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Como es sabido el Avemaría consta de dos partes: una primera de salutación y bendición a la Santísima
Virgen y una segunda que es una plegaría que los fieles y toda la Iglesia le dirigen en tanto Madre de Dios.
La primera parte a su vez está compuesta de dos saludos, ambos tomados del Evangelio de Lucas. En
primer lugar el saludo angélico que tiene lugar en la Anunciación (Lc. 1, 28):
En segundo lugar, otro saludo, en este caso el de su prima Isabel en la Visitación (Lc. 1, 42):
Puesto que en el versículo anterior se dice expresamente que Isabel estaba "llena del Espíritu Santo" (Lc. 1,
41), podemos entender que las anteriores palabras provienen del Espíritu Santo mismo pues son
inspiradas directamente por Él.
Finalmente la segunda parte del Ave María es una plegaria o súplica reclamando su intercesión en los
Cielos:
La primera parte, en tanto sus palabras provienen -directamente o por medio de inspiración- del Cielo, se
puede tomar como en sentido descendente. Los Cielos saludan y bendicen a María. En cambio, cumple una
misión bien diferente la segunda parte, que es una súplica que envía la Iglesia y sus fieles a la misma
Virgen, de modo que podemos imaginarla, como toda súplica, de sentido ascendente. Este esquema básico
del Avemaría puede representarse gráficamente del siguiente modo:
Comprobamos gráficamente cómo la primera mitad de la oración desciende sobre María mientras la
segunda mitad asciende de los fieles hacia ella.
Ahora bien, si ponemos juntas las dos partes tal y como la oración es pronunciada por los cristianos
encontramos que el Nombre de Jesús ocupa justamente su centro, quedando prácticamente el mismo
número de palabras por encima y por debajo de la palabra Jesús:
Iesus.
Jesús queda por tanto en la misma oración como puente y vínculo entre Cielo y tierra, entre las gracias
descendentes del Cielo y las súplicas ascendentes de los hombres. Es evidente que esto no es casual y que
se optó por señalar este lugar central del Santo Nombre de Jesús en la oración. Es por esta razón por la que
la Iglesia añadió la súplica o plegaria que constituye toda la segunda parte y que se sabe que en origen
no existía.
Además tal y como queda constituida la oración completa, ésta parece proteger y ocultar en su interior el
Divino Nombre lo que la convierte en un vehículo del mismo, es decir del Nombre de Dios. Un
verdadero mantra si empleamos la terminología oriental.
Se descubren aún nuevas connotaciones si pensamos que la oración completa es dirigida a la Virgen María,
que es quien llevó en su seno precisamente a Jesús:
Es decir el núcleo físico y gramatical de la oración es equivalente al vientre mismo de la Virgen, de hecho lo
dice, vientre -o arca- que es protegido por el mismo Cielo que desciende con su bendición, y que reposa y se
apoya sobre las plegarias humanas en su parte inferior.
Por último, recordemos que el Santo Rosario se popularizó a través de Santo Domingo precisamente en la
era Gótica, una época que dirigió su espiritualidad especialmente a la Virgen y que ha sido calificada de un
"triunfo de la Virgen". Esta relación con el Rosario es más profunda de lo que puede parecer a primera
vista.
Sabemos que la Virgen fue simbolizada por las flores en general y por la rosa en particular. Las flores, que
son en sí mismas receptáculos del polen -masculino- y en cuyo interior se desarrollan las semillas de las
nuevas plantas, representan simbólicamente cálices o recipientes de la Gracia espiritual que baja del Cielo.
Son entonces un símbolo del Inmaculado vientre de María. Así simbólicamente podemos ver la llegada y
polinización de un insecto, digamos una abeja, como análogo a la Anunciación misma. Estas relaciones son
conocidas en el simbolismo medieval y evidentes por lo demás.
Pero partiendo de esta relación de María con las flores veamos una nueva posibilidad de representación
gráfica de la estructura del Avemaría. Si hemos dicho que las palabras de Saludo y Plegaría protegen en su
interior -al modo de un arca o cáliz- el Nombre de Jesús tal y como el vientre de María protegió su cuerpo,
la flecha o salutación descendente y la flecha de intención ascendente pueden cerrarse, en cuyo caso
obtenemos la siguiente representación:
En efecto, los dos triángulos equiláteros son, en la tradición alquímico-hermética, símbolos del Fuego -el
espíritu- y de la Tierra, los elementos superior e inferior respectivamente según la teoría clásica de los 4
elementos -como ya hemos tenido oportunidad de comprobar en ciertos esquemas del Árbol sefirótico-.
Por otra parte, la intersección de ambos en la estrella de David simboliza la sagrada unión de Cielo y tierra
-el Hierogamos- y la presencia de la Sekinah, la 'presencia divina', así como de la unión del alma
enamorada con el divino Amado. Unión de Cielo y tierra que se produjo en María misma -en su vientre-
mediante la Encarnación del Verbo.
Dicha figura es además una representación esquemática de una flor. Así por ejemplo, la estrella de
David ha sido repetidamente comparada con una rosa simple de seis pétalos. Y en el esoterismo hebreo
este símbolo fue figurada a menudo por la flor de la granada (Punica granatum). Es conocido el valor
simbólico de esta flor en la tradición hebrea -flor cuyo cáliz posee una semejanza evidente con el vientre o
el útero de la mujer en cinta- como representación de la Sekinah e incluso en ocasiones del mismo pueblo
hebreo. Así por ejemplo se cita la granada cuando se hace referencia al Pardés [1] o Jardín del Edén, o
simplemente al jardín-huerto como lugar sagrado, tal y como aparece por ejemplo en el Cantar de los
Cantares de Salomón.
(Ct. 7, 12)
De modo que ahora podemos apreciar claramente cuál es el sentido profundo de la misma denominación
del Rosario: si cada Avemaría es en sí mismo una rosa mística [2], el Rosario completo es efectivamente
una Corona de rosas.
Diremos para acabar que la figura completa resulta ser una representación gráfica -y mística- de la Virgen
misma: María es el Nuevo Arca [3] que contiene y protege a Jesús, único y verdadero intermediario entre
los Cielos y la tierra. En la oración del Avemaría ella lo lleva en su seno místicamente tal y como lo llevó en
su seno corporal durante su existencia terrena, por ello cobra sentido pedir su intermediación.
Y esta es la figura que dibuja el Avemaría cuando es pronunciado, al modo de las figuras mágicas de los
encantamientos o de los yantras budistas: al verbalizarlo y articularlo dibujamos sutilmente esta forma
sagrada, de un modo similar a como Bach 'dibujaba' ciertas figuras geométricas -por ejemplo la Cruz- con
la música. Este es uno de los secretos que encierra la forma que adopta el Avemaría.
[1] Recordemos que la palabra Paraíso proviene del hebreo Pardés, huerto o jardín de frutales, a través del
latín Paradiso, así como nuestra palabra prado.
[2] Conocido título que se le da en las Letanías Lauretanas.
[3] Título que también las Letanías Lauretanas otorgan a María.
Volvamos por un momento al esquema que presentamos para visualizar el sentido en que se mueven las
dos partes de la oración de María: la salutación angélica en sentido descendente y la plegaria el pueblo de
Dios en sentido ascendente.
A partir de esta misma figura podemos construir otro conocido símbolo mariano, el anagrama de la Virgen,
cuyo esquema básico es el siguiente:
A + M = Ave María
En este esquema las dos primeras letras de las dos primeras palabras de la oración, la A y la M, se
entrecruzan formando un símbolo que fue muy frecuente en la decoración de altares, retablos y vestiduras
de imágenes sagradas a partir del gótico. La A corresponde al ángulo ascendente -que representa el
elemento Fuego como ya vimos y por tanto el Cielo- y la M se forma a partir del ángulo descendente.
Encontramos aquí otra lección de teología expresada en una sola imagen pues el ángulo descendente que
forma la M representa el elemento Tierra y el polo receptivo y pasivo de la manifestación, es decir a María
misma, receptáculo inmaculado de la Gracia divina. De hecho el Santo Grial fue representado a veces como
un vaso, lo que esquemáticamente se reduce a la letra V.
Este símbolo admite muchas variantes tanto en su decoración como en las proporciones que las letras
guardan entre sí y su desarrollo como icono fue particularmente complejo en el barroco español. Pero,
como ya advirtiera Guénon, el anagrama no presenta solo dos letras sino que es perfectamente
posible interpretar que posee tres, y concretamente es así en sus más antiguas representaciones, a menudo
labradas en piedra. Las tres letras serían la A, la V y la M -la V y la M se superponen-, lo cual da como
resultado la conocida sílaba sagrada AVM, tanscrita a menudo como Ohm:
A + V + M = AVM
De este modo las dos primeras palabras que dan título a la oración, 'Ave María', 'alégrate María', contienen
en sí la sílaba sagrada que representa el sonido primordial del universo. La sílaba Ohm, AVM, es la
contracción, el resumen, de todo el Avemaría cristiano, lo que dicho de otra manera puede decirse así: la
oración del Avemaría es la expansión y el desarrollo místico de la sílaba sagrada AVM, es decir, el
Ave María ya se encontraba contenido en la sílaba primordial con que se formó el universo, conocimiento
perfectamente congruente pues María es Madre de todas las criaturas.
Desde luego no es descartable que la sílaba AVM fuera empleada como mantra en la edad media, no por
influencia directa del hinduismo sino como invocación a la Virgen, un mantra mariano que era el resumen
de, y contenía en sí, la oración completa.
La oración del Avemaría era un secreto -contenido desde el principio de los tiempos en la sílaba sagrada-
que ha salido a la luz.