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El campo de la Sociología de la Educación es muy amplio. Basta con estos ejemplos.

Pero podrían
ponerse más:

– ¿Por qué existe una doble red escolar, escuelas públicas y privadas? ¿Qué diferencia hay entre
ellas? ¿Responden a públicos diferentes? ¿Qué función o qué efectos sociales tiene esta
estructuración del sistema educativo? ¿Hasta qué punto el asistir a una u otra condiciona el futuro
escolar y social del alumnado?

– ¿Hay mucha violencia en las escuelas? ¿Por qué existe esa violencia? ¿Por qué se produce el
rechazo, la desmotivación, el ausentismo escolar? ¿La desmotivación escolar tiene el mismo
significado en todos los casos o puede tener un significado diferente según la clase social? ¿Son
estos fenómenos más propios de ciertos grupos sociales, los más alejados de la cultura escolar y
que cuentan con menos apoyos en su medio para hacer frente a las exigencias escolares y sociales
en general?

– ¿Por qué esta pasión por el cambio y la reforma permanente que caracteriza a las
administraciones educativas y a los políticos? ¿El interés por las reformas educativas actúa como
sustitutivo de las reformas sociales que es lo que habría que hacer pero que no se hace por su
mayor dificultad?

– ¿Puede realmente el sistema educativo hacer realidad las elevadas esperanzas y «funciones»
que se le asignan en las sociedades actuales: hacer posible la democracia formando ciudadanos
activos, el pleno empleo, la justicia social...? ¿Hasta qué punto?

– ¿Tener muchos estudios ayuda a conseguir buenos trabajos? ¿Cómo es hoy la inserción laboral
de la juventud?

– ¿Qué conocimiento debe transmitir hoy la escuela: disciplinas científicas, «saberes socialmente
útiles», habilidades como la capacidad de análisis, construcción de sentido y de crítica (puesto que
toda la información está en Internet)?

– ¿Cómo han de ser los maestros de la escuela actual?

– ¿Qué escuela necesita una sociedad como la nuestra donde los cambios son tan profundos y tan
rápidos, a nivel tecnológico, económico, social, etc.?

Parece pues que la sociedad como contexto donde funcionan los procesos educativos es el
referente fundamental para su definición, organización y gestión, y que los profesores han de
conocer ese marco sistémico en cuya dinámica están las claves básicas para comprender y definir
el trabajo profesional que realizan en los centros educativos con su alumnado.

Aunque los maestros trabajen con personas y por ello deban tener conocimientos de psicología, e
impartan un saber científico concreto (matemáticas, lengua o física) del que también deben
poseer conocimientos suficientes, además su actividad viene definida por los cambios y exigencias
de la sociedad sobre los que han de tener mucho más conocimiento del que hasta ahora se les
facilitaba (prácticamente ninguno), dado que la Sociología y la Sociología de la Educación han
estado ausentes de los planes de estudio.
A todas las cuestiones anteriores, entre otras, trata de ayudar a responder la sociología como
ciencia que estudia la sociedad y pretende construir un conocimiento cierto y objetivo
suficientemente contrastado, en nuestro caso sobre estos aspectos de la realidad educativa como
realidad social.

La sociología, como estudio científico de la sociedad, debe ayudarnos a encontrar respuestas


válidas y suficientemente contrastadas a esas preguntas. Respuestas que vayan más allá de las
meras opiniones, y que permitan superar las «apariencias», es decir los lugares comunes tanto del
pensamiento común (que fabrican sobre todo los medios), como del pensamiento oficial, fundado
en la propaganda política, y que sean así un camino y un apoyo válidos para las demandas
colectivas de intervención política y para las decisiones personales que hayamos de tomar
relacionadas con nuestra educación.

La sociología, como la ciencia en general, se caracteriza porque nos aporta puntos de vista o
conocimientos diferentes a los habituales, pero que son «científicos», es decir empíricamente
contrastados y argumentados lógicamente, aunque abiertos siempre al contraste con los
resultados de nuevas investigaciones. Representan, muchas veces, el paso de la ignorancia y las
simples opiniones (tal vez las supersticiones), al saber objetivo que caracteriza la vida de las
sociedades modernas. Presentaré brevemente esta capacidad, que tiene la sociología, de cambiar
nuestra visión y nuestra conciencia sobre la realidad social (y educativa), y por tanto sobre
nosotros mismos. Es lo que de alguna manera podemos llamar «la sociología como saber crítico» y
reflexivo. Al sustituir las visiones comúnmente aceptadas o las visiones oficiales sobre los distintos
aspectos de la sociedad, incluida la educación, por aquellas otras que ella construye
científicamente, contribuye al cambio y la transformación social. La Sociología de la Educación
aportará también visiones diferentes de muchos aspectos de la dinámica escolar con lo que
colaborará a su transformación y mejora, y a hacer de la práctica profesional de los profesores una
opción personal más ética y responsable.

A modo de ejemplo: la explicación más frecuente del fracaso escolar entre los maestro suele
referirse a que las personas que fracasan «no dan más de sí»; la Sociología de la Educación pone
en cuestión y niega la existencia de «dones» y vincula el éxito y fracaso escolares con la posesión
de determinadas capacidades que tienen que ver con dinámicas culturales sociales y familiares.
Esto nos complica la vida a todos al permitir afirmar justificadamente que si la escuela funciona de
manera adecuada es posible y es su obligación, hacer ella, en los casos en que es realmente
posible, lo que no ha podido hacer la familia. O al menos impide la comodidad que permite el
pensar que los resultados escolares se deben a lo que cada cual da de sí, como hecho «natural»
inamovible.
LA ESCUELA CERRADA: COSTOS PEDAGÓGICOS DESIGUALES

La experiencia indica que todas las emergencias, tanto las naturales, como las sociales (el COVID
19 combina ambos factores) perjudica más a los desposeídos. Eso sucede con los terremotos, las
inundaciones, las sequías o las crisis económicas y financieras. Los que más pierden son los que
menos tienen. Esto pasa en el caso de la suspensión generalizada del servicio educativo en casi
todo el mundo.

Esta experiencia inédita hace evidente realidades que en tiempos normales no se ven a primera
vista:

1. En la escuela las nuevas generaciones aprenden cosas que la familia no puede enseñar,
porque no tiene los recursos necesarios para hacerlo, en primer lugar la competencia
pedagógico/profesional y en segundo lugar el tiempo y otros recursos didácticos. Ojalá
que la emergencia nos recuerde que hay cosas importantes que solo se pueden aprender
en esas instituciones especializadas que llamamos escuelas, colegios o universidades.

2. La emergencia también permite tomar conciencia que la escuela no solo enseña, sino
que también cuida de los niños y adolescentes, función que en una etapa anterior del
desarrollo de nuestras sociedades correspondía a la familia y en especial a las
madres.  Cuando la escuela suspende su funcionamiento, la mayoría los niños quedan
“abandonados a su suerte”, ya que la mayoría de las madres se han incorporado al
mercado de trabajo. Este fenómeno es particularmente relevante en las familias de los
sectores populares. Esta constatación debería servir para valorizar el papel de la escuela
en los procesos de reproducción social.

El reconocimiento social del valor de la escuela debería favorecer un plan de inversión en su


estructura física con el fin de garantizar un piso común de calidad e higiene del edificio escolar. Al
mismo tiempo habrá que aprovechar la ocasión para mejorar los mecanismos de comunicación
entre los ministerios, las instituciones escolares y las familias para potenciar el diálogo y la
interacción entre estas instancias. Lo que se tuvo que hacer por necesidad deberá potenciarse y
mejorarse en tiempos normales.

La situación excepcional que vive el mundo obligó a las instituciones y agentes escolares a
desarrollar, la mayoría de las veces en forma apresurada y con recursos insuficientes e
inadecuados, una oferta de educación a distancia. El Estado argentino, en sus diversas instancias,
desde los ministerios de educación a las propias instituciones desplegó una serie de iniciativas
tendientes a garantizar una oferta de aprendizaje a distancia que evitara la suspensión prolongada
de los procesos pedagógicos.

La necesidad de actuar en forma rápida obligó a utilizar diversos recursos disponibles


(plataformas, medios masivos de comunicación, interacción directa de los docentes con sus
alumnos usando distintos dispositivos, etc.). En muchos casos las circunstancias obligaron a
improvisar, ya que no había tiempo para programar, desarrollar y luego implementar programas
específicos. Más allá de estos esfuerzos dignos de apreciación, las condiciones objetivas conspiran
contra los intereses de aprendizaje de los sectores sociales más desfavorecidos. 
Es probable que para estos sectores lo más oportuno sea ofrecer materiales (audiovisuales,
impresos, etc.) de interés para adultos, niños y adolescentes con el fin de fomentar la lectura
recreativa, desarrollar el gusto por la misma, así como la realización de juegos. En relación con
esto, sería bueno divulgar las 10 cosas que el pedagogo italiano Francesco Tonucci sugiere hacer a
los padres con sus hijos. Cosas simples (como cocinar juntos, explicar cómo funciona el sistema
eléctrico de la casa, construir muñecas o pelotas de trapo, etc.) que “educan” más allá del
curriculum escolar cuyo cumplimiento tanto desvela a muchos pedagogos formalistas.

El tiempo que vivimos nos debe inducir a reflexionar porqué las nuevas generaciones se sienten
más atraídas por los ambientes virtuales que por los reales. ¿Por qué nos cuesta tanto que nos
atiendan en la casa y en las aulas y dejen de lado su celular? La actual obligación de recurrir a la
realidad virtual debería convertirse en una oportunidad para aprovechar sus potencialidades en el
plano de la realidad, tan propicia para la creación, la modelación, la transformación, capacidad que
muchas veces no tiene la realidad escolar pre acondicionada, regulada, programada para recorrer
un camino con etapas preestablecidas de desarrollo de determinadas competencias evaluables. En
este sentido la emergencia puede ser una oportunidad para repensar la realidad escolar con sus
tiempos y espacios fragmentados entre aulas, grados, materias, horarios preestablecidos, etc. etc.
Estos son momentos en que ciertas transformaciones que en tiempos normales tardan mucho
tiempo en concretarse, se pueden precipitar por la fuerza de la necesidad. Pasada la emergencia,
habrá que analizar qué pudimos aprender de la improvisación, qué cosas debemos perfeccionar,
qué cosas retener, qué cosas rescatar y cómo articular la realidad espaciotemporal de la escuela
con las posibilidades que ofrece la realidad virtual.

Más allá de lo que se hace y pueda hacer en estas circunstancias y la creatividad desplegada por
padres de familia, maestros y niños, es preciso ser realistas. Una vez más, los más perjudicados
son los sectores desposeídos, ya que en su caso se conjugan dos pobrezas, la pobreza de la oferta
de educación a distancia y la pobreza de los necesarios recursos familiares, de diverso tipo como el
espacio habitacional precario, el hacinamiento, los ambientes insalubres e inseguros, la pobreza o
ausencia de equipamientos tecnológicos, la conectividad a internet, el nivel educativo del hogar, la
presencia de los adultos y su disponibilidad de tiempo para acompañar las actividades escolares de
los niños y adolescentes, etc.

El sistema escolar también tiene sus amplias zonas de pobreza. Según un informe reciente del
Banco Mundial que usa datos del programa PISA (2018), poco más de la mitad de los sistemas
educativos encuestados dijeron que la mayoría de los estudiantes de 15 años están en una escuela
sin una plataforma efectiva de apoyo de aprendizaje en línea. Este es el caso en todos los países
participantes de América Latina y el Caribe. Por otra parte también existen limitaciones por parte
de los docentes, ya que en la Argentina en opinión de los directores solo el 55%de los docentes
tienen “recursos profesionales efectivos para aprender cómo usar dispositivos digitales”.

El mismo informe del Banco Mundial reconoce que existe una fuerte asociación entre los recursos
tecnológicos y humanos del sistema escolar y el nivel socioeconómico de los alumnos. Esto implica
que quienes más perderán en materia de aprendizaje serán los que ocupan las posiciones más
desfavorecidas en las distribuciones de recursos sociales estratégicos tales como la propiedad, el
ingreso, el poder y el conocimiento. Desde ya habrá reflexionar sobre el tiempo de post-
emergencia y redefinir las políticas educativas tendientes a fortalecer la escuela pública para
dejarla en mejores condiciones para contrarrestar la fuerza de las inercias que tienden a
reproducir las desigualdades sociales de todo tipo que presenta la sociedad argentina actual.

Tenti Fanfani

Es uno de los más prestigiosos especialistas argentinos en educación.


Licenciado en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad de Cuyo - con posgrado en Francia-,
investigador independiente del Conicet, profesor titular en la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires y consultor del Instituto Internacional de Planeamiento de la
Educación de la Unesco

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