Sartre combinó la fenomenología con la filosofía del
danés Soren Kierkegaard y su talento literario.
Para Sartre lo que está en el corazón de todas las experiencias de los seres humanos, de lo que nos pasa, es la libertad.
Todos los otros seres que no son humanos simplemente
están allí, en su lugar, definidos por el exterior o por un programa que no pueden modificar. Los seres humanos no tenemos, sostuvo Sartre, una naturaleza definida. Lo que soy lo defino a partir de mis decisiones. Hay circunstancias que me rodean y que me definen, pero, en ningún caso, eso me determina. Esto es lo que está en la célebre frase: “la existencia precede a la esencia”. Existir significa que cada uno esta “arrojado” en el mundo, es decir, en una situación donde casi nada es por elección. En ese escenario, a partir de mis decisiones voy creando lo que soy. El mundo que rodeo a Sartre, inmediatamente después de la segunda guerra mundial era un mundo donde los individuos tenían aún muy poco espacio para “inventarse una vida”. Primaba sobre todo en los jóvenes la visión que tenían del mundo los adultos y que a su vez habían recibido de la religión y de las costumbres tradicionales. Lo que Sartre nos quiere decir es que a pesar de lo que se pueda creer, somos inevitablemente libres, para bien o para mal. Dicho de otra manera, nada te puede obligar, sin alternativa, a ser de una determinada manera. Eliges respecto a situaciones concretas, pero también eliges quién serás. Lo que Sartre llama angustia es lo que sobreviene cuando te das cuenta lo que significa todo esto. Es tomarle el peso a la libertad. Nos hemos acostumbrado a que la libertad es una especie de acto de consumo: lo que sea que elijamos no será dramático en nuestra vida. Tal cómo elegir detergentes. Sartre le da tanta importancia a la libertad humana, que nos dice que cada vez que decidimos debiésemos hacerlo como si estuviésemos eligiendo por toda la humanidad. Cada decisión que tomamos no sólo nos constituye en lo que somos, define nuestras relaciones y conforma un mundo determinado. Es decir, no soy sólo responsable sólo por mi. Soy responsable de lo que le pase al otro, y del estado del mundo. Las guerras mundiales demostraron que los seres humanos aparentemente mas inofensivos y amables podían convertirse, bajo ciertas condiciones, en despiadadas y crueles bestias. Las ideologías, las religiones, los partidos, las consignas, los movimientos podían convertir a mujeres y hombres en unos irresponsables, pues siempre daban lugar para escudarse en causas o motivos externos. Después del horror, pareció que ninguna ética, ninguna religión, ninguna idea, ley, costumbre, o autoridad podía garantizar que la humanidad respetase la dignidad de todas las personas. El poder del ser humano, capaz de destruir toda la vida en la tierra – como mostró la bomba atómica – no iba acompañado de una responsabilidad adecuada. Sartre nos quiere recordar, con su filosofía que siempre seremos responsables del mundo en que vivimos: que no somos meras víctimas, que no somos entes pasivos e impotentes. Hay otra cosa que no podemos olvidar. El ser humano es libre, y ya no puede confiar en la ayuda de Dios. Sartre es ateo, considera con toda seriedad de que no hay un creador, ni hay un fin o sentido último dado por alguna divinidad al ser humano. Dios ha muerto, nunca existió, siempre estuvimos solos. Si no hay sentido pre-establecido, eso no significa que el ser humano no pueda darle un sentido a la vida. El único lugar donde ese sentido puede tomar forma es en la conciencia del ser humano, en lo que Sartre denominará la subjetividad. “subjetivo” suena para casi todo el mundo como algo arbitrario, a la pinta de cada cual, opuesto a lo objetivo. Subjetividad quiere decir para Sartre que toda experiencia humana, es decir, toda situación, emoción, idea, sensación, percepción, juicio, acontece en la conciencia de las y los seres humanos. Fuera de esa conciencia, no tenemos idea qué hay y cómo es. Por lo tanto, lo que signifique lo que nos rodea – las estrellas, los animales, las demás personas, los sueños, los números, etc. – y lo que seamos nosotros mismos es algo que sólo podremos conocer como parte de una experiencia consciente. El sentido, por lo tanto, es siempre un sentido humano. Todo sentido se lo da – o se lo inventa – el ser humano en su conciencia. En su libro más importante, El Ser y la Nada, sostiene que hay dos tipos de modos de ser: el ser para sí, y el ser en sí. El ser para sí es el ser consciente, la conciencia humana, el terreno de la libertad. Si el sentido estuviese fuera de nuestra conciencia, deberíamos pensar que está en otro lugar, que algo nos define “desde fuera”. Una alternativa es pensar que tenemos una naturaleza: unos instintos, unas hormonas, unos genes, unas neuronas que nos hacen ser como somos y ante lo cual podemos hacer poco y nada. La respuesta de Sartre ante esta idea es que no hay, realmente, nada necesario en la realidad: al no haber un pilar que garantice un orden, todo pudo haber sido de otra manera o no haber sido en lo absoluto. En filosofía esta idea se le denomina “contingencia”. Esto significa que no hay un gran sentido u orden bajo el cual colocarnos: la vida es un absurdo. Sartre en describió a reacción filosófica a este absurdo en La Nausea: la realidad como algo deforme y viscoso, que nos atrapa. La vida como algo pesado, grumoso, la vida como ruido. Nuestra idea de que no somos libres viene también de la idea de que estamos condicionados por el ambiente. Somos lo que nuestra familia, cultura, clase, costumbres, roles, historia, determinan que somos. Sartre insiste una y otra vez de que nada de eso nos obliga a ser de una determinada manera. Cada vez que nos retratamos o explicamos como meros “resultados” de estos ambientes o condicionamientos, negando el hecho que hemos decidido, entonces caemos en lo que Sartre denomina “mala fe”. La mala fe se inicia cuando aseguramos que nuestra condición es una fatalidad, que esta complemente fuera de nuestras manos. El ser humano no está condenado a lo “dado” a lo que hay. Puede “trascender”, ir más allá de lo dado, gracias a su libertad. Por eso es que los seres humanos no tenemos programa sino que somos un proyecto que no se cierra sino con la muerte. Esto no significa que estemos decidiendo en una pizarra en blanco o en un espacio infinito de posibilidades. Siempre estamos en una “situación”