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8. ¿Qué es un púlsar?
En 1967, Jocelyn Bell y Antony Hewish detectaron por primera vez un púlsar, una
misteriosa radiación en radiofrecuencias que se repetía periódicamente en el cielo,
con un intervalo de tiempo extremadamente regular.
Esta periodicidad era tan exacta que incluso no se descartó la posibilidad de que
tuviera un origen artificial, producida por una civilización extraterrestre, de ahí que
se le bautizará (medio en broma) con las siglas LGM-1, de Little Green Man
(hombrecillos verdes). Pero ese mismo año aparecieron numerosos púlsares en
partes muy alejadas del firmamento, lo que eliminaba totalmente la hipótesis
extraterrestre.
El Sistema Solar está formado por una estrella central, el Sol, y toda una enorme
variedad de objetos en órbita en torno a ella, ligados por su fuerza gravitatoria.
Además de los ocho planetas con sus más de 160 satélites censados hasta hoy,
hay cinco planetas enanos y millones de cuerpos menores, entre los que se
encuentran los cometas, los asteroides y los objetos del llamado Cinturón de Kuiper,
además del polvo interplanetario, procedente en parte de la actividad cometaria, y
también producido por colisiones entre asteroides.
La zona más externa del Sistema Solar se supone que está poblada por una gran
nube esférica de objetos, llamada Nube de Oort, que es la fuente de los cometas de
largo periodo.
Por tanto en el Sistema Solar hay una estrella (el Sol), ocho planetas, varias
decenas de satélites de esos planetas, y los cuerpos meno-res. Los cuerpos
menores comprenden cometas y asteroides. Los planetas enanos no son más que
asteroides lo bastante grandes como para adoptar forma esférica.
17. ¿Hay diferentes tipos de planetas? ¿Por qué los planetas son tan
diferentes entre sí?
Los planetas del Sistema Solar se dividen en dos grandes grupos: los planetas
llamados terrestres, al que pertenecen Mercurio, Venus, Tierra y Marte, que
son planetas rocosos, compuestos esencialmente de silicatos, y se encuentran
relativamente cerca del Sol, y los planetas gigantes Júpiter, Saturno, Urano, y
Neptuno, mucho más masivos, sin una superficie sólida, compuestos esencialmente
de hidrógeno y helio, y mucho más alejados del Sol. El proceso de formación de los
planetas terrestres y gigantes es diferente.
Los planetas terrestres se formaron a partir de la primitiva nebulosa solar mediante
procesos de acrecimiento a partir de pequeños granos de polvo que dieron lugar
primero a los llamados planetesimales que, a partir de procesos de colisión fueron
incrementando su tamaño hasta dar lugar a los planetas terrestres.Su relativa
cercanía al Sol impidió la presencia de hielos de agua, metano o amoniaco en los
mismos, estando compuestos esencialmente por materiales de alto poder de fusión
como silicatos y metales. En regiones suficientemente alejadas del Sol, las bajas
temperaturas permitieron además la acumulación de hielos, por lo que los
embriones planetarios pudieron crecer mucho más que los terrestres.
23. ¿Es la Tierra el único cuerpo celeste del Sistema Solar con
océanos?
No, existen varios satélites de Júpiter y Saturno que tienen océanos, aunque debajo
de la superficie. A partir de medidas de radar realizadas por la sonda Cassini, se ha
podido constatar recientemente la existencia de un océano interno compuesto de
agua y amoniaco, debajo de la superficie del satélite de Saturno Titán. Aunque
algunos resultados apuntaron, hace algún tiempo, a la existencia tambiénde
océanos de metano/etano en la superficie de Titán, éstos han sido cuestionados por
estudios posteriores. También desde el espacio, a partir de medidas realizadas con
un magnetómetro a bordo de la sonda Galileo, se infirió hace unos años la
presencia de océanos líquidos debajo de la corteza helada en los satélites de
Júpiter Europa y Calisto. Si bien la naturaleza del líquido no ha podido determinarse
con certeza, es muy probable que se trate de agua salada, ya que su salinidad es
compatible con la del agua de los océanos terrestres. Es presumible que en
Ganímedes existan también océanos de similares características. La presencia de
agua líquida junto con una fuente de energía (interna o solar) está propiciando la
investigación sobre la posible existencia de vida en esos satélites.
Debido a la enorme calidad del cielo de las islas Canarias, el archipiélago cuenta
con un gran referente a nivel internacional en relación a la observación del universo:
el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). Este modélico centro de investigación
ha crecido sin duda de la mano de los observatorios del Roque de los Muchachos
en La Palma y del Teide en Tenerife, que desarrollan una actividad científica
esencial para tener acceso a un mejor conocimiento del Universo. Son además dos
de los más importantes del Hemisferio Norte, dado que se ubican en un entorno que
cuenta con uno de los cielos más limpios y transparentes del mundo. La situación
geográfica de Canarias, nuestro clima y la orografía de las islas nos convierten en
enclaves privilegiados para el disfrute de la observación nocturna, tanto para
profesionales investigadores como para astrónomos aficionados y para la población
en general. Sin embargo, aunque la calidad de los cielos de Canarias sí se ha
sabido apreciar en el ámbito científico, desde Ecologistas en Acción de Tenerife
consideramos que es posible utilizar nuestro cielo como un inmejorable recurso
didáctico para transmitir a la sociedad canaria todo un conjunto de conocimientos y
valores relacionados con nuestra biodiversidad, nuestro paisaje, y sobre la
necesidad inaplazable de asumir la importancia del ahorro energético. A través del
conocimiento de las bondades de los cielos de las islas deberíamos concienciar
sobre las causas y consecuencias de la llamada «contaminación lumínica» en los
países occidentales desarrollados. Además de la contaminación del aire y de los
océanos, de la ocupación del territorio, de la pérdida de biodiversidad o de la
destrucción del paisaje, la contaminación lumínica podría ser sin duda un parámetro
con el que medir, y posteriormente dar a conocer, los impactos que la actividad
humana genera sobre la naturaleza. Cada vez se demuestra más que iluminar más
no significa iluminar mejor. Buena parte de la contaminación lumínica corresponde a
luz no aprovechada y esto supone un exceso de consumo que deben suministrar las
centrales eléctricas, además de un despilfarro económico, un mayor gasto de
combustible y, en consecuencia, una mayor emisión de gases contaminantes a la
atmósfera, responsables entre otras cosas del efecto invernadero. Por otra parte, el
efecto de la luz artificial no es en sí mismo inocuo. Muchas especies animales ven
afectado su ciclo biológico ante la presencia incesante de luz nocturna. Otras, como
las pardelas y los petreles, sufren graves accidentes en sus primeros vuelos ante el
exceso de luces en las zonas costeras, y cada año se organizan campañas para
rescatar cientos de ejemplares heridos. Parece lógico entonces aprovechar la
importancia que para Canarias tiene la protección del cielo, para sensibilizar desde
nuevos puntos de vista sobre la urgente necesidad de fomentar el ahorro
energético, o de implementar medidas de eficiencia con la finalidad de reducir los
problemas que están afectando seriamente a la salud de nuestro planeta, como es
el cambio climático. Si cada vez tenemos más parámetros para evaluar cómo afecta
la luz a nuestra salud, cómo perturba a los ritmos biológicos de animales nocturnos
y la avifauna, cómo contribuye al calentamiento global del planeta, etc., el hecho de
sentar en una misma mesa a cuantas personas tengan algo que decir sobre la
contaminación lumínica solo puede generar beneficios y mejorar nuestras noches,
para disfrutar de sus estrellas, de su oscuridad natural y de su condición de bien
público.