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Diferencias
4.- Práctica legislativa presidencial por delegación del Congreso, bajo la Constitución del 61
4.1. Problemas: a) Justificación
c) El plazo
5.- Práctica legislativa presidencial por delegación del Congreso (Asamblea, bajo la Constitución
del 99
5.- Conclusiones
1.- Regulación constitucional del principio de separación de los poderes
Es importante señalar que, aun cuando los Regímenes de Asamblea presentan un vasto
desarrollo doctrinario, nos enseña la historia que su aplicación práctica ha sido irrealizable desde
que los contados casos en el que el mismo fue instaurado desembocaron en modelos alterados de
aquel ideado originalmente. Por el contrario, los Regímenes Dictatoriales han conocido, conocen y
conocerán experiencias puras y duraderas.
1.- El Régimen Presidencialista: reposa, en teoría, sobre una separación rígida de poderes que se
pone de manifiesto tanto en el plano orgánico como en el funcional, pero que no excluye una
práctica institucional atenuada de ciertas formas de cooperación funcional. El Poder Ejecutivo
reposa sobre el liderazgo del Presidente de la República, jefe de Estado y jefe de Gobierno,
irresponsable políticamente y elegido por sufragio universal, siendo la legitimidad democrática de la
que goza la explicación para su total independencia institucional. Si bien el Presidente se
encuentra rodeado de sus Ministros y Consejeros quienes componen el cuerpo del gobierno, éste
no tiene una verdadera existencia autónoma desde que el Presidente estructurará su entorno de la
forma en la que lo crea conveniente, teniendo en todo caso la facultad de modificarlo en cualquier
momento.
2.- El Régimen Parlamentario: Es definido tradicionalmente como un régimen político en el cual los
órganos ejecutivo y legislativo, efectivamente distintos, están llamados a colaborar en el ejercicio
de sus funciones para lo cual disponen de medios políticos que les permiten controlarse
mutuamente[1] Este sistema es de origen británico pero ha sido adoptado por varios países
siguiendo modalidades muy distintas; sin embargo puede decirse que, en líneas generales, este
régimen, en sus modalidades más frecuentes, reposa sobre la existencia de un ejecutivo “bicéfalo”
y un legislativo “bicameral”. En la cúspide del Poder Ejecutivo se encuentra situado un Monarca o
un Presidente electo. Este es políticamente irresponsable y la mayoría de sus decisiones deberán
contar con la aprobación (firma) del jefe del gobierno (Presidente del Consejo, Primer Ministro,
Canciller, etc). Por otra parte, el Parlamento “bicameral” esta compuesto por una Cámara alta
(Cámara de los Lords en Gran Bretaña, Cámara del Senado en Francia e Italia o Bundesrat en
Alemania) y una Cámara baja generalmente elegida por sufragio universal directo (Cámara de
Comunes en Gran Bretaña, Cámara de Diputados en Italia, Asamblea Nacional en Francia y
Bundestag en Alemania)
El principio de separación de poderes se presenta en la actualidad, por tanto, con un matiz
diferente. Su fin último es evitar la concentración de poder y el absolutismo, en tanto elementos
perturbadores de la libertad del ciudadano. Pero su aplicación no puede ser tan rígida que impida
el funcionamiento de los órganos del Poder Público, especialmente teniendo en cuenta la
complejidad que su actuación ha tenido ante los cometidos asumidos por el Estado social. Frente
al principio de separación se prefiere en la actualidad el principio de colaboración: aún cuando
cada rama del Poder Público tiene su función propia, cada uno deberá colaborar entre sí para la
consecución de los fines estatales. Surge entonces un concepto relativo y dinámico del principio
que se comenta. En palabras de MANUEL GARCÍA-PELAYO “...no hay un modelo patentado, ni un
dogma de la división de poderes, sino que ésta tiene en cada tiempo sus propias peculiaridades de
actualización...”[4].
La realidad política ha impuesto una distribución de competencias basada en la idea de la
colaboración de poderes[5]. A esta idea ha de agregarse el hecho de que no es solo la realidad
política la que impone la distribución de competencias de los poderes públicos con base al principio
de colaboración, éste se encuentra constitucionalmente consagrado en el artículo 136 de la
Constitucional de Venezuela de 1999 que dispone: «El Poder Público se distribuye entre el Poder
Municipal, el Poder Estatal y el Poder Nacional. El Poder Nacional se divide en Legislativo,
Ejecutivo, Judicial, Ciudadano y Electoral. Cada una de las ramas del poder público tiene sus
funciones propias, pero los órganos a los que incumbe su ejercicio colaborarán entre si en
la realización de los fines del Estado»
En ocasión, la línea que separa el sistema de colaboración con el sistema de confusión de poderes
es ciertamente tenue, pero debe mantenerse a toda costa. El principio de separación orgánica –en
el sentido de interdicción de la acumulación de poderes en un órgano- es presupuesto para el
mantenimiento del Estado de Derecho y de la democracia efectiva. A su pérdida de sentido sigue,
por ende, una crisis del Estado de Derecho Democrático.
De tal manera, este principio fundamenta además modelos de Estado, pues puede referirse
igualmente a la división vertical del Poder, esto es, la repartición del Poder Político entre los
diversos entes territoriales que componen al Estado, dando lugar a formas federadas o de
autonomías dentro de un Estado de origen unitario.
Para analizar el tema central de nuestras reflexiones, nos referiremos muy brevemente a la
evolución constitucional venezolana, que con la Constitución de 1961 llegó a lograr cierto equilibrio
en el reparto de funciones entre las distintas ramas del Poder, consolidó un sistema de controles
entre ellas y además, en obsequio al fortalecimiento de la autonomía de las regiones, concibió un
proceso de desarrollo legislativo para el logro efectivo de un reparto del Poder Político en el orden
nacional, estadal y municipal, ello, entre otras, a través de la posibilidad de elección de los
Gobernadores y una cláusula de descentralización que le permitió al Congreso, mediante una Ley,
en desarrollo de la Constitución, otorgar mayores competencias a las entidades político territoriales
estadales.
Constitución de 1961
Constitución de 1999
La Constitución de 1999 rompió con la clásica división tripartita del Poder Público para sancionar
una distinción de cinco Poderes en el plano horizontal y tres en el plano vertical. En lo que respecta
a la distribución horizontal del Poder Público Nacional se incorporaron, además de las funciones
tradicionales, la innovación de los denominados Poder Electoral y Poder Ciudadano, cambio
motivado –a decir del constituyente- por el contexto social y político en el cual se debían dar signos
claros del respeto de la independencia y autonomía funcional de la que deben gozar los órganos
encargados de desarrollar las funciones respectivas.
Dispone el artículo 136 de la Constitución que el Poder Público se distribuye entre el Poder
Municipal, Poder Estadal y Poder Nacional, ello un plano vertical. Horizontalmente, el Poder
Público Nacional se divide en Legislativo, Ejecutivo, Judicial, Ciudadano y Electoral. Esto último no
representa sin embargo una novedad sustancial, pues bajo la Constitución de 1961, el Ministerio
Público y la Contraloría General de la República –ahora integrantes del Poder Ciudadano- y el
Consejo Nacional Electoral –ahora integrante del Poder Electoral- eran órganos constitucionales
que ejercían el poder público.
Estos cinco órganos del Poder Público, como aclara el artículo 136, tienen sus funciones
propias, pero colaborarán entre sí en la realización de los fines del Estado.
Es por ello que la Constitución de 1999 sanciona potestades que permiten a un órgano
controlar la actuación de los otros. Así sucede, en particular, con la función de control
encomendada a la Asamblea Nacional, titular del Poder Legislativo.
Y es por ello que, si se asume esta visión formal, estática, habrá que concluir en la notable
influencia de la Constitución de 1961 y, por ende, en la asunción de un sistema de pesos y
contrapesos. Por ejemplo, ocurre así con las facultades de control constitucionalmente reconocidas
a la Asamblea Nacional sobre el Poder Ejecutivo y que, por vez primera, parten de la diferenciación
entre Administración y Gobierno. En efecto, la atribución constitucional de la potestad contralora de
la Asamblea Nacional sobre el Gobierno y la Administración Pública Nacional está expuesta en el
artículo 187 ordinal 3° del texto constitucional. El control del órgano legislativo puede ser concebido
desde dos puntos de vista, dependiendo de las normas que regulen su ejercicio. Así, por una parte
puede hablarse de un sistema de control “cerrado” cuando las atribuciones de control del órgano
legislativo deben ejercerse sólo en los términos que establece la propia Constitución. Por el
contrario podría hablarse de un sistema de control “abierto”, y de mayor incidencia en la separación
de poderes como base constitucional de la organización del Estado, en el caso de que los poderes
del órgano legislativo en su actividad de control de la administración vengan dados no sólo por la
Constitución sino por las disposiciones legales que este mismo órgano legislativo dicte[8].
Bajo el Texto de 1999 puede hablarse de potestades de control más amplias en lo que a la
Administración Central se refiere, pues a ella ahora también se aplican los controles que se
establezcan en la ley. Esta modalidad de control abierto está establecida en la Constitución del 99,
en el artículo 187, ordinal 3, en el cual se prevé como competencia de la Asamblea
Nacional “ejercer funciones de control sobre el Gobierno y la Administración Pública
Nacional, en los términos consagrados en esta Constitución y la ley”. Indudablemente que se
trata de un mecanismo de control aún más amplio que el establecido por la Constitución del 61, ya
que conforme al nuevo régimen constitucional podrá entonces el propio órgano legislativo regular
los términos en los que ejercerá el control de la Administración Pública Nacional, sin menoscabar
la autonomía que el principio de separación de poderes impone.
La Constitución define cuales son los mecanismos por medio de los cuales la Asamblea
Nacional podrá ejercer tal control. Así el artículo 222 señala que “La Asamblea Nacional podrá
ejercer su función de control mediante los siguientes mecanismos: Las interpelaciones, las
investigaciones, las preguntas, las autorizaciones y las aprobaciones parlamentarias
previstas en esta Constitución y cualquier otro mecanismo que establezcan las leyes y su
reglamento!”.
En relación con los mecanismos de control del Poder Legislativo sobre el Poder Ejecutivo,
la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia dictó una importante sentencia que aclaró
significativamente el tema.
En efecto, podemos concluir que los mecanismos de control parlamentario sobre el Poder
Ejecutivo son heterogéneos e intercambiables. Según el numeral 3 del artículo 187, tal control
puede desplegarse sobre el Gobierno y sobre la Administración, a través de los instrumentos
previstos en el artículo 222. En relación con el control sobre los órganos de Gobierno, resultará
aplicable la declaración de responsabilidad política, en especial, mediante la moción de censura;
en relación con los órganos de la Administración, podrá la Asamblea adelantar investigaciones e
interpelaciones[9]. Tal es, precisamente, la interpretación que acogió la Sala Constitucional del
Tribunal Supremo de Justicia, en sentencia de 25 de junio de 2002, caso Luis Cova Arria:
No obstante, concluir, con vista a estas consideraciones, que los Poderes Públicos
funcionan en equilibrio, bajo el Texto de 1999, no es una afirmación que pueda sostenerse a
plenitud. A poco que se profundice en el articulado de la Constitución se llegará a una conclusión
muy distinta.
Pero lo que interesa subrayar es que el artículo 240 incluyó, en su segundo párrafo, una
disposición que vacía de contenido ese control. Así, la remoción del Vicepresidente Ejecutivo en
tres oportunidades dentro de un mismo período constitucional, faculta al Presidente de la República
para disolver el órgano legislativo. El decreto de disolución conllevará la convocatoria de
elecciones para una nueva legislatura dentro de los sesenta días siguientes a la disolución. Nótese
que a este control del Poder Ejecutivo no se contrapone control alguno del Poder Legislativo, quien
no puede interferir sobre el período presidencial.
Se concluye de lo anterior que todos los órganos del Poder Público Nacional pueden ser
removidos de sus cargos. Incluso el Presidente de la República, quien puede ser destituido
mediante decisión del Tribunal Supremo de Justicia y previa autorización de la Asamblea (artículo
266, numeral 2 de la Constitución).
Pero en este conjunto de interferencias, insistimos, surge la figura del Poder Ejecutivo en
una clara posición preeminente. Algunos índices reveladores permiten apreciar la acumulación de
poder en la figura del Presidente. Por ejemplo, el Texto de 1999, en el numeral 8 del artículo
236, le reconoce amplísimas potestades para dictar actos con rango y fuerza de Ley, cuya
desproporción quedo en evidencia en el mes de noviembre de 2001, cuando el Presidente e
la República dictó cuarenta y nueve Decretos Leyes y, mas aún con la última delegación
otorga en 2007.
Representa también un reforzamiento indeseable de la figura del Presidente, como se dijo,
la facultad de éste de disolver la Asamblea Nacional, con ocasión del ejercicio de las facultades de
control reconocidas a ella.
Asimismo, la novedosa facultad del numeral 20 del artículo 236 de la Constitución, permite
al Presidente de la República, a través de Decreto, determinar la organización de la Administración
Pública e incluso, fijar el número de ministerios. Se suprimió de esa manera el control que ejercía
sobre la materia el Poder Legislativo a través de la Ley Orgánica de Administración Central.
Otro elemento se refiere al período presidencial, que ha sido extendido a seis años con
posibilidad de reelección inmediata por seis años más (artículo 230). Se previó el mecanismo de
referendo político, con un rigor que lo hace, sin embargo, inoperante en la práctica, por exigir la
consumación de la mitad del período y por requerir una votación igual o superior a la que obtuvo el
Presidente cuyo período se pretende revocar.
Ejemplo notable de ello es la eliminación del sistema bicameral sustituido por una mera
consulta a los Estados cuando las leyes les sean atinentes; el debilitamiento institucional del Poder
Legislativo de los Estados, pues la Constitución de 1999 reserva a la ley nacional la regulación del
régimen de la organización y el funcionamiento del Consejo Legislativo. En lo administrativo
también hubo limitaciones, pues se asignó a la ley nacional la regulación de la hacienda pública
estadal. Asimismo, en lo tributario, se limitaron las facultades de coordinación tributaria, las cuales
se reservaron a la legislación nacional.
Con todo, y sin embargo, no pueden negarse ciertos avances formales en el proceso de
descentralización hacia los Estados y Municipios. La transferencia de competencias hacia esos
entes político-territoriales, bajo el esquema de la Constitución del 61, se inscribía dentro del marco
de un proceso de descentralización política, en cuanto se utilizó como mecanismo para reforzar la
autonomía de los Estados e incrementar el ámbito de responsabilidad política de sus autoridades,
lo cual se hacía necesario una vez que hubiere verificado el mecanismo de elección de
gobernadores en sustitución de la designación presidencial.
La Constitución de 1999 mantiene esta idea de transferir competencias del Poder Nacional
hacia los Estados, pero refuerza la importancia de que ésta efectivamente se produzca además
respecto de los municipios y las comunidades y grupos vecinales organizados (artículo 184 de la
Constitución).
Esta misma tendencia inspira al Constituyente de 1999, que ahora, enfatiza la transferencia
de servicios y competencias no sólo a los Estados sino a los Municipios y a la propia comunidad.
En la práctica, tal descentralización ha tenido una muy parca recepción. Antes por el
contrario, se aprecia una constante intervención del Poder Nacional en ámbitos propios de los
entes locales.
En ese sentido, se atribuye la función normativa de manera típica y propia al órgano
legislativo, en consecuencia, la existencia de potestad normativa de la Administración posee un
carácter excepcional.
En Venezuela, sólo por el traslado de criterios doctrinarios ajenos a nuestra normativa
Constitucional, puede darse cabida a la potestad reglamentaria implícita y sin habilitación expresa,
por parte del Poder Ejecutivo[13].
En efecto, nuestra Carta Magna no hace mención alguna a la potestad normativa general –
como ocurre en España- ni a la posibilidad de dictar reglamentos autónomos o independientes. La
circunstancia de que en nuestro derecho sólo se reconozca constitucionalmente la facultad de
dictar reglamentos sólo en desarrollo de la ley veda la posibilidad.
En otro orden de ideas, dentro de la actividad normativa de segundo grado que la
Constitución reconoce al Poder Ejecutivo, encontramos la facultad exclusiva de dictar, por vía
reglamentaria, las normas dirigidas a determinar el número, organización y competencia de los
Ministerios, el Consejo de Ministros, y demás organismos de la Administración Pública Nacional, de
acuerdo con los lineamientos que se fijen en la correspondiente Ley Orgánica[16].
Como es evidente se trata de una potestad normativa de segundo grado, pues se refiere
expresamente a subordinación a la Ley Orgánica respectiva. De manera que partiendo como lo
hemos hecho de que la potestad normativa interna se deriva de la autonomía y de la potestad de
organización que ella apareja, debe entenderse que esta regulación constitucional sirve como un
límite a la ley, es decir, como un caso muy especial de reserva reglamentaria.
Según García de Enterría el Decreto Ley es "toda norma con rango de Ley que emana, por
vía de excepción, de un órgano que no tiene poder legislativo, concretamente del Gobierno o
Consejo de Ministros[17]”. En ese sentido señala Jean Rivero que son “actos del gobierno para la
ejecución de su programa, pidiéndole al Parlamento la sanción de una ley que lo autorice a tomar,
durante un lapso limitado, medidas que competen normalmente al dominio de la ley[18]”.
Aludiendo las anteriores definiciones, podemos concluir que los Decretos Leyes son actos
emanados del Poder Ejecutivo con fuerza de ley, mediante los cuales se establecen reglas de
derecho sobre materias propias de la ley formal. Por lo tanto, tienen la fuerza derogatoria de las
normas jurídicas, al igual que los actos sancionados por la Asamblea Nacional conforme al
procedimiento especial pautado en la Constitución para esos efectos.
a).- Decretos- Leyes con habilitación legislativa: son actos con fuerza o rango de ley, bajo forma
de decretos, dictados por el Poder Ejecutivo, previa delegación conferida por el Poder Legislativo,
mediante una llamada “ley habilitante”.
Esta atribución constitucional constituye una técnica legislativa que supone una necesaria
coparticipación del Poder Legislativo con el Poder Ejecutivo, ya que es indispensable que el órgano
parlamentario lo autorice mediante una ley formal habilitante. Además, el órgano legislativo debe
establecer las directrices, propósitos y marco general a que queda sometido el decreto con fuerza
de ley que emane del Gobierno.
Los decretos-leyes por delegación legislativa tienen la eficacia derogatoria de las leyes,
mediante éstos el Presidente dentro del ámbito señalado por la ley habilitante, puede derogar y
modificar leyes dictadas por la Asamblea Nacional.
b).- Decretos- Leyes sin habilitación legislativa (En casos de emergencia. Estados de
excepción): puede ocurrir que ante una situación imprevista, el texto constitucional se encuentre en
la circunstancia de no poder garantizar su propia eficacia. Surge así una crisis constitucional, en
virtud de que la normativa de la Constitución no sirve para resolverla, lo que conduce a la
“imposición de la fuerza normativa de lo fáctico”.
Ante esta alternativa, el constituyente puede optar por prever al máximo la configuración de
los distintos tipos de crisis constitucionales, razón por la cual incluye en la misma un ordenamiento
alternativo, es decir, un conjunto de normas que deroga temporalmente el orden constitucional
delineado para la normalidad, a los fines de encarar y superar la crisis.
b.1) Definición: es una institución nacida de la necesidad que aspira regular y ordenar el manejo de
las situaciones excepcionales hasta reestablecer la normalidad. La declaratoria se traduce
básicamente en una ampliación temporal de las facultades del Poder Ejecutivo.
Por otra parte, el artículo 2 de la Ley Orgánica sobre Estados de Excepción (LOEE)[19], los
define como:
“…circunstancias de orden social, económico, político, natural o ecológico, que
afecten gravemente la seguridad de la Nación, de sus ciudadanos y ciudadanas o de sus
instituciones”.
b.2).- Requisitos: los estados de excepción sólo pueden declararse ante situaciones objetivas de
suma gravedad que hagan insuficientes los medios ordinarios que dispone el Estado para
afrontarlo (artículo 2 de la LOEE).
b.3).- Características:
Asimismo, la LOEE establece en su artículo 7 que no podrán ser restringidas las garantías
a los derechos de: (i) la vida, (ii) el reconocimiento a la personalidad jurídica, (iii) la protección de la
familia, (iv) la igualdad ante la ley, (v) la nacionalidad, (vi) la libertad personal y la prohibición de
práctica de desaparición forzada de personas, (vii) la integridad personal física, psíquica y moral,
(viii) no ser sometido a esclavitud o servidumbre, (ix) la libertad de pensamiento, conciencia y
religión, (x) la legalidad y la irretroactividad de las leyes, especialmente de las leyes penales, (xi) el
debido proceso, (xii) el amparo constitucional, (xiii) la participación al sufragio y el acceso a la
función pública y (xiv) el derecho a la información.
- Conmoción Interior: en caso de conflicto interno, grandes perturbaciones del orden público
interno y que signifiquen un notorio o inminente peligro para la estabilidad institucional, la
convivencia ciudadana, la seguridad pública, el mantenimiento del orden libre y
democrático; o cuando el funcionamiento de los Poderes Públicos esté interrumpido. No
podrá exceder de noventa días y siendo prorrogable hasta por treinta días más (artículo 13
de la LOEE).
3.1.- Derecho Comparado
En Francia, durante el período comprendido entre 1924 y 1940, sin previsión constitucional
acerca de la delegación legislativa, se puso en práctica la costumbre de que el Parlamento
acordase al Poder Ejecutivo plenos poderes para legislar sobre diversas materias. Se formó, pues,
mediante decretos-leyes una abundante legislación contentiva de reformas considerables.
De allí comienza a surgir una técnica nueva, la de las leyes de plenos poderes, mediante
las cuales, el Parlamento confería al gobierno, durante un lapso de tiempo determinado, el poder
de realizar por vía reglamentaria todas las notificaciones a las leyes en vigencia que pueda exigir el
reestablecimiento de la situación. En este sistema, el acto que modificaba la ley era, formalmente
un acto del ejecutivo, sometido por tanto al control del juez; pero desde el punto de vista de su
autoridad, adoptaba las características de la ley. Es por ello, que la práctica se le dio el nombre de
decreto-ley.
En el período comprendido entre las dos guerras mundiales, no sólo en Francia sino en
muchos otros países europeos se produjo el fenómeno de la legislación mediante decreto-leyes.
a.- Constitución de la República de Italia: autoriza al Parlamento para delegar en el Poder
Ejecutivo, dentro de ciertas limitaciones, el ejercicio de la función legislativa, lo dispone en su
artículo 76. No está permitido el otorgamiento de poderes plenos al gobierno. Los actos que dicte el
gobierno en ejercicio de la delegación legislativa se denominan en Italia Decretos Legislativos.
Observamos, que los decretos leyes están inscritos dentro de los textos constitucionales de
países europeos y latinoamericanos, constituyéndose de esa forma como una figura excepcional
de intervención del Poder Ejecutivo en la actividad legislativa nacional.
El antecedente más remoto de las leyes por delegación legislativa dentro de las
constituciones venezolanas es la reforma constitucional de 1945. Concretamente, su artículo 73
atribuía a ambas Cámaras del antiguo Senado como cuerpos legisladores la facultad de autorizar
temporalmente al Presidente de la República para ejercer determinadas y precisas facultades
extraordinarias destinadas a proteger la vida económica y financiera de la nación, cuando la
necesidad o conveniencia pública lo requiriesen. La disposición se repite en la Constitución de
1947 en idénticos términos, y parcialmente en la de 1953. En la de 1961 aparece consagrada en el
artículo 190, ordinal 8º.
Ahora bien, es necesario recalcar que esos textos constitucionales preveían una ley
especial de cuya vigencia dependía que el Presidente de la República pudiese dictar actos con
fuerza y rango de ley en materia económica y financiera, lo cual indudablemente, constituye un
antecedente de la llamada “ley habilitante” prevista en el artículo 203 de la Constitución de 1999,
en virtud de que esa ley “en lo sustantivo no hacía más que habilitar, mediante una autorización al
Presidente de la República para dictar actos normativos con fuerza de ley[20]”.
El artículo 203 de nuestra Constitución Nacional define a las leyes habilitantes de la
siguiente forma:
“(…) son leyes habilitantes las sancionadas por la Asamblea Nacional por las tres
quintas partes de sus integrantes, a fin de establecer las directrices, propósitos y marco
de las materias que se delegan al Presidente o Presidenta de la República, con rango y valor
de ley. Las leyes habilitantes deben fijar el plazo para su ejercicio”.
Según Antonio Moles Caubet, esta ley es una ley con características particulares, ya que,
es una ley que autoriza al Presidente de la República, y en sí misma no tiene contenido normativo
porque establece más bien una situación jurídica individualizada que habilita a la máxima autoridad
del Poder Ejecutiva para dictar actos de carácter legislativo y contenido normativo[21].
(ii) Establece los límites y lineamientos del Decreto- Ley que el Presidente de la República
vaya a dictare. En ese sentido, describe las directrices, propósitos y marco de las materias a
regular.
Tal como señala Peña Solís[22], quizás en virtud de que se amplió en forma casi ilimitada
el ámbito de las materias sobre las cuales se puede delegar la potestad legislativa, mediante las
leyes habilitantes, a diferencia de la Constitución de 1961, que estaba restringida a la materia
económica y financiera, la disposición constitucional establece un procedimiento para su sanción,
en algunos casos más agravado, que el exigido para las leyes orgánicas, en cuanto a la mayoría
requerida para su aprobación. En efecto, conforme al artículo 203 de la Constitución, para la
sanción de las leyes habilitantes se requiere el voto favorable de las tres quintas partes de los
integrantes de la Asamblea Nacional; en cambio, para calificar las orgánicas se requiere el voto
favorable de las dos terceras partes de los integrantes presentes en la sesión, antes de iniciarse la
discusión del proyecto.
Por otra parte, la Constitución no hace referencia a alguna al momento en el cual debe ser
realizada la aprobación de la ley habilitante. En ese sentido, consideramos que la misma debe ser
realizada una vez aprobado el último artículo, mediante una votación final sobre todo el proyecto,
tal como se ha dispuesto en la aprobación de las leyes habilitantes otorgadas al Presidente de la
República bajo la vigencia de la Constitución de 1999.
4.- Práctica legislativa presidencial por delegación del Congreso, bajo la Constitución
de 1961
En cuanto a la primera tesis, afirmaba Lares Martínez que “…el Congreso tiene facultad
para delegar en el Poder Ejecutivo, la función de legislar en materia económica o financiera”,
agregando que “aparte de esa disposición, ninguna otra de la Constitución autoriza la delegación
legislativa. No puede, por tanto, el Congreso hacer delegación alguna fuera de la materia
económica o financiera[23]”.
En ese mismo sentido, el profesor Pérez Luciani expresaba que “la delegación es un acto
que presupone en el delegante una competencia propia en orden al objeto de la misma, ya que sin
ésta no se tendría una verdadera delegación, sino más bien, una atribución de competencia a título
originario[24]”, por lo tanto, rechazaba la tesis de que la ley de habilitación constituía un acto
autorizatorio, ya que frente al mecanismo previsto en la Constitución, es evidente que no se trataba
de un acto o procedimiento autorizatorio, porque el mismo consistía en un juicio de conformidad
que dictaba el Poder Legislativo.
La posición contraria a la tesis planteada, afirmaba que el Poder Legislativo, en efecto, lo
que dictaba era una autorización en favor del Poder Ejecutivo para ejercer una competencia que le
era propia por mandato constitucional. Como fundamento a tal afirmación, se argumentaba que:
“Esta delegación excepcional que hacen las Cámaras Legislativas de funciones que
le son propias, no sólo está delimitada por la norma constitucional que le sirve de
fundamento –materia económica y financiera-, sino también por la precisa determinación
del campo en que el Ejecutivo Nacional debe actuar como legislador emergente y del
tiempo dentro del cual puede ejercer semejante facultad” (Resaltado nuestro).
Sin embargo, en decisión del 22 de marzo de 1988 la Sala Plena de nuestro Máximo
Tribunal, estableció un criterio contrario al expuesto por la Sala Político Administrativa y afirmó que
la ley de habilitación establecida en el artículo 190 ordinal 8º de la Constitución, no conllevaba a
una delegación sino a una autorización dirigida la Presidente de la República para ejercer una
atribución que estaba dentro de su ámbito de potestad. Expresamente, la Sala Plena señaló:
“por materia económica todo aquello que se relacione con la producción, intercambio y
consumo de bienes y servicios y con las medidas requeridas para que el sistema de
distribución funcione mejor. Asimismo, se considera materia financiera tanto la creación y
recaudación de impuestos y contribuciones con el objeto de cubrir los gastos públicos
como la utilización de los medios financieros para ejecutar una política económica y
social [26]”.
Los decretos- leyes establecidos en la Constitución de 1961 tenían la fuerza y valor de una
ley ordinaria, por lo tanto, podían modificar, total o parcialmente las leyes ordinarias y normas de
rango sublegal.
El problema se presentaba al momento de determinar si un decreto ley podía derogar una
ley orgánica. Sobre este punto, se presentó la situación del artículo 1, numeral 6º de la ley
habilitante del 20 de junio de 1984, que autorizó el Ejecutivo a reformar la Ley Orgánica del
Servicio Consular., lo cual se concretó con el Decreto Ley dictado en fecha 27 de noviembre de
1984.
Sobre este aspecto, la Corte Suprema de Justicia, en Corte Plena, en fecha 22 de marzo
de 1988, estableció:
“Por ello, al acoger la norma constitucional contenida en el artículo 163 el criterio formal
para calificar ciertas leyes como “orgánicas”, nada impide que el Presidente de la
República en ejercicio de las atribuciones legislativas propias que le reconoce la
Constitución, dicte decretos- leyes que bien puede modificar la “ley orgánica”
anterior, cuya normativa priva sobre las leyes especiales que regulen la materia, como
expresa el aparte único del artículo 163 citado, si así lo autoriza la ley especial que
dicten las Cámaras, puesto que será en este texto normativo donde se establecerán
con carácter preciso las materias económicas y financieras, así como los límites y
condiciones dentro de los cuales podrá ejercer el Presidente la facultad que le viene
dada constitucionalmente. Ello justifica el señalamiento que contempla el artículo 1 de la
Ley Habilitante de 1984, acerca de las materias a regular y el lapso durante le cual el
primer magistrado podrá ser unos de tal facultad”.
La duración que le otorgó el Poder Legislativo a tal habilitación fue de un año y comprendía
la (i) reorganización de los institutos autónomos, empresas del Estado y las compañías donde la
nación fuera dueña total o parcial; (ii) reorganización de los servicios públicos nacionales; (iii)
prorrogar hasta por un año los contratos colectivos celebrados con los trabajadores al servicio del
Estado e institutos autónomos; (iv) fijar los costos en los artículos y servicios de primera necesidad;
(v) modificar el impuesto sobre la renta, el impuesto sobre sucesiones y otros ramos de la Renta
Nacional mediante los parámetros que otorgara el legislativo; (vi) establecer sistemas de seguros
de cuentas de depósitos y de ahorro y prestar a los bancos e institutos bancarios que así lo
requieran la ayuda del Estado para asegurar su solvencia y liquidez.
c.- Ley Habilitante de 1984[29]: al asumir la presidencia, Jaime Lusinchi adujo una serie de motivos
por los cuales el Poder Ejecutivo debía asumir la responsabilidad de ejecutar ciertas medidas con
rango de ley, debido al deterioro y estancamiento de la economía nacional durante los últimos
años. En tal sentido, el Congreso de la República lo habilita por el período de un año.
e.- Ley Habilitante de 1994[31]: bajo el segundo mandato de Rafael Caldera, el Ejecutivo Nacional
tuvo que manejar una vertiginosa espiral inflacionaria y un paralelo descenso de las reservas de
divisas, empleadas para el sostenimiento del bolívar frente al dólar. A este conflicto, se le sumó la
crisis del sistema bancario, la fuga de capitales, el alza inflacionaria y la paralización productiva del
país, en consecuencia fundamentalmente, por el control de cambios impuesto por el gobierno, que
dificultaba la obtención de divisas para adquirir insumos. Tras previa solicitud del Ejecutivo, el 15
de abril de 1994 el Congreso Nacional aprobó la autorización al Presidente de la República para
dictar medidas extraordinarias en materia económica y financiera por un lapso de 30 días
Entra la materias más resaltantes para las cuales fue habilitado el Ejecutivo Nacional
estaban: (i) establecer un Impuesto al Consumo Suntuario y a las Ventas al Mayor, ley publicada el
27 de septiembre de 1996 y que derogó la Ley de Impuesto al Valor Agregado; (ii) reformar la Ley
de Impuesto sobre la Renta y el Código Orgánico Tributario; (iii) establecer un Impuesto a los
Débitos a Cuentas mantenidas en Instituciones financieras y (iv) establecer normas que regularen
las Concesiones de Obras Públicas y de Servicios Públicos Nacionales y derogar la Ley de
Construcciones, Explotaciones y Mantenimiento de Obras Viales y de Transporte en Régimen de
Concesión.
f.- Ley Habilitante de 1998[32]: tras nueva solicitud del Ejecutivo, el 2 de septiembre de 1998, el
Congreso Nacional aprobó habilitar al Presidente de la República a los fines de dictar medidas
extraordinarias en materia económica y financiera por un tiempo de 45 días.
En ese sentido, se le autorizó para dictar la normativa que regulara el Fondo de
Estabilización Macroeconómica, el Régimen de Aduanas, en los términos aprobados en la
Comisión de Economía en la Cámara de Diputados. Asimismo, se le facultó para dictar la
normativa que regiría al subsistema de salud, el subsistema de pensiones, el subsistema de paro
forzoso y capacitación profesional, el subsistema de vivienda y política habitacional dentro de un
marco de salvaguarde de las condiciones del actual deudor hipotecario; y el del régimen que regule
el proceso de liquidación del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales y la transición al nuevo
sistema de seguridad social integral.
g.- Ley Habilitante de 1999[33]: tras la elección de un nuevo gobierno, el Presidente Hugo Chávez
Frías solicita al Congreso Nacional una ley de habilitación legislativa que le permitiera dictar
medidas extraordinarias en materia económica y financiera requeridas por el interés público.
El objetivo de la Ley era habilitar al Ejecutivo Nacional para tomar medidas extraordinarias en
el ámbito económico y financiero en sectores diversos, como: en la organización de la Administración
Pública Nacional, el ámbito Financiero, el ámbito tributario y en el ámbito económico sectorial.
5.- Práctica legislativa presidencial por delegación bajo la Constitución de 1999.
Este tipo de ley, tiene una eficacia meramente formal, ya que contiene únicamente la
delegación de la potestad normativa al Presidente de la República para que en Consejo de
Ministros dicte decretos leyes, ajustándose a las directrices, propósitos y marco de las materias
que indica en su texto. Por tanto, el valor normativo de la ley habilitante no está necesariamente
sujeto o condicionado a que el Ejecutivo dicte los decretos leyes, ni aún en el caso de que
contenga disposiciones de detalles o específicas sobre la materia objeto de delegación que deban
ser reproducidas en el decreto ley[34].
Dicho lo anterior, es necesario acotar que la ley habilitante tiene todos los efectos de una
ley formal, pero con la salvedad de que tiene una vigencia predeterminada, a diferencia de casi la
totalidad de todas las leyes, tal como expresamente el artículo 203 de la Constitución. Asimismo, la
mencionada disposición establece que es la Asamblea Nacional el único órgano facultado en forma
exclusiva y excluyente para sancionar la ley habilitante.
5.1 Problemas
Bajo el nuevo régimen constitucional, todas las materias que se encuentran dentro de la
esfera de competencia de la Asamblea Nacional son susceptibles de convertirse en objeto de la ley
habilitante, tal como quedó demostrado en la última delegación legislativa, a la cual nos referiremos
posteriormente.
Sin embargo, el artículo 203 de la Constitución Nacional impone como requisito de validez
para las leyes habilitantes, el establecimiento de las directrices, propósitos y marcos de las
materias que se delegan al Presidente de la República, es decir, los lineamientos fundamentales
que deberá necesariamente seguir el Ejecutivo al dictar los decretos leyes.
Este plazo puede ser establecido de varias formas, puesto que la Asamblea Nacional
puede determinar que la vigencia de la ley va a ser hasta una fecha cierta, o puede establecer un
plazo, tal como ha sido la práctica legislativa venezolana.
5.2.3. Carácter orgánico de los decretos leyes dictados bajo una ley habilitante.
En efecto, esa Sala pronunciándose acerca del carácter orgánico del Decreto con fuerza de
Ley Orgánica de Planificación dictado por el Presidente de la República bajo la vigencia de la ley
habilitante de 1999, determinó:
“…esta Sala concluye que el Presidente de la República puede, en ejercicio de la
legislación delegada mediante ley habilitante, dictar decretos legislativos orgánicos,
y cuando éstos no se traten de los textos legales así calificados por la Constitución,
deberán someterse al control previo de la constitucionalidad de su carácter orgánico, por
ante el Tribunal Supremo de Justicia en Sala Constitucional, de acuerdo con lo previsto en
el artículo 203 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Así se
declara”.
Por lo tanto, la posibilidad que tiene el Presidente de la República para dictar decretos
leyes con carácter orgánico continúa acorde con el marco regulatorio de la Constitución del 99, con
la salvedad, de que si la ley a ser promulgada no tiene la calificación constitucional de orgánica,
deberá cumplir con el control previo de constitucionalidad ejercido por la Sala Constitucional.
Artículo 137. El órgano o ente público no podrá aprobar normas para cuya resolución sea
competente, ni remitir a otra instancia proyectos normativos que no sean consultados, de
conformidad con el artículo anterior. Las normas que sean aprobadas por los órganos o entes
públicos o propuestas por éstos a otras instancias serán nulas de nulidad absoluta si no han sido
consultadas según el procedimiento previsto en el presente Título.
En casos de emergencia manifiesta y por fuerza de la obligación del Estado en la seguridad y
protección de la sociedad, el Presidente o Presidenta de la República, gobernador o gobernadora,
alcalde o alcaldesa, según corresponda, podrán autorizar la aprobación de normas sin la consulta
previa. En este caso, las normas aprobadas serán consultadas seguidamente bajo el mismo
procedimiento a las comunidades organizadas y a las organizaciones públicas no estatales; el
resultado de la consulta deberá ser considerado por la instancia que aprobó la norma y ésta podrá
ratificarla, modificarla o eliminarla.
Bajo este argumento, la Sala determinó que las circunstancias de hecho del caso concreto
exigían la urgente instrumentación de medidas destinadas a paliar o corregir dicha situación en
aras del interés general y, por lo tanto, los decretos y providencias administrativas impugnadas, no
requerían de la consulta prevista en el artículo 136 de la Ley Orgánica de la Administración
Pública, en virtud de la excepción contemplada en el ultimo acápite del artículo 137 eiusdem y, en
consecuencia, su promulgación no infringió el derecho a la participación en los asuntos públicos
previsto en el artículo 62 de la Constitución.
Ahora bien, en tal exposición los Magistrados que votaron a favor del fallo in comento, no se
pronunciaron sobre el aparte siguiente del artículo 137 de la LOAP que expresa en tales casos en donde
priven circunstancias que impidan la participación ciudadana “las normas aprobadas serán consultadas
seguidamente bajo el mismo procedimiento a las comunidades organizadas y a las organizaciones públicas
no estatales; el resultado de la consulta deberá ser considerado por la instancia que aprobó la norma y ésta
podrá ratificarla, modificarla o eliminarla”, argumento éste que si fue mencionado por el Magistrado Pedro
Rondón Haaz en su voto salvado.
Con la Ley Habilitante que fuera otorgada al Presidente de la República en el año 2000, se
produjo por vez primera en el país, una serie irregularidades en la técnica legislativa utilizada por el
Ejecutivo Nacional al momento de dictar los decretos leyes, que contravinieron los principios que
fundamentan la habilitación legislativa.
En el proceso de habilitación del año 2000, se produjo la táctica inaceptable por parte del
Poder Ejecutivo de publicar al vencimiento del lapso de habilitación todos los títulos de los decretos
leyes autorizados en el sumario de la Gaceta Ordinaria difiriendo su publicación para gacetas
extraordinarias que no estaban listas para esa fecha, poniendo en vigencia textos legales
inexistentes.
Tal proceder, tuvo como razón que para el momento del vencimiento de la Ley Habilitante
otorgada por la Asamblea Nacional, el Ejecutivo no había publicado leyes que estaban dentro de
su agenda legislativa.
Siguiendo con la misma táctica reprochable, se produjo una serie reimpresiones en los
textos normativos promulgados por el Ejecutivo Nacional, en los cuales se desprendían cambios en
la parte sustancial de las materias a regular, entre el Decreto publicado en un primer momento y su
posterior reimpresión, todo esto, bajo el argumento de un supuesto error material en la primera
impresión.
Esto constituyó el origen de una práctica que se ha convertido una especie de regla en la
actividad legislativa del país, por cuanto en la actualidad, no es extraño ver en la Gacetas Oficiales
continuas reimpresiones de textos normativos promulgados por los distintos entes y órganos que
conforman los Poderes de la Nación utilizando el mismo argumento, para realizar cambios
sustanciales en la normativa promulgada.
Particularmente, durante la ley habilitante del año 2000 se publicaron 49 Decretos Leyes,
de los cuales fueron reimpresos posteriormente doce[35], sin incluir dos más que fueron
reformados tan sólo meses después por la Asamblea Nacional[36].
La desproporción de la norma que permite la habilitación del Presidente para legislar quedó
en evidencia en el mes de noviembre de 2001, cuando el Presidente de la República dictó cuarenta
y nueve Decretos Leyes. En relación con esta desmesurada atribución, Jesús Ramón Quintero, ha
señalado que “...la ampliación y sustancial modificación del concepto de habilitación legislativa del
Presidente de la República para legislar por medio de decretos-leyes, es necesario inscribirla
dentro de la misma línea de preeminencia o hegemonía del Presidente de la República como Jefe
de Estado y Jefe de Gobierno sobre los demás Poderes Públicos...”.
Las excesivas potestades normativas del Presidente de la República fueron ejercidas en noviembre
de 2001. A finales del 2000 la Asamblea Nacional había habilitado al Poder Ejecutivo para dictar,
en un año, diversas medidas con rango y fuerza de Ley. Ello desnaturalizó, por completo, el
marcado carácter excepcional de las potestades normativas extraordinarias del Presidente de la
República.
El 1º de febrero de 2007 fue publicado en Gaceta Oficial número 38.617 la Ley que Autoriza
al Presidente de la República para Dictar Decretos con Rango, Valor y Fuerza de Ley, en las
materias que se delegan. El lapso dentro del cual el Poder Ejecutivo puede hacer uso de ésta
habilitación legislativa es de 18 meses.
En ese sentido, se le otorgó amplias potestades al Ejecutivo Nacional para dictar normas
en diversas materias de interés nacional, tales como: de tipo financiero, tributario, político,
reordenamiento territorial y defensa.
Además, con esta habilitación se ha contravenido la voluntad del constituyente del 99, ya
que era la intención de éste que al momento de otorgarse una ley habilitante al Presidente de la
República, la Asamblea Nacional estableciera claros límites materiales a las potestades legislativas
transferidas. Esto último, pareciera de difícil ejecución en estos tiempos cuando tenemos un Poder
Legislativo que se encuentra al servicio del Ejecutivo y donde no existe representación política
alguna de los sectores políticos del país que difieren del gobierno actual.
6.- Conclusiones
La crisis política actual en Venezuela se debe, en parte, al poco respeto que se ha
profesado al principio de separación de poderes. Se observa, una extralimitación del Ejecutivo
Nacional en las actividades propias de cada uno de los poderes nacionales, teniendo como
pináculo de esta situación, la ley habilitante otorgada por la Asamblea Nacional la cual no
establece límite alguno en las materias que pueden ser reguladas por el Presidente de la
República.
Por lo tanto, es necesario que existan contrapesos entre los órganos que conforman los
Poderes Públicos Nacionales, estableciéndole como principio de su actividad la coparticipación.
Sólo así, es que podremos hablar de la existencia de un verdadero Estado Democrático cumplidor
de los principios constitucionales establecidos en nuestra Carta Magna.
BIBLIOGRAFÍA
DIEZ, Manuel María. “Manual de Derecho Administrativo”. Tomo I. Edit. Plus Ultra. Buenos Aires
LARES MARTÍNEZ, Eloy. “Manual de Derecho Administrativo”. 4ta Edición, Caracas, U.C.V., 1978
[5] ANDUEZA, José Guillermo. “El Congreso”. Estudio Jurídico. Tercera Edición. Caracas. 1975. p 35
[8] En el primer tipo de sistema, se enmarcaba el régimen previsto en la Constitución del 61. Así, conforme al
artículo 139 el Congreso debía ejercer el control de la Administración Pública Nacional Centralizada en los
términos establecidos en la Constitución, en tanto que el de la Administración descentralizada lo hacía en los
términos de la Constitución y la ley (artículo 230).
[9] En efecto, en relación con el Poder Ejecutivo, debemos señalar que en él concurren dos categorías de
órganos: los que integran la Administración y los que, además, integran el Gobierno. Todo funcionario que se
incorpore a la estructura orgánica del Gobierno participa en la conducción política del Estado pero además,
ejerce funciones propias de la Administración: el Presidente y los Ministros, por ejemplo. Por el contrario, hay
órganos que, integrados en la Administración, no participan de la naturaleza de Gobierno.
[10] En ese sentido, el 22 de agosto de 2002 se creó una Comisión Especial que investigaba la
Crisis del Poder Judicial, órgano que había sido previsto ya por acuerdo de la Asamblea Nacional
del 15 de agosto de 2002. Tal Comisión, entre otros objetivos, tuvo por finalidad investigar
presuntas irregularidades de algunos Magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, incluyendo a
su Vicepresidente. No deja de sorprender que un día antes, el 14 de agosto, el Magistrado
destituido fue ponente de la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia que declaró que no habían
méritos para enjuiciar a los militares involucrados en los sucesos del 11 de abril.
[12] Los Ministros por su parte son responsables de sus actos de conformidad con la ley y la Constitución. Se
trata de una responsabilidad política, en virtud de la cual deberán presentar, dentro de los sesenta días de
cada año, una memoria razonada y suficiente sobre la gestión de su despacho en el año inmediatamente
anterior, de conformidad a lo establecido por la ley[12]. La Asamblea ejercerá un control político sobre la
gestión de estos colaboradores del Presidente de la República y en tal sentido la aprobación de una moción
de censura por votación no menor de las tres quintas partes de los integrantes presentes en la Asamblea
Nacional implica su remoción por lo que el funcionario removido no podrá optar al cargo de Ministro o de
Vicepresidente Ejecutivo por el resto del político Presidencial
[14] DIEZ, Manuel María. Manual de Derecho Administrativo. Tomo I. Edit. Plus Ultra. Buenos Aires, 1997.
p.110.
[15] Ibidem. p. 110.
[16] Artículo 236 CRBV “Son atribuciones del Presidente o Presidenta de la República: (...) 20. Fijar el
número, organización y competencia de los ministerios y otros organismos de la Administración Pública
Nacional, así como también la organización y funcionamiento del Consejo de Ministros, dentro de los
principios y lineamientos señalados por la correspondiente le y orgánica”.
[17] Citado por PEÑA SOLIS, José “Manual de Derecho Administrativo” Volumen I, Colección de Estudios
Jurídicos del Tribunal Supremo de Justicia. Año 2002. pag. 452
[23] LARES MARTÍNEZ, Eloy. “Manual de Derecho Administrativo”. Cuarta Edición, Caracas, U.C.V., 1978, p
90.
[24] PÉREZ LUCIANI, Gonzalo “La actividad normativa de la administración”. Revista de Derecho Público, Nº
1. Caracas, 1980, p.35.
[25] FERNÁNDEZ, Gerardo “Los Decretos Leyes”. Editorial Jurídica Venezolana. Caracas. 1992. p 46