Asignatura: Literatura española III Institución: Ce.R.P. del Norte Docente: Anahí Braz da Luz
La Naturaleza en las Rimas de
Bécquer: Rimas LII y LIII En el presente trabajo La Naturaleza en las Rimas de Bécquer. Veremos algunos aspectos como Natura naturans – Natura naturata. La construcción de las imágenes de la naturaleza. Intensidad y dramatismo. Según el académico uruguayo José Pedro Díaz (1953) la naturaleza — presencia y vivencia de la naturaleza— ocupan un lugar importante en la obra de Bécquer. Si nos detenemos a considerar ese hecho advertiremos que no se trata meramente de otra característica de su obra, sino de un rasgo que se nos hará principal, ya que los modos por los cuales la naturaleza se presenta en sus poesías pueden orientarnos en la consideración de algunos puntos que son cardinales de su experiencia poética. Debemos señalar, en primer término que esta que llamaremos experiencia poética de la naturaleza, se realiza en él según dos modalidades fundamentales. Nos serviremos aquí, para referirnos a ellas, de la distinción spinoziana entre natura naturans y natura naturata, vale decir, entre la naturaleza “considerada como causa libre”, actuante, y creadora, esencial —Dios y sus atributos—, y naturaleza actual: producto, forma modos. (Díaz, 1953, p. s/d). La presencia de la naturaleza es frecuente en la obra de Bécquer y, a menudo, constituye un tema básico de su poesía. Pero vale la pena considerar una dualidad de actitudes en el tratamiento de tal tema. A veces la naturaleza o, de manera más general, el mundo exterior, es espectáculo, fundamento seguro y doloroso sobre el que se desarrolla el gran teatro del mundo de la actividad y de la duración o el devenir humanos. Pero en otros casos se siente latir, en el centro del movimiento espiritual que ha creado algunas rimas, la angustia fáustica: “¡Qué espectáculo! Pero ¡ay! espectáculo tan sólo”, que hace que el poema rompa las duras formas de la apariencia fija, estática de la naturaleza y aspire a filtrarse, a adentrarse en su devenir eterno e infinitamente creador. (Díaz, 1953, p. s/d). Consideramos separadamente estas dos experiencias. Naturaleza y tiempo (Natura naturata). Dije más arriba, refiriéndome a la técnica poética de Bécquer, que la naturaleza suele estar en su poesía como naturaleza presente y no como mero motivo de sustitución poética. Comprobábamos allí que la materia es mentada por Bécquer insistentemente, aun en el tropo. Del doble juego de alusión y elusión que, según Dámaso Alonso, caracteriza al tropo, es la alusión la que determina, en las rimas, el sentido del poema. La intención de Bécquer es la de obligarnos a tener presente un fragmento dado de naturaleza. (Díaz, 1953, p. s/d). Y esa naturaleza, presente como tal —no sustituida— cobra en él un intenso valor poético. A veces, es cierto, se emplea sobre ella un tropo concebido a manera de caja de resonancia que viene a acentuar su fuerza expresiva y a dirigirla en una intención particular. Pero este tratamiento no es necesario, ya que la significación poética que los elementos naturales alcanzan en la poesía de Bécquer es previa a la acentuación que los elementos retóricos pueden determinar. La mención de dichos elementos naturales es poética desde que el contexto arranca, de la materia mentada, una significación que, contrariamente a la que a veces procura el lenguaje figurado, de ninguna manera anula, ni siquiera elude, sino que precisamente intensifica la vivencia de la realidad histórica material, y ello desde un ángulo particular y fuertemente referido a la persona del poeta. (Díaz, 1953, p. s/d). Pero esta intensificación de la realidad histórica material sólo puede importar poéticamente si ella se presenta como algo ajeno al hombre, inmodificable por él, preciso, concreto y valiendo por sí, no por lo que el hombre le otorgue. El hecho poético consistirá entonces en la relación que el poema pueda establecer entre dos entes (hombre y mundo) de índole diferente. En una relación de este tipo la naturaleza es natura naturata, una mera existencia que testimonia, por su fijeza o por la repetición cíclica y eterna de sus movimientos, el frágil devenir y perecer de lo humano. (Díaz, 1953, p. s/d). Los acontecimientos naturales y, de una manera general, el mundo físico, sirven de marco a una imagen dramática de la vida humana. El contraste que así se produce agudiza el sentimiento de nuestra temporalidad y señala su dirección irreversible. La naturaleza contempla inmóvil, mudo e invariable —o repetido— testigo, el fluir y el perecer de los hombres. Y este fluir y este perecer quedan acentuados en cuanto el poeta fija su relación con un tiempo concreto, con una vivencia dada, tensa e irrecuperable. El poema consiste, en estos casos, en el establecimiento de una articulación entre el hombre y el mundo. La estructura del poema se hace, por lo tanto, simple y tensa a la vez, ya que el problema poético queda situado —como ya dijimos— no en la creación de un mundo de entes estéticos que se correspondan con los objetos naturales —y los sustituya— sino en un esfuerzo por acentuar su significado mediante la determinación de' un ángulo eficaz —poéticamente— desde el cual considerarlos. Y este ángulo está determinado por la condición humana del poeta, que consiste, en contraste con la perdurable naturaleza, en ser fugitivo y perecedero. Como ejemplo, comenzaremos por estudiar la rima LIII: “Volverán las oscuras golondrinas…”. Díaz comienza señalando en el poema que es la referencia histórica personal la que permite individualizar o particularizar, en el ritmo ciego de lo natural, un acontecimiento perdido: la naturaleza podrá repetirlo idéntico a sí mismo, pero ¡qué otro sentido tendrá para el hombre! Un pedazo de vida queda adherido a la imagen de aquellas madreselvas, de aquellas golondrinas; ninguna otra será ya igual para él. (Díaz, 1953 p.s/d). También la emoción del tiempo es todo, —o por lo menos mucho en la rima LIII, y, en cuanto se refiere al modo de actualización del pasado que señala Machado en Manrique, también vale, substancialmente, para la rima de Bécquer. Es, como en las Coplas, una anécdota trivial, y lateral en suma al asunto (allá las ropas chapadas, las danzas, etc.; aquí el juego de las golondrinas, da (florescencia de las madreselvas), lo que fija la experiencia y la hace única. (Díaz, 1953 p.s/d). Pero la articulación dramática que en la estrofa de Manrique se realiza sobre el grave movimiento tradicional del Ubi sunt (¿dónde están? ¿qué se (hicieron?) se opera en cambio, en la rima de Bécquer más desnuda y directamente aunque en las coplas, sobre el contraste entre el volverán primero, indiferente comprobación de la permanencia de lo natural (todos los años vuelven las golondrinas, florecen las madreselvas) y el no volverán que se refiere a aquel único momento vivido y ya irrecuperable, que resulta individualizado justamente en relación con aquellas golondrinas, aquellas madreselvas, aquéllas y no otras, como observaba Machado refiriéndose a los motivos equivalentes del poema de Manrique. (Díaz, 1953 p.s/d). Evocada de esta manera, la naturaleza (golondrina, madreselvas) se convierte en un fondo majestuoso sobre el que se dibuja el destino del hombre con rasgos que acentúan el sesgo dramático de su condición mortal y pasajera. (Díaz, 1953 p.s/d). El hallazgo de una relación instantánea y fugitiva, pero estrecha, vivida, entre aquel denso telón de fondo que la eterna naturaleza le ofrece y el propio devenir del hombre, hace restallar agudamente una vivencia dada cargándola con el sentido de su temporalidad esencial. El poema queda así proyectando, (paradójicamente, en una estructura perdurable, la expresión del perecer del hombre, de su fugitivo existir. (Díaz, 1953 p.s/d). Naturaleza y fantasía (Natura Naturans). Pero la naturaleza no sólo vale en Bécquer como evidente testigo de un sucederse humano, también vive ella misma por sí, capaz de encarnar, en su propio movimiento vital, los movimientos espirituales del poeta. En una visión neoplatónica del universo, Bécquer hace circular por lo inanimado la misma corriente espiritual de que se siente animado él mismo. De ahí la frecuencia con que puede, voluntariamente, fundirse con las formas naturales que resultan capaces de expresar su sentimiento. Si como móvil psicológico de esta actitud puede señalarse una probable timidez, acaso una dominante introvertida, sus consecuencias poéticas son un soplo vitalizador que inunda la visión del paisaje y la estremece con una universal palpitación sentimental. (Díaz, 1953 p.s/d). Señalarnos ya en otro lugar de este libro que como fondo de la teoría del arte de Bécquer se esbozaba una intuición de la unidad fundamental del universo similar a la que fundamenta las correspondencias baudelarianas y la cosmogonía de Poe. Esa misma intuición hace posible una experiencia de recuperación de sí mismo en las formas naturales. Esta institución cobra una particular intensidad cuando se ofrece como consecuencia de una conmoción que exalta al escritor, lo arrebata, y literalmente lo enajena, rompiendo los límites de su personalidad y ofreciéndole, como ámbito de su experiencia propia, la infinita variedad de formas de la naturaleza. La estructura general del poema (de la Rima LIII) tiene por soporte básico un procedimiento literario antiquísimo: el paralelismo entre sentimientos humanos y fenómenos de la naturaleza. Y este paralelismo, en nuestro caso, no es directo o lineal, sino antitético: los fenómenos de la naturaleza se repiten constantemente; pero no aquellos que fueron testigos del sentimiento humano. Por medio de este paralelismo, el sentimiento humano, irrepetible, está confrontado con la ciclicidad (repetibilidad) de los fenómenos de la naturaleza: tanto más fuerte el dolor de aquella pérdida irreparable. El paralelismo antitético hace, pues, más agudo, más penetrante el dolor. Pero, cosa curiosa, el poeta, en el fondo, no habla de su dolor directamente y expressis verbis: sólo dice que, en la ciclicidad de la naturaleza, no se repiten fenómenos que fueron testigos de su felicidad. Esto nos define ya más claramente el poema: el sentimiento del poeta (o sujeto lírico) está expresado en él con delicadeza, comedimiento, pudor; en las “Golondrinas” no hay ni un asomo de aquella ostentación, de aquel exhibicionismo sentimental, tan característico para los poetas románticos de la generación precedente de Bécquer (Rico, 1982, p. 302) A este propósito vale la pena fijarse en el carácter de los elementos de la naturaleza que figuran en la antítesis. Son elementos (pájaros, flores) que crean un ambiente de intimidad y ternura; no son elementos majestuosos o tal vez aplastantes. Hay pues, armonía entre la delicadeza del sentimiento humano expresado (o más bien sugerido) y los elementos de la naturaleza. Vale la pena fijarse en lo acertada que es la elección de los fenómenos de la naturaleza desde otro punto de vista aún. Los pájaros vienen, se van, vuelven; las flores florecen, desflorecen, vuelven a florecer. Tanto más cruel el dolor del sentimiento humano que, una vez muerto, no podrá renacer, en medio de una naturaleza siempre renaciente. Bécquer, al construir su paralelismo antitético, escogió entre los elementos de la naturaleza, aquellos cuya ciclicidad se manifiesta con particular evidencia. (Rico, 1982, p. 302). La antítesis, que matiza dolorosamente el paralelismo entre el sentimiento humano y la naturaleza, tiene en el poema varios aspectos: Hay, en primer lugar, la contraposición ya mencionada entre la repetibilidad de los fenómenos de la naturaleza (su facultad de renacer constantemente) y la irrepetibilidad del sentimiento humano perdido (muerto). Hay, en segundo lugar, contraposición de planos temporales: el futuro (los fenómenos de la naturaleza, que tienen futuro) se halla contrapuesto al pasado (al cual pertenece definitiva e irremediablemente el sentimiento humano muerto); en la primera estrofa se habla del futuro, la segunda se refiere al pasado; y lo mismo ocurre en las otras dos parejas de estrofas paralelísticas. Hay, en tercer lugar, contraposición verbal que, en cierto modo, enmarca (y con ello une y confronta más estrechamente) cada pareja de estrofas paralelísticas: “volverán … pero… no volverán”. En las “Golondrinas” se trata, pues, de una antítesis compuesta de varios elementos convergentes; eso, indudablemente, aumenta su eficacia. (Rico, 1982, p. 302). La composición de nuestro poema es sencilla: sus seis estrofas se dividen claramente en tres parejas paralelísticas. En cada una de las tres parejas o partes aparece un motivo distinto (las golondrinas, las madreselvas, las palabras de amor); pero todos estos motivos son en el fondo concreciones sucesivas o variaciones de un mismo motivo básico (relacionado con el paralelismo antitético): volverán … no volverán. Las tres partes tienen ciertas señales verbales que delimitan sus contornos: la repetición anafórica de las palabras volverán (al principio de las estrofas segundas) y la repetición epifórica de las palabras no volverán (al final de las estrofas segundas, excepto la última). Las variaciones están, pues, organizadas según el principio de la simetría. Y este hecho tiene, si no nos equivocamos, su papel o función. Simetría significa, individualmente, orden. Y como ya sabemos, el poema es, en la expresión del dolor, comedido, pudoroso (“ordenado”); no hay en él desbordamiento frenético (“desorden”). (Rico, 1982, p. 303). Nos parece necesario añadir una observación más con respecto a las variaciones. Su secuencia, aun sin tener por apoyo la cronología,no es, en ninguna manera, arbitraria y fortuita. En las dos primeras variaciones o partes se desarrolla -por medio de motivos distintos- el consabido paralelismo antitético entre sentimientos humanos y fenómenos de la naturaleza. Pero en la tercera, la naturaleza (y con ella el paralelismo) desaparece, y la antítesis vuelta-no vuelta se realiza únicamente en el plano de los sentimientos humanos. La secuencias de las variaciones acaba, pues, por una concentración desde el mundo exterior al interior, al alma, al corazón humano. El final del poema no es, por consiguiente, un final “lineal”, sino una culminación. En esta culminación, por lo demás, no se rompe sólo la serie paralelística hombre-naturaleza, sino también la cadena de las antítesis (y de señales delimitativas) verbales: en vez de volverán … pero … no volverán, hay, en la tercera parte, volverán … pero ... no te querrán. (Rico, 1982, p. 303). El lenguaje de nuestro poema produce la impresión de una extraordinaria sencillez. Y no sólo en el léxico, sino también en la sintaxis; es verdad que en el poema hay bastantes inversiones del orden de las palabras; pero todas ellas absolutamente transparentes. La misma sencillez se observa en el plano de las imágenes. En realidad hay en él pocas imágenes poéticas (o más exactamente pocas imágenes que se sienten inmediatamente como tales): lágrimas del día … y una que otra más. (Rico, 1982, p. 303). En el poema hay también pocos epítetos; y entre los que hay se manifiesta marcada tendencia hacia los que suelen designarse con el término de epithetum constans (tales epítetos, como se sabe, expresan cualidades que emanan de la propia esencia del objeto denominado por el sustantivo, cualidades evidentes, intrínsecas, inherentes): “las oscuras golondrinas”. Es verdad que los epítetos becquerianos son en su mayoría “sensoriales” (expresan cualidades perceptibles por los sentidos), y por consiguiente, muy “plásticos”. Pero la tendencia al constans atenúa su energía expresiva potencial. Los epítetos becquerianos no son sorprendentes reveladores, “singularizadores”, no “gritan”; al contrario, preceden o siguen a sus sustantivos como compañeros silenciosos, discretos, delicados; tales como el sentimiento que ayudan a evocar o sugerir. (Rico, 1982, p. 304). Gracias a la complejidad, porque los factores que hemos enumerado son convergentes, el ritmo del poema es tranquilo. Es revelador el hecho de que en las últimas dos estrofas, cuando el dolor, antes contenido, se desborda, el ritmo, hasta entonces tranquilo, se altera también. Todos los endecasílabos del poema pertenecen a un mismo tipo (el que tiene los acentos “constituyentes” de las sílabas 6ta y 10a), con excepción de uno solo: “Tu corazón de su profundo sueño” (este pertenece al tipo que tiene acentos constituyentes en las sílabas 4a, 8a, y 10a). “Volverán las oscuras golondrinas” “Volverán las tupidas madreselvas”
“en tu balcón sus nidos a colgar”
“de tu jardín las tapias a escalar” Estos versos tienen, además, igual construcción sintáctica e igual disposición de los grupos de intensidad. Ahora bien, la única “infracción” a la norma (“Tu corazón en su profundo sueño” sobreviene precisamente en el momento en que desaparece el paralelismo hombre-naturaleza, cuando la dolorosa antítesis volverán-no volverán se concentra en el sentimiento humano, y cuando se menciona el corazón (órgano supuesto del amor) de la amada. (Rico, 1982, p. 304). El penúltimo verso de la estrofa final se termina con una palabra esdrújula: “desengáñate”. Y esta palabra es, indudablemente, una palabra “clave”: el poeta, en el colmo de la desesperación, quiere, con este grito doloroso que ya no ha podido contener, intentar lo imposible -resucitar aquel amor irremediablemente extinguido-. En el último verso de la estrofa final hay dos acentos contiguos (y en todo el poema hay más que este caso); “así no te querrán”. Y este es otro pasaje “clave”, otro grito desesperado; y tiene el mismo sentido procedente. (Rico, 1982, p. 305). En la estrofa inicial se advierta ya la atención del autor a la instrumentación fónica del poema: en la asonancia figura la vocal a; esta vocal, además, constituye el elemento acentuado de las palabras clave: volverán -no volverán; y por añadidura, esta vocal aparece acompañada más o menos sistemáticamente de las mismas consonantes. En los dos primeros versos hay evidentes inversiones del orden de las palabras. Hagamos con ellos un experimento: transcribámoslo a la prosa: “Las golondrinas oscuras volverán a colgar sus nidos en tu balcón”. Comparemos las dos versiones. La enunciación prosificada constituye una sola unidad (lógico sintáctica: una oración). La enunciación versificada, en cambio, consta de dos unidades (rítmico-melódicas: versos). Ya gracias a este hecho la enunciación versificada resulta sensiblemente más expresiva que la versificada. (Rico, 1982, p. 305). Vayamos ahora a la Rima LII. Según Giselis Esupiñán (2009 1) el ansia de evasión y muerte a través de las fuerzas violentas de la naturaleza es el tema que presenta Bécquer en esta rima. La misma es posible dividirla en dos subtextos. El primer subtexto abarca las estrofas I, II y III y en ellas se expresa la desesperanza y desolación absolutas. El segundo subtexto recoge la IV y última estrofa, en la que el sujeto lírico, lleno de angustia y amargura, desea el aniquilamiento. En el primer subtexto, a partir de la palabra clave naturaleza (término que de forma objetiva es jerárquicamente superior dentro del texto por su significado) puede establecerse una red de palabras, es decir, un conjunto de vocablos que se relacionan conceptual y denotativamente entre sí en torno a la palabra clave y que es factible graficar. Apréciese que en esta red de sintagmas nominales predominan las compuestas y la intención es evidente. El sustantivo con el adjetivo antepuesto (tres ocasiones), pospuesto (dos ocasiones) o con el complemento preposicional en función adjetiva (tres ocasiones), está caracterizada con el objetivo de mostrar una 1 Extraído de: Estupiñán, Giselis (2009). “Análisis textual de la Rima LII de Gustavo Adolfo Bécquer”. Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid https://webs.ucm.es/info/especulo/numero41/rimaliib.html naturaleza brutal y avasalladora ante la que el sujeto lírico no siente el menor temor. (Estupiñán, 2009, s/d). Todo el texto constituye una imagen de gran plasticidad. Parece que asistimos ante un cuadro o una representación. Y esta es, precisamente una de las características de la poesía de Bécquer.(Estupiñán, 2009, s/d). El poema inicia de una forma violenta, con la prosopopeya “Olas gigantes que os rompéis bramando”, la cual comunica el estado furioso de un mar implacable. Dentro de esa prosopopeya resalta la hipérbole “olas gigantes”, sintagma nominal que nos muestra, junto a la descomunal grandeza de las olas, un mar encrespado que hará desaparecer inexorablemente lo que caiga en él. Resulta significativo al final de este verso el fonosimbolismo que se logra con la utilización del fonema /-r/ en los vocablos rompéis y bramando, este expresa el sonido del mar, sonido que está dotado de un matiz agresivo. Ese mar bravío, implacable, se ubica en un lugar concreto a través de la adjetivación “las playas desiertas y remotas”, aquí los adjetivos no solo están caracterizando un lugar, sino que constituyen la prolongación del deseo romántico de evasión, en el sentido de que el hombre romántico busca la soledad y alejamiento de su medio.(Estupiñán, 2009, s/d). Fónicamente el sujeto lírico desea desaparecer de una forma romántica: “envuelto entre las sábanas de espuma”. La forma verbal “envuelto”, en presente del indicativo, comunica cierta pasividad que contrasta con el matiz de las formas verbales anteriormente analizadas y las que luego se estudiarán. La metáfora “sábanas de espuma” hace referencia al mar y a sus olas, implícitamente el vocablo “espuma” está aportando un color a los sentidos del lector: el blanco. Para el sujeto lírico solo con la muerte se hallará la paz.(Estupiñán, 2009, s/d). La estrofa concluye con el estribillo “¡llevadme con vosotras!”, que aparece entre signos de exclamación y que aporta un matiz exaltado y desesperado en el estado psíquico del sujeto lírico. Hay un elemento electrizante en este verso y es el pronombre enclítico “me” que desempeña la función de complemento directo. La imagen que se presenta ante el lector es impresionante, un hombre en medio de la desesperación que teme a la vida y desea violentamente la muerte.(Estupiñán, 2009, s/d). La segunda estrofa incrementa la violencia de la naturaleza, véase la metáfora que la inicia “Ráfagas de huracán que arrebatáis/del alto bosque las marchitas hojas”. Debe destacarse aquí el uso, nuevamente, del fonosimbolismo dado por el fonema /-r/ en los vocablos “ráfagas” y “arrebatáis” con el que se intensifica la furia de la naturaleza. La forma verbal “arrebatáis”, en presente del indicativo, desde el punto de vista semántico, aumenta también el estado convulso, pues indica crudeza y brusquedad. (Estupiñán, 2009, s/d). Los sintagmas nominales “alto bosque” y “marchitas hojas”, en los que los adjetivos preceden a los sustantivos, muestran una naturaleza estática y pacífica que sucumbe a fuerzas poderosas. Aquí está implícito también el color a través del adjetivo “marchitas”, que denota un color mustio, pálido. (Estupiñán, 2009, s/d). Si en la estrofa anterior el sujeto lírico quería desaparecer “envuelto”, ahora desea hacerlo “arrastrado”, es decir que en la medida en que se transita por el poema el sujeto lírico desea un aniquilamiento desgarrador. La personificación “el ciego torbellino” aumenta el deseo de una muerte cada vez más cruel. La ansiedad lleva al sujeto lírico a querer desaparecer en un remolino de viento que lo extermine totalmente, que no sea encontrado ni después de muerto. La estrofa concluye con el estribillo que va enfatizando el patetismo del texto. (Estupiñán, 2009, s/d). La tercera estrofa lleva a un nivel climático el estado de la naturaleza y del sujeto lírico. Inicia con el sintagma nominal “Nubes de tempestad”, mediante el cual se hace referencia a una alteración en el orden de la atmósfera, el medio es sumamente agresivo y puede resultar implacable. Nuevamente aparece el fonosimbolismo, apoyado como en los casos anteriores en el fonema /-r/, indicando el sonido que produce este elemento del medio ambiente. Otra vez se utiliza una forma verbal que sugiere la furia de la naturaleza: “rompe”. La metáfora “y en fuego ornáis las desprendidas orlas” es el único momento del poema donde se ve la belleza, aunque letal, de la naturaleza. El uso de la luz, propio de la poesía becqueriana, se patentiza en este verso. (Estupiñán, 2009, s/d). El verso siguiente se inicia con la forma verbal “arrebatado”, en presente del indicativo, que reitera la iracundia de la naturaleza. El sintagma nominal con que cierra el verso “la niebla oscura” insiste en el deseo de desaparición hacia lo ignoto, hacia donde él no encuentre a nadie y nadie lo encuentre a él. Se refuerza aquí el sentido de evasión y soledad del hombre romántico. Concluye la estrofa y el subtexto con el estribillo “¡llevadme con vosotras!”, con el cual se enfatiza el estado emocional del sujeto lírico, pero dicho estribillo no aparecerá más en el poema. (Estupiñán, 2009, s/d). Resulta interesante destacar que, en este primer subtexto, la utilización de las formas verbales referidas a la naturaleza y al sujeto lírico indica, en su mayoría, una acción de arrebato, agresividad y desgarramiento. La utilización del voseo, con las formas verbales “rompéis”, “llevad”, “arrebatáis” y “ornáis”, dota al texto de elegancia en el lenguaje. Se aprecia, además, que el poeta subordina la estructuración sintáctica al contenido. Hay un paralelismo sintáctico dado por la estructura oración principal más oración subordinada más oración principal. (Estupiñán, 2009, s/d). Al observar la estructura básica compleja puede advertirse que se enfatiza, por medio de las oraciones principales, en los elementos de la naturaleza: “Olas gigantes”, “Ráfagas de huracán” y “Nubes de tempestad”, a los que el sujeto lírico invoca a partir de una actitud lírica apostrófica, así como en el deseo del sujeto lírico: “¡llevadme con vosotras!”, petición esta que constituye un estribillo en el texto y que se repite en tres ocasiones. El valor enfático de dicho estribillo refuerza el deseo vehemente de evasión, desaparición y destrucción total. Es decir, dentro de la estructura básica compleja, las oraciones principales alcanzan la primacía por su valor comunicativo. (Estupiñán, 2009, s/d). Por su parte, las oraciones subordinadas alcanzan un segundo lugar, ellas caracterizan los elementos de la naturaleza que son fuerzas brutales, devastadoras y letales. Dichos elementos son imágenes que se identifican con el estado anímico del sujeto lírico y también fuerzas a las que invoca para que lo destruyan y lo saquen de su dolor. (Estupiñán, 2009, s/d). El primer subtexto es el clímax temático del poema, en él está contenida la mayor intensidad del texto. A través de una potencialidad comunicativa que va in crescendo se transita hacia la cuarta y última estrofa que constituye el segundo subtexto y donde se llega a una quietud expresiva con un lenguaje dolorosamente humano.(Estupiñán, 2009, s/d). Si las estrofas anteriores concluyen con el estribillo que contiene la forma verbal “llevad”, esta estrofa final inicia con esa misma forma verbal, la intención: resaltar el sentimiento de evasión y dolor que se respira en el texto. El complemento circunstancial “Por piedad” muestra el estado de desolación en que se encuentra el sujeto lírico así como el derrumbe de sus fuerzas. (Estupiñán, 2009, s/d). La metáfora “el vértigo con la razón me arranque la memoria” comunica el deseo del sujeto lírico de borrar el pasado y los recuerdos. Aquí encontramos otra forma verbal que indica violencia, nos referimos a “arranque”; o sea, prevalece la intensión de que desaparezcan los recuerdos de forma brutal, para que no quede huella alguna del pasado. (Estupiñán, 2009, s/d). La oración gramatical “¡Por piedad!”, que posee matiz exclamativo, refleja un total estado de desamparo y angustia así como un profundo dolor contenido pero desgarrador. Las reticencias empleadas transmiten el estado mental del sujeto lírico. La estrofa concluye con la oración enunciativa afirmativa, con matiz exclamativo y que tiene valor epifonemático: ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas! Ella sintetiza el contenido del poema. Con un tono exaltado y ya sin fuerzas, el sujeto lírico explicita su sentimiento: el pánico de tener que soportar en la soledad su pena. Este segundo subtexto rompe la actitud lírica y la idea expresada así como el paralelismo sintáctico. Ahora las relaciones interoracionales que se establecen son de subordinación y yuxtaposición. De estos dos tipos de relaciones la que más resalta es la de yuxtaposición, pues todas las ideas que se transmiten en la estrofa están a un mismo nivel sintáctico, es decir, todas tienen la misma importancia. Dicho subtexto constituye el anticlímax del poema y en él se manifiesta un estado de dolorosa inquietud. (Estupiñán, 2009, s/d). Los versos del poema poseen la cualidad de ser flexibles, suaves y matizados, efecto que se logra atenuando la rima y rehuyendo las estrofas de contextura rígida. O sea, encontramos las combinaciones de la rima asonante con versos libres y de versos endecasílabos con heptasílabos; esta última le confiere gran musicalidad al texto. Este efecto de versificación, a la vez sencillo y refinado, se advierte en la armonía interior con que se corresponden las ideas en el orden de la composición. En resumen, Bécquer evitó la rima consonante y la estrofa rotunda para ofrecer un verso moldeable y delicado. (Estupiñán, 2009, s/d). El tono del texto es vehemente como corresponde a su contenido romántico. La belleza poética emerge de estos versos, tanto de las ideas que se expresan como de su configuración formal. El texto es muy emotivo y esto está dado por la actitud lírica apostrófica y el empleo de los signos de exclamación. El contenido semántico de la composición, el fino trabajo de la sintaxis, hacen que el lector sienta con pasión y emotividad el mensaje de estos versos. (Estupiñán, 2009, s/d). A modo de conclusión, podemos considerar los siguientes aspectos de la Naturaleza en estas dos rimas de Bécquer. Por un lado, el gran manejo de la naturaleza para construir imágenes lo suficientemente intensas con tal de expresar lo que desea. Por un lado, en la Rima LIII, la gran intensidad que produce la Naturaleza en el paralelismo antitético que constituye la ciclicidad de la naturaleza y el no retorno por parte de la naturaleza que fue observador de la experiencia del poeta. Esa constitución de la naturaleza a través del paralelismo antitético se va a romper en un momento, que constituirá intensamente un grito, un alarido a través del “desengáñante” y “así no te querrán”. Por otro lado, la Rima LII también se constituye en un paralelismo, en que las primeras tres estrofas están en función expresar el estado exaltado del “yo” lírico; y a su vez, el tema: las ansias de evasión y muerte a través de las fuerzas violentas de la naturaleza. Bibliografía Rico, Francisco (1982). Historia y crítica de la literatura española: Romanticismo y Realismo. Edit. Crítica, Barcelona. Estupiñán, Giselis (2009). “Análisis textual de la Rima LII de Gustavo Adolfo Bécquer”. Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid https://webs.ucm.es/info/especulo/numero41/rimaliib.html Díaz, José Pedro (1953). “G. A. Bécquer, vida y poesía”. Revista “Asir”, Montevideo. Versión digital: http://letras- uruguay.espaciolatino.com/diaz_jp/la_naturaleza_en_la_poesia_de_becquer.htm