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1.) Introducción
2.) Preliminares
La medicina entiende por aborto toda expulsión del feto, natural o provocada, en el
período no viable de su vida intrauterina, es decir, cuando no tiene ninguna posibilidad de
sobrevivir. Si la expulsión del feto se realiza en período viable pero antes del término del
embarazo, se denomina parto prematuro, tanto si el feto sobrevive como si muere.
El Derecho Español, al igual que el Derecho Canónico, considera aborto la muerte del feto
mediante su destrucción mientras depende del claustro materno o por su expulsión
prematuramente provocada para que muera, tanto si no es viable como si lo es.
Ante todo y en vistas a la necesidad de reconstruir una ética cristiana que nos ayude a
posicionarnos, afirmamos que como iglesia heredera de la Reforma del siglo XVI
confesamos nuestra fe en el Dios revelado en Jesucristo que, por puro y gratuito amor,
crea, sostiene y redime la vida de sus criaturas. Por ello sostenemos que toda vida
humana es un don de Dios, y por lo tanto es sagrada.
Tal confesión se basa en el anuncio de las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo
Testamento, que son la fuente y norma para la fe y la vida cristiana. Junto a los
reformadores sostenemos que las Sagradas Escrituras son Palabra de Dios en la medida
en que “conducen a Jesucristo” (Juan 14:6) y afirmamos que el Espíritu Santo, aquel
“Defensor que el Padre va a enviar en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les
recordará todo lo que les he dicho” (Juan 14:26). Esta perspectiva supone que para su
correcta comprensión resulta necesario reconocer que los escritos bíblicos son
testimonios de fe elaborados dentro de un determinado tiempo y contexto histórico, social
y cultural y que por lo tanto necesitan ser interpretados teniendo en cuenta esos factores
hacia la realidad concreta, individual y comunitaria de quienes recurren en ellas. Esto
significa que así como algunas situaciones planteadas dentro de las Sagradas Escrituras
según nuestra interpretación actual se limitan en su significación a su contexto original,
así temáticas sumamente actuales para nosotros pueden no estar desarrolladas o, en el
peor de los casos, ni siquiera estar contempladas como posibilidad. Entendemos, por
consiguiente, que la Biblia no es un libro de preguntas y respuestas ni mucho menos de
recetas para cada situación de vida sino aquella fuente de revelación divina mediante la
cual el Dios de la vida nos quiere ayudar a encontrarlo en medio de nuestros desafíos
concretos.
Por otro lado, también el hecho de que cientos de mujeres, generalmente pertenecientes
a los sectores más pobres de la población, mueran anualmente o sufran consecuencias
graves para su integridad física y espiritual a causa de prácticas abortivas clandestinas
realizadas en condiciones que no garantizan los mínimos requisitos sanitarios es contrario
a la voluntad de Dios, razón por la cual entendemos que la interpretación del quinto
mandamiento no debe limitarse a la defensa de la vida prenatal sino abarcar con la misma
fuerza la defensa de la vida de las mujeres embarazadas.
Finalmente, y yendo un poco más allá del quinto mandamiento en sí, nada y nadie nos
habilita a cargar con culpa a quienes, muchas veces por circunstancias ajenas a su
voluntad y bajo tormentos espirituales inimaginables, se ven involucrados en decisiones
que no buscaron y para las cuales no están preparados. Jesús exhorta con fuerza y
convicción: “No juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes” (Mateo 7:1) Nadie
puede comprender definitivamente la situación que lleva a una mujer (y su entorno más
cercano) a decidir por el aborto. De última, antes de opinar sobre lo que ellos han hecho
nos correspondería a todos nosotros preguntarnos sobre nuestra propia responsabilidad
para con la defensa de la vida: ¿Dónde están nuestras omisiones en relación con la
defensa de la vida? Desde la ética cristiana es nuestra obligación primordial detectar
nuestro propio pecado, reconocer nuestra culpa y encomendarnos entre todos a la gracia
y misericordia de Dios.
De ahí que la defensa de la vida prenatal está siempre directamente ligada a la defensa
de aquella vida que le espera tanto a la criatura como a su madre y, en el mejor de los
casos, padre después del parto. Esto significa que la dignidad de una vida no se define
simplemente a partir de su posibilidad biológica de existir sino precisa también otras
condiciones que no siempre están dadas. Afirmamos que la criatura en gestación merece
ser recibida por un hogar que la ama y por condiciones de vida que le permitan
desarrollarse dignamente. Pero no solamente ella tiene derecho a una vida plena y digna
sino también su madre. Y antes de juzgar desde una posición supuestamente objetiva y
neutral todos estamos comprometidos con la causa a partir de nuestra obligación de
aportar para que en la medida de lo humanamente posible tanto la madre como la vida
que está por nacer tengan posibilidades reales de desarrollo digno.
Todas estas reflexiones ético-teológicas surgen a partir y se enmarcan dentro del hecho
de que la interrupción del embarazo por medio de un aborto es una realidad silenciada
que trae consigo muchos problemas para todos los involucrados. Por supuesto, ninguna
mujer se embaraza para abortar. Pero innumerables circunstancias llevan a que el aborto
sea practicado mucho más de lo que nos imaginamos y demasiadas veces de manera
clandestina y sumamente perjudicial para la mujer. Para el caso de la Argentina, por
ejemplo, se calcula que por cada aborto declarado hay 7 (siete) que no lo son. Una
estadística del año 2006, publicada en Univision Foro, dice que:
Finalmente, también el Estado como tal tiene una fuerte responsabilidad por la vida en
devenir. Su obligación y responsabilidad indelegable es promocionar, cuidar y proteger la
vida de todos los seres humanos que habitan dentro de su jurisdicción territorial sobre la
base de la justicia y el derecho. Con respecto a la problemática en cuestión el ejercicio de
dicha responsabilidad debe incluir medidas generales, como la intervención para
promover condiciones económicas, políticas y culturales que redunden en una
convivencia más justa y equitativa, en la que los ciudadanos y ciudadanas puedan tomar
conscientemente y con plena libertad decisiones fundamentales de su vida, como lo es la
de la procreación, así como medidas más específicas, que incluyen el desarrollo de una
adecuada política de educación sexual desde la niñez y el aseguramiento del acceso
gratuito a medios anticonceptivos, tanto al varón como a la mujer, que eviten embarazos
no deseados. Por lo demás, el Estado debe asegurar el cuidado de la salud de la madre y
de su bebé, la protección de la vida prenatal tanto como de la madre embarazada,
proporcionando – insistimos una vez más – condiciones laborales y de vida en general
que permitan la aceptación de un embarazo aún cuando quizás no haya sido deseado.
Los aspectos señalados deberían propender a la disminución de los casos que den lugar
a la decisión de una pareja o una mujer de interrumpir un embarazo. Sin embargo, somos
conscientes que ni aún la conjunción de todos los esfuerzos señalados logrará desterrar
el aborto, que seguirá siendo una dolorosa realidad, que debe ser afrontada con una
legislación particular, congruente con la obligación y responsabilidad estatal de proteger y
promover la vida, tanto de la vida en gestación, como de la mujer embarazada.
En ese sentido sostenemos la necesidad de despenalizar el aborto bajo condiciones
claramente establecidas. Ese sería el caso para aquellas mujeres (y varones) que,
habiendo tomado la decisión de interrumpir el embarazo, estén dispuestos a transitar un
proceso de asistencia y asesoramiento psicosocial por parte de una instancia institucional
dispuesta por el Estado (que estaría conformada por un equipo integrado por personal
idóneo, como psicólogos y asistentes sociales) con el claro objetivo – dentro de un
período de tiempo necesariamente acotado – de posibilitar la viabilidad del embarazo.
Éste debe promover y facilitar mediante la disposición de los medios materiales y
espirituales necesarios la decisión consciente y libre de la pareja o de la mujer en favor de
la vida en devenir. Si una vez exploradas las distintas alternativas se agotaran los
recursos humanamente posibles para revertir la decisión de interrumpir el embarazo, el
Estado tiene la obligación de asegurar gratuitamente las condiciones médico-sanitarias
que preserven la integridad física de la mujer. El cuidado médico y psicológico de la mujer
se debe extender a la etapa posterior a la intervención.1 En relación con esta medida es
necesario señalar que, reconociendo un límite a la posibilidad de preservar la vida de
ambos a partir de la decisión firme de la mujer de interrumpir el embarazo, desde el punto
de vista de la responsabilidad del Estado, se trata de optar por el mal menor. Dicho
positivamente, ello significa optar por el bien que en esa situación concreta se debe
preservar, ya que, de lo contrario, se corre el riesgo de perder tanto la posibilidad de
preservar la vida en gestación como la vida de la mujer, a causa de las prácticas
clandestinas. Por lo demás, al establecer esta praxis el Estado deberá buscar el modo
más adecuado de velar por el respeto a la libertad de conciencia de aquellos
profesionales de la salud que no se hallen dispuestos a realizar tales intervenciones.
En las encrucijadas de la vida, allí donde la vida y la muerte se dan la mano, donde sin
que nadie nos haya pedido permiso nos toca atender situaciones existenciales de
incalculable profundidad, es preciso optar “con temor y temblor” por lo que consideramos
ser el mejor camino. Una decisión a favor de uno es siempre y a su vez una decisión en
contra del otro. Es una tarea de todos aportar elementos de ayuda y soporte para
1
En caso del embarazo de menores enfatizamos la necesidad de contemplar la co-responsabilidad de los padres o
tutores en la decisión que se tome con respecto a la continuidad o a la interrupción del mismo. Además, por otra
parte, aprovechamos para señalar nuestra preocupación por las reiteradas situaciones en que la justicia dilata
innecesaria y arbitrariamente los casos en que la legislación vigente contempla excepciones a la penalización del
aborto (Art. 86, inc. 1 y 2 del Código Penal Argentino: peligro para la vida o salud de la madre; embarazo producto de
una violación a una mujer incapaz de responder mentalmente por sí misma).
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Dichos instrumentos deberían incluir el desarrollo de una catequesis para niños, jóvenes y adultos que permita
comprender y vivenciar el cuerpo y la sexualidad como un maravilloso don de Dios. En ese marco se habrá de mostrar
que la sexualidad, dada por el Creador para edificación y plenitud de nuestra humanidad, debe ser ejercida sobre la
base del amor y la mutua responsabilidad, con la necesaria madurez emocional, moral y espiritual.
quienes, como decíamos más arriba, objetiva- o subjetivamente no están en condiciones
de asumir un embarazo. Tal como sucede con todo desafío existencial, también cuando
se trata de posicionarse frente a un embarazo considerado inaceptable el tiempo
generalmente apremia y no se presenta la posibilidad de realizar un estudio detallado. Los
parámetros de nuestro pensamiento, la actitud que tenemos frente a la vida y la muerte,
las características que marcan nuestra conciencia, nuestra disposición o no de
entendernos como parte de un todo son cuestiones que se van formando y fortaleciendo
desde bien pequeños y a lo largo de toda una vida. Tal es así que a la hora de
posicionarnos frente a las decisiones existencialmente fuertes cuestiones profundas de la
concepción de nuestras vidas serán de importancia. ¿Dónde ubico para mí los límites de
lo soportable? ¿Cuán dispuesta estoy a permitir cambios en mi proyecto de vida?
¿Cuánta capacidad tengo de darle lugar a lo imprevisto e imprevisible en mi vida? ¿Estoy
dispuesta a redefinirme a partir de las circunstancias que me cambian la vida? ¿Hasta
qué punto realmente siento y confío que es Dios quien tiene mi vida y la de los demás en
sus bondadosas, misericordiosas e inescrutables manos? Quizás deberíamos hablar más
sobre estas cuestiones, para estar mejor preparados a la hora de tener que optar por el
camino mejor.
Por otro lado, y más allá de entablar y acompañar una toma de conciencia sobre las
cuestiones existenciales de la vida, podríamos disponer nuestro tiempo, nuestro oído y
nuestro compromiso a la hora de acompañar a quienes se encuentran expuestos a
situaciones que solos muchas veces no pueden manejar. Es fácil opinar cuando no me
toca. Es fácil hablar en teoría. Pero es sumamente difícil mirarle a los ojos al o a la que
está en conflicto. Y mucho más difícil aún es mirarme a mí a los ojos cuando soy yo la que
está en problemas. La posibilidad de catarsis, de consulta, de apoyo emocional, espiritual,
técnico y logístico puede ser de invalorable importancia.
Lejos de poder ni mucho menos querer defender al aborto como derecho legítimo
sostenemos que es nuestra tarea aportar a un debate que busque un posicionamiento
responsable, basado en la ética cristiana, que haga justicia a la complejidad del tema. No
podemos apoyar posturas que afirman indiscriminadamente el derecho a la vida del
nonato en detrimento de las mujeres ni tampoco aquellas que afirman el derecho de las
mujeres a abortar en detrimento de la vida humana en devenir. Es por eso que
sostenemos la necesidad de debatir con criterio y responsabilidad sobre aquellas
situaciones que a modo de excepción justificarían la interrupción de un embarazo.
Confiamos en que por gracia y bendición de Dios podremos avanzar en este tema.
Fuentes:
Católicas pelo direito de decidir: Aborto – Conversando a gente se entende
Marta Alanis: Las mujeres católicas queremos el aborto legal (2010)
Hermann Barth: Fürsprecher des Lebens sein (2001)
Jens Motschmann: Evangelische Kirche und Lebensrecht (2010)
Pro-Vida: Boletín informativo (2010)