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de personalidad
Publicado en la revista nº012
Autores: Martín-Montolíu, Jaime - Gunderson, J.G. - Gabbard, G.O.
Libro: Psicoterapia en los trastornos de personalidad de John G. Gunderson y Glen O. Gabbard
(Comps.). Editorial Ars Medica, Colección "Revisiones en Psiquiatría" (Psiquiatría Editores, S.L.
Barcelona, 2.002). Versión española de la obra en lengua inglesa "Psychotherapy for Personality
Disorders" publicada dentro de la serie Review of Psychiatry por American Psychiatric Publishing
Inc.(Washing-ton, 2.000).
"Una diferenciación que se ha llevado a cabo históricamente entre los trastornos del eje I y los
trastornos de la personalidad es que los primeros son trastornos egodistónicos que provocan
malestar subjetivo en el paciente, mientras que los segundos se consideran trastornos
egosintónicos, y, por lo tanto, es más probable que provoquen malestar en los demás. Sin
embargo, el hecho de que tantos pacientes con trastornos de la personalidad se valgan de la
psicoterapia y continúen en ella el tiempo suficiente como para beneficiarse del tratamiento sugiere
que estos pacientes presentan en realidad un malestar significativo." (Gunderson y Gabbard. pag.
153).
Una cuestión importante a señalar es que los autores del libro reseñado abogan
por un modelo de abordaje:
* Un estilo cognitivo.
Bajo esa óptica, define tres funciones para los fármacos en el tratamiento de los
trastornos de personalidad:
c) Pueden tratar trastornos co-mórbidos del eje I, estados depresivos por ejemplo.
Sea como sea, remarca, el terapeuta debe evitar considerar la medicación como si
no fuera una parte integrante de la psicoterapia.
Pero, por otra parte, esta situación facilitaría los problemas de escisión del
tratamiento -idealizar a uno, devaluar al otro, siendo como es este tipo de
disociación inherente al trastorno límite de la personalidad-. Gabbard considera
que esto no se puede evitar del todo, pero que se pueden adoptar diversas
medidas:
"En primer lugar debe quedar muy claro para el paciente que ambos profesionales
son parte de un equipo terapéutico y que consultarán entre ellos cada vez que sea
necesario. Si el paciente se niega a permitir este tipo de consultas entre los dos
profesionales, el clínico probablemente no debe acceder a comprometerse en el
tratamiento. De no existir contactos regulares con un colega, es fácil que el clínico
considere válida la información que aporta el paciente y acabe confabulándose
con él en una devaluación general de lo que hace el otro clínico".(p. 86).
Gunderson escribe:
"El término PSICOTERAPIA, tal como se utiliza en este capítulo, hace referencia a
una modalidad que no está diseñada principalmente para frenar las <<cosas
negativas>> (es decir, aliviar síntomas o disminuir conductas autodestructivas u
otros comportamientos desadaptativos). Aunque la psicoterapia también puede
reducir los síntomas o los comportamientos desadaptativos, se caracteriza por su
intención de hacer <<cosas positivas>> (ayudar a los pacientes a que cambien a
mejor o desarrollen nuevas capacidades psicológicas). Por tanto, no es lo mismo
TRATAMIENTOS que TERAPIAS. Los tratamientos (p. ej., medicación, dieta,
hospitalización) son administrados a los pacientes; el paciente los recibe de
manera pasiva (o se resiste a ellos) pero no los pone en marcha. Las terapias
requieren participación activa, objetivos comunes y colaboración, cuando menos,
intermitente." (p. 34)
Gunderson aboga por el "tratamiento dividido" cuya forma más habitual es que el
farmacólogo, y no el terapeuta, haga las funciones de responsable principal del
caso. Afirma:
Enumera los requisitos que a su modo de ver, son útiles para el éxito de la
psicoterapia. Están relacionados con la "disposición favorable" tanto del paciente -
motivación, disposición psicológica y capacidad para la introspección- como del
terapeuta -experiencia, formación, ciertas cualidades de carácter y actitud-.
En cuanto a los rasgos de carácter, señala que los terapeutas que suelen
funcionar bien son responsables, algo audaces, orientados hacia la acción y
alegres:
Estas son:
Gunderson puntualiza que los periodos de tiempo pueden variar mucho, pero que
la secuencia en la que ocurren los cambios es bastante predecible. De modo que
los pacientes, terapeutas y familiares pueden reconocer fácilmente que la
ausencia de tales cambios permite cuestionar la eficacia de la terapia, lo cual,
añade, no quiere decir que las terapias no sean beneficiosas sino que habrá que
preguntarse si es posible mejorar el servicio terapéutico prestado, siendo lo mejor
para ello consultar.
El modelo secuencial
En los estudios de los años 80, la tasa de abandonos de la terapia para los
pacientes límites oscilaba entre un 43% y un 67%. Según un estudio realizado en
el McLean Hospital (área de Boston), las causas más habituales eran la frustración
excesiva, la ausencia de apoyo familiar y los problemas logísticos (Gunderson y
cols, 1989).
Ib) Contratos terapéuticos: las psicoterapias dinámicas, que dependen en gran
medida de la capacidad del paciente para controlar los impulsos y que invitan a la
expresión emocional, suelen requerir capacidades muy poco habituales en los
pacientes límites, capacidades cuyo desarrollo podrían requerir tratamientos de
otro tipo, concurrentes o previos. Gunderson sostiene que si esas capacidades no
existen, puede ser necesario dar prioridad a otras modalidades, como la terapia
dialéctico-conductual, la medicación y la modalidad denominada "manejo de
casos".
El autor señala que, si bien la reacción inicial que tienen los pacientes límites
cuando se les proporciona un feedback sobre si mismos sea probablemente
ambivalente, con frecuencia suspicaz y algunas veces hostil, es útil comenzar
haciendo observaciones superficiales. Las observaciones no solicitadas le
indicarían que el terapeuta se está ocupando en ayudarle a que se conozca. La
identificación activa de los sentimientos manifiestos del paciente, incluida su
expresión facial, será más importante cuando éste sienta ira o miedo, ya que estos
sentimientos son los más complicados de reconocer y los más difíciles de
comunicar con palabras para ellos. El autor enfatiza que si se pasan por alto, se
corre el riesgo de provocar conductas de huida.
Según Gunderson, los testimonios o revelaciones del terapeuta sobre sus propias
emociones, hechas con discreción y prudencia, podrían contribuir también al
proceso de <<mentalización>> (es decir, de representación mental de las
emociones y formas no conductuales de funcionamiento del otro). Presagiarían
asimismo un proceso recurrente muy importante en las terapias a largo plazo, por
el cual los pacientes límites conectan comportamientos con acontecimientos,
emociones y pensamientos.
Dice Gunderson que entre los 6 y 18 meses de una terapia exitosa se debería
desarrollar una dependencia positiva. Esta es entendida como una sensibilidad
extrema del paciente a los estados de ánimo, actitudes y ausencias del terapeuta.
En estas circunstancias -apunta-, los pacientes no se resisten tanto a hablar sobre
ellos mismos y aprenden más de las observaciones realizadas por el terapeuta.
Advierte que los terapeutas deben esperar ser considerados objetos transicionales
e intentar hacer tan explícitas como sea posible las funciones "tácitas" que
realizan. Por ejemplo, así como las intervenciones del terapeuta durante el primer
año ayudaban al paciente a entender que sus actos estaban generados por sus
sentimientos y necesidades de relación, durante el segundo año será de gran
valor para el terapauta ayudar a que el paciente identifique para qué "depende" del
terapeuta. El componente esencial de este proceso implicaría aspectos como no
estar solo y sentirse conectado. Éstas son, en realidad, cuestiones relacionadas
con la constancia del objeto. Además -reitera el autor-, gran parte de la labor
interpretativa o de confrontación en la fase III permanece en el ámbito de conectar
sentimientos y comportamientos a situaciones interpersonales, y aunque esta
actividad se desarrolle de manera creciente referida a la relación con el terapeuta,
no será lo mismo que la interpretación transferencial, porque consistirá en
conocerse a sí mismo de formas nuevas, y no en saber "sobre" sí mismo o los
porqués.
Según Gunderson, la fase III termina como muy pronto a los 2 años -por lo general
a los 3- y para entonces el paciente habrá adquirido la capacidad de mantener
relaciones de apoyo estables y un trabajo regular poco exigente. Seguirá
sintiéndose inseguro ante el rechazo -advierte-, temerá las separaciones y será
proclive a hacerse cortes, beber, darse atracones, encolerizarse o rendirse ante
los conflictos. Pero dichas reacciones serán menos intensas y prolongadas que
antes de la terapia o de la fase I.
El autor reitera que en esta fase los pacientes continuarán siendo incapaces de
mantener un locus de control interno constante y se mostrarán demasiado
reactivos todavía (retadores o sumisos) ante las presiones externas.
Se ha conformado una relación estable cada vez más segura -afirma- y, en líneas
generales, la alianza de trabajo en colaboración está asumida. La relación deja de
estar contaminada por el temor a ser rechazado o abandonado, y las críticas,
aunque no son deseadas, pueden ser respondidas de manera más efectiva por el
paciente.
Durante esta fase, la expresión directa de odio hacia el terapeuta -que en la teoría
de Kernberg es absolutamente necesaria para curar la psicopatología nuclear,
recuerda Gunderson- puede darse, aunque no siempre sea posible. Lo más
probable, indica, es que dicha expresión tenga lugar mediante acusaciones
directas y a veces crueles durante largos periodos; acusaciones para las que el
terapeuta se ha convertido en un receptáculo más o menos seguro.
Por otra parte, los problemas que se han negado durante mucho tiempo,
asociados a traumas tempranos, pueden retomarse de manera útil en esta fase; o
bien, pueden explorarse los aspectos evolutivos de las distorsiones de la imagen
corporal. Señala el autor que, a veces, estas cuestiones tardan años en ser
descubiertas y llegar a la desensibilización o resolución necesarias.
El proceso conduce a lograr, por parte del paciente, una narración coherente de su
vida sin que existan brechas importantes, consolidando así su sentido de sí
mismo.
Por último, Gunderson apunta que para el paciente límite, entrar en competencia
es siempre deseable y conflictivo puesto que desencadena el temor a la agresión
y al rechazo. Por ello, dice, además de esclarecer estos temores, los terapeutas
deben impulsar activamente la competitividad en estos pacientes, deben animarles
a que tomen la iniciativa en su propio beneficio sin sentirse culpables.
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(1) En el número 7 de esta misma revista reseñamos un artículo de Mardi Horowitz del que
resaltábamos el esfuerzo por sistematizar un modelo secuencial de psicoterapia psicodinámica
breve para los trastornos por estrés. Este autor se sitúa, como Gunderson y Gabbard, en el
espectro de psicoanalistas que comprenden la terapia como "una experiencia relacional correctiva".
Comentábamos entonces que al talante integrador corresponde la visión del abordaje terapéutico
como un dominio interdisciplinar en donde pueden concurrir para un mismo paciente terapias
distintas, de naturaleza conceptual y técnica diferente (dinámica, psicoeducativa, conductual,
psicodramática, etc. dentro de un plan de tratamiento global. Gunderson es muy claro al respecto.
Bajo la forma de diferenciar "el manejo de caso" y psicoterapia, recomienda explícitamente un tipo
de terapia (la dialéctico conductual de Linehan) en la etapa inicial de tratamiento para los pacientes
límites con graves conductas autodestructivas.
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(2) Recordemos que Gunderson y Gabbard son los autores, junto a Fonagy, del artículo publicado
en Archives General of Psychiatry (referenciado en el número 11 de Aperturas como ejemplo de la
nueva orientación recogida en el "Informe de la Asociación Psicoanalítica Internacional sobre
investigación de resultados en Psicoanálisis" bajo el título "El papel de los tratamientos
psicoanalíticos dentro de la psiquiatría".
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(3) Para Linehan (1993), según refiere Gunderson, el foco de la primera fase son las conductas
más gravemente desadaptativas y destructivas. Después encara la tolerancia al estrés y el
autocuidado para, posteriormente, en una tercera fase que incluye algunos objetivos
intrapsíquicos, abordar el respeto por uno mismo y la lucha por metas individuales.
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