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20/5/2020 La caducidad de instancia en materia concursal: una arista relevante de las reglas procesales concursales(*)

Título: La caducidad de instancia en materia concursal: una arista relevante de las reglas
procesales concursales(*)
Autor: Moia, Ángel L.
País: Argentina
Publicación: El Derecho - Diario, Tomo 252, 389
Fecha: 05-06-2013 Cita Digital: ED-DCCLXXIII-889

Sumarios

I. El caso. – II. Lo concursal como fenómeno de origen sustancial y manifestaciones rituales. 1. La tesis
procesalista. 2. La tesis sustantivista. 3. Lo concursal como un fenómeno complejo de naturaleza
sustancial, pero con manifestaciones adjetivas. – III. La articulación de las normas procesales concursales.
– IV. El supuesto concreto de la perención de instancia. 1. La caducidad de instancia prevista por el art.
277 de la LC resulta aplicable a todas las manifestaciones de la misma. 2. La posibilidad de articular las
normas procesales concursales con las procesales locales. – V. Conclusiones.

La caducidad de instancia en materia concursal: una arista relevante de las reglas procesales
concursales(*)

Nota a Fallo

El caso

La sala II de la Cámara Civil y Comercial de Paraná resolvió un planteo de caducidad de instancia del
pedido de perención en un incidente de verificación tardía. En apariencia, una cuestión secundaria, de
escasas proyecciones prácticas. Sin embargo, no es así.

El debate versaba sobre el plazo aplicable a la caducidad del mismo pedido de caducidad de instancia. Se
trata de una aplicación de las reglas procesales propias de la ley concursal y su integración con las normas
adjetivas locales.

Un trabajador despedido cuestionó la medida judicialmente reclamando las indemnizaciones por despido
incausado. Durante la tramitación del proceso, la empleadora se presenta en concurso preventivo, ya
vigente la ley 26.086. De este modo, el proceso laboral continuó tramitando en su sede natural hasta el
dictado de la sentencia.

Una vez dictada la decisión definitiva en el fuero laboral, el actor se presentó dentro de los seis meses
posteriores a la firmeza de la misma a pedir la inclusión de la condena en el pasivo concursal, según lo
prevé el art. 56 de la LC. Abierto el incidente respectivo, el traslado de la demanda se demora casi cuatro
meses, permaneciendo paralizado el expediente durante ese tiempo.

Corrido el traslado, la concursada opone la perención de instancia concursal por haberse vencido el plazo
trimestral que establece el art. 277 de la LC. Petición que es secundada por la sindicatura interviniente al
evacuar el mismo traslado. Una vez sustanciada la denuncia de caducidad se resuelven diversos planteos
procesales, quedando el expediente a la espera del pase a despacho para resolver durante algo más de un
mes. En el ínterin, la incidentante plantea la caducidad del pedido de caducidad, alegando que se ha
cumplido el plazo establecido en el art. 298, inc. 4º, del cód. procesal civil y comercial de la provincia de
Entre Ríos. Esta norma prevé para el incidente de caducidad de instancia un plazo de perención de un
mes.

La sentencia de grado resuelve un complejo entramado de planteos y cuestionamientos procesales,


comenzando por el tratamiento de las caducidades denunciadas. Rechazado el pedido de caducidad de la
caducidad, la jueza de grado declara la caducidad del incidente de verificación. La decisión de grado se
funda en la aplicación de las reglas procesales concursales por sobre las reglas generales del ordenamiento
ritual local(1).

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El incidentante recurre la sentencia de grado sosteniendo que así como la ley concursal fija un plazo
general en el art. 277, también prevé otros particulares en casos puntuales. Ante ello resultaría claro que
existe la posibilidad de aplicar otras normas que establezcan plazos especiales mediante la remisión que
hace el art. 278 de la LC a los ordenamientos procesales locales. Plazos, por cierto, más breves, como lo
es el previsto para el trámite de la perención de instancia. La norma procesal local, al prever el caso
concreto de la caducidad del pedido de caducidad, resultaría así aplicable.

La Alzada civil rechaza el recurso, ratificando y reforzando los argumentos de primera instancia en cuanto
a la especialidad de las reglas procesales concursales y la articulación de las fuentes durante la
tramitación del concurso preventivo.

Como puede verse, la resolución glosada resuelve un planteo fundado, en esencia, en la articulación de las
normas procesales locales con las normas procesales concursales, en particular en un tema de especial
sensibilidad para la labor profesional como lo es la perención de instancia. En definitiva, lo que está en
juego es la consideración misma del concurso como institución compleja que conjuga aspectos sustanciales
–base y fundamento de la disciplina– con proyecciones procesales que realizan su presupuesto.

II

Lo concursal como fenómeno de origen sustancial y manifestaciones rituales

Las reflexiones sobre el caso en estudio plantean una cuestión de esclarecimiento preliminar, cual es la
identidad de lo concursal en el plano del derecho privado. Se trata de un complejo normativo que conjuga
en su interior normas sustanciales y procesales, abriendo un amplio debate sobre su articulación. Por estos
ribetes tan peculiares ha despertado el interés y el reclamo de pertenencia tanto de comercialistas como
de procesalistas.

Amigos indudables de las dicotomías irresolubles, los operadores jurídicos han venido polarizando la
discusión sobre la procedencia de la normativa concursal, sin lograr dar acabada respuesta al
ordenamiento todo.

La respuesta a este interrogante no puede pensarse en los cánones jurídicos decimonónicos. Tanto el
derecho de fondo como el derecho de forma han atravesado el siglo XX y lo que va del XXI en las
convulsiones de un replanteo profundo que no siempre ha sido advertido en la enseñanza del derecho, y
menos aún sistematizado(2). Así como lo público y lo privado, otrora ámbitos de distinción excluyente, ya
no presentan perfiles tan nítidos(3), tampoco puede asumirse una respuesta desde un posicionamiento
absoluto y dicotómico.

Por ello, exhorta Baracat(4) en su obra sobre la materia a repensar la naturaleza jurídica del concurso
como proceso. Señala el magistrado rosarino que “con visión acentuadamente procesal, la cuestión debe
ser reelaborada, y el rumbo que debe seguirse para que la investigación arroje resultado positivo es el de
descomponer las diversas etapas o grados en que se desenvuelve la actividad jurisdiccional; no es factible
dar una respuesta única valedera para cualquier fase o etapa del procedimiento”.

1. La tesis procesalista

Una primera respuesta ubica al concurso dentro del campo de lo procesal, reconociendo en su tramitación
una contienda entre el insolvente y sus acreedores. Se halla muy difundida en Europa, en Italia
particularmente, la concepción que asimila las respuestas concursales con los procesos ejecutivos. En
concreto, se trataría de una ejecución colectiva especial, regulada para ciertos sujetos(5).

Consideramos que esta postura “ejecutivista” no tiene asidero dentro de la realidad normativa del
estatuto falencial. Siguiendo a la abundante y consolidada doctrina que ha rechazado esta tesis
reputándola únicamente como útil en cuanto a lo gráfico de su expresión, diremos que al menos es una
visión parcial que no justifica las particularidades que hacen de lo concursal algo distinto del resto de los
procedimientos. En efecto, resulta forzado asignar los roles normales de la intervención procesal a órganos
propios de la especie queriendo, contra natura, encajar un procedimiento fundado en la anormalidad de la
situación. Se busca amoldar un esquema con fines propios a patrones comunes contenidos en los códigos
de forma, patrones pensados al margen del supuesto de hecho esencial de los concursos, que justifica su
existencia y lo particular de las soluciones que éstos aportan: la insolvencia(6).

A mayor abundamiento, y como muestra de la insuficiencia de estos criterios simplistas, baste considerar
que hay casos, aun de quiebra, que no desembocan en una ejecución del patrimonio del deudor, tal el
supuesto del avenimiento (art. 225, LC). De seguir, coherentemente, esta alternativa nos hallaríamos ante

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la paradoja de una ejecución que no liquida, de una manifestación de una esencia liquidativa que no
resulta liquidativa.

En este sentido se expidió el XIV Congreso de Derecho Procesal, reunido en San Miguel de Tucumán entre el
23 y el 26 de septiembre de 1987(7).

Una variante de tónica procesal es la sustentada por Calamandrei, quien ve en este tipo de sentencias una
especie de las providencias cautelares(8). Al igual que en el caso anterior, no compartimos este criterio, ya
que a pesar de los convincentes fundamentos que trae en su auxilio el maestro florentino, la naturaleza
misma de las medidas cautelares plantea objeciones insuperables. ¿Dónde ha quedado la instrumentalidad
tipificante de estas providencias? ¿A qué proceso principal acceden? ¿Constituyen un fin en sí mismas? ¿Es
acaso la sentencia de quiebra algo ajeno al proceso falencial?

Ninguna de estas posiciones reduccionistas dan una satisfactoria explicación del procedimiento en su
totalidad. Solamente establecen una suerte de “línea general” que orienta los sucesivos pasos a seguir. La
compleja sucesión de etapas que se dan tanto en la quiebra, como en el concurso preventivo o en el
reciente acuerdo preventivo extrajudicial, nos sitúa en la dificultad de hallar lo común, lo aglutinante
desde lo formal(9).

2. La tesis sustantivista

En oposición a estas posturas, han surgido lecturas que podríamos llamar “sustantivistas”, que niegan la
naturaleza procesal y circunscriben lo concursal a lo material exclusivamente.

Lo concursal representa, según esta lectura, un capítulo más de lo mercantil de fondo, sin atender a la
inserción necesaria de normas adjetivas. Se trata, casi, de una rama más del quehacer económico.

Esta postura no repara en la singularidad de que lo concursal, en su faceta legislada, requiere


indispensablemente de la actuación procesal para realizarse. De ahí que no pueda existir un aislamiento
de lo concursal en lo sustancial, soslayando la relevancia de la instancia judicial. Es que, a diferencia de lo
societario, por ejemplo, la actuación de la ley concursal se traduce en sede tribunalicia, sin perjuicio de
las posibilidades extrajudiciales que se van planteando(10).

3. Lo concursal como un fenómeno complejo de naturaleza sustancial, pero con manifestaciones adjetivas

No compartimos ninguna de estas dos posturas antagónicas.

Como lo venimos sosteniendo desde un principio, lo concursal revela una naturaleza compleja que conjuga
una serie de factores que no permiten encasillarlo en un compartimento único. Sí puede hablarse de una
preeminente pertenencia que va de la mano con la combinación de factores(11).

Al respecto, explica Maffía que “la conclusión es tan clara como decepcionante: la quiebra ni es ni tiene
por qué ser sustantiva o procesal: es lo que es y como es, a saber un conjunto pasablemente sistematizado
de algunas normas específicas –de fondo y de forma –, pero también de otras genéricamente comerciales,
societarias, procesales, cambiarias”(12).

Esto no significa una claudicación científica de lo concursal. Todo lo contrario. Simplemente demuestra la
complejidad a la que antes nos referíamos y la particular y estrecha vinculación que tiene esta materia
con lo procesal. Vinculación que no le hace perder la identidad.

Tal identidad, que existe, reconoce su razón de ser en el presupuesto de hecho de todo proceso concursal,
la cesación de pagos. Históricamente, la solución concursal estableció distancia con respecto a los
procedimientos normales para suplir el incumplimiento del deudor, por basarse en algo distinto del
incumplimiento individual. A su vez, comparte caracteres del derecho obligacional y se proyecta sobre
distintos campos. Irrumpe en el normal desarrollo de las relaciones jurídicas sometiéndolas a un régimen
particular que antes no tenían, y establece nuevos imperativos, inexistentes en otras situaciones.

Creemos, con Cámara(13), que los procesos concursales hunden sus raíces en lo sustancial, donde hallan su
esencia, y se proyectan en medidas procesales que instrumentalizan su realización. De lo que se deriva
que la unidad del fenómeno de la insolvencia está dada por un elemento sustancial que aglutina distintos
factores de diversa índole, comunicándole un orden fundado en principios propios.

Escrutando el espíritu que inspira a nuestra legislación concursal, a su principal manifestación, la ley
24.522 (en cuanto ésta continúa estructuralmente a la anterior 19.551), encontramos esta respuesta. En la
exposición de motivos elevada en 1972 pueden leerse las consideraciones que tuvo en cuenta la Comisión
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Redactora para articular la dimensión sustantiva y la adjetiva. Así, en el apart. 1º, Consideraciones
Generales, inc. 2º, se dice:

“Especial consideración mereció la ubicación y separación de las normas de fondo y las procesales. Luego
de un amplio análisis se llegó a la convicción de que su regulación totalmente separada era dificultosa y
perjudicaba la debida inteligencia de la ley. Ello no obstante se trató de distinguirlas, colocándolas en
capítulos, títulos o artículos separados, según correspondiera y fuera posible. La Comisión ha creído
responder así a la concepción del concurso como fenómeno de derecho sustancial, primordialmente”(14).

Ninguna duda cabe, pues, de que en nuestro ordenamiento la materia concursal es un fenómeno de origen
sustancial y manifestaciones rituales. Esto fluye con claridad de la indicación supra transcripta sobre la
preponderancia –no exclusividad– de lo sustancial. Es esto lo que guía y orienta las soluciones que se
establecen para ese especial estado patrimonial que exige un estatuto particular.

Sin duda se criticará la flexibilización que significa el proyectar a ambos lados de la divisoria tradicional el
campo propio de una rama jurídica. No creemos que tal reparo sea atendible, respetando la identidad
misma del fenómeno en estudio. A su vez, dudamos de lo absoluto de las clasificaciones en esta materia,
en particular cuando se violenta la naturaleza de las cosas para forzar esquemas. Es la insolvencia la que
nuclea una serie de institutos particulares y la que genera un estado de excepción que altera el normal
desenvolvimiento de las relaciones jurídicas –aun las procesales– vigentes al momento de su declaración.

Señala al respecto Romero que lo concursal representa una suerte de tertius genus para esta clasificación,
que navega entre ambos océanos y que forja una identidad propia, nutriéndose de ambos en torno a su
génesis(15).

Ricardo Prono, con su usual sencillez y profundidad científica, enseña que “el derecho sustancial es el que
ha creado el concepto jurídico económico de la insolvencia o estado de cesación de pagos –o de
dificultades económicas o financieras de carácter general–, como presupuesto objetivo de la apertura de
los concursos. En virtud de dicho presupuesto, surgieron los principios que estructuran a estos procesos:
igualdad de trato, universalidad objetiva o patrimonial, universalidad subjetiva o colectividad de
acreedores, conservación de las empresas útiles. Y para hacer viables tales principios se elaboraron los
diversos institutos concursales (acuerdos preventivos de la quiebra y obligatorios para todos los
acreedores; desapoderamiento; período de sospecha y demás medios de recomposición de activos,
etcétera). Es en torno de ese derecho de fondo que se han legislado las normas procesales, que existen
para hacer operativos aquellos principios y figuras, propios del derecho material. Lo procesal –que se
desarrolla de modo prevalecientemente inquisitivo– debe adecuarse a ese derecho sustancial”(16).

III

La articulación de las normas procesales concursales

La ley concursal contiene diversas normas adjetivas. Si bien existe un capítulo específico de reglas
procesales(17), las mismas se hallan diseminadas por todo el articulado(18). Esta situación se complejiza a
su vez con la coexistencia de soluciones procesales contenidas en los códigos procesales del lugar de
tramitación del concurso.

Por su anclaje sustancial, antes desarrollado, la aplicación de la ley concursal debe garantizar su
uniformidad en todo el territorio nacional(19). Se trata de un resguardo mínimo de seguridad jurídica que
garantiza la igualdad de actuación de las normas de fondo, a fin de que los concursos tramitados en
distintas provincias no reputen una deformación de las mismas reglas (arg. art. 75, inc. 12, CN).

Es la propia ley la que fija la sistemática de solución.

La articulación de las normas procesales concursales con las normas comunes viene determinada por el
art. 278 de la LC. Este dispone que “en cuanto no esté expresamente dispuesto por esta ley, se aplican las
normas procesales del lugar del juicio”, de donde se deriva claramente que ante una solución específica
inserta en la ley concursal, resultan inaplicables las disposiciones procesales comunes, como lo es el plazo
mensual de caducidad que pretendió hacer valer la incidentante. Error este en que incurren aún algunos
tribunales, a pesar de su especialización(20).

Afirma Rouillon que “las características del proceso concursal (...) determinan su aspiración a la
autosuficiencia. Por esta afirmación ha de entenderse que, en principio y en la medida de lo posible, todos
los conflictos deben resolverse dentro de la ley concursal. El uso del reenvío a las leyes procesales locales
no es deseable, aunque, en la práctica, se acuda a él con frecuencia”, sin perjuicio de lo cual “ello no
debe llevar a sustituir las disposiciones procesales concursales específicas por las de los códigos de
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procedimientos (a los que muchas veces conducen hábitos mentales subconscientes), ni otorgar igual
jerarquía a las disposiciones de rito locales y a las de la ley concursal”(21).

La conclusión resulta lógica en tanto la materia concursal, como ya se señaló, pertenece al ámbito fondal,
es derecho comercial, y debe garantizarse la unidad de soluciones adjetivas a lo largo y a lo ancho del
país. El régimen federal al que adscribe nuestra Constitución reserva a las provincias el dictado de las
normas procesales, delegando a la Nación el dictado de las normas fondales. Esto no significa que en
materias sustantivas que requieran necesariamente la integración con normas procedimentales pueda
producirse una distorsión de lo principal merced a la aplicación de las soluciones locales.

De este modo, la aplicación de las normas procesales locales resulta más postergada de lo que a simple
vista parecería plantear el art. 278 de la LC(22).

Siguiendo las enseñanzas de Prono(23), señalaremos que en primer lugar debe atenderse a las normas
procesales que acompañan a cada instituto en particular. En caso de no contar ese supuesto con un
tratamiento específico, debe recurrirse a las normas procesales concursales genéricas (art. 273 y sigs.). Si
aun el legislador no ha previsto una solución general expresa en dichas normas, debe buscarse, en tercer
término, una solución recurriendo a la analogía de normas procesales concursales. Recién en caso de que
no exista ni siquiera una respuesta derivada de la aplicación analógica de normas procesales concursales,
recién en ese caso, podría abandonarse la normativa específica para recurrir al ordenamiento procesal
local.

Ahora bien, la posibilidad de hallar soluciones dentro de los códigos procesales provinciales está a su vez
condicionada por el mandato expreso de compatibilización que ha impuesto el legislador concursal. El
artículo en cuestión condiciona la labor del operador jurídico exigiendo que las normas a analizar resulten
“compatibles con la rapidez y economía del trámite concursal”.

Esto significa que para el caso de que no exista una respuesta puramente concursal, el recurso a una
norma local exige una carga argumentativa que valide la opción. Es decir que demuestre la compatibilidad
de la solución dada en una provincia concreta para la generalidad de los trámites al ámbito concursal,
regido particularmente por los principios señalados.

IV

El supuesto concreto de la perención de instancia

En el marco del trámite del incidente de verificación el debate gira en torno a la caducidad de la instancia
y sus variantes.

Como es sabido, la ley concursal contiene previsiones específicas al respecto(24). A diferencia de la ley
19.551, el texto vigente no diferencia la suerte de los trámites concursales según quién los haya
promovido(25). El art. 277 establece que, al igual que el proceso sucesorio, el concurso principal escapa a
la posibilidad de perención. No así los incidentes –en general– “y demás actuaciones”, que ahora están
expresamente sometidos a la caducidad de instancia con un plazo abreviado con respecto a las reglas -
comunes de la generalidad de los códigos procesales locales(26). El plazo concursal es de tres meses(27).

Expresamente, la exposición de motivos de la ley 19.551 manifiesta la consideración que los proyectistas
tuvieron sobre el particular en la necesidad de dar una respuesta especial, diversa de las previstas en los
ordenamientos locales(28). Es lógico que el legislador concursal haya hecho una valoración de los plazos
vigentes y haya superado la necesidad de contar con un plazo unitario a nivel nacional, compatible con los
principios que informa a la materia concursal

El debate sustanciado en la causa glosada versa sobre la integración que debe hacerse en el caso de la
caducidad de la caducidad. Dado que la norma concursal no prevé una solución expresa para ese caso, las
partes difieren en el derecho aplicable.

Empleando las mismas normas, las construcciones son divergentes.

Mientras que la actora denuncia la caducidad con sustento en la norma procesal común, estableciendo su
aplicación mediante la disposición del art. 278 de la LC, la concursada brega por una solución
intrasistemática. Es decir, por la aplicación preferente de las soluciones propiamente concursales, según
un principio de autosuficiencia de las reglas procesales de la ley 24.522.

1. La caducidad de instancia prevista por el art. 277 de la LC resulta aplicable a todas las manifestaciones
de la misma
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El incidentante construye su argumentación sobre la base de una errónea conjugación de las normas,
soslayando la especialidad de la normativa concursal. En efecto, ha hecho una errónea aplicación del
derecho al caso pretendiendo que la caducidad de instancia se produzca según las reglas del Código
Procesal local, dejando de lado las normas concursales específicas que resultan aplicables al caso.

En materia de caducidades –todas–, la ley concursal posee un régimen propio al disponer con criterio
general la LC que “en todas las demás actuaciones, y en cualquier instancia, la perención se opera a los
tres meses” (art. 277), fijando un sistema particular –unificando toda posibilidad de perención– que
desplaza las previsiones comunes. Este plazo afecta a toda actuación que se produzca en el seno del
proceso que no constituyan estadios procedimentales del concurso en sí, incluidos los recursos y peticiones
que dependan de la instancia de alguna de las partes, o aun del síndico(29), quedando naturalmente
incluida la caducidad de instancia del pedido de caducidad.

En algunos casos, el legislador ha previsto soluciones especiales para la caducidad de algunos institutos
puntuales. Así, la revocatoria concursal (art. 119, in fine, LC), la extensión de quiebra (art. 164, LC) y las
acciones de responsabilidad (art. 174, LC) tienen un plazo semestral de perención.

Sostiene la doctrina que “en todas las demás actuaciones, incidentales o no, en cualquier instancia, sin
distinguir quién la hubiere promovido (...) o si es un crédito laboral, la perención de instancia se opera a
los tres meses”(30). A diferencia de lo que establecía la ley anterior, el reformador de 1995 ha empleado
un término mucho más abarcativo al incorporar esta referencia. Es decir, todas las actuaciones procesales
pasibles de perimir desarrolladas en un concurso están sometidas al plazo trimestral consagrado en este
artículo.

Este resulta ser uno de los argumentos centrales de la Alzada para confirmar el fallo de grado. En este
sentido se orientan las citas de autoridad que realiza, a la vez que termina su argumentación refiriendo a
la situación de que la ley asigna el plazo trimestral a la caducidad, sin distinguirla. Es decir, la misma ley
no distingue entre el pedido de caducidad de instancia “principal” –por llamarlo de alguna manera– y el
pedido de caducidad de instancia de ese mismo pedido. La caducidad en general es la que tiene un plazo
establecido en la ley concursal, razón por la cual si la ley no hace distinciones expresas, no le es dado al
intérprete hacerlas.

De este modo, cualquier actuación procesal en el trámite del concurso –considerando las exclusiones
legales– perimirá a los tres meses.

2. La posibilidad de articular las normas procesales concursales con las procesales locales

Partiendo de la mecánica legal, la solución de la Alzada resulta adecuada, ya que integra la normativa
concursal en los términos que el mismo sistema prevé. La inclusión de las normas procesales locales no
puede alterar las prescripciones de la ley nacional.

En el caso anotado, la solución fue clara. Se trata de un supuesto de “segundo grado” de aplicación de
normas procesales concursales. Es decir, al no contar con una solución especial –como sí tienen algunos
institutos como sucede con la ineficacia concursal, art. 119 de la LC y la extensión de quiebra, art. 164 de
la LC, entre otros–, el intérprete debe aplicar las previsiones procesales generales (art. 277, LC). Hallando
allí una previsión expresa no es dable avanzar en la integración con otras normas.

El argumento –posible– de que en el caso particular de la caducidad de la caducidad el plazo del código
local resulta más breve es inatendible. La celeridad y economía procesales que sustentan al proceso de
concursos no pueden erigirse en justificativo para violentar la estructura de la normativa concursal.
Expresamente, el legislador ha diseñado un sistema de plazos, por cierto más breves que la generalidad de
los plazos vigentes en los trámites comunes. Como parte de este diseño ha fijado la primordial
autointegración de las cuestiones adjetivas dentro del marco de la misma ley especial. No se trata de un
capricho, antes bien se trata de garantizar la uniformidad de las tramitaciones concursales en todo el
territorio nacional.

De otro modo se incurriría en el vicio de arbitrariedad, ya que no se estaría aplicando el derecho vigente,
sino disimulando la voluntad del juez bajo una suerte de rompecabezas legislativo, fundado solamente en
la voluntad del magistrado. Así, se dejaría de lado el expreso mandato legal que guía la integración
específicamente concursal. No puede recurrirse a las reglas generales de integración de la ley previstas
por el art. 16 del cód. civil, dado que existe un expreso mandato legal que guía la manera de articular las
normas.

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El legislador, al fijar con carácter de generalidad el plazo trimestral, ha tasado una situación que considera
compatible con la economía y celeridad propias de los concursos. Se ha establecido una media de las
legislaciones locales –que van desde el año hasta el mes que se plantea en el recurso–, a fin de uniformar
las soluciones y evitar sorpresas derivadas de la disparidad.

Conclusiones

La solución dada por el Tribunal de Alzada resulta razonable, a la vez que echa luz sobre un capítulo poco
tratado y altamente complejo de la materia concursal. El modo de aplicar en el caso concreto la
articulación de las normas procesales concursales con las normas locales en caso de vacío ha generado
respuestas diversas en la jurisprudencia nacional.

La interacción de la dimensión procesal y de la sustancial es una característica propia de lo concursal, que


interpela constantemente a los operadores del derecho. En palabras de Morello(31), “entrecruzados el
derecho material de la falencia y el procesal de los concursos, es evidente que la importancia
determinante de la primera condiciona el despliegue del segundo. La gravitación como ‘peso pesado’ le
corresponde a aquél y a la política de fondo (poderosos factores externos al proceso). La estabilidad
económica y su continuidad son las bases de cualquier emprendimiento de un nuevo aggiornamiento
integral. El desafío a la coordinación (los puentes procesales de traslación) adecuada parte de ese centro
determinante”.

Por ello, se hace necesaria una reflexión sobre el tema que permita coordinar los diversos institutos que se
conjugan en la ley concursal. Entre ellos, naturalmente, el problema de la caducidad de instancia reclama
la atención de los operadores del derecho. En su dimensión procesal, la existencia de los incidentes,
esencialmente sometidos a la perención, depende en gran medida de la aplicación de las normas
específicamente previstas en la ley concursal.

El caso fallado analiza con corrección y profundidad cómo deben aplicarse estas normas en su conexión
con las normas adjetivas locales. Esta complementariedad que dispone la misma ley resulta gravitante en
la práctica tribunalicia a fin de no desnaturalizar la aplicación de los institutos fondales.

Compartimos la solución dada por el Tribunal, en cuanto preserva la autosuficiencia de la ley 24.522,
ratificando la graduación en la aplicación de las normas locales, que no resulta automática. Antes bien
debe hacerse de modo que resguarde la orgánica de la normativa específica.

voces: caducidad de instancia - CONCURSOS - PROCESO - contrato de trabajo

(*) Nota de Redacción: Sobre el tema ver, además, los siguientes trabajos publicados en El Derecho: La
caducidad de la instancia, el deber de la parte y del funcionario judicial, por Eugenio Horacio Cozzi, ED,
190-797; La caducidad de la instancia cuando hay demanda y reconvención, por Julio Chiappini, ED, 221-
913; La caducidad de instancia en el proceso falencial, por Luis Carranza Torres, ED, 230-549; La caducidad
de instancia y la responsabilidad profesional, por Luis Carranza Torres, ED, 244-288; La caducidad de la
instancia en el marco de los litigios societarios, por Luis Anaya, ED, 245-868. Todos los artículos citados
pueden consultarse en www.elderecho.com.ar.
(1) Así se dijo que "el art. 277 de la LCQ prevé en forma expresa, que el concurso no perime y que en
todas las demás actuaciones, y en cualquier instancia, la perención se opera a los tres meses. Si bien en el
art. 278 de la LC se dispone la aplicación de las normas procesales de la ley del lugar del juicio, esto es
siempre que el tema no esté expresamente dispuesto por la ley de concursos y quiebras. De lo que resulta,
que el único plazo previsto para la perención es el de tres meses, por lo que el planteo del incidentante
respecto a que ha transcurrido treinta días sin actividad de la parte que interpuso la caducidad, no puede
prosperar".
(2) Lorenzetti, Ricardo L., Las normas fundamentales de derecho privado, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni,
1995, primera parte; Alegría, Héctor, Humanismo y derecho de los negocios, en Alegría, Héctor, Reglas y
principios del derecho comercial, Buenos Aires, La Ley, 2008, pág. 173 y sigs.
(3) Larenz, Karl, Derecho civil. Parte general, trad. de Miguel Izquierdo y Macías Picavea, Madrid, Revista
de Derecho Privado, 1978, págs. 1-6, y en nuestro derecho, Rivera, Julio C., Instituciones de derecho civil,
Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1997, t. I, págs. 11/13.
(4) Baracat, Edgar J., Derecho procesal concursal, Rosario, Nova Tesis, 2004, pág. 21 y sigs.
(5) En esta tesitura, y como síntesis de ella conf. Pajardi, Piero, Derecho concursal, Buenos Aires, Ábaco,
1991 t. 1; Satta, Salvatore, Instituciones del derecho de quiebras, trad. Rodolfo O. Fontanarrosa, Buenos
Aires, EJEA, 1951.
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(6) Han contestado esta tesis en nuestra doctrina, entre otros, Maffía, Osvaldo, Crítica a la concepción del
proceso falencial como ejecución colectiva, ED, 113-711; Morello, Augusto M. - Kaminker, Mario - Tessone,
Alberto, Códigos procesales en lo Civil y Comercial; Rivera, Julio C., Instituciones de derecho concursal,
Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 1996, t. I, págs. 25/2.
(7) En dicha oportunidad en la que se concluyó que "el proceso de quiebra no es una ejecución colectiva
conforme lo sostiene buena parte de la doctrina concursal. Entre otros argumentos que fundamentan esta
afirmación pueden citarse: a) Inexistencia de partes procesales en el sentido ordinario del término; b)
Facultades conferidas legislativamente al juez concursal y al síndico del proceso; c) Inexistencia de
ejecutantes al momento de abrirse el proceso concursal; d) Inexistencia de título ejecutivo hábil para
promover el respectivo proceso, conforme la caracterización que de ellos efectúan las leyes procesales
locales" (conf. Quiróz Fernández, Juan C., Congresos Nacionales de Derecho Procesal, Santa Fe, Rubinzal-
Culzoni, 1999).
(8) Calamandrei, Piero, La sentencia declarativa de quiebra como providencia cautelar, apéndice segunda
de la obra Introducción al estudio sistemático de las providencias cautelares, Buenos Aires, Editorial
Bibliográfica Argentina, 1945, págs. 183/217.
(9) Para ampliar estas posiciones, se recomienda la consulta de González, Atilio C., La naturaleza procesal
del concurso (Contribución para el estudio de su problemática), LL, 1990-B-847 y González, Atilio C.,
Régimen procesal común y régimen procesal concursal, en Roland Arazi (coord.), Derecho procesal en
vísperas del siglo XXI. Temas actuales en memoria de los profesores Isidoro Eisner y Joaquín Alí Salgado,
Buenos Aires, Ediar, 1997, pág. 203.
(10) Sobre el particular, se recomienda la consulta de Prono, Ricardo S., El nuevo acuerdo preventivo
extrajudicial, LL, 2003-F-1238 y su anotación al articulado de este instituto en Adolfo A. N. Rouillon (dir.),
Daniel F. Alonso (coord.), Código de Comercio, comentado y anotado, Buenos Aires, La Ley, 2007, t. IV-A,
pág. 773 y sigs.
(11) Di Iorio, Alfredo J., Elementos para una teorización general de los procesos concursales, RDCO, 1988-
501.
(12) Maffía, Osvaldo J., Sobre procedimiento concursal, LL, 1997-F-1066.
(13) Cámara, Héctor, El concurso preventivo y la quiebra, Buenos Aires, Depalma, 1978, vol. I, cap. IX,
págs. 229/234.
(14) Exposición de motivos de la ley 19.551, apart. 2, "Método y tratamiento de materias". El destacado
nos pertenece. Sobre la lectura procesal de la ley concursal conf. Morello, Augusto M., El concurso como
proceso. Notas para identificación en el decreto-ley 19.551, JA, 29-1975-763.
(15) Romero, José I., Procedimientos y recursos en la ley de concursos, RDCO, 1995-B-153.
(16) Prono, Ricardo S., anotación a los arts. 273/274 de la LC en Adolfo A. N. Rouillon (dir.), Daniel F.
Alonso (coord.), Código de Comercio..., cit., t. IV-B, pág. 762.
(17) Capítulo III del Título IV, arts. 273 a 287 de la LC.
(18) Tal el caso de las disposiciones sobre el recurso de apelación establecidas en los arts. 13, 16, 17, 24,
entre otras disposiciones.
(19) Madariaga, José A., La ley de quiebras y su aplicación en las provincias ante la Constitución Nacional,
JA, 1-947.
(20) Juzgado Civil y Comercial Nº 9 de Paraná, 13-9-10, "Concisa S.A. s/concurso preventivo s/quiebra
s/inc. de verificación tardía prom. por Servín", inédito. En esta resolución, la jueza interina considera que,
por aplicación de la norma procesal local, debe tenerse como plazo de la caducidad del pedido de
caducidad un mes.
(21) Rouillon, Adolfo A. N., Caducidad de instancia y concursos, JA, 1984-III-783.
(22) Carbó, Eduardo R., Caducidad de instancia. Prescripción, en Carlos E. Moro (dir.), Cuestiones
concursales, Paraná, Delta Editora, 2010, pág. 213.
(23) Prono, Ricardo S., anotación a los arts. 273/274 LC en Adolfo A. N. Rouillon (dir.), Daniel F. Alonso
(coord.), Código de Comercio..., cit., t. IV-B, pág. 764; en igual sentido, Rouillon, Adolfo, Régimen de
concursos y quiebras, pág. 397.
(24) Originariamente.
(25) El art. 300 de la ley 19.551 excluía de la caducidad de instancia al concurso principal y a los
incidentes de calificación de conducta, de aplicación de las sanciones derivados de esa calificación y a los
promovidos por el síndico. Agregaba el artículo que "en cualquier instancia la caducidad opera a los tres
meses en los incidentes y cuestiones promovidas por el concursado, acreedores y terceros".
(26) Expresamente, la exposición de motivos de la ley 19.551 manifiesta la consideración que los
proyectistas tuvieron sobre el particular, en la necesidad de dar una respuesta especial, diversa de las
previstas en los ordenamientos locales (parág. 134, apart. e]). Es lógico que el legislador concursal haya
hecho una valoración de los plazos vigentes y haya superado la necesidad de contar con un plazo unitario a
nivel nacional, compatible con los principios que informa a la materia concursal.
(27) Si bien a nivel nacional existe una mediana uniformidad en los plazos de caducidad en función del
seguimiento que varios códigos procesales hacen de las soluciones que postula el Código nacional, existen
ordenamientos que fijan plazos muy dispares. El Código federal determina como regla para la primera
instancia un plazo de seis meses (art. 310, inc. 1º, CPCyCN), mientras que en las provincias de Santa Fe
(art. 232), Córdoba (art. 339), San Juan, Jujuy (art. 200), Tucumán (art. 210), Santiago del Estero (art.
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303), Catamarca (art. 310), entre otros, el plazo es de un año. Como puede verse en todos los casos, los
plazos regularmente exceden el fijado para el concurso. Esta abreviación se justifica en la economía y
celeridad procesal que informan esencialmente al proceso concursal.
(28) Parág. 134, apart. e).
(29) Rouillon, Adolfo, Régimen de concursos y quiebras, Ley 24.522, Buenos Aires, Astrea, 2012,
comentario al art. 277.
(30) Prono, Ricardo S., en Adolfo A. N. Rouillon (dir.), Daniel F. Alonso (coord.), Código de Comercio...,
cit., t. IV-B, pág. 798.
(31) Morello, Augusto M., Visión procesal de los concursos, JA, 1992-II-663.

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