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424-Texto Del Artículo-1640-1-10-20170120
424-Texto Del Artículo-1640-1-10-20170120
DESCENTRALIZACIÓN Y AUTONOMÍA
RESUMEN
El gran objetivo que planteó la Asamblea de Montecristi de impulsar un avanzado
proceso de autonomía y descentralización dentro de un marco de equidad social,
económico y territorial, debe generar en los gobiernos autónomos descentralizados
una visión de oportunidad y desarrollo, entendiendo principalmente que ambos
conceptos buscan ampliar la democracia y viabilizar a un país productivo,
igualitario y territorialmente justo. Ideales que se alejan de cualquier improvisación
y clientelismo, y que, por el contrario, requieren de políticas públicas serias, de un
marco jurídico claro y unificado, y de readecuaciones e innovaciones institucionales.
Palabras clave: Autonomía, descentralización, gobierno autónomo descentraliza-
do, competencias exclusivas, participación ciudadana, desafíos fiscales.
SUMMARY
The great objective proposed by the Assembly of Montecristi in promoting a
progressive process of autonomy and decentralization within a framework of
social equity, economic and regional fairness, should generate in decentralized
self-governments a vision of opportunity and development, understanding that
both concepts seek primarily to extend democracy and make a productive,
egalitarian and territorially fair country a viable option. Ideals that are far from any
improvisation and patronage, but on the contrary, require serious public policy,
of a clear and unified legal framework, as well as rearrangements and institutional
innovations.
Key words: Autonomy, decentralization, decentralized self-governments, exclu-
sive competences, citizen participation, fiscal challenges.
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Los distintos aspectos sobre este nuevo esquema de descentralización, autonomía y orga-
nización territorial del Estado ecuatoriano contenido en el presente Código, constituye un
desafío trascendental para la agenda de transformación social, económica, democrática y
de recompensación institucional del Estado ecuatoriano.
1. Lautaro Ojeda Segovia, Situación actual de la descentralización en el Ecuador, Quito, UNDP, 2002, p. 109.
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LA DESCENTRALIZACIÓN
EN EL CONTEXTO ACTUAL
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La descentralización es una figura que ha venido siendo discutida por muchos años
en el Ecuador; de ahí que su concepto y características no son algo novedoso para
quienes hemos estado involucrados con los gobiernos seccionales, ahora llamados
gobiernos autónomos descentralizados. En tal sentido, cabría remitirse a la Ley de
Descentralización del Estado y de Participación Social, así como a la denominada Ley
de Modernización del Estado. Ambas normas, más allá de implantar un avance signi-
ficativo en el desarrollo de esta figura, no dejaron de evidenciar una limitación a un
proceso verdadero de descentralización y entrega de competencias, pues, como bien
lo describe José Castillo Vivanco, el proceso de descentralización del que tanto se ha
hablado en esta última década se encontraba agotado y desprestigiado, utilizándolo
únicamente como un argumento para reclamar rentas y transferencias del gobierno
central.2
Posteriormente, con el fortalecimiento local y la modernización del Estado se puso
al orden del día el debate sobre el avance de la descentralización, con la aprobación de
la Ley del Distrito Metropolitano en donde se contempló una regulación para aquellas
grandes ciudades que demandan una mayor atención en los servicios principales hacia
la población, mediante la creación de un régimen especial que sin duda alguna rompió
el esquema tradicional en el que vivían los regímenes municipales, dando paso a una
descentralización en competencias estratégicas como el manejo del suelo, transporte
público, aeropuerto, educación, entre otros. El caso del Distrito Metropolitano de Qui-
to es un ejemplo claro de superación frente a las adversidades del centralismo, y de
una ambición progresista y constructiva por parte de sus autoridades.
A nivel Constitucional, la Carta Magna de 19793 hacía referencia en su art. 118 a
una “descentralización administrativa”, bajo los siguientes términos:
2. José Castillo Vivanco, Descentralización del Estado y articulación del espacio nacional, Loja, ILUS, 2008, p. 129.
3. Registro Oficial n.° 800; 27 de marzo de 1979.
4. Registro Oficial n.° 01; 11 de agosto de 1998.
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Bajo el análisis de la norma citada, cabría enfatizar que el fin último de la descen-
tralización es precisamente acercar el Estado al ciudadano a través de los distintos
gobiernos locales, tal como acontecía en los orígenes de las sociedades y los pueblos.
Romper con aquel esquema tradicional en donde los estados se gobernaban de ma-
nera central y bajo una lejana distribución equitativa de riquezas. Nótese entonces
que la descentralización, entendida como la transferencia de competencias del Estado
central a los distintos gobiernos seccionales o autónomos, representa, más que un
mecanismo o herramienta, una vía a través del cual se impulsa un Estado equitativo,
equilibrado y solidario, en donde se garantice una correcta redistribución de la rique-
za, un fortalecimiento de gobierno, tanto local como nacional, así como un próspero
desarrollo territorial junto con el bienestar general del ciudadano.
Ahora bien, es precisamente este enunciado legal sobre los fines de la descen-
tralización, lo que permite meditar sobre su aplicabilidad efectiva y exitosa en los
gobiernos autónomos, y, sobre todo, si estos gobiernos, en sus distintos niveles, están
realmente preparados para asumir las competencias asignadas por la Constitución y la
ley, con el carácter de obligatorio y definitivo.
Los procesos de descentralización y asignación de competencias por parte de los
gobiernos autónomos deben ir de la mano con la observancia de varios principios
enunciados por el COOTAD, los cuales ameritan ser analizados dada su transcen-
dencia a la hora de medir los desafíos que deben enfrentar los distintos gobiernos, en
función a sus competencias. En lo principal, están los principios de subsidiaridad,
solidaridad, participación ciudadana y coordinación y corresponsabilidad.
• La subsidiaridad hace relación al respeto que debe primar dentro de los gobier-
nos a las distintas competencias y niveles de autonomía que existen entre ellos,
dando una prioridad a la gestión de servicios, competencias y políticas públicas
por parte de los niveles de gobierno más próximos a la población.
• La solidaridad denota el propósito de que todos los GAD en sus distintos ni-
veles políticos, competencias y capacidades trabajen en conjunto para alcanzar
los fines de la descentralización bajo los parámetros de la equidad y justicia.
Asimismo, la solidaridad debe aplicarse en una redistribución equitativa de los
recursos públicos en función a nuevos conceptos como el de necesidades bá-
sicas insatisfechas dentro de los gobiernos autónomos y sus circunscripciones
territoriales.
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• La participación ciudadana, figura que sin duda ha alcanzado una vital impor-
tancia en los últimos tiempos, más que ser un principio, es en realidad un de-
recho, el cual conlleva a que sea la ciudadanía quien exija a sus mandatarios
la mayor transparencia en sus gestiones y una rendición de cuentas periódica
sobre los logros y aspectos positivos alcanzados en bienestar del respectivo
gobierno autónomo.
• La coordinación y la corresponsabilidad plantean la necesidad de un trabajo en
conjunto entre los gobiernos autónomos, a través de mecanismos de coopera-
ción, intercambios de información y tecnología, o cualquier otro recurso vital
para el normal desarrollo de los gobiernos y de su ciudadanía.
LA IMPLEMENTACIÓN
DE LA DESCENTRALIZACIÓN
A TRAVÉS DE LA NORMA SECUNDARIA
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Bajo los antecedentes expuestos, en el mes de octubre de 2010, luego de dos años
de que entrara en vigencia la actual Constitución, a través del Registro Oficial n.°
S-303 del 19 de octubre de 2010, se publicó tan anhelada normativa bajo el nom-
bre de Código Orgánico de Organización Territorial, Autonomía y Descentralización,
también conocido como COOTAD. Por paradójico que resulte, pese a que esta ley fue
aparentemente socializada por un largo período y enunciada en largos debates dentro
y fuera de la Asamblea, una vez entrada en vigencia parecía que ningún funcionario
dentro de los GAD conocía de su existencia y menos aún conocía de su verdadero
alcance y finalidad, hecho que lo pude vivir dentro el propio municipio de Quito. La-
mentablemente, el Código tomó por sorpresa a más de uno. Una vez que su estudio y
aplicación se fue dando paulatinamente, empezaron a evidenciarse ciertas ambigüeda-
des y errores que lamentablemente no fueron advertidos a tiempo por quienes tenían
la voz y posibilidad de hacerlo. Bajo esta apreciación de lo acontecido, lo que quiero
manifestar es que desde mi perspectiva y corta experiencia como funcionario munici-
pal, el COOTAD entró a regir, bajo el nuevo esquema de la descentralización prevista
en la Constitución, con un total desconocimiento de la mayoría de servidores y funcio-
narios que integraban los gobiernos autónomos descentralizados, y, en algunos casos,
hasta diría con un completo desinterés sobre el nuevo esquema de descentralización
y su transcendental importancia en la gestión de los gobiernos; tal es así que, por tan
solo señalar un ejemplo, hasta la presente fecha, habiendo transcurrido varios años de
que dicha norma entrara en vigencia, aun existen ordenanzas en materia tributaria que
se siguen aplicando bajo la anterior normativa, contradiciendo las actuales disposicio-
nes de la ley.
En definitiva, creo que es necesario advertir que uno de los principales problemas
que afronta el COOTAD, y por ende los procesos de descentralización y entrega de
competencias previstos en él, es el desconocimiento en muchos gobiernos autónomos
y descentralizados sobre su importancia y alcance, desconocimiento que es, por un
lado, consecuencia de una falta de socialización adecuada cuando este era un pro-
yecto de ley y posteriormente cuando entró a formar parte de nuestro ordenamiento
jurídico, así como por el desinterés de las propias autoridades en conocer las nuevas
disposiciones legales y más aún las nuevas responsabilidades y competencias dentro
de su gestión, cometiendo el error de ver a la descentralización como algo lejano e
incluso imposible de implementar en sus circunscripciones territoriales. Asimismo, su
poca divulgación atenta contra el principio de participación ciudadana, pues la falta de
conocimiento sobre su alcance, y principalmente sobre los procesos que deben vivir
los distintos gobiernos, genera precisamente una falta de control y vigilancia por parte
de la ciudadanía.
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debemos enfrentarnos todos dentro de este nuevo proceso, a mi parecer, pasa por el
hecho de cumplir con las siguientes normas:
• Fortalecer los gobiernos autónomos en su estructura administrativa.
• Mejorar la eficiencia en la prestación de servicios públicos actuales y de los que
vayan asumiendo de forma paulatina.
• Velar porque el campo normativo guarde una armonía entre los distintos go-
biernos y estén siempre apegados a las leyes, garantizando una seguridad jurí-
dica dentro del país.
• Reestructurar el régimen fiscal de cada gobierno, a fin de garantizar la existen-
cia de una adecuada y eficaz gestión tributaria que genere recursos importantes
en el propio beneficio de los ciudadanos contribuyentes.
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mayor eficiencia y en plazos más cortos. Sin embargo, lejos estamos de llegar a pen-
sar en dicha alternativa, pues las recientes creaciones de provincias como la de Santa
Elena y Santo Domingo de los Tsáchilas nos hacen pensar que en el Ecuador siguen
predominando los ideales de fragmentación bajo falsas y demagogas expectativas que
crean algunos sectores. Sobre este fenómeno que persiste en el país, Augusto Barrera
Guarderas destaca en uno de sus artículos el hecho de que, desde el punto de vista
político administrativo, el Ecuador tiene una gran fragmentación y heterogeneidad
en su tamaño, con complejidad, recursos y posibilidades de cada jurisdicción y entre
gobiernos de un mismo nivel.6 Con esta realidad se tiene que luchar y sobre la cual se
debe implementar una visión de unidad y agrupación, despojando el individualismo e
incorporando el trabajo en equipo en beneficio de toda una comunidad.
Tan solo observando las condiciones en que algunos municipios pequeños y me-
dianos conducen su administración y manejan sus políticas tributarias es que uno
puede llegar a pensar que, a lo mejor, este enorme universo de gobiernos autónomos
pueden, a la larga, significar un serio obstáculo en los procesos de descentralización,
no solo desde la perspectiva económica (gasto público), sino también por sus pro-
pias capacidades y limitaciones, así como las marcadas diferencias que existen entre
unos y otros, siendo gobiernos de un mismo nivel político. Dicho en otras palabras,
seguramente el cantón Las Naves, ubicado en la provincia de Bolívar, con un número
aproximado de 6.090 habitantes no tendrá las mismas capacidades de impulsar pro-
cesos en las competencias exclusivas que le ha otorgado la Constitución, como es el
caso de la educación, vialidad, transporte público u ocupación de suelos; a diferencia
de un cantón como el de Machala, provincia de El Oro, con un número aproximado de
245.000 habitantes, según cifras del último censo elaborado en el año 2010. El incon-
veniente no atraviesa tanto por la diferencia poblacional entre un cantón y otro, sino
por el hecho de que se le otorgue la categoría de gobierno autónomo descentralizado
cantonal, con las responsabilidades y competencias que eso implica, a una circuns-
cripción pequeña y con recursos limitados.
El COOTAD en su art. 5 describe a la autonomía política como la “capacidad de
cada gobierno autónomo descentralizado para impulsar procesos y formas de desarro-
llo acordes a la historia”, bajo las competencias y facultades que se vayan asumiendo
de forma concurrente. En tal sentido, creo indispensable comprender dicha capaci-
dad no solo como el conjunto de facultades que está otorgando la ley, sino también
analizar dicha capacidad como la posibilidad que tiene o no el respectivo gobierno
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autónomo para asumir tales competencias, en cuyo caso el principal desafío a nivel
político e institucional que deben enfrentar los GAD es precisamente hacer frente a la
autonomía que se les ha otorgado. Mi apreciación es que en los últimos años el debate
sobre la descentralización se ha enfocado en el diseño de procesos que la conviertan
en una realidad, así como en el reparto y entrega de competencias a cada nivel del
gobierno a fin de garantizar su eficiencia y eficacia, pero que lamentablemente poco
o casi nada se ha hecho por emprender un fortalecimiento institucional, financiero y
político de dichos organismos, pues de lo contrario cualquier entrega de competencias
sufriría serios inconvenientes.
Sobre lo señalado resulta oportuno hacer referencia a la experiencia vivida en este
último año con la transferencia de los registros de la propiedad a manos de las mu-
nicipalidades, conforme lo establece la Constitución en su art. 265. Este traslado,
a pesar de habérselo establecido en un plazo de 365 días desde la promulgación de
la Ley del Sistema Nacional de Registros de Datos Públicos, no fue asumido por la
mayoría de gobiernos municipales en el tiempo previsto; quienes lo hicieron, como el
caso de Quito, sufrieron serios escollos a nivel jurídico y administrativo con el fin de
poder brindar eficientemente el servicio público. La transferencia de los registros de
la propiedad, competencia que dicho sea de paso no es nada sencilla de asumir y eje-
cutar, es un claro ejemplo de las falencias que poseen los gobiernos autónomos, fruto
de la improvisación y falta de planificación sobre los nuevos desafíos que la propia
Constitución de Montecristi les ha impuesto, desafíos que forman parte del proceso de
descentralización y sobre los cuales se deberán ir trabajando en aras de alcanzar sus
tan anhelados objetivos.
Para que un proceso de descentralización funcione dentro de un país como el Ecua-
dor, altamente fraccionado y con múltiples falencias administrativas, políticas y eco-
nómicas, sin duda se requieren de varios elementos que permitan el acople paulatino
de la descentralización a las capacidades de cada gobierno autónomo, toda vez que
un proceso como estos no funciona únicamente bajo las voluntades y buenos deseos
de las autoridades, sino también bajo un esquema democrático de planificación, coor-
dinación y participación, dejando a un lado lo que Lautaro Ojeda Segovia de manera
muy acertada califica como la “cultura del conflicto”,7 la cual busca imponer los in-
tereses de una parte a través de cualquier medio, primando el individualismo sobre
el trabajo mancomunado y profundizando cada día más la fragmentación social y
regional.
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EL DESAFÍO FISCAL
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permita desarrollar proyectos propios o, peor aún, asumir nuevas competencias que
les confiere la ley, realidad que sin duda alguna habrá que ir transformando pues, de
lo contrario, el proceso de descentralización en dichos casos se volverá irrealizable.
Ahora bien, al momento de analizar cuáles y cuántos podrán ser los problemas
que afronta un gobierno dentro del ámbito tributario, y que a la larga llega a afectar
considerablemente el proceso de descentralización, yo diría que son varios, unos más
complejos que otros, pero en su mayoría la solución está en manos de los propios
gobiernos descentralizados. Como primer elemento está la particularidad con la que
los impuestos municipales y distritales se encuentran regulados en el COOTAD, que
establece parámetros generales y en algunos casos únicamente uno o dos elementos
esenciales del tributo, obligando a que sean los propios gobiernos quienes se encar-
guen de normar y regular íntegramente el tributo. Tal es así que, en mi criterio, de los
nueve impuestos que clasifica el art. 491 del COOTAD, solo el impuesto al 1,5 por mil
sobre activos totales no requiere de un acto normativo seccional (ordenanza) para su
correcta y completa aplicación. Estas circunstancias no solo exigen a cada gobierno
trabajar en la creación y diseño de ordenanzas que efectivicen la aplicación y cobro
de un impuesto, sino que también genera un centenar de actos normativos que rigen
a lo largo del país, a través de los cuales se regulan los impuestos, bajo las interpre-
taciones que cada gobierno decida adoptar dentro de su circunscripción territorial y
que, en muchos casos, serán doctrinariamente incorrectas e incluso contradictorias a
la ley, fenómeno que ya se vive con el impuesto al juego en donde existen municipios
que lo han dejado de recaudar bajo la prohibición de actividades relacionadas al juego
de azar, mientras que otros municipios, ampliando el hecho generador del mismo, lo
continúan aplicando en su jurisdicción sobre otro tipo de juegos.
En este orden, si consideramos que en el Ecuador existen 221 administraciones
tributarias (municipios y distrito metropolitano) que deben aplicar a través de actos
normativos ocho de nueve impuestos que crea el COOTAD, en todo el país existi-
rán un número aproximado de 1.768 ordenanzas de carácter tributario, sin contar las
ordenanzas que creen tasas y contribuciones especiales en cada gobierno autónomo
que goce con la facultad para hacerlo. Dichas ordenanzas tendrán un sinnúmero de
falencias e ilegalidades, producto de la propia ambigüedad que genera el COOTAD
y producto también de las propias falencias que se creen dentro del municipio por la
falta de personal especializado. Esta abundancia de normas, sin duda, a la larga afecta
la normal gestión tributaria de cada gobierno; lo óptimo es que sea la propia ley la que
regule íntegramente cada impuesto, sin dejar a la discrecionalidad de cada municipio
sus elementos fundamentales como el hecho generador, el sujeto pasivo o la tarifa del
impuesto. Lamentablemente, la solución de este primer problema que he planteado no
está en manos de las administraciones tributarias y sus gobiernos autónomos, sino del
órgano legislativo que a futuro deberá simplificar el sistema tributario seccional en
beneficio de la ciudadanía y de los propios GAD.
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Este particular, a su vez, nos conduce a analizar dos puntos ciertamente controver-
tidos con respecto al verdadero ejercicio que realizan los gobiernos autónomos dentro
de la materia fiscal. El primero de ellos guarda relación con la facultad reglamentaria
que tienen las administraciones tributarias para poder reglar los impuestos municipales
y distritales creados en la ley. De ello nace la inquietud de si estamos hablando de una
verdadera reglamentación o, por lo contrario, estaríamos frente a una normatividad del
impuesto, dado que en algunos casos deben ser las propias administraciones las que
establezcan elementos esenciales de los impuestos, a través de ordenanzas municipales
o distritales en el caso de Quito, tal como acontece de forma evidente con el impuesto
a espectáculos públicos o el impuesto al juego que está regulado en el COOTAD a
través de un solo artículo. Claro está que esta amplitud en las facultades tributarias,
atentatoria contra el principio de legalidad y reserva de ley, no es producto de un abuso
por parte de los gobiernos autónomos, sino, por lo contario, parte de una necesidad
que el propio COOTAD ha generado, y que de manera imperiosa la deben ejercer las
Administraciones so pena de que varios impuestos sean simplemente inejecutables.
El segundo punto enunciado hace referencia al ejercicio de dictar políticas tribu-
tarias, competencia que de acuerdo con nuestra Constitución le corresponde única y
exclusivamente al gobierno central. Al respecto, mi conjetura es que los gobiernos
autónomos descentralizados que gozan de facultades tributarias tales como crear tri-
butos, reglamentar impuestos y establecer las tarifas sobre los mismos, también crean
políticas de índole fiscal. Es decir, cada municipio, distrito, provincia y región, en vir-
tud a sus facultades fiscales, puede establecer, a través de actos normativos, su propio
entorno tributario, es decir, están en la capacidad de crear políticas rígidas en el campo
tributario (carga fiscal), como es el caso de Quito que se caracteriza por aplicar tarifas
elevadas en los impuestos municipales o el caso de Guayaquil que se caracteriza por
tener un alto índice de tasas pero una obligación menor en los impuestos; asimismo
habrán cantones como Portoviejo en donde la carga tributaria es excesivamente baja,
la cual se ve reflejada en los montos que se logran recaudar y que en el mejor de los ca-
sos llegan a cubrir el gasto administrativo del Cabildo. Lo mismo acontece con otros
gobiernos autónomos en donde está a su voluntad el crear tasas, contribuciones, re-
cargos o sobretasas. En definitiva, los GAD, a través de sus facultades y competencias
tributarias, ciertamente tienen una potestad de crear políticas tributarias seccionales,
claro está, enmarcados en la disposiciones legales y constitucionales, y amparados en
principios tributarios fundamentales como los de legalidad, progresividad, no confis-
cación, entre otros.
La complejidad del sistema tributario seccional produce a su vez otro problema
al que deben enfrentar los gobiernos seccionales y en especial los municipios y dis-
tritos; me refiero específicamente a la “gestión tributaria”. A la par de que la cultura
tributaria seccional en el Ecuador es mínima, y por ende el porcentaje de contribu-
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yentes evasores es considerable, los municipios del país e incluso el propio Distrito
Metropolitano de Quito deben contar con un recurso humano capacitado para hacer
frente a las cinco facultades tributarias en todos y cada uno de los impuestos, tasas y
contribuciones especiales regulados en la ley y ordenanzas.
Frente a este deber ser en la gestión tributaria, lamentablemente la realidad es
completamente otra. Habrán municipios como es el caso del cantón Quinindé (se-
gundo cantón más grande en la provincia de Esmeraldas), en donde cuentan con el
contingente de un solo abogado para los procesos determinativos, procesos adminis-
trativos, elaboración de normativas, absolución de consultas y procesos coactivos; e
incluso administraciones como las de Quito en donde, pese a contar con una importan-
te cantidad de personal especializado, en muchos aspectos su capacidad de gestión no
logra cubrir los niveles deseados, claro está, tomando en consideración que hablamos
de una metrópoli con dos millones de habitantes y más de seiscientos mil predios
catastrados. En definitiva, las reducidas recaudaciones tributarias en la mayoría de los
GAD son consecuencia de una deficiente gestión, muchas veces producto de la falta
de compromiso y visión de las autoridades para fortalecer las administraciones tribu-
tarias y así incrementar los ingresos propios de los gobiernos que tanta falta les hace.
Más allá de los problemas normativos y de gestión a los que me he referido, y que
sin duda alguna los gobiernos tendrán el desafío de subsanarlos en un mediano plazo,
so pena de continuar bajo un régimen tributario lleno de asimetrías, resulta imperioso
que los propios gobiernos comprendan la importancia que adquiere el ámbito tributa-
rio dentro de los procesos de descentralización y competencias, dejando a un lado ese
irracional pensamiento de mezclar el ámbito fiscal con el político, y trabajando seria-
mente por contar con administraciones tributarias sólidas, eficientes y comprometidas
en brindar una verdadera gestión tributaria. Es responsabilidad de cada gobierno au-
tónomo descentralizado velar por sus intereses internos, creando verdaderas políticas
tributarias que les permitan hacer frente a sus múltiples necesidades y requerimientos,
sin depender en su mayoría de las asignaciones que realice el gobierno central, sino
también de los propios recursos que se generen dentro de la gestión fiscal. He ahí el
gran desafío.
CONCLUSIONES
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de 2008, es factible pensar que nos encontramos frente a la gran reforma del Estado,
en donde existe una ideología de gobernarlo de forma distinta, es decir, de forma
descentralizada. Sin embargo, queda un largo camino por recorrer dentro del proceso
de descentralización y, sin duda, queda un sinnúmero de desafíos técnicos, legales e
institucionales que permita hacer de esta figura una vía de gobierno eficiente en sus
procesos y eficaz en búsqueda de una redistribución del poder político y de los recur-
sos del Estado ecuatoriano.
En el ámbito tributario está claro que no existen los parámetros ni mecanismos
necesarios para que los gobiernos autónomos asuman la descentralización bajo un
soporte fiscal sostenible, siendo el gobierno central el que debe asumir en su totalidad
los costos que demanda este tipo de procesos. De ahí la importancia de concientizar a
los gobiernos y sus autoridades la necesidad de crear verdaderas políticas tributarias,
al amparo de los principios y facultades que rigen en nuestro ordenamiento jurídi-
co. Los desafíos de los GAD en el ámbito fiscal pasan por el hecho de: i) Apartar el
ámbito tributario del político, desarrollando una gestión basada en una captación de
recursos y no de votos; ii) Trabajar en una gestión tributaria sólida que haga frente al
complejo sistema fiscal que deben enfrentar, principalmente, municipios y distritos
como sujetos activos de los impuestos previstos en el COOTAD, así como la incorpo-
ración de un recurso humano capacitado que permita cumplir con la finalidad princi-
pal del sistema fiscal: la recaudación; y iii) Trabajar en una cultura tributaria seccional
capaz de inculcar en la ciudadanía un verdadero sentido de compromiso, retribución
y corresponsabilidad en el proyecto de descentralización, a través de las obligaciones
fiscales que tenemos todos los ciudadanos.
Hablar de descentralización es, para muchos, hablar de eficiencia, de equidad, de
transparencia, de un mejor vivir para todos e incluso de una recuperación de la iden-
tidad nacional. Sin embargo, todos estos ideales pueden no efectivizarse si utilizamos
mal esta forma de gobierno tan puesta en moda estas últimas décadas, permitiendo
que prevalezcan intereses políticos de unos cuantos sobre el interés general de todo un
país. Sin duda que la descentralización parte de un manejo político y de una correcta
administración de los gobiernos autónomos; sin embargo, debemos tener en claro que
la descentralización no es tarea de pocos sino de todos, es una participación política
pero principalmente es una participación social; de lo contrario, aquellos ideales men-
cionados anteriormente estarán lejos de convertirse en una realidad.
Está en los GAD ver a los procesos de descentralización y autonomía con ambi-
ción y responsabilidad, entendiendo principalmente que ambas figuras buscan ampliar
la democracia y viabilizar a un país productivo, igualitario y territorialmente justo.
Estos ideales se alejan de cualquier improvisación y clientelismo y, por lo contrario,
requieren de políticas públicas serias, de un marco jurídico claro y unificado, así como
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