales,
que todos son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, como la vida, la
libertad y la búsqueda de la felicidad. Estos principios heredados por la voluntad de Dios
fueron para el iusnaturalismo la igualdad legal, la seguridad, la libertad y el derecho a la
propiedad.8 El liberalismo de los Estados Unidos se considera, desde la época de Alexis de
Tocqueville (1805-1859), como liberalismo democrático. La revolución americana tuvo un
carácter preponderantemente político, social y económico. No tuvo un régimen señorial al cual
derribar. Ante todo, se inhabilitó la anticipación por herencia de la propiedad inmobiliaria, con
excepción de Massachusetts, Delaware y Rhode Island. No se puso completo fin a la esclavitud,
permaneció como la contradicción más grave del régimen y el principal motivo de conflicto
entre los estados.
El liberalismo de los Estados Unidos recuperó los valores liberales de los ingleses y franceses,
desde Benjamin Franklin (1706-1790), John Adams (1735-1826), Thomas Paine (1737-1809),
Thomas Jefferson (1743-1826), James Madison (1751-1836), Alexander Hamilton (1755-1804)
y John Louis O’Sullivan (1813-1895), entre otros.9 En la Constitución Política de los Estados
Unidos se hace alusión a las piezas clave del liberalismo. Todos los seres humanos tienen
derechos naturales y el propósito del Gobierno es defender esos derechos, la felicidad y la
dignidad deberán desarrollarse como metas fundamentales por todos los individuos. En El
Federalista, Hamilton, Madison y Jay desarrollaron el diseño de un gobierno republicano y
federal. En el texto, la monarquía y la república se distinguen como lo malvado y lo divino,
como el mal y el bien. Dios está del lado de lo divino y del bien, del lado del liberalismo
estadounidense, y el engrandecimiento de la comunidad a través del trabajo duro y honesto.
Conservadurismo
n política, se denomina conservadurismo al conjunto de doctrinas, corrientes, opiniones y
posiciones, generalmente de centroderecha y derecha, que favorecen tradiciones1 y que
son adversas a los cambios políticos, sociales o económicos radicales, oponiéndose
al progresismo. En lo social, los conservadores defienden valores familiares y religiosos.
El conservadurismo es un modelo mental que es enseñado de manera individual o
colectiva, con base en las enseñanzas o experiencias adquiridas en las diferentes etapas
de la vida de los seres humanos. Con el objetivo de moldear los hábitos de las personas,
conforme las creencias del conservadurismo de determinada sociedad del mundo.2
La otra gran corriente del conservadurismo apareció en los países que fueron directamente
afectados por los desarrollos políticos y sociales de la Revolución francesa, «en rechazo a
ésta, al liberalismo político y al racionalismo de la Ilustración, defendiendo las instituciones
del Ancien régime y declarándose enemigo de la secularización de la política y de la
sociedad. El conservadurismo o conservatismo, como también se le conoce, se sustenta
en tres valores: la autoridad, la lealtad y la tradición. Rinde culto a la espiritualidad y al
valor de lo inconmensurable”.13 En ese sentido, puede ser descrito como «reaccionario»,
buscando una reafirmación, no solo de formas políticas, sino sociales anteriores, que se
percibían como una restauración de los principios de la autoridad monárquica absoluta y
del (generalmente) catolicismo como fuente única de valores y estabilidad social: «Los
conservadores franceses oscilaban hacia la Iglesia católica como una fuente de estabilidad
y tradición. La Iglesia trajo de regreso a la vida cotidiana un sentido de jerarquía y un orden
orgánico (Por supuesto que aquí hay una conexión implícita al romanticismo.) Pero en las
regiones católicas de Europa, especialmente en Francia, Italia y España, este tipo de
conservadurismo religioso tendría una atracción inherente.14
Un desarrollo extremo de esta última posición se encuentra en las sugerencias de Carl
Schmitt,15 quien fue uno de los principales ideólogos del Movimiento Revolucionario
Conservador de Alemania. Su propuesta se basa en la afirmación que la función central de
un Estado es la necesidad de instaurar un poder de «decisión» efectivo, que termine con
la guerra interna, cosa que no es posible, en su opinión, en un Estado liberal, en el cual no
se puede justificar la exigencia del sacrificio de la vida en favor de la unidad política. Estas
sugerencias tuvieron, junto a otras del Movimiento Revolucionario Conservador, una
importante influencia en la elevación al poder del Nazismo16y constituyen aún en el
presente las bases teóricas tanto de percepciones conservadoras "duras" como origen
moderno de la alegada tendencia del conservadurismo a depender de líderes u "hombres
del momento".
Muchos comentaristas apuntan que el origen del conservatismo inglés se encuentra en las
ideas de Richard Hooker, teólogo de la iglesia anglicana, quien desarrollo sus ideas a
consecuencia de la Reforma. Hooker enfatiza la importancia de la moderación a fin de
obtener un equilibrio político en aras de lograr armonía social y el bien común, dando así
origen a lo que, en Inglaterra, se llama «Alto conservadurismo», que puede ser visto como
un «conservadurismo moderado» o incluso como una expresión de la centro derecha.
Otro de los pensadores cruciales del conservadurismo inglés fue Edmund Burke. En su
libro Reflexiones sobre la Revolución francesa, Burke critica al racionalismo de
la Ilustración y niega la posibilidad de fundar una sociedad en la capacidad emancipatoria
de la razón, proyecto que el considera utópico. Como respuesta a estas posturas del
liberalismo del siglo XVIII, Burke proponía el regreso a las tradiciones fundamentales de la
sociedad europea y los valores cristianos basados en el naturalismo social. Esa posición
se basa en la idea de que no todos nacen iguales, con equivalentes capacidades o razón,
y por tanto no podía confiarse en un gobierno basado en la razón de los individuos. Las
tradiciones, en cambio, contenían la capacidad probada de regular el funcionamiento
social con estabilidad. Sin embargo, Burke no niega la necesidad de los cambios sociales,
pero cuestiona su velocidad. Para él, el orden social permanece y evoluciona a través de
un proceso natural, como un todo orgánico.
Burke concebía el establecimiento del estado ideal (ejemplificado en el sistema inglés)
como basado en las leyes, libertades y costumbres que resultan de una especie de
contrato social entre los diversos sectores sociales. Ese contrato se refleja —en el caso
mencionado— en la Carta de derechos. Ese contrato antecede —y es amenazado por— la
aparición de las monarquías absolutas, las que deben ser controladas pero no
exterminadas, tal como fue el resultado de la Revolución Gloriosa. En la opinión de Burke,
ese contrato no solo regula las relaciones entre los diferentes Estamentos o clases
sociales, pero establece las «antiguas libertades» y garantías que corresponden a cada
una,17 agregando que es de la contraposición de esos intereses, resueltos en la manera
aprobada en la constitución,18 emana y aseguran no solo la armonía sino también la
libertades mencionadas.19 En resumen, Burke es un fuerte partidario de la monarquía
constitucional que el considera basada en antiguos derechos —que preceden o están en la
base misma de ese sistema y que se transmiten por derecho de herencia y que se
expresan en el Parlamento (ver «Origen de la Institución» en ese artículo)— Sistema que
él considera armonioso y estable no solo porque «en una especie de verdadero contrato
social» permite que los diversos «tipos de propiedades' (nobleza, iglesia y comerciantes o
burgueses en el sentido original de la palabra: los que viven en ciudades) puedan dirimir
sus problemas sino también porque «el vulgo» acepta y hace suyo ese sistema en la
medida que le garantiza prosperidad.20 Adicionalmente, Burke argumentó que las
tradiciones son una fuente mucho más estable de accionar político que «abstracciones
metafísicas» que, a lo más, representan solo lo mejor de una generación, a diferencia de la
sabiduría acumulada de las tradiciones, que influencian a los individuos de tal manera que
hacen imposible la realización de «juicios objetivos» acerca de la sociedad.
Burke ha llegado a tener mucha influencia en el conservadurismo no solo anglosajón sino
además en el de otras naciones debido a, entre otras cosas, sus ideas acerca de la Ley de
consecuencias no previstas21 y de “peligro moral”.22
Finalmente, y en aparente oposición al origen cristiano de sus ideas, Burke defendía
también la propiedad privada,23 lo que ha sido uno de los elementos centrales del
conservadurismo hasta hoy.
Otro pensador de gran importancia para esta visión fue Benjamin Disraeli, quien, a pesar
de ser conservador, sentía simpatía por algunas de las demandas de los «cartistas» e
introdujo —indirectamente— el término «conservadurismo de una nación» para referirse a
una aspiración de unidad nacional y armonía entre las clases sociales y grupos de
intereses.24
Consecuentemente con esa posición, Disraeli busco un acuerdo político con los
«radicales», en oposición a las políticas liberales de la época, concretamente, en relación
a extender el voto a sectores populares (en esa época, el derecho a voto se restringía a
hombres que fueran propietarios). Sin embargo esas tentativas fueron infructuosas, un
líder cartista notando (en su diario) que «Disraeli parece incapaz de comprender la (base)
moral de nuestra posición política”25 Aparentemente Disraeli estaba preparado a ofrecer
posiciones en su gabinete a cambio de apoyo político.26
A pesar de esas fallas, Disraeli continuó promoviendo políticas «unitarias» o reformistas: la
reducción de impuestos indirectos y escalonamiento de los directos en relación a los
ingresos, el «Acta de Reforma de 1867» (o «Representation of the People Act 1867”) que
extendió el derecho a voto a las clases obreras urbanas (el número de votantes se dobló);
daba representación en el Parlamente a quince ciudades que no lo tenían con anterioridad
y extendía la de los grandes centros cartistas: Mánchester y Liverpool. Al mismo tiempo,
abolió el «compuestaje», sistema en el cual los arrendatarios pagaban no solo renta, pero
intereses sobre ella (a menos que pagaran por adelantado, lo que, obviamente, la mayoría
de los trabajadores no estaba en condición de hacer).
Posteriormente Disraeli promovió
Conservadurismo francés[editar]
En 1796, Louis de Bonald definió los principios conservadores como: «monarquía
absoluta, aristocracia hereditaria, autoridad patriarcal en la familia, y la soberanía religiosa
y moral de los papas sobre todos los reyes de la cristiandad», en su obra «Théorie du
pouvoir politique et religieux».
Joseph de Maistre (retratado por Carl Christian Vogel von Vogelstein, ca. 1810).
Conservadurismo alemán[editar]
El conservadurismo en Alemania puede ser el primero en ser llamado «moderno». A
diferencia de los otros, toma en consideración el hecho de que hay desigualdad social que
lleva, no solo a la pobreza, sino a la inestabilidad social. Esto introduce un cambio
fundamental en la concepción del Estado, desde lo que se ha llamado la «Edad de los
derechos» (típica del siglo XVIII) ejemplificada por la Declaración de los Derechos
Humanos y las Constituciones política de diversas naciones, etc., a una concepción del
Estado como expresión de, en las palabras de Hegel, la «bürgerliche Gesellschaft»
(sociedad civil), en su sentido amplio del Estado como la estructura político-social de una
nación. A consecuencia, Marx y otros entienden el término como significando «estado
burgués» —nótese que bürger en su sentido original significa ‘burgués’ (es decir, aquel
que vive en una ciudad o burgo. Es más generalmente traducido como ciudadano, pero
ese no es el sentido exacto que tiene en Hegel, en que ciudadano tiene connotaciones de
ciertos derechos constitucionales, etc.).50
Esta concepción está basada en la crítica de las concepciones más tradicionales del
Estado, crítica que se encuentra en el trabajo de Hegel, quien ha sido descrito como
«tratando de implementar, desde el punto de vista Protestante, lo que Tomás de
Aquino había tratado de hacer seis siglos antes: diseñar una síntesis de la filosofía griega
y la cristianidad.51 Fue Hegel quien creó los fundamentos teóricos para la integración en la
visión conservadora alemana de la economía liberal de «mercado libre» en un sistema
político autoritario. Para Hegel, la función del Estado es implementar principios morales
comunes ('Volkgeist") que existen a priori o por sobre la comunidad misma,52 más que
representar los intereses de los miembros particulares de la misma. Esos principios se
concretan en un monarca que, dado que es la encarnación de ese "Volkgeist", debe ser
absoluto. Con eso, Hegel no solo establece las bases para un absolutismo político sino da
forma al principio —profundamente opuesto al del racionalismo iluminista— de que las
leyes deben estar sometidas a la moralidad (véase, por ejemplo: La moral según la
corriente filosófica y comparese, por ejemplo, con origen del ordenamiento jurídico)
Adicionalmente, para Hegel, la existencia o creación de desigualdades económicas es una
parte inevitable de las diferencias de capacidades humanas, pero, a diferencia de otros
conservadores (y los liberales «económicos» (contrastese con Liberalismo social) no
consideraba esta situación como aceptable. Esta desigualdad obliga a muchos caer bajo el
nivel necesario como para ser parte de esa «sociedad civil», lo que fomenta a la creación
de una «turba», que inevitablemente tendrá efectos profundamente desestabilizadores
tanto para el Estado como la sociedad en general.53
Lo anterior implica que el desarrollo del Estado Institucional sobre la base de la igualdad
legal o, por lo menos, derechos legales mínimos, no puede sino conducir a la necesidad
de legitimar ese estado a través de satisfacer necesidades sociales. Esto lleva a su vez
directamente a la propuesta, por parte de Lorenz von Stein, de un Estado social como
medida conservadora54 Para von Stein, el deber del estado es estar por sobre el conflicto
de clases que, en el pasado y en su visión, había significado que «las clased dominantes»
habían «colonizado el Estado» a fin de «subyugar las clases trabajadoras», lo que solo
había resultado en una revolución (La referencia es a la Revolución francesa)55 Esto
significa que el Estado (monarquía) debe defenderse tanto de esos capitalistas como evitar
esa revolución, lo que se logra a través de un reformismo de estado o «capitalismo no
liberal»56
Bismarck (por Franz von Lenbach).
Conservadurismo en España[editar]
Las dos expresiones del conservadurismo —reaccionario y moderado— se hacen
presentes a partir de las invasiones francesas de comienzos del siglo XIX, primero con
el Manifiesto de los Persas que busca, bajo la dirección de personajes tales
como Francisco Tadeo Calomarde, la restauración de los Borbones, dando así origen a
una versión particularmente casticista o «reaccionaria» del españolismo que
eventualmente identificó «lo español» con lo ortodoxamente católico, por contraste con lo
que no lo es, aunque aparezca en España, estando ahí el origen intelectual de lo que
trágicamente se acuñó como « antiespañol en España» (ver también Las dos Españas)
Este conservadurismo estaba firmemente opuesto a la ocupación francesa y mantenía una
concepción reaccionaria, absolutista, del poder real, enmarcándose dentro de un
pensamiento español antiilustrado y antiliberal de autores como Fernando de
Ceballos, Lorenzo Hervás y Panduro y Francisco Alvarado. Incluso durante el periodo de
las Cortes de Cádiz se opuso no solo a las tendencias liberales sino también a las
conservadoras moderadas, lideradas a su vez por Francisco Cea Bermúdez y Luis López
Ballesteros,
En el periodo siguiente a la primera restauración, el sector reaccionario se impuso,
implementando, por ejemplo, políticas educativas (Plan General de Estudios del Reino),
que modificaba de forma radical las enseñanzas universitarias que se habían actualizado
durante el trienio liberal y la breve influencia napoleónica, suprimiendo buena parte de los
estudios científicos en favor del Derecho y la Teología.
Con posterioridad a la restauración monárquica, la diferencia entre reaccionarios y
moderados se hizo evidente y extrema en la disputa entre carlistas —generalmente vistos
como expresión del conservadurismo reaccionario— y los partidarios de Isabel II de
España (ver «reinado» en ese artículo), generalmente percibidos como moderados. Con el
triunfo de los partidarios de estos últimos, el conservadurismo moderado se formó en
fuerza política institucional a través del «Partido Moderado», bajo la presidencia
gubernamental de Francisco Martínez de la Rosa, Este partido eventualmente se unió con
la Unión Liberal para formar el Partido Liberal-Conservador, bajo la dirección de Cánovas
del Castillo.
Este conservadurismo (ver «canovismo") retoma algunas de las percepciones de la
corriente reaccionaria, caracterizándose por una desconfianza en la capacidad del pueblo
para gobernarse a sí mismo, por lo que la autoridad política debería ser la monarquía. Por
tanto considera inútiles el voto y la opinión popular. Vuelve, además, mediante el
denominado «Decreto Orosio» a suspender la libertad de cátedra en España «si se
atentaba contra los dogmas de fe», buscando afianzar el principio integrista que hacía de
la nación un proyecto sostenido en la voluntad divina. Durante este periodo, el
conservadurismo más moderado encontró expresión en el Partido Constitucional, bajo la
dirección de personas tales como Francisco Serrano y Domínguez y Sagasta.
Ambos sectores lograron un acuerdo de repartición del poder, que algunos denominan
«moderantismo», que se expresó políticamente en un sistema bipartidista en el cual los
fraudes electorales, apoyados en el caciquismo hacían posible la alternancia como medio
de evitar conflictos. Tras la muerte de Cánovas el sistema continuó funcionando bajo la
égida más moderada de Antonio Maura y Montaner. Sin embargo, y a pesar de las
tentativas regeneracionistas de este político, la profunda corrupción moral, alegadamente
resultado del sistema político, condujo eventualmente a la dictadura de Primo de Rivera.
Producto de esa crisis intelectual se originó también un gran debate acerca del Ser de
España que buscaba dilucidar la posible existencia un carácter nacional como posible
explicación de la falla española en producir unidad y cohesión interna, como expresada en
el aparente mayor consenso nacional de otras naciones «más exitosas», como la francesa
o la alemana, planteando la posibilidad de un excepcionalismo español.
Durante esa dictadura se continuó con el proteccionismo económico iniciado en el periodo
anterior,76 proteccionismo que, junto a un corporativismo vago que se desarrollaba
simultáneamente al de la Italia fascista, dio razón a que la economía española fuera
descrita como una de más cerradas del mundo. Es durante esa dictadura que se fundan
alguno de los monopolios de mayor recorrido histórico en España: Telefónica en 1924
y CAMPSA, 1927, así como una política de obras públicas (embalses, carreteras) que fue
continuada por la Segunda República.
Con posterioridad, la vida política en España entró a un nuevo periodo de disrupciones y
confrontaciones profundas, durante los turbulentos años de la Segunda República.
Durante ese periodo hay que destacar el papel que jugó en la consolidación del
pensamiento conservador la revista y sociedad cultural Acción Española, fundada
por Ramiro de Maeztu en 1931 por la que desfilaron las mejores plumas del rico y variado
pensamiento conservador de la época; hombres de la talla de José Calvo Sotelo, Víctor
Pradera, José María Pemán, Rafael Sánchez Mazas, Jorge Vigón o Ernesto Giménez
Caballero entre muchos otros. Esta publicación sirvió de tribuna para que el sector
conservador publicitara su oposición no solo a la república sino también su propuesta
de hispanidad como proyecto reinvindicador de una concepción profundamente católica y
tradicionalista de la cultura de los pueblos de habla castellana.
Durante esa época surge también la Falange Española, que muchos consideran una
expresión de derecha extrema o fascista.
Las tensiones mencionadas resultaron eventualmente en la Guerra Civil Española y solo
parecen haberse resuelto con el fin de la dictadura de Francisco Franco.
Durante y con posterioridad a la transición a la democracia, se hace presente una nueva
percepción política, que puede ser vista como superando a la concentración en la
hispanidad entendida como separada u opuesta al pensamiento europeo moderno: «El
«europeísmo» terminaría por convertirse en factor aglutinante esencial de la oposición al
franquismo, aunando en torno al proyecto de integración de España en Europa a
prácticamente todo el espectro político español, incluyendo a importantes personajes de la
elite franquista."77 Durante el mismo período dos personajes se han destacado como
representantes de la evolución del conservadurismo español: en el área más dura Gonzalo
Fernández de la Mora y en la más moderada Joaquín Calomarde.
Conservadurismo en Europa[editar]
Se puede alegar que a comienzos del siglo XXI las tendencias más reaccionarias del
conservadurismo —representadas por varios movimientos legitimistas o de ultraderecha o
incluso ultramontanas— han dejado de tener influencia política relevante en la vida política
europea excepto en forma indirecta (así, por ejemplo, el NPD (Partido Nacional
Democrático de Alemania) logra alrededor del 9% de la votación en el estado de Sajonia y
el DVU (Unión Popular Alemana), (aproximadamente el 6% en Brandeburgo)
Igualmente, movimientos nacionalistas tradicionales —incluyendo partidos que fueron
hasta hace poco «regionalistas» (tales como Fianna Fáil en Irlanda) y los que aún lo son
(como la Liga Norte en Italia)— tienen a nivel europeo un peso político menor (ver por
ejemplo, Independencia y Democracia y Unión por la Europa de las Naciones) contando
con un gran total de 66 eurodiputados sobre un total de 777.92
Las tendencias más moderadas son representadas por una variedad de partidos que se
agrupan a nivel europeo en el Partido Popular Europeo (Demócrata-Cristianos) y de los
Demócratas Europeos. Este sector es el grupo con un mayor número de escaños (268) en
el Parlamento Europeo y es el que aglutina las corrientes derivadas tanto del
conservadurismo europeo continental moderno —ejemplificadas en los
partidos demócratacristianos— como las influidas por el conservadurismo anglosajón o
burkeano.
Lo que une a estas tendencias es un respeto por una concepción tradicional de la
democracia, los derechos y deberes civiles y otras instituciones de ellas derivada en los
estados europeos tales como están constituidos. Lo mismo se puede decir en relación a la
propiedad privada y el mercado «relativamente» libre.
Políticamente, existe una tensión entre un ala eurounificante (representada por el llamado
eje franco-alemán (ver Relaciones franco-alemanas y Declaración Schuman) y el ala más
nacionalista o euroescéptica, representada por el conservadurismo inglés (ver Movimiento
para la Reforma Europea), lo que ha llevado (2009) a la división del grupo conservador,
con la aparición de un nuevo grupo «antifederalista» o «euroescéptico»9394 Para algunos,
este Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos representa la decantación de
políticas que bordean no en el conservadurismo sino en el extremismo,95969798 o de
constituir un grupo que adolece de contradicciones internas99
En la economía los conservadores europeos se dividen entre los que sugieren un modelo
intervencionista —a lo largo del dirigismo o estado social—100 y los partidarios del mercado
absolutamente libre.
Esta última posición es, en general, una novedad en el conservadurismo europeo, su
introducción trazándose a la ex primer ministro británica Margaret Thatcher. Algunos
comentadores han cuestionado si su visión es consistente con la visión tradicional del
conservadurismo británico, estando más relacionada con la del liberalismo clásico.
Thatcher fue descrita como «una radical en el partido conservador» y su ideología como
amenazantes «instituciones establecidas» y «creencias aceptadas por las élites»,30
posiciones que algunos ven incompatibles con el conservadurismo tradicional. Sin
embargo, «la privatización de industrias de propiedad del estado, impensable con
anterioridad, se ha hecho común y es ahora imitada en todo el mundo» (op. cit.)
En lo social, el conservadurismo europeo actual enfrenta posiciones "socio liberales", en
relación a las cuales, no obstando su clara definición en pro de la primacía de los
principios morales como substrato cohesivo de una sociedad, hay una cierta variación, en
que no todos los conservadores buscan mantener o imponer de manera «excluyente»
concepciones morales tradicionales. Así por ejemplo, en el debate acerca del Matrimonio
entre personas del mismo sexo algunos perciben tal legalización como la extensión de los
beneficios de participación en instituciones sociales a sectores que estaban
tradicionalmente excluidos, situación que solo puede acrecentar la cohesión social
-percepción apoyada por una evolución en las posiciones religiosas mismas, hacia una
mayor aceptación de los derechos de los homosexuales a participar y beneficiarse
plenamente de su membrecía tanto religiosa como ciudadana101 Adicionalmente, en esta
área, se puede observar un decline en las posiciones que buscan otorgar a las religiones
(ya sea cristianas u otras) un rol único —a diferencia de uno primordial— en la definición
de la moral o ética pública.
Envueltos quizás en la lógica cartesiana, los historiadores nos hemos conformado con la
definición, supuestamente antagónica, de que existían dos fuerzas políticas: los liberales
y los conservadores Los primeros eran los buenos, y los segundos, porque defendían el
status quo y el hispanismo, eran los malos. Nos conformamos con la categorizar y
clasificar. Es tiempo ya de pensar en nuevos paradigmas, en nuevas explicaciones.
Decidí buscar nuevos planteamientos. Hurgué por donde pude. Leí cuanto pude. Y en mi
búsqueda encontré varios trabajos.
Parte su reflexión haciendo una amplia referencia sobre el pensamiento de Charles Hale,
uno de los precursores del estudio del pensamiento en México a mediados del siglo XX,
cuyo libro El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-185310constituyó un
verdadero hito en la historia intelectual mexicana, al plantear que la distancia entre
liberales y conservadores era mucho menor de lo que se pensaba, acuñando incluso el
término de liberales-conservadores, pero, dice Barrón, Hale reforzó el mito de que el
proceso independentista en la América, incluyendo a Brasil y a Haití, fue producto de las
reformas liberales que habían impuesto los Borbones. y que una vez triunfantes las
revoluciones republicanas, el liberalismo se había hecho dominante y se había
convertido en la ideología hegemónica en América Latina. Se pregunta Barrón ¿estaba
Hale en lo cierto? El piensa que no, yo me sumo a esa posición también.
Barrón plantea también que uno de los grandes problemas que ha tenido la
historiografía latinoamericana es la carencia de definiciones claras y precisas que
expliquen, para la primera mitad del siglo XIX, qué significaba un liberal, un centralista,
un federalista, un monarquista y un republicano.
Y va más lejos el investigador cuando constata la gran paradoja de nuestra herencia
liberal, h>eredada de los movimientos independentistas, lo que algunos llaman
como nuestro indiscutible abolengo liberal11, con los múltiples gobiernos conservadores,
más aún dictatoriales y aberrantes, como fue Porfirio Díaz en México.
¿Se necesitan cambiar los paradigmas? Tal vez sí. ¿Se necesitan nuevos mitos? la
respuesta es no, pues la idea no es cambiar un mito por otro, sino adentrarnos,
profundizar en cómo esos pensamientos, esas ideas llegaron a América.
Uno de los elementos más interesantes del ensayo de Barrón, es sin duda, su búsqueda
sobre el origen de estas ideologías y estos pensamientos. Afirma que el liberalismo el
republicanismo llegaron a América desde Europa. Se hace una pregunta
fundamental ¿Qué fue exactamente el republicanismo como tradición política y cómo
diferenciarlo del liberalismo. Sigue preguntándose, muy acertadamente ¿no sería el
republicanismo solo una etiqueta historiográfica y no una verdadera corriente
histórica?.12
Barrón afirma, como lo han hecho otros, que la tradición republicana había llegado a
América, lo mismo que la ideología liberal, de Europa. Considera que el liberalismo
latinoamericano, al igual que el que de América del Norte, había tomado muchas ideas
del republicanismo. Se preguntó ¿qué fue exactamente el republicanismo como
tradición política y cómo diferenciarlo del liberalismo? ¿No sería el republicanismo una
corriente sólo una etiqueta historiográfica y no una verdadera corriente histórica?14
Para responderse a estas preguntas que se hacía asumió las posiciones de Steve Pincus
quien planteaba que el republicanismo había dejado de ser un concepto flotante de los
académicos que utilizaban con una gran carga ideológica. Al leer esta conclusión de
Barrón me pregunto, entonces ¿es conservador el republicanismo?
Barrón nos ofrece su interpretación. En su ensayo se deja entrever que para el autor el
liberalismo es completamente diferente al republicanismo. Más aún, afirma que la
mayoría de los grandes líderes libertarios del siglo XIX fueron republicanos, no liberales.
En sus palabras:
http://www.mexicodesconocido.com.mx/jose-maria-luis-mora.html
Al finalizar la cita, el autor, partiendo de las ideas de Mora, plantea que la república iba
más allá de la adopción o no de las formas republicanas, pues sin virtud y sin
ciudadanos virtuosos, pues la república no tiene ánimo, no tiene ningún principio que
conserve su existencia y declina fácilmente en la anarquía.16En otras palabras, el
problema para Mora, y Barrón lo asume como suyo, no era la oposición del
republicanismo con el de monarquía. Por demás, el autor del ensayo afirma que el
político mexicano era un admirador profundo de la monarquía inglesa, pero, ojo, la
distinguía de la monarquía absolutista española. Así pues, para Mora el problema no era
la monarquía per sé sino el tema de la libertad, es más, afirma Barrón, el político
mexicano proponía y abogaba por la república porque no existían condiciones para
establecer una monarquía constitucional en América.
El autor vuelve a aclarar, que de nada serviría cambiar un mito por el otro. El punto
clave de su planteamiento es que no se puede, como se ha asumido tradicionalmente,
establecer una dicotomía. Recalca que ni el liberalismo, ni el republicanismo ni el
conservadurismo lo abarcaban todo.
Replantear así la historia de la primera parte del siglo XIX en
Latinoamérica nos permitiría analizar, por ejemplo, cómo y cuando se
manifestaron corrientes de pensamiento democráticas más radicales
que también surgieron del republicanismo, y que igualmente hicieron
críticas severas al liberalismo insipiente. O cuando y por qué dejó de
tener importancia el republicanismo. Podríamos también reevaluar el
anticlericalismo de los liberales del XIX a partir de la relación entre el
republicanismo como filosofía secular y el catolicismo. Si el
republicanismo enseñaba que el hombre sólo puede alcanzar o
perseguir la virtud como ciudadano de una república, como dice
Brading, ¿qué implicaba eso para la religión católica? ¿Y cómo hacer
de los indios ciudadanos virtuosos sin la ayuda de la Iglesia? En fin,
el estudio del republicanismo como corriente de pensamiento no sólo
nos permitiría trascender la dicotomía liberales-conservadores que
tanto ha estigmatizado la historia del siglo XIX, sino que también
insertaría a la historia intelectual y política de América Latina dentro
de un contexto mayor: la historia de occidente.17
Así pues, concluye Barrón, la intelectualidad y los políticos latinoamericanos del siglo
XIX nutrieron de las ideas republicanas, y luego tomaron caminos diferentes hacia el
liberalismo unos y hacia el conservadurismo otros. Lo fundamental, plantea el autor, es
que sólo preguntándonos cuál fue la influencia que tuvo la tradición republicana en la
formación de las instituciones políticas, podríamos entender el proyecto liberal. ¿Qué
piensan ustedes? ¿Interesante? Al leer este texto y otros que vamos a presentar,
concluyo: ¡Qué complejo es el pensamiento! ¡Qué difícil es clasificar y reclasificar las
ideas creadas al calor de la vida y la historia!
http://www.temporamagazine.com/el-2-de-mayo-origen-de-la-nacion/
Pero esas discusiones teóricas sobre el modelo ideal de Estado que querían construir, se
veía obstaculizada con las luchas internas entre los grupos políticos, acrecentó la idea
en los líderes políticos y en los constituyentes, de otorgar poderes extraordinarios al
ejecutivo. Esta posición, sigue diciendo la investigadora, motivó, sin duda alguna
al Emperador Iturbide a destituir el Congreso, argumentando que tomaba esta acción
por la salud de la patria requería algunos sacrificios, como confiar el poder en un
ejecutivo fuerte y suspender transitoriamente las reuniones del Congreso.
Por suerte para los republicanos mexicanos, la derrota de Iturbide fortaleció la posición
de que el despotismo, vinculado inexorablemente a la monarquía y al conservadurismo,
era un peligro para el futuro de México. El caos reinó en ese inmenso país, tanto, que
algunas provincias se declararon independientes y a constituir sus milicias defensivas.
Pero el problema en las tres primeras décadas del siglo XIX, más que teórico, era de
índole práctico. La construcción de un Estado Republicano si bien ameritaba de un
marco legal, era más importante la unidad de la nación. La comunidad política, ante la
situación tuvo que deponer muchos de sus principios políticos. La situación se hizo más
difícil con la proclamación de Jalisco como Estado Libre y Soberano de Jalisco en junio
de 1823. Este hecho alarmó grandemente a los conservadores. La bandera de la unidad
era pues la única salvación. Defendían el imaginario colectivo existente de unidad, de
nación, como un todo, como una entidad abstracta e indivisible en gran medida
sublimada y en la que los intereses o adscripciones particulares debían disolverse...22
La autora, la Dra. Galante, afirma en este interesantísimo ensayo, que estos episodios
de fraccionamiento de la nación mexicana, provocaron que la mayoría abrazara las
ideas conservadoras. Para principios de 1830, los liberales comenzaron a fortalecerse y
a ganar espacios político, sin embargo, subyacía en cada uno de los habitantes y de los
líderes el temor al desorden y a la división. Se abogaba por el orden. Mora, por ejemplo,
argumentaba la unidad como un ideal cósmico en el que prevalecía siempre el bien. La
realidad los llevó quizás a sobreponer principios morales, ante que ideas políticas.
Quizás porque el pueblo llano no entendía, ni le interesaba el discurso del Estado. Sus
problemas se resumían en el aquí y en el ahora.
Por considerar que las posiciones de Elías Pino Iturrieta son vitales para entender un
poco mejor el entramado, sigo con el interesante trabajo del colega venezolano. Plantea
que los conservadores, en el caso de Venezuela, y que quizás podría aplicarse a la
región, fueron individuos que accedieron al gobierno a partir de 1830 y permanecieron
en él debido a su invariable fidelidad hacia un hombre y un proyecto de modernización.
Como sus adversarios, los llamados liberales, los conservadores propusieron un modelo
alternativo de país y también como ellos, miraron hacia afuera. Las sociedades que han
alcanzado metas evidentes de progreso y civilización, constituían el espejo, espejismo
tal vez, de su norte, de sus objetivos.
Los conservadores consideraban que la realidad era producto del pasado remoto que los
latinoamericanos habíamos heredado. Y para enfrentar la negatividades de la herencia,
o dar al traste con esas cadenas, proponían una sociedad dirigida por las élites
predestinadas, las únicas que podían gozar de los derechos sociales y ciudadanos. Esta
posición es la que explica su rechazo persistente a ampliar el marco de los derechos de
los grupos menos favorecidos.
Ahora bien, ¿qué pasó con los caudillos? ¿Eran conservadores? ¿Eran liberales? Los
caudillos regionales desarrollaron siempre la política sustentada en el elitismo y el
privilegio de los dirigentes en la dependencia y burda utilización de sus seguidores. Sin
embargo, me parece demasiado categórica la afirmación de Beatriz González de que el
pensamiento conservador era la transposición y expresión ideológica de los intereses de
la aristocracia feudal-esclavista y del clero. Y en este sentido, los que mantuvieron una
serie de mecanismos (el cobro de diezmos, los mayorazgos, las alcabalas regionales),
constituyeron las principales fuerzas que obstaculizaron la cohesión y por ende, la
formación del Estado Nacional. El poder conservador-independientemente de la
variables-fue antinacional pues retardo el surgimiento de una burguesía nacional y
luego alió al capital extranjero ''.27
Lo más interesante de todo es que la misma autora, en páginas posteriores a esta
afirmación, señala la superposición ideológica y política de los liberales y los
conservadores, llegando incluso a redefinir que en el proceso se situaron en posiciones
similares, denominando en algunos momentos grupos políticos híbridos, como el
liberalismo conservador, o el conservadurismo liberal.
Cuestiona Brahm García 29el concepto mismo del conservadurismo. Afirma que aun
cuando en Europa esta corriente de pensamiento político tenía raíces monárquicas y
feudales, en América Latina, y defiende para eso el caso especial de Chile, las bases son
republicanas. Esto explica, según él, porqué las bases del conservadurismo fueron
frágiles y cambiantes de acuerdo a la necesidad de la realidad misma y por qué
conservadurismo, positivismo y liberalismo no fueron más que caras de una misma
moneda y fuente y fuentes de nuevos caos.
https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Garc%C3%ADa_Reyes
Este escenario tan lleno de limitaciones no podía provocar, en tan poco tiempo, el
nacionalismo de dos sectores tan antagónicos como afirman algunos estudiosos de la
historia. Es cierto que en términos económicos existían posiciones distintas, la de los
propietarios y la de los comerciantes, que defendían sus intereses. Pero coincido con los
autores que afirma que no parece tan probable que una realidad tan precaria pudieses
originar de forma intempestiva la formación de dos grupos diferenciados, cuyos
objetivos fueran crear y distribuís riqueza, respondiendo solo a intereses específicos.
Como dice Pino Iturrieta es más razonable pensar en un esfuerzo común de los
propietarios, quienes incursionaban en los dos ramos con el objeto de prosperar sin
ocuparse de manera excluyente de una actividad.30
Asumo como una vía que podría arrojar nuevas luces, que el deslinde entre
conservadores y liberales, más que de intereses de clases, tiene que ubicarse en el
plano de los intereses políticos. Queriéndose presentar como figuras de mundos
antagónicos, los fundadores del estado Nacional, denominados liberales y
conservadores, definen y construyen sus propias rutas para alcanzar el poder.
Momentos, horarios e itinerarios distintos y peculiares, más no un abismo
irreconciliable, fue la manera diferenciada de esos dos grupos que decidieron emprender
el largo viaje al poder, como bien afirmaba Elías Pino Iturrieta: