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Seminario de Silencio Biografía del Silencio

El testigo del testigo

Dentro de nosotros hay un testigo. Le demos o no juego, ese testigo está siempre ahí. Meditar
es darle entrada, reanimarle. Si le miramos, nos mira. Convivir con el testigo interior es mucho más
inteligente que ignorarle. Es en este sentido en el que cabe decir que buscamos al buscador. Hay un yo
(auténtico) que mira al otro yo (el falso). Vivir adecuadamente, meditar, supone permanecer en esa
mirada sin pretensiones, pacífica. Quien medita, tarde o temprano se encuentra con ese testigo: al
principio se difumina y aparece borroso; pero poco a poco sus contornos van siendo más nítidos, sin
que nunca llegue el momento en que lo hayamos atrapado y podamos domesticarlo. A ese testigo hay
que convocarlo en la meditación, pero sobre todo hay que esperarlo. Aparecerá entre las brumas a
veces, luego volverá a esconderse.
Más tarde, bastante más tarde, durante la meditación irá apareciendo lo que podríamos llamar
el testigo del testigo. Es ahí, en ese testigo del testigo, donde hay que permanecer el máximo tiempo
posible. Alguien –que soy yo– me mira (al yo aparente), y alguien –quizá Dios– mira al yo que mira. A
ese testigo del testigo sólo se accede en la meditación muy profunda y no hay palabras para describirlo.
En cuanto ponemos palabras, él, ella o ello deja de estar ahí.
Pese a lo desconocido que es, del territorio interior sí puede decirse que es magnético: por poco
que sea lo que sepamos de él, lo cierto es que nos llama y atrae irremisiblemente. A mi modo de ver y
sentir, es la llamada de la patria, la llamada de la identidad. «Soy tu tierra», nos dice ese territorio
interior. «Ven.». Emprendemos entonces el camino hacia esa meta: un camino tortuoso, lleno de
piedras y maleza. Desbrozamos el terreno, cada vez más transitable, hasta que de pronto, cuando nos
la prometíamos felices, la meta desaparece, el camino se desdibuja y volvemos a estar, desolados, en
tierra extranjera.
La tierra prometida eres tú, eso es lo que se aprende en la meditación. No puedes desesperar,
puesto que el tesoro está en ti y lo llevas siempre contigo; en cualquier momento puedes refugiarte en
él si lo deseas. Tienes una fortaleza en tu corazón, y es inexpugnable.
Desde esta perspectiva, vivir es transformarse en lo que uno es. Cuanto más entras en el
territorio interior, más desnudo estás. Primero te quitas las cosas, luego dejas atrás a las personas;
primero te desprendes de la ropa; luego de la piel; poco a poco te vas arrancando los huesos, de forma
que tu esqueleto –valga la metáfora– es cada vez más esencial. Cuando te lo has quitado todo, dejas
al fin tu calavera atrás. Cuando ya no tienes ni eres nada, estás por fin en libertad. Eres el territorio
interior mismo: no sólo estás en tu patria, eres tu patria.
Este recorrido puede hacerse en vida: los grandes místicos lo han hecho, lo están haciendo. Se
han vaciado tanto de sí mismos que son casi transparentes. «Debes vaciarte de todo lo que no eres
tú», esa es la invitación que se escucha permanentemente cuando se medita. Sólo en lo que está vacío
y es puro puede entrar Dios. Por eso entró Jesucristo en el seno de la Virgen María. Estamos llamados,
o así es al menos como yo lo veo, a esta fecunda virginidad espiritual.
(P.d, BdS, 47)

TRÍADAS

 “Hay un yo (auténtico) que mira al otro yo (el falso).” ¿Es así como vives tú la meditación?
 ¿Tienes idea de a lo que se refiere la expresión “el testigo del testigo” que aquí se menciona?
 ¿Vives la práctica meditativa como una “vuelta a casa”?
 ¿En qué sentido puede la Virgen María, según se deduce del texto, ser modelo de meditadores?

Extracto de Biografía del Silencio de Pablo d’Ors para la Asociación Privada de Fieles Amigos del Desierto
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