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Antonio María Lorca Navarrete Modulo Proceso Civil
Antonio María Lorca Navarrete Modulo Proceso Civil
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Instituto Vasco de Derecho Procesal
San Sebastián, 2020
ISBN: 978-84-949459-4-6
Depósito Legal: SS 560-2020
Printed in Spain-Impreso en España
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 3
El nuevo diseño del proceso civil
CAPÍTULO I
UN NUEVO DISEÑO
DE PROCESO CIVIL
Es un proceso civil que solo puede ser explicado desde la perspectiva del
compromiso constitucional de la norma procesal, que es de carácter expansivo al acudir en
garantía de cualquier derecho por lo que toda ley procesal, desde el punto de vista global,
constituye un gran sistema de garantías, cuyo objetivo es obtener una composición,
equilibrada y justa, entre los derechos de las personas y las necesidades que impone la vida
en sociedad (ALMAGRO NOSETE) en la que se prioriza el “fondo” sobre “la forma”.
En el derecho comparado ese carácter expansivo del compromiso constitucional de la norma
procesal, ha deseado enfrentarse al «culto excesivo por las formas que ha generado diversos términos
para designar el fenómeno, entre ellos, los “formalismos procedimentales” a fin de evaluar tanto la
obra del legislador cuando diseña normas procesales, como la labor de los órganos jurisdiccionales
que las aplican» (BADILLO GARCÍA). La lucha contra la “frustración ritual del derecho” (BADILLO
GARCÍA) a que aludiera la Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina o el “exceso ritual
manifiesto” (BADILLO GARCÍA) a la que aludiera, igualmente, la Corte Suprema de Justicia de
Colombia ha sensibilizado las aspiraciones constitucionales concretadas en que “siempre que no se
afecte la igualdad entre las partes, las autoridades deberán privilegiar la solución del conflicto sobre
los formalismo procedimentales” (artículo 17 párrafo tercero de la norma constitucional mexicana)
(BADILLO GARCÍA). También ha concienciado la Constitución colombiana para la que “las normas
procesales consagran los principios de simplificación, uniformidad, eficacia, inmediación, celeridad y
economía procesal, y harán efectivas las garantías del debido proceso. No se sacrificará la justicia por
la sola omisión de formalidades” (artículo 169 de la Constitución colombiana). E, igualmente, en esa
propuesta se alinea la Constitución panameña en la que se indica que “las leyes procesales que se
aprueben se inspirarán, entre otros, en los siguientes principios: 1. Simplificación de los trámites,
economía procesal y ausencia de formalismos” (artículo 215 de la Constitución panameña) (BADILLO
GARCÍA).
Esa orientación constitucional “establece un mandato que prioriza el estudio del fondo”
(BADILLO GARCÍA) y que “constitucionaliza el antiformalismo procesal y el principio pro actione
y que obliga a una reformulación de las instituciones procesales y a repensar la utilidad de una teoría
general del proceso por igual para todos los procesos (…) hasta donde la esencia de las herramientas
procesales optimice el acceso a la justicia material y donde el eje de su construcción sea la distinción
entre las formalidades (esenciales del procedimiento) y los formalismos” (MALDONADO
SÁNCHEZ).
Nuestro Estado social y democrático de Derecho al propugnar como valores
superiores del ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo
político (artículo 1.1. de la Constitución), sólo conoce una única metodología con la que se
le haría frente a la patología jurídica/procesal de justificación civil y que no sería otra que la
que brotaría del modelo de “contienda judicial” que regula la ley de enjuiciamiento civil
(artículo 248.1. de la ley de enjuiciamiento civil) vinculada con el texto constitucional.
Superada la secular realidad de un Derecho procesal civil huérfano de concretos
referentes constitucionales que justificó que fuera empaquetado recurriendo a la idea romana
judicium est actus trium personarum, iudicis, actoris et rei asumida por HEGEL, afirmada
por BETHMANN-HOLLWEG y desarrollada por Oskar von BÜLOW (CHIOVENDA) así
como también su inclusión en una “situación jurídica” -Gesetz als Rechtslage- germinada
por GOLDSCHMIDT y surgida de los presupuestos metodológicos desarrollados por VON
BÜLOW (GOLDSCHMIDT), el modelo de “contienda judicial” (artículo 248.1. de la ley
de enjuiciamiento civil) con la que se le haría frente a la patología jurídica/procesal de
justificación civil parece caminar, en pleno siglo XXI, orientada por la existencia de diversas
exigencias.
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El nuevo diseño del proceso civil
En el momento presente, el logro de ese mestizaje cuenta con «el proyecto conjunto del ALI
(American Law Institute) y UNIDROIT (Instituto Internacional para la Unificación del derecho
Privado), “Principles and Rules of Transnational Civil Procedure” (2004), que tiene como
objetivo combinar el common law y el civil law para aproximarlos en lo que respecta al
proceso civil» (ANDREWS). Se sale, del modo expuesto, al encuentro de la metodología
comparada ya que “durante bastante tiempo una aproximación comparatista hacia el
Derecho procesal solía verse rechazada de manera casi expeditiva -o en todo caso se le
negaba cualquier posible utilidad práctica- con el argumento de que los procesos judiciales
estaban estrechamente ligados a la cultura de cada nación” (GASCÓN INCHAUSTI).
Para el ámbito hispanoamericano, GUASP decía en 1952 que “pensamos, pues, sin ambages,
en la posibilidad de existencia de una ley procesal hispanoamericana. En realidad, esto es menos
revolucionario de lo que a primera vista pudiera creerse. Para quien no se halle todavía sumergido en
la errónea identificación positivista entre derecho y ley, la existencia de una complicada proliferación
legislativa dentro del mundo jurídico hispanoamericano, no habrá podido, sin duda, ocultar la
comunidad de derecho procesal civil que entre todas nuestras naciones existe. Cierto que hablar hoy
de una ley procesal hispanoamericana, cuando ni siquiera en todos nuestros países cabe hacer tal
referencia unívoca al texto que regula el proceso civil, puede parecer utópico y excesivamente alejado
en el tiempo y en espacio. Mas la diferencia de textos concretos y positivos no permite disimular la
extraordinaria afinidad de la realidad jurídica (el verdadero objeto de la ciencia del derecho), sobre la
que aparecen, contingente y derivadamente, esos textos diversos, de multiplicidad también engañosa.
A cualquiera que se haya asomado a la realidad del derecho procesal hispanoamericano, en uno y en
otro lado del Atlántico, no habrá pasado inadvertida esa entrañable y profundísima comunidad de
concepciones judiciales en las que vivimos, nos movemos, y somos todos los herederos del viejo
derecho hispánico”.
Este nuevo diseño del proceso civil que surge de la aplicación de la ley de
enjuiciamiento civil, permite distinguir entre proceso y procedimiento. En el proceso se
proyecta la operatividad del total de garantías procesales existentes por lo que el proceso es,
ante todo, fruto del cumplimiento de un compromiso constitucional: Es, por tanto, una
realidad sustantiva. No es posible conceptuarlo como una realidad “adjetiva” o “ritual”.
El proceso civil que se ha diseñado por la ley de enjuiciamiento civil es el que se
ha acomodado a los nuevos mandatos constitucionales. Evidentemente, un proceso que no
es crítico, que no es sustantivo, que no se justifica en su propia autonomía, es un proceso
“muerto”, “ritual”. El procedimiento, por el contrario, es una realidad acrítica y atemporal.
Es “formal”. Y aun cuando cierta procesalistica ha pontificado acerca de que “el
procedimiento es, ante todo, forma y la forma, garantía” (HERRERO PEREZAGUA), no es
posible desconocer que los procedimientos cambian o son diferentes en un país respecto de
otro. En cambio, el proceso con su sistema de garantía procesales, es el mismo en todos los
países que se postulen como Estados de Derecho.
PRIETO CASTRO, en su Informe General presentado al I Congreso Ibero-
Americano y Filipino de Derecho Procesal en 1956 , decía dirigiéndose a los asistentes del
mismo que una pretendida unificación procesal con las legislaciones de los Estados
hispanoamericanos, no suponía “promulgar un código procesal único que olvide y quiera
insensatamente aniquilar las peculiaridades locales (remedio más grave que el mal
combatido), sino sólo de dar normas básicas para el exclusivo fin de una determinación y
aplicación uniforme de los principios fundamentales del proceso, que, de ser diferentes o
entendidos de las más variadas maneras, provocarían la inseguridad de los justiciables y la
merma de la seguridad jurídica” (PRIETO CASTRO) por lo que “la atención a los detalles
procedimentales, una vez salvado lo esencial, está particularmente indicada en los extensos
países iberoamericanos” (PRIETO CASTRO).
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El nuevo diseño del proceso civil
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Consúltese infra el Capítulo III.
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El nuevo diseño del proceso civil
Constitución respecto de la que debiera surgir ungido el proceso civil que se contiene en la
vigente ley de enjuiciamiento civil.
Será la protagonista la Constitución porque solo con ella se afronta con éxito la
aplicación del proceso civil ya que a través de su constitucionalización es posible el
reconocimiento de garantías constitucionales (las comprendidas en el artículo 24 de la
Constitución y en los abundantes preceptos que con la misma finalidad es posible hallar en
el propio texto constitucional y en la ley de enjuiciamiento civil) que irían al encuentro de
una aplicación del proceso civil indiscriminado, arbitrario o de discrecionalidad normativa
de quienes como partes, jueces y letrados de la administración de justicia interactúan en el
mismo y que harían posible garantizar su correcta aplicación a través de un proceso civil
justo, equitativo y de efectiva tutela de conformidad con las garantías reconocidas en la
Constitución.
En definitiva, una real constitucionalización del proceso civil contenida en la ley
de enjuiciamiento civil que obliga a que tanto “los Tribunales y quienes ante ellos acudan e
intervengan” -partes, jueces y letrados de la administración de justicia- deben de actuar con
arreglo a sus preceptos (artículo 1 de la ley de enjuiciamiento civil). O sea, con arreglo a una
legalidad procesal civil vinculada con el reconocimiento en el seno de la ley de
enjuiciamiento civil, de las garantías procesales que, amparadas en la Constitución, permitan
proscribir su aplicación indiscriminada, arbitraria o discrecional.
En la base de este nuevo diseño constitucional del proceso civil, se halla el artículo
1.1. de la constitución que proclama el sometimiento a la Constitución del sistema de fuentes
normativas como inherentes a la existencia de un estado democrático de derecho. no
obstante, “este dato fundamental no permite obviar la influencia de elementos socio-
económicos y políticos en el proceso y en los principios que lo configuran. Si en un
determinado país y momento histórico, o en una determinada Constitución, se reconoce el
derecho a la propiedad privada, aun cuando ésta deba cumplir una función social, y se acepta
como base de la organización económica la economía de mercado, el proceso civil estará
informado por el principio dispositivo y, en mayor o menor medida, por el principio de
aportación de parte. Por el contrario, si se declara que la propiedad es socialista y, con unos
y otros matices, se atenúa la distinción entre intereses públicos y privados, la consecuencia
en el orden procesal será la vigencia del principio de oficialidad, o, al menos, la limitación
del principio dispositivo y del de aportación de parte” (BERZOSA).
El “imperio de la ley” en el que se sustenta y ostenta el texto constitucional, va a
ser determinante en el contexto aplicativo de este nuevo diseño constitucional del proceso
civil; todo lo cual supone una serie de postulados a tener en cuenta.
1. El nuevo diseño constitucional del proceso civil acoge una legalidad
reservada constitucionalmente a la “ley”. La anterior afirmación supone que el ejercicio
de la potestad jurisdiccional en todo tipo de procesos, juzgando y haciendo ejecutar lo
juzgado por Juzgados y Tribunales se haya determinada por la ley “según las normas de
competencia y procedimiento que las mismas -las leyes- establezcan” (artículo 117.3. de la
Constitución).
2. El nuevo diseño constitucional del proceso civil acoge una legalidad
reservada constitucionalmente a la “ley” de “competencia exclusiva” del Estado. En
concreto, “la legislación procesal, sin perjuicio de las necesarias especialidades que en este
orden se deriven de las particularidades del derecho sustantivo de las Comunidades
Autónomas” (artículo 149.1. 6ª de la Constitución).
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El nuevo diseño del proceso civil
La convergencia del arbitraje con la preceptiva procesal civil era plena con la ley
de enjuiciamiento civil de 1881 en cuyo Título V del Libro II, rubricado “De la jurisdicción
contenciosa”, se regulaba integrado en la legislación procesal civil a través del denominado
“juicios de árbitros y de amigables componedores”.
Han existido también razones constitucionales. La jurisprudencia del Tribunal
Constitucional llegó incluso a admitir -erróneamente- la conceptuación procesal civil de la
legislación arbitral. En ese error se despeñó la sentencia del Tribunal Constitucional
62/1991, de 22 de marzo en la que se dijo: «... es evidente que la creación de órganos de
naturaleza arbitral y el establecimiento de un procedimiento heterocompositivo es materia
de la legislación procesal civil...» (GIMENO SENDRA).
Han existido también razones legislativas ya que admitido por el Tribunal
Constitucional que la legislación sobre el arbitraje era legislación procesal civil no era
posible eludir semejante cualificación. En concreto, se dijo «que aquella ley especial [sería
la ley de arbitraje] remite a la ley de enjuiciamiento civil en lo que no tenga previsto y
especialmente que sienta como principios del procedimiento, como no podría ser de otra
forma, los esenciales de audiencia, contradicción e igualdad entre las partes» (RIVES
SEVA).
Han existido, por último, razones doctrinales. La doctrina deseó evidenciar la
conceptuación civil de la normativa reguladora del arbitraje. En tal sentido, se dijo también
«que el [del] derecho procesal posee las [cuyas] normas, en relación con el arbitraje (igual
que respecto al procedimiento judicial), que le proporcionan las necesarias garantías para su
correcto desenvolvimiento y eficacia (…)» (ROCA MARTÍNEZ).
ejecutivas que aún puedan realizarse o modificarse hasta la completa satisfacción del
ejecutante. Aun cuando se hubiera iniciado la ejecución forzosa conforme las reglas de la
anterior ley de enjuiciamiento civil de1881, deben aplicarse de inmediato las normas de la
nueva ley de enjuiciamiento civil siempre que ello sea posible, es decir, produciéndose una
inmediata reconvención a la nueva normativa con posibilidad de coexistencia de dos normas
diferentes” (BARBANCHO TOBILLAS).
ese mismo tribunal pronuncie sentencia con arreglo a lo que se le “informa” a veces con
prolijas, tediosas y aburridas invocaciones a leyes y demás material normativo y
jurisprudencial ante el tribunal de uno, dos, tres o más abogados a pesar de que en el lado
opuesto, exista un único abogado “informante” [o incluso, más de un abogado] ante ese
mismo tribunal, pero quizás con un acopio de abogados no similar o símil al presentado por
la contraparte con clara y evidente conculcación, incluso, del principio de igualdad de armas.
Se podría concluir, realizando una afirmación acaso sorprendente, que la actividad
del abogado, no sería otra que la de un mero “informante” ante el tribunal para lo que no
necesitaría, para llevar a cabo su actividad de “informante”, de la presencia física del
abogado “contrario” ni tampoco de la parte a la que defiende a pesar de que son sus derechos
e intereses legítimos los que irán al contenido de la sentencia.
En definitiva, no se consideraría necesario que los abogados se “enfrentaran” entre
sí. Como mucho, los abogados estarían obligados a escucharse en presencia del juez con el
fin de que reciba toda la información que estimen conveniente hacerle llegar y sin que,
obviamente, sea preciso que el abogado se encuentre situado ante (delante) el tribunal de
forma que sea posible su inmediata comunicación con él y con la parte a la que defiende.
Tampoco estaría justificado el uso de una lingüística procesal sustentada en
estrategias discursivas que, por demás, sólo han sido objeto de estudio en relación con el
proceso penal (TORRES ÁLVAREZ) pero no respecto del proceso civil, quizás debido a
que la estrategia discursiva del abogado en el juicio [o, en la vista del denominado proceso
declarativo verbal] sea tan solo la de un mero “informante” al tribunal de sus propuestas
jurídicas sin voluntad alguna de “combatir la incomprensibilidad que, en ocasiones, provoca
el lenguaje legal” (TORRES ÁLVAREZ).
Ese modelo de proceso civil justificado en la actividad de un abogado mero
“informante” ante el tribunal, se encontraría en línea de quienes postulan que “una forma
promisoria de abordar el problema” de la verdad/y o justicia en el proceso civil, “es
considerar que es el Derecho, y no el proceso, el que debe ser considerado un método de
resolución de conflictos” (FERRER BELTRÁN) lo que llevaría de forma promisoria a negar
la existencia misma del derecho procesal al que no se le considera “un método de resolución
de conflictos” (FERRER BELTRÁN).
Desde esa perspectiva, se justifica la ausencia de “contienda judicial” (artículo
248.1. de la ley de enjuiciamiento civil) en el proceso civil en que “el proceso es un medio
de solventar el conflicto haciendo cesar el enfrentamiento, permitiendo que las partes digan
todo lo que tengan que decir, presenten todas las pruebas que deseen y formulen las
interpretaciones jurídicas que a su derecho convengan. Es decir, obligando a las partes
escucharse ante la presencia del juez, que recibe toda la información que éstas presenten”
(NIEVA FENOLL) “al margen por completo de un contexto bélico -como sugiere, por
ejemplo, el modelo adversarial estadounidense-, que además se compagina mal con un
medio pacífico de resolución de conflictos como es el proceso jurisdiccional” (NIEVA
FENOLL); de modo que esta visión, tan apacible y a la vez tan ideal, sería la que se desearía
que transmitiera el vigente proceso civil español.
Incluso, se ha llegado a perfilar un modelo diverso de proceso civil que ha de
“superar la antinomia presentada por el llamado proceso adversarial [ya sabemos que en
la lengua española ese tipo de proceso a nivel semántico no existe. Sí, al menos
semánticamente, el proceso adversativo] e inquisitivo” (OTEIZA) y que no sería otro
que lo que se ha denominado “proceso cooperativo” (OTEIZA).
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El nuevo diseño del proceso civil
en cambio omitir como viene siendo habitual en los escritos de la procesalistica española
(manuales, lecciones de derecho procesal civil etc.), que el diseño del proceso civil sea
adversativo o bien se debe a que en él las partes no asumen “la responsabilidad de sostener
su caso” (ECHEVARRIA VARGAS) frente a la parte adversaria y, por tanto, el proceso
civil no sería adversativo lo que no dejaría de suscitar como poco perplejidad y asombro; o
bien lo que, finalmente, acontece en el proceso civil español no es una “contienda judicial”
entre partes (artículo 248.1. de la ley de enjuiciamiento civil) y sí más bien se asiste a la
actuación de la parte que no le interesa fijar su atención en el adversario para abatirlo
[incruentamente, claro está] y sí, en cambio, en el tribunal para “informarle”, generalmente
de forma, como ha quedado indicado, ciertamente tediosa y aburrida, de su demanda o de su
defensa, en su caso, por lo que la “contienda judicial” (artículo 248.1. de la ley de
enjuiciamiento civil) frente al adversario es inexistente.
En consecuencia, habría que afirmar rotundamente que el modelo de proceso civil
español no es adversativo lo que, sin duda, lo hundiría en cierta anormalidad puesto que en
él no habría “contienda judicial” pese al dictado del artículo 248.1. de la ley de
enjuiciamiento civil y sin que los nuevos cometidos del letrado de la administración de
justicia, como impulsores del proceso civil, hayan cambiado esa percepción.
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ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 20
El nuevo diseño del proceso civil
CAPÍTULO III
LA PRETENSIÓN PROCESAL
Y LA CUESTIÓN DE PROCEDENDO
DE LAS PARTES EN EL PROCESO CIVIL
forme et devant les mêmes juges, dans les mêmes cas”» (PERROT). En consecuencia, es
posible sustentar las siguientes conclusiones.
Las diversas Constituciones que han sido promulgadas “se esfuerzan en distinguir
entre los derechos fundamentales que sólo corresponden a los ciudadanos o a los extranjeros
habitantes del territorio nacional, y aquellos que son inherentes a cualquier hombre por el
mero hecho de serlo” (GOLDSCHMIDT). En concreto, y con motivo de las discusiones que
surgieron con ocasión de la Constitución de Weimar “su más autorizado interprete emitió el
siguiente juicio: “Los derechos fundamentales, en su calidad de derechos subjetivos
públicos, no dimanan de la ciudadanía, sino de la personalidad, y como normas objetivas de
Derecho no regulan la relación entre el Estado y sus ciudadanos, sino entre el Estado y el
individuo” (GOLDSCHMIDT). Poco tiempo después Alemania se introdujo en la larga
noche del nazismo en la que se negó la existencia del “individuo” y el reconocimiento a que
el Estado les asegurara la tutela efectiva de los jueces y tribunales.
1. La pretensión procesal civil ha accedido al ámbito del garantismo
constitucional que proclama, sin ambigüedades, que “todas las personas tienen derecho a
obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales” (artículo 24.1. de la Constitución). Es la
garantía procesal de demandar tutela judicial efectiva mediante la pretensión procesal con el
fin de obtener de los tribunales -jueces y letrados de la administración de justicia- la garantía
de un proceso civil justo, equitativo y de efectiva tutela.
El ejercicio de la pretensión procesal civil supone que todos quienes la ejercen han
de ser objeto de un tratamiento igual desde la perspectiva de una efectiva tutela de los
Juzgados y Tribunales (artículo 24.1. de la Constitución); lo que significa que el acceso a la
misma no puede ser impedido según exista una discapacidad en razón de quién la ejerza ya
que el igual reconocimiento como persona ante la ley de enjuiciamiento civil es un principio
general básico de la protección de los derechos humanos reconocido en el artículo 49 de la
Constitución que obliga a los poderes públicos a amparar a las personas con discapacidad
en el ejercicio de sus derechos ante un tribunal así como también en el artículo 12 de la
Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad hecho en Nueva York el
13 de diciembre de 2006 (Instrumento de Ratificación en el Boletín Oficial del Estado de 21
de abril de 2008) según el cual el Reino de España reafirma que las personas con
discapacidad tienen derecho al reconocimiento de su personalidad jurídica en el proceso civil
para lo que se les reconoce que tienen capacidad jurídica en igualdad de condiciones con
todas las demás partes personadas en el proceso civil.
En definitiva, «el discapacitado y el incapacitado judicialmente no tiene por qué
coincidir, pues los conceptos “persona con discapacidad” y “persona incapacitada” hacen
referencia a realidades distintas y no necesariamente coincidentes» (RUIZ MORENO).
2. La pretensión procesal civil es una petición de tutela judicial efectiva que
afecta a dos sujetos. De un lado, a quién la sostiene e incoa, llamado de muy diferente
modo. Así: actor, demandante. Pero de otro, afecta también al sujeto frente al cual se plantea
la demanda, llamado demandado. No en vano, el artículo 5.2. de la ley de enjuiciamiento
civil indica que la pretensión se formula por el actor o demandante “frente a los sujetos a
quienes haya de afectar la decisión pretendida”.
3. La pretensión procesal es abstracta con la que no se discrimina ni es
discriminada en su ejercicio ya que el acceso a la “tutela efectiva de los Juzgados y
Tribunales” (artículo 24.1. de la Constitución) no se discrimina ni es discriminada por tal o
cual (“concreta”) pretensión procesal civil que la norma constitucional no puede -ni debe
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 22
El nuevo diseño del proceso civil
prever- de modo singular -uti singulis- para un particular y concreto sujeto con el fin de
obtener una abstracta tutela judicial efectiva (artículo 24 de la Constitución).
4. La pretensión procesal civil es sustantiva porque se justifica en una
normativa que es garantía de acceso a los Juzgados y Tribunales según unas garantías
procesales propias perfectamente objetivables para cuya aplicación no precisa de la
instrumentalidad del derecho civil, derecho hipotecario, del derecho mercantil etc.
5. La pretensión procesal civil no responde al diseño de un proceso civil
adversativo. Es cierto que el artículo 5.2. de la ley de enjuiciamiento civil alude a la
integración de la pretensión procesal civil de la parte procesal en un contradictorio al indicar
que la pretensión de la parte se ha de plantear “frente a los sujetos a quienes haya de afectar
la decisión pretendida” y “ante el tribunal que sea competente”.
Pero, ese contradictorio que conlleva el ejercicio de la pretensión procesal civil, no
responde al diseño de un proceso civil adversativo acorde con la existencia de una “contienda
judicial” inter partes (artículo 248.1. de la ley de enjuiciamiento civil) ya que bastaría con
el mero sostenimiento de la razón de la pretensión en términos sustantivos y no
necesariamente procesales para hacer innecesario la existencia misma del proceso civil y de
la “contienda judicial” a la que debería ser proclive todo proceso civil. Por tanto, la
“contienda judicial” inter partes a que alude el artículo 248.1. de la ley de enjuiciamiento
civil, no se corresponde con el diseño de un proceso civil adversativo “donde en el contexto
de un debate que se realiza en el tribunal, el juez puede percibir cuál de las partes tiene
razón” (FONTANET MALDONADO).
Todavía, en el recorrido de la pretensión procesal civil, existen factores
sociológicos, culturales, o los relativos al modo de concebir la actuación ante un tribunal
distantes de lo que sería un modelo de proceso civil adversativo de partes, así como otros
muchos de muy diversa índole, que obstaculizan ese correcto tránsito.
De entre ellos, destacaría la ausencia de “contienda judicial” (artículo 248.1. de la
ley de enjuiciamiento civil) inter partes y que supone que “el proceso es un medio de
solventar el conflicto haciendo cesar el enfrentamiento, permitiendo que las partes digan
todo lo que tengan que decir, presenten todas las pruebas que deseen y formulen las
interpretaciones jurídicas que a su derecho convengan. Es decir, obligando a las partes
escucharse ante la presencia del juez, que recibe toda la información que éstas presenten”
(NIEVA FENOLL) “al margen por completo de un contexto bélico -como sugiere, por
ejemplo, el modelo adversarial estadounidense-, que además se compagina mal con un
medio pacífico de resolución de conflictos como es el proceso jurisdiccional” (NIEVA
FENOLL); de modo que esta visión, tan apacible y a la vez tan ideal, sería la que se desearía
que transmitiera el vigente proceso civil español.
Ese modelo de proceso civil justificado en la actividad de un abogado mero
“informante” ante el tribunal, se hallaría en línea de quienes postulan que “una forma
promisoria de abordar el problema” de la verdad/y o justicia en el proceso civil, “es
considerar que es el Derecho, y no el proceso, el que debe ser considerado un método de
resolución de conflictos” (FERRER BELTRÁN) lo que llevaría de forma promisoria a negar
la existencia misma del derecho procesal al que no se le considera “un método de resolución
de conflictos” (FERRER BELTRÁN).
Cuando la Constitución indica que “todas las personas tienen derecho a obtener la
tutela efectiva de los jueces y tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos”
(artículo 24.1. de la Constitución), el reconocimiento de ese “derecho” a su fin «o sea, la
tutela de los derechos e intereses legítimos, podría haber sido mejorada, si se hubiera
antepuesto el verbo “pretender” [para pretender la tutela de sus derechos e intereses
legítimos]» (ALMAGRO NOSETE) en razón de que “quién reclama justicia y recibe sólo
tutela procesal [es] porque carece de los derechos o intereses legítimos que afirma, en su
favor, como ciertos” (ALMAGRO NOSETE). O sea, porque se pretende “en abstracto”. Las
anteriores indicaciones suponen tener en cuenta:
1. El carácter abstracto de la pretensión procesal supone que el artículo 24.1.
de la Constitución no establece “una vinculación del derecho procesal de acción (…)
con los derechos e intereses legítimos totalmente superada, situándonos históricamente
en tiempo de los romanos (definición de Celso de la acción), dando a entender que quién no
esté en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos (que es lo que debe reconocer o
declarar la sentencia) no tiene derecho a acudir a los Tribunales” (ALMAGRO NOSETE)
porque, en definitiva, se reclamaría “en concreto” al difundirse la idea -ciertamente
incorrecta- consistente en que “la autonomía científica del Derecho Procesal no ha
descartado ni soterrado su función instrumental respecto del derecho material” (MONROY
GÁLVEZ).
2. El carácter abstracto de la pretensión procesal implica que el vínculo
objeto/“acción” que parece “concretarse” en la Constitución en la “pretensión de tutela
material o de fondo” pudo ser evitada con “una pretensión de tutela procesal” de
carácter “abstracto”. O sea, con la referencia a la existencia de una “pretensión abstracta”
que afectara al vínculo objeto/“acción” a través -ahora sí- de su constitucionalización
mediante el artículo 24. 1. de la Constitución.
3. El carácter abstracto de la pretensión procesal surge de la jurisprudencia
del Tribunal Constitucional según la cual «el artículo 24.1. de la Constitución no
sanciona la “acción en sentido concreto”, esto es, no proclama el derecho de quienes
acuden a los tribunales a obtener de estos un pronunciamiento favorable a sus pretensiones»
(GARBERÍ LLOBREGAT).
4. El carácter abstracto de la pretensión procesal explicaría su entrada dentro
del derecho fundamental a la tutela judicial efectiva (artículo 24.1. de la Constitución)
como contenido esencial del mismo de la “pretensión” (artículo 5 de la ley de enjuiciamiento
civil) que con una indudable proyección fáctica en la causa petendi de la demanda se
justifica en un contenido ambivalente, al presentar dos interpretaciones o dos valores de
tutela no necesariamente opuestos. El “abstracto” propiamente dicho de la pretensión y el
“concreto” de la causa petendi de la demanda que diseña el objeto de la pretensión.
5. El carácter abstracto de la pretensión procesal supone que el derecho de
acceso constitucional a la tutela judicial efectiva de un tribunal solo actúa una especie
de provocatio ad agendum justificado en su sola afirmación “abstracta” en razón de su
significada cualidad de “provocación” del tribunal con exclusión del “concreto” vínculo
objeto/“acción” que pueda pretender el sujeto. Pero, no más.
6. El carácter abstracto de la pretensión procesal no afecta al ius persequendi
judicio quod sibi debeatur. Esto es, ¿el factum que se perseguía en el “iudicio” romano era
el mismo que servía de sustento al derecho del sujeto -derecho subjetivo- que se ejercitaba
con la denominada “actio” romana? O, en cambio ¿era otro distinto?
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 24
El nuevo diseño del proceso civil
un derecho contra otro, en cuyo caso el perjudicado por la jactancia podía obligar al
jactancioso a que presentase demanda de su pretendido derecho, obligando al Tribunal a su
declaración -mera declaración-. Era el perjudicado el que tenía a su favor la denominada
“acción de la jactancia”, en virtud de la cual el Tribunal ordenaba, al que se jactó, a que
interpusiera una demanda y así poder llevar a cabo la declaración de la pertenencia del
derecho. La llamada “acción de jactancia” tiene su precedente en el Derecho romano e
inspirada en él fue recogida en nuestro Derecho por la Partida 3ª Tít. II Ley 46. Por tanto, la
provocación mediante la acción de jactancia se hace coincidir con la pretensión meramente
declarativa.
7. La pretensión declarativa de condena y constitutiva puede existir como
“prejudicial” a la condena o a la nueva constitución jurídica, a diferencia de las
pretensiones meramente declarativas que persiguen la certidumbre jurídica del
derecho controvertido (“l´accertamento existe come pregiudiziale alla condanna e alla
modificazione giuridica. Nelle (…) di mero accertamento, però, l´accertamento, anziche
avere un valore pregiudiziale, esaurice lo scopo (…) del processo, ed ha questa sola
funzione: quella di far certo il diritto” ZANZUCCHI).
8. La pretensión declarativa se justifica en la “declaración de la existencia de
derecho y de situaciones jurídicas” (artículo 5.1. de la ley de enjuiciamiento civil) permite
la declaración jurisdiccional al cambio jurídico que comprende la creación, modificación o
extinción de una relación jurídica. Es la denominada “constitución, modificación o
extinción” a que alude el artículo 5.1. de la ley de enjuiciamiento civil. Al respecto, las
pretensiones declarativas constitutivas pretenden constituir, modificar o extinguir relaciones
jurídicas («tendono a porre in essere sentenze, aventi per effetto di “costituire, modificare
o estinguere rapporti giuridici (con effetto fra le parti, i loro eredi o aventi causa)”»
(ZANZUCCHI).
9. La pretensión declarativa constitutiva se caracteriza en que su objeto
consiste en que la declaración jurisdiccional produzca un “estado constitutivo” que
antes no existía por lo que los efectos del cambio jurídico comienzan en el momento en que
el cambio se ha producido y se produce cuando la sentencia es cosa juzgada (“passa in
giudicato” CHIOVENDA) por lo que por propia naturaleza se origina ex nunc
(“normalmente agisce ex nunc” CHIOVENDA). Al respecto, “las demandas constitutivas
(Gestaltungsklagen) se diferencian de las demandas de condena y declarativas porque están
dirigidas a la inmediata creación de una modificación jurídica” (LEIBLE).
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El nuevo diseño del proceso civil
CAPÍTULO IV
LA CUESTIÓN DE IUDICANDO
siente la necesidad de acudir a ella para “resolver los problemas derivados de quién tiene la
facultad de actuar y disponer sobre la petición a deducir, porque no todo el mundo puede
hacerlo en muchos casos” (GÓMEZ DE LIAÑO DIEGO).
FREITAS) se justificaría en base a ese “profilo generalíssimo” [en base a un perfil muy general y, por
ello, abstracto] (MANDRIOLI).
5. La cuestión de iudicando de la parte procesal permite el acceso al “derecho
a obtener [en “abstracto”] la tutela efectiva de los jueces y tribunales” (artículo 24.1. de
la Constitución).
6. La cuestión de iudicando de la parte procesal ha dejado de ser un concepto
que, procesalmente, se conecta con la cuestión de fondo en el proceso civil y pasa a ser
ante todo una formulación de contenido y origen netamente constitucional en el sentido
siguiente: no se puede negar la aptitud para ser parte en el proceso civil cuando al “derecho
e interés legítimo” en litigar le asista el “derecho a obtener [en “abstracto”] la tutela efectiva
de los jueces y tribunales” (artículo 24.1. de la Constitución).
7. La cuestión de iudicando de la parte procesal implica que a la Constitución
le anima el deseo confesado de blindarla en “abstracto” en la medida en que el “derecho
e interés legítimo” es la justificación para que en “abstracto” se pueda obtener el
derecho a la “tutela efectiva de los jueces y tribunales” (artículo 24.1. de la Constitución)
que afecta, por lo demás, tanto a los intereses legítimos individuales como a los intereses
legítimos de los grupos (artículo 7.3 de la ley orgánica del Poder Judicial).
ese instituto Prozeẞstandschaft (…) que fue luego defectuosamente traducido por
CHIOVENDA como sostituzione processuale” (NIEVA FENOLL).
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 42
El nuevo diseño del proceso civil
CAPÍTULO VI
HABILITACIÓN GENERAL
DE LAS PARTES PARA DISPONER
DEL OBJETO DEL PROCESO CIVIL
§1. PODER DE DISPOSICIÓN DEL OBJETO DEL PROCESO CIVIL POR LAS
PARTES PROCESALES
La ley de enjuiciamiento civil establece una habilitación general consistente en que
las partes están facultadas para disponer del proceso civil y sus pretensiones posiblemente
convencida de que litigar es la consecuencia de una patología social a la que hay que hacer
frente mediante la puesta en práctica de una cultura del pacto o del acuerdo entre las partes
y en la que van a interactuar tanto jueces como letrados de la administración de justicia. Las
anteriores consideraciones precisan de una serie de reflexiones añadidas.
1. La habilitación general que ahora reconoce como inédita la ley de
enjuiciamiento civil consistente en que las partes están facultadas para disponer del
proceso civil y sus pretensiones se justifica en “uno de los principios esenciales del
proceso civil, cual es que los litigantes están facultados para disponer del objeto del juicio,
siendo ello una consecuencia lógica de que el proceso civil es un medio de solución de los
conflictos de índole privada, de tal manera que las partes, aun iniciado el litigio y, por tanto,
sometida la cuestión litigiosa a la consideración de los Tribunales de Justicia, pueden decidir,
en cualquier momento de la primera instancia o de los recursos, poner fin aquél a través de
una solución entre ellos adoptada fuera del proceso, que puede buscar su aprobación judicial
(transacción) o no” (CUENCA GARCÍA).
2. La habilitación general de las partes para disponer del proceso civil y sus
pretensiones es de carácter expansivo. Se infiltra en el proceso civil declarativo ordinario
(artículo 415 y 428 de la ley de enjuiciamiento civil) y verbal (artículo 443 de la ley de
enjuiciamiento civil); aunque no es menos cierto que, la vigente ley de enjuiciamiento civil,
no le indica ni le impone a la parte en el proceso civil, cómo debe de actuar y que, por tanto,
se halle obligado a proceder de una determinada forma. No obstante, cierta procesalistica
con un criterio sin duda desafortunado, justifica esa habilitación general de las partes para
disponer del proceso civil y sus pretensiones de inequívoco carácter expansivo en que «la
ausencia de suficientes recursos y la necesidad de “descongestión” del sobrecargado sistema
judicial -soterradas bajo la idea capital de dotar al ciudadano de nuevos recursos, acaso, más
humanos- impulsó nuevas corrientes alternativas a la Jurisdicción: arbitraje, mediación…»
(CALAZA LÓPEZ).
3. La habilitación general de las partes para disponer del proceso civil y sus
pretensiones supone que son las partes quienes disponen sobre si existe objeto litigioso
(memo iudex sine actore); acerca de cómo ha de actuar el tribunal sobre el objeto litigioso
que se dispone (ne eat iudex ultra petita partium); y, en fin, que también son las partes las
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 43
El nuevo diseño del proceso civil
que pueden disponer la conclusión o terminación del objeto litigioso (sine petita ne iudicat
iudex).
4. La habilitación general de las partes para disponer del proceso civil y sus
pretensiones es reconocida de modo “expreso y unitario” por la exposición de motivos
de la ley de enjuiciamiento civil y se “integra o se ampara bajo el paraguas de la tutela
judicial efectiva, ex artículo 24 de la Constitución” (VARELA GÓMEZ) por ser fiel
“reflejo del principio dispositivo y de la idea de que el derecho a la tutela judicial efectiva
(artículo 24 de la Constitución) sólo la tienen los que son titulares de derechos o intereses
legítimos dignos de protección” (CUENCA GARCÍA).
4. La habilitación general de las partes para disponer del proceso civil y sus
pretensiones regulada en el Capítulo IV, Título I, Libro I de la ley de enjuiciamiento
civil es contraria a su conceptuación como un subsistema justificado en una
anormalidad o en “formas de terminación anormal del proceso” (VIADA,
ARAGONESES, GONZÁLEZ-MONTES SÁNCHEZ, GARBERÍ LLOBREGAT,
LARENA BELDARRAIN) o, peor aún, en una crisis procesal como si disponer las partes
del proceso civil y sus pretensiones supusiera una anomalía, una excepción, una
irregularidad, una rareza, una deformación o, en fin, una aberración que impide que “un
proceso civil finalice sin que se haya desarrollado en su integridad y/o sin un
pronunciamiento sobre la cuestión de fondo” (JIMÉNEZ CONDE, GARCÍA-ROSTAN
CALVÍN, TOMÁS TOMÁS). O, contraponiendo la finalización normal del proceso para
cuando “no ocurre así, terminando el proceso de modo anormal” “o, de forma anormal”
(BARONA VILAR) de modo que lo anormal vendría, a su vez cualificado, por su
contraposición a lo que es la “finalización lógica y habitual del proceso” (CUBILLO
LÓPEZ). O, que “en lugar del final del proceso con una sentencia sobre el fondo pronunciada
tras la previa contradicción entre las partes (…) caben ciertos fenómenos” (DE LA OLIVA
SANTOS) a los que se les caracteriza por “la anormalidad de esos especiales fenómenos”
(DE LA OLIVA SANTOS).
Más en concreto, se llegó a afirmar que cuando el demandado se allana y
“manifiesta su voluntad de dar la satisfacción requerida, el armazón del proceso se
resquebraja” (INFANTES).
5. La habilitación general de las partes para disponer del proceso civil y sus
pretensiones regulada en el Capítulo IV, Título I, Libro I de la ley de enjuiciamiento
civil es contraria a su conceptuación como un subsistema en el «la denominación
“terminación anormal del proceso” abarca toda una serie de fenómenos» (ARMENTA DEU)
con los que nos adentramos en “las crisis procesales” (CORTÉS DOMÍNGUEZ) ya que
“excepcionalmente, el proceso puede terminar de forma precipitada, truncándose, por la
voluntad directa o indirecta de las partes, el devenir normal del procedimiento” (CORTÉS
DOMÍNGUEZ).
5. La habilitación general de las partes para disponer del proceso civil y sus
pretensiones regulada en el Capítulo IV, Título I, Libro I de la ley de enjuiciamiento
civil es el sistema de resolución de la “relación jurídica u objeto litigioso” (artículo 10
de la ley de enjuiciamiento civil) en el que se justifican las ADR o el uso generalizado de la
mediación en el seno del proceso civil con el fin de evitar la “contienda judicial” (artículo
248.1. de la ley de enjuiciamiento civil).
6. La habilitación general de las partes para disponer del proceso civil y sus
pretensiones regulada en el Capítulo IV, Título I, Libro I de la ley de enjuiciamiento
civil no justifica “hablar de modo anormal de terminar el proceso; es como si en
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 44
El nuevo diseño del proceso civil
CAPÍTULO VIII
LA COMPETENCIA PROCESAL
(Continúa)
(LEIBLE).
5. La denominada competencia procesal permite determinar el “juez ordinario
predeterminado por la ley” que va a garantizar -garantía procesal- a las partes el
acceso al proceso civil declarativo (ordinario y verbal) mediante la respectiva
“distribución” de la “función” o ejercicio de la función jurisdiccional constitucional (artículo
117.3. de la Constitución). En efecto, “l´esercizio della funzione [el ejercicio de la función]
è distribuito in modo che ciascuno [se distribuye en cada tribunal] ne abbia [al que se le
asigna] una frazione, una parte [una parte de la misma], che costituice la sua competenza
[que constituye la competencia], nel cui àmbito, e non oltre, può esercitare le sue funzioni”
[en el que ejerce sus funciones] (LIEBMAN).
6. La competencia procesal justifica el “juez competente” para el ejercicio de
la función jurisdiccional constitucional (artículo 117.3. de la Constitución). Es el juez
constitucional. O, el “juez cognoscente” (CABEZUDO RODRÍGUEZ) que opera mediante
el concepto de “competencia procesal” cuya concreción o determinación tiene lugar, según
la exposición de motivo de la ley de enjuiciamiento civil (VII), en una ley procesal civil
ordinaria en atención a “la predeterminación legal del tribunal” porque con arreglo al artículo
1 de la ley de enjuiciamiento civil se establece el “principio de legalidad procesal ordinaria”
que permite que “quienes” “acudan e intervengan” ante un tribunal “deberán actuar con
arreglo” a las normas de “competencia procesal” que, de “ordinario”, se regulan en una ley
ordinaria como lo es la ley de enjuiciamiento civil.
7. Las reglas o criterios legales que de “ordinario” establece la ley de
enjuiciamiento civil acerca de “las normas sobre atribución de competencias (…) son
de legalidad ordinaria” (CASAS BAAMONDE). Esa conceptuación “ordinaria” de la
competencia procesal proviene del artículo 44 de la ley de enjuiciamiento civil que rubricado
“Predeterminación legal de la competencia”, nos ubica ya en una “predeterminación” legal
de la misma “ordinaria”, según el principio de legalidad procesal que se establece en el
artículo 1 de la ley de enjuiciamiento civil y, por tanto, de una “predeterminación” legal del
tribunal que “requiere que el conocimiento del pleito les esté atribuido por normas con rango
de ley y anteriores a la incoación de las actuaciones de que se trate” (artículo 44 de la ley de
enjuiciamiento civil” a modo de traslación, de la legalidad constitucional (artículo 24.2. de
la Constitución), a un contexto normativo de legalidad ordinaria.
8. Las reglas o criterios legales que de “ordinario” establece la ley de
enjuiciamiento civil son “reglas legales sobre atribución de competencias” (CASAS
BAAMONDE) que, si bien “son de legalidad ordinaria” (CASAS BAAMONDE), esa
“legalidad” es de indudable orden público procesal. O sea, de ius cogens o de derecho
necesario ya que si no se aplican las normas de la ley de enjuiciamiento civil que establecen
la competencia procesal de modo imperativo, inderogable e indisponible, se haría un uso
inadecuado de la “función” -jurisdiccional constitucional: artículo 117.3. de la Constitución-
por el tribunal civil al desatender su conceptuación competencial de indudable orden público
procesal, de ius cogens o de derecho necesario lo que originaría de inmediato, un desorden
público procesal.
9. Las reglas o criterios legales que de “ordinario” establece la ley de
enjuiciamiento civil sobre atribución de competencia a un tribunal lo que persiguen es
garantizar por ley [“ordinaria”] la “competencia” del tribunal y de sustraer de la
disponibilidad de las futuras partes procesales el poder elegir y disponer sobre la
elección de un juez diverso al que debiera conocer del proceso civil según los criterios
legales garantizados de “ordinario” aun cuando existan reglas competenciales como las
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 47
El nuevo diseño del proceso civil
CAPÍTULO IX
LA PRUEBA
derecho de toda persona a obtener una tutela judicial efectiva y un proceso con todas las
garantías y medios de prueba pertinentes a la defensa, no es ilimitado ni exige a los órganos
jurisdiccionales la admisión de cualesquiera de aquellas que puedan las partes proponer, sino
tan solo aquellas pruebas que puedan reputarse pertinentes y relevantes a la causa llevando
entonces juicio de pertinencia de la misma en relación con los hechos de que verse el debate”
(CINTO LAPUENTE).
12. La constitucionalización de la pertinencia del “medio probatorio” (artículo
24.2 de la Constitución) debe ser examinada desde el observatorio de la lógica y la razón
(artículo 218.2. de la ley de enjuiciamiento civil) a la luz de los hechos alegados por las
partes.
no hay certeza no hay prueba. La certeza es el conocimiento exacto de la verdad sin ninguna
suerte de dudas, y tal certeza no se adquiere sino por la evidencia” (LÓPEZ-MORENO).
4. La prueba en el sistema jurídico del civil law al que se adscribe la ley de
enjuiciamiento civil, se caracteriza por el destinatario de medio probatorio que va a ser
un profesional del derecho -el tribunal, integrado por jueces o magistrados
profesionales conocedores del Derecho- y que por su conocimiento del Derecho tiene
qué conocer la existencia del Derecho de prueba o Derecho probatorio previamente
regulado a diferencia de la evidencia del sistema jurídico del common law que se justifica
en todo lo que puede servir para influir en el ánimo del jurado que por su desconocimiento
del Derecho no tiene por qué conocer la existencia de reglas previas de Derecho de prueba.
Basta con la evidencia como certeza clara y manifiesta. De ahí que no extrañe que el
término evidencia se proyecte “en un sentido subjetivo” (MUÑOZ SABATÉ) en el que “la
evidencia (o, no evidencia) es el producto de la valoración. O, esta última es un presupuesto
de aquella” (MUÑOZ SABATÉ).
la semiplena probatio, que surge como un “principio de prueba” o “media prueba” sería
una prueba indiciaria. Pero también se opone al denominado “enjuiciamiento prima facie”
entendido “como aquellos juicios jurisdiccionales en los que, por la imprescindible
necesidad de rapidez en la obtención de un pronunciamiento, la ley obliga al juez a juzgar
por sus primeras impresiones, aunque restringiendo su campo de decisión habitual” (NIEVA
FENOLL). No obstante, conviene tener presente que no existe “una gradación en la prueba.
El juzgador a la hora de dictar sentencia de fondo sólo tiene una alternativa: un hecho está
probado o no está probado” (MONTERO AROCA).
5. La denominada “prueba científica” y modelo de proceso adversativo. El
modo en que se practica la prueba en el proceso civil español no es acorde con la existencia
de un diseño auténticamente adversarial de partes -o, en el mejor de los casos, adversativo
por ser éste último término y no el de “adversarial” el que se halla registrado en el
Diccionario de la lengua española- y, por tanto, menos aún con que en ese mismo diseño de
proceso pueda tener cobijo la denominada prueba científica que, no obstante, está presente
en “la doctrina y jurisprudencia de los ordenamientos del common law, particularmente de
los Estados Unidos, en los que éste término (scientific evidence) ha encontrado un encaje
destacado (…) entre los teóricos y en la práctica judicial” (PÉREZ GIL).
Dado ese diverso contexto procesal en el que opera la “prueba” y la “evidencia”,
no sorprende que se cuestione incluso el término “prueba científica” aplicado al derecho
probatorio español porque “perviven dudas sobre su verdadera utilidad práctica” (PÉREZ
GIL) justificada, además, en un contexto normativo como el de la ley de enjuiciamiento civil
poco proclive a un modelo adversativo de proceso civil. Porque yendo a lo nuclear de esas
“dudas” (PÉREZ GIL), la clave para disiparlas se hallaría en que “el sistema anglosajón hace
énfasis en la prueba oral (…) [y] las reglas probatorias más sustanciales se refieren a aquello
que el jurado puede o no puede oír de boca de los testigos y expertos” (MARTÍN
SABATER).
Conviene tener presente que un modelo adversativo de proceso civil “supone una
forma fluida e inmediata en la presentación de la prueba. En el juicio, el juzgador debe
adjudicar las controversias y planteamientos sobre la admisión o rechazo de la prueba con
relativa celeridad y acorde a la aplicación de unos principios homogéneos (…). De lo dicho
es evidente un corolario: el derecho probatorio aspira además a la predictibilidad, esto es, a
que su conocimiento capacite a las partes hacia un mejor sentido de previsión y comprensión
respecto a controversias futuras. Lo anterior pone de manifiesto el afán del derecho
probatorio respecto al ideal de la certeza en la adjudicación de controversias, Y con ello,
evidentemente, la sujeción que tiene el derecho probatorio anglo-norteamericano al principio
de racionalidad. El derecho probatorio aspira a una admisión certera, justa y correcta de parte
del juzgador de los hechos” (VÉLEZ RODRÍGUEZ).
Por el contrario, el desarrollo normativo del Derecho probatorio en el proceso civil
español al no responder a una estructura unitaria, se consolida como episódico (VÉLEZ
RODRÍGUEZ) que no permite la irrupción en el mismo de la aportación probatoria de una
forma fluida e inmediata y sí de modo episódico o por etapas ocluyendo y atorando la prueba
científica.
A lo que se une, que el diseño del proceso civil en la ley de enjuiciamiento civil no
responde a un modelo acorde con la existencia de una real “contienda judicial” inter partes
(artículo 248.1. de la ley de enjuiciamiento civil) ya que bastaría con el mero sostenimiento
por el abogado de la razón de su pretensión en términos sustantivos y no necesariamente
procesales para hacer innecesaria la práctica de una “prueba científica” y de la “contienda
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 55
El nuevo diseño del proceso civil
son hechos necesitado de prueba los alegados por las partes a las que les incumbe la carga
de alegarlos ya que “sono i soli fatti allegati dalle parti, alle qualli incumbe appunto l´onere
di alleguare i fatti che ritengono idonei a giustificare le loro domande (onere
dell´allegazione). (LIEBMAN).
3. La probática. Respecto del hecho necesitado de prueba se ha indicado que
“parece que en nuestra reciente historia haya dos especies de derecho probatorio, el que
regula las pruebas y el que representa las técnicas o el arte de verificación de los hechos
extraprocesales, siendo el primero un apartado más del derecho procesal y perteneciendo el
segundo a un sistema todavía por denominar y desarrollar y del que solo sabemos que no es
derecho en sentido estricto. Tal sería la Probática destinada a explorar el trance del hecho,
desde su nacimiento (o antes) hasta su representación y reconstrucción (…). Visión a la vez
teórica y práctica, porque junto a una metodología general se añade el intento de
confeccionar una serie muy amplia de protocolos de prueba destinados a descubrir y enseñar
lo que hay detrás de cada thema decidendi que se presenta en la praxis judicial” (MUÑOZ
SABATÉ).
En el encuadre de la prueba del hecho, se introduciría la probática entendida “en el
sentido de que el objeto de prueba, no son realmente hechos sino las afirmaciones que de los
mismos hacen las partes en el proceso” como perteneciente “a las ciencias praxiológicas que
estudian los procesos de decisión y selección y evalúan la pertinencia de los conocimientos
disponibles de un determinado problema” (MUÑOZ SABATÉ).
4. Los hechos necesitados de prueba no garantizan la “verdad”, ni la “justicia”,
aunque sí pueden contribuir a su diseño en la sentencia que pronuncie el tribunal. Pero, no
más ya que “nada más erróneo creer que la declaración de hechos probados contenida en
una resolución judicial equivalga a una declaración dogmática sobre la verdad de los hechos”
(MUÑOZ i SABATÉ).
5. Los hechos necesitados de prueba justifican la iniciativa en la actividad
probatoria tanto de las partes como del propio tribunal. En el primer caso, la iniciativa
del tribunal responde a la práctica del principio inquisitorio a diferencia del de la parte que
responde al principio de contradicción [l´apport et la preuve des faits fondant la demande et
le jugement peuvent être le fait du juge (maxime inquisitoire) ou des parties (maxime des
debats)] (HABSCHEID).
6. Los hechos necesitados de prueba justifican la iniciativa en la actividad
probatoria del propio tribunal en el artículo 282 de la ley de enjuiciamiento civil en el que
al tiempo que se acoge el derecho a la prueba de la parte ya sea actora como demandada no
se rechaza que el tribunal la aporte por propia iniciativa parcialmente como tribunal, al
proceso civil adoptando maxime inquisitoire que la procesalistica justifica en que se
“encomienda al tribunal un papel más activo, que se aprecia con mayor intensidad en el
reforzamiento de la función directiva del juez en materia probatoria en los procesos
especiales regulados en el Libro IV de la de la ley de enjuiciamiento civil” (CASTRESANA
GARCÍA) aunque el tribunal no puede, como regla, asumir iniciativas probatorias ni ir en
busca del medio probatorio que pueda parecerle más útil. Iudex indicare debet iuxta alligata
et probata partium [Ciò significa che il giudice non può, di regola, assumere iniziative
istruttorie, nè andare alla ricerca dei mezzi che possono sembrargli utili] (LIEBMAN).
No es ni razonable ni sensato que fuese el Estado, quién a través de los más diversos
tribunales, se ocupe -con la correlativa responsabilidad- de proceder a probar los hechos
necesitados de prueba y aporte por propia iniciativa al proceso civil parcialmente como
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 57
El nuevo diseño del proceso civil
tribunal, los medios de prueba que considere pertinentes. Sería una anormalidad que no
encuentra justificación en democracias en las que impera el Estado de Derecho.
No obstante, la procesalistica se encuentra particularmente embelesada por
incentivar la idea que permita al tribunal por propia iniciativa y parcialmente como tribunal
aportar medios de prueba al proceso civil hasta el punto “que no es cierto que la atribución
de iniciativa probatoria ex officio al tribunal suponga un retroceso histórico, sino todo lo
contrario, nos acerca a las tendencias más modernas del derecho procesal civil” (PICÓ i
JUNOY) por lo que “las tendencias más modernas del derecho procesal civil” (PICÓ i
JUNOY) serían las que permiten al tribunal por propia iniciativa y parcialmente como
tribunal aportar medios de prueba al proceso civil. Otra procesalistica alude a la “sugerente
lectura de CAPELLETTI” (GONZÁLEZ GRANDA) para justificar “el aumento de
facultades-deberes del juez en la proposición de medios de prueba no ofrecidos por las
partes, sustrayendo el monopolio de la iniciativa probatoria de las partes e incrementando
los poderes del juez” (GONZÁLEZ GRANDA) que, sin embargo, podía y debía ser asumida
por el fiscal evitando que el tribunal, pese a esas “tendencias más modernas” (PICÓ i
JUNOY) o la “sugerente lectura de CAPELLETTI” (GONZÁLEZ GRANDA), pierda su
imparcialidad cuando, con ocasión de su aportación probatoria, opta -y ha de optar- por
alinearse con una concreta estrategia probatoria de alguna de las partes personadas en el
proceso civil.
exterior; mientras que la fuente de prueba se refiere a la fuente de información del mundo
exterior que está en capacidad de ofrecer el medio de prueba” (MOLINS GARCIA-
ATANCE).
5. Las fuentes de prueba que se incorporan al proceso a través de los medios
de prueba. Esas “fuentes de prueba que se incorporan al proceso a través de los medios de
prueba son ilimitadas” (MOLINS GARCIA-ATANCE). La fuente de la prueba surge del
exterior (ad extra) del proceso civil y se integra (ad intra) en el proceso civil mediante el
medio de prueba (artículo 299 de la ley de enjuiciamiento civil).
6. La ley de enjuiciamiento civil regula fuentes de prueba mediante númerus
apertus. La ley de enjuiciamiento civil “sanciona el carácter de númerus apertus de las
fuentes de prueba” (MOLINS GARCIA-ATANCE).
7. La fuente de la prueba del derecho nacional. Los hechos que integran esta
fuente de la prueba no necesitan, por regla general, ser probados. Del artículo 281.1. de la
ley de enjuiciamiento civil se desprende que el derecho nacional vigente con rango de ley
debidamente publicado en el Boletín Oficial del Estado y aplicable en el territorio nacional
no necesita ser probado. Pero, además, es preciso aludir al artículo 1.7. del código civil que
establece el principio del iura novit curia: el tribunal tiene el deber inexcusable de resolver
en todo caso los asuntos de que conozca ateniéndose al sistema de fuentes establecido que
encuentra acomodo en la garantía constitucional de la Jurisdicción entendida como la
potestad jurisdiccional constitucional que ostenta el tribunal consistente en juzgar y hacer
ejecutar lo juzgado en el caso concreto (artículo 117.3. de la Constitución).
Pero, si el ámbito de aplicación de la norma jurídica no se extiende al territorio
nacional, o no tiene el rango de ley, o, en fin, no se publicó en el Boletín Oficial del Estado,
pero sí en los Boletines de las Comunidades Autónomas su régimen probatorio es idéntico
al de la norma nacional con rango de ley publicada en el Boletín Oficial del Estado, pero
será precisa su alegación para que el tribunal pueda conocerla si la desconoce y proceda a
aplicarla.
Por tanto, “el derecho como regla general no debe probarse si es el nacional, está
vigente y ha sido debidamente publicado en el Boletín Oficial del Estado o Boletines
Oficiales de las Comunidades Autónomas pues se supone y además se presume que lo
conoce el juez (aunque esta presunción no sea legal y por tanto es un aforismo o una falsa
presunción) aunque no sea siempre así en la realidad dada la complejidad y pluralidad de las
normas vigentes existentes para ser conocidas en su totalidad, como sucede en el ámbito
administrativo. Por lo que el juez deberá investigar la existencia y contenido de la norma -si
la desconoce- para aplicarla y en este sentido internet entrando en el BOE le prestará un gran
servicio para ese fin, aunque puede pedir directamente información a los servicios jurídicos
del Ministerio de Justicia o del Consejo General del Poder Judicial” (ALONSO FURELOS).
8. La fuente de la prueba del derecho derogado. Los hechos que integran esta
fuente de la prueba no necesitan, por regla general, ser probados. Como el derecho que dejó
de estar vigente y que, por tal razón, puede ser conceptuado como derecho histórico
(ALONSO FURELOS), la doctrina distingue, de un lado, entre el derecho histórico
recopilado como aquel que “no es el fruto de la codificación iniciada en el S. XIX (…) [y]
que “debe probarse” (ALONSO FURELOS); es decir el que “forma parte de la Novísima
Recopilación, Nueva Recopilación, Partidas u otras Leyes, Cedulas, Provisiones….
insertadas en ellas. O en otras normas recopilatorias no referidas al Derecho Castellano, si
no Aragonés, Catalán, Valenciano, Navarro…” (ALONSO FURELOS) y, de otro, el
codificado “que por su fácil comprobación -aunque queda fuera del principio iura novit
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 59
El nuevo diseño del proceso civil
curia- (…) no debe exigirse su prueba para poder ser aplicado de oficio por el juez. Se aplica
directamente y de oficio por el juez como el nacional vigente que sí está cubierto por el
principio iura novit curia” (ALONSO FURELOS).
9. La fuente de la prueba justificada en el conocimiento privado del juez. La
fuente de la prueba son hechos; pero sólo los hechos que aportan las partes -garantía procesal
de la aportación de parte- al tribunal y que justifican sus pretensiones (artículo 5 de la ley de
enjuiciamiento civil). Se excluye, por tanto, el conocimiento privado del tribunal acerca de
los hechos.
10. La fuente de la prueba de la costumbre. En lo que respecta a la costumbre, el
principio general estriba en que la costumbre no está sujeta a prueba. No precisa de iniciativa
probatoria. La prueba de la costumbre con carácter general no es necesaria. La razón parece
ser bien simple: consistiendo la costumbre en hábitos o modos habituales de obrar o proceder
lo lógico será que el hábito o modo de obrar o proceder, en tanto es el resultado de la
repetición que origina una norma de conducta finalmente deba ser conocido por todos [por
las partes y el tribunal] por constituir precisamente “costumbre”. Es la costumbre a que alude
el artículo 1.3. del código civil que comparte la naturaleza jurídica propia de una norma
jurídica que no releva al tribunal la obligación de conocerla.
Por ello, si existe conformidad respecto de la existencia y contenido de la costumbre
no tiene porqué ser probada, más aún si se tiene en cuenta que no se exige por la ley de
enjuiciamiento civil la prueba de la notoriedad de la costumbre. En consecuencia, la
costumbre tendría que haber sido conceptuada por la ley de enjuiciamiento civil no tanto
como un supuesto que justifica la necesidad de su prueba cuanto mejor aún una hipótesis de
inadmisión de la prueba por existir conformidad sobre la misma, salvo que las “normas de
costumbre” afecten al orden público.
11. La fuente de la prueba son sólo los hechos objeto del contradictorio. La
justificación de la fuente de la prueba son hechos (artículo 281. 1. de la ley de enjuiciamiento
civil). Pero, no cualquier tipo de hechos sino exclusivamente los hechos “que guarden
relación con la tutela judicial que se pretenda obtener en el proceso” por las partes (artículo
281.1 de la ley de enjuiciamiento civil). Por tanto, y en principio solo los hechos objeto del
contradictorio deben ser probados (“en principe, seuls les faits contestés doivent être
prouves”. HABSCHEID). Respecto de ellos, surge la iniciativa respecto del objeto de la
prueba.
12. No son fuente de la prueba los hechos que se hallan exentos de prueba. Son
hechos que no precisan de iniciativa probatoria y que no justifican la fuente de la prueba. Y
¿cuáles son esos hechos?
a) Hechos conformados. Los hechos sobre los que exista plena conformidad no
necesitan ser probados. Es la regla general. La conformidad plena, surge como una causa
que provoca la ausente necesidad de la prueba, aunque se exceptúa cuando la conformidad
afecte a hechos que se encuentren fuera del poder de disposición de las partes (artículo 281.3.
de la ley de enjuiciamiento civil) y que no puedan ser objeto de transacción, arbitraje,
mediación o conciliación. Pero, la ley de enjuiciamiento civil ha optado por la metodología
errónea. Técnicamente la conformidad en los hechos es una causa de inadmisión de la
prueba.
b) Hechos notorios según ya se reconoció en el derecho común (notoria non egent
probatione). En la ley de enjuiciamiento civil, no es necesario probar los hechos que gocen
de notoriedad absoluta y general por lo que el hecho notorio se muestra como una excepción
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 60
El nuevo diseño del proceso civil
CAPÍTULO XXI
Es posible afirmar que tales “gastos” y “costas” del proceso civil no solo son
susceptibles de satisfacer el principio de tutela judicial efectiva que proclama la Constitución
como que, correlativamente, tampoco los excluye de su ámbito garantista. Muy al contrario,
se justifican en la propia Constitución cuando proclama y aclama que “la justicia será
gratuita cuando así lo disponga la ley y, en todo caso, respecto de quienes acrediten
insuficiencia de recursos para litigar” (artículo 119 de la Constitución) lo que, obviamente,
permite afirmar que la Constitución al tiempo que no se alinea con el “colectivismo”
entendido como la doctrina que suprime el derecho individual del abogado a la percepción
de sus honorarios y le obliga a transferirlos al consultorio jurídico [el denominado
“colectivo”] del que forma parte confiándole al mismo su distribución y reparto, reafirma
ese derecho a percibirlos en la medida en que el principio de tutela judicial efectiva (artículo
24 de la Constitución) exige que el derecho a la percepción de los “gastos” y “costas”
surgidos de la tramitación de un proceso civil no frenen la necesidad de acudir a los
tribunales por ausencia de una defensa jurídica que la haga posible.
Es “de justificación constitucional” que «el artículo 241.1. de la ley de
enjuiciamiento civil, tras establecer el principio general solo exceptuado por lo dispuesto en
la ley de asistencia jurídica gratuita, indique que cada parte paga los gastos y costas del
proceso causados a su instancia a medida que se vayan produciendo, distinguiendo entre
“gastos” y “costas” del proceso civil, comprendiendo, entre los primeros, todos aquellos
desembolsos que tengan su origen directo o inmediato en la existencia misma del proceso
civil, e incluyendo tan sólo en las segundas [las “costas”] “la parte de aquéllos [los gastos
del proceso] que se refieran al pago de una serie de conceptos que se enumeran a modo de
numerus clausus en el artículo 241.1. de la ley de enjuiciamiento civil y cuya condena a su
pago -de las costas- se regulan en los artículos 394 a 398 de la ley de enjuiciamiento civil»
(HOYA COROMINA).
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 63
El nuevo diseño del proceso civil
CAPÍTULO XXII
EL “DERECHO A RECURRIR”
con el que se sigue en los países en los que han adoptado el sistema jurídico del common
law.
Respecto de este último sistema legal -el del common law- se ha indicado que los recursos
en los países anglosajones pueden provenir del common law, de la equity y del status law. Los que
provienen del common law revisan resoluciones de jurisdicciones inferiores. La apelación en sentido
estricto es la que proviene de los asuntos de la equity aunque la mayoría de los recursos provienen del
status law [“les moyens de recours, dans les pays anglo-saxon, peuvent résulter de la common law, de
l´equity ou de status law. De la common law sortit la revision des jugements des juridictions inférieures
par le King´s Bench par le truchement de writs (writ of error, writ of certiorari, writ of false
judgement). L´appeal stricto sensu n´était par contre possible que dans les affaires d´equity. De nos
jours, la matiére des voies de recours est presques entièrement l´object de statute law, cést-a-dire de
los écrites”] (HABSCHEID).
excepciones son muy concretas; así, en el proceso de medidas cautelares es recurrible el auto
que deniegue las medidas, que tiene además carácter preferente (artículo 736 de la ley de
enjuiciamiento civil); es recurrible sin efecto suspensivo el auto que acuerda medidas
cautelares (artículo 734 de la ley de enjuiciamiento civil); y también el auto que decide sobre
la oposición a las medidas cautelares (artículo 741.3 de la ley de enjuiciamiento civil)”
(KELLER ECHEVARRIA).
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 69
El nuevo diseño del proceso civil
CAPÍTULO XXIII
LA CONSTITUCIONALIZACIÓN
DE LA TUTELA CAUTELAR
tiempos, sobre todo a raíz de su consideración por el Tribunal Constitucional como parte integrante
del derecho a la tutela judicial reconocido en el artículo 24.1 de la Constitución)”.
La ley de enjuiciamiento civil no desconoce el anterior planteamiento cuando indica
que con la tutela judicial efectiva cautelar (artículo 24 de la Constitución) se pueden solicitar
del tribunal la adopción de la tutela cautelar que se considere necesaria “para asegurar -se
dice en la ley de enjuiciamiento civil- la efectividad de la tutela judicial” (artículo 721.1. de
la ley de enjuiciamiento civil) por lo que el “aseguramiento” al tiempo que se constituye en
una modalidad más de “función” autónoma y específica que no es declaración jurisdiccional
del derecho, pero tampoco ejecución jurisdiccional de derechos, se integra como una tutela
judicial efectiva (artículo 24 de la Constitución) autónoma (actual) cuando aún no se sabe si
el derecho cautelado existe.
No obstante, y de seguido, surge el argumento de la denominada lite pendiente
“conducente a hacer posible la efectividad de la tutela judicial” (artículo 726.1. 1ª de la ley
de enjuiciamiento civil) ya que la ausente adopción de la tutela cautelar puede impedir o
dificultar (periculum in mora) “la efectividad de la tutela que pudiere otorgarse” (artículo
728.1. de la ley de enjuiciamiento civil) lo que acerca la tutela cautelar a su tradicional
conceptuación como un subsistema instrumental o auxiliar de otro proceso (ora declarativo,
ora ejecutivo) y la aleja, de la idea nuclear expuesta según la cual “debe partirse de la premisa
del proceso cautelar como genero procesal autónomo, al servicio de cualquier tutela que en
el proceso pueda dispensarse” (VÁZQUEZ SOTELO).
jurisdiccional del derecho pero que tampoco ejecución jurisdiccional de derechos, por lo que
se integra como una tutela judicial efectiva (artículo 24 de la Constitución) autónoma
(actual).
Con la tutela cautelar a lo que se está aludiendo es a una modalidad más de tutela
judicial conjuntamente con la que se hace valer mediante la pretensión declarativa y
ejecutiva y en la que la pretensión cautelar que “se podrá pretender de los tribunales”
(artículo 5.1. de la ley de enjuiciamiento civil) mediante demanda y que tiene por objeto
afirmar como verosímil y probable la existencia del derecho cautelado a la luz de lo
elementos disponibles prima facie y que identificarían el denominado fumus boni iuris con
el fin de asegurar la efectividad de la tutela judicial tutelar que se pretende en orden a
contrarrestar que legitima tutela evanescit; o lo que es lo mismo el peligro en la demora
correlativa a que quede en nada “la efectividad de la tutela judicial” pretendida (artículo
721.1. de la ley de enjuiciamiento civil). A cuyo fin, el solicitante de la tutela cautelar ha de
ofertar la “apariencia de buen derecho” proveniente de los “los datos, argumentos y
justificaciones documentales que conduzcan” a la efectividad de tutela (artículo 728.2. de la
ley de enjuiciamiento civil). Lo que, correlativamente, supone pedir caución como
contrapartida para obtener la tutela judicial efectiva cautelar.
Pero, de seguido, surge el argumento ya aludido acerca de la denominada lite
pendiente “conducente a hacer posible la efectividad de la tutela judicial” (artículo 726.1.1ª
de la ley de enjuiciamiento civil) ya que la ausente adopción de la tutela cautelar puede
impedir o dificultar (periculum in mora) “la efectividad de la tutela que pudiere otorgarse”
(artículo 728.1. de la ley de enjuiciamiento civil) lo que acerca la tutela cautelar a su
tradicional conceptuación como un subsistema instrumental o auxiliar de otro proceso (ora
declarativo, ora ejecutivo) y la aleja, de la idea nuclear postulada según la cual “debe partirse
de la premisa del proceso cautelar como genero procesal autónomo, al servicio de cualquier
tutela que en el proceso pueda dispensarse” (VÁZQUEZ SOTELO) y también de un modelo
de tutela cautelar similar al denominado “Medidas Autosatisfactivas” (PEYRANO,
ACERBO) pero que, no obstante, es ahora considerada por la mayor parte de la doctrina
“como una tutela ordinaria a la que se pudiera tener derecho, al igual que la tutela declarativa
(…) con carácter general y abierto” (VALLS GOMBÁU) lo que le aproximaría (la haría
coincidir) con la finalidad que persiguen las denominadas “Medidas Autosatisfactivas”
(PEYRANO).
Dimensión la anterior de la tutela cautelar que pivota sobre la idea relativa a que
“si se concedió la tutela y ni el actor ni el demandado tienen interés en la incoación del
proceso principal”, se “atenúa o flexibiliza la exigencia de instrumentalidad” (VALLESPÍN
PÉREZ).
No obstante, se ha indicado que “no nos hallamos en el caso de Medidas
Autosatisfactivas” (PEYRANO) ante nuevas tutelas, sino ante pronunciamientos que el
legislador decide priorizar en algunos casos” (NIEVA FENOLL) por lo que sería “preferible
mantener la distinción entre tutela cautelar y tutela sumaria, sin más, antes que recargar el
estudio de ambas con nuevas categorías” (NIEVA FENOLL).
ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 73
El nuevo diseño del proceso civil
LA HUIDA DE LA EJECUCIÓN DE LA
JURISDICCIÓN Y SU IMPULSO PROCESAL
POR EL LETRADO DE LA
ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA
RESPONSABLE DE LA EJECUCIÓN
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ANTONIO MARÍA LORCA NAVARRETE 75
El nuevo diseño del proceso civil
CAPÍTULO I
ejecutante al ser por si sola condición necesaria y suficiente para proceder a la orden general
de ejecución por la que se autoriza y despacha.
No existe, por tanto, “relación entre acción ejecutiva y título ejecutivo” (VEGAS
TORRES) y sí relación entre pretensión ejecutiva (artículo 5 de la ley de enjuiciamiento
civil) y título ejecutivo; ni tampoco se encuentra justificado que, con una clara dislocación
conceptual, se indique que la denominada “acción ejecutiva” es la “situación jurídica de
carácter activo y favorable en cuanto habilita para obtener la tutela judicial ejecutiva”
(ORTELLS RAMOS). Dislocación conceptual que, igualmente, es posible hallar cuando se
indica que “la acción ejecutiva consiste en un derecho a la realización efectiva de los actos
ejecutivos necesarios para alcanzar la completa satisfacción del accionante, esto es, la plena
exacción de la responsabilidad de la otra parte” (LARENA BELDARRAIN). O, en fin, que,
mediante una afirmación inequívocamente errónea, se indique que “la acción ejecutiva es un
derecho de contenido concreto, esto es, a la realización de los actos concretos y a la
aplicación de sanciones determinadas” (SENÉS MOTILLA) y que nos retrotrae a la
definición de CELSO sobre la actio romana (ALMAGRO NOSETE).
La pretensión ejecutiva (artículo 5 de la ley de enjuiciamiento civil) posee, a su vez,
relevancia constitucional (CACHÓN CADENAS) al integrarse en la función jurisdiccional
constitucional consistente en “ejecutar lo juzgado” (artículo 117.3. de la Constitución) e
implicar que es “obligado cumplir las sentencias y demás resoluciones firmes de los jueces
y tribunales, así como prestar la colaboración requerida por éstos en el curso de (…) la
ejecución de lo resuelto” (artículo 118 de la Constitución). O, como indica el artículo 18.2.
de la ley orgánica del Poder Judicial, “las sentencias se ejecutarán en sus propios términos”.
No obstante, ese “ejecutar lo juzgado” (artículo 117.3. de la Constitución) que opera
mediante la ejecución, se confina y recluye en la realización de un derecho cuya efectividad
ha sido previamente declarada mediante un proceso civil de declaración jurisdiccional por
lo que se estaría ante un título ejecutivo judicial o proveniente ad intra producto de la
actividad de declaración jurisdiccional desplegada. Es lo “juzgado” del “ejecutar” a que
alude el artículo 117.3. de la Constitución. El titulo ejecutivo surge del interior (ad intra) del
proceso civil declarativo previo.
Pero, no es menos cierto que también es posible que la efectividad de un derecho
se plasme en un documento “que tenga aparejada ejecución” (artículo 517.1. de la ley de
enjuiciamiento civil) proveniente ad extra (o, del exterior) de la actividad civil de
declaración jurisdiccional de un tribunal que sería lo “juzgado” a que alude el artículo 117.3.
de la Constitución, por lo que se estaría ante un título ejecutivo extrajudicial.
En efecto, conviene tener presente que “aunque de, ordinario, exista una estrecha
unión entre proceso de declaración y proceso de ejecución, ni la actividad ejecutiva es un
complemento necesario del proceso declarativo, ni a toda actividad ejecutiva debe preceder,
necesariamente, un proceso de declaración” (FERNÁNDEZ).
En este segundo supuesto, en el que el documento “que tenga aparejada ejecución”
(artículo 517.1. de la ley de enjuiciamiento civil) proviene ad extra (o, del exterior: título
ejecutivo extrajudicial) de la actividad de declaración jurisdiccional civil de un tribunal, la
relevancia constitucional (CACHÓN CADENAS) de la ejecución no afecta a la existencia
del título ejecutivo extrajudicial puesto que no es el producto de “ejecutar lo juzgado” a que
alude el artículo 117.3. de la Constitución y se confina y recluye en reglas o criterios de
legalidad ordinaria que lo justificarían -al título ejecutivo extrajudicial-.
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El nuevo diseño del proceso civil