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PE Baudrit Unidad 6
PE Baudrit Unidad 6
son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.
Este material es para uso de los estudiantes de la Universidad Nacional de Quilmes, sus fines
son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.
MADRID
Alain Baudrit
Cuando la ayuda mutua
NARCEA, S. A. DE EDICIONES
enriquece el conocimiento
Interacción entre alumnos
son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.
Este material es para uso de los estudiantes de la Universidad Nacional de Quilmes, sus fines
ISBN: 978-84-277-1812-8
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¿Es necesario un aprendizaje para
son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.
HEMOS PODIDO VER QUE NO hay diferencia real entre alumnos de prima-
ria y secundaria en materia de relaciones de ayuda. Los unos y los otros las uti-
lizan de formas muy variables, a veces según sus lazos de amistad, salvo cuando
se trata de llenar un vacío de comprensión, es decir, cuando un compañero se en-
frenta a una dificultad menor. En este caso llegan a desbloquear la situación prác-
ticamente siempre; son raros los fallos que se observan en estas ocasiones. Estas
observaciones llevan a creer que la ayuda mutua no siempre se improvisa, aun-
que es verdad que podría ganar en precisión y en eficacia si se trabajase esta
ayuda previamente con los alumnos. Podíamos esperar que la edad sea deter-
minante. Los alumnos mayores hubieran podido mostrar más habilidades en sus
relaciones de ayuda que los pequeños. No hay nada de eso; por lo que la idea
de aprendizaje se impone relativamente, ya que estas relaciones no parecen me-
jorar con el tiempo de forma natural, a menos que sea posible proponerse una
formación a estos efectos: la de preparar a los alumnos en este sentido. En este
capítulo nos vamos a referir a estudios realizados en esta dirección.
Pero antes conviene recordar una observación hecha durante el análisis de
las relaciones de ayuda en primaria. No hay que ignorar el carácter intuitivo del
apoyo aportado a otros; la ayuda mutua no gana necesariamente al darle ca-
rácter oficial en clase. Los alumnos ayudantes ponen espontáneamente en ac-
ción la estrategia de inhibirse para que sus compañeros tomen parte cada vez
mayor en la actividad a realizar. En principio, ellos no tienen nada que apren-
der, perciben ellos mismos cómo intervenir, lo que hay que hacer y decir en
un determinado caso. Tienen una cierta sintonía cuando se trata de echar una
mano a un compañero ante una dificultad de aprendizaje. ¿Significa esto que
no todos los alumnos necesitan seguir sesiones de formación de ayuda mutua,
o que se puede eximir a algunos de ella?
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Varios autores han mostrado interés por preparar a los alumnos para la ac-
tividad colaborativa y la ayuda mutua en el marco de grupos de trabajo. Es el
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caso de Yager, Johnson y Johnson (1985). Estos colegas han hecho trabajar a
alumnos de primaria en dos condiciones: estructuración grupal vs. no-estruc-
turación grupal. En el primer caso se induce a los alumnos a intercambiar des-
pués de la explicación dada por el docente, tienen que hacer una síntesis de la
misma. En el segundo no se dice nada a los niños. Comentan la explicación
como la entienden. Testados de forma individual después de haber interaccio-
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nado de este modo, los alumnos de los grupos estructurados muestran pro-
gresos más importantes que sus homólogos de los grupos no estructurados.
Por su parte King (1991) ha examinado la estructuración grupal bajo otro án-
gulo. Se inicia, o no, a los alumnos a cuestionarse mutuamente. Los unos se fa-
miliarizan con la técnica de interrogación recíproca, es decir, aprenden a for-
mular cuestiones destinadas a sus compañeros de trabajo. Iniciación de la que
los otros no se benefician. Finalmente los grupos de cuestionamiento estructu-
rados parecen más favorables a los aprendizajes. Permiten a los alumnos com-
prender las explicaciones mejor que cuando estudian dentro de los grupos de
cuestionamiento no estructurados.
Meloth y Deering (1994) también han trabajado con grupos de alumnos. En
un caso se han estimulado debates y ayudas mutuas; en el otro, no, cooperan
como buenamente les parece. Y, una vez más, la primera condición de trabajo
permite a los alumnos hacer adquisiciones superiores, asimilando mejor los con-
tenidos enseñados. Finalmente, Gillies y Ashman (1996) han podido hacer ob-
servaciones del mismo tipo con 192 alumnos al final de la etapa de educación
primaria. Una parte de ellos está sensibilizada a la cooperación, al trabajo en gru-
pos; la otra no lo está. A continuación se les ha preguntado a todos acerca de la
actividad colectiva, la percepción que tienen de ella. Los primeros parecen mo-
tivados por el hecho de trabajar juntos, de poder intercambiar ideas y tomar de-
cisiones comunes. Además, dentro de los grupos, se sienten tanto proveedores
como demandadores de ayuda. Aspectos que los segundos describen clara-
mente menos.
En resumen, estos estudios dan cuenta de algunas repercusiones positivas
de la iniciación a la ayuda mutua y a la cooperación, que lleva a los alumnos a
interactuar mejor dentro de los grupos, a tener relaciones de ayuda más im-
portantes; de ahí los efectos favorables constatados en el plano de los aprendi-
zajes y en la idea que tienen del trabajo en grupos.
Ahora bien, los dos últimos autores citados se han dedicado a un estudio
más intenso sobre la estructuración grupal, siempre con grupos de niños de pri-
maria (Gillies y Ashman, 1998). Están escolarizados tanto en el primer nivel de
educación primaria como en el tercer nivel. Trabajan todos en grupos a razón
de una hora diaria, tres veces por semana, durante un periodo de seis semanas.
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¿Es necesario un aprendizaje para favorecer la ayuda mutua? 85
Son grupos de cuatro de constitución heterogénea que reúne a alumnos a los que
se identifica como estudiantes buenos, medios o bajos. Los alumnos del primer
nivel estudian temas como la vida y la alimentación de los dinosaurios y la de-
saparición de la especie. Los del tercer nivel trabajan sobre los climas, las con-
diciones atmosféricas y las estaciones. Todos disponen de documentos, de
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obras y de textos para realizar sus trabajos colectivos. Los grupos estructurados
están preparados para la actividad colectiva. Se trata de aprender, en la línea de
los juegos de rol, a escuchar a los otros, a compartir las responsabilidades, a re-
partirse las tareas; preparación de la que los grupos no estructurados no se
benefician. Se les ofrece alguna iniciación para trabajar juntos. Todas las
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secuencias interactivas han sido filmadas y, con el fin de examinar los diversos
funcionamientos grupales, los autores utilizan dos métodos.
El primer método (Behavior Status) está tomado de Sharan y Sachar (1988)
y adaptada por Gillies y Ashman (1998) para identificar cuatro grandes cate-
gorías de conductas: los comportamientos cooperativos, los comportamientos no
cooperativos, las actividades individuales y la ausencia de actividad. De este modo es
posible ver si los niños manifiestan una verdadera actividad grupal o si, por el
contrario, trabajan siempre solos.
El segundo método (Verbal Interactions) ha sido concebido por Webb (1985)
para estudiar los intercambios verbales en el marco de actividades de ayuda
mutua en clase. Una vez más Gillies y Ashman (1998) han procedido a una
adaptación permitiendo clasificar estos intercambios en siete categorías. Por
un lado encontramos las instrucciones explícitas, por ejemplo hacer el gesto
de señalar con el dedo acompañándolo con explicaciones. Por otro, se sitúan
las interacciones no específicas, es decir, no ligadas a la tarea o a la actividad
a realizar. Entre estos dos extremos los autores sitúan formas de intervención
como explicaciones dadas en ausencia de toda pregunta, interrupciones, res-
puestas cortas a una petición, demanda de solución a un problema, etc. Con
la ayuda de estas dos técnicas los autores han podido hacer las siguientes ob-
servaciones.
Gillies y Ashman (1998) ven diferencias en los funcionamientos interactivos
de estos dos tipos de grupos. Tienen ventaja los grupos estructurados donde los
alumnos cooperan más que en el marco de los grupos no estructurados. Se aso-
cian para encontrar soluciones, escuchan las ideas que emiten los unos y los
otros, tratan de intervenir por turno. Se ayudan igualmente de distintas mane-
ras: puntación de errores, explicaciones o informaciones proporcionadas ante
una dificultad. Este apoyo recíproco es visible aun cuando no esté explícita-
mente demandado por los compañeros de trabajo. Y, además tienen tendencia
a aumentar entre el primer y tercer nivel de escolaridad.
Los autores hacen, por tanto, una nueva constatación: se refiere a la inicia-
ción a la actividad colectiva que parece beneficiar a los alumnos de forma bas-
tante precisa: «Desarrollan un sentido intuitivo relativo a las necesidades de los
otros y proporcionan ayuda cuando la consideran necesaria» (ibid., p. 754).
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tua por el cauce de los juegos de rol. Veamos si ocurre lo mismo en la enseñanza
secundaria, si los estudiantes también se aprovechan de estas sesiones de ini-
ciación.
Gillies (2003) ha continuado de la misma manera el protocolo de investiga-
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pias. En este tema es posible distinguir dos grandes categorías. Por un lado, las
que presentan un carácter abierto, donde no hay grandes expectativas en cuanto
a resultados; los alumnos no tienen que razonar de esta o de la otra manera. Por
el otro, las que son más cerradas, porque les obligan a seguir pistas reflexivas
específicas, a encontrar una única solución a un problema. En este caso, la ac-
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tividad grupal es más forzada, las estrategias interactivas son más limitadas. Las
ciencias y el inglés hay que situarlas más bien en la primera categoría, las ma-
temáticas en la segunda.
Gillies (2003:145) recuerda la sobre-influencia para hablar «de las obligacio-
nes que la estructura de la tarea imponía a los miembros de los grupos». Hay
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ahí una constatación que pondera los resultados observados hasta hoy. Los efec-
tos de una iniciación a la actividad colectiva no parecen sistemáticamente ga-
rantizados, porque no siempre está en el origen de las relaciones de ayuda más
importantes ni de una cooperación más evolucionada. Las lógicas disciplinares
impiden a veces que sea así. Preparar o no a los alumnos al trabajo en grupos
se convertiría entonces sensiblemente en lo mismo y no habría diferencias no-
tables en el nivel de sus aprendizajes.
Merece señalarse un último aspecto del estudio conducido por Gillies. Se
refiere al cuestionario utilizado con los estudiantes. En sus respuestas, se ob-
servan las ventajas del trabajo en grupos, lo que les da pie a apoyarse mu-
tuamente y, a veces también, para realizar tareas que no habrían podido ha-
cer solos. Así, les parecen bastante mayores las posibles aportaciones de la
actividad colectiva.
Este conjunto de resultados proporciona algunos elementos nuevos acerca
de las relaciones de ayuda entre alumnos en el colegio. Al principio, recordé-
moslo, se ha impuesto una idea rápidamente: se nace ayudante, no se hace.
Hemos encontrado varias veces situaciones en que las intervenciones de ayuda
presentan un carácter natural. Son el caso de alumnos que, espontáneamente,
encuentran la palabra justa frente a una dificultad de comprensión encontrada
por un compañero. También saben inhibirse para que sus compañeros ayuda-
dos puedan tomar parte en la actividad colectiva, implicarse cada vez más en
el trabajo a realizar. ¿Qué pueden esperar ellos de una iniciación a la ayuda mu-
tua? ¿Qué más puede aportarles ésta? Evidentemente, nada. Esta aptitud para
ayudar a otros les es propia; actúan en el momento oportuno de un modo casi
instintivo.
Sin embargo, las investigaciones que acabamos de examinar dejan pensar
en un posible aprendizaje de relaciones de ayuda. Sobre todo cuando se trabaja
en un marco cooperativo, con alumnos directamente relacionados en una acti-
vidad colectiva. En esta actividad parecen apoyarse mutuamente más, aportar
lo necesario para desarrollarla bien. También es preciso que esta última presente
un carácter abierto, que no se vean obligados a ir a buscar un resultado concreto.
En resumen, un cierto margen de maniobra parece indispensable para que el
aprendizaje de la ayuda mutua pueda realizarse.
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él con o sin ayuda mutua, con o sin cooperación. Derivación que Meirieu (1984)
ha calificado de económica pensando en los grupos esencialmente dirigidos ha-
cia la producción, a los que no importan las interacciones que los compañeros
de trabajo pueden tener entre sí. Se necesitan, por tanto, circunstancias muy es-
peciales para que los alumnos sean capaces de trabajar sus relaciones de ayuda,
para que puedan intervenir con otros.
Con la estructuración en grupos iniciados a la cooperación y a la ayuda mu-
tua; y grupos no preparados para éstas hemos llegado a conclusiones claras.
Pero los investigadores han estudiado otras situaciones. Así, algunos han exa-
minado el nivel de iniciación de los grupos. ¿Cuáles son las consecuencias de
una formación más o menos importante para la actividad colectiva? ¿Más o me-
nos desarrolladas? Estas son las cuestiones a las que se ha intentado aportar al-
gunos elementos de respuesta.
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leen por turno, se dan consejos y comprueban la calidad de sus respectivas lec-
turas. De este modo se favorecen las interacciones entre los compañeros. Ade-
más deben hacer juntos resúmenes sobre los textos leídos, a fin de comprobar
si los han comprendido e integrado bien.
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dos, más organizados, a fin de evitar las discusiones sin sentido, de las que al-
gunos autores han mostrado las debilidades en términos de aprendizajes esco-
lares (Fitz-Gibbon, 1997; Palincsar y Brown, 1984; Michaels y Bruce, 1991).
Aquí están las principales observaciones hechas por Fuchs y col. (1999).
Cuando hacen el balance de los errores rectificados y las ayudas elaboradas
realizadas en el marco de las condiciones de trabajo PALS y PALS-HG, estos co-
legas observan un mayor número en los alumnos «intermedios», es decir, de
cuarto nivel de escolaridad. Sus homólogos «debutantes», inscritos en el se-
gundo y tercer nivel, manifiestan con menor frecuencia tales comportamientos.
Iniciados en el método PALS, estos últimos reconocen solamente un error so-
bre cuatro cometidos por sus compañeros de trabajo y están prácticamente en
la imposibilidad de aportarles una ayuda elaborada. El método PALS-HG lleva
a estos mismos alumnos «debutantes» a identificar un error sobre dos y en el
40% de los casos se proporciona una ayuda elaborada. Estos últimos datos son
parecidos a lo que los alumnos «intermedios» familiarizados con el método
PALS son capaces de hacer en materia de ayuda mutua. La mayor proporción
de errores identificados pertenece finalmente a los alumnos «intermedios» en-
trenados en PALS-HG, errores seguidos con mucha frecuencia de una ayuda ela-
borada.
El estudio dirigido por Fuchs y col. (1999) deja pensar, por lo tanto, que las
relaciones de ayuda se aprenden por el medio de métodos de carácter interac-
tivo, a base de intercambios entre los alumnos. Y cuanto más ponen el acento
estos métodos sobre la ayuda mutua entre los compañeros de trabajo, más tien-
den éstos a apoyarse mutuamente. Las actividades de lectura no parecen ser obs-
táculo a este tipo de asistencia a otros. Pero los autores hacen otras observaciones
no menos importantes.
En principio están bastante sorprendidos por el débil impacto del método
PALS sobre los alumnos «intermedios». Esperaban que este método les permi-
tiese notar un mayor número de errores para rectificarlos a continuación de ma-
nera elaborada. Ahora bien, sabemos que solamente son identificados un 50% de
los errores cuando son cometidos por los compañeros y la ayuda elaborada no
es visible más que en dos casos sobre cinco. De ahí esta observación formulada
por Fuchs y col. (1999:215): «Los alumnos no desarrollan necesariamente estilos
eficaces de trabajo colaborador en función de su simple implicación en PALS».
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Después hay otro resultado que suscita algunas cuestiones. Tiene relación
con los progresos realizados en lectura a partir del empleo de estos dos méto-
dos. Los alumnos «intermedios» sacan más provecho del método PALS-HG,
mientras que sus homólogos «debutantes» progresan más con el método PALS.
Sin embargo el método PALS-HG tendría que convenir igualmente a estos úl-
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trario, parece que los alumnos intermedios podrían beneficiarse de una prepa-
ración a métodos de ayuda elaborada, que les compromete en estrategias de lec-
tura reflexivas y auténticas».
Webb y Farivar (1994) están en el origen de una investigación del mismo tipo
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mental).
El mapa de las aptitudes sociales elaborado por Johnson, Johnson y Holu-
bec (1988) sirve de base a las actividades del primer grupo. En esta ocasión los
alumnos están sensibilizados para el trabajo en común mediante juegos. Apren-
den también a hacerse preguntas recíprocamente, a tomar la palabra, a escuchar
a los demás, a no hablar demasiado alto, incluso, a animarse.
El segundo grupo participa en las mismas actividades, sobre las que se in-
corporan aprendizajes relativos a la demanda de ayuda (escoger un compañero
ayudante, formular preguntas claras, insistir para tener respuestas precisas, etc.)
y al ofrecimiento de ayuda (proporcionar explicaciones y no las soluciones a los
problemas; responder de forma concreta a las solicitudes de los compañe-
ros, etc.).
Las actividades matemáticas propuestas a los alumnos son operaciones
con números decimales y sumas y restas de fracciones. Sea cual sea la condición
de trabajo todos los grupos presentan un carácter heterogéneo con un alumno de
nivel alto, un alumno de nivel bajo y dos alumnos de nivel medio. Las interac-
ciones verbales dentro de los grupos, las relaciones de ayuda y los aprendiza-
jes matemáticos de los alumnos son objeto de un examen especial.
Webb y Farivar (1994) observan comportamientos de ayuda bastante dife-
rentes de un grupo a otro. Cuando los colegiales de la condición comparativa
se dedican a ayudas poco elaboradas (muy a menudo dan las soluciones a los
problemas que les presentan), los de la condición experimental prestan ayudas
poco elaboradas (las preguntas de los compañeros son muchas más veces ob-
jeto de explicaciones o de aclaraciones). Por otra parte los alumnos de nivel bajo
son demandadores de ayudas en los dos casos, pero las que reciben en el marco
de la condición experimental son mucho mejores, más concretas y detalladas.
De esta forma progresan más en matemáticas que sus homólogos de la condi-
ción comparativa. Los autores observan también una propensión en los alum-
nos de buen nivel, a acudir en ayuda de sus compañeros de trabajo.
Se respeta, por lo tanto, una cierta lógica en materia de repartición de com-
petencias. Los más adelantados en el terreno disciplinar tratan de empujar a los
otros hacia arriba, paliar sus dificultades de aprendizaje. Esta observación es-
timulante en términos de relaciones de ayuda hay que asociarla a otra. Los au-
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tores no ven diferencias en los progresos realizados por los alumnos con buen
nivel, estén implicados en la condición comparativa o en la condición experi-
mental, sus adquisiciones matemáticas son equivalentes.
Este resultado hace recordar al que Gillies (2003) ha podido observar en los
estudiantes escolarizados en el mismo nivel de secundaria. Destinados a trabajar
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das por cada uno. Otras veces buscan más un resultado, la eficacia de la acti-
vidad colectiva lleva a posibles relaciones de ayuda dentro del grupo. Y, en este
caso, los alumnos con buen nivel juegan un papel decisivo. Están mejor situa-
dos que otros para hacer avanzar al grupo, para que éste alcance el resultado
esperado. La ayuda mutua es muy secundaria.
Según esto los alumnos de secundaria ayudados, estudiados por Webb y
Farivar (1994), no se comportan de la misma manera que algunos de los alum-
nos de primaria observados por Fuchs y col., (1999), cuando la iniciación a
la ayuda mutua está bastante impulsada. Los primeros no parecen ser vícti-
mas de sobrecargas cognitivas dado que se aprovechan de las informaciones
o consejos que les proporcionan sus compañeros. A medida que van siendo
mayores parecen menos fragilizados por una situación finalmente bastante
exigente.
No todos los estudiantes son capaces de aprender al mismo tiempo a coo-
perar, a escuchar a los otros, a tomar la palabra, a cuestionar, a animarse recí-
procamente y, además, a prestarse ayuda mutua. Si los estudiantes más mayo-
res consiguen aprovechar este tipo de preparación a la actividad colectiva, no
sucede lo mismo con los más pequeños. Éstos tienen visibles dificultades para
hacer otro tanto en el mismo tiempo, obteniendo escaso provecho de las rela-
ciones de ayuda puestas en ejecución en esta ocasión.
¿Es apropiado entonces pensar en un aprendizaje para la ayuda mutua? Los
trabajos a los que hemos hecho referencia en este capítulo llevan a responder de
manera positiva a esta cuestión con algunas observaciones, sin embargo, que in-
duzcan a la prudencia. La ayuda mutua puede aprenderse, pero no de cualquier
manera y no en cualquier contexto.
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1990; Angell, 1991; DeBolt, 1994; Fertig, 1995) o incluso el sentimiento de co-
munidad (Rice, 1994; Schaps, Watson y Lewis, 1997). Por eso no es sorprendente
constatar que el aprendizaje de las relaciones de ayuda es útil, sobre todo para
los alumnos poco inclinados a interesarse por sus compañeros de trabajo, poco
preocupados por sus dificultades ante las tareas escolares. De este modo una cul-
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