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6.1.

INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS FUNDAMENTALES


Bajo la denominación tensión y control social, en este capítulo se recogen diversas teorías a las que vinculan los elementos
comunes siguientes:
1. Realzan la importancia de los factores sociales en la explicación de la delincuencia. Más concretamente, consideran que
la desorganización social y la falta de integración comunitaria son elementos cruciales en la aparición de la conducta
delictiva. Estas disfunciones sociales facilitan o promueven que diferentes individuos y grupos —de índole racial, lingüística,
cultural, pandillas juveniles, etc.— muestren objetivos, normas y posibilidades sociales distintos, y a veces confrontados.
2. De manera específica, estas teorías enfatizan la influencia en la conducta delictiva de las interacciones sociales
negativas o problemáticas. Las relaciones interpersonales conflictivas explicarían la delincuencia en cuanto que generan en
los individuos tensión y estrés que podrían llevarles a ciertas reacciones agresivas o delictivas, o bien debido a que
quiebran los nexos o vínculos interpersonales, disminuyendo de ese modo el control social informal (que ejercen la familia,
la escuela o los amigos).
3. La principal propuesta aplicada de estas perspectivas es desarrollar programas juveniles, familiares o sociales de amplio
espectro que reduzcan la marginación social, aumenten la integración, disminuyan la tensión social y, también, mejoren el
control social informal. Todas estas estrategias pueden contribuir a que los ciudadanos acepten las normas y los valores
colectivos, y se acaben implicando en las actividades convencionales de la comunidad (como la educación o el trabajo). De
esta manera, se favorecería una mayor integración social de los ciudadanos y se reduciría el fenómeno delictivo.

6.1.1. Derivados teóricos de la escuela de Chicago


Sociólogos de la escuela de Chicago habían atribuido los altos índices de delincuencia existentes a principios del siglo XX,
en Chicago y otras ciudades norteamericanas, a procesos de “patología social”. De esta idea originaria acabaron
derivándose dos explicaciones criminológicas diferentes, que dieron lugar al nacimiento de sendos grupos teóricos.
La primera explicación se relacionaba con la idea de tensión o estrés (es decir, generadora de ansiedad). Los individuos
experimentarían tensión como resultado de sus vivencias negativas en una sociedad conflictiva y carente de integración
social (“anómica”). En ella se priorizan una serie de metas, como lograr más riqueza y un superior estatus social, pero no
siempre están disponibles los medios legítimos para alcanzarlas. En consecuencia, son muchas las personas que no
pueden cumplir las expectativas sociales y acaban sintiéndose incómodas dentro de la sociedad. Una de las respuestas
posibles para afrontar la tensión experimentada es el uso de medios ilícitos, o delictivos, para el logro de las metas sociales
que no pueden conseguirse de otro modo. Sobre la base de esta segunda interpretación nacieron las perspectivas teóricas
denominadas de la tensión.
La segunda de estas interpretaciones fue que la falta de integración comunitaria originaría un decaimiento de los vínculos
sociales. Las comunidades rurales pequeñas, que favorecían un control eficaz de sus miembros, han sido en buena medida
remplazadas por grandes urbes en las que casi han desaparecido los vínculos informales. La disminución o ruptura de los
lazos afectivos en la familia, la escuela, el vecindario o el barrio ha producido una situación de desarraigo social, de forma
que algunos individuos carecen ahora de inhibiciones que les impidan delinquir. Esta segunda interpretación dio lugar en
Criminología a las teorías del control, o de modo más preciso, del control social informal.

6.1.2. Validez empírica de la relación entre desorganización social y delincuencia


Los criminólogos de Chicago llegaron a la conclusión de que, puesto que el origen de la delincuencia se hallaba en la
patología social resultante de la falta de orden, para prevenir los delitos debían emprenderse programas que facilitasen la
integración social y que resolviesen los problemas asociados a la pobreza y a la falta de empleo de las comunidades menos
favorecidas, mejorando las condiciones de vida de las familias, eliminando las bolsas de marginación, extendiendo la
escolarización, mejorando las ofertas laborales, recreativas, etc. Se desarrolló el Proyecto Área de Chicago, y,
posteriormente, un proyecto similar en Boston, a lo largo de veinticinco años. Sin embargo, cuando estos programas se
llevaron a cabo a gran escala en Chicago y en otras ciudades norteamericanas, se comprobó que la delincuencia no
decreció de modo uniforme y paralelo a su aplicación.
Resolver el desempleo, paliar las deficiencias sanitarias y aminorar la pobreza son sin duda objetivos deseables en
cualquier sociedad, pero el progreso y mayor bienestar en estos campos no necesariamente va asociado a una disminución
contingente de la delincuencia. En Estados Unidos, por ejemplo, el fuerte incremento del nivel de ingresos medios por
habitante, que tuvo lugar durante los años sesenta, fue también acompañado de un crecimiento espectacular de las tasas
de criminalidad. (Algo parecido sucedió en España a principios de los ochenta) Por tanto, las tesis derivadas de la Escuela
de Chicago, según las cuales la aplicación de medidas sociales era el principal remedio contra la delincuencia, no se vieron
confirmadas. Pese a todo, las propuestas teóricas de la Escuela de Chicago fueron y siguen siendo una auténtica “mina de
oro que continúa enriqueciendo la criminología en la actualidad”. Prueba de ello es el desarrollo de las variadas teorías e
investigaciones criminológicas a que los planteamientos de la Escuela de Chicago han dado lugar durante todo el siglo XX y
hasta nuestros días.

6.2. TEORÍAS DE LA TENSIÓN


6.2.1. Anomia y tensión
Desde un punto de vista etimológico, Durkheim acuñó el neologismo “anomia” a partir de combinar el prefijo griego de
negación “a-” y el término “nomos” (norma). Con esta nueva palabra caracterizó a aquellas situaciones en que se produce
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una “ausencia de norma” o “des- regulación”, que serían, según la perspectiva del propio Durkheim y de los primeros
teóricos de la Escuela de Chicago, el origen principal de la desviación social y el delito.
Sin embargo, pronto se cuestionó que las conductas desviadas y los delitos se debiesen meramente a la falta de orden, y,
por el contrario, en seguida se vino a considerar que más bien se trataría de comportamientos normales de individuos
pertenecientes a ciertos sectores de la comunidad, como reacción ante los problemas sociales que experimentaban.
Además, se propugnó que la delincuencia también tendría una función social positiva, sirviendo, paradójicamente, para
mantener el orden y la cohesión social. Los comportamientos delictivos, y los delincuentes, cohesionarían a la comunidad al
permitir a ésta delimitar mejor sus fronteras, relativas a la conducta adecuada y a la que no, permitiendo identificar más
fácilmente a los que están fuera de ellas. Así, violadores, ladrones, traficantes de drogas, etc., servirían a la colectividad,
como referentes antinormativos que, por contraste, afianzarían a los ciudadanos corrientes en la necesidad de respectar las
normas.
El siguiente paso fue conectar las experiencias de anomia con la tensión individual y social. Robert Merton plasmó la
hipótesis de relación entre anomia y tensión. En un sentido general, tanto para Durkheim como para Merton “la anomia
surge de la discrepancia que existe entre las necesidades del hombre y los medios que ofrece una sociedad concreta para
satisfacerlas”. Pero Merton especificó en mayor grado el concepto de anomia, definiéndolo como aquel proceso, propio de
las sociedades modernas, que resultaría del cambio rápido de los valores sociales, sin que dé tiempo a remplazarlos por
otros valores alternativos. Como resultado de ello, los individuos se quedarían sin valores y normas que les sirvan como
referentes de su conducta.
Robert Merton ha sido uno de los sociólogos más relevantes e influyentes de todo el siglo XX. Autor de múltiples obras
destacadas, entre las que sobresale El análisis estructural en la Sociología. Es autor de la teoría de las funciones
manifiestas y latentes. Su aportación más importante para el análisis criminológico fue su reelaboración del concepto de
anomia, que consideró resultado de un conflicto fines-medios. Es autor, en paralelo a Parsons, de la teoría estructural-
funcionalista, que prioriza un análisis micro-sociológico de la sociedad, a partir de sus partes integrantes. Asimismo, efectuó
aportaciones importantes a la sociología de la ciencia.
¿Cuáles son los valores prevalentes en las sociedades modernas, que podrían estar en el origen de la anomia? La
sociedad norteamericana, y otras sociedades industriales actuales, propiciarían en muchos individuos un conflicto medios-
fines, en dos sentidos relacionados. El primero, por la contradicción existente entre el fuerte énfasis cultural puesto en la
competitividad y el logro del éxito, y el mucho más modesto conferido a la necesidad de utilizar para ello medios legítimos
(es decir, se presupone que los ciudadanos tenderán al éxito empleando medios legítimos; sin embargo, los valores y las
actitudes sociales realzan los fines a los que se debería aspirar y tender —dinero, propiedades, estatus social, etc. — y no
tanto los medios por los que tales fines deberían lograrse). En segundo lugar, existiría también una incongruencia fines-
medios relacionada con las diferencias entre clases sociales. “El sueño americano promueve el ideal de que todo el mundo
dispone de iguales oportunidades para lograr el éxito. Pero en realidad los grupos minoritarios desfavorecidos y la clase
baja no tienen un idéntico acceso a tales oportunidades legítimas”.
Además, la teoría de Merton distinguiría dos niveles paralelos de discrepancia entre medios y fines, uno social y otro
individual. En el plano social, la disconformidad de ciertos grupos con los valores y normas imperantes, sería el origen de su
propio estado o situación de anomia y de los conflictos a que ésta pueda dar lugar. Mientras que en un nivel individual, la
discrepancia con las pautas imperantes originaría tensión y sentimientos personales de incomodidad y rebeldía, que
podrían traducirse en “soluciones” antisociales y delictivas.
De este modo, según la interpretación que efectuó Cullen, Merton propondría en realidad dos hipótesis teóricas. La primera
haría referencia a las características de una sociedad: la anomia se produciría cuando la estructura social es incapaz de
ofrecer oportunidades legítimas para que los ciudadanos puedan lograr los objetivos y metas sociales. La segunda hipótesis
tendría que ver con los sentimientos y emociones de frustración que, en esas circunstancias, pueden experimentar los
individuos. Ambos procesos se interconectarían entre ellos, ya que, en situaciones de “tensión de la estructura social” (por
la imposibilidad del logro de los objetivos sociales por medios normativos), los individuos pueden sentirse “tensionados” y
más dispuestos a obtener dichos objetivos por medios no legítimos
Ciertos paralelismos con la teoría mertoniana tiene la formulación teórica sobre la desviación y la delincuencia realizada por
Talcott Parsons. Este autor concibe la desviación en relación con los conceptos de interacción y de expectativas normativas
que regulan el comportamiento. Define la desviación como “los procesos por medio de los cuales se desarrollan resistencias
a la conformidad con las expectativas sociales y los mecanismos en virtud de los cuales estas tendencias son o tienden a
ser contrarrestadas en los sistemas sociales”.
La teoría de la desviación de Parsons incluye cuatro conceptos centrales:
1) la tensión, que se halla en el origen del comportamiento desviado y delictivo
2) las direcciones de este comportamiento, mediante las que pueden conocerse las tendencias desviadas
3) la estructuración de las tendencias desviadas
4) el control social, o las reacciones que se suscitan frente a la desviación o la delincuencia.
La confluencia combinada de estos procesos daría lugar, según los casos, a una serie de resultados o tipos de
comportamiento desviado diferentes: predominio, ejecución compulsiva, sometimiento, observancia perfeccionista —el
“ritualismo” de Merton—, agresividad social, incorregibilidad, independencia compulsiva, y evasión.

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6.2.3. Subculturas
La hipótesis según la cual existe vinculación entre tensión y delincuencia también forma parte de las teorías de las
subculturas. Según éstas muchos individuos de la clase baja estarían sometidos a una discrepancia entre las aspiraciones
sociales y los recursos personales disponibles para su logro. Este desajuste fines-medios les genera estados emocionales
de tensión y de disconformidad con las pautas colectivas. Sobre esta base de partida, lo más innovador de las teorías
subculturales fue proponer que la conducta delictiva, particularmente de los jóvenes, resulta de su asociación en grupos o
pandillas subculturales que rechazan los medios o los fines sociales establecidos, y fijan como guía de su conducta nuevos
objetivos o métodos Dos de las perspectivas subculturales clásicas más conocidas fueron las planteadas a mediados del
siglo XX por Cohen y por Cloward y Ohlin.

A) Privación de estatus y subcultura delictiva


Albert Cohen consideró globalmente adecuada la propuesta de Merton en el sentido de que el conflicto fines-medios fuera
el origen principal de las tensiones sociales y la conducta delictiva. Sin embargo, a la vez creyó en exceso restrictiva y
racional la idea mertoniana de que la principal fuente de tensión fuera, al menos para el caso de los jóvenes, de cariz
utilitario y económico. Aunque ocasionalmente los objetivos juveniles serían materiales, la prioridad de los jóvenes sería
más bien la mejora del propio estatus y reconocimiento social, especialmente en los propios contextos juveniles de pandillas
o grupos de amigos.
Así pues, Cohen realzó el papel que en la génesis de la tensión tendría la incapacidad de los jóvenes de la clase baja para
lograr un mayor estatus y una aceptación adecuada en la sociedad convencional. Esta privación de estatus conduciría a
muchos jóvenes de las clases bajas a una frustración de estatus. Frente a ello, la subcultura delictiva podría ofrecer a estos
sujetos la aprobación y el reconocimiento social (aunque sea marginal o subcultural) que necesitan. Cohen concluyó que en
todas las grandes ciudades existirían “barrios de delincuencia”, en los cuales la cultura de banda constituía una manera de
vivir.
Las subculturas delictivas aflorarían entre aquellos jóvenes que se sienten ajenos a un sistema social —y particularmente al
sistema educativo— que parece existir y funcionar contra ellos. En muchos casos no contarían con las habilidades y las
actitudes necesarias para triunfar en una institución que, como la escolar, parece concebida para permitir y favorecer el
triunfo de las clases medias y altas. Por ello acabarían reaccionando contra dicho sistema (de ahí el nombre de teoría de la
reactancia, como también se la conoce), e integrándose en una subcultura antisocial que exalta un sistema de vida
contrario al preconizado por el sistema escolar. En palabras de Cohen, “la condición crucial para la emergencia de formas
culturales nuevas es la existencia en interacción efectiva con otros de un número de actores con similares problemas de
ajuste”,

B) Oportunidad diferencial
Con posterioridad, Cloward y Ohlin, en su otra Delinquency and Opportunity: A Theory of Delinquent Gangs, aceptaron
también la hipótesis de Merton de que la tensión conduce a la desviación y a la delincuencia, como resultado de la situación
de anomia. Incorporaron también algunas de las sugerencias de Cohen sobre los factores que propician la aparición de las
subculturas juveniles y, como novedad, añadieron un nuevo elemento teórico: la noción de estructuras de oportunidad
ilegítima. En este concepto propusieron que las bandas juveniles surgirían en contextos en los cuales las oportunidades
legítimas de conseguir los objetivos sociales típicos — dinero, bienestar o estatus— son escasas.
De ahí que en aquellos barrios en los que la delincuencia profesionalizada se encuentra organizada, los miembros de las
bandas juveniles acabarán enrolándose en los estamentos delincuenciales adultos, y perpetuando de este modo sus
carreras delictiva. En cambio, si no existen organizaciones delictivas adultas, la subcultura de la banda adoptará formas
divergentes más blandas, y se manifestará en forma de conductas vandálicas o de peleas entre bandas. Finalmente,
quienes, en tales contextos sociales, no se ubiquen ni en el orden social establecido ni en la subcultura delincuencial de la
banda, acabarán, según Cloward y Ohlin, como sujetos refugiados en actividades marginales tales como el consumo de
drogas.
En síntesis, las teorías subculturales, unidas a los postulados sobre la anomia y la tensión, propusieron que las
discrepancias entre fines y medios, que se dan en la colectividad, especialmente entre las clases menos pudientes,
producen estrés e incomodidad social, y que estas vivencias, a su vez, conducirían a la delincuencia. Estos análisis también
sostuvieron que un joven marginal que realice pequeñas actividades delictivas no necesariamente se convertirá en un
delincuente de carrera, si no existen referentes delincuenciales adultos. La falta de modelos delictivos, de recompensas
sociales por el delito y de medios adecuados para llevarlo a cabo, puede sustraer al joven de la delincuencia, o, en el peor
de los casos, reducirlo a una situación de marginalidad no delictiva. En el cuadro 6.1 se esquematiza el proceso de creación
y funcionamiento de las subculturas delictivas entre los jóvenes, de acuerdo con las teorías subculturales.

Esquema del proceso de generación de las subculturas delictivas, de acuerdo con las formulaciones teóricas de
Cohen y Cloward y Ohlin

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En todo caso, es muy frecuente que los jóvenes cometan delitos en compañía de otros. Melde y Esbensen exploraron, a
partir del análisis empírico de 1.400 jóvenes, los mecanismos mediadores que podían facilitar el efecto criminógeno de la
entrada de un joven como miembro de una banda juvenil. La incorporación a la banda favorecería en el individuo cambios
emocionales, actitudinales y en sus rutinas vitales, los cuales incidirían directamente en el incremento de su actividad
delictiva. Estos cambios podrían incluso tener efectos duraderos y no revertir pese al abandono posterior de la banda
juvenil.
Un análisis específico sobre las bandas delictivas juveniles en diversos países europeos, bajo el patrocinio del European
Program, ha puesto de relieve dos datos relevantes. El primero, que los jóvenes vinculados a bandas delinquen de forma
más violenta que los delincuentes juveniles que actúan de modo aislado. El segundo, que, a pesar de todo, la violencia
delictiva de las bandas juveniles en Europa es significativamente menor que la violencia de banda existente en Estados
Unidos, apareciendo como razones principales para ello la menor disponibilidad de armas de fuego y los menores niveles
de propensión a defensa de un territorio.
Un aspecto vinculado a las subculturas es la observación frecuente de que en barrios de concentración subcultural existiría
una gran impunidad delictiva, de modo que muy pocos delitos llegan realmente a conocerse y ser perseguidos. Kirk y
Matsuda han acuñado la expresión “cinismo normativo” para referirse al descreimiento de algunas personas y grupos
sociales acerca de la legitimidad de la ley. Según estos autores, en muchos barrios de concentración de minorías de clase
baja existiría un alto “cinismo normativo”, que se asociaría a una menor eficacia colectiva en dirección a la prevención del
delito y, a la postre, a una menor cooperación para el control de los delitos cometidos, muchos de los cuales quedarían de
este modo impunes.
En la misma dirección, Slocum, Taylor, Brick y Esbensen han obtenido que la probabilidad autoinformada de denuncia de
hechos delictivos se asocia inversamente al nivel de pobreza del barrio en que se vive, pero no de forma aislada, sino en
interacción con variables individuales como las actitudes y experiencias de los sujetos en relación con la policía, el delito y
sus percepciones de la comunidad.

6.3. TEORÍAS DEL CONTROL SOCIAL INFORMAL

6.3.1. Primeras formulaciones teóricas


A) Teoría de la contención de Reckless
Reckless presentó su teoría de la contención en un artículo titulado A New Theory of Delinquency and Crime. Reckless
afirma que los factores que explican la delincuencia son de dos tipos: las presiones que incitan a los individuos a la
conducta delictiva y los controles que los retraen de ella. En el grupo de factores que propician la conducta delictiva se
hallarían, en primer lugar, las presiones ambientales derivadas de las situaciones de pobreza, de conflicto y de represión
social, o de la desigualdad de oportunidades. En segundo lugar, existirían diversos incitadores ambientales de la
delincuencia, tales como la presencia de objetos atractivos para el delito, las subculturas que refuerzan la delincuencia de
sus miembros, o la influencia criminógena que puedan tener los medios de comunicación o la publicidad comercial. El tercer
elemento que favorecería la conducta delictiva sería el correspondiente a los impulsos del propio individuo, entre ellos sus
frustraciones, sus enfados, sus rebeldías, su hostilidad, o sus sentimientos de inferioridad.

El grupo de factores que “contienen” o retienen a las personas de la delincuencia comprendería los controles internos y los
externos. Los controles internos incluyen todos aquellos elementos personales que actúan como reguladores de la propia
conducta, entre los que estarían la capacidad para autocontrolarse, el buen autoconcepto, la fuerza del ego o de la propia

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personalidad, la alta tolerancia a la frustración, el sentido de responsabilidad, o la habilidad para encontrar satisfacciones
que rebajen las propias tensiones sin necesidad de delinquir. Entre los controles externos Reckless menciona diversos
amortiguadores del ambiente social, o factores que operarían como limitadores de la conducta individual, tales como contar
con una educación que dote a los individuos de una moral consistente, que las instituciones sociales les refuercen las
normas, las actitudes y los objetivos que han interiorizado, o que posean un nivel razonable de expectativas sociales. Si se
da una conjunción adecuada de ambos tipos de controles, internos y externos, los individuos tendrán una mejor protección
contra la delincuencia.
Dentro de los controles internos, Reckless considera que el factor fundamental que puede prevenir la conducta delictiva es
el buen autoconcepto. En diversas investigaciones realizadas por el propio Reckless, con muestras de jóvenes que vivían
en áreas urbanas de alto riesgo, se encontró que los jóvenes que a la edad de 12 años habían desarrollado un buen
autoconcepto, tenían una menor probabilidad de conducta delictiva.
Dentro de los controles internos, Reckless considera que el factor fundamental que puede prevenir la conducta delictiva es
el buen autoconcepto. En diversas investigaciones realizadas por el propio Reckless, con muestras de jóvenes que vivían
en áreas urbanas de alto riesgo, se encontró que los jóvenes que a la edad de 12 años habían desarrollado un buen
autoconcepto, tenían una menor probabilidad de conducta delictiva
En síntesis, según Reckless, la probabilidad del comportamiento delictivo dependería del equilibrio que se establezca en el
individuo entre las presiones internas y ambientales para el delito y los controles internos y externos contra el delito. La
principal dificultad de la teoría de la contención reside en que, aunque detalla una serie de factores que seguramente
previenen la conducta delictiva (los diversos tipos de controles), no explica por qué unas personas poseen o adquieren
dichos controles y otras no.

B) Teoría de la neutralización y la deriva de Sykes y Matza


La teoría de Sykes y Matza, de la neutralización y la deriva, propone, como metáfora de partida, que los jóvenes se
hallarían a menudo en una especie de estado de deriva, como un barco sin rumbo, sin anclaje firme en la sociedad, en una
suerte de limbo entre la vida convencional y la conducta antisocial. Es decir, los adolescentes, hasta cierta edad, no
tendrían una vinculación firme ni con las pautas de comportamiento y valores sociales convencionales ni con actividades
infractoras y delictivas, sino que se encontrarían en medio: ni son completamente empujados a la delincuencia, ni tampoco
tienen una plena libertad para no delinquir. Comoquiera que los jóvenes tienen una gran tendencia a hacer cosas
apetecibles —argumento que podría recordar el principio de placer de la escuela clásica—, en ocasiones se hallarían en
situaciones proclives a la delincuencia, y, en efecto, algunos acabarían delinquiendo. Si sucediera lo contrario, esto es, si no
se encontraran a menudo expuestos a tales situaciones favorecedoras del delito, lo más probable es que acabasen
implicándose en actividades sociales convencionales que también les resultaran apetecibles.
Mediante la imagen de la ‘deriva’, se apunta esencialmente a la desaparición o disminución de los
controles habituales a lo largo de la estructura social, lo que favorecería el influjo negativo de posibles factores
criminógenos. Las causas de la delincuencia serían difíciles de predecir, ya que en muchos casos pueden ser azarosas,
dependiendo de las circunstancias que inciden en la vida de una persona. De ahí que la teoría se centre en intentar
comprender y describir, no las causas directas del comportamiento delictivo, sino las condiciones que hacen más probable
que los jóvenes se encuentren en un estado de ‘deriva’, en el que pueden aparecer factores criminogénicos diversos.
Dentro de la teoría de Sykes y Matza tienen gran importancia también las denominadas técnicas de neutralización. Dado
que la mayoría de los jóvenes no rechazan frontalmente las normas sociales convencionales, cuando las transgreden
pueden recurrir a una serie de mecanismos de neutralización o exculpación. Estas estrategias las utilizan a veces todas las
personas para justificar determinadas conductas inapropiadas o ilícitas. Las principales técnicas de neutralización son,
según Sykes y Matza, las siguiente:

CUADRO Técnicas de neutralización (Sykes y Matza)

1. Negación de la responsabilidad.
2. Negación del delito (ya sea de la ilicitud o del daño causado).
3. Negación de la víctima (descalificación).
4. Condena/rechazo de aquéllos que condenan la acción.
5. Apelación a lealtades debidas.
6. Defensa de la necesidad de la conducta.
7. Defensa de un valor.
8. Negación de la justicia o de la necesidad de la ley.
9. Argumento de “todo el mundo lo hace”.
10. Argumento de “tenía derecho a hacerlo”.
1. Negación de la responsabilidad, cuando, por ejemplo, se afirma la imposibilidad de realizar una conducta mejor (“no
tengo más remedio que aparcar en la acera”, “solo será un momento”, etc.).
2. Negación de la ilicitud de la conducta o del daño causado. (“tampoco es tan grave”, “no daño a nadie con ello”, etc.).
3. Descalificación de la víctima (“no creo que sea para tanto si me llevo esto sin pagar; este centro comercial ya nos
estafa todo lo que puede”, etc.).

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4. Condena de los que condenan la acción delictiva (“los que más roban en este país no son las personas como yo, sino
los políticos, los banqueros, los jueces y todos aquellos que hacen las leyes. Mi actuación no tiene importancia en
comparación con las suyas”).
5. Lealtades superiores, o apelación, para justificar una conducta ilícita o inmoral, a la obediencia debida a otros, o a
valores superiores como Dios, la patria, la revolución, la salvación eterna, etc.
Otras técnicas de neutralización, frecuentemente usadas, son la defensa de la necesidad de la conducta ilícita, la defensa
de un valor supremo, la negación de la justicia o de la conveniencia de la ley, el razonamiento de que “todo el mundo lo
hace”, y el argumento de que “tenía derecho a hacerlo”.
Pueden encontrarse ejemplos claros del empleo de estrategias de neutralización en las entrevistas que se realizaron en una
investigación sobre agresores sexuales de menores. Un delincuente sexual, condenado por haber abusado de su propia
hija de 6 años, razonaba: “Al encontrarme en el baño a la niña, le dije si quería que le hiciera cositas y la niña dijo que sí.
(...) Si ella hubiera dicho que no, yo no le habría hecho nada. Le pregunté si le había gustado y ella dijo que sí. Siempre le
preguntaba previamente si quería jugar a tocarse. Ella siempre decía que sí, si no la habría tocado”. Como puede
constatarse, este individuo estaría neutralizando su propia responsabilidad y atribuyéndosela a la víctima, su hija de 6 años,
a quien asigna, irracionalmente, el deseo del contacto sexual. Otro sujeto, violador de mujeres y de niñas, descalificaba a
sus víctimas con la siguiente afirmación: “Las mujeres, y especialmente las niñas, son putas”.

6.3.2. Teoría del control social o de los vínculos sociales


La teoría de los vínculos sociales, o del control social, fue una de las teorías criminológicas más destacadas e investigadas
durante las últimas décadas del siglo XX. Fue formulada por Travis Hirschi. Su presupuesto central establece que el
principal elemento que retiene a los jóvenes de implicarse en actividades delictivas es su vinculación afectiva con personas
socialmente integradas. Y, contrariamente, la conducta delictiva sería el resultado de la inexistencia o ruptura de tales
vínculos.
Hirschi realizó un estudio sobre la delincuencia juvenil, basado en información proporcionada por los propios jóvenes sobre
sus actividades en general (incluidas las delictivas, si las había), y acerca de sus relaciones con otras personas,
especialmente con sus padres, sus amigos y el ámbito escolar. Los resultados mostraron que aquellos sujetos que tenían
más vinculaciones sociales y que participaban en más actividades convencionales (educativas, recreativas, etc.) cometían
menos delitos. Es decir, la inmersión del sujeto en redes de contacto y apoyo social favorecía el control de sus actividades,
e inhibía posibles conductas antisociales. A partir de estos resultados, Hirschi elaboró una teoría parsimoniosa, consistente
y lógica. Aglutinó en ella, de forma lúcida, elementos de teorías del control previas, y propuso diversos indicadores y
medidas empíricas de sus principales constructos teóricos.

Según la teoría de los vínculos sociales. la conducta delictiva no es consecuencia de que el individuo cuente con
determinadas creencias u otros factores que le lleven a delinquir, sino el producto de la ausencia de creencias, normas y
vínculos sociales que le impidan delinquir. Es decir, la génesis de la participación delictiva no se hallaría en la adquisición
por un sujeto de valores y normas favorables al delito, sino en la inexistencia —o la ruptura— de vinculaciones sociales
contrarias a la delincuencia: “Las acciones delictivas se producen cuando la vinculación de los individuos a la sociedad es
débil o está rota”. De modo parecido a la perspectiva de Sykes y Matza, se sugiere que los jóvenes se encuentran a la
deriva y el que se vinculen o no a la delincuencia va a depender de si cuentan o no con controles que los retengan de ella).
Sin embargo, la teoría de Hirschi es más explícita y desarrollada, concretando cuáles serían los elementos del control social
que alejarían al individuo del delito y cuáles los contextos en los que tales vínculos sociales se establecerían.

A) Mecanismos de vinculación social


Hirschi identificó cuatro procesos, estrechamente interrelacionados, mediante los que los jóvenes se vinculan a la sociedad,
y se facilita así la inhibición de las conductas antisociales:
1. Apego, o conjunto de lazos emocionales que se establecen con otras personas, y que se traducen en afecto,
admiración e identificación con ellas. En la medida que se posea un mayor apego afectivo a personas que participan en
actividades sociales convencionales, se tendrán más frenos frente al delito.
2. Compromiso, o grado en que los individuos están ubicados, o encuentran su sitio, en la sociedad convencional,
especialmente en relación con la escuela y otras ocupaciones juveniles habituales. A mayor compromiso social,
aumentarían los costes por la posible implicación en actividades delictivas. Los sujetos que tengan más cosas que perder si
delinquen (trabajo, posesiones, familia o amigos), tendrán más frenos que les impidan delinquir.
3. Participación, o nivel de implicación de los individuos en todas aquellas actividades convencionales (escolares,
familiares, laborales, etc.) que les permiten
adquirir valores y técnicas que los alejan del delito. Cuanto mayor sea la participación en actividades sociales
convencionales, menor será la probabilidad de implicarse en actividades delictivas.
4. Creencias, o conjunto de convicciones favorables a los valores establecidos. En la medida en que los individuos sean
consonantes con el contexto social en el que se desenvuelven, y consideren, por ejemplo, que el respeto a la vida es un
valor supremo, o que no es correcto sustraer propiedades ajenas, etc., tendrán menor probabilidad de comportarse
contrariamente a dichos valores.
Todas estas formas de control pueden operar, según Hirschi, a través de los mismos mecanismos implicados en cualquier
tipo de aprendizaje social, tales como los refuerzos y los castigos. Para el control de la conducta de los jóvenes, los
refuerzos y castigos más efectivos son aquéllos que se aplican de manera inmediata y que proceden del propio medio del
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sujeto. Es decir, resultarían más útiles para controlar el comportamiento las pequeñas sanciones inmediatas por la conducta
inapropiada, como por ejemplo el rechazo expresado por los amigos, etc., que los castigos más duros pero a largo plazo,
como los previstos en la legislación penal.

B) Contextos de la vinculación social


Según Hirschi, la ruptura de los mecanismos o procesos de vinculación social descritos (apego, compromiso, participación y
creencias) puede producirse esencialmente en cuatro contextos de la vida de las personas:
1) ruptura de vínculos con los padres
2) falta de vinculación a la escuela
3) desapego del grupo de compañeros y amigos
4) desconexión de las pautas de acción convencionales (especialmente la educación y el trabajo).
En la medida en que sean más fuertes el apego, el compromiso, la participación y las creencias de los jóvenes, en conexión
con los contextos sociales mencionados, menor será su probabilidad delictiva. Por el contrario, la ruptura de los anteriores
vínculos hará más probable su conducta infractora.

MODELO DE DELINCUENCIA DE HIRSCHI

C) El apego a los padres


En la teoría del control social se atribuye especial relevancia al apego afectivo a los padres. Según Hirschi, una de
las evidencias criminológicas mejor documentadas en la investigación, es que los jóvenes delincuentes se hallan menos
vinculados a sus padres que los jóvenes no delincuentes. Los vínculos emocionales entre padres e hijos vendrían a ser el
vehículo que facilita los procesos de socialización, a través de los cuales los hijos reciben las ideas, las expectativas y los
valores paternos.
Las teorías del control más antiguas, como la de Reiss y la de Reckless, habían atribuido la conducta delictiva a la falta de
una adecuada “internalización”, por parte de los sujetos, de normas, actitudes o creencias sociales. Sin embargo, Hirschi
(1969) evita referirse a estos procesos de “internalización”, o controles internos, como inhibidores de la delincuencia, ya que
considera que dicha interpretación llevaría a una tautología o circularidad explicativa. Por ejemplo, si al observar que un
joven comete delitos se adujera que ello es debido a una falta de “internalización” de las normas, y, a continuación, esta
explicación fuera utilizada para explicar el propio comportamiento delictivo. Hirschi propone, por el contrario, que la
explicación de la conducta delictiva debe situarse directamente en la ruptura de los vínculos con los padres y otros
contextos sociales. En otras palabras, la falta de apego emocional, es, según Hirschi, la variable más relevante en la
etiología de la conducta delictiva.
Existen diversos mecanismos a través de los cuales el apego a los padres controla la conducta de los jóvenes. Puede
tratarse sencillamente de que, al estar los jóvenes más unidos a sus padres, tengan menor disponibilidad espacio-temporal
para llevar a cabo conductas delictivas: cuanto más tiempo pasan los niños en presencia de sus
padres, son menores las posibilidades de hallarse en situaciones proclives al delito. Sin embargo, Hirschi considera que el
principal mecanismo de control paterno es psicológico, y guarda relación con el grado en que el apego afectivo a los padres
determina que las opiniones y valoraciones de éstos sean consideradas por el niño a la hora de actuar.
Es decir, la consideración importante es si los padres están psicológicamente presentes cuando surge la tentación de
cometer un delito. (...) Asumimos que la supervisión es indirecta, que el niño tiene una menor probabilidad de cometer actos
delictivos no porque sus padres restrinjan físicamente su conducta, sino debido a que él comparte sus actividades con ellos;
no porque sus padres realmente conozcan donde está [y qué es lo que hace], sino porque él los percibe como sabedores
de su localización [y de su conducta] (el texto entre corchetes es nuestro).
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En síntesis, Hirschi considera que la identificación emocional constituye el elemento fundamental del vínculo con los padres
que es susceptible de prevenir la conducta delictiva.

D) Validez empírica
Desde su formulación originaria en 1969 se han llevado a cabo numerosos estudios para evaluar la teoría de del control
social de Hirschi. Vold et al. concluyeron al respecto lo siguiente:
• De los cuatro mecanismos de vinculación social propuestos por Hirschi, muchos resultados apoyan la validez de los
constructos ‘apego’, ‘compromiso’ y ‘creencias’, mientras que no quedaría claramente avalada como mecanismo de
vinculación social la ‘participación’ en actividades comunitarias.
• En muchas investigaciones se hallaron correlaciones entre conducta delictiva y algunas de las variables explicativas
propuestas por la teoría de Hirschi. Sin embargo, tales variables habían sido operacionalizadas y medidas de maneras muy
distintas, lo que dificulta la obtención de conclusiones inequívocas sobre la veracidad científica de los constructos nucleares
de la teoría de Hirschi.
La teoría de los vínculos sociales es competitiva. en muchos de sus términos, con la teoría del aprendizaje social del
comportamiento delictivo, que se verá más adelante. La teoría de los vínculos sociales atribuye la génesis de la implicación
delictiva de los jóvenes al hecho de su desvinculación social (de su familia, de sus amigos, etc.), mientras que la teoría del
aprendizaje social establece que el comportamiento delictivo se aprende por vinculación social con familiares o amigos
delincuentes. Se han desarrollado múltiples estudios que han evaluado y comparado la capacidad explicativa de los
constructos principales de una y otra teoría. Sorprendentemente, algunos de estos análisis han hallado apoyo empírico para
ambas teorías, concluyendo que la implicación de los jóvenes en actividades delictivas es favorecida tanto por la ruptura de
los vínculos sociales como por el aprendizaje que se produce en grupos próximos al individuo. Sería posible que ambas
teorías, a pesar de su diferente construcción nominal, contuvieran en realidad dos maneras distintas de explicar procesos
semejantes de desarrollo de las carreras delictivas juveniles.

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