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Antes de la existencia de este decreto la Ley de Bancos obligaba a las instituciones bancarias a no
proporcionar bajo ninguna circunstancia información de sus depositantes a nadie, exceptuando el
Banco de Guatemala, la Junta Monetaria y la Superintendencia de Bancos.
SAT, los encargados de fiscalizar, no podía tener acceso a la información bancaria, a menos que
existiera un proceso judicial y el juez lo solicitara, sin embargo, este proceso era normalmente
tardado poniendo en desventaja a los fiscalizadores.