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Declaración En Torno A La Sentencia

Respecto Al Caso Baninter

Participación Ciudadana ha venido luchando por el cese de la impunidad y clamando por sentencias
judiciales que sancionen ejemplarmente los casos de corrupción pública y privada, ante el hecho
evidente de que el más grave de todos los males sociales que padecemos es precisamente la corrupción,
que se ha venido generalizando en el país y que amenaza con arropar a todos los sectores sociales,
incluido el sistema monetario y financiero del país.

Reconocemos que el ámbito judicial es uno de los pocos en que la institucionalidad dominicana ha
mostrado leves avances, lo que permitió que en el caso BANINTER se llegara por primera vez a dictar
sentencia por un crimen mayor de corrupción. Sin embargo, por ser el brote de corrupción más grande
que conoce la historia de nuestra Nación, debió constituirse en el punto de partida de un esfuerzo
conjunto de la sociedad y sus instancias, para mandar un claro mensaje de que la corrupción no será
tolerada, por lo que cualquier banquero que meta la mano en los fondos que los depositantes le
confíen, será sancionado sin tomar en cuenta las influencias políticas, económicas o sociales que pueda
tener.

Lamentablemente ese no fue el caso, y en vez de enviarse ese mensaje lo que ha logrado la sentencia
dictada es dejar una sensación de insatisfacción en amplias instancias de la sociedad, bajo el entendido
de que la misma refleja intentos por acomodar las decisiones judiciales a las expectativas de poderosos
grupos de presión económicos y políticos, con el efecto adicional de que hiere sensiblemente la
confianza que estaba generando el proceso de reforma judicial iniciado auspiciosamente hace ya once
años.

La sentencia admite como probados todos los hechos imputados a Ramón Báez Figueroa y Marcos
Báez Cocco, así como válidas todas las pruebas aportadas por los acusadores públicos y privados,
comprobando que lo que el país vivió en el 2003 y lo que ocurrió en ese Banco desde años atrás, no fue
una fábula, sino una cruda realidad que afectó a todo el país, como lo describe la propia sentencia al
señalar: «hemos podido establecer la gravedad de este hecho, pues las consecuencias
socioeconómicas derivadas de la afectación del bien jurídico protegido, en este caso el sistema
monetario y financiero nacional, han alcanzado a todos los sectores de la sociedad».
Resulta evidente que se excluyó el delito de abuso de confianza lo que podría servir de base para
intentar excluir posteriormente el delito de lavado de activo, en el caso del Presidente y Vicepresidente
del banco, cuando tal condición los hacía responsable del buen uso de los fondos del Banco, que
provienen de los depositantes.

Se sienta un funesto precedente cuando la sentencia valida que una funcionaria bancaria pueda
sobregirar su cuenta por 28 millones de pesos bajo el alegato de que los fondos tomados
corresponden a bonificaciones, cuando todo pago en bonificación tenía que estar previamente
documentado y, en todo caso, los fondos tendrían que haber ingresado a la cuenta antes de su uso.
Esperamos que los que actualmente laboran en el sistema financiero no sigan este ejemplo, aún
validado por una sentencia.

Otro aspecto cuestionable es haber desconocido la decisión de la Suprema Corte de Justicia, en el


sentido de enviar a juicio de fondo al imputado Jesús María Troncoso, en base a un tecnicismo legal que
impidió al Primer Tribunal Colegiado aceptar las pruebas en su contra que figuraban en el expediente, y
al hacerlo ignoran y pretenden descalificar a nuestro más alto tribunal de justicia.

Participación Ciudadana considera insólito que, al final, según se desprende de la sentencia, parecería
ser que el más grande fraude bancario conocido, en términos relativos, fue obra de apenas tres
personas, eximiendo de culpas a otros que tenían responsabilidades fundamentales en la conducción
cotidiana del banco, incluidas las acciones fraudulentas. Todo esto sin mencionar el mundo de
corrupción y complicidades que lo hicieron posible, o que profundizaron su impacto negativo, cuyos
costos estará pagando la sociedad dominicana por varias generaciones.

Esperamos ahora que el Ministerio Público actúe de acuerdo con lo que fue su convicción durante todo
el juicio de fondo y apele aquellas partes de la sentencia en que no fue complacido. Entendemos que el
desafío y la responsabilidad de la corte de apelación, ante la frustración que deja el tribunal de primera
instancia, debe ser, acoger la solicitud del ministerio público y validar la acusación de abuso de confianza
y lavado de activo, los cuales, se hace obvio que fueron delitos cometidos. Es necesario además que se
incorporen las personas que han sido absueltas. La justicia tiene así la oportunidad, de lograr que en
este caso no ocurra lo que ha ocurrido tanta veces, como en los caso del Plan RENOVE, de los
Invernaderos, del uso de vehículos robados por la Policía Nacional, del PEME, de Salvador Jorge
Blanco y de tantos otros casos de corrupción, que aunque se obtuvieron sentencias condenatorias en
primer grado, luego terminaron exculpando a los imputados ya sea por sentencias absolutorias o por
renuncia a la persecución. El crédito y la recuperación de la fe en nuestro sistema judicial, es lo que está
en juego.
El fraude en el Banco Peravia

Cuando uno pensaba que las condenas por los casos de fraudes bancarios de la
década pasada habían surtido algún efecto disuasivo sobre todos los participantes
en el sistema financiero dominicano, se ha constatado la ocurrencia de un fraude
en el Banco de Ahorro y Crédito Peravia.

Aunque la mayoría de las acciones y el control de esa entidad fue traspasado hace
un par de años a inversionistas venezolanos, la evidencia levantada en el banco
revela la comisión de gravísimas acciones fraudulentas, tanto por parte de los
extranjeros, como por sus antiguos propietarios locales. Para que se tenga una idea
aproximada de las características del fraude cometido en el Banco Peravia, es
necesario destacar que en esa entidad se otorgó una gran cantidad de préstamos
simulados, a nombre de personas que, a cambio de prestarse para la acción,
recibían una paga, mientras el grueso de los recursos iba a los bolsillos de los
ejecutivos del banco.

Del mismo modo, se «concedieron» préstamos a nombre de personas que fueron


al Banco Peravia a buscar empleos, para lo cual se falsificaban sus firmas. Lo mismo
sucedió con personas cuyos datos personales fueron recabados bajo la falsa
promesa de que serían incluidos en los planes sociales que vienen desarrollando los
últimos gobiernos. Otra práctica fraudulenta consistió en emitir tarjetas de crédito
de alta gama a personas sin historial crediticio ni capacidad de pago, para sacar
fondos del banco a través de retiros de efectivo, yendo a parar esos recursos al
patrimonio de los ejecutivos de la entidad.

Se redimían certificados de depósitos de clientes y los recursos se utilizaban para


pagar deudas de los que controlaban el banco y personas relacionadas. También se
emitían cheques de supuestos préstamos a terceros, se falsificaban sus firmas, se
canjeaban y se disponía del efectivo.

Esas y muchas otras formas de defraudación del Banco Peravia fueron descubiertas
por las autoridades luego que se iniciara el correspondiente proceso de disolución,
al configurarse varias de las causales contempladas en el art. 62 de la Ley Monetaria
y Financiera para la salida del mercado de esa entidad de intermediación financiera,
y luego que fracasara el Plan de Regularización a que fuera sometida. Las
autoridades monetarias y financieras actuaron en forma oportuna, respetando el
debido proceso administrativo y adoptando las medidas contempladas en la
normativa que regula el sector.

Aunque el 95 por ciento de los depositantes de esa entidad ha sido resarcido


durante en proceso de liquidación, el fraude al Banco Peravia supera los RD$1,400
millones. Lo que ahora se espera es que, al igual que en los fraudes bancarios
anteriores, la justicia se pronuncie en forma ejemplar, para que el sistema
financiero dominicano se siga fortaleciendo, por aplicación una de las reglas de oro
de la regulación económica moderna: “Garbing in, garbing out” (Basura que entra,
basura que sale).

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