Está en la página 1de 36

La opinión

pública
T e o r ía d e l c a m p o
d e m o s c ò p ic o

8HBBBSSB5BSSBBHBBBS9BBHBBSBBBSBEESSSSS9BB9SBBHHBI

Giorgio Grossi

ÌFLACSG - aibüsísca

CIS
Centro de Investigaciones Sociológicas
Catálogo general de publicaciones oficiales
http://publicaciones.administracion.es

COLECCIÓN «MONOGRAFÍAS», NÚM. 244

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o par


cial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electróni
co, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o
transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visua
les o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.

Primera edición, septiembre de 2007


' © CENTRO DE INVESTIGACIONES SOCIOLÓGICAS
Montalbán, 8. 28014 Madrid
www.cis.es

Primera edición, en italiano


© 2004, Gius. Laterza & Figli S.p.a., Roma-Bari. Edición española pu
blicada por acuerdo con Eulama Literary Agency, Roma.
L’opinione pubblica. Teoría del campo demoscopico
DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY

Impreso y hecho en España


Printed and made in Spain
ÑIPO: 004-07-020-5
ISBN: 978-84-7476-437-6 ' LiOTECA - FLACS0 -EC
Depósito legal: M. 34.698-2007
....................
Fotocomposición e impresión: , Í 3 | . tQ3:.....................
Gráficas Arias Montano, S. A.
Pol. Ind. 6 de Móstoles •OVvtcdtv: ...........................
c/ Puerto Neveros, 9
28935 Móstoles (Madrid) . *}J . r. - - -
‘ r i n . ------------------------------------------------------------------------
ÍNDICE

PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA, de Víctor Feo. Sampedro Blanco .... VII

PREFACIO...................................................................................................................... XV

1. INTRODUCCIÓN: ¿EL SIGLO X X COM O SIGLO DE LA


OPINIÓN PÚ BLICA?........................................................................... 1

2. LA CONSTRUCCIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA EN LA


MODERNIDAD...................................................................................... 14

3. LAS TEORÍAS DE LA OPINIÓN PÚBLICA: MODELOS Y PA


RAD IGM AS..............................................;.............................................. 43

4. LA CONCEPTOALIZACIÓN EMPÍRICA DE LA OPINIÓN


PÚBLICA: EL «C A M PO D EM O SCÒ PICO ».................................. 75 56*

5. LA OPINIÓN PÚBLICA EN ACCIÓN: EL PROCESO DE


«OPIN ION-BUILDIN G».................................................................... 123

6. OBSERVAR, ANALIZAR Y MEDIR LA OPINIÓN PÚBLICA... 159

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS .................................................................. 192


42 Gtorgio Grossi

el proceso de definición y caracterización —tanto en positivo como en


negativo— de nuestra contemporaneidad.
Otra vez nos encontramos frente a un fenómeno de ambivalencia
social. La opinión del individuo parece siempre más im portante, pero
está expuesta a las estrategias de condicionamiento y persuasión por
parte de quien controla o influencia la «p ub licidad» y, ppr tanto, la
experiencia cotidiana de los individuos. La opinión pública se enfren
ta a una ulterior contradicción: ser de verdad opinión d e l público y no
sólo opinión e n el público (Sartori, 1987)67.

67 Nota de los traductores. Para una aproximación cercana, pero distinta, al debate
sobre las relaciones entre opinión pública y poder, a partir de la modernidad, así como
sobre los tipos de opinión pública y los modelos de democracia, concluyendo con
la defensa de los postulados de la democracia deliberativa; véase el capítulo uno en
Sampedro, 2000.
, l a s TEORÍAS DE LA OPINIÓN PÚBLICA: MODELOS Y
pa r a d ig m a s

El desarrollo de la sociedad occidental durante el siglo XIX creó de


manera progresiva las condiciones para el surgimiento de teorías es
pecíficas de la opinión pública. Tanto fuera de la tradición político-
filosófica, en sentido estricto, como en relación a las transformaciones
(e innovaciones) que los procesos de industrialización, estatalización y
masificación estaban generando. Estas teorías «específicas» em piezan
a reflexionar sobre el rol y la articulación concreta de la opinión p ú b li
ca en una sociedad industrial, sujeta a procesos crecientes de conflicto
social y también de integración (nuevos movimientos y nuevas cla
ses sociales que entran en la esfera pública). Dichos procesos tienen
consecuencias sobre los equilibrios de la democracia representativa
(sufragio universal), de las políticas sociales (intervención del Estado)
y de la cultura colectiva (alfabetización extendida, desarrollo de una
prensa popular, difusión de una «cultura de m asas»).
Aunque obviamente, ya en el siglo XIX se había intentado form ular
un paradigma más específico de la opinión pública como fenómeno
central de la m odernidad y de la democracia, sólo a partir del siglo XX
la «ciencia de la opinión pública» empezó a desarrollarse como ám bito
disciplinar específico. Dicho proceso está caracterizado en particular
por una sensibilidad psicológica y sociológica, más que estrictam ente
político-filosófica, respecto a la conceptualización e interpretación del
fenómeno68.
Con el comienzo del siglo xx, la opinión pública se empieza a con
siderar no sólo como una dimensión exclusivam ente normativa (el
«deber ser» de la teoría de la democracia representativa), sino tam
bién, y sobre todo, como un fe n ó m e n o s o c ia l co n c r e to que tiene que

68 La referencia proviene de los trabajos pioneros de Le Bon (1895), Tarde (1901),


Park (1904) y Cooley (1909).
ser empíricamente analizado en sus dinámicas. Además, la opinión
pública tiende a desempeñar un rol distinto y más complejo del que
en origen se había supuesto e hipostasiado. Justo porque la estructura
social y las dinámicas colectivas políticas y culturales modificaron de
m anera progresiva el esquem a — típico del siglo x ix — tanto del Esta
do como de la sociedad civil, tanto de la representación democrática
como de la esfera pública.
Sin embargo, el desarrollo de una nueva tradición de estudios y
análisis sobre la opinión pública, aunque reivindique una especifici
dad propia, tiende a enfrentarse con un debate más amplio, relativo
tanto a las ciencias teóricas y normativas (filosofía, política y juris
prudencia) como a las ciencias empírico-experimentales (sociología,
psicología, co m m u n ica tio n resea rch , etc.).
Antes de ilustrar en este capítulo algunos de los modelos y para
digmas más interesantes y significativos elaborados durante el siglo xx
por estudiosos y expertos 69, puede resultar útil identificar las distintas
corrientes y orientaciones que caracterizaron el desarrollo de la «cien
cia de la opinión pública» durante el siglo pasado. Clasificación según
criterios atribuibles a la m etodología utilizada, a las premisas teóricas
im plícitas o a la perspectiva analítica esgrimida de forma recurrente.
Un prim er intento de periodización o de categorización de los dis
tintos modelos interpretativos se basa en la distinción hecha por Lazar-
sfeld (1957). Este autor distinguía entre la tradición «clásica» de tipo
«teórico especulativo» y la tradición «contem poránea». En la primera,
el objetivo predominante es el normativo y la orientación metodológica
es abstracta y analítica (la idea de opinión pública del siglo XVlii como
concepto ideal-típico y como «deber ser»). La segunda tradición está
caracterizada en cambio por una perspectiva em pírica en el estudio de
la opinión pública, m ediante el uso de métodos científicos rigurosos
y destinada a analizarla como fenómeno social concreto, observable y
m ensurable. Bajo esta perspectiva de distinción/contraposición entre
teoría de la opinión pública e investigación sobre la misma, Lazars-
feld delinea —como ya había hecho en el campo de la com m u n ica tion
resea rch en polémica con Adorno al referirse a la investigación «ad-

69 La lista de los autores y de los paradigmas que se presentarán en este capítu


es el resultado de una selección parcial (y personal). Sin embargo, los autores selec
cionados son considerablemente significativos, tanto desde el punto de vista teòrico-
analitico como desde la perspectiva empírico-analítica.
la s teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 45
y

jjjjnistrativa» (empíricamente fundada) vs. investigación «crítica» (en


ran parte teórica)70— una contraposición en los estudios de opinión
nública que no sólo es metodológica sino también sustantiva.
V De hecho, a p artir de los años Treinta del siglo xx se dispuso de
técnicas estadísticas y de muestreo para el análisis de las orientacio
nes y de las dinám icas de opinión m ediante encuestas y sondeos71. Si
este hecho por un lado contribuyó al abandono -definitivo del análi
sis de la opinión pública a partir del celestial «mundo de las ideas»
(acentuando adem ás la primacía de la perspectiva psico-sociológica
sobre la perspectiva meramente filosófica), por el otro lado inició un
cambio analítico-interpretativo en el estudio de la opinión pública.
Dicho cambio tiende a marginar la reflexión teòrico-critica sobre el
fenómeno, sus articulaciones y sus transformaciones en el seno del
modelo de dem ocracia; y acaba reduciendo, aunque involuntariam en
te, el análisis de la opinión pública al pulso de las opiniones colectivas
mediante encuestas y sondeos72.
Esta dicotomía lazarsfeldiana, aunque resulta demasiado rígida, es
importante por dos razones. Prim era, porque evidencia de manera
definitiva la esencia concreta y dinám ica de la opinión pública, con
siderándola una realidad fenoménica; interpretable no sólo desde el
punto de vista teórico sino también del análisis social m ediante in
vestigación de campo. Segunda, porque asigna implícitamente a la
opinión pública una d ign id a d fa ctu a l (prescindiendo del carácter más
o menos simbólico del fenómeno en sí mismo y del juicio de valor
positivo o negativo sobre su funcionamiento) que, en cambio, algu
nas teorías cargadas de escepticismo (o de hipercriticismo) tienden
a poner en duda bajo las acusaciones de «apariencia», «vo latilidad»,
«artificialidad» o «falsedad sim bólica».

70 Para una reconstrucción de la polémica entre Lazarsfeld y Adorno a comien


zos de los años Cuarenta, véase el cuidadoso ensayo de Blumler (1979).
71 Sobre el cambio desde los sondeos pseudo-científicos a los científicos y sobre
las relativas metodologías empleadas, véanse Pitrone (1996), Barisione y Mannheimer
(1999).
72 Fueron pocas las voces contrarias a este cambio en los estudios de la opinión
pública. Hay que señalar las críticas de Blumer (1948) sobre la concepción de'la opi
nión pública como un conjunto de «opiniones con igual peso de individuos distintos»
por el uso de los sondeos, y la polémica con Gallup contenida en el volumen The
Pollsters de L. Rogers (1949) sobre la cuestión de la «mensurabilidad de la opinión
pública» a través de los sondeos y sobre la pretensión de los encuestadores de influir
de esta manera en política. ,
46 Giorgio Grossi

Una segunda hipótesis clasificatoria de las teorías sobre la opinión


pública es la propuesta más recientemente de Crespi (1997), que dis.
tingue los distintos paradigmas según la concepción de democracia que
implican. Se habla así de perspectivas «elitistas» y de perspectivas «popu
listas». En el primer caso hablamos de modelos de opinión pública que
conciben la población con un rol tendencialmente pasivo, meramente
receptivo (y por eso influenciable y manipulable) ya que los ciudada
nos de manera individual no son capaces (no disponen de tiempo o no
están interesados) de desarrollar competencias y orientaciones idóneas
para influir en las decisiones políticas de los organismos representativos.
Aunque el gobierno, el parlamento y las instituciones deben hacerse in
térpretes de la opinión colectiva y en último término tenerla en cuenta73
sin embargo, piensan que la opinión pública —expresada por el conjuntó
de los ciudadanos en términos mayoritarios— no es capaz de contribuir
de manera pertinente a los procesos de decisión política, a la elección de
opciones alternativas y a la definición de políticas públicas. De hecho, la
perspectiva elitista, toma nota, tal vez con pesimismo, de la incapacidad
de toda la población para contribuir, sin perjuicios y con conocimiento
de causa, a las elecciones y decisiones políticas, debido al desinterés ge
neral y limitado grado de información que la mayoría de los ciudadanos
manifiestan respecto a la política, al gobierno y al ente público.
Los elitistas —en este contexto— no son necesariam ente modera
dos o conservadores, sino más bien «realistas», pragm áticos. Es nece
sario destacar que en esta sociedad contemporánea la opinión pública
no es — si alguna vez lo fue en el pasado— el resultado de un público
informado, comprometido y racional. Al contrario, es la expresión de
una progresiva desafección respecto a la política, una actitud en gran
parte emotiva, irreflexiva, particularista y estereotipada. A esta acti
tud contribuyen, por un lado, los medios y la «m ediatización» de la
esfera pública, y por el otro, el debilitamiento del rol de los partidos y
de los movimientos como estructuras de promoción y elaboración de
valores, orientaciones y opiniones dentro de las palestras de enfrenta
miento y discusión74.

73 Elitistas y populistas comparten en cualquier caso el principio democrático de


la legitimación popular, pero atribuyen distinto peso (y rol) a las dinámicas de opinión
expresadas por la población.
Sobre la creciente afirmación del modelo de «democracia del público» como
generador de «palestras de discusión» sin la mediación determinante de representan
tes parlamentarios o partidos políticos, véase Cotta et al. (2002).
\j¡s teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 47

Al contrario, la perspectiva populista (bien representada por Ga-


jjup y su concepción de la encuesta com o herram ienta dem ocrática)
cree en la validez de la participación po lítica, en la involucración
activa de los ciudadanos para determ inar la acción de gobierno. Este
paradigma interpreta las opiniones colectivas como el resultado de
un proceso continuo de interacción social (por eso activo y no pasi-
v0)>y también reconoce el derecho in alien able del individuo a e x
presar «el valor que p o see» (Gallup y R ae, 1968, p. 11). La opinión
pública es, bajo esta perspectiva, no tanto el fundamento «sim b ó li
co» de la soberanía popular, sino el instrum ento efectivo con el cual
esta se ejerce frente a los electores, al gobierno y a las instituciones
democráticas.
La organización social (circulación de las informaciones de arri
ba a abajo y viceversa), el sistema de los m edios (que adopta las n e
cesidades del público como referencia principal) y la concepción de
liderazgo (el líder como garante de la dem anda social, como represen
tante al servicio de los ciudadanos, como paladín del hombre común)
responden a esta centralidad del ciudadano-elector. La opinión p ú
blica, siendo una opinión colectiva, debe ser aceptada, interpretada,
valorada y estim ulada, pero en ningún caso m anipulada y m arginada.
Las teorías populistas creen, en ultimo térm ino, en la calidad de cada
opinión individual — aunque imprecisa, tal vez poco informada o d e
masiado emotiva— porque creen en la dem ocracia alcanzada, en la
participación auténtica y en el pacto de confianza entre gobernantes
y gobernados.
Un tercer tipo de clasificación de las teorías de la opinión pública
—último en orden temporal— es el que plantea Devereaux (2000),
junto a las contribuciones de Curran (1996) y Lipari (1999). Partiendo
del debate clásico y releyendo las tendencias contemporáneas, po de
mos distinguir tres escuelas de pensamiento. Los pesimistas, que con
sideran la involucración de los ciudadanos en las dinámicas de opi
nión como no deseable e innecesaria. Los p ra gm á tico s, que consideran
tal involucración como no deseable pero necesaria. Y los o p tim ista s,
que valoran tal im plicación como deseable y necesaria para el propio
mantenimiento de la dem ocracia75.

75 Entre los principales exponentes clásicos dejas tres perspectivas se pueden ci


tar, según Devereaux (2000): Hobbes, Madison, Tocqueville (pesimistas); Machiavelli,
Hume (pragmáticos); Locke, Rousseau, Bentham (optimistas).
1

48 Giorgio Grossi

Estas tres perspectivas, que sintetizan un punto de vista estratégico


y no sólo psicológico respecto al rol de la opinión pública en demo
cracia, se han com binado durante el siglo X X con otras disciplinas (so
ciológicas, psicológicas, filosóficas, políticas, históricas) para entender
la sociedad y el rol de la opinión pública. La primera, definida por
L ipari (1999) «liberal-funcionalista» o «p opulista», tiene una visión
optimista del rol de la opinión pública en las sociedades democrá
ticas: permite al público de masas participar activamente en la vida
política e influir en el gobierno. Las dinám icas de la opinión pública,
sus procesos, sus exteriorizaciones, deben ser apoyadas y potenciadas.
Por eso, los ciudadanos deben disponer de más instrumentos para
informarse y enfrentarse, acceder a más tribunas en las que expresarse
hasta experim entar nuevas formas de «dem ocracia directa». En este
marco, toda la sociedad democrática se considera como un organis
mo social funcionalm ente interrelacionado. C ada proceso — desde los
medios, los sondeos, las fases de d e cis ió n m ak in g hasta las campañas
electorales— corresponde de manera coordinada, pluralista e interde
pendiente, al logro de unos objetivos y a la salvaguardia de los princi
pios en los cuales se basa el propio régim en democrático.
La segunda perspectiva es la «socio-construccionista» y caracteri
zada por ser leída como una orientación de tipo pragmática. Siguien
do las teorías presentes en importantes corrientes de las ciencias so
ciales contemporáneas —que remiten al interaccionismo simbólico,
a la etno-metodología, a la sociología de la vida cotidiana, al cambio
discursivo en psicología social o a las teorías del lenguaje— , esta pers
pectiva considera la opinión pública como el resultado conjunto de
procesos cognitivos que ocurren en la m ente de los individuos, y de
comunicaciones e interacciones sociales de las cuales el propio indi
viduo participa. Siendo un producto cognitivo y simbólico que nace
de la interacción colectiva, la opinión pública parece, por un lado, un
proceso relacional, reflexivo, vinculante y de largo plazo, y por el otro,
el resultado sobre todo de conversaciones cotidianas, de discursos
públicos, de prácticas simbólicas que «construyen» y «reconstruyen»
continuamente la opinión individual y la colectiva.
Por tanto, la opinión pública es al mismo tiempo un producto so
cial (complejo, flexible, estratificado y diferenciado según los públicos
y los contextos) y un «mecanismo de gestión democrática» (Lipari,
1999, p. 86) mediante la encuesta de las orientaciones y de las represen
taciones de la realidad que los individuos construyen cotidianamente.
L a perspectiva construccionista muestra, por tanto, una connotación
ÍRLACSQ - Biblioteca
3 Las teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 49

pragmática, ya que rechaza una dirección causal predominante en la


formación de la opinión pública (de abajo o de arriba), y también por
que ve en el propio proceso algo continuo, mutable, difícil de atrapar.
f)e igual m anera, es pluralista pero no funcionalista. Considera la in
fluencia y la manipulación como procesos de reciprocidad y de relacio-
nalidad a todos los niveles e interpreta la opinión pública en términos
dinámicos, cooperativos y discursivos más que normativos.
La tercera perspectiva, la «c rític a» (o «radical-funcionalista»), se
caracteriza por su pesimismo respecto a la opinión pública actual
como instrum ento de expresión democrática. Lo que se presenta
como opinión colectiva, según esta posición, es en realidad el resul
tado de un proceso de m anipulación por parte de la elite. Tanto los
medios, como los sondeos y la comunicación política, reflejan los
intereses del poder, de las clases elitistas o de la cultura dominante;
por eso, tienden a influenciar las opiniones colectivas, a manipular las
orientaciones de masas, a m arginar y ocultar las opiniones incómodas
y a adoctrinar los ciudadanos menos informados y menos cultos. Bajo
ésta perspectiva, el rol de la opinión pública parece, a su vez, «ideo
lógico» (en las impostaciones postmarxistas), «sim bólico» (Edelman
1987) o «artificial» (Champagne, 1990). En cualquier caso no sería
más el fundamento de las dinám icas democráticas, sino que acaba
transformándose en su contrario: la negación de un verdadero proce
so de participación colectiva.
Sin embargo, la perspectiva crítica si es pesimista en las dinámi
cas concretas de la opinión en los países democráticos, permanece
optimista en la evaluación de la importancia del rol del público de
masas en el proceso democrático. Más bien considera la creación de
las condiciones para una opinión pública libre, abierta y autónoma,
como el objetivo emancipador que es necesario actualizar. Todo ello
se realizará a través la reinterpretación y el relanzamiento de la esfera
pública y del rol de toda la ciudadanía en la discusión colectiva, le
jos del optimismo ingenuo de las posiciones populistas y del cinismo
liquidador de las elitistas. Un desafío que hoy en día encuentra con
sensos inesperados en autores y observadores de tradición pluralista,
liberal o radical, que critican la «sondeocracia» como única forma de
visibilidad y de operacionalización de la opinión pública en la socie
dad de la modernidad tard ía76.

76 Véase, por ejemplo, Sartori (1987, 1999), Dahlgren (1995) y Peters (2003).
50 Giorgio Grossi

WALTER LIPPMANN: LA FORMACIÓN «SESGADA» DE LA OPINIÓN


PÚBLICA

Aunque se haya subrayado que es con la obra de Tarde L’Opinion et


la Foule de 1901 cuando se certifica el nacimiento de una ciencia de
la opinión pública en la sociedad contemporánea, su primera con-
ceptualización teórica, tal y como la entendemos hoy en día, hay que
datarla con el famoso volumen de W alter Lippm ann, Public Opinión,
publicado en Nueva York en 1922. La razón principal de esta elec
ción — más allá de los méritos objetivos de la obra en sí— está en el
hecho de que fue escrita justo después de la Gran G uerra. Este evento
representa una de las rupturas políticas y sociales más importantes de
la historia m undial en el siglo pasado, y constituye el cambio decisi
vo para afirmar la importancia de las dinámicas de opinión y de los
procesos de comunicación colectiva a través de los m edios de masas.
Tal ruptura —al mismo tiem po inducida y prom ovida por la catás
trofe bélica— ha marcado el nacimiento de dos nuevas dimensiones
relevantes en el desarrollo de la democracia y de la opinión pública
durante la segunda modernidad. Estas se refieren a la llegada de la
propaganda política11 (estrictamente relacionada con el uso sistemático
de los m edios de masas por parte del poder político estatal) y a la
nacionalización de las masas1*, o sea, la completa integración política y
simbólica de toda la población en la sociedad y las instituciones.
Lippm ann escribe su obra emblemática dentro de este nuevo cli
ma político y cultural, rico en novedades pero tam bién en problemas
y contradicciones. Y, por tanto, estudia su objeto de análisis —siendo
periodista, experto en política, incluso miembro de la delegación nor
team ericana en el congreso de Versailles en 1919— , con una mirada
aguda pero también desencantada, preocupado en analizar como se
forma y se desarrolla en concreto la opinión pública, más allá de las78

77 Lasswell, uno de los padres fundadores de la Communication Research, hablan


do del impacto dé la propaganda bélica y del rol de los medios en la sociedad de
masas, observó: «en la Gran sociedad no es posible amalgamar el ardor guerrero de
los individuos o la fogosidad de las danzas de guerra; una herramienta novedosa y más
sutil debe soldar miles e incluso millones de seres humanos en una masa fundida de
odio, voluntad y esperanza ... El nombre de estos nuevos yunques y martillos de la
solidaridad social es la propaganda» (Lasswell, 1927, p. 221).
78 Sobre las estrategias de integración simbólica de las masas en el Estado-nación
véase el clásico trabajo de Mosse (1975).
’ U C S O - Biblioteca

3 Las teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 51

ideologías o de las teorías prescriptivas que postulan su carácter y su


importancia para la democracia.
P ublic O p in ión es considerada una de las obras m aestras de la
reflexión sobre la relación entre periodism o, opinión pública y d e
mocracia, aunque algunos hayan evidenciado el hecho de que el li
bro trata sólo indirectam ente dicha opinión. Tanto que al final de la
lectura es posible adm itir «todavía no he entendido qué es la opinión
pública»79. Efectivam ente el trabajo parece más un panfleto que un
análisis sistemático de la opinión p ú b lica en el contexto, estad o un i
dense, más la obra de un observador e intelectual que la de un cien
tífico social.
Ya desde las prim eras páginas, Lippm ann aclara la perspectiva de
análisis de su trabajo:
el mundo que nos afecta políticamente está fuera de nuestro alcance, fuera de
nuestro campo visual, fuera de nuestros pensamientos. Debe ser explorado, re
ferido e imaginado [...]. [El hombre] de form a progresiva construye en la mente
una imagen fiable del m undo que está más allá de su alcance [...]. Las imágenes
que están en la mente de estos seres humanos, imágenes de ellos mismos, de
los demás, de sus exigencias, de sus pretensiones y de sus relaciones, son sus
opiniones públicas. Las imágenes según las cuales se comportan los grupos de
personas, o individuos que actúan en nom bre de otros grupos, constituyen la
Opinión Pública con mayúsculas [...]. El núcleo de mi tesis es que la dem ocra
cia, en su forma originaria, nunca se ha enfrentado seriamente con el problema
que causa la correspondencia no automática entre las imágenes que los indivi
duos tienen en su mente y la realidad del m undo exterior (Lippmann 1963, pp.
30-31 passim).

Con esta cita, extraída del Prefacio, podemos evidenciar los ele
mentos que caracterizan el paradigma lippm anniano: la centralidad
de los procesos de formación de la opinión pública y el carácter
fundamentalmente cognitivo (aunque problem ático) de tal proceso.
Lippmann parte desde una premisa em pírica de observación de las
dinámicas de opinión: la opinión tiene una base cognitiva m ás que
racional. Por un lado es la consecuencia de representaciones, esque
mas mentales, im ágenes simbólicas que las personan se construyen en
relación a la realidad social. Y por el otro, estos esquemas cognitivos,
como fuentes de las opiniones, son en su m ayoría una representación

79 Noelle-Neumann (1984, p. 143).


52 Giorgio Grossi

parcial o sesgada de la realidad política. En la m edida en que Lipp.


mann anticipa algunas de las prem isas del cognitivismo, que tendrán
un gran desarrollo en la psicología social y en la sociología política
evidencia al mismo tiempo el carácter problemático, com plejo y con
tradictorio de la fo r m a ció n d e la s o p in io n es. Esto ocurre por distintas
razones.
En prim er lugar, la relación entre individuos y realidad —y, sobre
todo, entre ciudadanos y política— no es ni espontánea ni se da por
descontada: el conocimiento, el acceso a las informaciones o la elabo
ración de im ágenes mentales que dan origen a las opiniones, son un
proceso de construcción de la realidad en el cual entran en juego (y se
enfrentan) factores y ámbitos distintos8081.En segundo lugar, tal proce
so —desde cualquier perspectiva que se observe— tiene un resultado
predominante y recurrente: la base cognitiva de la opinión pública
está representada por el e s t e r e o t ip o *1, o sea, por una representación
parcial, sim plificada y acrítica de la propia realidad.
Entonces ¿p or qué la formación de la opinión p ública, crucial para
los destinos de la democracia, tiene fundamentos problem áticos y
un perfil cognitivo tan rígido, estandardizado y lim itado ? Lippmann
explica este cam bio de perspectiva respecto a la teoría clásica de
dos m aneras. Antes de todo, evidenciando cómo el cam bio desde la
«com unidad autosuficiente» — presentada como fundam ento ideal
de la dem ocracia americana po r Jefferson— a la sociedad contem
poránea postbélica, puso en crisis m uchos de los presupuestos sobre
el origen y el carácter de la opinión pública. A un am biente familiar
y com partido por todos los in dividuos, le substituyó un p seu d o-a m -
b ien te, al que contribuyeron la propagan da política, la prensa perio
dística, los intereses individuales, el egocentrismo y la m anipulación
simbólica, así como la experiencia de mundos y realidades directa
mente no disponibles. Caen así algunos postulados — ilusorios para
Lippm ann— sobre la actitud del ciudadano dem ocrático: compe-

80 «Así, el entorno del cual se ocupan nuestras opiniones públicas se refleja de mu


chas maneras: la censura, el secreto de la fuente, las barreras materiales y sociales, la
carencia de atención, la pobreza del lenguaje, la distracción, las constelaciones incons
cientes de sentimientos, de roces, la violencia, la monotonía» (Lippmann 1963, p. 68).
81 Lippmann, en distintas partes de su libro, subraya el rol de los estereotipos
como modalidad de percepción de la realidad y de guía del comportamiento. Por
ejemplo: «nuestra tesis es que lo que hace el individuo se funda no en un conocimiento
directo y cierto, sino en imágenes que él construye o le son dadas» (ivi, p. 27).
Las teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 53
3.

tente, informado, abierto al debate y volcado en la m oralidad y la


verdad82.
Por eso, en las dem ocracias contemporáneas, la formación de la
o p in ió n pública en lugar de ser dada por descontada debe ser estudiada,
investigada, problematizada. La relación entre esta opinión y el gobier
no no es ni lineal ni autom ática, siendo m uchas las variables subjetivas
y objetivas que entran en juego.
En segundo lugar, el origen estereotipado de las opiniones pone un
sesgo estructural en la formación de la opinión pública. Siendo el pro
ducto de un conocimiento de la realidad que parece inevitablemente
parcial, simplificado y m ediado por un pseudo-am biente social o p e
riodístico83, y sometido a las presiones propagandísticas y simbólicas
de los gobernantes, la opinión pública parece más la víctima que el
protagonista del proceso democrático. A ella apelamos continuamen
te, pero de manera instrum ental y con ella intentamos legitim ar un
procedimiento democrático aunque sin crear las condiciones para que
eso pueda ocurrir de forma efectiva. Por tanto, la opinión pública es
un «fantasm a»84, que vaga por las sociedades democráticas, sin des
empeñar aquel papel por el cual había nacido y se había afirmado.
Sin embargo, la reflexión de Lippmann no se lim ita a la crítica y
a la denuncia de las aporías y los tópicos sobre el carácter de la opi
nión pública en la «G ran Sociedad», sino que concluye —con espíritu
reformista— con una propuesta de redefinición de la relación entre
gobierno y ciudadanos, a través de la m ediación de un grupo de ex
pertos, de analistas sociales especializados y competentes:

este resultado [de una opinión pública mediada] se puede alcanzar en el caso
de que los representantes debatan en presencia de alguien, de un presidente o
mediador que obligue en la discusión a enfrentarse con los análisis aportados

82 De hecho, Lippmann afirma que en la sociedad actual «no existe perspectiva de


que en un futuro próximo, el ambiente invisible se vuelva tan claro para los individuos
que les permita alcanzar espontáneamente opiniones públicas sensatas sobre lo que
atañe al gobierno» (ivi, p. 251).
83 Según Lippmann, incluso los periódicos contribuyen a la construcción de un
pseudo-ambiente y de estereotipos de la realidad, porque también los periodistas tie
nen una mirada particular sobre la misma y lo hacen a través de las noticias que deben
ser diferenciadas de la verdad: «La hipótesis que a mí me parece más fecunda es que la
noticia y la verdad no sean la misma cosa y deban ser claramente distintas» (Lippmann
1963, p. 285).
84 The Phantom Public (1925) es el título de la siguiente obra de Lippmann.

I
54 Giorgio Grossi

p o r los expertos [...]. El valor de la mediación del experto no está en el hecho


de crear una opinion para condicionar a los que están directamente implicados
sino de desintegrar el partidism o (Lippmann 1963, pp. 3 1 8 , 320).

Al contrario de lo que han expresado algunos autores, el paradig


m a lippmanniano no está en absoluto cargado de pesimismo y antirra-
cionalism o85; sino al contrario, impregnado de una proyección social
a partir de un análisis desencantado de cómo ha cambiado el contexto
en el cual nacen y se articulan las dinámicas de opinión. En la conclu
sión de su volumen, Lippm ann describe un m odelo de sociedad en
el cual los científicos sociales, los expertos — casi una reedición del
p u b lic écla r é— podrían recrear las condiciones, para que los procesos
del conocimiento colectivo se liberen de condicionamientos ambien
tales y de las dinámicas de los estereotipos, m ediante la educación, la
redefinición de la función de la prensa y la involucración directa de
los propios científicos. Todo esto, con el objetivo de profundizar en
una verdadera democratización de la formación de la opinión pública,
basada en la sensatez y no en el uso de los estereotipos, y fundada en
la ciencia social como instrumento para descubrir las aporías y como
soporte de las decisiones políticas.

JÜRGEN HABERMAS: LA OPINIÓN PÚBLICA COMO


«DISCUSIÓN CRÍTICA»

Al final de los años Cincuenta en Europa, en plena reactivación eco


nóm ica después del período de reconstrucción postbélico (en Italia se
habló de «boom »), la im portancia de la opinión pública ya se m ani
festaba con la constitución de los primeros institutos de investigación
dem oscòpica86 y con la creciente producción de estudios de mercado.
Se im porta también — adem ás de las técnicas estadísticas y de mues-
treo— la filosofía de G allup en relación con « e l sondeo democrático».
Sin embargo, en este periodo se abrió un debate sobre el aumento de
la difusión de la cultura de masas y el rol de los medios en la socie
dad democrática, que en Europa tomó tonos m ás críticos y polémicos

85 Como demuestra, además, el título del último capítulo del volumen: Apelación
a la razón.
86 En Italia Doxa, el primer instituto de investigación demoscòpica, se funda en
1946.
las teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 55
)

respecto a cuanto ocurría en Estados Unidos. AI contrario, justo en


EE. UU., la tradición empírica de la C om m u n ica tion R esea rch sufre
el famoso giro «adm inistrativo», a través del conocido paradigm a de
los efecto s lim ita d o s: los medios tienden a confirmar y a fortalecer las
actitudes y las orientaciones de las personas (más que a m odificarlas),
y por eso parecen carecer de influencia en sus opiniones87.
En este contexto en Alemania, la segunda generación de los expo
nentes de la llam ada Escuela de Frankfurt encuentra nuevos elementos
para retomar y renovar la tradición de la «teoría crítica», aplicándola
esta vez no sólo a la industria cultural y a «la industria de concien-
da» sino en particular a la concepción de la «esfera p ú b lica» y de la
«opinión p ú b lica» en las sociedades contemporáneas. Es en este clima
_marcado sobre todo por la larga y difícil toma de conciencia del im
pacto del nazism o en la cultura dem ocrática de Alemania— donde a
comienzos de los años 70 se elabora el nuevo paradigma de la opinión
pública que ahora analizaremos.
Generalmente considerado como el indiscutido teórico de la «esfe
ra pública», Jü rg en Habermas ha sido subestimado como interlocutor
en el ámbito de los modelos de p u b lic o p in ió n , aunque su obra funda
mental sobre O effen tlich k eit concluye justo con un capítulo dedicado
al concepto de opinión pública. Sin embargo, dentro de una reseña
de los paradigm as y de las teorías más significativas del fenómeno en
cuestión, es difícil omitir su contribución analítica a esta problemática.
El análisis de Haberm as testimonia una perspectiva aún significativa,
en la medida en que asigna a la «p u b licid ad » y a la «opinión pública»
una función en gran parte em ancipadora y crítica, que sigue tenien
do importancia en el escenario de las dinámicas simbólicas y de los
procesos de globalización, propios de la fase actual de la modernidad
tardía88. Al contrario, algunos aspectos de su paradigm a normativo
—a menudo acusado de ser excesivam ente abstracto, intelectualista e
intransigente— se han vuelto hoy en día de extraordinaria actualidad.
Por ejemplo, evidencian el rol del sistema de los medios y del sector

87 Para una síntesis de este cambio en los estudios sobre los efectos de los medias,
véase el famoso volumen de Klapper (1964). Para una crítica a esta perspectiva en
ámbito politológico con referencia a la opinión pública, véase Sartori (1987).
88 Hay que pensar el rol y el impacto de la opinión pública entendida como mo- •
dalidad de control y de descubrimiento del poder político (nacional y global) tanto
con referencia al nacimiento de los movimientos «no-global» o «new global», como
también respecto a la reciente guerra contra Irak del 2003.
56 Giorgio Grossi

de las p u b lic relation s, en el proceso de influencia de las dinámicas de


opinión mediante la construcción de una «p ub licidad demostrativa y
m anipulativa», no autodirigida y no participada. Además, como vere
mos, su insistencia en el carácter dialogístico, interactivo y discursivo,
tanto de la opinión pública como de la misma democracia, parece
m uy acorde tanto con el llam ado «giro discursivo», que caracteriza
a am plios sectores de las ciencias sociales —y que se está ocupando
cada vez más del d iscu rso p ú b lico como dimensión privilegiada de la
construcción de la realidad social y política— , como con la redefini
ción del propio carácter de la democracia, entendida como «democra
cia del público» o como «dem ocracia deliberativa».
Podemos decir que en el pensamiento de H aberm as se presentan
y evidencian dos variantes de un único modelo de opinión pública.
La prim era, la originaria, elaborada en base a la propia idea de esfera
pública burguesa, considera la opinión pública como «pública argu
m entación racional» (H aberm as 1974, p. 41), como diálogo y enfren
tam iento público de ciudadanos privados, a través del uso de la razón
y de la discusión racional, dentro de la co-presencia espacio-temporal
en un lugar accesible a todos. La segunda, aplicada a la evolución de
la esfera pública durante la segunda m odernidad —la que Habermas
llam a «publicidad dem ostrativa y m anipuladora»— reconoce la po
sibilidad de una nueva «p ub licidad crítica» en contraposición (y en
competición) con otras dos formas operantes (y dominantes) de pseu -
d o-op i'n ión p ú b lica : las opiniones «no-públicas», y las opiniones «casi
públicas». Por eso, las dos concepciones m antienen elementos comu
nes distintivos —la interactividad discursiva, la forma dialógico-racio-
nal, la dimensión crítica— aunque, desde el punto de vista empírico (y
procesual), las dos variantes surgen como el m odelo ideal-típico y su
cristalización empírica, en dos fases históricas distintas.
A la idea originaria de una única opinión pública burguesa8990
—universalista y dem ocrática por sus maneras de formación y difu
sión de las ideas y de las opiniones— que actúa en lugares públicos
dedicados de la sociedad civil, se añade una nueva conceptualización

89 Véase a tal propósito Sebastiani (2001) y Peters (2003).


90 En el prefacio de su volumen, Habermas aclara que en realidad se pueden
distinguir incluso otras formas de publicidad: la «plebeya», típicamente iletrada, y la
«plebiscitaria», característica de las dictaduras y que podemos llamar también posdi-
teraria. Sin embargo, las dos, según Habermas, acaban por hacer referencia al modelo
liberal de la «esfera pública burguesa».
FLACSO - Biblioteca

3 Las teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 57

¿e la opinión pública. Esta tiene que enfrentarse con la nueva com


plejidad social caracterizada por la institucionalización de la esfera
pública, la «refeudalización» de la esfera social, el predominio de los
medios y de las public relations en la produción de una publicidad
demostrativa y m anipulativa, y sobre todo por el cambio de un pú
blico culturalmente crítico a un público consumidor de cultura. Tal
concepción está sólo bosquejada y sintéticamente argum entada por
Habermas en las últimas páginas de su obra sobre la Oeffentlicbkeif1.
Sin embargo, el contexto de interacción en el cual esta «publicidad
crítica» tiene que operar está am pliam ente tematizado, a través del
análisis de las condiciones que llevan a la disgregación de la esfera
pública burguesa, y muestra un nuevo ámbito de enfrentamiento y
competición de gran actualidad.
Por tanto, para Habermas la opinión pública es un proceso em i
nentemente comunicativo e interactivo; su formato expresivo es el
lenguaje racional, la argumentación discursiva; su horizonte es el uni
versalismo de los objetivos y del m étodo (el recíproco entendimiento
entre seres hum anos). En este sentido, el objetivo de las dinám icas de
opinión es doble: emancipador para los sujetos sociales llam ados a par
ticipar, y crítico respecto al poder político o al Estado, porque la razón
de ser de este proceso no es ni aclaratoria ni consensual sino más bien
argumentativa y autodirigida.
Este perfil de opinión pública — que ha recibido muchas críti
cas— entra rápidam ente en crisis. Como Habermas explica, con el
desarrollo de la sociedad capitalista se empiezan a plantear otras for
mas de producción de la opinión en la esfera pública, que empiezan a
subrogar y a sustituir las modalidades originarias (e ideal típicas) de la
formation o f Opinión by discussion.
Estas nuevas formaciones cognitivas y simbólicas —podemos de
cir, estos nuevos subsistemas de opinión que concurren a la formación
de la nueva «p ub licidad demostrativa y manipulativa»— son llamadas 91

91 En condiciones de democracia de masas del Estado social, Habermas considera


como única posibilidad de formación de una publicidad crítica, la conquista de oca
siones públicas dentro de las organizaciones en las cuales hacer surgir las opiniones
no-públicas de sus miembros: «una opinión se puede llamar pública en la medida en
que surge al mismo tiempo por parte del sujeto público dentro de una organización de
carácter público, formado por los miembros de la propia organización y por la dimen
sión pública que se crea en la discusión entre organizaciones sociales e instituciones
del Estado» (Habermas, 1974, pp. 292-93).
58 G iorgio Grossi

por Habermas respectivamente «sistem a de las opiniones informales,


personales, no-públicas»92*y «sistema de las opiniones formales e insti
tucionalmente autorizadas, casi-publicas»95. Ambas tienen en común
algunos rasgos que las contraponen al modelo de opinión pública dis
cursiva y crítica elaborado por el propio Habermas. En prim er lugar,
estos n o n a cen d e la d iscu sión sin o d e l consum o-, por un lado porque no
son el producto de un enfrentamiento público sino de una presenta
ción pública de las opiniones94, y por el otro, porque la discusión ha
sido institucionalizada y por tanto sustraída de su dimensión pública,
social y democrática. En segundo lugar, estas formaciones cognitivas
y simbólicas se consideran objeto de manipulación (con funciones
aclaratorias y plebiscitarias) porque han sido privadas de su contex
to históricamente crítico y emancipador (la esfera pública autónoma,
neutral y universalista), sustituido progresivamente por una «esfera
pública representada», con el único objetivo del consenso:

el consenso fabricado no tiene, naturalmente, mucho en común con la opinión


pública, con la unanimidad final de un largo proceso de aclaración recíproca;
el «interés general», sobre el cual sólo podía realizarse libremente una coinci
dencia racional de las opiniones públicamente concurrentes, se ha frustrado
justo en la medida en que las autorepresentacíones publicísticas de intereses
privados privilegiados lo adoptan para sus fines particulares (Habermas, 1974,
p. 232).

Nos encontramos entonces frente a un verdadero cam bio de es


cenario; se confirma la validez y la centralidad im prescindible de la
publicidad y de la opinión pública, aunque haya cam biado comple-

92 Con este término se entiende una serie de actitudes, creencias y orientacione


nivel individual y privado que van de los tópicos propios de una cultura (o sea dados
por descontados) a los personales (relacionados con las experiencias de vida), hasta
los difundidos por la industria cultural y consolidados por la cultura de masas. Por
tanto, una mezcla de prejuicios, creencias y opiniones, muchas veces heterodirigidas,
pero que quedan fuera de la esfera pública, y, por eso, no se transforman en «opinión
pública».
95 Aquí, en cambio, Habermas se refiere a las opiniones formales o instituciona
que circulan en un ámbito reducido fuera de la masa de la población, que pueden
dirigirse al público o influir en las decisiones políticamente relevantes, pero que, en
cualquier caso, no satisfacen las condiciones de un debate en verdad público.
94 «El público de los individuos no organizados es absorbido en una publicidad de
mostrativa o manipuladora, no por la comunicación pública, sino por la comunicación
de las opiniones públicamente manifestadas» (Habermas, 1974, p. 292).
3.
Las teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 59

tamente su carácter y su función: de progresivas a regresivas. Sin em


bargo, Habermas, por las continuas contradicciones presentes en una
sociedad industrial y capitalista que de todas formas se declara demo
crática, sigue viendo un espacio para el desarrollo de una «opinión
pública crítica». Dicho espacio está junto y en competición con las
opiniones no-públicas (decantadas en los sondeos pero producidas en
contextos no públicos) y las opiniones casi-públicas (las de las elites
políticas y culturales, los expertos y los grupos dirigentes, que los m e
dios presentan públicam ente a la colectividad).
Esta «nueva» opinión pública tiene dificultad para surgir y con
quistar espacios de discusión, incluso dentro de las organizaciones.
Lo podemos inferir de lo que Habermas ha argum entado. La nue
va dimensión de la «p u b licid ad » (y, por tanto, de las dinámicas de
opinión) ya no coincide con la dimensión pública y la co-presencia
(espacio-temporal, social e interactiva) sino que se superpone (o es
sustituida) por una «p ub licidad m ediada» que actúa en la palestra de
los medios y de los sistemas dedicados a la circulación de la comuni
cación y del conocimiento. Este d isem b ed d in g de la opinión pública
respecto a su contexto histórico-social original —por utilizar una ter
minología valorada por G iddens (1994)— constituye el punto fuerte
del análisis habermasiano y, a la vez, la parte débil de su paradigm a:
la formación de la opinión pública (o mejor dicho, su construcción)
no puede realizarse de la misma manera si cam bian el ámbito y el
contexto de referencia (la esfera pública). Ni siquiera su perfil puede
ser reproducido de la m ism a forma cuando cam bian los vínculos y las
relaciones sociales.
En torno a estas contradicciones evidenciadas por el examen h a
bermasiano, se abrirá gran parte de la reflexión sobre la opinión p ú
blica en la segunda m itad del siglo XX: un itinerario a menudo anti-
habermasiano, aunque inevitablem ente obligado a enfrentarse a este
paradigma y a sus im plicaciones teóricas y an alíticas95.

95 Nota de los traductores. Véase, a modo de resumen, el compendio de las críti


cas realizadas al modelo habermasiano y la propuesta de su restructuración con las
categorías de esferas públicas centrales y periféricas. La esfera pública central estaría
ocupada por las instituciones más ligadas al poder (grandes medios, sondeos, partidos
y administraciones) y que consideran, sobre todo, la opinión pública agregada, tendien
do así a la cohesión y consenso. La esfera pública periférica la formarían los grupos y ’
asociaciones de la sociedad civil, portavoces de una opinión pública discursiva y crítica
(Sampedro, 2000, pp. 29-43).
V
60 Giorgio Grossi

NIKLAS LUHMANN: LA OPINIÓN PÚBLICA COMO REDUCCIÓN


DE LA COMPLEJIDAD

Al paradigma haberm asiano se contrapone, casi diez años después 9697>


un modelo de opinión pública que tendrá m ucho éxito y resonan
cia en el análisis em pírico de las dinám icas de opinión y del impacto
de los medios sobre las orientaciones. Luhm ann propone en efecto
un verdadero cam bio de perspectiva: la opinión pública pasa de ser
una variable independiente del proceso democrático, a convertirse—-
desde la óptica funcionalista y de la teoría de los sistemas — en una
variable dependiente de los procesos de comunicación política. Será
concebida como instrumento o procedimiento para la reducción de la
complejidad social:

la opinión pública no puede ser considerada sólo como un fenómeno polí


ticamente relevante, sino como una estructura temática de la comunicación
pública; en otras palabras, no debe ser concebida causalmente como efecto
producido y continuam ente operante, si no desde un perspectiva funcional,
como instrumento auxiliar de selección en un m odo contingente (Luhmann,
1978, p. 87).

Incluso si la perspectiva luhmaniana revela una visión pesim ista (o


desencantada y pragm ática) del rol y de la función pública en las so
ciedades modernas. Su modelo analítico es el resultado más adecuado
para interpretar y explicar el-actual funcionam iento de las dinám icas
de opinión en una sociedad compleja — no sólo altamente diferen
ciada sino también m ediatizada y cada vez más reflexiva— respecto
al contrapuesto paradigm a habermasiano, voluntarista y crítico. Por
ejemplo, se pueden establecer convergencias con la teoría de la agenda
setting97 y de la espiral del silencio98, y reconocer la influencia ejercida
sobre los estudios que conciernen a la tematización en los m edios 99.
Para comprender la discontinuidad paradigm ática de la concep
ción luhmaniana de opinión pública, tanto respecto al modelo liberal-

96 Luhmann, «La opinión pública», en Estado de derecho y sistema social, Nápoles


1978 (ed. Or. 1971).
97 Para una reseña de los estudios sobre la agenda setting véase la antología al
respecto de Bentivegna (1995).
98 Véase la teoría de Noelle-Neumann (1984) analizada en el siguiente epígrafe.
99 Véase, la investigación sobre la relación entre tematización y comunicación po
lítica en Marletti (1985).
3. Las teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 61

democrático como a la versión crítico-emancipadora de Habermas, es


necesario hacer referencia, además de a su funcionalismo sintético, a la
noción de co m p lejid a d socia l. Según Luhmann, la creciente compleji
dad social entendida como exceso de posibilidad, de «ser-posible-tam-
bién-pero-de-modos-diversos», exige al sistema el uso continuo de la
selectividad , para reducir la com plejidad exterior (ambiente) e interior
(sistema), confiriendo estabilidad y seguridad al propio sistema. Por
lo tanto, la opinión pública parece responder, funcionalmente, al pro
blema de la contingencia. No sirve para formar la «voluntad general»,
ni para generar una discusión igualitaria y neutral100, sino que aspira
exclusivamente a «reducir las multiplicidades subjetivas de lo que es
jurídica y políticamente posible» (Luhmann, 1978, p. 89). En otras
palabras, la opinión pública no es expresión de una subjetividad indi
vidual que se vuelve general gracias a la discusión racional y a la con
quista del consenso, sino que es una modalidad comunicativa que sirve
para reducir la incertidumbre, ordenar operaciones selectivas, e insti
tucionalizar públicamente lo que es sistèmicamente com patible101.
Bajo este cambio de perspectiva —que tiene consecuencias obvias
no sólo sobre el carácter y el rol de la opinión pública, sino también
sobre la visión de la dem ocracia— el elemento más interesante es el
esquema comunicativo que define la base de las dinám icas de opinión. •
En dicho esquema, el tem a (o issu e) determina la opinión102 y no al
contrario (como en Habermas).
Entonces, la comunicación pública (o política) presenta una do
ble articulación hecha de tem as y opiniones. Pero son los temas que

100 Según Luhmann, la progresiva diferenciación social y la especialización en sub


sistemas hacen imposible la «universalidad de la razón», la capacidad de la opinión
pública para «ejercer un control crítico y mudar el orden del poder» (Luhmann, 1978,
p. 91). En consecuencia, «la diferenciación funcional de la sociedad ha progresado
tanto que ha llegado a ser extremadamente improbable una integración de toda la
sociedad, a través de las opiniones públicas libres de cualquier vínculo particular con
un subsistema» (ivi, pp. 111-12).
101 A tal propósito Luhmann (1978, p. 127) explica: «la... función [de la opinión
pública] no consiste en afirmar la voluntad —la voluntad popular, aquella ficción del
simple pensamiento causal— sino en ordenar operaciones selectivas».
102 Luhmann (1978, pp. 93-94) aclara: «parece evidente que...[la] comunicación
debe establecer unos presupuestos, como tener siempre unos temas posibles [...]. Con
el término “temas” queremos designar conjuntos de sentido indeterminados y más o
menos susceptibles de desarrollo, de los cuales se puede discutir y tener opiniones
iguales, pero también distintas».
62 Giorgio Grossi

orientan la formación de las opiniones, porque la función de la opj.


nión pública hoy en día no depende ni de las características de las
opiniones (de su generalidad, racionalidad o capacidad de obtener
consenso), ni de su eventual exactitud; sino que está vinculada única
mente a la «potencialidad de los temas para reducir la inseguridad y
proporcionar estructuras» (Luhm ann, 1978, p. 98).
Por tanto, la esfera pública o «publicidad» para Luhmann no es
más el ám bito de la sociedad civil que se interpone entre los Esta
dos y los individuos en su dim ensión íntima y fam iliar, y que permite
el nacim iento desde abajo de las opiniones e ideas, que de manera
discursiva y racional son enunciadas por los ciudadanos individuales
reunidos como público. D icha esfera pública ya no representa más
una dimensión a un tiempo em ancipadora y crítica, general y racional,
autodirigida y distinta de las instituciones estatales. De hecho, a causa
de la ulterior diferenciación funcional en subsistemas, no son ya po
sibles las opiniones libres de vínculos (y condicionamientos) con un
subsistema y las consiguientes neutralizaciones de roles. La «publici
dad», por tanto, llega a ser siem pre funcionalmente un atributo del
subsistema político 103, y su especificidad consiste en la estructuración
de los temas de la opinión pública y en su institucionalizaciónI04.
Por eso, la diferenciación funcional de la «p u b licid ad » como ins
titucionalización de los temas sobre los que articular las dinámicas de
opinión, invierte la función histórica y crítica de la «esfera pública»
clásica. La opinión pública no nace más de abajo, no es autodirigida,
no comporta el cambio de lo particular a lo general, ni supone el uso
público de la razón por parte de ciudadanos privados. Por el contra
rio es sistémicamente heterodirigida, depende de los temas presenta
dos a la atención pública e institucionalizados, se activa y se solicita
desde a rrib a 105 y no desempeña ningún papel crítico y emancipador,

103 De hecho, la «publicidad» no se sitúa en el seno de la sociedad civil, sino del


propio sistema político mediante la institucionalización de los temas de la comunica
ción política.
104 Luhmann (1978, pp. 112-13) añade: «los temas pueden ser considerados insti
tucionalizados, en la medida en que se pueda suponer la disponibilidad a ocuparse de
ellos en los procesos de comunicación. La publicidad sería, por tanto, la probabilidad
de la aceptación de los temas».
105 Para Luhmann, los principales sujetos del proceso de tematización son, a su
vez, los medios, los partidos, las instituciones, los funcionarios y los líderes de opi
nión.
FLAC50 - Biblioteca
j Las teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 63

ya que adopta exclusivam ente una función subsistemica para reducir


la com plejidad. _
Luhmann no sólo imprime un vuelco a la relación entre opinión
v tema, sino que les asigna una ulterior y preventiva función selecti
va típica de una concepción mediatizada de los procesos de com uni
cación ya que «los temas no sirven directam ente para determ inar el
contenido de las opiniones sino, sobre todo, para captar la atención»
(Luhmann, 1978, p. 100)106.
Podemos decir que esta función de filtro supervisa la puesta en
agenda de los temas susceptibles de generar opiniones a favor o en
contra. Dicha función está vinculada a las attention rules (que atañen
al funcionamiento de la «publicidad»), y que son diferentes de las
decisions rules (que se refieren al gobierno y a las instituciones). Bajo
esta perspectiva, las opiniones no sólo dependen de los temas que
se exponen en su momento a la atención pública, también el campo
de acción de la propia opinión pública parece más atribuible a las
reglas de la atención que a las de la d ecisió n 107. En consecuencia, las
dinámicas de opinión reducen sensiblemente su radio de influencia:
adoptan sólo la función de establecer «lo s límites de lo que es a su
vez posible» (Luhm ann, 1978, p. 109). P or lo tanto, no se trata de
una función m arginal, aunque parece m uy lejana del rol atribuido a la
opinión pública, tanto por la tradición liberal-dem ocrática como por
el paradigma haberm asiano.
En este marco de referencia, la opinión pública actúa en un con
texto indudablem ente más articulado: el rol de los medios y su función
de agenda y tematización se vuelve constitutivo de la intermediación
cognitiva y sim bólica de las dinámicas de opinión. La construcción
pública de los issues parece un proceso más complejo y diferenciado,
aunque el rol de la opinión pública se reduce. La propia noción de
«publicidad» anticipa un deslizamiento semántico desde la idea de
espacio público a la de palestra simbólica (desterritorializada y m edia
tizada) sobre la cual muchos estudiosos han llamado la atención más
tarde108. Y sobre todo, su cambio de perspectiva permite —paradóji-

106 Según el famoso paradigma de la exposición selectiva en los procesos de co


municación mediada, la precondición de cualquier acto comunicativo, en términos
selectivos, reside en la atención del receptor (véase DeFleur y Ball-Rokeach, 1995).
107 «El objeto que llama la atención no es necesariamente idéntico al objeto sobre
el cual, luego, se decide» (Luhmann, 1978, p. 99).
108 Véase sobre todo Thompson (1998).

I
64 G iorgio Grossi

camente— leer la disgregación y refeudalización de la esfera pública


en las dem ocracias contemporáneas, evidenciadas por H aberm as, en
clave constructiva y no regresiva: la «b atalla por la opinión pública»
no termina ni se queda como m era ficción, sino que adopta procedi
mientos, reglas y com patibilidades d istin tas109.

ELISABETH NOELLE-NEUMANN: LA OPINIÓN PÚBLICA


COMO CONFORMIDAD SOCIAL

El primero de los modelos de opinión pública que — entre los que


examinamos en este libro— presenta al mismo tiempo elementos pa
radigmáticos y operacionalidad em pírica, está recogido en un libro
de 1984, resultado de un trabajo de más de 20 años en el cam po de la
investigación sobre las dinámicas de opinión en A lem ania por parte
de la socióloga Elisabeth Noelle-Neumann.
La esp ira l d e l s ile n cio —la hipótesis paradigm ática de Noelle-Neu
mann sobre el rol no emancipador sino al contrario «conform ista» y
de «control so cial» de la opinión pública, «nuestra piel so cial», como
reza el subtítulo del lib ro 110— representa uno de los pocos ejemplos
de reflexión sobre el carácter y el rol de la opinión pública en nues
tra sociedad, que se haya sistemáticam ente enfrentado con su análisis
y medición em pírica. Y todo eso, con mayor razón, en un contexto
europeo caracterizado por una tradición teórica poco propensa —en
éste como en otros campos de la investigación cultural y comunicati
va— a m edirse con investigaciones de campo y afrontar el problema
de la evidencia em pírica adoptando así una perspectiva tam bién apli
cada y no sólo normativa.
Pero hay una segunda razón que hace significativo este segundo
paradigma. En él no sólo se presenta el concepto central de opinión
pública, como «evento socio-psicológico que se basa en el miedo al
aislamiento» de los individuos en su ámbito social y que los induce a
la conformidad y al silencio. También introduce otros elementos de

109 Nota de los traductores. La teoría de la tematización de N. Luhmann es sus


ceptible de ser ligada a la «agenda-setting», al interpretarse como efecto mediático
reductor de la complejidad del mercado político; para una reflexión en este sentido,
véase Sampedro (2000, pp. 96-100).
110 El título completo del libro de Noelle-Neumann es, de hecho: The Spiral of
Silence. Public Opinion. Our Social Skin.
Las teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 65
3-

decisiva importancia para la elaboración de un paradigm a teórico (y al


mismo tiempo operacionable) de las dinám icas de opinión en la socie
dad actual. En particular, me refiero a la noción de «clim a de opinión»
y a su articulación en el doble campo de las vivencias individuales y
de la palestra m ediática. Este concepto representa una contribución,
quizás aún más im portante que la propia teoría de la «espiral del si
lencio», para com prender el rol y el funcionamiento de la opinión p ú
blica en contextos sociales altamente m ediatizados y simbólicamente
complejos como los que vivimos.
De entre las dos corrientes clásicas en las que se puede dividir
etimológicamente el significado del término «opinión»: la corriente
cognitiva que la concibe de una forma de conocimiento o de juicio
más o menos fundado y que remite a Platón, y la escuela psico-social
que la interpreta como forma de atribuir reputación, apreciación y
consenso, introducido por Locke con la fa s h io n l a w u l , Noelle-Neu-
mann suscribe claram ente la segunda:

el individuo no vive sólo en el espacio interior donde piensa y siente. Su vida se


dirige al exterior. No sólo hacia las otras personas sino también hacia la colec
tividad como conjunto [ ...]. ¿Q ué es lo que «expone» el individuo y continua
mente le exige que se ocupe de la dimensión social a su alrededor? Es el miedo
al aislamiento, a falta de respeto e impopularidad; es la necesidad del consenso
[...]. Sobre estos elementos se puede construir una definición operativa de
opinión pública: opiniones sobre temas controvertidos que se pueden expresar
en público sin aislarnos (Noelle-Neumann, 1984, pp. 61-63 passim).

Bajo esta perspectiva, la opinión pública es un fenómeno relacio-


nal y social por excelencia, pero también conformista y consensual
por definición. Lo que cuenta, por decirlo así, en la manifestación de
opiniones no es su exactitud o validez sino su a d ecu a ció n socia l, ser
aceptados, ser apreciados, reconocerse en una comunidad gratifica
a los individuos y les induce a evitar el aislamiento. Según Noelle-
Neumann, la presión a la conformidad (y, por tanto, el temor a estar
en desacuerdo, en m inoría) actúa como un fuerte vínculo social que
obliga a los individuos discrepantes a dos únicas alternativas: «subir- 1

111 Locke (1690) indicó de tres tipos de leyes que gobiernan la sociedad: la ley
divina, la ley mundana {civil law) y una tercera ley definida como «ley de la virtud
y del vicio», «ley de la opinión o de la reputación» y también «ley de la costumbre»
(fashion law).
66 Giorgio Grossi

se al carro del ganador», aceptando com partir las orientaciones y las


elecciones dominantes, o callarse y encerrarse en el silencio para salvar
el propio self social.
Esta visión «p ro tecto ra» de las dinám icas de opinión, concep-
tualizada en el paradigm a de la «espiral del silencio» —que Noelle-
N eum ann ha utilizado para explicar la influencia de las dinám icas
de opinión sobre el com portam iento electo ral en A lem ania11213—
suscita muchas dudas relevantes sobre el rol y la im portancia de la
opinión pública en las sociedades dem ocráticas. Y no sólo porque
niega la centralidad de la discusión y del enfrentam iento público
como fundamento tanto de la dem ocracia «representativa» como
de la democracia «d elib erativ a». Sino, y sobre todo, porque no
asigna a la opinión p ú b lica algún rol político, social o cultural que
no sea el del m antenim iento del status quo, d el alineam iento a las
orientaciones m ayoritarias (reales o presum idas) y de la difusión de
un «control social» no im puesto desde arrib a, sino interiorizado y
reclam ado desde abajo por parte de cada individuo. Estamos en
tonces lejos, no sólo de la concepción em ancipadora de H aberm as,
sino también de la form ativa de Lippm ann e incluso de la selectiva
de Luhmann: conformism o, miedo al aislam iento y silencio parecen
un precio muy alto que p agar por la afiliación social y la integración
co lectiva11}.
Sin embargo, esta concepción se acompaña también con hipótesis
interpretativas y verificaciones empíricas —m ediante encuestas y son
deos de opinión— que aportan elementos de análisis y de reflexión
indiscutiblemente im portantes para una m ejor comprensión de las
dinám icas de opinión en nuestra sociedad, incluso con perspectivas y
orientaciones diferentes.

112 A partir de la campaña electoral de 1965 la socióloga alemana empezó a obser


var, en el último periodo antes de la elección, un desplazamiento imprevisto de las in
tenciones de voto (y luego del voto efectivo) en la dirección del partido que se preveía
ganador (efecto band-wagon). De hecho, a diferencia del equilibrio y la consistencia
de las intenciones de voto entre electores de la CDU y de la SPD expresadas en el año
anterior, al final de la campaña, la convinción de una victoria anunciada por parte de la
CDU había inducido a los electores del SPD a cambiar su voto en el último minuto.
113 En realidad Noelle-Neumann, en un breve capítulo, hace referencia también al
rol de las minorías (vanguardias, heréticos, outsiders) como agregaciones sociales no
afectadas por el «miedo al aislamiento» y, por tanto, en condiciones de contrariar la
opinión pública dominante y generar una «nueva» opinión. Sin embargo, esta intui
ción no tiene una respuesta adecuada en el libro y queda sin profundizar.
Ij ¡ s teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 67
3-

El prim ero y más importante de estos elementos interpretativos es


la noción de «clim a de opinión». Observando, en dos convocatorias
electorales en Alem ania (1965 y 1972) la evolución de las intenciones
Je voto y la previsión de resultado final —dos tendencias bastantes
divergentes— Noelle-Neumann evidencia, en la comparación entre
intenciones y comportamiento de voto, un desplazamiento de electo
res en el último momento desde el partido dado por perdedor al con
siderado como futuro ganador. Este movimiento produce el resultado
electoral en la dirección pronosticada, no por las intenciones de voto
sirio por las previsiones del resultado final. La razón de esta divergen
cia entre convicciones políticas y previsiones, está relacionada con el
clima político presente en la sociedad y con el desplazamiento final
de votos de un partido al otro, siendo la consecuencia del intento de
escapar de la «espiral del silencio».
Entonces, el clima de opinión no sólo importa porque favorece
manifestar opiniones coherentes con su tendencia (y obstaculizar a
quien se m ueve en el sentido contrario). Sobre todo configura una
especie de superdeterminación de la propia opinión pública, un se
gundo nivel cognitivo y simbólico que regula y orienta las opiniones
individuales. A unque los orígenes y las características de este clim a de
opinión no son, de hecho, explicitados ni conceptualizados por Noe
lle-Neumann, sin embargo, parece un protagonista am bivalente de las
dinámicas de opinión. Por un lado, se presenta como una coagulación
cognitiva y sim bólica que encarna la orientación de la opinión general
o mayoritaria en uña determinada sociedad y que m uchos perciben
como tal (de aquí su capacidad de ejercitar una presión a la confor
midad y reclam ar alineamiento). P or el otro, es un fenómeno móvil,
mudable, im previsible, más atribuible a la volatilidad de las opiniones
individuales y contingentes que a un sustrato común de actitudes y
valores enraizados en la sociedad114.
Curiosa, pero significativamente, en el curso de su análisis Noelle-
Neumann evidencia —con ocasión de las elecciones de 1976— una

114 Sin embargo, si el clima de opinión — o mejor dicho, el clima de opinión pri
mario, como se comprenderá ahora— representa la medida, el punto de referencia
compartido, el mainstream cognitivo y simbólico que luego puede generar el miedo al
aislamiento (y, en consecuencia, la «espiral del silencio») ¿cómo se explica su inesta
bilidad, su volatilidad si al mismo tiempo debe permanecer como un factor de estabi
lidad capaz de generar o producir, a su vez, aprobación/desaprobación, consenso/di
senso, integración/aislamiento?
68 Giorgio Grossi

com plejidad del rol del clim a de opinión, introduciendo la noción de


«clim a dual». Citando a Lippm ann, en relación al rol de los periodis
tas en la representación de la realidad, observa que:

[los electores en 1976] tuvieron dos visiones de la realidad, dos percepciones


del clima de opinión —una personal a través de observaciones de primera mano
y otra a través de los ojos de la televisión. Ha surgido así un fenómeno fascinan
te: un «clim a de opinión dual». (Noelle-Neumann, 19 8 4 , p. 161).

En 1976 el cambio de clim a de opinión que perjudicaba a la CDU


(constante caída del porcentaje de previsión de victoria electoral) no
encontraba confirmación en la disponibilidad de los electores a ma
nifestar en público su apoyo a uno u otro p a rtid o 113, pero resultaba
condicionado casi exclusivam ente por la cobertura periodística de los
m edios: «sólo quienes habían observado con m ás frecuencia la situa
ción través de los ojos de la televisión habían percibido el cambio de
clim a» (Noelle-Neumann, 1984, p. 161).
Por tanto, los medios constituyen una de las fuentes principales para
la activación de la opinión pública, no sólo porque brindan informacio
nes útiles para la formación de las opiniones, sino sobre todo porque
pueden construir un clima de opinión secundario o adicional respecto
al prim ario, socialmente percibido. Esta sería, más en general, una con
firmación empírica del poder de influencia de los medios: aquello que
presentan como relevante, importante y positivo, acaba imponiéndose
como una segunda forma de conformidad social, a veces incluso en con
traposición con la percepción primaria de las orientaciones colectivas.
Se puede así suponer que la relación entre «clim as de opinión»
y opinión pública sea equivalente —en el plano cognitivo y simbóli
co— a la existente entre estructura social e individuos. La presión por
la conformidad y la integración del clima de opinión (o de la sociedad
en general) no sólo genera en los ciudadanos el m iedo al aislamiento,
sino que produce también la voluntad de com partir, de participar a
través del reconocimiento (real o presumido) de una dirección cog-15

115 De hecho, a diferencia de las elecciones anteriores, los potenciales electo


socialdemócratas (SPD) se mostraban menos comprometidos públicamente —a pesar
del clima favorable— a expresar en público sus posiciones respecto a los electores
democristianos (CDU), poniendo así en crisis el paradigma de la «espiral del silencio»
que postula por el silencio para quien se sienta en minoría (Noelle-Neumann, 1984,
pp. 159-60).
FLACSO-Biblioteca

las teorías de la opinion pública: modelos y paradigmas 69

nitiva y de una orientación m ayoritaria que como tal resulta positiva,


atractiva y digna de aprobación116.
El paradigma de la «espiral del silencio» aporta una importante
contribución a la teoría de la opinión pública. No sólo por su perspec
tiva teòrico-empirica, que permite analizar en concreto las dinámicas
¿e la opinión pública en una sociedad como la nuestra, caracteriza
da por el uso cada vez más frecuente de los sistemas de revelación de
las opiniones, y por la penetrante difusión de los medios y de las pa
lestras simbólicas mediadas. Sino también porque evidencia —en tér
minos relaciónales— los vínculos sociales que condicionan las opinio
nes como actitudes expresadas en público. Conformismo, necesidad
de aprobación pero también «categorización» y «atajos cognitivos»
—por utilizar una terminología psico-social— son componentes impor
tantes de las dinámicas de opinión que no deben ser ni subestimados ni
considerados residuales. Con mayor razón si eso ocurre en un contexto
de extrema complejidad social como en el que nos encontramos, y en el
que junto a la esfera pública tradicional existe una «publicidad mediada»
cada vez más difusa y penetrante. Sentido común y orientaciones colec
tivas enraizadas se encuentran así para convivir (y enfrentarse) con otros
«climas de opinión» construidos, cada vez más, de manera sectorial117.

IRVING CRESPI: EL PROCESO TRIDIMENSIONAL


DE LA OPINIÓN PÚBLICA
El último paradigm a o modelo de opinión pública que presentamos,
está extraído de un libro reciente del experto y estudioso estadouni-

116 Es más, como concluye Noelle-Neumann, la contribución de los medios a la


formación de este «clima de opinión dual» no es solo a través del fratningy del encua
dre de los eventos y fenómenos a fin de determinar su «significado», sino también
para el cumplimento de una verdadera función de articulación discursiva. Quien no en
cuentra representado su punto de vista en los medios resulta desarmado: «los medios
suministran a las personas las palabras y las frases que pueden utilizar para defender
un punto de vista. Si la gente no encuentra expresiones comunes, continuamente re-
petidas para su propio punto de vista, cae en el silencio, se vuelve de hecho muda»
(Noelle-Neumann, 1984, p. 173).
117 Nota de los traductores. La espiral del silencio de Noelle-Neumann ha recibido
también numerosas críticas; para una aproximación critica, véase Sampedro (2000,
pp. 100-107). Un modelo alternativo, de mayor calado analítico es el de la «mentira
prudente» de Timur Kuran, resumido en Sampedro (2000, pp. 142-152) y que ha sido
examinado empíricamente en recientes procesos políticos de España de gran trascen
dencia (Sampedro, 2005).
70 G iorgio Grossi

dense, Irving Crespi, famoso por su experiencia en el cam po de los


sondeos y del análisis de la opinion pública118. Se trata de una con
tribución interesante por dos razones. En primer lugar, resume y
sintetiza —incluso en clave teòrico-analitica— una larga tradición de
orientaciones en el estudio de la opinión pública típica de la tradi
ción norteamericana, al mismo tiempo interaccionista, funcionalista y
pragm ática119. En segundo lugar, enfrenta los problemas de la opinión
pública en términos abiertamente operativos y operacionables, expü-
citando —aún más que Noelle-Neumann— la relación entre la teoría
de la opinión pública y el análisis de las dinámicas de opinión, entre
paradigmas teóricos y problemas em píricos.
Además presenta, cosa poco frecuente entre los expertos y aseso
res en el sector de los sondeos demoscópicos, un modelo articulado y
coherente de opinión pública que puede ejemplificar, durante el final
del siglo XX, el nivel de complejidad alcanzado en los análisis sobre las
dinámicas de opinión.
El paradigm a de Crespi —que intenta elaborar un esquem a teóri
co que tenga en cuenta los problemas y los vínculos de la investigación
empírica, presentados durante casi sesenta años— se puede resumir
(y subdividir) en tres fases o niveles: las presuposiciones y el bagaje
teórico, el modelo y las consecuencias que derivan de todo ello.
En relación a las presuposiciones, C respi evidencia tres conceptos
fundamentales que se sitúan en la base de su concepción teòrico-em
pirica:
1. La opinión pública es un proceso y no un estado de acuerdo que
se registra en ün determinado momento, con investigaciones
de campo;
2. Dicho proceso es multidimensional y no unidim ensional; es
decir, com prende tanto las opiniones individuales como los
juicios colectivos, tanto el nivel social como tam bién institu
cional;
3. La opinión pública tiene origen en una situación de desacuer
do y de conflicto sobre temas de interés público, pero no se
fundamenta en la idea de control social, en la consolidación de

118 Crespi, The public opinion process: how the people speak, Mahawah-London
1997.
119 Véase, entre otros, las referencias a Cooley (1918), Mead (1934) y Blumer
(1939,1948).
Las teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 71
3.
la conformidad; aunque semejante fenómeno pueda ser un re
sultado de dicho proceso.

Desde este conjunto de presupuestos podemos inferir la supera


ción de algunos problemas o contradicciones con los cuales el análisis
empírico se enfrentó desde los años 30 (Allport 1937): la contraposi
ción entre opinión pública como suma de las opiniones individuales o
como entidad superior; el problem a de la coherencia o incoherencia,
de la estabilidad o volubilidad de las dinámicas de opinión; la pers
pectiva causal o conductista de ciertas interpretaciones unidimensio
nales de las lógicas de opinión; el problema del con sen so-disen so en
relación al rol social de la propia opinión pública.
El punto de vista program ático de Crespi sobre la opinión públi
ca como proceso —relación entre muchos elementos y la dinámica
temporal— tiene en prim er lugar tres consecuencias principales. Se
redefine el espacio de acción y de construcción de la opinión pública
como ámbito a l m ism o tie m p o privado, social y político-institucional,
caracterizado por interacciones e interdependencias recíprocas. No
se concede una primacía, una capacidad de sobredeterminación a
ninguno de los tres ámbitos (por tanto ni rol crítico, ni función de
control de la opinión pública). Y se reduce, por así decirlo, el campo
de intervención de la opinión pública sólo a los issue controvertidos,
aludiendo con eso a un predom inante rol de p r o b le m so lv in g o a una
función «deliberativa» de la propia opinión pública.
A la luz de estas premisas Crespi presenta su modelo de opinión
pública como sistema interactivo tridimensional;
la opinión pública en relación a determinados temas surge, se expresa y declina
como parte de un proceso tridim ensional [...]. Junto a cada dimensión hay
un correspondiente sub-proceso: a) las transacciones entre los individuos y su
ambiente; b) las comunicaciones entre los individuos y la colectividad que los
agrupa, y c) la legitimación política de la fuerza colectiva emergente (Crespi,
1997, p. 1).

En este paradigma la dinám ica de la opinión parece un proceso


con muchas etapas (Davison 1958), que remite casi al «ciclo de vida
de los tem as» descrito por otros autores120: el surgimiento de un tema
público, el rol del liderazgo para obtener atención, el nacimiento de

120 Véase Downs (1972) y Luhmann (1978).


un debate público, la continua interacción de opiniones individuales
(que lleva tam bién al enfrentamiento y conocimiento de las opinio
nes de los demás y que puede así generar un cambio) y al fin, la desa
parición del tem a en el sentido colectivo. A cada nivel del proceso
evidencia Crespi, se desarrollan interacciones multidimensionales de
elementos psicológicos, sociológicos y políticos, cuyo resultado es un
flu jo co n tin u o , en el cual «el equilibrio de opiniones individuales y la
fusión de opiniones se mueve de acá para allá, un flujo en el cual la
relevancia y la im portancia de los distintos temas cambia continua
mente» (Crespi, 1997, p. 6).
Por tanto, la opinión pública no es una entidad colectiva superior
que nace de abajo, ni el producto heterodirigido por una elite, sino
un proceso transaccional, comunicativo y legitimante que se expresa
a través de organizaciones sociales, informales o formales y que las
obliga a actuar m .
Junto a una concepción organicista (y funcionalista) de la opinión
pública, destacan referencias im portantes a los procesos de activación
de las dinámicas de opinión en clave psicológica, interaccionista y co
municativo-discursiva. Lo que cuenta no es la orientación o la tenden
cia registrada en un momento dado (mediante encuestas o sondeos)
sino el modo por el cual semejante orientación se forma — de manera
procesual— durante un tiempo y establece relaciones de interacción
y legitimación con el propio sistema político. La opinión pública se
concibe como w o rk in p ro gress de la democracia, como fenómeno ca-
leidoscópico en continua evolución.
La aplicación de este paradigm a procesual de opinión pública
comporta unas consecuencias relevantes en el campo del análisis y
de la investigación empírica. En prim er lugar, es necesario aceptar
la idea de que los juicios del público pueden cambiar y de hecho
cambian con el paso del tiempo. A sí que «nunca es correcto afirmar
que cuando un juicio ha sido formulado es inmutable» (Crespi, 1997,
p. 164). El problem a consiste en explicar por qué cambian las opiniones
individuales, no en maravillarse de por qué cambian121122. En segundo

121 «El proceso de la opinión pública es el incentivo de actividades organizadas


y no un actor en sí [...]. La expresión de una energía social que integra a los actores
individuales dentro de las agregaciones sociales según modalidades que influyen en la
política» (Crespi, 1997, p. 10).
122 La referencia de Crespi es el trabajo pionero de Cantril (1944).
3.
teorías de la opinión pública: modelos y paradigmas 73

jugar, hay siempre que poner en relación las dimensiones colectivas y


de legitimación de la opinión pública con la dimensión individual. Es
necesario pues abandonar la perspectiva convencional sobre los efec
tos causales y «centrarse en cómo los individuos toman conciencia de
las opiniones de los demás y acaban reconociendo como propias unas
opiniones individuales fusionadas en una fuerza colectiva» (Crespi,
1997, p. 165).
Sin embargo, no es suficiente reconocerle a la opinión pública sus
características de proceso transac.cional y comunicativo, si no se defi
ne también el tip o d e leg itim a ció n que tal proceso desempeña respecto
a la vida política y al gobierno. El proceso de legitim ación —fuera de
los regímenes abiertamente despóticos y tiránicos— puede asumir dos
perspectivas contrapuestas: «la presuposición de que los gobernantes
gobiernen mediante el consenso activo y la voluntad de los goberna
dos versus la posición de que lo que cuenta es la aquiescencia de la
gente» (Crespi, 1997, p. 96).
Por tanto, si por un lad o el proceso de opinión pública está le
gitimado por la propia id e a de dem ocracia — de m anera que la se
gunda no puede existir sin la prim era— , por el otro se han afirmado
dos m aneras distintas de entender la forma de legitim ación expre
sada por la opinión p ú b lica. El punto de vista elitista, que asigna a
la opinión un rol sim bólico aunque pasivo, de m era delegación y
aquiescencia, y el populista que se basa en cam bio en la participa
ción directa (activa y cualificada) de la población en las decisiones
de gobierno.
Sin embargo, la aceptación de este princip io general discrepa
con la visión (y concepción) del rol de los ciudadanos en las dos
tradiciones elitista y po pulista. En el prim er caso, la legitim ación
de la opinión pública p arece un proceso ex p o s t : son las elites o los
expertos quienes debaten, se enfrentan y tom an las decisiones en
virtud del interés com ún, siendo los únicos en tener las capacidades
necesarias. En cam bio, la segunda perspectiva asigna a la opinión
pública un rol y una im portancia legitim antes que se manifiestan
ex a n te respecto a la decisión política. La confianza en la sabiduría
popular, en la fuerza m oral de la colectividad, lleva a los populistas
no sólo a dudar de los expertos, de las elites que pretenden susti
tuir a toda la com unidad sino también a reclam ar una ampliación
continua de las fuentes de com unicación a disposición de los ciuda
danos (para desarrollar sus competencias) y consolidar los flujos de
comunicación entre gobernados y gobernantes, entre ciudadanos y
74 Giorgio Grossi

representantes electos (y así garantizar dem ocráticam ente las deci


siones del go b iern o )123.
En definitiva, el modelo procesual de Crespi arroja luz sobre todo
en la relación que existe entre las dimensiones colectivas y legitiman
tes de la opinión pública y sus componentes individuales. Al mismo
tiempo propone un punto de vista metodológico en el estudio de la
opinión pública, que se aparta de la perspectiva dem asiado unilateral
que prefiere sólo encuestas y sondeos como únicas herram ientas vá
lidas para m edir las dinámicas de opinión. Según- Crespi, no sólo es
importante la «legitim ación» que deriva de la conclusión del proceso
de opinión pública (o sea el elem ento fundamental del sistema demo
crático), sino también la identificación de las «reg las» de legitimación
que, digam os, hacen posibles la fo r m a c ió n in tera ctiva de las opiniones
individuales-colectivas y su recíproca conciencia.
Por eso, es necesario identificar técnicas de análisis para medir:

el nivel de aceptación o de rechazo de puntos de vista alternativos como is-


sues legítimos del debate político; las formas de expresión de las opiniones
individuales y colectivas que se consideran políticamente legítimas por issues
específicos; quien se considera legítimamente investido para participar y quizás
incluso guiar el proceso decisorio sobre determinados issues. La historia de la
opinión pública sobre issues como la segregación racial, el aborto, el control de
las armas, Vietnam ... no se puede comprender si nuestra atención se centra
en las opiniones individuales con la excepción de estos issues de legitimación
(Crespi, 19 97, p. 165).

En conclusión, el paradigm a llega a ser de esta m anera un pro


grama de investigación, el intento de encontrar nuevas bases para el
estudio de la opinión pública, capaces de armonizar el modelo teórico
con los problem as m etodológicos de la observación de cam po124.

123 También de aquí nace y se fortalece el rol de los sondeos como herramienta
democrática de monitorización de las dinámicas de la opinión: «nosotros tenemos que
escuchar lo que la gente tiene que decir, porque la opinión pública puede ser útil a la
democracia sólo si puede ser escuchada» (Gallup y Rae, 1968, p. 15).
124 Ejemplos de dos excelentes modelos con parsimonia teórica, sustento empírico
y solidez metodológica, son aportados por William Gamson y John Zaller. Se aplican,
respectivamente, a cómo los ciudadanos determinan sus respuestas a las encuestas y
cómo despliegan sus recursos discursivos a partir de la información mediática domi
nante. Estos autores cubren así la dimensión agregada y la dimensión discursiva de la
opinión pública. Para una revisión de estos autores y sus obras más señaladas, véase
Sampedro (2000, pp. 131-140).

También podría gustarte