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SIETE PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA CATÓLICA

CHRISTOPHER KACZOR
Jesús salvó a la mujer adúltera de la lapidación, compartió la mesa con los
recaudadores de impuestos y prostitutas, habló con la mujer samaritana en el
pozo y curó a enfermos y pecadores. Prometió los castigos más severos a
quienes fueran indiferentes a las dificultades de los pobres:
"Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el
demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer;
tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y
no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron". Éstos, a su vez, le
preguntarán: "Señor, ¿cuando te vimos hambriento o sediento, de paso o
desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?" Él les responderá: "Les
aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos,
tampoco lo hicieron conmigo". Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida
eterna". (Mt 25, 41-45)
En el transcurso de las décadas los cristianos han intentado tomarse a pecho el
ejemplo y las palabras de Jesús, como así también vivirlas en entornos sociales
muy diferentes a los de la Palestina antigua. La doctrina social de la Iglesia es el
resultado de este esfuerzo.
Algunas de las enseñanzas de la Iglesia católica son muy claras y relativamente
fáciles de articular. Creemos en Dios. Creemos en Jesús, verdadero Dios y
verdadero Hombre. Creemos en siete sacramentos y en la infalibilidad del Papa.
Por otro lado, la doctrina social de la Iglesia es difícil de resumir con tanta claridad.
Los católicos de buena voluntad no están de acuerdo con el significado de la
doctrina social de la Iglesia y especialmente con la forma de aplicarla en una
situación determinada. Además, se están elaborado doctrinas en diversas
cuestiones sociales, tal como podemos observar en los escritos de diversos
pontífices, desde la carta del pensamiento social católico Rerum Novarum del
Papa León XIII, a través de Pacem in Terris del Beato Papa Juan XXIII y del
Centesimus Annus del Papa Juan Pablo II, hasta la segunda parte de Deus
Caritas Est del Papa Benedicto XVI. La doctrina social de la Iglesia es compleja y
está vinculada al cambio de las condiciones sociales y a la profundización del
entendimiento tanto del trabajo de Dios en la historia como de los principios éticos.
Sin embargo, esta complejidad puede resumirse en forma imperfecta en siete
principios claves.
I. Respetar la persona humana
Los cimientos del pensamiento social católico son el adecuado entendimiento y
valor de la persona humana. En palabras del Papa Juan Pablo II, los cimientos de
la enseñanza social católica son "la correcta concepción de la persona humana y
de su valor único, porque «el hombre... en la tierra es la sola criatura que Dios ha
querido por sí misma». En él ha impreso su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26),
confiriéndole una dignidad incomparable" (Centesimus Annus 11). En un sentido,
las enseñanzas sociales de la Iglesia articulan las implicaciones éticas de un
adecuado entendimiento de la dignidad de la persona.
Los papas adoptaron el concepto de "derechos humanos" para comunicar que
todos y cada uno de los seres humanos, como hijos de Dios, tienen ciertas
inmunidades contra el daño que puedan infligirnos otras personas y merecen
ciertos tipos de tratamiento. En particular, la Iglesia ha sido contundente en la
defensa del derecho a la vida de todos los seres humanos inocentes desde su
concepción hasta la muerte natural. La oposición al aborto y a la eutanasia
forman los cimientos necesarios para respetar la dignidad humana en otras áreas
tales como la educación, la pobreza y la inmigración.
En base a este derecho fundamental a la vida, los seres humanos también gozan
de otros derechos. En este sentido, la Iglesia se une al coro de otras voces que
proclaman la dignidad de la persona y los derechos fundamentales del hombre.
Sin embargo, este consenso aparente oculta desacuerdos muy graves acerca de
la naturaleza y el alcance de estos derechos. Una de las áreas más
controvertidas en la cultura de nuestros días es el entendimiento de la familia.
II. Promover la familia
La persona humana no es simplemente un individuo, sino que también es
miembro de una comunidad. Si no reconocemos el aspecto comunitario caemos
en un individualismo radical. Un entendimiento íntegro de la persona considera los
aspectos sociales del individuo. La primera consideración social, en orden e
importancia, es la familia, la cual es la unidad básica de la sociedad y es anterior y
en cierto sentido supera a las demás sociedades en una comunidad. La doctrina
social de la Iglesia pone acento en la importancia de la familia, en particular en la
importancia de promover matrimonios estables que acojan y eduquen a los niños.
La red social más amplia juega un rol importante en la promoción de la familia. En
especial, la Iglesia habló de un "salario familiar" en virtud del cual un único sostén
de la familia pueda mantener a su esposa y a sus hijos. Las condiciones sociales
contribuyen ya sea a la estabilización o a la desestabilización de las estructuras
familiares. Entre las condiciones sociales que las desestabilizan, podemos
encontrar las jornadas de trabajo obligatorias e irracionalmente extensas, una
"cultura social" tóxica que denigra la fidelidad, la disolución legal de la definición
del matrimonio entre un hombre y una mujer y el cobro excesivo de impuestos.

III. Proteger los derechos patrimoniales


La doctrina social de la Iglesia desde la Rerum Novarum (1891) del Papa León XIII
hasta la encíclica Centesimus Annus (1991) del Papa Juan Pablo II ha defendido
el derecho a la propiedad privada contra la afirmación de que el estado debería
ser el dueño de todas las cosas. Aún mucho antes, Santo Tomás de Aquino,
cuyos escritos son de central importancia para comprender los cimientos de la
doctrina social de la Iglesia, dio tres motivos por los que la propiedad privada
es esencial para la prosperidad humana:

Primero, porque cada uno es más solícito en gestionar aquello que con
exclusividad le pertenece que lo que es común a todos o a muchos, puesto
que cada cual, huyendo del trabajo, deja a otros el cuidado de lo que conviene al
bien común, como sucede cuando hay multitud de servidores; segundo, porque
se administran más ordenadamente las cosas humanas si a cada uno le
incumbe el cuidado de sus propios intereses; sin embargo, reinaría confusión
si cada cual se cuidara de todo indistintamente; tercero, porque así el estado de
paz entre los hombres se mantiene si cada uno está contento con lo suyo.
De ahí que veamos que entre aquellos que en común y pro indiviso poseen alguna
cosa se suscitan más frecuentemente contiendas (Summa Theologiae II.II.66.2)
Además de estos motivos, la propiedad privada también ayuda a garantizar la
libertad humana. La capacidad de una persona de actuar libremente se ve
sumamente obstaculizada si no se le permite ser dueño de algo. En efecto, sin
posesiones de ningún tipo, una persona puede quedar reducida a un tipo de
esclavitud en la que la mano de obra no se retribuye y en la que si hablara en
contra del ejercicio del poder del estado quería expuesta a una enorme situación
de riesgo.
El derecho a la propiedad privada, sin embargo, no es incondicional. ¿Puede
una persona tomar lo que es legítimamente de otro para asegurarse la
supervivencia? Este interrogante se formula de un modo artístico en Los
Miserables. Cuando Jean Valjean roba pan para alimentar a su familia hambrienta,
¿merece un castigo? La respuesta de Santo Tomás es no. En aquellos casos en
que no existe otra forma de asegurarse las necesidades básicas para
sobrevivir, tomar algo de otras personas que lo tienen en abundancia no
está mal porque estas necesidades básicas le corresponden como seres
humanos.
Por cierto, Santo Tomás habla de cosas que "necesitamos" y no de cosas que
"quisiéramos tener". En este caso se trata de situaciones de hambruna o
desastre, en las que las vidas de las personas están en riesgo por no contar con
sus necesidades básicas, tales como comida, refugio o vestimenta. Estas
necesidades no incluyen DVD, CD o televisores, no importa cuán grande sea
nuestro deseo de tenerlos. Además, esa reasignación debería ser un último
recurso. Uno no puede tomar algo para suplir sus necesidades básicas si lo
puede obtener a través de su trabajo o de la ayuda voluntaria de otros, ya
sean autoridades gubernamentales o instituciones de caridad.
La doctrina social de la Iglesia también destaca que la propiedad privada puede
convertirse en ídolo, que lleva a las personas a evaluar el objetivo y el significado
de la vida humana simplemente en función de los dólares. El derecho a la
propiedad privada también conlleva responsabilidades, en particular la
responsabilidad de cuidar y promover el bien común.

IV. Trabajar para el bien común.


El Papa Juan XXIII definió el bien común como "el conjunto de aquellas
condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus
miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección" (Pacem in Terri
55). Este bien es común porque sólo juntos como comunidad, y no simplemente
como individuos aislados, es posible que disfrutemos, alcancemos y propaguemos
este bien. Todas las personas están obligadas a trabajar en pos de hacer que el
bien común sea una realidad cada vez más importante.
Algunas veces se malinterpreta que el bien común implica tan sólo los deseos o
intereses comunes de la multitud. Sin embargo, el bien común, tal como lo
observa el Papa Juan Pablo II, "no es la simple suma de los intereses particulares,
sino que implica su valoración y armonización, hecha según una equilibrada
jerarquía de valores y, en última instancia, según una exacta comprensión de la
dignidad y de los derechos de la persona" (Centesimus Annus 47). El bien común,
en otras palabras, no es simplemente lo que las personas querrían, sino lo que
sería auténticamente bueno para las personas, las condiciones sociales que
permitan la prosperidad del hombre.
Los cimientos del pensamiento social católico son el adecuado entendimiento y
valor de la persona humana.
La prosperidad humana es multifacética porque el ser humano como tal tiene
muchas dimensiones. La perfección humana incluye una dimensión física de la
salud y el bienestar psicológico. Si un país no tiene suficiente agua potable para
tomar, alimentos nutritivos y un entorno relativamente libre de toxinas, los seres
humanos no podrán alcanzar la plenitud de su potencial. Además, la prosperidad
humana tiene una dimensión intelectual con la que pueden colaborar o bien que
puede verse dificultada por las oportunidades educativas o la ausencia de ellas.
Finalmente, cada uno de nosotros carga con una dimensión ética o moral que se
verá frustrada si no evitamos los vicios y si no cultivamos la virtud. El bien común
incluye todos estos elementos. La pérdida de cualquiera de ellos puede
obstaculizar nuestra búsqueda de la perfección. Sin embargo, el bien común, con
la importancia que tiene, no es el bien mayor. La realización última de cada ser
humano sólo puede encontrarse en Dios, pero el bien común ayuda a que los
grupos y personas alcancen este bien último. Así, si las condiciones sociales son
tales que dificultan o cohíben la capacidad de las personas de amar a Dios y al
prójimo, entonces el bien común no alcanzará su realización.
La participación y la solidaridad son otros dos principios fundamentales del
pensamiento social de la Iglesia.
La participación se define en el reciente Compendio de la doctrina social de la
Iglesia como cuando cada "ciudadano, como individuo o asociado a otros,
directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida
cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La
participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo
responsable y con vistas al bien común." (189)
La solidaridad, un tema frecuente abordado especialmente en los escritos del
Papa Juan Pablo II, es más que un sentimiento superficial por los males de tantas
personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y
perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y
cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos.
(Sollicitudo Rei Socialis 38)

V. Observar el principio de subsidiariedad


Algunos pensadores cristianos conciben que el estado o gobierno fue establecido
simplemente para reprimir tanto a los deseos malos como a las personas malas.
En el pensamiento católico, el gobierno también tiene un rol más positivo que
consiste en ayudar a garantizar el bien común. El Papa Juan Pablo II lo dijo del
siguiente modo:
Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como
son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar
asegurada por los simples mecanismos de mercado. Así como en tiempos del
viejo capitalismo el Estado tenía el deber de defender los derechos fundamentales
del trabajo, así ahora con el nuevo capitalismo el Estado y la sociedad tienen el
deber de defender los bienes colectivos que, entre otras cosas, constituyen el
único marco dentro del cual es posible para cada uno conseguir legítimamente sus
fines individuales. (Centesimus Annus 40)
El gobierno tiene que hacerse cargo de muchas funciones necesarias e
indispensables, de roles que no pueden cumplir las personas por sí solas ni aún a
través de grupos más pequeños en la sociedad. Sin embargo, los estados y los
gobiernos muchas veces superan su rol legítimo y violan los derechos de los
individuos y grupos de la sociedad para dominarlos más que servirlos. Para
combatir esta tendencia, el pensamiento social católico pone énfasis en el
principio de subsidiariedad. Los no católicos también han descubierto este
principio. Abraham Lincoln escribió: "El objeto legítimo del Estado es hacer para el
pueblo lo que éste precisa que se haga, pero que no puede hacer por sí mismo o
bien que no puede hacerlo tan bien como lo haría el Estado, en sus capacidades
separadas e individuales".
El Estado debería ser lo más pequeño posible, pero tan grande como sea
necesario para cumplir con lo que deba cumplirse que no pueda cumplirse de otro
modo. La defensa nacional, la cooperación interestatal y los tratados con otras
naciones son ejemplos evidentes de asuntos abordados adecuadamente por un
gobierno federal. La administración del sistema de justicia penal es otro ejemplo
de un tema que correctamente corresponde al Estado. Por otro lado, el Estado no
debería intervenir para intentar aliviar todos los problemas. Un Estado de
bienestar o Estado "niñera" ("nanny state"), que ofrezca seguridad "desde la cuna
hasta la sepultura" o que intente satisfacer todas las necesidades humanas, hace
que éste exceda su propio alcance y viola el principio de subsidiariedad. El Papa
Juan Pablo II explicó lo siguiente:
Deficiencias y abusos del Estado de asistencia social [o el Estado del bienestar]
derivan de una inadecuada comprensión de los deberes propios del Estado. En
este ámbito también debe ser respetado el principio de subsidiariedad. Una
estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo
social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe
sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los
demás componentes sociales, con miras al bien común. (Centesimus Annus 48)
Este exceso en el alcance del Estado lleva a situaciones que no sólo son
ineficientes sino también perjudiciales para el bienestar humano:
Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado
asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de
los aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas más que por la
preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos.
Efectivamente, parece que conoce mejor las necesidades y logra satisfacerlas de
modo más adecuado quien está próximo a ellas o quien está cerca del necesitado.
(Centesimus Annus 48)
¿Cuándo debe intervenir el Estado y cuándo la autoridad gubernamental debe
abstenerse de intervenir? Es difícil encontrar una respuesta a estas preguntas sin
estar inmersos en una situación concreta, dado que depende de los criterios
prudentes que emanen de situaciones particulares. Las personas de buena
voluntad, inclusive los católicos que intentan poner en práctica la doctrina social de
la Iglesia, pueden estar legítimamente en desacuerdo respecto de si se justifica
una determinada ley o intervención gubernamental para aliviar un problema social.
Muchos interrogantes sociales, tales como "¿Debería ofrecerse un beneficio de
bienestar social a las personas en esta situación particular?", no admiten una
respuesta que pudiera ser vinculante para todos los católicos. Sin embargo, todos
los católicos están obligados a trabajar para encontrar una solución a los
problemas sociales contemporáneos a la luz del Evangelio y su mejor sabiduría
práctica.

VI. Respetar el trabajo y al trabajador


Según el Génesis, Dios no sólo crea al hombre, sino que también lo hace trabajar
para que les ponga nombre a los animales y cuide el jardín. Es evidente que Dios
no le dio a Adán esta tarea porque estaba muy cansado como para terminar el
trabajo. Por el contrario, el trabajo humano no sólo participa en el cuidado creativo
y providencial de Dios del universo sino que también lo refleja. Incluso antes de la
caída, el hombre fue creado para cultivar y mantener el Jardín del Edén, para
imitar el trabajo de Dios en la creación a través del trabajo humano. Luego de la
caída, el trabajo algunas veces se convierte en una tarea ardua, pero continúa
siendo parte de la vocación del hombre que viene de Dios. Un trabajo honesto
puede santificarse, ofrecerse a Dios y volverse sagrado a través de las intenciones
del trabajador y la excelencia del trabajo realizado.

El Estado debería ser lo más pequeño posible, pero tan grande como sea
necesario para cumplir con lo que deba cumplirse que no pueda cumplirse de otro
modo.
Además, los trabajadores no son meros obreros o simples medios para la
producción de capital en favor de sus dueños, sino que deben ser respetados y se
les debe dar la oportunidad de crear sindicatos para asegurarse colectivamente el
pago de un salario justo. En el pensamiento católico, el derecho de asociación es
un derecho natural del ser humano que en consecuencia antecede a su
incorporación en la sociedad política. De hecho, "el Estado no puede prohibir" la
formación de sindicatos, porque tal como lo indica el Papa Juan Pablo II, "el
Estado debe tutelar los derechos naturales, no destruirlos. Prohibiendo tales
asociaciones, se contradiría a sí mismo" (Centesimus Annus 7). La Iglesia jugó un
papel decisivo en ayudar a los trabajadores para que formaran sindicatos con el fin
de combatir los excesos de la industrialización.

VII. Buscar paz y ocuparse de los pobres.


Paz significa mucho más que la ausencia de un conflicto violento. Paz es
"tranquilidad del orden", tomando la frase de San Agustín. La guerra entre las
naciones puede ser necesaria algunas veces, pero solamente para restaurar la
paz. La Iglesia Católica, desde al menos los tiempos de San Agustín, avaló la
"teoría de la guerra justa". El pacifismo rechaza rotundamente la declaración de
guerra por ser moralmente mala por diversos motivos, algunos de ellos seculares
(la violencia engendra violencia) y algunos otros religiosos (Jesús actuó sin
violencia). El realismo, en el contexto de la ética de guerra, sostiene que la guerra
no tiene ningún tipo de regla aparte de, tal vez, la ley del más fuerte. La teoría de
la guerra justa es una media entre el pacifismo y el realismo, una media que la
mayoría de los estados contemporáneos han adoptado explícitamente y a la que
han recurrido. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, los criterios para la
guerra justa incluyen los siguientes:

que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones


sea duradero, grave y cierto; que todos los demás medios para poner fin a la
agresión hayan resultado impracticables o ineficaces; que se reúnan las
condiciones serias de éxito; que el empleo de las armas no entrañe males y
desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los
medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la
apreciación de esta condición. Estos son los elementos tradicionales enumerados
en la doctrina llamada de la "guerra justa". La apreciación de estas condiciones de
legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien
común. (CIC 2309)
Recientemente se ha tratado el tema sobre si la guerra "preventiva", una guerra
iniciada para prevenir un ataque, podría justificarse en virtud de la enseñanza
tradicional sobre la guerra justa. Otros cuestionan, dada la tecnología
contemporánea, si una guerra justa es acaso posible.
Sin perjuicio de estos interrogantes, el hecho continúa siendo que la paz implica
un orden justo de la sociedad. Este orden justo de la sociedad también incluye una
preocupación por los pobres. Para alcanzar el orden justo de la sociedad no sólo
se requieren los efectos directos o indirectos de las acciones individuales, sino
también políticas sociales prudentes, es decir, políticas sociales que deben tener
en cuenta el efecto probable en los pobres.
Sin embargo, en el corazón de la doctrina social de la Iglesia hay algo simple y
noble: un esfuerzo por hacer que las acciones y palabras de Jesús sean reales
también en nuestros días con el objeto de transformar y elevar la vida social en
todas las personas a luz del Evangelio.
Tal como se indica, la doctrina social de la Iglesia no versa exactamente sobre
cómo debería hacerse esto en cada sociedad. Podría ser que se necesita acción
social agresiva a través de la intervención de la política gubernamental. Podría ser
que deberían existir iniciativas privadas y voluntarias de grupos religiosos (tales
como San Vicente de Paul) y grupos seculares (tales como United Way). Podría
ser que las empresas deberían estar obligadas por ley o que deberían adoptar
voluntariamente políticas que asistan a los pobres. Podría ser que las familias y
particulares deberían asumir la responsabilidad. Lo más probable es que se
necesite una combinación de iniciativas gubernamentales, sociales, religiosas e
individuales. No siempre veremos con claridad en cada situación aquello que
precisamente ayudará a los pobres (y a la sociedad en general), pero todos los
católicos tenemos la obligación de pensar seriamente y de actuar deliberadamente
para ayudar a los que sufren a nuestro alrededor y en todo el mundo.

Estos siete principios - respeto por la persona humana, promoción de la familia, el


derecho de las personas a la propiedad privada, el bien común, la subsidiaridad, la
dignidad del trabajo y de los trabajadores y la búsqueda de la paz y la
preocupación por los pobres - resumen algunos de los puntos básicos de la
doctrina social de la Iglesia desde León XIII hasta Benedicto XVI. Sin embargo, en
el corazón de la doctrina social de la Iglesia hay algo simple y noble: un esfuerzo
por hacer que las acciones y palabras de Jesús sean reales también en nuestros
días con el objeto de transformar y elevar la vida social en todas las personas a
luz del Evangelio.

La Madre Teresa y Dorothy Day sobre la justicia social

Ricos en pobreza

Como ese otro hombre a quien recogimos del desagüe, medio comido por
gusanos, y al que llevamos a casa. Lo único que dijo fue: "he vivido como un
animal en la calle, pero voy a morir como un ángel, amado y cuidado". Después,
tras haberle quitado todos los gusanos del cuerpo, se limitó a decir, con una gran
sonrisa: "Hermana, iré a la casa de Dios", y luego murió. Fue tan maravilloso ver
la grandeza de aquel hombre que podía hablar así sin culpar a nadie, sin
compararse con nadie. Como un ángel, esta es la grandeza de las personas que
tienen riqueza espiritual aún cuando padecen pobreza material.

No somos trabajadoras sociales. Es posible que estemos haciendo trabajo social a


los ojos de algunas personas, pero debemos ser contemplativas en el corazón del
mundo, ya que debemos acercar la presencia de Dios a sus familias, porque la
familia que reza unida, permanece unida. Hay tanto odio, tanta miseria y nosotros
empezamos en casa con nuestra oración, con nuestro sacrificio. El amor empieza
en casa y no es tanto cuánto hacemos, sino cuánto amor ponemos en las cosas
que hacemos... Quiero que encuentren a los pobres aquí, primero en sus propias
casas. Y que comiencen a dar amor allí. Sean la buena noticia para su propia
gente primero. Y averigüen la situación de sus vecinos de al lado. ¿Saben
quiénes son? — Beata Madre Teresa

Otros textos para leer

Compendio de la doctrina social de la Iglesia (disponible online aquí desde


www.vatican.va)

Introduction to Catholic Social Teaching por Fr. Rodger Charles, S.J. (Ignatius)

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Lo que haces por ellos, lo haces por Él

¿Cómo puedo dejar de pensar en esto cuando me siento... y veo a mi alrededor


las mesas repletas de pobres indescriptibles que sobrellevan una continuada y
larga crucifixión? No cabe duda de que es un ejercicio de fe ver a Cristo en los
demás, pero es a través de ese ejercicio que crecemos y la alegría de nuestra
vocación nos garantiza que estamos en el camino correcto… Hay guerras y
rumores de guerra, pobreza y plagas, hambruna y dolor. Aún así, la savia sigue
circulando, de nuevo aparece la resurrección de la primavera, la promesa
ininterrumpida que nos hace Dios de que siempre estará con nosotros, con Su
consuelo y Su alegría, con tan sólo pedírselo.

El misterio de los pobres es este: ellos son Jesús y todo lo que haces por ellos, lo
haces por Él. Es la única forma que tenemos de conocer y creer en nuestro amor.
El misterio de la pobreza es que al compartirla, haciéndonos pobres dando a los
demás, conocemos y creemos aún más en el amor. — Dorothy Day

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Agradecimiento
Christopher Kaczor. "Siete principios de la doctrina social de la Iglesia católica"
Catholic Answers Magazine (abril de 2007).

Reimpreso con el permiso de Catholic Answers.

La principal revista de apologética y evangelización católica durante más de dos


décadas, Catholic Answers Magazine te ayuda a construir tu fe — y tu capacidad
de defenderla. Haz click aquí para más información.

Sobre El Autor
KaczorssmChristopher Kaczor es William E. Simon Visiting Fellow en Religión y
Vida Pública en el James Madison Program en Princeton University (2014-2015) y
es Profesor de Filosofía en Loyola Marymount University en Los Angeles. Entre
sus libros se incluyen los siguientes: The Seven Big Myths about Marriage, The
Seven Big Myths about the Catholic Church, O Rare Ralph McInerny: Stories and
Reflections on a Legendary Notre Dame Professor, The Ethics of Abortion,
Thomas Aquinas on the Cardinal Virtues; Life Issues-Medical Choices; Thomas
Aquinas on Faith, Hope, and Love; The Edge of Life: Human Dignity and
Contemporary Bioethics, How to Stay Catholic in College, and Proportionalism and
the Natural Law Tradition. Kaczor vive en Los Angeles, California, con su esposa y
sus siete hijos.

Copyright © 2007 Catholic Answers Magazine

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