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Libro: Psicoterapia en los trastornos de personalidad de John G. Gunderson y Glen O. Gabbard (Comps.).
Editorial Ars Medica, Colección "Revisiones en Psiquiatría" (Psiquiatría Editores, S.L. Barcelona, 2.002). Versión
española de la obra en lengua inglesa "Psychotherapy for Personality Disorders" publicada dentro de la serie
Review of Psychiatry por American Psychiatric Publishing Inc.(Washing-ton, 2.000).
"Una diferenciación que se ha llevado a cabo históricamente entre los trastornos del eje I y los trastornos de la
personalidad es que los primeros son trastornos egodistónicos que provocan malestar subjetivo en el paciente,
mientras que los segundos se consideran trastornos egosintónicos, y, por lo tanto, es más probable que
provoquen malestar en los demás. Sin embargo, el hecho de que tantos pacientes con trastornos de la
personalidad se valgan de la psicoterapia y continúen en ella el tiempo suficiente como para beneficiarse del
tratamiento sugiere que estos pacientes presentan en realidad un malestar significativo." (Gunderson y Gabbard.
pag. 153).
En el libro reseñado, Gunderson y Gabbard hacen una revisión de los estudios empíricos
sobre psicoterapia en los trastornos de la personalidad (cap.1), discuten las peculiaridades
de la psicoterapia psicodinámica en el trastorno límite(*) (cap.2), estudian la combinación de
medicación y psicoterapia (cap.3), y resumen en un interesante epílogo las conclusiones
generales extraídas de este conjunto. En el mismo, Stone aborda la correlación grados de
antisociabilidad/respuesta a las terapias psicosociales (cap. 4), y Tyrer y Davidson exponen la
terapia cognitiva de dichos trastornos (cap. 5).
- La segunda parte refiere el contenido del capítulo 3 en el que Gabbard expone los
principios y fundamentos de la terapia combinada -psico y farmacológica- de los trastornos
de la personalidad.
Por razones de espacio, dejamos fuera de esta reseña los capítulos 1, 4 y 5 de este libro, de
los cuales recomendamos su lectura al completo.
Trabajos en la misma dirección, referidos, por ejemplo, a los trastornos depresivos y a otros
categorizados desde lo fenomenológico, van siendo abordados -Luborsky, Horowitz, el grupo
de Kernberg. Acompañan a un esfuerzo por validar empíricamente, mediante la investigación
y el análisis de resultados, los procedimientos terapéuticos inspirados en la aplicación del
psicoanálisis clínico(2). Un capítulo del libro reseñado se dedica íntegramente a la revisión de
los estudios empíricos sobre psicoterapia en los trastornos de la personalidad (cap.1). A lo
largo de todo él, la preocupación por monitorizar la eficacia del tratamiento y la efectividad del
modelo de psicoterapia propuesto late en un texto conciso y claro, orientado a la práctica
clínica.
Una cuestión importante a señalar es que los autores del libro reseñado abogan por un
modelo de abordaje:
" ... si bien la psicoterapia es esencial, en el plan general de tratamiento suelen estar
implicados equipos terapéuticos que involucran a múltiples profesionales. En el capítulo 3
Gabbard ilustra cuán útil puede resultar la farmacoterapia como complemento de la
psicoterapia. El abordaje del temperamento subyacente, el manejo de síntomas específicos
del trastorno de la personalidad o el tratamiento de trastornos comórbidos del eje I pueden
facilitar un estado anímico que hagan al paciente más receptivo a las estrategias
terapéuticas. En el capítulo 2, Gunderson subraya la importancia de designar de manera
muy clara al clínico principal como la persona que supervisa el plan de tratamiento y se
responsabiliza de la seguridad del paciente con trastorno límite de la personalidad".(p. 152)
"En una época en que la psicofarmacología puede dominar el debate sobre la terapéutica en
la especialidad de psiquiatría, la psicoterapia sigue siendo la primera elección en este grupo
diagnóstico"(Gunderson y Gabbard. Op. cit. p. 151).
"En pacientes con trastornos de personalidad, los fármacos deben considerarse, como
mucho, complementos útiles de la psicoterapia. Ningún fármaco puede tratar con eficacia un
trastorno de la personalidad sin una intervención psicoterapéutica asociada" (p. 67).
* Un estilo cognitivo.
Bajo esa óptica, define tres funciones para los fármacos en el tratamiento de los trastornos
de personalidad:
c) Pueden tratar trastornos co-mórbidos del eje I, estados depresivos por ejemplo.
Aun cuando -señala- esta división es algo arbitraria porque se solapan conceptualmente.
Según el autor, la medicación podría ser útil para tratar el componente temperamental de la
personalidad y actuaría de forma sinérgica con la psicoterapia -modificadora de las
dimensiones caracterológicas- en el tratamiento de los trastornos graves de personalidad.
Como ejemplo, sostiene que un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina -ISRS-
que disminuyera la ira y agresividad de un paciente con trastorno límite, le permitiría ser más
reflexivo y precavido respecto a lo que acontece entre él y su terapeuta.
b) Síntomas diana, objetivos del tratamiento: a efectos de proporcionar una guía clínica para
no verse abrumados por la plétora de expresiones sintomáticas que puede presentar un
paciente determinado, se dividen los síntomas en tres grupos: cognitivo-perceptivos,
impulsivo-conductuales y afectivos, y se discute la eficacia de las elecciones medicamentosas
para cada uno de ellos. El autor señala que no se puede hablar en términos de "tratamiento
de elección" ya que las diferentes manifestaciones de los trastornos de la personalidad
requieren de diferentes estrategias farmacológicas. Se deberían considerar, por ejemplo,
cuestiones del tipo: "¿qué fármaco funciona mejor para qué paciente límite, con qué
expresión sintomática?"
c) Trastornos co-mórbidos del eje I del DSM-IV (el de los cuadros psiquiátricos). Gabbard
señala que, al margen de la complejidad conceptual que implica diferenciar los trastornos del
Eje I y los del Eje II (el de los trastornos de personalidad), muchos expertos consideran
prioritario, en pacientes con trastorno de personalidad, el tratamiento farmacológico de los
trastornos del Eje I dentro de un plan de tratamiento integral.
En este interesante capítulo, Gabbard aborda, además, las ventajas e inconvenientes de que
el terapeuta sea el que también prescriba los fármacos, diferenciándose entre un modelo
unipersonal (una sola persona hace la psicoterapia y el tratamiento farmacológico) y el
bipersonal.
Sea como sea, remarca, el terapeuta debe evitar considerar la medicación como si no fuera
Modelo bipersonal (un clínico lleva la medicación y otro la psicoterapia). Presenta, según
Gabbard, algunas ventajas en determinadas situaciones clínicas: el terapeuta tiene ocasión
de consultar con un colega que está trabajando desde otra perspectiva, la intensidad de la
transferencia se diluye, el paciente no puede eludir cuestiones psicoterapéuticas centrándose
en la medicación durante las sesiones de psicoterapia...
Pero, por otra parte, esta situación facilitaría los problemas de escisión del tratamiento
-idealizar a uno, devaluar al otro, siendo como es este tipo de disociación inherente al
trastorno límite de la personalidad-. Gabbard considera que esto no se puede evitar del todo,
pero que se pueden adoptar diversas medidas:
"En primer lugar debe quedar muy claro para el paciente que ambos profesionales son parte
de un equipo terapéutico y que consultarán entre ellos cada vez que sea necesario. Si el
paciente se niega a permitir este tipo de consultas entre los dos profesionales, el clínico
probablemente no debe acceder a comprometerse en el tratamiento. De no existir contactos
regulares con un colega, es fácil que el clínico considere válida la información que aporta el
paciente y acabe confabulándose con él en una devaluación general de lo que hace el otro
clínico".(p. 86).
Gunderson escribe:
"El término PSICOTERAPIA, tal como se utiliza en este capítulo, hace referencia a una
modalidad que no está diseñada principalmente para frenar las <<cosas negativas>> (es
decir, aliviar síntomas o disminuir conductas autodestructivas u otros comportamientos
desadaptativos). Aunque la psicoterapia también puede reducir los síntomas o los
comportamientos desadaptativos, se caracteriza por su intención de hacer <<cosas
positivas>> (ayudar a los pacientes a que cambien a mejor o desarrollen nuevas capacidades
psicológicas). Por tanto, no es lo mismo TRATAMIENTOS que TERAPIAS. Los tratamientos
(p. ej., medicación, dieta, hospitalización) son administrados a los pacientes; el paciente los
recibe de manera pasiva (o se resiste a ellos) pero no los pone en marcha. Las terapias
requieren participación activa, objetivos comunes y colaboración, cuando menos,
intermitente." (p. 34)
Gunderson aboga por el "tratamiento dividido" cuya forma más habitual es que el
farmacólogo, y no el terapeuta, haga las funciones de responsable principal del caso. Afirma:
A partir de aquí -dice- será indispensable contar con un esquema conceptual global para los
procesos de cambio, siendo previsible que éstos sigan una secuencia preconcebida (ver más
adelante).
Enumera los requisitos que a su modo de ver, son útiles para el éxito de la psicoterapia.
Están relacionados con la "disposición favorable" tanto del paciente -motivación, disposición
psicológica y capacidad para la introspección- como del terapeuta -experiencia, formación,
ciertas cualidades de carácter y actitud-.
"... No se trata únicamente de cuestión de encajar [se refiere Gunderson a que hagan un
buen par el paciente y el terapeuta]. Los terapeutas que funcionan bien con un paciente
límite funcionarán bien con la mayoría de ellos. Los terapeutas que no encuentran
interesantes los problemas que tienen que ver con el tratamiento de los pacientes límite (la
acción, la dependencia, la ira) o aquellos a los que, en realidad, no les gustan dichos
pacientes, seguramente no funcionarán bien con ellos. Es muy improbable que encuentren
un caso excepcional de paciente límite con el cual trabajarían bien". (p.39)
A su entender, son actitudes favorables del terapeuta: tener la convicción de poder jugar un
papel esencial en el logro del bienestar por el paciente; estar dispuesto a asumir una
responsabilidad importante en ese terreno; sentir que el paciente tiene interés y que puede
mejorar; percibirle con comprensión; pensar que las hostilidades, la impulsividad y los
síntomas aparecen por alguna razón; sentir que le puede ayudar; estar dispuesto a
perseverar pese a tener que hacer cosas que no desea hacer o pese a ser criticado u
ofendido; estar dispuesto a trabajar en colaboración con otros y a recurrir a supervisión y a
consultas.
En cuanto a los rasgos de carácter, señala que los terapeutas que suelen funcionar bien son
responsables, algo audaces, orientados hacia la acción y alegres:
"Kernberg y Linehan pueden ejemplificar las cualidades personales de los terapeutas que
funcionan bien con los pacientes límite. Ambos son autoritarios, seguros, enérgicos y claros".
(...) <<Ambos terapeutas trasmiten al paciente la sensación de que están presentes,
comprometidos y que son indestructibles. El paciente se siente apoyado emocionalmente>>
(Swenson, 1989). "Creo que los pacientes tienden a aceptar lo que dicen estos terapeutas
por la misma razón que muchos profesionales. Además, tanto Kemberg como Linehan se
muestran impertérritos ante los conflictos, e incluso parecen disfrutar de las discusiones y el
desacuerdo. Sin duda, los pacientes límite se encuentran impresionados ante su disposición
a ofrecer sus puntos de vista, por sus esfuerzos por expresarse con la máxima claridad y por
su atención a la mínima precisión. (...) Creo que los terapeutas que saben tratar bien a
pacientes límite tienen estas cualidades personales". (p. 39-40).
Las peculiaridades del aprendizaje y entrenamiento del terapeuta que afronta el abordaje de
este tipo de pacientes, relacionadas con su concepto de trabajo en equipo, y la función
formativa de la supervisión, son objeto asimismo de la atención del autor.
El punto de partida se referencia a los tres tipos de alianza terapéutica que parecen darse
consecutivamente durante la terapia, de acuerdo a los postulados de Greenspan y
Scharfstein (1981) y Luborsky (1976). Estos serían:
Por otra parte, se correlacionan (incluso gráficamente, en una tabla sacada de Gunderson &
Gabbard, 1999) las áreas problemáticas -estado subjetivo, sentimientos de disforia,
comportamiento, estilo interpersonal y organización intrapsíquica-) con las intervenciones
relevantes y el tiempo necesario para los cambios previstos.
Los índices de cambio correlacionan los objetivos, los principales aspectos implicados en el
vínculo terapéutico, las intervenciones del terapeuta y el efecto/resultado en el paciente para
cada una de las cuatro fases definidas en función de la alianza.
Estas son:
+Fase IV: Alianza de trabajo/ De la ansiedad de separación al vínculo seguro (de 2-3 años en
adelante).
Gunderson puntualiza que los periodos de tiempo pueden variar mucho, pero que la
secuencia en la que ocurren los cambios es bastante predecible. De modo que los pacientes,
terapeutas y familiares pueden reconocer fácilmente que la ausencia de tales cambios
permite cuestionar la eficacia de la terapia, lo cual, añade, no quiere decir que las terapias no
sean beneficiosas sino que habrá que preguntarse si es posible mejorar el servicio
terapéutico prestado, siendo lo mejor para ello consultar.
El modelo secuencial
Ia) Abandonos. Es de prever -señala el autor- que cerca de la mitad de los pacientes
abandonarán la terapia antes de que se puedan esperar beneficios.
En los estudios de los años 80, la tasa de abandonos de la terapia para los pacientes límites
oscilaba entre un 43% y un 67%. Según un estudio realizado en el McLean Hospital (área de
Boston), las causas más habituales eran la frustración excesiva, la ausencia de apoyo familiar
y los problemas logísticos (Gunderson y cols, 1989).
Ib) Contratos terapéuticos: las psicoterapias dinámicas, que dependen en gran medida de la
capacidad del paciente para controlar los impulsos y que invitan a la expresión emocional,
suelen requerir capacidades muy poco habituales en los pacientes límites, capacidades cuyo
desarrollo podrían requerir tratamientos de otro tipo, concurrentes o previos. Gunderson
sostiene que si esas capacidades no existen, puede ser necesario dar prioridad a otras
modalidades, como la terapia dialéctico-conductual, la medicación y la modalidad
denominada "manejo de casos".
"Aunque considero que la idea de un contrato generalmente resulta de utilidad, tiene algunos
inconvenientes importantes. El más relevante es que muchos pacientes límite no son lo
suficientemente fiables ni previsibles como para establecer un contrato con sentido. También
puede introducir en la terapia un tono innecesariamente defensivo o de confrontación.
Yo prefiero que el contrato se limite a ponernos de acuerdo sobre aspectos prácticos, por lo
general cuestiones de comportamiento o interpersonales y establecer algunos puntos
sencillos acerca del papel del terapeuta. Por ejemplo, suelo decir: 'creo que mi función
consiste en ayudarle a que Ud. se entienda a sí mismo. Creo que esto le permitirá cambiar'. A
continuación hago referencia a algunos aspectos que surgieron a lo largo de nuestras
sesiones de evaluación que parecían perturbar al paciente y yo creo que pueden cambiar.
Como hacía Linehan, pongo un énfasis especial en que cabe esperar cambios; el cambio es
la medida explícita por la que valoro y estimulo a los pacientes a que valoren si tal terapia es
una buena inversión de nuestro tiempo y de su dinero. A un nuevo o posible paciente límite
no le explicaré específicamente que no estaré a su disposición salvo caso de urgencia, ni le
explicaré cómo puede esperar que responda yo a problemas con los límites de la terapia. Si
la conducta de un paciente puede poner en peligro la terapia (p.ej, si no acude a las visitas o
grita) o su seguridad (p. ej., si se hace cortes o hace un mal uso de la medicación), está claro
que esto debe abordarse (PERO no debe ser asumido como responsabilidad del terapeuta),
y debe abordarse sin establecer límites anticipadamente."(p. 46-47)
Ic) Frecuencia y objetivos.- Gunderson relaciona estos dos parámetros en una sencilla tabla
que destaca que menos de dos sesiones por semana probablemente no pueda considerarse
más que un soporte (es decir, una influencia estabilizadora) y no una terapia a menos de que
se acompañe de otras medidas complementarias aquí definidas como "manejo de casos";
dos sesiones semanales pueden ser suficientes para el manejo y la terapia, y pueden
promover el cambio mediante la introspección utilizando estrategias dinámicas o cognitivas;
tres sesiones es la frecuencia óptima para las terapias dinámicas cuando el análisis de la
relación es importante; de cuatro sesiones semanales en adelante, la vida del paciente puede
organizarse en torno a la terapia hasta su maduración, lo cual podrá ser útil para pacientes
que necesiten de manera prioritaria de la presencia del objeto -el terapeuta- pero que muy
probablemente resulte perjudicial en la mayoría de los casos.
Una vez que el paciente se ha comprometido con la terapia comenzaría esta segunda fase,
cuyo principal proceso de aprendizaje consistiría en el control emocional y conductual y el
desarrollo de una alianza relacional, entendida ésta como el reconocimiento por el paciente
del carácter afable y responsable del terapeuta, y la percepción en el vínculo de que se
puede esperar un futuro mejor para él.
Los principales elementos terapéuticos que hacen posible la alianza relacional -dice el autor-
consisten en mostrar interés, transmitir expectativas viables, ser flexibles ante la oposición y,
sobre todo, tal como subrayaron Adler (1985) y Stevenson y Meares (1992), el uso de la
empatía y la validación del paciente.
El autor señala que, si bien la reacción inicial que tienen los pacientes límites cuando se les
proporciona un feedback sobre si mismos sea probablemente ambivalente, con frecuencia
suspicaz y algunas veces hostil, es útil comenzar haciendo observaciones superficiales. Las
observaciones no solicitadas le indicarían que el terapeuta se está ocupando en ayudarle a
que se conozca. La identificación activa de los sentimientos manifiestos del paciente, incluida
su expresión facial, será más importante cuando éste sienta ira o miedo, ya que estos
sentimientos son los más complicados de reconocer y los más difíciles de comunicar con
palabras para ellos. El autor enfatiza que si se pasan por alto, se corre el riesgo de provocar
conductas de huida.
Según Gunderson, los testimonios o revelaciones del terapeuta sobre sus propias
emociones, hechas con discreción y prudencia, podrían contribuir también al proceso de
<<mentalización>> (es decir, de representación mental de las emociones y formas no
conductuales de funcionamiento del otro). Presagiarían asimismo un proceso recurrente muy
importante en las terapias a largo plazo, por el cual los pacientes límites conectan
comportamientos con acontecimientos, emociones y pensamientos.
Gunderson puntualiza que en el caso de que las interpretaciones se reciban con hostilidad,
deberán respetarse los sentimientos del paciente, aunque el terapeuta no deba excusarse:
"Hacer observaciones es indispensable para que las aptitudes del terapeuta resulten de
utilidad". Con el propósito de destacar la complementariedad del sostén empático y la
intervención interpretativa extraigo literalmente, por su sencillez, lo que considero una
verdadera perla:
Dice Gunderson que entre los 6 y 18 meses de una terapia exitosa se debería desarrollar una
dependencia positiva. Esta es entendida como una sensibilidad extrema del paciente a los
estados de ánimo, actitudes y ausencias del terapeuta. En estas circunstancias -apunta-, los
pacientes no se resisten tanto a hablar sobre ellos mismos y aprenden más de las
observaciones realizadas por el terapeuta.
Advierte que los terapeutas deben esperar ser considerados objetos transicionales e intentar
hacer tan explícitas como sea posible las funciones "tácitas" que realizan. Por ejemplo, así
como las intervenciones del terapeuta durante el primer año ayudaban al paciente a entender
que sus actos estaban generados por sus sentimientos y necesidades de relación, durante el
segundo año será de gran valor para el terapauta ayudar a que el paciente identifique para
qué "depende" del terapeuta. El componente esencial de este proceso implicaría aspectos
como no estar solo y sentirse conectado. Éstas son, en realidad, cuestiones relacionadas con
la constancia del objeto. Además -reitera el autor-, gran parte de la labor interpretativa o de
confrontación en la fase III permanece en el ámbito de conectar sentimientos y
comportamientos a situaciones interpersonales, y aunque esta actividad se desarrolle de
manera creciente referida a la relación con el terapeuta, no será lo mismo que la
interpretación transferencial, porque consistirá en conocerse a sí mismo de formas nuevas, y
no en saber "sobre" sí mismo o los porqués.
Según Gunderson, la fase III termina como muy pronto a los 2 años -por lo general a los 3- y
para entonces el paciente habrá adquirido la capacidad de mantener relaciones de apoyo
estables y un trabajo regular poco exigente. Seguirá sintiéndose inseguro ante el rechazo
-advierte-, temerá las separaciones y será proclive a hacerse cortes, beber, darse atracones,
encolerizarse o rendirse ante los conflictos. Pero dichas reacciones serán menos intensas y
prolongadas que antes de la terapia o de la fase I.
El autor reitera que en esta fase los pacientes continuarán siendo incapaces de mantener un
locus de control interno constante y se mostrarán demasiado reactivos todavía (retadores o
sumisos) ante las presiones externas.
Para Gunderson, en esta fase las técnicas psicoterapéuticas no son ya muy específicas para
la psicopatología del paciente límitrófe, aunque los problemas sigan siendo los característicos
de este grupo diagnóstico.
Se ha conformado una relación estable cada vez más segura -afirma- y, en líneas generales,
la alianza de trabajo en colaboración está asumida. La relación deja de estar contaminada
por el temor a ser rechazado o abandonado, y las críticas, aunque no son deseadas, pueden
ser respondidas de manera más efectiva por el paciente.
Durante esta fase, la expresión directa de odio hacia el terapeuta -que en la teoría de
Kernberg es absolutamente necesaria para curar la psicopatología nuclear, recuerda
Gunderson- puede darse, aunque no siempre sea posible. Lo más probable, indica, es que
dicha expresión tenga lugar mediante acusaciones directas y a veces crueles durante largos
periodos; acusaciones para las que el terapeuta se ha convertido en un receptáculo más o
menos seguro.
Por otra parte, los problemas que se han negado durante mucho tiempo, asociados a
traumas tempranos, pueden retomarse de manera útil en esta fase; o bien, pueden
explorarse los aspectos evolutivos de las distorsiones de la imagen corporal. Señala el autor
que, a veces, estas cuestiones tardan años en ser descubiertas y llegar a la desensibilización
o resolución necesarias.
El proceso conduce a lograr, por parte del paciente, una narración coherente de su vida sin
que existan brechas importantes, consolidando así su sentido de sí mismo.
Por último, Gunderson apunta que para el paciente límite, entrar en competencia es siempre
deseable y conflictivo puesto que desencadena el temor a la agresión y al rechazo. Por ello,
dice, además de esclarecer estos temores, los terapeutas deben impulsar activamente la
competitividad en estos pacientes, deben animarles a que tomen la iniciativa en su propio
beneficio sin sentirse culpables.
El hecho de ser autónomos y no tener que disculparse es un logro ganado con esfuerzo para
(*) El término "borderline" podría traducirse como "fronterizo" o "limítrofe". Conservamos la traducción "límite" por
ser la que se utiliza oficialmente en el DSM-IV y en la CIE-10, así como en el libro reseñado.
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(1) En el número 7 de esta misma revista reseñamos un artículo de Mardi Horowitz del que resaltábamos el
esfuerzo por sistematizar un modelo secuencial de psicoterapia psicodinámica breve para los trastornos por
estrés. Este autor se sitúa, como Gunderson y Gabbard, en el espectro de psicoanalistas que comprenden la
terapia como "una experiencia relacional correctiva". Comentábamos entonces que al talante integrador
corresponde la visión del abordaje terapéutico como un dominio interdisciplinar en donde pueden concurrir para un
mismo paciente terapias distintas, de naturaleza conceptual y técnica diferente (dinámica, psicoeducativa,
conductual, psicodramática, etc. dentro de un plan de tratamiento global. Gunderson es muy claro al respecto.
Bajo la forma de diferenciar "el manejo de caso" y psicoterapia, recomienda explícitamente un tipo de terapia (la
dialéctico conductual de Linehan) en la etapa inicial de tratamiento para los pacientes límites con graves conductas
autodestructivas.
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(2) Recordemos que Gunderson y Gabbard son los autores, junto a Fonagy, del artículo publicado en Archives
General of Psychiatry (referenciado en el número 11 de Aperturas como ejemplo de la nueva orientación recogida
en el "Informe de la Asociación Psicoanalítica Internacional sobre investigación de resultados en Psicoanálisis"
bajo el título "El papel de los tratamientos psicoanalíticos dentro de la psiquiatría".
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(3) Para Linehan (1993), según refiere Gunderson, el foco de la primera fase son las conductas más gravemente
desadaptativas y destructivas. Después encara la tolerancia al estrés y el autocuidado para, posteriormente, en
una tercera fase que incluye algunos objetivos intrapsíquicos, abordar el respeto por uno mismo y la lucha por
metas individuales.
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