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María (la madre de Jesús)

DJN

SUMARIO: 1. La anunciación. - 2. El nacimiento de Jesús (Lc 2,6.7). -


3. Nazareth. - 4. La vida pública. - 5. Sus Siete Palabras. - 6. Su vida,
una floración de las bienaventuranzas. - 7. María, modelo de vida
activa y contemplativa. - 8. El alma contemplativa de María.

Siguiendo el camino de la Biblia, con este estudio intentaré describir el


rostro real de la Madre de Jesús, pues aunque es cierto que no se
puede aceptar como genuina cualquier imagen de María, hoy
disponemos de datos suficientes para saber cómo era. Somos
conscientes de que en ella hay privilegios y gracias especiales y, a la
vez, sabemos lo referente a los condicionamientos históricos,
temporales, culturales y religiosos en los que se desenvolvió su vida
de pobre. Hemos de estar atentos por el peligro de caer en errores,
tanto por exceso como por defecto, respecto de la santísima Virgen.
Es una pena que la Virgen que aparece siempre en segundo plano y
silenciosa, haya sido centro de polémica entre los teólogos llamados
maximalistas y minimalistas. He procurado interpretar uno a uno los
textos marianos del Evangelio desde las técnicas más rigurosas de la
hermeneútica bíblica. Pero intento interpretarlos, así mismo, con
unción, con devoción filial; esa es justamente la manera correcta de
profundizar la Biblia, pues, el conocimiento de la Palabra de Dios no
puede quedarse en el área de la inteligencia, tiene que sentirse
también en el área del corazón. He perfilado cuidadosamente todos
los matices, he retocado todo con delicadeza y con esmero y he
combinado con precisión y con justeza un admirable derroche de
luces y colores, expresión colorista y luminosa de las singulares
cualidades y virtudes de la Madre de Jesús. He querido conseguir una
pintura tan bella de María, que el que la contemple necesariamente se
enamore de ella. Queremos con este estudio que no sólo reflexione
nuestra mente, sino que se caldee nuestro corazón. La devoción a
María asegura a la fe su dimensión humana, garantiza la convivencia
de la razón con las razones del corazón. Que el estudio- meditación
de este trabajo sea una auténtica contemplación del misterio de
María. Pero esta contemplación, este conocimiento, no es el resultado
de una pura ciencia bíblica o teológica, sino de un encuentro
experiencia vivido en la fe y en el amor, fruto de los dones del Espíritu
y de la contemplación cristiana. Se trata de un conocimiento como
discípulos, no como estudiosos; como seguidores, no como
investigadores. No conocemos al Señor, no conocemos a la Virgen,
sino en la medida en que su conocimiento-amor lleva a la imitación.
Aunque no es fácil este conocimiento contemplativo e imitativo que va
más allá del análisis y de la razón. El estudio científico nunca podrá
reemplazar a la contemplación del Evangelio, que nos transmite lo
que más vivamente impresionó a los apóstoles y a los primeros
discípulos: "lo que oyeron, vieron, contemplaron y tocaron" (1 Jn 1,1).
El momento mariológico que vivimos después del Vaticano II y de los
últimos documentos pontificios es sumamente importante, ya que
superado el período del estudio meramente especulativo de los
dogmas marianos que tenía el riesgo de hacernos caer en lo abstracto
y general, nos hemos introducido en el estudio de la imagen histórica
y existencial de María de Nazareth, título que nos ayuda a sentirla
más cerca y próxima a nosotros. Una visión armónica entre la historia
y el mensaje de la salvación, inserta la vida real de la Virgen en el
misterio de Cristo y de la Iglesia.
Las fuentes del nuevo testamento nos facilitan suficientes datos en
favor de la historicidad de María. Las narraciones de la infancia de
Jesús, que son la mayor fuente de datos acerca de la vida de la
Virgen, son sustancialmente históricas. San Lucas ha escrito el
prólogo a su obra para afirmar que quiere hacer historia, narrar
hechos acaecidos, y por eso, apela a la autoridad de sus fuentes, a
los testigos oculares y a los ministros de la Palabra con el fin de dar
un fundamento sólido para asegurar al lector la firmeza de sus
enseñanzas (1,1-4). Al comenzar el relato de la Anunciación
demuestra que está narrando algo histórico: una referencia
cronológica "al sexto mes", acompañada por otra geográfica "en
Nazareth" (1,27). Cuando se escribe algo que ha sucedido alguna
vez, algo que pertenece a la historia, se usan estas coordenadas de
tiempo y de espacio. Los evangelistas, al narrar los hechos y dichos
de Jesús y María, nos dan su verdadero sentido y, a la vez, su
aplicación a la vida de la Iglesia. No intentaban dar a conocer
simplemente las cosas sino darles su verdadera realidad integral y
conseguir que influyeran en la vida de las comunidades a las que se
dirigían. De ahí, el cuidado sumo que se ha de tener al tratar del
grado de objetividad que los evangelistas pretenden conferir a cada
uno de los relatos narrados. Los relatos de los evangelios de la
infancia suponen la presencia de la Madre de Jesús en el seno de la
primera comunidad cristiana (Hech 1,14). Ella comunicó a los
discípulos de su hijo los misterios de su propia vida y el contendido de
las reflexiones y recuerdos que conservaba en el corazón (Lc 2,
19.51). San Lucas no pretende en sus narraciones del evangelio de la
infancia trazar los rasgos más importantes de la humanidad de María.
Su intento es satisfacer el deseo de la primitiva comunidad que vive
del Cristo de la fe y quiere conocer el Jesús de la historia, el comienzo
de su existencia terrena entre los hombres.
1. La anunciación
Vamos a estudiar esa aventura de amor y de intimidad de Dios que
trae el texto de Lucas (1,26-38), donde se narra el anuncio a María,
acontecimiento histórico y teológico, que es el centro de la historia de
la salvación (Gál 4,4). El relato de la Anunciación es, junto con el
prólogo del cuarto evangelio, el texto más importante del nuevo
testamento sobre la encarnación y además él sólo es el principal, el
fundamental para la doctrina de la concepción virginal y de la
maternidad divina de María. Como proclama la cuarta plegaria
eucarística: "El cual (Jesucristo) se encarnó por obra del Espíritu
Santo, nació de María, la Virgen y así compartió en todo nuestra
condición humana, menos en el pecado". Aunque tradicionalmente a
esta perícopa de Lucas se ha llamado "anunciación", ya que en ella
se anuncia a María, de modo extraordinario, que será la madre del
Mesías, se suele llamar también "vocación", ya que, de modo singular
María es llamada a colaborar en el plano divino de la salvación. La
historia que narra san Lucas es una historia teológica, interesada
como lo era toda la historia en la antigüedad. Quiere narrar hechos y
hacer teología; refiere hechos y dichos que ocurrieron, pero
añadiendo, a la vez, su interpretación. Aunque parece que pretende
asimilar el anuncio a Zacarías y el anuncio a María, en realidad lo que
pretende es un paralelismo antitético: que Juan es el precursor y que
Jesús es el Señor. De manera elocuente se subraya la infinita
superioridad de Jesús sobre el Bautista. En toda esta escena hay una
profunda lección de sencillez y bajo este aspecto queremos de nuevo
comparar las dos anunciaciones y ahondar en el modo de proceder de
Yahvéh en toda la historia de Israel: Ha elegido lo pobre, lo
despreciado, los anawim para formar "el resto" de Israel. La primera
escena se refiere a un sacerdote en el momento cumbre de su
ministerio y en el lugar más santo de la tierra. La segunda, a una
mujer, despreciada entonces, en una aldea insignificante y en una
región poco apreciada. Y, sin embargo, en esta segunda escena se
realiza el acto más grandioso que Dios ha obrado en la tierra. María
es elegida para Madre de Dios. Se lleva a cabo la encarnación del
Hijo unigénito del Padre. Desde aquí aparecerá en toda su plenitud la
ley de la economía divina (1 Cor 1,27-29).
Leamos pausadamente esta escena evangélica haciendo una breve
síntesis. Vamos a comentar algunos textos que son doctrinalmente
muy profundos. "El ángel le dijo a María: Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo".
Alégrate: jaire, no es una traducción del saludo hebreo shalom, paz,
sino que es la forma tradicional del saludo en el mundo griego,
después de Homero. El jaire connota alegría, tema tan subrayado en
este capítulo (v.14.41.44.47.58...). Los Padres griegos comentan en
términos de alegría esta expresión del saludo. Las palabras del ángel
son una invitación a la alegría mesiánica, una alusión a los saludos
dirigidos en el antiguo testamento a la Hija de Sión: "¡Alégrate, Hija de
Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel! ¡regocíjate con todo el corazón, hija
de Jerusalem! El rey de Israel, Yahvéh está en medio de ti, no temas,
Sión " (Sof 3,14-16; Zac 9,9; Joel 2,21; Lam 4,21). La Hija de Sión,
Jerusalem, después del destierro de Babilonia, es invitada al gozo, ya
que Dios va a habitar en su Templo, en medio de Ella. "Excelsa Hija
de Sión" se le llama a María en el Concilio y con el nombre de Arca de
la Alianza se la nombra en la tradición de la Iglesia. En las entrañas
de la Virgen morará la Sekináh, expresión que se usaba para designar
a Yahvéh. María, la nueva Hija de Sión, recibe esta invitación a la
alegría mientras que el Señor está dentro de Ella.
Llena de gracia: kejaritomene es el nombre nuevo que le da el ángel
al saludarla. Es el primer título mariano de la tradición apostólica y
como todo nombre semítico expresa lo que Ella es: la transformada
por la plenitud de la eficaz benevolencia gratuita de
Dios. Kejaritomene es un verbo griego, en perfecto, que significa que
la acción que se realizó en el pasado permanece en el presente: Tu
que has estado y sigues estando llena de gracia. Antes del saludo del
ángel, la Virgen fue lo que ahora es y será siempre. Sólo en Lc 1,28 y
en la Carta a los Efesios (1,6) aparece este verbo jaritoo. Los verbos
en oo son causativos y manifiestan un cambio en la persona en la que
se aplican. San Pablo en este texto de Efesios se refiere a los
cristianos que han sido transformados por el don de Dios. San Juan
Crisóstomo, buen conocedor de su lengua griega traduce "Dios nos
ha transformado por esta gracia maravillosa".
"El Señor contigo", sin verbo como en el texto griego parece ser una
traducción de la palabra hebrea Emmanuel, Dios con nosotros, que es
el nombre con el que se designa al Mesías en la profecía de Isaías
(7,14). Después de invitar a María, a la nueva Hija de Sión a la
alegría, fundamenta su alegría en el Emmanuel, en el Dios con María.
La expresión "El Señor está contigo" no indica simplemente estar
como mera presencia estática, sino que indica la presencia de un
poder dinámico conferido por el Espíritu de Dios que desciende sobre
la persona, "quedando invadida por el Espíritu de Yahvéh y cambiada
en otro ser" (1 Sam 10,6), como sucedió a Saúl después de ser
ungido por Samuel. Se refiere a la presencia dinámica de Dios, en
apoyo del hombre, para realizar acciones difíciles, en circunstancias
peculiarmente importantes que requieren la ayuda del Señor. Esta
fórmula "El Señor está contigo" se usa en el Antiguo Testamento para
manifestar la particular presencia divina en hombres sobre los que
Dios tiene proyectos especiales, en personas que deben llevar a cabo
misiones extraordinarias. Esta expresión pertenece a las narraciones
de vocación: kiehye immak, "Yo estaré contigo". Ahora Gabriel le dice
a María que Dios está con Ella y se da el cumplimiento de las
profecías mesiánicas al ser Ella la Madre de Jesús, de Dios con
nosotros.
"¿Cómo podrá ser esto pues no conozco varón?", es la pregunta de
María ante la maternidad que le anuncia el ángel. No conocer varón
equivale a no tener relaciones carnales con hombre alguno, es ser
virgen. Ella había aceptado los desposorios con José, pues otra cosa
era imposible en el ambiente en que vivía. Desposándose seguía las
costumbres de su tiempo y de su ambiente. Hoy podemos
comprender que no es contradictorio el que María estuviera
desposada y quisiera ser virgen, pues entonces las niñas judías eran
desposadas por sus padres, normalmente sin su aquiescencia.
Además las desposaban muy jóvenes. Y los descubrimientos de
Qumrán han puesto de manifiesto que en el tiempo del Nuevo
Testamento se daba entre los judíos el propósito de virginidad, pues
había en palestina unos cuatro mil esenios que la practicaban y que
vivían dispersos en comunidades por todo el País. También en Egipto
los judíos terapeutas practicaban la virginidad tanto ellos como ellas.
Esta pregunta "¿cómo podrá ser esto pues no conozco varón?" indica
la propensión profunda de María hacia la virginidad. Ese hondo deseo
que Ella sentía de vivirla expresa la aspiración de su alma. En tiempos
del antiguo testamento el ideal de la castidad como medio para una
unión más estrecha con Dios había penetrado en diversos grupos de
Israel. También hay que tener en cuenta que María recibió dones
especiales acordes a su destino Y que ellos le abrían a una mayor
intimidad con Yahvéh. Aunque María se acomodase a las costumbres
de su ambiente, desde el fondo de su corazón, desde lo más profundo
de su ser vivía en una perspectiva virginal. La Virgen, bajo la acción
de la gracia de la que estuvo llena desde el principio, quiere vivir
virginalmente, pero se tiene que acomodar a las costumbres de su
época. La solución se la da el ángel: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra", y al igual que la
nube cubría el Arca de la Alianza, (Ex 40,34.35) en la que moraba
Yahvéh, María se convertirá en esa nueva Arca de la Alianza y llevará
en su vientre al Hijo de Dios. La pregunta de María describe su deseo
íntimo, su inclinación a la virginidad. Este deseo era efecto de su
plenitud de gracia, de su transformación por la gracia. Por obra de esa
gracia surgió en Ella su más intensa orientación hacia Dios, su
disponibilidad total a lo que la palabra de Dios le confiase.
"Hágase en mí". Es la aceptación de María. El tercer evangelista
formula esta aceptación con el optativo griego genoito que expresa un
deseo gozoso. No se trata de una simple aceptación de los planes de
Dios y menos todavía de un sentimiento de resignación o de obligada
sumisión. ¡Qué diferente del hágase (genezeto: Mt 26,42), de
Getsemaní, que es un imperativo pasivo, o del hágase del
Padrenuestro! (Mt 6,10). Esta aceptación gozosa expresa el deseo de
colaborar con la acción de Dios. A esa alegría la invitó el ángel al
comienzo de esta escena evangélica.
2. El nacimiento de Jesús (Lc 2,6.7)
Se describe con sorprendente sobriedad. Apenas dos versículos: "y
sucedió que mientras María y José estaban en Belén, se le
cumplieron los días del alumbramiento y parió a su hijo primogénito, lo
envolvió en pañales, lo acostó en un pesebre, porque no había sitio
para ellos en la habitación principal katalyma y se bajan a habitar en
la gruta" (2,6.7), la pequeña habitación recogida y abrigada que había
en las casas. Todo sucede en Belén, ciudad de David (2,3.4.11). Con
estremecimiento entramos en el misterio. La puerta de entrada a la
Basílica es tan baja que hay que agacharse para entrar. Sólo hay una
clase de privilegiados, los niños, que no necesitan agacharse (Mc
10,13-16). Para poder entrar hay que hacerse niño. Sólo haciéndose
niño en sentido bíblico le podría ser fácil, pero Bernanos ha escrito
comentando la frase de Jesús: "Si no os hacéis como niños no
entraréis en el reino de los cielos", que es una de las más duras y
terribles que se encuentran en el evangelio (Mt 18,3; Mc 1,15; Lc
18,17) (23). Este texto expresa un requisito indispensable, una
condición necesaria para alcanzar la salvación. Esta infancia espiritual
que exige Jesús, no es una simple recomendación o un método de
espiritualidad, sino que es un verdadero mandamiento, fácil de
tergiversar y difícil de cumplir pero es la condición indispensable para
entrar en el reino de los cielos. Unamuno, al final de su vida, entendió
cuál era la condición indispensable para entrar y escribió: "Agranda la
puerta, Padre, porque no puedo pasar. / La hiciste para los niños, yo
he crecido a mi pesar. / Si no me agrandas la puerta, achícame, por
piedad; / Vuélveme a la edad bendita, en que vivir es soñar".
En Belén conmociona tocar el misterio del Dios transcendente que se
hace niño, sometido a las limitaciones de nuestra condición humana.
En ningún lugar es tan patente la incomprensibilidad de Dios. Belén
es un lugar, a la vez dulce y amable, donde advertimos que ese Dios
impenetrable es un niño y que sonríe. Vamos a adentrarnos en el
misterio de Belén, siguiendo al evangelista san Lucas, que es quien
nos da luz sobre el alumbramiento del primogénito, acerca de los
pastores, de los pañales y de la casa donde nació Jesús. La
palabra prototokos (Lc 2, 7), primogénito, es un término técnico que
se aplica al primer hijo, tanto si se tiene como si no se tiene
hermanos. Es un término jurídico religioso que se atribuye desde el
mismo momento del nacimiento sin necesidad de saber si nacerán
otros hijos. Después de la descripción tan sobria del nacimiento, se
relata una escena idílica y envuelta en pobreza: la de los pastores (2,
8-20). Los llamados por los ángeles para ir al pesebre no son los
dirigentes del pueblo, sino unos pobres pastores. Este dato histórico
pone de relieve, ya desde el principio, la humildad-pobreza del origen
del Mesías. Los pastores eran gentes despreciadas. Su vida nómada
les impedía cumplir los preceptos de la toráh. Les hacía vivir fuera de
la observancia de la ley. Tenían mala fama. Sólo los pobres
consiguen descubrir la riqueza en la pobreza. Únicamente los
humildes y los pobres descubren la grandeza del poder de Dios,
presente en la fragilidad de las cosas humanas. Los pastores son los
primeros evangelizadores y modelo de los futuros creyentes "que
volvieron glorificando y alabando a Dios".
Los pañales, signo de debilidad, de fragilidad, de vida precaria. "Lo
envolvió en pañales" (2,7). Era costumbre difundida en la antigüedad,
incluso en la actualidad hasta hace muy poco tiempo. El ángel a los
pastores les da como señal "lo encontraréis envuelto en pañales"
(2,12) dando a entender que ese gesto tiene un significado más
profundo. Los Padres de la Iglesia han visto este signo como
expresión de la condición de debilidad, de fragilidad, sujeto a toda
clase de limitaciones a las que se ha sometido Dios al encarnarse
(Filp 2,7).
Los pañales, signo de los cuidados maternales. Esta simbología
aparece ya en el antiguo testamento. Un niño envuelto en pañales
desde el nacimiento es una criatura cuidada y mimada; en caso
contrario, es un expósito, un abandonado (Sab 7,1.4; Ez 16,4.5).
Arístide Serra tiene un comentario delicioso sobre los pañales, signo
de los cuidados de María y José. Escribe: «si confrontamos Lucas
2,12 con Lucas 2,16, aparece un detalle no observado hasta ahora.
En el versículo 12 el ángel da una señal a los pastores diciendo:
"Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre".
Pero cuando los pastores van a verificar la señal indicada, Lucas no
escribe que éstos "encontraron al niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre". Escribe, por el contrario, que los pastores
"encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre" (v.
16). Como se puede advertir, de los tres elementos anunciados en el
versículo 12 (el niño, los pañales y el pesebre), sólo 2 aparecen en el
v. 16 (el niño y el pesebre). Ya no se mencionan los pañales; en su
lugar Lucas introduce la mención de María y José». Los pañales son
los cuidados que le prestan las personas más queridas, que ahora
somos nosotros.
No tuvieron lugar en el katalyma. Algunos han pensado que san
Lucas se refería a una especie de khan, mesón oriental, refugio
público para personas y animales. Mas en ese caso hubiese
empleado el término de pantogeión como cuando narra la parábola
del buen samaritano (10,34). Ellos tienen su casa en Belén (Mt 2,11)
y katalyma es la habitación noble, la que está en la parte superior de
la casa, como conocemos por el relato de la última cena en el que
Lucas utiliza este mismo término (Lc 22,11). Es la sala principal que
se suele reservar para los huéspedes y que con la llegada de otros
familiares para hacer el censo, estaría ocupada. Junto a esta
habitación, que servía para todo y para todos, había otra pequeña
habitación que servía de grutaalmacén en la que se guardaban los
utensilios de trabajo. José y María que conocen las prescripciones de
la ley judía, a causa de la impureza ritual de la mujer que acaba de
tener un hijo y persuadidos por el misterio que guardaban con tanto
celo, se bajaron a esta pequeña habitación recogida y abrigada
porque "no había para ellos lugar en la parte superior de la casa".
Jean Paul Sartre reflexionando sobre la misma escena, describe a
María con admirable inspiración en el siguiente pasaje: "La Virgen
está pálida, contempla al niño. Podría leerse en su rostro un asombro
ansioso aparecido sólo una vez en faz humana. Cristo es su hijo,
carne de su carne, y fruto de sus entrañas. Lo ha llevado en su interior
durante nueve meses y va a amamantarlo... y por momentos la
tentación es tan fuerte que olvida que es Dios. Lo estrecha entre sus
brazos y le dice "Pequeño mío".
Pero en otros momentos, queda cohibida y piensa: Dios está aquí y
es presa de un horror religioso por este Dios mudo, por este niño que
aterroriza. Todas las madres se ven así plasmadas en ciertos
momentos ante ese fragmento rebelde de su carne que es el hijo, y se
sienten extrañas ante esa vida nueva que se ha hecho con su propia
vida. Pero ningún hijo ha sido más rápidamente arrancado de su
madre, porque es Dios y supera por todas partes cuanto ella puede
llegar a imaginar. Pero pienso que hay también otros momentos,
rápidos y huidizos, en los que ella experimenta a la vez el sentimiento
de que Cristo es su hijo, su pequeñín, y que es Dios. Lo mira y piensa:
"Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecho de
mi, tiene mis ojos. Y esta forma de su boca es la forma de la mía. Se
me parece. Es Dios y se parece a mí. Ninguna mujer ha tenido de
esta manera a su Dios para ella sola, un Dios niñito que se puede
tomar en brazos y cubrir de besos, un Dios cálido que sonríe y que
respira, un Dios que se puede tocar y que sonríe. En uno de esos
momentos me gustaría pintar a María si yo fuera pintor". Sartre pone
esta descripción en boca de un ciego. Recordemos que el autor era
ateo; doble simbología con el ciego que nos enseña lo que muchos
clarividentes no logran ver.
3. Nazareth
La vida privada, en pobreza, en silencio. María es la madre de Jesús,
depende de Ella, como un niño de su madre. La Virgen da a Jesús
todo lo natural, todo lo humano que necesita para que "aparezca
como un hombre" (Filp 2, 7) —hebreo, galileo, nazaretano—. Todos
sus cromosomas, Jesucristo los recibe a través de María; no sólo las
células, sino las actitudes, los gestos, todo lo que un niño toma de su
madre, y que hacen de él un hombre en sentido pleno. La aportación
de María como madre de Jesucristo no consiste solamente en haberle
dado su cuerpo sino en ayudarle a despertar su psiquismo humano; lo
fue formando y educando. De Ella recibió Jesús una herencia humana
concreta con todos sus límites y posibilidades. Esta aportación se
realiza sólo por María —ya que para la concepción de Jesús no hubo
concurso de varón—, y sólo a través de Ella, aportando su fisiología
femenina, se forma, de modo misterioso, el ser de Jesús. Sabemos
que la relación con la madre, es condición fundamental e
imprescindible para la formación de la personalidad del hijo, y esta
relación debe pasar siempre por una fase infantil y una fase adulta. En
la primera, se da una relación de dependencia total entre la madre y el
hijo, relación por la cual la madre prolonga en su hijo toda su
existencia, le ayuda en todo, lo previene todo, y Ella misma se
convierte en alimento gratuito y necesario para que el niño pueda
subsistir. Cada vez más y más se insiste en valorar la importancia de
la lactancia materna, y la cercanía y permanencia de los valores
afectivos que la imagen de la madre imprime en el hijo, durante el
periodo de la niñez, en todo el psiquismo humano. En la fase adulta,
el hijo debe salir de toda tutela, también de la materna, para realizar
su identidad y crecer personalmente, adquiriendo esas actitudes que
gestará su auténtica personalidad de hombre. Por tanto, en esta
etapa, el hijo aunque abandona esta tutela, no suprime los vínculos
más fuertes con la madre, pero naturalmente establece con Ella una
relación distinta.
No obstante, bueno es tener en cuenta que Jesús de Nazareth vivió
en una familia y que José, el esposo de María, le aportó sin duda
actitudes masculinas. Como subraya la teología de la liberación, la
Palabra se hizo carne en la carne humana, carne histórica marcada
por la alegría y el dolor y por esa conflictividad inherente a nuestro ser
y a nuestra historia. El Padre J. M. a Lagrange escribe: "Si se pudiera
llevar hasta este punto el análisis del desarrollo humano de Jesús,
diríamos que había en él, como en muchos otros, rasgos debidos a la
influencia de su madre: su gracia, su finura exquisita, su dulzura
indulgente".
Jesús tuvo que ser criado y educado por María y José. Esto es
indudablemente un gran misterio y muy difícil de comprender para la
mente humana. Sin embargo, hemos de afirmar el dogma de que
Cristo fue verdadero ser humano y de que -como tal- tuvo que ser
criado y educado (en el más estricto sentido de la palabra) por su
madre. Las cualidades humanas y el carácter de Jesús fueron y se
formaron influenciados por las virtudes de su madre. Ella inicia a su
hijo en el sentido y profundidad de la religión de Israel. Este hijo ha
sido formado por ella en el conocimiento humano de la Escritura y de
la historia del designio de Dios sobre su pueblo. En esta etapa, la más
larga de la vida de Jesús, su vida oculta, María, su madre, está junto a
él, le acompaña silenciosamente haciéndole todas las cosas. María le
ha acompañado. Enseñó a hablar al que es la Palabra de Dios,
enseñó a rezar al que es la oración del Padre. Es una constatación de
la experiencia diaria que los rasgos de los padres se reconozcan en
los hijos, pues ellos son quienes los crían y educan. Los rasgos
físicos, las cualidades humanas de Jesús recibieron una influencia
decisiva de las virtudes de María. Cuando leemos que Jesús
progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los
hombres" (Lc 2, 52) y que "pasó haciendo el bien" (Hech 10,38), no
podemos menos de pensar en la participación materna y en que todas
las obras del hijo quedarán afectadas por la tarea continua y el
quehacer de la madre. La maternidad de María no fue solamente
biológica; su papel fue inmensamente mayor, ya que Ella era el
instrumento del que Dios se sirvió para realizar el ser humano del
Señor.
Son varios los autores medievales que al comentar los cuidados
maternales hacia Jesús, "lo envolvió en pañales y lo recostó en el
pesebre" (Lc 2,7), han puesto en evidencia la función educativa de
José y el papel insustituible de María en cuanto madre en el desarrollo
de la personalidad de su hijo. Bástenos con citar a Ruperto de Deutz,
quien sirviéndose del texto "la fragancia de tus vestidos es como la
fragancia del Líbano" (Cant 4,11), pone en boca de Jesús estas
palabras dirigidas a su madre: "¿Qué diré de aquellos pañales con
que me envolviste y me recostaste en el pesebre? Esos pañales eran
las primicias de todos los otros vestidos, o sea, de las buenas obras
que tú has hecho a mi persona, con amor materno. Aunque yo fuese
una pequeña criatura, oh madre, me serviste en todo de manera que
convenía a Dios".
4. La vida pública
Jesucristo aparece como el Mesías dedicado a su misión. La relación
de maternidad descansa. Jesús, en la respuesta que da al anunciarle
que su madre y sus hermanos están fuera buscándole, y en la
contestación al piropo de aquella mujer respecto a su madre según la
carne, y en lo que responde a sus padres en el Templo, enseña cómo
la maternidad no hay que entenderla sólo como un vehículo de la
carne, sino orientada hacia aquel misterioso vínculo del espíritu que
se forma en la escucha y en la observancia de la palabra de Dios. San
Agustín, en coherencia con esta pintura de María que describe san
Lucas, nos regala un texto profundo y precioso: "En María es más
importante su condición de discípula de Cristo que de madre de
Cristo; es más dichosa por ser discípula que por ser madre. María es
bienaventurada porque escuchó la palabra de Dios y la puso en
práctica, porque guardó con más cuidado la verdad en su espíritu que
la carne en su seno. Verdad es Cristo, carne es Cristo, verdad en la
mente de María, carne en el vientre de María, y vale más lo que se
lleva en la mente que lo que se lleva en el vientre". Jesucristo ha
dejado claro que lo más importante en María no es algo solamente
admirable (ser madre de Dios, ser inmaculada...), sino algo imitable:
haber escuchado la palabra de Dios y haberla puesto en práctica.
María es la madre de Cristo porque lo ha llevado físicamente en su
vientre y lo ha concebido en su corazón por la fe. En esto último
podemos nosotros imitarla. Jesús afirma cómo se llega a ser su
madre: "mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra
de Dios y la cumplen" (Lc 8,21; Mc 3,35; Mt 13,49.50).
Para llegar a ser madre de Cristo Jesús hay que concebirlo y parirlo.
Para que la maternidad sea completa se han de dar esas dos
operaciones. Concebir a Jesús sin darlo a luz es como acoger la
palabra de Dios y no cumplirla. "La fe, si no tiene obras, está muerta
en sí misma" (Sant 2,17). Dar a luz a Jesús, sin haberlo concebido, es
como realizar obras que no provienen de la fe, del amor de Dios. San
Pablo ha escrito: "Habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y
esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios; tampoco viene de
las obras para que nadie se gloríe" (Ef 2,8.9). El tema de la fe y las
obras ha sido causa de controversias entre católicos y protestantes.
Ahora, después de haberse serenado los ánimos, el acuerdo es casi
completo. Al terminar la reunión de católicos y luteranos se elaboró la
Declaración de Augsburgo: "Sólo por la gracia mediante la fe en Cristo
y su obra salvífica, no por algún mérito nuestro, somos aceptados por
Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones,
capacitándonos y llamándonos a las buenas obras". Todos sabemos
que no nos salvamos por las obras, pero tampoco nos salvamos sin
ellas. La salvación es por la fe en Cristo Jesús. "Y la fe que tiene valor
es la que actúa por la caridad" (Gál 5,6). María es nuestro modelo en
la fe y en las obras, porque es "la que ha oído la palabra de Dios y la
ha guardado" (Lc 11,28).
Jesús predicando en la sinagoga de Cafarnaún (Jn 6,63) ha expuesto
igualmente con claridad que "la carne no sirve para nada". Por eso, en
los textos evangélicos en los que incidentalmente se trata de María,
ella no es objeto de ninguna preferencia. La maternidad según la
carne carece de valor sin la maternidad según el espíritu. Este es el
mensaje del nuevo reino. La madre después de haber dado su fruto
ha de desaparecer, quedando sólo la discípula que sigue al Maestro
por los caminos de la fe. Vinieron pues sus años oscuros que Lucas
subraya en el evangelio de la infancia, cuando su corazón será
traspasado con una espada (2,35) o ante la respuesta de Jesús
después de encontrarle en el Templo (2,48). La frase "ellos no
comprendieron sus palabras" vuelve a aparecer en las predicciones
de la Pasión, cuando los apóstoles no entendieron las palabras que
Jesús anunciaba, su muerte en la cruz y su resurrección. María entra
en esta oscuridad y en su corazón se va dando una expropiación
gradual de su papel de madre que tiende a poseer al hijo. Cuando va
ella con sus familiares a verlo, Jesús ni siquiera los quiere recibir y
llama bienaventurados no a su madre y hermanos, sino a los que
cumplen su voluntad (Mc 3,35), y cuando la alaban: "Bienaventurado
el vientre que te llevó", responde: "Más bien son bienaventurados los
que escuchan la Palabra de Dios y la practican" (Lc 11,27.28).
Estas dos frases de Jesús parecen estar destinadas a sustraer el
honor exclusivo debido a su maternidad, mas en el fondo constituyen
las dos alabanzas más plenas hacia la mujer que supo como nadie
escuchar la palabra de Dios y guardarla, cumpliendo la voluntad del
Padre celestial. Por eso he reflexionado ante este proceder de
Jesucristo. Y no cabe duda de que en esta especie de rechazo se
esconde un gran misterio, que María lo fue asimilando en su vida de
fe. La Virgen comprendió que lo importante también para ella estaba
en el cumplimiento de lo que ella misma les dice a los sirvientes en la
boda de Caná: "Haced lo que Él os diga". (Jn 2,5). Estos textos
evangélicos y la doctrina de los santos Padres son el instrumento
valioso para adentrarnos dentro del ser de la Virgen y para
comprender el progreso de su fe. De este modo la situamos en su
ambiente vital y dentro de lo que parece ser el estilo de Dios
manifestado en la Biblia y actualizado con otros personajes. Abraham
escucha una llamada de Dios, que le hace una promesa, a la que se
entrega del todo (Gn 12, 3.4). Dios va dando largas a sus planes y
Abraham y Sara se hacen ancianos sin obtener la descendencia
prometida. Y cuando ya posee el hijo de la promesa, se le pide el
sacrificio del mismo y ha de aceptar a un Dios incomprensible. María
escucha igualmente una llamada de Dios y se le promete un hijo, que
como en el caso de Abraham, habrá de ser sacrificado. Da también un
sí irrevocable sometiéndose a lo desconcertante de Dios, a lo que se
ha llamado la prueba del desierto y del tiempo, sometida a la tentación
de la que no será excluido ni su Hijo (Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-13).
Los textos evangélicos narran ese proceder divino. Aunque María
tenía presente las palabras que le fueron dichas el día de la
anunciación y vivía el misterio-milagro de la concepción virginal,
¿cómo explicar la vida oculta de Nazaret, tan prolongada y tan
desconcertante por ser del todo pobre y ordinaria? A veces Dios
permite que se oscurezcan las ideas más claras y vacilen las certezas
más firmes, como si una espada atravesara el alma (Lc 2, 35). Dentro
de la prueba de la fe, está la escena del hallazgo en el Templo y de la
boda de Caná, en la actitud de Jesús que lleva a María al despojo
afectivo, conduciéndola a la renuncia de sus derechos naturales de
madre. Las palabras de Jesús en el Templo ¿por qué me buscabais?,
hacen pasar a segundo plano su relación filial con María. Y las que le
dirige en Caná tienen un tono duro; marcan una distancia entre El y su
madre. Y, cuando en la vida pública se acerca a El con su familia, es
natural que como madre estuviese preocupada por su salud. Poco
antes se describe que ni siquiera tenía tiempo para comer a causa de
la multitud que se agolpaba a su alrededor (Mc 3,20). María tiene que
mendigar para hablar con su hijo, por eso las palabras de Jesús le
producirían humillación y sufrimiento. Ahora sabemos que aquellas
palabras pronunciadas entonces eran un elogio para su madre. Pero
en aquel momento parecían un rechazo y no se podían comprender.
En el milagro de las bodas de Caná, a la petición de vino responde
Jesús a su madre: "¿Qué tengo yo que ver contigo, mujer? Todavía
no ha llegado mi hora". Se han dado muchos intentos para suavizar la
dureza de las palabras del Señor. Significa discrepancia y oposición
en el asunto al que se refieren, aunque se pronuncien entre personas
que se quieren. Así cuando Semei maldice y tira piedras a David,
Abisaí, hijo de Sarvia, uno de los valientes acompañantes de David le
dice: "¿Por qué ha de maldecir ese perro muerto a mi Señor? Voy
ahora mismo y le corto la cabeza. Responde David ¿Qué tengo yo
que ver contigo hijo de Sarvia?" (2 Sam 16,5-10). Las palabras llenas
de confianza de la madre a los criados y la actitud posterior del Hijo
accediendo a sus deseos -haciendo un milagro, aunque la petición era
sólo de ayuda-, demuestran un cambio en la actitud de Jesús.
5. Sus Siete Palabras
Reflexionemos ahora sobre otro medio que nos ayuda a contemplar la
personalidad de María, que nos da luz para conocerla: Las siete
intervenciones suyas que recoge el Evangelio. Con cada una de estas
siete palabras nos manifiesta una actitud de su persona, una virtud,
una cualidad. Ellas nos permiten componer su mejor imagen, su
retrato verdadero. Estudiarlas, profundizar en ellas, será el mejor
camino para llegar a saber cómo era; sus palabras nos dan una
síntesis de su vida. Vivirlas será hacer realidad el lema "Quien me
mire te vea", será identificarse con la Virgen, transparentarla en la
tierra. "Bienaventurados los limpios de corazón". Los limpios de
corazón son auténticos, transparentes. En ellos hay identidad entre lo
que hacen y lo que dicen. Nadie más limpio de corazón que María.
Sus palabras son la expresión auténtica de su ser: su verdad más
íntima y plena; el camino más seguro para conocerla. Sus siete
palabras son la mejor pintura de la Virgen, la síntesis de su vida.
Al poco tiempo de iniciar mis estudios bíblicos me impresionó la vida
silenciosa de María de Nazareth, e intenté profundizar en su alma
contemplativa, ya que la hermosura de la hija del Rey está en su
interior (Sal 45, 12.14) y "su vida está oculta con Cristo en Dios" (Col
3,3). Y en aquel momento me llegaron a interesar sobremanera sus
palabras, las pocas palabras que el Evangelio recoge. Al ser María
persona tan silenciosa pronunció palabras en extremo profundas y
valiosas. Ya entonces comencé a estudiarlas a fondo y a proponerlas
como tema de reflexión- contemplación en retiros y en charlas
bíblicas. Cuando en la escuelas bíblicas me pedían textos para la
oración personal siempre citaba las palabras de la Virgen.
Primera palabra (Lc 1.34). "¿Cómo será esto, pues no conozco
varón?".
En esta primera palabra, María pregunta y responde a la vez.
Zacarías pide una señal para creer. La Virgen cree antes de poseer la
señal que todavía no conoce. Son parecidas las palabras de Zacarías
y de María, pero distintas del todo en la intención y en el afecto del
corazón. Con esta pregunta, María pide una explicación, no
propiamente para comprender los planes de Dios, sino para
cumplirlos. Pregunta para saber qué tiene que hacer, cuál ha de ser
su modo de comportarse. Hay situaciones difíciles en las que hay que
pedir la luz y la ayuda necesarias para cumplir la voluntad de Dios,
aunque no se comprendan sus misteriosos designios. La Virgen
pregunta no porque no crea en el poder de Dios, sino porque no ve el
modo de conciliar dos realidades incompatibles, la de no "conocer
varón" y la llamada a ser madre. Cuando los caminos de Dios y sus
planes son misteriosos, cuando distan de los nuestros tanto como el
cielo dista de la tierra (Is 55,8.9), el hombre sabio y piadoso pide la luz
de la alto para seguirlos. La expresión del v.34 que se podría traducir
¿Cómo sucederá esto pues no conozco varón, pues soy virgen?, más
que expresar la resolución de permanecer virgen, indicaría la
propensión profunda de María hacia la virginidad. Santo Tomás de
Aquino habla de su deseo de virginidad al que le llevan las palabras
del ángel: "Alégrate de haber sido transformada por la gracia". La
gracia es la que la coloca en esa tendencia íntima hacia la virginidad.
Después se engendra el propósito gozoso de realizarla. La pregunta
de María describe su deseo íntimo, su inclinación a la virginidad. Este
deseo era efecto de su plenitud de gracia, de su transformación por la
gracia. Por obra de dicha gracia (v.28) surgió en María su más intensa
orientación hacia Dios (v.34), su disponibilidad total a lo que la palabra
de Dios le confiase (v.38). Palabra de pureza transcendente, de
virginidad. La pregunta de la Virgen revela la existencia de un deseo
profundo que imposibilita la maternidad. El "no conozco varón"
("conocer" es un eufemismo hebreo que designa las relaciones
conyugales) es un presente perfectivo y denota estado habitual de
virginidad y su profunda inclinación a permanecer en ese mismo
estado. Hasta en la religión musulmana se manifiesta una gran estima
por la virginidad de nuestra Señora, "Sittina Maryam", y su nombre va
seguido muchas veces de la fórmula "que ha conservado su
virginidad". Existe un hadith, es decir, una de aquellas tradiciones que
son escuchadas con respeto por los teólogos musulmanes, como
referidas en una sucesiva transmisión, por Mahoma o por sus
inmediatos seguidores, comentando esta afirmación categórica de la
virginidad de María. Es un diálogo entre María y José, traído
por Nahab lbn Minbah y añadido por At-Tabari a su comentario del
Corán. Dice que José, no sabiendo nada del misterio de la
Anunciación, quería salir de su dolorosa perplejidad y pregunta a
María: -Dime, te ruego, ¿Puede una planta crecer sin semilla? -Sí, es
posible- contesta María. -¿Puede un árbol prosperar sin la lluvia que
riegue sus raíces? -Sí. -¿Cómo puede existir un niño sin padre? -Sí.
Tú sabes bien que Dios, sumo y bendito, en el día de la creación, ha
hecho crecer las plantas sin simiente; y la semilla que precede a la
planta proviene de una planta que en su origen ha sido creada por
Dios. Con su potencia, Dios ha hecho crecer el primer árbol sin
necesidad de agua, ¿o dirás que Dios no ha podido hacer crecer una
planta sin la ayuda del agua, como si no fuera capaz de hacerla
crecer y prosperar de otro modo? ¿No sabes, quizá, que Dios, sumo y
bendito, creó a Adán y a su esposa sin concurso de sus padres? En
este punto José comprende que todo lo que se cumplía en su esposa
era obra divina y que no debía preguntar más, porque se trataba de
secretos de Dios. La doctrina musulmana atribuye también a María la
virginidad que Ella enseña con su primera palabra. La virginidad, tan
infravalorada en el judaísmo, fue elegida por María como una forma
de pobreza tapeinosis (Lc 1,48); es una manifestación de que la
salvación viene de Dios, de ese Dios que, como manifiesta su modo
de obrar en la historia de su pueblo, ha elegido los medios más
pobres para llevar a cabo la salvación (1 Cor 1,26-31). Para la
tradición de la Iglesia, la concepción virginal de Jesús, no es, pues, un
dogma periférico, sino un camino fundamental que nos conduce al
dogma de la encarnación; es un signo de la divinidad de Jesucristo.
Ambos misterios (concepción virginal y filiación divina de Jesús) están
tan íntimamente unidos que el rechazo de uno lleva consigo casi
necesariamente la negación del otro.
Segunda palabra (Lc 1,38): "He aquí la esclava del Señor. Hágase en
mí según tu Palabra".
La clave de la santidad de la Virgen, el secreto de su vida, lo proclamó
en esta palabra. El hacerse siervo de Dios, el ser esclavo de Yahvéh,
figura en el antiguo testamento como la síntesis de una vida dedicada
a él. María al llamarse esclava de Yahvéh declara que es propiedad
suya, abierta por completo al misterio divino. Al autodefinirse esclava
descubre la hondura de su alma religiosa, como uno de los pobres de
Yahvéh que, en su humillación, colocan toda su confianza en el
Señor. El hágase de la Virgen, más que de una virtud, nos habla de la
santidad plena. María porque creyó se entregó y caminó
incesantemente tras el rostro del Señor. Creer es estar dispuesto a
partir siempre y para llegar al encuentro de Dios, como lo logró la
Virgen, hay que atravesar el bosque de la dispersión, de la confusión,
de la oscuridad..., en un Fiat irreversible. El Fiat-genoito, —optativo
griego—, es una adhesión activa, es una aceptación gozosa de la
voluntad de Dios, único determinante en su obrar, como después lo
será del obrar de su Hijo (Sal 40,8.9; Heb 10,7). Sólo aquí en todo el
nuevo testamento se emplea esta forma positiva de este optativo
griego que expresa un gozoso deseo. No se trata de una simple
aceptación y menos de un acatamiento resignado, sino de un deseo
ardoroso de colaborar con los planes de Dios. Es el gozo de
abandonarse al querer divino. El término esclava hay que entenderlo
con sentido de entrega total a la voluntad del Señor, como exclusión
de toda iniciativa personal. Por eso los santos Padres hablan más de
obediencia que de consentimiento. El sentido profundo de ese hágase
de la Virgen viene de la palabra hebrea emuná, de la raíz amn que se
puede pronunciar amén y que expresa una certeza.. Los judíos, como
los cristianos, con esta expresión marcan la aquiescencia del fiel a la
voluntad de Dios. Para algunos cristianos amén expresa un deseo,
una esperanza, una aspiración, y lo traducen por "así sea". En
tiempos de María- la experiencia religiosa era más inmediata y
directa- amén expresaba una constatación y significaba "así es". San
Justino, en el siglo II, cuenta cómo al final de las plegarias públicas
"todos los presentes muestran su aprobación diciendo amén" y en
atención a los fieles procedentes de la gentilidad, explica que esta
palabra en hebreo significa "así es".
Tercera palabra (Lc 1,40): "Saludó a Isabel"
Palabra de delicadeza, de cortesía, de amabilidad, es una invitación a
llegar hasta el último detalle en la práctica de la caridad. Es hacer la
virtud amable, hacer el cristianismo tan atractivo que nuestra vida
produzca un hechizo como el de las primeras comunidades cristianas.
En esta actitud de María la madre de Jesús aparece femenina de
perfiles muy específicos: delicada, concentrada, silenciosa. Por ser
una auténtica contemplativa, tiene esa fortaleza interior, está seducida
y arrebatada por Dios, su espíritu libre le impulsa a hacer el bien,
engendra caridad. La figura de María que emerge de esta breve
escena evangélica es cautivadora: su alegría contagiosa, su simpatía,
su cariño, su fe compartida, su servicialidad, su encanto... Toda esta
escena nos regala la pintura más deliciosa de la Señora. Se puso en
camino con presteza y nos enseñó las dos actitudes que debe tener el
apóstol: servir al prójimo y llevar a Jesucristo dentro para poder
comunicarlo. Es así guía en nuestro caminar por el tiempo en el
mundo.
Cuarta palabra (Lc 1,46-55): "Proclama mi alma la grandeza del
Señor..."
Palabra de agradecimiento y amor. La actitud de la criatura, cuando
se comprende a sí misma como tal es la sorpresa del ser, el temblor
de haber sido escogida y sentir una gratitud absoluta. La Virgen no
tiene solamente una vocación maternal de intercesión y de socorro,
sino una vocación de alabanza y adoración. La enorme sencillez, la
naturalidad y el aplomo con que la Virgen hilvana conceptos en
apariencia antagónicos, nos muestra el fascinante panorama de la
integridad de su ser. El -*Magníficat no es sólo el canto de la humildad
de la Virgen, sino también y del modo más profundo, una profesión de
su alegría. Se estremecen sus entrañas al descubrir que el que todo
lo puede ha confiado en Ella y la ha hecho maravillosa. La Virgen es
la mujer entusiasmada, tocada por Dios, inspirada por lo divino,
poseída por Dios. Metida en el mar de Dios hasta lo más hondo. Vive
fuera de sí, atraída por la alegría y la fuerza de Dios, como la cierva
de los salmos o como la esposa del Cantar de los Cantares:
embriagada de amor. La Señora creyó en la elección de que fue
objeto de parte de Dios. Se dejó amar por Dios y se convirtió en un
prodigio de gracias. Estas maravillas se realizaron por ser María tan
pobre, tan limpia de corazón, tan abierta a la verdad y tan
audazmente humilde.
Quinta palabra (Lc 2,48): "Hijo, ¿por qué lo has hecho así con
nosotros?"
Palabra de equilibrio. Nuestra Señora apenada habiendo perdido al
Niño y gozosa al hallarlo, expresa a la vez dolor y alegría. Esta
serenidad, este equilibrio que brota del don de integridad ya se había
manifestado en la misma escena de la Anunciación, pues en medio de
la natural turbación ante el contenido del mensaje angélico (Lc 1,29)
"se preguntaba" (imperfecto que connota que la reflexión era
continua) el significado del mismo. El don de integridad es la raíz de
su equilibrio. Estudiando los textos evangélicos sobre María, como
objeto de contemplación, especialmente sus siete palabras, he ido
descubriendo a una persona excepcional, pobre y silenciosa, valiente
y audaz, llena de delicadeza y mansedumbre, pero colmada de una
entereza tal que nada del mundo podía quitarle el equilibrio de su ser,
el que dimana de su recia personalidad y que la hace invulnerable a
las emergencias imprevisibles de la vida. La pregunta de María
doliéndose de la pérdida del Hijo (Lc 2,50) se hace lenguaje de amor,
de docilidad plena, a la vez que manifiesta su pobreza, su íntima
humillación, su entrega fiel y ardiente a los planes divinos. Aquí sí que
se podría subrayar la fecundidad que encierra el silencio de María
ante la misteriosa respuesta de su Hijo. La madre no comprende la
actuación del Hijo, pero tampoco la respuesta. Al ver cómo Jesús
manifiesta su sabiduría que sorprende y desconcierta (w.46.47), pasa
de la admiración a la incomprensión, al no entender el reproche que le
hace. Ante las enigmáticas palabras del Señor y que son las primeras
que el evangelista pone en su boca y con las que demuestra su
trascendencia, su identidad personal con el Hijo de Dios, y a la vez la
conciencia que él tiene de sí desde un principio, María queda
estupefacta.
Sexta palabra (Jn 2,3): "No tienen vino".
San Juan nos introduce en un episodio desconocido por los
sinópticos. La Virgen sugiere a Jesús su primer milagro y de algún
modo anticipa el comienzo de su vida pública. Aunque Jesús descarta
su petición, María no es rechazada y por eso Ella confía, espera y
alerta a los sirvientes para que presten atención a lo que su Hijo haga
o les diga. San Juan parece haber elegido estos rasgos de la Virgen
que manifiestan el papel que tendrá siempre: expondrá a Jesús
nuestras carencias, mientras nos seguirá pidiendo a nosotros cumplir
lo que su hijo nos mande. Esta escena, como otras del cuarto
evangelio, tienen un alcance universal. "Se celebraba una boda en
Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí" (Jn 2,1). El papel de
la madre de Jesús fue contribuir a que la boda no se estropease, que
no quedase mal aquella familia, y que no desapareciera la alegría.
Con baile se celebraban las bodas en oriente. ¿Bailaría María?
¡Cuántas pinturas de la Virgen dolorosa, de María al pie de la cruz! La
boda en sí misma es alegría. Pocas cosas de María nos dice el
Evangelio. Pero sabemos que asiste a una boda, que se apunta a esa
alegría. ¡Cuánto bien nos haría meditar en las alegrías diarias y
sencillas de la Virgen, en el clima gozoso de la casa de Nazareth, en
sus risas acompañada de sus vecinas, cantando al volver de la fuente
llevando su cántaro de agua...! El vino en la boda era aún más
importante que la comida. María, que tenía la sensibilidad de ver
detalles, al percibir que faltaba el vino, tan importante para la fiesta,
intervino y salvó la boda. En esta escena, María sabe descubrir las
necesidades de los demás porque es profundamente contemplativa y
la contemplación no nos arranca de la realidad sino que nos hunde
más fuertemente en ella. El gran servicio de la Virgen, en esta
petición, que es también una oración llena de confianza y amor, está
en el "haced lo que El os diga", y de ese modo obtiene el milagro del
Señor. Profundizando en este episodio de las bodas de Caná, se
vislumbra la mediación maternal de María, una mediación totalmente
dependiente de la de Jesucristo y que de ningún modo puede
ofuscarla, pues se trata de una mediación de intercesión: la Virgen
pide por las necesidades de los hombres. En Caná, María es el
símbolo perfecto de lo femenino, preocupada y solícita por los demás,
que fuerza con todos sus resortes al Hijo para que ayude y solucione
el conflicto.
Séptima palabra (Jn 2,5): "Haced lo que Él os diga".
Mediante esta palabra, nos pone en camino hacia Jesucristo. Ella es
camino que conduce al Camino verdadero (Jn 14,6). Con esta palabra
nos enseña el carácter de vehículo hacia Jesús que tiene la devoción
mariana, devoción que nunca podrá ser tomada como una pieza
aparte, sino usada como el mejor camino para glorificar a Dios y
empeñar a los cristianos en una vida absolutamente conforme a la
voluntad divina. La Virgen ha pronunciado su sí (Lc 1,38) y exige el
nuestro (Jn 2,5). Con la ratificación de esta alianza nace el pueblo de
Dios. San Juan de Avila llamaba "sermoncillo de la Virgen" a estas
palabras que María dirige a los sirvientes de las bodas de Caná:
"¡Qué breve sermón, mas muy compendioso! Aquí predicó tanto como
Isaías, san Pablo y san Lucas, y todos los apóstoles y profetas". Esta
séptima y última palabra, ¡a cuántos cristianos ha llevado a ser fieles
a Jesucristo! Aparece aquí su personalidad extraordinaria: espíritu
resuelto, en armonía con su mansedumbre, que afronta la situación
resolviéndola con estilo propio, que supera las dificultades. No desiste
ante el aparente rechazo de su hijo, sino que con cierta audacia y
ánimo decidido, le obliga, mediante esta palabra, a que El le pague,
con la misma moneda, su extraordinaria confianza. Este espíritu
resuelto, esta actitud valiente de orientar todos a Cristo, es más
necesaria en los tiempos actuales, de perplejidad, de confusión y de
cobardía. Del examen psicológico de estas palabras de la Virgen, que
nos traen los Evangelios, se deduce que María estaba dotada de una
fuerte personalidad, de originalidad, de iniciativa, de un espíritu
creativo y emprendedor, firme y resuelto, envuelto todo ello en un
sentido de ternura mística. Si "de la abundancia del corazón habla la
boca" (Mt 12,34), como dijo el Señor, nosotros al meditar en las siete
palabras de María, nos damos cuenta de que su corazón está lleno de
pureza virginal (1 a), de obediencia rendida (2a), de cortesía cariñosa
(3a), de humildad reconocida (4a), de dolor resignado (5a), de
misericordia compasiva (6a), y de confianza ilimitada (7a); y todo fruto
del más ardoroso amor. María debió intuir el sentido profundo de la
respuesta de Jesús, ya que sus últimas palabras. "Haced lo que él os
diga", tienen todo el valor de un testamento con el que la Virgen pide
a los hombres que oigan la Palabra de Dios y la pongan en práctica.
6. Su vida, una floración de las bienaventuranzas
Las bienaventuranzas son una bendición de Jesús y la manera que
Dios tiene de amar, el don sublime que nos ofrece. Son "la ley
fundamental de la vida cristiana" Las Bienaventuranzas no son sólo
ley, sino evangelio; el que las vive ofrece al mundo "razones para vivir
y razones para esperar". El Evangelio, es la fuerza de Dios que no
sólo señala el camino a recorrer, sino que ayuda a llegar hasta la
meta. Al pensar en los que viven las Bienaventuranzas, es natural que
recuerde a aquellas personas bondadosas y pobres con las que
hemos tenido cierta intimidad y que tanto han influido en nuestra vida.
Me refiero a esos seres sencillos y buenos, sinceros y auténticos, que
viven lo que dicen, y que en el contexto de sus vidas, no parece haber
nada de sobresaliente, que en ningún orden deslumbran, pero que a
la sombra de ellos, una sombra discreta, casi pobre, pueden nutrir a
otros seres de cosas sumamente valiosas. Es natural que, al hablar
de este modo, esté pensando también en mi madre, una mujer pobre
y sencilla, que vivió el espíritu de las bienaventuranzas. Con seres
así, se clarifica la atmósfera, se limpia el corazón, se hace un mundo
mejor. A estos pobres y pequeñuelos, es a quienes el Padre de los
cielos revela su ciencia, sus misterios; estas cosas son las que oculta
a los sabios. Tal ha sido su beneplácito. (Mt 11,25-26; Lc 10,21). En
verdad, los espíritus humildes y los corazones más próximos a Dios,
tienen una manera de verlo todo y acogerlo todo con una simpatía y
una comprensión que, a veces, nos asombra y nos inspira un gran
respeto. Nada proporciona mejor la impresión de que Dios habita en
un hombre, y de que ese hombre es humilde, pobre y bienaventurado,
que esa mirada limpia y sencilla que todo lo cree, todo lo espera, todo
lo soporta, y todo lo ama.
Mas ahora sólo quiero evocar una criatura de nuestra raza, a una
mujer sencilla y pobre y buena, la Virgen de Nazareth. Ella las realizó
plenamente en su vida terrena, ella es el tipo del creyente, y también
de la Iglesia, como madre la misma, porque en María se encarna el
ideal predicado por su hijo en el Sermón del monte; a su espíritu se
acomodó toda la entraña de dicho sermón. La Virgen es el espejo de
las bienaventuranzas y del perfecto seguimiento de Jesús. La
fidelidad plena a la palabra de Dios, en cada momento de su vida, es
la causa de su bienaventuranza. No es bienaventurada simplemente
por ser la madre del Mesías, sino porque ha escuchado la palabra de
Dios y la ha puesto en práctica (Lc 11,28). María crece como
bienaventurada en el seguimiento de Jesús, camina en la oscuridad
de la fe, en la pobreza de espíritu, como modelo del pobre de Yavéh,
y a pesar de no comprender muchas cosas (Lc 2,50),"las guarda
todas, "symballusa", revoloteándolas en su corazón" (Lc 2,19).
María de Nazareth encarnó todas las bienaventuranzas,
asemejándose plenamente a su hijo, haciéndose así el camino más
directo para ir al único Camino (Jn 14,6). Un padre de la edad
subapostólica narra cómo los nazaretanos, al verla por las calles de
su pueblo, decían: "nunca una madre se pareció tanto a su hijo",
invirtiendo el orden normal de la comparación.
PRIMERA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los pobres.
José, María y Jesús fueron pobres. No pertenecieron a la clase social
de los grupos adinerados, cultos y privilegiados, sino a la clase de los
pobres. Nazareth, como se confirma ahora a través de las
excavaciones realizadas junto a la Basílica de la Anunciación, era un
miserable caserío. La Virgen vivía la misma vida de todos los del
pueblo, no era ni poderosa ni rica (Lc 1,52.53); pertenecía a los
pobres para quienes no hay lugar en la habitación principal "katalyma"
y se bajan a habitar en la gruta (Lc 2,7), la pequeña habitación
recogida y abrigada que existía en las casas. La pobreza de la madre
de Jesús, su condición de pobre, como la de Jesús, es algo que
pertenece a lo más nuclear de los Evangelios y que goza de la más
rigurosa autenticidad histórica.
María se sabe, se afirma y se siente pobre, y conoce el sentido de
pobre en el antiguo testamento. El concepto de pobre (ani o anaw) de
la Biblia es enormemente amplio: abarca a todos los que sufren de
carencias, a los que no tienen bienes, salud, prestigio social, belleza,
conocimientos, aprecio, libertad, etc. Mas no basta para ser pobre, en
sentido bíblico, experimentar alguna carencia. Es esencial la
confianza en el Señor. Bienaventurados los pobres, dice el Señor, no
porque sean mejores. No hay en estas palabras una canonización de
la pobreza como fuente de valores y de virtudes. Sus manos no son
más limpias, pero sí están vacías para recibir el don del Reino.
Carentes de otros bienes, acogen con más facilidad la ayuda que se
les ofrece. Si sólo los pobres disfrutaron del banquete -los ricos
rehusaron acudir (Lc 14,16-24)--, no fue porque eran más virtuosos,
sino porque no tenían motivos para dejar de asistir. Para nosotros la
pobreza es carencia de bienes; es el hombre que está desprovisto.
Para el hombre de la Biblia, más sensible a la inferioridad social,
pobre es el hombre sin derechos, a quien nadie hace caso y es presa
de los poderosos. Los pobres de la Biblia son los marginados en
cualquier orden: en el religioso, en el social, en el económico...; el
pobre no es un indigente, sino un inferior, un pequeño, un oprimido.
SEGUNDA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los mansos.
Resplandeció en mansedumbre y dulzura, virtudes en las que
Jesucristo se propuso como modelo (Mt 11,29). Probablemente aquí
se da el mayor parecido de la madre con su hijo. Por eso, en la Salve,
oración muy estimada por la piedad del pueblo cristiano, se destacan
con amorosa reiteración los rasgos hermosos de esta
bienaventuranza: "vida, dulzura; la dulce Virgen María". "Un alma
dulce y serena", como la de la Señora es, en frase del apóstol san
Pedro (1 Pe 3,4), el adorno más valioso de la mujer. La mansedumbre
es, antes que anda, humildad de corazón, con todo su cortejo de
virtudes. La suavidad es el sentido más sobresaliente y más
perceptible de la misma. Pero, la mansedumbre, no es sólo suavidad,
la verdadera mansedumbre, la que es reflejo de Jesucristo, está
penetrada de fortaleza. Suavidad y fortaleza, he ahí, la mansedumbre
de la madre de Jesús.
TERCERA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los que lloran.
Las lágrimas, el sufrimiento, la tristeza, están en el hondón del
misterio de María, como había profetizado Simeón (Lc 2,35). El
profeta Isaías anunció que el Siervo Yahvéh sería "atravesado por
nuestras iniquidades" (53,5), y Simeón, al decir que el alma de la
Virgen será "atravesada" por el más acerbo dolor, indica que María
está implicada en el mismo destino de sufrimiento que su hijo. Es
natural que llorase ante la pérdida del niño en el Templo. Este
episodio, que no es un simple incidente de la vida familiar y privada de
Nazareth, contiene una dimensión mesiánica, en cuya grandeza se
vería profundamente implicada la madre. También lloró al pie de la
cruz. El Stabat Mater es el himno del dolor: "mirad si hay dolor como
el mío". Gustó como nadie el gozo de las lágrimas bienaventuradas.
"La madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba". Mientras todos
huyeron (Mt 26,56), ella se quedó con su hijo y lo apoyaba
asintiéndole en su agonía (Jn 19,25.26), junto con el discípulo amado
y algunas mujeres, haciéndole más llevadera la cruz y ayudándole
como su más dulce cireneo. Con estas palabras san Juan nos ha
dejado más consuelo y nos ha dado más teología que si nos hubiese
hecho largas consideraciones y profundos estudios. Además, el
padecer y sufrir nos prepara para ejercer el oficio de consolador. La
carta a los Hebreos dice lo mismo de Jesús: "Habiendo sido probado
en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados" (2,18),
texto que aplicamos a la Virgen dolorosa que es nuestro modelo y la
consoladora de los hijos de Eva que vivimos gimiendo y llorando en
este valle de lágrimas, como rezamos en la Salve.
CUARTA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los que tienen
hambre y sed.
Los pobres soportan la carencia de muchas cosas. María viajó en
malas condiciones a Ain Karem, con prisa, dice san Lucas. María
subió a la montaña, a una ciudad de Judá y entró en casa de Isabel.
Marchó a Egipto "Está en Egipto o a él va", era un proverbio de Israel
que significaba la vida de sacrificio que llevaba una persona; hambre
y sed pasaría la familia de Nazareth en su marcha al país extranjero.
Tampoco sería fácil la subida a Jerusalén, para la fiesta de la Pascua,
pues al fin de las jornadas se reunían para comer y descansar. Esta
hambre y sed de justicia que se exige para ser perfectos, tenemos
que experimentarla nosotros. Hay que hambrear el reino de Dios, su
gracia, su justicia para todos los hombres. Ya los profetas en nombre
de Dios, nos exigen hambrear esa justicia para todos, haciéndonos
ver la imposibilidad de rendir un culto a Dios limpio y auténtico, si nos
desentendemos de nuestros hermanos (Am 5,21-24; Is 1,15; Jer 7,4-
7). Resulta impresionante la afirmación del doctor Visser que fue
presidente honorario del consejo ecuménico de las Iglesias, sobre
esta dimensión del cristianismo: "Un cristiano que perdiera su
dimensión vertical, perdería su sal. No sólo sería insípido, sino
también inútil para el mundo. Pero un cristiano que use las
preocupaciones verticales como un medio de escapar a sus
responsabilidades respecto al hombre y a su vida común, sería, ni
más ni menos, un rechazo a la encarnación... Es tiempo de
comprender que todo miembro de la Iglesia que rehúsa prácticamente
tomar una responsabilidad respecto a los desheredados, donde quiera
que estén, es tan culpable de herejía como los que rechazan tal o cual
artículo de la fe". El hambre y sed de justicia que impregna el cántico
de María está subrayando su amor preferencial por los pobres y
desgraciados. Esta justicia-santidad comienza cambiando el corazón,
pero tiene una dimensión social que entraña la liberación integral del
hombre.
QUINTA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los misericordiosos.
María vive la experiencia de su abba, tierno y misericordioso (Ex 34,6)
y sabe que desde el momento en que el Hijo de Dios apareció en su
vientre hecho hombre, la búsqueda de Dios no puede prescindir del
hombre. El rostro de Dios lo encontramos en el hermano. Amar a Dios
en el hermano es la expresión y la verificación del amor al Dios
trascendente. El ser humano es el Dios que se aproxima y se hace
visible para pedirnos nuestro amor. Por eso, quien ve a un hermano
ve a Dios. El Mesías camuflado, Jesús, está disfrazado en cada
hombre que vive con nosotros y que pasa a nuestro lado. El más
riguroso teocentrismo en nuestra religión cristiana fundamenta el
antropocentrismo más radical. Muchos cristianos de nuestros días —y
éste podría ser también uno de los signos de los tiempos— realizan
en el amor al marginado el encuentro con el Señor. Impresiona la
oración que el rey Balduino trae en su diario después de haber
visitado una región inundada de Bélgica: "Gracias, Dios mío, por
haberme inspirado para que fuera a estar en medio de esas pobres
gentes. Algunas habían perdido prácticamente todo. A una señora
anciana, especialmente triste y desamparada, que ni siquiera tenía
abrigo para protegerse del frío, he tenido la alegría de darle el mío.
Gracias, Señor mío y Dios mío, por haber podido darte mi abrigo para
cubrirte y calentarte. ¡Qué alegría me has proporcionado!" Dios es
tierno como una madre para el viejo Israel, y más todavía para el
Israel de Dios, para la Iglesia, para nosotros. Una madre tiene un
seno materno, Dios tiene muchos. Santiago (5,11) acuña la palabra
griega compuesta polüsplajnos, expresando que Dios tiene muchas
entrañas de madre, es decir, que es infinitamente misericordioso, que
tiene el amor de madre en grado infinito. ¿En qué grado tendría María
ese amor? ¿Acaso no será ésta la característica más sobresaliente de
la madre de Nazareth? Realmente es la ternura el atributo otorgado a
la mujer en la literatura ugarítica y también en la babilónica. La mujer
por su naturaleza está destinada a manifestar la ternura-misericordia
de Dios. En las obras de la Iglesia, donde se necesita sacrificio y
desinterés, allí están las mujeres. Ellas poseen especialmente
capacidad de sacrificio silencioso, donación gratuita. Maravillosa la
afirmación de la Madre Teresa de Calcuta: "Ningún hombre se acerca,
ni de lejos, al amor y compasión de que es capaz una mujer". El Papa
Juan Pablo II para hablar de esta bienaventuranza, se fija
especialmente en dos términos: Jesed, lealtad en el amor
y rajamimfentrañas. El primero dice, es propio del padre; el segundo
de la madre. Rajamim significa entrañas y de ahí ternura y amor
instintivo. La ternura tiene su sede y su origen en el seno materno.
SEXTA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los limpios de
corazón.
María es la limpia de corazón: La llamamos la Virgen. Ese es su
nombre; simplicidad, sin doblez, autenticidad, limpieza, transparencia.
En su corazón anidaron los más puros y nobles sentimientos: La
Virgen fue de corazón sensible, delicado y bueno. Ya su primera
palabra nos introduce en el misterio de su intimidad (Lc 1,34). La
promesa de una visión cara a cara de Dios en el cielo es exclusiva del
nuevo testamento y puesta en los labios de Jesucristo (Mt 5,8). No se
repite a la ligera, aunque se vuelva a pronunciar con gozo el final de
los escritos apostólicos: entonces le veremos cara a cara (1 Cor
13,12), y sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a
El, porque le veremos tal cual es (1 Jn 3.2). Sólo los puros poseen el
órgano adecuado para contemplar la faz de Dios. María ve a Dios en
su propia alma. En Ella, vemos a Dios. La Virgen vivió en Nazareth ya
en el cielo y con mayor razón todavía que la beata Isabel de la
Trinidad nos puede decir: "He hallado el cielo en la tierra, pues el cielo
es Dios y Dios está en mi alma. Desde el día en que comprendí esto,
todo se ha iluminado en mi vida y por eso querría comunicar este
secreto a todos los que amo".
SÉPTIMA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los que trabajan
por la paz.
¡Qué dichosa la Virgen, al oír a los pastores relatar que con el ángel
que les anunció la gran alegría, se juntó una multitud del ejército
celestial, que alababa a Dios, mientras proclamaba la paz para los
hombres que ama el Señor! (Lc 2,14). "Shalom": paz, era el saludo
con el que María comunicaba la paz (Lc 1,40). Su porte sereno, su
equilibrio afectivo, su alma virgen, su confianza plena en Dios, su
abandono total, le daba esa elegancia serena y espiritual, que es la
expresión de la paz; todas sus palabras son indicios de esta
bienaventuranza. Nosotros, que soñamos con un mundo mejor, donde
podamos saludarnos, desearnos la verdadera paz, ponemos nuestra
esperanza en la bienaventurada Virgen que difunde serenidad
gozosa, paz, a quien el pueblo cristiano se dirige con razón como a la
reina de la paz.
OCTAVA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los perseguidos.
Antes de que Jesús muriese en la cruz, antes de que la cruz se
hiciese cristiana, María ya participaba en ella a lo largo de toda su
vida. Pensemos, por ejemplo, en las dudas de José; el silencio
mantenido por María frente a su esposo, le acarrearía un drama muy
íntimo y agudo. María debió sufrir intensamente ante esa perspectiva
desconcertante, y ante el peligro a que se exponía de perder a los
ojos de José y de la reputación popular, su virginidad y su fidelidad
matrimonial. Si "era preciso que el Mesías padeciese y así entrase en
su gloria" (Lc 24,26), si "es necesario que los cristianos pasen por
muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Hch 14,22), si
Jesús había afirmado cinco veces que sin llevar la cruz no se puede
pertenecer al grupo de sus discípulos (Mt 10,38; 16,24; Mc 8,34; Lc
9,23; 14,27), era normal, era necesario que María, la primera
creyente, la discípula más fiel, haya caminado bajo la cruz siguiendo
al Crucificado. La cruz ha purificado y hermoseado a la madre de
Jesús, la ha hecho esplendorosa. Ha sufrido con su hijo para ser
también glorificada con El (Rom 8,17).
Las bienaventuranzas encarnadas en la vida de María. Jesús en sus
parábolas demuestra que era un gran observador de las costumbres
de su tiempo. Muchas de sus vivencias las utiliza en la predicación de
la buena nueva de su reino. ¡Cuántas escenas de su casa de
Nazareth quedaron impresionadas en su retina y en su corazón! Al
describirnos en el Sermón del Monte las características y las virtudes
del hombre ideal, vemos que coinciden plenamente con las virtudes
con que su madre aparece revestida en las escenas evangélicas. El
Señor, que durante muchos años había vivido con ella en la más
estrecha intimidad, había experimentado cómo la Virgen era el ideal
encarnado de las bienaventuranzas. No son, pues, un ideal
inasequible a los cristianos. Jesucristo, al proclamarlas, canoniza la
vida de su madre y la de todos los que viven conforme al ejemplo de
su vida. Cuando Jesús llamó ocho veces bienaventurado al anaw, al
pobre, no tenía en su mente un ideal cristiano abstracto, sino
encarnado en la personas de María y José. "Bienaventurados los
pobres y humildes de corazón", porque Dios pone sus ojos en la
"humildad de su esclava" (Lc 1,48), como los puso en María.
"Bienaventurados los mansos", los cuales, como María cuando no
pudo encontrar cobijo en Belén, al tiempo del nacimiento de Cristo, no
se rebelan, porque ellos poseerán en herencia la tierra (es decir, lo
poseerán todo) (v. 4). "Bienaventurados los que lloran" (v. 5), como
María, que estuvo buscando con tristeza a su hijo divino, a quien
había perdido (Lc. 2,48). "Bienaventurados los que tienen hambre y
sed de justicia" -los que aguardan pacientemente como ella el
cumplimiento de las esperanzas de Israel-, "porque serán saciados"
(v. 6). "María se convirtió en la madre de la justicia: de esa justicia que
Israel había esperado durante mucho tiempo". "Bienaventurados los
que padecen persecución" (Mt 5,10) y que tienen que huir de sus
hogares, exactamente igual que María, por causa de la justicia, que
era Cristo, tuvo que buscar refugio en Egipto. Esta lista de
bendiciones es realmente una ampliación detallada del antiguo Salmo:
"Yahvéh exaltará a los "anawim" y los salvará" (149,4). María que
durante su vida escuchó la enseñanza dispensada por su Hijo, fue
bienaventurada por su vida de mujer piadosa y porque a su espíritu se
acomodó toda la entraña del Sermón del Monte. De esta manera se
alegra el corazón del hombre y se le allana el camino de sus
pensamientos, cuando estudia la vida de la madre de Jesús, y llega a
intuir la intimidad de esta criatura, hermana nuestra, tan cercana a
nuestra humanidad, y que, a través de su pequeñez y de su confianza
en Dios, realizó un modelo de vida tan alto y tan sencillo; tan normal
en su quehacer diario, y tan extraordinario y rico en sus vivencias
espirituales: pobreza y riqueza, paradoja existencial que la hacen
sujeto apto y fidedigno del canon de la bienaventuranzas, de toda la
santidad que ellas comportan, cuando se las vive en vías de amor y
compromiso. Es como un puente tendido entre su hijo, en donde
"habita la plenitud de la divinidad" (Col 2,9) y la nada de la criatura. Es
la hermana y la madre, semejante a ,nosotros, que, como creyente
fiel, vivió plenamente el ideal del Sermón de la montaña.
7. María, modelo de vida activa y contemplativa
A través del episodio de Betania quiero profundizar un poco más
todavía en la persona de la madre de Jesús como modelo de vida
activa y contemplativa, de vida terrena y celestial. Escuchemos la
descripción lucana: "Marta recibe a Jesús en su casa y está atareada
en muchos quehaceres, mientras María sentada a los pies del Señor
escuchaba su palabra. Marta le dice: Señor ¿no te importa que mi
hermana me deje sola en el trabajo?, dile que me eche una mano.
Jesús le responde: Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas
cosas y hay necesidad de una sola. María ha elegido la mejor parte"
(Lc 10,38-42).
Se ha interpretado mal este texto evangélico, oponiendo Marta, que
personifica la vida activa, a María, que personifica la vida
contemplativa y rebajando la actitud de la primera; más, en el contexto
inmediato anterior, la parábola del buen samaritano se refiere al
hombre que ha puesto toda su energía al servicio del prójimo
necesitado y es como una luz para enseñarnos que no hay ningún
desprestigio de la acción, de la actividad en el servicio a los demás.
Ninguna dicotomía existe entre la escucha de la palabra de Dios y la
entrega a los hermanos. Aunque hay una enseñanza para mostrarnos
que lo principal, la prioridad está en la escucha de la palabra, en la
contemplación, en estar a los pies del Maestro para cargar las
baterías y después entregarnos a fondo perdido a servir a nuestros
hermanos los hombres. En esta escena Jesús corrige nuestros
activismos e inquietudes excesivas y nos enseña que primero hay que
sentarse junto al Maestro, verle y escucharle y después anunciar al
mundo la buena nueva. Mas también este anuncio del evangelio
puede realizarse desde la contemplación. Tenemos en la santa de
Lisieux un ejemplo tipo, pues la Iglesia ha declarado patrona de las
misiones a quien no salió del convento. Impresiona cómo ella captó
que lo principal estaba en el papel de María de Betania. Escribe que
"los cristianos más fervorosos, los sacerdotes, juzgan que somos
exageradas, que deberíamos servir con Marta en lugar de consagrar a
Jesús los vasos de nuestras vidas con los perfumes que en ellos
están encerrados... Y, sin embargo, ¿qué importa que nuestros vasos
se quiebren, si Jesús es consolado y el mundo, a pesar suyo, se ve
obligado a sentir los perfumes que de ellos se desprenden y que
sirven para purificar el aire envenenado que continuamente respira?".
Sin embargo la auténtica vida cristiana es la síntesis entre la vida
activa de Marta y la contemplativa de María. Ciertamente María
escogió la mejor parte pero esa mejor parte lo es de un todo y el todo
es la vida. La verdadera contemplación es la que ve a Dios en las
cosas, pero para ello hay que ver también las cosas, manejarlas,
experimentarlas, vivirlas.
La síntesis de las actitudes de María de Betania y de su hermana
Marta se manifestó en plenitud en la vida de María de Nazaret.
Estudiando el papel de Marta se nos agranda el de la Virgen, sus
cuidados .maternales para con su niño y su delicadeza para con su
hijo. Pero es el papel de María quien da al de la Virgen toda su
profunda significación y nos ayuda a ahondar en su alma
contemplativa. Para valorar esta escena, hemos de ponernos en el
plano del amor. El amado espera del amante, más que un servicio
una mirada, una palabra, una atención. Ya puede uno matarse
trabajando para que el amado no carezca de nada, si no se establece
el diálogo, si no se "interrumpe, alguna vez, toda la actividad en
beneficio de la contemplación", faltará lo esencial al amor; el trabajo,
el servicio a favor de los demás es útil, pero únicamente la mirada, el
saber escuchar, el diálogo, ese intercambio de amor, es necesario.
Jesús aprecia lo de Marta, pero prefiere el silencio, la escucha, la
mirada de María; ella le ofrece lo mejor de sí misma. Bueno será tener
en cuenta que en esta escena no se trata de la superioridad de la vida
contemplativa sobre la activa, sino de la vida del cielo sobre la de la
tierra, pues los Padres de la Iglesia vieron en María de Betania,
sentada a los pies de Jesús, escuchando su palabra, el modelo del
alma virginal y el símbolo de la vida celestial. Que el episodio de
Marta y María hace referencia a la vida celestial, se ha visto
confirmado en la liturgia de la Iglesia cuando se leía en la festividad
de la Asunción este fragmento de Lucas.
8. El alma contemplativa de María
San Lucas debió haber conocido el alma contemplativa de la Virgen a
través de la primitiva comunidad cristiana (Hech 1,14), o mediante
información de los que la conocían íntimamente, especialmente de
Juan, el discípulo amado, a quien Jesús confió a su madre en la cruz.
(Realmente hay muchas semejanzas y afinidades entre el tercero y
cuarto evangelio). El tercer evangelista subraya el espíritu
contemplativo de María dos veces. Esta frase (Lc 2,19.51), cuya
fuente de información sólo puede ser de la Señora misma, revela la
actitud religiosa de un alma mística. Esta actitud de intimidad, de
desierto de la Virgen -desierto que es la interrupción de toda actividad
en beneficio de la contemplación-, nos es necesaria para oír la voz de
Dios, hoy más que nunca, tan absorbidos como estamos por la
fascinación de lo exterior. El hombre, cada vez más disperso por el
mundo que le rodea, necesita entrar dentro de su castillo interior
cuando quiere comunicarse con Dios. Las almas contemplativas
sienten un hambre insaciable de poseer, de asir, de abrazar la palabra
de Dios que llevamos dentro, como una madre hace con el hijo que
lleva en su vientre. María es el modelo arquetipo para todos los
cristianos contemplativos que, en adoración y entrega, dan a luz a
Jesucristo en los acontecimientos de la vida de cada día. En este
sentido entendemos a los Padres griegos que gustaban de llamar a la
Virgen uroborus, el seno de Dios. Para los teólogos bizantinos, María
-también la Iglesia y cada cristiano-, son senos, recipientes que
contienen al Incontenible. Esta doctrina del seno coincide con la
cámara secreta de que habla Jesús en el sermón del monte (Mt 6,6),
que en lenguaje bíblico equivale a corazón y con palabras modernas
llamamos "desierto ambulante interior". En el libro titulado Pustinia
-palabra rusa que significa desierto, desierto del corazón-, la autora
pasa de hablar de la mujer que lleva a su hijo en el vientre, a la que es
templo donde habita Dios. "Tu vientre es una pustinia para el niño y tú
lo llevas a donde quiera que vas. A donde vas, vas preñada de Cristo
y llevas su presencia como llevarías la presencia del niño. La gente
presta una especial atención a la persona embarazada. Le ofrecen un
asiento o el lugar más confortable. Ella es un testimonio de vida. Ella
es portadora de vida". Después de la muerte de Jesús, el papel de la
Virgen era distinto en la primitiva comunidad cristiana y lo es en la
Iglesia actual. Mientras vivió su Hijo, María debía eclipsarse ante él.
La fue conduciendo a una expropiación de su maternidad; pero desde
pentecostés, la Virgen María viene a ser como el recuerdo vivo de
Jesús. Los discípulos, al mirarla, al igual que nosotros ahora,
encontraron los rasgos del rostro de su hijo. Es el ser que más se le
ha parecido. Su corazón y su memoria han conservado todo lo
referente a él. Seguía y sigue siendo el principal testigo de la vida del
Señor, de su muerte y de su resurrección. Fue el evangelio vivo para
la primitiva comunidad y lo es para nosotros. concepción virginal;
magníficat; infancia, evangelios de la.
BIBL. — Este estudio "María, la madre de Jesús", lo he tomado de mi libro "María de
Nazareth, la verdadera discípula", Sígueme, Salamanca, 1999.

Francisco M.° López- Melús

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