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Carlos III y el despotismo ilustrado

El despotismo ilustrado intentó conciliar el absolutismo monárquico con el espíritu reformador


de la Ilustración.

Carlos III accedió al trono español a la muerte de su hermanastro


Fernando VI, que no dejó descendencia. Carlos tuvo que renunciar
al trono de las Dos Sicilias. En los primeros años de su reinado se
apoyó en ministros italianos, como Grimaldi y, especialmente, el
marqués de Esquilache, que le habían servido en Nápoles. Estos
ministros eran defensores de profundas reformas: libertad
económica, desamortización eclesiástica, etc… Este modelo radical
ilustrado concitó diversas oposiciones que terminaron por estallar
en 1766 con el motín de Esquilache en Madrid y otros motines en
el resto de la Monarquía. El motín de Esquilache es un fenómeno
complejo por la diversidad de sus causas. Por un lado, existía un
claro malestar popular por la carestía del pan, causado por las
malas cosechas de 1765 y por la aplicación de la política
liberalizadora de los precios. Pero, por otro lado, se había
generado una corriente de opinión contraria a la presencia de
extranjeros en el poder, alentada por la oposición de los
privilegiados a las medidas reformistas.

El detonante del motín fue la promulgación de un decreto que


prohibía el uso de vestimentas masculinas tradicionales:
sombreros de ala ancha y capas largas. Estalló una violenta
revuelta que significó el cese de Esquilache y la paralización del
modelo avanzado de reformismo.

A partir del motín de Esquilache se inauguró la segunda etapa del


reinado de Carlos III bajo un modelo de reformismo ilustrado más
moderado. Sus protagonistas fueron Campomanes, el conde de
Aranda y el conde de Floridablanca, junto con otros ilustrados con
menos poder pero de gran importancia: Pablo de Olavide,
Francisco Cabarrús y Jovellanos, sin lugar a dudas, el ilustrado
español más brillante.

Las reformas que se emprendieron abarcaron todas las áreas. En


relación con la Iglesia, el despotismo ilustrado deseaba reducir su
poder. El regalismo se acentuó con Carlos III. Se terminó por
expulsar a los jesuitas, la todopoderosa Compañía, tan vinculada al
Papado y contraria a muchas de las reformas. También se intentó
limitar el poder de la Inquisición. Otro signo de esta política fue la
reforma de aspectos visibles de la religiosidad popular. Por último,
estaría el intento de aumentar la formación de los eclesiásticos, ya
que se pretendía que fueran transmisores de ciertas reformas
entre el pueblo, dada la influencia de la Iglesia y su extensa
organización que se extendía por todo el territorio.

Las reformas en el plano institucional se centraron en los


municipios con el fin de controlar a las oligarquías locales
En lo económico se adoptaron muchas medidas. Algunas
pretendían aumentar la recaudación fiscal: creación de la Lotería
Nacional o del Banco Nacional de San Carlos. Otras disposiciones
iban encaminadas a mejorar las actividades productivas tendiendo
a tener más influencia, con el tiempo, las ideas del liberalismo
económico que las anteriores del mercantilismo de los primeros
Borbones: libre circulación de cereales y vinos (1766) o la
liberalización comercial con América (1778).

La constatación de que la principal actividad económica era la


agricultura y de que muchos de sus problemas derivaban de la
estructura de la propiedad de la tierra, llevó a la necesidad de
emprender una reforma agraria. Para ello, se hicieron algunas
propuestas pero la ley nunca se promulgó. De esos intentos ha
quedado una documentación harto interesante para conocer la
realidad agrícola española, junto con el fundamental Informe sobre
la Ley Agraria de Jovellanos, aunque elaborado en el siguiente
reinado. A pesar de este fracaso, se promovió el desarrollo
agrícola: limitación de privilegios de la Mesta, colonización de zonas
despobladas, fundación de las Nuevas Poblaciones en Sierra
Morena y la desamortización de algunos bienes comunales.

Se estableció el servicio militar obligatorio con un sistema de


quintas; se reorganizó la estructura del ejército, creándose distintas
armas: infantería, artillería, ingenieros; y se promulgaron unas
Ordenanzas (1768) que perduraron hasta el siglo XX.
El despotismo ilustrado dio un paso muy importante en relación a
la dignificación del trabajo con una Real Cédula de 1783 que
declaraba que los oficios no eran deshonrosos, fomentando un
cambio de mentalidad en España. También, intentó el control de
los grupos marginados, como los vagabundos y los gitanos, desde
una perspectiva utilitarista pero muy poco respetuosa con la
realidad de los segundos. En este terreno social fue importante la
labor del despotismo ilustrado a favor de la educación, las
instituciones culturales y científicas. Fue la época dorada de las
Sociedades Económicas de Amigos del País, impulsadas desde el
poder a través de Campomanes.

Las reformas en el plano institucional se centraron en los


municipios con el fin de controlar a las oligarquías locales. Para
lograr este objetivo se introdujeron en los gobiernos municipales
cargos elegidos por la población –síndicos y diputados del común-,
aunque fue una medida contestada por los privilegiados.

A pesar de la amplitud del programa reformista y de las indudables


mejoras que se introdujeron en muchos ámbitos, el despotismo
ilustrado estuvo muy limitado, ya que cuando esas reformas
pretendían cambiar puntos vitales de la sociedad estamental y de
las estructuras económicas que la sustentaban se paralizaban o se
quedaban en lo epidérmico, ya que los privilegiados se oponían y ni
la propia Monarquía quería ir hasta las últimas consecuencias.
Cuando se acentuaron las crisis económicas y llegaron los vientos
revolucionarios se cerró la puerta a las reformas en tiempos de su
sucesor, Carlos IV.

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