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TENSIÓN Y CONTROL
SOCIAL
6.1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS FUNDAMENTALES 267
6.1.1. Derivados teóricos de la escuela de Chicago 268
6.1.2. Validez empírica de la relación entre desorganización social y
delincuencia 269
6.2. TEORÍAS DE LA TENSIÓN 270
6.2.1. Anomia y tensión 270
6.2.2. Anomia institucional 274
6.2.3. Subculturas 275
A) Privación de estatus y subcultura delictiva 276
B) Oportunidad diferencial 277
6.2.4. Teoría general de la tensión 280
A) Relaciones sociales negativas y motivación para la
delincuencia 280
B) Fuentes de tensión principales 281
C) Conexión entre tensión y delincuencia 284
D) Prevención de la delincuencia 286
E) Validez empírica 289
6.3. TEORÍAS DEL CONTROL SOCIAL INFORMAL 291
6.3.1. Primeras formulaciones teóricas 292
A) Teoría de la contención de Reckless 292
B) Teoría de la neutralización y la deriva de Sykes y Matza 294
6.3.2. Teoría del control social o de los vínculos sociales 297
A) Mecanismos de vinculación social 298
B) Contextos de la vinculación social 299
C) El apego a los padres 300
D) Validez empírica 301
6.3.3. Teoría del autocontrol 306
A) Encaje entre conducta delictiva y bajo autocontrol 307
B) Manifestaciones del autocontrol 308
C) Causas del bajo autocontrol 309
D) Validez empírica 310
6.3.4. El control social informal según edades 314
6.3.5. Teoría de la Acción Situacional del Delito 315
A) El delito como ruptura de prescripciones morales 315
B) Acción situacional 316
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 319
CUESTIONES DE ESTUDIO 320
6.2.3. Subculturas
La hipótesis según la cual existe vinculación entre
tensión y delincuencia también forma parte de las teorías
de las subculturas. Según éstas muchos individuos de la
clase baja estarían sometidos a una discrepancia entre las
aspiraciones sociales y los recursos personales disponibles
para su logro. Este desajuste fines-medios les genera
estados emocionales de tensión y de disconformidad con
las pautas colectivas (Melde y Esbensen, 2011). Sobre
esta base de partida, lo más innovador de las teorías
subculturales fue proponer que la conducta delictiva,
particularmente de los jóvenes, resulta de su asociación en
grupos o pandillas subculturales que rechazan los medios
o los fines sociales establecidos, y fijan como guía de su
conducta nuevos objetivos o métodos (Tibbetts, 2012;
Walsh, 2012)3.
Dos de las perspectivas subculturales clásicas más
conocidas fueron las planteadas a mediados del siglo XX
por Cohen (1955) y por Cloward y Ohlin (1966).
B) Oportunidad diferencial
Con posterioridad, Cloward y Ohlin (1966), en su otra
Delinquency and Opportunity: A Theory of Delinquent
Gangs, aceptaron también la hipótesis de Merton de que
la tensión conduce a la desviación y a la delincuencia,
como resultado de la situación de anomia. Incorporaron
también algunas de las sugerencias de Cohen sobre los
factores que propician la aparición de las subculturas
juveniles y, como novedad, añadieron un nuevo elemento
teórico: la noción de estructuras de oportunidad ilegítima.
En este concepto propusieron que las bandas juveniles
surgirían en contextos en los cuales las oportunidades
legítimas de conseguir los objetivos sociales típicos —
dinero, bienestar o estatus— son escasas. De ahí que en
aquellos barrios en los que la delincuencia
profesionalizada se encuentra organizada, los miembros
de las bandas juveniles acabarán enrolándose en los
estamentos delincuenciales adultos, y perpetuando de este
modo sus carreras delictivas (Siegel, 2010). En cambio, si
no existen organizaciones delictivas adultas, la subcultura
de la banda adoptará formas divergentes más blandas, y se
manifestará en forma de conductas vandálicas o de peleas
entre bandas. Finalmente, quienes, en tales contextos
sociales, no se ubiquen ni en el orden social establecido ni
en la subcultura delincuencial de la banda, acabarán,
según Cloward y Ohlin, como sujetos refugiados en
actividades marginales tales como el consumo de drogas
(Clemente y Sancha, 1989; Giddens, 2009)4.
En síntesis, las teorías subculturales, unidas a los
postulados sobre la anomia y la tensión, propusieron que
las discrepancias entre fines y medios, que se dan en la
colectividad, especialmente entre las clases menos
pudientes, producen estrés e incomodidad social, y que
estas vivencias, a su vez, conducirían a la delincuencia
(Siegel, 2010). Estos análisis también sostuvieron que un
joven marginal que realice pequeñas actividades
delictivas no necesariamente se convertirá en un
delincuente de carrera, si no existen referentes
delincuenciales adultos. La falta de modelos delictivos, de
recompensas sociales por el delito y de medios adecuados
para llevarlo a cabo, puede sustraer al joven de la
delincuencia, o, en el peor de los casos, reducirlo a una
situación de marginalidad no delictiva. En el cuadro 6.1
se esquematiza el proceso de creación y funcionamiento
de las subculturas delictivas entre los jóvenes, de acuerdo
con las teorías subculturales.
CUADRO 6.1. Esquema del proceso de generación de las subculturas
delictivas, de acuerdo con las formulaciones teóricas de Cohen (1955) y
Cloward y Ohlin (1966)
D) Prevención de la delincuencia
En coherencia con su argumentación teórica central, que
relaciona tensión y delito, Agnew (2006) consideró que
para prevenir la criminalidad es necesario reducir la
exposición de los individuos a tensiones, a través de
medidas como las siguientes:
• Eliminando aquellas tensiones que llevan a la
delincuencia, tales como los sistemas punitivos de
crianza en la familia y en las escuelas, la
discriminación social, laboral, etc.
• Alterando ciertas tensiones (que no pueden ser
eliminadas) para hacerlas menos conducentes al
delito. Por ejemplo, los sistemas punitivos de justicia
juvenil, ya que difícilmente pueden ser abolidos,
deberían suavizarse, priorizando el uso de medidas
comunitarias, de justicia reparadora, etc.
• Sustrayendo a los sujetos de tensiones criminógenas,
tales como, por ejemplo, retirando la patria potestad o
custodia infantil a padres que son delincuentes
persistentes, cambiando a ciertos niños y adolescentes
de colegios problemáticos, etc.
• Entrenando a los sujetos en mayor riesgo, en
habilidades de afrontamiento de las tensiones, de
modo que se hagan más resistentes a su influjo
criminogénico.
• Incrementando el apoyo social a jóvenes en situación
de riesgo, lo que podría disminuir sus experiencias de
tensión.
• Aumentando el control social informal.
• Reduciendo los contactos con amigos delincuentes y
las creencias favorables a la conducta delictiva.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: Teoría y práctica: la interpretación de la
conducta de robar una motocicleta a la luz de la teoría general de la tensión
Para comprender cómo explica la teoría general de la tensión el comportamiento
delictivo, considérese el siguiente ejemplo de delincuencia juvenil. Imagínese el caso
de un joven de 16 años con pocos recursos económicos que ansía tener una
motocicleta. ¿Cómo conseguirla? No dispone de demasiadas opciones. ¿Quizás
robándola?
Según la teoría de Agnew, los factores a que se ha aludido podrían precipitar el
robo de la motocicleta. En primer lugar, el joven del ejemplo tiene un objetivo
importante (poseer una moto) y no parece contar con muchas alternativas de conducta
para el logro de ese objetivo. ¡Pero todos los chicos de su pandilla tienen una moto y
él no!
Además, puede que carezca de aquellos recursos personales que le podrían
permitir un afrontamiento alternativo de esta situación. Entre éstos juegan un papel
importante, según la teoría, la inteligencia, la creatividad y las habilidades de
resolución de problemas interpersonales. Si dispusiera de las habilidades personales
convenientes, podría, por ejemplo, buscar un trabajo para los fines de semana que le
permita ganar el dinero necesario para comprar la moto apetecida, o bien plantearse
comprar la moto a plazos.
Podrían existir algunos elementos de apoyo social convencional susceptibles de
disuadirle de robar la moto, si, por ejemplo, contase con la ayuda de otras personas
para lograr su objetivo, o, por el contrario, para hacerle comprender que no es tan
importante tener una motocicleta de manera inmediata, y que una opción sería esperar
un tiempo para comprársela. Por lo que respecta al apoyo instrumental, la
probabilidad de delincuencia ante esta situación disminuiría si el chico contara con
alguien que le ayudase a buscar un empleo.
Para concluir, deberían tomarse en consideración también otros dos elementos que
pueden facilitar el robo: tener amigos delincuentes (“mis amigos lo hacen y no pasa
nada, por qué no lo voy a hacer yo”), o una experiencia continuada con la
adversidad: “No es que no tenga moto, es que tampoco tengo equipo de música, no
tengo nada. Quiero una motocicleta ya”.
E) Validez empírica
De acuerdo con el propio Agnew (1992). si la teoría
general de la tensión fuera cierta tendría que suceder que,
al aumentar la tensión en los individuos, aumentarían
paralelamente sus conductas delictivas. A la vez, los
factores explicativos propios de otras teorías de la
delincuencia (como la ruptura de los vínculos sociales,
según la teoría de Hirschi, o el aprendizaje de conductas
delictivas, que postulan como explicación las teorías de
Sutherland y de Akers) deberían permanecer invariables.
Desde una perspectiva empírica, la relación entre ira y
delincuencia violenta cuenta con un sólido aval empírico
(Lilly et al., 2007; Wright, Gudjonsson y Young, 2008).
Un estudio de Paternoster y Mazerolle (1994) evaluó
empíricamente la teoría general de la tensión de Agnew
y, tangencialmente, la teoría del control social de Hirschi,
y la del aprendizaje social de Akers. La teoría general de
la tensión propone, según se acaba de ver, que si se
producen ciertos focos de tensión sobre los individuos,
aumentarán sus conductas delictivas. La teoría del control
social de Hirschi establece que la falta de apego a los
padres y a otras instituciones sociales, como la escuela o
los amigos, favorece la delincuencia. Por último, la teoría
del aprendizaje social (a la que se hará referencia más
adelante) afirma que la clave explicativa de la
delincuencia reside en el aprendizaje de las conductas
delictivas. Para valorar empíricamente estas teorías,
Paternoster y Mazerolle (1994) definieron diversos
indicadores de los anteriores constructos teóricos, que
fueron evaluados en una muestra de 1.655 jóvenes
norteamericanos de 11 a 17 años, a partir de información
procedente del Informe nacional sobre la juventud. Se
establecieron medidas, para cada uno de los jóvenes
estudiados, tanto de los elementos explicativos propuestos
por la teoría como de la variable delincuencia, en dos
momentos distintos con el intervalo de un año entre una y
otra medición.
Como medidas del constructo teórico tensión se
evaluaron los siguientes aspectos: 1) la existencia de
problemas en el barrio, que pudieran constituir una fuente
de tensión para el joven: ambiente físico estresante,
vandalismo juvenil, casas abandonadas o robos; 2) se
valoró si los jóvenes habían experimentado
acontecimientos vitales negativos, tales como divorcio de
sus padres, muerte de un familiar, desempleo paterno o
cambio de escuela; 3) se tomó en cuenta la existencia de
posibles relaciones problemáticas con adultos,
especialmente con los padres; 4) se constató si los jóvenes
habían tenido peleas con los amigos o en la escuela; y 5)
se ponderó si los sujetos percibían serias limitaciones
sociales para el logro de sus objetivos personales.
Como indicadores de la ruptura del apego social y del
aprendizaje de conductas delictivas (constructos
correspondientes a las teorías de Hirschi y de Akers,
respectivamente) se tomaron las siguientes medidas: 1) el
grado en que los jóvenes manifestaban rechazo de las
conductas delictivas; 2) la proporción de amigos
delincuentes que tenían; 3) su predisposición delictiva,
ponderada a partir de su mayor impulsividad y su más
bajo autocontrol; 4) los grados académicos alcanzados,
como medidor de la existencia o no de problemas en la
escuela; y 5) su vinculación con la familia.
Para verificar si los anteriores elementos teóricos
mostraban relación con la conducta delictiva, se preguntó
a los jóvenes sobre su participación a lo largo de un año
en una serie de actividades ilícitas (robos de coches o de
dinero, posesión de armas, utilización de drogas, actos
vandálicos, etc.). Además, se creó un indicador global de
delincuencia mediante el sumatorio de las diferentes
actividades delictivas en que cada joven había
participado.
Cinco de las seis medidas del constructo tensión
(problemas en el barrio, acontecimientos vitales
negativos, relaciones problemáticas con adultos y peleas
con los amigos o en la escuela) mostraron una asociación
positiva y significativa con el comportamiento delictivo.
Esta relación se produjo incluso cuando fueron
controlados los efectos de las variables de control social y
de aprendizaje. También se constató asociación entre
algunos indicadores de control social o de aprendizaje y la
conducta delictiva. Específicamente, los jóvenes con
mayor proporción de amigos delincuentes también
delinquieron en mayor medida. Por el contrario, los
jóvenes que manifestaban un mayor rechazo de la
conducta delictiva y aquéllos que obtenían mejores logros
académicos cometieron menos delitos. El estudio de
Paternoster y Mazerolle (1994) apoya parcialmente tanto
la teoría general de la tensión de Agnew como las teorías
del control social de Hirschi y del aprendizaje social de
Akers. Con independencia de los elementos teóricos ya
comentados, en general los varones de la muestra y
aquéllos que tenían un historial delictivo más prolongado,
delinquieron con mayor frecuencia.
Brezina, Piquero y Mazerolle (2001) y Warner y Fowler
(2003) han sometido a comprobación empírica también la
teoría general de la tensión por lo que se refiere a sus
implicaciones, no individuales, sino de macro-nivel.
Brezina et al. (2001) evaluaron una amplia muestra de
2.213 estudiantes varones de secundaria pertenecientes a
87 escuelas seleccionadas al azar, obteniendo una
asociación parcial entre los niveles de tensión e ira
informados por los estudiantes y la frecuencia y gravedad
de los conflictos experimentados en las relaciones con sus
compañeros. Warner y Fowler (2003) analizaron datos de
65 barrios de un estado norteamericano, y encontraron
que las mayores carencias y privaciones existentes en los
barrios guardaban relación con un aumento de los niveles
de tensión en dichos barrios, y que dichas tensiones
incrementadas se relacionaban a su vez con mayores
niveles de violencia.
El presupuesto central de la teoría general de la tensión
de Agnew (1992, 2006; Tibbetts, 2012) fue también
evaluado, mediante un diseño experimental, en una
muestra de estudiantes de ciencias sociales en sendas
universidades norteamericanas (Rebellon, Piquero,
Piquero, y Thaxton, 2009). Para ello los sujetos se
asignaron al azar a un grupo experimental y a uno de
control. Los del grupo experimental fueron expuestos,
mediante viñetas diseñadas al efecto, a posibles
situaciones de frustración de expectativas, como la de ver
truncada una esperada promoción laboral, de la que se
acababa beneficiando una persona de menor valía. Los
resultados mostraron una asociación significativa entre
mayores niveles de ira situacional y mayor probabilidad
autoinformada de intención de conducta antisocial contra
la fuente responsable de la tensión experimentada.
1. Negación de la responsabilidad.
2. Negación del delito (ya sea de la ilicitud o del daño causado).
3. Negación de la víctima (descalificación).
4. Condena/rechazo de aquéllos que condenan la acción.
5. Apelación a lealtades debidas.
6. Defensa de la necesidad de la conducta.
7. Defensa de un valor.
8. Negación de la justicia o de la necesidad de la ley.
9. Argumento de “todo el mundo lo hace”.
10. Argumento de “tenía derecho a hacerlo”.
D) Validez empírica
Desde su formulación originaria en 1969 se han llevado
a cabo numerosos estudios para evaluar la teoría de del
control social de Hirschi. Vold et al. (2002) concluyeron
al respecto lo siguiente:
• De los cuatro mecanismos de vinculación social
propuestos por Hirschi, muchos resultados apoyan la
validez de los constructos ‘apego’, ‘compromiso’ y
‘creencias’, mientras que no quedaría claramente
avalada como mecanismo de vinculación social la
‘participación’ en actividades comunitarias.
• En muchas investigaciones (p.e., en muchos de los 71
estudios que fueron revisados por Kempf —1993—)
se hallaron correlaciones entre conducta delictiva y
algunas de las variables explicativas propuestas por la
teoría de Hirschi. Sin embargo, tales variables habían
sido operacionalizadas y medidas de maneras muy
distintas, lo que dificulta la obtención de conclusiones
inequívocas sobre la veracidad científica de los
constructos nucleares de la teoría de Hirschi.
La teoría de los vínculos sociales es competitiva. en
muchos de sus términos, con la teoría del aprendizaje
social del comportamiento delictivo, que se verá más
adelante. La teoría de los vínculos sociales atribuye la
génesis de la implicación delictiva de los jóvenes al hecho
de su desvinculación social (de su familia, de sus amigos,
etc.), mientras que la teoría del aprendizaje social
establece que el comportamiento delictivo se aprende por
vinculación social con familiares o amigos delincuentes.
Se han desarrollado múltiples estudios que han evaluado y
comparado la capacidad explicativa de los constructos
principales de una y otra teoría. Sorprendentemente,
algunos de estos análisis han hallado apoyo empírico para
ambas teorías, concluyendo que la implicación de los
jóvenes en actividades delictivas es favorecida tanto por
la ruptura de los vínculos sociales como por el
aprendizaje que se produce en grupos próximos al
individuo (p.e., Alarid, Burton y Cullen, 2000). Sería
posible que ambas teorías, a pesar de su diferente
construcción nominal, contuvieran en realidad dos
maneras distintas de explicar procesos semejantes de
desarrollo de las carreras delictivas juveniles.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: El control informal de la delincuencia en
las sociedades rurales y urbanas (elaboración de los autores)
El “cotilleo” como sistema de control informal en los pueblos
Un ejemplo sobre el funcionamiento del control social informal en el mundo rural
ha sido documentado por un antropólogo social británico, Pitt-Rivers (1989), quien
estudió durante los años 50 el fenómeno del “cotilleo” como mecanismo de control en
el pueblo granadino de Grazalema.
Para Pitt-Rivers una de las formas más eficaces que adopta el control informal en
Grazalema es el “cotilleo”, que consiste en los comentarios que realiza un círculo
reducido de personas sobre un individuo ausente. En el “cotilleo” se produce un
distanciamiento de la persona que es objeto de comentarios y suelen emitirse juicios
de valor acerca de su comportamiento. Estos grupos de “cotilleo” interpretan las
normas sociales y califican a los otros según sus criterios. Uno de los pocos recursos
de defensa con que cuenta el individuo que ha sido objeto de estas críticas, es
incluirse a su vez en otros grupos donde pueda también emitir juicios sobre los
demás.
Sin embargo, el cotilleo como medio de control social, deja de ser eficaz en los
extremos de la estructura social. Es decir, carece de interés cotillear sobre alguna de
las prostitutas del pueblo, que ya han sido excluidas de la “buena sociedad”, o hacerlo
sobre el terrateniente del lugar, que en cierto modo posee inmunidad social respecto
de sus actividades. En cambio, sí que resulta eficaz el cotilleo sobre aquellas personas
que quedan entre ambos polos, todos aquellos habitantes del pueblo a los que sí que
les importa qué digan de ellos los demás y que no desean ser señalados o excluidos
(Merry, 1984).
El control informal en la sociedad actual
En la sociedad actual, para entender este cambio, debemos comparar las
comunidades pequeñas, donde el control informal funciona de manera más eficaz, y
las grandes urbes, donde dicho control no es tan poderoso. En las comunidades
pequeñas las personas son una entidad única y no poseen diferentes roles que les
permitan escapar de uno a otro, en función de su conveniencia. En el estudio sobre el
pueblo de Grazalema, al que nos hemos referido, se observó que prácticamente
ningún vecino era conocido por su nombre, sino que cada uno tenía un apodo que lo
caracterizaba. Cada persona era etiquetada de determinada manera y no podía asumir
diferentes papeles que permitiera matizar o relativizar tal etiqueta. A diferencia de
esto, en las sociedades urbanas cada individuo actúa en diferentes papeles, en la
familia, en el trabajo, entre los amigos. Son papeles distintos, por lo que las
valoraciones negativas que puedan darse en uno de ellos no tienen por qué afectar a la
vida del sujeto en su conjunto. De esta manera, cometer algún pequeño delito no
preocupa en exceso a muchos individuos ya que ello no tiene por qué repercutir en
otros ámbitos de su vida. Las consecuencias pueden ser más limitadas, debido al
anonimato social.
De este modo, la ampliación de la comunidad y la segmentación de los roles ha
producido una debilitación del control informal. Quizá exista un número máximo de
personas, del que pueda saberse casi todo, ya sea directamente ya sea a través de otras
personas que a su vez las conocen. Este conocimiento facilita enormemente el control
social. Por otro lado, el control sobre el comportamiento indeseable en un pueblo
pequeño se halla vinculado al refuerzo y apoyo de la conducta deseada. Los márgenes
de conducta aceptados pueden ser estrechos, pero también existe solidaridad y
colaboración entre vecinos, generosidad y ayuda a personas con problemas.
No obstante, las sociedades muy cerradas y pequeñas también generan su propias
formas de desviación y de delincuencia, algunas de ellas como producto tal vez del
exceso de control. Un ejemplo de ello pueden ser los esporádicos episodios de
delincuencia violenta que a veces tienen lugar. Si dos vecinos de un pueblo
mantienen un conflicto por las lindes de sus tierras, están obligados a aguantarse o a
solucionar ese conflicto, sin que pueden escapar de él o evitarlo, ya que viven en los
estrechos márgenes de un mismo pueblo. Estas sociedades cerradas pueden generar
también miseria debido a que muchas personas son excluidas de la comunidad por
razón de su comportamiento.
Con la migración masiva desde los pueblos a las grandes ciudades, se cambian
radicalmente las formas de control social. Una familia de campesinos, desplazada a
un piso en la quinta planta de un bloque de viviendas, pierde muchos de sus contactos
sociales. Una reacción típica es encerrarse y despreocuparse de la vida social urbana.
La única lealtad social que sobrevive al desplazamiento es la solidaridad con la propia
familia. Inmigrantes de los pueblos, que sabían perfectamente cómo organizar su vida
en el ámbito rural, muestran poco interés por el barrio urbano. Tampoco suelen
participar en asociaciones de vecinos o de padres de alumnos, y ven la vida urbana
como una selva donde cada uno se defiende por sí mismo. Sus hijos aprenden a
conocer en la calle un mundo totalmente diferente al de sus padres. El espíritu de
comunidad y solidaridad, fuertemente presente en la sociedad rural de hace dos
generaciones, se pierde en el traslado a la ciudad.
En la sociedad moderna lo típico es que no existan estos conflictos cerrados, hay
más movilidad, los sujetos cambian de círculos sociales, de lugar de residencia,
desaparece el control informal ejercido a través del cotilleo, ya que no existe tanta
información sobre los otros. Sí parece que entra en juego un control más abstracto,
lejano y formal, que resulta menos eficaz porque no está basado en unos niveles tan
altos de información sobre el otro como los existentes en las sociedades pequeñas. De
este modo, ante un hecho delictivo no es fácil encontrar testigos, la información
obtenida es escasa, y la investigación policial y judicial sin ayuda de la población
suele ser poco eficaz. Los datos que puedan ofrecer los mecanismos del control
informal son vitales para que la policía y la justicia puedan actuar con eficacia. Sin
ellos resulta muy difícil aclarar los delitos y tener conocimiento de todos aquellos que
no se denuncian.
Podría pensarse que una gran parte de la vida social del pueblo se canaliza ahora a
través de la televisión. Los ciudadanos muestran gran interés por aquellos programas
que les ofrecen cotilleo, luchas en familia, y tramas de poder o de amor. En cierto
modo, estas representaciones televisivas podrían funcionar como un sistema
compensatorio constituido por una realidad simulada que ofrece la oportunidad de
hablar sobre los personajes en liza, y reemplazar de esta manera aquellos comentarios
que antes se realizaban en la plaza del pueblo o en el mercado. Una diferencia
fundamental estriba en que la realidad social que generalmente se muestra en la
televisión no se corresponde a menudo con la sociedad que nos rodea, sino que puede
reflejar una realidad bien distinta, como la de la sociedad norteamericana. Además,
las películas y seriales de la pequeña pantalla están pensados para resultar atractivos y
entretener, lo que hace que exageren y distorsionen la propia realidad. Todo ello
dificulta el que puedan servir como sustituto que aporte información adecuada sobre
nuestra realidad vital más cercana, aquélla en la que tenemos que desenvolver
nuestras vidas.
El anonimato y la gran ciudad han roto aquellos lazos de control informal que
venían operando en las sociedades rurales. Si analizamos este cambio a partir de la
teoría del control social de Hirschi podemos constatar que ahora los compromisos de
los individuos son más sectoriales (laborales, educativos, etc.) y no lo son con la
comunidad como un todo. Ello hace que nuestro comportamiento en uno de estos
sectores de vinculación no influya necesariamente sobre nuestro desempeño en otros
ámbitos distintos. En cuanto al apego familiar, se ha producido también una
reducción de la familia tradicional, más amplia, que ha sido sustituida por una familia
más nuclear, con menores lazos exteriores. Pese a todo, la sociedad española se sigue
caracterizando todavía por el mantenimiento en las familias de fuertes vínculos con
otros familiares cercanos (padres, hermanos, tíos, primos), situación que podría
compensar, al menos hasta ahora, la desaparición del control vecinal.
La participación social también ha cambiado, habiendo disminuido la implicación
en actividades que se desarrollan en el lugar de residencia. En las sociedades
pequeñas, todas las actividades se desarrollan en un pequeño radio de acción que se
podría recorrer caminando. Las distancias entre el lugar de residencia, el de trabajo y
el de ocio son ahora mucho mayores. Se ha ampliado considerablemente el círculo
donde nos movemos diariamente. Las distancias desde el domicilio hasta el lugar de
trabajo pueden ser de 30 km., en Madrid o Barcelona, y hasta de 100 km. y más, en
urbes como New York o Tokio. Las actividades sociales ya no tienen lugar en las
inmediaciones del domicilio. Los vecinos solo pueden observar a sus convecinos
cuando salen del domicilio o vuelven a él. Por ello, además de que los vecinos
carecen de información sobre los otros para poder hablar de ellos, los posibles
comentarios pierden importancia, ya que la mayoría —incluido el propio interesado
— ni siquiera conocería los comentarios a que pueda haber dado lugar. La vida
social, ya sea comprar, cometer delitos, o practicar actividades sexuales poco
aceptables, se desarrolla en un ámbito muy poco controlable. Esta nueva situación,
derivada de la movilidad y del anonimato, es muy posible que esté favoreciendo un
aumento de los delitos.
No obstante, no todos los miembros de la sociedad desarrollan sus vidas en este
amplio espacio al que nos venimos refiriendo. Aquellos sujetos que no poseen medios
de transporte (niños, adolescentes, ancianos, los más pobres) siguen viviendo con un
horizonte cercano. Y en este reducido círculo en el que han de vivir probablemente
existen menos actividades lícitas suficientemente atractivas que propicien el
establecimiento de lazos emocionales, compromisos y creencias favorables a la
conducta social y que fomenten su participación en círculos integradores. Ya que
todos los que pueden salen fuera del barrio para trabajar, para estudiar o para
divertirse, los jóvenes que crecen en ese único contexto no tienen la posibilidad de
observar tantas actividades positivas, ni de aprender tantos roles de comportamiento
legal: por el contrario, puede suceder que su aprendizaje social se empobrezca y no
reciban una adecuada educación en las normas, valores y costumbres sociales
convencionales. De esta manera, la sociedad urbana, que puede mejorar las
oportunidades de enriquecimiento personal para los jóvenes y los adultos bien
integrados, si la contraponemos a la sociedad rural, puede también tener efectos
perniciosos para grupos marginales o que no disponen de la movilidad necesaria, y
son obligados a vivir en un ámbito menos atractivo y culturalmente más
empobrecido.
De acuerdo con todo lo que hemos venido comentando, el anonimato, que es una
característica destacada de las modernas sociedades urbanas, podrían favorecer la
comisión de delitos, al reducirse la operatividad de los mecanismos de control
informal que funcionaban en las comunidades rurales. Esta constatación parece
apoyar sustancialmente la teoría del control social de Hirschi.
Sin embargo, también podemos vincular el análisis de estas nuevas realidades
delictivas con otra de las teorías que se verá más adelante: la teoría de las actividades
rutinarias de Cohen y Felson. Según esta teoría el delito requiere tres condiciones
imprescindibles: la existencia de delincuentes motivados para delinquir, la presencia
de objetos atractivos para el delito, y la ausencia de controles eficaces. Del análisis de
la sociedad actual que hemos efectuado, cabe concluir que en las ciudades podría
haber más sujetos dispuestos a delinquir debido a diferentes motivos (a causa de las
inconsistentes estrategias de crianza utilizadas por sus padres, del aprendizaje de
conductas delictivas o de las disfunciones sociales propias de la sociedad urbana).
También en ellas es mucho mayor la presencia de objetos atractivos para el delito, a
la vez que la vida urbana propicia, según hemos comentado, una vigilancia informal
mucho menos eficaz (Felson, 1994).
D) Validez empírica
Desde su formulación en 1990, la teoría del autocontrol
ha dado lugar a múltiples investigaciones sobre la validez
de sus principales constructos. En general, según Siegel
(1998), existe amplia evidencia científica que relaciona
impulsividad (lo opuesto al autocontrol) y conducta
delictiva. El rasgo impulsividad puede discriminar
también entre delincuentes reincidentes y no reincidentes.
Las medidas de bajo autocontrol han resultado también
buenos predictores de la posible conducta delictiva de
jóvenes de distintas culturas y grupos raciales. Por
ejemplo, en una investigación con adolescentes
afroamericanos (chicos y chicas), el bajo autocontrol fue
un buen predictor de delincuencia posterior, dando cuenta
de entre un 8.4 y un 13 por ciento de la varianza de la
conducta antisocial de los varones, y entre un 4 y un 8.4
por ciento de la de las chicas (Vazsonyi y Crosswhite,
2004). Además, el bajo autocontrol, tal y como la teoría
había planteado, se ha mostrado también útil para predecir
otras formas de conducta de riesgo, tales como la
conducción temeraria de vehículos, el engaño en la
escuela, las prácticas sexuales arriesgadas, y el juego
patológico (Jones y Quisenberry, 2004).
Dos de los asertos principales de la teoría —1) el hecho
de que el bajo autocontrol esté integrado por seis
dimensiones o elementos distintos (propensión a la
recompensa inmediata, gusto por la aventura,
inestabilidad en las relaciones, falta de planificación,
insensibilidad ante el sufrimiento, y no consideración de
consecuencias de la conducta), y 2) que el autocontrol
constituya una característica estable en los individuos que
la poseen— fueron evaluados por Arneklev, Grasmick y
Bursik (1999), en sendas muestras de jóvenes adultos, de
edades semejantes. Los resultados de este estudio
confirmaron tanto la multidimensionalidad del constructo
autocontrol como su invariabilidad a lo largo del tiempo.
En España, Serrano Maíllo y sus colegas (Serrano
Maíllo, 2011) evaluaron la teoría del autocontrol a partir
de una muestra de 58 jóvenes internos, en centros de
reforma de la Comunidad de Madrid, hallando una firme
relación entre bajo autocontrol y conducta antisocial y
delictiva.
En síntesis, diversos estudios han obtenido resultados
favorables a la teoría del autocontrol, conformando la
conexión entre bajo autocontrol y mayor probabilidad de
delito (Ezinga, Weerman, Westenberg et al., 2008;
Pauwels, 2011; Serrano Maíllo, 2011; Siegel, 2010),
incluida alguna investigación transcultural, comparando
muestras de países occidentales, orientales y africanos
(Rebellon, Strauss y Medeiros, 2008). También avalan
indirectamente el constructo autocontrol las
investigaciones que han probado la relevancia
criminógena de factores de riesgo como la impulsividad,
necesidad de gratificación inmediata y el rasgo búsqueda
de sensaciones, debido a sus paralelismos con el
autocontrol (Pratt y Cullen, 2000; Romero, Gómez-
Fragela, Luengo, y Sobral, 2003).
Una de las polémicas teóricas más persistentes en
Criminología tiene que ver con si existe una
preponderancia, como mecanismo desinhibidor de la
conducta delictiva, del control externo (como se propone
en la primera teoría de los vínculos sociales de Hirschi y
en la teoría del control de Sampson y Laub, a la que se
hará referencia a continuación), o más bien del control
interno o autocontrol. La opinión de algunos autores (p.e.,
Cohen y Vila, 1996) es que probablemente ambos
procesos son relevantes, y la preponderancia de uno u otro
dependerá de las categorías y características de los
delincuentes. Mientras que algunas personas que no
muestran un alto riesgo delictivo, podrían cometer delitos
si se les presentan oportunidades favorables para ello
(proceso en el que la falta de control externo jugaría un
papel central), algunos delincuentes de alto riesgo, con
perfiles más versátiles y sociopáticos, presentarían
mayores déficits internos, como los elementos integrantes
del bajo autocontrol.
Una aportación meritoria del planteamiento de
Gottfredson y Hirschi (1990) fue su distinción, y posterior
recombinación entre sí, de los conceptos de criminalidad
(como tendencia) y delito (como acción). Esta
diferenciación permitiría comprender mejor el hecho de
que algunas personas, a pesar de mostrar bajo autocontrol,
no cometan delitos, si han experimentado el control
adecuado, a partir de procesos educativos intensos, o
debido a que carecen de las oportunidades para ello; y,
paralelamente, también permitiría explicar que individuos
con elevado autocontrol puedan, sin embargo, acabar
delinquiendo, si se vieron expuestos a reiteradas
oportunidades delictivas (Siegel, 1998).
La teoría del autocontrol ha recibido también algunas
críticas importantes (Bernard et al., 2010; Serrano Maíllo,
2011; Siegel, 2010):
1. La teoría puede resultar tautológica. Esta crítica se
basa en la explicación circular que supone argumentar que
quienes delinquen lo hacen porque carecen de
autocontrol, y, a continuación, afirmar que quienes
carecen de autocontrol cometen actos delictivos. Es decir,
aquí existe un problema metodológico que debe
resolverse adecuadamente en las evaluaciones de la teoría,
en el sentido de que deberían separarse con precisión las
variables independientes (los elementos integrantes del
bajo autocontrol) de las dependientes (las manifestaciones
o resultados de conducta delictiva) (Lilly et al., 2007;
Marcus, 2004; Stylianou, 2002).
2. Diferencias individuales/contextuales. La teoría ha
prestado poca atención a la influencia que pueden tener
sobre la delincuencia los elementos culturales,
ambientales o económicos. Su perspectiva básica realza
las diferencias individuales en las tendencias delictivas.
¿Quiere ello decir que las diferentes tasas delictivas de,
por ejemplo, el ámbito rural y el urbano, son debidas a
que los habitantes de las ciudades son más impulsivos que
los de los pueblos? De modo paralelo, ¿puede afirmarse
que los hombres son más impulsivos que las mujeres?
3. Creencias morales. La teoría del autocontrol ignora
las influencias de las creencias individuales sobre la
conducta, perspectiva que constituía, sin embargo, un
elemento fundamental de la previa teoría de los vínculos
sociales de Hirschi (1969).
4. La teoría presupone la estabilidad a lo largo del
tiempo de ciertos rasgos individuales. Sin embargo,
también existe abundante investigación sobre el desarrollo
evolutivo de las personas, que contradice esta supuesta
estabilidad temporal. Muchos estudios que han
documentado la posibilidad de desarrollar en distintas
etapas de la vida, al menos parcialmente, la habilidad
individual de autocontrol (Andrews y Bonta, 2010;
Arneklev, Grasmick y Bursik, 1999).
5. Diferencias transculturales. La teoría asume una serie
de estereotipos muy norteamericanos de lo que constituye
o no una conducta de riesgo o ilícita. Por ejemplo,
Gottfredson y Hirschi reiteradamente mencionan, como
comportamientos inapropiados e ilícitos, fumar o
mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Es
evidente que esta perspectiva sesgada limita culturalmente
la teoría, ya que el concepto de conductas de “riesgo” en
ciertos ámbitos socioculturales no necesariamente
coincide con el de otros.
Gottfredson y Hirschi han considerado, en distintos
trabajos sobre su teoría, que el “autocontrol” sería un
constructo de naturaleza sociológica, que no se
correspondería con el rasgo psicológico de idéntica
denominación. Para la evaluación del dicho constructo
teórico (el de la teoría de Gottfredson y Hirschi), durante
los últimos años se han desarrollado diferentes escalas de
auto-informe. Sin embargo, un equipo de investigadores
españoles (Romero et al., 2003) aplicaron algunas de estas
escalas a sendas muestras de adolescentes y jóvenes
estudiantes, obteniendo que, en realidad, los componentes
del bajo autocontrol, tal y como son evaluados en la teoría
de Gottfredson y Hirschi, guardan una estrecha
correspondencia con cinco componentes bien conocidos y
tradicionalmente evaluados en la psicología de la
personalidad: Búsqueda impulsiva de riesgo,
Temperamento volátil, Preferencia por tareas simples,
Auto-centramiento, y Preferencia por actividades físicas.
En función de estos resultados, Romero et al. (2003)
consideraron que el constructo criminológico de bajo
autocontrol, una vez operacionalizado, no constituiría un
concepto nuevo y diferente, sino una variable análoga a
otras bien conocidas en la psicología de la personalidad.
Incluso, en estudios psicobiológicos más recientes, se ha
obtenido una alta correlación entre pobre autocontrol y
ciertos marcadores genéticos que se asocian a una baja
producción orgánica de serotonina, neurotransmisor
relacionado precisamente con la inhibición conductual
(Walsh, 2012).
También se ha considerado que la teoría del bajo
autocontrol atiende en exclusividad a aspectos
individuales y contextuales próximos, sin tomar en cuenta
el influjo sobre la delincuencia de los grandes factores
sociales (culturales, económicos, etcétera). Incluso en el
plano individual, se ignorarían elementos tan importantes
para la orientación de la conducta, como podrían ser las
creencias y valores propios. Distintos autores han
concluido que la consideración exclusiva de variables
individuales tempranas (en general las características y
disposiciones infantiles pero en particular la falta de
autocontrol), no permitiría comprender las trayectorias
delictivas a largo plazo (Doherty, 2006; Sampson y Laub,
2003).
B) Acción situacional
Según lo anterior, la teoría de la acción situacional se
dirige a describir los mecanismos específicos que
conectan a los individuos con los contextos en los que se
producen sus acciones criminales (véase cuadro 6.5). El
“campo de acción” del individuo (individual’s activity
field) es la configuración de contextos (incluyendo
personas, objetos, y eventos en localizaciones
específicas), a los que un sujeto se ve expuesto y
reacciona. Mientras que un “contexto de acción” sería la
intersección específica entre un individuo (con sus
correspondientes características y experiencias
personales) y un tipo particular de contexto. Sujeto y
contexto son interconectados mediante la percepción
individual de alternativas y los procesos individuales de
decisión, a lo Wiskström denomina mecanismo
situacional.
CUADRO 6.5. Factores y mecanismos clave de la teoría de la acción
situacional
Fuente: elaboración propia a partir de Wikström (2008), p. 218.
CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Cuáles fueron los grupos teóricos principales que se derivaron de la Escuela de
Chicago? ¿Bajo qué consideraciones conceptuales y teóricas surgieron?
2. ¿Qué fue el Proyecto Área de Chicago? ¿Tuvo éxito? ¿Por qué?
3. Buscar información sobre otros proyectos sociales parecidos, ya sea en España o en
otros países.
4. ¿Es igual o diferente el concepto de anomia de Durkheim y de Merton? ¿Y el
concepto de anomia institucional, de Messner y Rosenfeld? ¿En qué sentidos? ¿Es
la anomia algo individual o también social?
5. ¿Resulta aplicable en la actualidad el concepto clásico de subcultura delictiva? ¿En
qué se parecen y diferencian los grupos subculturales actuales y los descritos por
los teóricos norteamericanos de las subculturas?
6. ¿Cómo explican Cloward y Ohlin la delincuencia a partir del concepto de
oportunidad diferencial?
7. Según la teoría general de la tensión, ¿cuál sería la vinculación entre tensión y
delincuencia?
8. ¿Cuáles son los principales factores impulsores y de predisposición que pueden
modular el que los individuos afronten la tensión en forma delictiva?
9. ¿Qué papel juegan los mecanismos de neutralización en la conducta infractora?
10. ¿Qué significa, en términos criminológicos, según Sykes y Matza, que los jóvenes
se hallan a la deriva?
11. ¿Cuáles son los principales mecanismos de vinculación social incluidos en la
teoría de Hirschi?
12. ¿Cómo opera el apego a los padres en la prevención de la conducta delictiva?
13. ¿Cuál es el concepto criminológico de “bajo autocontrol”? ¿Cómo se asocia a la
delincuencia? ¿Es igual o diferente al concepto psicológico de autocontrol?
14. ¿Cuál es la idea central de la teoría del control social informal según edades?
15. ¿Qué constructos principales incluye la teoría de la acción situacional?
16. Seleccionar alguna o algunas de las teorías presentadas en este capítulo (el mismo
ejercicio podría hacerse también en relación con los capítulos teóricos
posteriores), y, en grupos, analizarlas críticamente a la luz de los criterios que
deben reunir las teorías criminológicas, según se vio en el capítulo 5.