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“EDUCAR ES INVENTAR LO QUE NO HAY" ESTANISLAO ANTELO

La invención es una tarea pretenciosa:

Pretencioso es también el oficio mismo del inventor. Personaje habitualmente asociado al exotismo, raro
ejemplar al que se suele emparentar con la figura del gran inventor, el creador, el que está por allí, según
dicen, en el cielo. Invención y creación son en algún punto vecinas. Es cierto que se distancian cuando se
trata de crear sobre lo existente, inventar sobre lo ya sabido o crear desde la nada, inventar lo que aún
no ha sido inventado. Sospecho que ambas tareas bordean siempre la arrogancia, la megalomanía, la
desmesura. Una de las vetas, tanto de la invención como de la creación, es la que nos reenvía al reino de
la mitomanía o de la exageración. Un creador. ¿Quién es un creador?, ¿Quién un inventor? Difícil de
responder. El que crea una buena sopa, como diría Gombrowicz, ¿es un creador? El que por ejemplo
inventa historias, aún de las minúsculas, es al mismo tiempo un noble personaje y un farsante. Habría
que tener el valor de preguntarse: ¿qué clase de personaje es, en todo caso el que no inventa historias?
No lo sé. Lo que sí sé, o lo que supongo saber, es que es ahí donde la pedagogía toma su lugar. O es ahí,
arrinconada por la nobleza y la farsa, que la pedagogía toma su lugar. Toma su lugar entre las artes de lo
desproporcionado. Porque ¿cómo explicar la exagerada vinculación entre el triángulo rectángulo y, por
ejemplo, la ciudadanía? ¿Dónde es que saca valor un experto en currículum para decir que de un CBC
sale un ciudadano?. Quiero decir, ¿cómo explicar con suficiencia, sin temor y sin vergüenza la promesa
educativa que reza lo siguiente: lo que se enseña, lo que se da, afecta algo de la transformación del ser
de las personas? ¿Cómo entender a la señorita Erna, cómo entender en realidad al pedagógico y eréctil
dedo móvil de la señorita Erna, cuando afirmaba: Antelo, usted tiene que estudiar el sujeto y el
predicado, yo sé por qué se lo digo, porque de esa manera usted va a ser alguien en la vida?. Sólo lo
entienden, lo entendemos, o, para ser honestos, lo entendíamos, los iniciados en este curioso y
magnífico desatino de educar. Yo le doy un triángulo rectángulo y usted será alguien en la vida. Hay que
estar un poco loco para creer semejante cosa, y por suerte, tal como veo, somos bastantes. Un
educador, en tanto inventor, es aquel que, contra todos los datos escépticos en su contra persiste en su
invento. Porque más que de la invención, la educación trata de unos inventos, siempre quizás ya
inventados. Por mencionar sólo algunos: Yo le doy un polinomio y usted va a ser un ser biopsicosocial Le
doy una hipotenusa y usted va a ser un ser crítico y comprometido. Le doy una superficie del círculo y
usted va a ser un buen demócrata. Le doy un Peloponeso y usted va a ser un muchacho de trabajo.
Esto es lo que me decía una inventora, quiero decir, una maestra, pocos días atrás, casi al comienzo del
ciclo inventivo. Me decía la maestra, que al entrar al aula, escuchó como un niño, algo parecido a un
niño, le decía a otro de su especie, lo siguiente: A esta vieja le damos cinco días y si no la fajamos. - Esto
me decía la maestra en su auspicioso debut. Un encanto. ¿Y entonces? Entonces, la siempre debutante
maestra me cuenta, en vivo y en directo, lo que es casi redundante: me cuenta que está viva, que pasó el
plazo, que lleva más de cinco días. Pero me cuenta más. Me cuenta que el niño, el algo parecido a un
niño, la detiene en un pasillo, y la increpa, esta vez de frente: Y dígame una cosa, usted, ¿para qué
quiere que yo aprenda?. Esta es, al menos para mí, una pregunta pedagógica que se puede vincular sin
prisa a otra famosa: - ¿Qué quiere el otro de mí? Porque el niño que pregunta, pregunta sin saber qué,
por qué, para qué el otro quiere algo de él, para él. Lo que no es poco. Que unos quieran algo de los
otros, no es poca cosa. El asunto es que cuando la maestra me cuenta, - cuando me cuenta, cómo el niño
la increpa y le pregunta: Y dígame una cosa, usted, ¿para qué quiere que yo aprenda?, Yo le pregunto: ¿Y
vos, qué le contestaste? Bueno, ¿qué suponen que le contestó la maestra al increpador? Acertaron. La
maestra le mandó el invento en pleno. Y, me dijo: yo le contesté que tenía que estudiar, que yo quería
que él aprenda porque si aprendía iba a ser un muchacho de trabajo, un ser crítico, un ciudadano. bah...
un semejante....¿Entendés? Le dije vas a ser algo que no sos ahora. La cosa no acaba ahí. La maestra me
pregunta a mí: ¿Y vos qué le hubieras contestado? ¿Qué creen que contesté? Lo mismo. El mismo
invento con pequeñas variaciones. Y ahí nos fuimos los dos pensando en la similitud de nuestros
inventos.

Los que aquí estamos reunidos conocemos la treta: es lo que llamamos el plus de la educación. Es lo que
intentamos decir cuando afirmamos enérgicamente que educar no es solo enseñar o instruir. Educar es
además. Y ahí, en el hueco de ese además, es donde una educación toma su lugar. Algo siempre relativo
a suscitar la posibilidad hasta el fin de la transformación del otro en otra cosa distinta de lo que es. No se
puede ir muy lejos en el pensamiento pedagógico si uno pasa deprisa por la vinculación potente entre el
ser, la transformación del ser y la transmisión de la cultura. Algunos psicoanalistas dicen que la cuestión
de la formación es siempre más sutil cuando su fin no es solamente el de obtener la adquisición de un
saber, sino también la aparición de ciertas condiciones subjetivas, una transformación del ser del sujeto.
Esto se presenta cuando se trata del psicoanálisis, del operador religioso y también del mago. Digo yo, y
también del educador. La educación no se deja doblegar tan fácilmente por los variados pragmatismos
de los nuevos realistas educativos. La educación toca siempre algo del orden de lo que puede ser de otra
manera, de lo que va más allá de lo necesario, de la metamorfosis. Eso, nos es dado por la educación. De
ahí la desmesura de Kant y de Rousseau cuando afirman que todo lo que somos se lo debemos a la
educación. Al resultado del invento educativo. Al resultado siempre tardío y a destiempo de la
educación. Pero decía, que educar es inventar lo que no hay. Porque la invención se asocia siempre a un
tiempo que no es el presente o que causa como un revoltijo en el presente. Desordena el presente en
tanto introduce algo de lo no habido, lo no sabido, de lo aún. Educar es como el combustible del aún. De
ahí que me permita afirmar que educar es inventar lo que no hay. Es mucho lo que no hay en este país
en donde se dice, paradójicamente, con dudosa obstinación, que todo hay, que todo abunda. Porque si
no hay más, esa parece ser la novedad, “hasta en lo que no hay queremos ser campeones”. Me voy a
limitar a decir qué hebra de lo que no hay es la que nos pone en jaque a los educadores. Lo que no hay,
lo que parece no haber para matizar un poco los ánimos, es humanidad. Basta dar una vuelta de
manzana. Pero, a fuerza de ser sinceros, de entrada sabemos que humanidad es lo que no hay. Nadie
nace hombre o mujer, uno se hace o se está haciendo o está siempre, siendo. El tiempo de lo humano es
ese, ¿no? El de estar siendo. Pero si hay una educación es porque, justamente, no hay desde el inicio,
humanidad. El cachorro humano no viene hecho, decía Kant (a quien le gustaban las aves). Los gorriones
decía Kant vienen hechos. Nada por inventar. No precisan educación. Y como el cachorro humano no
viene hecho, como hay que producirlo como tal, inventarlo cada vez, hay educación, que no es sino uno
de los nombres de esta operación humanizante. Defino un poco el asunto: Llamo educación al conjunto
que se reúne alrededor de las operaciones históricas tendientes a la acogida, cuidado, formación y
modelado del cachorro humano a partir de la transmisión mas o menos programada de un fondo cultural
común de conocimientos. Sin esta vinculación entre cuidado y conocimiento (hoy opacada por la falsa
antinomia enseñar-asistir) no hay humanidad. ¿Dónde está el problema? Es simple y miserable. Lo dicen
a diario los economistas: Se acabó la magia. Los Argentinos -dicen- tienen que reconocer que no hay
recetas mágicas que es algo parecido a que la maestra del ejemplo, le hubiera contestado al niño
inquisidor, frente a la pregunta: ¿Por qué quiere usted que yo aprenda? Algo así, como para formar su
competencia lingüística e insertarse en el mercado laboral. Esto se llama, realismo trágico. Tomás
Abraham lo llama, y yo coincido, realismo trágico. Un género argentino. ¿Qué quiere decir esto? Algo
que todos sabemos. Todos hemos experimentado el impacto de saber al fin qué significa que se acabó la
magia. No hace falta ver telenovelas para saberlo. Cuando se acaba la magia lo que hay, es disolución.
Cuando los expertos nos dicen que se acabó la magia, no hacen otra cosa que esos chicos traviesos que
sorprenden al mago, denunciando la verdad de su treta. Es algo muy similar a lo que nos ocurre cuando
al fin sabemos, de una vez por todas, lo que el otro es. Ahora sé, efectivamente, quién sos, lo que sos.
¡Ahora te conozco tal como sos!. Señal inconfundible, nuevamente, de disolución. ¿Y cómo aparece esto
en el terreno educativo? Simple. Cuando se nos dice, en tono de economía de guerra, que hay que
trabajar con lo que hay. La señorita nos dijo este año que no había plata para libros, para materiales...
que entonces, había que trabajar con lo que haiga. Esto me contaba mi amiga Patricia Redondo. Me
contaba que le contaron…. Trabajar con lo que haiga es un problema. Aun en el caso en que se pretenda
con lo poco que haiga inventar algo. Porque simplemente se borra de un plumazo la desproporción que
nos habita y de un sacudón, nos torna reales, tan reales, que es un espanto.Se cancela el derroche, que
es uno de los nombres del acto de educar. Siempre se da lo que no se tiene, siempre se gasta más de lo
que se recoge. Siempre se apuesta a sabiendas de no saber el resultado. Mis hijos recientemente, me
han mostrado los vales que mi madre solía entregar en ocasión de alguna festiva fecha, cuando no tenía
plata, es decir, a menudo. Vale por los reyes magos. Vale por el día del niño. Vale por el Ratón Pérez.
Notable inventiva humanizante y empresarial. Un vale por Papá Noel. En fin. Todas las retóricas
pedagógicas de la igualdad, las que para usar una expresión cruel pero sincera de Peter Sloterdijk,
practican el afecto igualitario, chocan con este asunto que convendría llamar hipocresía. En algún punto,
trabajar con lo que haiga es suspender lo que puede haber. Para terminar, les cuento un vale, el vale,
pedagógico por definición. Esta vez es una maestra de las zonas llamadas ZAP. Me cuenta el siguiente
dilema: uno de sus alumnos asiste a la escuela golpeado por su abuelo. El padre ausente, preso, no sé
qué. El abuelo -me dice la maestra- le pega pero lo trae. Y me pregunta entonces qué hacer. - No sé que
hacer, contesto. Pero ella dice haberlo resuelto en una de las pocas conversaciones que logra emprender
con el abuelo golpeador. El abuelo dice: Usted dele, usted deale. La Maestra contesta, sabia: De acuerdo,
Yo le doy pero si usted le deja de dar (...) Yo le doy, de acuerdo (...) yo le cambio los palos que usted le
da, por un palote, por unos palotes. Palos por Palotes. ¿No es este el invento pedagógico? ¿No es esta
desproporción y este derroche el que nos ocupa?...

Estanislao AnteloLicenciado y Profesor en Ciencias de la Educación (UNR); Master en Educación (UNER) y


Doctor en Humanidades y Artes (UNR). Co-coordinador académico del Curso de Posgrado en Educación
inicial y primera infancia. FLACSO. Argentina. Director del proyecto Vestigios de los '70: Pedagogía,
transmisión, herencia y memoria en la militancia argentina progresista (UNR) y codirector del proyecto La
institución del conocimiento y las prácticas educativas en los institutos de formación docente no
universitarios. Es co-director de Cuaderno de Pedagogía Rosario. Entre sus libros publicados se destacan
Instrucciones para ser Profesor. Pedagogía para aspirantes. Santillana, Bs. As., 1999. y El Renegar de la
Escuela (con Ana L. Abramowski). Homo Sapiens. Rosario, 2000.

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